san pablo y su obra (estudiantes)

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Escritos Paulinos y Cartas Católicas PABLO, SU VIDA, SU OBRA Y SU INFLUENCIA, 1. INTRODUCCIÓN Comencemos diciendo que la vida de san Pablo es la mejor conocida respecto a las de otros personajes del NT, incluido Jesús 1 . La crítica y la tradición creen saber quién era, dónde nació, qué carácter tenía, cuáles fueron las etapas fundamentales de su vida y a qué fechas corresponden, qué cartas escribió y a quiénes las dirigió e incluso cuál es el contenido y la intención de aquellas cartas. No obstante este optimismo, siguen habiendo discusiones sobre la autenticidad de algunas de sus cartas y sobre algunos puntos de su doctrina. De todos modos, estas discusiones se mueven dentro de un marco de consenso que no tenemos con otros personajes bíblicos o de la historia mundial. En realidad, la vida apostólica de Pablo es mucho más larga de los tres años en los cuales se desarrolló la de Jesús. Su continuo movimiento comporta también mayores puntos de referencia, de manera que su actividad tiene más “ganchos” histórico–geográficos. Hay tres datos que debemos tener en cuenta para una mejor comprensión de San Pablo. A) La persona histórica Pablo de Tarso, considerado, junto a Jesús de Nazaret, clave para la comprensión del cristianismo como fenómeno religioso. Nadie como él ha ayudado de forma tan determinante a la comunidad cristiana a identificar su núcleo irrenunciable y a identificarse frente al judaísmo en el que nació. Ahora bien, sin poner en duda que todo intento de aproximación al cristianismo ha de pasar por Pablo, no se debe admitir que desde él, en exclusiva, logremos llegar a la esencia del hecho cristiano; utilizaríamos un canon dentro del canon; convertiríamos a Pablo, o mejor, su obra 1 En el caso de Jesús, que no dejó ningún documento escrito, lo que sabemos de él remonta a través de los evangelios hasta la tradición oral de la comunidad pospascual y está tan profundamente identificado con el testimonio de fe, que relato histórico y expresión de fe de la primitiva cristiandad a menudo no pueden distinguirse con seguridad. Por esto nuestro conocimiento del Jesús histórico es mucho más inseguro y fragmentario. Con todo, llama la atención que, a excepción de la literatura cristiana, no tenemos más fuentes, ni judías ni paganas sobre Pablo. Pablo, su vida, su obra y su influencia; Introducción 1

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Teología

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Escritos Paulinos y Cartas Católicas

PABLO, SU VIDA, SU OBRA Y SU INFLUENCIA,

1. INTRODUCCIÓN

Comencemos diciendo que la vida de san Pablo es la mejor conocida respecto a las de otros personajes del NT, incluido Jesús1. La crítica y la tradición creen saber quién era, dónde nació, qué carácter tenía, cuáles fueron las etapas fundamentales de su vida y a qué fechas corresponden, qué cartas escribió y a quiénes las dirigió e incluso cuál es el contenido y la intención de aquellas cartas. No obstante este optimismo, siguen habiendo discusiones sobre la autenticidad de algunas de sus cartas y sobre algunos puntos de su doctrina. De todos modos, estas discusiones se mueven dentro de un marco de consenso que no tenemos con otros personajes bíblicos o de la historia mundial.

En realidad, la vida apostólica de Pablo es mucho más larga de los tres años en los cuales se desarrolló la de Jesús. Su continuo movimiento comporta también mayores puntos de referencia, de manera que su actividad tiene más “ganchos” histórico–geográficos.

Hay tres datos que debemos tener en cuenta para una mejor comprensión de San Pablo.

A) La persona histórica Pablo de Tarso, considerado, junto a Jesús de Nazaret, clave para la comprensión del cristianismo como fenómeno religioso. Nadie como él ha ayudado de forma tan determinante a la comunidad cristiana a identificar su núcleo irrenunciable y a identificarse frente al judaísmo en el que nació. Ahora bien, sin poner en duda que todo intento de aproximación al cristianismo ha de pasar por Pablo, no se debe admitir que desde él, en exclusiva, logremos llegar a la esencia del hecho cristiano; utilizaríamos un canon dentro del canon; convertiríamos a Pablo, o mejor, su obra escrita, en medida y norma del NT. Eso sí, el mismo hecho de que se haya pretendido identificar cristianismo con paulinismo confirma la trascendencia de la figura histórica de Pablo.

B) Su obra histórica abrió el mensaje de Jesús de Nazaret al universo de su tiempo. Es cierto que cuando Pablo se agregó a la comunidad cristiana, ésta ya estaba organizada en torno a unos hombres y dotada de una tradición. Pero a nadie como a él debe la iglesia de su tiempo una tan rápida expansión; a nadie como él debe la iglesia de todos los tiempos su conciencia de universalidad. Se convirtió en su pensador teórico más profundo y fue su obra y pensamiento lo que ayudó en las primeras comunidades a crear la conciencia de una necesaria apertura al mundo entonces conocido para hacerlo oyente del evangelio.

C) Sus cartas, que son los documentos escritos más antiguos del cristianismo. Son documentos ocasionales (mal hacemos al interpretarlas olvidando este “detalle”), ligados a una época concreta y muy primitiva. Estos escritos nos permiten conocer las ocupaciones y preocupaciones de los cristianos de los años cincuenta. El esfuerzo de profundización

1 En el caso de Jesús, que no dejó ningún documento escrito, lo que sabemos de él remonta a través de los evangelios hasta la tradición oral de la comunidad pospascual y está tan profundamente identificado con el testimonio de fe, que relato histórico y expresión de fe de la primitiva cristiandad a menudo no pueden distinguirse con seguridad. Por esto nuestro conocimiento del Jesús histórico es mucho más inseguro y fragmentario. Con todo, llama la atención que, a excepción de la literatura cristiana, no tenemos más fuentes, ni judías ni paganas sobre Pablo.

Pablo, su vida, su obra y su influencia; Introducción 1

Escritos Paulinos y Cartas Católicas

en el mensaje transmitido por estas cartas para responder a nuevos retos, son todo un ejemplo de vitalidad cristiana.

La vida de Pablo no está libre de complejidad. Sus nexos con el sector judaizante del cristianismo fueron todo menos amistosos. Encontró hostilidad entre su propia gente, pero también mucho recelo en la propia comunidad eclesial. Y ello no se limita al momento histórico en el que le tocó vivir. En realidad, la tradición cristiana no ha cesado de hurgar en su personalidad, llegando incluso a deformarla. Una muestra de ello es cómo unos descubren en él signos claros de intransigencia, mientras otros lo erigen como símbolo de la tolerancia. Pablo fue lo que fue, y no es bueno encasillarlo sino tratar de conocerlo así como fue, con sus luces y sus sombras. Entonces, ¿cómo conocerlo mejor?

1.1 EL PROBLEMA DE LAS FUENTES

A primera vista, podría impresionar la cantidad y calidad de los datos que sobre el apóstol se acumulan en el NT. Hch incluye un largo y minucioso relato de la actividad misionera de Pablo, de sus viajes y de su predicación, que ocupa más de la mitad de la obra. De los restantes 26 libros que componen el NT, 13 han sido atribuidos tradicionalmente a Pablo, hecho que parecería convertirlos en documentos históricos de primera mano. Todos estos datos los podemos enlazar con la documentación de una época de la historia antigua bastante bien conocida: la del Mediterráneo durante el s. I d.C. y parecería estar todo solucionado.

Pero si atendemos a los tipos de fuentes de las que hemos hablado, veremos que nos ofrecen imágenes de Pablo un tanto distintas, así como de su situación dentro de las comunidades del cristianismo naciente. Aisladas se nos presentan como verosímiles y homogéneas (así, p.ej. en Hch es fácil “seguir” al apóstol en sus “tres viajes misioneros”), pero que resultan irreconciliables si se comparan estas fuentes entre sí. Por tanto, antes de utilizarlas indiscriminadamente, es necesario enjuiciar el valor de cada fuente, ubicarla dentro de su contexto y su finalidad para no ser injustos o ingenuos con el apóstol.

Los Hechos de los Apóstoles

Los Hechos de los apóstoles proporcionan un relato del ministerio paulino en secuencia narrativa que, a veces (Hch 18,12), puede ligarse a acontecimientos testimoniados en fuentes extracristianas. Pero sabemos que su autor vivió en una época en que las cuestiones debatidas durante la vida de Pablo ya habían desaparecido y resultaban incomprensibles. Su entusiasmo por Pablo es el de un descendiente distanciado, no el de un estrecho compañero de misión: su obra esta escrita según los criterios de la historiografía de su tiempo que hacía primar la capacidad de composición del redactor sobre la verdad desnuda de los hechos narrados.2

2 Naturalmente Lucas no aplica los métodos y los principios de examen y selección propios de la crítica, que sólo en la moderna historiografía se han desarrollado. Para Lucas (llamémosle así al autor de

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En los Hechos de los apóstoles la figura de Pablo sirve para legitimar el lugar histórico de las comunidades helenísticas de finales del siglo entroncándolas, mediante la misión paulina, con los orígenes judeocristianos del cristianismo. La vida de Pablo y su obra son narradas por Lucas de forma consistente con su propio proyecto editorial; Pablo es más que una persona real, un personaje fundamental en la crónica del proyecto de Dios. El autor ha inserido a Pablo en el cuadro de su visión histórico–salvífica, presentándolo como el portador del evangelio hasta los extremos del mundo en perfecta armonía con los apóstoles de Jerusalén. Ahora bien, puesto que su autor trabajaba con materiales tradicionales (Lc 1,1-4; Hch 1,1–2), los Hechos pueden ser utilizados con cautela, aunque sin un escepticismo exagerado, se trata, sin duda, de una fuente realmente insustituible, pero estructurada de tal modo que en casos de conflicto, por ejemplo, debe retroceder ante el testimonio de las cartas que proceden indiscutiblemente del propio Pablo3. Por un lado, los datos de Lucas presentan una serie de detalles (nombres de personas, de lugar, acontecimientos, circunstancias) imposibles de inventar y que encajan perfectamente con los datos que se pueden extraer de las cartas paulinas. Por el otro lado, los Hechos de los Apóstoles se coloca como una fuente secundaria; obra de un paulinista del último cuarto del siglo I. Existe siempre la tentación de querer rellenar los datos faltantes el la vida de Pablo con el libro de Hechos. Pero para una exégesis crítica no resulta suficiente el principio de hacer “concordar” los datos aportados por las cartas con los aportados por el libro de Hechos o de “completar” los unos con los otros.

La contribución del autor consiste en la manera como no sólo transmite, sino también reproduce la tradición; en la forma como, para sensibilizar los hechos, traza escenas y cuadros modélicos, reagrupando así en un todo la multiplicidad de elementos y mostrando el “sentido unitario” de los acontecimientos. Es incuestionable que, al hacer esto, él reelabora tradiciones que le son de algún modo accesibles, y, por lo tanto –con la debida cautela– estos datos pueden ser utilizados, sin un escepticismo exagerado.

Pablo visto por Hechos de los Apóstoles y por Pablo mismo

Sobresalen de una manera especial en todo el libro de los discursos, numerosos –y algunos de ellos extensos– que desarrollan las verdades fundamentales del mensaje cristiano ante judíos o paganos, ante las masas o ante las autoridades. Hoy, gracias a los ricos materiales procedentes de la historiografía antigua, queda fuera de toda duda que esos discursos no son meras reproducciones y ni siquiera resúmenes de discursos realmente pronunciados, sino piezas compuestas por el autor de Hechos insertadas en los momentos culminantes o en las transiciones de su obra, sin que haya tenido el más mínimo interés por diferenciar la personalidad de los respectivos oradores, llámense Pedro o Pablo o de cualquier otra forma. Lucas se muestra así “historiador” en el sentido que esa palabra tenía en su tiempo. Justamente por eso no puede pasar como testigo auténtico, sino que más bien hay que considerarlo como un informador secundario.

La imagen de Pablo y de su historia ha sido modificada considerablemente con respecto a la que ofrecen las cartas. Lucas pinta con insistencia al cristiano y al misionero, que es

Hechos), la mera exactitud de los hechos históricos no constituye la norma a la que se ajusta.3 Ahora bien, tampoco conviene a priori preferir el relato de uno mismo al relato que dan otros sobre uno.

También uno mismo podría tener sus razones para presentarse de cierta manera o para omitir otros datos. Encerrarse en la cuestión del ‘Pablo real’, es perder de vista que un personaje literario sólo puede ser alcanzado en una narración.

Pablo, su vida, su obra y su influencia; Introducción 3

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Pablo, todavía como un fariseo convencido, que permanece fiel a la fe de sus padres y a la fe en la resurrección de los muertos. Muy distinto se nos presenta el auténtico Pablo, el cual, como queda claro, sobre todo en Flp, abandonó el celo fariseo por la justicia que procede de las obras de la ley para conseguir la salvación sólo en Cristo (3,5–11).

Por otro lado, Lucas no llama “apóstol” a Pablo, pues el apostolado es comprendido como una institución que, ligada a Jerusalén en su calidad de iglesia madre, remonta al Jesús terreno y queda restringida a los 12. Pablo, sin ser apóstol, es el gran misionero de las naciones, legitimado por Jerusalén. No es así para Pablo en sus cartas.

