revista europea. · un maestro en desilusión tal como schopenhauer, la paradoja que hace furor en...

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REVISTA EUROPEA. NÚM. 194 41 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV. ESTUDIOS y ENSAYOÍTDE HARTMAM. (1) M. de Hartmann es un filósofo de moda. A juzgar por el número de las ediciones alemanas y el ruido que produce su Filosofía de lo inconsciente, se halla eo camino de hacer fortuna. Puede leerse en ruso y en francés. Pero tranquilícense nuestros lectores, que no vamos á seguir á M. de Hartmann, nuevo Uvingstone, en el descubrimiento de esa térra in- cógnita, de esas vastas y misteriosas regiones de lo inconsciente en que oscuramente se elaboran, bajo el nombre de instintos, nuestros sentimientos, nues- tras pasiones, nuestras ideas, y donde se preparan los elementos fecundos de toda actividad, de toda vida. No le seguiremos tampoco por los zarzales y ' malezas de la metafísica. Ni sabremos, en fin, acom- pañarle hasta esos campos de dolor en que se libran los combates de la existencia y que jamas frecuen- ta la esperanza. Nadie ignora que M. de Hartmann es un pesimista extremado: sostiene con estrépito, aun después de un maestro en desilusión tal como Schopenhauer, la paradoja que hace furor en Alemania. Nada distraía tanto á nuestros ascendientes en el siglo pasado como oir exponer en sus cultos salo- tes las teorías de Rousseau sobre la dicha y la pu- reza del estado salvaje. Nada divirtió más á la Ale- mania joven y próspera en su confianza que leer las páginas en que el autor de lo inconsciente describe con maravillosa sangre fria las grandes y pequeñas miserias de los hombres y la desgracia de todo lo que respira. ¡Pero qué lejos se está de la melanco- lía punzante de un Lucrecio, de la trágica angustia de un Pascal! Voltaire se burló de los optimistas Q»Í exclaman: «¡Todo es ouenofo con lastimera voz. No habia previsto á los pesimistas satisfechos, que con la sonrisa en los labios afirman que «todo es malo.» Én expiación de tan flagrantes contradic- ciones, los pesimistas verdaderamente sinceros y convencidos, si es que los hay en Alemania, mere- cerían figurar en el círculo del infierno en que Dante coloca álos que lloran cuando tendrían motivo para alegrarse: «5 piange la dore esser dee giocondo. (1) Gesammelte Studien und Aufsaetze gemeinvers- taendlichen Innalts, Von Eduard von Hartmann. Berlín 18TS. TOMO X. Pero nosotros no tenemos ya las mismas razones para recrearnos en esos contrastes, y dudamos que semejantes tesis lleguen á popularizarse en Fran- cia. Las realidades pesan sobre nosotros con dema- siada rudeza. No es, pues, al pesimista, al filósofo, al sabio á quien buscamos en M. de Hartmann, sino al hom- bre. No pretendemos retratarle de pié, ni en busto; el perfil, la silueta bastaría tal vez para representar una figura de rasgos personales y acentuados. El volumen de Estudios y Ensayos, colección de sus errantes escritos, esparcidos desde el primer mo- mento en diferentes periódicos, nos hace fácil la tentativa, introduciéndonos en su intimidad. En él encontramos su autobiografía, sus opiniones acerca de la política, la literatura, las cuestiones de cien- cia, recordando con sus distintas fechas los suce- sos que las motivaron, y ostentando el sello de la más absoluta franqueza. En el libro de Job, que podria llamarse el Evan- gelio del pesimismo, se leen estas palabras: «¡Que no muriese el dia en que nací!... ¿Por qué no habré muerto en el seno de mi madre?» M. de Hartmann no maldice su nacimiento, y hasta lo anuncia en su autobiografía con cierta solemnidad: «El año 1842 habitaba en Berlin un capitán de artillería cuya es- posa dio á luz el 23 de Febrero, bajo los cuidados de su padre #doctor Dohse, un robusto niño que fue bautizado con los nombres de Carlos Roberto Eduardo, y que debia ser el único hijo de aquel matrimonio.» Este niño fue querido y mimado. La familia se hallaba bien acomodada, independien- te; nada faltó á su feliz infancia. Y para hacer más notable el contraste de sus sombrías tesis y su vida afortunada, termina el autor el relato de su juven- tud con un cuadro seductor de felicidad doméstica que no podemos reproducir, porque no es más que polvo y ceniza. La reciente muerte que acaba de herir á M. de Hartmann en lo que le era más queri- do, nos hace considerar su teoría de las miserias humanas, que hasta ahora nos habia parecido más pensada que sentida, y más caprichosa que pensa- da, bajo un nuevo aspecto, como un presentimiento de cuánto hay de pasajero en nuestras alegrías, de engañador en nuestras felicidades y de irónico en nuestros destinos. Perdone M. de Hartmann á nuestra simpatía que 39

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 1 9 4 4 1 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

ESTUDIOS y ENSAYOÍTDE HARTMAM. ( 1 )

M. de Hartmann es un filósofo de moda. A juzgarpor el número de las ediciones alemanas y el ruidoque produce su Filosofía de lo inconsciente, se hallaeo camino de hacer fortuna. Puede leerse en rusoy en francés. Pero tranquilícense nuestros lectores,que no vamos á seguir á M. de Hartmann, nuevoUvingstone, en el descubrimiento de esa térra in-cógnita, de esas vastas y misteriosas regiones de loinconsciente en que oscuramente se elaboran, bajoel nombre de instintos, nuestros sentimientos, nues-tras pasiones, nuestras ideas, y donde se preparanlos elementos fecundos de toda actividad, de todavida. No le seguiremos tampoco por los zarzales y

' malezas de la metafísica. Ni sabremos, en fin, acom-pañarle hasta esos campos de dolor en que se libranlos combates de la existencia y que jamas frecuen-ta la esperanza.

Nadie ignora que M. de Hartmann es un pesimistaextremado: sostiene con estrépito, aun después deun maestro en desilusión tal como Schopenhauer,la paradoja que hace furor en Alemania.

Nada distraía tanto á nuestros ascendientes en elsiglo pasado como oir exponer en sus cultos salo-tes las teorías de Rousseau sobre la dicha y la pu-reza del estado salvaje. Nada divirtió más á la Ale-mania joven y próspera en su confianza que leer laspáginas en que el autor de lo inconsciente describecon maravillosa sangre fria las grandes y pequeñasmiserias de los hombres y la desgracia de todo loque respira. ¡Pero qué lejos se está de la melanco-lía punzante de un Lucrecio, de la trágica angustiade un Pascal! Voltaire se burló de los optimistas

Q»Í exclaman: «¡Todo es ouenofo con lastimera voz.

No habia previsto á los pesimistas satisfechos,que con la sonrisa en los labios afirman que «todoes malo.» Én expiación de tan flagrantes contradic-ciones, los pesimistas verdaderamente sinceros yconvencidos, si es que los hay en Alemania, mere-cerían figurar en el círculo del infierno en que Dantecoloca álos que lloran cuando tendrían motivo paraalegrarse:

«5 piange la dore esser dee giocondo.

(1) Gesammelte Studien und Aufsaetze gemeinvers-taendlichen Innalts, Von Eduard von Hartmann. Berlín18TS.

TOMO X.

Pero nosotros no tenemos ya las mismas razonespara recrearnos en esos contrastes, y dudamos quesemejantes tesis lleguen á popularizarse en Fran-cia. Las realidades pesan sobre nosotros con dema-siada rudeza.

No es, pues, al pesimista, al filósofo, al sabio áquien buscamos en M. de Hartmann, sino al hom-bre. No pretendemos retratarle de pié, ni en busto;el perfil, la silueta bastaría tal vez para representaruna figura de rasgos personales y acentuados. Elvolumen de Estudios y Ensayos, colección de suserrantes escritos, esparcidos desde el primer mo-mento en diferentes periódicos, nos hace fácil latentativa, introduciéndonos en su intimidad. En élencontramos su autobiografía, sus opiniones acercade la política, la literatura, las cuestiones de cien-cia, recordando con sus distintas fechas los suce-sos que las motivaron, y ostentando el sello de lamás absoluta franqueza.

En el libro de Job, que podria llamarse el Evan-gelio del pesimismo, se leen estas palabras: «¡Queno muriese el dia en que nací!... ¿Por qué no habrémuerto en el seno de mi madre?» M. de Hartmannno maldice su nacimiento, y hasta lo anuncia en suautobiografía con cierta solemnidad: «El año 1842habitaba en Berlin un capitán de artillería cuya es-posa dio á luz el 23 de Febrero, bajo los cuidadosde su padre #doctor Dohse, un robusto niño quefue bautizado con los nombres de Carlos RobertoEduardo, y que debia ser el único hijo de aquelmatrimonio.» Este niño fue querido y mimado. Lafamilia se hallaba bien acomodada, independien-te; nada faltó á su feliz infancia. Y para hacer másnotable el contraste de sus sombrías tesis y su vidaafortunada, termina el autor el relato de su juven-tud con un cuadro seductor de felicidad domésticaque no podemos reproducir, porque no es más quepolvo y ceniza. La reciente muerte que acaba deherir á M. de Hartmann en lo que le era más queri-do, nos hace considerar su teoría de las miseriashumanas, que hasta ahora nos habia parecido máspensada que sentida, y más caprichosa que pensa-da, bajo un nuevo aspecto, como un presentimientode cuánto hay de pasajero en nuestras alegrías, deengañador en nuestras felicidades y de irónico ennuestros destinos.

