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Santiago Rusiñol: Artículos periodísticos sobre Mallorca e Ibiza

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Santiago Rusiñol:

Artículos periodísticos sobre Mallorca e Ibiza

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Sobre esta edición

Santiago Rusiñol i Prats (1861 - 1931) fue pintor y escritor. También fue viajero y Mallorca fue uno de sus frecuentes destinos, donde pintó y escribió. El título de su obra narrativa sobre la isla quedó a modo de lema descriptivo: "L'illa de la calma", "La isla de la calma".

La primera estancia de Rusiñol en Mallorca fue un corto viaje realizado en 1892. Vino acompañado de un pequeño grupo de amigos para pasar una semana y, al final de ella, los amigos se fueron y Rusiñol quedó durante dos meses. De esta estancia de 1892, Rusiñol publicó en La Vanguardia siete artículos unidos por el antetítulo "Desde una isla" y un artículo suelto en "El eco de Sitges" titulado "Desde Mallorca"

Tras pasar una época difícil en su vida, una operación de riñón y una estancia en Francia para liberarse de su adicción a la morfina, esta vez acompañado de su mujer y su hija Rusiñol vino a Palma en 1901 para una estancia larga de un par de años. Fue una estancia dedicada principalmente a la pintura. De ella surgió una exposición importante: "Jardins de Mallorca" y, sobre todo, unas relaciones de amistad con pintores y escritores de la isla. De esta estancia quedan unos pocos artículos sueltos que Rusiñol publicó en el periódico local La Almudaina en apoyo a algunos pintores isleños.

A partir de su estancia en Mallorca de 1902, Rusiñol viaja a la isla cada año donde pasa unos pocos meses, generalmente en Sóller o Valldemossa.

En 1912 viaja desde Mallorca a Ibiza, a la que llama "L'Illa blanca" y sobre la que publicará una serie de siete artículos en La Esquella de la torratxa, a los que posteriormente añadirá uno más. Previo a esta serie fue el artículo publicado en el semanario Sóller "Iviça. Impresió"

Durante la Primera Guerra europea, Rusiñol interrumpe sus estancias anuales en Mallorca. Su regreso en 1919 queda reflejado en siete artículos en La Esquella de la torratxa publicados bajo el antetítulo "Des de Mallorca".

Hasta 1923 Rusiñol vendría a Mallorca cada año. Publicaba semanalmente un artículo en La Esquella de la torratxa y alguna vez este artículo trataba sobre algún tema relacionado con Mallorca, ya sobre la actuación de Gaudí en la Catedral, ya sobre la creación de una línea de tren o sobre algún pintor de la isla.

En 1993, Margarida Casacuberta Rocarols realizó la Tesis Doctoral Santiago Rusiñol: vida, literatura i mite y en 1999 publicó Des de les illes donde recoge estos textos periodísticos de Rusiñol sobre Mallorca e Ibiza.

Desde entonces, la mayoría de los textos de Rusiñol se han digitalizado (ver Santiago Rusiñol. Obra completa http://taller.iec.cat/OCSR/veure.asp?epigraf_c=0) y su obra ha pasado a ser de Dominio Público.

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La última sección de esta edición la he titulado En torno a Rusiñol. En ella recojo algunos artículos que se han publicado sobre Rusiñol en Mallorca. Así, Rubén Darío el 7 de abril de 1907 escribió para La Nación de Buenos Aires (Argentina) el artículo "Jardines de España". Fue Miguel de los Santos Oliver quien, mientras Rusiñol exponía en Argentina en 1910, publicó en La Vanguardia de Barcelona el artículo "Rusiñol". El Cronista de la Ciudad de Palma de Mallorca, Bartomeu Bestard, en el 2007, publicó en el Diario de Mallorca de Palma, "Santiago Rusiñol y Mallorca". Posiblemente haya otros artículos periodísticos que hablen sobre la relación de Rusiñol con Mallorca, por lo que esta sección debiera quedar abierta, lo que es factible en un libro digital.

Mención aparte requeriría el medio Internet. En este océano, al día de hoy, hay que mencionar la página de Miquel Alenyà: Santiago Rusiñol i Prats (Barcelona, 25 de febrer de 1861 – Aranjuez, Madrid, 13 de juny de 1931) que trata con amplitud las estancias y relaciones de Rusiñol en esta isla.

En Palma de Mallorca, a 30 de agosto de 2013.

Fabián

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Índice

(Nota: El enlace en el título conduce a las páginas de este documento. El enlace en la fecha lleva a la página del periódico en Internet)

Sobre esta edición

Desde una isla

El viaje (La Vanguardia, 16/03/1893)

Palma (La Vanguardia, 23/03/1893)

En busca de un istmo (La Vanguardia, 02/04/1893)

En busca de salida (La Vanguardia, 09/04/1893)

Más cuevas (La Vanguardia, 18/04/1893)

La enfermedad del país (La Vanguardia, 27/04/1893)

La despedida (La Vanguardia, 13/05/1893)

L'Illa Blanca

Iviça (La Esquella de la torratxa, 28 febrero 1913)

La Badia (La Esquella de la torratxa, 7 marzo 1913)

L'illa interior (La Esquella de la torratxa, 14 marzo 1913)

Els escavadors (La Esquella de la torratxa, 21 marzo 1913)

La força de l'ensaimada (La Esquella de la torratxa, 28 marzo 1913)

Els murs d'Iviça (La Esquella de la torratxa, 4 abril 1913)

Els ivicencs (La Esquella de la torratxa, 18 abril 1913)

Catalans a Iviça (La Esquella de la torratxa, 18 julio 1913)

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Des de Mallorca

Tornada a Mallorca (La Esquella de la torratxa, 30 de mayo de 1919)

L'ensaïmada (La Esquella de la torratxa, 6 de junio de 1919)

Antiquarisme (La Esquella de la torratxa, 13 de junio de 1919)

Els casinos (La Esquella de la torratxa, 20 de junio de 1919)

La mort de Miramar (La Esquella de la torratxa, 27 de junio de 1919)

«La flor de la intemperie» (La Esquella de la torratxa, 8 de agosto de 1919)

Des de Mallorca (La Esquella de la torratxa, 14 de agosto de 1919)

Artículos sueltos

Desde Mallorca (El Eco de Sitges 26/03/1893)

Italia Vitalia (La Almudaina 07/07/1901)

Pizà (La Almudaina 05/11/1902)

Cartes a Gelabert (La Almudaina 14/01/1904, 19/01/1904 y 22/01/1904)

Entre glosadors (La Esquella de la torratxa, 28 de febrero de 1908)

Versos d'en Joan Alcover (La Esquella de la torratxa, 19 de marzo de 1909)

El tren de Sóller (La Esquella de la torratxa, 19 de abril de 1912)

Iviça. Impresió (Sóller, 7 de septiembre de 1912)

Interview, amb l'Alomar (La Esquella de la torratxa, 27 de febrero de 1914)

La Seu de Palma i en Gaudí (La Esquella de la torratxa, 20 de marzo de 1914)

La col mallorquina (La Esquella de la torratxa, 28 de febrero de 1919)

Ber nareggi (La Esquella de la torratxa, 16 de abril de 1920)

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En torno a Rusiñol

Rubén Darío: Jardines de España (La Nación, 7 de abril de 1907)

Miguel de los Santos Oliver: Rusiñol (La Vanguardia, 7 de mayo de 1910)

Bartomeu Bestard: Santiago Rusiñol y Mallorca (Diario de Mallorca, 27 de mayo de 2007)

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Desde una isla

El viaje

«Yo sé de una isla (dice Mátho á Salammbó) cubierta de polvo de oro, de pájaros y de verdura. Sobre las montañas, grandes flores llenas de humeantes perfumes, se balancean como eternos incensarios; en los limoneros, más altos que los cedros, las serpientes color de leche hacen caer con los diamantes de su garganta, los frutos sobre la hierba; el aire es tan suave que no llega allí la muerte».

La lectura de este pasaje de Flaubert, y la isla misteriosa de Julio Verne, habían hecho nacer en mi espíritu un deseo, una ambición, ó una locura: perderme en una isla, á todo precio: vagar en ella como uno de tantos robinsones como andan perdidos por el mundo, y solo conmigo mismo, ni leer los periódicos, ni estar al habla con las majaderías del mundo civilizado, ni tener que estar al corriente de los líos que se traen y se llevan los mortales, sobre la costra terrestre.

Pero esto tenía para mí un inconveniente gravísimo. Yo deseaba una isla que no estuviera «rodeada de mar por todas partes»: una isla de la que uno pudiera volverse al estar cansado de ella, sin tener que correr sobre las olas; una isla de quita y pon, como quien dice, y esto, naturalmente, era imposible.

Con todo, consulté el mapa máximo, ó sea el mapa mundi; lleguéme por aquellos medios quesos, hasta parajes poco menos que deshabitados, salté meridianos y ecuadores, y no encontrando nada á gusto, me dije: ya que no hay una isla sin la molestia del agua, me llegaré á la más próxima, que fama goza de hermosa y tiene hijos, que á más de sernos hermanos, son buenos y hospitalarios, según todas las crónicas que se han escrito ó recitado.

Pensando esto me dirigí al vapor, que debía salir á las cuatro de la tarde. Era un vapor como otros muchos vapores que salen y entran del puerto, poniendo en movimiento todo el sistema de bolas de la torre de Montjuich; un vapor que calzaba un sin fin de toneladas; ancho de popa y más estrecho de proa, sereno, pretencioso, con su alta chimenea en el centro y su multitud de cuerdas, útiles la mayor parte y algunas decorativas. Á su bordo, á más de los pasajeros naturales á todo barco bien nacido, venían una banda de bohemios, con su carro lleno de harapos y mendrugos, su colección de chiquillos vestidos á lo desnudo, la madre dando el pecho á tres ó cuatro y el padre fumando sendas pipas de alquitrán con serrín de caoba y palo santo; venía un carrito con un niño contrahecho; venía el inglés de siempre, derecho como un poste al lado del timonero; venía la carga, el lastre y finalmente nosotros, que con una serenidad digna de más ó menos encomio, mirábamos la maniobra de largarnos, alineados á las

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barandas del buque y agitando los pañuelos, porque así se acostumbra en estos casos de despedida.

El mar en tanto presentaba lo que se ha dado en llamar la mar de fondo. Agitadas las olas por otras olas que había sin duda en el fondo de las aguas, y por el viento que soplaba Sud-Oeste, ó sea en dirección contraria á nuestro intento, empezaba á imprimir al trasatlántico lo que, en mal hora también, se ha dado en llamar un suave balanceo. Ora subíamos por un lado y veíamos Barcelona alejándose y perdiendo el equilibrio; ora era Montjuich que se inclinaba con toda su artillería, ya las montañas perdían su graciosa silueta; ó bien la tierra á más de aquellas vueltas que da en calidad de planeta, daba otras que no eran de un gusto exquisito y que nos hacían perder la clara y extricta noción de toda geografía.

Montserrat, por un momento nos hizo ver á donde estábamos, pero aquella crestería fue borrándose en el confín de las aguas, y ya sin nuestra montaña, á fuer de catalanes, nos sentimos un vacío.

¡Anochecía, y á nuestro alrededor no vimos más que mar y cielo! No vimos más que un cielo triste y un mar en danza, que sólo había visto pintado en los exvotos! Un equinoccio en perspectiva, un vaivén tan pronunciado, que no podía ser de buen agüero en aquellas circunstancias de no poder desembarcar á nuestro libre albedrío!Un momento, pensamos tirar aquellas botellas que tan buenos resultados dan á los náufragos de experiencia, con su papel rollado conteniendo las señas personales del individuo, la cédula, el pasaporte, y una moneda de cobre; pero no había ni una botella vacía y nadie era capaz de vaciarla en tan apurados trances. ¿Qué hacer? como dicen en las novelas. ¿Qué intentar? ¿Qué camino seguir? El más corto. ¿Qué resolver? Pues, ponernos pálidos, de una palidez de cera, é irnos desfilando hacia el camarote sin pérdida de momento.

Así lo hicimos, y la cubierta antes tan animada, fue quedando desierta entre la augusta soledad de las malhadadas olas. Uno á uno fuimos bajando con cara patibularia, huyendo de la tormenta; los bohemios primero, ocultándose en los últimos pliegues sucios de su cariñoso carro; el del carrito luego, los continentales é isleños y todos, menos aquel inglés impertérrito, todos como castores fuimos entrando en el camarote, y subiendo en aquellas camas colocadas como tumbas de segunda.

A poco de estar enterrados, oímos una campana que llamaba con lastimero sonido. Sin duda han tirado á alguien al mar para aligerar el barco, pensamos, ó quizás sea la señal de haber perdido el rumbo. Nada de eso, tocaban á comer, los grandísimos guasones. Como si alguien fuera capaz de echarse algo en el estómago, cuando todos hacíamos lo contrario. ¡Cómo si alguien comiera, en vísperas del naufragio! Decididamente, el mar tiene amarguísimas ironías, reflexioné, tomándome una taza de manzanilla y ocultándome entre las sábanas.

Lo que entre ellas sentí, ayúdame á describirlo, oh, gran Neptuno! A veces, se me subían los pies á alturas inverosímiles, quedándome pies arriba como un gimnasta aguerrido; á veces, me incorporaba erguido como los fantasmas del Roberto; ya nos sentíamos en un abismo, como si bajáramos al fondo de las aguas ó nos cargaban de lastre, ya subíamos, para caer más tarde en los abismos de las algas. No se conocía el equilibrio en aquella casa andante. La línea horizontal se perdía en un mar de

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confusiones, y hombres y objetos habíamos olvidado la noción de toda estabilidad, yendo sin ton ni son con desarreglo de físicas y geometrías.

A todo esto el pistón de la máquina motriz, con una constancia digna de grandes elogios, seguía un compás ajustadísimo, terco é incansable; pero que nos volvía locos á fuerza de terquedad y precisión. Aquello era algo así como el péndulo regulador de aquel suplicio, el que llevaba la batuta del mareo, la mano oculta que luchaba con las olas para hacernos pagar los platos rotos en aquel terrible trance.

Este llegó al colmo al entrar el sol en funciones. El agua saltaba por encima del navío, escalando casas ajenas y apartándose de los límites naturales, en vista de lo cual y preguntando el porqué de tal estruendo, me dijeron, gente que podía saberlo, que la propia Dragonera estaba en el horizonte. Figúreme que esto sería un animal de muy mala catadura; un dragón gótico, un ídolo japonés con riquísimo traje de concha y gran surtido de uñas y colmillos; una patum marítima, ó la serpiente apocalíptica, que ven todos los años los balleneros, según cuentan los periódicos de los Estados Unidos; pero no fue nada de eso: era una isla, «rodeada también de mar»; una isla en persona, anunciándonos que estábamos cerca de tierra.

¡Con qué gozo vimos aquella tierra de Mallorca! Con qué ansiedad subimos á cubierta, calmado el mar quizás por ocultos temores. Entonces comprendimos la alegría de Colón, tan bien cantada por muchos en el centenario pasado! Entonces di por bien pagadas las promesas de naufragio y las realidades del mareo, en vista de aquella costa que apuntaba, y nos lanzamos á mirarla robando luz nuestros ojos para ver más panorama, y más belleza extendida allá en el fondo.

Entrábamos en anchísima bahía. Una bahía de subidísimo azul, augusta, bañada de serenísimo cielo, y casi rodeada de isla, en justa correspondencia. El agua en ella, no parecía ser la misma que tan tenaz estuvo poco antes con nosotros. Aquí, en vez de la furia y malos modos, se encrespaba sólo para dar relieve á su masa, variedad á la monotonía y cambiantes de colores y reflejos, que recogía del aire, de las barcas de vela, y de la costa. Esta, á la entrada, se presentaba acantilada. Grandes peñas bañándose, con ocre en la frente y calzados sus pies de musgo; pedruzcos surgiendo de entre las olas y éstas mojándolos de espuma, y retirándose á intervalos, para cubrirlos de nuevo. El vapor adelantaba de frente, siempre derecho á Palma, que ya se veía, á lo lejos, como una vibración luminosa. A la izquierda empezaban á surgir casitas blancas, medio ocultas entre guirnaldas de flores, de colores alegres, verde claro, azul celeste, violeta, ocres dorados y tintas de tersas suavidades; pequeños minaretes adelantándose sobre las peñas, azoteas bañadas á toda luz, pórticos y columnitas cobijados bajo un dosel de frisos, y coronado todo por las rojas paredes del castillo, cuyas torres almenadas, destacábanse sobre el celaje más intensamente azulado que se pinta en las regiones del cielo.

Otra vez estábamos todos en aquella barandilla, excepto el impertérrito inglés, que no se movió un instante del lado del timonel. En vez de ir hacia la tierra, la tierra parecía que venia hacia nosotros, y orgullosos de tal recibimiento, la esperábamos confusos, para de un solo abrazo, abrazar toda la isla.

Ya Palma estaba allí, tan cerca, que podíamos llegar á nado en caso de compromiso. La blanquísima ciudad, se agolpaba al rededor de inmensa catedral, que colocada sobre un

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alto promontorio presentábase con toda su majestad. Anchas paredes subían en grandes masas, pináculos las coronaban con góticas cresterías que el sol cuidaba de dibujar en delicadas y suavísimas sombras, y el oro mismo parecía brotar de aquellos muros, y evaporarse en la atmósfera en brillantes vibraciones. A sus corpulentas espaldas, un mundo de casas asomaban con millares de ventanas; infinitos campanarios brotaban de todos lados y en el fondo un sin número üe molinos, blancos como gabiotas, y como ellas cerca de la playa, movían sus grandes brazos, como ruedas de artificio de una fiesta luminosa.

Por fin entramos en el mismísimo puerto. Un puerto rubio, si se puede decir así. Entre la isla y el barco pusieron una palanca, y por aquel estrecho paso, pasamos á este país hermoso.

Santiago RusiñolPalma de Mallorca

(La Vanguardia, 16/03/1893)

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Desde una isla

Palma

Como pudo ver el que leyó nuestra epístola anterior, tras un viaje inmoderado, llegamos á estas tierras de Mallorca, desembarcando en sus playas por medio de una palanca.¡Estábamos ya en la isla! Nuestros pies andaban en tierra firme, y á no ser por ese estorbo de maletas que el hombre lleva sobre su propia conciencia cuando anda por el mundo, hubiéramos corrido por la arena en dirección circular, para poder convencernos de que realmente estábamos rodeados «de agua por todas partes» y de que la isla era auténtica y no una broma de las tercas compañías de vapores.

Porque á juzgar, señores, por lo que veíamos al alcance de nuestra mirada de lince, ó aquello no era isla, ó éstas son de la misma conformidad que cualquiera continente. Nada de moluscos fósiles colocados en medio de los caminos para uso esclusivo de los pobres robinsones, nada de cabañas de juncos para las siestas indígenas, ni un negrito á la vista, ni un mísero cocodrilo, ni tan siquiera una pequeña danza de la clase de guerreras para entretenimiento de los que íbamos llegando. Gasas con cuatro pisos y pico, palacios levantados con sabias reglas de arquitectura, calles empedradas tersamente y mil detalles de una civilización llevada al máximo grado, pero que no cuadraba con la idea que de una isla nos habíamos formado desde nuestra tierna infancia.

Ya apenas desembarcados, admiramos un precioso edificio que nos dijeron que era la Lonja... ¡Qué conjunto! ¡Qué de preciosos calados! ¡Oué holgura en el trazo general y qué cariño de artista en los más pequeños pliegues de aquella obra selecta! Los adornos en aquellos grandes muros, están tan sobriamente colocados, hay tanto derroche de esa difícil desigualdad artística de los monumentos góticos, las líneas corren con tal suavidad, deteniéndose aquí para formar un doselete, curvándose más allá para dar paso á un follaje, encontrándose siempre en un punto que podríamos llamar el punto de la armonía, que hace de tal edificio un ejemplar de lo más perfecto que pueda verse en el arte de la ojiva.

Poco rato nos detuvimos á contemplar el edificio, porque el hombre que viaja, como es cosa sabida que el viajar enseña mucho ha de aprovechar el tiempo y acumular la enseñanza á toda prisa, deteniéndose tan sólo los momentos más extrictos que reclama un entusiasmo prudente, y si bien merecía el edificio algunas horas de estudio, como íbamos itinerados, continuamos andando.

Pasamos por el pie de unas murallas, y dejando á nuestro paso los consumos, el brazo militar acuartelado, y otras dependencias del ramo de administración que para uso interno y defensa exterior necesita todo pueblo, llegamos á lo que aquí se llama el Borne.

No es éste, como el nuestro, centro de verduleras, horteras y otras frioleras de la misma calaña y catadura, ni manjar apetecido de concejal ambicioso, sino cultísima rambla

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colocada en medio de la ciudad, paseo y salón al aire libre al mismo tiempo, lugar con fisonomía propia, eje sobre el cual, en retórica figura, da vueltas toda la isla. Allí acuden los menestrales al caer de la tarde, á conversar de política ó de otra cosa agradable si no son aficionados á los negocios de Estado; allí acuden los militares y empleados á pasear, aprovechando los cortos instantes que sus ocupaciones les dejan en libertad; allí los señores graves á cambiar de clase de aburrimiento que les impone la grave seriedad de que se ven revestidos; los hijos del pueblo con sus anchos sombreros de castor, la pollería elegante y las chicas de Palma, hermosas la mayor parte, así las que visten imitando el último figurín que llega del continente, como las que siguiendo las añejas tradiciones enmarcan su rostro expresivo con el lijero volante, dejan caer su cabello trenzado sobre el mantón y muestran el brazo desnudo, destacando triunfante sobre una fila de botones de oro mate.

Ya se comprende que con tales elementos, con tanto sol, con tales ojos brillando debajo de tan negros cabellos, sean muchos los que á fuerza de ir solteros al Borne, acaben por salir de allí tomando el rumbo del matrimonio y se encuentren casados por obra y gracia de la fuerza seductora de un paseo. Los árboles que le dan sombra, las terrazas que lo miran, algún ciprés que asoma por detrás de la alta tapia, y sobre todo la línea de bancos de piedra y los jarrones colocados á lo largo del paseo, imprimen á éste un aire entre melancólico y romántico, como uno de esos grabados de principios de este siglo.Allí el hombre, por mucho que lo sea, se siente languidecer, siente deseos de pasar la vida de un modo contemplativo, vivir sentado y soñoliento, oir el ruido del mundo á través de las azules fronteras de una isla, no trabajar ni aun para vivir, y quedarse aletargado en aquellos bancos de piedra, ni oyendo pasar las horas ni sintiendo correr el tiempo.

Esto hubiéramos hecho nosotros, á no llevar escrito en la conciencia aquel maldito itinerario que no nos daba ni un punto de reposo. El, con su concisión inglesa, nos marcaba la hora de la comida, y tuvimos que seguirle, y comer á toque de itinerario; él nos dijo, que después de la comida el hombre civilizado debe tomar su café, y al café nos fuimos y lo tomamos y hasta cigarro y aun copa para dar gusto al condenado plan, que nos lanzó por fin á la calle á ver lo que deseábamos ver, pero no con aquella puntualidad que no daba tregua al cuerpo ni reposo á nuestro espíritu.

Seguimos por estrechas calles y tortuosos rincones. Los aleros de las casas, artísticamente laborados, adelantaban á ambos lados saludándose con su respetable testa; de vez en cuando descubríase un primor; una pequeña ventana, íntima como un secreto, adornada de pulcrísimas manos de mujer, esculpidas, de estilo gótico ó plateresco; otras veces estos ojos de las casas dividíalos fuste esbeltísimo, coronábalos ligerísimo capitel y abrigábanlos guirnaldas de plantas cuidadas con delicado cariño; y más allá eran altas, cuajadas de escultura, con cabezas destacando de adornos renacimiento, cerradas sus ventanas al parecer para siempre, é imprimiendo al edificio una soledad de muerte. Aquí se dibujaba un escudo, pasábamos bajo un arco más allá, y á todos lados veíamos grandes portadas dando paso á patios descomunales.

Eran éstos, severos la mayor parte, pero de una severidad que daba frió al cuerpo. En el centro columnas robustas, de mármol, anchas de base y coronadas de sencillo capitel, piedras en el suelo con hierba creciendo en las junturas, un pozo en un ángulo, una verja en el fondo dejando entrever la única nota risueña para servir de contraste, y á un lado la escalera, anchísima y desolada, subiendo majestuosa entre desnudas paredes hacia las

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habitaciones que presentíanse detrás de aquellos espesos muros como algo deshabitado, oliendo á soledad y á muebles viejos, á palacio desierto y á tapiz apolillado... el alma las rechaza en demanda de un rincón de intimidad, de una tibia buhardilla donde vivir en familia y no morir en la desolada anchura de una grandeza perdida.

Dejando las de la vida y siguiendo nuestro impuesto derrotero, pasamos por otras calles y llegamos frente la Catedral, que es donde llega siempre «el cansado viajero». Lo primero que de ella vimos fue, naturalmente, su fachada, y ¡ojalá que no existiera! No parece sino que desde principio de siglo, hubo un saldo de fachadas y que compradas á bajo precio hayan ido pegándolas á nuestros más hermosos monumentos. No diré que esta sea peor que la de nuestra basílica, pues entre las dos siempre parece peor la que se tiene delante, pero la de aquí tiene al menos el atractivo de lo grande, y si no tiene más belleza al menos entraron en ella más jornales y más piedra. ¡Que contraste con las pequeñas portadas laterales! ¡Qué revolcón para el flamante arquitecto! De aquellas plantas modelo de buen gusto, bordadas en las estrías de la piedra, no supo aprovechar ni una hoja! No supo ver ni una línea de aquellas que allí tenía dictándole la más perfecta armonía! No llegó á ver ni el conjunto, ni uno sólo de los hermosos primores que allí existen, para su propio remordimiento!! Lástima, pensamos, que muchas de las obras malas, sean de tan duradera piedra como las pocas buenas que el hombre acierta, y esto pensando, entramos en el interior, por orden siempre de nuestro severo y concienzudo itinerario.

La impresión que el templo produce es de grandeza. Altísimas columnas desparramándose en bóveda, allá, en altura extraordinaria, rosetones fornidos, altares toscos, ventanales inmensos, tabicados la mayor parte, que imprimen al interior un sello de fortaleza, un algo de falta de detalles que da belleza majestuosa á su conjunto, armónico pero desnudo, selecto de líneas pero indicadas sobriamente, un aire, en fin, de arquitectura masculina si me está permitida esta imagen, que imagen es de la nuestra.No faltan otros detalles innumerables y bien valdría la pena de hablar de ellos, pues ni faltan joyas que ver en toda catedral de esta importancia, ni gente de importancia falta, que se muere en época oportuna para dar que hacer con lucimiento á los arquitectos; respectivos, labrando tumbas para su eterno descanso, más ó menos góticas, platerescas menos ó más churriguerescas ó barrocas.

Saliendo al exterior, por otra puerta, otra vez nos encontramos frente á frente de aquel mar de nuestras pasadas tormentas. A pesar de su belleza, reconocida por todos los pueblos civilizados y algunos que no lo son, á pesar de sonreírse aquel día con su más azul sonrisa, mantuve firmes mis rencores, ofendido de su mal comportamiento, y si no le negué el saludo fue porque empezaba á temer que otra: vez tendría que correr sobre sus «embravecidas olas» si, en efecto, era isla el terreno que pisábamos.

Por él fuimos siguiendo las murallas. Son éstas altas y sucias, como todas las murallas de todas las plazas fuertes. Aunque poco inteligente en la materia, no he de callarme que, á pesar de su volumen, las considero de poca resistencia para la defensa. En la guerra de Calaf, última campaña á que he asistido en persona y donde se guerreó á la moderna, usábamos el sistema de trincheras, y á fe que fueron precisos un sin fin de cuerpos de ejército para dar un asalto, que resultó concienzudo. Para lo que no tienen precio las murallas es para servir de estorbo. Obligadas las casas á vivir al amparo de los muros y no pudiendo crecer por lo ancho, crecen por lo alto hasta perderse de vista,

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vuélvense angostas, y si bien ganan en ello desde el punto de vista pictórico, pierden bajo otros puntos de vista que no dejan de ser importantes.

Un sin fin de ellas vimos en los barrios pobres, típicas la mayor parte, albergando maestros y oficiales de esos pequeños oficios que tienen más poesía que dinero, cobijando tiendas extrañas en las cuales no se sabe lo que venden á fuerza de vender tantas cosas á la vez, sirviendo de palomar á todo un mundo de obreros que se estrujan hasta en las mismísimas grietas, ganando el terreno palmo á palmo, aquel terreno que sobra en los anchos caserones de que hablábamos antes.

