sequía e inestabilidad social en méxico

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Sequía e Inestabilidad Social en México Han existido por mucho tiempo estudios y especulaciones sobre la relación que existe entre el clima, el medio ambiente y los seres humanos. A lo largo de la historia de México la presencia de sequías y otros cambios en el clima han sido frecuentemente asociados no solo con baja producción agrícola y ganadera, sino también con crisis alimenticias, migraciones e inestabilidad social y política. En términos climatológicos en el país se presenta una estación seca, que comprende aproximadamente de los meses de octubre a mayo, y una estación de lluvia, que abarca de los meses de junio a septiembre. Otras variaciones del clima que tienen un impacto significativo en los cultivos son la presencia de lluvias torrenciales e inundaciones, la canícula -temporada más calurosa del año, acompañada con una disminución notoria de la precipitación pluvial-, granizadas y heladas, además de perturbaciones climatológicas continentales tales como la presencia de huracanes y El Niño. En el caso del maíz, alimento básico en nuestro país, la sequía afecta a los sembradíos durante la siembra y en el periodo de gestación de la mazorca, en las que se requieren lluvias regulares y abundantes. El gradiente de distribución de la precipitación en el país va de escasamente 100 mm por año en las zonas del desierto subtropical del norte del país, en Baja California y partes de Sonora, hasta precipitaciones aproximándose a los 4,000 mm anuales en el norte de Chiapas. El Bajío, localizado en la Meseta Central, es una región de transición climática la cual la producción agrícola es significativamente vulnerable a la presencia de sequías. Con el 85 por ciento de la superficie nacional clasificada como árida o semiárida, cada año la ausencia de lluvias pone en peligro la producción agrícola de temporal en alguna parte de México. En el presente, más del 90 por ciento de las pérdidas anuales en la agricultura son causadas por la ausencia de lluvias. Desde tiempos prehispánicos -más de 8,000 años- la parte central de México, con sus ríos, lagos y suelos fértiles, ha sido un lugar que ha ofrecido ventajas para el establecimiento de asentamientos humanos. Los Nahuas y los Tarascos, por ejemplo, eligieron zonas altas y frías, que aunque tenían un régimen reducido de lluvias,

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El impacto de la sequía en la Historia de México

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Sequía e Inestabilidad Social en México

Han existido por mucho tiempo estudios y especulaciones sobre la relación que existe entre el clima, el medio ambiente y los seres humanos. A lo largo de la historia de México la presencia de sequías y otros cambios en el clima han sido frecuentemente asociados no solo con baja producción agrícola y ganadera, sino también con crisis alimenticias, migraciones e inestabilidad social y política.

En términos climatológicos en el país se presenta una estación seca, que comprende aproximadamente de los meses de octubre a mayo, y una estación de lluvia, que abarca de los meses de junio a septiembre. Otras variaciones del clima que tienen un impacto significativo en los cultivos son la presencia de lluvias torrenciales e inundaciones, la canícula -temporada más calurosa del año, acompañada con una disminución notoria de la precipitación pluvial-, granizadas y heladas, además de perturbaciones climatológicas continentales tales como la presencia de huracanes y El Niño. En el caso del maíz, alimento básico en nuestro país, la sequía afecta a los sembradíos durante la siembra y en el periodo de gestación de la mazorca, en las que se requieren lluvias regulares y abundantes.

El gradiente de distribución de la precipitación en el país va de escasamente 100 mm por año en las zonas del desierto subtropical del norte del país, en Baja California y partes de Sonora, hasta precipitaciones aproximándose a los 4,000 mm anuales en el norte de Chiapas. El Bajío, localizado en la Meseta Central, es una región de transición climática la cual la producción agrícola es significativamente vulnerable a la presencia de sequías. Con el 85 por ciento de la superficie nacional clasificada como árida o semiárida, cada año la ausencia de lluvias pone en peligro la producción agrícola de temporal en alguna parte de México. En el presente, más del 90 por ciento de las pérdidas anuales en la agricultura son causadas por la ausencia de lluvias.

