sin historial - lissa dangelo

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Page 1: Sin Historial - Lissa Dangelo
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Anaya Sonnenschein, tiene 24horas para encontrar a su mejoramiga. Mil cuatrocientos cuarentaminutos para presentarse ante ella yochenta y seis mil cuatrocientossegundos para destruir el régimende La Grata, una sociedad perfectaconstruida sobre la falta derecuerdos, de pasado y de hombres. En este viaje, Anaya descubriráque las mentiras y engaños sí traen

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consecuencias, y aun cuando elreloj marque las doce y todas lasmentes se formateen... ella seguirárecordando

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LISSA D'ANGELO

Sin historial

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Seleer

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Sinopsis

Anaya Sonnenschein,tiene 24 horas paraencontrar a su mejoramiga. Mil cuatrocientoscuarenta minutos parapresentarse ante ella yochenta y seis milcuatrocientos segundospara destruir el régimende La Grata, una

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sociedad perfectaconstruida sobre la faltade recuerdos, de pasadoy de hombres. En este viaje, Anayadescubrirá que lasmentiras y engaños sítraen consecuencias, yaun cuando el relojmarque las doce y todaslas mentes se formateen...ella seguirá recordando

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Autor: D'Angelo, Lissa ©2012, Seleer ISBN: 9788494113086 Generado con: QualityEbookv0.73

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Sin historial TÍTULO original: Sin historial Lissa D'Angelo, 2012 Retoque de cubierta: Rocy1991 Tengo veinticuatro horas paraencontrarlo. Mil cuatrocientoscuarenta minutos para presentarme.Ochenta y seis mil cuatrocientossegundos para enamorarlo y sólo un

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beso para que me vuelva a olvidar.En una sociedad perfecta, donde nohay espacio para el rencor ni elodio; un mundo donde no tienestiempo para recordar, los engaños ylas mentiras no tienen efectossecundarios, ya que sólo basta undía para que los dejes atrás. Para Paulina Arancibia C-M. Mi loca, inteligente y positivaeditora. Este libro es fruto de tu paciencia.

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Gracias por creer en mí, porhacerlo real. ¡Ahora rodarás por las paredes! Me gustaría que mi escriturafuera tan misteriosa como un gato. Edgar Allan Poe

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00:00 «LOS hombres son sereslimitados; criaturas espantosas queamenazan contra la estabilidad deuna mujer. Siglos antes de suextinción, se podía reconocer a esasbestias por tres inmutablescaracterísticas: Impulsivos,seductores y tenaces.» Tengo que sacudir la cabeza, enun intento por aclarar mis ideas.¿La verdad? no sé si ayudará, perome parece mucho más útil que

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beber el agua de hierba que merecomendó Nissa, la encargada deadministrar las habitaciones delsegundo nivel. La descripción de los hombresque aprendí en la última clase deHistoria, no deja de darme vueltas.Obvio, sobre todo si has tenido lamisma clase los últimos tres añossin alterar un solo párrafo. Efectossecundarios de ser la única que noolvida, supongo. Además, está el asunto deAdelfried Levi, nuestra profesora

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de Historia. la que insiste en que lallamemos “Adel”, aunque nuncaresulta; quiero decir, es joven, peronunca tanto. En fin, Adelfried oAdel, tiene esta manía enfermiza deexplicarnos todo en tiempopresente. «Los hombres son monstruos,asesinos inclementes» Algo cierto, pero innecesario,Están extintos ¿no? Quiero decir,qué tan difícil puede ser usar elpretérito imperfecto. Ellos “eran” monstruos, ya no

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más; les hemos vencido. Me pareceque ya va siendo hora de que dejeel pasado atrás. Una ironía, sipensamos en el nombre del ramo:Historia. ¡Virgen! es tan repetitivaque, incluso puedo recitar susclases de memoria, lástima queMatemáticas, Química y Cienciasavanzadas no corran con la mismamaldición. Otra ironía. Hablando de Historia... Vuelvo a prestarle atención alcuaderno. Lo hago más porcostumbre que por otra cosa. Me he

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pasado los últimos quince añosactuando acorde a las apariencias, ycon esto no quiero decir que seasuperficial, sino que en realidad,estoy estropeada. Durante el resto de la tarde, matolos minutos trazando frases sincoherencia en mi cuaderno. Emil Cab, mi compañera decuarto, parece mortalmenteinteresada en la revista que hojeasobre su regazo y yo sonrío, porquees lo que se supone que se hacecuando se está feliz. Y lo estoy, en

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serio, pero lo estaré aún máscuando ella se duerma. Media hora después la puedo oírroncar, pero es tarde y como decostumbre, las dudas hancomenzado a adueñarse de mí. Sólopor si acaso me levanto de la silla,donde he estado balanceándomefrente a mi escritorio, y me dirijohacia mi cama. Pocos centímetros separannuestros catres, duerme a mi ladotan pacíficamente como lo haría ungatito si supiera cómo se ve uno,

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pero se me figura algo suave yaterciopelado que te provoca ganasde abrazarlo en cuanto lo ves. No losé, las enciclopedias que manejo nodicen mucho sobre el tema, nodicen mucho sobre nada de todosmodos. De nuevo, fijo mi atenciónen ella, su respiración es tanmelódica que, por un instante, casime permito confiar. Pero no soy tan estúpida. Así queespero unos minutos más, una vezque compruebo que Emil no se va adespertar, dejo los cuadernos y me

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preparo para huir de la habitación. Durante la última semana measeguré de orquestar un planmaestro y hoy por la mañana revisépor última vez los detalles mientrasel resto se preocupaba de terminaruna tarea que habían realizado porlo menos unas cien veces, comomínimo. Lástima que ellas no lo sepan... omás bien, es una desgracia ser laúnica que retiene tanta información.Retener es una palabra rebuscadaen nuestra sociedad, no para mí.

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Sopesé todos los pros y loscontras para una fuga perfecta. Misherramientas de trabajo seríanropas resistentes al frío de la noche,polvo de Valeriana, imprescindiblepara dormir a un adversario, y unreloj. No perdería tiempo acumulandovíveres, cada segundo esvaliosísimo. También había oído enclase de Ciencias Avanzadas que enel interior del bosque se encontrabala principal reserva de Sebiata. Sibien no es lo que se diría el fruto

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más sabroso del universo, tampocoes tan malo, una mezcla entremanzana y durazno, pero sin azúcar.Está bien... es nada sabrosa, pero almenos me mantendría hidratada ysin hambre. Mis manos están sudadas y hecomenzado a respirar más lento ycon dificultad. Maldición, sesuponía que estaría calmada ysegura, el problema es que mesiento todo lo contrario. He dejadola habitación atrás, la puertacerrada y las luces apagadas.

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Me he salvado por un pelo detropezar con mis cordones, en midefensa hay que admitir que lospasillos de La Grata son tanoscuros como los relatos que noscuentan en clase de Historia. Encada pared cuelga una imitación devela, sólo que en lugar de ceralleva un cristal parecido a undiamante y en vez de fuego, unacosa gelatinosa serpentea emulandosu forma. Solíamos usar velas reales, hastaque a una de nosotras le pareció

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buena idea prenderle fuego a sucabello. Por supuesto, yo nisiquiera había nacido en eseentonces, es sólo algo que oí un díaen los pasillos, de todos modosnadie lo recuerda. Lo cual estábien, no tienen que preocuparse porlos motivos que llevaron a alguien aquerer destrozar su cabellera, nilidiar con pesadillas relacionadascon, gatos, hombres y además elfuego. A diferencia de mí, pero esoes lo que sucede cuando estásaveriada.

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Sé que tengo poco tiempo antesde llegar al jardín, pero no logroevitar entretenerme viendo losretratos que cuelgan en lasexquisitas paredes de granito. Uno auno, los familiares rostros demujeres mutiladas me dan labienvenida. Es enfermizo loatractivo que me resulta esto.Quiero decir, son mujeres, al igualque yo, pero la diferencia es queellas fueron las mártires de otrostiempos, tiempos en que esasbestias extintas gobernaban nuestro

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mundo y hacían con nuestroscuerpos lo que se les antojaba. «Déjalo ir...» Hay uno en particular, quesiempre se ha robado mi atención. Es el de una niña ovillada enposición fetal, su cabello es delcolor del trigo y me hace pensar entardes felices bajo el sol. No tienemás de diez años y me han dichoque su nombre era Jennifer. Sé todosobre ella, desde la edad de sumuerte hasta la fecha en que nació.Conozco incluso los años que tenía

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cuando le llegó su período porprimera vez, ocho años, algoprecoz, pero no tanto como lo fue suembarazo. Diez años, diez años apenascuando se descubrió que había sidovíctima de violación, algo muyhabitual en ese entonces, segúnAdel, nuestra profesora de historia,este hecho consistía en quedar a lamerced de estas bestias, impedidade todas las facultades físicas.¡Estos demonios te sometían a suvoluntad para satisfacer sus

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placeres!. Jenny rondaba los oncecuando su pequeña hija nació para,segundos después, morir. De sólopensar en eso se me revuelven lastripas. Tengo varias palabras paradescribir esta emoción, peroninguna de ellas se me permitedecir en voz alta. Ya es losuficientemente malo que la palabra“maldición” se me escape enmuchas ocasiones de manerainconsciente. Ahora estoy enojada, no hayforma de evitarlo, puedo verlo tan

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claramente: la pobre e inocenteJennifer, tan ingenua, tancondenadamente buena. ¿Habrágritado? Desde luego que sí, debióhaber implorado piedad, incluso,por la fuerza que reflejaban esosojos grises, estoy segura de que sedefendió. Aunque no le sirvió demucho, aquel ser ruin la tuvo a sumerced en cosa de segundos. Es probable que primero lasometiera con un zarpazo de susgarras en la zona de su espalda osencillamente utilizara esa voz

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mortalmente grave y seductora, dela que nos advertía Adelfried. Lo que más llama mi atenciónsobre esta historia no es el acto ensí, que es abominable por supuesto,pero lo que caló mi alma en elmomento en que lo supe fue lacerteza de que Jennifer tuvo quequedar embarazada y de pasoperder a su bebe, para que lasociedad decidiera hacer algo. Ni siquiera justicia, sólo algo. Quiero decir, ¿y si no hubierapadecido un desarrollo precoz? ¿Y

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si le hubiera llegado su período alos quince o trece como el resto delas mujeres? ¡Cuántos años máshubiese tenido que soportar de esosabusos! Otra cosa que no encaja en todoesta asunto y que me llena de rencores el origen mismo del embarazo.Somos mujeres, nos reproducimosentre nosotras mismas llegada lahora, ¿Cómo demonios pudo unaviolación influir en la precipitacióndel ciclo fértil por más de cincoaños? No podemos fecundar hasta

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llegados los diecisiete. La vibración en mi pecho meobliga a devolver mi atención alpresente. Una vez que saco el relojque llevo en el bolsillo, ésta seacaba, pero mi mal humor sigueestando ahí. Son las once concuarenta y siete minutos. Si no medoy prisa me atraparán. A pesar de todo, estar estropeadatiene sus ventajas: tengo muchospuntos a mi favor que el resto delos habitantes de La Grata no. Dejo atrás el pasillo de los

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retratos y ¡alabada sea la Virgen!por fin he llegado a la escalera. Me aseguro, por algo así comosexta vez, que nadie me siga. Noveo a nadie, así que cuando bajolos escalones lo hago de dos endos, reduciendo así a la mitad lasoportunidades de que alguna tablacruja. Supongo que podríanreemplazarlas por unas de materialmás sólido, o incluso alfombrarlas,pero ¿qué gracia tendría entonces?De este modo si alguna de nosotrasintenta huir pueden oírla, y no es

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que alguien lo intente alguna vez.Este lugar es pura perfección, razónpor la que se acrecientan muchomás mis dudas. Al final, consigo salir. El jardínes enorme, el terreno en toda suextensión está cubierto de césped yvioletas, y bajo el baño de plataque le da la luz de la luna, inclusoparece cobrar otro tipo de vida. Podría comenzar a correr por elcésped corto y húmedo, peroactivaría cualquier especie dealarma. Ya una vez vi una película

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donde la protagonista comenzaba acorrer a toda velocidad para huir deLa Grata y ¡BOOM!, se activabanlos sensores de movimientorebanándola en varios trocitos decarne semi chamuscada. Dudo que La Grata mantenganiveles de seguridad tanextremistas. A veces exagero ycomo dije antes, nadie nunca intentahuir de este lugar. Excepto yo. Peroeso no es culpa de ellas, sino mía,por estar estropeada.

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Un sutil sonido llama mi atención,es un crujido como el de una ramaal romperse, pero no se trata deeso... lo sé. No sé cómo, perosencillamente lo sé. Son casi lasdoce. A esta hora nadie está fuerani remotamente cerca de las puertasde la ciudad, a excepción de lasguardias. Si pudiera dar alguna explicaciónpara el origen de ese sonido,seguramente lo más probable es quedijera que se trata de un Alíenaterrizando en nuestro bosque.

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Conozco los Alíens, al menos losque vendía la industriacinematográfica siglos atrás antesde que los televisores fueranreemplazados por DG-7 y lasactrices por réplicascomputarizadas. Al final, supongo que fue lo mejorpara todos: los artistas ahorrabandinero en operaciones y vivían másfelices. Las actrices vendían losderechos de propiedad de la imagende sus cuerpos, de ese modo si elpapel requería un aumento o

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disminución de peso, no debíancaer en dietas extremistas. De paso,así, cientos de adolescentesevitarían caer en trastornosalimenticios para asemejársele a laestrella objeto de turno. Cuando giro la esquina endirección al estanque, cerca de lapuerta principal, sé que no estoysola. He notado que el crujir deramas me acompaña desde haceminutos y lo peor de todo es que séque no se trata de un extraterrestre,porque no existen.

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Estoy temblando y no es debido alfrío... sé que los hombres tampocoexisten, pero aún así no dejo depensar en que una criaturahambrienta de carne, sangre y algomás se abalanzará sobre mí ydrenará mi alma. Cierro misparpados esperando lo peor, sinembargo al alzar mi rostro, todo loque veo es el rostro de Adelfried,lo que es aún peor. Pequeños restos de maquillajebordean sus ojos azules y su piellechosa luce igual que la

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descripción de las ninfas en loslibros de mitos y leyendas. Traeunos anchos pantaloncillos de sedadel color de la sangre y su cabellonegro cae trenzado sobre su hombroderecho. «Me han pillado», gritémentalmente. —¡Anaya Sonnenschein!, ¿tienesidea de lo tarde que es? La verdad es que no, pero meencantaría saberlo. Lástima que nopueda sacar mi reloj en presenciade ella, sería demasiado delator.

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Otra cosa que me preocupa es queme ha llamado por mi nombre enlugar de hermana, esa es su formade decirme que estoy metida engrandes problemas, y sé que eso estodo lo que dirá esta noche. —No podía dormir —le digo.Como respuesta deja mucho quedesear, pero es lo primero que seme vino a la mente, mientras tantolos minutos corren—. Lo siento. —Un lo siento no solucionaránada, acompáñame Anaya —la vozsale de forma cortés, al igual que

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sus facciones y el gesto que pone alestirar su palma para ofrecérmelacomo si se tratara de la entrada alparaíso; pero yo sé lo que hará,tendré que acompañarla a mihabitación, con la amenaza de sercastigada al día siguiente. Sesupone que mañana despertaría sinrecuerdos ni castigo, sin memoriasdel día anterior y desde luego, conveinticuatro nuevas horas paraaprender de mis errores, los queseguiría sin conocer. Pero esto no se aplica a mí que, a

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diferencia del resto de las vivas,tengo un cerebro dañado, no lografuncionar como el de una mujernormal, que en lugar dedesprenderse de los recuerdos losmantiene arraigados,manteniéndome atada al pasado,incapaz de avanzar, convirtiéndomeen lo que soy: un bicho raro. —Está bien —respondo, pero hecomenzado a contar en silencio. «Cuarenta y siete, cuarenta yocho, cuarenta y nueve...» Justo cuando llegamos a la puerta

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de la entrada las campanas de laplaza central comienzan anunciarlas doce, y en un gesto desesperadole lanzo todo el polvo de Valerianaque hay en el saquito que escondoen mi bolsillo, mis manos quedanpasadas a Valeriana, horrible ypenetrante, como queso curado. Estan chocante que me quedo inmóvil.Adel cae inconsciente sobre lasbaldosas y cinco segundos despuéssu cuerpo comienza a sufrir unosespasmos. Sé lo que sucede, elmicrochip en su cerebro está siendo

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formateado, lo que me deja consólo cincuenta y cinco segundospara huir de ahí, antes de que unavigía nos encuentre. Yo tomo esaoportunidad como un regalo delcielo, aunque dude mucho de laexistencia de la Virgen y la usecomo mero tecnicismo. Subo laescalera corriendo hasta quefinalmente doy con la puerta de mihabitación. Está cerrada y comienzo adesesperarme hasta que recuerdoque escondí la llave en la tarjetita

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que cuelga en su interior. Unacaricatura a mano alzada adorna latapa. Emil y yo lo hicimos, aunqueella no tiene imágenes de esa vez,como tampoco de muchas otrasactividades.. Saco la llave adheridacon cinta sobre la tarjeta y meapuro en abrir la puerta. —¡Maldición! —suspiro,dejándome caer sobre la cama,mientras espero que mi respiraciónse normalice y hago lo posible porencontrar un lado bueno de mifallido intento de huída. Al menos

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la hermana Adel no lo recordará...

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01:00 LA mujer es fuente de vida. Nace y es. Existe y coexiste. No hay nada superior a ésta y sinembargo, no se refiere a nada comoun ser inferior. Tengo la tentación de bostezar, dehecho la tentación es muy grande.Por fortuna Cecania se me adelantay lo hace varias notas más alto delo que yo, o cualquiera de lospresente se permitiría. Liese Odell, la única profesora de

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La Grata que es capaz de convertiruna cátedra en un cuento de horror,detiene su discurso sobre Religióny se voltea hacia mi compañera.Casi me siento culpable, yo soyquién debería estar cansada. No heconseguido dormir mucho debido ami frustrada fuga de ayer, peroluego recuerdo que Ceca suelehacer cosas como esta, molestar alresto, sacar de sus casillas a Liese. Ahora la clase completa seencuentra bajo un silenciosepulcral, distingo entre el montón

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los rostros de siempre, pordesgracia Jarvia Roth es la primeraque veo y, a pesar de que seencuentra en primera fila, soy capazde atisbar su sonrisa engreída sinperder detalle. Menuda suerte. Me resulta curioso que, con elpaso de los días, su carácter sevuelva aún peor, supongo que haypersonas que simplemente nacenpara ser malas, sin importar lasveces que vuelvan a empezar. Jarvia es el mejor ejemplo de que

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el formateo de la memoria es untema de basura. No recuerdadetalles, pero de la misma maneraen que yo me aferro a misrecuerdos, ella se aferra a sumaldad. Paso de ella y continúo conmi escaneo. En la fila de laizquierda contigua a la ventanaestán Martha Brooke y PatrinixAnouk como siempre juntas, susmanos entrelazadas por encima dela mesa y ese brillo en sus ojos quereflejan pura autenticidad. Algo se despierta en mi interior,

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conozco el sentimiento porque heleído sobre él, nadie sabe esto porsupuesto, ya que visitar labiblioteca está estrictamenteprohibido. Una regla estúpida si melo preguntan, quiero decir ¿Para quéotra cosa podrían tenerla? Porqueeso de que “se trata de unmonumento nacional“, no me lotrago. Sacudo mi cabeza, ignorando eldiscurso sobre respeto de Liese yvuelvo a posar mi atención enMartha y Patrinix, mi pecho se

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contrae. Es horrible lo mal que sesiente... no lo sé, es como si tuvieraun hueco repleto de concreto,porque ejerce una fuerte presión yse me hace difícil respirarlibremente. Me siento obstruida.Desgraciadamente las mismassensaciones, se repiten en micorazón. Martha ahora descansa su cabezaen el hombro de Patrinix y ésta hacomenzado a acariciar su cabellocon su mano izquierda, parecenperdidas en su propio mundo. Al

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igual que yo, no prestan atención ala profesora, sin embargo yo tengorazones muy distintas y es ahícuando el sentimiento sobre el cualhe leído comienza a canturrear enmi cabeza. «Envidia». Supongo que podríamos llegar aser amigas, si no tuviera la certezade que mañana me tratarían como auna más del montón. Nadie, aexcepción de nuestras compañerasde habitación puede desarrollar unamemoria a largo plazo, y ni siquiera

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es tal cosa, la verdad es que dichosrecuerdos consisten en mantenerinformación básica de la otra paraasí evitar interrogatorios, malosentendidos, hasta gritos colectivoscuando en cada amanecer, nosencontremos con una extrañadormida a nuestro lado. De modoque... sí, puede que nuestrascompañeras de cuartos manejenmás información, pero es algo asícomo una ficha básica sobre la otra:edad, nombre, etcétera. La amistad es una anomalía. Una

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extravagancia. Aunque en ocasionessí se da, como parece ser el caso deMartha y Patrinix. Da la impresiónque cada vez que despiertan se veny deciden que todo irá bien, que noimporta lo rápido que el relojmarque las doce, estándeterminadas a volver aencontrarse, conocerse... Dejo escapar un suspiro, esbastante idiota pensar así, yo soy laque está rota, no ellas. Ni siquieradebería juzgar, ellas están bien,siguen adelante, continúan con sus

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vidas. Aún así las envidio, porqueestamos destinadas a recordar lonecesario y mientras vamoscreciendo, nuestro cerebro añadedatos esenciales para actuar deacuerdo a la edad cumplida, de otromodo La Grata estaría llena deancianas actuando como niñas. Vuelvo mi rostro hacia Ceca,quien se sienta una fila por delantede la mía. Pese a que no somoscompañeras de banco, nos llevamosbien. Bueno, cuando no despiertacon aires de grandeza, aunque eso

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no pasa muy a menudo. CecaniaEgbert, es traviesa y divertida, nole tiene miedo a las reglas, pruebade eso fue su indecoroso bostezo enmedio de la clase de Religión, eneso se parece a mí, y lo cierto esque la prefiero cien veces más, antea la persona con quien comparto mipupitre. Emil, mi compañera de cuarto yclases, La veo más de lo quedesearía y en cierto modo es ellaquién me ha convencido de que miactuar está mal. Recuerdo la

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primera vez que la odié y con esome refiero a que estuve realmenteenojada; fue un día después de micumpleaños número ocho. Al ser micompañera de habitación, Emilestaba al tanto de esas fechas, comodije antes, las compañeras dehabitación retienen más datos sobrela otra que del resto de laspersonas. Yo estaba tan emocionada que enaquel entonces no estaba segura deser capaz de contener el sentimientoen mi pecho, Emil me había

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regalado un precioso llavero hechocon sus propias manos, de lana ydiente de león. Era magnífico, teníados ojos y una boca, no le hizonariz, porque no estaba segura de silos gatos tenían una o no, tampocoyo lo estaba, así que su regalo mepareció fenomenal. Por eso, cuando al día siguienteme preguntó qué era “esa cosa” quetenía en mis manos no pude hacerotra cosa que gritarle que semetiera en sus asuntos y me dejaraen paz. Fui todo lo madura que

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podía llegar a ser una niña de ochoaños. Lo peor fue que después deignorarla todo el día, y de paso,sentirme podrida, al día siguienteella despertó como si nada hubierapasado, de modo que mientras Emilvivía en su mundo de indiferencia,yo sólo acumulaba más y másamargura. Es por eso que prefiero aCecania, hablar con ella duelemenos, porque no la conozco losuficiente para que su falta de

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recuerdos me dañe. Emil encambio, sabe todo de mí y aún así,es como si no me conociera. Mirode reojo a Liese, sus mejillas estánatiborradas de carmesí, pura ira,tanta que casi puede olerse. —Lo siento —se excusa Ceca,pero la sonrisa de su boca la delata,escucho un suspiro cabreado y mirohacia mi lado, Emil por supuesto.No es un misterio para mí que no sellevan bien. En un momento llegué acreer que yo era la causa, que talvez... ¡Imposible!, no tengo tanta

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suerte y los celos son algo que Emilno conocería ni por error. —Que no se repita —le advierteLiese con una mirada preventiva,mientras dice esto su rostro meparece demasiado fino e infantilpara la crueldad que la caracteriza. A Ceca no le queda otra queasentir, bostezar en religión es casitan aberrante como rayar losretratos de nuestras mártires. —Bien, como les decía antes deque fuera groseramenteinterrumpida. La mujer es el único

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ser vivo tripartito: alma, cuerpo yespíritu. Renace de sus cenizas y escapaz de procrear por sí misma. —No sé qué mierda tiene que veresto con religión —me susurraCeca, girándose hacia atrás yestirando el cuello para que puedaverla. Tiene una linda tez, del colorde la canela y la arena seca. Amenudo me pregunto cómo sesentirá tocarla. ¿Será como la mía? Ahora que lo pienso, esto no esprobable. Yo soy todo lo contrario,tengo una piel blanca, tan blanca

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como la leche, por lo general traigomi cara cubierta por un centímetrode bloqueador, de otro modo mellenaría de ampollas. —Ni siquiera habla de Diosas. —Diosa —le corrige Emil ypuedo ver, por la forma en queretuerce el bolígrafo en su mano,que no le agrada para nada Cecania.Aunque esto último yo ya lo sabía. —Diosa —repite Ceca, moviendosus labios con torpeza y todavíasusurrando. Puedo ver que le cuestadigerir esa palabra, me pregunto el

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porqué. —¿Han tenido suficiente alláatrás? —reacciono saltando en mipuesto cuando distingo la voz deLiese, y esta vez, las tres enfocamosnuestra mirada en la pizarra y novolvemos a dirigirnos la palabrashasta que acaba la clase. Horas más tarde, mientras estirolas mantas para poder acostarme,vuelvo a pensar en lo que dijoLiese luego de ser interrumpida porel bostezo de Ceca. Tal vez sea

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cierto, oí su discurso tres veces enla última semana. De hecho, fueronsus palabras las que me impulsarona huir de La Grata. «La mujer es el único ser vivotripartito: alma, cuerpo y espíritu» Escondo mi cabeza bajo lasmantas, es un acto masoquista,porque hay cerca de treinta y cincogrados, pero incluso en tardes comoestas, cuando el sol se comportacomo un tirano e ilumina todo a supaso, me siento perdida en laoscuridad.

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—¿Aya, estás bien? —me llega suvoz desde la cama vecina y porpoco olvido que Emil se encuentraaquí, a mi lado, a escasoscentímetros de distancia, pero a lavez tan lejana como lo podría estarla constelación de Orión. Nunca hepodido ver bien la silueta en elfirmamento, pero según cuentan, élfue el primer hombre. —¿Aya...? Doblo mis brazos y piernas hastaquedar en posición fetal intentandoque el miedo no me invada, no está

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bien. Apenas y tiene sentido, perolas palabras de la profesora estántan latentes. Sólo Liese tiene el donpara enviarnos a casa conpesadillas aseguradas. Aunque quizás. No, pero... ¡joder!¿y si es verdad? ¿Y si realmente setrata de reencarnación? En sus palabras, la reencarnaciónsolía ser la creencia de que laesencia individual de las personas(ya sea mente, alma, conciencia oenergía) adoptaba un cuerpomaterial no sólo una vez, sino

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varias. Pienso en Emil, en Cecania,incluso la engreída de Jarvia y laspistas están ahí, todas frente a mí,aunque me duela aceptarlo. Es como si reencarnaran a diario.Hay veces en que son tímidas, alsiguiente día son osadas. Porsupuesto, esto no se trata de volvera vivir en un cuerpo diferente, sinodel mismo cuerpo, pero unapersonalidad distinta en cadaocasión. —No puedo creer esto —

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murmuro contra mi almohadanegando—, no lo acepto. Siento algo moverse junto a mí, esEmil y me hago a un lado porque laverdad es que no me molesta que seacomode junto a mí, a veces lohace. —¿Qué va mal? —pregunta y megustaría decirle que todo, que yoestoy mal, que el resto del mundome hace daño porque son felices,son felices sin mí y duele saber quepara el resto no eres nadie, duelesaber

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que eres tan prescindible como undiente de león y mientras siento unagota tibia deslizarse por mi mejilla,todo en lo que puedo pensar es enque necesito salir de aquí.

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02:00 CUANDO me despierto, estoysola. Ayer, mientras escuchaba a Emildormir y yo fingía hacer lo mismo,me pregunté si ella soñaríaconmigo. Creo que puede serposible, ella habla dormida, se ríe yde vez en cuando deja escapar unossuspiros. Quisiera que alguna desus risas fueran por mí, quisieraimportarle la mitad de lo que a míme importa ella.

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Con un suspiro largo me levantode la cama, si hubiera dormido lasocho horas que corresponden noestaría así de cansada. Hago unamueca cuando entro al baño de micuarto y veo mi rostro en el espejo. Tengo unas ojeras del tamaño demi boca. —Gracias Emil —murmurómalhumorada mientras cepillo misdientes, pero sé que no es su culpa,ella sólo fue a mi cama aconsolarme, a reanimar mi ánimo,bastante bajo por ser una maldita

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rareza. «Maravilloso» A veces hace cosas como esas,tiene gestos tan tiernos que mehacen pensar que tal vez merecuerde, que tal vez... sólo tal vezle importo. Pero no es posible. Además, no es culpa suya que yome pase las madrugadas alpendiente de su sueño, lo que dice odeja de decir, el modo en quearruga su entrecejo o incluso loshoyuelos que se forman en suredonda cara.

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Sacudo mi cabeza. Pensar en su rostro hace que lepreste atención al mío. Mala idea.Emil y yo somos polos apuestos.Donde ella es fina yo soy tosca, siella es blanco yo soy negro. Micabello es cobrizo, más cercano altono miel que al de una zanahoria.Tengo pecas por doquier, mejillas,nariz, hombros y espalda. Además,mis ojos son violeta como la pielde una lagartija, hay montones deellas en la Grata, grandes,pequeñas, de todos los colores

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posibles y las veo recorrer losmuros intentando alcanzar el sol,volviendo con mis ojos, tienen unsesgo anómalo en la zona dondedeberían formar una almendra, escasi como si hubieran queridoextenderse hasta salir de mi rostro,pero la línea natural de mifisonomía no se los permitió. De todos modos, la mayoría delas profesoras dice que soyhermosa, lo terrible del asunto esque se supone que todas lo somos,pero a mí no me parece así. Quiero

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decir, la cara de Jarvia se me hacefea, una vez lo admití en voz alta ytuve la mala suerte de queAdelfried me descubriera, ella meobligó a acompañarla a su oficinaen dónde me repitió, al menos diezveces que la belleza va por dentro. «Somos mujeres Aya y nuestraalma es lo más valioso. Adiferencia de los hombres quienes,a pesar de su aparente atractivo,solían ser seres malévolos y lanaturaleza siniestra de su alma fuelo que finalmente terminó por

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volverlos horrendos en el exterior» O lo que los transformó enbestias... Desvío mi rostro del espejo. A finde cuentas, mi cara no es algo queme importe, y menos mi frente, queparece dos veces más grande de lonormal. Me apuro en tomar una ducha ycuando regreso a mi cuarto soysorprendida con una bandeja con eldesayuno. —¿Y eso? —pregunto, porque apesar de que sé reconocer las

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tostadas y el jugo de naranja, no séqué significa aquel gesto. Generalmente, comemos todasjuntas en el comedor, nunca en lashabitaciones. —Es tu desayuno —me indicaEmil encogiéndose de hombros.Algo en sus ojos no va bien,probablemente sea idea mía, perode todas maneras le pregunto. —¿Te sientes bien? Emil se queda viéndome confusa,sus ojos celestes más sabios de lohabitual. Muerde su boca como

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dudando y camina hacia mí. Susmanos se mecen a sus costados yparece que quiere tocarme. Mepregunto el porqué. Observo su cabello rubio caerlepor un hombro, está húmedo aligual que el mío, sólo que yo lollevo varios centímetros más largo,rozando mi cintura; el de Emil selimita a un corte recto a la altura desus hombros. —Te has duchado antes que yo. —No —sus labios apenas se hanmovido para decirme eso. ¿Estará

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enojada conmigo? Eso sería algonuevo y también absurdo, no tantemprano al menos. Necesitaría deal menos una hora para generarrecuerdos y alguno de esos, tendríaque ser uno malo para que lahicieran molestarse conmigo. —¿No te has duchado o no tesientes bien? —No me siento bien Tal vez la golpeé mientras dormíay se cayó de la cama, esa pareceuna razón lógica. Salvo que cuandola vuelvo a mirar no luce para nada

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molesta sino triste. Sigue cerca demí y comienzo a preocuparme... —¿Por qué quieres tocarme? —lepregunto sintiendo mis cejas unirse.Emil eleva las suyas y abre su bocaen una gigantesca O. —No lo sé. —¿En serio? Ella asiente. —Parecía correcto. —¿Tocarme? —le preguntoasombrada, pero la curiosidadsupera la sorpresa inicial y meacerco a ella, quien se ha detenido

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justo a dos pies de mi cama, dondedejó la bandeja con mi desayuno. Tomo sus manos entre las mías,han comenzado a temblar. —¿Qué te pasa? Ahora estoy preocupada, hay unpequeño rubor en sus mejillas. —¡Tienes fiebre! —Seguro eseso, pero cuando me giro para salirde la habitación y buscar ayuda,siento su mano aferrándose a mibrazo y arrastrándome de vueltahacia ella, hacia su cuerpo yentonces tengo su boca sobre mí.

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Sus manos tan aferradas a mi pielcomo podrían estarlo dos piezasensambladas. Me alejo de ella,sobando la zona de mi mejilladonde sus labios dejaron restos desaliva. —No tengo fiebre —dice mordazcon su mandíbula en alto y esextraño el modo en que todo sucuerpo ha cambiado. Ya no pareceEmil, mi compañera de cuarto, sinouna cosa extraña que planeaabalanzarse sobre mí a la menorprovocación.

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Lo que me recuerda... —Emil —dudo, luego trago elnudo en mi garganta y empujo lapregunta fuera de mis labios, se lodebo—, ¡¿qué edad tienes?! Incluso antes de oír su respuesta,las cifras han comenzado a tenersentido en mi cabeza, las fechas, eldía de hoy. Su cumpleaños. —Diecisiete «¡No!», grita mi mente justocuando un cúmulo de imágenescomienza a transitar por ella, me

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digo que no es posible, que no esreal, salvo que lo es. Pillo a Emilllevándose una mano a la boca,tocándose. Joder, no. —¿Estás segura? Ella eleva una ceja. —Creo que estoy bastante segurade la edad que tengo. Lo que por silo has olvidado, me hace dos añosmayor que tú. ¿Qué anda mal contigo, Aya? Conmigo nada, a excepción de mihabitual desperfecto, Emil encambio... Rayos no, su cumpleaños

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no debía llegar tan rápido. Pestañea molesta mientrascomienzo a dar círculos por nuestrahabitación, su actitud tan... cercana,tan anormal. ¡¿De qué me sorprendo?! Ella yaha entrado en estado fértil, sesupone que actúe así. Son lossíntomas. Demonios. —¿Tienes algo que quierasdecirme? —pregunta aún irritada,asumo que es porque notó lacomprensión en mi rostro. No quiero que se sienta incómoda

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ni irritada, no quiero que se sientamal. Punto. Camino hacia ella sin pensármelodos veces y le devuelvo el beso. Esmenos fuerte que el de ella, noquiero que su mejilla quedemanchada de baba como la mía,pero el gesto se entiende. —Te quiero —le digo, porque séque mañana no lo recordará.Incluso cuando mis palabras lassiento de verdad, no las he dichopor ello, sino porque parece ser laúltima oportunidad que tengo para

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demostrarlo, no se trata de que yonecesite hacérselo saber, sino deque nos queda poco tiempo, sólosemanas o incluso días. Esto es por ella no por mí. —Pero, yo pensé... —¿Qué pensabas? —Esta vezestoy curiosa mientras que esperouna respuesta, pero su respuesta nollega nunca. Ella se lleva el dedo pulgar hastala boca y comienza a morder suuña, es un gesto que ha tenido desdesiempre. Antes creía que éramos

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iguales, si ella podía mantener elmismo tic nervioso de su uña porcada día que renacía, tal vezsignificaba que inconscientementeera capaz de recordar algo. Metomó ocho años comprender que nofuncionaba de ese modo. —¿Has dicho algo? —No, nada... Vamos a comer. —Aya, al menos vístete antes. Bajo mi vista hacia mi cuerpo,recordando que he salido de laducha con sólo una toalla. —Te olvidaste de mi cumpleaños

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—adivina Emil, una vez que me hevestido y comemos nuestrastostadas y jugo. —No es eso, sólo me tomaste porsorpresa. Se supone que yo debodarte regalos en tu día y no al revés. Se encoge de hombros como si setratara de algún tema trivial enlugar de su cumpleaños númerodiecisiete... —Sólo me levanté más tempranode lo habitual y convencí a lashermanas para que nos dejarandesayunar en la habitación —sonríe

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mientras me pone al día—. Les dijeque no me sentía bien, no erarealmente una mentira. —Lo sabía, ¿Te boté de la camamientras dormía? Ella deja escapar una risita. —No seas exagerada —se ríeentre dientes, algo inaudito en ella. —Emil —le advierto. —Sólo un par de codazos —acepta—, nada demasiado grave. —Sabes que tengo mal dormir, nodeberías colarte en mi cama. —Supongo que lo olvidé —No

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luce como alguien que ha olvidado. Se me queda viendo más tiempode lo normal, podría jurar querecuerda algo. —¿No estás nerviosa? —lepregunto, es un intento por cambiarel tema. No es sano para mícontinuar con las esperanzas de quealguien, aparte de mí, recuerdealgo. —¿Debería? —pregunta con vozfirme. Me doy cuenta, ha vuelto la Emilde costumbre, segura de todo y casi

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condescendiente. Por lo general esbastante impaciente, por lo que measombra ver que espere en silenciomientras que yo busco qué palabrasdecir. —Me refiero a si deberías tenermiedo por lo que te espera. Pues,no quiero asustarte, pero no tienesidea de qué rayos es. —Traer niños no es tan difícil, yasabes. Incluso Jennifer sobrevivió. —¿Olvidas lo que pasó con suhija? —¿Te preocupa más la bebe que

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yo? —Hay desazón en su rostrocuando eleva su voz. Yo niegorápidamente, porque he notado quesus cejas casi blancas comienzan ajuntarse. Jennifer es un caso especial, fuela madre más joven de la historia,pero su final no es bonito. Noquiero que Emil se enoje, peroalgunas cosas necesitan ser dichas. —Para ser sincera, lo que mepreocupa es tu falta depreocupación. Espero por su respuesta y cuando

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ésta llega, me deja sin habla, porunos segundos. —Es sólo reproducción, no veoporque armas tanto lío. Esta es una de esas ocasiones enlas que comenzaría a contaresperando el final del día, de losrecuerdos, los problemas, peroestoy demasiado molesta para serpaciente, así que llego al cien dediez en diez. «Setenta, ochenta, noventa...».Cuando finalizo, me doy cuenta deque es apenas de mañana, no

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llegarán las doce y, por mucho queesta vez añore como nada el reseteodiario, sé que éste no llegará. Frente a mí, Emil continúa intacta,observándome a la defensiva. —¡Es una vida! —escupo confuria, ya sin deseos de comer nibeber el maldito zumo de naranja. Reproducción y una mierda, setrata de traer una vida al mundo... aLa Grata, a los árboles, a la tierra.Se trata de una Emil pequeñitacorriendo por los pasillos. Lareproducción no es algo para

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banalizar al punto de rebajarnos alnivel de una mosca, y que meperdonen las moscas, pero Emilestá en un error. Me levanto de la mesaarrastrando la silla y casi medetengo cuando la oigo responderen un hilo de voz: —Una vida que no pedí traer.

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03:00 NO veo a Emil por el resto de latarde, en cambio me entretengo conCecania gastándoles bromas a laschicas de los niveles básicos. Ella es bastante buena con lasbombas de humo, sólo necesitarobar los cigarrillos de algunahermana y romper en trocitospequeños una pelota de ping-pongpara hacer magia asustandomocosas. Estamos todavía intentando

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reponernos del ataque de risa quenos provocó ahuyentar a esa rubiacuando la veo venir. Sus labiospintados de un carmesí exagerado ylos ojos tan verdes como los de unreptil. Nunca he entendido sunecesidad de usar tanta cosa en lacara, en serio... no tiene sentido. —Pero miren que bonito, un parde adultas asustando a las máspequeñas. ¿Muy maduro eh? —pregunta Jarvia, su voz monocordey chillona. En lo personal, no me considero

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adulta, apenas he cumplido losquince. Y esa ruba no tiene nada depequeña; la sorprendimos fumandoen el baño así que dejamos caer labomba por la ventana, de hecho,aterrizó sobre el retrete donde teníaapoyado su bolso. ¡Ni siquiera le dañó el cabello! —Metete en tus cosas —leadvierte Ceca, en cambio yo mequedo callada, más que nadaporque tiene razón. En honor a laverdad, Jarvia Roth generalmente latiene, lo que sólo logra que me

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caiga peor. —¿Mis cosas? —la aludidavoltea sus ojos, el cabello rojocayéndole por los hombros y unasdiminutas trenzas más largas que elresto de su melena, le rozan loshombros—. Estamos en La Grata,no hay tal cosa como las tuyas o lasmías. Si una tiene problemas, entoncestodas tenemos problemas. —En serio, si ese es tu modo dedecirnos que dejemos dedivertirnos, la empatía se te da muy

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mal. Cubro mi boca para no soltar unarisa, pero en serio, no es fácil. Lacara de Jarvia no tiene precio. —De todos modos, no veía paraeso, sino para avisarte a ti —meapunta con su estrafalario dedoíndice, lo trae tan lleno de anillos,que me pregunto cómo rayos no setuercen—, que tu compañera tenecesita. —Emil... —de formainvoluntaria, su nombre escapa demis labios en un hilo de voz.

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Rápidamente me repongo de lasorpresa y pregunto: —¿Qué pasa con ella? —Bueno, ahora sí estás másinteresada en oírme ¿Cierto? Ceca la toma del cuello antes deque yo pueda decir o hacer nadapara impedirlo. Luego, la azotacontra la pared tan duro que la ideade que pueda romper su cráneo seme pasa por la mente. Me asusto y pienso en intentarayudar, pero entonces recuerdo quese trata de Emil y necesito saber

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sobre lo que Jarvi está alcorriente... —Di lo que sabes de una malditavez —escupe Ceca y yo descubroque no soy la única que maldice. Jarvi balbucea algo sobre períodode gestación y ciclo fértil entreotras cosas, pero yo sólo heprestado atención acerca de que sela han llevado, en realidad nonecesito más información, séperfectamente a qué se refiere. Se han llevado a Emil porqueentró en estado fértil, al igual que

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todas nosotras al cumplir losdiecisiete. A mí todavía me faltandos años para salir de aquí, paraque me encierren, porque eso es loque hacen contigo. Aún cuando lohagan parecer como algo bueno, sonnueve meses en la gran torreapartados de todo, supongo quecuando no recuerdas el día anteriorla cosa no se hace tan larga aunqueno por eso, menos difícil. Para el resto es un día, sóloveinticuatro horas alejada, para míserán nueve meses sin saber de ella.

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A Emil se la han llevado parainiciar su período de gestación, esprobable que la vuelva a vercuando acaben esos meses. Pero estodavía más probable que no lavuelva a ver más.

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04:00 AL llegar, noto dos cosas. Loprimero es la falta de ventanas enlas paredes y lo segundo, es que nosoy bienvenida. Apenas han pasado veinte minutosdesde que Jarvia me dio ladesagradable noticia, podríahaberme tardado menos de haberperdido el tiempo escabulléndomepor el patio trasero, pisando laspetunias sagradas que cubren lastumbas de las mártires de otros

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tiempos. «Nota mental: cuando todo estecaos haya pasado, formular unaoración» La Grata cuenta con cuatrosecciones fundamentales, hacia elnorte, está la zona residencial, quees básicamente donde todasvivimos. La zona central, ahí seencuentran los focos deabastecimientos, el hospital,etcétera. La gobernación, ubicada alsureste del las residencias y porúltimo, los cuartos de iniciación,

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habitaciones donde dirigen a todaslas novatas. Estos están ubicados alEste y colindan con los jardinessagrados, también conocidas comolas “Puertas Divinas” y que llevanal bosque, lugar donde habitan todaclase de criaturas salvajes, lamayor parte de ellas hambrientas decarne humana. Por supuesto, los bosques estánmás allá del territorio permitido. Losé porque asistí a esa clase debiología por tres semestresconsecutivos, hay un montón de

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otras cosas que nos enseñaron, perosólo me aprendí lo que parecíainteresante. —No está en ti decidir eso —meresponde Elune Alexander, laencargada de las novatas, cuando lepregunto si Emil puede saltarse elproceso de fecundación. Se ha sabido de casos, AmbarMirto por ejemplo, solía hablar alos cuatro vientos de la fuerzafemenina y lo esencial que éramosen el desarrollo de la especie, almenos hasta que le llegó su turno.

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Cuando cumplió los diecisietesufrió una crisis nerviosa, aunqueyo lo llamaría locura. De todos modos, no permito queeso me desmotive, sé que hay otrasalida, siempre la hay. —¿De quién es la decisiónentonces? —No es cuestión de elección —aquí vamos de nuevo—. Traer unavida al mundo es algo mayor acualquier cosa que conozcas. Es loque somos, para lo que fuimoshechas. No es como...

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—No es como escoger un par dezapatos —la interrumpo y luegoañado—, o un grupo musical. Lopillo —pero la verdad es queconozco el discurso de memoria, noes primera vez que lo oigo, pero síla primera que me importa,realmente lo hace, más quecualquier otra cosa. —¿Entonces? —su voz es gentil,pero sus ojos no tanto. Suspiro yano tan confiada cuando veo unadeterminación desconocida en laexpresión de Elune.

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—Supongo que tampoco dependede Emil, ¿cierto? Es ahí cuando ella eleva susfinísimas cejas claras, lo hace tanalto que su determinación esreemplazada por curiosidad. Apesar de ser joven, como lamayoría de las mujeres en La Grata.Sé que es mayor de treinta porqueocupa este cargo desde que tengoconciencia y me doy cuenta de queno quiero seguir leyendo lasexpresiones de su rostro. Si bien noestá prohibido visitar las

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instalaciones, sí que lo está intentarsacar a una de las novatas. —Ya es hora del almuerzo —meavisa, pero sé que su intención estotalmente opuesta a lo literal de sufrase: haz el favor de retirarte. Loque tampoco está mal, quiero decir,comparado con las maldiciones quese me escapan de vez en cuando.Asiento como la chica normal queno soy y me doy la media vueltafingiendo avanzar hasta la salida delas instalaciones del centro. Cuando salgo, en lugar de

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juntarme con Ceca, quién quedó deesperarme en el comedor paracontarle la actualización de lasnoticias, me quedo escondida entrelas petunias, están tan crecidas queme cubren por completo, lo que meviene muy bien, porque soy bastantegrande. —Hay una salida —murmuropara mí—. Tiene que haberla... Pese a que las flores alcanzancasi el medio metro, temo que,debido al color cobrizo de micabello, éste resalte entre el follaje.

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Es como la miel, en definitiva paranada similar al morado-rosa de lospétalos o el verde de las hojas ytallos que me rodean, por lo que meentierro todavía más entre lasmatas. Horas más tarde, cuando por fincae la noche y mi estómago ya hacomenzado a sonar, salgo de miescondite. Sacudo el barro que se haadherido a mi cara, camiseta,rodillas del pantalón, y uñas, peroéste continúa ahí, tan pegado que no

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sé si podré sacarlo alguna vez. De repente oigo unas voces,vuelvo a mi pose anterior y observoa Elune y otras enfermeras salir porla puerta, no usan su habitualdelantal color lavanda, sino ropa detrajín. Supongo que, por la hora,eso es normal. Ya debe haberacabado su turno. Meto la mano en mi bolsillo ysaco el reloj. No ha vibrado, lo quesignifica que aún tengo más demedia hora, pero de todos modosveo las manecillas del reloj.

