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Stanley Cohen (1942-2013): la mirada crítica. Por Gabriel Ignacio Anitua 1 Hace pocos días me referí a él como “el más importante criminólogo vivo”. Desde el lunes 7 de enero de 2013 ya no lo es más. Ya no está vivo, pues falleció ese día en Londres, donde fue enterrado de acuerdo el rito judío el siguiente jueves, en el cementerio de Edgwarebury. Sí sigue siendo importante, y esa importancia debe dársele a las múltiples “imágenes” o “visiones” que reveló sobre problemáticas “criminológicas”. En efecto, Stanley Cohen, fue quien con mayor éxito permitió realizar nuevas miradas a viejos problemas, e incluso ver, por primera vez, muchas otras cuestiones, que los estudios tradicionales sobre el sistema penal opacan, oscurecen o invisibilizan. En gran medida, su éxito se debe al estilo directo y claro, y no exento de su natural buen humor e inteligencia, exhibida también en clases y conferencias (en las que manejaba con igual fluidez a autores que iban de Michel Foucault y Erving Goffman hasta Philip Rot o Saul Below). Ello fue, seguramente gracias a él, una “marca” de la denominada “criminología crítica”. 1 Doctor en Derecho, Universidad de Barcelona. Profesor de derecho penal y criminología, Universidad de Buenos Aires.

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Stanley Cohen (1942-2013): la mirada crítica.

Por Gabriel Ignacio Anitua1

Hace pocos días me referí a él como “el más importante criminólogo vivo”. Desde el

lunes 7 de enero de 2013 ya no lo es más. Ya no está vivo, pues falleció ese día en

Londres, donde fue enterrado de acuerdo el rito judío el siguiente jueves, en el

cementerio de Edgwarebury. Sí sigue siendo importante, y esa importancia debe dársele

a las múltiples “imágenes” o “visiones” que reveló sobre problemáticas

“criminológicas”.

En efecto, Stanley Cohen, fue quien con mayor éxito permitió realizar nuevas miradas a

viejos problemas, e incluso ver, por primera vez, muchas otras cuestiones, que los

estudios tradicionales sobre el sistema penal opacan, oscurecen o invisibilizan.

En gran medida, su éxito se debe al estilo directo y claro, y no exento de su natural buen

humor e inteligencia, exhibida también en clases y conferencias (en las que manejaba

con igual fluidez a autores que iban de Michel Foucault y Erving Goffman hasta Philip

Rot o Saul Below).

Ello fue, seguramente gracias a él, una “marca” de la denominada “criminología

crítica”.

El término “criminología crítica”, inspirado en la tradición de la Escuela de Frankfurt,

comenzó en los setenta a unificar varios planteos distintos, que iban desde el interaccio-

nismo hasta el materialismo marxista, y que se parecían más en lo que criticaban que en

lo que proponían, y así lo reconoció Stanley Cohen en la presentación de una de las

primeras compilaciones de esta tendencia: Images of Deviance (Imágenes de la desvia-

ción) de 1971. Esto sería, sin dudas, el mayor inconveniente de este tipo de criminolo-

gía, así como el de la mayoría de los movimientos iniciados en los complicados años se-

tenta. Si un determinado proyecto siempre conlleva contradicciones y dificultades, estas

últimas se multiplicarán en el caso de elaboración de un “anti-proyecto”, pues la forma

1 Doctor en Derecho, Universidad de Barcelona. Profesor de derecho penal y criminología, Universidad de Buenos Aires.

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especular recibe los problemas de lo que se refleja, y además los amplía. El proyecto de

la “criminología crítica” sufrió esta suerte, que llevó a algunos autores a pensar que la

única forma de ser realmente crítico era dejando de ser criminólogo.

Pero paradojalmente, también ese inconveniente, devenido necesidad, se convirtió en la

principal virtud de dicho proyecto. De allí emergió una necesaria pluralidad y amplitud

de miras, con la cual se podríaotear nuevos y más complejos horizontes.