Desde tiempos prehispánicos -más de 8,000 años- la parte central de México, con sus ríos, lagos y suelos fértiles, ha sido un lugar que ha ofrecido ventajas para el establecimiento de asentamientos humanos. Los Nahuas y los Tarascos, por ejemplo, eligieron zonas altas y frías, que aunque tenían un régimen reducido de lluvias, eran complementadas por depósitos lacustres. En ese entonces, al parecer, las condiciones climáticas eran relativamente frías y secas, las que paulatinamente se volvieron más tibias y húmedas. Estas condiciones duraron aproximadamente hasta la mitad del Holoceno -los últimos 12,000 años, desde el fin de la última glaciación- cuando aparentemente el clima se volvió más seco, especialmente entre 3,000 y 2,500 AC. Posteriormente -entre 1,300 AC y 800 AC- hubo otro cambio climático pronunciado en el que se incrementó la humedad.

Posiblemente el episodio más severo de condiciones climatológicas secas ocurrió aproximadamente entre 600 DC y 1,550 DC, siendo la aridez más pronunciada en las zonas del norte del país. Este episodio de sequedad permanente ha sido reportado también en Yucatán y Costa Rica, presentando una aridez máxima entre 800 y 1,000 DC, que contribuyó muy probablemente a la decadencia de las ciudades del periodo Clásico de los Mayas. Igualmente algunos investigadores han concluido que la ciudad de Teotihuacan, fundada bajo condiciones húmedas relativamente altas, también tuvo como factor importante en su colapso la ausencia de lluvias en esta misma época. La primera sequía mesoamericana de la cual existe un registro histórico ocurrió en Tula, en el año de 1052.

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Información histórica y datos instrumentales que se remontan hasta el siglo XIV, ofrecen evidencia de cambios significativos en el clima, teniendo esto una influencia significativa en las estrategias de subsistencia de la población. Diferentes grupos indígenas radicados en el Valle de México se extendían hacia las tierras áridas del norte durante periodos húmedos, pero rápidamente las abandonaban cuando el clima se volvía más seco. Se tiene información de que en las primeras décadas del siglo XIV aparecieron condiciones severas de sequía en la parte norte y central del país. Chichimecas nómadas de las zonas áridas del norte migraron hacia las partes altas y más húmedas de la meseta central de México. Uno de estos grupos, los Aztecas, se asentaron en la isla de Tenochtitlán, en el Valle de México.

Posteriormente se presentó un cambio hacia condiciones ligeramente más húmedas entre los años 1354 y 1521, comprendiendo el periodo Azteca y la parte inicial del periodo colonial. Sin embargo, en este periodo relativamente húmedo se presentó una sequía prolongada y fuertes heladas en el centro de México -entre 1452 y 1455- que se cree que contribuyeron a la pérdida generalizada de cosechas y que causó la hambruna del año “1 Conejo” del calendario Mexica, la cual originó emigraciones, enfermedad y muerte entre la población Azteca en el altiplano mexicano, periodo en el que también se presentó el abandono del Postclásico Tardío Maya en la Península de Yucatán: Mayapán, Chchén Itzá, Uxmal, y probablemente Cobá fueron abandonadas al mismo tiempo. El año “1 Conejo” era recordado con temor en el mundo Náhuatl precolombino, ya que se creía que el fuego solar había provocado la gran sequía al nacer Huilzilopochtli, dios Azteca del sol y de la guerra.

La llegada de los españoles en 1519, con diferentes prácticas agrícolas, alteró el riesgo inherente a los cambios climáticos de manera importante. Hubo una expansión significativa en la irrigación, que incrementó la cantidad y la seguridad de la producción agrícola, pero al mismo tiempo generó la competencia por limitados suministros de agua en algunas regiones. Los Españoles frecuentemente trataron de controlar lo mejor que pudieron este recurso, reemplazando las prácticas agrícolas de la población indígena. En este periodo una significativa extensión territorial pasó a ser propiedad privada de los conquistadores, de instituciones religiosas, de colonos y funcionarios. La principal actividad agrícola consistía en producir alimentos para los centros poblacionales y para los Reales de Minas.