Perdone M. de Hartmann á nuestra simpatía que39

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de paso levantemos el velo de su dolor. Su vidaprivada sólo nos pertenece en la medida que él nosla ha ofrecido. La divide como una trilogía, en tresépocas ó tres edades: la del escolar, la del soldado,y la del filósofo. El escolar detestaba la escuelacomo los estudiantes de lodos los tiempos ¿No esel mismo fenómeno de inconsciencia el que se ma-nifiesta en los pajarillos al batir sus alas contra losalambres de su jaula? Su único placer en la clase yfuera de ella era devorar las novelas de WalterScott, de Bulwer y de Dickens. «Desdeñaba, dice,las novelas francesas.» Cuando llega al grado deretórico, su desden aumenta y se extiende á la lite-ratura de las cazas latinas. Cicerón, con sus frasesmas extensas que completas, apenas le agrada. Yase ve desarrollarse en él la inconsciente aversión ála gente latina que más tarde la habia de dictar unescrito sobre la necesidad de dar al griego la pre-ponderancia en la enseñanza superior, «en atencióná que al fin la peluca latina se hace insoportable.)'En cambio, el arte natural deThucydido, su grandio-sa sencillez, su perfecta corrección, le revelan elverdadero estilo. El estilo de M. Hartmann es comoel dibujo al agua fuerte: su pluma muerde y pene-tra; la línea es clara y firme; nada de sombras va-porosas.

Desde muy temprano se observan en el adoles-cente los indicios de un" carácter resuelto, do unánimo atrevido, de una madurez demasiado precoz.«Entre mis camaradas,—dice,—la audacia de misideas, mi incredulidad respecto á todas las autonda-dades consagradas, excitaban algunas veces un si-lencioso horror.» Se comprende que este silenciosohorror no le desagradaba, sino que por el contrariole cause cierta secreta satisfacción. En.tan rudanaturaleza, sin embargo, no todo es duro y árido.Le gusta la música y la pintura; siendo aún muy jo-ven, frecuenta un taller y dibuja del natural. «Aquelestudio estético, nos dice, prematuro y profundodel cuerpo desnudo y vivo, me sirvió en adelantede protección contra las tentaciones á que otrossucumben, porque no han formado su sentido es-tético, y no son capaces de ver más que con losojos de la sensualidad.» Ni la caprichosa molicie delos artistas sedujo al joven Hartmann, ni las cos-tumbres de los estudiantes y la ciencia de las uni-versidades, confusa é indigesta, fueron de su gusto.Le arrastró una marcada predilección por lacar^rera militar. Independiente por su fortuna, quisosometer su libertad a la disciplina del cuartel. Ten-gamos presente que su padre es militar, que su razay su patria son una raza y un país de soldados;Obedecía,sin duda,a una vocación irresistible, aunaespecie de instinto hereditario. Su temperamentoes belicoso, y más de una vez á través de la nubemetafísica deja ver la punta del casco. Porqué el

alumno de artillería es un aprendiz de filósofo: seentrega sin descanso, al volver del campo de ma-niobras, á esa instrucción total á la que sólo falta-ron' los viajes. Grave falta. Careciendo tal vez denuevos horizontes, de libre espacio allende lasfronteras nacionales, su poderoso talento se recon-centró en cierto modo, aprisionado en el criterioalemán.

Aun hallándose entre sus compañeros, seguía susolitaria senda. En vano trató de arrastrar á algunode ellos á las regiones ideales. Se le estimaba, pero•se prescindía de él en los vulgares goces de la vidade guarnición. Su desden por los frivolos placeresle valió el sobrenombre de Filisteo, de puritano,de moral. Lo que él buscaba era la sociedad de lasmujeres seleetas, á las que sabe, cuando llega laocasión, rendir homenaje.

«La opinión brutal que muchos hombres, aun delos que pasan por ilustrados, emiten acerca de lasmujeres, no es con frecuencia más que el resultadodo las circunstancias que les han impedido juzgar-las menos superficialmente.» La "teoría de M. deHartmann es que el comercio intelectual de unamujer honrada, es tanto más necesario para unjoven, como complemento, como condición indis-pensable para su desarrollo, cuanto más inclinadose sienta al racionalismo, cuanto más filósofo seapor naturaleza.

Él nació filósofo. Desde la edad de diez años levemos buscar las razones que pueden excluir á lascriaturas abortadas y á las bestias domésticas de lainmortalidad. Desde entonces, duda, niega, andaátientas, imagina; poco á poco se desenvuelve sujuicio, y cuando á los veintidós años un cansancioprematuro le obliga á dejar el servicio con la gra-duación de teniente de artillería, empieza ya á for-jar su nueva llave del mundo: la filosofía de loinconsciente, destinada á abrirnos las puertas de losgrandes misterios. A los veinticinco años, termina-da la exposición de su sistema, ofrecía el aspectode un viejo sabio; pero el fuego de su mirada revelasu espíritu guerrero. Soldado ó filósofo, no se mues-tra desarmado. Se burla de los profesores alemanesy de su momificada ciencia; pero se engaña si creehaber roto completamente las trabas de los lazossagrados. Algo hay seguramente de ilusorio en lasatisfacción que manifiesta por haberse librado enpocos años de más errores y preocupaciones queotro hombre en el. trascurso de toda su vida,

II. ,

M. de Hartmann ha tenido cuidado de consignaren sus escritos políticos la fecha, que basta paraindicar el sentido y la intención. Podríamos demos-trar que los estudios titulados Combate entre laIglesia y el Estado (1872), la Situación geográfica^

J . BOÜRDEAU. ESTUDIOS Y ENSAYOS DE HARTMANN. 611

política de Alemania (1872), no son más que el des-arrollo en parte humorístico de las teorías alema-nas corrientes y militantes, mil veces repetidas ycomentadas en todos sentidos. El siguiente extracto

• basta para dar el tono de esas páginas:«Lo mejor de la situación es que ya se ha decla-

rado abiertamente la guerra, que el fuego ha esta-llado por ambas partes, que la atmósfera espesa ycorrompida de una paz aparente y antinatural entrela Iglesia y el Estado ha sido agitada por los primerosbatidores de la tempestad que se acerca, y que dehoy más, tras de este pesado, depresivo y sofocantecalor, tenemos la perspectiva de un descansado y

r alegre combate entre las ideas de la Edad media y'; las modernas.» ¿No parece que se está viendo sobre. la montaña al teniente dirigir su batería contra las

legiones de Roma agrupadas en la llanura? Puesléase en la página 91 un entusiasta elogio del mili-tarismo prusiano, y dígasenos si tal fe en una cau-sa, si el extremado aprecio de los cañones queemplea, si tanta seguridad en el éxito y tan patrió-te'acentos revelan un hombre para el que lacondición humana sea cosa de ínfimo valor, un pe-simista, en fin. Por el contrario, esa fiebre de ac-ckffl'V de victoria, es del más perfecto optimismo,instintivo é inconsciente, si se quiere. Allí estánlodos esos fieros combatientes: sin temer nada detos hombres, sin temer nada de los dioses, securitdwrsns homines, securi adversus déos, esos derri-badores de ídolos han dejado al monos uno-en pió:el Estado, divinidad de bronce que aparece en-vuelta en el humo de las batallas; divinidad tutelarque protege las ciudades y las fronteras; divinidadsoberana ante la cual se inclinan las frentes, y á laque los mismos filósofos incensan y adoran.

Pero dejemos la guerra y la política, y tratemosde probar con un ejemplo hasta qué punto puedenifectar las antipatías de raza y de partido á las cues-tiones literarias, invadiendo su pacífico terreno ydesfigurando una obra maestra. Romeo y Miela,tales el título de un estudio en el que hallamos laspasiones limitadas, exclusivas, nacionales, de unaépoca en todo belicosa.

M. de Hartmann no se deja impresionar por lasinmortales gracias de Julieta.

[ La persigue, armado de la férula y del Código, y> con su más enérgica voz de comandante, le amo-L oesta crudamente. ¿Ha pensado un solo instante la; aturdida, la niña raimada, en el dolor de sus parien-[ tes? ¿Qué esperar de • tan loco amor? ¿Presagiabaf una ternura duradera y profunda? ¿Era digno, ¡oh,j Julieta! ofrecerse asi á Romeo y asediarlo como áf un Moilke del amor? (Pág. 345.) Y tú, Romeo, tú\ no eres más qué un veleidoso, seductor, caballeres-f. CCytodo lo que se quiera; pero no un hombre en elf seatido alemán de la palabra. ¿Ignorabas además

que el matrimonio entre menores no es válido? YM. de Hartmann abre una información sobre lasuniones clandestinas, fijándose muy especialmenteen el párrafo 176 del Código penal alemán, que hu-biera hecho pagar muy caras al ardiente Romeo lasdulzuras de su noche de bodas." Después se mete átíacer consideraciones fisiológicas y de medicina le-gal, en las que no creemos oportuno seguirle. (Pági-na 347.) Julieta y Romeo sucumben de este modobajo los golpes de la lógica y de la ley. Pero elprincipal acusado, el irreconciliable enemigóles elhermano Laurencio, el que consagra y bendice lassecretas bodas de los jóvenes amantes. En vano ale-garía el buen franciscano la pureza de sus intencio-nes, la esperanza de reconciliar á dos familiascuyo odio secular cubre á Verona de sangre y deruinas:

For this alliance may so happy prove,To turn yow honseholds'rancour to puré ¡ove;

M. de Hartmann no hace caso de esto, y abandona-mos al desgraciado Laurencio á la justicia del Cul-turkampf, «el descansado y alegre combate.» Segúnél, Shakspeare so propuso pintar en Julieta y Ro-meo el amor de las razas latinas, frivolo y de unagalantería sensual. «El amor de las razas latinas sefunda en una sensualidad ennoblecida por la imagi-nación; el amor alemán reposa ante todo en las pro-fundidades del sentimiento (de los Gemüths)...Nuestro ideal alemán del amor es el más profundo,el más delicado, el más noble.» ¿Dónde encontrarese ideal? En Goethe, nos dice el autor. ¿Será Gret-chen, conmovedora imagen de la juventud incons-ciente .y engañada, cuya sensible fragilidad no re-siste á las pedas de un collar? Julieta, Margarita,ideales criaturas que solo toman en la triste huma-nidad figura y nombre, ajenas á las realidades de lavida, superiores á las leyes y á los usos, que ino-centemente desafían y que no conocen más quepara sufrir por ellos! Ese ideal alemán celebradopor M. de Hartmann, ¿será Mignon, Mignon el candorpersonificado? Es una hija de Italia; ¿no la oís sus-pirar por la lejana patria:

Wo die Ciironen blilhn?