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21:10 La población de nuestra ciudadtrabaja desde muy temprano, paraaprovechar cada hora del nuevodía. Hay tanto por hacer. En algúnmomento me pregunté cómo rayoseran capaces de recordar tantainformación respecto a susrespectivas profesiones y no sercapaces de mantener lazosemocionales perdurables a travésdel tiempo, recuerdo que cuando fuicapaz de hacer esa pregunta enclases, quedó todo en silencio,

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cómo si esa omisión fuera enaprobación a mi osadía. Segundosdespués, estallaron en preguntas. Sobra decir que ni la propiaAdelfried, «Adel», me corrijomentalmente, tuvo respuestas paraeso. En todo caso, no me preocupa, noes algo que me afecte directamente,hay cosas que sencillamente notienen explicación, como laexistencia de una Diosa... o lasupuesta existencia del “LibroSagrado”, jamás he visto uno, lo

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poco que he leído se resume alibros históricos y un fragmentoperdido de los gatos monteses. En cuanto las veo desaparecer,me apresuro en ingresar a laconsulta. El pasillo donde merecibieron antes se encuentraoscuro, me sorprende que no hayancerrado la puerta, pero de nuevo¿Quién sería capaz de ingresar acásin permiso? Sólo alguien jodidamenteestropeada, como yo por ejemplo. Mis pasos hacen crujir la madera

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del suelo, pero no me importa, sime atrapan fingiré que me perdí, omejor aún, que me duele la barriga. Lástima que esta no sea laenfermería, sino los cuartos deiniciación, pero se parecenbastante. Olor a antiséptico,mujeres con delantales. Retengo el aire cuando mi caminotermina y me encuentro frente a dospuertas enormes forjadas en hierro,imagino que tras ellas hay un sinfínde posibilidades: un túnel negro, ovarias camillas con chicas

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descansando, Emil entre ellas. Sujeto la manilla con fuerza, noabre, pero vuelvo a intentar. Al otrolado puede estar Emil, creo queestá. Tengo un presentimiento, unofuerte. Es probable que sea unefecto secundario de mianormalidad, o también, puede queesté loca. Adel dice que la locura es unmito, como el “Libro Sagrado” ocomo la bondad de los hombres. Sacudo mi cabeza dos segundosdespués de darle a la puerta con mi

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pie. —¡Por favor! —grito intentandoabrir, porque quiero ver a Emil,necesito decirle tanto. Ella tieneque saber que lo siento, que no laculpo por no desear ese bebe.Tengo que pedirle perdón, no sépor qué, pero tengo que hacerlo. Yme doy cuenta de que estoyllorando. Me resulta extraña la forma enque mi cuerpo funciona, norecuerdo haberme golpeado, aexcepción de mi pie cuando chocó

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contra el hierro de la puerta, pero nisiquiera dolió y sin embargo, nopuedo dejar de llorar, mientras mismanos golpean el metal y mi pechose deshace en gritos, sigo llorando.Cuando algunas de las encargadasdel centro, sienten el caos, seapresuran en llegar hasta dondeestoy, pero no me importa. No me interesa que me vean acá,ni lo que puedan decir o hacer,porque mañana nadie recordaránada de esto. Nadie me criticarápor lo que sucedió, nadie salvo mi

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corazón, que sigue llorando yardiendo de culpa, porque es miculpa. No sé cómo ni por qué, pero dealgún modo, es como si Emilestuviera mucho más indefensa queyo, a pesar de ser mayor. —¡Aya, ven! —me apresura unadesconocida, aferrándose a mibrazo, es demasiado pequeña paratratarse de Cecania, quien es varioscentímetros más alta que yo, ydemasiado amable para ser alguiende la gobernación.

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—¡Déjame! —le grito. Su toqueme ha provocado repulsión y suvistoso maquillaje me provocaarcadas, pocas cosas provocan estoen mí: los perros y la leche, peroesto último es por mi intolerancia ala lactosa, lo de los perros aún nome lo explico. Es una pena, porquees la única mascota que nospermiten tener. Mis arcadasregresan cuando veo a Jarviasonreírme satisfecha—. ¿Quéquieres? No me seco las lágrimas que

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surcan mi rostro, no me davergüenza llorar, sino mentir yrobar, pero de todos modos lo hagotodo el tiempo. Miento para parecernormal y robo las memorias delresto, si a ellos no les importamantenerlas, no veo porqué lesimportará que las yo las conserve. —¿En este momento? —Girahacia el pasillo, donde unos rayosdorados comienzan a serpentear.Maldición, ahí vienen con suslinternas otra vez—. Salir de aquí,luego... pues no me molestaría que

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me dieras las gracias. Pero loprimero es lo primero. Y lo siguiente que sé es que estoysiendo arrastrada del brazo porJarvi, algo difícil cuando le llevovarios centímetros de ventaja, perolo más increíble es que confío, dealgún modo ya no me molestaescucharla. Tal vez sea porque notengo nada que perder. Nos detenemos frente a una puertade cristal, cuando me acerco con laintención de tocarla, Jarvi medetiene; a continuación sujeta mi

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mano y niega. Estoy lista pararesponderle algo rudo, porquepuedo estar aceptando su ayuda,pero justo cuando me apresto aabrir la boca ella saca un fierrito dealgún lugar imposible entremediode su escote y lo mete en lacerradura de la puerta. La maldita cosa se abre y casipuedo oler el perfume de Emil en lahabitación.

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05:00 CUANDO el pórtico se abre, casipuedo oler el perfume de Emil en lahabitación. Me detengo e inhalomás profundo mientras cierro losparpados saboreando el olor. Y así,aún con los ojos cerrados, soycapaz de ver su rostro, tambiénpuedo sentir la suavidad de su pielbajo mis dedos, porque en misrecuerdos ella es suave como laseda y cálida como las mañanas enverano.

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Sin embargo, por detallados quesean mis recuerdos, no puedocambiar lo real, lo tangible, y eneste mundo palpable, cuando abromis ojos no veo señales de Emil.Pero estuvo aquí, lo sé, la fraganciaa hierbas así me lo dice. Contengo mi decepción cuandonoto pánico en los ojos de Jarvi. Yen estos momentos quiero decirleque su ayuda es una mierda, quieromaldecir sin importar lo que ellapiense, pero sobre todo, quierovolver a llorar y ahora, mientras

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empuño mis manos a mis costados ysiento el interior de mi narizcosquilleando por contener mitristeza, sucede lo imposible. Jarvi se lleva las manos a la bocaluciendo asustada, pidiéndomesilencio y por segunda vez enmenos de veinticuatro horas, yo lehago caso, porque la verdad es queno se me ocurre, pero guardarsilencio parece una mejoralternativa que comenzar a llorar. Siento ruidos en el exterior, hanvenido más personas. Saco el reloj

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de mi bolsillo, sólo para darmecuenta de que no hay nada, no entroen pánico, ya que no debe ser tantarde si aún quedan guardianasdiurnas por aquí. Existen personas, como lasguardias por ejemplo, que manejanlos horarios a la inversa que elresto de nostras y en lugar de quesus cerebros sean formateados a lasdoce de la noche, son formateadas alas doce del día, Por supuesto,trabajan por turnos, estas porejemplo, son diurnas, lo sé por el

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sonido de sus pisadas. Si se tratara de guardiasnocturnas, apenas y las oiría, soncomo sombras, no las ves, ni lassientes. Me he encontrado convigías, como solemos llamarlas, enuna de mis noches de insomnio, fuehace mucho tiempo, pero algorecuerdo... Esto de ser una chicacon fallas, tiene más cosas malasque buenas, sin embargo, pero unade las cosas positivas es que puedocuestionarme todo, a decir verdad,tampoco es tan bueno, ya que jamás

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encuentras respuestas y menossentido a nada y al final del díatermino sumida en una depresión. Las pisadas resuenan cada vezmás fuerte sobre las baldosas y elsonido desencadena en mí una seriede emociones. Primero, miedo, porsupuesto, sé que si me atrapan acá,estaré en serios problemas, peroluego razono de que no estoyrealmente segura de qué tan serioséstos puedan ser. Vale, me atrapanen propiedad privada después deltoque de queda ¿Y luego qué?

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Lo que me lleva automáticamentea mi siguiente emoción, curiosidad.Por lo general no soy entrometida, apesar de que sé más cosas que elresto, he vivido mi vida intentandoignorar lo que no parece correcto,lo que no luce normal, pero en esteinstante, mientras escucho laspisadas acercarse y mi corazónbombear más deprisa, sé que tengoque hacer algo: no ser descubierta,no aún, antes debo encontrar aEmil. Los siguientes minutos son los

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más largos de mi vida, movimientosbruscos por aquí y por allá, rayosde luz zigzagueando a través de lasparedes y siluetas esbeltasdibujándose una tras otra rebasandoel cristal de la ventana. Llevo una mano mi boca, como simi respiración pudiera sersuficiente para que nos puedanatrapar, cosa que si lo piensas bien,es bastante probable. —¿Siempre escondes cosas ahí?—pregunto a Jarvia una vez que elpeligro a pasado y la observo sacar

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una pastillita blanca de su escote yobservarla con una determinaciónletal. —Sólo la mayor parte del tiempo—responde sin dejar de ver laesfera blanca. —Me trajiste aquí paraesconderme. Ella niega antes de que termine milínea. —Nos traje aquí para salvarnuestro pellejo. —¿Nuestro pellejo? —frunzo elceño, nunca antes he oído esa

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expresión. —Nuestras vidas —se corrigecabreada. Ahora que lo veo, su look desiempre parece más desordenadode lo normal, como si no le hubieratomado un montón de horas ordenarsus trenzas, como si la maldita masade su cabeza fuera natural. Al cabo de unos minutos salimosen silencio de la habitación, sólopor si acaso. Un sinfín de ideas, lamayor parte de ellas dudosas,revolotea en mi cabeza: «¿Podré

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huir?, ¿Será realmente necesario?» Si lo hice antes, no veo por quéno conseguiré lograrlo ahora,excepto que de todos mis intentos,jamás he salido airosa. De ninguno. —¿Qué hacías ahí? —escupemolesta, moviendo su cabeza endirección al establecimiento queacabábamos de abandonar. Mepregunto si será seguro decirle loque hacía, lo que planeaba hacerantes de colapsar. —¿y tú? —Responder con otra pregunta es

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grosero —¿Quién lo dice? —La persona que te salvo lavida, por supuesto. Volteo mis ojos y me doy lamedia vuelta en dirección albosque, sin importarme pisar laspetunias, lo que me recuerda. —¡Virgen! —me arrodillo frenteal jardín y comienzo a orar en vozbaja. —¿Qué diablos? No hago caso a su grosería ycontinúo implorando piedad y

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perdón por mi falta de juicio. Losrestos de las mártires de otrostiempos descansan en estas tierras,el terreno es sagrado y yo lo hemancillado. Cuando termino, me seco los ojosy me preparo para enfrentar a Jarvi. —No te debo la vida, ellas noiban a hacerme nada. —No luces muy segura —cruzalos brazos encima de su pecho yeleva una ceja con expresiónarrogante—. Además ¿Por qué me odias tanto?

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Pestañeo irritada, esa pregunta esobvia. —No te odio, sólo no me gustas. —Para no odiarme, me tratasbastante mal —rueda sus ojos—.Antes, en el pasillo, la gigante de tuamiga casi me reventó el cráneo cuandome azotó contra la pared. —¿Qué esperabas? Fuiste abuscarnos con tremenda tragedia enla punta de la lengua, y tuviste eldescaro de hacerte de rogar antesde decirnos qué diablos pasaba.

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Otra vez esa maldita expresión, lojuro, ni siquiera es la gran cosa,pero actúa como si poseyera lossecretos del universo. —¿Maldices mucho, no? —Y lo dice la que meinterrumpió en plena plegaria... —Oye, yo no queríainterrumpirte, pero no tenía casorogar una vez que las plantas yafueron destrozadas. —En serio, tengo que irme. —¿Al bosque? Me giro hacia ella, el pánico

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irrumpiendo otra vez en misterminaciones nerviosas. Ella notenía cómo saber... —¿De dónde sacas eso? Jarvi hace castañear su lenguaantes de hablar, la muy... —No es difícil adivinarlo por ladirección hacia donde te encaminas.Tranquila Aya, estoy contigo. —No —niego, sin importar elmiedo que sienta, debo lucirtranquila. Observo el cielo,extrañando como nunca mi reloj.¿Dónde lo habré dejado?

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—Estoy sola en esto. —Yo puedo ayudarte a salir deaquí —frunce el ceño¬¬—.¿Buscas esto? Entre sus manos, mi preciosoreloj caoba descansa de cara a supalma. —¿Has salido antes al menos? —la malicia en sus ojos me dice queella sí, que lo ha hecho. —De verdad no sabes nada,cierto. —No es asunto tuyo. —¿A no? Pues entonces no te

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molestará que les mencione a lashermanas lo que planeabas hacerantes de que te encontrara. —No te creerán —me sorprendopor la burla que sale de mi voz—.Ni siquiera estás segura de lo queplaneaba hacer. —Aya, estabas gritando cosascomo “por favor” y “Emil”mientras llorabas, perdóname si note creo. —De todos modos no te creerán—reafirmo, pero esta vez se nota lafalta de convicción en mi voz.

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—Quién sabe —dice mirando elreloj—, podríamos probar mi teoría¿No te parece? Lo siguiente que hace escomenzar a gritar “Auxilio” y“Socorro”. Los focos que rodean las paredesde La Grata se encienden y puedoescuchar las sirenas comenzar arechinar. —Si pensabas entregarme desdeel principio ¿por qué me ayudaste? Algo extraño y siniestro sedesliza en su rostro, no es burla.

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No, esto es más fuerte que eso,parece más espeso y tenebroso. —Momento equivocado, lugarequivocado. La compresión comienza aescurrirse dentro de mi cerebro. —No estabas ayudándome,¿cierto? Niega. —Entonces, ¿qué hacías ahí? —Eso no te compete, dejémosloen que se trata de una lamentablecoincidencia. Las voces de las guardias se

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hacen más fuerte, pero justoentonces suenan las doce y me doycuenta que se trata de guardiasnocturnos. Tiemblo pensando en loque pasará, pero oigo a Jarviasoltar un grito indecible. Casi al instante, su cuerpocolapsa de forma insólita contra elpiso y ella empieza a convulsionarsobre la tierra. —Son las doce —susurro,pensando que si ella fuera normaldebería estar dormida a estas horas,sino de forma natural, entonces de

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forma inducida. —Dime que tomaste tu dosis devaleriana... Ella hace un gran esfuerzo a lahora de negar y entonces veo suboca, un montón de cosas blancasesparcidas en ella, pastillas. ¿En qué momento las ingirió? —¿Qué tomaste? La veo pestañear asustada,lágrimas negras caen por sus ojosgracias a los kilos de maquillajeque insiste en usar. —¡Dime que puedo hace para

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ayudarte! Pero entonces es tarde, a medidaque los guardias se acercan, lasluces reflectoras se hacen más ymás enceguecedoras y las sirenasme han vuelto más nerviosa de loque estaba. Dejo el cuerpo tembloroso deJarvia en el suelo y le doy unaúltima mirada, ha vomitado sobre símisma y parece estar ahogándose. Esa es la última vez que la veo.

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06:00 LOS días pasan lentos. O tal vezes la sensación de vacío lo queconvierte los cada segundo enhoras. He intentado todo, por las nochesme escabullo para espiar, pero loscuartos de iniciación no muestranseñales de cambio, peor aún, niatisbos de Emil. Por el día me limito a fingirnormalidad para no levantarsospechas, pero todos siguen su

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vida, todos actúan como si nadaaunque mi compañera ya no estéaquí. Dejo sobre mi cama la bufandaque comencé a tejer ayer por lanoche y escondo mi cabeza en laalmohada. Estoy desesperada y losdeseos de gritar están cerca desobrepasarme, por lo demás la telaayuda a amortiguar mi voz. Las cosas nunca han sidorealmente fáciles, pero ahora medoy cuenta de que se han salido decontrol. Estoy completamente sola,

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no he vuelto a ver a Jarvia Rothdesde esa fatídica noche y ya hanpasado dos semanas desde eso. ¿Lopeor de todo? Bien, no sé si seanormal hacer una lista decalamidades, pero estoy inspirada ypuedo hacer las notas sin necesidadde pensar. Pensé que lo peor sería estar sola,pero la verdad es que nunca me hesentido realmente acompañada, asíque la soledad sólo ocupa el tercerlugar. Lo segundo es más fácil: está

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claro que algo no va bien, lapastilla que tomó Jarvi, la forma enque su cuerpo colapsó. ¿Qué rayosestaba haciendo ahí? Y, si deverdad pensaba delatarme, ¿por quéesperó hasta que estuviéramos lejospara hacerlo?, ¿Por qué no gritó yya? Siento algo tibio resbalar por mimejilla, las gotas con sabor a sal sehan vuelto un hábito molesto en mí,me pregunto cuándo acabarán. Enrealidad, me pregunto un montón decosas, lo que me lleva al número

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uno de mi lista: No sé qué hacer. «Qué hacer». Francamente, parece fácil, casiirrisorio. Pero, luego de pensarlodetenidamente, me doy cuenta deque tengo una leve idea, entonces lacosa se pone más difícil aún. Séqué hacer, joder, ¡Por supuesto quelo sé! Tengo que salir de aquí, ¿lo heintentado antes no? Salvo que lascosas han cambiado, querer huir esuna cosa, tenía motivos antes:manejaba esta idea absurda de vivir

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en las montañas y correr con linces. Se suponía que existía algo más,algún lugar y a estas alturas, no meimportaría ya que no se tratara deun igual donde no me sintiera unarareza, porque nunca me he sentidoigual al resto, porque nunca hepertenecido a este género. Ahora encambio, no importa si tengo o no unobjetivo claro, tengo miedo. Seco mis ojos con la manga de mipijama, éstos arden, pero mi pechoarde aún más. Así que salgo de micama en un acto de extremo

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masoquismo y avanzo hasta lapuerta, cuando la abro la caricaturaque dibujamos con Emil, me sonríecon crueldad. Las mejillas de Emil están teñidasde un rubor cálido, como las rosassilvestres, como mis ojos ahora, noes un rictus cruel sino uno genuino...a pesar de que al día siguiente dedibujarlo ignorara por completo elimpacto que traería a mi vida. Encontraste, la caricatura de al lado estan diferente, tan carente de vida,supongo que es porque la hice yo.

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Nunca he tenido un talentodestacable, pero no es eso lo quetransforma nuestro retrato en algosiniestro, sino la mueca de mi boca,es tan grande por lo mismo, minariz luce diminuta, pero los labios.Esos labios no son los míos, queríaplasmar en ellos la alegría delmomento, la felicidad que meinvadía cada vez que estábamosjuntas, cada vez que me recordaba,aunque fuera por unos pocosminutos, aunque se limitara almomento, pero hoy, demasiado

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tarde, comprendo que cosas comoesas no se pueden guardar, losrecuerdos son sólo eso. No es real,no es tangible y merecen serolvidados. Rompo el papel, que no sé en quémomento llegó a mis manos,mientras me digo a mí misma que lasolución no es huir, no es escapar,lo intenté una vez y resultó mal. Nomerece la pena correr el riesgo,porque al igual que la sonrisa de midibujo ahora convertido en unaveintena de pedazos... terminaré

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más rota. Y la verdad es que no me quedanfuerzas. Luego de estar treinta minutosintentando conciliar el sueño, sinresultados, observo la bufanda enmi cama, está casi completa, me hecomido un montón de puntos y lamaldita cosa está repleta deagujeros, pero la lana es cálida ysuave. Camino hacia ella y la anudoa mi cuello, pero no es suficiente ytiro un poco más, y más. Es asombroso lo bien que se

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siente, el ardor en mi piel mereconforta y el dolor físico haceque olvide el espiritual. Yo podría continuar haciéndolotoda la noche, mis oídos laten tanfuerte y mi garganta parece secarse,me falta el aire, me falta Emil y séestoy bastante segura que merezcomorir por ser una cobarde. ¿De qué me sirven los recuerdossi no los puedo compartir? —Aya —la voz de Cecania brotasuave a través de la puerta. Notoque no debe ser tan suave si

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consigo oírla, corro hacia ésta paraabrirle y evitar que la descubran,observo la ventana casi por instintoy descubro que es de día, así que nohay problema de que Ceca estéaquí. También veo la gran torre,pero desvío mi atenciónrápidamente, no necesito más dolor.¿En qué momento perdí la nocióndel tiempo? A fuerza de voluntad consigollegar hasta la entrada de mi cuarto,es difícil y me aclaro la gargantadurante todo el proceso.

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Ceca ni siquiera espera a que leofrezca pasar, irrumpe en mi cuartocomo un tornado revolviéndolotodo. Ropa, almohadones, golosinasolvidadas bajo mi catre, nada sesalva de sus manos. Al final, se sienta sobre mi camay me mira con una expresióninescrutable. —Tu cara da asco —para ser unsaludo deja bastante que desear,pero lo dejo pasar ya queprobablemente ella esté en locierto. No debo lucir muy aceptable

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con mi pelo revuelto, los ojos rojose hinchados y el pijama arrugado. —Pensé que estabas enferma. Frunzo el ceño, porque la verdades que no me siento nada bien.Alegar enfermedad podría ser unaexcusa convincente, incluso cuandoCeca me cae bien y hace reír, siguesin ser Emil, ella no tiene idea de loque está mal conmigo, de loanormal que soy... y menos de lomucho que duele. Por eso mesimpatiza, con ella todo es fácil, nohay culpas ni rencores entre

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nosotras. Además, no quieroentrometerla en todo esto, menosdespués de lo que sucedió conJarvia. —Lo estoy, me dormí con laventana abierta y pesqué un resfrío. La forma en que me mira me diceun montón de cosas, con las cejasalzadas y la boca fruncida, sé queno me cree incluso antes de queponga sus ojos en blanco. Odio esegesto, porque me recuerda a Emil. Ceca se cruza de brazos,esperando. Hay algo infantil en su

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expresión malhumorada, supongoque el hecho de que su tez canela sevuelva sonrosada ayuda en algo... —Lástima que no te crea. —Lástima que no me importe. —¿Qué es eso que noto en tucara? Me doy la vuelta y salto sobre micama, al lado opuesto de Ceca, esla segunda vez que hago esto enmenos de cinco minutos, me resultainquietante lo bien que se siente. Salto. —¿Aya?

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No le hago caso, estoy saltandoen mi cama. ¡Saltando! Y se siente increíble,como volar, como correr por elcésped húmedo en plenamadrugada, cuando aún quedangotas del rocío en él, como solíahacer con Emil, aunque ella loolvidara al día siguiente. De nuevo, siento la maldita cosasalada descender por mi rostro, noquiero llorar, no quiero hacerlo,pero ¿Puede acaso alguien deteneral corazón expresarse?

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—Cariño, ¿qué val mal? —cuando ella me toma entre susbrazos y me obliga a detenerme, nosoy capaz de moverme, respirocontra su cuello, está cálido y otravez me recuerda a Emil, salvo queno es ella, nunca lo será. Me robaron a mi amiga y no séqué hacer. En realidad sé que hacer,pero soy cobarde, soy lo suficientegallina para no tener las agallas deacabar con mi vida, no sería laprimera que lo haga. —¿Recuerdas a Dai?

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Ella frunce el ceño. —¿La chica que se mató? —mepregunta expectante Asiento —¿qué hay con ella? —Antes de que tú llegaras, estabapor unirme a su viaje. Su vista viaja de mi rostro hastami cuello, donde todavía estáanudada la bufanda. —¿Pensabas ahorcarte? Asiento otra vez, pero es difícilhacerlo cuando me mira con esaexpresión... ¿la verdad? ni siquiera

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sé porque se lo cuento. Supongoque es idiota admitir que esperoque se preocupe por mí, es patéticoy me da vergüenza, pero segúnparece, también es verdad. —Lo juro... eres increíble, si vasa matarte usa algo más efectivo,pasa una navaja por tus muñecas oalgo así. —¿Estás aconsejándome cómoacabar con mi vida? —preguntodesconcertada. No me lo puedo creer. —Mira Aya, me simpatizas y no

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me gustaría prescindir de ti, pero siestás lista... Una expresión de concentraciónse apodera de su rostro y losiguiente de lo que soy conscientees que tengo el cuerpo de Cecaniasobre mí y que sus manos se cierranen torno a mi cuello. —Te voy a extrañar. Y bueno, a continuación comienzaa asfixiarme. No pasan cinco segundos antes deque yo reaccione y le atice unrodillazo en su estómago, ella me

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suelta de inmediato. —¿Qué... —tomo aire—,diablos...— trago otra bocanadamás—, fue eso? —Eso —responde sobándose lapansa—, fue sicología pura oinversa, para ser exacta. —¡Sal de aquí! —le ordeno,odiando la forma en cómo estásonriéndome, o riéndose a mi costa.A quién le importa—. ¡Dije quelargo! Ella obedece, tarda en hacerlo,pero lo hace todavía riendo ¡La muy

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bastarda! Antes de pensármelo mástiempo, comienzo a empacar, noquiero que el correr de los minutosme haga dudar, ese es mi peorenemigo, razonar. Yo no soy Dai, tampoco Jarvia,no voy a morir, ni por mi mano, nila de nadie. Al menos, no sinluchar. Ahora entiendo lo que quiso hacerCeca con su idiotez de sicologíainversa. Me ha hecho reaccionar, ysi mi vida acaba, debe ser por algoque merezca la pena.

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Limpio mi rostro del resto delágrima y me digo que es la últimavez que lo haré. No más llanto,Emil vale el esfuerzo.

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07:00 DURANTE los minutos que melleva terminar de empacar ycambiarme de ropa, procuro hacermi mejor esfuerzo por no pensar.No es fácil, pero voy agarrandopráctica. Cuando salgo de mi cuarto meprometo a mí misma no volvernunca a este lugar a no ser queencuentre a Emil e incluso así lodudaría. Cierro mis ojos cuando atravieso

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el pasillo de las mártires de otrostiempos, es demasiado duroenfrentar sus rostros, es como sitodo el miedo y dolor que sintieronalguna vez hubiera sido conservadoen sus retratos. Otra razón para huir, les debo unamuestra de fe, algo que me hagamerecedora de tanto esfuerzo ysacrificio. Ellas dieron su vida por unanoble causa, la nuestra. Y estoydispuesta a dar la mía por una causano menor.

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Es la vida de Emil después detodo. Sé que estoy exagerando, estees el curso normal y ella debe sermadre, incluso si no lo pidió, perono puedo arrancar su mirada de mimente el día en que me dio aentender que no quería ser madre.Sencillamente no puedo quitarmeesa imagen. Una vez que llego al jardín, sientolas gotas de sudor desfilar por mirostro y cuello. Cuando por finalcanzo el límite entre La Grata yterreno libre, me pregunto cómo se

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sintió Dai cuando se despidió detodo, cuando renunció a la vida. Estan extraño, fue una de las primerasmártires en la historia de La Grata,dio su vida por nosotras, fue ellaquien descubrió la debilidad de loshombres por nuestra carne, sexo,olor. Dai se ofreció a sí mismacomo anzuelo para el hombre quegobernaba en aquellos tiempos ycuando la bestia terminó sucometido ella lo apuñaló, luego deeso se colgó desde un Castaño. Nola culpo, sin dudas debió haber sido

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una experiencia traumática. Inició siendo una guerrera paraterminar convertida en una ofrenda.Esto último hace que me pregunte¿Qué seré yo? Llevo mi manoderecha hasta mi cien, intentandocubrir mis ojos del Sol. Es de día,supongo que es estúpido querer huira pleno Sol, cualquiera podríaverme. ¿Y qué? De todos modos me olvidarán aldía siguiente, bien... no olvidaránmi existencia, eso es parte de lamemoria colectiva, todas nos

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conocemos, el censo es partefundamental de la memoria generalen las mujeres, sin embargo mihuida no lo es, de modo que podránrecordarme a mí, pero sepreguntarán dónde estoy o qué pasóconmigo, porque mi escape no esparte de esa memoria. Pero al caer la noche cuando elreloj de las doce terminaránolvidándolo otra vez, y asísucesivamente hasta que un día sedespertarán sin recordar que algunavez me conocieron. Supongo que

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ser prescindible no es tan malo paravariar. A unos pocos metros, divisoárboles de Sebiata, estos me avisanque estoy cerca del límite entreterreno libre y el bosque, cerca deEmil. En el trayecto medito sobre lo queharé a partir de ahora. Deboencontrar un arrollo, por ahora eljugo de Sebiata bastará, hay unmontón de ella por donde quieraque miro. Sin embargo, sería buenotener un poco de agua dulce más

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que nada para mantenerme limpia,dudo que la Sebiata consiga eso.Por el contrario, me dejará todapegajosa y las moscas no me daránen paz. Ahora que lo pienso, el olorpodría atraer incluso a animalesmás peligrosos, como leones demontaña... o lobos. Nunca he visto a ninguno de losdos, en La Grata nos mantienenalejadas de cualquier cosa quepueda ser considerada dañina, loque está bien, ya hubo muchas

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mujeres que sufrieron en manos detodo tipo de bestias, no haynecesidad de exponer a más. De hecho, hubo un par de mujeresque vio imágenes y su resultado nofue bonito, ellas comenzaron a tenerpesadillas y finalmenteenloquecieron. Lamentable. Algosimilar a lo que yo sufro, salvo quemis pesadillas no las desencadenóuna imagen sino mi defectocongénito en el cerebro. Los rayos del Sol están bastantefuertes, es una suerte que yo me

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haya puesto ropa más ligera parasalir, además de mi bloqueador.Ahora que lo pienso, creo quehemos desarrollado un lazoirrompible. Nunca me separo de ély por consecuente, él jamás meabandona. Similar a lo queteníamos con Emil, salvo poralgunas diferencias de carácterbiológico. —Mierda —gruño cuando mipelo se queda atorado en una ramabaja, es increíble lo bajas queestán, si a esto le añadimos que yo

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soy alta... Me paro en puntillas para que larama no me arranque el pelo y ledoy una patada al tronco, es unasuerte que haya traído mis botas enlugar de zapatillas. —Estúpido árbol enano. ¡La maldita cosa no quiere soltarmi pelo! Comienzo a tirar de micabeza con fuerza, al final, una bolade cabello queda en las garras deesa rama. No importa, de todasformas tengo suficiente para un parde vidas más. Me hago una trenza y

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me agacho cada vez que otra deesas ramas se cruza en mi camino,prevención ante todo. Los tirantes de mi mochilamolestan a pesar de que la hecargado sólo con lo estrictamentenecesario: polvo de valeriana,sandalias, una botella de agua, tresmudas de ropa interior, un pantalónde mezclilla y un chaleco gris decachemira, estos últimos para lasnoches frías. —Sólo unos metros más —digoresoplando unas pelusas que tratan

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entrar en mi boca—. No medetendré, no hasta que la ciudad sepierda en el horizonte. He trazado un plan mucho mejorque el de mi último intento dehuida. De hecho, ahora que lopienso, incluso su inicio essuperior. Ya estoy fuera de LaGrata. He abandonado mi hogar. Giro sobre mi hombro y a lo lejosse ve la ciudad de donde provengo,aún distingo las enormes torres entonos pasteles, incluso desde acá,parece una fortaleza y

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probablemente fue construida conese fin. Está rodeada por un cercode cemento y piedras, es imposibleentrar o salir, a menos que planeesir al bosque y en ese caso, obteneruna muerte segura. La zona del jardín sagrado es laúnica vía para salir de La Grata eincluso así, nadie haría tal cosacomo mancillarlo al pasar sobre él.Excepto yo. Sigo caminando por lo que meparecen kilómetros y cuando sientoque mis fuerzas me abandonan y

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realmente no puedo más, medetengo frente a un tronco; elmadero es tan grueso que me pareceel equivalente a cuatro veces elancho de mi cuerpo. Reciénentonces me atrevo a girar otra vezhacia el Oeste, pero en lugar de LaGrata todo lo que veo son hojas,verde musgo, verde claro, amarillasy otras cafés. Vaya, estoy en el corazón delbosque y comienza a atardecer, porlo demás no hay señales de unarroyo por ninguna parte y ya no me

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soporto, apesto a sudor. —¡Apesto a sudor! —le grito alcielo, porque gritar de vez encuando se siente bien. Tan bien, queme entra una ráfaga de inspiración. —Apesto a sudor, oh, oh, oh¡Apesto a sudor! Oh, Oh, Oh —canto subiendo el tono. Y antes de notarlo, estoy bailandoal compás de mi melodía. Sé que laletra no tiene mucha dedicación ensu composición, pero ¿A quién leimporta? Estoy sola en el bosque yla verdad es que...

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—Apesto a sudor oh... oh... oh Dos coros más y un par devueltas, ya no tengo ánimos deentonar ni siquiera una oh. Ahoratengo hambre, está poniéndosefresco, mi cabello está lleno dehojas y no hay un maldito lago acá. «Aparte, aún podría regresar a LaGrata» —¡NO! —grito enfurecidaconmigo, ni siquiera llevo un díaafuera, demonios. ¿De verdad voy arendirme así de rápido? Mi mente grita no, mi cuerpo que

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es más básico, grita otra. Apuro el paso, pero me doycuenta de que a estas alturasencontrar un arroyo no me serviráde nada, ya es casi de noche y nopodré bañarme sin pescar unagripe. Resfriarme y dormir a laintemperie, muy inteligente. A esepaso terminaré muriendo antes de sisiquiera acercarme a Emil. «Emil» pensar en ella me dafuerzas anímicas. Estoy lista para comenzar amarchar cuando oigo un ruido, es

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líquido. Doy tres pasos y frente amí, bajo un arco de ramas y hojas,la criatura más extraña se encuentrahaciendo algo todavía más raro. Me está dando la espalda yparece concentrado en su actividad,lo que sea que eso signifique, yaque ni siquiera puedo ver susmanos, probablemente porque lasestá empleando en esa “extraña”misión. Un montón de ideas mesobrevienen en ese momento. Sientolas adrenalina subir por mi cuerpo y

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los latidos de mi corazónacrecentarse. Repito lo que heestado haciendo durante el correrde la tarde y trago una generosacantidad de aire. De hecho, tengo latentación de comenzar a echarmebrisa con las manos en la cara,sucumbo a ella e intento provocarfrescura, pero no hay caso. El calor es interno. Cuando el exquisito animal segira, se me queda viendo de lamisma manera en que yo lo miro. Absorto.

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Su pelaje tiene el color del trigocon matices oscuros como tierrafértil, algo de lo más fascinante.Fragmentos de un texto leído hacetiempo vienen a mi mente, palabrasque luego son acompañadas confotografías, sin embargo no sonimágenes lo que se representan enmi cabeza, sino la construcción deelementos que mi propiaimaginación ha creado basándoseen viejas descripciones. (...)Todavía no amaneció en elbosque; los cervatillos continúan

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durmiendo entre los pastos. En loalto de un árbol cercano, brillandos ojos amarillos, clavados en losanimalitos dormidos(...). ¡Un gato! La curva de su boca, elsesgo de sus ojos ¡incluso tienebigotes!. De seguro es eso. Repasootra vez la información leída,comparando una y otra vez lasfacciones entre el uno y el otro... (...)Silenciosamente, el gatomontés desciende y se aproxima.Cada paso lo da con suavidad ycuidado, para no causar ni el más

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leve ruido de una ramita rota. Aunasí, uno de los cervatillos parecepresentir la aproximación delenemigo. Yergue la cabeza yescucha. Nada(...). Es un gato, es obvio. Ahora quelo veo más de cerca, inclusocomparten el mismo color de ojosamarillo o más bien ámbar. Le daun aire enigmático. «Una criatura exquisita ymisteriosa, de andar seguro yseductor», no sé el porqué, peropienso en las palabras de Adelfreid

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Trago, por algún motivo que nopuedo explicar, mi boca se hasecado. Por supuesto, yo estoy alcorriente de que la deshidrataciónes el menor de mis problemas. Asíque me acerco aún más, observandoal gato, imaginando formas decazarlo. Pero, él da un paso hacia atrás y,tal como decía el artículo, apenaslo oigo. (...)El gato montés estáemboscado a unos dos metros dedistancia, completamente inmóvil.

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—¿Por qué no usa ropa? —elfelino se queda viéndome como siyo hubiera perdido un tornillo. Entonces, la pequeña fiera selevanta, se balancea un poco paraafirmar bien las patas en el suelo, yluego da el terrible salto(...). —No te acerques —me gritadando un brinco atrás justo cuandome aprestaba a dar un paso en sudirección. Me detengo algo confundida alnotar la expresión de horror queensombrece su cara.

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—Sólo quería ver mejor —miento, a sabiendas de que he vistodemasiado bien los detalles de sucuerpo. Es perturbador lofascinante que me resulta estoúltimo.

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08:00 —¿QUÉ hacía? Duda, sorpresa y otrasexpresiones que no sé reconocertransitan por su cara. Esto últimopica más mi curiosidad. Doy otropaso hacia él. —¡Te dije que no te acercaras! —me grita enojado y yo me detengootra vez. Aunque, comienzo apreguntarme si no me habré perdidoinformación esencial sobre estosanimales. Tal vez son peligrosos,

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quizás comen nuestra carne al igualque los hombres. —Sólo quería... —Verme mejor —me corta—, yalo has dicho. —¿Por qué se mueve? —leincrepo justo antes de dar un pasohacia la izquierda, él imita mimovimiento pero en direcciónopuesta. Espero que me dé una respuesta,en cambio sólo dice: —¿Por qué te acercas? Cruzo mis brazos molesta. El gato

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no es como imaginaba que sería¿De qué me sirve cazarlo entonces? —Esa no es una respuesta —contesto molesta y él sacude sushombros antes de guardar las manosen los bolsillos de su pantalón azúl,cuando hace esto me fijo en quetiene dos brazos ¡Igual que yo!,pero luego noto que no se parecenen absoluto, los de él tienen unaespecie de hinchazón entre el codoy el hombro, como pelotas.Definitivamente son mucho,muchísimo más gruesos que los

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míos. —Como quiera —me rindo y dejoescapar el aire que ni sabía queestaba conteniendo—. Tú te lopierdes. Él junta sus cejas mucho, inclusoda un poco de miedo y se da lamedia vuelta para avanzar endirección al sur, lejos de mí,luciendo tan... tan desnudo. ¿Es que acaso los gatos no pescanresfríos? ¡Ya casi es de noche! —¡Vete! —la lengua se me traba

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por lo que me tomo unos segundosantes de añadir—. ¡Al cabo que nime importa! —luego corro hacia ély me arrojo con toda la fuerza quepuedo contra su espalda. —¿Qué dem...? Su cuerpo se tensa cuando entraen contacto con el mío, como siesperara que dentro del mío seescondiera una bomba nuclear oalgo peor. Algo extraño ocurre,puedo sentir el calor emanar de supiel y... comienza a quemarme. Medigo que puedo soportarlo y aferro

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mis manos a su cuello. —¿Puedes sólo? —intentaforcejear conmigo aún sobre suespalda. Supongo que debido a ladiferencia de tamaños no seríaproblema para él sacarme volandocon apenas una sacudida. Mepregunto por qué no lo ha hecho—.¿Quitarte de encima? —termina lafrase, luego de inclinarse sobre supropio cuerpo y darle al mío unavuelta de noventa grados. El golpe contra el suelo no dolió,supongo que de alguna manera, él

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se las ingenió para mantener mipeso en su cuerpo y que mi espaldano sufriera los dañoscorrespondientes, de ser ese el casono sentiría mis piernas. Las que por cierto empiezan apicar. —Bueno, bueno... —su voz esronca, no como la mía o la deJarvia, ni siquiera la de Nissa, laencargada de las habitaciones en LaGrata, llegaba a ese nivel. Y esoque ella se lo pasaba disfónica—,esto es una sorpresa.

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Miro hacia el cielo y el últimorayo del Sol acaba de irse, en sulugar una mezcla entre rojo,amarillo y añil comienza adisgregarse en el horizonte.Pestañeo confundida, en medio delparaíso de tonalidades un rostro memira ceñudo. —No se suponía que me tocaras—explica y por la perplejidad conla que se expresa, comienzo a creerque dice la verdad, lo que noentiendo es el porqué. —Sólo quería que se detuviera —

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me defiendo y comienzo a ponermede pie justo cuando el cosquilleo enmis piernas se hace más intenso, Una vez que consigo sentarme,noto que mis botas, piernas yrodillas están cubiertas de puntosnegros; puntos negros que, dehecho, se están moviendo. Escuchoa mi acompañante soltar unamaldición sólo un segundo antes dever que los puntos negros semueven. —¡Quítelos! —le gritosacudiendo mis piernas con las

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manos—, Oh, por todo lo que essagrado —Ahora estoy a punto dellorar, la mancha negra se estáhaciendo más grande, de hechosigue creciendo, y antes de notarlotengo toda la pierna cubierta poresa cosa. —No te muevas —me advierte,algo de lo más estúpido ¿A dóndepodría ir con mi pierna siendodevorada por pequeños monstruoscome-carne? Estoy por responderle lo lejosque pienso ir cuando el gato huraño

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se quita los pantalones y comienza adarme golpes con la prenda,enviando a todos los animalejosespantosos lejos de mi piel... O a sumayoría al menos, quién sabe. Laverdad es que estoy un poco absortaviendo lo que escondía bajo suropa, claramente los gatos y lasmujeres no se parecen en absoluto. —Tiene un montón de pelo —suelto después de un rato. Él ahorarespira agitado, supongo que escomprensible después de semejantedemostración de cacería.

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Claramente, el animal es undepredador, lo que me vieneperfecto, porque desde que dejé LaGrata, sólo he comido Sebiata ymuero de hambre. Tal vez él podríacazar algo. —¿Qué has dicho? —pregunta ysu voz se quiebra en la últimasílaba al percatarse de la direcciónde mi mirada. Yo apunto con midedo la zona que ha dejadoexpuesta; todo el largo de suspiernas cubierta por vellos un parde tonos más oscuros que el color

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de su cabello. —Tiene un montón de pelo... yono tengo —él arquea sus cejasestupefacto—. Espere, deje y lemuestro. Me pongo de pie y llevo unamano al ojal de mis pantaloncilloscortos, quito el broche y una vezque está abierto comienzo a bajarlopara mostrarle, salvo que agarra mimuñeca con una de sus manos y memira con furia. —¿A qué demonios estásjugando? —Mientras me sujeta, me

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doy cuenta de que está abrochandosu propio pantalón. Ni siquiera vicuando comenzó a vestirse, supongoque ocurrió mientras le quitaba elseguro a los míos, lo que merecuerda... —¡Mil gracias! —Me estrellofeliz contra su cuerpo una vez quehe dado un vistazo a mis piernasahora libres de motas negras—.¡Gracias, gracias, gracias, gracias! Se supone que los gatos sonsuaves y cariñosos... No comoEmil, pero este es demasiado

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similar a ella. Se tensa cuando apoyo mi cabezacontra su torso y se tensa todavíamás cuando paso mis manos por sucintura. Maldita sea, ¿Otra vez? ¡Noes justo! —¿Es que todo el mundo es tanfrío? —Exclamo indignadaalejándome de su rígido cuerpo,cruzándome de brazos al igual queun principio—. ¡No se vale! ¡Nopuedo ser la única anormal! Escucho como suspira, estámolesto.

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—Deja ver si entiendo —una desus manos toma lugar bajo elcuadrado de su mandíbula cubiertopor una capa fina de vello claro, eltono de su voz no pierde nunca elgrosor. A decir verdad, para tenerun timbre tan ronco, no entiendocómo puede sentirse tan suave,como una caricia—. Primero vienesy me interrumpes cuando... —secalla de repente y algo similar a unrubor se aloja en sus mejillas,aunque no estoy segura si los gatosse pueden sonrojar.

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—¿Cuándo...? —le aliento. —Cuando estoy ocupado —escupe molesto zanjando el tema—.Luego, comienzas a hostigarme conese cuento de “para verte mejor” —Rueda sus ojos—, Joder, eso es tandel tipo “El lobo y la caperucita”. ¿Qué rayos? —Antes que todo, mi nombre esAnaya y aprovecho de agregar queentiendo perfectamente de lo quehabla, lo sé todo —dijesarcásticamente. —Detén tu actuación ¿Sí?

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«¿Actuación?» Siento como miscejas se juntan en el centro de mifrente. En serio, este animal no espara nada como lo imaginaba. —No estoy actuando. Además,para ser un gato, no es nadadivertido. —¡¿Gato?! —Exclama atónito.«¡Ajá! ¿Quién es el actor ahora?» —Para empezar, es demasiadofrío —le increpo, esperando quedeje la función y comience a actuarcomo un gato normal—, se suponíaque tendría un andar suave, me

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dejaría mimarlo, cazaríamos juntosy luego de comer, también juntos,me ayudaría a encontrar a Emil y yono estaría más sola y... —¡Alto ahí! —grita llevándoselas manos a la parte baja de sucabeza—. ¡Joder hablas mucho! —¡Y usted es un gato huraño! —Otra vez con eso... —Pero si eres un huraño. Yo sólolo abracé para agradecerle.... —No te preocupes, nadie esperfecto —responde concondescendencia, como si yo

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acabara de disculparme. ¿Dije ya que era un idiota? El frío de la noche finalmentebarre con mis reservas de pacienciaasí que me giro y le grito: —Váyase al diablo, iré poragua... No lo escucho decir nada perosiento sus pisadas tras de mí.Maldición, son suaves, tal comoafirmaba el libro, las mías encambio, parecen una verdaderaorquesta al maltratar las hojas. —Tú sabes, nosotros los gatos

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odiamos el agua... —su voz metoma por sorpresa cuando se cuelatras el hueco de mi oído. Salto y loescucho reír. Me provocacosquillas, pero no se limitan a lazona de mi oreja sino que poralguna extraña razón; supongo queotra de mis anomalías, se transportahacia mi estómago. «Estúpido gato». —Porque, según entendí, túmanejas un montón de informaciónacerca de mi especie ¿cierto? —Eso es lo que dije —lo que en

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realidad era una total mentira. —¿Qué diablos eres? Por laedad, dudo que veterinaria. Sé sobre los gatos, tanto como séde las estrellas y los hombres:nada. Apenas manejo un fragmentoque memoricé al cumplir los once,pero sólo describe detalles físicos,nada remotamente cercano a sucomportamiento habitual. —¿Sabes que no encontrarás aguaa estas horas verdad?—. Murmuradespués de un rato—. Y sobre lo dehace un rato, fueron hormigas, no

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“monstruos come-carne”, como lesllamaste, ni siquiera te mordieron.Mírate. Me detengo a observarme, quévergüenza y alivio, a la vez... éltiene razón, mi piel luce intacta. Yomisma debería haberlo notado al nosentir dolor, sin embargo eso nocambia nada. Me encojo dehombros. —Da igual, atentaron contra laintegridad de una mujer, en lo que amí respecta las amigas... —Hormigas —me corrige.

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—Amigas, hormigas... es casi lomismo, son igual que los hombres. —Claro... —Hablo en serio —indicogirándome hacia él, alzando mibarbilla para dar fuerza a miexpresión, saco mi pecho haciadelante para mostrar determinación.Creo que es la primera vez quehago esto, pero no lo sé, me da laimpresión de que ayuda porque élguarda silencio—. Son bestiashorribles —insisto ¿Cómo no se dacuenta?—, deberías tener cuidado.

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Supongo que eso último podríahaberlo omitido Ya que loshombres están extintos, pero luegorecuerdo que el gato se hacomportado como un idiota, así quenunca está de más meterle un pocode miedo. —Comerán tu carne antes de quepuedas decir Grata. —¿Por qué infiernos diría Grata?—me pregunta enarcando una ceja. —Qué se yo, sólo decía. —Vale. Entonces tú... quierodecir las mujeres. ¿Todas ustedes

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tienen esta... Eh “fobia” con loshombres? Niego, no es una fobia, esoimplica un temor absoluto u odioirracional hacia algo en específico,esto es mucho mayor a un simplemiedo, se trata de un asunto dehonor. Hay un montón de cosas con lasque no estoy de acuerdo, losmétodos de Cecania para hacermeentrar en razón, por dar un ejemplo,el modo que empleaba Liese paramantener la atención de la clase.

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Pero incluso así, con recuerdos osin ellos, todas somos mujeres,todas fuimos víctimas alguna vez,eso es lo que nos une. Quiero decir, dejé La Grata paraencontrar a mi amiga, no porque nome guste lo que soy. Amo ser mujer,amo lo que eso representa: valentía,supervivencia, honestidad.Vencimos a los hombres,dominamos a esos monstruos, losderrotamos y finalmente les dimoscaza. Si pudimos extinguirlos¿Cómo no voy a poder yo encontrar

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a mi amiga? —No puedo explicárselo, no loentendería.

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09:00 UNA vez que termino de hablar,se produce un silencio aplastante.Espero unos minutos, pero él nodice nada, así que me quito lamochila y saco de ella el chalecogris, la piel de mis brazos se hapuesto de gallina, los cubro con elchaleco y dejo los pantalones paracuando encontremos un lugar seguroen dónde dormir. Sin detenerme a mirarlo, refriegoenérgicamente mis antebrazos.

