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Sevilla I Abril 2020 I Número Extraordinario

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Silencio Abril 2020
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EDITA Secretaría de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla. C/Alfonso XII, 3. 41001 - Sevilla [email protected]
HERMANO MAYOR Eduardo del Rey Tirado
COLABORADORES Eduardo del Rey Tirado, Rvdo. P. Adrián Ríos Bailón, S.S. Papa Francisco, Miriam Figueredo Ruiz, Juan Eligio de Bayas Romero, Isabel María García Parrilla, Alonso Roblas Caride, Manuel Grosso Galván, Julio Cuesta Domínguez, Manuel Lamprea Ramírez, Pavero de guardia, Juan José Caravaca Silva, José Miguel García Gálvez, Antonio Núñez de Herrera, Minumus, Carlos Navarro Antolín y Alberto Fernández Bañúls. FOTOGRAFÍA Manuel Jesús Rodríguez Rechi, José Miguel García Gálvez, José Manuel Ruiz Cortés, Fer- nando Solano Vázquez, Rafael Alcázar Otero, José Corrales, Jesús Salido, José Manuel Mo- rán, Carmen Castillo Ybarra, Jesús Alés, José Mª. Gutiérrez Guillén, Domingo Pozo, Archi- vo de la Hermandad. Portada y contraportada: Rafael Alcázar Otero. CONTENIDO MULTIMEDIA Jurista Cofrade, José Antonio Mauriño Hidalgo, El Correo Tv, Diario de Sevilla, Vaticans News, RTVE Andalucía DEPÓSITO LEGAL SE-104-1984 © Todos los derechos reservados. La Hermandad no comparte necesariamente las opiniones vertidas por los colaboradores ni se responsabiliza de ellas.
Sumario 3. Carta del Hermano Mayor.
5. La Mirada. “Está”.
14. Caridad.
19. Comunicación.
23. Colaboración. Tiempo de silencio.
26. Colaboración. Una Semana Santa más Santa.
28. Colaboración. Una púrpura sonrisa.
31. Anecdotario Nazareno. Pavero de Guardia
35. De los Hermanos. Pertiguero de María
42. De los Anales. El último año sin cofradías en
43. Literatura. Estaban los místicos en su rincón
44. Curiosidades. Insignias de la cofradía de
48. Desde el Archivo.
CONTENIDO MULTIMEDIA Este boletín digital le permite acceder a conte- nidos multimedia externos a él , PULSE donde aparezca el icono para acceder a ellos.Le re- comendamos abrirlo en Adobe Acrobat para poderlo visualizar correctamente.
Índice
Carta del Hermano Mayor Eduardo del Rey Tirado
Queridos hermanos en Jesús Na- zareno y María Santísima de la
Concepción:
En estas semanas tan difíciles que es- tamos viviendo, con tal acumulación de realidades distintas, tanto dolor, tanto drama, tanta incertidumbre, tan- ta lucha y tanta esperanza, nuestras vidas se han visto alteradas drástica- mente en lo personal, familiar, labo- ral, social… y también en la vida de la Hermandad, justo cuando se acercan los días más intensos y esperados. Y la Madrugada.
Las prioridades han cambiado, mar- cadas por la emergencia sanitaria y las medidas adoptadas por las au- toridades para afrontar la situación. Hubo que cerrar nuestra Real Iglesia y la Casa de Hermandad, y renuncia-
mos por un tiempo a encontrarnos en el atrio y a rezar juntos ante nuestros Titulares, si bien estamos procurando paliarlo a través de las nuevas tecno- logías.
Esta Madrugada no podremos hacer estación de penitencia a la Santa Igle- sia Catedral, ni habrá fervorín que avive el espíritu de los hermanos naza- renos ante su nueva cita con “el más importante acto de culto y razón fun- damental de la constitución de la Ar- chicofradía”. Los Primitivos Nazarenos de Sevilla lo asumiremos con “santa indiferencia” ignaciana, que no es apatía, sino clara determinación para aceptar la voluntad de Dios en cada momento y que todo sea a su mayor gloria. Lo haremos sin aspavientos, con la disciplina connatural de quien sabe por qué y para qué sale cuando
Hermanos, buena estación
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sale, porque por encima de todo está el Dulcísimo Jesús Nazareno y nuestra bendita Madre María Santísima de la Concepción.
No habrá pues, balcón ni lectura de la Cofradía, pero sí habrá Madrugada de Viernes Santo. Por eso quiero alenta- ros a vivirla más interiormente, igual que el Triduo Sacro que, como Iglesia, celebramos en conmemoración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resu- rrección del Señor. Y porque esta Ma- drugada seremos llamados de nuevo, aunque de otra forma, para acompa- ñar a Jesús Nazareno en estas horas terribles de soledad, de abandono y abrazo a la Cruz. Estaremos cada uno en nuestra casa, y a la vez estaremos “en Casa”, en hermandad. Nuestro atrio será el abrazo del Dulcísimo Na- zareno, que a todos congrega, une y aglutina: a los que fueron, los que so- mos y los que serán. Y así, aguardare- mos atentos para responderle a Jesús Nazareno cuando nos llame: ¡está!
No vestiremos el hábito nazareno de ruan, pero sí llevaremos todos, tam- bién auxiliares, acólitos o costaleros, el que debemos ponernos cada día interiormente, que nos identifica como imitadores de Jesús Nazareno. Y tam- poco podremos hacer estación a la Ca- tedral para adorar allí a Nuestro Señor presente en la Eucaristía, pero sí pode- mos adorarlo acompañándolo con un tiempo de oración.
Recordad esta noche a los que nos pre- cedieron y enseñaron cuanto significa nuestra Cofradía: fe, de la que damos testimonio público en nuestra esta- ción penitencial; devoción a nuestros Sagrados Titulares, a los que acompa- ñamos en ella; y la propia identidad,
en silencio de palabra y gestos, con la compostura del alma impasible, reco- gida en su meditar penitencial; y tam- bién recordad a los que nos sucederán, que son a quienes debemos transmitir esa misma fe, devoción e identidad.
Recordad especialmente a nuestros hermanos enfermos, a los difuntos; y de manera singular, recemos por cuantas personas sufren la enferme- dad provocada por esta pandemia, por los que han muerto solos, por sus familias, y por cuantos con su trabajo y dedicación luchan para vencer esta crisis sanitaria.
Porque sí habrá Madrugada el Viernes Santo, y allí estaremos, de otra forma, pero siempre como continuadores de aquellos Primitivos Nazarenos de Sevi- lla. Y por eso, vuestro Hermano Mayor os desea, queridos Hermanos Nazare- nos, buena estación
Jo sé
M ig
Director Espiritual N. H. Rvdo. P. Adrián Ríos Bailón
Es la última palabra que pronuncia el nazareno en el atrio de la Real
Iglesia de San Antonio Abad antes de cumplir su Estación de Penitencia. De esta forma, no solo muestra su presen- cia, sino su disposición para dar testi- monio público de su fe. Público, pero bajo el anonimato de un antifaz de ruán, que lo hace perderse en la noche entre las cada vez más largas filas de los nazarenos de Sevilla.
Esta respuesta, “está”, nos transporta del atrio a la casa de una doncella de Nazaret, donde resonó un “fiat” del que aún se enorgullece nuestra raza, o más propiamente a Getsemaní, donde cerca del Señor en su agonía, en la no- che que conmemoramos, escuchamos “que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Tras la réplica que muestra su doci- lidad, el nazareno se cubre, recibe la cera o la cruz que va a portar en el re- corrido y comienza a esperar formado en su tramo. Qué sería la vida sin espe- ranza. ¿Se espera porque se vive, o se vive porque se espera?
Nuestro Arzobispo nos recordaba esta Cuaresma que, frente al dicho mientras “hay vida hay esperanza”, podemos afirmar que mientras haya esperanza hay vida. Sobre todo, cuan- do Dios se convierte en dador de esa esperanza. Benedicto XVI afirma en su encíclica Spes salvi (n. 23) que “el hom- bre necesita de Dios, de lo contrario se queda sin esperanza”.
En la espera de iniciar la Estación de Penitencia, el nazareno medita sobre lo que queda de esperanza en él. No se trata de un sentimiento, de un es- tado de ánimo, sino de algo más pro- fundo, algo existencial. La esperanza es una virtud que viene de Dios, que la da para construir vida, para vis- lumbrar la Vida Eterna y actuar desde ese confín.
Y de la meditación de la esperanza, la que siempre se ha mostrado como la menor de las virtudes teologales, a la consideración de la fe durante el transcurrir del cortejo penitencial. ¡Cuánto ayuda a meditar el poder vi- vir la Estación de Penitencia cubierto bajo un antifaz! En estos momentos brota la pregunta: ¿Dónde está Dios
Está
ahora? Jesús Nazareno nos da la res- puesta: abrazando la Cruz con nues- tros pecados.