Con este título tendría tanto derecho al anatemacomo la alondra, la precursora de la mañana. Mu-cho es que nuestro rigorista, por no decir más, noprenda á la alondra, como cómplice, y le forme cau-sa: pertenece á las razas latinas, ¡que se la des-tierro!

De las literaturas del Mediodía es efectivamentede donde Shakspeare tomó la escena de la alondra,y no lo sentimos. Este ligero énfasis resuena comouna sinfonía pura, como un encanto para los oidosdelicados y afectos á la música rip ina noiah™» »»

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moniosas. ¡ Perdonemos, pues, al amable pájaro,cuya única falta consiste sin duda en haber sido unsímbolo galo! Mas circunspectos, los ingleses hantenido cuidado de llevarlo á la Australia para pro-porcionarse con su poético canto una reminiscen-cia de Europa y de Shakspeare.

De todo esto se deduce que Julieta no es el ideal'de la mujer alemana. En verdad que para un pesi-mista, M. de Hartmann se muestra demasiado satis-fecho de cuanto concierne á la Alemania. Sus Ensa-yos están llenos de alabanzas: al militarismo pru-siano, al amor alemán, á la ciencia alemana, siesquiva todo contacto con la francesa y la inglesa,infeccionadas de vanidad (1). Y hé aquí cómo unavasta inteligencia, un entendimiento vigoroso, ofus-cado por las humaredas de la gloria y de la pólvora,llega á no ver nada al otro lado de la muralla deChina levantada por Id inconsciente entre dos ra-fcas, los latinos y los germanos; muralla que, por lovisto, es más fácil de franquear para un soldadoque para un pensador.

J. BOURDEAU.

EL DEBERMORAL Y JURÍDICAMENTE CONSIDERADO.

(Conclusión.)

III.Si, como acaba de verse, la filosofía del deber (mo-

ral teórica) revela esta idea enlazada con otra su-perior, la filosofía de los deberes (moral práctica)comprende los preceptos destinados al gobierno dela vida; pues si el hombre sabe que existen deberes,también necesita para conocerles pasar de la ob-servación interna á la externa, buscar los mediosde obtener la mayor suma posible de bienestar, ypoder apreciar sus consecuencias.

Efectivamente, la moral práctica satisface estasnecesidades, llena los vacíos de las doctrinas y sis-temas, señala los peligros, y muestra su conformi-dad ó disconformidad con los principios reveladospor la teórica: por eso, los que no ven más que loque es, y no lo que debe ser, eligen un camino lar-go, estrecho y poco seguro, porque el prácticoacepta los errores anteriores, los suyos propios ylos de los demás: aun suponiendo que la moralfuera simplemente un arte, las artes más notablesy sublimes, como las más modestaste elevan de losefectos á las causas, analizan, sintetizan, combinanlos resultados y descubren principios generales.

(1) Ensayo sobre los síntomas de decadencia en elmundo de los sabios y de los artistas.

La práctica es útil, pero sin teoría no es el que máspractica el que más sabe.

Todavía es más sensible la opinión contraria, esdecir, la de los que, en su furor contra la casuística,llaman «sacrilegos á los algebristas del alma huma-na, calificándoles de criminales porque depravan óahogan la conciencia al reemplazarla por un meca-nismo pueril é inútil.» La última parte de la obracuyas palabras acabo de re producir, es una protes-ta tímida de lo que afirma y sostiene (1), es un tri-buto incompleto y un reconocimiento implícito desu imperiosa necesidad; la poderosa dialéctica delúltimo jefe del ministerio republicano francés secombate á sí misma; no podia darse contestaciónmás cumplida.

Las reglas del deber, al producir su saludable yeficaz influencia en la acción, convierten la prope-déutica moral en el mejor amigo, en la guia más fá-cil y segura del entendimiento práctico (2), [pues sibay hombres inmorales que conocen la virtud, loshay que siendo ó pareciendo virtuosos obran mal,ó que teniendo intención de obrar bien desconocenla aplicación del deber. La Deontología, penetrandoen los detalles de la vida íntima, hace que la buenaconducta inspire generosidad y virtud, y que con-sultando además de la conciencia á la ciencia y ex-periencia, proporcione, á cuantos conozcan susprocedimientos y resultados, los medios más segu>ros para obrar indefectiblemente bien en todos loscasos.

Seguirla de cerca sería una tarea superior á misfuerzas, pues en la Eihografía ó moral de los he-chos, natural, descriptiva ó de las costumbres, re-aparecen con más fuerza y vigor á cada paso todoslos sistemas y opiniones; lo cual se ve claramentefijando por un momento la atención en cualquierade sus múltiples y variadas materias, por ejemplo,en la sencilla y popular división de la misma, com-batida ya por los que, tomando por base las cuatrovirtudes cardinales, creyeron hacer una clasificaciónperfecta, pero cuya remota historia y cuya ilógicadistinción es más difícil de comprender de lo que áprimera vista parece; ya por algunos teólogos-filó-sofos que, al no admitir más que los deberes paracon Dios, afectan desconocer que si Dios es el pri-mer principio del bien no es el único término delos deberes; ya, en fin, por filósofos solitarios (3)que, fundándose en el equilibrio y contrapeso de lasfuerzas, no ven mas que deberes para consigo mis-mo; ó por enemigos del individualismo que,aten-diendo á una igualdad absoluta ó proporcional de

(1) Julio Simón. Le Devoir. paris, un vol. en 8.°, (2) Balmes. El Criterio. Barcelona, un t. 8.°

(3) Vico. Science nouvelle. Principes de la Plúlosoptúídel'histoire, lito. I.

N.° 194 D. ALCALDE PRIETO. EL DEBER. 613

los asociados, los sacrifican todos á la moral social:en cierto modo, bien pueden considerarse los debe-res como miembros de un solo y mismo sistema,pero sincera y científicamente no podrá descono-cerse que la violación de la ley moral es contrariaá los deberes para con Dios, consigo mismo y con elprójimo. Insistir más en el particular, ocupándomede los negativos y positivos, de acción y de absten-ción, perfectos é imperfectos, amplios ó estrictos,aspectos más bien que términos de nuevas divi-siones, y aun de algunas especiales de respetablesautores, como la de Mr. Gerando (1), confirmaría lodicho, pero á la vez convertiría este trabajo en untratado elemental.

¡Ah! si me fuese permitido entrar en materia ydescribir algunos de los deberes más excelentes, ysupiera, por ejemplo, fijar el carácter y condicionesde los políticos y sociales (2), ¡qué de enseñanzastan útiles y provechosas no deduciría! ¡qué de con-secuencias tan tristes recordando lo pasado, tanluminosas pensando en lo porvenir! Si posible meuera parodiar lo que envidiables talentos dicen delospaternos, ¡qué de sensibles verdades brotaríande mi pluma, á pesar de que los lazos de ia sangreparecen oponerse á toda discusión sobre los ele-mentos constitutivos de la familia!

Idéntico es el fin de los que dúo in carne una sesantifican cumpliendo sus mú'uos deberes, y los quetienen para con sus hijos que deben educar máspara el ciclo que para la tierra (3), y sin embargo elegoísmo, la indiferencia religiosa, la ignoranciavencible, la codicia y demás pasiones exageradas,causa son no sólo de mirar con indiferencia su edu-cación, sino de pensar única y exclusivamente enmultiplicar y asegurar un caudal para morir tran-quilos, frase con la que algunos desventurados pa-dres oreen satisfacer su conciencia, ó engañar almundo, ó bien para comunicarles los más extraños,falaces y dañosos conocimientos; á la más fácil ypronta obtención de un título para el hijo ó de unabrillante colocación para la hija, bello ideal de mu-chos infelices ó miserables, son lícitos toda clase demedios por reprobados que sean... ¡ni qué importafaltar á Dios que al darles hijos les dio el deber dehacerles hombres!

Los padres dignos de tan sublime título cuidancon la misma solicitud del alma que del cuerpo de

(1) DU PERPECTIONEMENT MORAL DE SOÍ-MÉME, VOl, II,

cuya excelente obra divide los deberes s e g ú n las cincoespecies de v ida que e n c u e n t r a en el ind iv iduo .