Por delante de ellos volvimos de nuevo á pasar, y por delante de otros barrios, y más iglesias y más murallas y calles, hasta que, rendidos y burlándonos del feroz itinerario, nos sentamos. Lo hicimos en un banco de piedra de las Casas Consistoriales; un banco resguardado, bajo un balcón, por alero labradísimo. No he visto nada más propio que aquel asiento, cobijándose bajo la casa del pueblo, abrigado por sus muros y teniendo por dosel la propiedad de todos los palmesanos.

Poníase el sol, y bajo su influjo y el influjo del cansancio, sentimos un asomo de tristeza. No hay duda, pensamos, esto debe de ser una isla «rodeada de mar por todas partes». Quizás no haya medio de volver á la península sin pasar por el furor de los líquidos; pero ¿qué importa? bella es la isla, buenos han sido sus hijos con nosotros; en vez de indios, como en las islas que cantan las geografías, no encontramos más que amigos ilustrados: pues bien, si el mar no cede, nos quedaremos aquí á vivir en santa paz por los siglos de los siglos.

Santiago Rusiñol.Palma de Mallorca, Marzo del 93.

(La Vanguardia, 23/03/1893)

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Desde una isla

En busca de un istmo

La vida de ciudad empezaba á cansarnos. Deseábamos salir al campo para ver de cerca las montañas azules que asomaban detrás de Palma; queríamos saber dónde iban á parar aquellas bien cuidadas carreteras que salían del mismo Borne como los rayos de una estrella de los vientos y sobre todo (dicho sea con toda la reserva que puedan tener las letras de molde) queríamos estudiar las costas con cuidado, por si acaso encontrábamos un istmo que buenamente se uniera al continente, pues aunque todo el mundo aseguraba lo contrario, pensábamos que á veces la fuerza de la fé encuentra lo que »o han visto los fabricantes de planos.

Además, según saben personas de muchísimas creencias, Monsieur Urbán fué el primero que llegó hasta esta tierra por rumbo desconocido. Y esto nos daba alientos para buscar en los más pequeños pliegues del terreno, un paso, por malo que fuera, que nos sacara en seco de esta isla problemática cuando llegara el momento de marcharnos.

Fuímonos, pues, á la estación, tal como suena, que estación hay aquí, con ferrocarril de verdad, y con todo su juego de máquinas, frenos, furgones y coches de pasajeros. Es verdad que el tren es un tren que vacila entre los caros y los llamados económicos, que más que á fuerza de vapor parece que ande dándole cuerda, pero al fin y al cabo es elegante y brioso en llegar á paradero. Y marchó sin separarse ni un momento de la vía.

Siguiendo ésta, fuimos andando entre un alegre y bellísimo paisaje. Sin duda para obsequiar nuestra visita se había dispuesto que brotaran á la vez los almendros que se hallaban á lo largo del camino, fineza que agradecimos en extremo, pues fue un regalo á los ojos, digno de testas coronadas de buen gusto. Por ambos lados de la vía, no se veía más que ancha sábana blanca, destacando sobre una alfombra de matísima verdura; corría el aroma muchísimo más que el tren, pues en él nos alcanzaba, dándonos á respirar un aire suavemente embalsamado; y abiertas de par en par las ventanillas, parecía que nadábamos velozmente sobre un lecho de flores. Aquel tren, no era un tren para dormirse, como tantos que tienen el mal acierto de pasar por países feos é indiferentes; aquello no era hacer viajar el cuerpo, sino acompañar al espíritu, para que se embriagara á sus anchas de paisaje bien servido. Pasados los árboles de las flores, venían los olivares, grises de hoja y plateados como todos los de su clase, pero más viejos que los demás, más abierto el corazón por sus caprichos de árbol, tomando más extrañas actitudes, formas más inesperadas y siluetas más fantásticas; seguían luego los higuerales y algarrobos dejando caer sus brazos desmayados hasta el suelo; de nuevo volvíamos á la blancura, destacada de vez en cuando por la nota bronceada de limoneros ó naranjos, ó por la augusta palmera, gozando en cimbrearse con la oriental indolencia que sufren estos románticos árboles... Y aquí un pueblo, allá una visión de montañas, no pudimos dar tregua á la mirada, saltando de ventanilla en ventanilla, para ganarnos panorama de ida y vuelta, hasta llegar á la Puebla.

Allí bajamos y subimos. Bajamos del tren y subimos á un carril, nombre que aquí se da á la tartana por razones que datan de remotísima fecha. En él volvimos á andar con

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noble perseverancia, vigilando á los lados del camino, á fin de ver si divisábamos algún talayot auténtico, que por allí debía haberlos, según nos habían informado.

Son los talayots habitaciones de los primeros pobladores de Mallorca, monumentos megalíticos, casas ciclópeas, ó habitaciones terrestres de las edades prehistóricas, según dicen la mayor parte de los sabios. En lo que estos no están conformes (jamás he visto que los sabios lo estuvieran), es en saber si esas hoy rústicas casas fueron fincas urbanas de los celtas, de los íberos, de los hunos ó de los otros. Están formadas de grandiosos pedruscos; no tienen más que bajos, y son propiedades que debían producir muy poca renta á los honderos baleares que eran sus dueños legítimos. Es verdad que estos eran hombres de pocas necesidades. Su afán era tirar piedras á todo bicho viviente y aun á las mismas personas, construirse su talayot y esperar el porvenir, sin pagar contribución, ni sastre, ni médico, ni abogado. El pan debían ganarlo los chiquillos haciéndolo caer á pedradas de un punto dificilísimo, donde lo colocaba la madre. Esta vivía en gran estima y el hombre iba de mercenario á la guerra ó defendía la integridad de la patria, No conocían el oro, ni lo querían conocer para no viciarse y perder las formas esculturales, y en el mercado de esclavos daban cuatro hombres por una sola mujer, lo que prueba que eran filósofos en extremo y personas de buen gusto, y que aquellos talayots cobijaban gente feliz y de costumbres dignísimas.

Todo esto sabíamos de su historia, pero no veíamos un talayot en todo el llano. A cada montón de piedra que divisábamos á lo lejos, nos latía el corazón; á cada volver del camino lanzábamos la mirada que debió lanzar Napoleón en busca de las pirámides, para ver si asomaba un talayotito pequeño, y no veíamos nada que nos diera esperanzas talayóticas; una vez bajamos del mismo carril: y ¡oh dolor! lo que creíamos megalítico y ciclópeo fue barracón de nuestros míseros días!

La historia y la prehistoria huían de nosotros, pero Pollensa, la Pollencia romana se acercaba y á las diez de la mañana llegamos á lo que debieran ser sus murallas en caso de estar la villa fortificada. No lo estaba, ni es el pueblo, pueblo de armas tomar, ni rico en monumentos antiguos, pero en cambio goza la paz de su hermosura, en el regazo de un valle que envidiara una ciudad de Oriente y vive feliz en aquel rincón de mundo, viendo brotar el azahar de sus naranjos, para dar fruto de oro en aquel fondo de continua primavera.

Una sola portada vimos que nos pareció interesante. Mirábamosla desde la calle, curiosos, cuando saliendo de la tienda un personaje, rarito «él», díjonos, seriamente plantado en seco delante de nosotros: «¿Estáis mirando la fachada?. Estoy conforme. Tengo los documentos de cuatro linajes. Estos linajes son Morgaz, y los guardo en pergamino.» — Podéis guardarlos, si os place, contestamos. Estamos conformes, y con vuestro permiso nos vamos á la posada, caballero, á comer también cuatro linajes de aves, con carne de pergamino.

Así lo hicimos, y acabado de comer presentóse un paje con cuatro bestias de la raza de los mulos. Subió Gomis de un salto en uno de ellos, montó otro Casellas á la inglesa, el tercero Font á la irlandesa, y en cuanto á mi humilde persona, arréglela como pude en lo alto del animal que me cabía en bien malhadada suerte, el cual llevaba tal enredo de monturas y tan gallardamente anchurosas, que había para volverse loco buscando su uso y significado. A pesar de ello trotaron las bestias hacia el castillo del Rey, á donde nos dirigíamos á visitar sus ruinas. A veces, las nobles cabalgaduras se empeñaban en andar

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de un modo que no era andar, tal era su calma ó filosofía, y ni con súplicas, ni tirando de aquel juego de cuerdas y correas, ni insultándola con malos modos, se movían del sitio de sus misteriosas preferencias; á veces una de ellas se escapaba, llevándose á cuestas á uno de nuestros amigos, al cual veíamos maniobrar á lo lejos tirando del bocado á toda máquina, y creíamos perderlo para siempre en aras de aquel furioso torbellino; por fin, movidos de un resorte ignorado de nosotros, quizás guiados por el instinto de imitación, todos los mulos se ponían á correr juntos, y entonces eran de ver las posturas que tomábamos á caballo, ora cayendo sentados de perfil sobre la bestia, ya dándole las espaldas ó bien agarrados cerca de la misma cola, según el movimiento impulsivo que sufríamos en aquel terrible trance.

Lo más triste era que tales escapadas contra nuestra voluntad, acontecían al presentarse un punto de vista hermoso, y á fé que menudeaban. Seguíamos por un valle coronado de peñascos y sumamente variado. Tan pronto el paisaje se presentaba de una aridez parecida á las fotografías de la luna, como cruzábamos por entre frondosos bosques, aquí un grupo de cipreses, allá las encinas formaban compactas masas y entre pedruscos subíamos siempre acercándonos á las ruinas.

Destacáronse éstas por fin en lo alto, en lo altísimo de una peña, sostenidas allá arriba por milagro. Nunca hemos visto castillo aguantarse en punto más peligroso, ni ruinas más bellamente salvajes, ni es posible que haya fuerte más difícil de escalar. Por murallas tiene verdaderos precipicios, por fondo el vértigo y el mar por foso. Aun yendo en son de paz como íbamos nosotros, costónos gran trabajo el escalar aquellas breñas, el entrar en aquel fiero recinto, el llegar allí donde anidan las águilas solamente.

Digo mal, porque el Inglés ¡aquel inglés! ya estaba allí, quizás desde el día antes, compartiendo con los halcones. A pesar de éstos y de él las ruinas eran espléndidas y el panorama sublime. Toda la costa, recta, acantilada, cortada de un solo trazo, se extendía con relieve gigantesco y entraba en el fondo del mar, hasta perderse en Dios sabe qué inmensas y hermosas profundidades.

No había duda, ¡estábamos en una isla!!! Allí se veía su forma redondeada, sus altísimas paredes, sus cimientos misteriosos! Era una isla que parecía brotada de las entrañas del globo, una isla nadando, una isla «rodeada (¡ay!) de mar por todas partes!!» ¡Y qué hermoso estaba el tal mar de nuestras pasadas penas! Qué tranquilo parecía á la mirada, qué transparencia la suya, y cómo bordaba la isla con los besos de sus labios, disimulando su furia á los ojos embebecidos! ¡Cómo hacía soñar en sus paisajes submarinos, en sus bosques de algas, en su finísima piel de arena voluptuosa, durmiendo inmaculada allá en el fondo del fondo de sus aguas, atrayendo á su lecho á los pobres navegantes! Oh, mar! Así me gusta mirarte, á lo lejos, haciendo de fondo á la tierra! tu misión es servir para línea de horizonte! Aquí mismo te tragas, con la atracción de tu vértigo, la obra lenta de los hombres! De este fiero castillo, hoy engulles una piedra en tus senos profundos; mañana otra, otra más tarde, y una á una ves que ruedan hacia tí y que bajan vacilantes entre tus pliegues sin que se calme tu furia! No ha de engañarme tu hermosura. Ya que esto es isla, á un globo recurriremos para marcharnos sin tener que correr sobre tu hipócrita faz, oh mar nefasto y embustero!!

Esto pensado, dejamos el castillo y el Inglés, y nos marchamos á los primeros rayos de la luna que tuvo á bien presentarse para mayor lucimiento. A su pálida claridad (perdón por el ripio) llegamos de nuevo al pueblo: si tristes por las noticias y convencimientos

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descritos, sumamente impresionados, y dejando el material de caballos, y subidos otra vez en el carril seguimos nuestro camino.

Esta vez era de noche. No solamente no llovía sino que hace mucho tiempo que no llueve en esta isla, sufriendo la agricultura, los intereses materiales y... muchos otros intereses que se prestan á lucirse, pero de los que no hablaremos porque llevábamos prisa y teníamos que viajar á todo trapo.

Toda la noche viajamos, y apenas si nos detuvimos en Alcudia que bien merece la pena de hablar de sus murallas medioevales; y viajamos á la mañana siguiente y por la tarde continuamos viajando. Habíamos equivocado las medidas, ya que la isla era mayor de lo que señalaba el mapa y los caminos se hacían interminables. Siguiéndolos pasamos por la Albufera, cruzamos llanuras sin fin, vimos conejos, oímos cantar perdices, y con estas gratas distracciones, volvió á llegar la noche y á no llover otra vez y á sufrir la agricultura y á no llegar nunca á puerto.

Por fin tuvimos una sorpresa agradable: Alto el carro, dijo Font: —Un talayot á la vista. Bajamos y realmente lo era. Sus piedras más ó menos megalíticas, su ciclópea estructura, y su puerta intacta cubierta por su grandísima losa. ¿Quieren ustedes entrar?, se atrevió á decir el tartanero. —No, mil veces no, dijimos todos a la vez. De seguro que dentro debe de estar el inglés tomando apuntes.

Y continuamos viajando.

Santiago Rusiñol.Palma de Mallorca.

(La Vanguardia, 2 de Abril 1893)

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Desde una isla

En busca de salida

Eran altas horas de la noche y aun seguíamos andando por un camino interminable de la isla. La misma luna que alumbra los continentes, aquella pálida luna cantada por tantos y tantos poetas, aquel astro de la modesta clase de satélites, centro indiferente de miradas melancólicas, aquel reflector de luz que más ó menos difunto se pasea en la anchura del espacio con peligro de dar contra una estrella de los miles de millares que por allí andan con itinerario fijo también, con ser tan grandes, como con itinerario andamos nosotros miserables pigmeos de la estrella de la tierra! aquella luz, en fin, de la noche, alumbraba humildemente el camino y dibujaba nuestras pobres siluetas sobre el polvo.

Íbamos andando á pie, que el caballo no podía ya con nosotros, ni con sí mismo, ni con nadie, é íbamos cabizbajos. ¡Lo que es el hombre! Estábamos en una isla, en una pequeña parte de un planeta, que con perdón sea dicho, si lo borraran del cielo nadie lo echaría de menos en el ancho firmamento; recorríamos tan sólo un pedacito de tierra, un punto blanco perdido en un baño azul, y ¡nos cansábamos, y nos sentíamos sin fuerzas, y sufríamos de abatimiento! cuando esas luces del espacio, sin darse ni un momento de reposo, recorren por minuto un número de kilómetros con larga cola de ceros, llevados de sus alas, de sus inmensas alas misteriosas. ¿Por qué no hemos de tener nosotros unas alitas, por pequeñas que fueran, para ir y venir de la isla al continente, del continente á la isla ó donde quiera? ¿Por qué un pajarraco cualquiera ha de poseer facultades que el rey de la creación compraría á cualquier precio? «El hombre tiene las alas del genio,» nos dirá el que quiera llevarnos la contraria, «el hombre tiene potente imaginación que anda más que los trenes españoles.» «Estamos cuasi conformes» diría el sujeto aquel de Pollensa, pero nosotros poco provistos de estas cómodas retóricas, seguíamos el camino alumbrados por la luna, y ni un pueblo vivo ó en estado talayótico aparecía, y hasta hubo un momento en que temimos dar vueltas sobre nosotros mismos, rodando sobre el eje de un círculo imaginario.

¿Quién sabe, volvimos á pensar filosofando (no habíamos cenado) si en estas cuevas de Artá que vamos á visitar encontraremos un paso que nos libre de éste en que nos vemos cautivos por nuestra mala cabeza? Es tan extraña la tierra! El subsuelo nos guarda tantas sorpresas! El mundo está tan carcomido y se hicieron tantas minas en tiempo de los feudales que iban de una parte á otra para pasar el contrabando! No hay duda que la isla ha de tener tuberías que vayan al continente y que Artá puede ser el salvamento que buscamos. «Andemos, pues, amigos míos, firme la fé y serena la mirada.»

Y anduvimos, y andando andando llegamos por fin al pueblo y en su regazo nos dormimos y soñando ó sin soñar nos despertamos y salimos para las cuevas guiados de nuestro práctico, toda cuya práctica del mundo consiste en entrar y salir de aquellas grutas, que ni él comprende, ni hay quién haya comprendido.

Allí al pie de la cueva se encuentra un pequeño bosque retirado en un remanso. Grandes pinos, con su grata aroma de selva se levantan sobre tupida pradera, dando sombra á una

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gran mesa de piedra parecida á un altar de sacrificios de los hombres primitivos; levántense los troncos, en desigual espesura, y corre un espejo de agua reflejando aquellos fornidos árboles que prestan al encantado rincón una bienhechora sombra. Llega el mar hasta allí con tal sosiego, tal arisco perfume del bosque aspiran en él los sentidos, tan grato es el ruido de las hojas moviéndose suavemente al impulso de una brisa cadenciosa, tal poesía de la buena se respira, es tan transparente el cielo, tan apacible el lugar, tan bañado de luz y sobretodo inspira todo ello tranquilidad tan druídica, que hace detener el paso y vacilar el pensamiento, dudoso de meterse en ignoradas honduras, dejando aquel encanto del día para entrar en el reino de la noche, cuyas fauces tragadoras se abren á la entrada de la cueva.

En ella entramos, sin embargo, llevados de aquel deseo y de aquella curiosidad de viajero, y entramos despidiéndonos del mundo y de sus galas, confiando la vida á la ventura. Por de pronto subimos una serie de escalones, bajamos por un camino estrechísimo y llegamos hasta el fondo de un fondo, negrísimo y tenebroso. La luz entraba todavía, vacilante, en el fondo de aquel fondo; una luz azulada y débil como un suspiro, una luz de calabozo; una luz agonizante como luz de gótico ventanal herido por los últimos rayos de un sol que vá al ocaso, con sus fibras de plata dibujaba las aristas de raras estalactitas, se deslizaba en la bóveda, se apoyaba dulcemente en los rebordes, y vagaba como en un limbo soñado. Aquí y allá dejaba una sombra horrible, una visión de pozo sin límite ni relieve, una mancha sin fondo que los ojos rechazaban espantados; ya más que diáfana claridad, fue una esperanza refleja; ya más que luz fue un recuerdo de ella misma, y así, bajando siempre, sentimos la sensación de que se apagaba el mundo. Confieso que aquella fue la más profunda impresión que tenía que llevarme de la cueva. Aquel adiós á la luz, aquella presión siniestra de la oscuridad absoluta, diéronme frío en el alma. Sentí como un terror de haberme quedado ciego, un malestar de no saber donde me hallaba, y por más que la razón me decía que todo aquello era remediable y pasajero á voluntad, con tal rapidez apoderóse de mi la nostalgia del ambiente, del aire libre, de la atmósfera y de la mirada del sol, que me hubiera marchado solo, á saber hacia que lado se encontraba la salida.

Pero pronto, acostumbrados los ojos á la luz artificial, aclimatados á la vaga indecisión, fueron distinguiendo detalles y más detalles y gozaron de un algo desconocido. Vieron nacer tenues columnas suspendidas de lo alto bajando gota á gota y estirándose para besar á sus hermanas que van subiendo del suelo con la lentitud de los siglos; diabólicas figuras de formas de aparecidos y de fetos de fantasmas, piezas de una loca y espléndida arquitectura, ciclópeos trabajos de Hércules labrados por manos de pacientes pigmeos. Aquí, de entre lo vago de las augustas tinieblas, veíase surgir la silueta de un dragón misterioso, elevarse la figura de una estatua bizantina con sus pliegues lánguidamente caídos; bajar en arabesco dosel un cúmulo desmayado de tenues estalactitas; más allá, donde no llega la luz, más que verlas, se adivinaban otras extrañas quimeras y más santos y más ídolos y más raras siluetas borrosas como recuerdos perdidos; veíase aquí una columna de alabastro sin un pliegue en su esbeltísimo fuste, levantábase allí una palmera y descubríase de vez en cuando un abismo, dentro del cual lanzando en su fondo una piedra se la oye chocar sordamente contra el muro, como macabro sonido, y bajar á lo profundo y perderse allá en aquellas lugubridades parecidas á los encantados sótanos que soñábamos con horror en los sueños de la infancia.

Una sala se encuentra, donde suenan las paredes como un órgano, donde tiene cada fuste su palabra. En aquella soledad, donde no se oye ni la misma voz del silencio,

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donde la bóveda es tumba, donde la muerte parece como que oprime las sienes, aquel ruido sonoro vibra al oído como consuelo dulcísimo. Es el arte en su virginidad más pura, el embrión de la música, e! sonido brotando de la misma tierra y naciendo para crecer nota á nota como gota á gota se ha formado aquel caos de sublime sutileza. ¡Cuántos años de labor, de esa labor paciente de la gran Naturaleza, fueron necesarios para labrar aquel antro portentoso! ¡Y pensar que podría formarse de lágrimas una cueva como aquella, reuniendo las que se han llorado en el mundo, tanto han sufrido los hijos del planeta que habitamos y tan viejo es y tanta indiferencia tiene! «Se conoce que para hacer este edificio no se pagaron jornales», diría aquel menestral de la novela de Murger; y tendría razón diciéndolo, que aquí el hombre es admirador de una obra que no es suya y un espectador pasivo; ¡aquí el hombre es un pobre hombre!

Bajamos más por entre aquel laberinto, cruzamos por angostos pasadizos, y pasando por detrás de un recodo estrecho como una mina, llegamos á la sala titulada del Infierno. Es una sala que podría firmar el Dante; una cueva que da pavor, y que tiene la sublime poesía de lo horrible. Allí, las estalactitas son negras como el carbón, de un negro de fuego muerto, de un negro de cueva enlutada; los fustes de las columnas parecen los troncos de una selva enterrada en los primeros momentos de la formación del mundo, las paredes diríamos que han sufrido las torturas de un incendio, y la estancia toda parece ser la de un infierno que se ha ido apagando lentamente.

La verdad es que en aquel fondo no sabíamos si gozábamos ó sufríamos. Siéntese una sensación de peligro, pero de peligro hermoso, un goce de admirar aquel portento mezclado del temor de tener que admirarlo más tiempo del deseado, en caso de perderse en aquel local terrible; un deseo de continuar allí, con ganas de marcharse al mismo tiempo. Uno tras otro seguíamos al guía, observando de vez en cuando sus menores movimientos: si mostraba vacilación en el paso, si palidecía su rostro, si tenía intención de desmayarse; le mirábamos como á un enfermo de cuidado; mirábamos aquella luz como debían mirar la de la Estrella los tres Magos, y él continuaba explicándose, explicándose sin cesar, y nosotros no escuchándole, embebidos ante el espectáculo que cambiaba á cada paso á nuestros ojos.

Imposible saber el camino que seguíamos, tal era de intrincado, irregular y genial, si así pudiera decirse. Allí comprendimos una vez más, que puede existir la belleza sin aquella simetría y equilibrio tan cantado por los viejos académicos: allí era todo inesperado, todo nuevo, sublime todo en su desigualdad perfecta y por allí seguíamos, ya teniendo que agacharnos, ya entrando en un recinto donde el techo se perdía por unas alturas á donde no llegaba la luz, y bajando siempre, como si quisiéramos llegar hasta el centro de la tierra, llegamos al salón de las Banderas.

Llámase así por unos lienzos de peña suspendidos de las columnas, y es quizás el mayor de los salones de aquel palacio misterioso. Dejónos el guía solos con nosotros mismos y trepando por senderos que sólo él ha seguido, le vimos alejarse con la antorcha, subir por entre las peñas, ocultarse detrás de los pilares, y por fin aparecer allá en lo alto, dibujándose su sombra en los peñascos, en inmensa silueta. Hubo un momento en que aquel hombre insignificante nos pareció grandioso. Colocado en aquella altura é iluminado por un fuego de bengala, adquirió proporciones de diablo, de ser maravilloso, de genio de las grutas, ó de fantasma de la noche. Con la luz en la mano, mostrábanos columnas y más columnas que bajaban de lo invisible y se hundían en lo desconocido, grupos de flores petrificadas y plantas inverosímiles, ríos de espuma aglomerados por

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encanto, aristas sosteniéndose por milagro, paisajes fósiles, visiones submarinas, y qué se yó cuántas locuras espléndidas de la casualidad más hermosa. Fue aquello una apoteosis grandiosa, un final deslumbrador, porque acabado aquel fuego, volvió á apagarse la tierra, á reinar aquella oscuridad solemne, aquel caos de tinieblas que daba angustia y tristeza.

Habíamos llegado al confín de la cueva. «Hasta aquí llega mi distrito» (vino á decirnos con su lenguaje confuso el cicerone). «Mas allá, no ha sido hollado todavía por el hombre» Miramos, ó mas bien sentimos á nuestras plantas aquel «mas allá» terrible y nos quedamos pensativos. ¡Qué habrá en el fondo de este enigma de la tierra! Que de misteriosas y vírgenes soledades debe ocultar en su seno condenadas á una oscuridad eterna! «¡Oh Sol! tú eres el gran consuelo del mundo. Ya que aquí el camino que conduce al continente es tan siniestro, á ti corremos en busca de tu mirada.»

Y desandamos lo andado, y volvimos á pasar por los caminos estrechos, y por las grandiosas salas y por los senderos tortuosos, en busca de aquella luz que deseaba nuestro espíritu, de aquel Sol que nos aguardaba enviando sus destellos á la entrada de la cueva.

Jamás le vi más hermoso, ni más claro, ni echando más fulgores, ni derramando más oro. A su vista parecióme salir de una pesadilla y renacer á la vida, hízome llorar los ojos que querían mirarlo agradecidos, y declaré que los pueblos de la India que le adoran, no pueden ni podrán ser nunca salvajes.

Santiago RusiñolPalma de Mallorca, abril.

(La Vanguardia, 09 de Abril 1893)

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Desde una isla

Más cuevas

Otra vez nos encontrábamos por los alrededores del fondo de la tierra. Aun conservaba la retina la impresión de aquellas cuevas de Artá y de nuevo nos veíamos sumidos en nuevas oscuridades. Salíamos de un laberinto para meternos en otro, habíamos escapado de los relatos de un guía amanerado como todos los de su respetable clase y oíamos de nuevo eternas explicaciones, no teniendo más remedio que escucharlas, ya que de él dependían unas vidas que queríamos conservar á todo trance, por ser nuestras y quizás por estar amanerados con ellas.

Otra vez bajábamos entre espesuras de peñas, entre abrazos de estalactitas y estalacmitas puestas de común acuerdo desde tiempo inmemorial. Y entre el gotear del agua y á fuerza de bajar por senderos tortuosos habíamos perdido la noción del camino que seguíamos. No parecía sino que aquel práctico deseaba marearnos, de tal modo nos hacía dar vueltas y revueltas y pasar por donde habíamos ya pasado, pero nosotros, ya prácticos también en eso del ramo de cuevas, andábamos con notable sangre fría, viendo sin método lo que á la fuerza quería el hombre metodizarnos.

Las grutas que recorríamos eran más íntimas que las de Artá, más femeninas, modeladas con más detalles, y sino tan grandes como aquéllas, más vestidas de sutilísimos encajes y de lijeras cresterías. Aquí las columnas, más que columnas eran flautas de órgano bajando apretadas del techo, estaban adornados los salones con mayor refinamiento, eran más blancas las paredes y más cuajadas de arabescos. En Artá la madre Naturaleza hizo una obra grandiosa y aquí quiso detallar y detalló con aquel tino admirable que tiene para sus obras aquella buena señora.

Siguiendo los portentos que ha creado, entramos en un aposento llamado «cueva de los catalanes», por haberse perdido en ella dos paisanos, cuya pérdida y encuentro he de narrar, con todas las circunstancias, valiéndome del relato de una de las propias víctimas, de lo que nos contó el guía, y de lo que yo me imaginé en el curso de esta historia.

Aconteció en este siglo, ejerciendo de víctimas interinas, José Llorens, secretario del Cau Ferrat, por nombramiento poco menos que perpetuo, un tío del secretario y un guía de la especie de guías aficionados, á quien no conozco ni de vista, lo que no obsta para que se prestara en mal hora á servir de acompañante á los dos esforzados catalanes.

Salieron ¡ay! tío y sobrino no esperanzados, contentos tal vez y viendo quizás el porvenir de la vida pintado de color de rosa claro con sus ribetes de púrpura; salieron una mañana que apostaría cualquier cosa á que debía ser de mayo y serena y aromática, y por más señas entraron en esas grutas ¡bien en mal hora, válganme los doce apóstoles!