Lucas pinta las relaciones históricas entre Pablo y Jerusalén de una forma distinta como lo hacen ante todo las cartas a los gálatas y a los romanos.

Basten estos pocos ejemplos para ver cómo tentemos que acercarnos con cautela a los datos de Hch si queremos de allí sacar conclusiones históricas. Tampoco podemos, de aquí, cuestionar de un modo absoluto y general el valor histórico de Hch. Sin duda que Lucas utilizó también cantidad de noticias dignas de crédito y ninguna presentación de Pablo puede renunciar a ellas. Es posible que, siguiendo las costumbres de otros muchos historiadores de la antigüedad, Lucas visitase también las principales comunidades fundadas por Pablo, o bien llegase a conocer por medio de otros las historias que sobre él circulaban. Incluso es muy posible que haya echado mano de notas redactadas por un autor desconocido.

Las cartas, fuente primaria

Es lógico, pues, que las cartas paulinas han de considerarse como fuente principal, por más que sigan mereciendo serias reservas. En primer lugar, no todas las cartas canónicas atribuidas al apóstol pueden considerarse auténticas; aunque existe cierto consenso general entre los investigadores en aceptar como tales 1 Tes, Gal, 1 Cor, 2 Cor, Rom, Flp, Flm. Al tener que considerar seudónimas casi la mitad de las cartas recibidas tradicionalmente como paulinas, estamos renunciando a entender al apóstol desde las situaciones históricas y la problemática teológica que esas cartas atestiguan.4

En consecuencia, y es sólo un ejemplo, la imagen un tanto novedosa de Pablo que las llamadas cartas pastorales nos ofrecen, al presentarlo como un hombre de la tradición, preocupado por la organización y gobierno de las comunidades, no debe tomarse en consideración. La situación resulta más difícil de dilucidar en lo que se refiere a cartas como la 2 Tes, Ef y Col, para las que no se ha logrado un acuerdo sobre su paternidad paulina; por su contenido teológico, el juicio sobre su autenticidad influye notablemente en la identificación del pensamiento paulino.

Como sea que se dilucide la cuestión, estos otros seis escritos –Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo y Tito– son atribuidos, en el peor de los casos, a profundos conocedores del apóstol. Sólo en la Carta a los Hebreos queda como cuestión abierta la de su cercanía al área paulina.

4 Podríamos comparar p.ej.Col 3,1 que habla del creyente como alguien ya resucitado con Cristo con Rom 6,5, dónde Pablo habla de la participación en la resurrección de Cristo como un acontecimiento futuro.

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Escritos Paulinos y Cartas Católicas

Para nosotros la conclusión es clara: intentaremos presentar la figura de Pablo, tomando como fuente primaria lo que Pablo mismo dice en sus cartas y subordinando el resto, incluso el libro de los Hechos, a esa aportación directa del apóstol.

Pero en esto hay que tener en cuenta que las cartas de Pablo no fueron pensadas como confesiones autobiográficas, sino fueron escritas en medio de la actividad misionera del apóstol. Esto nos deja con el inconveniente de que las noticias que nos vienen de esta fuente son demasiado escasas y demasiado fragmentarias para lo que uno quisiera saber. Es decir, las cartas, en cuanto escritos ocasionales, dejan muchos vacíos, sobre todo en lo que respecta a la última parte de la existencia del apóstol (datos reportados sólo en Hechos de los Apóstoles y en algunas fuentes cristianas todavía más tardías). Si tomamos en cuenta que estas cartas fueron escritas en medio de la actividad misionera, sólo transmiten datos aislados de la vida de su autor, en contextos generalmente polémicos. Fueron escritos para llenar el vacío de la comunicación directa, acomodados más a las necesidades de las comunidades que a los deseos y planteamientos de Pablo. Ciertamente, sus cartas no son una autobiografía y, por su propia naturaleza, el epistolario paulino no ofrece un relato continuado de su vida, ni de parte siquiera de ella; ni permite establecer con seguridad los sucesos que narra dentro de la historia contemporánea. En consecuencia, y aun siendo fuentes primarias, sólo permiten una reconstrucción fragmentaria de la vida de Pablo.

Con todo, toda otra información sobre Pablo, proveniente de otro origen, deberá ser calibrada teniendo lo que él escribe en sus cartas.

1.2 MARCO CRONOLÓGICO

No hay en el NT indicación alguna sobre el año de nacimiento y muerte del apóstol. Pablo tuvo que nacer a principios de la era cristiana, se hizo cristiano poco después de la muerte de Jesús; y debió morir ya entrados los sesenta, concretamente, y según una tradición muy antigua (1 Clem 5), el 64, el año del incendio de Roma. Su etapa propiamente misionera abarcó sus veinte o veinticinco últimos años; de éstos, los diez finales fueron la etapa más creativa de su actividad que aconteció durante el gobierno imperial de Nerón (54–68 d.C.).5

Podemos decir que, a pesar de los valiosos intentos de reconstrucción de los hechos más sobresalientes de la vida de Pablo, la cronología paulina es todavía una cuestión abierta a la discusión. La opinión más común pone la conversión de Pablo hacia el año 35; el apóstol debería rondar los treinta años. La visita primera a Jerusalén, tres años más tarde; un período de catorce años de inserción en el cristianismo judeohelenista de las comunidades de la provincia romana de Siria (Tarso, Antioquía) hasta llegar a la asamblea de Jerusalén en el 48/49.

No existe modo de asegurar si el llamado primer viaje misionero tiene que ser puesto antes o después de la reunión en Jerusalén. La primera evangelización europea, el segundo

5 Quien busque una datación más exacta tendrá que aceptar el hecho de que no es suficiente la información de que se dispone. El NT tiene algunas alusiones –sea en las cartas, sea en Hch– que permiten aproximar algunas fechas, pero nada más.

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viaje6, transcurrió durante los años 49/52, teniéndose que datar la estancia en Corinto en el 517. El período efesino, básicamente el tercer viaje8, le ocuparía del 52–56; en una primera etapa, de casi tres años, Pablo permaneció en Éfeso (Hch 19,8.10; 20,31). Después, estuvo ocupado en viajar por Macedonia y Acaya promoviendo la colecta9; en Corinto permaneció tres meses en el año 5610. Ese es el año en el que ocurre el viaje a Jerusalén11, el arresto y la prisión, primero en Jerusalén y después en Cesarea, donde permanecería durante los años 57–5812. Tras apelar al César13 es conducido a Roma por mar, adonde tras un viaje largo y accidentado, llega en el año 59 o 60; después de pasara un bienio de detención en Roma14, muere ejecutado el año 62 o 64.

2. PERFIL DE LA VIDA DE SAN PABLO

Como hemos dicho con anterioridad, aunque Pablo sea –en palabras de Bultmann– “la figura más asequible del cristianismo primitivo”, y aunque tengamos tanto material que nos da noticias de él (tanto propio como escrito por otros), las fuentes a disposición ni son suficientes, ni son del todo seguras, desde el punto de vista crítico, en orden a reconstruir una biografía paulina.

2.1 ORÍGENES

Pablo, judío de la tribu de Benjamín y ciudadano romano, nació en Tarso de Cilicia, en una familia de fieles observantes de la Ley.

Ciudad natal

Pablo nació no muchos años después de Jesús en Tarso de Cilicia, en la actual Turquía sur–oriental, probablemente en el año 5 de nuestra era. Por más que Pablo no lo dice en sus cartas, los estudiosos están de acuerdo con este dato de Hechos (9,11.30; 21,39; 22,3)15. Tarso: Uno de los puertos helenísticos más importantes del Mediterráneo, con libertad, inmunidad y derecho de ciudadanía concedidos por Marco Antonio y confirmados por Augusto. En realidad la ciudad estaba construida cerca del mar y disponía del puerto en el río Cidno. La ciudad contaba con unos 300 000 habitantes de las procedencias más variadas. Lugar abierto a las civilizaciones griega y romana, muy cosmopolita y conocido centro de cultura, filosofía y enseñanza. Si en las escuelas de Atenas y Alejandría la mayoría de los estudiantes eran extranjeros, en Tarso la mayor parte eran de la misma provincia de Cilicia. Eso da idea del nivel cultural de la población. Tarso fue la patria de no pocos filósofos estoicos.

6 Hch 15,36–18,22.7 Hch 19,12–22.8 Hch 19,8–20,15.9 Hch 19,21; 1 Cor 16,5.10 Hch 20,3; cf. Rom 15,25.11 Hch 20,16; 21,1–18.12 Hch 23,11–24,27.13 Hch 25,10–12; 26,32.14 Hch 28,30.15 Aunque el mismo Jerónimo sitúa su ciudad natal en Giscala, Judea y dice que poco después emigró a Tarso. Est

idea la retoma Feneberg recientemente.

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Pablo es, pues un judío de la diáspora, un hombre con tres patrias, un cosmopolita. El judaísmo fue su hogar religioso; el helenismo, su mundo cultural; el imperio romano, su contexto social y político. Este hecho es de suma importancia para entender su persona y su personalidad.

Judío de la diáspora

Su genealogía (“de la tribu de Benjamín”) y su rápida adscripción a la Ley (“circuncidado a los 8 días”) constan por Flp 3,5. El hecho de que esto último ocurriera en la diáspora, implica una fuerte adhesión a la Ley por parte de los padres de Pablo, pues en la diáspora muchos judíos, por consideraciones sociales, retrasaban la circuncisión de sus hijos o renunciaban a ella; por otra parte, aun en Palestina, eran pocos los que podían aportar una genealogía que les adscribiera a una de las 12 tribus.

La diáspora: Se calcula que Palestina contaba en aquél entonces con 2 millones de judíos; en el imperio romano se calculan en 4 millones los judíos fuera de Palestina. Prácticamente estaban presentes en todas las ciudades importantes de la cuenca mediterránea. Parece que en Alejandría llegó a haber un judío por cada ocho paganos. Incluso a Roma llegaron los judíos antes de que Judea fuera integrada en el imperio en el año 63 a.C. y llegaron a haber unos 60 000 judíos, casi tantos como en la misma Jerusalén.

Desde el punto de vista jurídico, los judíos de la diáspora gozaban de una amplia autonomía interna desde tiempos de Julio César e incluso antes, desde tiempos de los dominadores griegos. Como estaba reconocida su religión, quedaban dispensados de los cultos a la ciudad y a Roma. Estaban también exentos del servicio militar. Podían enviar a Jerusalén la ofrenda del didracma para el templo. La comunidad judía tenía su propia organización y sus propios tribunales que juzgaban según la Ley de Moisés. Por eso Pablo se escandalizaba de que los cristianos de Corinto apelasen a los tribunales paganos (1 Cor 6,1–11). Estos privilegios provocaban envidias y rivalidades, pero a pesar de los desprecios, los judíos conocieron en el conjunto del imperio romano, un estado general de prosperidad.

Frente al judaísmo palestinense, el de la diáspora se caracterizaba por su apertura al mundo grecorromano, cuya lengua franca, el griego coiné, había adoptado.

El judaísmo tenía una fuerza proselitista y seductora que, aunque les pesara, lo reconocían –siempre en son de burla– autores paganos (Estrabón, Suetonio, Séneca, Tácito, Horacio entre otros). Este proselitismo fue un hecho de gran importancia

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para el naciente cristianismo, pues ya le eran conocidas sus tácticas de misión y de allí tomaron inspiración para la primera evangelización. No es de extrañar, pues, que hayan encontrado entre los prosélitos las primeras conversiones (Hch 13,43.50; 16,14; 17,4.17; 19,7.13).

El judaísmo de la diáspora solía ser más “liberal” que el de Palestina, el cual se atenía estrictamente a la ley. En el ámbito de la misión judía entre paganos y por lo que se refiere a la cuestión de la circuncisión, existían dos tendencias bien diferenciadas –la de la diáspora y la de Jerusalén– que contendían mutuamente. En este trasfondo se puede comprender todo el significado que tiene el hecho de que el judío de la diáspora Pablo, siguiendo tal vez ya una tradición familiar, se integrase en la corriente farisaica, o sea, la más estricta, la más ajustada a la ley. No es de extrañar que él mismo diga que aventajaba a otros muchos coetáneos suyos, como partidario que era de las tradiciones heredadas de los antepasados. Así podemos hacernos una idea de cómo su fanatismo por la ley se trastoca en un mensaje fuerte sobre la justificación que alcanza a todos y que deriva no de las obras de la ley, sino de la sola fe.

Doble nombre

El nombre de Saúl, transformado en Saulo, consta sólo en Hch16 y encaja perfectamente en un judío de la tribu de Benjamín (a la que pertenecía Saúl), nacido en una familia observante. En las cartas sólo aparece el nombre Paulos. El doble nombre (muchas veces uno de origen semita y otro de origen del país de residencia; en nuestro caso Saulo–Pablo) no es inusual en la época y puede derivarse de un intercambio por asonancia para adecuarse mejor al ambiente no judío17. Es una opinión errónea –aunque muy extendida– la de que él tomó el nombre griego sólo a partir de su conversión, de una forma semejante a como los que entran en determinadas órdenes religiosas cambian su nombre civil por otro religioso. Recordemos que Pablo era un ciudadano romano bien romano y con este nombre se designa a sí mismo en sus cartas.