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—Bueno, en eso llevas razón —admite y mi mandíbula cruje cuandocae abierta. Es la primera vez queél me da la razón desde que nosencontramos. Sin poder evitarlo,comienzo a albergar esperanza, talvez él pueda ayudarme, podríahasta superar mis expectativas—.Es difícil entenderlo si no meexplicas. Adiós expectativas. —¿Es tonto? —¿Disculpa? Niego, definitivamente lo es, de

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otro modo no contestaría todo conotra pregunta. Vale, en ocasionestambién lo hago, pero eso esdiferente, sólo utilizo ese recursocuando debo evadir una respuestaincómoda. —Da igual, no tiene caso discutir.Ahora lo que necesitamos esconseguir un lugar seguro. —¿Necesitamos? Otra vez... —Si gatito, necesitamos. Esta vez él no dice nada, encambio posa sus manos en la

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cintura, emulando una jarra, y niegamientras me mira atónito y muerdesu labio superior. —Eres increíble —suelta él en unsuspiro, pero comienza a avanzarhacia el lado Oeste, que es donde élse dirigía antes de mi interrupción. —Muy bien, si voy a continuarcon esto, antes debes prometer quemantendrás tu hocico cerrado. No me gusta su tono. —Boca, se llama boca —lecorrijo. —Ajá, ¿Te crees la única que

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puede tratar al otro como unanimal? Luego pasa de mí con unafacilidad que me asombra. Él sólo... sólo. —¿Por qué actúas como si nada? —Preciosa, me costó como notienes idea poder llegar acá. Estoyseguro de que me comprenderáscuando digo que no voy a dejar quenada ni nadie arruine mi viaje. —¿Viaje? —asombroso—. ¿Quées esto, una misión? —No —continúa caminando, lo

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hace tan rápido que es difícil paramí seguirle el ritmo—. Son algo asícomo vacaciones. —¿En serio? Eso es nuevo, yonunca he tenido. Él se detiene abruptamente, penséque lo había hecho por lo que dije,entonces me acerco hasta él, perome empuja tras su cuerpo en vano,porque lo vi y se me ha parado elcorazón. Es la cosa más horrendaque mis ojos han presenciadonunca. Tiene un andar lento, seductor,

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extremadamente confiado. «Centurias antes de su extinción,se podía reconocer a esas bestiaspor tres inmutables aspectos:Impulsivos, seductores y tenaces» —Imposible, no —mi voz es ungemido y he comenzado a temblar. —No te muevas —me ordena elgato, pero yo no le hago caso, nopuedo. Estoy demasiado asustadapara hacer otra cosa que no seacorrer, huir de la bestia que mequiere comer. Porque he sentido elfrío de sus ojos al vislumbrar mi

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cuerpo, mi piel. Y por sus dosmetros de largo, sé que no tengooportunidad contra él. El frío sudor no tarda en cubrir micuerpo. Santa Diosa, de verdad creíque los hombres estaban extintos. —¡Oye, tú! —me grita el gato,pero no lo escucho, estoy ocupadacorriendo por el bosque, intentandoescapar. Entonces, se alza otra deesas bestias frente a mí. Adopta unapostura erguida, quiero correr ygritar, pero en cambio me quedoquieta, congelada por el horror, el

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pavor, y es ahí cuando veo susmonstruosos colmillos. Algo oscuro y húmedo impactamis ojos, éstos comienzan a arder,pero no puedo hacer mucho, justocuando oigo gritar mi nombre de loslabios del gato, siento los colmillosen mi piel Un molesto ruido me despierta,parece un molino en pleno proceso.Mi oído izquierdo zumba y lasencías me duelen. —Eres tan impetuosa. Te dije queno te movieras —Hay un dolor

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lacerante en la parte baja de minuca, y desde el ángulo internosuperior del hombro izquierdoduele como la mierda. —¿Cómo te sientes? —Yo, hum... Can-sa-da —Sí, apuesto a que sí. Tusvertebras dorsales deben estarardiendo mucho. Posa su mano en la parte alta demi columna, justo donde no deseoser tocada. —¿Arde? Muerdo mi boca para contener un

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gemido, no sólo arde. El dolor meestá matando. —Maldición, por una vez nopodías sólo quedarte quieta. Quiero replicar, pero estoydemasiado agotada para eso, nisiquiera soy capaz de abrir losojos, me pregunto si es debido a mifalta de fuerzas o porque me damiedo encontrar lo que sé que veréen su rostro. —No estoy enojado —admite derepente, como si hubiera leído mispensamientos, como si conociera

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los secretos que escondo en micorazón—. Maldición mujer, estoycompletamente aterrado. Cuando tevi... Se hace un silencio. —Pensé que morirías. Yo no puedo respirar, no tantopor el dolor en mi tórax como porsus palabras. ¿Es posible que élesté preocupado? Imposible, nadienunca se ha preocupado por mí.Nadie me conoce lo suficientecomo para que le importe, punto. —¿Voy a morir? —consigo decir

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y me enorgullece hacerlo sin que mivoz se corte, él no responde deinmediato, esa es razón suficientepara que intente abrir los ojos, lospárpados me pesan y la tentativa decontinuar así, sin conocimiento demi entorno, simplementedescansando, me gana la partida. Me dejo vencer por el sueño y deinmediato me arrepiento, pero yaestoy en ello y no hay nada quepueda hacer. Antes, solía soñar con hombres,bestias y gatos. Las pesadillas que

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sufría parecen dulces sueñoscuando las comparo con larealidad. Los hombres existen yestán acá, tan malditamente cerca.Ni siquiera el agotamiento essuficiente para hacerme olvidar,estúpidos recuerdos, estúpidamemoria. Ahora tendré que volver a LaGrata para avisar al resto, tengoque ir con mis hermanas paraexplicarles que han sido engañadas,que toda nuestra educación estábasada en libros de ficción, en

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mitos. Todo está mal, nuestrasociedad está cimentada en una granmentira, que esas bestias no estánextintas, ¡una de ellas me mordió! En cuanto pienso en esto,inmediatamente una imagen de suferoz postura y sus colmillosrelampaguea en mi cabeza. Es tanmonstruosa y macabra, sus gigantescolmillos, la repugnante luz de susojos viéndome con esa crueldaddeliberada. Despierto gritando a todo pulmón.Los brazos del gato no tardan en

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cubrirme, me envuelven como lacrisálida a la mariposa, y no quieroque me suelte, no quiero dejarlo ir.No entiendo el cómo, ni el porqué,pero su olor, su tacto, es algo tannuevo y anormal, tan extrañamenterico y me encanta. Por increíble que parezca, mesiento a salvo, así que me acurrucomás cerca de él, enterrando la narizen su pecho y me impregno de suolor. Huele a noche, bosque y él. —Tranquila —pide en un susurro,su boca está tan cerca de mi piel

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como lo están mis manos de la suya.Me recuerda a Emil, a su íntimacompañía y el calor de su recuerdo,pero no es como ella en absoluto—.Todo está bien. El único problema es que tengo lafuerte sensación de que voy a moriren cualquier momento. —Tienes tus pies fríos —nota,estirando su torso para alcanzar mistobillos. Extraño, estoy descalza. Un momento... —¿Dónde estoy? —Pregunto,girando mi rostro hacia la

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izquierda, donde una pequeñachimenea alumbra nuestros cuerposrecostados sobre una alfombracubierta de cojines, algo así comouna improvisada cama. —En el infierno —hay culpa ensu voz—. Lo siento mucho, no debítraerte hasta acá, pero fuistemordida por una Naja rabiosa. —¿Naja rabiosa? —repito sinentender, las palabras no tienenningún sentido. Sólo recuerdo a esabestia, ese... ese hombre, luego noconforme con ello se introdujo en

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mis pesadillas y ¡Maldición! Todoes tan confuso. Además, necesitorecuperar a... —¿Emil? ¿Dónde está ella? —No tengo idea de lo que estáshablando. Y que conste, no fue unhombre quién te atacó —él aleja surostro luciendo algo así comomolesto, otra vez, hay un montón dedesconcierto en su voz— Mujer,fuiste mordida por una Naja, cobra,serpiente, ¿Sí sabes lo que son,verdad? Niego, la verdad es que la cabeza

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ha comenzado a dolerme. —Emil, es mi amiga... Ella estámal, se la han llevado ¡tengo quesalvarla!. Mi boca... —trago, lasiento fría y me cuesta trabajomantenerla cerrada, un sabor entremetálico, ácido y amargo reverberaen ella—. Necesito agua. —Sí, lo has repetido comocuarenta veces en los últimos días... Un momento ¿Dijo días? Pestañeo aturdida, esto no puedeser... él debería haberme olvidado.

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—¿Cuánto? —¿Te refieres a cuánto tiempollevas en casa? —su voz suena másviva, casi divertida. Ya no perciboese matiz culposo. Menos mal, medeprime ese tono. —Exactamente dos días y medio. —¿Cómo? —niego de inmediato—. No es posible. —¿Qué cosa no lo es? —Tú, los recuerdos, no está bien.No es normal. —Mujer... —¡Deje de llamarme mujer! —

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exploto— ¿Es que no lo ve? Algono va bien, primero aparece, todoesquivo ignorándome. Luego, actúararo como... como si le importara ydice que una “Cobra” fue y memordió, cuando ambos sabemosperfectamente que se trata de unhombre. No sé porque los encubre,pero no está bien, ellos son malos,son peligrosos. —Mujer... —¡Que no me llame mujer le dije! —¡Vale! —él se mueve en laalfombra y deja mi cuerpo

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recostado entre las mantas yalmohadones. A continuación, loveo caminar hasta una puerta demadera barnizada—. Hembra, ¿Estámejor así? Arrugo mi cara, eso se pasa demal. —Como sea, la cosa es, tú y yonecesitamos hablar, pero está claroque necesitas descansar, el antídotoaún no hace efecto completamenteen tu organismo. —Me llamo Anaya, ya se lo dije—consigo decir, mi reciente

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arrebato a agotado mis reservas deenergías, él tiene razón, necesitodormir—, pero puede decirme Aya. —Muy bien, prefiero Aya, eso esun avance. Yo soy Irah Levi y tienessiete horas para reponerte, si noestás despierta para ese entonces,tendrás que enfrentarte a mis manosy un montón de agua fría. Abro un poco mis parpados, nodejo pasar que tiene el mismoapellido que mi maestra deHistoria. Es raro, pero he leído quea veces, los gatos son apellidados

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por el nombre de sus dueños, quizáseste gato era de alguna hermanalejana de Adel, o algo parecido.Abro un poco más mis ojos,consigo ver algo del rostro de Irah,no está demasiado lejos así que nome pierdo el momento en queesboza una sonrisa. —No es tan malo, hablo de unaducha. No pienses mal —noentiendo por qué se defiende. No hepensado nada malo. Siete horas después, con los rayosde luz atravesando el cristal de la

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cabaña, me siento mucho mástranquila. Él tenía razón, el antídotonecesitaba unas horas máscontrarrestar completamente lo quesea que me haya contagiado elmaldito hombre. En lo que a mírespecta, esa poción es realmentemágica. Recibo el tazón que él me ofrece,es gigante y parece más unacacerola, pero la acepto decualquier forma, cuando pruebo ellíquido que hay en su interior, me

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quedó atónita, es tan dulce como lamiel. —Entonces —empieza, susenigmáticos ojos ámbar repasandomi rostro— Eres algo así como unaheroína, ¿Cierto? —No lo llamaríaasí, pero desde que le conté misintenciones de salvar a Emil, él nopara de repetirlo. —Sólo quiero lo mejor para ella. —¿Qué es, tu novia o algo así? —Sabe, la mayor parte deltiempo, ni sé de lo que habla. —Tienes razón. Debe ser porque

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soy muy inteligente. —¿Es broma? —Sí, pero eres demasiado tontapara notarlo. —¡Oiga! —exclamo molesta,pero el empuja el tazón a mis labiosantes de que pueda añadir algo más. —Es usted un mal educado —consigo decir cuando he tragado. —Así somos los gatos, defectocongénito supongo. —Sí, debe ser eso. Él suelta una amplia sonrisa,revelándome sus dentadura

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completa mientras estrecha los ojoslevemente, yo me pregunto qué otroproblema congénito puede tener.Realmente hay algo mal con él. —¿Qué tengo que hacer para quese comporte de forma civilizada? —Bueno —se toma su tiempoexaminando nuestra mesa, no tienemantel y rayas feas cubren lamadera de la superficie, parecenmarcas de garras—. Para empezar,¿Podrías sólo dejar de mirarme? —¿Es malo? —Frunzo el ceño—.No le duele, ¿O sí?

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—¿Qué? ¡No, cómo crees! Essólo... bueno, tú sabes —me quedomirándolo seria, esperando a quecontinúe. —Es raro ¿Vale? Me incomoda.Además, ni siquiera es como si telimitaras a echar un vistazo, estásprácticamente pegada a mi piel,tocándome con tu nariz. —Soy corta de vista. —¿No tienes lentes? —Estaba a punto de operarme enLa Grata —me detengo, recordandotodas las ideas inconclusas que dejé

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en mi antiguo hogar. —Emil me necesita —afirmo—,mi vista puede esperar. —Sí, sí... si pudieras dejar derepetirlo al menos una vez, juro queno me quejaré. Te lo aseguro. Perola cuestión es, lo veo difícil una vezque te descubran. —¿Descubrirme? —Ah, bueno... —admitellevándose el pulgar a su boca,muerde su uña tal y como lo hacíaEmil, mi corazón se acelera sin quepueda evitarlo—. De eso es de lo

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que te quería hablar ayer.

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10:00 MIENTRAS espero a que el gatotermine lo que tiene que decir, mevuelvo consciente de cada detalleen la cabaña, desde suclaustrofóbica forma hasta susencilla decoración. Mesadestartalada, alfombra transformadaen cama, apenas una ventana y esaextraña puerta que parece más unmueble que la entrada de un hogar. La cabaña está tan silenciosa queda la impresión de que, incluso, el

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aletear de una abeja podría emitirun eco. —¿A qué se refiere con quetenemos que hablar? Sin responderme, el gato se pasauna mano por la cara, es un gestoque nunca antes he visto, ninguna demis hermanas en La Grata loutilizaba. No contento con eso,camina hacia el cristal de laventana, lejos de la mesa, dándomela espalda. Para ser sincera, meparece el colmo del descaro.¿Cómo puede soltarme una bomba

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como esa? ¿y el tono que usó? Todoindica que es algo grave. ¡Y se dael lujo de hacerme esperar! Desearía haber traído a Cecaniapara que le diera una paliza comolo hizo con Jarvia, en cuanto lopienso, me siento culpable. ¿Pensaren ella sólo cuándo necesito ayuda?¿Acaso era así como se sentía Emilrespecto a mí? ¿Pensaba en mí sólocuándo necesitaba ayuda para algo? No lo creo, Emil no era de esetipo de personas. Ella eraindependiente, no necesitaba ayuda

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de nadie, una contradicción colosalcon su apariencia tan vulnerable.Pero Emil tampoco me podíarecordar y entonces me doy cuentade que no quiero seguir pensando,no me hace bien, porque en algúnlugar de esa torre se encuentra miamiga y está sufriendo, no parecejusto que pierda mi tiempo ocupadaen sentimentalismos. —¿Gatito? Me tomo de un sorbo el resto deltazón y me doy prisa por alcanzarlo.La cabaña es pequeña, así que no

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me lleva mucho tiempo unirme a él.Parece molesto. No, a decir verdadluce preocupado, o tal vez,asustado. Me detengo a sólo dos pasos delgato, quien está empuñando su manocontra el cristal. Sigo su mirada,unos hilos de luz lo atraviesanformando líneas difusas en su mano,pero no son sus dedos los quellaman mi atención sino más arribadonde se encuentran sus nudillos,lucen blancos y tensos. Otra vez ungesto similar a los que hacía Emil,

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no puedo evitar pensar en ella, en laforma en que solía perder el controlpor tonterías, cuando estropeaba laropa que acababa de ordenar o sehartaba por algún comentario deCeca, cosas como estas solíandescomponerla y apretaba susnudillos hasta arrancarles el color. —¿Gatito? —intento otra vez ylos músculos de su espalda, aúndesnuda, se tensan. Al parecer, ledisgusta que lo llame así—. Irah —pruebo y él golpea el vidrio. No esla respuesta que esperaba, pero

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molestia es mejor que indiferencia. —No estás a salvo aquí. —Vaya novedad —respondo contono aburrido, pensando en lo cercaque estuve de morir a manos de esabestia tres días atrás, pero tambiénun tanto aliviada de que vuelva ahablarme, incluso si es sólo paradecir bobadas. Siempre he ligado elsilencio a la soledad y para sersincera, estoy cansada de estar sola—. Sólo para que usted sepa, me daigual. —Puedo verlo —dice, aún sin

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mirarme—, verás, mientras dormíassalí a dar un paseo. Ya sabes,alguno de nosotros debía hacer algoútil. —¿Llama útil a salir de paseo? —Lo es cuando se trata del sitiode donde provengo —esta vez segira hacia mí y hace ademán deesconder las manos en la pretina desu pantalón, pero elige engancharsus pulgares en los bolsillosdelanteros con actituddespreocupada, aunque el gesto noes suficiente para ocultar sus

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nudillos lívidos—. Bastante útil adecir verdad. —Vale y ¿qué fue eso tanimportante que averiguó? —Toda esa historia de túsalvando a tu amiga fue muyconmovedora, pero olvidastemencionar un detalle. —Y qué sería, tiene que ser de lomás importante para que haga todoese teatro de deambular por lacabaña y pararse pensativo frente ala ventana. En todo caso, se le damuy bien, podría ser actor.

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Un atisbo de sonrisa tira se laesquina derecha de su boca, escurioso como ese simple gestologra que mi cuerpo enterohormigueé, mientras espero que elefecto pase, me pregunto si aúnestoy bajo los efectos de lamedicina. —Gracias por el cumplido, laverdad es que me lo he planteado,pero me gustan más lascomputadoras, así que paso. Sísabes lo que son ¿verdad? —Por supuesto —miento—, las

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hay por miles en La Grata. —¿No me digas? ¿Y qué teparecen? La curvatura de entre mis dedoscomienza a picar igual que mispalmas, las que también, estánhúmedas. Deseo secarlas en los costados demis pantaloncillos cortos, perotemo que el gato note lo nerviosaque estoy, en cambio me las pasopor el pelo simulando unas ganasirresistibles de desarmar mi trenza,lo que me ayuda a desviar la vista

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de su boca y la media sonrisa quebaila en ella, porque por mucho queme moleste admitirlo, el efecto delas hormigas trotadoras moviéndosepor mi cuerpo, no se pasa. Mientras lo hago, el felino sequeda callado, aumentando miestado de nerviosismo. Para tratarde salvar la situación y no quedarcomo una idiota digo: —Hermosas. —Desde luego que lo es —añadeél, pero por el tono de su voz, noparece que hable de la

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computadora, alzo la vista y lo pillomirándome, sus enigmáticos ojoscolor caramelo parecen quemarcada sitio donde los dirige. «Esto no es normal», me grita miconciencia, todos mis instintosintentan advertirme algo, pero soyestúpida. Después de todo, tengo uncerebro defectuoso, así que no mesorprende cuando lo observoacentuar aún más la mueca de suboca y enarcar una ceja. —¿Y qué me dices de su sabor? —¿Ah?

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—Las computadoras, antes dijisteque te parecían hermosas. ¿Piensaslo mismo de su sabor? «Ah, con que se comen», buenoeso está difícil. Podría tratarse dealgo dulce o salado, peor aúnamargo ¡o ácido! ¡Diosa querida, qué difícil! Alfinal, decanto por lo más fácil. —No, sólo me gusta suapariencia, por lo general paso deellas —luego, en un arranque deinspiración, añado—. No me gustasu sabor.

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Él se lleva la mano a la boca yapoya la cabeza en la pared junto ala ventana, uno de los rayos del solda justo en su perfil y es, bueno, esalgo difícil de describir.Teniéndolo así de cerca y conactitud mil veces diferente a nuestroprimer encuentro, soy capaz deapreciar cosas que antes no notaba,por ejemplo su cabello, es claro,aunque varios tonos por debajo delde Emil, también más corto que elde ella, mucho más corto. Bajo su ojo derecho, sobre su

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pómulo tiene un lunar. Por irónicoque parezca, me resulta atractivo,supongo que es hermoso... a sumanera, quiero decir, para tratarsede un gato. Sacudo mi cabeza, otra vezenojada conmigo y estospensamientos irracionales. Notoque Irah sigue apoyado en la pared,un par de arruguitas se forman enlos contornos de sus ojos y es ahícuando me doy cuenta de que seestá riendo, Irah se está burlando demí.

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¡El muy bastardo! Mientras ese gato roñoso intentarecobrar la respiración perdida detanto reír, me apresuro hasta laalfombra donde pasé las últimasdos noches y tomo la almohada. Esbueno que la cabaña tenga forma deL, y mi improvisada habitación estáubicada en un punto ciego para Irah.Imposible que pueda ver lo queplaneo, de todos modos no lonotaría, aún sigue muy ocupadomirando por la ventana. —¿Qué demonios? —suelta él,

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pero ya es tarde y le he dado ungolpe con todas mis fuerzas. Por leygeneral, no me considero unapersona violenta y en el fondo, séque un almohadón no hará grandaño, pero ayuda a botar algo detensión acumulada y de bono, sirvepara desquitarme. —No le gustó burlarse. —¡Alto! —pide llevándoseambas manos a la cara—. No fue miintención ofenderte. —Sí claro —Lo juro —dice entre risas,

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justo cuando le atizo otro golpe conel almohadón—, pero es que esacomputadora tenía un sabor tanrico. A estas alturas, no es un misteriopara mí que las computadoras noson comestibles, de cualquiermodo, el que sepa un poco más nole da derecho a burlarse de mí. Sólo para que quede claro, le doyun último golpe y me regreso a lamesa. —Las computadoras son unaespecie de televisión, pero con

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cerebro —me explica sacudiéndoseel cabello con una mano ysobándose la mejilla cubierta devellos con la otra. ¡Dea-mater, le he dejado la cararoja! —Por favor dime que tienentelevisores en La Grata —pide,acercándose a mí y luciendofrancamente preocupado. —Los tenemos —le digo—. Sóloque no se nos permite usarlos. Él abre sus ojos consternado,pero no dice nada, en cambio me

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regala una mirada capaz decongelar al sol y se encarama en lapequeña mesa. Debido a laposición en que estamos, yo en lasilla, Irah en la mesa, frente afrente, procuro distraerme yempiezo a observar la superficierayada de la mesa. —¿Sabes? todo esto empezó portu culpa, con esos consejos acercade que lo mío era la actuación. —Lo dije sincera, se le da muybien poner esa mirada profunda.Bastante dramático.

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—¿Cómo puedes saber siquieralo que es la actuación si no tienentelevisores? —Los tenemos, sólo que no senos permite ver cualquier cosa, lomismo con los libros. Además, leinformo que existe algo llamadoteatro. —Déjame adivinar: Mujercitas.A puesto a que eras March,olvídalo, demasiado agresivo,¿Eras Jo verdad? —Sabe una cosa, realmente no esgracioso, mejor dedíquese a la

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actuación, el humor no es lo suyo. Yno, no he tenido el gusto de ver esaobra. —Es una novela. —Pues no lo he tenido. Pero, porcomo lo pinta, esa Jo podría serbastante fuerte. ¿No será, señor gatoque se siente intimidado por elhecho de que una mujer sea capazde doblegar su carácter? —De eso nada. Oye, no mecambies el tema, y antes no estabamirando la ventana, estababuscando en los alrededores por si

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venía alguien. —¿Alguien? ¿Quién podría veniral bosque? Todo el mundo sabe queestá repleto de criaturas salvajes. —Todo el mundo dentro de LaGrata, querrás decir. De dóndevengo, un montón de gente estaríamás que feliz de poder pasar untiempo en calma, a diferencia de ti,que pareces estar pasándotelo engrande observando las rayas de mimesa. ¿Quieres una calculadorapara sumarlas? Niego, todavía sin mirarlo.

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—Bueno, tengo que decirlo: noeres lo que esperaba. Cuandodecidí tener un fin de semana al airelibre no hablaba de embarcarme enun rescate con una linda jovencita,pero ya que estamos en ello, no meparece cortés bajarme del barco. —¿Cree que soy linda? —sinpoder evitarlo, alzo mi vista. Quéabsurdo que la opinión de un animalme importe tanto. Tal vez se deba aque por primera vez conozco aalguien objetivo, exento del temorde ser regañado por una de las

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hermanas. —Eso es lo que dije ¿no? Bueno,ahora hay que trazar un plan.¿Tienes alguna idea de dónde podráestar ella? —La gran torre. —¿La Große? Tiene sentido —medita mientras rasca la partetrasera de su nuca, es curioso,actuando así luce casi inofensivo,para nada como el héroe que meliberó de esas bestias negras comecarne y también de ese hombre...cobra, hombre-cobra—. Supongo

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que podríamos empezar mañana. —Antes que todo, ¿a qué serefiere con La Große? y paraterminar ¿Mañana? Olvídelo, hayque partir ahora mismo. —Primero, La Große es elnombre de “La Gran Torre” comotú la llamas. O Der Große Turmpara ser exactos y segundo, ¿Tienesal menos idea de la hora que es? o¿cómo llegar a la torre?, olvida eso.¿Has pensado que harás en el casode que te sorprendan? No me gusta la forma en que me

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está mirando, es como si disfrutarade mi silencio. —¿No verdad? —¿Por qué tengo la sensación deque esto es un interrogatorio? Erausted quién tenía algo que decir. —Soy un gato, puedo hacer cosascomo esas. Me tomo mi tiempo antes deresponder, la piel de mis brazos seeriza y conozco el motivo. En elfondo sé que tiene razón y no tengootra opción salvo creerle, ya que,en efecto, Irah sí que puede hacer

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cosas como esas. Después de todome cuidó por tres días, másincreíble aún, no me olvidó. Esdesgarrador comprender lo muchoque eso me afecta. —Mira, voy a ser honesto contigo—dice en voz baja, casi en unsusurro y me asombra lo cerca queestá. ¿En qué momento inclinó surostro hasta mí? ¿Tan ensimismadaestaba con mi cerebro defectuosoque no fui capaz de oírlo?—. Calma—Me pide, puedo ver que estácontrolando su tono de voz cuando

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ladea la cabeza con expresióncompasiva, no le creo nada—,siento asustarte, supongo queestabas realmente concentrada. Todos los músculos de mi cuerpopesan y las ganas de bostezar sevuelven del tamaño de Orión, asíque estiro mi cuerpo paradesperezarme. Y así de rápido, lotengo lejos otra vez. —Volvamos a lo importante —carraspea—, parece ser queomitiste información vital en tuhistoria, como por ejemplo de

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dónde provienes. La Grata,¿verdad? —Usted sabía que yo vivía ahí, ledije que pensaban operarme losojos. —¡No mencionaste que ahí vivíansólo mujeres! —La cara de Irahcobra un color escarlata mientrassus misteriosos ojos me observancon una ira ciega que parecederretir el caramelo de su iris y seme ocurre que este lugar podría sertan peligroso como cualquier otro—. Maldición Anaya, pudiste partir

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por ahí. ¿Por qué actúa así? Nunca antes le he visto enojado,de un segundo a otro, él pierde elcontrol, salta de la mesa,rozándome con su brazo al alejarsey patea una caja de cartónabandonada en una esquina de lasala, lo hace con tanta fuerza que laenvía al otro extremo de la cabaña,cae de lado y un montón de papelesse esparce a nuestros pies. —¿Tienes idea de los peligrosque hay? Eres —me apunta con el

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índice y su dedo tiembla. Rayos,está muy enojado—. Mierda, yo deverdad creí que me tomabas el pelocuando me decías «gatito» —¿Por qué pensaría usted algoasí? —Sólo lo pensé —¿esnerviosismo lo que detecto en suvoz?—. Además, no he terminado.Yo hago las preguntas, túrespondes, es bastante fácil. ¿Qué tal si me golpea? ¿Quésucedería entonces? —¿Por qué debería responder?

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No confío en usted —Los músculosde su pecho se contraen y esosglobos en sus brazos son unaverdadera distracción, mis brazosno son así, definitivamente lossuyos son más gruesos, no megustan—. Quizás tiene razón, puedeque tenga miedo. Tal vez sólodebería irme. —¡Buena idea! —gruñe con lamirada fija en mí—. Total, a quiénle importa lo que pueda ocurrirle auna niñita como tú que no sabecuándo mantener su boca cerrada.

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—¡Ni siquiera sé porque seenojó! —¡Es por tu inocencia! —Megrita y su voz, esa sinfonía cálida ala que absurdamente me habíaacostumbrado, adquiere un matizfrío, casi tanto como sus ojos, ya noreconozco a la persona frente a mí—. Eres tan malditamente ingenuaque no sé qué hacer contigo. Nopuedo ayudarte si vas por ahíofreciéndote como carne parabuitres. Cierra la boca y puedo ver un

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músculo de su mandíbula latir,como si estuviera apretando losdientes con fuerza. —Tengo cosas más importantesque hacer antes que perder mitiempo hablando con usted sobre siluzco o no como carne para buitres,muy considerado de su parte —lerespondo, en un tono mucho másduro del que pretendo—. Hayalguien afuera sufriendo, ni siquierasé en qué condiciones se encuentra. Con un vistazo rápido hacia laalfombra, noto que mi mochila

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continua en la orilla de la chimenea,el fuego ha cesado, por supuesto,sería un absurdo mantenerloencendido con ese sol radiantealumbrando afuera. Sigo trayendo puestos mispantaloncillos cortos, lo que metranquiliza, el gato no intentóarroparme por la noche, supongoque por eso era el fuego, paramantenerme caliente. —Gracias —logro formar unasonrisa a fuerza de voluntad, másque nada por educación, sé que no

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soy la mejor compañía, e incluso sisomos iguales con eso de recordar,no le da derecho a comportarse así. Él ni siquiera me mira cuandosalgo por la puerta, está demasiadoocupado cubriendo ese pecho llenode curvas y esferas hinchadas queno deseo volver a mirar. Cierro la puerta tras de mí,luchando contra el nudo de migarganta. «Date la vuelta», me gritami consciencia «pídele perdón»,pero no puedo hacerlo, no cuandoes otro quién cometió la falta. Me

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he pasado la mayor parte de mivida aguantando los desaires deotros, soportando su indiferencia,su olvido. ¿Para qué?, para queaparezca un gato que más encimatiene la capacidad de recordarme, yme trate aún peor. No parece justo, pero entonces,¿qué en la vida lo es? Frente a mí se abre un pequeñocamino en forma de S, a base depiedras teñidas de blanco, noparece propio de un gato, mejordicho, no parece propio de Irah, no

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sé cómo será el resto de supoblación, pero dudo que se leparezcan. Los gatos son seres tiernos y depelaje suave, algo que te provocaabrazar, no arañarlos hasta lamuerte y es así como me siento conél en estos momentos. Mientras me alejo de la cabaña,doy un último brinco fuera de la S yme topo con una cerca blanca queme llega hasta la cintura, es tanhogareño, tan de cuentos que sientomis ojos humedecerse, pero las

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evito. No soy esa clase de persona,así que me limito a alejarme de lacabaña mientras me aplicobloqueador solar en la carita. Minutos más tarde, tal vez diez oveinte, no tengo ganas de abrir mimochila y buscar el reloj, noto queel sol ha ido decreciendo y todo mientorno parece un lugar distinto,completamente opuesto al bosqueque dejé dos noches atrás.Destellos rojos atraviesan lassiluetas negras en que se hanconvertido los árboles, mientras

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que unas motas doradas dan forma alos bordes de las hojas. Es hermosoy por primera vez en quince años,disfruto del atardecer, porque estavez no significa olvido, sólo haypaz y belleza, y desearía poderguardar este momento para siempre.

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11:00 CONFORME avanzan las horas,comienzo a pensar que abandonar algato no fue una buena idea, aunque“abandonar” no es precisamente lapalabra correcta, eso implica dejara alguien, yo no dejé a nadie,porque el gato en cuestión nisiquiera es persona. No lo conozco,sólo es un animal que me ayudó yya. Asunto zanjado. Rehago mi trenza, recordando lopeligrosas que son las ramas del

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sector, más ahora que el sol hadesaparecido casi por completo.Estoy exhausta. Me apoyo en untronco menudo para quitarme lamochila, desato el pasador ycomienzo a buscar mi pantalón. Loencuentro, está justo bajo mi ropainterior, lo que me recuerda que conhoy, llevo tres días sin mudar mispantaletas. No hace frío, así queguardo de nuevo todo en el bolso,excepto mi reloj. Camino en buscade algún lago para así poderasearme y cambiar mi ropa interior.

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El sonido de un riachuelo no tardaen aparecer, pero está oscureciendodemasiado rápido y no estoysegura, alguna bestia salvaje puedeaparecer, una en particular me tieneespecialmente preocupada. Con la ayuda de una rama, meabro paso en la espesura delfollaje. El destello dorado-rojizo seha perdido por completo en lashojas del bosque, en su lugar unabruma grisácea lo cubre mientraspoco a poco los primeros rayoslunares van penetrando con rapidez

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entre las ramas. Apoyo mi cabezaen uno de los troncos paradescansar un poco y tomar aire, lacorteza del tronco me raspa la sien,pero no es la gran cosa, así que unavez que recobro mis fuerzas retomola marcha. Exactamente quince minutos mástarde, el tranquilo susurro delriachuelo me avisa que he llegado.Necesito desentumecer missentidos, así que pongo el doble deatención para identificar de dóndeexactamente proviene el ruido,

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quiero aprender a escuchar. A medida que avanzo, lo sé, hetomado la dirección correcta, elrico y dulce sonido de gotasarrastrándose en fuerte flujo me loconfirma. Me guía hasta el vórticede la corriente. Comienzo a avanzarcon rapidez, concentrándomeúnicamente en ese sonido, en loslatidos del bosque, en el líquidosonido de la vida, todo con tal deno detenerme a pensar más, noquiero prestar atención al resto delos ruidos, a los chillidos agudos

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que me hacen pensar en bestias oesos alaridos que me erizan la pielde los brazos y nuca. Al fin doy con el lago, sin perdermás tiempo camino hasta el borde yme siento en cuclillas encima deuna roca lisa que está tibia.Probablemente porque recibió todala furia del sol durante el día, y meviene perfecto, dejo mis cosas enella, mientras me inclino para tomarun sorbo de agua. Sabe bien, peromuy fría, así que me inclino sólo unpoco para enjuagarme la cara.

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Desgraciadamente, no puedo obviarla capa de sudor en mi piel, así queno me queda más opción quedeshacer mi trenza y humedecerlaya que está toda apelmazada. Es prácticamente de noche, asíque no puedo pegarme unazambullida, tampoco es que estémuriéndome de ganas, pero aunquelo deseara, sería imposible. A faltade opciones, decido lavarme partepor parte. Me quito la ropa y me quedo sóloen bragas y el sujetador. Doblo mi

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camiseta y la dejo sobre elpantaloncillo corto tambiéndoblado. —¡Ay!—, dejo escapar un jadeocuando mi mano húmeda alcanza lazona de mi cuello. Mi piel seenchina y resulta bastante doloroso.Y el contacto con la brisa, nomejora mi situación. Luego, conmovimientos bruscos y rápidos,sigo con los hombros y axilas.Repito el proceso con el ladoizquierdo, pero es, ¡rayos!, muydifícil, está heladísima. Me rearmo

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de fuerzas y vuelvo a tomar un pocode agua, y la deslizo por mi cuerpo. Guiándome sólo por el tacto,vuelvo a curvar mis manos con laintención de acunar el máximo deagua posible e inclino la cabezapara llevármela hasta los labios, lasmejillas, incluso la nariz. Lasensación es liberadora. —¿Está muy helada? —Nisiquiera me detengo a pensar en eldueño de esa voz, sé de quién setrata aún sin verle, el problema esotro, algo extraño, una actitud

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completamente involuntaria toma elcontrol dentro de mí y de pronto meencuentro estirando ambas manospara cubrir mi cuerpo, lanzando enesa acción, mis pantaloncillos ycamiseta, al lago. —Mierda —dice el gato cuandogiro un cuarto de mi rostro hacia él—, no quería asustarte —añade,pero justo en ese momento un rayode luna se filtra en medio denosotros dejando a la vista surostro, y la sonrisa en su boca lodelata.

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—¿Qué está haciendo aquí? —pregunto más molesta de lo que heestado nunca, mientras gateo hastael inicio de la roca, donde dejé mimochila y me maldigo internamentepor no haber dejado también miropa ahí, así hubiera prevenido esteaccidente—. Le dije que queríaestar sola. —En realidad no. Tú dijiste queno confiabas en mí y luego... sólo tefuiste. En ningún momentomencionaste algo sobre querer estarsola y ahora que lo recuerdo,

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necesitas mi ayuda para salvar a tuamiga. —¿No es un poco tarde para eso?Además, antes estaba vuelto unloco. —Sí, siento haber actuado así. Haciendo caso omiso de él,comienzo a ponerme el chaleco ysaco el pantalón que habíaguardado para momentos como este,desgraciadamente, ahora me hequedado sin muda de ropa. Ytodavía tengo que lavar mi ropainterior ¡Demonios!

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—Espera un poco —me dice Irah,pasando junto a mí y dejando unaráfaga de perfume a su paso justoantes de saltar al riachuelo. No soy una experta en laexploración, pero soy buenatomando nota de cada nuevoacontecimiento que toma lugar enmi vida, supongo que es un efectosecundario de tener una memoria ala que no se le agota la pila. Y algo que he aprendido en lasdos ocasiones que he podidoexplorar el bosque, es que posee

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olores verdaderamente sutiles.Desde el musgo que se aloja en laszonas más húmedas hasta el romeroque no veo pero que sé que estácerca; ambos tienen una esenciaúnica y diferente entre sí, así comotambién la acidez de la hierba juntoa la amalgama de aromas floralesque emanan de los diferentesconfines de este paraíso, incluso elcalor del Sol rebotando en la piedradonde ahora estoy sentada tiene unperfume específico. Y aún así, elaroma de Irah no se parece a nada

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que conozca. A duras penas consigo ver susilueta entre las aguas negras, unostímidos rayos lunares se atreven asalpicar el agua y me dejan verlomoverse. Con el chaleco a medio abrochary los pantalones aún en mi mano,me acerco a la orilla con cuidadopara ver al gato, pero no hayseñales de él y demasiado tarderecuerdo lo que él dijo la primeravez que nos vimos: los gatos odianel agua.

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Rápidamente, comienzo adesabrocharme el chaleco y loarrojo lejos del agua, justo detrásde la mochila, hago lo mismo con elpantalón. —Estúpido gato con aires dehéroe. ¡Estúpido Irah! Me acerco al borde lista parasaltar y una lluvia de gotas mesalpica cuando el gato emerge a lasuperficie con ambas manosalzadas, en cada una lleva una demis prendas: camiseta ypantaloncillos cortos.

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Veo que ha recuperado mi ropa yun sentimiento raro se agita en miinterior, sin embargo no hago caso aeso, así que me agacho y se losarrebato de las manos, pero Irah esmás rápido y me sujeta de lamuñeca con su mano izquierdamientras se apoya en la roca con laderecha. —De nada —dice sin soltarme. Me lleva bastante trabajo actuarnormal, debe ser porque no lo soy.En mi caso, la definición denormalidad es actuar como un

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jodido bicho raro, eso es normal enmí, así que intento aplacar lostemblores de mi cuerpo, quesupongo son por culpa del frío eintento que Irah suelte mi mano. Porsupuesto, no lo hace. —¿Entonces? —me pregunta,pero le cuesta trabajo pronunciarpalabra, su boca está temblando,está muerto de frío. «Somos doscompañero», quiero decirle, peroen lugar de eso respondo: —Fue estúpido. Ya suélteme, meduele la mano.

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Él no dice nada, en cambio, da unvistazo a mi cuerpo completo y esoes incómodo; muy incómodo a decirverdad. Debe ser porque estoy derodillas en la piedra y es dura,claramente la responsable de micreciente incomodidad. La áspera yrugosa roca, traspasa mi piel, seentierra en mis rótulas causando undolor persistente. Como el sonidode una abeja en el oído. Bastanteirritante en realidad. Eso lo explicatodo. —¿Tienes frío? —su tono es pura

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malicia y como no quiero parecerdébil le miento. —Nada que ver, estoy muerta decalor. —Buenísimo —suelta una risitainfantil, luciendo más feliz de loque le he visto nunca.Inmediatamente sé que algo no vabien, esa sonrisa no es de fiar. Pordesgracia, tardo demasiado ennotarlo e Irah ya ha tomado ventaja,su brazo es al menos tres veces másfuerte que el mío. Me jala hacia él yantes de poder gritar, me encuentro

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con el agua dentro de mi boca,oídos y nariz. Estoy hundiéndome y esdesesperante. —Te tengo. Mientras el cuerpo de Irah rodeael mío, me debato entre patearlo enel estómago o aferrarme más a él,opto por la segunda ya que de otromodo terminaremos los dosahogados en el lago. —Pudiste mencionar que nosabías nadar —Tiene la desfachatezde recriminarme.

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—An-tes o después de que me...me a-rr-o-ja-ra al a-gua. —Dijiste que tenías calor —otravez lo escucho reír, pero no puedover su cara, tengo mi rostroenterrado en la curvatura de su hombro y dealgún modo me las arreglé paraenrollar mis brazos entorno a sucuello. Es como una baya de lasalvación. —Muy bien, ahora me estásahorcando. Ya no es gracioso.

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Claro que no es gracioso, meprovoca matarlo a golpes, ahoratodo tiene sentido. Con razón no nosdejaban leer cualquier libro, esdemasiado obvio. No en vano elperro es el mejor amigo de lamujer. ¡Los gatos apestan! —Sáqueme de aquí —exijo,porque mi rabia se ha convertido enfuria asesina y es muy difícil lucharcontra los deseos de patearlo en elestómago—. ¡Irah! Él traga un poco de agua cuandolo pateo en el estómago, pero se

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recupera al instante. Me agarro confuerza de su cuello, porque el aguahace que me resbale y aunquequiero verle la cara para ver si seestá riendo, me aguanto las ganasporque tengo miedo de ahogarme. «Emil», pienso y me siento malpor recordarla apenas ahora. Nopuedo ahogarme, ¡Claro!, tengo quesalvarla. No huí de La Grata parasalir de paseo, ni domesticar a unanimal. Estúpido gato distractor. —Ya sabes, estoy esperando unadisculpa o gracias, como mínimo.

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Las manos del gato estánaferradas a mi cintura y es tan altoque da la impresión de que nisiquiera está na dando, ya que no mueve lasmanos, sólo las usa para afirmarme.Rayos, no sé qué pensar. —¿Está de pie? —Sí —dice y por la forma en quesiento su mandíbula presionar micabeza, noto que está asintiendo. —Bueno, yo no. —Eso ya lo había notado,¿entonces?

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—Oh, ¿en serio va a obligarme?—es más fácil decir esto cuando nopuedo verlo a la cara, no entiendoel porqué. Sólo sé que sus ojosamarillentos me intimidan. —Hago mi mejor esfuerzo. —Pues no es divertido —digosaltando en el agua mientrasrecuerdo que puedo flotar—. Desepor enterado. —No se supone que lo sea —reconoce, pero percibo cierta risaen su voz—. Aunque podemosponerle remedio a eso.

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Antes de que pueda procesar susúltimas palabras, Irah me gira ypone su brazo tras mi cabeza. Megiro y noto que hemos vuelto alprincipio, estamos apoyados en elborde del lago. Yo atrás y élcubriéndome, formando una cárcelgatuna con su cuerpo. Estiro uno demis pies para ver si consigo tocarfondo ahora que estamos en laorilla, pero no lo logro, así que mesujeto fuerte del gato. —No tenía idea de que fuera tanhondo —murmuro, pero me callo al

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recordar que ahora puede verme lacara y claramente yo puedo ver lasuya. Hay que decirlo, está muycerca de la mía, tiene esos ojosamarillos que involuntariamente mehacen recordar a esa bestiahambrienta de la que me salvó laúltima vez. —Lo que demuestra que eres unairresponsable. Ni siquiera puedescuidar de ti misma y pretendessalvar a tu amiga. Oh, pobre Emilia.¿Así se llamaba, verdad? —Oiga, yo estaba perfecto hasta

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que usted llegó a interrumpirme. Ysu nombre es Emil, ¡no Emilia! Irah se queda viéndome serio, sumano no abandona nunca su lugar enmi cintura. No hay demasiada luz ylos ruidos que oí antes ahoracomienzan a preocuparme. —Tengo frío —le recuerdo, unpoco nerviosa ya que no deja demirarme—, salgamos de aquí. Su cabello claro luce oscuroporque está empapado, igual que elmío, y se le adhiere a la frente, lookque lo hace lucir diferente, mejor.

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Una de esas gotas se desliza hastaabajo por la piel de su frente hastala ceja y se queda ahí,distrayéndome, está inmóvil en supestaña por tanto tiempo que pareceque no se va a mover, pero lo hacey aterriza justo donde no quería,donde será imposible de olvidar: enel lunar de su mejilla. —Sí, salgamos —murmura contono distraído y un atisbo de alegríadestella en mí: no me hizodisculparme. Qué extraño que ahoraeso no parezca tan genial.

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En el trayecto de regreso a lacabaña, me las arreglo para lucirmolesta y no hablar. Hay variasrazones para hacer esto: eh, buenoestoy molesta. Además tengo muchofrío, pero la razón principal es queno sé qué decir. Algo raro ocurrióantes en el lago, algo a lo que no sédar nombre. Irah tampoco hacemucho por socializar, una vez quesalimos del lago, le pedí que segirara para poder cambiarme y él lohizo sin rechistar, ni siquierarespondió, en realidad, tuve que

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darme vuelta para constatar que noestaba espiándome, pero se habíaido sin decir nada. Ya vestida,cuando me preparaba paracontinuar con mi travesía, élapareció de la nada, arrebatándomela mochila y ofreciéndome su brazo. Pude haberle dicho que no queríaregresar con él, pero ¿a quiénquiero engañar? ambos sabíamosque estaba lo suficientemente sola ydesesperada como para rechazar suayuda. —¿Estás bien? —me pregunta y

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yo asiento, pese a que no puedeverme. La oscuridad ha descendidoal menos dos tonos en la escala dediez las hojas crujen bajo mis pies,los de Irah en cambio no hacen elmenor ruido. —No luces nada bien —meprovoca, pero no tengo ganas deresponder, no tengo ganas de nadaen cualquier caso, el lago me dejóagotada y sólo quiero llegar a lacabaña a dormir. —¿Cuánto falta? —pregunto,apurando mis pisadas, este gato

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camina realmente rápido. —Otra media hora, por qué ¿Yate cansaste? A diferencia de la última vez, Irahestá con camiseta junto a unosvaqueros raídos de forma natural,desgraciadamente no sirven demucho ya que está empapado. Él notraía muda, claro, debió pensarloantes de arrojarse como un idiota allago. Nadie le pidió que trajera miscosas de vuelta. Además, por suculpa las dejé caer al agua. —No —titubeo—. ¿Y usted?

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—¿Qué pasa conmigo? —pregunta, sin dejar de caminar.Ahora que la ropa se le pega a lapiel, su silueta se ve más delgada,es alto, muy alto, nunca vi a nadieasí de grande en La Grata. Escurioso que ese detalle me hagasentir tan segura, a salvo, sobretodo porque hace sólo unas horasme resultaba aterrador. Continúocon mi escrutinio, aunque no selogra ver mucho, la luna apenas yconsigue traspasar el denso túnel deramas y hojas que forman sobre

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nuestras cabezas, pero aún así medoy cuenta de que va descalzo. ¿Y él dijo que yo era lairresponsable? ¡Por favor! Vagandoasí podría morderlo algún animal oenterrarse una roca. —¡Ay! —grita, agarrándose unapierna y cojeando, aún así no sueltaen ningún momento mi mochila. Me muerdo la boca sintiéndomeculpable por atraer la calamidadcon mis pensamientos y meapresuro en llegar hasta él, pero elgato baja la pierna tan rápido que

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no consigo ver si se lastimó o no. —¿Se ha herido el pie? —sueltocomo si no quiere la cosa, mal quemal, nadie lo manda a andardescalzo. «Tal vez salió apurado porquequería encontrarte», dice unamolesta voz en mi cabeza, pero nole hago caso, nunca antes nadie seha preocupado por mí y un gato noserá el primero en intentarlo. —Estoy bien —suelta y toma mimano para que apresure, perocamina tan rápido que me hace

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tropezar. —¡Maldición! —Gruñefastidiado y hace chistar su lengua—. Ven, yo te llevo. —¿Cómo? —pregunto,observando cómo se descuelga lamochila y se la pone por delante,con la carga en su estómago. Sonrío un poco,porque se ve realmente gracioso. —Así —me responde y su alientome hace cosquillas en la orejacuando se inclina para hablarme—.Súbete

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Irah se inclina un poco y llevaambas manos hacia atrás, comocuando Emil y yo éramos pequeñasy jugábamos a ser pollitos. —Peso —Creo que puedo con ello. —Es que, en serio... —Sube, no me hagas ir por ti, porfavor Aya. No eres la única quequiere llegar a casa. No es que me preocupe suamenaza, más que nada es el hechode que estoy cansada y si él quierejoderse la espalda, pues, es una

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pena, pero no deseo perder eltiempo discutiendo en el bosque,porque aunque a diferencia de Irahllevo ropa seca, mi pelo es largo yestá empapado. Por lo tanto, doy unpaso hacia su cuerpo y me agazapoa su espalda, soy todo tentáculosenroscándome a su cuerpo, mispiernas le rodean la cintura y él meda ánimos apretándolas,asegurándome que no va a dejar queyo caiga. Mis brazos están tensosrodeándole el cuello, algo bastante

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similar al episodio del lago, sóloque ahora debo pesar el doble ybueno, yo estoy seca, casi seca enrealidad, porque la espalda de Irahestá mojando mi pecho y muslos. —No tan fuerte Aya —pide él ysu voz suena ronca, rayos, lo estoyahogando. —¡Lo siento! Lo escucho toser, pero sé que estábromeando cuando exagera ungemido. Me paso el resto deltrayecto con la cara recostada en suespalda, mi frente descansando en

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la tela húmeda y tibia que cubre supiel e inhalo su olor como si en ellose me fuera la vida. Él huele abosque, noche e Irah. Sin poderevitarlo, me pregunto ¿cuántodurará esto? Una parte de mí estádesesperada por encontrar a Emil,la quiero más que a nada en estemundo, pero pero —¿Todo bien? Mi corazón pega un brinco,cuando Irah gira su rostro, está rojoy gotitas claras perlan su frente,puedo verlas porque está casi

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pegado a mi cara. Además, la luz dela cabaña llega directo a nuestroscuerpos, lo que me hace ver quehemos llegado y ya va siendo horade que me baje del cuerpo. —Sí, sólo bájeme. —Muy bien. Hey, calma. ¡Aya! Estoy un poco desesperada porsalir de su espalda, así que noespero que él se incline y tropiezocontra el cerco, es pequeño y luceinofensivo, pero logra causar unrasmillón en mi pantorrilla. ¡Comosi no tuviera suficiente ya! Mi sien,

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la rótula y ahora también la rodilla. —Te dije que esperaras. —Estoy bien, sólo ¡Auch!, no esnada —digo sobándome la herida.Irah, por esta vez no me molesta yabre la cerca para que yo pase, lohago y él pisa mis talones. Ya en lacabaña, la enana puerta hace un¡clap! cuando la cerramos y una vezdentro, él se precipita a la esquinadel cuartito justo a una esquina dela pequeña mesita de los rayones,mientras yo recuesto mi cabezacontra la puerta y gran parte de mi

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espalda. Estoy exhausta, pero no losuficiente como para pasar por altociertos detalles, como el hecho deque en la esquina donde Irah acabade sentarse hay un pequeñolavaplatos, temprano, cuandodesperté, no lo vi, bueno tambiénhay una decena de lámparasrepartidas por la pieza que antes noestaban, seguramente las sacómientras yo no estaba. Desde donde estoy parada noconsigo ver lo que el gato estáhaciendo, así que tiro mi mochila

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sobre la alfombra sin siquieramirar, ya que tengo toda mi atenciónpuesta en ese felino. Doy el primer paso en sudirección, pero me detienen unasmanchas sobre el suelo de madera:frente a mí, veo un pequeño caminohecho con huellas de sangre que seencaminan hacia Irah, tienen laforma de sus pies. Pienso en elmomento en que lo vi cojear, ahoraentiendo el porqué prefiriócargarme en brazo, lo hizo paradistraerme y no dejarme ver su

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herida. «¡Oh, estúpido gato. ¿Porqué hiciste eso?!», pensé. No sé si matarlo o ponerme derodillas para que me disculpe. —Si vas a decir que lo sientes,ahórratelo —la calma de su voz megolpea de la misma forma quepodría haberlo hecho unacachetada. Él ni siquiera me hamirado, es todo seriedad. Estáconcentrado en su pie enlodado,trata de limpiarlo delicadamente,evitando tocar de forma brusca esafea herida que, poco a poco, se va

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dejando ver en su planta. Es comoun ojo y me da escalofríos—. Y ano ser que tengas estómago fuerte,te recomiendo ir a la cama. Tenía una respuesta bastantebuena para eso, una que no teníanada que ver con la verdad y todoque ver con quedar como alguiendigna de respeto, no una muchachitadebilucha, pero entonces él dejó deprestar atención a su herida y memiró con sus ojos dorados.Realmente se clavaron en mí,incomodándome, haciendo que me

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sintiera mal, desnuda, peor aún,vulnerable. Y así, sin esperarlo, lasganas de aparentar fortaleza sefueron al traste y sólo quedé yo, laAya defectuosa que recuerda másde la cuenta y que tiene la certezade que el día de mañana este gato laolvidará. —Y, no es que te ofenda, pero nopareces ser del tipo rudo. —Tiene razón —esto pareciósorprenderlo—. No lo soy —admití, ya sin fuerzas para seguir eljuego de tiras y aflojas.