Porque al cabo de algún tiempo de recorrer las salas, de ir de una parte á otra en actitud admiradora, viendo que siempre pasaban por el camino de siempre, preguntaron tío y sobrino al aficionado guía si encontrarían la salida en caso de haberla de menester; á lo

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que contestóles el notable cicerone, en estos ó en muy parecidos términos:«Hace rato que la busco y no la encuentro.«Demonio — dirían seguramente los dos expedicionarios. Basta ya de estalactitas y salgamos por el camino más corto.

Salir has dicho, ¡oh humana criatura! Salir de ese enredo de curvas y pasadizos, capaces de marear á la cabeza más firme. Considera, alma cristiana, que si fácil es perderse sobre la clara superficie de la tierra, cuanto más no lo será siguiendo sus negras profundidades!

¡Perdiéronse, sí, y por esta vez bien perdidos! En vano buscaban aquella ansiada salida, aquella puerta de escape, aquella luz, aquella santa luz del claro día! Prisioneros ¡ay! de sí mismos, sin culpa venial para verse encerrados de aquel modo, debían sublevarse y poner el grito en el cielo contra tal injusticia, debían mirar al guía con intenciones de extrangularlo como primera providencia, y debían pedir á la misma que les sacara de allí, que ya no querían más cuevas, y las daban por sobradamente vistas.

Pero todo esto fue .en vano, que el mal paso estaba dado. Pusiéronse sobre sí, no pudiendo hacer otra cosa, y calcularon qué podrían calcular en aquel trance terrible. Por de pronto no tenían alimentos. Es verdad que podían comerse al guía, pero de seguro que no hubiera sido sin enérgica protesta y además no había donde guisarlo, ni una sartén á la vista, ni fuego, ni nada que fuera de utilidad en aquella inmensa cueva tan provista de bellezas. En cuanto á comerlo crudo, ni podía gustarles, ni es cosa que se pueda aconsejar; así, pues, decidieron no comer, ya que no había comida, librarse de molestas indigestiones, soñar en suculentos manjares, y continuar llamando á coro en demanda de salida, aunque no fuera contestado ni por un sólo eco compasivo.

Al cabo de algunas horas de andar, observaron que se acababan las antorchas y las dividieron en cuatro; observaron también que no se encendían los fósforos á causa de la humedad, y decidieron fumar por turno, con el fin de conservar un calor que tanto necesitaban. Llególe el turno á Llorens, que no había fumado nunca. Encendió el primer cigarro como quien dice á las puertas de la muerte, y á más del susto que llevaba, de la angustia, y del poco buen humor que debía gozar en aquel terrible apuro, añadiósele los sudores del mareo.

Mareóse ¡ay! que aún sin fumar había motivos para estarlo, y mareáronse los tres, guía, tio y sobrino, cada cual según su temperamento. Sentáronse, cogió el tío un lápiz faber, lo mojó de la punta seguramente y escribiendo sobre la peña «No hay esperanza», se quedaron á oscuras, porque se apagaron las antorchas.

Imagínese el lector, el buen rato que pasarían rodeados de tinieblas, piense lo que pensarían nuestros héroes por fuerza, espántese (si quiere) de sus grandes sufrimientos, y calcule la alegría con que debieron oír la voz de un cuerno que les llamaba, buscándoles á tientas por entre la oscuridad, para salvarles la vida. Tío y sobrino, debían caer en brazos uno de otro, como al final de un drama bueno, y aun el guía debió tomar una parte activa en al abrazo, que momentos fueron aquellos capaces de conmover á un flamenco de los nacidos en Flandes.

Gritaron de nuevo con más fuerza, corrieron por todas partes, y la voz aquella apagóse, y de nuevo volvieron á creerse abandonados. «Ya no vuelve á haber esperanza!» podía

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otra vez escribir el tío y á estar conforme el sobrino, pero no escribieron nada, porque no tenían luz.

¡Qué tormentos! «¡Qué noche, válgame el cielo!» y la salida no parece! En sus investigaciones, encontraron un enjambre de murciélagos que les azotaban la cara. Tuvieron que fumar más cigarros, que para mayor calamidad debían ser del estanco, á ver si espantaban á los torpes murciélagos. Hicieron pesquisas involuntarias de arqueología forzosa encontrando un jarro de las épocas talayóticas y llenáronlo de agua allá en un lago que vieron en el fondo de la tenebrosa cueva.

Por fin!!!... al cabo de unas diez y ocho horas de estar enterrados, como Radamés de la Aida, encontráronles sus salvadores, más viejos, más canosos, y mucho más desengañados que antes de las bellezas naturales de las grutas. No he de describir la escena del encuentro, que bien debía ser patética por ambos bandos, y sí sólo he de añadir un detalle.

Al mirar Llorens, agradecido, aquellas palabras escritas. «No ay esperanza!» notó que su tío, en aquel trance de terrible oscuridad, había puesto hay sin hache, y la añadió. Fue un acto aquel sumamente generoso, «ya que nos han salvado á nosotros (debió discurrir Llorens) que se salve la ortografía.»

Salvóse con gran satisfacción de la Academia Española y con gran contento del «Cau Ferrat», salvóse nuestro amigo y secretario y desde entonces llevó el nombre de Cataluña aquella parte de cuevas que seguíamos nosotros, para llegar hasta el lago donde habían estado los pobres extraviados.

El lago aquél, es realmente portentoso y de un misterio indescriptible, Es un lago dormido allá en un fondo de tierra, un lago triste, sin ruidos ni zozobras, quieto de una quietud solemne, pálido como la muerte. Es el agua de infinita trasparencia, sin un pliegue en su superficie, sin una sonrisa de agua, tranquila y callada,: indicando en su fondo blanquísimo como la plata, visiones de estalacmitas y rincones de una belleza sin mancha. Es agua aquella que dá el vértigo del agua, un deseo de hundirse soñando en dulce y suave arrobamiento, de hundirse lentamente en aquel fondo, dormida el alma en sugestión exquisita. Ni un ruido ha turbado sus ensueños, no ha visto jamás nube, ni ha sido hollada jamás en el curso de los años, que su único contacto es el de la gota de agua que cae sobre su faz, produciendo círculos que van creciendo, para borrarse y unirse en aquel hermoso espejo. Allí hubiéramos pasado horas soñando, no recordando ni el guía, ni la isla, ni el continente, horas de aquellas en que el hombre no se dá cuenta de la carga de la existencia, en que el cuerpo se olvida de molestarnos y deja vagar el espíritu á sus anchas, en que el hombre es lo menos hombre posible; pero afuera nos aguardaban, y salimos.

Presentáronnos el libro de oro á la salida, una libreta donde de balde puede apuntar cualquiera un «¡pensamiento sublime! ó más, si más lleva dentro», á fin de pasar á la posteridad mientras dure la libreta, la cual de oro fue para nosotros, pues evítanos, copiando las opiniones del prójimo, de comprometer las nuestras.

He aquí lo que escribe una señora romántica:Adieu, Belles et Nobles Grottes Celestes, Demeurez Merveilleuses. Je reviendrai, vous,

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qui dans ma contemplation m' avez fait oublier toutes mes chagrins.A revoir.

Buen viaje y cuidarse mucho.

(Un anuncio de uno que no pierde el tiempo en romanticismos.) «Aconsejamos á todos los visitantes á las cuevas, aseguren su vida en «La Previsión», que es la mejor compañía».

(Un ejemplo americano que desanima á cualquiera.) «Lo que dentro de este antro se ve, ni se describe, ni se pinta. La pluma mejor cortada ni la paleta de más ricos colores, son capaces de darnos pálida idea de... etc., Inspector de Lazaretos de la República del Uruguay».

«Estamos una corporación de carpinteros» (varias firmas).

«Visitamos las regias cuevas á los veintiún días de nuestro enlace» (sólo dos firmas).

«Con dos bellas muchachitasVisité las cuevecitas» (tres firmas).

(Una firma á lo que sigue ¡pero qué firma!!!)«'Per me si vá nella citta dolente,'Per me si vá nell' eterno dolore,'Per me si vá tra la perduta gente.He dicho. Luis Mazzantini.

(Frases cortas, pero expresivas.)«Uno que ni pincha ni corta, pero que vio las cuevas».«Uno que cuando estuvo en ellas no las vio». «¡Loor á la Naturaleza!!!»«¡ ¡ ¡ ¡ i ¡ ¡)»«Gloria á Dios en las alturas, y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad».«El que diga que esto no es bonito que se lo cuente á su abuela».«¡Avergonzaos, arquitectos!»«¡Con cuánta razón nos envidian los extranjeros!»

(Otro pensamiento sublime y prudente.) «En el año 1874 visité las cuevas, y hoy día de la fecha las vuelvo á visitar en compañía de las dos personas que firman. Dios quiera que volvamos á vernos juntos otras veces, en perfecto estado de salud. A. D. G.»

(Y por fin otro que añade, para concluir artículo y pensamientos.) «En las magnificencias de las cuevas se admira la mano de Dios: En las páginas de esta libreta se ve, si no se admira, la estupidez hermosa de la humana criatura».

Santiago RusiñolPalma de Mallorca, abril 1893.

(La Vanguardia, 18 Abril 1893)

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Desde una isla

La enfermedad del país

Habíamos vuelto á Palma. Mis amigos, atrevidos hasta el arrojo y desafiando nada menos que las iras del mar Mediterráneo, habían resuelto marcharse al continente y estaban á bordo esperando que tocara la hora funesta de salida.

Trabamos allí las palabras que se usan en esos casos de despedida, encargos de abrazos y recados que no se suelen dar y que se continúa encargándolos por la fuerza de la costumbre; momentos de silencio por haberse agotado las frases de circunstancias, sentimientos que no se aciertan á expresar y quedan dentro, y palabras que salen sin sentido; deseos de marcharse con los que marchan, y por fin agitación de pañuelos cuando el barco empieza á andar, dejando rozagante su blanca cola de espuma.

Seguido de ella vi alejarse el trasatlántico, serio, majestuoso y embistiendo ¡ay! aquellas olas; le vi más lejos en el mismo borde de la línea de horizonte; le vi, por fin, desvanecerse, y parecióme entonces (¡otra vez ay!) plantado en medio del muelle, que me quedaba solo en una isla solitaria.

Allí me estuve largo rato meditando, vago el pensamiento y con la indecisión de un vacío, sin brújula en la voluntad ni movimiento en las piernas y sobre todo sin acertar á escoger el camino que tenía que seguir para ir á alguna parte y alejarme de aquel muelle.

Anduve por él maquinalmente y sin rumbo fijo, distrayéndome á cada paso, ya mirando la carga y la descarga, ya las aguas ondeando soñolientas, ó las barcas con sus marinos dormidos á la sombra de la vela, ó á algún pescador de caña anonadado bajo los rayos de un sol que adormecía el espíritu.

Cansado de no hacer nada, me senté para librarme de aquella especie de letargo, y traté de pensar en el porvenir que me aguardaba en la isla, de cómo saldría libre de este hermoso atolladero; pero el aire era tan tibio y tan suave, era tan dulce la sombra y bienhechora, llegaba el salobre olor del mar tan embreado y agradable y era tan embriagador el reflejo de la luz, que poco á poco sentí que se cerraban mis ojos, que me moria de venturosa pereza, que no era dueño de mis fuerzas, y que, sin otras retóricas, me iba quedando dormido.

Jamás sin soñar nada, soñé tanto. Aquello fue estar en el limbo, vivir sin pena ni ventura, y no ser ni de la clase de vivos ni de la otra de difuntos. La vida pareció alejarse de mí mismo, tranquilamente, sin tropiezos ni sobresaltos, y me quedé morfinizado, embriagado de un opio disuelto en el mismo aire ó nacido en la isla y la sangre dejó de seguir su curso, y paróse el pensamiento, y me desmayé por dentro como si faltara cuerda á mi máquina y mi vida se hubiera paralizado. No sé el rato que pasé en este estado de beatitud pasiva y de modorra espiritual; sólo sé que soñé que me había vuelto moro sin renunciar al bautismo, que no comía más que dátiles y chuletas de gacela, que me pasaba los días descansando de las fatigas del descanso, que todo el

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mundo era cama donde echarse á dormir, sin dormir ni estar despierto, y que pasaban los años sin lluvias ni aguaceros, para llegar á la muerte y cambiar de dormitorio.

Aquel estado, comprendí que no era estado natural, que no había de qué, para así desfallecer, y que por fuerza había una causa de clima ó de lugar que me tenía suspenso, y me daba aquel sueño forzoso. Sacudíle como pude en un arranque de esos que á veces tiene el hombre ocultos allá en su interior profundo y levantándome con arrebato sublime, sin consultar mi ánimo que se hubiera quedado allí por los siglos de los siglos, llevéme el cuerpo á la fonda, y ya en ella esperé, sino dormido, sentado á que el porvenir llegara.

La Semana Santa fue el porvenir que llegó, y llegó acabando de enlutarnos y de dar á la población más carácter de tristeza. A medida que avanzaba la semana, esas calles tan estrechas como hermosas, tan llenas de carácter como desiertas de gente, quedáronse más desiertas todavía y al parecer más despobladas; en las plazas, en los paseos y en todas partes fue cesando el movimiento, paráronse los coches, callaron las mismas campanas, y Palma quedó aletargada como un gran reloj sin marcha. En aquella soledad de ciudad muerta, viéronse entonces cruzar las figuras enlutadas, compungidos los semblantes y lento el paso; viéronse como soñolientos los hombres y con aire místico y compungido las mujeres; vióseles dirigirse á la catedral y entrar por sus grandes puertas como puntitos negros destacando de la gran mole dorada, vióseles en el interior sublime, prosternados bajo la bóveda esbelta, y de nuevo salir hacia la calle, é ir á otras iglesias, andando siempre cual siluetas silenciosas. Reunidas más tarde en dos filas ondulantes y compactas, vióse entre ellas pasar la procesión con esa vaga tristeza que causa el silencio de las grandes multitudes. Unos timbaleros viejos y vestidos á la antigua abrían la marcha, y de modo tan lúgubre tocaban y andaban tan lentamente, que parecían llevar el compás de aquel sosiego, de aquella calma simbólica, de aquella paz de entierro del hombre mismo; seguían los penitentes en dos filas, largas, interminables, con sus vestas de diferentes azules; oscuro éste y verduzco aquél, desteñidos la mayor parte, ó de tonos rechazando la alegría ó, más bien, conductores de la angustia; de vez en cuando pasaba un hombre descalzo, oculto el sufrimiento de su rostro á lo fantasma, ó bien un amor de niño vestido de tristeza á los cuatro años; ora era un misterio ó una virgen llevada en andas, delante de la cual se inclinaba todo el mundo, ó seguía una banda tocando una marcha fúnebre, ó continuaban las vestas dibujando su negra y tétrica silueta sobre el cielo, teñido ya de colores moribundos.

Una bandera pasó, cuyo color he de recordar toda mi vida, como color de la muerte. Era de un tono indescifrable, de un gris de violeta marchita, de un tinte de hoja seca con cambiantes de un luto desteñido y como borrado; tenía la patina del ex-voto, y la mate palidez de los lienzos enterrados, y volaba en el aire sin recibir un reflejo. Tan vaga era aquella nota y tan lúgubremente enferma, que agravó aquel estado de apatía que sentía crecer y apoderarse de mi ánimo, aquel amodorramiento del muelle, una dejadez en el alma que atribuí á la tristeza del día.

Pero vinieron otros más alegres, y noté en mí el mismo mal, que iba creciendo como un dengue psicológico y aumentando el lacio decaimiento que me tenía cohibido. ¿Qué será esto? pensaba. ¿Habrá en el aire un microbio inexplicable? Será el azul del cielo que hipnotiza entrando por la retina, ó el mar quizás, que con su eterno balanceo adormece el espíritu? Será la belleza del sitio, que inclina á la muda contemplación y paraliza el movimiento?

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No lo sé, pero empezé á notar que ese mal que me aquejaba éramos muchos á sufrirlo en esta isla. Empezé á notar que aquí abundaban mucho los hombres indiferentes, que no se preocupaban de arte, ni de letras, ni de ciencias, ni de otras majaderías que estimulen á un verdadero progreso; que un fluido de fatalismo á lo árabe, había esparcido en el medio ambiente, matando de indolencia toda iniciativa; que el hombre esperaba muy poco de sus fuerzas, que se dormía lentamente bajo el hermoso esplendor de un cielo inmaculado y en brazos de un clima bueno como el mismo pan y que sólo despertaba de ese letargo indolente al triste son de la política, para lanzarse á las míseras luchas de partido, con una actividad digna de más grandes empresas.

Noté también, que del partido lo espera todo este pueblo tan bueno y tan tristemente engañado! Noté que no cree en sí, ni en sus esfuerzos individuales, y que viene acumulándolos con el fin de levantar hombres con sus espaldas, de los que espera dones sin cuento, y milagrosos portentos; que despierta un momento de su fatídico sueño para ir á la batalla y de vuelta de ella vuelve á dormirse en el dulce regazo de la isla y á soñar en los bienes terrenales que han de alcanzarle sus ídolos.

¡Pobres ídolos, y pobres devotos! Dios quiera que se conviertan en dioses los primeros y logren el bien que esperan los segundos. ¡Que nuevos desengaños no vengan á aumentar el fatalismo que aquí reina! esa paz desarmada, precursora de suprema indiferencia! Debido á ella (triste es decirlo!) emigran todos los días artistas y literatos, cansados del anónimo que mata las ambiciones, caen los viejos monumentos en tanto que callan los que pudieran hablar cansados de predicar en desierto. Debido á ella, vemos que un día pegan sin tino una fachada que disfraza á la pobre catedral, otro se convierte en presidio á una joya arquitectónica, ayer dejóse marchar los tesoros arqueológicos en manos de ávidos extranjeros, y hoy mismo, á la vista de todo el mundo, trátase de cometer un verdadero atropello, arrancando el precioso balcón de la casa de la villa, que es quizás lo más típico que la Palma nueva conserva de la Palma de otros tiempos.

Sin embargo, entre esa indiferencia, consuela ver brotar esta juventud estudiosa y entusiasta, estos hombres que aquí viven como emigrados del arte y de las letras y, solos cuasi, estudian y trabajan con un amor que saben que no ha de ser correspondido. Hasta ellos, hasta estas selectas minorías, no ha llegado el mal aire todavía, y es que solos con sus libros, no han sufrido del contagio, y el archivo y el natural han sido sus lazaretos; ellos trabajan á pesar de la agena indiferencia, encontrando un consuelo en la soledad del estudio; ellos trabajan mirando siempre á lo lejos, que nada aviva más el deseo de saber que el ser víctimas del desprecio de las grandes multitudes. ¡Dichosos ellos! Dichosos los que viven encerrados en sí mismos, que hasta ellos no llegan las pasiones de los hombres inferiores! Dichosos ellos, que si á veces desfallecen es para volar luego más alto, que á pesar de sus horas de fiebre y sus insomnios, pueden librarse del mal de una indolencia sin sueños!

Porque ¡oh triste de mí! que no puedo ser de los suyos, ni quisiera ser de los otros; pasados algunos días, aquel mal empezado allí en el muelle fue creciéndome, la desgana intelectual aumentándome, la apatía embargándome los sentidos de tal modo, que creí que me iba disecando poco á poco.

Una tarde sobre todo, tal me imaginé que me acababa, tales ganas me dieron de bostezar, de tenderme sobre la arena, de entregarme á definitiva pereza, que no pude

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más y me fui á encontrar un médico. ¿Qué es lo que tengo, le pregunté, qué mal es este, que no me deja un instante? —No haga usted caso, me dijo el sabio doctor, «usted tiene el mal de isla».

Santiago RusiñolPalma de Mallorca, abril 1893.

(La Vanguardia, 27 de Abril de 1893)

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Desde una isla

La despedida

Estaba escrito. No había más remedio que marcharse atravesando aquel mar, aquel terrible mar que rodeaba la isla como un anillo de agua. No siendo pez, ni ave, no había otro camino que seguir, que el camino indefinible de las olas, para salir de la isla en pos de una patria continente! ¡Ay! El hombre, ese algo tan astuto, tan incansable, tan busca-inventos, no había inventado nada, hasta la fecha del mes de abril del año de mil ochocientos noventa y tres, que nos sacara sin barco de estas islas, que aun siendo las adyacentes, las mirábamos separadas de Cataluña por una línea de azul que nos daba escalofríos!

¡Tan hermoso como es el camino de las nubes, á poderlo andar en un globo bondadoso y dócil á ser dirigido! tan nuevos los senderos submarinos, á poder andar por ellos como congrios, besugos, ú otros peces que gozan el privilegio de respirar donde no respira el hombre, ni aun la mujer, con ser mucho más ingeniosa y sutil, según dicen los sabios! ¡Qué vida, Dios mió, la del marino y sobre todo la del marino... forzoso! ¡Qué bello estaría el mar si se llenara de tierra y no se llenara de hombres!

Porque yo no sé, señores, de que sirve tanta sal, y tanta agua, y tantas olas, que humedecen la parte mejor del planeta; pero se me figura, por la poca geografía que olvidé, que si el mundo fuera un poco más sólido no se perdería gran cosa. Es verdad que Colón y otros descubridores de tierras, no hubieran podido lucir sus facultades enérgicas, que Cuba y otras islas estarían en estado de canuto, pero en cambio habría más indígenas en España, no hubiéramos conocido las cotorras y sobre todo hubiérase evitado el último centenario y con ellos grandes atropellos á la historia cometidos en conferencias públicas y conversaciones privadas, en menoscabo del siglo quince y parte del diez y seis, de los cuales tenemos informes muy honestos y halagüeños.

Continuando en mis trece, no he de callarme que el mar nos dio mucha gloria y muchos víveres y monería, que nos elevó á héroes, con algunas excepciones, que nos hizo ganar muchas batallas de ida y muchos laureles de vuelta, pero hoy por hoy lo tenemos tan descuidado, que á no ser por un ministro de marina, la trasatlántica, algunas islas sabidas y otras perdidas en Dios sabe qué latitudes del Pacífico, apenas recordamos ¡ingratos! que existen olas de agua, hasta el momento que uno se vé trasladado, á una de esas islas propiedad y ha de volverse por él ó bien quedarse en la tierra.

Esta intención, acariciada al mirar aquellos barcos, esbeltos si, alineados en el puerto, pero todos más bailarines que formales al compás del más pequeño oleaje. Mirábalos uno á uno en aquel mercado marítimo como quien busca potro, y no me gustaba ninguno. Este era feo de color, aquel parecía brioso con exceso, el de más allá, con su alto puente, tenía trazas de fortaleza y no me inspiraba confianza. Uno vi, pequeño como un cetáceo, que me atrajo con verdadera simpatía. Era blanco á lo gaviota, largo de formas, elegante de arboladura, y tan quieto dormía y tan dócil me pareció, que diéronme deseos de acariciarle pasándole la mano por sus hermosas espaldas, de besarlo, de darle un terrón de azúcar, y de embarcarme en su seno; pero éste, á quien

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hubiera confiado mi vida y hacienda y albedrío, por su pequeñez nativa no se lanzaba á temerarias empresas: que era su vida salir con la aurora al impulso de su vela, echar las redes en la bahía y volviendo con el crepúsculo, navegar siempre entre dos luces y siempre con vista á la costa.

No me decidí todavía á abandonar ésta y de nuevo interneme por la isla. Dirigímonos á Raxa por un camino blanco, de una blancura suprema. Tan blanco era, de tal modo corríamos en el coche entre oleadas de polvo, tal brillaba el sol entre aquella atmósfera mate, tal vagaba todo en una vibración de luz, que sentimos la sensación de nadar entre una niebla formada por caliginosos vapores; una niebla que brotaba candente de la corteza del suelo como si éste se evaporara, ana niebla palpable que amodorraba el espíritu. Entre ella pasábamos como entre nubes, navegando entre la tierra y el aire, sin aguas, ni mares, ni otros peligros marítimos. Los árboles, las plantas, los postes y todo lo que rodeaba el camino, se veía anegado, teñido, sepultado por el polvo que mataba la crudeza del color; los objetos adquirían un algo de barniz aristocrático; las sombras no eran sombras, á fuerza de modelarse en el ambiente, y reinaba ea aquel claro camino la armonía de un paisaje sin contornos y sin líneas. Entre aquella vaguedad, á veces pasaba un rebaño y el cielo se oscurecía por la nube levantada por aquella masa viviente; otras veces corría una diligencia á nuestro lado y la veíamos cruzar como un algo que flotaba; momentos hubo que temimos que íbamos á quedar sin isla, volando al cielo entre partículas de la misma tierra... hasta que, saliendo de aquel camino, llegamos á Raxa por otro bien diferente.

Es Raxa una casa señorial, un palacio isleño no parecido á ninguno del continente. Fundólo un cardenal (Antonio Despuig) enamorado de la escultura romana de sus fragmentos de clásica arquitectura, de las lápidas, mármoles, jaspes, y bajos relieves, de las lámparas, amuletos y cien objetos más descubiertos entre los escombros de Roma. Recogió sus tesoros con amor de verdadero arqueólogo, y con ellos vino á la isla y en ella dioles amparo, bajo techo señorial, al fondo de frondosísimo valle.

Es la casa tranquila, de augusta tranquilidad, severa y risueña al mismo tiempo y sencilla como una casa de campo. Su adorno está en el jardín, bello como el jardin de los poetas. Por él suben altísimas escaleras, y vése en él, ya una estatua llena de musgo en sombreada plazoleta, ya un león decorativo, ó un jarrón del renacimiento; aquí se levanta una glorieta íntimamente guardada por la yedra; más arriba pasa un muro de cipreses, sirviendo de fondo oscuro á los balaustres y desprendiendo el aroma clásico del árbol de la tristeza. Adivínase allí la ciudad muerta, de una opulencia grandiosa, vense los restos de un espectáculo de neo-romanticismo, y uno cree vivir en tiempos que ya se pasaron.

Los hombres de hoy encuadramos tanto en aquel fondo como ingleses retratados en la Alhambra ó payeses vistos en globo cautivo, porque aquella villa á la romana está pidiendo figuras con casacones, cardenales, grupos á lo Fortuny, damas de blanco cabello, bajando por la escalera con aire majestuoso.

Y sin embargo, ese olvido del presente y ese aroma que llega allí del pasado, son el principal encanto de aquel sitio. Respirase allí tal sosiego, el ruido del mundo está tan lejos, que es aquella quietud un bálsamo para la vida, y es aquel rincón de tierra como un claustro del paisaje. En él se logra lo que es difícil lograr en este final de siglo: una paz completamente absoluta, vestida de grata melancolía, un lacio abandono del cuerpo

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y una muerte de ambiciones, que el aroma del azahar, el aire, la sombra de la colina, la vista de una llanura sin pliegues, todo convida á tenderse en brazos de aquella naturaleza tan cariñosa y tan amante para el hombre, todo llama en aquella placidez armónica á una muda contemplación, todo convida al amor de un sueño de vida eterno.

Acábase el día allí como un suspiro, como si el cielo fuera cerrando los párpados para dormirse en sí propio, como si languideciera el mundo; y allí, entre la vaga claridad de una visión sin relieves, de una atmósfera sin sombras, compréndese la atracción de aquella isla y se la vé más isla y más hermosa que nunca. Allí me la figuré pequeña como el llano que veía, sin otras tierras ni montañas, íntima, risueña como un huerto en eterna primavera, tranquila como un oasis; en vez de mar la creí rodeada de silencio, de un silencio sordísimo que no dejaba llegar las voces embriagadas de aquellos pobres continentes, y sentíla nadar por el aire como un bólido dichoso, y creíme solo en ella sin estar abandonado y me imaginé dormido en una hamaca de flores, viviendo del aire del cielo y libre de las perfidias y maldades de los hombres.

Entonces y sólo entonces comprendí, lo que isla quiere decir. Comprendí, que no es isla lo que dicen las áridas geografías; que isla es aquello en donde se puede soñar sin ruido, en donde se pueden sentir los males de la zozobra, gozando la plácida nostalgia de un pensamiento aletargado, sin reloj que cuente el tiempo; en donde se puede vivir en reposo del cerebro, sin pensar en el mañana, ni en la antipática lucha de nuestra pobre existencia. Lo que creí mal de la isla, parecióme entonces una bendición del cielo, aquella dulce pereza de que hablaba; sentí deseos de adoptarla para siempre y embriagarme de dulce monotonía en aquella isla de isla.