Ciudadano romano

A pesar de que el testimonio no proviene de las cartas auténticas (lo tenemos, además de Hch, en 2 Tim 1,17 y 1 Clem V 7), ningún historiador niega la cautividad de Pablo en Roma, después de la de Jerusalén. Ese “salto” no se hubiera podido dar si Pablo no hubiese sido ciudadano romano. Hch 22,25–29 dice que Pablo tenía esta ciudadanía desde el nacimiento. 16 Saúl: 9,4–17; 22,7.13; 26,14; Saulo: 7,58; 8,1.3; 9,1–8; etc.17 Paulos es la forma griega del latín Paulus, contracción de paululus = pequeñito. Lucas no presenta este nombre

como fruto de la conversión sino como uno que ya tenía. El nombre Saulo, que en hebreo significa “invocado; deseado”, se encuentra raramente entre los judíos de la diáspora. Más bien remite a un ambiente judío tradicional. Según E. Cothenet (Cuadernillos Bíblicos), y también Bartolomé (Pablo de Tarso), “Saulo sonaba mal; el adjetivo saulos se aplicaba a los individuos de tipo afeminado. Se comprende entonces que, en sus relaciones con el mundo grecorromano, el joven judío de Tarso se hiciera llamar Pablo” (esta versión es poco comentada por otros comentaristas de Pablo). Otros casos de dobles nombres: José, llamado Justo; Juan, llamado Marcos; Josefo, llamado Flavio.

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Eso es ciertamente posible, ya que la ciudad de donde provenía tenía estatuto de ciudad libre. Pero quiere decir algo más que el “hecho material” de haber nacido allí. Quiere decir que sus padres no fueron considerados ni como transeúntes (peregrini), ni como extranjeros (advenae), sino como ciudadanos (civis) censados, que pagan su contribución. Quiere decir que debieron de tener cierta categoría social y, probablemente, algún negocio. Un dato que podría ser confirmado por el oficio de artesano textil, tejedor de lona o fabricante de tiendas, que ejerció durante su vida (1 Cor 9,13–15; 2 Cor 11,9; 1 Tes 2,9; 4,11). El trabajo manual, al que todo rabino judío estaba obligado18, era ocupación de clases medias en ambientes judíos; en el mundo grecorromano era, en cambio, habitual menospreciar a cuantos ejercían oficios manuales.

Nada sabemos, con seguridad, sobre su estado civil. Lucas guarda silencio; sólo de pasada se refiere a la existencia de una hermana en Jerusalén (Hch 23,16). Pablo apenas alude vagamente a ello dos veces en sus cartas: 1 Cor 7,8 exhorta a vivir libres del matrimonio, proponiéndose como ejemplo; y en 1 Cor 9,5 reivindica para sí el mismo derecho de Pedro a vivir, el apóstol y su esposa, a expensas de la comunidad, aunque dice haber renunciado a ellos. Célibe, viudo, o separado, el caso es que cuando escribía a los corintios, mediados los cincuenta, no estaba ligado a ninguna mujer. Esta situación personal, piensa alguno, pudiera contribuir no poco a explicar su toma de posición respecto al matrimonio, al celibato y al sexo, algo que, además de excesivo, no se compagina con la familiaridad que mantuvo con mujeres cristianas durante sus misiones.

2.2 LA JUVENTUD DE PABLO

Se discute sobre los eventuales estudios de Pablo en Jerusalén.

A favor de la educación de Pablo en Jerusalén tenemos Hch (22,3), que habla en términos técnicos de una enseñanza primaria y una enseñanza superior de Pablo en Jerusalén, a los pies del célebre Gamaliel.

También le es favorable el título de “fariseo” que Pablo mismo se da en Flp 3,5, pues no consta que hubiera grupos fariseos en la diáspora. Muchos autores –críticos en tantos otros puntos– aceptan la propuesta de un Pablo “crecido en Jerusalén”.

Habría que preguntarse si el dato de Hch no responde más bien al intento de engrandecer al personaje y de “jerosolimizarlo”, ligarlo a la Ciudad Santa, como lo hace Lucas en otras ocasiones.

18 En las llamadas citas de los padres (judíos), Abbot, dice: “Todo estudio de la ley que no vaya acompañado de una profesión acaba cesando y arrastrando al pecado.”

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En contra de esta tesis tendríamos varias dificultades:

a) Pablo muestra un profundo conocimiento de la lengua y las costumbres griegas, incluso una cierta familiaridad con las convenciones retóricas; los paralelismos con los métodos rabínicos parecen mucho más difíciles de demostrar19.

b) Su Biblia es, evidentemente, la traducción griega de los Setenta.

c) Una larga estancia en Jerusalén, realizando estudios primarios y superiores (de rabinismo), habría comportado conocer a Cristo durante su ministerio o recibir algún impacto directo de su pasión. Pero sólo dice, y por tres veces: “Perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15,9; Gál 1,13; Flp 3,6). Si hubiese tenido cualquier tipo de relación personal con Jesús, no habría desaprovechado estas tres ocasiones para decirlo.

d) La frase de Gál 1,22, “personalmente no era conocido por las iglesias de Judea”, es poco compatible con la realidad de una persona que “entraba por las casas, arrastrando hombres y mujeres y metiéndolos en la cárcel” (Hch 8,3).

e) Podría aducirse una quinta razón, la de ese afán por “competir en el judaísmo” (en el sentido de “mantener la identidad judía”). Esto es típico de jóvenes de la diáspora, donde las “tradiciones de los Padres” no son sostenidas por toda la sociedad y hasta se duda de si lo son en el seno de la familia.

Todas estas razones han llevado a muchos estudiosos a pensar que en realidad el apóstol no estudió en Jerusalén, sin excluir que la hubiera visitado. Otros, en cambio, dicen que podemos deducir que pasó ciertamente sus primeros años en la diáspora, pero que luego debió de marchar a Palestina para unirse a la comunidad de los fariseos20 Así pues, vemos que la cuestión de su estancia en Jerusalén sigue abierta.

Lo que sí podemos decir con certeza es que Pablo tuvo una buena formación helenística. Es muy probable que, aunque su lengua materna fuera el griego, hablara arameo o hebreo o ambos (cf. Hch 22,2; además, la Escritura era materia de estudio obligado a partir de los cinco años [Abbot 5,21]).

2.3 PABLO, EL PERSEGUIDOR CONVERTIDO

Pablo persiguió a la Iglesia de Dios por celo de la Ley de Mosiés. En Damasco (o: en el camino21), por una experiencia extraordinaria de Jesús resucitado, Pablo se convirtió en apóstol de los gentiles.

19 Más que las maneras de la exégesis rabínica “profesional”, descubrimos en él la fidelidad de uno que no ha faltado ningún sábado a la sinagoga (donde la Biblia era leída en la versión griega de los Setenta, que él utilizará normalmente).

20 Así también piensan Lohse, Feneberg, Schnelle, Longenecker y Becker.21 Si “en Damasco” o “en el camino de Damasco”, depende si se toma la versión de Hechos (9,3; 22,6; 26,12) o la

del mismo Pablo en Gálatas (1,17). Según la segunda, Pablo no necesariamente llegó a Damasco desde Jerusalén.

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El celo de un fariseo

La frase tres veces repetida, “perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15,9; Gál 1,13; Flp 3,6), va acompañada dos veces por la idea de celo (Gál y Flp). Este “celo” se puede explicar por la frase que lo precede en Filipenses (3,5): “según la Ley, fariseo” y por la frase siguiente: “por la justicia que da la Ley, intachable” (Flp 3,6). En Gálatas se trata de un celo por las “tradiciones paternas”. Esa preocupación le tenía que llevar a insistir aun en los detalles de la Ley más difíciles de cumplir en ambiente pagano pues en ello les iba la identidad.

Recordemos los rasgos esenciales del fariseísmo. Nacido en el s. II a.C., el fariseísmo es un movimiento laico que pretende formar una comunidad de hombres puros en el interior de Israel (parush, de donde viene fariseo, significa “separado” y se emplea frecuentemente como sinónimo de “santo” [qadosh]). En tiempos de Pablo, no contaba más que con un número limitado de miembros, agrupados en cofradías, pero ejercía una influencia cada vez mayor en la población gracias a sus doctores. Considerando que todo el pueblo estaba llamado a la santidad, los fariseos exigían la aplicación para todos de las leyes de pureza, válidas primitivamente sólo para los sacerdotes cuando ejercían sus funciones sagradas en el santuario. Eran observantes rigurosos del sábado y de las prescripciones sobre los diezmos. A diferencia de los saduceos que se atenían a la Ley escrita, los fariseos concedían mucha importancia a “las tradiciones de los padres”.

La amenaza cristiana

Pablo debió percibir el cristianismo naciente como una amenaza, una enorme “relativización de la Ley”. A él pudo haber llegado la polémica que el grupo de Esteban mantenía frente a la Ley y el Templo (Hch 6,14). Se trataba de la persecución al grupo de los helenistas, encabezados por Esteban y Felipe, que, incluso para la misma primitiva comunidad cristiana, representaban una postura enteramente revolucionaria en el modo de comprender el mensaje de Cristo, postura que entró en conflicto con la concepción que de la ley tenía el ala extrema del judaísmo y que cuestionaba las venerables tradiciones, el culto del templo y el derecho exclusivo a la salvación, reivindicado por el pueblo escogido.

Muy posiblemente una posición así había ya llegado a Damasco con una fuerte intensidad. Según Hch22 Pablo debió de llegar a Damasco con una expedición dotada con cartas del sumo sacerdote y dispuesta a reunir a todos los cristianos y llevarlos presos a Jerusalén. Según lo dicho sobre su juventud, no es necesario que haya ido de Jerusalén a Damasco.

Su conversión

La imagen tan plástica de un Pablo derribado del caballo, no debe engañarnos. La clave del relato de Hch que inspira esta imagen debe buscarse en la esfera de lo simbólico. No obstante, lo ocurrido en el camino de Damasco es el suceso clave para la comprensión de su persona y de su pensamiento. Este acontecimiento tuvo consecuencias insospechables en la vida personal del apóstol así como en la historia del primer cristianismo.

22 Hch 9,1 s.; 14,21; 22,5; 26,10.12.

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En Hechos, el autor la presenta tres veces23 y los particulares varían en cada una. La sustancia del relato está centrada en la visión extática del Resucitado y en la curación de Pablo, cegado por la luz celestial. La divergencia sobre qué ven y qué oyen los acompañantes de Pablo indican que el autor no da gran importancia a dichos compañeros; pero el hecho de relatarlo tres veces, es para ilustrar la importancia del acontecimiento. Sobre todo se sirve de él para ilustrar el giro trascendental en la historia del cristianismo primitivo personificada en Pablo: el anuncio del evangelio sale de los límites restringidos de Palestina y emprende el camino del mundo pagano.

Hay una serie de elementos simbólicos (luz fulgurante; ceguera; la recuperación de la vista después de tres días) más los diálogos que encajan en el género literario de las apariciones (“yo soy Jesús a quien tu persigues”; Ananías que –como los profetas– protesta el encargo de Dios). Todo esto hace pensar en una “elaboración redaccional” del relato. No se puede, sin embargo llegar al extremo de decir que Pablo tuvo una conversión “normal”. Pablo dice que vio a Jesús y por eso es apóstol (1 Cor 9,1 s). Es decir; que una sola experiencia le valió tanto como a “los demás apóstoles” les valieron de convivencia con el Señor, más las apariciones del Resucitado. Es probable que tras la triple versión del suceso existiera una antigua tradición. La indicación del lugar y la identificación del responsable de la comunidad así lo indican; la existencia de una comunidad judeocristiana en Damasco no encaja bien con el esquema narrativo lucano, pero es históricamente verosímil. La conversión es, pues, vista como una experiencia teofánica (aparición luminosa; seguida de curación; y el envío).

No estamos ante un puro y simple proceso de autoconciencia, sino frente a un prodigio de gracia. Estamos frente a una lectura del cambio existencial del perseguidor, hecha con los ojos de la fe por el cristianismo primitivo (y por el mismo protagonista). Según Lucas, no es que Pablo quisiera hacerse cristiano, es que no tuvo más remedio; su apostolado siguió un preciso plan divino24; además, interesaba a Lucas presentar al apóstol desde el principio en relación y dependencia de una comunidad de testigos, ya instituida y reconocida como tal.

En sus cartas Pablo no habla de ninguna aparatosa “caída” sino más bien de “haber sido alcanzado” por Cristo (Flp 3,12); que éste se le apareció –como a los otros apóstoles– pero como a un abortivo (o, como traduce Sánchez Bosch, como a un nacido fuera de tiempo; es decir, unos 6 años después de la muerte de Jesús) (1 Cor 15,8); o que Dios “que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles…” (Gál 1,15). Habla de este acontecimiento varias veces, y si decimos que son narraciones biográficas (por ser de primera mano), debemos añadir que es una biografía teológica. Más que narrar su conversión, interpreta el acontecimiento “Damasco”, aclarando su profundo significado en su vida de creyente y de misionero. Es un testimonio escrito 20 años después de lo ocurrido, así que es lógico que proyecte en él una conciencia que fue madurando en lo más vivo de una acción misionera durante 20 años25.