Para poder interpretar los desgracia- dos acontecimientos que vivimos, po- dríamos remitirnos a la Sagrada Escri- tura en el libro del Génesis, es decir al comienzo de todo cuanto existe. Allí encontramos dos relatos de la Crea- ción que se suceden. En el primero (Gn. 1), el Creador ordena el caos sepa- rando la luz de las tinieblas, las aguas de la tierra, etc. En el segundo (Gn. 2), Dios crea todo de la nada, como si fue- se pintando un lienzo.
Releamos los acontecimientos pre- sentes desde el primer capítulo del Génesis: Dios fue ordenando armóni- camente el caos. En el principio todo era perfecto, y en el principio, es decir, en el orden natural con que todo fue creado, todo sigue siendo así, a pesar de que nosotros hayamos reproducido nuevamente el caos.
Nuestro pecado, por qué no reconocer- lo, ha atentado contra la armonía de la Creación y eso no podemos atribuírse- lo a Dios para eludir responsabilida- des. Y lo más desconsiderado es que nos hemos instalado en el caos y nos hemos acostumbrado a vivir en él sin temer las consecuencias.
En el Antiguo Testamento, el Pueblo de la Alianza interpretaba todas las ca- lamidades que sufrían como castigo de Dios por su infidelidad: el diluvio, el destierro, la lepra. Nosotros, desde la revelación plena en Jesucristo conoce- mos el rostro misericordioso del Padre.
Hace unos días nos lo recordaba el papa Francisco: “Dios siempre perdo-
na, los humanos a veces, la naturale- za nunca”. ¿No os parece que durante nuestro periodo de confinamiento po- demos percibir la respiración de los árboles y el canto de los pájaros con mayor nitidez?
El abrazo a la Cruz de Jesús Nazareno nos muestra el amor misericordioso que nos tiene, un amor capaz de dar la vida por sus amigos para abrirnos la fuente bautismal con el agua de su costado traspasado y que regenera- dos a la Vida Nueva podamos recons- truir “la civilización del amor” (San Juan Pablo II) fundada en la caridad.
La última consideración en cuanto a las virtudes teologales del nazareno, ya de regreso a San Antonio Abad, es por tanto su vivencia de la caridad. Porque dice el apóstol Santiago que “una fe sin obras es una fe muerta “(St. 2, 26). Este año, pasada la Ma- drugada, nuestra fe se verá contrasta- da por el crisol de la caridad. Tras la crisis que ha atentado contra la salud acaece la sombra de otra muy dura y que va a requerir de nuestra creativi- dad en el modo de ejercer la caridad, también en la Archicofradía.
Cuando pase este Viernes Santo, ten- dremos la oportunidad de levantar- nos el antifaz y dar la cara por los que más sufren, como un día lo hicimos para defender con voto de sangre la Inmaculada Concepción de María Santísima, y siglos más tarde por la defensa de la vida desde su concep- ción hasta su muerte natural. Ya no valdrán los discursos bonitos, ni en las instancias públicas ni en nuestras tertulias, que como dice el refranero español “obras son amores y no bue- nas razones”.
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Aunque aún nos pesen las víctimas de esta pandemia, más que el no haber podido realizar nuestra Estación de Penitencia, demos siempre gracias a Dios porque por la Redención obrada por su Hijo, nos queda la esperanza de un cielo y una tierra nueva. Con el auxilio de la fe podemos anticipar, en
cierto modo, este Reino en la tierra con nuestra caridad fraterna. Ojalá este amor se vea testimoniado en nuestro auxilio a los hermanos que sufren. Eso dará sentido a nuestra voz “está” cuando vaya acompañada cada nueva Madrugada de las obras hechas desde el anonimato por nuestra fe
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José Manuel Ruiz Cortés
A C
TU A
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A D
Homilía del Santo Padre durante el momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia
Al Atardecer
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así co- mienza el Evangelio que he-
mos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscu- recido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vi-
das llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asusta- dos y perdidos. Al igual que a los dis- cípulos del Evangelio, nos sorprendió
Atrio de la Basílica de San Pedro Viernes, 27 de marzo de 2020
Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». De- jando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, dicién-
dole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, incre- pó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
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una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llama- dos a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos dis- cípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Es fácil identificarnos con esta histo- ria, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógica- mente, estaban alarmados y desespe- rados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hun- de. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confia- do en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmien- do—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).
Tratemos de entenderlo. ¿En qué con- siste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te im- porta que perezcamos?» (v. 38).  No te importa: pensaron que Jesús se desin- teresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te im- porto?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. Tam- bién habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyec- tos, rutinas y prioridades. Nos mues- tra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al des-
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cubierto todos los intentos de encajo- nar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentati- vas de anestesiar con aparentes ruti- nas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacer- le frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maqui- llaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintién- donos fuertes y capaces de todo. Codi- ciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido
ante tus llamadas, no nos hemos des- pertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gra- vemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mante- nernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Des- pierta, Señor”.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «vol- ved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restable- cer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son
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ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas en- tregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nues- tras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente ol- vidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las gran- des pasarelas del último  show  pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportis- tas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tan- tos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y ex- perimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra pa- ciencia e infunde esperanza, cuidán- dose de no sembrar pánico sino corres- ponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y tran- sitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofre- cen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos au- tosuficientes; solos nos hundimos. Ne- cesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entre-
guémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a desper- tar y a activar esa solidaridad y espe- ranza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo pare- ce naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde esta- mos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf.  Is  42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y pose- sión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitali-
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dad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría con- fiarlos a todos al Señor, a través de la
intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuo- so. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y con- suela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7)
Diputación de Caridad Miriam Figueredo Ruiz
La terrible pandemia que asola de una manera general a todo el
planeta, y en particular a nuestra ciudad, está provocando terribles con- secuencias en todos los ámbitos. Al ya conocido y desgraciado efecto sobre la salud –provocando en muchos ca- sos la pérdida de vidas humanas– se añaden muchos otros que traen graves consecuencias económicas. Muchas son las familias que ya están viéndose afectadas por una drástica reducción de sus recursos. Y, como bien podéis imaginar, también los de nuestra Her- mandad y, por ende, los de ésta su Diputación de Caridad. Así, fruto de la difícil situación que atravesamos, se han visto suspendidas recientemente varias de las actividades cuya recau- dación se destina al ejercicio de la Caridad (ejemplo de ello son la Convi- vencia de Cuaresma y el reparto de las papeletas de sitio). Somos conscientes de que los proble- mas económicos no terminarán en el momento en que las condiciones de salud mejoren, más al contrario, per- durarán e incluso se agravarán. En consecuencia, se requerirá una mayor atención de necesidades básicas desde esta Diputación de Caridad para cubrir necesidades básicas: desde Cáritas Parroquial de barrios, como Los Paja-
ritos y Polígono Sur, ya nos llegan tales demandas.
Con el objetivo de poder hacer frente a tales peticiones, pedimos a los her- manos y hermanas –dentro de sus posibilidades– que nos hagan llegar sus donativos como en años anterio- res. Aunque este año se haya tenido que suspender nuestra Estación de Penitencia a la Catedral, la intención es mantener, aunque sea de manera virtual, la URNA DE CARIDAD que cada Madrugada encontramos a los pies de María Santísima de la Concepción. Así, con la ayuda de todos, podremos ayudar a los más necesitados en estos momentos.
Rezamos a Nuestro Padre Jesús Naza- reno para que, por intercesión de su Inmaculada Madre Dolorosa, esta pan- demia termine cuanto antes y salgamos de ella fortalecidos en nuestro espíritu
“No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”. (Ro 12, 21).
DONATIVO URNA VIRTUAL Pulsando sobre el icono , puede acceder a la urna de Caridad virtual que está habilitada en la página web de la Hermandad , para poder seguir desarrollando las labores asistenciales de la Archicofradía.
Hace apenas unas semanas, los jóvenes de la Archicofradía re-
zábamos ante Jesús Nazareno, para depositar ante Él nuestras oraciones, nuestros problemas, nuestras inten- ciones y también nuestra gratitud. Buscábamos confiar en Él toda nuestra vida, como diría San Pío de Pietrelci- na: “Mi pasado, Señor, lo confió a tu misericordia; mi presente a tu amor; mi futuro a tu providencia”.
Hace apenas unas semanas, algunos jóvenes se encontraban colaborando en Priostía en las labores propias de estas fechas. Habían ido acudiendo a la Hermandad todas las tardes, afa- nándose en dejar la plata impoluta, para que fuera lo que más brillase de toda la cofradía. Unos repetían la costumbre de años anteriores y otros descubrían por primera vez esa par- te de la Hermandad. Incluso los más
M an
Juventud Nazarena
pequeños habían limpiado las varas en la convivencia infantil, deseosos de ver la cofradía ya montada y poder decir: “Mira, papá, eso lo he limpiado yo”.
Los hay que descontaban días para el último ensayo de costaleros, con la es- peranza de que este año sí hubiese un hueco en la cuadrilla, e intentando su- plir con las ganas y la devoción la falta de experiencia.