(2) Sobre el amor patrio, s ín tes i s de todos los deberessociales, deben leerse la bel l í s ima prosopopeya de las le-yes en el Crilon de Platón, l a s obras De Of/iciis, I, 17, y DeLegibus. II, 2, de Cicerón, y el t ra tado de Los Deberes deSilvio Pellico.

(3) De la Regeneration sociale par la famille creíienne,broch. in. 4.°, p.* tí.

sus hijos, procuran corregir sus defectos, porqueestá escrito que el que jamás reprende á su hijo leaborrece; en absoluto no abandonan á los maestrossu educación é instrucción, porque los esfuerzos deestos sin los suyos, que siempre conservan la pri-mera autoridad, son vanos y estériles; en lo que serefiere á la doctrina, integridad y sabiduría (1), sa-ben con su ejemplo inspirarles gusto al trabajo y ála virtud y horror al vicio y al mal; al efecto sabentambién, cual dice el primer poeta de la Españacontemporánea (2), que

«la gloria y el favor son polvo y humo,las coronas dql mundo son espinas...

que no hay laurel que no tenga amargo zumoni hay auras sin moléculas dañinas,»

como saben que vivimos en la época de más credu-lidad y preocupación, de mayor mistificación y su-persticiones, que el charlatanismo y la mila fe ex-plotan á su sabor y placer.

Y todo se lo enseñan con cariñoso interés un diay otro dia, un año tras otro año; saben ser padres,acaso antes de tener hijos, y no ignoran que el quecontraría ó se opone á las reglas del deber, escritaspor la mano de Dios en el alma humana, viola su leyy profana on sí mismo el carácter más sagrado dela humanidad (3). Desgraciados de los que no com-prenden ni quieren comprender la santa misión queDios les confía al dipensaiies el favor de verse re-producidos y perpetuados en esto valle de lágrimas,que cual veloz embarcación ha de desaparecer bienpronto de su vista. El más dulce consuelo de Tobíasen el destierro era el de instruir á sus hijos y ense-ñarles á servir á Dios y á los hombres (4).

Al desviarme un tanto de mi principal objeto, queme sirva de disculpa, Excmo. Sr., el culto quecomo padrj profeso á tan inextinguible amor.

Zas reglas del deber dicen al hombre que deberealizar seriamente, así en el que acabo de citarcomo en todos los demás, el principio de San Basi-lio (5), ó el nosce te ipsum de los socráticos; y con-sultar en cada instante de la vida la guia que ha dellevarle á la posesión de la virtud intelectual, ar-monía perfecta de la inteligencia, sentimiento y vo-luntad, que marchando conjuntamente á la realiza-ción del bien, se llama sabiduría; lo demás esvani-tas vanitalum, es sacrificar el porvenir al presente,es ir en pos de la desgracia, es aceptar voluntaria-mente una estrecha responsabilidad que se hace

(1) S. l'ablo, t í t . ii, 7, 1.(2) Zorrilla, El Drama del aliña. Algo sobre Méjico y

Maximiliano. Burg. 1867. Un t . 8.°, p. 166.(3) Jul. Simón. Su citada obra.(4) Bannache. La foi et le devoir. Etudes de verités re-

velées. P. 1876, un v. in 8."(5) II);a;lii sabrj al prjjuptj O'iairoale á iímiimo.

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efectiva en esta y en la otra vida: su paso por latierra podrá ser breve y accidentado, pero el deberle dará ese aliquid inconeusswm que pedia Descar-tes, y en cuyo ejercicio ha de aprender á combatirla concupiscencia de la carne ó de los ojos, y el or-gullo de la vista ó la codicia de bienes y riquezas.

^Consultando esta idea, dice un filósofo laurea-do (i), el hombre conoce la excelencia de todas sustendencia morales y sus naturales desviaciones;sabe cuánto debe amar la vida, pues el que se amaexageradamente ni es libre ni razonable; no es hom-bre, es una bestia... conoce que debe desarrollarsu libertad sin afectar la de los demás, que debeconstituir su personalidad sin invadir la de los otros,que el sentimiento de su dignidad sin el déla soli-daridad no es nobleza sino pueril vanidad ó ferozambición... y por fin ve que no sólo ha sido formadopara dominar, sino para elevarse al estado de per-sona, vivir en armonía con sus semejantes, gustarde la vida espiritual y unirse á su principio, que esDios mismo.»

Y ve más; ve que si las grandes almas piden alcielo grandes trabajos que desempeñar, graves pe-ligros que vencer, verdaderos enemigos que com-batir, ve que no hay peligro ni enemigos más dig-nos de su generoso esfuerzo que los que el deberle prepara en el curso de su azarosa vida; de ven-cerlos, que sí los vencerá, esa grandeza de almaderramará sobre su exterior cuando menos algunosbrillantes rayos de la vivísima luz que parte de suconciencia; y aunque quiera no podrá ocultar lasencillez de su corazón, la modestia de su carácter,la dulce paz de su alma, la uniformidad de su vida,su visible autoridad y prestigio: siempre consecuen-te, sin fausto ni ostentación alguna, el último carác-ter de esa grandeza consistirá en ser el único queignore... mas los padres le señalarán á sus hijoscomo el mas perfecto modelo, y los demás al respe-tarle completarán en él á la vez la última aspiraciónde la sabiduría humana (2).

Hé ahí el modelo del hombre de bien, que para se-guirle ó imitarle, el primero, mejor y más sencillomedio es el trabajo material ó intelectual; univer-sal deber, ya que el hombre nace ad labores ut avisad volatwn (3), es una de las primeras leyes de lahumanidad, uno de los más sólidos fundamentos dela moralidad humana, que al traducirse en amor alorden y respecto á la ley, comunica á la concienciapaz y satisfacción completa.

Los que cometen el crasísimo error de creer quepor el solo ejercicio de la inteligencia el hombre se

eleva al nivel requerido, ó no saben lo que dicen ódiscurren de mala fe: el positivismo es en esta,como en otras muchas cosas, ridículo y desprecia*ble: es verdad que las ciencias se apoyan en unabase más sólida que las artes; pero de esto á creer,no ya lo que los estoicos ó Platón, sino lo que mu-chos autores modernos, por ejemplo, que la cienciadel deber ó del derecho es el único y exclusivo có-digo de la humanidad (i), 6 que la exploración delpasado, el conocimiento del presente y la medita-ción sobre lo porvenir son sólo aspectos de la úni-ca ciencia que en el mundo existe (2), media unadistancia inconmensurable.

Verdad también que por el desarrollo del ser in-telectual se llega más pronta y favorablemente aldel ser moral; pero si en realidad lo que estosupone es que el deber del sabio es mucho másatrecho que el del ignorante ó engañado, no es

menos real y positivo que las inclinaciones natura-les de todos los seres humanos no son distintas; ycomo por otro lado las soluciones, asi de las cien-cias como de las artes, ni son ni pueden ser defini-das, cualquiera que sea el trabajo á que el hombrese entregue, talla un diamante en el que se reflejanlos mil rayos de luz que iluminan la práctica deldeber; cualquiera que sea su clase y forma, las mis-mas razones que le hacen obligatorio en general, seaplican á cada estado, profesión ó industria en par-ticular.

Trabajar, pues, con constancia es el deber másinteresante del hombre, que al combinar los cuerpospara obtener una nueva forma, ó al estudiar «nacuestión para poseer una verdad, puede dar un pasomás, hallar nuevas relaciones, y al menos excla-mar como Galeno después de una demostraciónanatómica: «Gracias, Dios mió, pues acabo de can-tar un himno á la gloria del eterno.»

Y todavía es algo más, porque es orar, porque esponerse en comunicación con Dios ó elevarse íélde la manera más digna.y desinteresada: si por eltrabajo el hombre puode apreciar su acción en elalma, mejor podrá llegar á ser realmente religioso;que la Religión, quodligat, al unir lo finito á lo infi-nito, le manifiesta su impotencia y le sujeta. ¡Quéejemplo tan hermoso el del que, en medio de susmiserias y desgracias, trabajando, pide por la ora-ción luz para ver, fuerzas para luchar, consuelopara sufrir!... ¿Habrá alguien que ante espectáculotan sublime y arrebatador deje de repetir aquellasdivinas palabras pax hominibns bonm vofanlatts?

Preciso es convenir que las reglas del deber, auxi*liadas por el trabajo, presiden los diversos actos de

(1) Ferraz. Philosophie du devoir, ouvrage couronné parla Acad, frangaise. P, un v. in 8.°, p." 2<i2.

(2) D'Aguesseau. 3.e mercurial, pronunciada en 1669-Véase la Colee, de sus obras.

(3) Job, Cap. v. § i.

(1) Rombonsont. La toi absolute du devoir. P. 18T5.Uu v.in 4."

(2) Oudot. Obra ya citada. T. 2.°, p . ' 212.

D. ALCALDE PRIETO—EL DEBER. 615a vida; y que su fundamento es ol único que con-luce ü un conocimiento discursivo de las leyes se-¡undárias, y á una bondad capaz de aumentar inde-bidamente.Lamoral es la ciencia de los santos (1), lo es del

wtdaiero hombre de bien, y el texto más saludablede lo que es y debe ser el deber. Al realizarle elhombre, aprende á agradar á Dios y á prestar á sussemejantes esos servicios que forman el mérito y lagloria más envidiable (2): no hay término medio; 6emolirle 6 dejar de ser hombre: así lo dicta laciencia, lo confirma la conciencia, y lo proclamamuy alto el mismo deber moral, divina y única ban-dera posible en el actual estado de la sociedad (3).

IV.