De acuerdo a estudios iniciales de las sequías en documentos históricos -comprendidos entre los años de 1521 y 1821- se registran por lo menos 88 sequías significativas en el periodo colonial. Cuando éstas eran severas, o que se prolongaban por varios años, campesinos y peones, hambrientos y desesperados abandonaban sus lugares de origen en busca de alimentos, alterando e interrumpiendo las actividades productivas del campo. Una vez que estas masas hambrientas -y muchas veces enfermas- llegaban a las ciudades, originaban temor y fuertes tensiones sociales. Pocas décadas fueron tan calamitosas en todo el país como la de 1690, en la que un grupo de eventos climáticos inusuales tuvieron implicaciones severas en la producción de alimentos. También, en los años de 1713-14, 1739-40, 1749-50, 1771-72 y 1785-86 se presentaron aciagas combinaciones de sequías y heladas. Quizás el caso más extremo -y ampliamente documentado- de estos desastres agrícolas en esta época fue la “Gran Hambre” de los años 1785-86, que al combinarse la carencia de comida con una epidemia ocasionó que murieran más de 300 mil personas.

La independencia de México -en septiembre de 1810- sobreviene en medio de precios del maíz altos, que tuvo como principal detonante social la creciente carestía de los alimentos. El movimiento de independencia fue precedido por sequías y malas cosechas en 1808, 1809, y la gran crisis de 1810-11. La insurrección fue sostenida por la enorme cantidad de campesinos y

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peones que se encontraban sin trabajo, sin alimentos y sin nada que perder. La Alhóndiga de Granaditas era originalmente un almacén de grano, construido entre 1798 y 1809, que sólo ocho meses funcionó como tal, ya que al iniciar el movimiento de independencia sirvió como refugio a los defensores de la colonia.

Durante las últimas décadas del siglo XIX miles de hectáreas se enfocaron hacia cultivos comerciales, principalmente para abastecer a las fábricas textiles, para lo cual se necesitaban abundantes trabajadores en el campo. En la Península de Yucatán, en los años 1822-23 y 1834-35 se presentaron fuertes sequías con la consecuente aparición de hambre en el campo, causando migraciones a las ciudades y saqueos en poblados y haciendas. Fue en este periodo que se hicieron las primeras compras de maíz en el extranjero. Bajo el régimen de Porfirio Díaz el área cultivada en el país aumentó a 700 mil hectáreas, consecuencia en parte de la inversión masiva que tuvo la infraestructura de riego. No obstante de que los peones trabajaban en estas plantaciones, no estaban a salvo de las sequías que aparecían frecuentemente.

Se podría decir que durante el gobierno de Porfirio Díaz la producción de maíz creció al mismo ritmo que la población, entre los años 1877 y los primeros años de la década de 1910. Sin embargo, durante el periodo comprendido entre los años 1900-10 se incrementó paulatinamente la falta de lluvias. De acuerdo a datos de las “Estadísticas Económicas del Porfiriato” -las cuales se interrumpen en 1907- los últimos años de la década de 1910 se vieron caracterizados por frecuentes sequías, principalmente en el norte del país, periodo en el cual declinó la producción de maíz en casi un 50 por ciento. Al igual que en el movimiento de independencia, la revolución, en noviembre de 1910, hizo su aparición en un México azotado por la sequía, siendo las más severas en los años de 1908, 1909 y 1910. Estos continuos desastres agrícolas vinieron acompañados de la consecuente secuela de hambre, desempleo y turbulencia campesina.

Una vez consumada la revolución mexicana, los más importantes periodos de sequía del siglo XX ocurrieron en los años 1948-54, 1960-64, 1970-78 y 1993-96. Las décadas de 1950 y 1960 fueron relativamente húmedas, especialmente en la parte central de México, aunque la sequía de la primera mitad de la década de 1950 en el norte del país fue de las más severas desde mediados del siglo XIX. Por el contrario, las décadas de 1970 y 1980 fueron particularmente secas, con reducidas cosechas. Al inicio de la década de 1990 se presentaron condiciones húmedas en la mayor parte del país. De manera particular, en año de 1979 la ausencia de lluvias ocasionó la destrucción de aproximadamente el 20 por ciento del área total plantada en México, siendo las pérdidas en una porción significativa de la parte central y norte del país; el periodo de 1987-92 se produjo en el sureste de los Estados Unidos y el norte mexicano una de las peores sequías del siglo XX; y el año de 1998 fue crítico en casi todo el territorio nacional en lo que respecta a sequías, ondas de calor e incendios forestales.