Los que preparaban todo para su pri- mera Estación de Penitencia. Alguno llevaba ya meses con la túnica lista, pruebas varias y mil y un ajustes a los ojos del antifaz y al capirote. Otros lo habían dejado para última hora y el tiempo se les empezaba a echar enci- ma. Y algún recién jurado pedía coger un cirio, para reafirmar en casa que saldría sin problemas.
Otros que, estudiando fuera, volverían a Sevilla y estaban deseosos por apro- vechar su tiempo en la Hermandad y por llevarse cuantos recuerdos fueran posibles para el resto del año. Alguno que otro, asiduo todo el año, preguntaba si habría un puesto de acólito libre, soñando con la idea de salir en la Madrugada cerca de Jesús Nazareno o de su Bendita Madre. O el que volvía a vestir la túnica tras años de acólito. Los hay que se debatían si cambiar de cera morada a cera blanca o incluso si salir con cruz, y pedían probarla.
Hace apenas unas semana, todos los jóvenes estábamos a punto de vivir alguna primera vez y ahora solo nos queda la nostalgia de cómo hubiese sido; las ganas por descubrir y el deseo de recordar. Pero es que eso es preci- samente ser joven en la Hermandad:
descubrir algo nuevo cada día, enri- quecernos de ayudar en Priostía, parti- cipar en los Cultos, asistir a Formación o colaborar en Caridad. Disfrutar y aprovechar la vida activa y diaria de la Hermandad. Ser joven es estar lleno de primeras veces.
Y quiero recordaros que, cuando todo esto pase, volveremos a vivirla, a apro- vechar cada día en la Hermandad. Ser joven en la Hermandad es una expe- riencia que merece la pena. Y, por eso, aprovecho también para animar a todos los jóvenes que aún no formáis parte nuestra Juventud. Solo tienes que preguntar en un correo o ponerte en contacto conmigo o con cualquier miembro de la Juventud y te explicare- mos cómo hacerlo. Para todos, estoy a vuestra entera disposición
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Está claro que este año vamos a vivir una Semana Santa muy distinta.
Las tristes circunstancias que atrave- samos harán que no tengamos a las cofradías en las calles. Las Herman- dades no realizarán sus Estaciones de Penitencia a la Catedral y, sin ellas, las imágenes de nuestras devociones no se acercarán a los fieles y devotos. Vi- viremos una Semana Santa diferente, que seguiremos desde los hogares a través de los medios de comunicación y, quizás, por qué no, será más intensa que en otras ocasiones. Aprovechando estas circunstancias, me gustaría ofre- cer a los hermanos un breve recorrido por el contenido principal de las ce- lebraciones de la Iglesia en estos días santos.
Domingo de Ramos
El domingo comienza la celebración de la Semana Santa y, con ella, toda la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, con la ben- dición de los ramos y la procesión en
recuerdo de la entrada triunfal en Jerusalén. En la Eucaristía, junto a la profecía de la Pasión de Isaías, escuchamos el relato completo de la Pasión, por medio de varios lectores, que nos adentra en el misterio de la redención que reviviremos durante toda la semana.
Jueves Santo
Esta jornada es el pórtico del Triduo Pascual. En la celebración de la Misa de la Cena del Señor se recuerda la institución de la Eucaristía, memorial perpetuo de la Muerte y Resurrección del Señor. En la primera lectura del Éxodo se dice: “Este día será para vo- sotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones”. Y después se lee el Evangelio del Lavatorio de los pies, gesto de la entrega total de Jesús y signo del mandamiento del amor fraterno. Tras la Misa, se traslada el Santísimo Sacramento al Monumen- to, donde permanece para la adora-
Texto del acto de Reconciliación que, cada Jueves Santo, se realizaba entre los hermanos, según la Regla de 1578.
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ción y plegaria en la tarde-noche de la Pasión y hasta los oficios del viernes. Cuando nuestra Archicofradía realiza su secular Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral, acude a adorar al Señor Sacramentado en esta noche santa de nuestra Redención.
Viernes Santo
En la tarde de este día contemplamos la muerte de Jesús en la cruz. No se celebra la Eucaristía, y la celebración litúrgica comienza con la oración en silencio del sacerdote postrado en tierra. En las lecturas oímos el estre- mecedor canto del Siervo de Yahvé del profeta Isaías, y el relato de la Pasión según San Juan, llena de simbolismos y alegorías, al que sigue la oración uni- versal o solemne y la adoración de la cruz por todos los fieles, entre salmos e invocaciones al Redentor muerto.
Sábado Santo
Hoy la Iglesia permanece junto al se- pulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y se abstiene del sacrificio de la Misa. Es de destacar el Oficio de Lecturas con profundos textos meditativos del vacío de esta jornada.
Vigilia Pascual
Según una antiquísima tradición, esta es una noche de vela en honor del Se- ñor. Esta es la noche Santa en la que la Iglesia celebra la Resurrección. Co- mienza la vigilia, que es la celebración más importante del culto cristiano, toda llena de signos muy expresivos, con la bendición del cirio y el canto del pregón pascual. Luego, la liturgia de la palabra, con siete lecturas del Antiguo
Testamento, tras las que se canta el Gloria, y se proclama el Evangelio de la Resurrección. Esta noche se hace la solemne renovación de las promesas bautismales, y se recomienda la comu- nión bajo las dos especies del pan y del vino. El Aleluya resuena y despide esta celebración y sonará durante los cin- cuenta días siguientes porque el Señor, verdaderamente, ha resucitado.
Domingo de Resurrección
La Resurrección de Cristo es el centro de la vida cristiana y el fundamento de nuestra fe. Nuestra Archicofradía lo celebra reunida de manera festiva y vibrante en la Misa del Azahar ante el paso de María Santísima de la Concep- ción. “El sepulcro vacío es anuncio del misterio de la Resurrección” escucha- remos en el evangelio esta mañana, y se convierte en una verdad absolu- ta que se anuncia en el relato de los Hechos de los Apóstoles. Como gran símbolo cofradiero de la Resurrec- ción, los ramitos de azahar que los pajes reparten a los asistentes a esta Misa nos hacen llevarnos hasta nues- tras casas la esencia de la penitencia del Viernes Santo y el gozo de nuestra Archicofradía. Y, al final de la solem- ne Eucaristía, el canto en honor a la Madre del Resucitado nos abre a todos los hermanos del Silencio la Pascua florida, y con ella un nuevo año que se abre en nuestra historia como Primiti- vos Nazarenos de Sevilla.
Reina del cielo, alégrate, Aleluya.
Porque el Señor, a quien has merecido llevar, Aleluya.
Ha resucitado según su palabra, Aleluya
La Archicofradía a golpe de Click
Puedes seguir los diferentes actos de la Archicofradía a través de su canal de Youtube, pulsando sobre el siguiente enlace:
Las circunstancias actuales no nos permiten la asistencia presencial a los diferentes cultos de la Archicofradía, no obstante todos los canales de comunicación siguen abiertos, para poder asistir a ellos a distancia.
CANAL YOUTUBE DE LA ARCHICOFRADÍA
REFLEXIÓN CAURESMAL DEL RVDO. P. ADRIÁN RÍOS BAILÓN
Reflexión cua- resmal del Di- rector Espiritual que todos los viernes de cua- resma se emite por nuesto canal de YouTube :
TRIDUO DOLOROSO A MARÍA SANTÍSIMA DE LA CONCEPCIÓN Podrás seguir el triduo dolo- roso a María Santísima de la Concepción a celebrar los días 1, 2 y 3 de abril a las 20:15 horas:
EJERCICIO DE LAS CINCO LLAGAS Todos los Viernes del año que no coincidan con otro culto de Re- glas, a las nueve menos cuarto de la noche.
SALVE A LA SANTÍSIMA VIRGEN Todos los Sába- dos del año que no coincidan con otro culto de Reglas, a las ocho de la noche.
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Y de repente, tuvimos que parar- nos.
Tuvimos que aparcar nuestros pro- yectos, con una Cuaresma a medio montar y un puñado de ilusiones por estrenarse. La túnica sin bajar del soberao; las convocatorias de cul- tos que no se llegarán a pegar en las puertas de los templos; la papeleta de sitio que no iremos a recoger el Jueves Santo por la mañana, en un atrio en el que este año no revoloteará la mez- cla de colores que presagian lo eter- namente vivido: luto de la mantilla en primer plano, dorado del paso de Jesús Nazareno al fondo, proyectán- dose desde la Capilla del Santo Cru- cifijo. No tendremos prisa por apurar las últimas horas del Jueves Santo en
“Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (Papa Francisco)
la calle, ocaso de día grande que poco a poco busca morirse entre el arrullo de la cruz velada de la Quinta Angustia y la trasera del palio de la Virgen del Valle…
No iremos, a paso decidido, buscan- do el camino más corto que desde nuestros domicilios nos lleve a San Antonio Abad; ni habrá nervios en las dependencias de la Casa de Her- mandad de aquellos hermanos que, apresuradamente, revisten el hábito que da carácter al Primitivo Nazare- no de Sevilla. No habrá supervisión de túnicas por parte de los hermanos encargados de ello; ni entrada por la capilla abierta a media hoja; ni mesa de disciplina. Ni abierta estará de par en par la puerta de la Iglesia por
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Silencio Abril 2020 Colaboración
la que la noche amaga con comerse la plata del palio de Virgen. No existirá el abrazo con el compañero de tramo, compañero con el que te une el hilo indestructible que se ha ido forjando cada Viernes Santo. Y no te llamará el Secretario por tu nombre, no res- pondiéndole tampoco con un “¡Está!, parábola de una aceptación personal que hoy se nos demanda.