El movimiento e la criminología crítica surgió en 1968 cuando unos siete jóvenes profe-

sores, entre los que estaba un jovencísimo Stabnley Cohen, quien enseñaba Trabajo

Social en la Universidad de Durham, decidieron romper con la reunión oficial de crimi-

nólogos, que organizaba el Instituto de Criminología de Cambridge, y formar un movi-

miento crítico con toda esa institucionalización. Así nació la National Deviance Confe-

rence, primero integrada por unas pocas voces críticas pero que, tras periódicas reunio-

nes, contactos con los movimientos sociales, y unas cuantas publicaciones, logró au-

mentar espectacularmente su número y ser reconocida internacionalmente por su origi-

nalidad y rigor científico. Políticamente el grupo era muy heterodoxo, pues había anar-

quistas, marxistas, liberales, humanistas; pero los unía la insatisfacción frente al positi-

vismo criminológico y frente a una pretensión de neutralidad del criminólogo ante las

pautas políticas y económicas de la sociedad en que se planteaba la “desviación”. En In-

glaterra, como en todos los demás países con excepción de los Estados Unidos, la crimi-

nología seguía siendo positivista y administrativa. La crítica en este caso no sólo intro-

dujo elementos radicales sino que también introdujo los elementos de la criminología

sociológica no radical, así como un análisis histórico de las leyes penales y de las ideas.

Esto se advierte en el libro mencionado, editado por el propio Cohen, y publicado en

1971 como Images of Deviance en Harmondsworth por la prestigiosa editorial Penguin.

Compila allí nuestro autor a diferentes autores que utilizando métodos diferentes,

pueden encontrar objetos de estudio tradicionalmente considerados fuera de lo estricta-

mente criminológico: los usuarios de drogas, los medios de comunicación, los miedos,

las modas y bandas juveniles, o la experiencia psicológica de los condenados a prisión

por mucho tiempo. El compromiso con el cambio social de estos jóvenes autores era pa-

ralelo a esa modificación de objetivos y presupuestos metodológicos. En la mencionada

“Introducción, Cohen explicaba cómo la unión del compromiso político libertario de los

años sesenta con la reflexión intelectual sobre el terreno sociológico permitía realizar

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esta nueva aproximación crítica a la criminología. Esa mirada permitía criticar el autori-

tarismo estatal y la economía capitalista que manipulaba ciertos hechos a través de la

agenda criminal mediante los “pánicos morales”, tema que continuaría siendo central en

la complicada cuestión de lo medios de comunicación y su relación con el castigo y el

delito.

Entre otros trabajos importantes de ese período Stanley Cohen publicó en 1972, Folk

Devils and Moral Panics: the making of the mods and rockers, en Londres, y por la

editorial MacGibbon and Kee. Este libro, reeditado en 2002, ha sido considerado el

libro más importante del campo criminológico de los últimos cuarenta años.

Crea allí un término muy usado no solamente en los textos sociológicos o

criminológicos, el de “pánico moral”. Tras estudiar las reacciones sociales ante las

bandas juveniles británicas de los sesenta (denominadas “mods” o “rockers” de acuerdo

a la moda o gustos musicales, y que estuvieron muy presentes en los años 1964, cuando

el autor hacía su tesis) señala que el pánico moral es una reacción de un grupo de

personas basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o

de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una subcultura, que es “visto”

como peligrosamente desviado y que representa una amenaza para la sociedad. Como

demuestra la investigación, no importa la entidad de ese grupo de personas que han sido

definidos como una amenaza para los valores e intereses de la sociedad. Su naturaleza

se presenta de una forma estilizada y estereotipada por los medios de comunicación.

Son los “demonios populares”, especialmente creados por los propios medios que crean

alarma.