23 En los capítulos 9; 22 y 26.24 Como judío que era, Pablo no puede hablar de azar o de ciego destino, ya que cree en una voluntad divina que

está tras lo que acontece en la historia. 25 No cabe duda de que Pablo se refiere al acontecimiento de Damasco, interpretado por él en clave de epifanía

divina y de investidura apostólica. No pensemos en una visión ocular, sino en la manifestación de la identidad misteriosa del crucificado del Gólgota, dador de vida, vencedor de las fuerzas de la muerte.

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Ahora bien, frecuentemente se tiene la impresión de que el apóstol –presentando la aparición del Señor resucitado y exaltado, que tuvo él personalmente, como origen único y legitimación exclusiva de su vocación y de su predicación– sustituyó la tradición sobre Jesús que tenía la primitiva comunidad por su propia visión de Cristo. Estaríamos ante un fanático poco común. Pero parece no ser ésta la situación. Aunque se sitúe en igualdad de condiciones con los primeros testigos de la resurrección, no sólo reconoce lo anómalo de su experiencia (1 Cor 15,8) sino su incapacidad incluso para recibirla (1 Cor 15,9). Pablo, como buen judío, se siente llamado por Dios incluso antes de nacer, y en este caso, para ser apóstol de Cristo. Si antes ha recordado su pasado en el judaísmo, es para que conste mejor lo inexplicable del cambio; nadie, ni él mismo, lo hubiera esperado o buscado.

Y de nuevo, el mismo Pablo va a asegurar que el cambio en él no fue operado por un lento proceso de maduración, sino únicamente en virtud de la acción libre y soberana de Dios. En todo caso hay que descartar la hipótesis de que desde hacía largo tiempo se había ido fraguando en él una crisis interna, porque, ya como piadoso fariseo, se habría dado cuenta cada vez con mayor claridad de cuán podridos estaban los fundamentos de su religiosidad, y habría sufrido mucho, al sentirse cada día más incapaz de alcanzar el elevado ideal propuesto por la ley y de satisfacer sus rigurosas exigencias26. Las palabras de Pablo van en sentido opuesto. Es decir, el que se encuentra con Cristo crucificado y glorificado es un fariseo orgulloso, para quien su pertenencia al pueblo escogido, la ley de Dios y su propia justicia, constituían una razón de gloriarse, y no un hombre presa de angustias de conciencia y destrozado por su propia insuficiencia (como habría sido el caso de Lutero). A Pablo nadie le ayudó ni le preparó a tal cambio. No fue mérito suyo ni de otros sino gracia de Dios y elección (1 Cor 15,9–10). Más que convertido se sintió un llamado, el enviado de Dios a los gentiles.

En definitiva, para Pablo, Dios mismo lo ha llevado a comprender la identidad escondida de Jesús de Nazaret y le ha confiado la misión de proclamarlo en el mundo de los que están lejos y perdidos como Hijo de Dios, es decir, como único camino de salvación para todos.

Un comentario final

Pablo no representa un caso único sino uno paradigmático. Su historia tiene valor para toda la humanidad. Su “conversión” del fariseísmo a Cristo y del código de lo debido al código de lo gratuito es la última posibilidad que se le ofrece a cada individuo para que pueda estar realmente en el buen camino.

Por otro lado, estamos muy lejos del cliché de la conversión entendida en forma moralista. Pablo no era un pecador arrepentido que hubiera encontrado el sendero del bien después de

Escribiendo a la Iglesia de Corinto, no duda afirmar su autoridad apostólica colocándose en el número de los testigos privilegiados de Jesús resucitado (1 Cor 9,1; 15,8–10). Lo mismo ocurre cuando algunos misioneros judeo–helenistas han desconcertado a las iglesias de Galacia (Gál 1,1.11–12.15–16). Frente a los críticos de Filipos, él puede jactarse de sus orígenes judíos (Flp 3,4b–6), pero añade inmediatamente que precisamente estos títulos de orgullo se convirtieron en handicap, cuando descubrió una nueva escala de valores a que atenerse (3,7–9).

26 Esta idea podría provenir de una mala comprensión de Rom 7,7–25, como si se tratara de una confesión biográfica personal de Pablo, exfariseo fracasado ante la ley. Pablo no está en absoluto desesperado ante la ley, y en otras partes habla bien claramente, respecto a su pasado judío, de su conducta intachable en la justicia de la ley (Flp 3,4, s ; Gál 1,13 s). En realidad el “yo” que aparece en el capítulo séptimo no es sino el hombre sin Cristo, bajo la ley, sometido al pecado y a la muerte.

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haber recorrido los del mal; ni un agnóstico que hubiera llegado a aceptar a Dios y una visión religiosa de la realidad. Es a este hombre –lleno de celo por la causa de Dios, que había tomado en serio, como ningún otro, sus exigencias y sus promesas– al que Dios cierra el paso con la cruz, en la que Cristo muere infamemente. La suya, si se quiere hablar de conversión, fue una aceptación de Cristo, descubierto con los ojos de la fe como clave de bóveda del destino humano.

El acontecimiento de Damasco tampoco fue una experiencia privatista, sino que tiene una dimensión pública: se convirtió a Cristo convirtiéndose al mismo tiempo a la misión cristiana en el mundo.

¿Qué enseñanza nos deja para la acción pastoral y para la visión teológica la “conversión” de Pablo? ¿Qué rumbos podemos corregir? ¿Qué aciertos debemos potenciar?

2.4 LA MISIÓN

Desde su conversión Pablo se convierte en incansable misionero y de perseguidor pasa a perseguido por su fe.

Pablo fue ciertamente un predicador itinerante, aunque no pueda decirse que pasó de ciudad en ciudad en una frenética galopada. Si esto corresponde a la idea teológica del autor de Hechos, que intenta describir la “carrera” de la palabra de Dios en el mundo, su misión se presenta bajo una luz distinta en las cartas paulinas. Los viajes son solamente traslados desde un centro urbano a otro, en donde el apóstol se detiene largamente para anunciar el evangelio y echar bases sólidas a comunidades maduras y autosuficientes. En resumen, más que por los viajes la misión paulina está caracterizada por la permanencia en algunas grandes ciudades, como Filipos, Tesalónica y sobre todo Corinto y Éfeso. No hay que exagerar el influjo que las comunidades recién creadas pudieron tener en su región, dada la poca relevancia social de sus miembros y su exiguo número. En Corinto habrán habido un centenar de miembros de la comunidad, mientras que la metrópoli contaba con más de medio millón de habitantes. Pablo sembró pequeñas comunidades por las grandes ciudades y las hizo responsables del servicio misionero27. La misión de Pablo fue esencialmente urbana. Las grandes ciudades, situadas a lo largo de las calzadas romanas, eran más fácilmente alcanzables; y, además, sólo allí podía Pablo hacerse entender siempre en griego.

27 Así, Corinto no tardó en apadrinar la comunidad de Céncreas, su puerto en el oriente (Rom 16,1–2), y Éfeso, las de Colosas y Laodicea, en el valle del Lico (Col 1,7)

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Los “tres viajes” que utiliza el autor de Hch para describir la actividad misionera de Pablo son probablemente el producto del arte de composición que ordena el material según el esquema convencional de una serie de viajes. Un esquematismo más evidente todavía en el libro de Hechos es la anotación repetida de que Pablo dirigió el mensaje cristiano en primer lugar a los judíos, dirigiéndose a los paganos solamente después del rechazo de aquellos. Pero las cartas de Pablo nos permiten decir que él, desde el principio, comprendió su misión como evangelización del mundo pagano.

Después de la conversión

¿Qué hizo Pablo después de una conversión tan repentina? Entre las versiones de Lucas y de las cartas no hay una concordancia perfecta28. Como siempre es preferible seguir la versión del propio Pablo, porque nos la da de unos 20 o 25 años después de los acontecimientos, mientras que Lucas escribe 50 años después y sin mencionar sus fuentes.

Si nos quedamos con el testimonio de las cartas, después del evento de Damasco, Pablo fue a Arabia, al este del Jordán y al sud–este de Damasco, perteneciente al reino de los nabateos, no ya para meditar sino como misionero para volver luego a Damasco. Allí tuvo ya problemas, con el intendente del rey Aretas o con los judíos, según se lean Hechos (9,23–25) o 2 Corintios (11,32–33). Sólo entonces, y después de tres años, hizo una brevísima visita a Pedro29 en la ciudad santa pero probablemente no habría encontrado espacio pues pronto regresa a Cilicia y Siria (capitales: Tarso y Antioquía) (cf Gál 1,15–24). Parecen años en los que no logra encontrar “su puesto”30.

Después de dos cortas semanas, vuelve, pero esta vez a Siria y Cilicia, en la región de su país natal, por lo que podemos suponer que también estuvo en Tarso. Aunque este es un período bastante largo –al menos 14 años– no tenemos de él más que la corta información de Gál 1,21 (y, con todo, Hch 9,30). Es posible que aquí Pablo haya podido fundar con éxito una comunidad cristiana, pues la noticia de la actividad del que fuera perseguidor de los cristianos había llegado entonces también a oídos de los cristianos de Judea, para los cuales la persona

28 Sólo baste como ejemplo: Entre Hch 9,20–30; 11,19–30; 12,24–15,35 y Gál 1,13–2,14. Pablo menciona dos visitas a Jerusalén (1,18 y 2,1), mientras que Lucas cinco (9,26–28; 11,30; 12,25; 15,1.5; 18,22; 21,17–25,12). Si desconfiamos de la versión lucana de los acontecimientos, no está libre de sospecha el testimonio paulino tampoco. Las noticias de Gál están dominadas por una clara orientación apologética

29 Gál 1,18. Pablo fue a ver a Pedro porque éste era en cierto modo el representante de los Doce. Aunque no conocemos el motivo de esta visita, quizá algo más que una simple visita de cortesía, es posible que Pablo no fue para hacer un acto de sumisión ni un “catecumenado tardío” o un “cursillo” bajo la dirección de Pedro, sino para que hubiese como un reconocimiento mutuo de sus respectivas misiones. Habrá que pensar que Pablo reconocía la calidad de apóstoles de Pedro y de los Doce, y esperaba a su vez ser reconocido por ellos como apóstol. Nada se dice sobre el resultado del encuentro. Seguramente el encuentro terminó pacíficamente, aunque no sin tensión, con algunas cosas que quedaron en el aire…

30 Parece que estos primeros pasos de Pablo como misionero fueron de escasa eficacia. Después de todo, dado su pasado, no le resultaba fácil integrarse en el movimiento de Jesús. De hecho, la carta a los Gálatas (1,22) y los Hechos (9,26–30) están de acuerdo en destacar las dificultades que encontró para que lo aceptasen la iglesia de Jerusalén y las comunidades cristianas de Judea. Gracias a la iniciativa de Bernabé, éste fue aceptado por los apóstoles. Se entiende que Pablo necesitara de reflexión para reencontrar su identidad. En Tarso probablemente no había ningún cristiano. Pablo que quedó solo, aislado de la comunidad judía, separado de los otros discípulos de Jesús, pasó años procurando rehacer su teología. Tendría que revisar su interpretación de la Biblia a la luz de Jesucristo.

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Antioquía era la metrópolis del Oriente romano. Fundada en el 301 a.C. por Seleuco, rey de Siria, rivalizaba con la grandeza de Alejandría. De hecho, en el tiempo del nacimiento del cristianismo, era la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y Alejandría. Tendría unos 500,000 habitantes. La colonia judía podía alcanzar unas 40 000 personas. Así pues, Antioquía tenía que estar inevitablemente en el camino de la misión cristiana.

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de Pablo les era desconocida; en consecuencia ellos alabaron a Dios por ese cambio (Gál 1,22–24).

Antioquía

Es sólo después de haber sido introducido por Bernabé en la iglesia de Antioquía (a unos 100 km de Tarso) –con probabilidad hacia la mitad de los años 40–, y bajo su dirección y guía31 (Hch 9,1–3), que Pablo adquiere un rol importante como doctor y profeta de esta comunidad y misionero. Como en

Jerusalén, también en Antioquía fue la iniciativa de Bernabé la que abrió el camino a Pablo en la comunidad cristiana.

Dice el libro de los Hechos que la Iglesia fue fundada en Antioquía por ciertos helenistas perseguidos en tiempos de Esteban (11,19). Los primeros helenistas anunciaron a Jesús a los judíos; pero más tarde algunos anunciaron también la buena noticia a los griegos, y entonces fue cuando se produjeron conversiones de griegos. La noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y, como era de esperarse, reaccionó enviando a Bernabé. Según s. Lucas, todo sucedió pacíficamente (Hch 11,22 ss). Algo descubrió Bernabé en Antioquía que fue a traer a Pablo a Tarso. Pensaría que en Antioquía se estaba abriendo una nueva página de la historia y que Pablo tenía más condiciones que los otros para asumir esa nueva etapa. No debemos pensar sólo lo que Pablo pudo haber aportado a esta comunidad, sino también a la inversa, Pablo, que hasta ahora había misionado por su cuenta, sin un ambiente comunitario que le sirviera de base, ahora contaba con una comunidad que se había comprometido con el evangelio que él predicaba. Allí nutrió también sus vivencias cristianas y comunitarias, al mismo tiempo que conoció la incipiente tradición cristiana.