Este año muchas cosas serán diferen- tes, pero ello no conlleva no vivirlas con intensidad. Lejos de ello, estamos llamados a experimentarlo con una mayor intimidad. Si se me apura, con una mayor Verdad. El día en que se nos paró la vida, tuvimos que dejar de buscar a Jesús Nazareno con nuestros ojos porque Él ha querido reencon- trarse con nosotros en nuestros bal- cones. Sin esperar a que fuéramos a venerarlo en la soledad de la hornaci- na de nuestra Iglesia, Él baja y se pone nuevamente junto a nuestros miedos. Se hace visible no sólo en la nube de incienso de la Madrugada y en el delta espeso que forma su sendero de lirios, sino que lo hace –igual de auténtico y verdadero– en la camilla de urgencias, en cada palabra de ánimo que nuestro prójimo necesita en estas horas de zo- zobra… ¿A qué tememos? Lucha con nosotros y combate nuestra tristeza con su aliento para que no desfallezca- mos. Con su mirada dulce de Esperan- za traza, con mano de Maestro, el plan que tiene proyectado para cada uno; con sus ansias de Amor total nos lidera en momentos de tribulación. Aunque quieras ofrecérselo, este año no te pide más de lo que puede darle tu cora- zón abierto de par en par. El cirio que alumbra su camino en la Madrugada que no sea de cera, sino de testimonio; la cruz que portas a la manera que Él
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la lleva clave en tu conciencia –y no en tu hombro derecho– su Voluntad y sus ganas de seguirlo, tu inquebrantable esperanza en su Palabra…
No podremos vestir el hábito sagrado de aquellos que nos legaron lo que hoy somos. No viviremos nada de lo que hasta ahora hemos conocido y es posible que nuestra mente –esclava de la memoria y los sentidos– nos juegue la mala pasada de dejarnos poseer por el desánimo. No te dejes doblegar si ello ocurre. Mantén la es- peranza en Jesús Nazareno. Su guía y timón es firme como su decidido an- dar que tenemos grabado a fuego en la memoria. Y su Abrazo es amplio, eterno, entrando por tu corazón a tra- vés del balcón de tu casa
N Tiempo de Silencio Manuel Grosso Galván
La ciudad ha dejado de sonar duran- te estos días. Hemos recuperado la
intimidad de las ausencias, el recuer- do de lo vivido, como si estuviésemos en una isla perdida y de repente todos nos hubiéramos dado cuenta de que somos como entes singulares, alejados de todos y de todo. Es precisamente la búsqueda de esas sensaciones las que me condujo a salir en el Silencio. En estos días, he recordado, cuando salía en mis primeros años de nazareno en la Primitiva Hermandad de los Nazarenos desde San Antonio Abad, cuánto me molestaba el bullicio que se producía al salir a la calle. Me parecía ensorde- cedor, abrumador, incluso agresivo. Yo, mientras, me esforzaba por despren- derme de todo lo exterior para introdu- cirme en un mundo interno fuera del tiempo y del espacio que me rodeaba. Era esa misma sensación, aunque in- versa, la que sentía cuando, al regreso, todo el cuerpo de nazarenos –agru- pados alrededor de la capilla lateral– veíamos al Nazareno, en total silencio, mientras oíamos tan solo el sonido de los costaleros sobre la pequeña rampa de acceso a la misma. Era como una vuelta al claustro materno, al silencio que precede a todo silencio. Había aca- bado el rito y sentía de nuevo miedo a enfrentarme a la realidad del ruido callejero. Para mí, la Estación de Peni- tencia del Silencio ha sido siempre la añoranza del vacío que milagrosamen- te se producía en mi interior, horas de balance en lo personal y en lo emocio- nal, ajuste de cuentas conmigo mismo en las escasas horas en las que el Naza-
reno circula por las calles de Sevilla.
Corrían los años finales de los setenta, cuando la nómina de nazarenos cabía toda en el patio del atrio de la iglesia; cuando aún los pajes repartían los ci- rios; cuando todos teníamos claro por- qué y por Quién estábamos; cuando, antes de salir de nuevo al mundo exte- rior, a modo de cámara de despresuri- zación, nos fumábamos un último ci- garrillo para comentar las incidencias de la Estación de Penitencia, siempre idéntica y sin embargo diferente. Eran tiempos en los que el transcurrir por la Plaza del Salvador era un oasis de paz, mientras oíamos ecos macarenos por Sierpes.
Este año el silencio de las calles año- rará al Silencio. Placentines, Francos, Cuna… soñarán con el silencio verda- dero, aquel que abre la Madrugada y parte la ciudad en dos para que sinta- mos en nuestro interior el peso de lo esencial. Creo que todo este tiempo de preparación interior, solo com- partido por algunos, nos viene bien a todos. Es parar esta locura de vida que los tiempos nos obligan a llevar. Es devolvernos a un pasado que jamás conocimos y a un futuro que se me antoja extraño. En cierta forma, en el contexto religioso, esta Cuaresma será mas Cuaresma que nunca y, cuando lleguen los días más sagrados de la ciudad, la imagen del Nazareno que mira con dulzura hacia el suelo al re- cibir su cruz dará la medida exacta de las palabras que aparecen en sus con- vocatorias de culto: “Verdaderamente
In memoriam Antonio Colón Vallecillo
llevó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores”.
Habíamos olvidado el silencio diario, la tranquilidad de las horas muertas en nuestros hogares, ese tiempo que se hace eternamente fugaz, ese tiempo que usualmente no dedicamos a lo que realmente nos puede interesar. Durante este tiempo, algunos recuperarán ese mundo; otros, sin embargo, no aguan- tarán la intensidad del mismo, en parte porque sus vidas recorren otros cami- nos sin saberlo. Este aislamiento nos enfrentará a la rutina en la que se han convertido nuestras vidas, a la imagen idílica que hemos construido alrededor de falsos ideales. De todo ello rendire- mos cuenta cuando acabe esta situa- ción tan especial, no le quepa la menor duda a nadie. O, simplemente; lo olvi- daremos todo y pasaremos página sin pudor. Allá cada uno
Curiosamente, precisamente en estos momentos, otros verán la importancia real que tienen Instituciones –milena- rias o no– como la Hermandades; o las creencias que cada uno profese; o el verdadero sentido que se esconde tras el concepto cofrade de “hermano”, que no debe limitarse al pago de una cuota o a la adquisición de una papeleta de si- tio de año en año. Ahora sentimos que se produce un cierto desamparo al no poder entablar una conversación cara a cara con nuestros Titulares y echamos de menos pasarnos de vez en cuando a verlos. Ahora comprendemos que es algo enraizado en nuestro interior, que va más allá del concepto tradicional de devoción. El cierre de las Iglesias y de sus actos, al contrario de lo que algu- nos piensan que puede crear desafec- ción, ha multiplicado la dependencia a nuestras raíces. Yo, que provengo
–al contrario que el Silencio– de una Hermandad de barrio (la Hiniesta, en concreto) noto que en su barrio, en San Julián, en estos tiempos, precisamen- te, es cuando sus gentes perciben más que nunca la necesidad de la presencia de su Hermandad. ¿Cuántas devotas y devotos del Nazareno mirarán de reojo o rezarán ante los azulejos de nuestros Titulares en San Antonio Abad? ¿Cuán- tos apuntarán en su debe particular no depositar su humilde ofrenda ante San Judas Tadeo? Seguro que muchos, miembros de la Hermandad o simples devotos.
Vivimos tiempo de silencio, de fragi- lidad física y emocional; tiempos de reflexión y de balance interior, algo que los hermanos del Silencio conocen bien porque lo viven cada Viernes San- to de Madrugada. El Silencio ha sido y es escuela de esa especial austeridad, que hundida en sus raíces del barroco, proclama la grandeza de la entrega y del amor a través de un ritual medido y conciso. Cruz de carey y plata para un Nazareno que, a pesar del magnifi- co bordado de sus túnicas, proclama la necesidad de la sencillez y el valor su- premo de lo íntimo y toda una teología de la redención. Plata y pedrería de un palio majestuoso que, aunque cargado de referencias venecianas, muestra el valor de lo simple en sus flores de aza- har en honor de la Virgen de la Concep- ción .