Esas alarmas o reacciones son estimuladas por la cobertura mediática. La histeria

colectiva puede ser un elemento en estos movimientos, pero el pánico moral se

diferencia de la histeria en masa porque está específicamente enmarcado en términos de

moralidad y es usualmente expresado más como un atentado que como un miedo. Según

la definición de Cohen, los pánicos morales giran alrededor de una amenaza percibida

como un valor o norma detentada por una sociedad normalmente estimulada por la

glorificación en los medios masivos o leyenda popular en las sociedades. Los pánicos

tienen varios desenlaces, uno de los cuales es la certificación de los partícipes del

pánico de que lo que están haciendo garantiza la observación por parte de los medios

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masivos y, por lo tanto, puede empujarlos más allá hacia actividades que conduzcan

hacia el sentimiento original de pánico moral.

El presupuesto de Cohen es el de la teoría de la reacción social. Es la reacción la que

crea la delincuencia, pero esa reacción suele estar fomentada por algunas campañas

alarmistas. Como señaló el propio Cohen en una entrevista “Los pánicos morales son

expresiones de desaprobación, condena o crítica que se plantean de vez en cuando

debido a fenómenos que podrían definirse como ‘anormales’. El ejemplo que tomé fue

el del mal comportamiento percibido—lo que ahora llamaríamos “comportamiento anti-

social”—de adolescentes, el cual era muy exagerado, y fuera de proporción con respecto

a lo que realmente ocurría. La parte moral es la condena y la desaprobación social, y el

pánico es el elemento de la histeria y la exageración. Lo cual puede ser aplicado

posteriormente a todo tipo de olas de fenómenos. Es en gran parte creado por la prensa.

La regla general es: sin prensa, no hay pánico moral. Los medios son plataformas de

pánicos morales, los cuales o los inician ellos mismos o llevan el mensaje de otros

grupos. Vemos cosas sobre madres solteras, escuelas en decadencia, la crisis actual

sobre los niños huérfanos. Estos son todos pánicos morales distinguibles” (se consigue

en http://www.vice.com/es/read/mods-rockers-y-otros-demonios-populares).

Como se observa, se trata de un libro que revolucionaría no solamente al pensamiento

criminológico. Cohen proporcionó el primer estudio empírico de la amplificación de la

alarma social producida por los medios de comunicación y sus consecuencias públicas.

Luego continuó Cohen siendo proveedor de ideas esclarecedoras para los estudiosos de

los medios de comunicación.

Junto a Jock Young editó The Manufacture of News: Social Problems, Deviance and

the Mass Media en 1973, publicado en Londres por la editorial Constable. Los distintos

autores investigan cómo los medios de comunicación masiva seleccionan los

acontecimientos relativos a la desviación, las nociones que utilizan en la realización de

las noticias y el papel de los media en el control social. Esta investigación es un intento

por destapar los sistemas ideológicos presente en dichas instituciones públicas y en los

medios de comunicación. Pero a la vez complejiza la cuestión y da cuenta de una

siempre difícil relación entre el delito y la prensa (también fundamental la producción

de la criminología crítica contenida en Grandi, Roberto, Pavarini, Massimo y Sismondi,

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Mario -comps.-, I segni di Caino. L’immagine della devianza nella comunicazione di

massa).

En todo caso, Cohen da inicio así a unas investigaciones que reflejan nuevos problemas,

y que lo hacen con la mirada crítica y amplia que solamente un autor como él podría

haber desarrollado.

Y es que la propia experiencia vital de Stan Cohen (producto fiel de la cultura imperial

británica) facilitaría a esa y a sus posteriores miradas. Había nacido en 1942 y crecido

en Johanesburgo, Sudáfrica. Y se trasladó a Londres en 1963, tras estudiar Sociología y

Trabajo Social en la Universidad de Witwatersrand. En Inglaterra realizó estudios de

doctorado mientras se desempeñaba como trabajador social. En 1967 asume un cargo

docente en Durham y en 1972 se convierte en profesor de Sociología en la Universidad

de Essex.