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Él deja de limpiar su pie y medoy cuenta, demasiado tarde, quetras su cuerpo ha escondido uncuenco de vidrio con agua. Buenotécnicamente era agua, sólo queahora está rosada, teñida consangre. Luego, como notando miaversión, cubre su herida con otropaño, no uno limpio, pero sí menossucio. —Gracias —suelto, porque mesiento realmente agradecida de quehaya cubierto su fea herida. Irah se estira y la mitad de su

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cuerpo queda escondido bajo lamesita, como respuesta, deja muchoque desear, pero entonces él sale desu escondite con dos toallas hechasbolita entre sus manos. —¿Todo eso salió de ahí? Él asiente. —¿Qué más hay? —Te sorprenderías —Meprovoca con tono malicioso y susojos almendrados se abren más delo habitual, incluso alza sus cejas para darénfasis al asunto. Por supuesto, eso

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me pone realmente curiosa, perodecido sepultarla por esta noche—.Sécate el pelo, luego podrásdormir. Me lanza la toalla a las manos, noa la cara como hacía Emil cuandodespertaba de mal humor. Mepreocupa encontrarmecomparándolos y centrarme más ensus diferencias que en sussimilitudes, porque eso significaque el gato me interesa más por serquién es, que por parecerse a miamiga, como había creído en un

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principio. Y eso, sencillamente noestá bien, he sido abandonada, másbien omitida demasiadas veces,como para arriesgarme. Y aunqueesta noche parezca imborrable, séque él la olvidara. Todos lo hacen Comienzo a secarme el pelo eIrah se pone de pie, no me pasadesapercibida su cojera y otra vez,siento como si me sacudieran elcorazón. ¡Qué extraño! —Ten —dice entregándome unacaja con galletas—. Hay agualimpia en esas botellas en la

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esquina, mañana iremos por más.Ahora estoy muy cansado para ir alpozo. —¿No va a cambiarse? —pregunto, porque veo que no tieneintención de moverse, tal vez piensaque voy comer en este precisoinstante, una lástima ya que no tengohambre. Supongo que por elejercicio del día debería estarfamélica, pero tengo unascosquillas en la pansa que meimpiden sentir otra cosa salvonervios.

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—Claro, una vez que te duermas. —No voy a mirar —le aviso,cruzándome de brazos con laintención de parecer ofendida. —¿Segura? —respira,inclinándose hacia mí, quitando unmechón húmedo de mi frente paraacomodarlo tras la oreja. Pestañeo,intentando recomponerme delimpacto. ¿Qué diablos? Esto no esnormal. Inmediatamente llevo unamano a mi estómago, ¡Dea-mater,siguen las cosquillas! —Tanto como si mi vida

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dependiera de eso —digo, pese aque estoy asintiendo. —Muy bien —suspira conexpresión afligida—. Supongo queteniendo en cuenta tu situación, notengo que temer que abuses de mí. Dejé de comprender lo que decíadesde que utilizó la palabra“situación”. Cuando noto que selleva una mano a su camiseta,rápidamente me doy la vuelta,incluso si somos especies distintas,no parece correcto mirar, quierodecir, no me gustaría que él lo

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hiciera conmigo, así que supongoque eso lo explica. «Lo que se siembra se cosecha» Me arrodillo sobre la alfombra,otra vez transformada en unasencilla cama. Irah la hizo a laperfección, tiene sabanas, frazadase incluso un par de cojines parafines más prácticos quedecorativos. Una versión mejoradade la improvisada cama en la quedesperté, tiempo atrás, después delataque de ese hombre. El sonido de la ropa húmeda

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cayendo como trapo contra el suelo,atrapa mi atención; es su camiseta,deduzco, porque le sigue el retintínde un cierre y de nuevo, percibo elmurmullo de la fricción delpantalón contra su piel, luego uneco seco cuando éste cae el piso.Se me calientan las mejillas.¡Maldición! realmente debo haberpescado una enfermedad o algo así. Comienzo a mover ambas manos,intentando refrescarme la cara, aestas alturas me he dado porvencida con el secado de mi

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cabello, sin embargo, lo último quenecesito ahora es acatarrarme, Emilme necesita sana y fuerte. —Muy bien. Ya estoy listo,puedes girarte. —¿Qué? —tiene que estar loco,no hay otra explicación. Me meto enel intento de cama y me cubro hastala cabeza—. No pensaba girarme —digo, una vez que estoy segura bajolas frazadas. —¿Qué clase de respuesta es esa?

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—¡La que se merece cuando lanzacosas como esa así de repente! Me gustaría ser capaz de poneresas miradas crueles que nos dabaLiese, a pesar de ese rostro infantil,tenía los ojos de un demonio. Rayos, otro escalofrío, alejo demi cabeza la imagen de miprofesora de Religión y meconcentro en el cojín que se hunde ami lado. Él no puede dormir acá,aunque técnicamente es su cama,pero aún así. Oh, por favor, ni

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siquiera es un hombre, no es comosi fuera a comerme o algo así. —¿Roncas? —me quedo quietamientras lo siento acomodarse juntoa mí, suelto un suspiro de aliviocuando descubro que se ha quedadoencima de las sábanas—. ¿Aya? —comienza a sacudirme, intentandodestaparme—. ¿Sigues viva,verdad? —¡Estoy bien! —digo enojada,acomodándome el pelo aún mojado. —No, no lo estás, sécate esamata. Y tranquila —añade, al ver

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que no me muevo—. Esperaré a quetermines para apagar la luz, no eresla única que tiene sueño. —Lo tengo muy largo, tardaréhoras. Mejor présteme una tijera,nos haré un favor a los dos. —No seas dramática. Carguécontigo tres kilómetros, creo quepuedo aguantar un poco más. El remordimiento viene otra vez,recordándome que aún no me hedisculpado. «Le has dicho gracias».Sí, pero no es lo mismo que ofrecerdisculpas. Me siento confundida, la

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situación me incomoda y ni siquieraentiendo bien el porqué. —Y si se duerme... —Me despiertas y ya, fin delasunto. —No puedo —musito, perdiendomis últimas reservas de esperanza—, me olvidará. Él me mira por encima delhombro, con la barba crecida y elpelo alborotado. Sus ojosacaramelados me sonríen conternura, desvío la vista para nopensar cosas que no son, no es

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saludable. Es lástima y ya está. Nada más que eso, lástima. —No, no lo haré. —Si lo hará, cuando el reloj dalas doce, todos los cerebros seformatean y... Me callo cuando Irah me muestrami reloj, ni siquiera noté cuando losacó de mi mochila. —Son las una de la madrugada¿ves? —dice ofreciéndome el reloj,olvido mis reservas y me inclino amirarlo, en efecto, son las unapasada en quince minutos. ¡Virgen

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querida! —Es porque no has dormido... Sí,debe ser eso. —¿No crees que ya hubieracomenzado a convulsionar? —Porsupuesto que lo he pensado, perome estoy quedando sin excusas, no puedeser real, no podemos ser... —Iguales —le oigo a decir. —¿Perdón? —Dije que somos iguales, que noeres la única que puede recordar —me mira fascinado mientras habla y

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francamente no entiendo porqué, nohay nada de fascinante en ser unbicho raro. —¿De dónde saca que puedorecordar? —mi tono es una oda a lacalma, incluso logro sonar divertida—. Justo como me temía. Señor gato,está un poquito chiflado ¿verdad? Irah levanta una ceja, su cabellose ha secado y ha vuelto a lucirrubio, combina perfecto con susenigmáticos ojos del color de lamiel.

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—Pequeña, estuviste dos nochesdurmiendo en mi cama —merecuerda desviando la vista a laalfombra donde estamos recostadosahora—, sin mencionar que pasastela mitad del día inconsciente ¡Ops!Lo siento, acabo de mencionarlo.En fin, creo que tengo razones desobra para decir que somos iguales. Mi boca cae abierta, he sidopillada ¿se puede ser más estúpida?Para colmo de males, en esepreciso momento Irah lleva su manoa mi mandíbula, la acaricia con

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dulzura y me invita a cerrarla.Maldición, qué vergüenza. —Mira, estoy exhausto, qué teparece si te das prisa con el pelo ya cambio, yo mañana te muestro LaGroße, o La Gran Torre, comoquieras llamarla. —¿Mañana? —ni siquiera memolesto en ocultar mi emoción. —Sí, mañana, pero sécate esepelo rápido, no querrás pescar unagripe. No necesita repetirlo dos veces. «¡Ay!, espérame un poco más

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Emil, que allá voy»

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12:00 IRAH ha decidido ayudarme sinponer trabas. Lo sé porque, encuanto me desperté hoy por lamañana, se mostró bastanteamigable. Incluso sirvió desayuno,pese a que la noche anterior, meesperó despierto hasta las tres de lamañana, hora en que al fin terminéde secarme el cabello. Como si esofuera poco, me arrastró de un brazohasta el pozo, a sólo unos metros dela cabaña con la intención de

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mostrarme algo vital en la búsquedade Emil. —¡Ay! tenga cuidado, no soy defierro —exclamo cuando mearrastra de un brazo hasta el bordedel pozo. El gato usa mucho esto de“arrastrar” a las personas haciaalgún lugar, quizás es algocaracterístico en su especie: la faltade paciencia. Lástima, lo prefierodelicado, aunque sólo se da cuandoduerme. Lo sé porque me despertévarias veces en la madrugada, sólo

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para comprobar que seguíadormido, o en el caso contrario,salir corriendo antes de los típicosgritos e interrogatorios que vienendespués del formateo de mentes. Oaún peor, constatar que él habíasalido huyendo despavorido al vera una desconocida durmiendo a sulado. —Tampoco yo, pero parece noimportarte. Me distrae ese comentario, perolo dejo pasar cuando se lleva unamano a su frente como protegiendo

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sus ojos del sol, luego apunta haciala derecha. Imito su gesto y mecubro intentando captar lo que élve. —Ven aquí —no es unasugerencia, me agarra de la cinturacomo si fuera peso pluma y me subeen la base del pozo. Me quedo quieta, mirándolo fijo,hoy no trae sus pantalones azul sinounos color beige y la camiseta quele cubre el cuerpo es de un grisoscuro. Agradezco su vestimenta,ya me estaba hartando de ver sólo

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su piel, día y noche. De repente,mientras nos miramos, se me pasapor la cabeza que quiere arrojarmeen el hoyo, pero la descarto, notiene lógica. No hubiera pasado portanto sólo para deshacerse de mí deuna forma tan banal. Tal vez esta es su manera deconseguir agua. —Gatito, necesitamos un balde—le recuerdo. —Olvídate de eso, luego el agua,ahora pon atención ahí. Vuelvo a imitar su gesto, al

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principio todo lo que veo sonárboles, incluso si elevo mi vistahacia el cielo, por encima de sucopas, no hay nada a excepción delazul puro que me hace evocar losojos de Emil y luego nada. —Sigue intentando —me dice convoz suave, percatándose de mivacilación. Concentro toda mienergía y pruebo otra vez y sóloveo verde, verde y... —¡Todo es verde! —No todo. Tú cara por ejemplo,está blanca, parece leche —se burla

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y me da un poco de vergüenza. Talvez exageré con el bloqueador estamañana, pero él no sabe lodolorosa que son las quemadurascuando se tiene una piel como lamía—. Prueba a la izquierda. Volteo mi cuerpo hacia donde élordena y la veo. Es gigante, tan altacomo para perderse en el cielo,poderosa e inalcanzable. Parecenacer en algún punto medio delhorizonte. —¡La gran torre! —Exclamo sinpensar—, ¡la encontró!

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—Sí, La Große, ¿No soy ungenio? —¡Sí que lo es! Estoy tan feliz que podría cantar,quiero hacerlo, muero por hacerloaunque lo hago fatal. Oh mierda, mearrojaría a sus brazos, se sientebien cuando me abraza, es algonuevo. No había experimentadonunca algo parecido, ni siquiera conEmil. —Entonces, ¿cuál es el plan Oh-gran-genio? —pregunto, mientrasintento bajarme y rechazo su mano

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cuando él hace ademán deayudarme a bajar. Pero cuándo memira ofendido, sé lo que estápensando: soy una mala agradecida,pero es todo lo contrario, me sientodemasiado agradecida, demasiadoen deuda. Además no me gusta laforma en que me siento a su lado,segura, a salvo. No quiero dependerde él porque no sé cuánto tiempo vaa durar, incluso si resulta real, si deverdad recuerda, no existe un futurodonde podamos continuar el viajejuntos, ya que tengo a Emil, Irah

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sólo me va a ayudar, el tiene sumundo, tiene su cabaña, su bosque.Él tiene una vida y yo no formoparte de ella. —Primero ir por agua. —¿Dónde está el balde? —Ahora gira a tu derecha y mirahacia el piso —lo hago y ¡que tonta!Hay dos y son lo bastante grandescomo para no pasar desapercibidos,ambos están apilados uno sobre elotro a sólo unos pasos de mí. —¿Promete no mojarme? —lepregunto, todavía temerosa por su

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jugarreta de ayer en el lago. —¿Y arruinar ese maquillaje? —me responde haciendo alusión a miexceso de bloqueador, luego selleva una mano al corazón yretrocede con una expresiónofendida que es cien por cientofingida. Ese gato es un actorincorregible—. No soy esa clase depersona ¿Por quién me tomas, Aya?No soy un gato cruel. Nos pasamos otros quinceminutos llenando los cubos. Bueno,él llenándolos y yo mirando, Irah

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insistió en que sería más un estorboque una ayuda. Al principio menegué a dejarlo mandar. Claro, esofue antes de que el gatito seacercara a mí con actitud firme,pero a un ritmo endeble. Suspisadas, esa pierna y su cojera, mehicieron recordar que, anoche él sehabía herido al ir por mí, por lo queautomáticamente me obligué a nodiscutir. Ya lo había jodido todouna vez, si continuaba dejándomedominar por el orgullo no haría másque arruinarlo todo, otra vez.

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Además al verlo lastimado constatéque no era el gato invencible queparecía ser en un inicio. Hoy se trataba de agua, mañanapodría tratarse del rescate de Emil.Así que tomé una decisión: no másorgullo en lo que quedaba detravesía, por lo menos no tanto y nofrente al gatito, mi único aliado. Cuarenta minutos más tarde, unavez que hemos recolectado agua,bayas y sebiata para hacer jugo, nosregresamos a la cabaña. Nostardamos el doble de lo que me

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hubiera llevado a mí ir sola. Perono me quejé. No. Nada de berrinches. Mientras me quito las sandalias ydeshago mi trenza, observo a Irahcocinar. Posee una técnica algoarcaica, pero huele bien e imaginoque el resultado no estará mal. —Ya hemos perdido cuatro días—le digo ligera, sin ánimos depresionar, pero con el mensajeintrínseco de: “hoy puede ser unbuen día para dirigirnos hacia LaGroße.

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Ira no responde, parececoncentrado mientras muele lasebiata con una roca de formaovalada. —Tal vez, después de comer —sugiero, mientras arrastro una de lassillas y me acomodo en la mesajunto a él. Estamos bastante cerca,tanto que puedo ver a gran detalleel jugo de la sebiata, tiene un colorrojo oscuro como la sangre, sientocómo se me revuelve el estómago—, supongo que no será fácil asíque lo mejor es que partamos bien

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alimentados —digo aún asqueadapor la imagen que me formé deljugo de sebiata. Era imposible nocompararla con el color y textura dela sangre. Asco. —Tienes que estar loca si piensasque nos presentaremos allá despuésde la comida —dice sin mirarme ycasi pierde un dedo al moler lafruta sin mirar. Ambos gritamos alver el líquido rojo correr por susdedos. «¡Virgen bendita!» exhalo al verque él sonríe y yo comprendo que

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no es sangre. —¿Entonces? ¿Qué tiene enmente? Porque ya me estoyquedando sin ideas. —Para empezar, no hemosperdido cuatro días: tú estuvistedos y medio inconsciente. Luego,decidiste ir a jugar a la exploradoraen el bosque. Ya van dos veces enplan Caperucita ¿No será mucho?Son las once —mueve su muñeca yme enseña un reloj que nunca antesle había visto, es de oro y tieneapuntada no sólo las manecillas del

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minutero y segundero, sino queademás, en la parte de inferior,justo por debajo del número seis,hay un pequeño recuadro con unacuenta regresiva. —¿Lo ves? No necesitaspreocuparte por el día cuatro.Apenas empieza. —¿Qué es eso? —digo enreferencia a la cuenta regresiva desu reloj, pero Irah gira la manorápidamente y continúa machacandola sebiata. —Un reloj.

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—Sabe que no me refiero a eso. Irah suelta la roca y se gira a mí,sus misteriosos ojos amarillos meprovocan otra vez esa sensacióninsondable y pienso en el sol, en sucalor. —Anaya —dice mi nombrecompleto y su tono es puraexasperación contenida—. Hacesdemasiadas preguntas. —¿Muchas? Él asiente y un atisbo de sonrisaquiere escapar del borde de suboca.

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—Demasiadas, no quieromentirte, pero no me estás dejandootra opción —desliza el pulgar porel cuenco de fruta molida, se lolleva a la boca y succiona —Maldición, esto está bueno —Irah parece disfrutar el sabor, segira hacia mí con una sonrisanerviosa. Me ofrecerá su dedo ¿Lohará? ¿Serán los gatos capaces decompartir algo así de íntimo?Martha Brooke y Patrinix Anoukhacían cosas como esas, pero eradistinto, eran hermanas, mujeres,

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descendientes de La Grata comoEmil y yo. Por lo que sé, los gatosno hacen cosas como esas.Confirmado, no lo hacen, ya queIrah limpia el dedo en su camisetaazul y continúa machacando. —Como te decía, son apenas lasdoce, dudo que alcancemos siquieraa almorzar. Nos tomaremos estejugo energético, pelaré un par debayas para el camino y ya veremosen casa. Me cuesta un momento procesartodo esto, cuando por fin lo asimilo

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pregunto. —¿Va a llevarme a su casa? Él asiente. —Pero, ¿acaso no estamos enella? —Te dije antes que esta era unacabaña —estira el brazo paraalcanzar un jarro y saca un coladordiminuto de él—, podríamos decirque estoy tomándome unasmerecidas vacaciones. —¿Vacaciones? —pregunto,mientras el gato vacía el jugo desebiata en el jarro y los trozos de

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fruta se quedan atrapados en elcolador. —¿No tienen vacaciones en laGrata? Niego. —Ni siquiera sé lo que son. —Bueno, son algo así como.¿Tienen trabajo al menos? —Por supuesto, tenemosprofesoras, enfermeras. Está Nissi,la dea-mater, nuestra gobernadora,ella es quién dirige nuestra familia. —Querrás decir ciudad —responde él escéptico—. Ten.

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Tomo el vaso que Irah me ofrece,un poco aprensiva por el color. —Anda, pruébalo. —Ya, es que no tengo sed. —Qué mala mentirosa eres. Mira,si te sirve de consejo, cerrar losojos ayuda. Sé que el color no es delo mejor, pero su sabor esincreíble. Hago lo que él me dice y noto queIrah tiene razón, en realidad el jugono tiene mal sabor, por el contrario,sabe increíble. Quién hubierapensado que el jugo de Sebiata

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podría ser tan sabroso. —Son las bayas —me dice éldespués de que se me escapa unsuspiro— le dan el toque dulce.Bueno, mientras tú te acabas eso, yote explicaré lo que son lasvacaciones. Y entonces, Irah se pone a hablarsin descanso, incluso un pocomolesto. Es como si no pudieracreerse que yo provenga de un lugardonde no tenemos derecho a“descanso de nuestrasobligaciones”, como bien lo definió

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él. —¿En qué trabajas? —Con computadoras, ya te lodije. A todo esto, ¿qué edad tienes?Se me olvidó preguntarte eso. —Quince —él escupe el jugo yempieza a ahogarse. Temiendo quese le haya pasado alguna pepita delas bayas, me paro de la silla ycomienzo a darle palmaditas en suespalda con una mano y levantarlelos brazos con la otra. —Estoy bien —dice—, ¡Dije queestoy bien!—. Ahora levanta la voz

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y se sacude de mí, no añade nadamás, supongo que me excedí con losgolpes, pero podría jurar que lo oísusurrar algo como: «Quince...Joder» Antes de partir me aseguro dellevar todo, el reloj en mi muñeca,la mochila cargada. Esta vez, pororden de Irah llevo mis pantaloneslargos en lugar de los cortos, nisiquiera me preocupé en discutir,mejor así, ha estado malhumoradodesde que salimos de casa.También insistió en que llevara el

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chaleco con gorra, así podrécubrirme el cabello, además de losbrazos, cuello, en resumidascuentas, toda la piel. Es un tanto absurdo dada latemperatura, sobre todo porque élseguía con sus cómodos pantalonesbeige y esa camiseta delgada azulpuro como los... —Gato —digo, alejando de mimente la imagen de Emil y sus ojosazules. —¿Ah? Él ni siquiera se detiene o se gira

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a mirarme, por el contrario, siguecaminando y —pese a su cojera—me lleva ventaja. Lo miro caminar yme doy cuenta que no es rápido,sólo resistente. Fuerte como unroble, yo en cambio, estoyderritiéndome bajo toda esta ropa. «¿Por qué tiene que ser tanmañoso?» «¿Qué tal si termino frita?» «¿Qué sucedería entonces?» —Me estoy asando. —Ya falta poco, aguanta un pocomás.

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—Eso fue lo que dijo hace mediahora —digo mientras exprimo mibarrita de bloqueador y me aplicootra capa más sobre la piel de lacara, arde como una condenada. —No seas llorica. —Explíquemelo otra vezentonces, explíqueme cómo sabeque no moriremos fritos de unmomento a otro. —Sólo lo sé. —Pero el sol es tremendo. —Ya, pero nadie muere frito poreso.

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Mis labios resecos tienen unaidea muy diferente, pero omito eso.Estoy demasiado exhausta parareplicar, además es incómodocaminar con la ropa interiorempapada de sudor, por nomencionar asqueroso. —Alguien tendría que enseñarlemodales. Pasó otra media hora, antes deque Irah se detuviera frente a unposte, muy parecido a los quehabían en La Grata. Prácticamenteme arrastré hasta ahí y el gato tuvo

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que esperar unos seis minutos paraque le alcanzara. Debemos lucir ridículos, ambosrecostados sobre el mástil deconcreto, a espaldas del otro. Esaera la escena hasta que Irah rompióel silencio, supongo que es másfácil conseguir respuestas justo enmomentos como estos: cuando estásexhausto, sediento y sin poder verla cara de tu interlocutor. —Cómo te diste cuenta que eras... —¿Defectuosa? Lo escucho reír.

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—No. En realidad, iba a usar lapalabra especial —se toma sutiempo—. Diferente, ya sabesdistinta al resto. —Lo mismo, un jodido bichoraro. Su brazo se desliza por el poste ysacude al mío. —No es verdad Aya —dice aúnsin soltarme. Agradezco que estemos aquí, enmedio de la nada, rodeados deárboles y un sol resplandeciente,sobre todo, doy gracias por el poste

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que impide al gato verme, porqueyo Anaya Sonnenschein, estoy apunto de romperme. —Escucha muy bien lo que te voya decir —carraspea—, y ¡por favor,no te alarmes! ¿Vale? Me seco la cara con mi manga,antes de que él decida girarse. —¿Vale? —su mano presionamás fuerte en mi hombro. —Me lo pensaré. —Joder. —Sólo diga lo que está pensando. —No te lo tomes como algo

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personal, pero eres exasperante. —¿Eso era lo que quería decir? —No, pero me hiciste enojar, asíque no te lo diré. —¿Exasperante, en el sentidobueno o malo? —No existe sentido bueno para lapalabra exasperante. Automáticamente mis memoriasse transportan al pasado: aquellaocasión en donde se nos ordenólimpiar los retratos de las mártiresy reté a Emil a utilizar su propiasaliva cuando se le volteó líquido

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limpiador. Ella me había sonreídocon genuina diversión y me habíadicho “Eres exasperante”, luegolimpió el cuadro con su propiasaliva. —Supongo que no. —De todos modos ¿Cómo losupiste? —¿No es obvio? En clases deCiencias, desde pequeña todo fuemuy claro para mí. De hecho, soybastante inteligente, entendía a laprimera cuando hablaban de laspartes del cuerpo, del sistema

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nervioso, el cerebro, la memoria acorto plazo, largo plazo. Porsupuesto, ambas disfuncionales enmí. —Hablas de memoria a largoplazo. Pero, me pregunto ¿qué eslargo plazo cuando tu único plazoson veinticuatro horas? —No para mí. Después de eso, nada. Ambos nosquedamos dilatando el silencio, yome dedico a oír el viento que, almecer los árboles interrumpenuestra paz, o siento un par de

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avecillas cantar. Irah se limita adescansar, supongo. —Irah... —¿Sí? —Somos nosotros los queestamos mal, por favor no intenteconvencerme de lo contrario. Nadapeor que mentirse a uno mismo; estriste, no lo haga. Yo ya aprendí avivir con ello, ni siquiera medeprimo ¿Lo ve? —Lo tengo clarísimo. Las gotas de sudor comienzan acorrer por mi frente y estoy

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demasiado agotada para ponermede pie y continuar. —Imagine por un momento sercomo el resto, ser normal —leinsisto. —Una vez intenté serlo, fueronlos peores diez minutos de mi vida—el timbre de su voz pierde humorcuando pregunta—. Te gustaríapoder olvidar ¿verdad? —Más que cualquier cosa. Nodolor, no tristeza, no engaños. Nadade remordimientos. Dígame Irah¿Qué puede superar eso?

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Por segunda vez en menos de diezminutos, él no responde. Al final, resultó que la ciudadestaba a sólo cinco minutos delposte. Irah nos guió por una curva ynos introdujo en una cueva hecha deramas y hojas. Observo estoica las murallasgrises que bloquean el paso frente amí. Doy una zancada y luego otra,hasta que soy capaz de rozar con minariz la superficie de concreto. —Confía en mí, olfatear el murono es la forma de entrar ahí.

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—No estaba olfateando, sóloquería tocar. —Pues usa las manos. —Estaba por hacer eso, Genio. Dejo mi mochila en el piso ycomienzo a remangar las mangas demi chaleco. A través de mis palmas,la textura es lisa y fría. —Son ochenta centímetros degrosor. Hormigón armado. —Supongo que habrá una puerta. —Supones bien. Ahora que lopienso, supones un montón decosas. Ven, sígueme.

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Camino tras él, la verdad noestamos tan cerca, al parecer hayque rodear a este gigante deconcreto. —¿Cuánto mide? —No lo sé, unos quince metros. —¿No lo sabes? Él se encoge de hombros y siguecaminando. —¿Cómo puedes saber el ancho yno saber cuánto mide de largo? —Es diferente, he medido elancho —dobla la rodilla luego setoma el pie herido, e intenta mirarlo

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mientras apoya la mano libre sobreel muro, para mantener el equilibrio—. No soy tan suicida como paraintentar escalar este muro. Irah gira su rostro en midirección, y mira cualquier puntoinvisible por encima de mi cabeza.Qué extraño, es como si fingieradarme su atención para no hacermesentir mal. —Tú, por el contrario, no parecesprecavida —suelta y se ve tan raroen esa posición, afirmando su pie,apoyándose en el muro. Su herida

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debe estarle molestando más de loque aparenta soportar—. Quierodecir, huiste de la ciudad perfectasólo para salvar a tu amiga. Y noolvidemos a esa bestia a la que teenfrentaste... Ese hombre. ¡Terrible,terrible! ¿Lo ves? Eres toda unaguerrera. —¿Quieres que me suba a esemuro? Todo atisbo de humor desaparecede su cara. —Ni se te ocurra. Comenzamos a rodear el muro.

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¡Gracias Virgen! Finalmente, damoscon una esquina. Aparentemente, latextura de la muralla ha cambiado,ya no es lisa, rocas y ladrillossobresalen de ella. —En el fondo, es como una cajade zapatos, sólo que más grande eimpenetrable. —Ajá. —Lo digo en serio Aya. Ahora,observa al maestro. Y eso es justamente lo que hago,sigo cada uno de sus movimientos,desde que pone su pie herido en una

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roca, hasta que secunda elmovimiento con el izquierdo, luegouna mano y así repite el escaladohasta que da con una roca y lasaca... —Ahora es cuando tu mochila nosserá útil —dice sin mirarme. ¡Quésorpresa! y estira la manoesperando a que se la pase. Sé queestá ayudándome, pero su falta detacto comienza a irritarme. —¿Y si no tuviera mochila? —La tienes, eso es lo queimporta. Ahora dámela.

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—Podrías conseguir tu propia... —¡Tengo mi maldita mochila!Sólo la dejé en la cabaña porque vique tú tenías una y no necesitamosandar con exceso de equipaje, loúltimo que deseo es llamar más laatención. Mantiene su brazo estirado,mientras se sostiene con sus pies yla otra mano. Se la entrego sin rechistar, latoma y comienza a sacudirladejando caer todas mis cosas alpiso. Tampoco son tantas, pero el

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gesto es tan brusco, y ver mi ropainterior desparramada por el pisoes tan humillante, que me dandeseos de llorar. Comienzo a agarrar el resto deprendas, una a una mientras caen,pero no soy tan rápida así que esinevitable que sigan cayendo alpiso y se ensucien. Hago un pequeño montoncito conmi ropa interior, el polvo devaleriana y mi bloqueador, que sonlos que cayeron más cerca de mispies, mis sandalias rebotaron contra

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el suelo para terminar en sitiosopuestos. Qué rabia, tampoco estanto la distancia entre una y la otra,después de todo Irah está sólo amedio metro de altura. Estaba tan preocupada por miscosas, que no había reparado en loque el gato araña estaba haciendo.Irah mientras subía por el muro,sacaba las piedras y luego lasguardaba en mi mochila. —Listo —dice y noto que frente aél se ha abierto un túnel. —¿Y el resto?

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—No hay un resto —respondebastante pagado de sí mismo—.¿Por qué otra razón me tomaría lamolestia de medir el ancho si no espara atravesarlo? Lo veo arrojar mi mochila en elinterior del túnel como si no pesaranada, como si no estuviera repletade piedras y ladrillos irregulares. Irah trastabilla y pego un gritopensando que va a caer. —Shhh —murmura poniendo sudedo índice en la boca—. Es ciertoque el muro es grueso, pero no

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tentemos a la suerte por favor. Con cuidado se gira, afirmándosede la irregular superficie, se sientaen el borde de la improvisadaentrada y estira una mano en midirección. —Vamos Aya, vamos por Emil. Algo nuevo y cálido reverbera enmi pecho, siento que salta y casipodría llorar, él incluso ha dicho sunombre sin fallar. Una oleada de gratitud me inunday por un momento, sostengo mimirada en sus ojos. La luz del

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mediodía le da de lleno en elrostro, ojos dorados y labios rosas.Sus pestañas proyectan sombras enla cima de sus mejillas, y lassombras esculpen cada curva de susmúsculos y tendones. Este Irah, erauna versión destellante del gato queencontré en el bosque días atrás. Recojo el montoncito de ropa,pensando en que toda mi vida me heconformado con lo mínimo: serdefectuosa, recordar más de lacuenta y extrañar, pero esta vez esdiferente; esta vez quiero más.

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13:00 IRAH me jala hacia él y amboscaemos en el túnel que atraviesa elmuro. Él tenía razón, son ochentacentímetros de ancho. Nos lleva unmomento acomodarnos ycomenzamos a gatear hasta el otroextremo. Toda una vida después,veo nuevamente la luz. Irah salta como si hacerlo fueraparte de su naturaleza, ni siquieracojea o se queja de dolor. Elespacio es demasiado angosto y no

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tengo la valentía de un gato parasaltar con naturalidad, así que meacuesto de espalda y comienzo aavanzar hasta que mis piernascuelgan de la boca del túnel. —Tranquila —dice y escucharlome da confianza. Está cerca yespera por mí, no me dejará caer.Comienzo a erguirme, con cuidadoy quedo sentada en el borde delmuro. Polvillo gris cae sobre mishombros y cabeza, pero el chalecoque, aún llevo puesto, me protege elcabello y el resto de la piel.

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Al fin comprendo que Irah, todoel tiempo, ha sido un gatoconsiderado y todas sus órdenesque, en su momento las tomé comode mala educación o terquedad,tenían una finalidad. Un únicoobjetivo: protegerme. Fui tan idiotaal desconfiar de él. —Mejor deja de balancear laspiernas y salta de una buena vez. Desde las alturas, lo observomirándome y se siente genial. Soyilusoriamente como medio metromás alta que él, fácilmente podría

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patearle en la boca y luego correr.¡Virgen santa! Cecania me hacontagiado algo de su crueldad, ydefinitivamente no quiero ser esetipo de persona, así que alejo laidea de golpear a Irah de inmediato. —Aya no quiero que pienses quete estoy presionando, pero seacercan las dos de la tarde, es lahora en que todo el mundo sale acomer, y lo último que necesitamosahora es que nos vean entrando a laciudad como dos criminales justocuando hay más afluencia de

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público en las calles. ¡Vamos Aya!,las vías se llenan y —el sonido deunas campanas lo obliga a callar—.Olvídalo —dice entre dientes—, esdemasiado tarde. Tomo una bocanada de aire y mearrojo sobre él antes de que puedaarrepentirme, tomando al gato porsorpresa, de hecho sus brazosvacilan, pero se recompone rápidoy no me deja caer. Lo repito, fui unaidiota al desconfiar de él. —Muy bien —murmura porencima de mi cabeza—, lo has

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hecho muy bien. Pero no se siente como si lohubiera hecho bien en absoluto, esteabrazo es diferente a los otros, másfrío e impersonal. —¿Y? —me suelta con torpeza—,¿qué te parece? Irah pone sus manos en mishombros y con otro gesto corriente,me gira para ver lo que ocurre anuestras espaldas y yo Yo me quedosin habla. Retrocedo de un salto cuando medoy cuenta en dónde estamos

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parados, sólo cincuenta centímetrosde tierra firme nos separan de unbarranco del que ni siquiera mepermito especular su profundidad.Pienso en lo fácil que sería caer porel precipicio y un escalofrío sacudemis vertebras. Una vez que las imágenes de micuerpo cayendo por el precipicioabandonan mi mente, miro conatención el gran cráter. VirgenSanta, mi propia imaginación esincapaz de sugerir algo así deimpresionante. Es una ciudad

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construida sobre el cimiento yforma del despeñadero; edificios ensus curvas, casas en sus desniveles,carreteras y paseos peatonales enlas curvas y escasas líneas rectasdel asombroso embudo. El vértigo se cierne sobre mí,pero mi curiosidad es superior. Enalgún lugar de esa ciudad está miamiga. A medida que miro endirección al centro, diez, treintacien mil casas se pierden en laprofundidad. La multitud de la queme había hablado Irah, se ven como

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pequeñas hormigas subiendo ybajando, me hicieron recordar eldía en que nos conocimos, ese díafui atacada por miles de esosinsectos, pero el gato las sacudió demi cuerpo al instante. «Siempre fueconsiderado», pensé mientrasseguía observando la ciudad. Era un mundo desconocido ahíabajo. Árboles, faroles, no hayorden de color, ni forma o tamaño.No se parece para nada a La Grata,más importante aún, en el fondo delacantilado, lejos de todo y todavía

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inalcanzable, se alza la gran torre,sube como una especie de obeliscoarrogante, atravesando las nubes. «Emil» —¿Vive aquí? —pregunto atónita,intentando captar una imagengeneral entre tanto detalle. —Sí, ¿acogedor, verdad? —¡Es una quebrada! —Lo sé, nos da un plus. —Y ¿cómo se supone quellegaremos ahí abajo? —Caminando. Estoy demasiado agotada para

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replicar, demasiado ansiosa porrecuperar a Emil y al final de esatormenta de emociones, está mihabitual resignación. Es como misombra, no importa cuántas vecespiense que me he deshecho de ella,en cuanto veo un atisbo de luz,reaparece. Irah toma mi mano sin siquierapreguntar y da la impresión de queestá agarrando algún deshechotóxico, no me sorprendería quecorriera en busca de undesinfectante una vez que lleguemos

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al lugar, por ahora sólo se limita aencaminarme por la pendiente. —Cuidado —me avisa ycomienza a descender en picada porla quebrada, llevándome con él... arastras. En el trayecto hay un montón deárboles y arbustos, los que enocasiones me sirven de soportepara no tropezar, lo mismo con lasrocas y por supuesto, está Irah, elapoyo más estable, quien a pesar deque mi toque lo pone tenso no hacenada para alejarme de él. Dos

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metros más abajo, hay una ladera.Irah se ofrece a cargarme en susbrazos. Se lo agradezco, perodeclino su invitación. Su cercaníame hace responder de formas queaún no puedo entender. No es lomismo que me hacía experimentarEmil, son sensaciones mucho másintensas, por lo tanto mucho másperturbadoras, y ya existíasuficiente tensión entre nosotroscomo para agregar más. Finalmente llegamos a unaalambrada. Irah me ayuda a pasar

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por encima de ella y juntos nosdirigimos hacia una pequeña casetarectangular y sin ventanas. Abrimosla puerta y comprendo de lo que setrata. —¿Un ascensor? —¿De verdad pensaste quebajaríamos toda esa cuestacaminando? —No hizo nada para sacarme demi error. —Supongo que también tienen deestos en La Grata. —Por supuesto que los hay, mi

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ciudad es muy hermosa, el hecho deque no nos dejen leer cualquierbasura no significa que seamosmenos que los gatos. Arrastrando los pies, Irah se sitúaa mi lado. —Permiso... —susurra, antes depasar una mano por sobre micabeza. Soy curiosa, así que giro mirostro hacia donde fue a parar sumano y veo que está apretando unbotón. Estuve demasiado tiempoexpuesta al sol, mis mejillas arden

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como el infierno, y bajo el chalecogris, estoy toda sudada. ¿Cuántomás va a tardar este ascensor? ¿Y sise está descompuesto? Aproximadamente, tres minutosdespués la puerta se abre, e Irahsale convertido en un rayo. —Ni una palabra. Salgo del ascensor un pocomareada, mis ojos captan imágenesdesenfocadas provocándomenauseas. La figura de un edificio semezcla con la de un cachorrito quejuega con un hueso, un grupo de

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gatos y viceversa. Figurasamalgamadas por el vahído, el quedura sólo hasta que la veo: ¡la grantorre!. La visión dura segundos, yaque Irah me vuelve arrastrar a todavelocidad hasta la esquina máscercana. Su brazo rodea mi cuello mientrassu palma transpirada tapa mi bocadificultándome la tarea de respirar.Le Muerdo la palma de su mano ylibera mi boca en el acto. —Lo siento —dice afligido al verla reacción de mi cuerpo al no

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lograr inhalar un poco de aire. Micara ha de estar roja, casi lila.¡Virgen querida! Si casi me ahoga,y qué decir del calor insoportableque ha hecho estragos en mihigiene. Qué no daría por unaducha. Carraspeo un par de vecesacompasando mi respiración antesde responderle. —No hay problema, pero ¿Porqué me arrastra de ese modo? —Porque tenemos prisa —responde con su habitual tono dulce

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y seguro, ese tono que me aseguraque puedo confiar en él, que no meoculta nada—. ¿Ya viste la hora? Otra vez me enseña su reloj. —Son las dos con quince,tenemos menos de siete horas paradar con Emil —ni siquiera haacabado la oración cuandocomienza a tironearme de nuevo,Había leído en un libro que, enocasiones las palabras se oponen alas acciones. Sí, es cierto, mesiento segura con Irah, confío, perosu forma de actuar me hacen intuir

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que no todo está bien y que quieresacarme rápido de aquí. No digonada sólo lo sigo, pero dudo muchoque todo este repentino apuro seasólo por salvar a Emil. «Y qué fue todo eso dearrinconarnos contra una paredmientras tapaba mi boca» dice esamolesta voz mental. —Gato, me duelen los pies —lerecuerdo, ya que parece haberolvidado que hemos estadocaminando por más de dos horas. —Ya casi llegamos.

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Otra cosa que no me pasadesapercibido, es que me hallevado sólo por los pasajes consombra, nos está ocultando o tal vezno tiene idea de a dónde se dirige. —¿No es ese Irah? —escucho aalguien decir. —Date prisa —me apura el gato,pero la curiosidad me gana ycuando giro la cabeza hacia atrásveo a dos gatos que intentanalcanzarnos. —¡Irah! —los escucho llamarotra vez, gatito suelta una maldición

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pero no le queda otra más quedetenerse. —No quiero oír ni una solapalabra. Lo digo en serio —mesusurra algo irritado. Luego se giraen dirección a los otros gatos. —Oye colega, pensamos queestabas enfermo. —Lo estaba —admite aregañadientes dándome una miradaamenazante para que no diga nada.¡Qué carácter! Si ya habíaentendido la primera vez que lodijo.

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—Pues te vez excelente, de hechotienes un brillo especial. Joder,nunca te he visto mejor. El gato que acaba de tomar lapalabra es apenas más bajo que Irahy también más delgado, perocomparten otras cualidades como labarba y el color de pelo. El otro encambio, tiene unos ojos azulespenetrantes y su cabello negro ylargo le da un aspecto peligroso. Semantienen en silencio y no aparta sumirada de mi, parece desvestirme.Me incomoda. No me gusta.

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—Tonterías, ¿empezaste a tomartan temprano? —responde. —Te habrás confundido. No bebodesde hace años. —Claro Tadeo, como tú digasamigo. ¿Qué te parece sicontinuamos esta conversación mástarde, con una cerveza helada? —Dije que ya no bebo. —Exacto... y yo soy virgen. Los tres felinos estallan en risascuando Irah dice eso, pero sólogatito desvía su vista hacia mí. Laverdad, no entiendo de qué ríen. En

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La Grata todas las mujeres sonvírgenes, sin excepción. Supongoque para los gatos es diferente. —Entonces chicos ¿Tenemos unacita? Los tres gatos hacen chocar susnudillos y un escalofrío meatraviesa cuando el gato de pelolargo entrecierra los ojos alpillarme observándolos. Él se cruzade brazos esperando. Me disgusta,siento que puede ver a través de mí. —Sabes Irah, me agrada tuMeretrix, ¿de qué jurisdicción es?

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—Nueve. —Pensé que pertenecía al uno odos. La llevas tan tapada queapenas se logra ver. —No me gusta compartir lo quees mío, Aitor. El gato de cabello rubio abre losojos sorprendidos, podría apostar aque yo luzco igual. —Entiendo. —Nos vemos —dice Irah, peroesta vez no chocan sus puños, sinoque se limitan a levantar sus manos.Los otros dos felinos siguen su

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trayecto y gatito me arrastra con élotra vez. Durante el viaje, sigo apreciandola arquitectura y diseño del lugar.Cada una de las casas tiene un colordistinto. Parece imposible, pero nolo es, priman los tonos fuertes:verdes, azules, incluso me encontrécon una amarilla. ¡Amarilla! —Listo —me avisa él y noto quenos hemos detenido—. Hogar,dulce hogar. Estamos frente a una casa colormarfil, retrocedo unos pasos para

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tener una vista panorámica de laedificación. —¡Wow! «¡Tiene dos pisos!» Gatito levanta el tapete frente a supuerta y veo una llave, la toma yabre la puerta de madera. —Adelante —dice, abriéndolapara mí. Entro rápido, muero poruna ducha. —¿Qué es ese olor? —preguntomientras Irah me pide la mochila yla cuelga en un fierro que tieneforma de gato.

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—Debe ser Jairo. —¿Quién es él? —Jairo Baldwin, es algo asícomo la versión gatuna de tu amigaEmil. La versión gatuna de Emil eligejusto ese momento para entrar en lasala. Tiene un cuerpo pequeño yrechoncho, y su cara es tan pálida yredonda como lo es la luna cuandoestá llena. Siento el color huir de mi rostro yle doy a Irah una mirada furibunda. —No es —dice él—, realmente

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igual. —Oh, no me diga. —Ella es Aya —dice Irahapuntándome con su cabeza. —Ya veo —responde la versióndeforme de mi amiga. Trae unacamisa ancha con flores rojasestampadas en un fondo amarillo yunos pantaloncillos cortosparecidos a los míos, peromuchísimo más grandes. Suconjunto lo finalizan unas sandaliasde cuero sobre unos calcetinesblancos.

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Los gatos tienen un look muydiverso. —¿Recuerdas la primera vez quenos vimos? —Claro, estaba medio desnudocon sus manos ocupadas en no séqué. Podría jurar que gatito estáruborizado, pero no presto atención,el olor que inunda la sala esdemasiado distractor. —¿Qué es eso? —¿Te refieres a ese aroma demuerte que te hace agua la boca? —

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pregunta Jairo dándole a Irah unamirada divertida—. Esa es mireceta especial. Pienso en Emil, en lo que debeestar pasando y sé que no deberíaestar fantaseando con comida, perola caminata me ha abierto el apetito.Además, ella probablemente no estápensando en mí en este momento. —¿Puedo probarla? —¡Seguro! Ven conmigo a lacocina. —Olvídalo —dice Irah,recobrando la compostura—, antes

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te tienes que duchar. —¡Casi lo olvido! Lo sientomucho, estoy hecha un asco ¿Mepodría decir dónde está el baño? —A la dere... —Descuida —Irah lo interrumpepasando un brazo por mi hombro—.Yo te acompaño —dice y ¡Mira túqué sorpresa!, me vuelve a arrastrardel brazo. Me encamino por un pasillo largoy discreto, sin ornamentos nicuadros en sus paredes. Suspiro enfrustración, nos estamos alejando

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del exquisito aroma que expele lacomida de Jairo, mis tripas seescogen y hacen un ruido bastantevergonzoso. Al final del pasillodamos con una escalera alfombradade base gris y motivos blancos, Irahme guía hacia la segunda planta dela casa. —Lo siento —me disculpocuando mi estómago gruñe unasegunda vez. —Descuida, también estoyhambriento. Y en su rostro puedo ver la

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verdad, más que hambriento, estádestruido, líneas violáceas deabatimiento se forman bajo susojos. Irah toma la parte baja de sucamiseta y se la lleva hasta la carapara secarse el sudor del rostro yyo consigo ver una parte de lo quetantas veces estuvo a la vista, perosólo ahora parece llamar miatención. ¡Qué tonta! Continuamos subiendo hastallegar al final de la escalera. Otravez, las cosquillas forman una

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revuelta en mi panza y me obligo amirarle la cara. Rayos, él me estámirando también. ¡Siempre me pillacon los ojos en él! Sus párpadoslucen caídos y aunque cansados,esos iris dorados están llenos depura determinación. —Tal vez no lo sepas —titubea—. Qué sé yo, es probable que enLa Grata no les enseñen cosas comoestas, pero de dónde yo vengoquedarse mirando así a alguien esde muy mala educación. —Lo... lo sien-to.

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—Un lo siento no cambiará loshechos. Aunque, puede que haya unmodo de... Mejor no, olvídalo. —¡Dime! —No lo sé, puede que seademasiado para ti. Me quedo viéndolo, intentandoparecer digna en el proceso. No esfácil y él vuelve a secarse lamejilla con la camiseta, pero estavez no lo miro. —¿Qué demonios? —Diceencogiéndose de hombros—. Tú lohas pedido.

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Irah abre la puerta del baño y meinvita a entrar en él, es la primerapuerta a la izquierda, lo hago y élme sigue. Estoy temblando,maldición, lo he arruinado otra vez.Tengo un don insuperable parafastidiar a las personas, debe seruno de los efectos colaterales deestar estropeada. Irah se inclina, sus labios rozancon suavidad mi oído. —Cierra los ojos. —No creo que eso sea una buenaidea.