Hay una ciencia que comprende la D\ceologia(teoría de la justicia), y que entre todas las que seconocen, después de la moral, es en la que brilla yresplandece más visiblemente el deber, «ciencia por

:1a que la razón humana reviste en el teatro de lavidalas formas más sensibles (4),« y que por lo mis-mo que la-profeso públicamente creería faltar á mikkr no fijándole en ella, ya que bajo este con-cepto puede considerársela como parte integranteó complemento de aquella.

Poco ó nada puede añadirse á lo dicho por Philips,Zacharice, Puchta, Thibaut, y tantos otros autoresde los que se hallan al frente de la ilustre falange defilósofos-juristas, pero como gran parte de sus doc-trinas no merecen entera aprobación, es de necesi-

' dad fijar y determinar el lugar que el deber ocupai en el Derecho, como, según anteriormente hemos' indicado, lo son dichas doctrinas así para la discu-; sion como para comprender una vez más esa sedf inagotable de los principios, esa fisonomía particu-'. lar que realza el poder déla inteligencia hasta en! sus propios desvarios cuando son hijos de la cienciaj* i no de la mala fe.

¡ Es el Derecho, como conjunto de preceptos, unaobra humana subordinada á la obra de Dios; expre-sión concreta de un orden puramente moral, su de-finición, en el imperfecto lenguaje de la ciencia, esdifícil y peligrosa, por no decir imposible: así lo en-tendió ya aquel jurisconsulto romano cuando dijomis defintíio in jurepericulosa est (5); así lo hanentendido la mayor parte de los modernos al afir-mar que su idea es una de esas nociones que se des-

(1) Campoamor. Lo absoluto. M. un v. 8."(2) Bannache . La foi el le devoir, P . 1816, u n v. i n 8."(8) La pasión política, a r t í c u l o p u b l i c a d o po r e l a u t o r en

Dic. de 18T2, y r e p r o d u c i d o po r a l g u n o s p e r i ó d i c o s deprovincia.

(4) Le rmin ie r . Pliilosophie du droic. P a r i s , 1831. 2 vo l .en8.°

(5) Jabolenus, F. 102, Dig. de regulis juris 1,1, tit. 11.

arrollan intuitivamente en la inteligencia á conti-nuación do la del deber, en cuyo sentido puedeconsiderárselas como correlativas.

Su origen primordial es superior á la voluntad;su medio, como en el deber, es la aciividad volun-taria, porque si el hombre debe libremente hacer elbien, tiene el derecho do ser respetado en su ejerci-cio y libertad, siempre que no alcance ó perjudiquela de sus semejantes; su fin es la forma objetiva delbien, como dicen los alemanes; por consiguiente suprincipio fundamental reúne los mismos caracteresque el del deber: á priori es universal, necesario,absoluto, permanente, concreto, no contradictorio;y á posteriori de evidencia objetiva y variable, noporque la ley y esencia de la sociedad varíen, sinoporque, viva expresión del ór'len social, sigue el mo-vimiento nacional en todas sus evoluciones: así seexplica cómo la ciencia cambia en el tiempo y en elespacio, y cómo se multiplican y chocan las teoríasy opiniones al fijar sus car-actores, apreciar su dos-envolvimiento y determinar sus numerosas aplica-ciones.

Fácil sería la tarca de formar una escala gradualindefinida desde los que la consideran como el cen-tro do todas las ciencias morales, ó como un dere-cho anterior al natural, hasta los que dicen que for-ma parte de una ciencia superior; desde los que hanproclamado que moral y derecho son una mismacosa, hasta los que las ven como distintas; desde losque la califican como dirección contra natura, vio-lación de la moral, ó á lo más como su conserva-ción parcial, hasta los que la hacen depender deella.

Sin embargo, triste condición la de esos sabiosque, en su fatal logomaquia, tan innumerables erro-res han cometido!... que si en moral hay autoresquecon entero desenfado llegan á exclamar: ¿«Bondadque el trayect^de un rio convierte en crimen», enderecho no faltan los que dicen: «Original justiciaque un rio ó una montaña limita... pretender re-ferir sus reglas á un principio superior y único esuna empresa absolutamente imposible» (1), de cu-yos pensamientos á la maldición lanzada por Mefls-tóleles no hay más que un solo paso. Esos sabios seolvidaron de que ya la Escritura habia dicho: «Oshe dado preceptos que no son buenos», es decir,que tienen una bondad relativa (2); que Moisés,Solón y otros legisladores antiguos, dieron á suslegislados las leyes que sus corazones podian su-frir (3); y por último, que el hombro, como Sócra-tes y Charandas, muere por obedecerlas, y en su

(1) Véanse las obras da Pascal y Montaigne, y la deFalch Philosoi'hie du droit. Paris, un vol. en 4.°

(2) Bceq., cap. XX, v. 25.(3) Plutarco. Vida de Solón.

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cumplimiento realiza un deber sagrado, y rinde untributo á la justicia y á la verdad.

A su vez estos antecedentes explican la variedadde opiniones al fijar la verdadera inteligencia y rela-ción entre los términos deber y derecho; antitéticospara unos, idénticos para otros, correlativos y pa-rarelos ó hermanos que nacen, marchan y perecená la vez para estos, y tan independientes ó distintospara aquellos, que hacen decir á un distinguido pro-fesor, al fijar el deber en la última de las tres eda-des de la vida humana: que si el derecho varía, eldeber es permanente; si el primero es lo provisio-nal, el segundo lo definitivo (1).

Ahora bien; si considerada la ciencia en generalsupone la existencia necesaria de la sociedad, é im-plica la respectiva naturaleza y destino del hombre;si la conciencia le dice haz constantemente el bien,y la libertad por medio de los deberes internos yexternos le realiza, la materia de aquella es en cier-to modo divina; su trascedental importancia, reco-nocida por todos, aunque no siempre apreciada delmismo modo, es indiscutible é incontestable. Lossistemas y opiniones indicadas lo confirman; ciertosprecedentes históricos lo prueban plenamente.

En la vida patriarcal, y aun siglos después, reli-gión, poesía, idioma, derecho, todo fue uno: los mi-tos y las fórmulas simbólicas; el anatema sacer estode la ley de las Doce tablas; el jous de Jovis, que sir-ve para confundir el jus con el Dios que manda; lá A.del paganismo germánico, que indica religión y prin-cipio de donde sale Ae, Aew, E, Ehe, matrimonio,unión, E-mato, sacerdote, A-sega, legislador y juez,dicen bien claramente que en aquellos primitivostiempos derecho y religión fueron una misma cosa.En los Estados teocráticos el jurisconsulto y elsacerdote se confunden; en la India se identifica conel Brahma; en la Galia con el Druida; en el pueblojudío los mismos hombres que San Mateo, San Mar-cos y San Juan llaman scribas son llamados con fre-cuencia por San Lúeas jurisperiti, doctores de laley, es decir, jurisconsultos (2).

Otro tanto puede afirmarse de la poesía. Apolo yOrfeo publicaron sus leyes al son de la cítara; Júpi-ter dio á Minos las suyas en verso; ísis, Manau, Dra-con y Solón fueron legisladores y poetas; las leyesbárbaras tuvieron también su sacer esto, diris devo-íus, cereri suspensus; los preámbulos del Asaga-fruch y el Sachsenspiegel escritos en verso están; enfin, la poesía y el derecho primitivo se confunden;la sencillez de sus relaciones y la unidad de miraseran la causa que al través del tiempo habia de deje-nerarle y bastardearle (3).

(1) Charma. Revue des cours publiques, año 1855.(2) San Lúeas , VII, 30; XI, 15.(3) Vico, la obra citada. Pueden consultarse además

Mas entre todos los derechos de las primeras na-cionalidades, el romano siempre conservó su unidady universalidad; á ello contribuyó en gran manerael sentido práctico de sus juriconsultos. Ulpino ásucabeza definió la Jurisprudencia diciendo: Divina-rum atque Aumanarum rerum notitia, al Derechoarts boni et asqui, y á sus profesores les llamó 5«-cerdotes juris; Cicerón le expuso con más filosofíay brillantez que Platón y Aristóteles: es indudableque el culto romano por el Derecho es un hecho reconocido por todos, y como dice el gran Bossuetalocuparse de este vastísimo imperio, su respeto porla ciencia y sus órganos solamente obedeció, en lasmiras de la Providencia, al objeto de preparara!universo pagano, por la sabiduría de sus leyes, pararecibir más fácilmente la luz de la doctrina que habiaaparecido sobre la humanidad (1); los divinos pre-ceptos que del Gólgota parten, y se extienden portodo el mundo, dispensan á la ciencia un serviciomás separando el derecho de la religión, pero sindesunirles (2).

Su sublime concepto é influencia.se extendió portodos los pueblos; los mismos lombardos, el másferoz entre los pueblos germanos, no pudieron re-sistir mucho tiempo esa influencia; juri romnaservit quidquid sociatur Italia, decia el godo Casio-doro (3). Y dejóse sentir en plena Edad media, puesfuera de pequeñas diferencias, el mayor número defilósofos y juristas, San Agustín y Santo Tomás, Ar-cusió y Bartolo, Irnerio y otros muchos, admitieronla existencia de un derecho anterior, y ese conceptosuperior á todo establecimiento humano; y pasó ála edad moderna, Leibnitz reprodujo la definiciónromana de la ciencia, Puffendoff la llamó universa-lis, Thomasiús divina, Bacon, Locke, Montesquieu,Domat, Rogmanosi y otros, mutatis mitlandis, laconcibieron como sus predecesores; y así puededecirse que ha llegado hasta la célebre fórmula ledroit c' est la me. (i), calificada de oscura é hiper-bólica, pero que en su fondo contiene una verdadprofunda.