Pero el hombre propone y hay muchas cosas que disponen en la vida, tan complicada de sí y tan sembrada de tropiezos. Apenas la planta humana echa raíces, con savia del corazón, en algún punto querido, le arranca de allí el viento de otros deseos ó de nuevas contrariedades; cuando se duerme el espíritu en brazos del bienestar, el reloj está despierto y corre como un condenado y el mío había corrido dos meses, y me mandaba con sus signos á otra parte, y me obligaba á marcharme de aquel suelo tan querido, tan bueno, y tan cariñosamente hospitalario.

Otra vez volví á mirar aquel mar y aquellas olas, otra vez á mirar aquellos barcos, hasta que un día, ¡oh ventura! resolví el problema: me propiné un narcótico, que fue lo mismo que propinarme una dosis de potencia soñadora, y me embarcaron medio dormido con ella; comprendí que me alejaba, ví Palma borrarse y perderse en el diáfano horizonte, sentí el vacío de dejar grandes si apenas nacidas amistades, y de nuevo creíme viajar por la isla misma, nadar por las olas en bólido dichoso, correr por los mares en suave arrobamiento, y soñé haber soñado dos meses, dos meses de sol, de luz y de aire en brazos de una eterna primavera.

Santiago RusiñolPalma de Mallorca, abril, 1893.

(La Vanguardia, 13 Mayo 1983)

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L’Illa Blanca

Iviça

Mes enllá de Mallorca, seguint el cami blau del mar, aquest mar que borra les penjades dels barcos perque la ruta siga un misteri, s'hi troba una illa germana, un boci més de Catalunya, que treu el cap per entre la blavor; un altre terrocet d'argent, que neda al mig d'un gran esmalt, i aquesta altra illa és Iviça.

Iviça, que és tant catalana, es pot dir que no la coneixem. Ve a ésser una filla de Catalunya que hem casat mar endins, que sabem vagament que está bé, que ha tingut sort i qué's guanya la vida. Una filla de qui devegades en rebem carta, donant-nos records; qué'ns diu que'l vent del mar li prova, que ha tingut fills que han anat a América, que gaudeix de santa pau, que té arbres florits per a vendre el fruit, i que's recorda de la mare, i que voldria que aqueixa mare l'anés a veure de tant en tant, per a que veiés com ha crescut, i s'ha fet bella i afanosa.

I la mare no hi vá..,, i no sab perqué. No és que no's recordi d'ella ni, que deixi d'anyorar-la..., pero l'ha casada tant lluny! Hi ha tanta aigua, i aquest diable de negoci me li dóna tanta feina, que mai troba l'hora d'anar-hi. Serà avui, serà demá, serà'l mes entrant, serà l'any que ve; la mare es fa vella i no hi va mai! I a força de deixar-la estar, sembla que la tingui aborrida.

I a fè que la noia s'en recorda! En parla a tot-hora, l' espera, vá a rebre els barcos que fondegen, esperant si arriba carta; i totes les noves que'n reb les llegeix amb els ulls plorosos! Allà, als núvols de darrer terme, sab que hi viuen ells, aquells que foren; cada batement d'aquell cor fa moure el pols dels que hi pensen, pero per més que aixeca els infants enlaire, a vora la platja, mai arriba lo que voldria.

Si vinguessin els que voldria, veuríeu que ella els vá a rebre tota vestida de blanc, perqué així com l'illa de Mallorca es posa els millors trajos d'or, i Menorca els de blavor, Iviça guarda la roba que's va posar en les esposalles: una blancor nupcial, una blancor de paisatge d'una puresa immaculada.

Els que hi venen, els que encara hi venen, lo primer qué'ls sembla, al veure Iviça, és una petxina que neda. L'impressió és d'enlluernament. Un ve del blau, d'un blau tant intens, que arriba a semblar una majólica, i de sobte, com si us tiressin un raig de llum a la vista, us posen a davant vostre una faldada de cases, de tant nítida blancor, que sembla que us obrin els ulls a una harmonía desconeguda.

Iviça, com els girassols, les enfila amunt, les cases, les unes damunt de les altres, com si es pugessin a coll per a mirar totes a la claror, i la blancor qué's veu a l'entrar-hi n'és tant, de blanca, i tant, de lluminosa, que tots els pobles que recordeu sembla que visquin a les fosques. Desde'l blanc crema, al blanc d'ágata; desde'l de gavina, al de neu; desde'l

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de cigne, al de marbre; cada caseta té el seu blanc que li dona fisonomía, i vistes en conjunt, a colp d'ull, semblen una capsa harmónica afinada a quart de to, que s'en podría dir en clau de sol. Com que tenen el mar que les reflecta, i com que elles reflecten al mar, agafa uns tons de pedrería que no's poden veure enlloc més. Iviça es pot comparar a un vidre d'escavació. Té irisacions de tots els colors i nacres de tots els matiços.

Ara, les cases, vistes per dintre, recorden la nostra Sitges quan encara l'art del burgés no hi havia fet els estragos. La calç amb que pinten els murs encara és verge de pintor: és el blanc d' escuma de mar, que encara no ha arribat a la platja i no ha tingut contacte amb la térra; el blanc com el jorn de nàixer, el blanc que encara no sab qué és l'ombra. A cada cambra que aneu entrant sembla que us obrin una capseta, on hi guarden la calaixera, dos sants de litografía, unes cortines virolades i dos pitxers de petxines; a dins de totes hi há un finestró per on sempre es veu lo mateix, la taca d' ultramar de l'aigua, i en totes les galeríes no hi manca mai un violer blanc, blanc de flor damunt de blanc de calç, d'una distinció esquisida.

Ara, an el camp, sembreu pagesíes tirades arreu, com mesquites o com marabuts voltats de columnes, per on s'enfilen les parres; ara mireu an els turons, molins amb ales esteses; ara mireu enllà i sempre enllà, i aneu veient puntets blancs, com remats de bèns damunt del verd, i ara, an el lluny, unes salines nevades sota els raigs del sol, i us formareu una idea del mode com va vestida aquesta filla de Catalunya.

Dels que hi viuen, en parlarem an els Qlosaris que vindràn. Se n'han dit coses tan estranyes, i se'ls ha vist amb tanta pressa, que'm sembla que no se 'ls ha entès. Es un poble que darrera el blanc hi té una ànima, i una ànima hermosa, i siga com siga, com ja hem dit, és una filla que vàrem casar i ve val la pena d'anar-la a veure.

Xarau (La Esquella de la torratxa, 28 febrero 1913)

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L'Illa Blanca

La badia

Iviça, com déiem, és una ciutat de mar. Les cases de baia s'hi banyen; les de més amunt, se 'l miren; les d' encara més amunt, s' estiren per a mirar-lo.

Iviça té una badía no molt gran, però el sol fet de no ésser molt gran la fa més íntima i més simpàtica.

Encara que siga petita, hi té de tot: la seva farola, el séu molí, la seva platja de pescadors, una matxina, senyals, fanalets i, més que res, una dotzena de barcos, d'aquets barcos blancs, plens de cordes, amb aquell gronxament tant dolç, amb aquell assoleiament i amb aquell cant de breçol que li dona la falda de l'aigua.

Aquets ports petitons, com el d'Iviça, tenen el dò de fer-se estimar. Tenen el dò, sense fer-hi res, de poguer-hi matar les hores, hores que un no sab ben bé si són de vida o de somni. Els infants, descalços i sense gorra, van i venen per la platja. N'hi hà un que s'ajup vora de l'aigua i, amb paciencia de gat, espera que surti un cubrot per a fer-lo servir de joguina. N'hi hà un altre que, amb una canya de quatre pams i un cordillet, treu uns peixets del mar, tant petits, que semblen bocins de maraperla. Aquí n'arriba un estol, amb una barqueta de suro, la llença damunt de les ones com si fos un cuiraçat, i amb un troç de drap fent de vela i una cordeta servint d'àncora, el veu anar enllà, amb l'il·lusió d'un Colón veient la caravela. Més.lluny, un altre, es capbuça i els peixos petits s' espanten i es veu lluir un raig d'argent, i els més grans entren a les goletes, i s' enfilen pels pals, cantant, i no paren de cantar, fins a ésser al cim del pal més alt.

Aquestes goletes, arrenglerades, també tenen un gran encís. Allí, un hi veu un trellat de cordes, que totes serveixen i totes se gronxen; hi veu mascarons a la proa fets d'un art que no se sab d'on ve, ignocents com els sants d' ermita i feréstecs com un ídol. Hi veu la coberta brunyida de tant besar-la les onades, i la càrrega que veu que hi carreguen no és carbó negre, com els barcos que vénen del país de la boira; hi veu taronges com munts d'or, hi veu fruita de tots colors brillant al sol, com pots de majòliques, i melons, i verdura, i coves de peixos, encara saltant com a dins de l'aigua.

En la coberta, els homes, assentats, tenen una olla al foc. Tots fan rotlle i l'olla fumeja; mengen i es queden ajeguts; ningú parla a dintre d' aquets barcos; o el mar, o el vent, o la solitut, els ha avesat a no parlar.

Conten que hi havia un mariner que al dematí, al llevar-se, va dir «Bon dia».

I el patró li va contestar «T' aixeques molt xerraire, avui».

No parlen i fan el séu fet. Carreguen, estiven, arríen cordes, lliguen aquí, deslliguen allá, i en un moment, sense dir res, ni despedir-se, ni baixar en terra, veureu que un vaixell d' aquell rengle treu una àncora, alça una vela, com una immensa bandera, i comença a

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relliscar, i a gronxar-se, i a fer camí, i a poc ha voltat el far, i se'l veu nadar mar endins, com una gavina fantasma,

I no van aprop, molt sovint. Van a Orient, van a Amèrica, i a voltes hi estàn molts mesos, i a voltes anys, i un jorn tornen, i, amb la mateixa quietut, es tornen a arrenglerar a la riba, i a plegar les mateixes veles, i a gronxar an el mateix recer d'aquell llit d'aigua que'ls ha vist nèixer.

En tornen colrats, en tornen valents, avesats a tot, amb els ulls plens de blavor del cel i del mar, i això tenen de misteriós, aquests homes que han navegat, que han sigut hèroes callats i que porten an el mirar la brillantor de tantes terres.

Iviça té això, de bell. Que totes les cases tenen ulls; finestres obertes al mar, per a veure els séus fills quan arriben.

Lo trist és que n'hi hà molts que no tornen!

Aquella Amèrica se'ls queda!

Xarau(La Esquella de la torratxa, 7 de marzo 1913)

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L'Illa Blanca

L'illa interior

Aquesta bella Iviça, tant blanca, tant alegre, tant riallera, per sobre, per sota està sembrada de tombes.

Un cop vista la blancor, un cop vist el mar blau que la volta, un cop vistos els arbres florits, si per atzar mireu a terra, serà molt que no hi veíeu un bocinet de ceràmica, un trocet de vidre, un fragmentet d'àmfora que s'ha després d'alguna tomba.

Desde els xipriotes als moros, passant pels fenicis, cartaginesos i romans, no sembla sinó que, quan se sentíen que se'ls apropava la mort, es feien venir a enterrar a Iviça, o que s'hi feien portar un cop morts. Pot-ser això era una illa sagrada, consagrada a Venus o a Astarté, on el somni era més dolç un cop acabada la vida; pot-ser era que aquí, els homes, es moríen mes d'una vegada, o que 'l terreny era propici als difunts i s'hi moría bé; el cas és que, tireu per on volgueu, allí on s'hi sembra un cep, hi hà una tomba, i allí on s'hi sembra una vinya, un fossar.

Tant sols en una muntanyeta que'n diuen el «Puig des Molins», o «Necròpolis d' Éfeso», es poden comptar cinc o sis mil coves, treballades sota la roca, amb els séus sarcòfags de pedra, on els morts hi pensaven dormir i que, gracies als saquejadors que avui en diem registradors, no hi han pogut fer ni una bacaina.

An aquestes tombes dels Molins, com que a l'enterrar-hi el difunt l'enterraven amb els anells, i els collarets, i les arracades, i el voltaven de gerretes, àmfores i llagrimatoris, no varen comptar les families que, si la momia és respectable, fíns a certa edat de momia o siga de conservació, els objectes ja no ho són tant, i que, per a trobar aquests objectes, no hi hà ós que siga respectat, i per a arreplegar l'equipatge, es fa a bocins el passatger; així és que, ara els romans per a aprofitar lo que es trobés d'or, ara els moros per a espigolar lo que encara s'haguessin descuidat, i finalment, a darrera hora, nosaltres, els que registrem; d'aquells mercaders fenicis se pot dir que ja no més en queda una confusió de restes que no hi hà còm descompartir-los.

El que escriu ha vist escavar i fins ha escavat an aquesta necròpolis, i en la pràctica s'ha fet càrrec que no hi hà res més interessant que registrar aquestes calaixeres, aquests baguls i arquimeses, on hi guardaven els objectes que més havien estimat aquells homes que fa mils d'anys que haurien de dormir en aqueixes tombes.

Figureu-vos que aquestes coves estàn plenes de terra, de pedres i, per damunt, d'herba. Se grata primer, i a la poca estona 's troba el forat de la tomba, que és feta d'obra i és quadrada; seguint el quadrat, es fa un pou, i quan el pou comença a ésser fondo, es veu una nau de pedra, d' aquella pedra de les ruïnes que sembla morta per a sempre més. Allavors es va gratant fondo i apareixen dues grans pedraces, que són els angles dels sarcòfags: allí comencen els treballs.

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Com que aquelles coves són a les fosques, aquests treballs s'han de fer amb llum, i no hi hà res més impressionant que veure les ombres dels homes ficats an aquelles cisternes que's comuniquen de l'una a l'altra, per murs esquerdats i misteriosos. L'home que cerca, amb un cávec va treient terra de mica en mica, que com més avall va essent és més tova, i com més tova hi van havent més restes. A voltes s'atura i hi posa el llum: és una coseta que llu. Va treient la terra del voltant; n'arrenca un llagrimatori de color terroç, de color de mort, d'una patina groga i asprosa; però dóna un cqpet an el vidre i, com si es despertés la llum que ha estat apagada mils d'anys, s'encenen els colors més radiants que's puguin veure, colors de foc, colors de coleòpter, de nacre, de ploma d'aucell, colors que sembla que neixin i que il·luminin la cova amb una claror desconeguda. A voltes se torna a aturar, i entre'l fang surt una figura, i és tant humida i tant palpitant, que sembla talment que aquella terra la pareixi del séu sí; a voltes es troba un anell i sembla que l'or s'ha immortalitzat: ni una engruna del séu metall ha perdut la virginitat, després de tants anys de tenebres.

Però es va avall, fins arribar al sol, o fins arribar al fons dels sarcòfags, i si per un atzar la tomba no ha sigut encara violada, al fons de tot s'hi troben els esquelets estirats de llarg a llarg, i damunt dels restes grans collars, que han guardat tots els séus reflexes i tota la seva brillantor, com demostrant que la vanitat dura més que 'ls mateixos homes. Allí, an aquell fons, al mig de les cendres, es troba lo íntim del mort. Amulets vinguts de l'Egipte, amb ídols simbòlics i enigmàtics que duien sort an aquell que 'ls portava; caràtules en miniatura, que feien pressentir lo que vindrà; campanetes petitíssimes, que devíen tenir sons misteriosos; caretes de terra cuita, pot-ser records de rostres volguts; joguets, també de terra cuita, que podíen ballar com a titelles, i tot un món de coses íntimes, tot lo que fou il·lusions en vida, que s'enduien al mes enllà, i que avui els duem an aquests asils i hospitals que 'n diem museus.

Es clar que a voltes es registren coves i coves sense trobar res, però aquesta indecisió és lo que dona més interès an aquestes escavacions. Si sempre's trobés no hi hauría encant. L'emoció de lo inesperat és la que deu sentir el metge a l'obrir un cos per a cercar una entranya, o el jogador al cercar la sort. Cada cova és un gran misteri, i cada tomba és un munt de cartes, de les que 'n poden eixir la fortuna o un munt de cendra.

Estranys homes eren aquells que tancaven els tresors perque seguissin al més enllà, o perque 'ls trobessin els arqueòlegs. Els fenicis d'avui no són així: si posen res a una tomba, mai és a dintre per al mort; és sempre a la banda de fòra, per a que s' ho mirin els que passen.

Recordem que a un senyor riquíssim, perque la levita era nova, el varen fícar dintre la caixa en mànegnes de camisa.

Els escavadors d'aquí mil anys, se faràn pobres, amb nosaltres.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 14 de marzo 1913)

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L'Illa Blanca

Els escavadors

Descrites les escavacions d'aquesta blanca illa d'Iviça i el mode de fer-les, ens toca parlar, en aquest capítol, de còm són els escavadors.

Els escavadors se divideixen en tres menes de familia: familia dels col·leccionistes, familia dels gratadors i familia dels arqueòlegs.

De la primera, que'n formem part, no'n parlarem amb extensió, perquè ja són un xic coneguts. Són, o som, els que 'ls objectes no els volen sols, sinó de renglera. Són els que encara escolleixen; els que estàn an el primer grau de la delitosa mania de recollir les coses velles, i els que les volen senceres.

El segon grau, el dels escavadors, que ja'n comencem a ésser, ja és un tipus més complicat. L'escavador que n'és de mena no pot eixir a passejar que no vagi mirant per terra per a veure trocets de terriça. Tot lo vermell ho creu saguntí; tots els bocins de cul de got li semblen grecs o bé fenicis; tots els òssos de costella li semblen òssos de necròpoli. A voltes s'atura pel camí, truca amb el bastó, i diu «Aquí hi han tombes». No pot veure un abeurador que no li sembli una tomba; no pot veure lluir un troç de llauna que no's pensi que és una moneda.

Així com a l'astròleg sols l'interessa lo de teulades per amunt, al gratador, lo de terra per avall. Tiraria una església a terra per a poguer-hi trobar un sarcòfag; dels edificis més hermosos sots li interessen els fonaments; de les estàtues més belles, no més el lloc on s'han trobat.

L'escavador, així que pot, compra un camp allí on ha vist testets; fa obrir carrerons a la terra; passa jorns prenent un sol que'l fan exprès per als llocs d'escavar,i s'ompla totes les butxaques de bocinets de terriça. Si no troba lo que desitja, acaba sovint per fer-s'hi pobre, i, si ho troba, també, pero gaudeix d'aquells plaers de que hem parlat en l'altre capítol.

El gratador, aixl que té cova, hi passa el día, s'hi enterra, hi menja, hi dorm; voldría que l'enterressin an els llocs que ell desenterra, i així com el col·leccionista vol que 'ls objectes siguen sencers, a l'escavador li és lo mateix. Si en troba bocins, els afegeix amb paciencia benedictina; si no els pot afegir, també els guarda, i acaba per tenir un pis com una tenda de terricer que hi hagués passat un terratrèmol.

Ara, el tercer grau, l'arqueòleg, ja 's pot desahuciar, Aquest no aprofita lo trencat: ja ho vol trencat, trocejat, esmicolat; ja no vol objectes, sinó indicis.

Un objecte sencer, com que's veu, ja no té res per a estudiar; es presenta massa clar i fíns les criatures l'entenen. Lo principal, per a l'arqueòleg, és deduir, és endevinar. Així com en Cuvier, amb un osset, reconstruía un Mammuth, l'arqueòleg, amb una nansa, reconstrueix una sopera, i si li donguessin la sopera, no més es quedaría amb la nansa.

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L'arqueòleg sols veu lo que veu perque ho expliquen els llibres o per a poguer-ne fer llibres ell. Ja 'n pot ésser de bella, una troballa, que si no la pogués classificar i batejar-la, i posar-li cèdula, la tornaria a enterrar allà on era. Si li donguessin un objecte que tot-hom sapigués lo que és, li agradaría fer-lo a bocins per a ésser ell sol a endevinar-lo i tornar-lo a reconstruir, i, un cop reconstruit, a les golfes, o a l'infeliç col·leccionista depositari de l'arqueòleg.

L'arqueòleg, doncs, ja no té remei. Està an aquell estat de savi que saben les coses de cert, estat ben trist, aquí a la terra, on sempre voldríem tenir un dubte.

Això, sí: dels tres estats, col·leccionista, grataire, arqueòleg, aquest darrer és el més barato. El primer, compra; el segón, troba, i el tercer, ni troba ni compra. Lo que han trobat els segons, s'ho mira, i quan ho té classificat, si és sencer, queda per als primers, i si són bocins, queden per a ell.

Bocins gloriosos que, quan mor, els tira per la finestra la majordoma de l'arqueòleg, perque, com que amb tant estudiar no ha tingut temps de casar-se, sol viure amb una majordoma, que és la que liquida la ciencia.

Lo que prova que ha fet santament de deixar-ho escrit an els llibres, perque amb aquesta escampadiça es correría el perill d'haver de tornar a desenterrar-ho.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 21 de marzo 1913)

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L'Illa Blanca

La força de l'ensaïmada

Els habitants d'aquesta ciutat d'Iviça, com solen ésser els habitants de totes les illes habitades, són gent que fan el séu fet, sense crits i sense exaltaments. Es lleven, van a la seva feina, dinen i tornen, i a dormir. A no ésser per les tres dotzenes de ciutadans que hi hà a tot arreu que 'ls hi agrada retirar tard, en essent a les dèu del vespre no's veuría una sola ànima, en aquests carrers argentats. I a no ésser per algún cafè on van cantant els números del quinto— la niña bonita (elquinze), amunt i avall (seixanta nou), els anys del Manelet (trenta tres),— com un gemec d'agonitzant que's planyés de la seva sort, anant comptant els minuts de vida an aquella hora de nit, això seria una badía voltada de tombes fenicies.

Però ve que un jorn es fan eleccions, i aquests homes, tant reposats, comencen a anar d' un lloc a l'altre; comença a animarse el cafè; es veuen passar electorers com rates emmetzinades; es veuen passar volant, perseguits com conills de bosc, i lo que abans era un estany, així que arriba el mestral del jorn d'haver d'anar a votar, sembla una illa que trontolli, com terra espiritada.

Les eleccions, a tot arreu, porten el séu bullit i el séu tràngol. Per això les fan: «Per a moure les masses». I, per a moure aqüestes masses, tots els pobles tenen enginys, que uns cops són lícits i altres,.. tampoc; però, siga com vulga, constitueixen la llibertat de l'elector, i l'elector, lliure com és, es deixa influir o es retreu, segons l'atractiu de l'enginy amb que 'ls hi fan els mirallets aquells que'ls tenen de fer feliços.Aquí a Iviça, aquesta força, aquest enginy, o aquests mirallets, els tenen les... ensaimades.

Sempre havíem tingut l'ensaimada per una pasta inofensiva, plàcida, honesta i recatada; una pasta que tenia el dò de no fer bé ni fer mal; una cosa flonja i tova, que no portava malicia; però aquí hem vist, amb admiració, que aquesta tal ensaimada, té una força d'impulsió, un convenciment polític que, rieu-vos de les rodes, vots de difunts i altres eines de què es valen els redemptors, al costat d'aquestes butllofes, fetes amb sucre i amb farina!

Aquí, el qui vol ésser diputat, ho té d'ésser a cops d'ensaimada. El cop de pedra balear, de que parla Plini, o bé Strabon, s'ha tornat cop d' ensaimada. El candidat que no's presenta amb quinze o vint mil ensaimades i no les reparteix an els vots, i a les families dels vots, i als difunts dels que tenen vot, ja pot donar l'acta per perduda. Sense ensaïmada no és ningú. L'home que està desensaimat, que no tracti d'anar a les Corts. Podrá ésser un home digníssim, pero mai representarà al séu poble.

Aquí, els forners, quatre jorns abans encenen els forns com a inferns, i hi fiquen pasta, i vinga més pasta, i quan n'han cuit unes quantes mils omplen carros i carretons i surt el carregament per als poblets, amb els electorers al darrera, per a vigilar aquell mannà que 'ls hi té de dur la victoria.

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L' ensaïmada, pel camí, s'asseca, és clar que s'asseca; però l' elector no mira prim. L'elector, lo que vol, que n'hi hagin. Les depositen an els col·legis, les fan vigilar com a presos, i així que arriba el moment patriòtic i solemnial d'anar el ciutadà a la lluita per a defensar els drets de l'home, obren les portes als votants, i, davant d' aquella muntanya de rodonetes daurades, s' obren els vots com flors a l'Abril, i els pobles, entendrits, sempre guanyen.

Hi ha votant que votaría fins al moment d'indigestió; ventrells com urnes electorals, on hi poden arribar a cabre una dotzena de pastes, de conviccions per arrelar, però que acaben per arrelar-se; homes-dipòsits que, al menjar-les, és lo mateix que si combreguessin amb l'idea del que les paga.

I lo cert és que aquell que indigesta ho fa pel bé de l'indigestat. La benhaurança dels súbdits, no sempre 's pot haver a les bones. S'ha d'afavorir a l'elector, anc que siga atipant-lo un jorn. Que mengi i voti, o que mengi i calli, si vol ésser feliç com desitja, i el pagès va tant cansat que, si li reparteixen programes, acaba per dir «Atipa'm, avui, i lo del demà ja 'n parlarem»; i amb la papereta a l'esquerra i l'ensaimada a la dreta, compleix i menja, d'un sol trago.

L'ensaimada, doncs, és l'amulet que recomanem als candidats de per tot on hi hagin eleccions. Aquí, a Iviça, les ensaimades han vençut als conservadors, als lliberals, als cabdills i a tot-hom qui ha volgut donar ordres. De fòra els deien «Voteu a fulano», i els d'aquí, cop d' ensaimada!

Aquí es pot dir, d'un diputat, «Ha guanyat per dèu ensaimades». Les ensaimades són trumfos.

I aquí teniu com una pasta tant flonja i tant inofensiva, pot influir en l'esdevenidor de tot una diputació, i a voltes de tot un poble.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 28 de marzo 1913)

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L'Illa Blanca

Els murs d'Iviça

Els murs d' Iviça, diuen els tècnics que ja no serveixen, i an aquest no servir, an aquesta inutilitat, an aquesta majestat caiguda, deuen tal volta la bellesa.

Rès més fred, més civil, ni més enginyer, que'ls murs d'una ciutat quan són nous. Com que's fan de cara a l'enemic, l'amic no els pot gaudir, perquè els té de veure d'esquena. Com que sols s'ha tingut en compte la defensa de la vila, la vila no té altra defensa que acotar-se i pendre paciencia, i com que l'art de la guerra no s'ha fet per a embelliment, els murs nous sempre són lletjos, d'una lletgesa monòtona. Però ve que, amb el temps, s'inventen eines que aquests murs no poden resistir, i que's tenen d'abandonar, i allavors, per medi del temps, destructor i envellidor de totes les coses creades, comença el corc a rosegar, comença el sol a daurar les pedres, i aquelles parets, abans tant fredes, tant rectes, tant d'enginyer, es van modelant de mica en mica, i arriben a ésser bellíssimes quan les consideren inútils.

Sempre hem sentit simpatia per aquestes ciutats murades, que sembla que guardin les seves cases a dintre d'un estoig de pedra. Així com les ciutats noves fineixen en punts suspensius i no se sab mai on comencen, ni on acaben, ni on acabaran, les murades donen l'idea que un cop a dintre dels portals no més hi viu una familia. Com que les cases són estretes, s'hi viu més íntimament. El mateix mantell de pedra abriga als pobres i als rics; els carrers no poden ésser rectes; l'eixida ha d'ésser an els terrats, i com que'l lloc és tant reduit, el qui vulgui tenir un jardí ha d'omplir de flors les finestres. Lo què's perd d'aire es guanya d'amor, i la vida de tots està lligada pel mateix lligam de pedra, i lo que havia sigut una necessitat de la guerra acaba per ésser un llit pairal, on s'hi aixopluga tot el poble.

Els que no'n volen, de murs, per a combatre'ls diuen que l'aire no hi pot entrar. Pot-ser no n'hi pot entrar gaire, però d'aire, com tot lo del món, val més respirar-ne poc i a pler, que molt i a disgust. Diuen que si hi hà una malura, an aquestes ciutats estretes, quan hi entra hi fa més mal; però hi hà el recurs de tancar els portals. Diuen també que són anti-higièniques; però ens tenen ja tant... fumigats, tots els metges i tots els higienistes, que crec que s'arribarà a un punt que an els malalts desahuciats, que hauràn provat tota mena de desinfectants i antisèptics, se'ls enviarà a una ciutat bruta, com a remei de darrera hora, i, allí, l'aire que li toqui serà tebi i serà familiar, i si no pot tenir gran passeig hi tindrà el balcó dels murs, i si no hi pot criar grans jardins hi podrà criar olles d'aufàbrega, i si no hi pot tenir pajareras no li mancaràn nius d'aurenetes, aucell que, encara que siga cursi, sempre se'l reb amb bons modos.