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—¿Asustada? «Nunca» —Es sólo que... puedo tropezar—le explico y percibo cómo searrugan las esquinas de sus ojos. Seestá divirtiendo a mi costa—. Lodigo en serio. ¿Has visto este lugar?—Apunto hacia el suelo irregulardel baño, la baldosa tiene un diseñocon relieve—. Es una trampamortal. —A ver ¿quieres saber cómo nosdisculpamos los gatos sí o no?Fuiste tú quién insistió —Luego,

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con un tono excesivamente ofendidoañade—, Caray Aya, creí queestabas arrepentida. —Lo estoy —cierro los ojos, mecruzo de brazos y espero que elgesto dé algo de honorabilidad a mipostura. Estoy arrepentida, peronada asustada, lo digo en serio, almenos hasta que salto en mi lugarcuando un sutil toque irrumpe enmis sentidos. Es el dedo de Irah queacaba de posarse en la división demis cejas. —Relájate, se te formará una

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arruga si continúas tensando así tuentrecejo. —¿Desea algo más el señor? —Sí, manos fuera —ordena,luego tira de mis brazos hasta queambos cuelgan lacios a miscostados—. Ahora necesito que tequedes quieta, esto es algo propiode gatos, así que no estoy seguro deque sepas manejar la situación. Metemo que el desafío podría quedartegrande. —De eso nada, dime qué hacer. —Relájate, es todo lo que

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necesito. Aún con los ojos cerrados, puedosentirlo acercarse, no es que looiga, sus pisadas imperceptiblesaún siguen siendo un misterio paramí. Irah camina como un fantasma,sin embargo su olor, esa esenciafresca y narcótica, es la cualidadque lo deja en evidencia, es lo queme hace saber que lo tengo justo enfrente aún sin verlo, está tan cercade mí como pueden estarlo doscuerpos sin llegar a tocarse. Su respiración cambia de

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frecuencia, me doy cuenta porquecomienza a hacerse más fuerte. Yasí de forma inesperada, algocálido y suave tira de mi boca. Sus labios.

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14:00 —ESTÁ bien, disculpa aceptada. Después de besarme, Irah sedirige hasta la ducha y abre la llaveizquierda. —Esta es agua fría —me explica,como si yo fuera una idiota. Aunquela verdad es que me siento un pocoidiotizada, no entiendo nada. Estoyfuera de mi cuerpo, no soy capaz dehablar y si pudiera, no sabría quédecir exactamente—, y esta de acáes para el agua caliente.

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Lo miro y me regala una sonrisanerviosa, las comisuras de su bocase acentúan y puedo ver unapequeña parte de sus dientessuperiores, luego se dirige haciafuera del baño, pero antes de cerrarla puerta, retrocede unos pasos y segira hacia mí con esos cálidos yahora cansados ojos dorados. —Recuerda lo que te dije sobrelas llaves. Izquierda: fría, derecha... —Caliente. —Exacto... —parece inseguro, sumirada vaga por todos los rincones

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del baño, excepto mi rostro—. Note vayas a quemar. Cierra la puerta y me apresuro enponerle seguro. Maldición, no dejode temblar, algo anda realmente malconmigo. Doblo mis rodillas, lasrodeo con los brazos y escondo micabeza en ellas. —¿Qué me está pasando? Minutos después, tomo una toalla,algunos artículos de tocador y memeto en la ducha. ¡Tiene una puertacorredera de vidrio! Antes no lonoté, probablemente porque estaba

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abierta cuando Irah me enseñó lo delas llaves o tal vez estabademasiado distraída. No quiero pensar en eso, así queenjabono mi cabello y tomo una delas maquinillas de afeitar que hayen la repisa a mi izquierda, paraafeitarme las piernas. En La Gratausábamos unas parecidas. Cierro el agua y me envuelvo enuna toalla, pero me encuentro frentea un dilema: mis ropas estáninservibles. Podría bajar en puntillas y

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exponerme a que el par de gatos meviera, y ya no me fío de Irah, noestoy segura del porqué. Supongoque ese beso lo ha cambiado todo.Aunque, no debería, fue unadisculpa sincera después de todo. Nunca nadie me ha besado asíantes, no parece cosa de mujeres.Automáticamente, me viene a lacabeza una imagen de Patrinix yMónica, El pensamiento es perturbador ytardo en asimilarlo, de hecho, noquiero asimilarlo, no deseo

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encontrarle sentido, sencillamenteno hay tiempo para eso. Pienso enla hora que debe ser yautomáticamente desvío la vista ami muñeca. —¡No! —grito, advirtiendo queme he duchado con el reloj puesto.Tonta de mí, tan estúpida tan... tan... —¿Anaya, estás bien? —preguntaJairo desde el otro lado de lapuerta, para ser la versión deformede Emil, no está tan mal. Por lomenos cuando no le ves la cara. —Sí, sólo... Necesito un minuto.

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Aferro con fuerza la toalla a micuerpo y me pregunto cómo diablossaldré de aquí. —Vale, te espero —más quetranquilizarme, suena como unaamenaza. De todos modos, loprefiero a él antes que a Irah.Quiero decir, confío cien veces másen gatito, pero en estos momentos loúltimo que necesito es verlo, lascosas están raras. —Es que —Imposible, no puedodecirle. —¿Necesitas algo?

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¡Gracias Virgen! —Ajá. Él baja el volumen de su voz, porlo que tengo que acercarme a larendija de la puerta para oírle. —¿Quieres que te traiga tus cosaso prefieres que te preste algolimpio mientras lavamos tu ropa? ¡Ahora entiendo porque Irah diceque es la versión femenina de Emil,Jairo es un sol! —¿Haría eso por mí? —Cuenta hasta ciento veinte, yavuelvo.

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¿Contar hasta ciento veinte? —Uno, dos, tres, cuatros, cinco...Noventa y ocho, noventa y nueve,cien, ciento uno, ciento... —¡Listo! —... dos —dejo de contar y abrola puerta lentamente,escondiéndome tras ella. Jairo estácon una torre de ropa perfectamentedoblada entre sus dos manos, lastiene extendidas hacia mí, miro surostro y no puedo evitar sonreír,tiene los parpados cerrados y tanfuertemente apretados que apenas

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se distinguen. —Sé que está viendo —le aviso—. No soy tonta. Jairo abre un ojo y frunce ceño. —¿Qué me delató? —Sus párpados, los arrugademasiado. —Rayos, sabía que exagerabacon eso. Bueno, al menos ya sé aqué atenerme para la próxima. Sonrío ante su comentario. Dudoque haya una próxima vez. —Qué payaso —le recriminocuando se acerca y me entrega las

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prendas. —Es uno de mis talentos. Desdeya te aviso: estas son ropas de Irah,aunque ya no le quedan, son decuando era niño. Lo digo por laspulgas, con eso de que somos“gatos” —hace comillas con lasmanos—. Miau-Miauuu. Me quedo viéndolo seria sinentender una sola palabra. —Olvídalo, nos vemos abajo. Pensar que Irah fue alguna vezpequeño me resulta imposible.Siento ese familiar aguijonazo en

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mi corazón: son celos, esta vez losreconozco de inmediato, comocuando me pasaba con Patrinix yMónica, ellas compartían algo queyo jamás conocería, lo mismoocurre ahora. Jairo conoce unaparte de Irah que yo no veré jamás. Es difícil imaginarme una versiónpequeña de esa fuerza brutacorriendo descalza por el suelo delbosque, cabello despeinado, caritasucia. Me pregunto quién lo curaría,me pregunto quién le enseñaría anadar.

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—Te dejo para que te cambies —me avisa y salgo de misensoñaciones para descubrir queaún no se ha marchado—. Irah y yoestamos esperándote para comer. —Entiendo y gracias, otra vez. —No hay de qué —dice y meguiña un ojo, demasiado tardereparo en que los tiene rojos ehinchados. No alcanzo a preguntar,me preocupa. ¿Habrá estadollorando? Tal vez picó cebollamientras cocinaba. Más tarde lepreguntaré.

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Me apresuro en ponerme la ropa,me queda nadando. Dudo muchoque esto haya sido de Irah enversión niño, si cabe adolescente,aunque sigue sin parecer creíble.Sus mangas son demasiado largas aligual que sus piernas, todo esdemasiado grande Me doy por vencida y llego a lacocina con la camiseta de Irahremangada. Ahora parece unvestido de mangas cortas. Ningunode los gatos me ve, están demasiadoconcentrados en su plática, así que

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me desvío a la sala para sacar laropa sucia de mi mochila. Nopretendía escuchar, pero mi nombresalta en la conversación y esinevitable acercarme. —Es cosa de Aya —explica Irah,ambos gatos están dándome laespalda. Jairo de pie, revolviendoun cuenco e Irah sentado en unasilla. —Tampoco es tan malo. —¿Pero un gato? ¿Quiero decir,por qué no un tigre o un león? No soy la única que se ha

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cambiado, mientras me duchabaIrah ocupó otro baño y remplazósus pantalones de tela por unosjeans azul oscuro y una camisetanegra, no es ajustada, pero se leciñe a su pecho y brazos, marcandosu fuerte musculatura. También se ha afeitado. Bueno,supongo que la maquinilla de mibaño no era la única de la casa, esoes bueno, hace que me sienta menosavergonzada por utilizar algo tanpersonal, sin pedir permiso a susdueños.

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—Deja de quejarte y da lasgracias, condenado suertudo. —No son quejas Baldwin, espreocupación. Trata de ponerte porcinco minutos en mi lugar. —No gracias, me gusta más elpapel de espectador. A propósitode eso ¿Cómo lo vas a hacer con elasunto de Rapunzel? —No estoy seguro, había pensadoen ir dentro de unas horas. —¿Estás loco? —No hablo de introducirme en LaGroße,, sino de reconocer el

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terreno. —Doblemente estúpido. ¿Tomarel riesgo en vano? Irah, amigo mío,quién lo hubiera dicho. Menos deuna semana con la chiquilla y ya techafó un tornillo. —Jairo, tú no la conoces, si no lallevo hoy se desquiciará. Ambos guardan silencio unmomento, al principio pienso queme han atrapado husmeando, perono, al parecer las palabras de Irahtienen un efecto devastador en Jairoy gatito teme que yo me vuelva loca

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si no veo otra vez a mi amiga y paraser sincera, no estoy segura de queél no tenga razón. —¿Piensas disfrazarla o algo? —No tengo más opciones. —Bueno. Conozco una... —Ni hablar. —Pero ni siquiera te la he dicho. —No hace falta, tu miradapervertida lo dice todo. —Tiene el porte de una Meretrix. —Estás enfermo. Hoy meencontré con Tadeo y Aitor, ésteúltimo la reclamó.

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Irah se inclina en la silla dondeestá sentado y estira la cabeza haciaatrás. Sus ojos se abrendesorbitados cuando nota que estoyen la cocina y se cae con silla ytodo. —¿Qué rayos? —exclama Jairo—. Dónde demonios tienes lacabeza I... Anaya. —¿Interrumpo? Los ojos irritados de Jairo sedesvían hacia gatito, pero yo nosigo su mirada, aún no me siento losuficientemente cómoda para

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dirigirme hacia él. —Nada que ver, por el contrario.Estábamos trazando el plan paraayudarte con la “OperaciónRescate” —Sí, oí algo de eso. Reconocerel terreno y algo de disfrazarme.Por cierto ¿Qué es Meretrix? Essegunda vez que oigo esa palabra. Ellos se miran, pero ninguno dicenada. Un silencio incómodo desitúa en la cocina y sólo esinterrumpido por el quejido de Irahcuando se levanta.

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—Vale, como ninguno de ustedesme responde, me imaginaré lo peor. Me doy por vencida, y ambossuspiran aliviados, más tarde tendrétiempo para discutir, por elmomento necesito tragar algo parasalir rápido de aquí. Irah retira una silla encajonadabajo la mesa y me la ofrece, porsupuesto, me siento. No quieroactuar distinto a como siempre lohago, no quiero que se dé cuentaque su beso me afectó, más quenada porque él no luce afectado en

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absoluto. «Cosa de gatos» —Oye Anaya, sácame de unaduda —dice Jairo, sirviendo unaporción de carne al jugo y un moldede arroz sobre mi plato—. ¿Cómodescubriste que recordabas más delo que recordaba el resto? —Acababa de cumplir los ochoaños y Emil me había regalado unllavero —no mencioné que lo habíahecho con sus propias manos. Paralos gatos algo como eso no debetener mayor valor—. Al día

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siguiente lo encontró y me preguntóqué era esa cosa y me sentíofendida. Antes de eso hubosituaciones semejantes, peroninguno tan doloroso como paraanalizar los hechos y darme cuentaque no era normal recordar todo. —Eso debió ser fuerte —murmura Jairo para sí mismo, sindesviar la vista de su plato decomida. —Para una niña de ocho años lofue, hoy comprendo que hay cosasmucho peores.

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—¿Cómo qué? —Pregunta Irah,quién acaba de arrastrar la silla quese encuentra a mi lado para sentarseen ella. —Como los hombres porejemplo. Ambos, tanto Irah como Jairocomienzan a toser ahogados.¡Virgen santísima! ¿Qué tienen losgatos con la comida que se ahogantan a menudo? —¿Están bien? Ambos asienten sincronizadoscomo hermanas siamesas, del

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mismo modo dan un sorbo a susrespectivos vasos, tragan, yfinalizan dándose golpecitos en suspechos. —Es la carne —me explica Jairo.Tiene sus ojitos todavía más clarosy recién logro distinguir que sonmarrones—. Me quedó muy dura. —A mí me parece perfecta,además sabe exquisita. —Gracias. La conversación gira en torno aEmil. Irah decide que lo mejor esvestirme de gato, así levantaré

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menos sospechas. Jairo por suparte, le advierte que ya estoyvestida como uno de ellos y quesólo necesito vestimentas que seacerquen más a mi tamaño, a lo queIrah sólo responde con una miradaautoritaria, la misma que me lanzadespués de una orden, por lo que elgato regordete se pone de pie ycorre al segundo piso en busca deropa adecuada. Mientras los gatos discuten a ladistancia sobre qué o cuál sombrerodebo llevar para ocultar mi larga

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cabellera, logro escabullirme alcomedor para ver la hora en el relojde muro. —¡Ya son las cuatro y media! —grito frustrada en dirección delgatito. A veces, tengo la impresiónde que tardan a propósito, como siquisieran mantenerme encerrada enesta casa para siempre. —Listo ¡Lo encontré! —Jairocontinúa gritando desde el segundopiso. Irah y yo nos miramos en silencio.No hemos tenido una conversación

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real desde que me besó en el baño.Sigo en mi intento por parecernormal: rio cuando él ríe y nodesvío la vista cuando él me mira,al menos no demasiado. Pero no estan fácil, no se siente natural. Desdeque sentí sus labios en mi boca,esas extrañas sensaciones en micuerpo se han acentuado. Siento miestomago apretado, como siestuviera cayendo en picada desdeel cielo, pero nunca toco el suelo.La verdad sigo sin poder explicarloy me disgusta en la misma medida

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que me gusta. Es todo tan confuso. —Uff —exhalo aire sobre unmechón de cabello que cae sobremi cara. Irah observa lo que hago ytiene el descaro de reírse, si nofuera porque tanto él como su amigoson todo lo que tengo pararecuperar a mi amiga, no estaríaaguantando sus burlas, ni susmiradas cálidas, ni sus besos.«¡Para! No pienses más en eso», medigo mentalmente. —Aquí tienes princesita.

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Estaba tan sumida en los gestosfaciales de Irah que no advertí queJairo ya había bajado con losaccesorios para mi disfraz. Me rodea el cuello con sus manosy desliza una cinta de seda como desiete centímetros de ancho entorno aél. Es como los listones queutilizaban para peinarnos los díasdomingo en La Grata, pero muchomás grande —¿Por qué ese nudo? Él me mira extrañado. —¿No debería ser una rosita?

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—Definitivamente nada derositas, ni rosones, ni rosas.Déjatelo tal cual está ¿Valepreciosa? —Vale. —¿Y la gorra? —pregunta Irah,su voz brota grave y malhumorada. —Tú espera y verás. Date vueltay no mires. Tiene que ser sorpresa,ya que si logro bien mi propósito, yte crees que esta princesita es un“gato”, cualquier otro lo harátambién. No entiendo el objetivo de Jairo,

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así que sólo me limito a obedecer.Miro a Irah darse vuelta de cara ala pared, mientras me apoyo en elperchero con forma gatuna y dejoque Jairo haga conmigo lo que seaque tenga en mente: toma mi pelo ylo gira en un apretado moño, luegopasa un elástico para impedir quelos mechones se suelten. —Y ahora, el toque final —dicecon un tono gracioso y pone unagorra sobre mi cabeza, ideal paracubrirme del sol. Virgen, esperfecta. Me pregunto si me dejará

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quedármela una vez que esta misióntermine. —Irah, ya puedes mirar. Murmura algo incompresible,luego gira lentamente. —Date prisa, no tenemos todo eldía —presiona Jairo. Irah obedece y esconde las manosen sus bolsillos mientras repasa mivestimenta. —Mucho mejor —dice. —¿Eso es todo? —reclamo sinsiquiera pensar, pero ya es tardepara retractarme, así que sigo—.

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¡Luzco como un verdadero gato! Los gatos reales me miranatónitos y yo corro hacia el fondodel pasillo y subo las escaleras conla intención de llegar al baño. —Acá también hay un espejo —me grita Jairo desde la primeraplanta, pero ya estoy aquí y necesitocomprobar si lo que le dije a Irahes verdad. Abro la puerta del baño y mireflejo en el cristal dice sólo unacosa respecto a mi apariencia: soyun gato.

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Traigo puesta una camisa blanca atono con mi chaleco gris, lospantalones son del mismo color,pero más oscuros. Lo único quedesentonan, son mis botas, peroninguno de los zapatos que Jairo medio a probar, eran tallas menores delos cuarenta y seis. —Luzco fenomenal —murmuroalucinada con la vista fija en mireflejo. —Lo sé —dice Irah, quién haaparecido a mi lado. —Sabes, tienes que dejar de

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hacer eso. —¿Hablar? —No, aparecer de la nada y sinhacer ruido. Asustas a las personas,intenta hacer algo para prevenirnos.En serio, podrías matar a alguien, —¿Asusto a las personas o teasusto a ti? Entorno los ojos y dejo deprestarle atención paraacomodarme la corbata y la viserade mi gorra. —¿Andando? —pregunta con unasonrisa maliciosa, ofreciéndome la

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mano. Esta vez me da igual serirrespetuosa, ignoro su ofrecimientoy paso rápido por su lado hastallegar a las escaleras. —Andando —le grito mientrasbajo los peldaños a toda velocidad. Antes de salir de casa, Irahescruta mi atuendo por última vez.Luego de que está seguro de que midisfraz está perfecto para cumplirsu objetivo, abre la puerta ysalimos hacia la calle. Cruzamossin decir nada. Me asombra lafacilidad con la que me adapto a

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situaciones extrañas, ¡Virgen! estoyen el fondo de un gran cráter y micapacidad de asombro es nula.Quiero pensar que se debe a que,desde mi ubicación la ciudadparece bastante normal, la vía eslisa, sin baches y las construccionescolorinches ya no lo parecen tantodesde acá. Sin embargo, al mirarhacia arriba todo cambia, y soypresa de un sentimientoclaustrofóbico insoportable.Comienzo a girar en mi eje sinapartar la vista del cielo, de reojos

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veo los colores mezclándose unoscon otros, formando figurasilegibles, pero hermosas, como siestuviera en el centro de uncaleidoscopio. —Para. Te vas a marear. —Esto es fan-tás-ti-co —balbuceo, porque su advertenciallegó demasiado tarde. Estabamareada y me sentía muy divertida.Comienzo a reír como loca. —Aya, cálmate, deja la miradafija en un punto en un punto y se tepasará —me dice el gatito,

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tomándome de los hombros paraluego guiarme hacia mi punto fijo:La Große, tan imponente, creo quedesde el sitio más recóndito de estaciudad se puede ver, no hay lugar losuficientemente lejos donde ir, paraevitarla. —¿Has pensado en lo que harásuna vez que recuperes a tu amiga?—pregunta Irah, doy un vistazo a miespalda y Jairo se está despidiendode nosotros con la mano, ledevuelvo el gesto, el gatito siguecaminando bajando la visera de su

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gorra negra, la que le hace juegocon su camiseta. Hubiese preferidouna camiseta negra, la mía me hacelucir como un gatito débil, no megusta el blanco, pero supongo queda más credibilidad, dado mitamaño. —La sacaré de ahí, claro —respondo. —Ya, pero qué harás luego.¿Piensas regresar con ella a LaGrata aun sabiendo que no terecordará? —Ella lo hará.

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—Sabes que no me refiero a eso. —Supongo que tengo quepensarlo. Podríamos vivir en elbosque. Irah hace sonar su garganta y meda una mirada maliciosa. —¿Te refieres a mi cabaña? —Esto. Bueno, he estadopensando y... —Sigue pensando, porque no te ladaré. Irah dobla en la próxima esquinay me lleva con él a rastras. —¡Ay!.. —grito porque aún no

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me acostumbro a su brusquedad—.Me refería a un préstamo —intentoexplicarle. Un letreo nos da la bienvenida.“El núcleo del Placer” cita en letrasmayúsculas, colores vistosos ycentelleantes: prenden y apagan,prenden y apagan, aún en este día,todo asoleado lo noto. Me agrada elcontraste que hace con las sobriasvestimentas que acostumbran usarlos gatos, los que ahora he visto pormontón. Mientras seguimos avanzando, no

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puedo dejar de mirar el cartel... —Son luces de neón —meexplica Irah como si hubiese leídomi mente, ya que me estabapreguntando qué tipo de pinturahabrían utilizado. —Qué es el neón. —Cosas de gato —responde,como siempre que no quiereexplicarme algo al detalle. Desvío la mirada unoscentímetros más abajo y hay otrocartel, pero más ordinario. Dehecho, se parece mucho a las señas

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que usamos en La Grata paradiferenciar zonas. —Av. Laqueos —leo en voz alta. —Exacto, es la Avenidaprincipal, así que te recomiendoactuar normal. Ya sabes... —Lo pillo. Es cosa de gatos —imito su habitual retórica. —Exacto. La Av. Laqueos es una callepeatonal muy ancha, está divididapor jardines y escaños donde losgatos se sientan a descansar osimplemente a socializar, la

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bordean vitrinas que ofrecen unamultiplicidad de productos, desderopas elegantes a extravagantes;muebles de diseños extraños,juguetes, licorerías, etcétera. Irahme saca de mi ensimismamiento,desviándome hacia el otro extremode la calle, donde está la juguetería“69ºF”, la que segundos antes,había llamado mucho mi atenciónporque vi salir de ahí a un gatogordo, vestido de negro y arnés decuero, acompañado de una mujerencadenada del cuello. «Esto se

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pasa de anormal. Como si la mujerfuera una mascota de compañía». No quise comentarle a Irah sobrelo extraño que fue divisar eso,después de todo sé cómoresponderá: “Es cosa de gatos”. Seguimos avanzando y noto algoen lo que antes no había reparado.En los tejados de las tiendas, notodas, pero sí la gran la mayoría,hay unas gigantografías con laimagen de un gato de cara alargada,pelo rubio y nariz aguileña. Está enuna pose relajada, agradable e

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incitadora. Cada afiche tiene escritoen su base: “Bienvenidos al Centrode Recreación de la jurisdicciónsiete”. —¿Quién es él? —susurro,apoyándome en el hombro de Irahpara acercarme a su oído y evitarser escuchada por los transeúntes. —Es el Gobernador de La Große,—dice, luego baja más el tono yagrega—. La Gran Torre. —¿Así se llama esta ciudad? —No pensarás que teníamos unatorre sólo para acicalar nuestras

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uñas de gatos, no es así. —Bueno, no, pero tampocoimaginé que el nombre fuera tanpoco, corrijo, nada original. —Todo el tiempo pensé que mehablabas de la ciudad. —¿Cuándo se dio cuenta que merefería a la otra torre? —¿Bromeas? ¡Acabo de hacerlo! Entrecierro los ojos, es obvio queme está mintiendo, dejo pasar susbromas porque la verdad, no meinteresa la falta de imaginación delos gatos para nombrar ciudades, lo

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importante para mí en estosmomentos, es el felino de lasgigantografías. —Es Bueno, el, este, ¿cómo dijo?¿Gobernador? —él asiente—, separece bastante a usted. Irah se tensa, los músculos de sumandíbula se traban y traga fuerte. —Qué cosas dices, ya ves, lamata de pelos bajo tu gorra te hainhibido la oxigenación delcerebro. —Tal vez. Y si tengo suerte,también se arregla mi desperfecto.

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—Para con eso, estás perfecta talcomo estás. A todo esto, es buenoverte con la cara libre de crema —murmura bajito ya que mientrasavanzamos, un par de gatos pasapor nuestro lado. Nos detenemos por un momentofrente a la farmacia, hay una filaenorme en la entrada del local,dirijo mi vista hacia el arriba ypuedo ver en detalle la fotografíadel gato gobernador. —¿Cómo se llama? —pregunto aIrah, quién sigue igual de tenso—.

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Evian —dice entre dientes—. Apartir de ahora mantente muda ¿Estábien? —¡Uf!, este centro recreativo estan popular que debe tener unmontón de cosas divertidas, comopiscinas y toboganes. Gatito se gira hacia mí y agrandasus ojos en advertencia. Qué bienAnaya, ahora está irritado.Comprendo mi error y sello mislabios imitando una cremalleraimaginaria con los dedos. Él habíapedido silencio.

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—Andando. Sigo a Irah por la corrida devitrinas, me mantengo atrás, a unosescasos dos pasos de distancia. Élno me agarra como es su costumbrepara instarme a seguirlo, de hechoapenas me toca. Siento las miradas felinasposándose sobre mí. Saco provechode esa situación e intento relajarmeimitándolos. También los miro,camino como ellos, muevo losbrazos y hago movimientos bruscos,sacando de mi esencia todo índice

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de feminidad, si es que alguna vezla tuve. Mientras sigo a Irah, losvuelvo a mirar, pero esta vez dereojo, compruebo que he desviadoun poco su atención. No la de todos,así que sigo con mi actuaciónguardando mis manos en losbolsillos del pantalón y caminandoun poco encorvada, como lo hacíael gato gordo que vestía con unarnés de cuero en la tienda dejuguetes. —Permiso —se excusa Irahcuando atravesamos la fila llena de

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gatos malhumorados. No sé entonarla voz grave de los gatos, así queme limito a hacer esa otra cosa quegatito repite con facilidad:carraspeo. La fila de gatos se abre un poco,lo justo para que pueda pasarchocando mis hombros con laslargas extremidades de los felinos.No estoy segura, pero podría jurarque lo hacen a propósito. Si es así,qué falta de educación. —Arréglate la gorra —me diceIrah cuando llegamos al final de la

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cuadra. Acaba de apoyar su cabezaen la pared de una carniceríamientras baja aún más la visera desu gorra, no entiendo el porqué. Soyyo quién debe pasar desapercibida,no él. Sé que tiene un corazónbastante grande y me ayuda deforma desinteresada, pero estáexagerando. ¡Es un gato! no tienenecesidad de ocultarse. En ese momento comienzo arecordar todos sus cuidados y...¡Dae-Matter! Irah es tanconsiderado, ahora lo comprendo,

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me está dando apoyo moral. Insisto,fui tan tonta al desconfiar de él. Meacerco al gatito e imito su gestoapoyando mi cabeza sobre el muro. Miro hacia el frente y meencuentro la imponente torre,deduzco que sólo está a una callede nosotros. En mi recorrido visual,veo a más mujeres vestidas como la“mascota” del gato de la juguetería.No me sorprende tanto porque estánlibres de amarras. Una de ellas esrubia y la otra castaña, las dos usanese peinado anómalo que solía

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llevar Jarvia: el cabello les cae porlos hombros y unas diminutastrenzas más largas que el restorozan sus hombros. Están sentadas anuestra derecha, en el borde de lavereda. La más alta, estira su cuellopara mirarnos, y diviso en su cuelloun grueso collar que brilla como elmetal. Salgo de mi error, no estánlibres. —Olvídalo —me dice sinpercatarse de ella y suelta unsuspiro cabreado—, lo haré yo. Gatito sujeta mi gorra con

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delicadeza y la desliza hacia abajocon mucho cuidado para que no seme desarme el moño. —Qué tierna —suelta una risitainfantil y me pincha la nariz con eldedo—. tienes pecas. —¿Tierna? —frunzo el ceño—.Nunca antes me han dicho así. —Supongo que nunca antesconociste a un gato como yo. Irah lleva toda la tarde haciendocomentarios como esos, dolorososen el subtexto y literalmente sinsentido, no les vería tanta turbiedad

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si no los acompañara una sonrisaladina. Y hablando de sonrisas; elgatito se lame los labios lentamente,lo suficientemente lento para que yoreaccione y aparte la mirada de suboca. —Mierda —él me agarra delbrazo como hace siempre, pero mesuelta casi de inmediato como siacabara de recordar algo—. Hayque apurarnos. Cruzamos la calle corriendo confuria y, antes de perdernos vuelvo amirar a las mujeres sentadas en la

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vereda y noto que otra vez estabaequivocada, ellas no estabanviéndome, lo miraban a él. En la medida en que nosacercábamos, fui perdiendo la cimade La Große. Había menospreciadosu magnificencia. ¡Era enorme!, dehecho cuando llegamos al muro quela antecede, no pude ver susesquinas o curvaturas, para ser másexacta. Debe medir como doskilómetros de radio y no posee unasola ventana. —Está cerrada.

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—No me digas —replica Irahdando una patada al enorme muro.Me dejo caer al suelo y observohacia el cielo y se manifiesta antemis ojos, lo que ya me temía desdeque veníamos hacia acá: La Großese pierde entre las nubes. Me pongo de pie y comienzo acaminar siguiendo el trayecto de lapared, siempre mirando haciaarriba y me detengo cuando divisounas campanas. Llamo a Irah. —¿Para qué son? —preguntoindicando en su dirección, sin bajar

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la vista. —Ocasiones importantes,horarios de comida, toque de queday si son tres, se trata de unaemergencia. —Necesitan de una alarma queles avise cuándo deben ir a comer. Él apoya ambos brazos en el muroe inclina su cabeza, la que quedacolgando entre sus extremidades enun gesto de rendición, comoabatido, y con su mirada fija en elpiso. Los músculos de su espalda setensan y los globos que antes me

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parecían repugnantes, hoycomienzan a No lo sé, a parecermenormal. No están tan mal. Es muchomás musculoso que yo, eso es todo. —¿De verdad pensaste queestaría abierta? —Irah sigue con suvista clavada en el suelo, recuerdola conversación que mantuvo conJairo en la cocina. «No estoy seguro, había pensadoen ir dentro de unas horas» «¿Estás loco?» «No hablo de introducirme en latorre, sino de reconocer el terreno»

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«Es estúpido. Menos de unasemana con la chiquilla y ya techafó un tornillo» «Jairo, tú no la conoces, si no lallevo hoy se trastornará toda» «¿Piensas disfrazarla o algo?» «No tengo más opciones» —No. —Pero querías verla —él gira surostro lentamente hacia mí. ¿Cómo nos veremos desdeafuera? Él pateando la pared, y yo,nuevamente desparramada en elpiso. No parece la mejor forma de

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pasar desapercibidos. La gran torre está rodeada porcuatro calles principales, nosotrostomamos la Avenida Laqueos, perohay tres más; más mujeresmirándolo raro, más gatosobservándome con sospecha, sintragarse mi farsa. Otros centros... —Supongo que mentí. —No, no lo hizo. Prometiótraerme y lo cumplió. El resto escosa mía. Poco a poco me pongo de pie ygiro mi cabeza hacia la torre, apoyo

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mi oído contra la fría superficie degranito e intento oír algo de Emil,pero es en vano. Y ahí está otra vez, ese dolor enmi pecho, esa necesidad tan antiguacomo el tiempo. ¿Qué importa si nopuedo verla u oírla? Ella está aquí,puedo sentirlo, en algún rincón deesta maldita torre la tienenencerrada. —Voy a encontrarte Emil —leprometo a mi amiga, aunque sé queno me puede escuchar—. Voy arecuperarte —insisto, tratando de

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encontrar el valor, intentandoconvencerme de que este viaje noha sido inútil. Deposito un beso enla torre y luego me giro hacia Irah. —Estás llorando —me avisa yaprovecha de enderezarme elgrueso cinto de mi cuello, al queIrah llama corbata. Paso una mano por mis ojos y éstaqueda húmeda. —No me había dado cuenta. —Lo sé. —¿Cómo lo supo? Vuelve a pincharme la nariz y me

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sonríe. Sin embargo, nunca antes mehabía parecido más triste que ahora. —Porque hay un montón de otrasverdades que están frente a ti y lasignoras. Pestañeo aturdida presa de lasorpresa, el sol y sí, también deIrah. —Mierda, las cinco —dice él conla vista en el cielo. —¿Dónde vio la hora? —Allá —apunta con el dedo a unaparador y efectivamente, hay unnúmero cinco con dos puntos

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seguidos y dos ceros escritos en unverde chillón. —¿Aún hay tiempo? —Sabes perfectamente que hoyno conseguiremos más que patearesta maldita cosa. —Pero supongo que tiene un planB. —No sería un gato si no lotuviera. —Ahora tenemos queapresurarnos, recoger nuestrascosas y salir de aquí. La casa de Irah estaba vacía.

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—¿Y Jairo? —Tiene que haber salido de farrapor ahí —responde sacándose lagorra y pasándose una mano por lafrente sudada. Camina rápidodándome la espalda. —¿Qué significa salir de farra? Él me mira por encima delhombro, ojos hambrientos y el peloalborotado. —Eres muy joven paraexplicártelo, así que sólo diré: escosa de gatos. —¡Oiga! —Hago una cuenta

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mental de los días en que he estadofuera de La Grata y luego agrego—.Cumplo dieciséis en marzo,exactamente en veinte y nueve días. —Genial, todo un adulto —dice yluego mira a nuestro alrededorcomo si buscara algo, al parecer nolo encuentra, porque se dirige haciala escalera. Yo lo sigo pisándolelos talones. —Sabe, tal y como lo veo, ustedtampoco es un adulto. Irah no parece tener el interés enlo que digo, por el contrario,

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comienza a subir la escalera azancadas. —Además, no creo que “farra”sea algo tan interesante, y dado laexperiencia, eh, este... Ustedrecuerda que su ciudad se llamacomo la torre ¿no? En fin, creo que“farra” no es algo tan terrible comopara que lo censure por edades. —Ahí te equivocas —se para enla baranda y se empieza a quitar lacamiseta negra. Automáticamentedesvío la vista y el entorna los ojos,como si se lo esperara venir—,

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tiene un montón de interés. Comienza a dar zancadas por elpasillo, secándose la cara y elpecho con la prenda negra. —¿Dónde está esa maldita cosa? —¿Qué busca? —Tu mochila, tenemos que salirde acá. —Pero Jairo dijo que las echaríaa lavar. —¿Él dijo qué? Gatito se pone las manos en lacara y entierra los dedos en ella,como si quisiera arrancársela.

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Bueno, ahora luce desquiciado. —Ese idiota realmente lo hizo —dice como si no pudiera creérselo. —Es un buen gato, no merece quelo trate así. —Apuesto que lo es. Por fin deja en paz su cabeza ytraslada su mano izquierda hasta laboca, la cierra en un puño y semuerde el nudillo del dedo índice.En ningún momento me mira. —No entiendo la razón por lacual está tan alterado. —lo increpo,pero desvío la atención cuando él

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me muestra su muñeca, vaya —¿Había guardado su reloj ahí? —Lo dejé en tu mochila mientraste duchabas. —Si se preocupa que se hayamojado... —No creo, Jairo es demasiadointeligente para eso —dice y suexpresión comienza a serenarse unpoco. —¿Entonces? —Es de oro, el muy imbécil debeestarlo exhibiendo frente a todossus amigos.

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—Y eso le molesta —En cualquier otra circunstanciano, pero hoy necesito ese reloj másque nunca. —Supongo que no vas a decirmeel porqué. —Supones bien. —Entonces qué haremos. Mi relojestá estropeado. —Por hoy nos llevaremos el relojde la pared, mañana volveré por elmío y tus cosas. Irah baja las escaleras y otra veztiene este toque impersonal al

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rozarme. A estas alturas, no es unmisterio que está haciendo todo loque está en sus manos para notocarme. Esta vez me tomo un tiempo aldescender por los escalones, estáclaro que él no me quiere cerca. Deregreso en el primer nivel, hago unrepaso de las últimas horas, el díaha estado plagado de travesías,desde la ida al pozo hasta losochenta centímetros de hormigónarmado que atravesamos con Irahpara entrar a la ciudad.

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—Gracias por regalarme este díatan inusual —le digo entrando a lacocina. Agradezco no habermeacobardado, tenía que decírselo,después de todo, esto no es real.Irah no es más que una burbuja, unlapso de tiempo perdido en unmundo donde nadie recuerda—. Porhacerlo real, incluso cuando pareceimposible —concluyo. «Es como felicidad en cápsulas»,quiero continuar con mi verborrea,pero en su lugar, le regalo unasonrisa. Él asiente y mete el reloj

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que antes estaba en la pared, en unabolsa de plástico negro. El sonido de las campanadasllega a mí cuando estamos cruzandola puerta de la cocina. ¡Tan-lán! Una: ¡Tan-lán! dos,¡Tan-lán! Maldición, tres veces. Miro a Irah y está paralizado,tiene los ojos bien abiertos y elrostro pálido, como el tono de mipiel, pero peor. —Es una emergencia. —Quédate aquí —me ordena,luego me obliga a sentarme en el

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sofá de la sala, con brazos y piernascruzadas. Me parece una acciónridícula, pero luce tan preocupadoque no tengo corazón para decirleque no. Como el resto de la casa, lasala es de un color marfil cremoso.Aunque yo prefiero la segundaplanta, ya que es alfombrada y elbaño Bueno, mejor no pienso eneso. Me hace enfermar y creo queno es tiempo para debilidades. —Volveré pronto. No abras lapuerta ni respondas si preguntanalgo.

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—¿Entonces como sabré si esusted? —No te preocupes, tengo llaves—Explica y desparece olivándosepor completo que no se habíavestido y llevaba el torso desnudo.

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15:00 ME despierta el crujir de unostorpes pero pesados pasos. Abro los ojos, y en medio de laoscuridad, veo una sombrapeligrosa inclinándose sobre mí.Levanto mi tronco del sillón y giroa mi derecha luego a la izquierda,buscando algo para atizarle, perono doy con nada, comienzo adesesperarme. —¿Quién e... e-res ts... tú? —pregunta el desconocido

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arrastrando la voz, posteriormenteda un traspié y cae de boca al pisosoltando un par de maldiciones. —¿Jairo? —pregunto con mi vozvarias notas más alto de lo normal. —Mierda —dice alguien y la luzde la sala se prende dejándomeciega por unos segundos. Jairo estátendido inconsciente sobre el piso,Irah me mira de reojo mientras tratade levantarlo. No entiendo nada delo que está pasando. —¿Qué le pasó? ¿Dónde estaba?—le pregunto.

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—En la cocina, sirviéndome uncafé, pero el colega aquí presentedecidió darnos una sorpresa. Ignoré a Jairo, verlodesparramado en el suelo me dabaimpresión y repugnancia, al mismonivel... ¡virgen santa! El gato olíafatal. —¿Café? —Sí... lo que te serví el otro díaen la cabaña ¿recuerdas? «Así que el jarabe se llama Café» —¿Cómo hago para ayudarle? —Tranquila, déjalo así. No

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quería que te despertaras, duérmete. —No puedo dormir una vez queme despierto. —Entonces — se inclina paralevantar al otro gato, pero suelta unquejido y Jairo comienza a daralgunos signos de lucidezpestañeando con torpeza. —Vamos amigo —le pide Irah—.Ayúdame, sabes que pesas el doblede lo que acostumbro cargar. —¿Dónde estoy? —En casa —responde gatito,luego me habla a mí—. Quédate en

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el sofá, regreso en un minuto. Obedezco, y pasa bastante tiempoantes de que lo vuelva a ver, notengo reloj así que no sé realmentecuantos minutos han transcurrido.Es extraño estar sin el habitual clicde mi reloj, con el correr de losaños se ha vuelto tan cercano a mícomo Emil o hasta el propio Irah. Es triste que mi felicidad dependade un aparato mecánico. El reloj,gobernante de nuestras vidas. Elque con cada clic me advierte quequeda un segundo menos para que

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todo recuerdo se evapore. Un nuevocomienzo para todos, mas no paramí. Odio ser anormal, pero más odioel retroceso que implica elconstante avance de las manijas delcronógrafo. Es exasperante vivir enventaja y aparentar estar siempre enun punto muerto. Las doce de lanoche. Cero horas, tiempo en quetodo el mundo olvida llevándose enesos recuerdos, toda experiencia. Me distraigo de esospensamientos deprimentes mirando

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las paredes de color marfil y losventanales, tenuemente iluminadospor la lámpara. Me preocupa que yasea de noche, y ese solitario hecho,me trae otra vez a la memoria losrelojes, todos los que he tenido enmi vida. ¡Virgen Santa! Qué hora es. —Sigues despierta. Levanto la vista y veo a Irahparado, su silueta alta y delgadaespera quieta frente a mí, puedoapreciarlo en detalle. Se hacubierto su torso con una camiseta

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marrón. —Le dije que no podía dormiruna vez que despertaba, tengo elsueño liviano. —Yo soy como un oso. Espera,déjame adivinar, no tienes idea delo que es un oso. —En teoría Él rueda los ojos y elimina ladistancia entre ambos hasta quedarde pie frente a mi sofá. —¿Puedo? —pregunta mirando ellugar vacío a mi costado izquierdo.No estoy segura de qué

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responderle, las cosas siguen rarasdesde el episodio del baño, hedecidido nombrarlo así porquemencionar el beso me resultaviolento e invasivo. Irah me da otrade esas miradas por debajo de suspestañas, como si intentara leer enmi rostro una respuesta. Pero comodije antes, los gatos no sonpacientes, así que se sienta a milado. Me asusta lo feliz que eso mehace. —¿Qué está haciendo? —pregunto.

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—Por favor dímelo, porque meestoy quedando sin respuestas¿Locura? Es probable ¿Tieneremedio? Lo veo difícil. Irah se toma la cabeza entre lasmanos y se reclina hacia elrespaldo del sofá. Está tan cerca demí, que bastaría estirar mi manopara tocar su rostro. Me alejo de él,corriéndome despacio hacia laesquina derecha del sillón, Irahtiene los ojos cerrados, así que nolo nota. —¿Recuerdas las campanadas?

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—Sí, fueron tres. —Hoy se ha declarado toque dequeda. Todas las esquinas de laciudad están franqueadas concentinelas —cierra sus ojosluciendo aún más agotado que antes—. ¿Sabes lo que eso significaAya? No vas a poder salir de aquí. —¿No es eso algo normal? —En tu ciudad podrá parecernormal, pero acá no necesitamoshorarios para ir a la cama. Ahoralas malditas puertas están cerradas. —Entonces hasta hoy ¿estaban sin

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seguridad? —Claro, ¿por qué deberíamosestar encerrados? Ah lo olvidaba,los hombres ¡esas terribles bestias! —No es gracioso. —Por supuesto que no, esofensivo. —Sigo sin entender, si la puertaprincipal estaba abierta, por quéentonces... —¿Te estás preguntando por quéte hice atravesar el muro? Asiento y él esboza una mueca dedesagrado.

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—La entrada principal está allado opuesto del bosque, rodear laciudad nos hubiera tomado cincodías o más, y según entendí, túquieres recuperar a tu amiga loantes posible. —Emil —comienzo a alterarmeal recordar la razón por la queestoy acá en primer lugar—. ¿Quéhay de Emil? —¡Olvídate de ella, te estánbuscando a ti! Saben que escapaste,esa es la razón por la que salí. Losospeché al oír las campanadas,

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pero necesitaba confirmar. En ese momento se hace un gransilencio e Irah me mira furioso. —Emil debe estar bien —disminuye un poco el volumen de suvoz—, ni siquiera sabe lo queocurre, no recuerda. Tú encambio... —No me importa lo que me pase,no voy a huir como una cobarde. Él arquea una ceja y espera. Suencanto ha desaparecido, junto conel gato considerado que vive parasocorrer a los demás y de ser

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necesario, cargarlos en su espaldapese a tener una fea herida en laplanta del pie. —¿Cómo está su pie? —¿Qué quieres decir. Dejo el sofá para revisarle el piey no me sorprende encontrarlodescalzo. —Esta venda está sucia, hay quecambiarla. —Ya lo haré más tarde, ve adormir. —No lo creo, hay sangre y tierra.Tienes que curarla ahora mismo,

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antes de que se infecte y salga pus. —Aya... —Espérame aquí —es mi turnode decir—. ¡No te muevas! Corro hasta la cocina y conactitud tranquila y pausada buscoalgún cuenco en la alacena, abro elarmario izquierdo, nada, derecho,tampoco. —¿Buscas esto? Irah que todo lo tiene que hacerperfecto, tiene en sus manos un kitcompleto de primeros auxilios,incluido el cuenco que yo tanto

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buscaba. ¡Qué gato más irritante! —Puedo curarme yo mismo, peroantes tenemos que hablar —dice deuna forma tan despectiva, que anulatodas mis intenciones de ayudarlo. —Ya hablaremos mañana, voy adormir —le digo antes de caminarhacia la puerta de la cocina. —Dijiste que no tenías sueño. Me detengo y observo mis uñas,están raídas y las yemas se handeformado. Esto es signo del estrésal que he estado expuesta, porquesinceramente, nunca noté cuándo ni

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cómo las mordí. A mis espaldas, escucho suspasos chocar contra las baldosas,es un sonido corto, lo sientocaminar hacia mí, cerca, cada vezmás cerca, no quiero mirarlo, noquiero oír lo que tiene que decirme. —Aya —acuna mi rostro entresus manos y tiemblo desde lacabeza hasta la planta de los pies. —¿Qué le pasa a Jairo? —Mipregunta parece sorprenderlo yaprovecho ese momento parasoltarme de su agarre.

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—Él... estuvo tomando. —Olía horrible. —Bueno, eso es lo que hace elalcohol. Supongo que en La Gratano ingieren alcohol. Joder, no mesorprendería que vivieran a base deleche y avena. De hecho, es algo que disfrutamosbastante. Personalmente soy una fanincondicional de la avena en todassus variantes: galletas, pasteles,yogurt, cereal. Pero siento queadmitirlo frente a él probaría algo,así que en lugar de ello prosigo:

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—Él me preguntó quién era yo —Por un momento su rostro queda enblanco, pero se recompone tanrápido que lo atribuyo a miimaginación—. ¿Otro efectosecundario del alcohol? —Exacto. —Me está mintiendo —Irahreprime un bostezo con su mano ysus enigmáticos ojos se vuelventodavía más rojos que los de Jairoantes de “salir de farra”. —Sí —admite a regañadientes—,no me dejas otra opción. Aún no

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estás lista para oír la verdad. Toma una enorme bocanada deaire y lleva su mano izquierda altabique de su nariz, la deja ahí porlo que parecen horas, intentandorecobrar el ritmo normal de surespiración. Luego toma una silla,la arrastra y dobla su pierna en elasiento. —O tal vez sí. Depende ¿tegustaría hablar de los hombres? Arranca la venda de un solo tirónsin siquiera pestañear, no logro verla planta de su pie desde donde

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estoy, pero una fea costra lesobresale del tobillo. —No entiendo. —Vamos, no es tan difícil.Ambos sabemos que no fue unhombre lo que te atacó en elbosque. —¿De qué está hablando? Fue unhombre, yo misma lo vi. Irah arroja la venda en elcontenedor de basura, pero ésta caefuera así que corro a buscarla. —Fue una cobra, ya te lo dije. La tela está cubierta de sangre

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seca y barro, un escalofrío merecorre la columna cuando tengoque arrojarla en el tacho y girarme. —¿Por qué está haciendo esto? Él no aparta sus ojos claros de mímientras aplica un antiséptico en laherida. Ni siquiera es capaz detomar un algodón y ¡Dea-mater!, yano lo soporto más. —Deténgase, déjeme a mí —lecontradigo, intentando arrebatarleel antiséptico. —No quiero tu ayuda —sacudemi mano en un movimiento bruto.

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Me quedo de una pieza ante tantaviolencia, estoy a centímetros de él,todavía con su ropa puesta y mimoño desatado. Tengo cientos depreguntas y el espíritu desgastado.Es difícil lidiar otra vez con esaemoción de la cual me creíaacostumbrada: rechazo. —No lo entiendo —digo en unsusurro—. Ha hecho tanto por mí;me ha cuidado, me salvó de la“cobra”, como insiste en llamarla.Incluso me alimentó. Llevo una mano a mis ojos

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cuando percibo que estoy porllorar. «No ¡Por favor, no ahora!» Pero mi corazón no escucha.Debería haberlo previsto para estarmejor preparada, pero no lo hice,por eso no puedo evitar llorarmientras le pregunto: —¿Por qué no me deja ayudarle?—Mi voz suena ronca e irregular—. ¿Qué tiene de malo que por unavez sea yo quien cuide de usted? —Aya —deja escapar mi nombrepor medio de un suspiro. Su aliento

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cosquillea en la piel de mi rostro yme olvido de todo, del dolor, demis lágrimas. Estamos tan cerca quesi hablo podría rozar sus labios. No me importa si es gato o mujer,si esto es real o un cruel sueño, Irahes el único capaz de recordar y esono tiene precio. Para él soy alguien,existo. Gatito ha sido el único queme ha hecho querer ser tal y comosoy. Irah, me enseñó a aceptarme. Acerco mucho más mi rostro paraalcanzar sus labios, pero es unintento vano porque Irah baja la

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pierna de la silla, se pone de pie yotra vez me deja lejos. De repente,me siento pequeña, ridícula yculpable, como si acabara de haceralgo realmente malo. —No podemos —dice él y cierralos ojos como si verme fuera de porsí doloroso—. Ve a dormir Aya. —Pero... —vuelvo a secarme losojos con la manga, esto duelemucho, es un dolor extraño. Sientocomo si me incendiaran el pecho yel fuego se propagara por todo micuerpo—. No, no puedo respirar.