El primer viaje misionero

Es en Antioquía donde nace la misión. De nuevo, Lucas, la presenta de manera edificante: Hch 13,2–3. Hasta entonces no había habido misión. En Jerusalén, el día de pentecostés, se anunció la evangelización de todos los pueblos, evento que se sitúa en la línea del AT, pues los profetas habían anunciado que en los últimos días todas las naciones vendrían a Jerusalén al encuentro del Mesías. Así pues, aun no hay misión; los cristianos esperan que las naciones vengan espontáneamente a su encuentro.

En una fase siguiente ocurrió la dispersión de los helenistas. En sus ciudades de refugio éstos anunciaron el evangelio. Pero ellos no habían ido voluntariamente al encuentro de los paganos. Pablo dio otro paso. Para él no basta evangelizar a los paganos que viven cerca, 31 Aunque Pablo se afirma como misionero, en honor a la verdad, es preciso admitir que siguió estando en un

segundo plano, a la sombra del gran Bernabé, con el que realmente se muestran poco justos los Hechos cuando exaltan tanto a Pablo que lo consideran, de hecho, como el jefe de la expedición misionera (13,9.16; 14,8–10). Al mismo Pablo le gusta ponerse en primer lugar, pero a pesar de su protagonismo reconoce el papel decisivo de Bernabé (Gál 2,9–10; 1 Cor 9,6). Y si es verdad que el discípulo superó al maestro, hemos de admitir que esto sucedió más tarde. No parece improbable que Bernabé hubiese sido, inicialmente, un miembro de la comunidad de Jerusalén, que enviado a Antioquía llegó a ser su figura más representativa.

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hay que ir al encuentro de ellos. Como hemos mencionado antes (ver recuadro en pág. 8), puede haber sido por influencia de su fariseísmo, porque los fariseos también iban al encuentro de los hombres –judíos, pero también paganos– para convertirlos a su rígida ortodoxia.

El principio de Pablo es este: “No podemos esperar a que las naciones vengan a nosotros, es preciso que vayamos nosotros al encuentro de ellas y las evangelicemos allí donde estén”. Este principio misionero parece simple y obvio, sin embargo, en la práctica, se encuentra con grandes resistencias. Existe siempre la tentación de evangelizar a los pueblos desde la propia situación, sin moverse de su lugar, partiendo de la propia cultura, sin adaptarse en nada a los pueblos que se desea evangelizar.

¿Cómo podría cambiar el modelo de parroquia si –este fuera un modelo actual? ¿Qué implicaría esto en el área rural indígena, mestiza; en las ciudades y sus distintas realidades...?

La denominación de los tres viajes es clásica y no está totalmente falta de fundamento en el libro de Hch. A Lucas le interesa presentar –según su proyecto teológcio– el camino de la palabra de Dios desde Jerusalén hasta los confines del mundo: Pablo habría sido el misionero que dio cumplimiento al encargo de Jesús resucitado. El primero es introducido con gran solemnidad (13,1–3) y el segundo queda bien marcado, después del “concilio de Jerusalén” (15,36–41). No lo es tanto el paso del segundo al tercero (19,1); lo es más bien la decisión de ir a Jerusalén (19,21). Esto nos lleva a relacionar estrechamente entre sí los viajes segundo y tercero, pero mantendremos, valga lo que valga, ese modo de hablar.

Los “viajes” serán presentados en clase según la concepción clásica, siguiendo los mapas que permitan visualizar los desplazamientos.

Según el relato de Hch 13,2–3, Pablo recibiría en esta comunidad la misión oficial de predicar y, junto con Bernabé, emprendería inmediatamente lo que se ha venido a llamar el primer viaje misionero. Lucas nos cuenta este primer viaje en los capítulos 13 y 14 (Hch); Pablo ni lo menciona. En realidad el apóstol ya había viajado mucho desde la conversión (Arabia, Damasco, Jerusalén, Siria y Cilicia), a lo que Hch no atribuye ninguna importancia. También volverá a viajar después del así llamado “tercer viaje”: irá a Roma y –eventualmente– otros destinos. En todo caso, este viaje no ha dejado huellas en las cartas del apóstol (quizás porque en él fuera Bernabé el responsable primero)32, por lo que hemos de recurrir al libro de Hch para saber algo de él33.

32 Tan es así, que ha habido autores (como Knox) que niegan la historicidad del viaje. En cambio otros (Dauer, Hänchen, Jeremías y otros) no dudan de la historicidad, sino se plantean la pregunta del cuándo del viaje. Tienden más bien a colocarlo después de la asamblea de Jerusalén.

33 Hch abunda en detalles más bien legendarios de este viaje. La conversión del procónsul Sergio Paulo (Hch 13,6–12) constituye un momento importante de su crónica acerca del modo como Dios abrió la puerta de la fe a los gentiles; es a partir de este momento que Lucas deja de llamar al apóstol por su nombre judío.

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El itinerario condujo a Pablo y Bernabé a Chipre y luego a Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio Listra y Derbe. A partir de Derbe los misioneros iniciaron el viaje de vuelta, pasando por las mismas ciudades que habían evangelizado a la ida, y llegaron finalmente a Antioquía.

¿Qué se sacó de este viaje como lección? Quizá, en primer lugar, el viaje confirmaba la intuición de Pablo: los paganos estaban dispuestos a recibir el anuncio del evangelio, pero era necesario llevarlo hasta ellos. No vendrían espontáneamente. Una segunda constatación fue la de que los judíos se alejaban del evangelio al tiempo que los paganos se acercaban. Y una posible tercera consecuencia –con carácter más hipotético– fue esta: a los gálatas se les anunció un evangelio emancipado de la ley de los judíos. No era necesario abrazar la ley judía para ser discípulo de Jesucristo y librarse del juicio de Dios. Esta pudo ser la razón por la que Juan Marcos se apartó del grupo (13,13) y por la que Bernabé se separó de Pablo al comienzo del segundo viaje (15,37–40). Lucas siempre oculta los conflictos pero no pudo silenciar esta separación. Aunque en el primer viaje Bernabé habría cedido a las instancias de Pablo, en el segundo cedió a las presiones de los judeocristianos y se volvió atrás.

2.5 UNAS EXIGENCIAS RADICALES

La fe en Jesucristo pronto llevaría a Pablo a plantearse cambios radicales en su fe y sus costumbres… que afectarían al mundo entero.

La asamblea de Jerusalén 34

Aquí nos enfrentamos con un problema clásico. Los Hechos hablan de dos visitas de Pablo con Bernabé a Jerusalén: una antes del primer viaje misionero (11,27 ss.) y otra después de este viaje (15,1–33). El viaje descrito por Pablo en Gál 2,1 ss. parece no identificarse con ninguna de estas dos visitas.

La primera visita en Hechos: Dice Lucas que tenía por objetivo llevar las limosnas de la comunidad de Antioquía para los pobres de Jerusalén. Además, este viaje se realizó antes de que Pablo hubiera fundado comunidades entre los paganos. En la carta a los gálatas el objeto del encuentro es la discusión sobre el método misionero de Pablo (prescindir de la ley judía) y el reconocimiento de su misión específica entre las naciones. Según Gálatas, esta visita fue 14 años después de la primera, y con toda probabilidad después del primer viaje misionero.

Ahora bien, la segunda visita de Hechos también tiene por objetivo el método misionero de Pablo, pero la solución que se da es distinta. Según Gál, los apóstoles de Jerusalén no hicieron ninguna imposición. Según Hch, impusieron el llamado “decreto apostólico”. Por otro lado, Pablo declara que no tuvo ningún otro encuentro en Jerusalén y Lucas afirma que Pablo estuvo en Jerusalén antes de su viaje misionero.

A nosotros nos basta saber que aconteció el encuentro de Jerusalén narrado en Gálatas, aunque no sepamos situarlo exactamente en relación con los Hechos35. Es a este encuentro

34 Leer con anterioridad y confrontar: Hch 11,27–30; 15,1–33; y Gál 2,1–10.35 Los relatos de Pablo y Lucas parecen inconciliables. No es probable que Pablo se engañara porque escribe poco

después de los acontecimientos y cita su viaje como argumento decisivo en la discusión con los gálatas. Si estuviera deformando los hechos, sus adversarios podrían desacreditarlo inmediatamente. En cambio Lucas escribe más tarde. No sabemos cuáles son sus fuentes y, como buen historiador antiguo, dispone de los hechos

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que los estudiosos han dado en llamarlo “la asamblea de Jerusalén” y al acuerdo que de ella emanó el “decreto apostólico” (cf Gál 2,7–10; Hch 15,13–29). Se trata de un evento de suma importancia para la historia del cristianismo. Hoy nos cuesta quizás comprender la situación originada a consecuencia de la apertura a los gentiles en la evangelización; a los 25 años de la muerte de Jesús las comunidades estaban formadas por creyentes de procedencia pagana y de cultura helenística; los más antiguos discípulos del Señor y sus primeros testigos no estaban bien preparados para afrontar semejante reto. Aunque el apóstol no menciona el motivo inmediato de la reunión se puede deducir (Gál 2,4–5) que se trataba de resolver una cuestión crucial en el camino de la fe. Podemos pensar que, en Antioquía, algunos venidos de Jerusalén, probablemente sin delegación expresa de las autoridades, exigían la aceptación total de la ley mosaica y la inserción en el pueblo judío de los paganos como condiciones previas a la integración en la comunidad cristiana. La circuncisión había sido, y debía seguir siendo, el signo de la alianza. Esta era una cuestión que se había venido evitando plantear antes porque se temía afrontarla. La praxis de los helenistas cristianos, que no habían impuesto la circuncisión obligatoria para no entorpecer la conversión de los gentiles, podría ser considerada por estos elementos más tradicionales como una táctica oportunista y ajena al evangelio; éste fue uno de los argumentos de los antagonistas de Pablo entre los gálatas (Gál 1,10–11). Lo que estaba en juego era la conciencia misma de la comunidad cristiana, que se iba viendo libre de la ley de Moisés, sin privarse de la salvación. A la base de esta conciencia está el descubrimiento de que sólo en Cristo hay salvación y que la liberación de la ley no alcanza sólo a los que jamás la tuvieron como norma de su relación con Dios (a los paganos convertidos al cristianismo), sino también a aquellos que vivían bajo su dominio.

Según el mismo Pablo, subió a Jerusalén, movido por una revelación; según Hechos, a causa de un conflicto en la comunidad. En todo caso, a este encuentro Pablo llega a este encuentro en la plena madurez de su conciencia: sabe quién es y qué quiere. Pablo piensa que le toca a él determinar los métodos y las condiciones de la evangelización de los paganos. No preguntó a los apóstoles cómo debía evangelizar a las naciones, expuso su método. Su método era predicar el evangelio –Jesucristo– sin ninguna obligación de adoptar la ley de los judíos. Pablo pidió la aprobación total y sin restricciones, y lo consiguió.

El enfrentamiento con Pedro en Antioquía

Después de recordar su encuentro con las “columnas” en Jerusalén, Pablo narra el encuentro que tuvo con Pedro en Antioquía, ciertamente después de su viaje a Jerusalén, pero sin que podamos fijar las fechas (cf. Gál 2,11–14).

Para los judíos, la participación en la misma mesa debe de haber sido lo más difícil. Podían aceptar que los paganos se hiciesen cristianos sin adoptar la ley judía, comiendo lo que quisieran y como quisieran. Pero comer con ellos en la misma mesa, estar al lado de personas que comen cosas que ellos consideran impuras y les están prohibidas, era algo que repelía profundamente a su sensibilidad. Pablo impuso esta conducta en Antioquía y estaban empezando a acostumbrarse. Hasta el mismo Pedro, de visita en Antioquía, venció su repugnancia, hasta que vinieron los judíos de Jerusalén más apegados a la ortodoxia judía.

en virtud de criterios más literarios que científicos. Lucas defiende tesis. Su tesis es el acuerdo completo y permanente de Pablo con los apóstoles, y de modo especial con la iglesia de Jerusalén. A Lucas le interesa ilustrar ese acuerdo y no tanto la sucesión exacta de los hechos.

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Estos despertaron la sensibilidad judía y convencieron a Pedro y al mismo Bernabé y todos los judíos los siguieron. El evangelio de Pablo quedó desacreditado, pero éste se enfrentó públicamente con el mismo Pedro y lo reprendió.

No sabemos si logró convencer a sus interlocutores, pero él mismo salió más convencido de su idea y es probable que de allí al poco tiempo haya iniciado su gran misión, esta vez sin Bernabé. Se había roto el acuerdo entre ellos. Bernabé no llevó el evangelio con la misma radicalidad hasta las últimas consecuencias. Pablo, por su parte, sabía que el éxito de la misión entre los paganos dependía de esta radicalidad.

2.6 ÚLTIMA VISITA A JERUSALÉN Y FINAL DE SU VIDA EN ROMA

Cuando consideró terminada su misión en torno al mar Egeo, Pablo fue a Jerusalén a llevar unas limosnas. Desde Judea, por orden del procurador Porcio Festo, fue deportado a Roma.