Desde allí colabora en una importante reflexión sobre el positivismo criminológico bri-

tánico de los últimos cincuenta años, y sobre su actuación al interior de las cárceles, en

las cuales se brindaría soporte teórico a los reclamos de presos y asociaciones de denun-

cia sobre lo que efectivamente pasaba. En esta tarea se destacaron Stanley Cohen y su

muy buen amigo Laurie Taylor (fue uno de los oradores en sus exequias). Realizaron

conjuntamente, entonces, varias investigaciones, entre las que se destaca de 1972,

Psychological Survival: the Experience of Long Term Imprisonment, publicado en

Harmondsworth, otra vez por Penguin.

Este libro marcó todo un hito dentro de la reciente tendencia crítica pues demostraba có-

mo, a pesar de la oposición y amenazas del gobierno, se podía hacer investigación rigu-

rosa a la par de crítica con las instituciones. La pretensión rehabilitadora y reformadora

era criticada desde parámetros históricos y sociológicos, aunque también criticaban los

métodos tradicionales de esta última disciplina, al analizar los efectos de su marco teóri-

co general funcionalista y la unión con las teorías del aprendizaje.

Con el mismo colega publica luego, en 1976, Escape attempts: the theory and practice

of resistance in everyday life publicado en Londres por la editorial Allen Lane. Se trata

de un gran libro de la sociología de la vida cotidiana que, no exento de ironías, permite

ver las estrategias e ilusiones de la población británica en ese período de fines de la

ilusión del welfare y comienzos de la desindustrialización.

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En lo que resultaba paralelo a esa crisis estatal, y en particular la justicia penal, era lo

referido a la pena, y a lo que era su sinónimo entocnes que era la pena de prisión con

pretensiones resocializadoras. Para continuar con esa ideología, y ante el fracaso de la

prisión, se vivía entonces el auge de la búsqueda de soluciones alternativas. Ésta sería

tal vez la práctica crítica más decidida en los años setenta, en los cuales se buscaba evi-

tar la idea del tratamiento mediante la abolición de la obligatoriedad del mismo o por

pensar en alguno que no fuese estigmatizante. En todo caso se trataba de des-institucio-

nalizar. Desde el tratamiento comunitario hasta la reparación eran alternativas propues-

tas. Lo más interesante es que algunas fueron aceptadas en muchos casos por la legisla-

ción de los países occidentales de la misma forma en que aceptaban las viejas propues-

tas positivistas de pena condicional o probation.

Pero, Stanley Cohen también fue pionero en enfrentarnoa al panorama que presentaban

estas “alternativas” que venían a sumarse a la no desaparecida sino reforzada pena de

prisión. Las “alternativas” funcionaban como un soporte y como un aliado de la prisión.

A la vez que podían tener otras funciones para el Estado.

En 1983, y junto a Andrew Scull, editó Social Control and the State: Historical and

Comparative Essays publicado en Oxford por la editorial Martin Robertson. La

ideología libertaria se observa en estos trabajos críticos de la pena de prisión y de todas

las medidas penales.

Andrew Scull sostuvo que las alternativas respondían a las necesidades presupuestarias

o fiscales del Estado, y no a los planteos reformistas o críticos. De acuerdo a las histo-

rias sobre el castigo que se habían realizado hasta entonces, era válido sospechar sobre

la funcionalidad final de aquello que se planteaba como una victoria “progresista”.

Stanley Cohen nos mostró que estas llamadas alternativas no son sino la intensificación

de las líneas maestras del control de la desviación, que apuntan a la creación de una

sociedad disciplinaria.

En 1985 publicará otro libro que quedará en la historia de la criminología: Visions of

Social Control: Crime, Punishment and Classification, editado por Polity Press (y

traducido al castelllano por Elena Larrauri como Visiones del Control Social, Barcelona,

PPU, 1988, también se tradujeron otros artículos de este período: en 1975 “Un escenario

futurista para el sistema penitenciario”, en Revista Capítulo Criminológico, nº 3, Mara-

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caibo: Universidad del Zulía -también en Nuevo Pensamiento Penal, año 4-; en 1997

(1986). “Control de la comunidad: ¿desmitificar o reafirmar?”, en Revista Delito y So-

ciedad, nº 9-10, Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires (trad. M. E. Simonelli y M.