Cuando el mundo sucumbe a nuestro alrededor, solo nuestra vida interiori- zada nos puede salvar. Ahora más que nunca es necesario saberlo. Es hora de la memoria; de aceptar nuestras deci- siones equivocadas; del dolor que, sin quererlo, hemos producido a los demás; de la obsesión de lo material frente a lo
espiritual; de aquellos que encontrába- mos con la mirada siempre en el mismo lugar y que ya no están con nosotros. Como el Nazareno del Silencio, ahora nuestras vidas miran hacia dentro, no hacia afuera.
Quedan aún momentos difíciles, inclu- so cuando la pandemia pase. Lo peor está por llegar. De un lado, tendremos que enfrentarnos de nuevo al mundo tal y como lo conocimos. Tendremos que enfrentarnos a la crisis económica que, con total seguridad, nos llegará; enfren- tarnos a nosotros mismos y a nuestras
miserias; a nuestras mentiras anterio- res… Mas, ocurra lo que ocurra, el Na- zareno del Silencio marca claramente el camino a seguir. Coge tu cruz y síguele. En silencio, despojado de justificacio- nes y de falsos valores. Húndete en un mensaje de siglos: el camino que nos conduce a nuestro verdadero yo, el si- lencio y la humildad. Porque, no lo du- den, el Silencio habla y lo hace con una verdad inmutable, con la verdad desnu- da de nuestros sentimientos. El silencio no engaña, simplemente nos enfrenta a nuestro yo más íntimo. El más auténti- co. A la certeza más absoluta: a Él
Silencio Abril 2020
Julio Cuesta Domínguez
Por circunstancias jamás producidas en nuestra historia, nuestra Cua-
resma y nuestra Semana Santa se han visto profundamente alteradas. Han desaparecido los actos y cultos, tanto internos como externos, que protagoni- zan nuestras Hermandades adornando este tiempo con la solemnidad y brillan- tez tan esenciales y tradicionales en el calendario de la vida cristiana y de la conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesús.
De estar tan acostumbrados, la nueva situación parece haber dejado un vacío en el alma y en los sentimientos de los sevillanos, cofrades o no. La decepción de que lo tan entusiastamente esperado ya no va a ocurrir. Y no va a ocurrir. Inevitablemente, cuando surgen im- ponderables de esta naturaleza, se trata de las cosas de Dios, del Supremo Árbitro que, viendo la jugada desde la altura, pita la suspensión del partido. Es en esa visión de la jugada donde hay que encontrar la explicación y la confor- midad de los malos tiempos. Haciendo verdad no aquello de que “Dios escribe derecho, pero con renglones torcidos”, sino que “Dios escribe para aquel que sepa leerlo”. Es, sin duda, una llamada de atención para hacernos reflexionar sobre si la jugada era verdaderamente la que con la inercia de los años y de las costumbres veníamos haciendo.
Es en esa lectura en la que el cristiano y el cofrade encuentran la grandeza y el significado de lo que ocurre, de lo que Dios deja escrito. Escrito que, como siempre, es otra maravilla de Dios. ¿Quién lo hubiera imaginado? Una Se- mana Santa en absoluto silencio. En
Sevilla, una Semana Santa recogida, ín- tima. Tan íntima que el templo, no ya no serán las calles o nuestras iglesias, sino el hogar de cada uno, ante esas imágenes que se guardan el sagrario del corazón y la memoria de cada uno.
¡Qué bendición celebrar y disfrutar, por- que será un enorme gozo, una Semana Santa en la memoria y en el corazón! Sin las distracciones de lo externo que, aun- que tanto ayudan, sí restan interioridad. Nuestra Semana Santa será, pues, más espiritual, más profunda y una experien- cia única de nuestro espíritu cristiano y cofrade. Cuando ha habido la tentación de pensar que este año no habría Sema- na Santa, nos encontramos con la Se- mana Santa más Santa que haya podido vivir nuestra generación.
¡Qué grande son las cosas de Dios! Al final, habremos todos comprobado que la conmemoración de la Pasión del Se- ñor adquiere otra dimensión más rica cuando se ha de vivir solamente en el interior de cada uno y compartida en familia en nuestra Iglesia doméstica. Silenciosamente.
En esta Semana Santa de 2020, nuestra Hermandad encuentra, asimismo, una mayor dimensión de sí misma. La Her- mandad del Silencio en silencio, en la intimidad de sus hermanos. La mirada de nuestro Nazareno en el paso lumino- so de la memoria, y los ojos de la Con- cebida sin Mancha, claros y fijos, en la retina de nuestros corazones. Nada nos distraerá de ellos. ¡Qué derecho escribe Dios para el que sabe leerlo! 29 de marzo, 2020 Domingo de Pasión
Silencio Abril 2020
Manuel Lamprea Ramírez
No hay nieve en la frágil serranía de las aceras. Este abril tenebroso
se llevó consigo el parto de la naturale- za sevillana. Nos privó del milagro de su luz. Sabemos que ha sido porque lo hemos imaginado, porque hemos crea- do una serie de fotogramas intrans- feribles en el carrete de la memoria. No hay calor tímido de hermano en el patio, como tampoco existe la puerta cuyas barnizadas mandíbulas se abren deseosas de engullir el plato dulce de los siglos. El empedrado, donde el tiempo aprende a ser, inclina sus lade- ras al valle de una fila que no se forma. Esta noche no se prende, en la hoguera de las manos, la chispa de un desper- tar próximo. Las ramas de los dedos, hoy otoñales, buscan primaveras que las florezcan. Crujen, caen, mueren en la ceniza de las canastillas.
La madrugada, ahora mismo, es un cristal que refleja pesadillas. El Naza- reno observa. Se asoma a las ventanas diminutas de una puerta cerrada con la llave del miedo. El Nazareno, por primera vez, está descubriendo el si- lencio. No el suyo, no; el silencio que a él mismo le da sentido. El silencio de una noche que creía suya, y que solo es suya cuando nosotros y Él cruzamos complicidades. El silencio ajeno ahora está muerto. El otro silencio, el com- partido por todos, es un silencio vivo, tangible, cierto, y que solo es posible cuando las manecillas de la cruz se abrazan dando la una en punto.
El resto de nazarenos cumple, igual- mente, el rito. Así lo marca… ¿Qué lo
marca? ¿Quién lo decide? En la pla- nicie de la imaginación, el nazareno sueña con el peso del antifaz bajo los ojos. Mira, ausente, a la nada, como cualquier Viernes Santo. Como los primitivos de la Feria. Mira a la nada porque está viendo su interior, su por- qué, sus certezas y sus dudas. Y no hay más verdad. En su brazo sostiene el peso invisible del dogma. Esta no- che hay cirios que no mancharán su base al roce con el asfalto, imitando la incontestable pureza de María, que no recibirá sus luces esta noche. Ni espa- das, ni pintura, ni azahar atrayendo hacia su abismo de respiraderos el olfato del somnoliento.
El nazareno pasa la noche en vela. El Nazareno, en mayúscula, también. Ambos, sabedores de su condición, mantienen para sí su fidelidad al tiempo. El nazareno, descubierto en la intimidad del hogar, percibe una luz extraña. La noche se estrella contra la paleta insurrecta del amanecer. La luz que ahora resurge le dibuja al na- zareno una sonrisa púrpura y sincera. Pasó la noche. ¿Quién diferencia aho- ra sueño de realidad? ¿Quién dice que el nazareno no ha participado, junto a su Nazareno, en la inmensidad abisal de otra larguísima madrugada?
Dios derrama su tinta indeleble en el papel de las horas vencidas. A lo le- jos, una saeta que se apaga. La Cruz volverá, y el reencuentro dejará de ser milagro para volver a ser abrazo. Mar- zo está doblando la esquina. Los dos nazarenos lo saben
La Cofradía vista por ...
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Historias Nazarenas Pavero de Guardia
El atrio de San Antonio Abad es, a menudo, un hervidero de historias. Este Pavero de guardia hoy ha recogido cuatro de ellas para compartirlas con sus hermanos, haciéndoselas llegar tal y como a él se las contaron.
DE PAJES Y DE AGUADORES
En muchas ocasiones recuerdo las palabras de un grandísimo Diputado Mayor de Gobierno que fue de la Archi- cofradía cuando avisaba a todo aquel que quería escucharlo: “Los pajes de la cofradía deben ser niños ya mayor- citos, que, cuando son demasiado pe- queños, representan más un problema que otra cosa…”. Entonces se me viene a la memoria aquel año en el que un transeúnte encontró a las dos de la mañana a un despistado pajecillo de nuestra cofradía cerca de San Pedro, tan lejos de la procesión como de su
cama. O aquella dantesca imagen de aquel sufrido fiscal de paso, con los dos pajes a cuestas –uno en cada hombro–, vencidos ambos por el can- sancio, cuando la cofradía regresaba por Lasso de la Vega.