Pablo siguió teniendo muchos problemas con judaizantes que apelaban a Pedro, a Santiago y a los apóstoles jerosolimitanos para discutirle su autoridad como apóstol. Pero aun después de la ruptura dramática con la comunidad jerosolimitana y con Santiago y con la comunidad antioquena y con Pedro que pudo haber significado el encuentro en Antioquía, Pablo no intentó ningún cisma. Era consciente de que la Iglesia de Cristo es esencialmente un centro unitario donde podían convivir judíos y paganos. Por esto se empeñó en alma y cuerpo en llevar a cabo el proyecto de la colecta, aquel que había contraído en aquella visita polémica a Jerusalén para zanjar la cuestión de la no necesariedad de la circuncisión para los gentil–cristianos. La aceptación de esta colecta de parte de la comunidad de Jerusalén no era cosa que podía darse por descontada. En la carta a los Romanos –a donde piensa dirigirse después de ir a Jerusalén y de allí a España, confín occidental del imperio romano– les pide su

Pablo, su vida, su obra y su influencia; Introducción 20

Con el correr del tiempo hemos perdido la perspectiva y nos cuesta medir la gravedad del problema que se planteaba: Dios había hecho de la circuncisión el “signo de la alianza” con Abraham y su descendencia. Esta valía, no sólo para los descendientes directos sino para los esclavos adquiridos por dinero o para los prosélitos. Era la señal de entrada en el pueblo de la promesa. ¿Cómo dudar de la validez perpetua de semejante ley, teniendo además en cuenta que Jesús no había dicho nada sobre este asunto?

Los partidarios de la circuncisión la veían o como “necesaria” antes del bautismo, o como un “perfeccionamiento” del mismo. Pablo –a diferencia de Lucas– nos presenta cuánta tensión se creó en el ambiente al presentar él su punto de vista.

Habían dos clases de prosélitos: los “temerosos de Dios” que no se circuncidaban pero se comprometían a observar todas las prescripciones morales de la ley y los “prosélitos de justicia” que entraban al pueblo santo circuncidándose. No obstante ninguno de estos dos grupos gozaba de todos los privilegios de los descendientes de Abraham. A los ojos de los judeocristianos de Jerusalén, los gentil cristianos corrían el peligro de parecer cristianos de segundo orden. Además de ser una cuestión de oportunidad pastoral –pues la circuncisión era vista como una degradación por los no judíos– era una cuestión de alcance teológico profundo: ¿cuál es la validez de la ley?, ¿qué novedad aporta Cristo?, ¿cuál es el principio de la justificación? Estas son cuestiones que Pablo tratará en la carta a los gálatas y a los romanos. Constituyen el corazón de la teología paulina.

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solidaridad, pues teme a los incrédulos judíos –de quienes espera oposición– y a los judíos de estricta observancia –de quienes espera rechazo incluso de la colecta– (15,30b–31).

Algunos entienden que la comunidad no aceptó su ofrenda y aducen a este favor el que en Hechos ni se mencione tal colecta.

Las últimas informaciones que Pablo da de sí mismo las tenemos cuando escribe a los romanos diciéndoles que irá a Jerusalén antes de ir a Roma. Los Hechos de los Apóstoles, en cambio, relatan los últimos acontecimientos en Jerusalén (21–28). En ellos vemos un gran paralelismo entre la pasión de Cristo y la de Pablo36.

Evidentemente Pablo se encontró con Santiago y con los presbíteros de aquella iglesia (Hch 21,15 ss). En aras de la paz, acogió la sugerencia de demostrar públicamente su apego a las tradiciones mosaicas pagando de su propia bolsa un voto hecho por cuatro cristianos de la iglesia local37. Habiendo entrado con ellos en el área del santuario estaba por ser linchado por judíos fanáticos. Fue salvado sólo por la intervención oportuna de la cohorte del tribuno. Éste lo hizo encarcelar y de allí fue trasladado a Cesarea, sede del prefecto romano. Viendo que la “cosa” no se resolvía, apeló al tribunal del César en Roma.

Es una opinión común entre los estudiosos que Pablo murió en Roma en tiempo de Nerón. El problema está en saber si allí fue rápidamente juzgado y condenado a muerte o bien, después de dos años de arresto domiciliario (Hch 28,30s), fue liberado y tuvo ocasión de cumplir su plan de evangelización en España (Rom 15,24.28). Clemente (96 d.C.) afirma que Pablo llegó “hasta los extremos confines del occidente” (que desde Roma correspondería a España).

Lo que se afirma hoy es que Pablo fue martirizado en Roma en los tiempos del emperador Nerón, es decir, no después del 64–6738. Según lo que escribe Clemente murió “por emulación y envidia”. Sin duda, lo más triste es que el martirio fue provocado por denuncias de hermanos

36 Este paralelismo se nota en la comparecencia ante el Sanedrín (22,30), el cual desearía condenarlo a muerte, pero lo tiene que entregar a la autoridad romana (23,10), la cual, como en el caso de Jesús, no le encontrará causa (v. 29; 26,31; 28,18). Sin embargo no todo es paralelismo: el traslado del apóstol a Cesarea (23,23) y la apelación al César (25,10–12; 26,32) no tienen nada que ver con la historia de Jesús: deben de corresponder a la realidad histórica.

37 En realidad es muy posible que este gesto tuvo un trasfondo también silenciado en Hch. Pablo va a Jerusalén para entregar una ofrenda recogida en las comunidades fundadas por él. Este hecho es casi silenciado en la narración lucana, la cual, sólo de pasada, en 24,17, menciona la limosna, pero como una prueba de lealtad para con el pueblo judío, silenciando así su verdadero sentido (Pablo habla en sus cartas de cómo el encuentro en Jerusalén con los apóstoles para discutir su método de evangelización se cerró sólo con el compromiso de acordarse de los pobres, mientras que en Hch se cierra con el llamado “decreto apostólico”). Santiago habría dado a Pablo el consejo de salir al paso de la desconfianza que la comunidad judeocristiana abriga contra él –lo considera enemigo demoledor de la ley– tomando a su cargo un acto ritual en el templo (Hch 21,15 ss). Se alude aquí a un viejo uso judío según el cual los más celosos devotos se consagraban al servicio de Yavé. Al final del plazo tenía lugar en el templo, ante el sacerdote, un sacrificio; pagar por otros el coste de las ofrendas era considerado en el judaísmo tardío como una gran obra de piedad. Ahora bien, es muy probable que el motivo de Santiago haya que buscarlo en las dificultades que la comunidad de Jerusalén tnía para aceptar la colecta. Debía superar la desconfianza hacia Pablo y, a la vez, debía quedar demostrado, a ser posible, que la primitiva comunidad no claudicaba indignamente acogiendo a un enemigo de la ley y de Dios únicamente por dinero. Pablo no desdeñó participar en aquella ceremonia. No siendo para él la obediencia a la ley ritual judía una exigencia vinculante, mostraba así que nada más lejos de él que prohibir sin más toda observancia de la ley. Con esta disponibilidad suya él no hacía sino poner en práctica la libertad que, según sus propias palabras, había caracterizado su comportamiento misionero (cf. 1 Cor 9,20 ss).

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en la fe, a causa de envidias y celos. La religión cristiana era ilegal. Pero para ser condenado era necesario antes ser denunciado. Clemente dice que a Pablo y Pedro no los denunciaron los paganos, como se podría esperar, sino sus hermanos en la fe.

Concluyamos este capítulo con una consideración sobre la estrategia de Pablo, como la de Jesús, de buscar siempre colaboradores de su misión.

Pablo acudió a la ayuda de colaboradores para cuidar de los suyos en su ausencia, dada la imposibilidad de visitarlos más a menudo. Las fuentes conocen casi un centenar de personas que le ayudaron en su misión; sólo la despedida de Rom llega a citar 26. Aunque Hch, de forma indebida, reduzca su papel al de meros compañeros de viaje, en realidad algunos fueron auténticos apóstoles, con iniciativa propia, como Bernabé, Apolo o el matrimonio de Aquila y Priscila. Otros acompañaron permanentemente a Pablo, como Silas, y llevaron a cabo misiones muy difíciles; Timoteo, por ejemplo, será enviado a Tesalónica (1 Tes 3,2), a Corinto (1 Cor 4,17; 16,10) y Filipos (Flp 2,19) a resolver situaciones muy delicadas; el que lo considere signatario de algunas de sus cartas (1 Tes, 1 Cor, Flp, Flm) es signo de la confianza que le tenía. También Tito será enviado a Corinto (2 Cor 7,6–7) y organizará la colecta (2 Cor 8,6–7). Pablo menciona, no como simples acompañantes sino como auténticos colaboradores a Filemón, Aristarco, Marco, Demas, Lucas, Justo, Epafrodito, Clemente, Urbano, entre otros.

Pablo supo movilizar alrededor de su proyecto misionero a muchas personas y programar un trabajo articulado y eficaz. Fue un óptimo organizador y un lider carismático de equipos misioneros suficientemente elásticos, en donde se juntaban colaboradores estrechos y permanentes, ayudantes ocasionales, personalidades fuertes y humildes, compañeros de viaje, representantes de comunidades, etc. Sólo así se explica históricamente que su actividad misionera, que duró menos de veinte años, se haya podido extender tanto y haya cosechado éxitos espectaculares y duraderos.

Esto tendría mucho que decir a nuestro trabajo pastoral hodierno. No era la mera necesidad suya de rodearse de esta gente. En realidad Pablo sabía que estos colaboradores no eran suyos, sino de la misión.

Como lectura aparte trataremos el tema de la mujer en la misión y la visión paulina. Ver hoja de lecturas complementarias.

¿Qué pudo haber provocado la “envidia y los celos entre los mismos cristianos? ¿Conoce alguna situación similar hoy en nuestros días? ¿Qué podríamos hacer para conservar vigente el mensaje de estas personas que testimoniaron su fe hasta la muerte? ¿De dónde vienen las resistencias principales?

38 Según la tradición local, murió decapitado cerca del lugar llamado las Aguas Salvias, cerca de la actual Basílica de San Pablo “extra muros” de la ciudad.

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3. ESCRITOS PAULINOS

En este apartado queremos estudiar por qué el apóstol se decidió a escribir cartas, qué intentaba con ellas, y qué modelos tuvo, cómo las compuso, hasta qué punto reflejan todo lo que Pablo decía en su predicación.

Es curioso que el autor de Hechos de los Apóstoles haya podido escribir una “vida” de San Pablo sin mencionar nada que escribiera cartas. Éste era el único dato que tenían los demás escritores.

Pudo haberle movido a ese silencio el esquema de “vidas paralelas” que había impuesto a su obra: Pablo tenía que estar siempre en camino, como lo había estado Cristo, a juzgar por los evangelios; no quiso mostrarle sentado a la mesa, escribiendo cartas. También pudo moverle una cierta voluntad de “contra-peso”: que el apóstol no fuera recordado sólo por sus cartas, en las que no faltan pasajes difíciles y polémicos, sino por su acción, realmente fundamental para todas las iglesias del Mediterráneo.

En efecto, Pablo fue escritor por necesidad (no el único misionero ni, probablemente, el primero) y aunque sus cartas son uno de los elementos más eficaces de su ministerio, son sólo parte de su misión, y seguramente para él, no la más importante. En ellas no descubriremos a todo Pablo ni encontraremos siquiera su primera evangelización; pero sin duda tenemos en ellas al Pablo más auténtico al que podamos acceder. Este de escribir cartas, fue el modo más eficaz de hacer presente su voz y su autoridad apostólica cuando no podía visitar la comunidad o mandarle un emisario personal.

Sus cartas no nacieron como fruto de una afición literaria ni de su voluntad de fijar su pensamiento teológico. Surgidas como reacción personal a unas circunstancias dadas, teniendo como destinatarios directos a un grupo determinado de personas, en ningún caso más de un centenar, las cartas de Pablo fueron pensadas como escritos de ocasión.

Es pensable que a Pablo le sucediera una escuela, un grupo de discípulos que, para mantener actual la herencia del apóstol, no dudó en conservar las cartas auténticas e, incluso, acrecentar su número.

3.1 TRECE CARTAS MAS UNA

Hoy día se reconoce que en el epistolario paulino canónico no tenemos todo lo que posiblemente escribió el apóstol Pablo. Sin embargo podemos con mucha seguridad decir que sí una buena parte de lo que él escribió. Cuando su voz ya sólo podía oírse en cartas, el género de ‘carta del apóstol’ o ‘carta de Pablo’ adquirió una significación especial en la vida de las comunidades cristianas primitivas.

Aunque Pablo dirigía sus cartas a una o a varias iglesias para su lectura pública, no pudo pensar que un día fueran consideradas como escritura normativa para todas las iglesias. Con

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todo, una colección primera de su obra, favorecida quizá por él, sin pretenderlo (Col 4,16), debió ser conocida por el autor de 2 Pe, a principios del siglo segundo (2 Pe 3,15–16).

La colección de cartas paulinas más antigua que tenemos, el P46, datado en torno al año 200, un códice de 52 hojas de papiro, que dobladas tendría originariamente 104 hojas escritas con 24 líneas cada una, contiene la correspondencia paulina (incluida Heb), menos 1 y 2 Tim y Tit39.