Les muralles, a més, tenen plantes arrapades a les esquerdes, que no's crien més que allí. Són plantes que sembla que neixin de l'ànima de la pedra, i regalimen cap avall, formant guirnaldes de verdor; plantes que, com els falcons, no més fan niu an els espadats on no hi arriba la mà de l'home; plantes d'ermita o de ruïnes, que no sabem en Linne còm les deu classificar, però que nosaltres en diríem «Solitàries de monument». Amés, allí on tenen murs, hi sol haver un passeig al cim, desde on se veu tota la plana; un passeig

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assoleiat, quiet, on no hi hà lloc per a passar-hi cotxes; un lloc exprés per a anar a seure, lluny de tot i de tot-hom; ademés, els murs, són un marc que enquadren la ciutat on ne tenen; un marc on el sol hi ha anat pintant tots els colors de la llum; immensa làpida de pedra on sembla que s'hi hagin d'escriure els fets més culminants del poble.

Els d'Iviça, de murs, són altíssims i abriguen tota la ciutat. Per una banda el mar els rosega, i hi va deixant, amb les algues, tots els colors de salabror; per davant hi tenen la badia, amb tots els barquets arrecerats a sota l'ombra venerable, i a darrera hi hà la necròpolis amb les tombes obrint la boca. Enllà, hi tenen l'illa, tota l'illa, amb faldades d'ametllers tirats pels camps i per les muntanyes; al lluny, en el blau, Formentera, Villa germana dels fenicis; i al damunt, a sobre les pedres, les casetes blanques d'Iviça, com si s'haguessin parat un moment per a reposar i tornar a empendre la volada, i a dintre, formant-ne l'ànima, aquests foscos corredors, plens d'ortigues i d'humitat, que no se sab on van ni perque varen fer-se; baumes de pedra misterioses, on sembla que tingui de viure-hi l'ànima de les races mortes.

Tot això, tots aquests murs, són inservibles, com ja hem dit; els canons moderns, en un moment els haurien tirat per terra; són pedres que sols se sostenen per la força de la tradició; però estem tant cansats de veure coses lletges que'n diuen útils; totes les ciutats del món es van tornant tant celul·lars, tant de motilo, tant hospicianes, que pensem «Vingueu coses velles que hagin deixat de servir per lo que havien de servir i que serveixen per a un altra cosa: pel repòs que troba la vista al veure pedres centenàries, cansada del ciment Porlant».

Xarau(La Esquella de la torratxa, 4 de abril 1913)

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L'Illa Blanca

Els ivicencs

Ara que ja hem parlat un xic d' Iviça, ens toca parlar dels ivicencs.

Els habitants d' un poble, si bé s' observa, tenen, vistos en conjunt, un color dominant característic.

Els pagesos, per exemple, solen ésser terrosos; l'acre, el siena, el gris, és el que domina, com si s'haguessin revolcat per damunt la terra que llauren, o com si els terroços, amb el temps, els haguessin empeltat. Els mariners solen anar blaus, com si s'haguessin tenyit a dintre el gran cubell del mar. La nota dels moros és blanc torrat, com el color del desert. Els habitants de les grans ciutats es pot dir que no teñen color, a copia de tenir-ne massa. I així cada poble o cada encontrada, si es mira la multitut desde la torre del campanar, té el to que'n podriem dir «la coloració psicológica», si ens plagués dir paraulades.

El poble d'Iviça, vist per sobre, és entre negre i blau fosc. Les dònes porten coloraines, flocs a la trena de colors vius, un davantal de satí verd, grans collars d'or damunt del pit, però sempre destacant del negre, del blau marí, o del verd d'eura. Els homes duen grans capells, pantalons acampanats, faixa i brusa, pero sempre fosca; la gent d'Iviça, damunt del blanc, sempre es veuen per silueta.

Aquest color fosc dels ivicencs, per poca estona que se 'ls observi, correspòn amb el séu caràcter. L'ivicenc és seriós, és callat, és reflexiu, és blau fosc, molt sovint és tètric. L'ivicenc, quan va de camí, encara que vagi acompanyat, sembla un mariner de terra: parla molt poc i amb els mots justos; l'ivicenc, quan balla, salta, brinca, fa cabrioles, desplega tots els séus muscles, menys els del riure; té el ballar fosc. L'ivicenc, si va a la taverna, mai crida, no esvalota mái; el vi que beu també sol ésser negre; la seriositat amb que beu sembla un acte litúrgic. I l'ivicenc, quan va amb una dòna, pren noblesa de cavaller i estarrufaments de gall, i sembla que digui an els que passen «Si no mireu la meva dama sóu uns homes menyspreuables», i si la miren massa estona «No responc de la vostra vida!».

Com se comprèn, com a home seriós, l'ivicenc no vol ironies. No hi hà rès que li faci por, més que una cosa: el ridicol; perdona els cops, les ferides, la mort d'un amic, fins de la dama; tot ho perdona, menys el fer riure. L'home del camp tot ho soporta: cacics, usura, contribucions, però no pot consentir l'engany. Parleu en serio i tindreu amics; somrieu i els haureu perdut, Tireu una pedra a un home, pero no li tireu una mofa; que una pedra li farà dur la mà allí on sent la ferida, i una mofa allí on abans hi duien l' espasa i la daga,

Aquest odi o por a la burla els ha fet inventar un crit, un ai, o una rialla (que de tot té lo que volem dir), un crit que'n diuen un «auc», que és l'ofensa més terrible que pugui rebre un ivicenc, no pel crit ni per l' estridencia, sinó perque és un cant de burla,

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Aquests «aucs» fan de mal descriure. Es un crit de guerra, però mofeta; un cant de mascle cercant parella; un udol de fera i un cant de gall, desafiant als altres galls; el riure que deu fer el dimoni quan s'ha pogut fer seva una ànima; l'alerta d'un centinella, volguent atraure el séu enemic; és tot això i és altra cosa: és la rialla maligna de duel del que no tem a Déu ni als homes; la rialla que faria un condemnat si resucités; una dissonancia de l'ànima; el crit que devien donar els homes de les cavernes; una nota que no existeix en el diapassó de vèu humana, que vol dir «Em burlo de tot, t em burlo de tot per a ofendre't».

Conten, doncs, uns homes que vibren a la burla i a l'ironia, si s'han d'encendre al sentir aquest crit! En les masíes de l'illa, quan una noia és per a casar, hi van els joves a festejar-la. D'un a un van entrant, esperen el torn de festejar, prenen paciencia hores i hores; venen de l'altra part de l'illa per a poguer seure cinc minuts al costat de l'enamorada; aguanten la pluja, el vent i el fred; però que no hi hagi un dels companys que insinúi un somriure. L'ofès surt a fòra, fa l'«auc» i sols s'apaga aquell riure amb la mort de l'un o de l'altre.

Aquests homes són bons, són honrats; aquí un furt no se sab lo que és; són generosos amb el proísme en tot lo séu menys en l' honra. Mai cap cavaller, en cap època, ha portat espasa al cinyell amb més dignitat i noblesa que l'ivicenc la pistola; mai, ni en temps de Calderón, l' honor de la dama ha estat guardat amb la força i altivesa amb que's guarda an aquesta illa, ni mai Cavallería rusticana ha sigut més cavallerosa. Sense dubte, aquests ivicencs duen sang noble a les venes. Més s' estimen presó amb honra que llibertat amb deshonra.

Es clar que això es perd, que les costums es van tornant més pacifistes, que la dòna no és defensada com en els temps heroics d' aquesta illa, però on no es perden, ja, les tradicions? Avui dia les noves lleis fan callar els «aucs» de tots els pobles; al qui aixeca la vèu el tanquen, i al qui vol defensar les dònes li diuen que ha fet un xic tard, que ja' s defensen elles mateixes volent semblar homes, tenir vot, guanyar -se els drets individuals.

Tal volta, temps a venir, també an aquesta illa blanca hi haurà les seves sufragetes, però, mentrestant, bo és l'ésser guardades per homes que siguen ben homes, com ho són aquests fills d'Iviça.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 18 de abril 1913)

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L'Illa Blanca

Catalans a Iviça

La secció d'excursions de l' Ateneu Enciclopèdic Popular ha acordat fer una excursió a Iviça en els dies 25, 26 i 27 del mes corrent.

Segons carta, que hem rebut, se'ns diu que'ls nostres glosaris, que vàrem fer parlant de l'Illa blanca, han pogut tenir influència en que s'hi organitzés el viatge.

Seria per demés dir lo molt que'ns alegrem d' aquest fet, no per lo que'ns puga tocar a nosaltres, que estem molt lluny y molt enfeinats per a poguer-los acompanyar, sinó per lo que s' alegraràn els que hi vagin i els que'ls esperen.

An aquella illa podràn veure el paisatge més suau, més dolç i més seré que mai l'home puga imaginar-se; veuràn un blau, en el mar, tant intens, tant violent, tant esmaltat i Iluminós, que no se n' hauria de dir blau, se n'hauria de dir ultra-blau. Veuràn una ciutat tant blanca, que sembla que no toqui a terra; que plana lo mateix que un núvol, per a reflexarse dintre del mar. Veuràn, de dintre d' aquest mar, eixir-ne l'illa del Vedrà, que és com un somni que surt de l'aigua; com si la terra ens mostrés lo que guarda dintre 'ls abims: una aparició geològica, una fantasia de Wagner, el Montserrat de la llegenda. Veuràn els trajos dels pagesos que encara conserven la puresa de quan l'igualtat moderna no ho havia nivellat tot. Veuràn remoure les tombes d'aquelles èpoques apagades, i ressucitar-ne els objectes, i, per fi, trobaràn amics que'ls esperen amb el cor obert, perque, an aquella germania, estimen amb tota llealtat tot lo que ve de Catalunya.

I això, no més, ja seria prou per a que 'ls fessin una visita. Hi han tantes terres, que no anomeno, que 'ns respecten més que no'ns volen; que's pensen que'ls catalans no més sabem anar pel món amb el mostrari de peces i merceria sota 'l braç; que's figuren que'l català és un pobre dialecte que l'hem de parlar com una càrrega; que quan se troba una illa blanca que a més d'entendre'ns ens estimin, i els poguem tractar de tu, i brindar amb porró, i cantar cançons que sien d'ells i que sien nostres, creieu-me que hi fa de bon anar.

Al conèixer als de l'Ateneu Enciclopèdic Popular, veuràn que aquí ens agrada riure, però que també ens preocupem de donar goig a l'esperit, educant l'intel·ligència, i els d'aquí veuràn que'ls d'allà, si algún cop el sol els hi encén la sang ardenta de les venes, és sempre per coses d' honra, que estimen més que la vida, i els uns i els altres, coneixentse, ja no sols se veuràn germans, sinó germans que s' estimen.

El glosador, que és a unes terres hermoses també, pero més forasteres perque no s'hi pot veure el mar, us seguirà amb l'intenció.

I bon viatge i una abraçada.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 18 de julio 1913)

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Des de Mallorca

Tornada a Mallorca

Des d' algún temps abans de la gran guerra no havíem estat en la meravellosa illa de Mallorca.

Hom pot dir que res s'ha mogut en aquesta terra de pau, en aquest penyal assoleiat, en aquesta petxlna de paisatges. La lluita que tot ho ha trasbalsat aquí no hi ha pogut clavar les ungles. La terra està intacte i els homes també. El cel no ha arrugat el front, i ni una sola gota de sang ha tenyit la blavor de l'aigua.

En entrar al port, allí damunt el moll, veiem els mateixos homes que esperen el vaixell... per esperar-lo, als mateixos llocs de sempre. Hi ha una boia al mateix indret, que segueix gronxant-se com abans, i se li ha fet un xic més de molsa; mes enllà hi ha anclat com sempre el mateix torpediner de guàrdia, del mateix color de cendra fosca, sense una rascada a la pell; a la proa d'un barquet hi ha aquell pescador de canya, que potser no s'ha mogut des d'allavors, i segueix no pescant el mateix de sempre, i li han sortit dues arrugues al front: les de la paciència; i, allà al lluny, les mateixes cases es reflecten al mateix lloc, i mitja dotzena de coloms pasturen, de pares a fills, les engrunes de blat que cauen damunt les lloses de la Riba.

Desembarquem i, en veure les cases, veiem que tampoc res ha canviat. Sota d'una barbacana comptem divuit nius d'oreneies, en lloc dels dinou que n'hi havíem deixat (es veu que n'hi ha un per llogar). Les campanes de la Seu segueixen tocant amb el mateix ritme i la mateixa majestat; el Born, com abans, segueix intacte; els mateixos balancers, a la porta dels casinos, amb els socis d'aquell temps, els quals no s'han tornat ni joves ni vells; aquelles noies passejant-se fins el dia del matrimoni; aquell café amb les dues columnes que ni s'han arronsat ni han crescut; aquells grans ciutadans asseguts cadascú a la seva cadira; el nostre amic En Gabriel Alomar anant al moll i tornant al Born, i sortint del Born cap al moll; i els sis capellans i els deu oficials, les dues dotzenes de plàtans que han crescut perqué havien de crèixer, però que han crescut poc per no ofendre la santa calma deleitosa d'aquesta venturosa terra.

Es clar que aquell famós tramvia tan primiitu ja no existeix, i que ara hi ha tramvia elèctric, pero aquí fins l'electricitat és bondadosa i moderada; és clar que han caigut les muralles, però, més que caure, s'han deíxat caure, s'han ajegut, han relliscat, damunt la plana dels voltants; és clar que fins hi ha sindicalistes, però ¿qué ve a èsser el sindicalisme davant d'aqüestes muntanyes que ja fa mils anys que estan sindicades, vivint amb Santa Harmonia; i és clar que hi ha revolucionaris i tot, però els de Mallorca revolucionen a distància, guardant la pau per llur llar. La mar que volta a aquesta terra no vol soroll, i fa bé.

Les guerres, les revolucions, els odis, les venjances i els crims, que han tingut lloc aquests darrers temps, no han atravessat sa blavor. I és que aquest poble, en sa saviesa,

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ha entès que per cada nova que arriba bona, per telègraf n'arriben trenta de dolentes, i s'ha tancat, conscientment, a l'isolament sense fils. Els fils del món no duen res de bó, i aquesta illa benaurada hi ha sapigut posar un llatzaret. I venturós, cada dia més, el poble que no porta pressa.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 30 de mayo de 1919)

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Des de Mallorca

L'ensaïmada

L'ensaïmada mallorquíina és d'una pasta misteriosa. Aquella tobor, aquell bufat, aquell estarrufament, aquella solidesa volàtil, aquella espessor diguem-ne etèrea, no es poden confondre amb res del món.

El menjar-se una ensaïmada mallorquína no és rosegar, ni xuclar, ni mastegar, ni xarrupar, ni beure. Es una mena de fluid que ompla la boca de dolcesa i que no se sap on s'encamina: si coll avall o nas amunt. Un cop gaudit el gust que té, s'evapora ella mateixa sense que el ventrell en tingui esment. Un se diu: «Jo sé del cert que he sentit una sensació delitosa que m'ha passat per lo més pregon dels sentits i ha desaparegut en el no Res.» L'ensaïmada és com la claror. Se rep i se sent i retorna sense deixar rastre en el còs. L'atiparse d'ensaïmada és com pendre una soleiada. Nodreix i escalfa, i no en parlem més. Com tants misteris de la terra, morirem sense poguer-la entendre.

Plini i Strabó crec que ja en parlaven en les seves obres completes, que no havem tingut temps de fullejar, perquè a Mallorca no es té temps de res. El primer parla d'una pasta dedicada a Minerva, allí a Delfos, que sols podía criar-se a les vores del mar llatí (que allavors no era llatí) i estem segurs que era l'ensaïmada, i el segon en un dels seus viatges que va fer pel Mare Nostrum (i allí on diu Nostrum vol dir Seu) al passar per Formentera, diu que li varen donar un nèctar fet d'una certa pasta-flora i que els maríners al provar-la van entonar una lloansa als Dèus llars i a les Deeses llares, i en varen dur mitja dotzena al temple d'Astarté d'Iviça, perquè els sacerdots, del tal temple, se les mengessin en nom de la tal deesa, lo que prova, palesament, que ja aquell nèctar no era beguda, havia d'èsser els fonaments de lo que avui és l'ensaimada: menjar de dèus i de redèüs, de sacerdots i classes passives.

De l'Edat mitja, tan obscura, no havem pogut trobar cap manuscrit que en parli ni que l'anomeni. El mateix beat En Ramon Lull, que en el seu llibre portentós de «Contemplacions» i altres cosetes, parla de tantes meravelles, no l'havia contemplada, i si en menjava s'ho ha callat per motius, tal volta, d'ascetisme. El tenir forma de turbant ens fa creure que els alarbs la coneixien i l'estimaven, però no tenim res que ens ho demostri, ni cap document mígeval; però si en l'Edat mitja no figura ni an els Códices més incunables, a l'arríbar al Renaixement i descobrir-se les Amèriques, la pasta local que estudiem va assolir els millors jorns de glòria. D'allò en va venir la xacolata, i tots sabem que amb el xacolata l' ensaïmada passa a èsser un símbol, un dogma i una tradició. El soconusco i el suca-menjo no poden anar separats. El dia que l'un desaparegués l'altre moriria d'enyorança i s'hauria perdut una fita de la bella illa de Mallorca.

Perquè ho és tant de mallorquína l'ensaïmada, que s'ha provat de fer-la emigrar í no s'ha pogut. S'ha portat la farina, el sucre, els forns, l'aigua, el grelx, els que la fan i els que la vetllen; l'han pastada els mateixos homes, l'han cuita amb pins de Formentor, i lluny de Mallorca ha fracassat. La forma ha sortit, però el fondo, mai! La pasta hi era, però l'esperit s' havia volatitzat. Quedava el còs i no hi havia l'ànlma, i per més que fessin i

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desfessin, l'ensaïmada sortia fòssil d' excavació, de museu; no bategava, no tenia sang ni cèlules, ni cèdula ni nirvis. Sortia del forn que ja era antiga, feta pols i cendra de mòmia, i com que perduda l'essència havia perdut el misteri, aquell fluid es tornava pasta i oh, càstíg de l'emigració! fins feía de mal pair.

El secret de que l'ensaïmada només floreixí an aquesta illa s'ha de cercar en lo més ignot. Els anàlisis no demostren res. Els químics més eminents s'hi perden i els forners també. Tal volta els movlments curvilinis o els principis fundamentals de Newton ens guiarien. Tal volta els movlments d'inercia d'En Huygens o els vents cardinals o la brújula, poden influir en una pasta que no és matèria, en una pasta que no hi ha qui la pasti. Laplace, ja diu que lo invisible influeix damunt de lo visible, i Kant és del mateix parer, així és, que té de cercar-se la solució d'aquest problema en lo més amagat de la ciència.

Nosaltres, modestos pensadors, creiem que hi pot influir el mar, quan aquest mar és mediterrani i volta a una illa, perquè... sia illa. El mar en tot temps ha tingut misteris que encara no s'han esbrinat amb mètode i precisió. El mar, anàvem a dir que és una capsa tancada, però no ho volem dir, perquè no ho és. El mar és obert a tots els nàufregs. Les mateixes marejades trastornen d'un modo desconegut a les plantes com a les persones. Una illa que no és altra cosa que un cercle d'aigua ple de pedra, i un pilot de pedra voltat d'aigua i (que encara no sabem prou bé si va omplir-se primer o va buidarse), també podrien èsser causes de la qüestió que tractem. Tot això són motius incerts que podrien donar peu a un estudi conscíent del perquè i el com de l' ensaïmada, amb totes les conseqüències, estudís que ens pensem fer així que tinguem uns quants anys en vaga per a dedicar el nostre esforç en pro de qüestió tan espessa.

Mentres tant mengem l'ensaïmada; si és que l'ensaïmada és menjar, i flaírem-la, si és que és una flor, i suquem-la, si és per suca-mulla, però això sí, mengem- la a Mallorca, que hi ha plantes com hi ha alíments que són d'esperit regional, L'ensaïmada és una substàncía que no pot èsser sindicada, L'obrer, arreu, podrà menjar-ne si és que li plau, però ella, en si, no serà mai lo que se'n diu una qüestió sindicalista, ni internacional, ni obrera.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 6 de junio de 1919)

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Des de Mallorca

Antiquarisme

Seriem injustos si diguessim que a Mallorca no hi ha certes industries que han anat en augment des de fa uns quants anys.

Una d'elles, de les més imporiants, és la de les antiguitats. De les meravelles d'art que han arribat a sortir d'aquesta illa hi hauria per a omplir vinticinc o trenta museus. Els nobles mallorquins i els seglars varen buidar tots els salons, les sales, les saletes i les golfes. La benzina ha contribuit per molt an aquesta liquidació. O tenir quadres vells o automòbil, i l'automòbil ha triomfat, i ara un quadre, ara un tapiç, un talavera o una cornucòpia tot se'n ha anat per les carreteres a cinquanta kilòmetres l'hora.

Els que han entrat després, els rics novells, els de fresc, naturalment, com que les fresques que havien cobrat no eren cap record de familia, encara s'han donat més pressa a vendre. Ara fa poc, an el mas de Raixa, una meravella de casal, i un reliquiari de coses velles, el que n'és propietari després d'haver-se vengut fins les xicres de pendre xacolata va oferir, generosament, a uns compradors mallorquins el museo d'estàtues clàssiques, que havia acoblat amb santa paciència el vell Cardenal de Despuig.

El propietari, preu per preu i sacrificant l'amor propi que sol tenir tot propietari, va dir que no permeteria, en un bell acte d'altruisme, que aquelles joies del passat anessin a parar a l'estranger. Ell sabria sacrificarse deixant obrir una subscripció, lo que prova que aquí a Mallorca encara es conserva algun patrici, que preu per preu no li vé d'un duro, aixt és que s'abnegà, amb mida, a que li paguin lo que ha adquirit, mercès an els alts i baixos que tenen els homes a terra, siguin continents siguin illes.

Ara, lo que passa, és que els vells senyors, que s' havien vengut el pa, volen recollir les engranes. El mateix silló de baqueta, que s'havien sentat cardenals i l'havien vengut per fusta vella, ara el volen comprar també per vella, però costant-los-hi més que si fos nova. Els que havien vengut un Ribera autèntic, a preu de fotògraf, ara compren un riberenc, que no ha sigut fet ni dels deixebles i els que es venien els domasos i les casulles com a draps nous, han d'arreplegar imitacions de drapets vells, i retalls de sastres per a fer-ne coixins, pantalles, cortines o cobrellits per damunt del piano.

Això fa que ara a Palma, hagi sortit una nierada de antiquaris que dona pler. Lo que encara quedava a les golfes ara ha baixat a les botiguetes. A dalt ho llencen i a baix ho compren. Allí ho empolsen i aquí ho restauren; i per tornar a parar als salons, ha de baixar de dalt al carrer, i del carrer al primer pis. Vé a ésser lo que en podriem dir una revisió de valors. A lo que antic no hi donaven valor, un cop espolsat, i que ja no ho és, s'ho tornen a quedar com si ho fos, pagant-ho al preu d'haver-ho sigut. Lo que s'ha perdut pel camí s'ha guanyat de comprensió, pels que vivien a les fosques. L'antiquari ha hagut de fer d'arna; el restaurador, de patina i el comprador de toca campanes, però la qüestió és fer «marxar el comerç» i així es desperten els pobles, i qui diu els pobles diu les illes.

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Lo que hi ha és que no sempre hi ha giro, i com que això de tenir botiga es fa pel giro, i el que no gira no és comerciant, o antiquari, hi ha marcelina o plat de Manisses, que abans no arriba a domicili, o sigui als murs d' algun menjador, va donant la volta als antiquaris, fins que quan arriba al seu lloc es pot dir que ja està marejada. Aquest la ven per dugues pessetes, el del costat en dona dèu rals, el dels dèu rals la ven per tres pessetes a l'antiquari de més amunt, el de més amunt no poguent-la vendre per aquest preu fa una rebaixa i la liquida per sis rals, el dels sis rals pot vendre-la per set, fins que li torna an el mateix, que ja sigui per enyorança o per arrepentiment, o per fer giro, se la torna a quedar altre volta, un xic malmesa i escrostonada pels tràngols de la carretera, per les mateixes dugues pessetes que li havia costat en principi.

Però no hi fa res. Tot evoluciona. Darwin ha dit, i deu tenir raó (perquè si no en tingués no seria Darwin) que la lluita per l'exlstència perfecciona les espècies. La lluita del restaurador fa vendre lo antic per modern, i la lluita del comprador fa ésser comprador al venedor.

Ara sols falta que lo modern ho imitin a lo antic (que ja ho fan) i la transformació serà completa. Lo vell per nou i lo nou per vell, i tothom content i enganyat. Es tindrà una imitació cara de lo autèntic que havia estat barato i la historia de l'art mallorquí ressucitará de les cendres, i de les cendres en faran mobles; dels mobles corcs i dels corcs cadires, i es crearà un nou comerç: l'enginyós comerç de les runes.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 13 de junio de 1919)

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Des de Mallorca

Els casinos

An aquesta illa de Mallorca degut a son clima meravellós hi van bé els ametllers, els albercocs, les oliveres i les figueres. A Palma hi van bé els plàtans, els oms i les acàcies, però lo que hi va millor són els casinos.

Aneu seguint el Born i a cada banda en veureu a cada dos cases.

Aquests casinos, quasi tots ells tenen els balancins a l'acera. A dintre hi deu haver billar, sala de tresillo, biblioteca, tot lo que hi sol haver an els casinos, però tot això és de més a més. Els casinos, aquí, es funden per això per tenir sitials a l'acera.

Els socis hi seuen tota la tarda. Arrenglerats a tot lo llarg de la façana de les cases, se'ls veu seient sense fer res més. Quasi no parlen, quasi no llegeixen, no s'acaloren, no discuteixen. En altres ciutats que havem visitat, els que seuen prenen xacolata, o vermut, o absenta o patates cuites. Aquí no en tenen necessitat. Aquí prenen illa i res més.

Aquesta illa té tan bon clima que n'hi ha prou de pendre- la an ella, i el pendre-la és una cosa que el pobre que no l'ha provada no sap lo que és, per més que li expliquin. El pendre illa és no tenir fret ni calor, ni picor ni angoixes. Es respirar aquest blau del cel que és fet d'estracte de claror: és omplir-se els pulmons de salut, és endormiscar-se estant despert, és oblidar tot lo del món, és sentirse viure poc a poc. Al Brasil l' atmòsfera és tan bona que diu que hi ha uns ocells an els boscos, que per viure bé sols fan una cosa, obrir la boca i anar respirant. Els socis de tots aquests casinos, ni la boca tenen d'obrir.

El benestar d'aquesta terra entra per tots els sentits. N'hi ha prou de seure unes quantes hores (i ho sabem per experiència) i un queda com auto-corprès. Unes quantes setmanes de Born maten totes les neurastènies.

Perquè des d'aquí sense consultar, se sap lo més ímportant gue passa a la illa de Mallorca. Per les campanes que van tocant, amb una constància exemplar, se sap les hores gue queden en aquest món de misèries, per a esperarles gronxant-se; per les notes gue van passant les que encara queden per casar, i les que han enviduat aguells dies; per la sirena que udola al lluny, el vaixell que surt aquella tarde, i res més... res més val la pena. La pau aquí és definitiva. Horaci s'hauria fet soci d'un d'aquests casinos de seure, i Fra Lluis hi hauria fet estada gaudint «la descansada vida».

Aquí els cotxes no fan remor (sembla gue vagin de puntetes). Aquí els carros semblen dur sabates per a no pertorbar els seients; el sol és frescal i l'ombra és tébia Aquí la gent passa suaument per a no desvetllar els socis malalts; aquí és on En Ramón Lull hauria escrit ses «Contemplacions».

I tot això per un duro al mes.

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«Benaventurats els que seuen» hauria dit Jesucrist an el sermó de la muntanya, si hagués estat a Mallorca. D'ells serà el regne de la glòria perquè no hauran dut pressa a arribar-hi.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 20 de junio de 1919)

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Des de Mallorca

La mort de Miramar

Els que no coneguin la belllssima costa de Miramar, que portin un xic de pressa en veure-la si volen gaudir la meravella dels seus boscos extraordinaris.

Haureu sentit parlar de Miramar. Els molts viatgers que l'han vista l'han declarat d'una bellesa, en pocs llocs de la terra, igualada. El mar hi és d'una transparència que es veuen les perles del fons, an els jardins d'aigües misterioses; l'illa hi banya els penyals d'argent; un floc d'espuma la ressegueix dibuixant de randa les cales; les muntanyes més altes s'hi reflexen; el sol juga amb les seves ones fent-hi lluir irisacions magnifiques i els grans arbres centenaris, tan estimats del vell arxiduc es banyen tant en les seves aigües que sembla talment que les arrels es tinguin de tenyir de blau.