Sozzo).

En este trascendente libro muestra la aparición de estos nuevos mecanismos

conjuntamente con la persistencia de la prisión. Dicha persistencia, y futura ampliación

constante es lo fundamental y lo no advertido por muchos otros autores. Cohen refiere

las críticas de quienes señalan que el movimiento desestructurador ha fracasado: la

descarcelación no se produce (señala que en muchos sitios la tasa de personas sometidas

a penas privativas de la libertad aumenta), las alternativas tampoco reducen la tasa de

reincidencia, no son necesariamente más humanitarias ni menos costosas. Pero lo

principal es que el sistema de control penal se ha convertido en un “monstruo” más

grande e intrusivo. “Las diversas alternativas nos habían dejado con unas redes distintas,

más amplias, y más fuertes”, que permitían atrapar “peces” más pequeños, sujetos y

comportamientos que antes escapaban al control efectivo. Las “redes” son más

“anchas”, incremento del número de desviados atrapados en el sistema, más “densas”,

incremento en la intensidad de intervención en los desviados viejos y nuevos, y

“distintas”, nuevas formas que complementan y no reemplazan los sistemas de control

originales. A la vez el control se difumina, se hace menos visible y así el castigo logra

una mayor penetración en el cuerpo social. Las nuevas instancias de control servirán

para transformar a la sociedad en un “archipiélago carcelario” (la expresión es tomada

por Cohen de Michel Foucault), ampliado y diversificado gracias a recursos,

inversiones, ingenuidad, tecnología e intereses personales. Frente a esta realidad, Cohen

nos indica que en el núcleo del sistema (y entre los profesionales interesados), hay un

único mensaje dominante: todo va bien, los errores serán rectificados con más de lo

mismo: más tratamiento.

Lo cierto es que la cárcel no desaparece y la idea de prescindir de ella tiene, en las

políticas penales concretas, el efecto de respaldar la ideología resocializadora que la

sustentaba a pesar de su manifiesta imposibilidad de realizarla. Esto sonaba a “foucaul-

tiano”, y ciertamente el pensamiento del autor francés permite pensar que esta amplia-

ción de alternativas no era sino el triunfo de la sociedad disciplinaria, en la que el con-

trol estatal –y comunitario– aumentaba con el consiguiente aumento de “expertos” en

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distintos tipos de medidas y, lo que era peor, con un aumento incluso mayor de los so-

metidos a las mismas.

Ello nos obliga a ver al propio Cohen como un (o el más importante) criminólogo

crítico y por ello abolicionista, pues él suma una visión libertaria a esa mezcla de origen

a lo que él mismo reconoce como “una excitante combinación intelectual" entre teoría

crítica y marxismo de la nueva criminología.

La relación de Cohen se da no solamente con el pensamiento de Foucault, sino también

con el de los autodefinidos como abolicionistas. Mantendría entonces estrechos lazos

con autores como Hulsman o Christie, y también escribiría importantes artículos con

esta perspectiva.

Muchos de ellos serían compilados en 1988 en su Against Criminology, publicado en

New Brunswick, NJ, por Transaction Books.

Esta “anticriminología”, necesariamente hecha “desde adentro”, como el autor no se

cansa de repetir en ese libro, se produce en el momento de la llamada “crisis” de la

criminología crítica. Una crisis propiciada por el alejamiento de las posiciones dogmáti-

cas, de aquellas que se creen poseedoras de una verdad inmutable. Pero que podía llevar

a aquello que Cohen denunciaba, en el artículo de 1980 "Footprints in the Sand: A

Further Report on criminology and the sociology of deviance in Britain" In: Fitzgerald,

M., McLennan, G. & Pawson, J. (eds) Crime and Society: Readings in History and

Theory, London: Routledge (unas sutiles “Huellas en la arena” que integrará al libro que

comento), como una “obsesiva autorreflexión” sobre los postulados teóricos, epistemo-

lógicos y políticos que en definitiva es poco propicia para la acción transformadora.