En general, la producción agrícola en el país se ha deteriorado a partir de la década de 1960, y durante estos años se empezaron a incrementar significativamente las importaciones de maíz. Desde la década de 1970, México se transformó en un importador neto de grano, alcanzando un total de 20 a 25 por ciento del suministro necesario durante a década de 1980. La explotación de agua subterránea para el uso agrícola empezó en la década de 1950, con la invención de las bombas centrífugas, pero aun después del reparto agrario, los campesinos que no tienen acceso a riego siguen y seguirán estando a merced de las sequías, como en las décadas y siglos pasados. La única diferencia, en comparación con siglos anteriores, es que en la mayor parte del siglo XX el gobierno federal tomó la responsabilidad de alimentar a la

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población cuando fue necesario y de responder a emergencias cuando había sequía en alguna región del país. En el campo, sin embargo, la situación no ha cambiado cuando hay sequías. No hay hambre generalizada pero hay desempleo, migraciones a las ciudades del país y a los Estados Unidos, destrucción de los núcleos familiares campesinos, y miseria. Aunque México ya no experimenta las hambrunas de siglos pasados, aproximadamente una quinta parte de la población más vulnerable del país pasa hambre o está desnutrida.

Desafortunadamente en los últimos años la capacidad de los sistemas de riego para producir alimentos -especialmente cuando las lluvias son escasas- se está viendo amenazada. Debido al suministro insuficiente de agua superficial -ríos y presas- se está presentando un abatimiento continuo de los niveles del agua subterránea, generalmente no renovable; también hay intrusión salina generalizada de los mantos acuíferos costeros en el noroeste del país. Hoy en día 50 por ciento del agua subterránea que se extrae proviene de acuíferos sobreexplotados que deberían ser considerados reserva estratégica. Pero hay un nuevo factor que hay que incluir: dentro de las mayores amenazas a la seguridad nacional están los efectos causados al medio ambiente por el cambio climático global, cuyo impacto en México afectará la disponibilidad de los por sí ya escasos recursos hídricos.

Los modelos pronostican claramente que el país será más árido como consecuencia del calentamiento global y que la sequía ya debía de haber iniciado. De acuerdo a datos instrumentales, de temperatura, y del Índice de Severidad de la Sequía de Palmer, se ha identificado una continua y severa sequía en México -“La Sequía Temprana del Siglo XXI”- que empezó en 1994, y cuyos efectos de empezaron a sentir en el oeste de los Estados Unidos en 1999. Por el momento, es probable que este proceso se vea enmascarado por la variabilidad natural del océano y la atmósfera, pero eventualmente se hará más tangible la falta de lluvias, un clima más seco, y cambios en el régimen de precipitación pluvial en la mayor parte del territorio nacional, alterando significativamente la futura disponibilidad de los recursos hidráulicos.

Lo que ahora se está presentando es un problema indiscutiblemente diferente, de dimensiones que es necesario estudiar y de consecuencias que debemos anticipar: la escasez de agua se está desplazando del campo a la ciudad, con impactos económicos y sociales cuyas consecuencias aún no se hacen evidentes. El problema en el pasado era la sequía y su secuela de falta de alimentos y turbulencia social; el problema que viene será el de la carencia de agua, con implicaciones no solo para las actividades agropecuarias, sino también para las actividades industriales y de consumo humano en las ciudades. Hay aproximadamente medio centenar de ciudades en el país con problemas crecientes de disponibilidad de agua, algunas de ellas con infraestructura hidráulica emergente de apoyo, pero ninguna con un proyecto realmente factible de gestión sustentable.

Aunque los problemas de agua en los centros urbanos son muchas veces ocasionados por la administración disfuncional del recurso, generalmente se reacciona hasta que las dificultades se presentan, pero entonces podría ser demasiado tarde. Una vez presente la primera crisis de disponibilidad de agua en las ciudades se podría perder la confianza en ellas, alejándose como consecuencia las inversiones y el crecimiento económico. Bajo las nuevas condiciones que se están gestando -demanda creciente, oferta limitada, contaminación del agua generalizada- no será crítica la carencia de alimentos sino la falta de agua. Lo que entonces probablemente seguirá serán tensiones entre los diferentes grupos contendientes por el recurso, disputas políticas, incumplimiento de acuerdos y probablemente agresiones. Una vez alteradas las actividades productivas aparecerá eventualmente la inestabilidad social.