Digamos, pues, que, en honor a la verdad, aquella Madrugada nuestro pequeño protagonista debutaba en su privilegiada función. Y apuntemos, para completar el cuadro, que el fis- cal de paso también era novato y aún no se había enterado mucho de cómo era aquella película. La cofradía re- gresaba por Francos y el chiquillo
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–quién sabe si porque ya estaba can- sado, quién sabe si porque los niños son así– empezó a dar la tabarra. “Me duelen las piernas”. “Quiero irme”. “Tengo sed”. Y tan pesado se puso que, a la que hizo tres, el fiscal, por no escucharlo, se acercó discretamente al aguador pidiéndole que le rellenara el jarrillo para el paje. Sin embargo, o aquel hombre era sordo o, con el an-
tifaz, él no se hacía entender, porque el aguador parecía no escucharlo o lo ignoraba, directamente.
Así discurrieron dos o tres chicotás más, hasta que el hartible del niño ya tenía tan desesperado a nuestro fiscal que, haciendo otra vez de tripas corazón por incumplir las Reglas, se dirigió nuevamente al aguador y, esta vez en un tono un poco más elevado, le inquirió: “Por favor, ¿podría darme agua para el paje?”. Parece que, en esta ocasión tuvo mayor suerte, pues el aguador se le quedó mirando y sin poder contenerse tampoco –ronca la
voz, aceitunado el rostro– dio para toda la calle la explicación a su extraña sordera previa: “¡Que no puedo darle, joé! ¡Que esta agua no es de niños!”. Y el paje se que- dó sin agua.
Por supuesto, ya en San Antonio Abad, alguien tuvo que aclarar- le al novato fiscal que el agua de los costaleros, muy a menudo, se alegra con aguardiente, bien para quitarle el mal sabor del plástico o barro, o bien para envalentonar los cuerpos cuando los kilos se
asientan y la corría se pone cuesta arriba. Y no olvidó la lección.
UNA DUCHA EN LA PRESIDENCIA
Nos refiere un antiguo hermano que, durante una de aquellas Madrugadas ya lejanas, el tiempo jugó una mala pasada a la Archicofradía y acertó a vi- sitarnos en la calle esa odiosa invitada que nadie desea nunca que aparezca: la lluvia se hizo carne y habitó entre nosotros. Y de tal modo se intensificó el chirimiri durante el recorrido de regre- so que, por más que el Diputado Mayor
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de Gobierno dio la orden de avivar el paso, el diluvio universal se derramaba a caños sobre la cofradía cuando el pa- lio doblaba –reviraba dirán los moder- nos– embocando General Moscardó (actual El Silencio).
Unos instantes después, la Virgen esta- ba ya a punto de entrar en San Antonio Abad, donde el cortejo aguardaba con las velas más apagadas que encendi- das a que acabara la accidentada Esta- ción penitencial de aquel año, cuando el capataz ordenó por fin un “¡Vámo- nos de frente!” que resonó en la capilla como un trueno, mientras el paso enfi- laba la entonces más inclinada rampa de entrada. Y justo en ese momento, cuando los tres nazarenos de la Presi- dencia se volvían para contemplar la maniobra aprovechándose así de su privilegiado puesto en la comitiva (que entonces era tras los ciriales), toda el agua reconcentrada en el techo cayó sobre ellos debido a la inclinación natural de la citada rampa, empa- pándolos violentamente de tal modo que alguno casi perdió el capirote por aquella inesperada ducha. Culmina su relato el malévolo hermano pregun- tándonos si acaso no fue aquel baño el causante de que las Presidencias se colocaran delante de los ciriales en los años sucesivos. ¿Quién lo sabe?
UNA MADRUGADA EN ALTA MAR
Pocos han querido –y quieren, gracias a Dios en presente– a la Archicofradía como él, quizás porque es hermano desde su mismo nacimiento, llevando casi el morado leonado en el Rh de su sangre. Y pocas primaveras también tan duras como aquellas, en las que el trabajo mandaba y le obligaba a permanecer lejos de su casa, lejos de
España… ¡embarcado en un buque de marina mercante! Largos días aquellos de marzo en alta mar, tan lejos de su Sevilla natal y de sus cofradías. Mas, si dura era la Semana Santa en alta mar, más duro es imaginarse si- quiera un Jueves Santo sin poder acer- carse a San Antonio Abad, sin oler el azahar de la Virgen de la Concepción, sin musitar un credo ante Jesús Naza- reno. Y el carácter se le agriaba aún más conforme caía la tarde, y su gesto se contraía en una mueca antipática cuando la luna de Parasceve perfilaba sus contornos en esa misteriosa quie- tud que termina por envolver el mar cuando el sol desaparece. Entonces, encerrado en sus recuerdos, RNE era la tabla de salvación para aquel náufrago sevillano perdido a la deriva. Las diez. Las once. Las doce… “La Macarena ya está en la calle”…
Ahora al cabo de los años, aunque el mismo protagonista lo niegue, cierro los ojos y lo imagino revestido con el ruán –al pecho las cinco cruces–, vencido por la nostalgia y apurando a trago largo sus propios recuerdos (“…a estas hora el Señor irá de regreso por Cuna…”) mientras el aire amplifica ese extraño silencio del mar en calma. Nunca hubo una papeleta de sitio más alejada del paso de Jesús Nazareno que la suya. Tampoco nadie alumbró su caminar en la Madrugada más cerca que él.
¡Ay de aquellas Estaciones de Peni- tencia en alta mar! ¿Qué diálogo man- tendrían entre los dos hasta que el amanecer los vencía a ambos? Él, en su camarote, con su negro ruán. Y el Señor, otro año más, de regreso en su capilla.
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LA MANO DE SAN JUAN
El discurrir de la cofradía por la Cate- dral, amén de representar el punto cen- tral de nuestra Estación de Penitencia con su reverencia ante el Santísimo, históricamente también ha deparado grandes momentos de hilaridad que, recordados en perspectiva, aún hacen carcajear a algunos hermanos. Por ejemplo, todavía se recuerda el “baile” protagonizado por un muy querido na- zareno que, al pisar las brasas dejadas por un incensario precisamente ante el Monumento, las pasó literalmente canutas para guardar la compostura. ¡Ni los mismísimos niños seises han danzado nunca con tal garbo en aquel sagrado lugar, oiga! Otros, en cambio, rememoran aquel otro año en el que alguien experimentó con el incienso y le añadió perclorato potásico para facilitar la combustión… ¡Y vaya si la facilitó, que en el seno del Cabildo Ca- tedral aún se recuerda cómo se activó el sistema anti-incendios en cuanto el paso del Señor franqueó la puerta San Miguel!
Sin embargo, ahora vamos a regresar a una Madrugada de los años noventa en la que el palio avanzaba por la Aveni- da a un ritmo aún más veloz –y ya es decir– de lo habitual. ¿La causa? Tras una levantá en los palcos, y ante todas las fuerzas fácticas de la ciudad (¡ho- rror!), a San Juan se le había desprendi- do una de sus manos, cayendo sobre la parihuela. Por supuesto, el carpintero ya había informado al fiscal de que el desaguisado no podría arreglarse más que en la Catedral y allí se puso el paso en un santiamén.
Dicho y hecho, al llegar la Virgen al umbral del templo, el mentado herma-
no se adelanta hacia el retén de la Cruz Roja pensando en que un esparadrapo podría solventar siquiera provisional- mente la holgura que se había produ- cido en la espiga de la imagen y le dice al primer enfermero que encuentra en su camino si, por favor, era tan amable de facilitarle un esparadrapo para San Juan, que se le había caído la mano y… Y el pobre enfermero, quizás adormila- do o quizás poco ducho en cofradías, sin dejarlo terminar y abriendo mucho los ojos por el sobresalto, le contesta visiblemente alarmado: “¡Pero, por Dios!, si a ese hombre se le ha caído la mano… ¡hay que evacuarlo ahora mismo!”.
Felizmente, el entuerto pudo deshacer- se con rapidez, no sin que se oyeran al- gunas que otras carcajadas. Así la tra- viesa mano volvió a su sitio gracias a la pericia de nuestro hermano carpintero, y lo más importante: ¡San Juan regresó a San Antonio Abad encima del paso, sin necesidad de evacuación!
Silencio Abril 2020 Anecdotario
Juan José Caravaca Silva
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El viacrucis de 1983 fue un antes y un después, sobre todo para quien
esto escribe. Fue el momento de una decisión en que la devoción pudo más que la tradición familiar. Porque tantos días de infancia en misa en San Miguel –como se le conocía por entonces– no podían quedar en la nada. Y así, al año siguiente, al volver del servicio militar, quien escribe presentó su so- licitud de hermano y fue recibido por el señor Censor (Eduardo Recio) en la preceptiva entrevista a los candidatos previa a ser aceptados como hermanos de la Archicofradía. Y en esa siguiente Semana Santa, llevó prendidas junto al corazón las cinco cruces que unen las cinco llagas de Jesús Nazareno con ese afán de sus hermanos por imitarle.