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—No eres la única. —Diceenarcando una ceja y reprimiendouna sonrisa, como si escondiera unsecreto—. Ve a dormir Aya, veteantes de que sea tarde para los dos. —Sigo sin entender. Si hice algomal, te ofrezco disculpas. —No te merezco Aya, ese es elporqué. Así que guárdate tusdisculpas para quién las merezca ylo digo en serio, guárdatelas, no selas des a cualquiera. Y no permitasque te roben otro beso. Muerdo mi labio evitando llorar

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otra vez, pero no ayuda en nadaporque siento las lágrimas correrfuriosas por mi mejilla. —Preparé tu cuarto acá abajo —dice doblando una gasa yllevándola hasta su herida—, en elpasillo, la primera puerta de laderecha. Se detiene un momento y por unsegundo parece dudar, al final seinclina y me da un rápido beso en lafrente, pero no me reconfortaporque es un gesto igual a losanteriores: frío e impersonal.

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—Voy a sacarte de aquí Aya, a tiy a tu amiga, aunque me cueste lavida —sentencia apenas en unsusurro. Llego a la pieza dando tumbos,mis pies se arrastran y las botasparecen pesar una tonelada. Mesiento débil, incluso el pelo meduele, no tengo heridas, mi piel yhuesos están intactos. Sin embargo,mi corazón. Mi corazón es unahistoria diferente. «¿Por qué? ¿Qué hice o dije paraque Irah crea no merecerme?»

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Tal vez es porque vengo de LaGrata o quizás los gatos, le tienenfobia a las mujeres. Son animalesmuy quisquillosos. Lo sé, lo leí. Eso explicaría porque durante latarde insistió en que me disfrazara,pero... No. Es imposible, vi a otrasmujeres en la ciudad y los gatosparecían perfectamente a gusto conellas. Uno de ellos incluso lallevaba atada de un collar, como sise tratara de un perro. «¿Qué es entonces?» «¿Qué hicemal?»

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Está claro que él necesita algomás de tiempo para hacerse a laidea de dejarme ayudarlo.

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16:00 DESPIERTO de pésimo humor, ycomo un acto reflejo, miro mimuñeca sólo para recordar que mireloj está parado. Por supuesto,existen cosas mucho peores comomi pesadilla. Cuando la primeraimagen del horror llega a mi mente,sacudo mi cabeza para alejarla, noquiero pensar en eso y vuelvo a minuevo presente, a mi entorno. La habitación está a oscuras,anoche cuando me acosté, estaba

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tan exhausta y enojada, que mearrojé sobre la cama con los ojoscerrados, sólo tomé un momentopara quitarme las botas y elcorpiño. Me levanto con la intención debuscar la bolsa negra donde Irahdejó el reloj, pero no logroencontrarlo. Me prohíbo ir adespertar al gatito, soy yo la quesufre de insomnio, no tengo porquécastigar a los demás. En ese momento recuerdo quehabía empacado polvo de

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valeriana, este es el momento idealpara probar de mi propia medicina,me relajará y eso es mejor quenada. Subo las escaleraslentamente, tratando de no hacerlascrujir y tanteo con las manos labaranda para notar cuándo debodoblar. El hecho de que lospeldaños estén alfombrados, medificulta la tarea. La puerta delbaño es la primera a manoizquierda, lo recuerdo porque fueen ese lugar donde Irah me besó. —¿Qué vas a hacer? —digo una

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vez que cierro la puerta tras de mí yenciendo el interruptor. Doy un sorbo de agua y meenjuago el rostro. Mis necesidadesbiológicas se presentan yaprovecho de orinar. Termino delavar mis manos y abro la puertalista para volver a mi habitación,tomar la valeriana y relajarme paraanalizar, corrijo, esclarecer mispensamientos. En las pasadas veinticuatro horashe visto más de lo que he visto entoda mi vida. Es necesario que haga

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un repaso mental de lasexperiencias, es vital que ordene lamaraña de imágenes y emocionesque azotan mi raciocinio. Mientrascamino hacia mi cama, recuerdoque esta es una de esas ocasionesen las que comenzaría a contar. Lohago siempre, le hace bien a micabeza: esperando el final del día,de los recuerdos, los problemas. «Uno, dos», empiezo en micabeza y veo la luz filtrarse por unade las puertas del pasillo. Paso delargo la escalera y sigo derecho

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hacia la luz. «Tres, cuatro, cinco...» —Seis, siete —digo en voz bajitamientras apoyo mi mano en lamanija de la puerta. Pero estoydemasiado ansiosa para serpaciente, así que llego al cien dediez en diez y abro la puerta. —¿No te enseñaron a golpear? Aprieto mis dedos nerviosa en elborde de la puerta, incluso desdeacá, a unos tres metros de él, puedover los detalles de su lecho. Este essu espacio, este cuadrado de

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paredes blancas encierra todo loque es Irah y, de alguna forma, mesiento más cercana a su mundo. Lacama es grande, algo normal paraalguien que tiene un cuerpo como elsuyo, la mía en cambio, es pequeña,como de una plaza. El gatito estásobre un plumón a rayas azules, merecuerda los vestidos que solía usarAdelfried. Lo último que quierorecordar ahora. No hay zapatos desperdigados enel piso, ni camisas sin planchar. Lacasa en general es una oda a la

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pulcritud, tan diferente a esa cabañasencilla a mitad del bosque, tanopuesto al gato travieso conpantalones sucios que me arrojó allago. Hay un sencillo buró negro conuna lamparilla en su base, un vasomediano con agua a medio terminar,y un par de pastillas blancassimilares a las que tomó Jarviaantes de sufrir el ataque. Cierro los ojos reprimiendo lossentimientos indeseados, no quieropensar en ella, no ahora. Vuelvo

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abrirlos esperando que la imagendesaparezca y en parte lo hace, noveo a Jarvia por ninguna parte, perola realidad es peor que la pesadilla,porque es desconocido y tentador,es Irah y me está mirando cabreado,puedo notarlo a pesar de que llevalentes, también tiene el pelorevuelto, se ve divertido. Como ungato intelectual y loco. Irah está sentado en su cama. Nolleva camisa. ¡Vaya novedad! Lo hevisto sin ella un montón de veces:en el bosque, la cabaña, incluso el

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lago. Seco, mojado, para gustos ycolores. El problema radica en que, nologro acostumbrarme a la rutina yme quedo viéndolo como si fuera laprimera vez. Tanto así que sóloconsigo apartar la vista de su planoabdomen cuando veo la flecha devello dorado descendiendo poréste, hasta perderse en unospantaloncillos ajustados con unaextraña turgencia en ellos. Espero que no sea un tumor. EnLa Grata tuvimos un caso así, fue

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hace un tiempo. La hermanaMelissa padecía de un tumor en lapierna, tenía un bulto redondo quecreció hasta que era visible a travésdel pantalón, parecía otra rodilla,pero diez centímetros más abajo dela original. Con el tiempo, lahermana Melissa dejó de caminar,después de tres meses, el bultoseguía creciendo y falleció. El gatotenía un quiste similar entre suspiernas, menos redondo y másalargado. ¿Cuánto le quedaría algato antes de que el tumor le

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impidiera caminar y lo postrara? Lahermana Melissa solía sentirsealiviada cuando alguien lemasajeaba la pierna. Me acerco aIrah un tanto insegura. —Debe ser incomodo caminarcon eso ¿no? —pregunto. Él me mira sonrojado mientras suboca se abre y cierra como un pez. —Lo siento, pensé... —Podría jurar que esta vez nopensaste —dice y acomoda lamontura de sus gafas—. Seguro queviste la luz prendida y decidiste:

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“Qué diablos, no puedo dormir, iréa molestar al gato para que mecante una canción de cuna”. —No es verdad. —¿Ah, no? —deja sus anteojossobre el buró y cruza una pierna porencima de la rodilla, descansandoel tobillo del pie herido encima deésta. «¡El tumor! Auch, eso debiódoler». —No entiendo sus cambios dehumor —el libro descansa sobre suestómago y la curiosidad insana que

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reside en mí se prende como unafogata avivada por hierba seca. Irah nota dónde ha ido a parar miatención y se apresura a guardar ellibro tras su almohada, esto mehace enojar —¿Sabe qué?, olvídelo. —Ya, eso dicho por una mujer setraduce en algo así como “No esnada, no lo vas a entender”. —Ajá. —Y esa fue una indirecta paraque me calle —explica con actitudmás beligerante que maliciosa.

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—¿Realmente quiere que mevaya? —pregunto dando un pasodentro de la habitación. La molestiadesaparece y una tristeza absolutale oscurece el rostro. —Quiero que te quedes —Susurra en un tono amable—, perono puedo tener todo lo que quiero—concluye. Mientras me acerco, puedo verque la tristeza no sólo envolvió surostro, sino que también sus ojos.¡Virgen santa! ¿Realmente los ojosson las ventanas del alma? porque

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si eso es cierto, Irah tiene el almadesolada. Doy otro paso. Contengo mialiento y muerdo mis labios, elhabitual vértigo que siento cuandoIrah está cerca o dice cosas que meconfunden, se incrementa. Ahora nosólo son cosquillas y mareos, sinoque también necesidad. ¿De qué?Desearía saberlo, desearía conocerla razón para saciar... Sacudo micabeza e intento disipar todas esasemociones y sensacionesdesconocidas que están

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consumiendo mi cuerpo. —¿Qué hacía despierto? —pregunto aún un poco aturdida. —Leía un libro —estira el brazoy agarra el vaso—. ¿No es obvio? —Es tarde —recalco lo que esrealmente obvio. —Exacto —dice mientras da unsorbo—, ahora ve a dormir. —Se lo dije antes, no puedodormir una vez que me despierto. Irah vuelve a poner el vaso en elburó, pero lo deja caer tan fuerteque provoca un ruido grave y

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ensordecedor. —¡Hey!, me asustó. ¿Es que notiene un mínimo de consideraciónpor su amigo? Jairo aún duerme, Estira las piernas arrugando elplumón azul en el proceso. Todavíasin decir nada, se cubre la cara conuna mano, no parece que esté bien,mucho menos con ánimos de leer unlibro. —Lo cargué al segundo pisocuando ni se podía mover de ebrio. Camino hacia él pensando en loque dijo hace un momento “no

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quiero que te vayas” y omitiendo laúltima oración. No me importa si nome quiere acá o quiere y no puede,necesita mi ayuda y punto. Me detengo a un lado del buró,esperando que el gatito diga algo.Sólo necesito algo, unas palabras,pero estas no llegan así que mequedo viendo las píldoras. Mientras más tiempo paso con él,más me convenzo que estanecesidad se debe a que porprimera vez he encontrado a unigual. Alguien con quién no necesito

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estar contando los segundos,alguien que, al día siguiente,recordara cuando le digo: Tequiero. —Me lo vas a hacer difícil,¿verdad? —Todo lo contrario, quiero queconfíe en mí, quiero ayu... —No —me corta sentándoserápidamente en la cama, suelta unsuspiro cuando entierra los puñosen el plumón—. Por favor no lohagas, no digas que quieresayudarme —cierra sus ojos

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demasiado rápido para que logreverlos bien y sus faccionesatormentadas me quitan de una vezpor todas, las ganas de hablar—. Esdifícil de soportar. Han pasado siete años desde laúltima vez que confié en alguien,siete años desde que descubrí queera diferente, no quiero decir que setrató de un infierno. Sí, no era comoel resto, pero no había razón paraculpar a los demás por eso.Simplemente tenía que ser máslista, más fría y no depender de

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nadie. Sin embargo, incluso ahora,con una pérdida sobre mis hombros,en la semioscuridad, sólo con eldébil destello que proyecta lalamparilla, soy débil, y lo hago otravez: confío. Por un momento, me quedoparada donde estoy, intentando leerlas facciones del gatito, es difícilporque mantiene los ojos cerrados.Él suspira y me deleito escuchandoel ronroneo que brota desde suslabios, pero es más que un merosuspiro, es más intenso y gutural,

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Irah está intentando controlarse. Las pastillas blancas siguen sobreel buró, como una pista con letrasgrandes y rojas, siento que mepierdo algo, pero no logro unir lasaristas de los datos que se me vanpresentando. Entonces ahí sequedan, burlándose de mí. ¡Es tanfrustrante!, siento que mi cabeza vaa estallar de preguntas. Me dejo guiar por los instintos yme exijo tomar el control, aunquepor ahora no soy capaz de hablar.Tomo la mano de Irah y lo obligo a

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destapar su rostro. Cuando abre lospárpados, sus ojos sin vida medevuelven una mirada irritada;repleta de una mezcla horrorosa devergüenza, culpa y dolor. Hacecuatro días encontré un gato, unacompañante, un amigo y en eltrayecto perdí a Emil porque reciénentiendo que Irah ha usurpado sulugar. ¡Me ha robado el corazón!, y fuelo suficientemente sigiloso comopara no darme cuenta. Sin embargo¿podré amar del mismo modo a dos

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personas? No creo ser capaz. —No soy —dice él—, realmenteun gato—. Soyunhombre... —expulsa las palabras tan rápido queapenas logro entenderlo. «¿Por qué dice eso?, ¿Qué tieneque ver?» Me muerdo el labio paramantenerme seria, aún estoyprocesando la revelación de missentimientos, no es fácil de aceptar,no estoy acostumbrada a sentirtantas emociones y de formas tanintensas.

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—Soy un hombre —repite. —Deje las idioteces para otromomento, está claro que no sesiente bien. Irah respira hondo y clava lamirada en mí una vez más, sus ojosson distantes y fríos. Y como si noshubiéramos puesto de acuerdo, sucuerpo me da la razón: uno de susbrazos empieza a temblar y sus ojosya de por sí rojos, dejan escaparlágrimas. Finalmente cae vencidode espaldas hacia la cama y mequedo viéndolo sin creer nada.

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—Sabes qué soy —su mandíbulase tensa cuando traga. ¿Pueden esosojos volverse más rojos?—, ya noeres tan ingenua como para nodeducirlo. —Los hombres están extintos¿Recuerda? —Tú sabes que no —respondecon tristeza—, incluso nosconfundiste con una cobra. —¿”Los” confundí? —tomo suvaso de agua y me lo bebo antes dearrojárselo en la cara o peor aúnrompérselo en la cabeza—. Estás

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loco. Hay un largo silencio. Abro laboca para decir algo, pero vuelvo acerrarla. Vuelvo a intentarlo. —No puedo creerlo. Se me adormece todo el cuerpo.Siento la sangre latiendo frenéticaen mis orejas y mi boca se hasecado. —Eres demasiado perspicaz parano hacerlo. Mierda —pega unbrinco en la cama y corro hasta él,sólo para comprender que, mehabía alejado de Irah mientras

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hablaba. ¡Dea-mater! No puedoestar asustada, no puedo porque esosignifica que le creo. —Los hombres no existen. El rostro de Irah está empapado yno estoy segura si se trata delágrimas o sudor, sus ojos lucenvidriosos y unas ojeras enormesacampan bajo éstos. Deslizo las manos por micamiseta para secar la traspiraciónde mis manos. Me cuesta trabajoenfocar la vista en un punto fijo:techo, cama, pared, todo parece dar

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vueltas. «¿Me estaré volviendo loca?» ¬—¿No? Entonces explícame quésoy —me ordena en apenas unsusurro. Lo miro sin comprenderlo aún. —Un gato. Inspira profundamente y sueltauna carcajada cargada de sorna,pero a pesar del compostura queexhibe, la satisfacción no le llega alos ojos. Apunta mi espalda con undedo. —¿Qué hay ahí?

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—Mi armario. Tomo una bocanada de aire yfrunzo el ceño, sólo veo la puerta yésta parece ondear. Me estoyahogando y no sé si siento muchofrío o mucho calor. Además, lasmanos me tiemblan y sigo sin poderenfocar un punto exacto. Mierda, realmente estoy asustada. —No veo nada. —Está detrás de la puerta,“gatita”. Un escalofrío me recorre todo elcuerpo cuando lo oigo llamarme así

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y le secunda un dolor en mi pecho.Me levanto a toda prisa paraencontrar el armario. Lo pillo, estájusto donde Irah dijo. —¿Ahora qué? —Primer cajón a la derecha. —Sólo hay cartas y dos cajas, unagris grande y cuadrada, la otra esalargada y de color rojo... —La roja. Camino lentamente hacia dondeestá Irah, de algún modo, me sientofuera de mi propio cuerpo, es unmilagro que mi curiosidad esté a

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raya. En otro momento, estaríagritando, exigiendo respuestas apreguntas... ahora, extrañamente noformuladas. Tal vez era verdad. Pero, ¿en quéposición me deja esto? Hace unmomento había reconocido que loamaba, bueno al menos al gatoconsiderado y amable que me habíamostrado hasta el momento. ¿Estaréen peligro al estar encerrada con élsi es realmente un hombre? Yo nolo sé, tal vez mi corazón sí. Él siempre sabe.

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—Supongamos que te creo... —Abre la caja Aya —me diceapenas en un murmullo. Lostemblores han empeorado y yo. ¡Yono sé cómo actuar! —Pero tú dijiste... —¡Abre-la-maldita-caja! —ordena entre dientes. Si no fuera por la tensa situaciónen la que estábamos, me sentiríafeliz. Por primera vez desde quenos conocemos, no hace eseestúpido intento de acercarse a mípara controlar los hechos y

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dominarme. Por el contrario, estáen silencio, abatido y débil. Lomiro en detalle, tiene las manosquietas, actitud resignada, casivergonzosa, ojos tristes y sonrisagastada. En ese momento es cuando,caen sobre mí un montón deimágenes del pasado y vinculotodos los fragmentos hasta quefinalmente llego a una conclusión. No necesito que él me lo diga, sélo que le pasa. Las imágenes delahora se unen con las del pasadouna y otra vez, hasta llegar a Jarvia.

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Cuando al fin el entendimiento sedeja caer en mí, suelto la caja ycientos de fotografías de animalespeludos caen esparcidas a mis pies. —Ahí tienes tu gato —gritaapuntando las imágenes. Miro las fotos; animalitos grises,atigrados; peludos, de pelo corto,con ojos azules, otros verdes.Inhalo aire, levanto mi rostro ybusco los ojos de Irah. La verdadreflejada en su rostro, termina pordeshacer las últimas dudas quealbergaba.

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—Dijiste que éramos iguales —trago y me paso una mano por lanariz. —Sé lo que dije —me responde—, te mentí, lo siento mucho. Las disculpas están demás, peroaún así las dice, una y otra vez. «¿Por qué no se puede volveratrás?» «¿Por qué no podemos, no lo sé,sólo seguir como si nada?» —Lo cierto es que —Cubro micara con las manos. Esto no esverdad, esto es un sueño, por favor

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Virgen, permite que lo sea.Refriego mis ojos fuertemente, mepellizco, incluso tiro un mechón demi pelo, pero él sigue ahí, Irah noha desaparecido y se siente peorque una pesadilla. En este momentocreo que lo odio. Quiero escupirle,gritarle, arañarle la cara, peropuedo golpearlo, no estamos en lamisma posición—, aquella vez,cuando nos encontramos en elbosque intenté decírtelo, el peso detu inocencia era demasiado para mí,así que recurrí a medidas extremas

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para mantenerte a salvo sin perderteen el proceso. Para ser justos, me lohiciste muy fácil, sólo te dejé seguircon la fantasía que habían creado entu cabeza. —Creí que luchábamos juntos... Se limita a asentir. —Aya, lo hacíamos, sólo que deformas distintas. He luchado conmis pensamientos todo este tiempo.Traté de ser alguien mejor, sersincero, pero no era fácil. Tú meodiabas ¿recuerdas? —¡No te odiaba! Confié en ti —

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grité, furiosa. —Odiabas lo que yorepresentaba, lo que te hicieroncreer que era. Soy un hombre Aya,es lo que soy. —suspira y luego deun incómodo silencio, continúa—.Yo... yo quería conocerte, queríasaber lo que se sentía recordar,tener un pasado, una historia. Sientohaberte ocultado la verdad, pero noofreceré disculpas por haberteconocido. Mientras Irah argumenta el porquéde su engaño, no puedo dejar de

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pensar en que él es un hombre, unabestia que está muy por debajo demí. No somos iguales, nunca fuimoslos dos contra el mundo. —Entonces, no... puedes...recordar... —intento expulsar laspalabras y él niega, pero estainsidia aún tiene cientos de vacíos.Hay mucho que no me cuadra, asíque le presiono un poco más—.Pero te vi. Hemos estado juntos porcasi una semana y no me hasolvidado. —Bueno Aya, siento decirte que

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eso va a cambiar. —Explícate, no te entiendo. Duda apenas un segundo. —No me quedan muchas horas. Observo su estado actual: elsudor de su piel junto al temblor desus articulaciones y se pienso lopeor. —Cambia esa cara, no me estoymuriendo. —Júralo. Me sorprende lo mucho que meimporta su respuesta. Es un hombre,debería estar corriendo a

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kilómetros de aquí, lejos, a salvode estas bestias roba-vidas. Tal vezse deba a la conmoción, sí, debe sereso, sigo aturdida por la sorpresa. Él tose una mezcla de gemido,risa, y balbucea algo así como “dojudo”. —¿De verdad? Asiente, le doy tiempo para quese recupere, me carcome laconciencia por haberme tomado suagua, cojo el vaso y lo llevo albaño, necesito que se controle, quesea capaz de hablar para entender

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qué rayos sucede. —Ten —le paso el vaso conbrusquedad y ni siquiera espero quelo termine de sujetar bien, así quese derrama un poco sobre su pechodesnudo—. Ahora explícame cómoes que has podido engañarme todoeste tiempo. Él se toma su tiempo para tragar,antes de responderme. —No era mi intención mentirte... —Ahórrate el discurso redentor yve al grano, quiero saber cómorayos voy a salir de aquí y de paso

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salvar a mi amiga. —Como habrás notado no soyrealmente un gato. Te dejé creer loque querías para poder ayudarte, nome excusa, pero quería hacer algoútil. Es frustrante manejar tantainformación y no poder hacer algocon ella. Ya ves, al menos en esosomos similares. —Continúa. —Soy hijo de una personainfluyente, esperaba que mañanapor la noche pudiéramosinternarnos en la torre y...

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—¿Contabas con que pasáramosla noche aquí? —No. Pensaba traerte mañana,pero estabas tan ansiosa y hoy porla mañana... Quiero decir ayer,cuando estabas en el pozo. Aya, sihubieras podido verte, lucías tanilusionada, nunca vi a nadie con unamirada así. No tuve fuerzas paradecirte que no. Los temblores en su cuerpo hanpasado, esto me hace preguntarmeotra cosa. —Esas pastillas... ¿Las tomaste?

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—¿Te refieres a Vigilia? No, nolas he tomado aún, pero estoy apunto. —¿Para qué son? —Para permanecer más horasdespierto. Se toman cada ochohoras y te pueden dar hasta setenta ydos horas más. —No entiendo. Él vuelve a temblar y lo quequeda de su vaso de agua comienzaa esparcirse por todo su cuerpo.Siento lástima por él y junto a esesentimiento, nace el impulso por

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acercarme y ayudarlo, pero no lohago. Si lo derrama entero, puedo irpor más, eso es todo lo que harépor él. —Te dije que era un hombre, aestas alturas habrás notado que tetraje a una ciudad de puroshombres. —Sí, también noté que trataban alas mujeres como perros, nada máscercano a lo que me enseñaban enmi ciudad. ¿Los derechos de lasmujeres significan algo paraustedes? A estas alturas, no me

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sorprende que los hayan mantenidoalejados. —Esa no es la razón. —Entonces dime cuál es la razón. —El placer está sobre losderechos de las mujeres —espetacon vergüenza—. Por otro lado,ninguna mujer está aquí obligada.Reciben el mismo placer que dan. —Al parecer, el placer es uncimiento fundamental en laconstitución de tu sociedad. Québásicos. —No. Estás equivocada, no es

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fundamental para todos. —¿Tú eres la excepción de laregla? Virgen, me siento afortunada. Tuerce levemente los labios. —Has comenzado a tutearme. Almenos hemos conseguido algobueno de todo esto. —Por favor dime que no estásintentando bromear. Él abre la boca para decir algo,pero al final la cierra, supongo quela mirada que le di tuvo algo quever. —Aún no me explicas cómo

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pudiste estar todos estos días sinolvidarme. —La señal de la torre no llegahasta el corazón del bosque. Measeguré de construirla lejos dellímite. —¿Señal de la torre? —preguntoy la cabeza me empieza a doler, esdemasiada información, demasiadascosas en un día, pero no puedoparar ahora—. ¿Qué tiene que vereso? —La torre emite una ondamagnética de largo alcance. Ésta

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ordena a nuestros cerebrosformatearse a las cero horas decada día —entorna los ojos—.Bueno, no realmente a nuestrocerebro, sino a los chip incrustadosen nuestros cerebros. Cada hombretiene una pequeña placa de titanioque emite una señal recibida por LaGroße y viceversa, lo sé porque fuemi abuelo quién la diseñó, nisiquiera necesita batería ¿No esjodidamente hermoso? Funciona abase de la energía que producenuestro propio cuerpo, o más

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específicamente la ATP (AdenosinTrifosfato) ¿entiendes lo que digo?No hay una puta manera de sacarlosde ahí, se recargan solos con laenergía que el nucleótido obtiene denuestras células. Es como tenerpequeños demonios en la cabeza,esos malditos electrodos penetrarana diario en la zona de nuestrolóbulo frontal. Me quedo viéndolo sin entendernada, él capta el mensaje y seapresura en explicar: —Ahí es dónde están tus

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funciones motoras: socialización,espontaneidad —traga condificultad y sus palabras comienzana salir por borbotones—, tambiénel comportamiento sexual. Loselectrodos también trabajan en laamígdala, aquí es donde más nosjoden, porque ahí están lasemociones como la rabia, laansiedad y el miedo... Tú ponlenombre. —Esa es una historia muy...Creativa, sí, esa es la palabra. Perocómo explicarías que ese chip, si es

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que existe, sea capaz de hacernos—ruedo los ojos, recordando queno soy parte de ese grupo—,hacerles —aclaro y esta vez esturno del gato de entornar los ojos—, olvidar detalles ligados a susemociones y no cosas como elhecho irrefutable de que los díaspasan. —Bah, pensé que sería algo másdifícil, esa respuesta es obvia,sobre todo para ti. —Hasta ahora oigo mucho bla blay pocas respuestas claras.

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—Apuntan a zonas específicasdel centro regulador. Por ende, elchip nos hace olvidar informaciónligada a una emoción, como porejemplo una pelea o un encuentroemotivo. Pero recordamosperfectamente cómo hacerecuaciones matemáticas. Irah hace ademán de bajarse de lacama, pero se tambalea en elproceso. Es realmente duro verloasí. —Cuando te fuiste, sabías que tequedaba poco tiempo. ¿Qué

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pensabas hacer? —Me doy cuentade lo estúpida que es mi consultamucho antes de acabar la frase,pero ya está dicho—. ¿Dejarmesola en una ciudad repleta debestias? Suena como una cena paramí. —¡No comemos mujeres! Locreas o no, eso acá es visto comocanibalismo. —¿Qué pensabas hacer?, tardastemucho en volver. —Si no fuera porque ahoramismo tienes una expresión asesina,

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juraría que estás celosa y quieressaber con quién pasé la tarde. —Eres un enfermo —tomo unrespiro—, y además un descarado.Sobre todo porque hace tan sólounos minutos eras tú quién actuabacomo un asesino. —Tenía mis razones —dice ahoramás serio—, la culpa no me dejabarespirar y sabía que el tiempocorría, no podía dejar pasar máshoras sin decirte la verdad. —Recuperaste tu reloj —digoapuntando su muñeca—. Supongo

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que Jairo lo cuidó. —Sí, lo hizo. Tu ropa está en elotro cajón de mi armario, encima delas cajas. —Excelente momento parasacarlo a colación —las piernascomienzan a dolerme por estar tantorato de pie, el suelo de lahabitación de Irah está alfombrado,al igual que el pasillo y lasescaleras, podría sentarme en él,pero eso dejaría en evidencia micansancio y lo último que necesitoen lucir débil frente a él.

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—Antes que todo, debo añadirque tú sacaste primero el tema acolación, aclarado ese punto, laspastillas eran justamente para evitardejarte a la deriva, sola en unaciudad llena de tipos que noconoces. Incluyéndome, ya que nopodría recordarte. —¿Pensabas tomarlas para nodormir esta noche? —Esta noche y las dos próximas. —Tienes que estar loco —noimporta quién sea, desear la muerteestá mal, incluso para alguien como

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él—. ¿Has tomado esto antes? —La verdad es que no —esincreíble que aún débil sea capazde intimidar. Maldito hombre-gato-tonto—. La Vigilia es consideradauna droga ilegal. Por supuesto, esefactor no hace más que aumentar supopularidad entre la población —¿Conoces sus efectossecundarios? —Vale la pena correr el riesgo. Comienzo a preocuparme, perome recuerdo que los roles hancambiado, y no debo hacerlo más.

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Él curva la comisura de la boca, yme recorre con la vistaperezosamente con la seguridad deun hombre, de un depredador. «Lo de Jarvia no es culpa mía, lode Jarvia no es culpa mía» —He visto lo que hace en la gente—trago, intentando no pensar en losojos verdes de Jarvia, pero siguenen mi cabeza—, he visto mujeresmorir. —Cualquier cosa que me hagaretenerte en el tiempo, que meacerque más a ti, vale la pena.

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Y aquí estoy dudando otra vez.¿No es gracioso? No he tenido anadie con quién hablar en muchotiempo y la última persona quepareció necesitarme, que desea“retenerme en el tiempo” es unabestia. Es vergonzoso cómo laspalabras de Irah me afectan, estoyun poco agitada, siento mi pielafiebrarse, cada músculo de micuerpo se tensiona, y sé que algoestá cambiando en mi interior.Temo que mi voluntad se debilite,así que no digo nada.

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—A veces el silencio es unabuena respuesta —me dice en unhilo de voz. Una sensación deternura secuestra mi control, meacerco a la cama y él intentasentarse otra vez, pero se lo impidoponiendo mi mano derecha sobre suhombro y la izquierda sobre lacolcha, a modo de soporte. Altocarlo me doy cuenta que en ningúnmomento ha dejado de temblar, sóloha estado conteniéndose. Este gatoidiota realmente es bueno actuando. Desvío la vista hasta su boca, se

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está mordiendo los labios. TontoIrah, cien veces tonto. —No lo hagas, no tomes eso,como sea que se llame. —Aya, si no la tomo voy adormirme. —¿Cuánto llevas sin dormir? —Bueno, la noche pasada dormíalgo... —No seas mentiroso, en lacabaña estuviste despierto todo eltiempo mientras me secaba el pelo,no entiendo porqué. Antes dijisteque la torre no tenía largo alcance.

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—Quería verte dormir. —¿Por qué? Saco la mano que tengo apoyadaen el cochón y la llevo hasta surostro, sin apartar la otra de suhombro. —Ahora que entiendo todo, lo delchip, el formateo, me doy cuentaque mi vida ha sido una farsa. ¡Nosoy defectuosa! —Por fin te das cuenta. —No sé si alegrarme o ponerme allorar. Siento que todo es aún peorporque fui un error.

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—Al contrario, eres un milagro—su rostro sudado se ruboriza aldecir eso. Eso siempre lorecordaré, junto con este día, el quequedará tan marcado en mi memoriacomo mi cumpleaños número ocho,la partida de Emil y la muerte deJarvia. —No se suponía que existiera. —Eres una en un millón. ¿Sabescuántas personas se han saltado elproceso de inserción? Sacudo la cabeza, ni siquiera sélo que dice.

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—Tres. Contándote. —¿Cómo sabes que me salté elproceso? Tal vez tengo chip, tal vezsólo está mal soldado o algo así. —Imposible, ¿recuerdas laprimera vez que nos vimos?¿Cuándo te pedí que no teacercaras? —Difícil de olvidar algo así, ¿adónde quieres llegar con eso? —Si un hombre y una mujer seencuentran, sin que ella haya sidopreviamente insertada a la ciudad.Con esto me refiero a la

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reprogramación de su chip, ellossencillamente entran en combustión. Levanto una ceja sin terminar decreérmelo. —Define “combustión”. —¡Caboom! explosión, vísceras ymiembros por todas partes. La indignación bulle por misvenas, ya no corre sangre por ellassino ácido. ¡Quiero matarlo! —Vuelve a explicármelo —leexijo—. Explícame cómo sabíasque no iba a volar en pedazoscuando me presentaste a todas esas

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bestias, mientras me paseabas porlas calles de La Große. —Eres una exagerada —diceIrah, quitándole importancia—.Eran sólo Tadeo y Aitor, aunqueeste último sí cuenta como bestia.No voy por ahí, arriesgando tu vidasin estar seguro que nada te iba apasar. Ya había probado mi teoría,la primera vez que nos conocimoste arrojaste sobre mí como unademente. —Aún así —¿Estás acá no? Yo podía

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hacerlo sin ti, pero tú insististe enque era tu deber sacar a tu amiga deLa Große. —Y lo del beso —esta vez lotomo por sorpresa—. ¿También fueen beneficio de la ciencia? —Me temo que eso fue enbeneficio mío —la comisura de suboca se curva en una sonrisatraviesa—. Y debes admitir que teencantó. Me niego a caer en su juego yopto por un tema neutral, su salud.Hay algo en particular que me

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preocupa aún más que su herida enel pie. —¿Alguien te está tratando esetumor? Tanto que te burlabas de miciudad y hasta ahora no he vistoningún hospital. —Eso es porque te traje por laAvenida Laqueos, el hospital estáen Tevessa, al otro lado. Y ¿de quétumor hablas? No tengo ningúntumor. Diablos, ni siquiera unquiste o algo que se le parezca. —Pero hace un rato, cuandoentré...

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Vuelvo a mirar la zona del tumor,todavía se adivina la protuberanciapor debajo de la tela, más pequeña,pero todavía está ahí. —Dejémoslo en que es cosa degatos. —No eres un gato. —Por eso lo digo. Y en menos de quince segundos,él vuelve a sonreír atrevido, comosi me perdiera de algo grande.

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17:00 —MÁS por favor —me pide conel vaso tembloroso entre sus manos.Corro al baño, pero me detengocuando doy con la puerta de Jairo.Irah tendrá que esperar, no deboolvidar que es un hombre, unabestia, un mentiroso que se reservóinformación vital. Empujo la manija, y Jairo yacedesparramado en su cama. Duermecomo un tronco, con las manosabiertas y las piernas dobladas

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como las ranitas del estanque.Ocupa las dos plazas de cama. Es extraño que no hayadespertado con todo el ruido quehemos hecho, me acerco un pocomás, lo justo para poder verle elrostro. —Alcohol y una mierda —sesiente extraño maldecir después detanto tiempo—, con razón no merecordabas. Observo pequeños restos doradosesparcidos por su rostro, lasesquinas achinadas de sus ojos, la

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comisura de su boca y todo está tanclaro, más ahora que Irah me hacontado la verdad. —¿Polvo de Valeriana, eh? —pregunto de regreso en el cuarto delgato—. El amigo del año. Él levanta su ceja, pero no dicenada, así que le entrego el vaso conbrusquedad, lista para salir de ahí.Recibe lo que le entrego, lo voltea,y se lo avienta en la cara. —¿Qué estás haciendo? —lepregunto. —¿Qué parece que hago?

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—El ridículo, pero eso es normalen ti. —Estoy intentando no dormirme. Sus ojos están cerrados por eldolor. «No te ablandes» «No teablandes» —Francamente, ni sé porque temolestas. Despierto o dormido, nohace una diferencia. —Lo hace para mí —dicepasando una mano por su peloahora mojado y abriendo los ojossólo un poco, pero lo justo para quepueda ver en ellos esa emoción

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enigmática a la que no quiero darnombre. Algo me ha estado rondando lacabeza, así que pregunto para salirde dudas de una vez por todas. —Tu amigo también consumeVigilia ¿no es así? —Veo que lo has adivinado. —La verdad no. Te había creído,pero cuando me dirigía al baño,procesé la información que me distey pasé por la habitación de Jairo.Pude distinguir restos de polvos portoda su cara. Sinceramente, me

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siento una estúpida, debí haberlocaptado cuando me preguntó quiénera, de todas maneras, dudo que elalcohol sea el causante de su actualestado de coma. —Te sorprenderías de lo quepuede hacer el alcohol en tuorganismo. Por supuesto, nunca losabremos. —Porque me olvidarás. —No, porque eres menor. —Cumplo dieciséis en marzo, yate lo dije. —Yo tengo veintiuno, sigo siendo

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mayor —podría jurar que oigoculpa en su voz—. Tengo una idea. Irah y yo subimos al tejado aesperar el amanecer, fue su idea,pero tuve que prestarle mi hombrotodo el camino, los tembloresvienen y se van. A último momentome hace devolverme para ir por unamanta, bueno quería bajar él, perotendría que estar loca para dejarloir padeciendo esas convulsionesque parecen haber acrecentado sucojera. —¿Si tomas la pastilla los

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temblores se irán? —Él asiente y yopienso en Jarvia—. Sigue siendouna pésima idea. Me vienen unas ganas de bostezarde no sé dónde, cierro los ojos y élme ofrece la manta, no la acepto.No hace tanto frío, ya está por salirel sol, lo sé por la mancha amarillaque se asoma en el horizonte entreesas líneas rosadas y violetas. —Me dará tiempo, ya lo sabes. —No se trata del tiempo, sino decómo lo aprovechas. Irah se queda mirando hacia el

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horizonte, no veo nada deinteresante, otro día, otrasveinticuatro horas perdidas. Piensoen retrospectiva y es demasiadodecepcionante reconocer que nadafue real, que sólo se trató de otramentira. Para buscar unadistracción a las trampas que meestá jugando mi cabeza sin chip,intento reacomodarme en mi sitio,pero es difícil estar encima deltecho y no caerse. —Tienes un gusto de lo más raroen escoger lugares.

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Me regala una sonrisa agotada ypalmea el espacio a su lado.Estamos sobre unas tejas deltamaño de un melón y aún así, noimagino un lugar mejor para darinicio al nuevo día. Viendo ahorasus ojos dorados, me doy cuentaque han perdido todo ápice deenigma, todos los secreto que loatormentaban, han sido sacado a laluz. Bueno, la gran mayoría almenos. —Es curioso —me dice—, penséque una vez que te dijera todo me

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sentiría mejor, pero resultó ser todolo contrario. —No voy a pedir perdón por eso.Un hombre... ¿puedes creerlo? Lo observo, cubierto por la mantaluce incluso más débil. —Tienes que dejar de ser tanprejuiciosa. —Quiero golpearte —sueltocruzando los brazos sobre mi pecho—, quiero rasguñarte la cara y losbrazos hasta que me duela tantocomo a ti. Él me mira con esos ojos dorados

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de ensueño, la comisura de su bocase curva. —Hazlo —sus ojos me recorrencon somnolencia y destraba mimano de la teja, la tengo tanadherida que Irah tiene quedesengancharla dedo por dedo—.Golpéame, pero que sea en la cara,de otro modo terminaráslastimándote. Y lo hago, le doy un puñetazo enla cabeza, ni siquiera me fijo quéparte de ella es, pero se sienteblando. La sensación de liberación

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no tarda en aparecer, pero seesfuma con la misma rapidez con laque llega, tal y como ocurrió con elsueño de tener a mi lado a “unigual”, esa hermosa “idea” quellegó materializada en Irah, peroque al parecer, estoy condenada ano experimentar jamás. —No te detengas —dice él yacaricia mi mejilla con el pulgar, sumano es tan grande que abarca todomi rostro. Estamos tan cerca quepuedo ver los poros de su piel bajola sombra de una barba afeitada

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hace sólo un día. —Pensé que me sentiría mejor. Frunce el ceño —¿Y no fue así? —Para nada. Él vuelve a desviar su vista alhorizonte, liberándome de laprisión dorada de sus ojos. —Explícame qué tanto le ves aesas rayas rosadas. —No son rosadas, son violetas yme recuerdan a ti, a tus ojos. Pestañeo varias veces antes deconseguir hilar una frase.

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—Entremos —la lengua se mepega en la boca—. Ya amaneció. Él me sujeta del brazo y meacerca hacia él, mete su mano albolsillo y me muestra las píldorasde antes. —Depende de ti. —Vamos, que se trata de tucuerpo. —Me sentiré mejor si tú estás deacuerdo con esto. La verdad es queno creo que me haga daño. Ya vistea Jairo —Ni yo, pero será mejor que te

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abstengas —Se me ocurre una idea,una idea estúpida para convencerlode que se quede a mi lado, tal vezconsiga hacerlo dormir. Ni siquierahace falta observarlo en detalle, sucarita ha perdido algo de color yestá tan ojeroso que da penamirarlo—. ¿Qué te parece sirecuestas tu cabeza en mis piernas yte cuento una historia? Incluso exhausto, él entrecierralos ojos. —Ni hablar, conociéndote seráuna de terror, sobre los hombres

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acechando jovencitas indefensas. Dejo salir un suspiro de purafrustración. —Necesitas descansar. —Lo que necesito es que tequedes, prometí sacarte de acá y loharé. —Si lo que quieres es mibendición para tomar esa cosa, larespuesta es no. No lo apruebo, nopienso cargar otra muerte sobre mishombros. Veo comprensión en sus ojos yalgo similar a la ternura, alejo el

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rostro cuando él estira su mano paraacariciarme. —No me toques. —¿Tanto asco me tienes? —no setrata de asco, sino de algo muchomayor, son mi creencias, las basesde lo que soy, los fundamentos demi pueblo. —Estábamos bien así,simplemente respirando el mismoaire, me sentía normal. Eras cálido—niego rápidamente cuando lo veosonreír—. Pero ya no lo eres, ahoracuando me tocas, ya no es como

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antes, no es lo mismo, no hay calor,tu toque es como brisas frías en mipiel —Yo no he cambiado. —Eras mi sol, ahora te has vueltola reencarnación del invierno. Dudoque eso sea lo mismo. Irah frunce el ceño, pero seguarda sus palabras. Es lo mejor,no es nadie para exigirmerespuestas. Cerca de las seis de la mañana,dejamos el tejado ni siquiera memolesto en despedirme de Jairo,

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Irah me ha explicado que elorganismo del gato colapsó lanoche anterior. A diferencia deIrah, él sí tomaba la droga, setenta ydos horas sin dormir, setenta y doshoras justas para que él pudierarecordarme y sernos útil. Pero losrecuerdos tienen un precio, dehecho Irah tuvo que darle una altadosis de polvo de Valerianadisuelto en un jugo por la mañana. Por supuesto, Jairo ni siquierapreguntó por mí. Quiero decir, noes que me importe ni nada de eso,

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es un... la palabra con “H”, unabestia que atenta contra laintegridad de la mujer, miintegridad. No porque se hayacomportado amable, gracioso,cocine exquisito y me lave la ropavoy a olvidar algo como eso. Estamos otra vez en medio de lanada. Irah me ha traído de regreso aun punto muerto de la quebrada. Elsol de la mañana recae justo en supiel y su mandíbula cuadrada lucelimpia con apenas una sombra debarba, eso hace que tenga deseos de

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tocarle. Esta mañana cuando salimos, nostopamos con una foto mía en elescaparate donde antes salía elhombre que Irah señaló como el“gato” Gobernador, sólo que miafiche no daba la bienvenida a lajurisdicción, no, mi cartel decía” Sebusca” y ofrecía una recompensa.No había cifras ni nada de eso.Pregunté a Irah cuál sería el valor,pero no quiso contestarme. Lafotografía nos advirtió quedebíamos escondernos, así que Irah

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decidió guiarme por otra vía, unamucho más larga pero, también,mucho más segura. —Luces mejor —le digo,mientras rebusca algo dentro de mimochila. A estas alturas, es bastanteobvio que, en algún momentomientras preparábamos nuestrascosas, se ha tomado la píldora. —Gracias. Oye, quiero quetengas esto —dice y me entrega ellibro gordo que, había escondido enmi mochila—. Sólo por si meocurre algo, supongo que eso te

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ayudará a entender algo de esteenredado asunto, así le das tregua aese pobre cerebro —sonríe, luegoagrega —estoy seguro que no hasdejado de estrujarlo. —¿En qué momento lo sacaste?—pregunto mientras le quito lamochila y lo vuelvo a guardardentro. —Mientras te cambiabas de ropa. ¿Está diciendo que subió hasta sucuarto y hurgó en la cama con esasconvulsiones en el cuerpo? —No habías tomado la Vigilia

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aún —no es una pregunta—. ¿Y eldolor? Una emoción que no sé reconocerse apodera de su semblante, peroIrah es demasiado rápido,demasiado astuto para dejarme veralgo que no quiere, y se las ingeniapara darme una sonrisa. —Intento no pensar en eso. —¿Duele ahora? Hace una mueca con la boca yvuelve a cargar mi bolso en suhombro. —Menos que antes —Admite y

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me gusta que esta vez diga laverdad, incluso si quiereprotegerme, ninguna verdad medañará más que sus mentiras. Es gracioso ver el entusiasmo deIrah, cualquiera pensaría que va deexcursión con un grupo de amigos.Va vestido con “pantalones decombate”, sus palabras, no lasmías. Básicamente son verdes, perotambién tienen manchas negras ymarrones, todas entremezcladas, medijo que ese efecto servía paracamuflarse, claro, como si unos

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pantalones, una camiseta negra yuna gorra del mismo color, tuvieranel poder suficiente para entrar a LaGroße. Voy disfrazada de gato otra vez,he decidido mantener ese nombreporque es demasiado repugnanteadmitir que traigo puestas lasprendas de un “Hom-bre”. El solme está matando, pero esta vez Irahse apiadó de mí, y consiguió ropasmás ligeras que las toneladas deropa que me forzó a usar la primeravez que nos dirigimos hacia la

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torre. Esta vez, Irah me prestó unacamiseta larga, pero es tan anchaque dudo que sea de él, más bienparece de Jairo y bajo ella estánmis pantaloncillos cortos. Se sientebien poder usar algo propio denuevo, además de la ropa interior.Por otra parte, no puse ningunaresistencia cuando él me ofrecióllevar gorra, la misma de ayer enrealidad, supongo que le tomécierto aprecio. —¿Ves esa entrada?

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Todo lo que veo son arbustos enmedio de montículos de tierra y unacalle desierta que va en picada.Más allá, casi al final de la calle,se asoman las primeras casas. Noparece que sea el lugar más lujosode La Große, —Allá —dice apuntando haciaabajo y bueno, veo algo, pero esmás una rendija que está sobre lavereda que una entrada. —No entramos por ahí, es muypequeño —Lo haremos una vez que saque

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la tapa —dice mientras se acerca ala orilla de la calle, yo lo sigomirando hacia todos lados, nunca sési aparecerá alguien con cartel enmano dispuesto a entregarme. Lo veo inclinarse y pego unbrinco cuando el grita emocionado. —¡Listo! —suena más quepagado de sí mismo—. Y tú noquerías que me tomara la Vigilia.Durmiendo como un tronco nohubiera podido hacer esto. —Deja de quejarte tanto, dormirno es tan malo. Tiene bastantes

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beneficios para la salud, sobre todola salud mental, aunque sueneirónico. —¿A sí?, dime... —Anoche soñé contigo. La expresión de Irah pasa pormuchas variantes de rojo, está tanruborizado como debía estar mipropia cara. Sus ojos dorados seagrandan y aunque lucen irritados yojerosos debido a su falta de sueño,siguen pareciéndome de ensueño. —¡Virgen! Olvidé echarmebloqueador.

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—No lo necesitarás a dóndevamos. Siento mis piernas aflojarsecuando él estira su mano hacia mípara que me meta por en eseagujero oscuro. —Huele mal —le digo, pero detodos modos acepto su mano. Noestamos en posición de ponernosregodeones. Me arrodillo junto a ély permanezco inmóvil cuandolevanta la mano y acaricia mismejillas. Encima cierra los ojos yahí me olvido de cómo pensar.