Por el contrario, en Contra la criminología Cohen reflexiona y realiza aportes

ineludibles para los abolicionistas, siendo probablemente un de quienes más influyó

para sistematizar estas ideas, tan influyentes en esa década. Stanley Cohen prologó y

editó una muy importante compilación de textos abolicionistas (que se tradujo como

Abolicionismo penal, coordinado por Mariano Ciafardini, Lilián Bonanza y Alejandro

Alagia en Buenos Aires, por EDIAR en1989).

En toda esta década Cohen no dejaba de estar presente en los debates europeos y

americanos, pero había fijado su residencia, desde 1980 en Israel, donde había sido

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designado director del Departamento de Criminología de la Universidad Hebrea de

Jerusalén.

Allí estaría hasta 1996, año en que regresa como profesor distinguido de la London

School of Economics, desde donde sería figura determinante para los estudios

especializados de esa casa en derechos humanos.

Precisamente en su estancia en Israel escribiría importantes artículos como el muy

citado "Intellectual Scepticism and Political Commitment: The Case of Radical

Criminology", Institute of Criminology, University of Amsterdam, (traducido por

Máximo Sozzo en 1994 “Escepticismo intelectual y compromiso político: la criminolo-

gía radical”, en Revista Delito y Sociedad, nº 4-5, Buenos Aires: Universidad de Buenos

Aires).

Pero también como parte del compromiso que Stanley y su esposa Ruth manifestaron

con los derechos humanos en el marco muy difícil de conflicto palestino-israelí, publicó

en 1991 "Talking about torture in Israel", en revista Tikkun, 6(6): 23-30, 89-90.

Valientemente señala que el Estado puede perpetrar horribles delitos, constatación que

será crucial para revolucionar, otra vez, el pensamiento criminológico.

En 1993 da comienzo a sus publicaciones que abren una nueva mirada para la

criminología, que se posará sobre los geocidios o masacres, sobre los delitos más graves

que puedan pensarse y sus condiciones de posibilidad. Publica ese año "Human rights

and crimes of the state: the culture of denial", Australian and New Zealand Journal of

Criminology, 26(2): 97-115 y en 1996 el artículo “Crímenes estatales de regímenes pre-

vios: conocimiento, responsabilidad y decisiones políticas sobre el pasado”, en Revista

Nueva Doctrina Penal, 1997/B, Buenos Aires: Editores Del Puerto, 1997, traducido por

Mary Beloff y Christian Courtis).

Pocos autores tienen el privilegio de aportar tres obras imprescindibles para el

pensamiento criminológico. Stanley Cohen lo consigue cuando en 2001 publica States

of Denial: Knowing about Atrocities and Suffering, editado por Polity Press (y traducido

como Estados de negación. Ensayo sobre atrocidades y sufrimiento, Buenos Aires,

Departamento de Publicaciones Facultad de Derecho UBA y British Council Argentina,

2005).

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Dentro de la perspectiva denominada del “aprendizaje”, Gresham Sykes y David Matza

en el artículo “Técnicas de neutralización” de 1958, indicaban que no sólo el

comportamiento criminal era aprendido sino que también se aprendían una serie de

justificaciones de la conducta desviada que hacían posible inhibir o “neutralizar” los

mecanismos de control social que imponen determinados valores culturales. Las

principales de estas técnicas se relacionan con la “negación” (de la víctima, del daño, de

la responsabilidad). La aplicación de estas ideas a las violaciones masivas a los derechos

humanos le resulta de mucho provecho a Stanley Cohen para hacer una verdadera

“sociología de la negación”. Ello será necesario para analizar cómo fue –y es- posible