Salir de pertiguero de María Santísima de la Concepción fue un algo caído del cielo. Nunca mejor dicho, pues ir
delante de nuestra Inmaculada Ma- dre es un avance del cielo que nos aguarda. Aunque no tuve duda algu- na en mi decisión de aceptar el sitio, he de reconocer que en mi casa no fue un plato de gusto, pues, en aquellos años, no estaba extendido el uso de los acólitos hermanos, siendo aún los profesionales de Santizo quienes ha- cían tal función. Recuerdo a mi madre como si fuese hoy mismo: “Entonces ¿vas a salir como tu tío Juan Luis?”. (Por cierto, el recuerdo que tengo de mi tío Juan Luis de acólito fue preci- samente como cirial de María Santí- sima de la Concepción). Pues sí, y no solo salí como mi tío, sino que los dos primeros años como pertiguero los hice con personal de Santizo en los ciriales e incensarios. Ya al tercer año fuimos hermanos todos los acólitos de la cofradía, y eso se notó a la hora del orden y de la compostura, pues el
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Silencio Abril 2020 De los Hermanos
nazareno se lleva dentro y no hace fal- ta nada especial para que la cofradía sea la que es; solo que cada uno deje salir su nazareno interior: todo es ver- dad, nada impuesto ni forzado, de ahí que no seamos más ni menos que los demás, solo nosotros mismos. Como anécdota muchos amigos me han pe- dido muchas veces “que ponga la cara de serio de la Madrugada”. Y siempre les he respondido: “Es que yo no pon- go ninguna cara en la Madrugada”. Simplemente salimos alumbrando su camino, o abrazando su cruz, a ado- rarle en el Monumento catedralicio.
En los muchos años que he tenido la fortuna –y el privilegio– de ser el per- tiguero de la Virgen, siempre he sen- tido la misma emoción, como si de la primera salida se tratase. Vestirse en casa,… porque los acólitos también nos preparamos para salir: camisa blanca, manoletinas (en la bolsa), me- dalla (al cuello pero oculta), papeleta de sitio,… De soltero, en casa de mis
padres. Ya de casado, en casa de otros hermanos nazarenos con la emoción de que, al prepararse para la Estación de Penitencia, se le añade el hacerlo en hermandad. Salir para la Iglesia; si vamos en grupo, en fila y conveniente- mente separados, para que no se rom- pa esa individualidad que caracteriza al Primitivo nazareno. No obstante, para los acólitos siempre resulta más complicado, pues al ir de paisano, el público de la Madrugada no sabe que ya vas en Estación de Penitencia y es más difícil pasar entre ellos. La llegada a la Capilla de Jesús Nazareno, sin que importen los años que lleves hacién- dolo, siempre tiene el mismo repeluco: “Creo en Dios, Padre, Todopodero- so…”. Adquiere una dimensión espe- cial cuando lo rezas arrodillado ante el Dulcísimo Jesús Nazareno. Luego, la Salve a la Santísima Virgen y al pa- tio. Los primero años –“Nazarenos de la Virgen al fondo del patio–, aún ha- bía bancos en el atrio que usaban los Primitivos más veteranos. Los acólitos nos vestíamos en la casa, en la sala del televisor, y pasábamos por turnos por el preceptivo barbero que nos dejaba a punto de revista, mientras los músicos cenaban un bocadillo que les permi- tiese aguantar el tirón de la noche una vez que las notas de Vicente Gómez Zarzuela quedaban guardadas en la memoria del cofrade hasta un nuevo Jueves Santo. Vuelta al atrio: fervorín y lista que pasábamos junto al resto de los nazarenos mientras las circuns- tancias lo permitieron. En pocos años, cambiamos el lugar de vestirnos por el de la sacristía alta y baja, donde debía- mos permanecer ante el aumento de hermanos en la Estación penitencial. Incluso el fervorín y la lista los tuvimos a domicilio (¡qué gran recuerdo de nuestro querido don Eduardo Ybarra!) M
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Y la hora. Cerrojazo, saeta y Santa Cruz en marcha seguida por dos filas de na- zarenos de cera morada. ¿Silencio? No hay silencio. Se escucha el crepitar de la cera y, en unos segundos solo, la pri- mera llamada al galeón del Nazareno. Tres golpes y venga de frente. He de confesar que un momento al que nun- ca he faltado en mis años de pertiguero es a la salida del Señor. Zapatillas en la rampa, saeta y los flashes del público. Quien no lo haya visto no sabe la gran- diosidad de este instante que, por cier- to, siempre me ha gustado enseñar a los pajes, servidores y nuevos acólitos, porque los grandes momentos se dis- frutan más si los vives en hermandad (esa es la grandeza de nuestra Esta- ción de Penitencia). Nazarenos de cera blanca, nuevos tres golpes y primera levantá del palio. Ciriales en forma- ción y ascua de luz que emboca el arco grande, (recuerden la película de Juan Lebrón). Venga de frente. Paje enviado a la Santa Cruz. Nueva saeta. Ciriales y cirios arriba. Sevilla en silente oración a la Llena de Gracia.
Camino a la Catedral. Ciriales arriba y abajo. Distancia, acordeón. “Escudos al frente”. Y encendiendo los ciria- les. Grandes canastillas de los que he aprendido cómo es el andar primiti- vo: Fernando Aguado, Rafael Molina, Manuel Palomino, Juan José Cabre- ro, Eduardo del Rey, Alberto Ybarra, Enrique Martín Macías, Manuel Gil… Poco a poco, cuidando del horario y con las venias del Consejo (por dele- gación de la Autoridad Eclesiástica) y de la ciudad, llegamos a la Catedral a cumplir con el fin y precepto de la sa- lida: adorar a Dios eucaristía en la real presencia en el Monumento. Catedral a oscuras, doble genuflexión e incien- so (tres de tres, como el Papa Francisco en la Adoración extraordinaria en San Pedro en la oración por la pandemia): primero en el trascoro, ante la puerta de la Asunción; después ante la puer- ta de la Concepción, bajo el cuadro de Groso con bandera blanca votiva (“Cuidado con las lámparas de la pri- mera nave del trascoro en la oscuridad catedralicia…”); ante la Virgen de la
lontananza desde el Duque). A partir de 2000, ya María Santísima de la Con- cepción coincidía en Cuna-Orfila con la Macarena en Campana; luego era la Virgen de la Presentación la que se encontraba en Campana cuando noso- tros enfilábamos la plaza del Duque. En éstas últimas Madrugadas, al no salir de acólito y con nuestro itinerario por Daóiz y Gavidia, no tengo referen- cias actualizadas. Y paso a paso, chi- cotá a chicotá, de nuevo en la calle de las Armas y después en la calle Nueva, para entrar en San Antón por la Capilla de Jesús Nazareno, mientras el último tramo aguarda –cirios encendidos– para alumbrar la entrada de quien es la Gloria de los Nazarenos.
Ahora toca desvestirse, recoger y de- jarlo todo en el mejor estado de revis- ta. Al salir, nueva oración al Señor y a su Inmaculada Madre. Y a disfrutar de lo que resta de la Madrugada, con el alma plena por la cita cumplida y
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Antigua o ante la Patrona. Acólitos solos. Luego, acólitos y paso. Canas- tillas trabajando al ciento por ciento. “Pararse ahí”, golpe seco de llamador. Y tres de tres. Y estación menor en el rezo interior del nazareno.