Doncs bé, aquests arbres se'n van. Els hereus de l' arxiduc, cansats tal volta d'aquest paisatge, que han vist davant dels seus ulls des de nois, hauran pensat, que la fusta, venuda a bon preu, és més productiva que servint d'ornament a la illa, i l'han venuda per a fer-ne llenya, i d'aquí un quant temps Miramar serà mort, perquè les muntanyes sense arbres, són el mateix que muntanyes mortes.

Lo més trist és que el que els tallarà o que ja els ha començat a tallar potser siguí un fill de Mallorca, sí. Un fíll que tallés els cabells de la seva mare per a vendre-se'ls no seria un fííl exemplar; el que talli els boscos de casa seva no creiem que siguí un bon patrici. Comprenem que els hereus de l'arxíduc, pel motiu d'ésser estrangers, per altres motius que ignorem, no estimin prou aquest Miramar, on havia viscut En Ramon Lull. Però que es trobi un mallorquí que per trenta diners o els que siguin, torturi un bocí de sa pàtria, com un mal pastor an el seu remat, no trobem mots per a califícar-ho.

Diran que n'hi han molts que fan lo mateix i malauradament tindran raó. La cobdícia cega a certs homes d'una manera tan miserable, que si molts no's venen la seva ànima, és perquè no hi ha mercats que en comprín, i si no empenyen la seva honra és perquè no hi ha cases d'empenyos. També hi ha qui podría respondre que la llenya d'aquests arbres fa marxar les locomotores; pero nosaltres contestem que per haver d'anar an aquest preu valdria molt més que estiguessia parades. També ens diran que això són fantasies, potser sí; però aquestes fantasies que els desenfeinats en díem paisatge, és lo que han arnbat a fer d'aquesta illa un dels llocs més bells de la terra i un regal de la naturalesa.

Segurament hi deu haver una llei (i si no hi és hauria de fer-se, i si no hi fos improvitzar-se) per aquests crims de lesa bellesa, que fan els homes desaprensius, ínconcíents o criminals. Nosaltres no som advocats per a sapiguer aqüestes futileses. Si hi és tindria de complír-se i si no hi és tindria d' inventarse, anc que fos per la tirania, que quan aquests nous bolxevics són destructors de la seva terra, la seva terra ha de tenir dret a desterrar-los on mereixen: a viure en un desert de sorra sense un sol arbre que els fací ombra.

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Els boscos no és com els «drets de l'home». No han d'ésser iguals davant de la llei. Dels lletjos se n'ha de fer carbó í dels bells se n'ha de fer paisatge. Aíxí em penso que ho té entès la Socíetat del turisme de Mallorca, í tants altres bons mallorquins que estimen el bé de «Sa Roqueta» i que faran tot lo que puguín, per treure aquesta nova plaga d'ambiciosos desaprensius que valdria corcar aquesta terra.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 27 de junio de 1919)

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Des de Mallorca

«La flor de la intemperie»

Cada dia veiem proves evidents que no sempre en les societats obreres es tracta d'assumptes de més jornal ni de menys hores ni de vagues de braços caiguts, o per caure, ni de setmanes més o menys angleses. També els associats obrers volen tenir llurs esbarjos en moments de poesia.

La societat de carreters de Palma, per exemple, s'ha sindicat sota un títol que confirma alxò que diem. Aquesta societat es titula «La Flor de la Intemperie», i res més. Aquests carreters, en associar-se, hauran sentit que llur ànima, d'una manera col·lectiva, bategava d'idealitat, perquè, a no ésser per aquesta raó, no veuríem pas els fonaments d'un nom que, miri's com se miri, no té res que veure amb els carros ni amb els transports ni amb idiosincràcies del ram de la càrrega i descàrrega.

Comprenem que els confiters, per exemple, s'anomenin com s'anomenen: «La Dulce Alianza». Fet i fet, els confiters es porten el sucre; pero, dlr-se «La Flor de la Intemperie» aquests homes de carretera, de molí, de riba i d'empedrat, si no fos pas pel que havem dit no sabríem pas com compenetrar- ho. Això d'intempèrie ja ho entenem. El carreter, quan va de camí, quasi sempre hi va per la intempèrie. Encara que vagi sota la vela, dormit i tot, va per la intempèrie. L'ofici és intemperiós; però, això de la flor, és tan enigmàtic que ens pertorba tota la lògica.

Què volen dir amb això de la flor? Volen dir que són flors de cuneta? Volen dir que han nascut amb la flor? Volen dir que es tiren una flor? No essent una allusió poètica la veritat no hi ha qui ho entengui. Si s'haguessin dit «La Flor y Nata de la Intemperie» aleshores potser s'hauria pogut discutir i fins passar-se a votació; però, sense la nata, ve a ésser un enigma.

Nosaltres estimem molt l'honrat gremi de carreters. A voltes, potser en el parlar, tenen expressions un xic crues; a voltes en deixen anar alguna que fa tremolar la intempèrie i fins arribar a la intemperància; però sempre havem tingut simpatia pels homes que van d'un lloc a l'altre, pels homes que menen animals, en lloc d'ésser menats per ells, com succeeix tantes vegades; però, la veritat aquest títol, sota el qual s'han sindicat, si no fos per la poesia, que perdona tots els pecats, el trobariem pretenciós.

Si seguíssim per aquest cami, aviat els carnicers es dirien «La Flor de la Carne», els peixaters «Las Algas Marinas» i els metal·lúrgics una altra verdura; i això de que fins les «algas» demanessin menys hores i les flors volguessin sindicarse acabaria de complicar la qüestió social i, sobretot, la floricultura.

Que els sindicats vulguin poesia està bé, però bien entendida, com dirien els de la «Lliga» si parlessin en castellà. Les qüestions estn massa enceses per a que es puguin arranjar amb flors, encara que siguin flors d'intemperància.

Xarau

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(La Esquella de la torratxa, 8 de agosto de 1919)

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Des de Mallorca

Des de Mallorca

La gent del camp, en aquest Mallorca, no pot ésser més respectuosa, més complascent i més amable. No passa ningú per la carretera, sia a peu sia en cotxe, que no vos saludi; no vos atareu a cap mas, que no surti la madona i vos ofereixi una cadira i no vos convidi a beure un vas d'aigua. No entreu enlloc que no sigueu rebut amb aquella cordialitat de que parlava J. J. B. Rousseau, si bè és veritat que no exercia.

Fent-ho observar a un amic meu, em deia: «Això sols vol dlr que el poble, aquí, encara no és conscient; que no coneix els seus drets; que és amable per esclavatge, que encara no s'ha reivindicat. El día que's dongui compte del seu Jo i del seu Destí, serà esquerp, no saludarà an els que passin ni treurà setials a la porta».

Al dlr-me això, va fer recordar-me que, realment, havem estat en molts pobles i poblets que ja s'han industrialitzat i on la reivindicació ja hi ha entrat, que si no aneu pas vestits com ells van, és dir, si no sou del seu braç, vos reben d'un modo tan esquerp, que no teniu ganes de tornar a entrar. Allí on el treballador ja és obrer i el pagés és agrari, en fuig la fraternitat. Es per demés que volgueu entrar en relació de companyerisme: o sou dels d'ells o sou dels d'altres; o sou obrer o no sou ningú. Vos haveu de quedar a dintre o a fora.

A l'home que ja ha rebut les llums, que's creu conscient, que's creu independent, li han fet creure an els seus papers que el món es divideix en classes, i com que aquesta lluita de classes es té de seguir sense compassió, els que tenim dalit de treballar sense tenir el títol d'obrer, els que no som ni militars, ni sindicats, ni burgesos, ni carters, ni ferroviaris, és dir, aquells que no som prou classe, que escrivim o pintem a seques sense tenir filiació, i voldriem estrènyer la mà als homes pel fet d'ésser homes, sense mirar-los-hi l'uniforme, ens anem trobant tan isolats que aviat no sabrem on enquibir-nos.

Ningú més respectuós que nosaltres per la brusa i el blau de l'obrer, però si la brusa es torna uniforme d'una nova aristocràcia, els que no creiem amb uniformes n'haurem de soportar un de nou. L'home val sempre per ell mateix, i no perquè l'hagin uniformat; l'home val per les seves obres, i no per la roba amb que fa les obres; i si ens dividim amb més seccions, sien de blau sien de vermell, els que no estem seccionats, ni ganes, hautem d'anar a viure a la lluna.

Per això aquí, en el camp de Mallorca, per mor de l'endarreriment que encara hi ha en les costums, encara es pot fer la «manilla» i beure amb companyerisme en qualsevol hostal de la ruta, i tenir amics desclassificats que no són de cap dels tres soviets, com nosaltres perdonam, i això és trist... però f a de bon pendre.

Durarà gaire?

Qui és capaç de dir-ho!

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Avui dia, que en quatre dies treballant-hi quatre aradors les vuit hores intensives, se reivindiquen trenta quilòmetres, aneu a saber lo que passarà; però mentrestant això és una terra per a refugiar- s'hi, amb santa pau, els que no som soldats, obrers, ni pagesos.

Xarau(La Esquella de la torratxa, 14 de agosto de 1919)

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Artículos sueltos

Desde Mallorca

Sr. Director de El Eco de Sitges.

Querido amigo:

El amante de excursiones que, para solaz de su espíritu y encanto de sus ojos, sube hasta la Trinidad, hasta aquella ermita blanca, que desde aquí descubro en el pensamiento como un faro, y al ser en ella, se encuentra con un cielo despejado y una atmósfera diáfana, en el últïmo confín de aquella extensión azul, puede ver un puntito perdido como una nube, un punto cuasi imperceptible nadando entre los pliegues del aire.

Aquel punto ¡lo que pueden las distancias! es nada menos que la isla de Mallorca; es una inmensa montaña que domina una extensión fertilísima; es el vigia de hermosísima comarca donde se habla nuestra lengua.

Nadie diría que delante de aquel lienzo hermosamente azulado que se extiende delante del cafè del Pere de baixa mar, y de entre aquellas bravías olas que tanto dan que temer y tanto dan que vivir a los valientes marinos que en esa tierra criáis, pudiera brotar tal terreno, ni se encontrara una isla.

Y sin embargo es así. Genis y yo podemos asegurarlo bajo palabra de honor. Se encuentra una isla y no creáis que sea pequeña como esas de quita y pon, es una verdadera isla de tamaño natural.

En ella hay ferrocarriles, bosques, pantanos, carreteras de muchísima extensión, mujeres guapas. hombres de todos los calibres, tocinos, pájaros, ciudades con sus calles, catedrales y paseos, barcos y coches lo mismo que en cualquiercontinente. En ella hay hombres que se afanan para labrar su fortuna, otros que toman el sol esperando tiempos mejores, jóvenes que se enamoran, viejos que se enamoraron, explotadores y explotados, tontos y listos, aficionados al arte, a la pesca, a las ciencias y a no tener afíción a cosa alguna. En ella se agitan las pasiones y laten las malas voluntades, al lado de la virtud que florece, los rencores corren contraste con los actos de ultraísmo, la mala fe con la honradez se disputan y todo marcha en pequeño como en el mundo en que vivimos, que aunque isla, terreno es de este mundo al fin y al cabo, y laborable para todo lo que en su faz se cría y los hombres desbaratan.

Para que nada falte en ella, también aquí hay pasiones de política. Aquí como ahí. al llegar las elecciones, los hombres han corrido hacia las urnas, esperando de aquel voto que echaban en forma de papeles, la salvación de la patria. También hemos tenido discursos de ambas partes, disputándose la primacía del bien, con honra y prez de la elocuencia espaftola; también ha habido creyentes y avisados gobernadores corriendo en

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tartanas por esas polvorientas carreteras, payeses azorados, caciques jadeantes, todo el moviento, en fin, que lleva en sí ese jaleo máximo de cambio de ventura lograda por los gobiernos; que no basta vivir separado por las aguas, cuando corren las ideas, ni bastan los cordones sanitarios para que lleguen los males que afligen a nuestra querida patria.

Terreno es éste, y en esto se parece a nuestro suelo, que con un poco de fortuna en la dirección de sus hijos, éstos fueran lo más felices posible que se puede ser en este pícaro mundo, y esta isla sería una arcadia venturosa. No hay más que recorrerla a la ligera para ver las muchas y variadas riquezas en su suelo acumuladas, y las bellezas que encierra. Aquí los campos floridos de almendros se extienden como sábana de purísima blancura hasta el confín del horizonte; allá crecen entre las breñas los algarrobos, retorciéndose sus ramas cansadas de aguantar su abundantísismo fruto, los viñedos se crían al lado de los campos cultivados y los olivos legendarios, abiertos de parte a parte, tomando posturas inverosímiles, cayéndose de puro viejos, dan fruto por sus lozanos retoños y contrastan con su color ceniciento con el verde bruñido de los hermosos limoneros y naranjos cargados de bolas de oro.

Con tan pródiga Naturaleza, claro que los hombres no han de afanarse mucho para recoger el fruto que la tierra les ofrece, y de esa progalidad dulcísima y bienhechora nace la calma legendaria, de cuya fama, justa o injusta, gozan los hijos de estas islas. Mucho pudo haber influído el moro, que tan bien alojado estuvo en ellas y tan valientemente arrojado de su suelo lo fue por el rey D. Jaime, en esta placidez oriental de que disfruta aquí el rey de la Creación. Y por mucho entra también el ser buenos españoles, pero sea lo que fuere, es el caso que aquí el hombre nunca va precipitado. Come con calma, va a sus negocios, con moderación discute, digiere con sosiego, nunca se precipita y satisfecho se pasea bajo un cielo clarísimo y al amparo de un clima eternamente bondadoso.

Para recrear su espíritu, no le faltan al mallorquín hermosísimos paseos. Tiene el Borne, grandiosa rambla a la moderna extendida en plena ciudad de Palma, donde bajo una sombra bienhechora, ve pasearse lo mejor en mujeres que contiene la ciudad, y eso que contiene muchas. Tiene el paseo del muelle con vistas a su dilatada bahía. Tiene anchas explanadas con miradores al campo, las plazas sobre sus altas murallas al pie de la Catedral y un sin fin de paseos y carreteras que cruzan toda la extensión de isla, llevando a lugares, pueblos y paisajes deliciosos.

Bien quisiera hablaros de ellos, y de lo mucho que a su vista hemos disfrutado, pero sería trabajo extensísimo. Basta que os cite las cuevas, verdadero portento de un parto laborioso de la tierra, rincón sublime, donde late una vida entre la muerte. Donde la gota de agua cayendo pausadamente ha formado columnas de alabastro que nos prueban lo que puede la constancia, aun en su misma inconciencia. Basta que cite las murallas de Alcudia, verdaderos recuerdos intactos de una civilización muerta, pero latente todavía; el valle de Sóller, rincón para vivir en él en continua abstracción de las miserias de la vida, mil panoramas más que quisiera ver con esos amigos de Sitges, para juntos celebrarlos como un solo y acordado pensamiento.

Pero ya que tal deseo no pasa de ser deseo, ya que no es posible realizar todo lo que el corazón promete, al menos, querido amigo, cumplo lo que prometí de haceros una reseña de lo que fuéramos viendo, reseña que más que tal, es un recuerdo, que envío a pasar el mar hacia este querido Sitges que tantos tiene para mí.

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El Eco de Sitges (26/03/1893)

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Italia Vitalia

Si el hermoso nombre de estrella que se da a las grandes artistas de la escena tiene significación simbólica, en ninguna parte la tiene tan justa y tan adecuada como en esta pobre España.

Aquí en arte, con ser el país del sol, es casi siempre de noche, pero de noche brumosa, sombría y opaca, sin colores ni reflejos; de noche sin ambiente, sin misterio y sin poesía; de noche gris, sin vida y sin vibraciones. En este fondo sin fondo del horizonte del arte, apenas brillan estrellas, y si algunas aparecen en lo lejos, su luz es triste y vacilante como luz de crucifijo, como lámpara de ermita, dando más melancolía que verdadera claridad. Su mirada, su voz luminosa, su reflejo mortecino, brilla tan sólo un momento y vuelve a cerrarse el cielo y nos quedamos a oscuras.

Aquí en el país sereno, si queremos ver estrellas, hay que verlas en las mangas militares. De la belleza simbólica, del alto cielo del arte, han bajado a la lucha de miserias terrenales; de reinas que eran, han descendido a tenientas, a alféreces o a coronelas, y dormidos, sin ensueños, lacios y aletargados, vivimos tan guapamente, vegetando por instinto, sin buscar el más allá, sin mirar los arcanos misteriosos donde vive la belleza, sabiendo, por lección del desengaño, que en nuestro pobre horizonte sólo reinan las tinieblas y que ya el teatro español es una cámara oscura llena de clichés por dentro, pero sin luz ni objetivo.

Por fortuna, cuando no hay estrellas fijas, de estas perennes y burguesas, con domicilio geográfico en el ensanche del cielo, estrellas acomodadas, académicas, juzgadas y numeradas por telescopios; cuando faltan estas estrellas pasan por el negro manto cometas de la bohemia, cometas del más allá, fugas de arte escritas en el pentagrama del camino de Santiago, que dejan por un momento una estela de colores en nuestra alma soñolienta.

Italia Vitaliani, como la Duse, como Sarah, como Réjane, es uno de esos cometas que pasan siguiendo su vago destino; un cometa de Oriente, triste y mate y con claridad melancólica, ave mensajera del arte, llevándonos en su camino ecos de cultura exótica, perfumes de flores raras, sufrimientos y alegrías de otros pueblos y otros hombres, y lo que hay que estimar más: emociones de belleza, sensaciones intimistas de estética del sentimiento y estimulante de arte a nuestra mente dormida.

El arte de Italia Vitalini no es de grandes líneas plásticas, ni viste el amplio ropaje de las estatuas romanas o de las tragedias griegas. Es de líneas delicadas y de emociones sutilísimas; es arte de vida actual, arte de raras sensaciones, de frases a flor de labio y de perfumes exquisitos; arte de sentir los nervios vibrando suavemente como cuerdas de una lira afinadísima dando notas de colores apagados, de sonrisas moribundas y de todos los matices del sufrimiento moderno.

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Todos estos medios tonos, los expresa Italia Vitaliani de una manera perfecta. Dotada de entendimiento clarísimo y de nervios emotivos, pocas veces se habrá visto en el teatro una sugestión tan íntima, rara y tan bella entre la idea que nace y la voz que la transmite. Diríase que las células receptoras del espíritu de la genial artista sienten a cuarto de tono, diríase que volviendo las pupilas donde vive el pensamiento, ve y escucha y adivina los más fugaces latidos; diríase que transmite sus más tenues vibraciones aún latentes y vivas de nueva vida y las sugiere y viste con ropaje de belleza.

No hay repliegue espiritual en lo más hondo del alma que no haya penetrado, como no hay emoción vivida que ella no haya sentido. De la risa, del desprecio, del odio, de la ira y del amor, conoce todas las cuerdas y sabe hacerlas vibrar; la escala cromática del sentimiento, la conoce y la ha seguido desde el ultravioleta impenetrable de las tragedias calladas, hasta el destello del cádmium de los grandes entusiasmos. La maldad y la bondad le han contado sus secretos, sus ansias el corazón y la vida sus dolores. El dolor del desengaño, el dolor de los sentidos, el dolor de la nostalgia, suave y triste como nubes de crepúsculo; el gran dolor de los celos hiriendo el corazón a dudas, o rasgándolo con realidades; el bello dolor del amor y todo el gran repertorio de las humanas tristezas, han logrado en su talento crisol espiritual para convertirse en arte. Su armonización moderna ha sabido tamizar los sufrimientos de hoy y ha dado nuevo perfume al acre olor de magnolia que exhala la flor del mal, ya vendando las heridas con finísimos encajes, ya vistiendo de hermosura las tragedias de los nervios, esa nueva enfermedad, ese sufrimiento nuevo con que entretener la vida.

Y estos estados del alma, los explica Italia Vitaliani con la mayor sencillez y con gran honradez escénica. Ni un efecto artificial, ni una nota destemplada, ni un momento de descuido, ni un esfuerzo para llevar al engaño a los que juzgan el arte por el ruido que produce, ni un chispazo vislumbrante para mover el aplauso y ganarlo por sorpresa. Su arte es sobrio y sencillo como la misma verdad. Su talento es el que dicta y sus ojos, sus movimientos, su expresión y su palabra van siguiendo lo dictado como instrumentos acordes de afinadísima orquesta.

Orquesta y luz llevándonos armonías de otros cielos más serenos, tal es la Vitaliani, este cometa que pasa en el turbio cielo del teatro convertido en un desierto. No le importe. Los cometas de la noche los contemplan solamente los sabios que saben su curso, siguiéndoles con la mente en sus órbitas inmensas, o las almas sencillas y solitarias que los miran caminar como visión de poesía. La gran mayoría duerme, mientras cruzan como almas en la diáfana cortina. Duermen siempre que pasa alguna visión, y como siempre también ahora han dormido mientras cruzaba una estrella, una estrella que por culpa del mal de la indiferencia ha sido estrella solitaria en el cielo de esta tierra.

La Almudaina (07/07/1901)

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Pizà

Al llegar a Sóller pregunté por Pizá. —Le hallarà V. en su casa— me dijeron. —Es hombre muy franco, muy bueno, pero un poco loco— ¿Loco? — pregunté—. Es decir, loco: tiene cosas que aquí las juzgamos de loco. Por lo demàs, esté V. tranquilo, porque no hay hombre mejor en el mundo. Fui a encontrarle, llamé a su puerta y abrió él mismo, llevando la paleta en la mano. Miréle detenidamente, algo escamado, pero me tranquilizó enseguida su semblante y su sonrisa. El hombre que sonríe no está loco, pensé. Los locos, ríen o lloran, pero no sonríen. Además, tenía los ojos muy grandes, con luz bondadosa, facciones acentuadas, pero conservando en los pliegues esas señales en las caras donde la bondad no se apaga, pelo entrecano y recio pero sin enmarañada locura, y todo en él destilando excelencia de alma y distinguidas maneras.

Por la parte externa no asoman los síntomas de la locura, pensé. Veamos, hablàndole.

Y hablamos.

Hablamos, y ni un momento pensé que desentonara. Al contrario. Con acento extranjerado, del hombre que ha pasado mucho tiempo andando por esos mundos, demostraba ingenio, reflexión, sátira moderada, conocimientos de su arte, erudición de su época y de otros tiempos y, sobre todo, entusiasmo. A cada palabra, evocándole el recuerdo de alguna obra maestra, hacía ponderaciones inauditas; a cada recuerdo de su tiempo pasado en Roma o en Francia, asomaban las lágrimas, las absorbía hacia adentro a fuerza de exclamaciones; a cada amigo que hacíamos desfilar en nuestra conversación, parecía que el amigo venía a vivir con nosotros de tal modo le abría los brazos y le dirigía la palabra, y hablaba, elogiándole, lo mismo que si no estuviera ausente.

Pues señor, ¿por qué estará loco este hombre?

Entramos en el estudio. Tal vez aquí el pincel nos dirá lo que ha callado el semblante y la palabra. Tampoco. El estudio era un nido pequeño como un palomar colgado delante del valle de Sóller, con sus inmensas montañas de plomo en el anfiteatro del fondo, con sus cresterías de oro y sus flameantes nubes envolviendo los picachos con sus suavidades de sombra, y naranjos al pie del monte, miles de naranjos, todo un vergel de hoja oscura. Allí pintaba y vi sus cuadros, y tampoco loqueaban sus cuadros. Eran del hombre que ha visto y ha estudiado, más bien prudentes que atrevidos, más entonados que chillones, más equilibrados que audaces, más de hombre reflexivo que de artista genial u hombre aturdido.

Me volvía loco buscándole su locura.

Salimos y empezamos a correr Sóller y el campo, a la caza de sus paisajes y bellezas, y a hablar como buenos amigos. —Ve V., me dijo—, yo hace poco que volví a Sóller, mi patria, y volví... porque es mi patria. Estuve muchos años fuera, muchos, como suelen

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estar aquí los jóvenes; y como también vuelven ellos, pero con una sola diferencia... que casi todos vuelven ricos, y yo, pobre.

—Mal, me dije (primera señal de locura)—. Aquí van a la guerra del dinero, digna tal vez, pero de táctica muy distinta de la nuestra. Y su victoria es hacerse rico. Yo fui a la guerra del arte, cuya lucha es tal vez más encarnizada, terrible, y cuya victoria es vivir como los pájaros: de primaveras y canciones. Con su botín, el que vence puede construir palacios con jardines, muebles de lujo, pianos de lujo, y hasta casarse de lujo y tener hijos de lujo. Con el nuestro, hasta el nido que escogemos tiene que ser de alquiler y sólo nos quedan las flores, y aun ni las flores, el perfume de las flores, que éste no hay quién pueda acapararlo (segundo síntoma). —¿Y cómo encontré el pueblo? Un campanario patinado por el sol que había, venerable como un anciano con la frente llena de arrugas y coronado de golondrinas, lo derribaron sin piedad los poderosos y construyeron ese nuevo, tan de lujo como sus muebles de lujo. El torrente que corría entre tapias de verdor, lo encauzaron, lo metieron entre cajones de lujo, y aquí lo tiene V., urbanizado, como un torrente recluta. Yo gritaba al principio, protestaba, me dolía de que dispararan a mi pueblo, que le llenaran su amor de afeites, pero... —Pero le tomaron por loco..., dije yo. —Eso es, y los niños me apedrearon, y los padres de los niños añadieron a la brutalidad instintiva la brutalidad consciente.

Realmente, mi amigo estaba loco.

Querer respetar las reliquias del pasado en estos nuestros venturosos tiempos, tan amantes del cuerdo positivismo; querer que el propio torrente corriera alborozado entre las breñas incorrectas, marcadas sin discreción por la torpe Naturaleza en nuestro siglo de orden; aspirar el aroma de azahar y deleitar los sentidos en su nítida blancura, allí donde se exporta la naranja, y pintar, sobre todo pintar, pasarse la vida en cosas tan baladíes, cuando hay cuestiones pendientes tan graves como el padrón municipal, el alquiler de los consumos, la ley de los secretarios y tantos asuntos de urgencia a que aplicar facultades. Vivir soñando despierto, cuando ya no se sueña ni en sueños. Era realmente de locos.

Pizá era de esos locos tristes, de esos solitarios de poblado, más solitarios y más tristes que los santones del desierto, de esos anacoretas del arte que, replegados en sí mismos, vagan por entre la gente como en un mar desconocido; monologuistas impertérritos que no siguen la batuta de la orquesta de su pueblo, que cuando los demás ríen, lloran solos porque no han visto reír, y hablan solos en el desierto de su alma, y su preocupado espíritu, distraído en sus propias vibraciones, llega tarde a los convites del pueblo y a los duelos generales.

Pobre pueblo, el que no comprende a esos locos. ¡Y pobres cuerdos, los que viven sin un átomo de esa sublime locura! Su nombre anónimo, como lo es su dinero, como lo es el orden, como lo es la vulgaridad. Las hormigas que no comparten el trigo con las aladas cigarras tienen repleto el granero, pero tienen el alma muerta, y vale más ser loco con alma que cuerdo pero desalmado.

La Almudaina (05/11/1902)

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Artículos sueltos

Cartes a Gelabert

Carta a Gelabert (14/01/1904)

Acab de llegir un article de La Tarde en el que et donen, com diem nosaltres, els pintors, una rebentada, i ja saps lo que entenem per rebentada. Rebentada vol dir la femella del bombo... i tant el msscle com la femella els escriuen els que tenen simpatía o antipatía per un autor i que, faltats d'aquells coneixements que a un Nostre Senyor els envia com qui diu de naixença i altres se'ls grangeen per voluntat i estudi, no tenen més remei que escriure articles llargs perquè no tenen temps de fer-los curts.

No t'espantis per lo que et diuen. Tot és tinta. Tot són paraules, paraules... i paraules, com diu Hamlet, de l'home que no sap pintar i s'esbrava dient paraules. No hi trobaràs ni un consell, ni com se té de pintar, ni com se té de veure, ni quins exemples s'han de seguir, ni per quins camins se té d'anar. El que ho ha escrit no en sap, de camins; noen sap cap més que el de l'Ajuntament que et va donar aquelles pessetes que tu ja sé que agraeixes, no per lo que són les pessetes, sinó perquè amb elles has pogut veure lo que no pot veure un curt de vista, i lo que no veurà mai el de l'article. Tampoc te desanimis. Ara comences la carrera, i per cada flor que trobis en trobaràs moltes, d'espines. Molts rebenten perquè no són rcbentables, perquè no presenten blanco, perquè es passen la vida criticant lo que dóna pena de fer, però que encara dóna més pena de voler fer i no poder. Tampoc te n'alabis, que et rebentin, perquè encara que siga bo merèixer tal cortesia, de vegades és tant despit com ignorància, i no convé confondre les coses.