Es cierto que desde la época de Grocio se vienetrabajando por separar la moral del derecho; queeste mismo hombre tan austero y religioso llegó é

solare tan interesantes estudios las de G. Grimm, Goguet,Olivet, Creuzer, Chassam, Altasserf.. Braga, Fustel deCoulang-es, entre otras muchas; y en cuanto á Espaüapuede verse también el notable cuanco erudito y originaltrabajo publicado en la Revista de España, tomo 53, añode 1818, con el t í tulo de «Tratado de política racional éhistórica» sacado textualmente de refraneros, romancerosy gestas de la Península por D. Joaquin Costa.

(1) Rodiere. Les grandes jurisconsultos. París, 18TH,un v . en 8.°, pág. 10.

(2) S. Math. vi, 24.—S. Pablo. Rom. xm, 14.(3) Varia, 1, 27.(4) Eduard. Gans . Histoire universelle du droit, B«-

lin 1824, 2 v . en 8."

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afirmar que la ciencia existiría aunque no existieseDios; que especialmente desde la filosofía subjetivade Kant todo ha sido confusión y absurdo; como queen el afán de negarlo todo y todo destruirlo, se hallegado á negar hasta la misma personalidad huma-na, y dado como resuello el problema -+- x = — X ,el ser igual al no ser (1).

Contra tanto desvarío y tan absurdas contradiccio-nes basta reproducir en brevísimas palabras la doc-trina más generalizada al objeto de esta tesis.

Respetar la justicia es un deber, porque es la re-lación del ser á su ley, porque es el derecho enacción, stare in jure, jits-stitia, como este es elprimer escalón de la santidad; caridad sin límitesésta, el derecho es la caridad de una medida exactay limitada; por eso al ejercer su imperio lo hace dealto á bajo; es la justicia en el sentido objetivo, con-cepto el más interesante, porque el constante cum-plimiento de sus preceptos es la justicia en el sen-tido subjetivo que en cierto modo se confunde conel deber; una sola palabra, el amor, dilectioproxini,contiene su objeto y la plenitud de la ley, pleni-tvdo leáis dilectio. Lo confirman y manifiestan deun modo sensible el libro de Job, los Proverbios yel Eclesiastes (2).

Objetivamente considerado, garantiza la propie-dad, personalidad y familia: el hombre, por sencillo6 pobre que sea, es portador de un poder moral quelos demás deben respetar: objeto del deber de sussemejantes es causa de ese deber. Subjetivamente,es el poder moral que tiene respecto al prójimo enla esfera del anterior, y por más que derechos y de-beres tengan un origen común, puesto que la volun-tad jurídica quiere lo mismo que la voluntad moral,su existencia es independiente, su fin no es contra-dictorio: es, pues, bien fácil distinguir el conceptoy alcance que el deber tiene en el derecho.

El deber jurídico, obligatio, se dirige á la acción,como el moral, of/icium, á la acción y motivo;pero más negativo que positivo, es siempre determi-nado y conoscible, debe realizarse in concreto, y sile acompaña la sanción correspondiente, no siem-pre es un criterio seguro, pues existen deberes ju-rídicos no sancionables sin que dejen de serlo ó seconfundan con los morales, como pretende la escuelade Haller (3).

Es decir, el deber brilla en la ciencia jurídica porsí ó como una de sus consecuencias; su predominioes completo; y si las ideas de bien y justicia suelená veces confundirse, las de derecho y deber son dosmedios de realización que al enlazarse mutuamente

(1) Hegel y sus discípulos , aunque no todos.(2) Graty. La morale el la loi de l'hisloire. París, un v.

en 8."(9) Hauteville. La definitiondu droil. París, 1815, un v.

en8,°

forman un todo armónico y encantador; por eldeber tiene su cumplimiento el derecho, y por elderecho recibe el deber las condiciones más favo-rables á su desarrollo. En absoluto ho podrá soste-nerse que no hay derecho sin deber ni deber sin de-recho, pero es indudable que no puede hablarse deluno sin hablar del otro; y no importa que el hombretenga derechos y deberes inherentes á su propianaturaleza, pues, como en definitiva esta es lamisma en todos los seros racionales, existe mutuacorrespondencia é íntima conexión entre los dere-chos de unos y los deberes de otros.

Mas preciso es convenir en que las dos grandesvirtudes Justicia y Caridad, aunque se parecen yconfunden, se diferencia en su esencia y resultados;ambas son deberes igualmente obligatorios y univer-sales, pero el primero tiene su principio en la capa-cidad jurídica de la persona como encargada deposeerse (sui campos) y realizar á su costa su des-tino universal, y el segundo en la idea de un finsuperior á que todo debe concurrir, incluso el mismohombre, si bien conservando su libertad de acción.

El carácter de la una es la exigibilidad y coac-ción; el de la otra la libertad plena y entera (1):el deber en ambas es igualmente estricto y riguro-so, luego es imposible negar ó desconocer á la queune los seres morales por lazos de puro amor, y,en nombre de un origen común y de un destinoidéntico, les obliga á ceder en sus derechos y con-fundir sus intereses, sin verse atormentado por elremordimiento y el temor del castigo en la otravida (2); y como la primera es una de las bases fun-damentales de la sociedad, se explica por sí misma,ó se comprende sin gran esfuerzo, esa mutua reci-procidad de derechos y deberes que representan lamisma ley moral bajo dos aspectos distintos.

Y se explica también que, si en el orden univer-sal la caridad es tan necesaria como la justicia, éstasea en cierto modo impracticable sin aquella, puessin conocer la naturaleza humana en sus facultadesy derechos, es imposible respetarla. La historia y laconciencia confirman esa íntima unión, aunque losdeberes de justicia, como negativos, constituyan lamitad de la virtud y necesiten de la acción y con-curso de los de caridad, cuyo principio rey qwdUbi fteri vis alten /acias (3) delimita el alcancey condiciones de los segundos: la autoridad de laótica jurídica arranca del precepto ético guod Ubi

Jieri non vis alteri ne feceris (4).

(1) Beneficium nullce legi swbjectum est. (Sen de benef*VI, 6.)

(2) Benard. Vreeis de phüosophie París, 1810", 6." edic.un vol. en 4."

(3) Franck. La moralepour iota. París. 1868, un vol.,pág. i n . .

(4) Véase sobre esto un interesante artículo publicado

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Hé ahí el principio fundamental del derecho y la jevangélica expresión que debemos á los hombres,que si apriori se acredita su unidad, a posterioridemuestra la imperiosa necesidad de su unificaciónen general, y en particular en España en lo que serefiere á su derecho privado. El estado político-social de esta nación lo pide con urgencia, la cien-cia lo recomienda y aun exige, y sus humildesy leales servidores lo desean ardientemente: mas entanto llega ese suspirado momento que, si no darápoder ó intereses al que lo realice, le dará gloria yverdadero renombre, es un deber sagrado en losque le profesan recomendar por cuantos medios sehallen á su alcance la absoluta necesidad de su co-nocimiento, tan indispensable al legislador, magis-trado y jurisconsulto, sobre todo filosóficamente,porque el conocimiento del derecho sin la filosofíaes el arte peligroso y despreciable de suscitar plei-tos (1), como necesario y eminentemente útil átodas las personas, puesto que recae sobre cuantosobjetos las rodean.

Conocerle, siquiera sea en su forma más general,es un deber del ciudadano, pues injure vivimus etmovemur et sumus; enseñarle y propagarle entretodas las clases sociales el primer deber de todopueblo medianamente constituido; deber que nopueden ni deben olvidar nuestros gobernantes y po-líticos si quieren que nuestra abatida patria salga deese estado de abyección y decadencia en que pordesgracia se halla sumida.

En fin, si el derecho preexiste lógicamente aldeber, é históricamente éste á aquel (2), la cienciaque le expone es la que en su recta aplicación con-duce más y mejor á la práctica y posesión del bien;sublime fórmula la que le considera como la líneamás corta que puede tirarse desde la razón á Dios.

El deber en el derecho es su carácter más augus-to; el que le niegue, contraríe ó profane, no reali-zará esa idea fija y constante que ha de presidirtodos sus actos -en la edificación de la ciudad deltiempo, y que debe ser la ciudad eterna en la queha de realizarse la palabra del Señor: «Al que meconfiese ante los hombres, yo le confesaré ante miPadre que está en los cielos» (3), confesión que harámás fácil y naturalmente el que posea esa ciencia,de la que ya San Agustín dijo en su tiempo: Ratiodivina vel voluntas Dei ordinem naturalem conser-vare jubens, perturban vetans.

V.

por la REVISTA EUROPEA, titulado Filosofía de la Religión,por Mammiani, t. 8.°, pág\ 147.

(1) Boistel. Cours elementaire du droit naturel selon lespríncipes de Rosmini. París, 1870, un vol. en 8.°

(2) Hauteville, obra citada anteriormente.(3) Mons. Freppel . Les devoírs du cretienne dans la v<

cívile.T?. un brochure.

Resumiendo: el fin último de la ciencia y del seres el bien; su principio fundamental es absoluto yrelativo; la que le establece y desenvuelve con es-pecialidad produce un dualismo que, si no existe ensí, es propio y contingente de! hombre y de la so-ciedad; dualismo que determina el deber y el de-recho (1).