que se practiquen “atrocidades” sobre grandes masas de seres humanos, así como los

mecanismos para hacer posible tras esos hechos una convivencia que asuma ese terrible

pasado sin olvidar a las víctimas. En la primera parte del ensayo el autor demuestra

haberse sumergido en los conocimientos de psicología individual y social, los cuales

serán fundamentales para saber cómo opera la “negación” del propio hecho, de su

interpretación o de sus consecuencias. Esta técnica de defensa es operada tanto desde las

víctimas como desde los perpetradores y los testigos o espectadores que, con su

pasividad, permiten que la atrocidad suceda. Lo perturbador del asunto es que los

individuos, sociedades o Estados no son engañados o impedidos de conocer la realidad,

sino que son ellos mismos los que propician la negación. Tras ese punto, Cohen realiza

un análisis estructural sobre cómo opera la negación, en los distintos niveles, para

permitir y justificar las violaciones a derechos humanos.

También el autor incursiona en la evolución operada en diversos procesos

“transicionales” (en especial da cuenta en el libro de experiencias en la Europa post-

nazi, en Sudáfrica, en el Este de Europa post-soviético y en Latinoamérica) que

provocaron cambios en el derecho internacional. No sólo hace hincapié el autor en la

operatividad de los discursos oficiales del olvido, sino que también menciona las

paradojas de los cambios provocados por quienes luchan contra esos discursos,

principalmente las víctimas, y de las mismas burocracias de los derechos humanos,

tanto no gubernamentales como de tribunales internacionales. El capítulo 9 se dedica a

los distintos modelos de superación de la negación para conocer el pasado de regímenes

violatorios de derechos humanos (comisiones de Verdad, juicios penales,

compensaciones, homenajes o amnistías). Si bien la agenda de los primeros momentos

llevaba a privilegiar la tarea de “reconstrucción” y fortalecimiento del sistema

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democrático, habría una estrategia postmoderna de sobre-reconocimiento y una

verdadera industria de la memoria. Las consecuencias de ello dificultan la estrategia de

la negación y parecen ser más bien inofensivas, aunque pueden tener efectos perversos.

Cohen advierte que “negar los horrores del pasado es inmoral, pero presentar disculpas

colectivas por el pasado a grupos enteros (o a sus representantes en la tierra décadas

después o incluso siglos más tarde) es ridículo”.

En este libro la voz “Imágenes” vuelve a aparecer aquí en sendos capítulos dedicados a

las representaciones del sufrimiento actual y sus manipulaciones y agotamientos,

también posibilitadores de un ocultamiento por sobre-exposición. Los cambios

culturales más recientes nos llevan peligrosamente hacia una nueva cultura

individualista de la negación, que coexiste con una salvífica conciencia de que se sabe

lo que pasa. No obstante, las imágenes permiten primero el reconocimiento, y luego la

acción y la intervención. Sobremanera con respecto al presente, pero también con el

pasado, creo que un verdadero proyecto de “vencer la negación” debe tener en cuenta

las complejidades apuntadas en esta parte del libro.

El final deja en claro que si el autor tolera los compromisos que hacen posible la

negación personal, no cree deseable limitar el conocimiento político sobre las

atrocidades, al que estima indispensable para que no se repitan. Su principal denuncia es

contra la indiferencia frente al otro, contra la negación del otro en su calidad de ser

humano. Las negaciones individualistas y hedonistas son, unidas a los reforzamientos

identitarios que hacen los Estados nacionales, las que facilitan la indiferencia cuando se

vulneran los derechos humanos de los que no son como “nosotros”. La visión política

de Stanley Cohen se decanta, entonces, contra la negación y por la justicia social para

lograr un mundo sin atrocidades ni sufrimientos.

Este es quizás el mejor legado que nos deja este gran hombre. Un enorme académico,

pero antes que nada una buena persona. Un ejemplo en donde mirar iconos, ídolos y

símbolos de carne y hueso.