Fins de modernisme, te parlen, quan fa tants anys que li havem cantat les absoltes a aquella paraula bandera que va ser el moviment d'un dia per fer parlar crítics i més crítics, i que ara arriba a segons qui amb deu anys de retràs de coneixements i vint d'idees! Fins de tendències, fins de saltos atràs i endavant, fins de la teva modèstia oculta o pública i fins d'aquella veritat veritat que fa tants segles que no se'n canta ni gall ni gallina, i fins de tantes i tantes coses grandioses. Decididament, Gelabert, el crític rebentador deu ser d'aquells que es miren el quadre amb el puny clos (perquè sembli de bulto), o d'aquells de les acadèmies forestals, que deien als seus deixebles que n'hi havia tres, de bellezas: Belleza natural, Belleza extraordinaria i Belleza propiamente dicha.

No en triïs cap de les tres, i treballa. Treballa tant com puguis i que cantin, els que han nascut per cantar. Si ara has donat un pas, un altre dia en donaràs dos, i pensa que si, encara que a poc a poc, vas caminant endavant, sempre aniràs un poc més lluny que els que es van plantar en el modernisme. De rebentades, ja en vindran com més treballis i com més modèstia tinguis, però pensa que l'art no és fer indianes, que cada any canvien de moda i es pot perdre la parròquia. L'art es fa pel temps i el temps agraeix lo que es fa per ell, i encara et quedarà algun quadre quan no quedaran rebentadors.

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Nova Carta (19/01/1904)

Amic Gelabert:

Me sento jove. ¿Per què?, diràs. Perquè veig que no tinc experiència.

Quan vaig llegir l' intermezzo anunciant la segona tardinilaria, allò del rábano por las hojas, me vaig dir: ara d'art i en sèrio. Començarem per l'Apel·les, ens en irem cap als romans, donarem una mirada a Pompeia, passarem pel túnel de la oscuridad de la Edad Medïa, entrarem al Renaixement, visitant en Rafael, sobretot en Rafael, anirem a parar a Velàzquez, Goya, Murillo i demés amics i mestres i màrtirs, i ens deixarem caure al modernisme. D'allí no en sortirà el crític de La Tarde i allavores s'explanarà amb una de les dues tendències que sempre, infal·liblement, tenen aquest rengló de crítics de la mena dels de La Tarde: els que diuen que ara estem en una era de transicions o els que asseguren gue estem a la decadència.

Però res d'això ha passat, amic Gelabert. Altra vegada tindré d'agafar vulgues no vulgues, el rábano por las hojas perquè com que tot lo que diu són fulles i no hi ha raves, ni raves fregits, ni cua, no tinc més remei que enfullar-me. Res d'Apel·les, ni de Murillo, ni d'art, ni de cabòries. Lo que s'havia deixat al tinter, perquè ara ja no se tracta de tinta, ara se tracta de bilis, i visca la noblesa! Bilis que no és artística, sinó de persona que té bilis. Quina llàstima que el crític tingui mals sentiments, a més de no entendre de pintura! Tan divertit que era parlant-ne! Ara em surt amb l'Olimpo i amb quatre cartes, i amb visions fantàstiques i verdaderament descoratjadores pels que esperàvem resultats més positius per a les cabòries de l'estètica! Si lo que tenia al tinter pogués tornar-hi, al tinter, el tinter es podria ofendre, però el bon gust i els sentiments nobles li cantarien un Te Deum, que els pintors podríem anar a oferir-li.

Res! A pesar de la poca experiència que et deia, veig ben bé que no es tractava d'Art. Se tracta de tenedoria. Res de les oficines del Foment, tot per a les oficines d'Hisenda. Res de pintura: La pensión aplicada a la pintura. Aquest és el lema, i aquí plora la criatura, i la criatura és el crític.

Pobre Gelabert! Què has fet? Per què la vares acceptar, la pensió? Que no veies que te l'havien de retreure? Que no ho veies que el crític de La Tarde s'ofendria? Que no veies que lo que has anat a estudiar no és per a ell, que és pintura que li va ampla, que l'has posat en un compromís d'haver de parlar de formes noves i colors inèdits i sentiments diferents, ell que ja tenia les receptes? Paisaje de montañas: Diáfana perspectiva aérea, ambiente; Retrato: Amplia pincelada, carácter, parecido; Figura: Velazquina, Murillona, Rafaelina. Que no veus que és comprometre una tarda i fins un dematí sortir ara amb cabòries noves? Deixa fer la digestió a la gent en pau i no amoïnis els que no saben de pintura!

Però tu em diràs: al menos, ja que no en saben, anessin a trobar algú que hi entengui. Ai fill meu! Tothom hi entén, en pintura. Si un està malalt va a trobar el metge; si t'has de fer un armari, encara que siga raconer, al fuster; fins si has de tenir una cosa tan humana

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i general com fruit de benedicció, vas a cercar la llevadora..., però en pintura? La pintura és la cantinera, tothom hi té dret. Com que es veu, tothom hi entén; com quees toca, tothom té dret a palpar-hi i ja has vist el crític de La Tarde. En comptes d'anar a trobar un pintor o un crític entès (també n'hi ha), d'aquells que no hi pensen, en el seu art, només que la tarda sinó tarda, dematí i vespre, ja vas veure qui va trobar. Va anar a trobar un jurisconsulto, i el jurisconsulto, és clar, en comptes de mirar-se els quadres, va cercar feina de l'ofici: vinga plet i raons i polèmica i judici oral artístic.

Si hagués anat als pintors del Foment, tots amics nostres, hauria vist que allí no hi ha celos per un company; que si t'han donat una pensió, un altre dia en daran a un altre, i que, a més d'estar content que l'Art siga protegit, no rebenten com ho fa aquell jurisconsulto, perquè saben el que costa d'arribar a fer qualque cosa i perquè de la teva pensió tampoc n'haurien cobrat ni un cèntim. Saps per què hauria servit la teva pensió? Per fer deu metres més de subsuelo i matar sis dotzenes de microbis (no parlo per ningú) i tenir una mica més de salut pública (i dic pública perquè, quan tingues malalts a casa, pensa que tenim salud pública), o bé potser hauria sevit per aterrar quatre metres més de muralles. Diràs que és bo que les tirin a terra. Conformes, però a més que per quatre metres l'aire ja farà els medis per passar i portar salubritat condensada, amb els arbres tallats de la Rambla al menos n'entren vint metres més d'aire de salubritat, i no tot ha d'ésser aterrar muralles: també els aterren tres-cents duros de muralles, els pintors. Si no són muralles de pedra, són muralles de rutina, que són més fermes que les altres.

Resumiendo, com diria el nostre jurisconsulto, només he de dir-te dues o tres aclaratòries. Que si et torno a escriure, encara que allí estàs molt lleugerament al·ludit, és justament per això mateix: perquè l'al·lusió no va per mi; després, perquè de retruc ha parlat d'un amic nostre que només amb les sobres del seu talent ne podria espigolar. aquell crític susodicho, tots els dies de la seva trista vida; i finalment perquè en comptes de fer un bon acte de modèstia i contrició i fer entrega de les seves vanitats a l'Olimpo aquell de què parla, encara torna a respondre i reprendre amb culpa que és pecat mortal estètic.

La cosa no té remei. És qüestió de desequilibri. Si tu vas a les terres estrangeres i adelantes i veus coses noves i portes tendències forasteres i el crític es queda plantat a l'època del modernisme, no hi haurà manera d'entendre's. Passarà lo mateix que a les masies quan envien el noi gran a ser advocat. Quan torna, ell parla de dret romà i els pares de la collita, del pèsol i del bròquil o del moniato. El noi ha estudiat i ells no, i la casa se queda a les fosques. Així és que només puc dir un resumiendo. que si et pensionen a tu i no al crític, tu sabràs més que ell, com ara passa, i resultarà un desequilibrio isleño. Així és que proposo formalment: que siga el crític el pensionat, que ho necessita més que tu; que l'enviïn a estudiar tot allò que s'ha estudiat del modernisme a nuestros días i que si els fondos no escassegen, com a torna, s'hi enviï el jurisconsulto.

Última carta (21/01/1904)

Amic Gelabert:

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Va la darrera carta, no perquè no tengui ganes d'escriure't, sinó perquè el públic ja no tendria ganes de llegir-nos.

Com te deia, lo que em falta és experiència. He vist ben clar que no en tenia i he vist més clar que al crític de La Tarde n'hi sobra. Tan mal és pecar per més com per menos, i ja veus que em dol fer rebaixes.

Jo em creia, francament, que no l'agradaven els teus quadres. Doncs altra vegada m'he errat. Es veu que li agraden i no vol dir-ho. Ell mateix ho confessa: tot és qüestió de represàlies. Parlant de tu, van dir mal de segons qui, que no sé qui són ni tinc ganes de saber-ho. Doncs ara, parlant de tu, han de reconcentrar la malícia i, guardant-se el criteri ben endintre i fermant la bona fe amb una cadena, vinga gran rebentamenta!

Visca la crítica de bona fe! i visca la imparcialitat! i visca el gran Zarathustra! Això és fer crítica sense passió! Això és fer Art! Això és fer anar la ploma amb noblesa! La confessió és de penitent, és d'home verament arrepentit, que fa santos allí on li couen les passions! És de vertader pecador estètic! Però quina llàstima, Gelabert! Quina llàstima que no hagués titulat l'article, per coneixement de tothom, Venganza de agravios aplicados a la pintura o Gelabert culpable de las críticas ajenas. Això havia d'haver posat, que, a més de ser un bon títol, hauria fet veure al seu públic que, a pesar que els teus quadres li agradaven, tenia compromisos polítics que havia de sacrificar sobre les raons de l'estètica.

No ho va fer així, però ara confessa. Menos mal. Sempre és bo que el pecador s'arrepenteixi. Lo que hi ha, que l'arrepentiment no és prou franc. Confessa que tu saps pintar i, després d'haver fet aquesta obra franca, les emprèn amb mi i amb els meus quadres i altre cop se'ns embranca amb el modernisme.

Això d'aquest ditxós modernisme, ja saps que va ser una reacció. Una reacció espiritualista en contra del naturalisme, que espiritualisme hi haurà, passi el que passi i vingui l'art que vingui, per més pedretes que hi tirin tots els crítics de La Tarde. Que se n'ha fet la caricatura? I de què no se n'ha fet? I de què no se'n farà? I de quines coses se'n faran, sinó de les que valen la pena? Perquè hi hagi a Barcelona un herbolari d'estil gòtic ningú no negarà que les catedrals no siguin hermoses. Perquè hi hagi quatre esfinges al Born, ningú tindrà res a dir de la immensa majestat de l'arquitectura egípcia; perquè el crític de La Tarde faci crítica, ningú dirà mal d'en Taine, ni d'en Ruskin, ni d'altres grans crítics; perquè nosaltres, mortals, fem pintura, ningú negarà als immortals que en facin. El modernisme no és de broma, de broma se torna quan en parla l'anticrític de La Tarde.

I ara, anem a les preguntes. Que si considero just i equitatiu que l'Ajuntament et pensioni sense haver fet concurs abans? Molt just i molt equitatiu. Primer, perquè t'ho mereixes. Segon, perquè si has trobat opinió per donar-te-la i l'opinió ha vingut de l'Olimpo, per alguna cosa ve de l'Olimpo i no del mercat ni d'un públic que tant se li'n dóna o que, si se li'n dóna, no ho demostra. Tercer, perquè en aquest Olimpo que dèiem fan opinió i no fan jurat. Figura't amic Gelabert, un jurat en el concurs amb sis crítics de La Tarde! No li nego la bona fe, però allò de la intel·ligència crec que aniria molt escassa i n'hi ha tants, d'aquesta mena de crítics, que farien de jurat amb una seriositat pasmosa! I quarta, i ara va la bona: perquè pensionar-te no quita, com deia, que en pensionin tants com vulguin, amb jurat, amb concurs, sense, amb concurs i jurat, i sense

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jurat i concurs. Crec que lo que falten són ganes. Si ganes hi hagués, tant tu com jo n'estaríem molt contents, que prou lloc hi ha per a tothom en el camp de la pintura.

I ara, a pintar, i prou controvèrsia. El moviment es demostra caminant, doncs la pintura, pintant. Pensa només que dels teus quadres se'n fan crítiques a La Tarde i que d'una crítica a La Tarde tu no en podràs fer mai cap quadre.

La Almudaina (14/01/1904, 19/01/1904 y 22/01/1904)

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Artículos sueltos

Entre glosadors

El glosador de La Esquella, trobant-se a Mallorca, que és la terra dels glosadors, ha tingut una sentada amb un glosador mallorquí.

—Com va l'ofici per aquí l'isla? — li ha preguntat el de La Esquella.

—Com sempre: alegrament. Es canta una mica; s'improvisa i es procura fer matar el temps i portar alegria a n'els que no'n tenen. I vosaltres?

—Nosaltres, al revés. Vinga ensopir a la parròquia, i donar-los concells, i amargar los-hi l'existència, am cada concell i cada sermó, que si'ns arribessin a fer cas, allò seria una mar de penes.

—És dir, que esteu tristos a ciutat?

—A ciutat, no; som nosaltres els que ho estem.

—És dir, que'ls glosadors no sou alegres?

—I què hem de ser: una funeraria.

—Doncs aquí no farieu carrera.

—Tampoc en fem allí.

—Doncs com viviu?

—D'esma, de pa sucat am llàgrimes, de fèl amb aigua i de vinagre. Allí ont entrem am la ploma sembla que hi hagi un mort a la casa. Encara no'ns posem a escriure vinga tristor a dintre'l tinter i suca que sucaras.

—Els joves també?

—Els joves més que ningú. Encara no vegis uns versos en que's parla de desenganys, compta que són d'un poeta jove. Alli, primer els surten els desenganys que'l bigoti. Són desenganys de pèl moixí!

—I de què'ls ve això?

—De saber de lletra. El que llegeix un llibre trist ja'l tens trist al cap de mitja hora, i trist per tota la vida. Ja'n poden tenir de salut; si l'autor que llegeixen no'n tenia, se la fan perdre del modo que poden, i vinga escriure ratlletes curtes.

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—Però no'ls deuen pagar.

—Naturalment. Què us paguen a vosaltres?

—El beure. I encara no hem begut dos ditets no més de vi ranci, allí'n veuries de xirinola, i cobla va, i vinga fer versos!

—Alegres, eh?

—Tant com sabem. Aquí'ls ensopits els trèiem de l'ofici. No les volem cantar les penes. Que cada hú se les passi en familia. Dels que conten les penes en vers en diem carrinclons. I vosaltres?

—També.

—Que no és veritat que'ls glosadors són fets pera dur l'alegria!

—Jo aixís ho crec. Però escolta-m. I quan no esteu d'humor, què feu?

—I dò! Ens quedem a casa.

Xarau

L'Esquella de la Torratxa (28/02/1908)

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Artículos sueltos

Versos d'en Joan Alcover

El gran poeta en Joan Alcover, que fa poc ha publicat el seu llibre de poesies Cap al tard, ens ve a confirmar una estètica que'l glosador ja la sospitava: ens ve a dir, am fets, és dir, ens ve a dir am versos que només n'hi ha una d'estètica: l'estètica de no tenir-ne.

Fa un quant temps que a casa nostra's pateix de manament. Tothom classifica, tothom mana; no hi ha escriptor que agafant la ploma no mani de lo que hem de ser, no marqui un pentagrama estètic, i pobre del que no'l segueixi. S'ha de ser això, s'ha de ser allò. S'ha acabat el romanticisme. S'ha de ser parnasià fins a cert punt; s'ha d'estilisar, no s'ha d'estilisar; els versos han de ser de làpida, o de pedra picada, o de bronze, sent aixis que hi hauria un modo de dir les coses clares i precises només dient una cosa: els versos tenen de ser bons, i si ho són, siguen romàntics, siguen parnasians, siguen clàssics, estan bé, perquè són bons, per més que diguin les estètiques.

Els versos de l'Alcover tenen això: que son bons i no són res més. El glosador es juga un glosari amb el que sia capaç de dir a quina escola pertanyen. Si'ls jutgem pel sentiment, direm que són sentimentals; si anem a l'imaginació, direm que són quasi romàntics; si'ls midem, direm que són clàssics; si'ls midem més, que són parnasians. Però com que no'ls midarem, ni'ls retolarem, ni'ls examinarem, perquè quan veiem un tapiç no'ns mirem el canyamaç, sinó'l seu aspecte plàstic, i en comptes d'estudiar llegim, i si llegint-los ens emocionen o ens donen la sensació de bellesa inexplicable que tenen les coses ben fetes, els tornarem a llegir, i els apendrem a recitar, i quan una cosa entra al cor i el cor està content de rebre-la, rieu-vos, carissims amics, de lo que vos diguin els preceptes: aquells versos tenen ànima; i uns versos que tenen ànima ja podeu dir que són bons, enque no ho manin les estètiques.

En Joan Alcover té una cosa de la que no'n poden dir res els llibres, perquè'ls llibres són pera ensenyar, i lo que ell té no s'aprèn. Té l'instint del bon gust, té'l senyorio que tenen de. tenir els sentiments quan se transformen en plàstics; té'l dò, té l'art i té'l tacte, aquesta vergonya noble de dir tot lo que's pot dir fins a la fita del bon gust; aquet no sé què inexplicable de saber fins a quin punt es poden obrir les portes dels sentiments amagats, i fins a quin punt han de cloure-s. En Joan Alcover es això: és poeta; un poeta que només parla quan té belles coses per dir nos.

N'Alcover no és, com diu en el pròleg, «d'aquells que's passen la vida component-se'ls plecs de la túnica per afectar serenitat». El que la sab portar, la túnica, només té que deixar-la caure i els plecs mateixos ja prenen forma i es pleguen sempre dignament. I si n'Alcover sab portar-la, obriu el tomo de Cap al tard i llegiu La Balenguera, La Serra, El voltor de Miramar, L'Hoste, La Reliquia, totes les elegies, les endreces; més ben dit, llegiu tot el llibre i sentireu a dintre'l cor aquet pessigolleig intern, aquet espurneig en els ulls, aquesta frisança benhaurada que són les úniques senyals am que's coneix un poeta, sia de l'escola que sia i digui lo que digui l'estètica.

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Xarau

L'Esquella de la Torratxa (18/03/1909)

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Artículos sueltos

El tren de Sóller

No crec que hi hagi cap barceloní que no sàpiga o que no sospiti que, darrera d'aquells tinglados tan utils y antipatics que hi han a tot lo llarg deis molls, hi ha el mar, que hi tenim el mar, y que tirant enllà d'aquet mar, damunt d'unes ones que'n direm blaves, perquè si no'n diguessim blaves ningú creuria que es mar, se troba l'illa més daurada, més illa, més lluminosa, més esplèndida y més somniada que puguin marcar les geografies.

Si els catalans fossim com abans, que, segons ens conta l' historia, encara no veien un moro embarcat ja hi eren darrera; que venia un Roger de Lluria y per si ho volem o ens pertoca, embarcava tot el jovent a la conquesta de terres d'altri, y qui no li agradi que ho deixi; o si tan sois fossim dels del club que encara no arriba una festa vinga treure's roba y a remar per aquella blavor que ja hem nomenat; si'ls calalans no'ns haguessim tornat més aixuts que un llonguet del dia abans, no n'hi hauria ni un que, ab vela o ab rems, nadant o en barco de l' Isleña, no hagués anat an aquell Mallorca, y si tots hi haguessin anat haurien vist un tros de terra que fa favor an el Creador y que fa que li perdonem tantes cosetes que hi ha a mitg fer en aquesta vall de ploralles.

El glosador que diu tot això no es ni soci numerari de l'atracció de forasters. Es tan foraster com un altre, encara que no voldria esserho, y si canta les belleses d'aquesta illa meravellosa no es pas que'n vulgui fer l'article, com viatjant de panorames, sinó perquè ho creu de justicia y perquè li té un agraiment. Se veuen tantes coses lletges y tants paisatges sense suc y tants pobles sense lluc, en aquesta terra que habitem, d'un modo interí però molest, que quan se troba un bocí de món que té menos tares que'ls altres y que les montanyes són més nobles, y les planes són més florides, y les cales més verdejants, y el cel més blau, y les terres menos aspres, an té de quedar agrait, y el glosador té moltes tares, però l'agraiment no li manca.

En aquesta illa, doncs, en aquet Mallorca, acaben d'inaugurar un tren, tan poc tren, tan poc destorb, tan poc trepitjador de paisatge y esclafador de bellesa, que`l mateíx Ruskin en persona, tan poc aimant de ferrocarrils ni d'altres eines d'anar depressa, a esser bisbe en lloc d' esser esteta, l'hauria vingut a beneir y li hauria dit: «ja pots arrencar, que mentres passis per allí ont passes y t'amaguis aont has d'amagarte y treguis el cap allí ont has de mirar, no ets un tren com els altres trens que xiulen, que ronquen, que escupen, que arrebassen tot lo que troben, que arrenquen boscos y escorxen arbres, que obren ferides sagnants a les roques més venerables y que no més van a la seva. Ets un tren... Lluís XIV ab modos, ab quietut y ab respecte, no fet pera arribar aviat, sinó per a arribar a temps; no fet per a malmetre Mallorca, sinó per a mostrarla als que hi vagin».

Veshi, creume, barceloní, que me'n donaras mercès. Si hi vas, quan passis la plana y entris a un túnel de tres kilòmetres, y al sortir del fons d'un torrent, vegis la gran vall de Sóller com un pomell de tarongers que t'incensen de tarongina; ab les montanyes allà al fons úniques de forma y de claror, y el poble a baix com flors d'atmetlles esteses a la

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verdor, y el tren caigui materialment dintre una toia de flors, que entren per les portelles, sentiras a dintre teu que es la primera vegada que t'has omplert de primavera y quasi't sentiras abella, però no de les que treballen, sinó de les que xuclen flors per a anar a fer la mitg-diada; abelles d'illa, abelles somnioses, abelles de contemplació, y sabras lo que es Mallorca.

Però correras un perill y es el perill de no entornarte' n.

Que fet y fet tampoc es perill, perquè com ja diu el ditxo: Aquell que estigui bé que no's mogui.

Y Mallorca no es terra de mouressé'n.

Xarau

L'Esquella de la Torratxa (19/04/1912)

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Artículos sueltos

Iviça. Impresió

Parlar de la impresió que vos fa un lloc quan aquest lloc és ple de bellesa, no és una cosa molt planera, i sí aquest lloc és gran i per recorre'l teniu els jorns comptats, encara és més difícil l'eixir-ne. Aixís és que lo que digui d'Iviça, serà com el que agafa una flor, en sent la flaire i té de deixar-la.

La primera impresió que vos fa aquesta illa és impresió d'enlluernament. Un ve del blau, d'un blau tan intens que arriba a semblar una majòlica, i de sobte, com si vos tiressin un raig de llum a la vista, vos posen a davant vostre una faldada de cases de tan nítida blancor que sembla que vos obrin els ulls a una llum desconeguda. Aquesta blancor, d'aquesta Iviça, no s'assembla a cap de les que havem vist. Des del blanc crema, el blanc d'àgata, cada caseta té el seu blanc que li dóna fisonomia; de des d'una banda a l'altra. com un vestit de núvia estès, té pureses de matisos que sembla que els hagi afinat a quart de to i amb clau de sol, i vos omplen el cor d'alegria; i aquesta blancor sobirana reflexada en l'aigua del mar agafa tons de pedreria que no es poden veure enlloc més. Iviça es poc comparar a un vidre d'excavació. Té irisacions de tots els colors i rep claror de tots els reflexos.

Enlluernat, doncs, un surt al camp, i com si aquest blanc fos el motiu o la melodia de l'illa, es va estenent per tots els entorns, però no apilotat, com a la vila, sinó com aus que reposen a les voreres dels arbres.

Aquests arbres, tots són de prestigi. La figuera grega, l'olivera, rametller nupcial, el llaurer rosa. Sembla que si hi hagués un arbre que no tingués distinció no el voldrien en aquesta illa; i amb el seu verd esmortuït s'assenten tan bé les muntanyes i les omplen d'ombra tan dolça que si les fades fessin illes, l'hauria feta una fada.

Després es va enllà i es troben costes, i aquestes costes tenen cales, i aquestes cales tenen baumes, i en les baumes hi entra el mar, deixant veure en el llit d'arena rastelleres de pedreia i damunt del mar hi baixen pins com si volguessin besar l'aigua; i com si tot això no fos prou, allà al fons, com una visió, com una cosa somniada, hi neix el penyal més bell, més fantàstic, més wagnerià, més fet d'imaginació que hagi pogut crear la terra.

I ara la gent: un la veu passant, i tan sols amb el frec del passar un els va sentint simpaties perquè un s'adona que els homes són homes, i són valents i al fons de les venes hi bull una sang de noblesa capaç de totes les passions i de tots els sacrificis; i que les dones, que van vestides com Mare de Déus del Camp, estimen tant la seva terra que no en deixen les relíquies, que són la seva vestimenta; i que tots els fills d'aquesta illa donarien trenta vides per un sol penyal de la costa.

Tot això és lo que pot veure o, més ben dit, pot endevinar el que arriba aquí enlluernat.

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Per resumir la impresió es podria dir que la impresió és de quedar-se aquí més temps i poguer-se impresionar més.

Les illes, lo mateix que les dones, són difícils de ser descrites.

Sóller (07/09/1912)

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Artículos sueltos

Interview, amb l'Alomar

Havent vist pels periòdics que's tractava de que un dels més brillants capdills de l'Esquerra catalana— el gran Gabriel Alomar— anava en candidatura, el glosador, que no pert un moment de tenir al corrent an els seus llegidors de les palpitacions polítiques, va creure un deure d'agafar el vaixell i anar-lo a interviewar a Mallorca, per sapiguer el què i el com de lo que pensava fer an aquests trànsits.

El viatge amb el «Jaime I» no ha pogut ésser més venturós. Mar riçada, vent del sud, etcètera, etcètera. L'arribada també fou bona. Els mateixos mallorquins de sempre, esperant el vaixell, com sempre, i l'acolliment an el glosador no podia ésser més afectuós. No tant com quan arriba en Weyler, però curtet i afectuós.

LAlomar dormia. Eren les set, i per més de l'Esquerra que"s siga, a les set són hores de dormir. La democràcia també dorm les hores que li corresponen. L'Alomar, un cop despertat pels crits que li feu el glosador, va saltar del llit, va rentar-se, va posar-se aquella corbata, i ens va fer passar a la sala bona.

Aqui podríem descriure la sala, però no anavem per descripcions. La política no és descriptiva. Ha d'ésser acció i res més que acció. Hi havia, si, al damunt de la taula alguna penyora honoraria d'antics esplais de poesia; hi havia els mobles corresponents, i es veia bé que en aquella casa hi vivia un home de lletres. Tot era concís i sever, com correspon a un home de lletres.

L'Alomar ens senyalà que seguessim.—Aon?—li vàrem dir.—Allà on pugui. Tregui un pilot de periòdics i assegui's de la manera que pugui

Vàrem treure el «Rivadeneyra», vàrem seure l vàrem preguntar, i no'ns en vàrem anar per les fulles.—Senyor Alomar, què pensa de la república?—Que soc fervent republicà.

—No esperava altra resposta de vostè. Sempre, el glosador, l'ha tingut per un grandissim fervent. Però digui: vostè creu que vindrà aviat la tal república?—Farem tot lo possible, però no li podem assegurar. Depèn de l'educació del tal poble, i depèn de tantes causes que seríen molt llargues de contar. Ademés, guardem el secret de moltes coses que no podem dir.

—M'agrada perque parla clar. Digui: què'n farem de l'autonomia?... Vostè creu amb l'autonomia?—Hi crec segons com i de quina manera. L'autonomia pot ésser bona o pot no ser-ne. S'ha d'anar molt en compte com se dóna o com se pren. Si el poble està preparat, que se li dongui, i sinó que esperi.

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—I vostè creu que n'està, de preparat?—Segons lo que entengui per preparació.

—I que entén, vostè, per preparació?—De moment, no se m'ocorreix. Torni d'aqui a vuit dies i li donaré la resposta.