Dada la íntima relación entre estas tres ideas,trazado el camino á la libertad como medio ó facul-tal de la actividad voluntaria, al aparecer el deber enla región de las ideas ó en la de los hechos, es el ins-trumento de que aquella se vale para llegar á su fin.

Su soberanía abraza la vida entera hasta en susmás mínimos detalles; el hombre tiene que cumplircon sus deberes aun cerca de los que le niegan ódesconocen sus derechos, puesto que no admitenacción, ni excepción, ni menos prescripción de nin-gún género.

Su carácter absoluto brilla en aquellas palabrasde J. G. en el sermón de h montaña: «Haced bien álos que os aborrecen y rogad por los que os persi-guen, para que se os conozca por hijos de vuestroPadre celestial;» sublime precepto que San Pabloamplía cuando exclama: «Aborreced el mal y adhe-rios fuertemente al bien; no seáis flojos en vuestrodeber; acordaos que es el Señor á quien servís.»

Su carácter relativo se impone á la voluntad sinobligarla dinámicamente, y se dirige á la razón y alcorazón pendrándoles de un sentimiento particularque les obliga á juzgarse dignos de castigo cuandoso apartan de «la verdadera regla (2). Aristótelesdijo ya hace muchos siglos: que ser feliz y obrarbien es una misma cosa (3).

Al hombre que, sin ser malo, no sabe leer más queen el exterior, le queda el recurso del deber, queyendo acompañado de las condiciones necesarias, ledará el maravilloso resultado de sorprender lossecretos de la vida, intus legere,, y Conservar puray tranquila su alma en medio de la embriagadoraatmósfera que le rodee.

¡Feliz quien, poseyendo ese poder de divina in-tuición, pueda penetrar en el mundo sobrenaturalque muestra el sentido divino en el objeto más sen-cillo! ¡Desgraciado del que, abusando consciente óinconcientemente de su libertad, no ejercita la másexcelente virtud, la que compendia á todas, el deber,

, porque, mal que le pese, sufrirá la pena de su infrac-. cion!

(1) E . Merio. Du droit el du devoir. París-, 1877, un vol.en 18."

(2) Puffendorff. Droit de la nature et de yens, lib. I, ca-pítulo VII .

(3) Librosmoral.es dirigidos á Nicomaco. Bdio. desúsobras traducidas al castel lano. Madrid, 1876, un vol. 4."

491 D . ALCALDE P R I E T O . ^ — E L D E B E R . 619

Es cierto que desgraciadamente ocurren catás-trofes frecuentes, amargas decepciones, tribulacio-nes é injusticias inconcebibles, luchas que aniqui-lan, sentimientos que ahogan (4); pero aveces,muchas veces, el dolor es un bien, mejora al hom-bre, le enseña y advierte, ó forma parle de su gran-deza, por ser el más enérgico instrumento de superfección, el más sano de sus alimentos ó reme?ios (2); y, sea como quiera, el hombre nuncamuere; lo que muere es la persona: por eso el quesepara el deber de la religión y do la ciencia jamásserá el hijo ni el hermano inteligente del Verbo,fuente de toda ciencia y de todo bien (3).

Dos palabras resumen su actual destino, el de-recho y la moral entera: hacer el bien por el bien,practicar la virtud por la virtud, y por ella merecerla dicha humana y la felicidad eterna, única y cons-tante, aspiración del hombre de quien el poetadijo (4): Non omnis moriar, multaque pars mei vi-téitLibitinam.

Antes de terminar, Excmo. Sr., debo dirigirme ála alumnos y maestros, y entre éstos á los que,nuevos en el profesorado, vienen con nosotros ácompartir la espinosa tarea de enseñar: es costum-bre de estos actos, y el tema que acabo de exponerparece reclamarlo : recordando deberes propios,acaso confirme en algo lo que dejo dicho., ¡Alta é importantísima es vuestra misión, señoresprofesores! Así lo ha reconocido el joven Monarca,esperanza hoy de la patria, ante los claustros delas universidades de Madrid, Barcelona, Oviedo ySantiago; asi lo estima la sociedad viéndoos un diay otro dia combatiendo ó previniendo los males quele aquejan; así lo. acredita vuestra conducta al for-mar el eslabón que ha de unir el siglo de las Uni-versidades con ese triste y temible porvenir al queparece reservada la solución de arduos y gravesproblemas que no es fácil formular al presente; asílo exige el movimiento progresivo y avasallador dela ciencia en Europa y lo demuestra el distinguidoaprecio con que se honra el profesorado aun enaquellas naciones no más desahogadas ni de más im-portancia que la nuestra; así lo quiere la misma en-señanza... que es grande honor y satisfacción com-plétala de educar ala juventud en las eternas má-ximas del deber%

Si de ello estáis plenamente convencidos, y sa-

béis que desde su origen la historia de la Univer-

áiad española es vino de los florones más preciados

de la nacional, y que vuestros predecesores, al do-

lí) J. Simón. Le devoir, p. 456 y sig.(2) P. Janet. Philosophie du bonheur. Paris. .1818, un y.

en8."(3) Ecles. 46, 18.Reg. 2,3.(4) Horac io . Od. m , SO.

tarla de los grandiosos monumentos que sus analesregistran, supieron conquistar y legar á la posteridadel reino del derecho, que vosotros podéis ensanchararraigando en el seno de la actual sociedad el deldeber, y sin cuidaros de recompensas materiales,que en ellas á otros toca pensar y proveer... ¡oh!...yo no dudo que lo haréis, como vosotros no dudáisque ese es el único y más seguro camino para me-recer, además de la propia satisfacción, el bien,de la sociedad que os confía su juventud, el bien dela posteridad que ha de juzgaros fria y desapasiona-damente y &\bien y bendición de ÉL que todo lo pue-de y todo lo ve... Con razón se califica el ejerciciode vuestro cargo de verdadero sacerdocio.

Y vosotros, jóvenes alumnos, á quienes doy labienvenida, sabed que vuestro deber en secundarlos esfuerzos do los maestros que tenéis al frente,es hoy más imperioso que nunca, puesto que esepavoroso porvenir á que me refiero os pertenece;para encauzarle ó convertirle en civilizador, debéisentrar con ánimo resuelto en el camino que empren-déis. Lo exige vuestro interés, porque os encontráisen la edad de las grandes cosas; lo quieren vuestrasfamilias, que á costa de inmensos sacrificios morales, y algunas hasta corporales, se prometen su re-compensa de vuestra aplicación y aprovechamien-to; lo espera vuestra patria, que, orgullosa con lasviriles generaciones que fueron, fija en vosotrosuna lisonjera esperanza; y lo desea la Universidadporque vuestra sana instrucción es su obra, y por ellaaspira á representar el movimiento científico, so-cial y moral do la época, sin reparar en los obstá-culos ó dificultades que la ignorancia ó la envidia,la despreciable política de oíicio, ó la ingratitud dealguno de sus hijos, puedan suscitarla.

El trabajo os espera, y debéis aceptarle sin reser-va ni mistificackm alguna, porque si labor omniavincit ímprobus, el valor individual y el mérito per-sonal son las únicas cualidades por las que, paro-diando las palabras del sabio, podrá decirse de vos-otros: «Pasé por el campo y la viña del joven labo-rioso, y no habia cizaña ni malas yerbas, las espigasabundaban, los ya maduros frutos pendían de todaslas ramas, y las murallas protegían tan rica pro-piedad (1).

A trabajar, pues, y comprendereis con facilidadque si la educación é instrucción empieza en vues-tra hermosa edad, en ella debéis preparar vuestrosdóciles miembros, si aspiráis á ser verdaderosguerreros de la ciencia, para la lucha de honor y debien, que ha de durar toda la vida... que luchar esobrar y vivir (2), como triunfar cumplir con fe y re-solución el deber.

(1) Mons. Landriot. Diseours dans l'insíüution diocesaí-«s á Pons. Paris, ,1813, un v .

(2) Vivere, mi LuciU, militare, est, Sea. Cwrt. 16.

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Pensar que al salir de estos centros se ha termi-nado ya, es un error y una desgracia que no tienennombre. La educación é instrucción empiezan enel lenguaje y terminan con la muerte: el ancianoque estudia sus últimos capítulos al pié de la tum-ba es el varón fuerte de la Escritura que sin quererinspira un profundo sentimiento de veneración yrespeto (4).

La ciencia en verdad ofrece algunos inconve-nientes, pero ereedme, el mayor y más repugnantees ese satánico orgullo que aparece principalmenteen vuestra edad, pues como dice Plinio: «Desde quelos jóvenes entran en el mundo todo lo saben, sonperfectos y se ofrecen como modelos»; mas paraevitar que se apodere de vuestro ánimo, y os suce-da lo que al cardo de la Escritura (2), debéis imitary seguir con constancia el ejemplo del hombre ver-daderamente sabio, y como él aprenderéis que lavuestra, á medida que crece se espanta más de loque la falta que recorrer; y la modestia, que en buensentido y verdad, será su consecuencia más lógicaé inmediata. La vanidad y la ignorancia son tan in-sufribles, que vale más, lo dice Salomón, encon-trarse con una osa á quien roban sus cachorros quecon un necio confiado en su necedad (3).

De abrazarla con el entusiasmo que merece, yque veréis aumentarse conforme la vayáis gustando,procurad no tuerza su natural tendencia y que íaemulación sea fuente y corona de alegría si llega áapoderarse de vosotros; y si por acaso tropezáiscon esos enemigos internos ó externos que suelenponer al alma la camisola de fuerza, ó con esas re-pugnantes figuras que Milton describe en su poema,acordaos que San Buenaventura y Santo Tomás re-corrieron los desiertos y llanuras más estenuadaspor una inmensa erudición, y el estudio de las másáridas cuestiones, vivificadas por el pensamiento deDios, aumentaba en ellos la piedad.