Hemos recordado ya varias veces que hoy día la crítica es unánime en afirmar que siete de los escritos son auténticamente de Pablo: Romanos, Primera y Segunda Corintios, Gálatas, Filipenses, Primera Tesalonicenses, Filemón. Sigue la discusión respecto de la autenticidad de otros seis que, en el peor de los casos, deben ser atribuidos a profundos conocedores del apóstol: Efesios, Colosenses, Segunda Tesalonicenses, Primera y Segunda a Timoteo, Tito. En cambio, se da por concluida la discusión en torno a la Carta a los Hebreos: ningún exegeta del presente la atribuye directamente al apóstol; respecto de ella sólo queda, como cuestión abierta, la de su mayor o menor cercana al área paulina.

La pseudoepigrafía era un fenómeno común que afectaba a toda la literatura de la época; el NT no se libra de él. El hecho no es simple artificio literario: los autores renunciaban a su creación literaria con tal de que ésta mereciera la acogida de sus lectores. En el NT esta atribución documenta, además, la conciencia apostólica de las comunidades cristianas; los escritos, de hecho, o recogieron la predicación de los grandes apóstoles o se les atribuyó a ellos cuanto publicaban; eran un intento de cubrir con la autoridad del apóstol el pensamiento de sus discípulos, quienes se movían por el deseo de seguir siendo fieles a la doctrina de su maestro.

En el caso de Pablo, por ser el primer probablemente escritor del NT, no podía esconderse bajo el nombre de otro ni escribir de forma anónima. El evangelio que él predicaba tenía resonancias demasiado marcadas y singulares para confundirse simplemente con el mensaje cristiano tradicional. Además, sus cartas tuvieron como destinatarios comunidades concretas, con las que el apóstol mantenía relaciones estrechas. La autoridad reconocida de que gozaba en ellas, donde eran de sobra conocidas sus ideas, y la necesidad de adaptar éstas a nuevos retos, pudieron muy bien favorecer la pseudonimia dentro del cuerpo paulino.

Esto nos da idea de la devoción que la figura de Pablo y sus cartas suscitaban aun en sus comunidades, sino también de la convicción de que su magisterio seguía siendo decisivo para las comunidades posteriores. Sobre esta idea volveremos al tratar las respectivas cartas.

3.2 ¿CARTAS O EPÍSTOLAS?

El término utilizado por el mismo apóstol es el de epistolé. Es el que pasó a la Vulgata, que tiene una cierta debilidad por los términos griegos, y a través de ella ha venido a ser designación específica.

39 Dato significativo pues le faltan algunas hojas tanto al inicio como al final.

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Podemos decir que la literatura cristiana en general, y especialmente aquella canónica (ya que ambas coinciden en su origen), nació con san Pablo y con el empleo del género epistolar, es decir, con el tipo de escrito más vivo e inmediato, el menos artificial40.

De todos modos, en la crítica literaria profana se distingue perfectamente entre “epístola” y “carta”. Deissmann –que estudió la correspondencia privada contenida en los papiros griegos– distingue con mucha claridad entre ambos textos: la carta sería un documento privado, íntima y personal, válida sólo para el destinatario pero no para el gran público; comprensible sólo por el que la escribió y el que debe abrirla, para los demás es un misterio. En realidad “sustituye el coloquio personal, cuando no es posible” (Séneca). Por lo tanto, la formulación escrita no es elemento constitutivo y, por tanto, nace sin pretensiones literarias; es “aliteraria”.

En cambio la epístola tendría las características de una composición literaria que sólo tiene el marco de una correspondencia real. Sería una forma de arte literario, un género de la literatura, como por ejemplo el diálogo, el discurso y el drama. Es más bien cercana al tratado y está escrita para un vasto público. Se la puede entender sin conocer al autor o a los destinatarios.

Lo que para la carta es cosa esencial, es decir, el encabezado y los particulares propios de la correspondencia, para la epístola son sólo ornamento externo, con el cual se le da la ilusión de la forma “epistolar”. La carta es un pedazo de vida, la epístola es el producto de arte literaria. Clasificándolas como epístolas se les quitaría lo mejor (las cartas de Pablo, no las deuteropaulinas).

Habría que decir que las mismas cartas paulinas conocen una notable gradación al interno del género epistolar. De las “cartas” en sentido propio éstas tienen el estilo inmediato y directo que manifiesta –“en vivo”– la personalidad del autor. Para defender lo que ha trabajado, o para reforzar su rol apostólico, Pablo revela a veces circunstancias y momentos de su vida y de su actividad. Si afronta temas doctrinales, lo hace en función de situaciones concretas, retomando la enseñanza impartida oralmente o corrigiendo eventuales errores de interpretación.

La “más carta” es indudablemente el escrito a Filemón, marcado por una relación viva y amigable y tocante a un caso “doméstico”; pero el autor es siempre el apóstol, que hace uso de algunos principios fundamentales de su evangelio. Por otra parte, no se puede negar que el escrito más cercano a la epístola, es aquél enviado a los “romanos”: es el menos polémico, el más pensado, si no incluso, sistemático; pero también tiene en él claros elementos de una correspondencia humana y viva con los destinatarios (1,9b–15; 15,14–32 y los muchos saludos del cap. 16).

Hay posturas variadas frente a esta división bastante neta. Me parece bastante equilibrada la de Sánchez Bosch41, por ejemplo, que dice que en el caso de los escritos paulinos, como en el de todas las “epístolas” del Nuevo Testamento, habría que inventar un término intermedio, algo así como “epi-cartas”, porque se encuentran a mitad de camino entre ambas definiciones42. Pero predomina la idea de “carta”. Porque los destinatarios y lo que Pablo quiere decirles a ellos, aquí y ahora ocupa un lugar primordial en la mente del autor, de 40 Una definición antigua (+ s. I) decía: la carta es “la otra mitad de una conversación”. 41 Sánchez Bosch, J. Escritos Paulinos, Col Introducción al Estudio de la Biblia, Vol 7. Estella, 19992, 51.

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manera que, si le hubieran dicho que nadie más las iba a leer, las hubiera escrito igualmente. Esa interpelación directa a unos destinatarios presentes impone un cierto grado de lenguaje familiar por más que, si una conversación privada puede tomar aires de discurso, mucho más una conversación escrita, dirigida a un auditorio amplio, en una época en que el mero hecho de escribir era todo un lujo.

3.3 ORIGEN DE LAS CARTAS PAULINAS

Pablo nunca escribió una carta sin conocer a la comunidad (directa o indirectamente) o al personaje al que se la dirige. En ella hace siempre referencia a la situación concreta y muchas veces contingente, que interesa, de hecho, sólo al destinatario; esto vale incluso para la carta a los Romanos, enviada a una iglesia no fundada por él.

A comunidades concretas

Se podría decir que Pablo no ha querido escribir para nosotros, del s. XXI, sino para interlocutores precisos del s. I; y si él pide que una carta suya “sea leída a todos los hermanos” (1 Tes 5,27), esto incumbe sólo a los miembros de esa comunidad. A lo sumo escribe globalmente “a las iglesias de Galacia” (Gál 1,2 cf. Col 4,16). Si la carta a los Gálatas hubiera caído en manos de los Tesalonicenses, éstos la habrían sentido como ajena. De hecho, aparte de algunos elementos de base de la fe cristiana, dicha carta no refleja su situación y en algunos pasajes les habría resultado ofensiva.

Escritos ocasionales

En realidad lo que hace de los escritos paulinos verdaderas cartas es que éstas son ocasionales, si bien hacen parte de una actividad misionera nada ocasional. Pablo no pretende componer una obra literaria para la posteridad; esto es evidente ya por el hecho que no escribe para un vasto público indiscriminado, tanto paganos como cristianos, sino únicamente a bautizados. Y lo hace para tratar sus problemas de fe y de vida, para responder a sus cuestiones, para exhortarles, amonestarlos y –eventualmente– para polemizar y defenderse.

A las comunidades cristianas

A los no cristianos –judíos o paganos– Pablo ya se ha dirigido con su predicación de viva voz. Las cartas no son una sustitución de ésta, si obviamente la reflejan.

Llama la atención el hecho de que las cartas paulinas fueron conservadas, recogidas, transmitidas y aun admitidas en el canon y comentadas en el ámbito cristiano, lo cual significa que justamente se les reconoció una dimensión más allá de lo relativo y caduco. Aun así, es siempre cierto que el origen de estas cartas es debido a circunstancias precisas y muy

42 Por ejemplo, en el NT no hay “cartas” propiamente privadas, porque, aunque algunas no traten problemas comunes, todas nacen en conexión con la labor misionera y, redactadas con la autoridad de un apóstol, fueron finalmente asumidas por la comunidad. Por otro lado, faltan en el NT cartas escritas con intenciones literarias; Sant, 1 y 2 Pe, Judas y, sobre todo, Heb, se acercan a la forma epistolar, prima en ellas la exposición de la fe y la edificación de la vida común. Con todo, son escritas a comunidades específicas, con problemas y situaciones muy concretas.

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concretas que hay que valorar correctamente para una comprensión adecuada de estos escritos.

Respondiendo a cuestiones concretas

El estímulo que empujó a Pablo a dictar sus cartas (y luego a firmarlas; cf. 1 Cor 16,21–23; Gál 6,11 s) fue normalmente la situación interna de la respectiva comunidad. Sus cristianos, además de ser aun inmaduros en la nueva fe apenas recibida, estaban expuestos no sólo al riesgo de ser re–absorbidos por el ambiente pagano que les rodeaba, sino a ceder a la presión de los infaltables opositores que parecía que estaban siempre taloneando al apóstol (probablemente estos constituirían parte de “la espina en la carne” de la que Pablo habla en 2 Cor 2,17. Su identificación exacta resulta un problema.).

Algunos pretenden que a los opositores de Pablo se les puede entender sólo por separado, con cada carta. Otros dicen que se pueden reducir sustancialmente a dos grupos: o son gnósticos (o mejor, gnostizantes) o judaizantes, venidos o representantes de la iglesia “oficial” de Jerusalén. Sin ser demasiado rigurosos o generalizantes, en todo caso, la importancia de los opositores no debe ser subestimada, ya que sus tesis condicionan algunas secciones de la teología paulina.

3.4 LA LENGUA GRIEGA Y EL ESTILO DE PABLO

Lengua y lenguaje

Las cartas de Pablo fueron escritas en griego; pero su lengua pertenece a aquel vasto fenómeno de la koiné, que después de Alejandro Magno, caracterizó las relaciones entre los varios pueblos del Medio Oriente. Esta significó una superación de los antiguos dialectos griegos en un dialecto nuevo, más flexible, disponible para recibir aportes lingüísticos, antes desconocidos, y por lo mismo se convirtió en “lengua franca” a nivel comercial, diplomático y parcialmente también literario.

Debido a ese carácter epistolar se pudo emitir el juicio de que las cartas de Pablo tienen su lugar adecuado en la historia de la época apostólica, pero no tienen por qué figurar en una historia de la literatura cristiana. La verdad es que no son una “obra maestra” desde el punto de vista de la literatura “profesional” que se estilaba en aquella época; entre otras cosas, porque en las escuelas se enseñaba el “purismo aticista”, bastante distanciado de lo que se hablaba en la calle.

Pero hoy día sabemos que el lenguaje hablado es un lenguaje como cualquier otro y que puede reunir cualidades de fuerza expresiva y de belleza totalmente comparables a las de la literatura más elevada. Si hubiera que eliminar de la historia de la literatura todo “lenguaje familiar”, pondríamos en un aprieto incluso a más de un “Premio Nobel”.

Por otra parte, la persona culta, incluso cuando habla “familiarmente”, sabe utilizar las palabras adecuadas que le reclama el contexto de la conversación.

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Pero ¿Pablo era un hombre culto? No lo podemos afirmar a priori, pero el recuento de sus palabras y la consideración del contexto en que se encuentran nos dice que sabía encontrar la palabra justa en el momento justo (cosa que no logran todos los que utilizan palabras raras). No era, por otra parte, un erudito, uno que cita a poetas y filósofos, pero su griego no es un griego “traducido”, sino el de uno que ha “mamado” la lengua y comprende las esencias de su entorno cultural.

Un cierto punto de comparación, desde el punto de vista del lenguaje, nos lo da la Biblia griega de los Setenta. Tiene más fallos sintácticos, precisamente por ser traducción (por no atreverse siempre a traducir ad sensum), pero también nos sorprende muchas veces por la cantidad de palabras que usa y por lo bien que las usa, dentro de un marco general de lenguaje familiar.

La Biblia de los Setenta es también modelo, directa e indirectamente del lenguaje específicamente religioso del apóstol: un lenguaje que no puede menos que chocar a todo aquel que se acerque a sus escritos partiendo de cualquier texto griego profano. Aquí podemos notar que el apóstol tiene una matriz semítica a la base de su pensamiento, pues, aparte de las palabras arameas que usa (abbá; Gál 4,6 y Rom 8,15; maranathá en 1 Cor 16,22; pascua en 1 Cor 5,7; o el hebreo amén Rom 1,25 y satanás en Rom 16,20), de la utilización de la Biblia de los LXX, vemos el significado inherente que da a algunas palabras que son importantes para su teología como sarx = carne; nómos = ley; ónoma = nombre, akoé = escucha, christós = ungido… Sin caer en la exageración de atribuir demasiado “peso específico” a cada palabra paulina (o del NT) en comparación con su uso profano con el religioso (obras monumentales como el Kittel se dedican a ello), podemos ver que en Pablo se da un cierto “lenguaje técnico” cristiano sobre la base de un “lenguaje técnico preexistente” (judío). En algunos casos, el apóstol será el creador de los cambios semánticos (por ejemplo, probablemente, el sentido de “carisma”); en otros, será simplemente testigo de una evolución semántica anterior.