—I vostè pensa parlar molt, a les Corts?—Sempre que'n tingui ganes.—Perfectament. D'això se'n diu claretat. I a qui pensa combatre?— Veurem.—Maura no!, eh?—Maura, mai!—Els altres, no?— Els altres tampoc.—Es dir que vostè pensa ésser independent.—Segons com i de quina manera. Jo militaré allà on vulgui i faré lo que a mi em sembli.—Això és molt atrevit, senyor Alomar.—No hi fa res.

—Deixi-me-li fer les darreres preguntes. Vostè pensa fer la política en vers o en prosa?—Als amics els tractaré en vers i als enemics en prosa.—N'haurà de tractar més en prosa que en vers. I què desitja, vostè, que s'obrin les Corts aviat o que no sobrin?—Ja estàn convocades.—I n'està content de que ho estiguin?—Es molt compromès, el contestar-li.

—Té molta raó, senyor Alomar. Perdoni la meva imprudència. Els periodistes no tenim aturador. Hi ha preguntes que no tenen de contestar-se. Anem per una altra. Vostè pensa anar a Madrid aviat?—Quan me cridi el pais.—I si el país està enrogallat?— També.— Vostè hi creu amb el pais?—Jo hi creuria molt més, si el pais no fos tant creient.—Que no té creiencies, vostè?—Anem a pams. Si per creiencies creu creure en bisbes, canonges, rectors i demés, li diré que tinc els meus dubtes; i dic dubtes per no ofendre lo que'ns varen ensenyar els nostres pares.— Vol dir els pares de l'església?—Fa temps que no hi vaig a l' església.

—No li aprobo; però anem seguint. Quines són les primeres mocions que pensa vostè fer en les Corts?—An això ja puc contestar. Penso que primerament es voti una subvenció per a la «Lliga del bon mot». Carai! i que's voti depressa. Una altra pel diccionari que s'empatolla mossèn Alcover, i una altra perquè's designin uns quants noucentistes vitalicis.

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— Tot això està molt bé, senyor Alomar. Li dono tantes mercès per la seva galanura i per la seva amabilitat. Ha parlat clar i sense retòriques. Ara no més me queda un dubte; si publico aquesta interview, vostè me la desmentirà ?—Podria ésser.—Alabat siga Déu!... Faci el sèu fet i Déu hi siga.

Xarau

L'Esquella de la Torratxa (27/02/1914)

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Artículos sueltos

La Seu de Palma i en Gaudí

Ben poques catedrals hi há an el món tan grandioses, tan belles i tan perfectes com la Sèu de Palma de Mallorca.

Com hem dit en un altre indret, poques Sèus deuen existir que donguin idea d'estar fetes d'un cop de martell, com aquesta; d'un sol moment de creació; d'un sol bloc, com la Sèu de Palma.

L'artista que la va crear es devia inspirar en els penyals que s'alcen an aquestes costes i va volguer fer un gran penyal místic, que fes pensar en la fortalesa de la seva religió; un palau magestuós que tingués quelcom de temple i de castell, i que fos la casa d'un Déu conqueridor de aquestes illes. No sembla que l'hagués construïda; sembla que fos un muntícol de pedra i l'hagués anat cisellant, deixant an el bloc cresteries, i finestrals, i soports, com qui esculpeix una estàtua, i l'hagués deixada an aquell cim perquè'l sol la vingués a besar totes les hores del jorn i l'omplis de roentors, i l'encengués com una flama cada vespre, al baixar a la posta, i que no'n tingués prou de fer-ne una, que l'hagués creada prop del mar perquè n'emmirallés una altra, ferma i macisa la de dalt, ondulada i vibrant la de l'aigua.

Doncs bé, aquesta catedral, tant respectada pel sol, sembla que no ho siga tant pels homes. Primerament, en el segle passat, li varen encastar una faixada de les que'n podríem dir neo-gòtiques, que Déu perdoni a aquell que va fer-la, i avui dia el mestre Gaudí l'està... retocant d'una manera, que Déu ens perdoni a nosaltres si ens errem, però que no'ns agrada.

En Gaudí és un arquitecte genial; té moltissim talent, i més que res és personalíssim; però aquesta personalitat tenim por que, així com per crear un gran temple original com és la Sagrada Família, pot servir-li per fer obra d'art, siga un destorb per... retocar aquesta bella Sèu de Palma. Tenim por d'ell perquè, així com no crèiem que a una obra mestra de pintura s'hi tinguin d'afegir figures i canviar la composició, ni fer-hi retocs ni gratadures, tampoc s'hauria de fer en un temple de la bellesa del de Palma; tan harmònic, tan modelat, tan fet de la mateixa, pedra. Tenim por que, si d'esmenar un quadro en diem profanació, no ho tinguem de dir també d'aqueixa Sèu; tenim por que no hi guanyin res ni els devots de l'art ni els devots del temple, i voldríem fer unes preguntes:

Fins a quin punt un arquitecte, per eminent que siga i genial, té dret de retocar l'obra d'un altre, de fer el trasbals que ha fet en Gaudi an aquesta obra magnifica, com és la catedral de Palma?... Amb quin dret ha pogut tallar les esbeltissimes columnes, com immensos troncs de palmera, posant-hi aquells lligams de ferro, que per ben forjats que siguin els vénen a fer de lliga-cames?... Amb quin dret ha pogut clavar al damunt d'una porta de mar lo que havia estat altar major, com qui clava una tribuna, que ni per tribuna pot servir perquè no hi ha escala per pujar-hi? Amb quin dret ha pogut afegir aquelles

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altres dugues tribunes que tenen quelcom de tramvia i de tancat d'odalisques, penjades en un entressol?... Amb quin dret pot penjar unes llanties que, per molt hermoses que siguin, sembla que siguin interines per unes fires i festes?... I el fantasiar el chor amb coloraines que semblen somnis de futuristes?... I el pintar esgrafiats a la pedra, estil Parc Güell o can Milà?... I el convertir una Sèu en Museu?... I, per fi, amb quin dret pot treure de la patina de les pedres la primitiva majestat, la devoció i el recolliment, per fer-ne una exposició de fragments certament bellíssims, però, fet i fet, una exposició?

Tot això són preguntes que fem an els que són aimants de lo antic; an els que creguin que les grans obres no s'haurien de retocar, i sobre tot als palmesans.

Què'n deuen pensar, els palmesans, de l'adob de la seva Sèu?

Seria cosa de sapiguer-ho.

Xaraü

L'Esquella de la Torratxa (20/03/1914)

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Artículos sueltos

La col mallorquina

D'aquest gran aldarull mallorquí o palmesà, com vulguin, n'ha tingut la culpa una col, millor el preu d'una col. Ja veig als llegidors astorats obrint uns ulls com a taronges, però és que vosaltres, amics, no sabeu lo que representa la col en la illa de la calma.

La col allí, és pa, és pollastre, és cafè amb llet. Te asseus per desdejunar-te al menjador de la fonda i el cambrer, obsequiós, fa:—Sopes de col?—No! I ara.I veus que't mira sorprès.

Es hora de dinar:—Pendrà ses sopes de col. Eh?—No! Per qui m'heu pres.

Aleshores veus que't mira irat, però com que els mallorquins són tossuts, a l'arribar el vespre i ésser hora de sopar torna dolçament a preguntar:—Sopes de col?— No! carai.

Ja no és ira aleshores lo que expressa sa faç, és llàstima, una pregona llàstima. I desseguida una profunda voluntat. Se veu que diu: Ja hi cauràs.

I l'endemà, i el passat i l'altre, a esmorzar, a dinar, a sopar, melodiosament te ofereix el plat insular.—Sopes de col?, senyor.

I vé un dia en que avorrit dius:—Vinguen.

Horror! Qui no ha menjat sopes mallorquines no sap lo que és cosa dolenta; per no haver-hi, no hi ha sal. Pa i col aixafats, amb aigua calenta i dos gotes d'oli. Sembla mentida que agradi a ningú, però per a un mallorquí, no és mitja vida, és la vida sencera. Allò que diuen de que a un pagès doneu-li cols és mentida. A un mallorquí doneu-li cols!

Cols i figues, perquè una vegada un pagès de Inca se barallà amb un porc a menjar-ne de figues i se posaren davant de dos portadores plenes. A l'ésser a mig el porc digué: prou. I el pagès digué: endavant i va guanyar.

Xarau

L'Esquella de la Torratxa (28/02/1919)

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Artículos sueltos

Bernareggi

En els salons de la societat «La Veda», de Palma de Mallorca, ha exposat aqueixos dies una sèrie de teles el jove pintor americà Bernareggi.

Bernareggi és un paisatgista senzillament extraordinari que ha tingut el gran do de presentar-se en públic amb un fruit artístic completament madurat. Un jove amb talent i vocació que passa quinze anys seguits de vida solitària, intensiva, empapant-se de tots els secrets d'una naturalesa pròdiga, i pintant, pintant sempre, per a arribar a la selecció de dotze quadres, per força tenia de donar-nos la sensació de mestratge. I l'ha donada, tant l'ha donada, que el dia del seu debut, com a pintor, vengué teles al preu de catorze mil pessetes.

L'americà Bernareggi, avui més mallorquí que americà, ha sapígut superar-se tant a sí mateix, ha satisfet tant les esperances i els bons auguris dels que coneixien la seva tasca insistent, muda, metòdica, per a la gradual i sòlida formació del seu temperament d'artista privilegiat, que ha pogut, al fi, amb sols una dotzena de quadres, causar meravella a tot un poble.

Bernareggi, ademés d'oferir a Palma les primícies del seu art deliciós, ha tingut un bell gest, una amable gentilesa de veritable poeta: ha dedicat la seva Exposició an En Marconi, l'inventor de la telegrafia sense fils, com a paisatgista il·lustre, pel fet d'haver salvat, amb el seu gran invent, la vida de molts arbres destinats a pals de telègraf, i amès perquè amb els pals se venia destruint la virginitat o la puresa dels paisatges.

Sinó que els humoristes mallorquins ja li diuen que, per a ésser conseqüent, tindria de posar als seus quadres, en comptes de marcs de fusta, marcs de llauna.

Xarau

L'Esquella de la Torratxa (16/04/1920)

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En torno a Rusiñol

Rubén Darío: Jardines de España

— Rusiñol — dijo lady Perhaps —, encienda usted su pipa. Bien saben que soy una buena camarada, y que todo me gusta en carácter.

Estábamos en la terraza. Nos fascinaba, cerca, la alegre dulzura de unos almendros en flor, grandes bouquets de nieve-rosa, tenuemente rosa. El futurista había expresado gentiles teorías. Rusiñol había narrado pintorescas anécdotas. La dama y yo habíamos cantado la gloria felizmente «di camera», del extraño, caprichoso y misterioso Aubrey Beardsley, que desde hace algunos años descansa en paz.

Rusiñol encendió su pipa; y así pudo verse, a través de un velo de sutil humo, su hermosa testa de artista; el mechón gris sobre el marfil de la frente, la mirada llena de la fatiga del ensueño, la sonrisa de buen muchacho. Hacía tiempo que la inglesa era admiradora de las prosas y de los cuadros de ese catalán de seda. Uno de esos cuadros nos fue evocado por los almendros floridos. Era una tela expuesta en el Salón de París, hace pocos años.

— Es aquí en la Isla de Oro — dijo la dama —, en donde nuestro amigo ha encontrado muchos adorables rincones de amor y paisajes de ensueño que ha trasladado a sus incomparables «jardines de España».

Sobre un atril nos fue presentado el bello volumen hecho de manera que tan solamente Barcelona sabe realizar en la península. Mi impresión ha sido la de todos los gustadores de esas deliciosas variaciones pictóricas que el poeta del pincel ha sabido formar agregando a la realidad la virtud evocadora y profundizadora de su daimon interior, tal lo han manifestado ya Vittorio Pica, ya León Daudet, fraternal amigo del vincista primero de las Españas.

Mi afecto, mi amistad artística por Rusiñol son, yo lo diré así, antiguos, puesto que ha nevado — poco, en verdad — , tanto en su cabeza como en la mía, siendo él el «hermano mayor». ¡Rusiñol es infantil y refinado, triste y alegre, gran señor y bohemio! Él puede serlo, porque es rico... A estas horas, es la única manera de ser ciudadano del divino país amado de Selene.

— Mas, ¿qué dice el futurista de estas lindas cosas pintadas y poetizadas? — expresó lady Perhaps.

— El futurista dice —contestó Alomar — lo que se sucede en su «Floralia».

— Lo cual es de toda gracia y elegancia — agregó la dama —; porque este filósofo habla en poesía, a no ser que, dicho mejormente, este poeta hable en filosofía.

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— Señora — interrumpí—, los jardines son y han sido siempre un incomparable tema para poetas y para filósofos. Aún respiramos tamizados por los siglos los perfumes de Academo. En cuanto a la jardinería, puede ser considerada como una de las bellas artes. Antes que un Le Nôttre o un La Quintinie, aprobaría mi decir un poeta anglosajón hermano de los ángeles y de nombre Edgar Poe.

Rusiñol lanzó una bocanada de humo. Y como se hablase de la decadencia de los jardines, se levantó y leyó en el bello libro en su lengua vernácula: «...I és que els jardins són el paisatge posat en vers, i els versos escrits en plantes van escassejant pertot arreu; es que els jardins són versos vius, versos amb saba i amb aroma; i com el jardiner poeta, per a rimar els llargs caminals ombrívols, per a estilitzar els boixos fent-los seguir simètriques harmonies, per a posar en estrofes de verdor les imatges de les plantes i les teories de figures, per a versificar la Natura i fer cants d'ombres i clarors, necessíta de l'alegria dels temps i de la prosperitat deis homes, i els homes, ai!, ja no estan per a poesies, ni els temps per a magnificències, els versos escrits en el jardí se van omplint d'herba de prosa, en l'aspre terrer d'Espanya».

Intervine:

Señores, puesto que los jardines son una de las bellas artes, creo que están sujetos a los gustos y a las corrientes mentales. No creo que haya decadencia de jardines, sino jardines decadentes. Así como los hay clásicos, románticos, y creo que hasta de exóticas clasificaciones. Así el que al conde Robert de Montesquiou - Fesensac formó un sabidor nipón famoso entre los poetas que se precian de saber cosas bizarras.

Mas las palabras de los poetas escritas con plantas son las flores. Y oíd lo que Alomar canta de ellas. Él dice que: «Las dalias son ardientes escarapelas y las hortensias virginales insignias. Los girasoles murmuran las ufanas décimas de los galanes a las hermosas sobre los teatros de las cortes caídas, y hacia la luz se tornan, como hipnóticos, y expresan, cavilando, torturadoras ansias de verdad y de belleza. Las magnolias se abren en floraciones de blanco luminoso, y los geranios cuajan iris de paz sobre las nubes de los tupidos follajes amorosos. Las rosas esplendentes guardan intacto el estro de Anacreonte». La enumeración sigue victoriosa. Esa bella «Floràlia» expuesta en el «pórtico» del suntuoso volumen es de las más apasionadas y magníficas loas que se hayan hecho en honor de las flores. Y cuenta que desde Lucrecio, Ovidio, Horacio, hasta Hugo y Mallarmé, han tenido comentadores de su gracia y ensalzadores de su misterio.

Yo amo los jardines de España que han hecho peregrinar al artista, satisfaciéndole en cambio con el don de sus almas melancólicas, sílvicas o aristocráticas. Amo este «Darrer jardí» mallorquín en el cual entre flores y árboles espesos y oscuros no hay más que una soledad en espera de inminente presencia que vaya con paso de meditación hacia la solitaria puerta que se abre en la claridad del fondo.

Me deleita la fuente de la Odalisca, en la mágica Granada, donde en un escenario miliunanochesco se abren las rosas rojas junto a los macizos de arrayanes, y el agua se vierte en la taza antigua bajo las simetrías entrelazadas de los educados troncos. Y en la Isla Dorada otra vez, el «Caminal d'Alfàbia», asimismo de cuento de Oriente, con sus columnas y sus cristales armoniosos, y las flores siempre. De nuevo es en la tierra granadina, la «Glorieta de los Enamorados», cuyo nombre recuerda lo que una dama

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sabidora dejó escrito en el álbum del Generalife, que era bueno «para amar». Aquí para amar es bueno este asilo de verdores, de una composición arcaica, y en donde un aislado chorro de agua apenas humedece el paso de las horas. He aquí, también en Granada, una sucesión de arcos espléndida, o la «villa» triste ante los recortados cipreses. Y en Aranjuez, la senda de rosas hacia la enorme herradura del espeso arco... Y otras páginas poemales, en que la luna influye con su hechizo; o en que ordenadas graderías ascienden hacia unos como oscuros santuarios de profanos cultos. Aguas, follajes, tiestos, en la ornamentación de las gráficas músicas, gráficas músicas que bien habrían violado las violas que acariciaron en días líricos los oídos de la imperecedera Gioconda. En estos jardines ya es la clara voz de primavera, ya el canto autumnal el que se escucha.

Toda esta obra de intelecto refinado y trascendente seduce desde el primer instante en que se la contempla con «intelecto de amor». Y es como un oasis en el seco ambiente de la pintura al uso, toda de fórmulas, recetas, habilidades y mercantilismos. Yo amo estos jardines de España y al jardinero de pluma y pincel que sabe dar alimento y halago a las fantasías fatigadas y acosadas por las tendencias poeticidas de la vida moderna, de esta hora actual de trajines, especulaciones ápteras y derrotas del sentimiento.

Imaginaos un errar continuo entre asperezas, breñales, tierras calcinadas, paisajes de desolación, parajes de rocas y zarzas; un caminar bajo la furia de las llamas solares, hacia un punto desconocido, mas, sin embargo, ambicionado, y que, al llegar la tranquilidad de la tarde, os encontráis ante un bosque sagrado, tal como los de los fondos de los adorables primitivos, y allí dulzura, gracia sutil, el aparecimiento de la luna, agua fresca. Y la melodía del ruiseñor.

Daréis las gracias al Ruiseñor por su melodía...

(La Nación, 7 de abril de 1907)

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En torno a Rusiñol

Miguel de los Santos Oliver: Rusiñol

Jardines por jardines, bien están los de España pintados por Rusiñoí, que tienen ahora ocasión de admirar los aficionados bonaerenses. El artista barcelonés posee un mérito superior á la pura habilidad del oficio. Semejante habilidad consiste en pintar bien; pero el mérito ó excelencia á que yo me refiero consiste en escoger los asuntos y en saber descubrir emociones antes ignoradas y aspectos de la naturaleza tenidos corrientemente por prosaicos ó inexpresivos.

Puedo hablar de este asunto con cierto conocimiento de causa y sin que entrañe el menor asomo de intrusión en la crítica pictórica, respecto de la cual me declaro profanísimo. He asistido de cerca á una gran parte de la labor de Rusiñol, sobre todo á la desarrollada en Mallorca, adonde acudió por primera vez en 1892. Yo sé los temas y motivos que Mallorca solía ofrecer á los pintores y especialmente á los paisajistas, desde la época de Haës y desde el tiempo de los ilustradores de magasins: notas pintorescas, episodios rústicos. del puentecillo y la cabrita, del molinillo y de la noria, del olivo añoso y el camino en curva. A lo sumo, un poco de mar y una colina cubierta de pinos.

Y fue Rusiñol y, antes de pintar, saboreó la «sensación» de Mallorca, y comprendió cuánto contenía de inédito y de artísticamente inexplorado la isla de oro, que ya es, y será más todavía, una Meca de! arte, de visita obligada para todos los pintores de aire libre. Comprendió la poesía de los nobles jardines, allá en los palacios abandonados y en las quintas silenciosas, y el encanto de los grandes panoramas del mar y de la tierra que se descubren desde la cima de un monte, dando á su pintura un alcance de leguas donde antes todo se reducía á algunos metros cuadrados. Descubrió el aspecto grandioso de.la costa brava, tan vigorosa y espléndidamente desarrollado después por Mir. Reveló el encanto de los almendros floridos, en grandes alineaciones de copas blancas sobre el verde sedoso de las sementeras. Restituyó, en suma, al dominio del arte una porción deliciosa del natural que la rutina había proscrito tradicionalmente, y enseñó á los mismos mallorquines, incluso á los más avisados y artistas, á comprender y penetrar el sentido de su tierra, la solemnidad de sus alteras, la poesía de las grandes extensiones, la belleza de una flora antes excluida de los honores de la pintura y el pincel, la elegía de los mármoles rotos y de las fuentes cantando á la sombra de bojes recortados y laureles deíficos.

Esta rehabilitación artística de cosas y emociones hasta entonces desdeñadas, la extendió después á la Península, fijando en las telas, con prodigiosa facilidad, la imagen y, sobre la imagen, la emoción de las florestas de Aranjuez y de los cármenes granadinos, de los arriates de la Alhambra y el Generalife, de las ermitas y de los calvarios levantinos, con sus cipreses destacando sobre tapias relucientes de cal. Y como corolario y penumbra de su arte pictórico - ese arte de la hora ferviente recordada por uno de sus títulos - vinieron sus primeras producciones literarias, tocadas de la

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defectuosa, pero deliciosa incoherencia omnilateral del «dilettante»; que acabó por convertirse en escritor de profesión, como antes había pasado desde su escritorio comercial al caballete del pintor y á las andanzas de una bohemia artística... voluntaria, no á pie y sin dinero, que es cosa muy distinta.

De este periodo errante, de bohemio de afición, surgieron sus primeros libros: Anant pel mon y Fulls de la vida, y hasta puede afirmarse que L'alegria gue passa, simbólica de la oposición entre artistas y burgueses y, en cierta manera, de la oposición entre la vieja Cataluña de mostrador y la joven Cataluña representada por los intelectuales. Siguieron á éstos, otros y otros libros y otras y otras comedias y sainetes que no hay lector que no conozca: toda una colección que llena ya una estantería de las bibliotecas y que conserva el pensamiento, la sensibilidad, los aciertos y las caídas de una personalidad en extremo interesante y señalada.

Rusiñol no se ha desarrollado por estudio, literariamente hablando. Penetró en las letras por la puerta de la facilidad y de la abundancia de espíritu. Escribió por desbordamiento del ánimo, sin ensayos, sin reglas, sin meditación de los tan recomendados modelos. Sus lecturas habían carecido de método y de sistema. Entre las facecias y parodias de taller de artista surgió el grupo del Cau Ferrat, momento de transición desde la Barcelona de las antiguas sociedades humorísticas á la Barcelona del modernismo. Pero muy pronto, lo que había empezado por diversión y burla tomó un sesgo más serio y delicado. La broma cedió el paso al buen humor, y el buen humor al "humor" propiamente dicho y á la ironía; á esa ironía, fácil y cutánea, que tanto parentesco guarda con la de Daudet y con el arte que ha regocijado al mundo por medio de Tartarin. Con unas condiciones tan asequibles y hechas para la comprensión inmediata, se explica que Rusiñol obtenga en la Argentina un acogimiento que le honra y honra á Cataluña.

La Vanguardia, sábado, 7 de mayo de 1910

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En torno a Rusiñol

Bartomeu Bestard: Santiago Rusiñol y Mallorca

En 1902, los pintores Santiago Rusiñol y Joaquín Mir recibieron el encargo de realizar una serie de plafones para decorar el nuevo edificio modernista del Grand Hotel de Palma, proyectado por el arquitecto catalán Lluís Domènech y Montaner. Ya durante su primera visita a Mallorca, en 1893, Rusiñol había quedado fascinado por el paisaje montañoso del norte insular. Seguramente, ese fue el motivo por el cual eligió esa zona para realizar algunas de las pinturas encargadas. A finales del mes de marzo, Rusiñol se trasladó, con su familia, a Pollença dónde ya le esperaba Joaquín Mir. El trabajo fue muy intenso y la relación entre los dos pintores fue tensa. A finales de Junio, su amigo y pintor Gaspar Terrassa, escribía al belga Degouve informándole que Rusiñol ya llevaba más de treinta cuadros pintados. Ese mismo verano, Rusiñol se desplazó al Grand Hotel para colocar sus plafones. Las pinturas que colgó en el hotel fueron casi todas segundas versiones o copias -algunas de las cuales fueron realizadas, o acabada, por el pintor y amigo Antoni Gelabert-, pues los originales los reservaba para las exposiciones de París y Barcelona. Entre los cuadros que había elegido el artista del Cau Ferrat, figuraba una gran vista de Raixa, que tuvo que cambiar al encontrarse con la negativa del propietario del Grand Hotel, pues éste había tenido sus diferencias con los propietarios de la finca. En su lugar colgó el Jardín de Can Blanes. Los otros cuadros elegidos fueron un campo de almendros del valle de Génova que tituló Primaveral y dos visiones del Castell del Rei, de Pollença. Precisamente, estos dos últimos lienzos pueden ser contemplados desde el pasado cuatro de mayo en el Museo Es Baluard, dentro de la magnífica exposición dedicada al artísta catalán, titulada Rusiñol, la passió per Mallorca. Nada más acceder al espacio expositivo, el visitante se topa con las bellas ruinas del Castell del Rei de Pollença insertadas en el paisaje salvaje y panteísta de la escarpada sierra norte mallorquina. En esta misma exposición, llama poderosamente la atención un bargueño modernista realizado por Alexandre de Riquer en 1908, propiedad de los duques de Maura. Antonio Maura definió al mueble como "un estuche de cuadros", al estar sus puertas adornadas por pequeñas pinturas de diferentes artistas entre las que se encuentra una de Santiago Rusiñol. La familia Maura y Santiago Rusiñol habían coincidido anteriormente, concretamente en el verano de 1906, en Valldemossa, cuando el artista catalán se hospedaba en Can Marió. En ese mismo lugar mantuvieron la relación durante algunos años.

Rusiñol también vivió en El Terreno, lugar que definió como "el sitio donde los buenos burgueses se van a descansar, durante el verano, de lo que hayan podido hacer durante el invierno". Allí, durante su segunda visita a la Isla, recibió a sus antiguos conocidos: Gabriel Alomar, Joan Alcocer o Antoni Noguera, y también a nuevas amistades, muchas de ellas "terreneras": William Degouve de Nuncques, Gaspar Terrassa, Bernardino Bernardo de Quirós o Antoni Gelabert, entre otros. La figura de Santiago Rusiñol fue reconocida por los mallorquines, sobre todo a partir de 1902 cuando causó gran impresión su exposición de pintura en el Círculo Mallorquín.

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En 1931, Rusiñol falleció en Aranjuez. Ese mismo año el Ayuntamiento de Palma le proclamó hijo adoptivo de la ciudad y le dedicó una calle. Tres años más tarde la Associació per la Cultura de Mallorca, presidida en aquellos momentos por Josep Sureda Blanes, regaló al Ayuntamiento un busto en bronce del artista catalán. El acto de entrega tuvo lugar en el Teatro Lírico, con la presencia del alcalde de Palma, Emili Darder. En ese mismo acto Margarita Xirgu y Enric Borrás, entre otros, representaron una función teatral en homenaje al artista del Cau Ferrat. Entre los viejos papeles del cronista Antonio Puente, conservo una postal de Enric Clarasó -el mismo que había realizado la escultura ecuestre del rey Jaime I en la Plaza España-, dirigida al alcalde de Palma en la cual ofrecía un busto de su amigo. No sé porqué razón el busto no fue aceptado pues según consta en esos mismo viejos papeles el busto que regaló l´Associació per la Cultura de Mallorca fue uno realizado por Joan Borrell Nicolau. Un año después, la Corporación Municipal erigió un conjunto escultórico al lado del Teatro Principal -estaba colocado en el mismo sitio que hoy ocupa la escultura Nu, obra de Jaume Mir-. Para su construcción se utilizó material de derribó procedente del baluarte de Sant Pere. A pesar de todos estos esfuerzos del Ayuntamiento por recordar la figura de Rusiñol, los palmesanos quedaron descontentos y prácticamente al día siguiente de la colocación del busto se podía leer en un diario de Ciutat: "Ni esto es un homenaje ni es ornato de la vía pública. Es preciso buscar otra manera de honrar la memoria de Santiago Rusiñol, aunque para ello hayamos de prescindir de esta testa, de esta columna y de esta hornacina en la cual se ofrece esa pesadilla que para el buen gusto constituye el monumento ayer inaugurado". A pesar de las reivindicaciones el conjunto escultórico se mantuvo allí hasta el año 1951, momento en que, aprovechando la nueva traza de la calle Marqués de la Cenia, en Son Armandans, se proyectó un nuevo monumento para el artista, prescindiéndose de todos los elementos que configuraban el antiguo, incluso se cambió de busto. Por cierto, la vieja testa de Rusiñol desapareció.

(Diario de Mallorca, 27 de mayo de 2007)