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Por desgracia, la visera de sugorra no me deja ver sus pestañas,sé que son largas y proyectansombras hipnóticas sobre losángulos afilados de su mejilla. Loque sí puedo ver es su lunar y medan deseos de besarlo. Sinproponérmelo, levanto mi mano y ledevuelvo el gesto, me encantaba eltacto de su piel y la forma en quedeja de respirar cuando lo toco ome acerco más de lo acostumbrado. Pronto siento su palma sobre mimano, aferrándome a él,

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presionando mi toque en su mejilla.Sus acciones siempre me han dichomás que sus palabras. Le lleva unpar de respiraciones volver a abrirlos ojos. —Hay que irnos —dice con lavoz agitada y da un vistazo a sureloj—. Ahora. Irah es el primero en bajar por laalcantarilla. Tiene una pequeñaescalerilla en su interior, pero él nola usa, salta. —¡Ten cuidado con la mochila!—digo pensando en el libro y las

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linternas guardadas en su interior. —¿Vas a saltar o no? Cierro mis ojos y me tapo la narizcon una mano, el esfuerzo es inutil,ya que en cuanto me lanzo abro misbrazos desesperada, buscando enqué agarrarme, luego suelto un gritodesgarrador. —Te tengo —dice cuando meatrapa. Le lleva un tiempo soltarme,lo que está bien porque hay aguaacá abajo. Mientras me tiene en susbrazos, aspiro su aroma, ¡Virgensanta!, su olor es lo único bueno en

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este agujero lleno de porquería. —¿Qué fue ese chillido? —lepregunto—. Ahí está otra vez,¿oíste? —Debe ser algún roedor Comienza a bajarme de susbrazos, el agua me llega hasta lasrodillas, me asusto yautomáticamente me cuelgo de sucuello otra vez. —Tranquila, ellos te tienen másmiedo del que tú les tienes. —¿En serio? —Pues claro, ¿no te has visto al

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espejo? Entorno los ojos, me descuelgodel cuello de Irah, sin antes olerlopor última vez, y comienzo aavanzar en medio del túnel oscuro. —Toma —me entrega una de laslinternas que metimos en lamochila, luego toma mi mano antesde avanzar. Después de una media hora enmedio de desperdicios flotantes,unas ratas del tamaño de un perritobebe y un hedor entre metálico ypodrido. Finalmente Irah anuncia

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que hemos llegado. —¿Sabes? —le digo mientras loobservo escalar hasta la superficie—. Entre tu metamorfosis de gato ahombre, la droga esa a la que esadicto tu amigo y ese libro dehorror que tengo que leer, penséque nada podría superar todo eso,pero este paseo a la ciudad de lasratas se lleva el premio mayor. —Podría dejarte ahí abajo —dicegirando su rostro hacia mí luciendomolesto—. No me mires así, lodigo en serio. Piénsalo, tú

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realmente podrías construir unanueva sociedad acá. —Concéntrate en el camino —ledigo molesta, —Lo tengo, lo tengo: voy a latorre, saco a tu amiga de ahí. —Pero... —No me interrumpas —me calla—La traigo para las cloacas yustedes dos se dedican a criarratitas. Irah está a sólo unos centímetrosde la rejilla que nos conduce haciaaires menos tóxicos, cuando

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finalmente llega, quita la reja y elaire que se escurre llega hasta misfosas nasales aliviándome. Esartificial, mucho mejor que el densoaire de la alcantarilla. —Eso es muy conmovedor —digo cuando él estira la mano paraayudarme. El túnel tiene menos dedos metros de altura, pero siguesiendo alto para alguien de unosesenta y siete. —Lo sé, ahora dame la mano ycierra tu boca —pongo cara depocos amigos—, por favor.

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* * * Por fin estoy dentro de La Große.La alcantarilla nos condujo hastauna especie de cocina, ya que todosvisten de blanco y nosotros estamosbajo un carrito lleno de servilletasde género blanco, pulcramentedobladas. Supongo que el túnel esel desague donde vierten todos losdesperdicios de la cocina, entreotras cosas. Irah capta mi atención dándometres golpecitos en el hombro con su

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dedo índice, luego se lo lleva a suslabios para indicarme que debopermanecer en silencio. Menudanovedad. —Necesito un cambio de ropa —le susurro—. Si no nos reconocenpor nuestras caras, seguro que nosatrapan por el olor. Apestamos. —Olvídate —tiene la mandíbulatensa, u no separa los dientes alhablar—, por si no lo has notado,todo este sitio apesta, apenasnotarán la diferencia, estánacostumbrados al olor.

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«Pero yo no lo estoy», Mira otra vez a Irah, analizonuestras posibilidades de éxito.Vestimos ropa negra, exceptuandosus pantalones, pero son tan oscurosque apenas y se nota la diferencia.Punto en contra, si todos en estatorre visten de blanco. Nuestrasgorras es lo único que no estáempapado con esa agua turbia,punto a favor, porque no estoysegura si podría pensar en algocoherente con esa fetidez encima dela cabeza.

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—A la cuenta de tres —me diceIrah, sacándome rápido de miscavilaciones. Ni siquiera me da tiempo deprocesarlo cuando se echa a correrconmigo a rastras, otra vez—.¡Idiota! —le recrimino cuando sedetiene en un espacioso comedor. —No nos pillaron ¿o sí? —No, pero... ¡Irah, ¿qué es eso?! A nuestras espaldas hay uncamino de huellas rojas encima dela baldosa gris perla, parece sangrey van desde la puerta hasta donde

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estamos nosotros. —Levanta un pie —me ordena. —No veo nada—, la planta esnegra y luce mojada, nada más. —Da otro paso. Yo lo hago y mis botas dejan unnuevo par de huellas. Irah luce tancontrariado como yo. —Mi turno —dice—. Y ocurreexactamente lo mismo. Esto no está pasando, no puedeser real. —Déjame ver tu ropa —Seacerca a mí con paso dudoso

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aumentando mi ansiedad ynecesidad de entender qué rayospasa. Comienza a estrujar micamiseta, un líquido rojo y con olorentre metálico y podrido comienzaa gotear. —¡Mierda! —maldice mirándoselas piernas. —¡Tú pantalón! —le grito. Latela ha comenzado a secarse enalgunas partes y el líquido oscuroha pasado de café a rojizo. Essangre, estamos bañados de sangre. —¿Sabes lo que estoy pensando?

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No tengo la más mínima idea,pero ni siquiera soy capaz dehablar, estoy asqueada. La ropahúmeda se me adhiere a la piel. Lalevanto un poco y me miro elvientre, está todo teñido con sangre. —Esa no era una cocina —expresa con un tono que me asusta.A lo lejos se escucha un bebellorar, miro en dirección al llanto,luego vuelvo hacia Irah. —¿Qué era entonces? ¬ —No estoy seguro de quereraveriguarlo.

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Escuchamos un par de vocesacercándose y a medida queavanzan, también aumenta el llantodel bebé. Miro hacia la derecha,luego a la izquierda, buscando unsitio para esconderme. —En el armario —me dice Irah yme arrastra a volandas en sudirección, al mismo tiempo, dosmujeres vestidas de blanco entranal comedor con el bebé en brazos. El armario tiene un fuerte olor aantiséptico, al menos contrarresta elhedor a sangre. Donde sea que mire

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hay cajas con medicamentos. —No mires —musita en mi oídollevando una mano hasta mis ojos,pero él se tarda mucho. Irah no eslo suficiente rápido para impedirmever lo que se está llevando a caboen el comedor, y por primera en eltiempo que le conozco estoydeseando lo contrario, que searápido. Que ofrezca disculpas, nopermiso, que haga lo que su instintole dicta sin considerar misnecesidades. Que sea el gatotestarudo en lugar del hombre

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arrepentido. Quiero seguir creyendoque esa mesa es la de un comedor,pero no lo es, es una camilla dehospital. La puerta del armario tiene tresaberturas horizontales, cada una demedio centímetro de grosor, porellas se escurre la luz y puedocaptar retazos de lo que estáocurriendo afuera. Pestañeo aturdida, intentandoasimilar lo que han visto mis ojos. El niño dejó de llorar en cuanto ellíquido de la jeringa entró en su

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sistema. Lo veo y trato deevadirme, le exijo a mi cerebro queno haga caso al entendimiento, perolo hace y sé lo que están realizandosobre esa fría camilla. Lloro, ydeseo con todo mi corazón que elbebé también lo haga. Por favor queesté vivo. Podría haber sido el hijode Emil dentro de unos meses, esavida pude ser yo o incluso Irah. El bebé no llora, ya no pideayuda... ya no chilla por su mamá. —Bueno —dice Irah sacando lasmanos de mis ojos tarde, demasiado

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tarde—. Supongo que ya sé porqueno hay hombres defectuosos. —O mujeres —me oigo decir, mivoz suena entrecortada y volteo elrostro hacia su pecho, porque sóloél sabe cómo reconfortarme. Y escuando me abraza, cuando mequedo sin excusas, sin prejuicios,sólo estamos él y yo, escondidos enun armario intentando tragar elsabor amargo que deja laimpotencia, el remordimiento de sersilenciosos cómplices de unasesinato.

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18:00 EL camino de regreso a casa noes como el anterior, esta vez cuandome sumerjo a en la cloaca no mecontengo y dejo libre todas lasemociones. Lloro tanto y tandesgarradoramente que Irah tieneque tomarme en brazos, nosdetenemos un par de veces para queyo pueda vomitar y él no ponetrabas. Es bueno que nos alumbre sólouna linterna, no tengo estomago

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para soportar el hecho de que estoycaminando sobre desperdicioshumanos, ni siquiera tengo fuerzaspara sentirme culpable por permitirque Irah me cargue en sus brazos, séque está cansado, sé que su heridapodría agravarse, pero no meimporta, al menos, no más que esebebé al que asesinaron. Un halo de luz rebota sobre algorosado que flota al borde del túnel.He ahí la respuesta a mi anteriordilema. Caminamos sobre manitostiernas y pies chiquitos. Me

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obsesiona tanto esa idea, que oigoel llanto de un niño. Irah se detieneotra vez y me baja, sujeta mi gorra ymi pelo mientras vomito hasta elalma. Sólo después de preguntarmetres veces si estoy bien, vuelve acargarme. Llegamos a la casa de Irah casi alanochecer. No entiendo cómoocurrió. ¿Cuántas horas perdimosdentro de ese infierno? —No estoy segura de podervolver —le digo, mientras él sequita la mochila del hombro y retira

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el tapete de la puerta. —Nadie va a obligarte.Maldición, no está la llave. —La sacaste ayer ¿recuerdas? —Sí, pero volví a ponerla aquí alrato. —Tal vez... —¿Quién molesta tanto alláafuera? —grita Jairo a través de lapuerta. Irah pone sus ojos en blancoy hace su señal tan típica dellevarse el dedo a la boca, comodiciendo “Tú déjalo todo en mismanos”.

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Jairo abre la puerta. —Bah, eres tú y... ¿Y estemilagro? Irah trayendo una Meretrixa casa, debo estar soñando. Esta vez ha remplazado suestampado amarillo con flores rojaspor una de color azul y palmerasverdes. Lleva las piernas cubiertaspor unos jeans azul oscuro, lo únicoque no ha cambiado son sussandalias de cuero encima de loscalcetines blancos. —Deja de decir estupideces yhazte a un lado, necesitamos una

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ducha, —Claro... Seguro la conseguisteen la jurisdicción 1 o 2. Cabrónsuertudo, con una de esas ¿Para quépreliminares? Así cualquiera,directo al asalto en la ducha —Jairo desvía la mirada hacia mí—.Me gustas —me da una miradapicarona que no dura mucho,porque Irah le da un empujón paraterminar de correrlo de la entrada. Después de ducharnos Irah y yocoincidimos en el pasillo de abajo. —Imaginé que tenías otro baño.

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Pudis... —Sí —lleva puesta una camisetagris holgada y unos pantalones dealgodón a juego, para nada similara su tenida de la noche anterior—,al lado de la habitación dondepasaste la noche. Bueno, las pocashoras que dormiste. Observo mi tenida y exceptuandomi trenza, nos vemos exactamenteigual. Vestimos la misma ropa,aunque a mí me queda todo grande ya él perfecto. Aún así, mi ropa esmucho más pequeña en

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comparación a la que trae puestaIrah, seguramente no lo usa haceaños. —Pudiste haberlo mencionadoantes. —No preguntaste. —¿Por qué tienes tantos pijamasidénticos? —Pregúntale a Jairo —encogesus hombros y en una actituddefensiva guarda las manos en losbolsillos de su pantalón—. Siempreme regala lo mismo. Oírlo admitir eso me llena de

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ternura y me acerco hasta él. Desdeacá se pueden oír los sonidos de lacocina, ollas chocando, el metal delos cubiertos estrellándose contra laloza, por un momento eso medistrae y la distracción es bienrecibida. Irah me hace perder elcontrol, la noción del tiempo, mipropio criterio. —Por supuesto, no se debeacordar que ya tienes uno. —A veces sí, a veces no.Eventualmente llega el momento enque encuentra más de uno cuando

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tiende la ropa —Irah se inclina,tomándome por sorpresa, mueve mitrenza hacia un lado y hunde la narizen mi cuello. Luego de olisquear lazona, se levanta tan rápido queapenas consigo cerrar la boca ypestañear aturdida mientras merecupero del asombro—. Yhablando de eso, el pijama quellevas puesto apesta a tu perfume,Jairo tendrá que lavarlo. Reprimo una risa cuando piensoen que el pobre Jairo recibe la peorparte en las asignaciones del hogar,

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pero esa línea de pensamiento nodura mucho y dejo de reír cuandorecuerdo los trozos de sereshumanos, pequeños bebes mutiladosque flotaban en las cloacas. ¡Porqué mierda traen niños al mundo silos van a asesinar! Irah me mira angustiado, el pobreestá exhausto y no quiero añadirlemás preocupaciones. Así que meobligo a sonreír retomando loúltimo que dijo... «¿Qué era? ah, sí, el pijama». —Hay algo que no entiendo.

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¿Cómo es que tú sí lo recuerdas?Sobre los pantalones, quiero decir.Antes dijiste que... ¡Oye! ¿cómosabes que la ropa huele a miperfume? Podría tratarse del tuyo. —Primero, hago trampa —sonríedivertido—, llevo un diario. Teaviso que formas parte de él. Ysegundo, por supuesto que es tuperfume, no uso lima y vainilla, sonaromas poco masculinos. —Debe ser raro, verlo escrito sinsaber si es o no real. —No se siente de esa forma.

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Llevo mi mano hasta su cara, medeleito en los sonidos que producesu respiración alterada. Las yemasde mis dedos, sobre la piel de Irah,es la terapia perfecta para terminarcon las pesadillas que plagan mimente en estos momentos, la faltade coordinación en su respiración,los latidos atronadores de su pecho,su olor, todo en él me invita aperderme en su cuerpo. Pero antesde que la corriente me lleve... meapresuro en llegar a la cocina, tengoel estómago vacío, de hecho mis

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tripas reclaman, pero tengo lasimágenes de lo que vi en lascloacas frescas en mi memoria,siento asco y lo último que meapetece es comer. —Huele bien. —¿Te refieres a ese aroma demuerte que te hace agua la boca? —sonrío casi genuinamente alescuchar esa frase tan familiar—.Es mi receta especial. —Eso he oído. ¿Sabes una cosa?,tú eres muy similar a una amiga quetengo.

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—¿En serio? Me siento en el lado izquierdo dela mesa, dejando libre la cabecerapara los dueños de casa. Jairo termina de poner el últimoplato justo en frente de mí, mientraslo observo verter el té en una de lastazas, noto un detalle en los dibujosde la loza: son valerianas enminiatura. Qué irónico. —Ajá, eres algo así como suversión femenina —continúo. —Claro, después del accidente. Doy un codazo a Irah que se

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acaba de sentar a mi lado y mequedo viéndolo furiosa, no duramucho porque él se inclina y mebesa la nariz. Sé lo que intenta, por eso lo dejo.Le permito absorber mi atención,ayudarme a superar los traumas quehan dejado nuevas cicatrices en micorazón. Primero Emil, luego Jarvia,conocer a un hombre y comenzarloa querer y ahora... Ahora hepresenciado la más cruda verdad yel costo fue ese bebito indefenso.

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No se trata de géneros sino depersonas, no hay hombres malos nimujeres buenas, en determinadomomento ambos pueden actuarbestias o tal vez es al revés, somossólo bestias que pretenden serhumanos. —No te enfades conmigo —mehabla Irah apartándome nuevamentede mis tormentosos recuerdos,luego vuelve a besarme en los ojos,el lóbulo de mi oreja, la curva de lamejilla—. No podría soportarlootra vez. —susurra anhelante en mi

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oído. —Sí saben que eso se reservapara los dormitorios ¿verdad? —elcomentario de Jairo me haceaterrizar de golpe. —Piérdete. —Estás en mi cocina. —De mi casa. —Sigo siendo el cocinero. Irah lo mira con cara de véte-al-diablo, pero Jairo parece no captarla indirecta, eso o sencillamente leda lo mismo que gatito no esté debuen humor.

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—Ya, déjalo. Además no tengoganas de comer. Quince minutos más tarde estamosen su pieza. Su cama continúadeshecha, tal cual la dejamos antesde salir. Las manchas de agua quedejó Irah cuanto volteó su vasoestán secas, sólo hay sábanasarrugadas y una almohada volteada,sin embargo, no podría imaginar unlugar mejor para estar. Acá, a solascon él, en un cuarto repleto de suolor, su esencia, sencillo y directo. —¿Quieres?

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Él rasca su nuca, está nervioso yotra vez veo el rubor cubrir susmejillas. Al verlo así, me pierdoentre la realidad y la fantasía, entreel Irah de hoy y el que no merecordará dentro de unos días.Porque la realidad castiga con sucerteza y esta vez dice: “nadiepuede estar toda una vida sindormir”. Sus ojos ámbar me miran con unatimidez que no he visto antes y medoy cuenta de lo que espera: que lediga lo que se esconde en mi

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corazón. Sé que si no le revelo loque siento, existe la posibilidad deperderlo y no puedo sumar másobstáculos “a lo nuestro”, noquiero. ¡No quiero perderlo cuando nisiquiera lo he tenido! Me abandono entre sus brazoscuando me atrae hacia su pecho y alfinal de todo, me dejo ir. Disfrutode la seguridad que me provee suabrazo, la calidez de su piel, laintimidad de sus suspiros. En eseestado, comienzo a recordar las

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clases de Liese, y no sé si existeuna Diosa, una Virgen o alguna otracosa superior que nos hace omitirmomentos importantes de nuestravida. Pero lo que sí sé, es que lareencarnación de la que tanto hablóen Religión, queda totalmentedescartada. Porque ahora tengoclaro, que toda nuestra vida, estásubordinada a un chip enterrado ennuestros cerebros. Ese aparatotecnológico diseñado por el abuelode Irah que olvidaron insertar en micabeza. Ese error que me hará

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cargar con mis recuerdos el restode mi vida. Vuelvo a la pregunta de Irah yrecién reacciono, ¿quieres? Dijoantes de abrazarme. Será que quiereque... duerma con él. ¿Será eso? Y, de ser así... ¿Quiero o noquiero? —No tienes que hacer nada —comienza argumentar y se pone aúnmás rojo. Sin embargo, es otra cosala que se roba mi atención. —¿Qué le pasa a tu ojo?

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Irah frunce el entrecejo y medistrae el ruido de Jairollamándonos desde la escalera. —¡Los dejo esta noche chicos!Ah, se me olvidaba. ¡Irah, me debescien grandes! —Bandido —le grita de vuelta,luego se dirige a la cama ycomienza a quitar las sábanas yalmohadas de ahí—. Es bueno queJairo no haya salido durante el día,sino se hubiera encontrado con loscarteles que exigen tu cabeza y mehubiera soltado el rollo por salir

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con una fugitiva. Pasa delante de mí y sigue delargo hasta su armario. —Saqué tus cosas de la mochila,estaba todo empapado y fétido —hace una mueca de desagradomientras saca un par de sábanas delcajón—, supuse que no querríasusar esa ropa de nuevo, así que tirétodo a la basura. —Irah ¿el libro? —El libro se salvó de milagro,sólo se humedeció por los costados,nada que no se pueda solucionar.

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Lo dejé encima del refrigeradorjunto con tu bloqueador —vuelve ala cama y comienza a estirar lasábana, luego hace lo mismo con laotra, la frazada y el plumón. —Irah —¿Sabes qué? Iré a buscar eselibro, creo que te ayudará a conocerun poco más nuestra historia. —Irah, deja de evadirme, tu ojoestá palpitando... Por un momento veo el pánicocorrer por su rostro, pero es tanrápido encubriendo las emociones,

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que casi pasa desapercibido. —Tiéndete sobre la cama, yaregreso. No me atrevo a seguirlo, porquese lo que veré. Claro, sus ojos hanlucido agotados todo el día, rojos yojerosos, pero los temblores habíanpasado así que asumí... —Listo —dice entrando al cuartocon el libro entre sus manos—. Estoes ilegal, pero quiero compartirlocontigo. —Te creí cuando me dijiste quehabías tomado las píldoras.

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—Nunca dije que lo había hecho.Dije que ya no dolía y en parte esverdad. ¿Va a ser siempre así? Nisiquiera llevamos una semanaconociéndonos y qué tenemos,puras verdades a medias. Él ni siquiera puede mirarme, notiene cara para hacerlo y yo... Yono doy más. ¡Me rindo! Dejo caermis rodillas sobre el pisoalfombrado, todo esto es él, elblanco de sus paredes, el plumón arayas azul: frío e impersonal...

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Yo que pensaba que era sencillo ydirecto. Menuda idiota. —Me estoy cansando de creer enti. Puedo ver sus pies avanzar hastaquedar frente a mí y comienzo atemblar, hay un montón demariposas haciendo fiesta en mibarriga, pero no me acobardo. —Estoy harta de no ser capaz dediferenciar la realidad de lafantasía, de que te aproveches de lomucho que te necesito. ¡Estoy harta! Irah deja caer el libro gordo al

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piso y hace un ruido sordo. Luegose derrumba frente a mí, quedamosarrodillados frente a frente. Susojos dorados reflejan másincertidumbre que nunca «¿Qué eslo que no me estás diciendo estavez, gato?» «¿Qué otra cosa te estásguardando?» —Siempre voy a estar para ti, apesar de que no me quieras cerca. —Tienes que dejar desubestimarme. ¡Estoy cansada deque me mientan! Hasta me danganas de olvi...

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Irah lleva una mano hasta mirostro, con la mirada enardecida, loacuna, acaricia y se entretiene en mibarbilla unos segundos. Pestañeotan rápido que por poco me pierdoel momento en que inclina sucabeza y con su dedo índice meatrae hasta su boca. El mundocambia, da vueltas y me dejo caeren un espiral de sensacionesindescriptibles, pero Irah apenasme da tiempo para analizar. Sus labios tibios se posan sobrelos míos en una caricia suave y

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moderada, me preocupo porque meestoy encaminando exactamentehacia un lugar peligroso. Sé quetengo que retroceder, mantenermeprotegida sus mentiras, esaspromesas fantasiosas que ambossabemos no podrá cumplir. Irah juega con los mechones quese escapan de mi trenza húmeda ysiento que mi corazón salta mientraslos dedos de su mano izquierda seentretienen en la parte baja de minuca y pelo, hasta que finalmenteconsigue liberar la trenza,

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provocando más escalofríos de losque puedo soportar. Paso los brazos alrededor de lafirme base de su cuello y los brazosde Irah me aprietan contra su pecho,me envuelven como si yo leperteneciera e impulsada por unafuerza desconocida, me paro enpuntillas y lo beso en el cuellopara, segundos después volver aprobar sus labios. «¿Le gustará lento o preferirá unpiquito rápido?», ni siquiera meatrevo a mirarlo, sólo actúo, pero

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mi cabeza está repleta de dudas.«¿El labio de arriba, él de abajo?»Noto que su labio inferior, está rojoe hinchado, es mi culpa y lasmariposas carnívoras de mi panzavuelven al ataque. Nos detenemos un momento pararecobrar la respiración y parececasi absurdo que actuemos tímidosahora. Él me deja descansar lacabeza en su pecho mientras loescucho soltar un suspiro mientrasacaricia mi cabeza. —Quiero que me necesites —

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murmura, luego se inclina hacia mí,sus labios rozan suavemente mioído—, quiero que digas “teextraño” aunque hayamos pasadotodo el día juntos. Sus ojos se encuentran con losmíos y una expresión hambrientallena su rostro. —¿Necesitar? —le pregunto,demasiado asustada de que seacierto. Tengo miedo de albergarfalsas esperanzas. ¿Necesitar? eso ni se acerca a loque sentía por Emil, nunca antes

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sentí mi piel arder por nadie y no locomprendo, no entiendo su origen nisentido, sólo sé que Irah es el únicocapaz de aliviarme. Sus labios se abalanzan sobre losmíos con ansiedad, desesperación,siento sus dedos clavándose en minuca. Se aleja un poco, sólo paradescender por mi mandíbula y luegotrazar el camino de vuelta hasta miboca, en pequeños y húmedosbesos. Su lengua tímida comienzaacariciarme. En este momento,

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siento que soy capaz de ver a travésde sus ojos, ver su alma, saber loque necesita... Y soy yo lo que másquiere, lo que anhela, porque susojos no mienten, mi corazóntampoco y está gritando que mequede, que no podré separarme deél, incluso si lo intento. —Me mata dañarte —besa misojos y se queda así unos segundoshasta que ambos nos calmamos—,pero te juro que ni siquiera me doycuenta. —Entonces comienza a prestar

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más atención —le digo y tomo sumano guiándolo hasta la cama, porla sencilla razón de que quierohacerlo, mis palmas están sudadas ypican por él, cuando nuestras pielesentran en contacto, es grato sabernos sentimos de la misma forma.Que todo esto es recíproco... Derepente entiendo que no soy laúnica nueva en esto, este momento,este sentimiento. —No lo hagas —pide él, tendidoen la cama, el codo doblado y lacabeza apoyaba en una mano. Visto

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así, parece casi inocente, casi. —Qué Desliza su dedo por mi nariz,luego los labios, abro la boca conla intención de agarrarle el dedo,pero Irah lo retira antes. Pensé quereiría, en cambio, me mira serio. —No hagas eso, no nos hagasesto —su dedo continúa bajando yse entretiene un buen rato en micuello—. No racionalices todo, nobusques excusas para no creer en loque está pasando entre nosotros. Baja todavía más hasta el borde

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de mi pecho, se queda ahí un minutoy ambos nos miramos sin pestañear.Luego él traga. —Irah, no necesito excusas parano creer —llevo mi mano hasta surostro, mi pobre hombre concorazón de gato, luce exhausto—,míranos, las señales están por todaspartes. Tú ni siquiera sabrás queexisto, en cambio yo te recordarépor siempre. —Aya. Se cierne sobre mí, sus brazos aambos lados de mi cabeza, y sus

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rodillas entre mis piernas. Gimosorprendida cuando su boca seadueña de la mía, succiona mislabios hace un sonido nuevo yexcitante, quiero más. Sé qué quieromás, pero no sé qué implica esemás. Paso mis manos por su cuelloatrayéndolo más cerca de mí y lerodeo la cintura con las piernas. Irah suelta un gemido y me vuelvea besar, más torpe y con más fuerza.Le doy la bienvenida al peso de sucuerpo sobre mí pecho y deslizomis dedos desde la base de su

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cuello hasta su nuca conmovimientos inexpertos y casuales.Me da vergüenza avanzar más, perono parece molestarle, al contrario,su respiración sufre unastrasformaciones que nunca hepercibido antes. El calor de la anticipación quebrinda lo desconocido, deja unacapa de sudor en mi piel y cuandosiento que Irah está a punto deperder el control, aleja sus labiosde los míos y esconde su cara en lacurvatura de mi hombro, justo en el

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hueco de mi cuello. —Estás con suerte, acabo dedecidir que es mejor dejar depensar, así que voy a disfrutar deesto, como sea que se llame —bromeo para aligerar el ambiente. —He leído que le llaman amor —responde él evasivo. —¿Dónde? —En los libros, claro —suelta unsuspiro frustrado y vuelve a suposición inicial—. Puede que teparezca difícil de creer, pero losdesmemoriados también tenemos

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cosas buenas. —No es difícil de creer —digotocándole los labios con un dedo eintentando sonar indiferente. —Lo siento, había olvidado loobsesionada que estás conrenunciar a tu pasado. —Olvídalo, sigue contándome. Suelto su boca, paso las manospor detrás de mi cabeza y mededico a mirar el techo paraencontrar algún punto fijo, paramenguar la sensación de mareo queme provoca el cuerpo de Irah.

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—Ya se me quitaron las ganas —dice y finge un bostezo, pero luegoviene otro y resulta más real. —Duérmete. —¿Sabes qué? —me pregunta,inclinándose para dejar un beso enmi frente— Acaban de entrarmeganas, como te estaba diciendo,recordar sólo veinticuatro horastiene su lado bueno. —¿Y ese sería? —replico,apartando mi cara porque su toqueme deja anhelante. —Soy realmente bueno leyendo,

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tengo un record de tres librosdiarios. —De cincuenta hojas. —Trescientos cincuenta enpromedio, contando las veces quevoy al baño. —¿Acaso no comes? —Te lo dije, tengo un don. —No sé para qué te esfuerzastanto, si no los recordarás —tuercela boca—. Ah, verdad. Tu diario, loolvidaba. Comprendo que Irah no se rendirátan fácilmente, así que opto por el

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plan B. —Voy por jugo. —¿Tienes hambre? —preguntaintentando levantarse, lo empujopara que regrese a la cama mientrasintento salir de la misma. No esfácil, me tiene sujeta de la cintura—. Puedo preparar algo para ti,sólo déjame salir... —No, aún no me siento losuficientemente repuesta paracomer, sólo quiero un jugo. Irah me mira receloso, pero nodice nada. Así que lo someto a una

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prueba y rezo internamente para quecaiga. —¿Quieres algo? Él niega, está cansado, puedoverlo. Además, creo que agoté suenergía con la sesión de besos, nosé si sentirme culpable oavergonzada, sin embargo lo dejopasar a un segundo plano, porque laemoción que predomina en micorazón es la alegría. —¿Jugo? ¿Café? Sus ojos claros se abrenesperanzados, tiene sus pupilas

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dilatadas y cuando asienteemocionado se me rompe elcorazón. Una vez en la cocina, no es difícilencontrar la valeriana, de hecho, esmás difícil distinguir el café de losotros productos. Una vez que elpolvo dorado se disuelve porcompleto lleno un vaso de agua yme dirijo con ambos al cuarto deIrah. Entro a la habitación y mi corazónse acelera, los remordimientosestán a flor de piel, y cuando se

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bebe el café en varios sorboslargos, casi rompo en llanto. Pasa toda una hora antes de queme deje contarle una historia parairse a dormir. Sólo acepta cuandole aviso que el protagonista es unapuesto gatito que salva a una niñade un monstruoso hombre, aún así,me asegura que no piensa dormir,pero está a segundos de rendirse,puedo verlo en sus ojos O esoquiero creer. Empiezo a temer que la valerianano haya resultado, pero al repasar

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mentalmente las indicaciones delreverso del tarro de café, medetengo en sus advertencias: “Elcafé produce estimulación delsistema nervioso, del sistemarespiratorio, el aumento de laagilidad mental, la agudización dela atención y la desaparición delsueño”. Pienso en la últimacontraindicación, y entiendo quequizás esas es la razón por la queIrah sigue despierto, la cafeínaretarda los efectos somníferos de lavaleriana.

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—¿Sabes una cosa? —preguntacon su cabeza recostada sobre misrodillas y sus parpados cada vezmás caídos, apenas parpadea. —No, dime —mis palabras flotanen el aire. —No he tenido a nadie con quiénhablar en mucho tiempo. —Inclinomi cabeza y lo beso en la frente, medetengo ahí unos minutos pensandoen que debería irme ahora, antesque se duerma, antes que me olvide—. Tu compañía es todo lo quenecesitaba para soportar esta noche.

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Deslizo mis dedos por losángulos de su rostro, desde su narizrecta hasta sus pómulos cincelados,me demoro en la zona de sumandíbula cuadrada, más ásperaque el resto de la piel debido alafeitado, deseo poderencapsularnos justo en estemomento para permanecer así porsiempre. Lo irónico de mi deseo, esque yo portaré este recuerdo hastael día en que muera. Sin embargo,Irah no. —Apuesto que era guapo —

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pregunta, regresándome de golpe alcuento del gatito y la niña asustada,que le estaba contando para quepudiera dormir—, admítelo, tegusta ese hombre —murmura antesde dormirse. —Me tiene loca ese hombre —admito, pero el hombre en cuestión,ya está dormido—. De hecho, creoque lo amo. No sé amar de otramanera. Irah suelta un suspiro tranquilo ysus facciones de relajan mientrasdeslizo mis manos por su pelo

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claro. Mis lágrimas caensilenciosas mientras trato deextender el momento para disfrutarde Irah el máximo posible, antes deque despierte y me expulse de sucasa. De su vida. Me acuerdo del libro gordo, aúnen el piso. Estiro mi cuerpo hasta laorilla de la cama para dar con él;me muevo con cuidado, para nodespertar a Irah. El libro está alrevés y un par de hojas sueltassobresalen. Esta parece una ocasióntan buena como cualquier otra, para

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comenzar a leerlo, después de todo,no creo que exista algo másespantoso que las cloacas condesperdicios orgánicos y torrescuyos moradores son asesinos debebés.

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19:00 “TODA lección requiere unsacrifico. Pide perdón, da lagracias y ofrece un favor, antes que el día acabe”. los fundadores Leo en la portada. Luego me encuentro con una seriede hojas revueltas, al principio dala impresión de que son cartas, peroa medida que las voy viendo reparoen que todas tienen fecha, así quedebe tratarse de un diario o los

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restos de uno. Día quinto del primer mes deprimavera. Año del Cerezo. “Mamá y papá han vuelto ahacerlo, odio sus fiestas, susamigos, su hedor. Odio la forma enque me hacen desnudarme en frentede todos. Es degradante.” Belinda, Gs. Tengo que detenerme paraanalizar ya que estoy un pococonfundida. Siento curiosidad, perono logro entender ¿qué clase de

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seres sometería a alguien a unahumillación tan tremenda? Virgenquerida, desnudarse en público, quecosa tan demencial. «¿Papá?»,pienso aún más confundida, «¿quéserá eso?» Más importante aún,¿acaso no tiene a sus hermanas?Donde está el resto de las mujeres,que no hace nada para ayudar. Nombra a una madre, pero noparece que haga mucho. ¡Quétremendo!. Vuelvo a la lectura, y paso a lahoja siguiente, y lo que ahí está

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escrito se vuelve aún peor. Día treinta del primer mes deprimavera. Año del Cerezo. “¡Va a matarlo, papá va amatarlo! Durante la velada, papá hapedido que me presente frente aellos, como siempre, para exhibirmis atributos en frente de susinvitados. Esta vez Jozafath haintervenido y me ha forzado a dejarla habitación junto a él. Papá no selo ha tomado bien, pero Jozafathdijo que no me preocupara, que él

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se haría cargo”. Día decimosexto del tercer mesde primavera. Año del Cerezo. “Jozafath lo ha hecho de nuevo, semete en mi habitación mientrasduermo y comienza a tocarme, élme cree dormida, no sabe que loescucho, que lo siento”. Belinda, Gs Día noveno del segundo mes deinvierno. Año de La Camelia, “Es humillante, es la vergüenza

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con la que he cargado por años,para ya no me puedo quejar, ya nosoy una niña”. Belinda, Gs Día dos del primer mes de Otoño. Año del Melocotón. “No hay señales de que vaya aacabar, la peste ha exterminadotodo, no se parece a nada quehayamos visto antes., No dejamarcas en la piel ni al interior de laboca. No sabemos qué la produceni cómo evitarla”. Belinda, Gs.

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Día uno del cuarto mes de Otoño. Año del Melocotón. “Los muertos se estánmultiplicando tan rápido como lasmoscas sobre sus cadáveres. ¿Qué hacer? Esto no para, lamuerte está acechándonos y no sedetiene”. Belinda, Gs. Día siete del segundo mes deinvierno. Año del Melocotón. “Mi hermano Jozafath se hacontagiado la enfermedad, estamos

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consternados. Nadie de la familiaha tenido contacto con lospueblerinos, comenzamos a temerque sea viral”. Belinda, Gs. Día 12 del primer mes deinvierno. Año del Melocotón. “Jozafath ha muerto esta mañana,agonizó cinco días, nadie en casalloró por él, estamos todospreocupados por Jenny. Esebastardo se atrevió a tocar a miniñita, esa bestia miserable se

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atrevió. ¡Tiene diez años!” Belinda, Gs. De aquí en adelante se me hacedifícil continuar con la lectura, laletra se ha vuelto inestable. Peroestá claro que hablan de un abuso.¡Oh Diosa Querida! No estaránhablando de la misma Jenny que... —Imposible. ¿Por qué tendríaIrah un diario con informaciónsobre nuestras mártires? De ser así, estas cartas respondenun montón de interrogantes. Síimploró piedad, esos ojitos grises

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tienen que haberlo hecho, estoysegura de que se defendió. Otracosa en la que no me equivoqué,ese hombre sí que era una bestia.¿Hermano de su madre? Quién lo hubiera pensado...Hombres y mujeres hermanos. Unamisma matriz. Increíble. Día veintidós del primer mes deverano. Año del Olivo. “El bebé nació muerto y yo notardaré en seguirlo. Mi pobrepequeñita, tan sólo tiene once años.

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¿Qué puedo hacer?” Belinda, Gs. Día trece del primer mes deOtoño. Año del olivo. “La enfermedad ha terminado conmás del noventa por ciento de lapoblación, esta tierra ya no essegura, Terry y yo hemos decididollevarnos a los niños. Jenny luce mejor, las pesadillasson cada vez menos, pero temo porsu salud mental. Dice que él tienegarras y colmillos, dice que se trata

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de una bestia y que lo tiene quematar”. Belinda, Gs. Día treinta del Segundo mes deinvierno. Año de La Salvia. “Está nevando, no me gusta, haceque me duelan los huesos. Tambiénme recuerdan que quedan pocosdías como estos, días en los queaún soy capaz de escribir más de unpárrafo sin que me lleve seis horas. Estoy preocupada por Jenny, laforma en que habla no es normal”.

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Belinda, Gs. Continúo leyendo las hojassueltas, me salto algunas ya que noexplican nada muy relevante, salvosu preocupación por Jenny y susfacultades mentales. Algo obviodespués de haber sido violada. Sigorevisando y me encuentro con untexto que tiene cierta relación conlas historias que Adel nostransmitía... Día sexto del tercer segundo deVerano. Año de la Bergamota.

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“Jenny ha enloquecido, acaba dellegar a casa hecha una furia yterminó arrojando todos los platosde la cocina contra la pared. Alparecer, su amiga Dai haconseguido novio, se llama Gustavy según Jenny es una bestia quequiere aprovecharse de Dai, ya nosé qué hacer para ayudarla”. Belinda, Gs. Día noveno del tercer mes deverano. Año de la Bergamota. “Dai y su novio Gustav han

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venido a casa, Jenny ha vuelto aperder el control”. Belinda, Gs. Día décimo primero del tercermes de verano. Año de La Grata. “La bestia de la que Jenny hablaes real, se ha presentado en nuestracada esta mañana y he ayudado aJenny a acabar con ella, Gustav yano está con nosotras”. Belinda, Gs. ¡Virgen Santa! Belinda también haperdido la cordura y han matado a

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Gustav. Llena de ansiedadcomienzo a leer rápidamente laspáginas mientras las paso sindetenerme para analizar lo quedescriben. Me detengo cuando notoque la bitácora ya no está firmadapor Belinda sino que por Jenny. Día décimo primero del tercermes de invierno. Año de La Grata “Daimaysa acaba de ofrecersecomo voluntaria para seducir alGobernante de La Große, Gustav Lacourte. No auguro cosas

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buenas para un acto tan atrevido,pero estamos en guerra, debemosacabar con esa especie monstruosay un sacrificio como ese, esnecesarios en este tipo decruzadas... y les llamamos, dañoscolaterales. Dai está obsesionada con haceralgo por sus hermanas y yo necesitoque estemos en paz. Sin embargo, temo lo que puedanhacer esas garras horrendas en supiel de porcelana”. Jennifer, Gs.

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Día___ Año de La Grata “He perdido la noción del tiempo.Dai ha muerto, se ha colgado de unCastaño hoy por la mañana. Ella dijo que yo era un monstruo,pero se equivocó, el monstruo eraella, porque se contaminó con losfalsos afectos de Gustav.Demasiado tiempo en compañía deesa bestia la enfermó”. Jennifer, Gs. Día maravilloso del mesmilagroso.

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Año de La Grata “¡He encontrado a mi hijo! Esigual al bebé que reside en mismemorias, pero está dentro decuerpo de una bestia, algo se meocurrirá”. Jennifer, Gs. Examino esas últimas líneas, ¿unbebé dentro del cuerpo de unhombre? Cómo es eso posible, ¿esposible? Continúo con la esperanzade obtener respuestas. Día trece del primer mes deInvierno.

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Año de La Grata “Está pasando de nuevo. No importa lo que haga, lasbestias me buscan como moscas alos cadáveres. Odio mi que miestómago esté tan aglobado. Mamá no ha vuelto a hablarmedesde que trasladaron su cama bajotierra”. Jennifer, Gs. —Esta mujer está loca —pestañeo aturdida, sin podercreérmelo, mientras intentocomparar la tierna imagen de la

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niña del cuadro con la Jenny queretratan las cartas de este libro. Vuelvo a leer la citaintroductoria: “Toda lecciónrequiere un sacrificio. Pide perdón,da la gracias y ofrece un favor antesque el día acabe”, y ruego que lapróxima carta sea mejor que lasanteriores, al menos máscoherentes. eL pACTO Luego de la gran peste, lapoblación humana disminuyó alquince por ciento de su totalidad. A

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los habitantes de La Große, lesllevó más de cien años dar con elorigen de la enfermedad y cuandose encontraron los métodos deprevención ya era demasiado tarde.Con los años, la ciencia comenzó aavanzar rápido y la enfermedad aúnmás. El virus MHH, era una mutaciónde VIH y acababa con sus víctimasen cosa de semanas: los dejabadesprovistos defensas y hasta elmás pequeño resfriado, los dejabapostrados. Hombres y mujeres con

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el tiempo dejaron de tocarse,abrazarse, aún peor, empezaron aculpar al otro de un inminentecontagio. La población local comenzó aenloquecer y en medio de ese caosse levantó una mujer que lo cambiótodo. Predicó sobre la paz, laconciencia y el amor, en un mundodonde se pedía guerra, sangre yodio. Y aún así fue escuchada, loshombres admiraron su coraje y lasmujeres veneraron su imagen.

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En menos de diez años lasociedad cambió, el sistemagubernamental se volviómonárquico y pronto los hombrescomenzaron a exigir atención, Gs laveterana, también apodada “Jenny”por sus seres queridos, dejó comogobernador de La Große, aEstevano, su segundo hijo, y elprimero nacido vivo. Esto gatilló a que las mujerestambién exigieran más derechos yJenny se vio en la obligación defundar su propia ciudad La Grata.

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Cualquier mujer que lo decidierapodía ir a vivir a ahí, con elcompromiso de que, al menos unavez en la vida, debía cumplir con sudeber procrear. Los recién nacidos“varones” permanecían en LaGroße, y las recién nacidas“hembras” eran enviadas a La Gratahasta que pudieran decidir siquedarse o no”. —Claro, como no conocían otrositio para vivir era difícil queescogieran partir a otro lugar —siento a Irah murmurar algo así que

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inclino la cabeza para escucharlo,pero se limita a suspirar. Vuelvo laatención al libro, tragándome lasganas de robarle un beso, me lodebe, sacudo mi cabeza paraespantar esa tentadora idea ycontinúo leyendo. —Menudo acuerdo. Doy vuelta la hoja. (...) “Tiempo después, no se sabecon claridad cuándo, este acuerdose abolió, ya que los hombres de laciudad necesitaban aplacar susdeseos sexuales y cada vez eran

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menos las mujeres que se decidíanpor La Große, en lugar de La Grata,razón por la cual se les cedió a lasmujeres estériles para ese fin, yaque desde el punto de vista de lareproducción eran inútiles” () —¡Estos se pasan de bestias! —me salto otro par de páginas y medetengo en el subtítulo que más hallamado mi atención hasta elmomento: Inserción de dispositivode reseteo de la memoria. (...)“El DRM (Dispositivo dereseteo de memoria), nace como

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una manera de aplacar lasrebeliones iniciadas luego queMezcaf, una de las ciudadanas deLa Grata, se dejara seducir por unhombre y ambos intentaran huirjuntos. Por el bien de ambos, fueronperseguidos, a ella la devolvieron aLa Grata y él, incapaz decomprender lo que era mejor paraella, organizó una revuelta junto aotros hombres que desencadenó unamasacre, dejando tanto a La Große,como a La Grata a sólo pasos deuna eventual guerra civil. Por ello,

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valiéndose de los últimos avancesen la tecnología, Mezcaf, fuesometida a la primera inserción deDRM en la historia de ambasnaciones. El electrodo fue incrustado en unaplaca pequeña de titanio yfuncionaba a base de la energíaproducida por la ATP (AdenosinTrifosfato) un nucleótido queobtiene esa energía de las células.El DRM, interfiere de formaselectiva en la memoria de largoplazo, y los centros emocionales

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como el lóbulo frontal. Laoperación fue un éxito, ella loolvidó por completo y paraasegurarse, ambos gobernantes,tanto Jenny como su hijoorquestaron un encuentro entre losex amantes. Cuando él fue abuscarla (se reservará el nombrepara proteger a sus descendientes)ella lo rechazó, regresó a la ciudaddestrozado. Le ofrecieron el olvidoy aceptó de inmediato, dando así alos habitantes de La Große, suprimer representante portador del

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chip. Con los años, la tecnologíafue mejorando y el proceso sevolvió más simple y todo selimitaba a una constante. No dolor, no envidias, notrifulcas. Se trataba de disfrutar eldía a día, vivir el momento. La familia monárquica fue difícilde extender debido a lospersistentes ataques de ira quepadecía Jenny, así que fue unasorpresa para ambas ciudadescuando ella y su hijo, anunciaronpor separado, la noticia de un

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heredero. Muchos comentaban que era hijode ambos, fruto del incesto. Esahistoria jamás fue negada oafirmada. Tras la muerte de Estevano, suúnico heredero, cuyo nombre semantuvo en secreto en su propiobeneficio, dictó una nueva ley quepermitía mantener el nombre delgobernante en anonimato hasta eltérmino de su mando. Esta ley esaplicable para ambos Estados. La Grata seguía gobernada por

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Jenny. Un nombre con muchahistoria y peso, por lo tanto seríapoco práctico para el orden de lasociedad aplicar la ley del secreto,mientras tanto la verdaderaidentidad de su heredero,permanecería oculta hasta el día desu muerte. Los secretos de Estado semantendrían en familia y por el biendel linaje, los cargos públicosestarían disponibles para losparientes de la realeza e hijos desangre”(...)

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20:00 ESCUCHO el timbre sonar ycierro el libro de un golpe. Es imposible que se trate deJairo, él no golpearía, tienen lallave bajo el tapete. Además no lohe sentido salir. Vuelven a tocar y se me hiela lasangre. Presiento quién es Vienenpor mí y me parece el momento másadecuado, ya que después de estanoche Irah apenas recordará mi olorni mis besos, no sabrá nada de mi

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voz o mis risas, ni siquierareconocerá mi rostro. Bajo la escalera con la mandíbulaen alto, abro la puerta y meencuentro con un triángulo dehombres vestidos de negro, todosusan el cabello a ras de piel yanteojos de sol con forma circular,deben medir cerca de los dosmetros, y lo más extraño es queninguno me mira directamente,todos tienen la cabeza apuntandohacia el suelo. —¿Anaya Sonnenschein?

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—Sí, es ella —oigo a una vozfamiliar. Es la hermana Adelfried. La última vez que la vi fue cuandome sorprendió en el jardín tratandode huir de La Grata, eran casi lasdoce de la madrugada, cosa grave,casi tanto como haber huido, asíque usé mi último recurso desalvación: le arrojé polvo devaleriana en la cara. Sí, lo sé, entré en pánico ¡Mierda! Esperaba verla con los típicosrestos de maquillaje bordeando susojos debido a la hora. Pero no hay

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nada de eso, su piel lechosa luceigual de perfecta que siempre. Ellaes la reencarnación de los mitos yleyendas, una Ninfa en todo suesplendor, con sus ojazos azules yel cabello negro, aunque en estaocasión lo lleva suelto en lugar desu habitual trenzado y no viste ropacomún. De hecho, viste igual quelos otros tipos, cubierta de negro delos pies a la cabeza, sólo que enlugar de pantalón lleva un vestido yen la parte de la nuca se extiendeuna capucha.

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—¿Hermana Adel, qué hace acá? Ella tuerce su boca y evitaresponderme, se pone la capuchasobre la cabeza, gira y comienza acaminar, al instante su séquito detipos robustos la franquea, menosdos, que se quedan junto a mi. Unode ellos toma mis manos y las doblahacia mi espalda, luego las ata conun plástico, tan apretado que mehace doler. —¡Hey! No tan fuerte, me hacesdaño —grito enfadada, pero ellosno me hacen caso.

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Una vez esposada, se dispersan;uno a mi derecha y el otro a laizquierda, luego me fuerzan adoblar mis codos, para agarrarmelos brazos y arrastrarme en ladirección que Adel les indica. Pordesgracia, sé exactamente a dóndese dirige ese camino. Y así de fácil, estoy en La Große,.No hay rastros de Adel por ningunaparte y en cuanto sus gorilas mearrojan en el interior me quedo solay en un lugar totalmente diferente alque visité junto a Irah, bueno si es

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que a eso se le puede llamar“visita”. Al parecer, la arquitectura rústicase limita al sector de la “carniceríade niños” ya que todo su interiorestá forrado en roble blanco. Apesar de su tamaño, el sitio tieneforma circular y se hace notar, lasensación de vértigo se hacepresente y no se va, o tal vez sedeba al asco que me produce pisarsuelo maldito. Espero de pie, no hay sillas porningún lugar, todo es blanco, el

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cielo, la alfombra del piso. No hayventanas que dejen entrar la luz,pero en su lugar hay tubosfluorescentes por montón. —¡Aya! —la oigo llamarme derepente y todo mi cuerpo se quedatieso preso de la conmoción. Losmúsculos de mi espalda, piernas ybrazos están agarrotados, así que nosoy capaz de corresponder a suabrazo cuando se embiste contra mí. Me paso la manga por la narizcuando las lágrimas comienzan acorrer por mi rostro y empuño mis

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dedos en sus hombros, tomando másropa que piel. Emil se alejaobservándome ceñuda. —¿Por qué lloras? Recorro con mi mirada su rostro,todo me parece tan similar, nada hacambiado: la nariz pequeña yrespingada; los ojos penetrantes ysus iris celestes, exigiendo todo sinrevelar nada; la piel cremosa y lamandíbula angulada. Parece que hanpasado años en lugar de unasemana. Hebras rubias salpican esepelo ondeado que solía cubrir mi

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almohada antes de irme a dormir yel parpadeo de sus ojos me indicaque está nerviosa. Es duro querer tanto a unapersona que necesita tan poco demí, sobre todo cuando yo lanecesito tanto. —Es sólo que te he echado demenos. Emil me mira seria. —Eso he oído. ¿Cómo está eso deque huiste de La Grata? —Quién te lo ha dicho. —Nuestra madre, ¿quién si no?