Cumplida la estación, y recuperado el orden de marcha, iniciamos el regreso. Cofradía estirada. Cirios apagados en la Puerta de Palos. Paje buscando la Santa Cruz (que la Virgen ya sale). Pa- lio abandonando el atrio catedralicio y ciriales y cirios arriba. “Comprime los ciriales que hay que sacar el cor- tejo…”. “Bueno, pararse ahí”. Fiscal que vuelve con el horario –salimos un minuto antes– y primer tramo del Gran Poder que “vuela” hacia la Pla- za del Triunfo. Reemprendemos la marcha en un milagro de control del tiempo de los fiscales: José Manuel Peña, Antonio Pérez Matheos, Manuel García, Manuel Heredia, Eduardo Cas- tillo, Antonio y Eduardo Rodríguez… junto con el trabajo, al alimón, de ca- pataces y costaleros en una alternan- cia de estrecheces, vueltas y fotógrafos delante del paso… Y, mientras tanto, abre y cierra los ciriales, para que no haya ni un solo corte en la cofradía. Y de este modo llegamos al final de Cuna, donde los sones macarenos su- man una nueva emoción a la noche poniendo banda sonora al pregón de Carlos Colón: “Plata y carey por Cuna y una cara en la Campana”. En este punto, podemos comprobar cómo ha evolucionado la Madrugada durante los años en los que fui pertiguero. En los 80 y 90, era el Señor en Cuna y la Macarena en Campana; luego, cuando la Virgen estaba en la plaza del Duque, entraba en Campana el Señor de las Tres Caídas (algún año he visto de refi- lón las plumas del romano a caballo en
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siempre con el recuerdo de lo vivido y con la multitud de anécdotas que se- rán siempre parte de nuestro equipaje. Como uno de los primeros años en que salía de pertiguero, en el que hubo un retraso en el Monumento y se nos fue la cofradía: recuerdo la Presidencia en- trando en Alemanes y la Virgen salien- do de la Catedral… algo para olvidar, aunque aprendimos de ello. O aquel otro año que, a la entrada en Sierpes, tuve que coger un cirial porque a nues- tro hermano le cayó una gota de cera en el ojo. Afortunadamente todo que- dó en un susto y, en la siguiente chico- tá, se reincorporó al cortejo. ¿Y en la Catedral? Multitud de momentos sin- gulares nos ha deparado la Catedral… Como un año, estando el Monumento en el trascoro, en el que el canastilla encargado de la genuflexión, con la
oscuridad del momento, tuvo un tro- piezo con uno de los incensarios, vol- cándose las brasas de este en sus pies. Hay que apuntar que el canastilla en cuestión iba descalzo y allí hubo im- presión y sorpresa –sobre todo para el canastilla–, risas involuntarias conte- nidas y un recuerdo para siempre de la situación. ¿Y el año 92 con la mano de San Juan? Creo que ha sido la úni- ca vez, que yo tenga conocimiento, de que hubiera de subir un carpintero al paso de la Virgen. ¿Y el incienso? Siem- pre protagonista de nuestra Estación y más en la Virgen, con cuatro turíbulos. Pues un año de los de Monumento en la puerta de la Concepción, íbamos un poco más lentos de lo habitual, y con la acumulación normal de humo en estos casos, ligeramente ampliada al estar en un interior, al pasar por la
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nave del trascoro, comenzaron a so- nar timbres en la Catedral, una y otra vez… Al llegar a la capilla bautismal, averiguamos la causa de los timbres: habían saltado las alarmas contra in- cendios y teníamos a los de seguridad pidiendo por favor que parásemos los incensarios…. Evidentemente conti- nuamos en nuestro orden de marcha hacia el Monumento. ¿Y qué decir de las carreritas? La Madrugada no ha vuelto a ser igual desde entonces, pero ¿se nos ha pasado acaso por la men- te la idea de no salir? La respuesta es
clara: no hay Madrugada sin abrazar la cruz, ya sea literal- mente como pe- nitente, o dando luz portando cirio, o llevando las varas e in- signias que pro- claman nuestra historia y títulos, o al servicio de la cofradía como acólitos, costa- leros o canasti- llas. O también, en la lectura de la Pasión según San Juan, en el peor de los ca- sos, pero siem- pre junto a Jesús Nazareno y a su Madre.
¿La experiencia como pertiguero de María Santí- sima de la Con- cepción? Indes- criptible. ¿Los
recuerdos? Como podéis deducir de estas líneas, imborrables. ¿Lo mejor? La cercanía a la Virgen y el ser parte de la liturgia penitencial siendo uno de los servidores en su altar móvil. ¿La lección? Ir delante de Ella sintien- do que son suyas todas las miradas y que, a pesar de ir a cara descubierta, pasamos desapercibidos como el resto de los nazarenos. Y… ¿la ilusión? Soñar un nuevo Viernes Santo para, en el si- tio de la cofradía que me corresponda, volver a acompañar al Dulcísimo Jesús Nazareno y a su Inmaculada Madre
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El último año sin cofradías en la calle José Miguel García Gálvez
Debido a las actuales circunstan- cias, en las que el Gobierno de la
Nación decretó el Estado de Alarma por el R. D. 463/2020 de fecha 14 de marzo, siguiendo las directrices de la Organización Mundial de la Sa- lud, que elevó el pasado 11 de marzo de  2020 la situación de emergencia de salud pública, ocasionada por el COVID-19, a pandemia internacio- nal, la autoridad Civil y Religiosa de la ciudad, en las personas del Señor Arzobispo, Señor Alcalde y Señor Presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías, toman la decisión de suspender los desfiles procesionales de la próxima Semana Santa. Este hecho –el de no haber cofradías en las calles durante la Se- mana Santa– no sucedía en la ciudad desde el año 1933, recién declarada la II República, y que recoge Nuestro Hermano don Antonio Martín Macías (q.e.p.d) de la siguiente forma en los Anales de la Archicofradía.
Año de 1933
“Todas las cofradías de penitencia en sus respectivos cabildos generales acordaron no hacer estación a la Catedral Metropo- litana. La Federación de Hermandades decidió abrir una suscripción y con los fondos aportados proceder al reparto de alimentos entre las familias necesitadas durante los días clásicos de la Semana Santa. Esta idea fue acogida favorable- mente por los cofrades y recibió bendición especial del Excmo. Cardenal Illundain. Durante los tres primeros días de la Se- mana Santa se celebró un triduo en la Catedral para conmemorar el XIX cente- nario de la Redención de Nuestro Señor
que estuvo muy concurrido, especialmente de cofrades, que en otras circunstancias, habrían vestido sus respectivas túnicas de nazarenos. Desde las once de la mañana, concluidos los oficios, y sin interrupción de ningún gé- nero, hasta las diez y media de la mañana del Viernes Santo hubo turnos de Vela ante el Monumento de la Catedral. Nuestra Hermandad, en cabildo celebrado el día dos de abril, había acordado sus- tituir la estación de penitencia por unos suntuosos cultos internos en los que una nutrida capilla musical fue interpretando diferentes pasajes del Miserere del Maestro don Hilarión Eslava. En la madrugada del Viernes Santo, 14 de abril, fecha de tanta significación para la Archicofradía de la Santa Cruz de Jerusalén por coincidir con la de su primera estación penitencial, sus cofrades acudieron en gran número a la S. I. catedral y tuvieron un turno de Vela ante el Santísimo Sacramento de una a dos de la madrugada. Dadas las circunstancias por las que atra- vesaba la Parroquia de San Miguel, esta- blecida desde hace tiempo en nuestra igle- sia de San Antonio Abad, la Cofradía del Silencio acordó ayudarle económicamente con cantidades mensuales y de este modo pudieron continuar los cultos diarios en la referida iglesia parroquial”.
Con esta mirada hacia el pasado, pero con la esperanza puesta hacia el futuro, encomendémonos al Dulcísimo Jesús Nazareno, para que, por la mediación universal de Su Inmaculada Madre de la Concepción, dispense a todos la gra- cia de librarnos de todo repentino mal y nos ilumine en la correcta y necesaria colaboración para la superación de la situación que nos ha tocado vivir
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A Estaban los místicos en su rincón Antonio Núñez de Herrera
Mientras afuera relumbran las fiestas, ellos siguen su rosario
de convites en el rincón de la taber- na. Vaso tras vaso, lo que hay en el ambiente de vapor de milagrería se va condensando sobre la reunión en un rocío de imaginaciones y ecto- plasmas, como un maná de regalo para las tapas del vino.
No ven nuestros amigos la Semana Santa. Pero la sienten, les basta sa- berse inscritos en ella, mejor que en el espacio, en el tiempo. Por el cristal de las cañeras, como por aquellas bo- las de vidrio de los mágicos, cruza en televisión la Semana Santa. La reu- nión está sobresaturada de ambiente y cualquier estremecimiento concre- ta la disolución en una arquitectura de perfiles. La tijera del reloj va recor- tando siluetas de pasos y cofradías.
La una de la noche.
-Ya sale La Macarena.
-¡Cómo estará ahora mismo la Plaza de San Lorenzo!
Las seis y media de la tarde.
-El Cachorro está pasando por el Puente de Triana.
El aire se llena de proyectos de saetas y diapositivas de humo. El espacio tiene solo el valor de una efeméride. La Semana Santa va cristalizando en
el rincón de la taberna, los minutos del reloj le trazan el estarcido y sobre el dodecagrama de las cañeras sue- na, para los oidos del alma, la sinfo- nía de afuera, tañida en luz, en gritos y en colores. El eco viene viajero en los ojos de los que entran y salen. Los amigos del rincón ven así, un dia tras otro, la Semana Mayor, tan pura que solo raya más adentro de la pantalla gris del pensamiento.
Ven la Semana Santa como Bee- thoven sordo oía en los papeles de música el submundo de sus últimas sonatas.
Los amigos en el rincón van disol- viendo en el vino su mística trascen- dental
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Madrugada del Viernes Santo del año 1946. Jesús Nazareno se encuentra justamente a los pies de la Giralda y enfila la curva de Matacanónigos para tomar el camino de regreso tras haber efectuado su encuentro con el Monumento ca- tedralicio. El paso aún se encuentra iluminado por los cuatro faroles de Antonio Sandarán (diseño del pintor Virgilio Mattoni) que se estrenaron en 1913 y que llevó hasta la Madrugada de 1959. Actualmente, procesionan iluminando al Señor de la Divina Misericordia