Si esto vale para la influencia del pensamiento semita, por otra parte tenemos que en Pablo recurren términos típicamente griegos, privos de un exacto correspondiente en el uso semítico que él pudiera conocer (por ejemplo soma, = cuerpo; sunéidesis = conciencia; kósmos = mundo, parousía = presencia solemne; parresía = franqueza; pleroma = plenitud). En cambio hay palabras que existen en estos dos “mundos lingüísticos” pero que en Pablo adquieren un tratamiento semántico nuevo (ágape = amor; ekklesía = asamblea–iglesia; euanghélion = buen anuncio; pneuma = espíritu; hamartía = pecado; pístis = fe).

También tiene el mérito de tener en su haber muchas hapax legómena43 en todo el NT: anakefalaiousthai = intestar, recapitular (Rom 13,9; Ef 1,10); apokaradokía = espera intensa (Rom 8,19; Fil 1,20), baskainen = “fascinar” (Gál 3,1); graptos = escrito (Rom 2,15), gumniteúein = estar desnudo (1 Cor 4,11), etc.

Por último, en Pablo se encuentran algunos términos griegos acuñados por él y que no se encuentran en el resto de la literatura griega. Aparte del aberrante superlativo con desinencia de comparativo elachistóteros = el más mínimo (Ef 3,8), se trata por lo general de compuestos

43 Hapax Legomena: Palabras que aparecen una sola vez en un escrito o una serie de escritos. Aquí se trata de todo el NT.

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con la preposición sun = con; summorfizómenos = conformado (Fil 3,10) summimetaí = coimitadores (Gál 3,17); suzoopoieín = convivificar (Ef 2,5).

3.5 MODELOS GRIEGOS Y JUDÍOS

En todo el Antiguo Testamento se encuentran algunas cartas: son cartas de reyes o de grandes dignatarios, sin un especial contenido ideológico (como la de David a Joab a propósito del “traslado” de Urías: 2 Sam 11,14s; otros testimonios de cartas: 1 Re 21,8–12; 2 Re 10,5–6; 1 Mac 5,10–13; 12,6–18; 2 Mac 1,1–9. 1,10–3,18). Sólo dos pueden considerarse, de algún modo, precedentes de las de Pablo: la de Ezequías a las tribus del Norte, invitándolos a celebrar la Pascua en Jerusalén (2 Cr 30,1.6-9) y la de Jeremías a los deportados de Babilonia, invitándolos a “integrarse” en la sociedad donde vivían (Jer 29,4-23). Inspirándose en esta última, también tenemos la “Carta de Jeremías”, que figura como c. 6 del Libro deuterocanónico de Baruc, aunque pertenece más bien al genero “epístola”.

Tampoco es auténtica carta la llamada “Epístola de Aristeas”, que pertenece a la literatura judía intertestamentaria. Fue escrita en griego por un judío alejandrino allá por el s. II a.C. Las dos últimas obras demuestran, por lo menos, las posibilidades del género y podían animar al apóstol a escribir cartas auténticas de contenido elevado.

En el mundo greco-romano no faltan ni cartas ni epístolas44 (son celebres, respectivamente, las de Cicerón y la de Horacio ad Pisones). Más difícil será encontrar el género intermedio en que Pablo se colocó.

Lo más parecido al género de las cartas paulinas se encuentra en las cartas de Diógenes y otros filósofos afines (los llamados “cínicos”). Tienen hasta tres puntos de paralelismo con las del apóstol: a) el contenido “filosófico”; b) el destino colectivo (“a los griegos”, “a los atenienses”, “a los efesios”, “a los estudiantes”), y c) el uso abundante de la ironía45 y la paradoja.

Pablo no inventa, como hemos dicho, este género literario y más bien se atiene a las normas de su tiempo. Este tipo de cartas46 tenía su estructura bastante fija:

Introducía la carta el praescriptum o preámbulo epistolar, que incluía el nombre del mitente, el del destinatario y un saludo; en cartas oficiales, los nombres del mitente y del destinatario iban generalmente acompañados de sus títulos honoríficos. Este era un estilo más bien helenístico. El estilo oriental solía omitir nombrar al mitente. Pablo suele utilizar una fórmula mixta. Aunque el prescrito era una forma bastante fija, Pablo supo dejar en ella rastros

44 Hoy se documentan unas 14 000 cartas/epístolas de todo tipo, privadas, comerciales, oficiales y, hasta literarias.45 En esto último dejan pequeño a Pablo. Leemos en la Carta de Diógenes a los griegos: “Diógenes, el perro (en

griego, kyôn, de donde deriva la palabra “cínico”), a los llamados griegos, desgracia sobre vosotros... Puesto que sois buscadores de gloria, irrazonables y educados para la holgazanería...”En la de Crates a los tesalios: “No se hicieron los hombres por causa de los caballos, sino los caballos por causa de los hombres. Por eso, preocupaos de cuidar de vosotros y no de los caballos. Porque si consideráis a los caballos mucho más valiosos, sois menos valiosos que ellos.”

46 Entiéndase aquí indistintamente cartas y epístolas.

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de sus intenciones o preocupaciones (cf. Gál, Rom, Flm). Una oración por la salud del destinatario solía acompañar la introducción (2 Cor 1,8–11; Flp 2,25–30).

Sigue luego el corpus epistolare o cuerpo de la carta. Era donde se concentraba la comunicación. Una carta privada promedio tenía unas 90 palabras. Se conocen cartas de Cicerón con 955 palabras; Romanos, con sus 7105 palabras es la carta conocida más larga de la antigüedad. En Pablo suele iniciarse con una llamada a la atención de sus lectores (Gál 1,6); hacia la conclusión el apóstol habla de sus planes misioneros entre los que anuncia una próxima visita (Rom 15,14–33; 1 Cor 4,14–21; 16,1–11; Gál 4,20). Se cierra esta sección con una exhortación más o menos urgente (Gál 5,1–6,10; Rom 12,1–15,13).

La carta se concluía con el postscriptum, que aportaba el saludo y el deseo final. No se solía indicar la fecha y nunca se firmaba; el sello o un saludo autógrafo solía autentificar la carta (1 Cor 16,21; 2 Tes 3,17; Col 4,18; Gál 6,11; Flm 19).

Pablo, que sentía el cuidado de todas las iglesias (2 Cor 11,28) y no podía estar presente en todas a la vez, se decidió a decir por carta lo que hubiera dicho de palabra. Sólo que lo escrito impresiona y más entonces. Por eso, en la crítica de que “sus cartas son bien fuertes” (2 Cor 10,9-11) no se alude sólo a la especial dureza de alguna de ellas, sino también al mero hecho, entonces insólito, de recibir órdenes y advertencias por medio de la letra escrita. Pero esa era la autoridad que se le había dado “para edificación y no para destrucción” (2 Cor 10,8; 13,10).

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3.6 OBRA DE MAESTRO Y DE PASTOR

Como hemos visto, hay muchas maneras de escribir una “carta”. Por eso, además de preguntarnos por el género literario carta basándonos en elementos externos, debemos preguntarnos por su “género interno”: qué son en el fondo y qué pretenden las cartas de Pablo. Encontramos la respuesta en dos términos que se encuentran en Ef 4,11 como ministerios que se dan en la Iglesia: “maestro” y “pastor”. Pablo no actúa en sus cartas como “apóstol y evangelista”, sino como “maestro y pastor”. Dicho en otros términos, también conocidos: que en las cartas no encontramos propiamente el kerygma (= “anuncio”, dirigido a los no creyentes) del apóstol, sino su didakhê (= “doctrina”, dirigida a los creyentes).

Pablo fue apóstol de los gentiles ya que se dirigió a personas totalmente ajenas a la tradición judeocristiana para conducirlas a la fe (cf. 1 Tes 1,9s). Además, entre sus oyentes contaba a “griegos y bárbaros, sabios e ignorantes” (Rom 1, 14). El libro de los Hechos (cf. 14,15-17 y 17,22-31) nos da un cierto modelo de cómo pudo haberles hablado. Aquellos discursos tienen poco en común con el tipo de argumentación que conocemos por las cartas, pero no todo es culpa de Lucas: en realidad, los discursos que el apóstol dirigía a los paganos tampoco podían ser muy parecidos a las cartas: Pablo no podía hablarles en un lenguaje plagado de tecnicismos teológicos y, además, suponiendo tanta doctrina judía y cristiana como presuponen sus cartas.

Las cartas, pues, presuponen una comunidad ya formada, instruida en las verdades de la fe. Propiamente, tampoco son “catecismo” (cf. Gál 6,6; 1 Cor 14,19; Lc 1,4) de primer grado, sino, si acaso, una “enseñanza” (en griego, didakhê; cf. Rom 6,17; 16, 17; 1 Cor 14,6.26) destinada a confirmar y ampliar la ya recibida.

Tampoco son enseñanza superior en sentido propio: no hay ni un plan didáctico, ni un estilo académico ni la previsión de un “alumnado” especialmente selecto (cf. 1 Cor 2,6; 3,1s): son escritos típicamente ocasionales, dirigidos a toda la comunidad.

El elemento desencadenante debió de ser, pues, la urgencia pastoral. Por eso, un hombre que ya luchaba en cuatro o cinco frentes (el trabajo manual, la evangelización de judíos y gentiles, la catequesis de los convertidos, la formación de sus colaboradores) se decidió a añadir él más difícil para un hombre ocupado: escribir cartas.

Y lo determinante en la carta debió de ser, como es propio del género, transmitir algo de presencia personal: para continuar siendo, en un momento de peligro y de duda, “como una madre” y “como un padre” (1 Tes 2,7.11).

Por eso, en Primera Tesalonicenses, la primera carta que debió de escribir, el apóstol no tiene interés en comunicar grandes novedades, sino en infundir ánimo y responder a las preguntas planteadas, a la luz de la doctrina anteriormente transmitida.

En el fondo (¡acababan de salir de la idolatría!), no debía de considerarles capaces de grandes sabidurías. Así transcurriría todo el “segundo viaje” de Pablo47. En Corinto tampoco transmitió doctrina muy refinada (1 Cor 3,1s cf. 2,6).

47 Corresponde a Hch 16-18.

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Pero pasó algo de tiempo: los cristianos maduraron; entre tanto el apóstol estuvo en Cesarea, Jerusalén y Antioquía (Hch 18,22) y pudo ver cómo en las antiguas comunidades se iba abriendo paso una cierta sabiduría cristiana (la que se refleja en 1 Cor 2,6-16), cultivada en un principio por unos pocos.

Llegado a Efeso (Hch 19,1) empezaron a lloverle noticias sobre Corinto. Entre otras, la de que se le achacaba falta de “sabiduría” (hoy día diríamos: de profundidad teológica). Y a eso Pablo tiene que responder (cf. 2 Cor 1 1,6: “Seré un cualquiera en la palabra, ¡pero no en el conocimiento!”) vertiendo sabiduría en sus escritos. A partir de ese momento, diríamos, sus cartas son un combinado de respuesta pastoral y de reflexión sapiencial: nace para nosotros la teología paulina, en distinta medida para cada carta. En un extremo estaría Primera Corintios, donde todo proviene de las noticias que le han llegado o de las preguntas que le han planteado; en el otro estaría Romanos, donde casi todo, en el cuerpo de la carta, es teológico y sólo en algunos momentos (esp. 14,1-15,13) “desciende” a lo pastoral.

La materialidad de las cartas

Las cartas se solían escribir en papiro, material más común y menos costoso que el pergamino, usando un trozo de caña afilada (calamus). Eran, por lo general, dictadas a un amanuense, que solía disponer de cierta libertad en la redacción.

En Rom 16,22 saluda un tal Tercio, “el amanuense de esta carta”. En otras cartas se da tan poca amplitud a lo que el apóstol escribió de puño y letra (Gál 6,1 1; Col 4,18; Fil 19), que hay que suponer que para el resto también había contado con un colaborador. Lo difícil es saber en qué cartas y en que medida ese “colaborador” ha tenido ocasión de poner algo propio, que le convirtiera en coautor de la carta.

Quien podría considerarse coautor, a juzgar por el encabezamiento de las respectivas cartas, sería Sóstenes para Primera Corintios; Timoteo, para Segunda Corintios, Filipenses, Filemón y Colosenses; él mismo junto con Silvano, en Primera y Segunda Tesalonicenses, y quien sabe si “los que están conmigo”, para Gálatas. Al hilo de esta indicación se ha entendido muchas veces el uso de la primera persona del plural en algunos textos (p.ej.1 Cor 4,9-13; 1 Tes 2,1-12), por más que en esos mismos contextos (cf. 1 Cor 4,14; 1 Tes 2,1 1: “como un padre a sus hijos”) no deja de transparentarse el apóstol como persona singular.

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