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Podrá ser... —¿La Dae-Matter? —Asiente—.¿Has hablado con ella? —Sí, hace un momento, de hechoella me envió a verte, también tequiere conocer. ¡Ahí viene! Una de las paredes blancas seabre y de ella veo salir a... —¿Hermana Adel? —Vaya, vaya. SeñoritaSonnenschein, permítame decirleque he oído mucho sobre usted —dice la hermana Adel,sorprendiéndonos a ambas.

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—Espero que sean cosas buenas. —Me temo que no, aunque noparece que eso le moleste. Me encojo de hombros. —He pasado por cosas peores. —Eso he escuchado —se girahacia Emil—. Señorita Cab, ¿meharía el favor de esperar afuera?,hay una recepción esperando porusted en el pasillo. —Encantada Dae-Matter. La hermana Adel me mira seria,se ha quitado la capucha, pero luceigual de aterradora. Me recuerda

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sus clases de Historia. —También me enteré de que estáal tanto de nuestro secretito —mueve su mano hacia atrás yadelante—. Acérquese por favor,no tenga miedo. El hecho de que lo insinúe mehace enojar, no porque no lo tenga.Estoy bastante asustada, pero me daalgo de paz conocer por fin elrostro de la gobernadora de LaGrata. —Sígame —dice y me guía hastauna habitación con puertas

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metálicas, entro y lo primero queveo es un enorme escritorio queocupa el centro del salón, losegundo que me deja atónita son losventanales. —Es imposible. —¿Te refieres a las ventanas? —sonríe complacida—. Mis ancestrosconstruyeron esta torre hace más dequinientos años. No pensarás quedejarían a sus hijas encerradas sinun patio en el que correr. —Pero desde afuera... —Lo sé, ni siquiera tiene

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ventanas, pero este jardín —diceavanzando hasta la ventana—, esotro de nuestros pequeños secretos,tiene hasta un estanque ¿Te apeteceverlo? Niego. Lo que me apetece esvomitar. —Para vivir tan lejos de LaGroße, está enterada de muchascosas. —Mi trabajo es mantener elequilibrio en nuestro pueblo. Avanza con paso lento hasta elescritorio, mueve la silla sin

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arrastra o emitir el menor ruido, yse sienta en ella. —¿Engañando a las mujeres?¿Haciéndoles creer que loshombres son unas bestiashambrientas de carne, sangre y algomás? —¿Acaso lo dudas? —Me he pasado los últimos cincodías en compañía de uno, créame,lo hubiera notado. —Sí que lo hubieras notado.Supongo que te debo una disculpa. —¿Por qué?

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—Permití que albergarasesperanzas, eso no está bien. Nonos dañamos entre hermanas,nuestra lucha es contra los hombres,no entre pares. —Es usted una hipócrita. —Cuidado —su voz me congelala sangre, tan efectiva como lo seríauna estaca de hielo en el centro demi corazón—. Mírate, no llevas niuna semana en compañía de ellos yestás convertida en una salvaje. —Y usted en una estatua de hielo. —Si eso es lo que crees, no

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puedo hacerte cambiar de opinión,por ahora me aseguraré de queentiendas de una vez la diferencia. —¿Y cómo piensa lograr eso?¿Con polvo de Valeriana? Ella suelta una risa horrenda queme eriza los pelos de la piel. —No te creas tan astuta, sé muybien que eso no se aplica a ti.Necesitaba una vía para encontrartellegado el momento, por eso permitíque te saltaras el proceso quedictaba la tradición, pero veo quelos papeles se invirtieron y

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terminaste siendo tú quién vino enmi búsqueda. ¿No te parecemaravilloso el destino? —¿Por qué harías eso? —¿No leíste el libro que te dioIrah? —Algo, bueno, sólo el principioy las hojas finales, no tenía tiempoy estaba demasiado nerviosa paraleer —mis palabras salenatropelladas una tras otra,probablemente porque son unapuras mentiras—. A propósito¿Cómo sabes tú lo de Irah?

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—¿Lo del libro? Ni siquiera soy capaz de asentir,estoy más allá de la confusión, todome da vueltas y tengo frío. —¿O lo de Irah? Mejor partamospor el principio. ¿De verdadpiensas que nuestras autoridadespodrían perder algo tan valiosocomo ese libro en cualquier lugar?Por cierto, sobre Irah, es ungrandioso ilustrador. ¿Ya viste lasgráficas de la tienda de juguetes? Pestañeo aturdida, no haycoherencia en las palabras de esta

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mujer, está loca, como todas. Poco a poco siento como laverdad se va abriendo paso en micabeza. —Tú lo pusiste ahí apropósito,sabías que lo encontraría. —Él quería saber. —¿Y esperas que me crea quesólo le dejaste el libro paraayudarlo? Una mueca extraña tira de suboca, casi parece una sonrisa, peroes demasiado apática para saber loque es eso.

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—¿Cómo podría no hacerlo?, setrataba de uno de mis hijos,claramente no el mejor —levanta elteléfono que está sobre el escritorioy me regala una mirada calculadoraantes de llevarse el auricular aloído—. Háganlo pasar —ordena yal instante, las puertas de hierro seabren. Uno de los gatos que Irah mepresentó cuando caminábamoshacia su casa desde el bosque,ingresa al salón. Su largo cabellonegro y sus ojos azules son difíciles

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de olvidar, porque aún me resultanaterradores. Al principiopermanece inmóvil, esperandoaburrido hasta que repara en mí, memira confundido, no pareceentender lo que sucede. —¿Me llamó madre? Y así de rápido, con esas trespalabras, la única parte intacta quequedaba en mi corazón termina pordemolerse. —¿Madre? —pregunto y éllevanta una ceja engreído. Sinembargo no se dirige a mí.

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—¿Qué puedo hacer por usted? —Aunque no fuiste capaz deencontrarla tú mismo, te la voy adar, es un regalo no unarecompensa, así que no te dejesllevar. —¿Cuánto? Ella niega. —No seas mezquino, sólo tienesunas horas. Está en ti aprovecharlashijo mío, demuéstrale lo que es unhombre de verdad. —¿Qué hace? Ella me da una mirada compasiva

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antes de responder. —Los hombres son bestias, tratéde advertirte, pero no quisisteescuchar —sus ojos azules sellenan de lágrimas—. Siempre heintentado protegerlas, mantenerlasen La Grata, apartadas de estemundo degenerado, pero supongoque no importa lo que haga, ustedseñorita Sonnenschein, estádeterminada a ver para creer, y quémayor prueba que mi propio hijo. Suelta un suspiro dolido ydesaparece por la puerta, el tipo de

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cabello largo se apresura encerrarla tras de ella. Soy capaz deoír el seguro desde mi silla—.Cuando escuché el anuncio, supe deinmediato que se trataba de ti.Imagínate mi alegría cuando vi lasfotos y resultaste ser una de ellas. —¡Virgen! —Ya le pondremos remedio a eso—dice, con una emoción enfermizaen su tono de voz.

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21:00 ABRO los ojos lentamente, micabeza va a estallar, se siente comolos efectos secundarios de unanoche intensa, pero no recuerdohaber invitado gente a casa. Me levanto de la cama y esbastante estúpido admitir quetropiezo con mi propia ropa allevantarme. —Mierda —me siento en la camamolesto por la idiotez y preparo unabolita con la ropa, dispuesto a

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arrojarlo contra la pared. Pero nose trata de mi camiseta, sino de unode mis pijamas grises. Me dirijo al armario y meencuentro con una caja roja a mediotapar. —¿Qué hacen tantas fotos degatos aquí? —¿Qué gatos? —escucho a misespaldas, me giro sólo paraencontrar el rostro de Jairo, micompañero de cuarto y mejoramigo, apoyando la cabeza alcostado de mi puerta.

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—No lo sé, está lleno de fotosahí. —¿Quizás tuviste una noche loca? Le doy una mirada aburrida,ambos sabemos que hace años queno salgo de “farra”. No sabríadefinir la fecha en realidad, no esun recuerdo claro en mi mente, sólosé que un día me levanté y decidíque no quería jugar más. —¿Oye desde cuándo estás tanvanidoso? —Déjate de joder y prepara eldesayuno.

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—Uy, ella, la que usa bloqueador. —¿Cuándo mierda he usado yobloqueador? —Cuando bajé a la cocina vi unosobre el refrigerador, no es mío, asíque sólo debe ser tuyo. —Mierda, traje a alguien a casa. —Puedes apostar que sí. Jairo se va y aprovecho pararevisar el buró en busca de otrascosas, un labial, un número. No losé, algo, no acostumbro utilizarMeretrixes, es escalofriante ysorpresivo a la vez.

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—Irah —oigo a Jairo gritar desdealgún lugar cerca de la cocina—,tenemos un problema. —¿Qué pasó ahora? —¡Ven al baño, date prisa! —Ya voy —saco una toalla delarmario y me dirijo al baño—.¡Mierda!. —Exacto, eso mismo estabapensando. Toda mi ducha está manchada consangre, también un montón de ropamía, ciertamente dos de esascamisetas me pertenecen, y los

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pantalones moteados que utilizopara mis salidas al bosque. También hay un pantaloncillo demezclilla, más pequeño, de mujer,un corpiño y unas pantaletascompletamente teñidos de rojo. —¿Qué mierda hice ayer? —Te recomiendo llamar a unabogado. Una hora después, estoy en eldespacho de mi madre, con uncargo de conciencia espantoso. —Siempre has hecho lo quequieres porque eres el menor —

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dice ella mientras da una miradamolesta a mi tío, él como siempre,se sienta sobre su escritorio y selleva un puro a la boca para evitarmirarme, también yo lo haría sifueron tío y padre de un chico a lavez. Al menos ya no lo hacen a laantigua, eso sí que debió setraumático, por no decir trágico,tirarte a tu hermana... Mierda, senecesita más que agallas para eso,se necesita estómago y un cerebromuy jodido.

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Hoy en día usaban lainseminación, por supuesto, sólo lafamilia lo sabe, los quecompartimos sangre y esos son sólocuatro: mi madre, tío Evian, elidiota de mi hermano mayor, Aitory yo. —Pero esta vez es diferente, estavez tendrás que pagar. —Lo sé. —Hablo en serio Irah, todalección requiere un sacrificio. —Repites eso tanto que loaprendí de memoria.

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—Muy bien, porque lo que voy ahacer ahora es por tu bien, para queabras los ojos de una vez yaprendas cuál es tu lugar en estemundo. Mamá se acerca a mí y envuelvemi rostro entre sus manos, esto noestá bien, no recuerdo que lo hayahecho antes, pero tampoco recuerdoun montón de otras cosas, maldita lahora en que no traje mi diario. Séque es trampa, pero cada uno hacelo que puede para hacer de la vida,algo más tolerable.

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—Soy lo que soy. —Eres mi hijo —dice entredientes—, de sangre. —El bastardo querrás decir, teesmeras en mantenerlo en secreto,ni tú ni el tío Evian hablan de mí.Por cierto, estoy aquí, no sacasnada con fingir no mirarme. —Todo tuyo —dice el holgazán,cumpliendo con su papel dezángano y dejándome a solas con labruja. —Y bueno, ¿qué queríasmostrarme?

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—Espérame un segundo. Mamá corre hacia su escritorio yme aterra lo emocionada que estácuando levanta el auricular. —Sí, gracias, hágalas pasar. Me acomodo sentado en unaesquina del escritorio de mamá,mientras ella se reclina en su silla.Como si de una función de teatro setratara. La puerta se abre y entran dosMeretrix de la mano. Y no podríanlucir más diferentes. Una es rubia platinada, con el

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cabello liso y recto hasta la alturade los hombros, tiene los ojoscelestes y los ángulos de su rostrola hacen lucir demasiado seria encontraste a sus ojos infantiles. Traeexactamente el mismo vestido ocreque la otra chica, quién a diferenciade la rubia, no me deja ver su cara.Qué extraño. —Pídele que se acerque porfavor. —Señorita Sonnenschein,acérquese. La señorita Sonnenschein no lo

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hace, de hecho, la señoritaSonnenschein, inclina su rostrotodavía más, si sigue así quedara deboca al piso. —Señorita Sonnenschein ¿Noaprendió acaso la lección? La señorita Sonnenschein sueltaun gemido indecible antes dearrastrar los pies en mi dirección. —Es usted muy obediente —dicemi madre y puedo apreciar elplacer en su voz. Mierda, esto esmalo. —Sabes, yo no vine a esto.

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—Oh, claro que sí, necesito queveas sus ojos. —¿Por qué? —pregunto sinhumor, no estoy de ánimo para susjuegos—. No es nadie para mí. —Sólo hay tres personas capacesde recordar. ¿No querías esoacaso? ¿No recuerdas que lodeseabas más que a nada? —Qué hay con eso. —Sucede que metiste la nariz y elcuerpo entero en asuntos delEstado, traicionaste a tu familia, metraicionaste a mí —mamá dice esto

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como si se tratara de una receta, nopodría ponerle menos emociónaunque se esforzara. —Explícate por favor. —No tengo tiempo para eso, unade ellas debe volver, la otra tieneque quedarse. Elige ahora o lo haréyo. —¿Qué? —pregunto saltando delescritorio y observándola sin darcrédito. Enloqueció, mamárealmente enloqueció. La demenciaen los genes de nuestra familia,finalmente alcanzó a uno de

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nosotros. —No me metas a mí en tusasuntos, no voy a ensuciarme lasmanos. —¿Qué no te meta? Fuiste túquien nos metió a nosotros ¡Lallevaste a tu casa! ¡La trajiste a laciudad! ¿Llevarla a mi casa? Joder, sólo...¡Joder! «¿Me la habré tirado?», pero quépregunta tan de mierda, seguro quelo hice, ¿por qué otra razón podríahaber llevado a una chica a casa?

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Aún así, toda esta situación esdemasiado rara. —Pues no lo recuerdo —digocruzándome de brazos—. ¿No eseso lo bueno de nuestra maldición?Perdemos nuestra historia, pero¿qué diablos? da igual, mientraspodamos hacer lo que queramos sinpensar en las consecuencias, malque mal, nadie las recordará. —Irah, estoy haciendo unesfuerzo —ella abre sus dedos y loscierra a la vez, mientras observasus uñas Siempre hace eso cuando

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está cerca de su límite—. Todavíatengo que preparar la pauta para lasemana. —Sí, sí, sí... Tú y tus clases dehistoria. ¿Sabes lo que puedeshacer con tus pautas? Por mi puedesir y... Y me quedo viendo a la pequeñaMeretrix que, ahora yacearrodillada frente a nosotros, noentiendo porque sigue ocultándomesu rostro. Vamos, que ni siquierallora, no de forma audible por lomenos.

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Siento una clavada en el estómagocuando capto un atisbo de suspiernas, bueno, lo poco que deja ala vista el vestido, pero es losuficiente para notar que estámanchada de sangre. —¿Qué le hiciste? —pregunto amamá sin apartar la vista de lachica—. ¿No es una Meretrixverdad? —Bingo, y no le hice nada malo,al contrario, fue un favor. —Especifica el favor. —Se la ofrendé a tu hermano.

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—¡¿Qué tú hiciste qué?! Sin poder evitarlo, camino haciala niña. La pequeña no debe tenermás de quince años. Por supuesto,retrocede como un perrito asustadocuando llego hasta donde está. ¿Dequé me sorprendo? Se la pasó aAitor, apostaría que ese pedazo demierda ni siquiera se detuvo ameditarlo. En medio de la ira, logroescuchar los balbuceos de mimadre. —No tuve más opción. Ella teníaideas... erróneas sobre tu clase.

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—¿Cómo de qué tipo? —pregunto, debatiéndome si cogerlaen brazos será una idea buena o lehará peor. —Bueno, ¿pero si no soy yo quiénhace las preguntas? Elige Irah,hazlo ahora o lo haré yo. Fijo mi vista en la chica rubia,pero actúa tan fría, tan normal,como si esto no la afectara enabsoluto. Una fuerza desconocidame hace enfurecerme con ella, loque no tiene sentido, ya que nuncala he visto en mi vida. Vuelvo mi

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vista hacia la señorita Sonnenscheiny su cara sucia apenas se apreciaentre las malezas de cabello. Estiromi mano para correrlo, pero ellaaleja la cabeza con una rapidezarrolladora. —Es sólo que no entiendo porqué tengo que hacerlo. —Te repito, ella es la niña quedurmió en tu cama anoche. —Y qué —Sí Irah... Toda esa sangre, todoese hedor. —Pero, tú dijiste...

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—Yo sólo estoy contándote loshechos. Se la pasé a tu hermanoporque no terminaba de entender.Los hombres iban a lastimarla, sé lorepetí muchas veces, es sunaturaleza, la esencia del hombre.Si no eras tú, sería tu hermano, ocualquier otro degenerado deafuera. Ahora o más tarde, sólo eracuestión de tiempo Y bueno,hablando de tiempo, ya no tengomás, así que... ¿vas a elegir o tendréque hacerlo yo? —Por favor —ruega la señorita

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Sonnenschein en un hilo de voz—.Máteme. —Sólo porque no recuerde nosignifica que no sienta —me oigodecir y aunque lo he dicho yo, no leencuentro el sentido, pero ayuda aque la señorita Sonnenschein alceun poco el rostro. —La escojo a ella —digo en vozalta. Porque lo sé, en ese momento,mientras la veo implorar su propiamuerte, soy consciente de lo obvio.Yo he dañado a esta mujer, incluso

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si no lo recuerdo, sé que es así y laimpotencia sabe peor que la culpa.Ella sólo quería olvidar el pasado yyo... Yo no deseaba más que revivirlo. —Señorita Cab, creo que ambassabemos la nobleza que se escondetras su sacrificio. —se escucha lavoz autoritaria de mi madre. —Claro —dice la rubia y yoacomodo mis rodillas, para quedaral nivel de la señoritaSonnenschein. Ella no me da unmínimo de atención, está demasiado

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ocupada fingiendo que no existo. Mamá se pone de pie y le entregasu puñal personal, es una mierdaespeluznante, el mango tiene formade feto y la hoja termina en unamano diminuta. —¡Emil, no! —grita la chica quetanto he dañado. Soy incapaz derecordar, sin embargo puedo sentiry cargo una culpa inmensa, no lopuedo explicar. La chica rubia gira hacia nosotroscon una expresión molesta, pero laseñorita Sonnenschein no se

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acobarda. —No vayas, no mueras por mí. —No me pidas eso —responde larubia y por primera vez desde elrato que lleva dentro, da laimpresión de que está afectada—,porque es lo único que no puedocumplir. —No lo hagas, no vale la pena. —Tú lo hubieras hecho por mí —sonríe tensa, su rostro levementeinclinado evitando mirar a laseñorita Sonnenschein. —¡Ordénale a tu sangre que

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corra! —presiona mi madre, ahoraenojada y me encuentro en laincógnita de no saber qué hacer.¿Puedo detenerla? Desde luego quesí, impedirá eso que la mate, deninguna manera. De todos modos, me pongo de piey corro con toda mi fuerza hastainterponerme entre el chichillo y lamujer. Hubiera sido dramático sime diera en el pecho, pero sólo mepasó a llevar una esquina delhombro. —Mierda.

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—Irah, afuera. —¿Qué vas a hacer con ellas? —Ya veré, por ahora ve a curarteeso. —No, no hasta que me prometasque las devolverás a su sitio. Le permito arrastrarme de unbrazo hasta la puerta del salón sinoponer resistencia, ella se cruza debrazos con expresión asesina. —¿Por qué tendría que hacer loque tú pides? —expulsa laspalabras de su boca con unasuavidad aterradora. Sacudo mis

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hombros esperando lo peor,después de todo no tengo nada queperder. —Porque si no lo haces, tienesveinticuatro horas para despedirtede un heredero. —Puedo tener otro hijo, el díaque quiera. —Ambos sabemos que el tíoEvian no te dará otra muestra —esto lo digo en voz suficientementebaja sólo para que ella me escuche—, le das asco. La demente de mi madre se pone

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lívida y sus siguientes palabrassalen escupidas a borbotones. —Regresarán a La Grata. —No se me ocurriría algo mejor. —Sin recuerdos —tiene lamirada fija en mí, pero no lograintimidarme, nada podría empañarmi humor. —Es más de lo que merezco. —No hijo —dice entre dientes—,no lo es, no aprenderás nunca sin unsacrificio. Oigo un par de gemidos tras de míy me doy vuelta. Mierda. Había

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olvidado que las pequeñas seguíanahí. —Démosle espacio, ya hanpasado por mucho. —Son los momentos difíciles losque hacen que valoremos las cosasbellas de la vida. —Anda al grano y dime quépretendes pedirme, se que la jodí,también lo jodí anoche, aunque norecuerdo que hice. —Voy a devolver esas niñas a LaGrata y me aseguraré de que borrensus recuerdos, la de cabello largo

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ni siquiera tiene chip, jugué a seraudaz y salí perdiendo. Perogobierno ambos países, eso me hadado la experiencia para siempretener mi plan B. —¿Entonces? —Ellas no recordarán nada, perotú lo recordarás todo. Es cruel admitirlo, por elmomento y todo eso, pero sientouna sonrisa tirar de mi boca cuandola bruja de mi madre dice eso. —Este debe ser un jodidomilagro. Tú me estás dando la

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opción de recordar y ¿dices que esun castigo? —Eventualmente lo será, ycomprenderás que durante todo estetiempo no he hecho otra cosa másque protegerte. Vuelvo a girar mi rostro atrás y lapequeña chascona comienza alevantarse lentamente, sus pisadasson inestables mientras caminahacia la ventana, luce perdida, rota. Cierro los ojos y todo lo que veoes su cara cubierta de pelo rebeldeimplorándome: «Máteme, por favor

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máteme». Me pregunto qué infiernohabrá vivido para desear algo así.

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22:00 HA pasado un año, desde que fui,no sé si premiado o castigado, conla extirpación de chip DMR,devolviéndome de paso, todos losrecuerdos. Sobre todo a ella. —Me enamoré de ella y loprimero que hice fue dañarla. —Creo que si viera la exposiciónque has armado en el centro, teperdonaría sin rechistar. Ahogo una carcajada y me giropara guardar el conjunto gris que

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Jairo me da, con éste ya son cuatropijamas idénticos. Él no tiene idea. —De hecho, lo más probable esque acabara huyendo en cuantopisara el suelo del lugar. Mi compañero de cuarto se rascala cabeza y luce perdido. ¿Puedoculparle? Ni siquiera yo soy capazde entender. —Me parece un lindo detalle,esos ojos violetas son... —Únicos —le digo, recordandola primera vez que los vi. Yo estabaen una de mis excursiones en el

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bosque, las agendaba una vez almes. Ahora es tarde, ya que ella se haido. Ella se ha ido y no hay nadaque pueda hacer al respecto. Tampoco es realmente unaexposición, soy el encargado de lapublicidad de un par deprestigiosas tiendas, puede quehaya abusado de la inspiración queme provoca mi musa, ojos violetaspor aquí y por allá. De hecho, hacepoco renuncié a “69 F”. Una tiendade juguetes sexuales para satisfacer

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a los de mi especie e implementar alas Meretrix. No se sentía bien. —Sécate la cara —diceapuntándome con el dedo. Ahoraestá menos relajado, lo que estábien, entendiendo la situación en laque estamos metidos—, y asegúratede quemar la ropa una vez queacabes. —Lo haré —le aseguro y él sequeda un poco más tranquilo—.Intenta relajarte, toma una lechecaliente y añádele valeriana.

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—¿Quieres que me duermarápido, eh? Algo como esto no sepuede olvidar. Por supuesto, eso no es realmentecierto y ambos lo sabemos, mañanadespertará sin cargos deconsciencia y yo... Yo también. Noporque lo olvide, sino porquerecordarlo me hace feliz. Horas más tarde, la noche cae yestoy en la cabaña, de regreso alinicio de todo. He encendido unafogata para destruir las evidencias.Observo las brazas chamuscarse y

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no deseo que acabe nunca, noquiero que mis ropas dejen de arderni que el fuego se acabe. Necesito de esto, de este fuegopurificador que elimina todas lasevidencias de un asesinato quenadie recordará, que quedaráinmune, que aliviará en algo miconciencia. Soy como el hombre al inicio delos tiempos, antes de la locurafeminista, antes de la peste quearrasó con la humanidad, vuelvo amis orígenes, al génesis, soy como

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Caín, que mató a su hermano y eltener las manos manchadas de susangre, me sabe a gloria. Aitor debía morir, no podríaseguir viviendo si él siguierarespirando. —Aya —suspiro, pensando en ladueña de mis risas, de mis noches ymataría por meterme en su cabeza.Ella no me recuerda, pero tal vez lohace en sus sueños. ¿Me recordará en ellos?¿Apareceré en sus pesadillas o nisiquiera merezco eso?

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Intento continuar con mi vida, díaa día, hora tras hora, pero no es tanfácil, porque estoy condenado a noolvidar. Esto que siento: unasensación de impotencia que bulleen mis entrañas, carece de remedioporque no se trata de unaenfermedad. No tiene cura. Hay tanto que ver, tanto queanalizar. Pienso en el ayer, piensoen ella, también pienso en mimadre. Sobre esta última, enocasiones fantaseo con ahorcarla

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mientras duerme o meterme denoche a esa ciudad que tantodefiende, que tanto protege de las“bestias” que tiene por hijos. Otenía. No comprendo por qué lo hace.De todos modos no puedosimplemente asesinarla, ella es laúnica capaz de cambiar nuestroscerebros, ella es la única quedecide quién puede y no puedeolvidar. Hace poco encontré su libro decrónicas, me encantaría saber si

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Aya lo leyó, si alcanzó acomprender algo de esto, de esteloco mundo. Como decía, encontréel libro, estaba junto a mi diario,mis recuerdos, y ella. La señoritaSonnenschein, mi Aya. La parte más difícil de seguirviviendo, es saber que no puedohacer nada, teniendo la certeza deque iría por ella, haría algo si esoestuviera en mis manos, pero no hayopciones. Mi camino ya fue trazado. Me resigno pensando en lo muchoque la amo, y que prefiero mil

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veces resignarme a no tenerla, quesaberla mía muerta en vida. No, nopodría. Yo vi sus ojos, sólo horasdespués de que el bastardo de mihermano la violara, vi sus piernasensangrentadas bajo el vestido. Lavi pedir la muerte mientras yo meaferraba a la vida, porque ella fuevida para mí, Aya trajo esperanza amis mañanas. Por eso me sienta tan bien estamuerte, esta fogata, estas ropas. Soyconsciente de que un asesinatopuede ser considerado un acto

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irracional, más animal que humano.Tal vez llegado el momento,termino por convertirme en esabestia que ella tanto teme, en esehombre que Aitor le enseñó aaborrecer. —Por fin llegas —le digo aEvian, cuando lo veo entrar. —Fue difícil fugarme —reclamami tío, ese engendro que se hacellamar papá. —¿Irónico, no te parece? Sobretodo teniendo en cuenta que eres eldueño de la ciudad.

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Evian me mira al principioenajenado, pero luego se detienecomo sopesando las palabras queva a decir y al final, opta porsentarse en el tronco que está a milado. Su cabello claro cada vez quela luz de las llamas rebotan en él.Es curioso que no lo notara antes,ambos parecemos una proyeccióndel otro, ambos “debemos”recordar todo, entonces pienso quecompartimos mucho más que elcolor de cabello. Incluso el ascopor Adel.

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—Debes estar triste, acabas deperder un hijo. —Me gusta pensar que era misobrino —Él era un monstruo —tomo unarama y comienzo a revolver losescombros—. Merecía morir. —Nadie merece morir Irah, peroen esta ocasión, tienes algo derazón, así que intentaré aplazar elmomento que Adel se entere de laverdad. —Ella va a matarme. No estoy asustado, sólo destaco

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lo obvio. —No lo hará, necesita unheredero, y me temo que Aitorpadecía la demencia queatormentaba a nuestros ancestros. —¿Qué has hecho con el cuerpo? —Lo mismo que hace tu madrecon nuestros niños defectuosos. —¡Aitor era defectuoso, debiómorir ahí, al momento de nacer! —la rama se quiebra en mis manos—.No tenía que hacerlo yo, este era sutrabajo. —Aitor era hijo de su madre.

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—También lo soy yo, su malditasangre corre por mis venas, sucia yenvenenada. ¿Cuándo demonios vaa parar? —Pronto, pero no está en tiacelerar el proceso. Llegado elmomento, tú gobernaras y podráshacerte responsable de tus actos ylos del resto, si quieres... Sé lo que me está pidiendo, quetenga paciencia, que espere, y en elfondo sé que tiene razón, así queasiento, pero saber que hago locorrecto no aminora el dolor.

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Porque el dolor no se va, ni seacaba, sólo muta. Hoy viendo hacia el pasado,recuerdo aquella vez en que nossentamos por horas sobre mi tejado,esperando el amanecer, Aya sequejaba porque no había nada deinteresante. Ingenua, no tenía ideaque la miraba a ella. No soy tonto, sé que me haolvidado, sé que no le hago bien.Pero sólo porque no pueda nosignifica que vaya a renunciar aella.

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Incluso ahora, existen ocasionescomo esta, en las que me escabulloa la cabaña en medio del bosque,siempre con la esperanza, siemprecon el anhelo. Pidiendo perdón, dando lasgracias y ofreciendo un favor antesque el día acabe. —Nunca estarás losuficientemente lejos, como paraque mis recuerdos no te alcancen. * * * Llego a la cabaña cerca del

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medio día. Había planeado este finde semana con un mes deantelación, después de pasar más dedos años sin vacaciones.Mantenerme ocupado los siete díasde la semana era la vía de escapeperfecta y menos sospechosa parahuir del dolor de los recuerdostristes, de esos ojos violetas. Ese era mi plan, matarmetrabajando y como actividadextracurricular, aprender sobre laorganización y administración delEstado. Por supuesto mi cuerpo

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tenía otros planes y el mes pasado,comenzó a mostrar los primerossignos de cansancio, motivaciónsuficiente para tomarme un fin desemana libre. Sí, unas maravillosasvacaciones forzadas en mi infiernopersonal. La cabaña del bosque,lugar puedo ahogarme en deliriosautocompasivos. Aunque en midefensa, debo decir que si mi tío nome hubiera dado la orden-amenaza,seguiría en La Große, rompiéndomeel lomo. Lo sé, debo parecer patético

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probablemente lo soy. Tengoveinticuatro años y sigo recibiendoórdenes de Evian Levi, pero elcabrón sabía muy bien cómomanipularme. Había ayudado aencubrir la muerte de Aitor, dosaños atrás, eso es suficiente paraobligarme hacer cualquier cosa. Sobre la muerte de Aitor, megusta pensar que fue una “falta”, untrabajo sucio y necesario quealguien debía ejecutar, quiero decir,le hice un bien a la humanidad, noes realmente un asesinato, no soy

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como los bastardos de La Großeque se me meten con seresindefensos. Yo exterminé unabestia, ni más ni menos. Evian siempre ha sido unmanipulador de primera, así quecuando amenazó con contarle a labruja la verdadera razón detrás deldesafortunado accidente de mihermano, en el que falleciócalcinado, preferí acatar su “in-vi-ta-ción” de venir a pasar unos díasal bosque. Era eso o enfrentarme ala ira de Adel, sinceramente no me

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apetecía esto último. No cuandodebía mantenerme a salvo paralograr mi último objetivo. Adel, ese es otro obstáculo con elque tengo que lidiar a diario. Elladice que somos bestias asesinas,nos odia por ser hombres, sinembargo, cuando le anunciaron quela tienda de artículos eróticos de mihermano se incendió por culpa deuna falla eléctrica, se desquiciótanto que temí por la estabilidad dela organización de la ciudad. Y apenas logramos contenerla cuando

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se enteró que Aitor estaba en latienda en el momento en que seinició el fuego, dejando su cuerpoabsolutamente irreconocible.Bueno, salvo por sus dientes. Una lástima que hayan quedadolos dientes de ese hijo de puta, conlo que me había esmerado en asaral maldito. En fin, la vida no esfácil para nadie. Al menos tengouna y puedo vivirla, eso es más delo que podría decir nadie, algunosla pierden incluso antes de nacer... Arrojo mi equipaje sobre un

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montón de mantas que estánlanzadas al azar sobre la alfombra ycomienzo a desanudarme la corbata,odio ir de traje a la oficina, nuncavoy formal, pero hoy tuve unareunión con las autoridades delgobierno, en las que tuve queadecuarme al protocolo. Me pongo unos jeans y micamiseta favorita, es gris, me quedaajustada, pero no me molesta, dehecho es esa imperfección lo que lahace especial. Recuerdo que solíausarla para dormir, ahora en

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cambio la utilizo para seguirviviendo. Podría jurar que quedaalgo de su olor, ese perfume tanpropio de ella, fresco y dulce, comolima y vainilla, mi Anaya. Doy un vistazo a mi apariencia, lacamisa gris parece aún másajustada que en otras ocasiones enlas que la usé. Joder, realmenteluzco rarito utilizando esta ropavieja sólo porque esa niña la usó.¡No tengo remedio! Podría andar lamentándome comolos protagonistas de los libros

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antiguos, esos dramáticospersonajes que, alguna vez vi en elteatro, llorando por los rincones delescenario gritando al mundo que leshabían roto el corazón. Pero no, nopodría caricaturizar mi experienciade esa manera, porque ha sidoúnica y épica. «El único hombre de esta mierdade sociedad que ha experimentadoel amor», me repetí mentalmente. Anaya creía en mí, incluso cuandoyo me burlaba de ella. Estaba tanobsesionada con recuperar a su

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amiga, que seguía confiando,aparentando valentía y tratándomecomo una mascota, cuando era ellael gatito asustado. Sé que hoy nosoy nadie en su vida, pero para mí,sigue siendo mi mundo. —¿Cómo me deja eso? —dejosalir las palabras y casi espero quehagan eco en las paredes demadera, soy idiota. Tengo que admitir que no he sidoun santo, he buscado distracciones,pero no hay caso, lo mío no tienecura. Si no es con Aya, no será con

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nadie Me acerco a la mesa y abro lapuerta que se esconde bajo ella,Aya preguntó una vez que más habíaen su interior, en aquel entonces nome pareció buena idea admitir queademás de mercadería, guardabaarmas y veneno, ella era demasiadoingenua para comprender que mivida carecía de sentido, que miúnico objetivo al nacer eracontinuar con una raza maldita ydarle herederos a la demente de mimadre, ya que mi hermano mayor

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era un bastardo estéril. Nunca me hice realmente lapregunta de por qué hice lo quehice. Por qué arriesgué todo porrescatar a alguien a quién nisiquiera conocía, o lo másimportante, cuál fue el momento enque comprendí que la amaba.¿Antes o después de dejar lacabaña? Tal vez fue en el lago cuando lavi en ropa interior, ella claramentehabía dejado de ser una niña. Anayaera toda contradicción: el cuerpo de

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una mujer, la personalidad de unaadolescente y el alma de un ángel,todo en uno. Saco una caja de hojuelas y medirijo de vuelta a la alfombra, abromi equipaje que aún está en el pisoy saco el bloqueador solar. Unaacción absurda ya que no pretendosalir, pero no es mi piel lo quepretendo cuidar así que me obligo apensar que mi estupidez vale lapena. Tengo que apretarlo muchopara que salga, casi no le queda yestoy seguro ya expiró.

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Esparzo en mi cara la loción quelogré sacar del embase, aúnmantiene algo de su olor original:lima y vainilla, ese olor tancaracterístico de Anaya. Fueroncontadas las ocasiones en que la visin una máscara de crema blanca ensu cara, pero suficientes para podermemorizar sus pecas y enamorarmede cada una de ellas. Al final, mi instinto incontrolablede supervivencia gana, no permiteque me siga torturando en soledad,me pongo de pie y me dirijo al lago.

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Cuando llegó ahí, veo a un grupo decuatro personas ocupar esa rocareservada sólo para mis recuerdos.Para nadie más. Me detengo sorprendido. En totalson nueve mujeres, cinco ya estánnadando y haciendo piruetas dentrodel lago, las otras cuatro, hacen filapara lanzarse al agua y unirse a lasdemás. Sigo el recorrido con lavista y en la orilla, alejada de lasotras mujeres, una chica concabello cobrizo y ojos colorvioleta.

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Los años no han deteriorado subelleza, de hecho se ha puesto máshermosa, sus curvas se hanacentuado. Y aunque lleva puestoun bañador de cuerpo entero y unasolera suelta de un feo tono ocre,puedo ver unas piernas largas ytorneadas. Su cabello está suelto ytermina en ondas, y su cintura... Meda igual, es difícil adivinar suancho bajo las capas de ropa, perono importa el tamaño que tenga,siempre será perfecta para mismanos.

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Las fantasías que plagaban mimente ayer son las mismas que hoy.Sólo que en ése entonces meparecía una bendición tener aAnaya como musa inspiradora demis alucinaciones, hoy en cambio,me siento un cerdo por estarpensando en las ganas que tengo deamarla. Quisiera mostrarle cómo ama unhombre de verdad, ese sentimientoreal, grande y sincero, un amor queva acompañado de respeto yternura, no sometimiento y dolor.

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Daría lo que fuera por borrar conmis labios donde Aitor tocó. Recordar ese episodio en nuestrasvidas me ayuda a recuperar fuerzasy, a veces, hasta resignarme, porquepara Aya olvidarme fue lo mejorque le pudo haber pasado. Me permito acercarme un pocomás, porque soy un estúpidoenamorado. Me escondo en mediode los arbustos que bordean el lago,hasta que quedo sólo a unos metrosde ella. Se ve melancólica y con lamirada perdida, sonrío sin poder

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evitarlo al ver que su rostro estácubierto por una máscara blanca «Protector solar» dice unavocecita en mi cabeza. Mierda, debo estar loco, porquejuraría que puedo olerlo, luegorecuerdo que me esparcí loción enla cara antes de salir. Debo lucircomo un idiota, esta camiseta queparece una talla menor, la carablanca con restos de bloqueadorsolar vencido. Mierda, sólo...¡Mierda! Sin dejar de mirarla, comienzo a

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quitarme con rapidez el bloqueadordel rostro y ahí es cuando esos ojosvioletas dan con los míos. En cosade segundos, dejo de ser invisiblepara ella. Soy incapaz de actuar tranquilocuando estoy cerca de la señoritaSonnenschein, tengo que hacer mimayor esfuerzo para no perder lacompostura. Tres años atrás, Ayame sonreía con una confianza quehasta ese entonces sólo había vistoen niños, confianza que no merecíapor supuesto, ya que siempre estaba

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al pendiente de las curvas que seescondían bajo su ropa. «No grites, por favor, no grites» Y es muy fácil adivinar lo quevendrá, ella gritará, me dejará enevidencia y todas esas mujeressaldrán huyendo de esta “bestia-gato” como sea que ellas mellamen. Puedo sentir las primeras señalesde miedo haciendo mella en micuerpo. Estuve durante un añoviniendo a esta cabaña con laesperanza de encontrarla, y ahora

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que la tengo enfrente, puedoreconocer que nunca estuvepreparado para decirle adiós. No antes, no ahora. Los segundos corren y ella nogrita, en lugar de eso frunce elceño, probablemente enojada y selleva la mano a la nariz, como soyun idiota y vivo con un pie en elpasado, hago lo mismo. Aya mesonríe y me siento como si fuera elrey del universo. ¡La hice reír!, hanpasado tres años desde la últimavez que no vimos y aún soy capaz

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de robarle una sonrisa. Le dice algo a una de susacompañantes, es morena y norecuerdo haberla visto antes, lachica asiente y mi Anaya... Mi Anaya se aleja del grupo y seencamina hacia la frondosidad delbosque. Esta niña no aprende nunca,otra vez poniéndose en peligro. ¿Es que no aprendió la lección laúltima vez? ¡Podría picarla unacobra o algo peor! Trato de alcanzarla lo más rápidoposible, no es fácil avanzar cuando

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estás en medio de los matorrales.Finalmente se detiene en un árbolde sebiata que parece tan antiguocomo el tiempo, su tronco es tresveces mi grosor y algunas de susraíces sobresalen de la tierra. Ayase gira a ambos lados, parecedesilusionada cuando corroboraque nadie la sigue, sopla en ungesto de frustración y se sienta en elnido que forman las raíces. ¿Qué esperaba? ¡Debería estaragradecida! ¡Debería sentirseafortunada!

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«Debería... Debería besarla»,pienso y me lastimo engañándome amí mismo. Algo ya habitual en mivida. Salgo de mi escondite y ellasalta asustada cuando me veaparecer. —Porfavornogrites —digo sinrespirar, todo rápido y quieroazotar mi cabeza contra un árbolpor cómo estoy actuando. Es difícil ocultar cómo me siento,así que intento distraerme y sacudolas hojas que se han adherido a micabeza en el trayecto, mi cabello ha

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crecido unos centímetros así quesoy carnada fácil para las ramas delsector. —Por favor, no temas... Estoy detu lado. Ella se cruza de brazos y la curvade su escote se acentúa... Doblemierda, ¿en qué estoy pensando? «¡Concéntrate!» —No tengo miedo —diceconfiada y su voz es levemente másronca a cómo la recordaba—. ¿Porqué debería? Si necesito ayudapuedo gritar, no estoy sola, toda

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nuestra clase salió de excursión yestamos bien armadas. Además, soyuna mujer —Y comienza a recitar... La mujer es fuente de vida. Nace y es. Existe y coexiste. No hay nada superior a ésta y sinembargo, —No se refiere a nada como unser inferior —la interrumposonriéndole, intento demoler dealgún modo el gran muro quemonstruos como Adelfried y Aitor,han construido entre nosotros.Necesito llegar a ella, que vea

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cómo soy. Quién soy. Anaya pestañea aturdida y memira ceñuda, su cabello largo lecubre las pecas de los hombros y unmechón rebelde le invade el rostro. «No lo hagas, no lo hagas», merepito, pero ¿qué otra cosa puedohacer? Soy un idiota enamorado.Así que me acerco más a ella hastaquedar de rodillas frente al tronco yretiro el mechón rebelde hastaocultarlo tras su oreja, dejandoclaro “cómo” actúan los imbéciles.Ella no me da pistas sobre cómo se

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siente y me comienzo a desesperar,al menos hasta que la sientoestremecerse con mi toque... igual aaquella vez. Automáticamente soytransportado al armario de esamaldita torre, es difícil olvidar susonrisa, pero definitivamente noexiste fuerza posible que me hagaolvidar su llanto. Su respiraciónsobre mi piel, sus caricias cuandose aferraba a mi pecho, cuando noquería mirar la matanza que seestaba llevando a cabo en frente de

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nosotros. Y puedo verlo todo tanclaro como si fuera ayer. El bebé llorando mientras eraatravesado, el llanto ahogado dequién nada pide y todo se learrebata y luego está ella Y ya notengo dudas, me siento como uncerdo por ser tan egoísta y puedeque su ausencia me esté matandodía tras día, pero sigo en pie ¿no? Sí, hay ocasiones en que meencantaría borrarla de mi corazón,quitarme el sabor de su boca,olvidar ese momento en que la tuve

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en mis brazos, juntos sobre micama, ciertamente haría las cosasmucho más fáciles, pero no. Nopuedo ni quiero vivir sin ella, y misrecuerdos son lo única que tengopara mantenerla a mi lado. En mivida. Esto parece lo correcto; que Ayacontinúe con su vida, que sea felizcon sus iguales, porque aunque nointencionalmente, fui el primero endañarla: yo la olvidé y no estuveahí para defenderla de las garras dela bestia.

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Por fortuna, recobro la cordura yquito la mano de su pelo.Inmediatamente mi cuerpo reclamay el bastardo egoísta que llevodentro quiere volver a tocarla,besarla. Me siento ridículo aladmitir que esta niña se metió bajomi piel. Tengo veinticuatro años ysigo enamorado como si fuera unadolescente. —Tengo que irme —me fuerzo adecir, es un poco difícil para míhablar en este momento. La formaen que miran sus ojos me vuelve

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débil y me resulta imposible deciradiós. Me levanto y uno de mis pies seenreda en la hierba, Aya suelta unarisita contagiosa, pero yo no sonrío,no puedo, estoy demasiadoextasiado con su sonido. —No puedo recordarte —dice derepente en un hilo de voz. La voz deAya es tan débil que por un instantetengo la impresión de que estoyimaginándolo—, pero que norecuerde, no significa que no puedasentir.

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Es realmente placentero oír suvoz diciendo algo diferente a eseodioso rezo sobre la mujer y lomaravillosas que son. No lo pongoen duda, son maravillosas, tengo lapersonificación de una diosa frentea mis ojos, pero la prefiero milveces siendo ella, no una de lasmujeres programada de mi madre. —¿También te duele? —lepregunto, porque necesito que seaclara. Quiero que esclarezca misdudas y mientras espero surespuesta, siento como si me

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estuvieran asfixiando mientras mepierdo en sus ojitos violetas, en elsesgo exótico que tienen en el bordey... Podría llorar por lo hermosaque luce, con crema o sin ella, anteso después, ella sigue siendo lamisma mujer de la que me enamoré. «Si no es ella, no será ninguna». —Acá —se lleva la manoderecha hasta el pecho y lo deja ahí—, siento como si se estuvieraquemando. ¿Cómo es posible queme duela de esta manera? Toma una bocanada de aire y

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repliega sus rodillas descansandosu barbilla en la cima de éstas.Quiero acercarme, sentarme junto aella y estrecharla entre mis brazos,pero no se puede tener todo lo quese quiere. —¿Puedes mantener un secreto? Mi corazón magullado me estágritando que actúe, que no piense.Ella, como era de esperarse, asienterápido, con torpeza, como si tuvieraquince años otra vez en lugar dedieciocho y el bastardo codiciosoque llevo dentro toma el control de

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mis acciones y me rindo ante loinevitable dando rienda suelta a misinstintos, porque la amo. Quizás noes una buena excusa, pero es laverdad. —Por supuesto. —Júralo. Júrame que nuestraconversación se mantendrá ensecreto. Ella muerde su labio dudando,pero al final termina por asentir. Noes suficiente para mí. —Júralo por Emil. —¿Cómo? —sus ojos se abren

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alarmados, está desconfiando, tengoque darme prisa o la terminaré porperder... otra vez. —Júralo por tu amiga y te diré loque sé. —Lo juro —dice a regañadientes. —Yo sí puedo recordar —Intentoser honesto, porque sé que es laúnica forma de pedir perdón y teneruna posibilidad de obtenerlo—,puedo ayudarte... Claro, sólo si túquieres. Antes de que pueda soltar unsuspiro, fingiendo que estoy

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aburrido, ella me dice: —Dime qué hacer. La determinación que hay en susojos me indica que es la misma Ayade siempre, una criatura curiosa eingenua y como soy un idiotaenamorado, me aprovecho de lasituación. —No lo sé, tal vez te quedegrande el desafío. —¡Dime! —me exige y es todo elaliciente que necesito parainclinarme otra vez y tomar su bocacon una facilidad que no merezco,

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soy un ladrón y le estoy robando suprimer beso... Por segunda vez. Sus labios tiemblan cuando entranen contacto con los míos, dudanpero su corazón no lo hace yresponden con una caricia tímida ysuave. Durante un latido se sientecomo si ambos fuéramos los dueñosdel universo, es como si yo dejarade ser invisible para ella, como siAya fuera posible. —Y que quede claro —susurrocontra su boca y me desvío a sunariz, frente, mejillas, párpados,

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luego vuelvo a empezar. El sabordel protector solar no es nada encomparación a la dicha que estoysintiendo al probar nuevamente suslabios—. No soy un gato.

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23:00 (...)

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24:00 (...) Fin

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Agradecimientos QUIERO agradecer a todas laspersonas que de alguna u otraforma, tuvieron que ver con estaaventura. La lista es larga y temoolvidar algún nombre, así que paraustedes, personas anónimas y notanto; lectoras, fans y amigas lesagradezco muchísimo por su apoyo. También quiero hacer unamención especial, a cuatro personasque fueron fundamentales en elproceso creativo y de post

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producción de Sin Historial. En primer lugar a Dios, por sermi principal fuente de inspiración,sé que sin él nada de esto tendríasentido. Paulina Arancibia, mi editora, laresponsable de que Sin Historialevolucionara. Lo sacó de lassombras y lo convirtió en cordillera(tú entiendes). Gracias por ser esediamante que Dios puso en mi vida,eres una gran bendición para mí. A Jennifer Carrillo, muchasgracias por apoyar tanto mis

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proyectos y sobre todo, porhacerme mil preguntas, de esamanera lograste que pudiera darleforma a La Grata y sus personajes.También agradezco que hayashecho tu memoria sobre la increíblenovela “La Naranja Mecánica” deAnthony Burgess y por ser unagenio en distopías. Rocío Muñoz, la responsable deque todas las referencia científicasincluidas en la novela tuvierancoherencia y lógica con la realidad;los datos médicos, el chip, el

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funcionamiento del cerebro,síntomas y demás. Hiciste lo queninguna enciclopedia hubieralogrado, explicarme todo de unamanera didáctica para que fueracapaz de imprimir mis ideas en elpapel.