Hé ahí, pues, las virtudes que infundirán en vues-tra alma el necesario valor cristiano para hacercuanto rechma una conciencia recta;cultivadlas conafán, y ellas os demostrarán en su ejercicio que, sila ociosidad es madre de todos los vicios, los gran-des genios sólo adquieren sus hercúleas fuerzasdespués de profundos y continuados trabajos.

Cultivadlas, y llegareis á conocer lo que vale elrespeto , verdadero condimento del alma, y al res-petaros á vosotros mismos, respetareis á vuestrossemejantes, y en primer término, llegareis á cono-cer el que debéis á vuestros padres, no sólo porquelo son, sino porque poseen ese algo que da la virtudy madurez de los años; así les honrareis y viviréis

(1) Mons. Landriot . Discours sur l'enseignement des le-tres eí des Sciences. Paris, I8~4, u n v . en 8."

(2) Lit>. iv . de Los Reyes, cap. xi, v. 9.(3) Parab. cap. xvín-, 12.

largamente (1) y no incurriréis en su maldición comolos imitadores de Cham, el mal hijo del Patriarca.

Y en segundo, á vuestros maestros, puesto que launión de las almas hace fructificar lo que en ellas sesiembra cual en fecunda tierra (2): no les amareismás que á los primeros, como queria un célebreprofesor déla Edad Media (3); pero de seguro lesobedeceréis de todo corazón, aun en aquellos debe-res de conciencia que molestan más al que los rea-liza que á los que son objeto de ellos; y obrandoasí, cuando la edad os lo permita, os convencereisde que los que aman á sus hijos procuran corregir-les (4), y el discípulo es un hijo muy amado para elque le enseña.

Y por último, el que debéis á vuestros mayores,que en la sociedad son lo que los padres en la fami-lia... ¡Oh!... bajo ningún pretexto ni razón algunadejéis de escuchar á losque os dirigen, ni despreciéislos discursos del anciano, porque en ellos apren-deréis la doctrina que da la verdadera ciencia (5).

Ciencia, entusiasmo, emulación, humildad, respe-to, piedad y trabajo, dotes son que llevan al hombrepor la senda del deber á gustar de ese concepto su-blime que se llama VIRTUD, concepto que algunossabios y bienhechores de la humanidad, aunque re-ducidos en número, como San Vicente de Paul,mon-señor Ketteler, Montyon Grammont y otros, tantohan enaltecido prácticamente y tan dignos de imita-ción son en nuestro desgraciado país, hambrientode su ejercicio y profesión.

Fatigo vuestra atención, me canso, y acuden ámimente recientes y desgarradoras escenas, desgra-cias que mi alma no pudiera olvidar aunque quisie-ra, pero que me obligan á concluir.

En todos tiempos y bajo todas las latitudes, ex-celentísimo señor, la fórmula del deber ha sido yserá siempre la misma: proseguir hasta alcanzar elideal que encierran las combinadas ideas de trabajo,ciencia y virtud... Que esa fórmula, jóvenes alum-nos, presida siempre vuestros actos, y alcanzareistan bellísimo ideal; que esta fórmula, al ejercitarvuestros deberes con perseverencia y fe, sea vues-tra enseña más gloriosa, y... «seréis ricos, porquevuestra vida será pura; y vivereis tranquilos, por-que vuestra conciencia aprobará vuestros actos; yfelices, porque la Providencia, al recompensaros,llenará vuestras casas de frutos de bendición (6) »

DOMINGO ALCALDE PRIETO.Catedrático de la Facultad de Derecho

de la Universidad de Zaragoza.

(1)(2)(3)(4)(5)(6*

Exod. xx, 12.Clemente Alejandr.Honorio d'Autum.Pro», c, m, 24.Pro»., v. 27; Déul., <Eclesiasl., xx, 21.

Slrom. 1, c.

3ap. xxii.

n: 194 C. VOGT. EL OBIfiEN DEL HOMBRE. 621

EL ORÍGEN DEL HOMBRE.

(Continuación.) •

Hay, por consiguiente, microcéfalos en que estasuspensión está perfectamente aislada y circunscritaauna parte del cerebro, en los que no ha padecidoningún otro órgano y á los que no puede negarse laposibilidad de ser fecundos. Ahora bien, si los he-chos son tales, ¿no debe separarse esta suspensiónde desarrollo de los demás accidentes que puedenacompañarla, para considerarle en sí misino y com-pararle con otros hechos análogos?

Paso al segundo punto, á saber: el carácter si-miano del cerebro de los microcéfalos. M. de Qua-trefages se pronuncia enérgicamente contra eseabuso de palabras que «supone un hecho anatómicoque no existe» y «tiene el inconveniente de que lolomen al pié de la letra los ignorantes y aun pro-duzcan alucinación en los hombres instruidos, ha-ciéndolos creer en degradaciones, en analogías ima-ginarias.» No se me alcanza el por qué no haya dellamarse «simiana» una conformación de una partecualquiera, por la cual esta se asemeje á la confor-mación del mono, del mismo modo que se llamará«humana» una conformación que tenga analogía conla del hombre. Por ejemplo, ¿se cometería un cri-men de leso lenguaje, si al resumir todas las parti-cularidades de los miembros del gorila, se dijeseque tiene los pies y las manos más humanos que losdemás antropoides?

No repetiré lo que acerca de este particular dejodicho en mi citada Memoria; pero me permitiré ci-tar aquí algunas de las conclusiones á que ha lle-gado M. Pozzi en su descripción, hecha de m:inomaestra, del cerebro de un imbécil. (Revue d'An-tropologie, 4875). M. Pozzi señala las «particulari-dades anatómicas que deben atribuirse á la suspen-sión de desarrollo» (la abertura de la cisura de Syl-vio, el estado liso de las circunvoluciones, la atro-fia del pliegue de las cejas, etc.); insiste en seguidaen multitud de otras particularidades que acusan«una verdadera desviación del desarrollo,» á quellama «anomalías reversivas,» y encuentra que «sise comparan estas liversas anomalías con las dispo-siciones normales que se notan en los antropoides,saltan á la vista numerosas analogías.»

Es exactamente la misma conclusión á que habíallegado yo en mis estudios, cuando decia «que elcerebro del microcéfalo no es el resultado de unasimple suspensión de desarrollo (que, por otra par-te, no existe en la naturaleza), sino una suspensiónseguida de desarrollo extraviado, en cuyo extravíose aproxima, con relación á as partes abovedadas

Véase el número anterior.

y según los casos, más ó menos al camino humanoó al camino simiano.»

El carácter simiano de cierto número de particula-ridades que presenta el cerebro de los microcéfalosse halla perfectamente comprobado. Es verdad queM. de Quatrefages trata de atenuar este argumento.«El plan general del cerebro, dice, se presenta elmismo en el fondo en todos los mamíferos y en elhombre. En este punto, como en todo lo demás, laanalogía es mayor cuando se compara este últimocon los antropomorfos. Cuando su cerebro se alterapor una causa cualquiera y se reduce como en losmicrocéfalos, ¿hay algo de extraño en que se pre-senten nuevas analogías? Lo contrario es lo que nopodría comprenderse.»

Es efectiva é indudablemente cierto que no soloel cerebro del mamífero y del hombre, sino el de to-dos los vertebrados, está construido según un mis-mo plan general; pero es también evidentementecierto que el hombre y los monos presentan un planespecial, distinto de todos los demás mamíferos,plan que se distingue, según Gratiolet, «por el cuá-druple carácter de un lóbulo olfativo rudimentario,un lóbulo posterior que recubre completamente elcerebelo, de una cisura de Sylvius y de un cuernoposterior en el ventrículo lateral.»—«Así, continúaGratiolet, hay una forma del cerebro propia á losmonos y al hombre, y hay al mismo tiempo en lospliegues del cerebro, cuando aparecen, un ordengeneral, una disposición cuyo tipo es común á to-dos estos seres.» La disposición esencial de las cir-cunvoluciones es tan idéntica, como ya lo ha reco-nocido Gratiolet, que Pozzi, en su artículo sobre lascircunvoluciones cerebrales (Diccionario de Be-chambre), dice: «Seguramente, el plan de exposi-ción más cómodo en esta difícil materia,-sería, imi-tando á Gral&let, empezar por la descripción de unpitaciano donde se encuentran con una sencillezverdaderamente esquemática, las cisuras, los lóbu-los y las circunvoluciones.»

Luego no son nuevas aproximaciones á un ma-mífero cualquiera que se manifiestan, sino, por elcontrario, aproximaciones bien establecidas de lasque el feto humano muestra completa la filiación,porque en el embrión también se manifiesta unasencillez primitiva que se complica sucesivamente.Un cerebro humano atacado de suspensión de des-arrollo en una parte integrante de su conjunto,ofrecerá, por consiguiente, siempre caracteres queningún anatómico podrá desconocer.

Llego al punto más arduo y en el que por todaspartes me han atacado, el del atavismo, reveladopor las detenciones de desarrollo, y, por lo tanto,también por la de la microcefalia. «La microcefalia,decia yo en mi Memoria, es una formación atávicaparcial que se produce en las partes abovedadas

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del cerebro, y que lleva consigo, como consecuen-cia, un desarrollo embrionario separado, que se di-rige, por sus earaoteres esenciales, hacia el troncode donde procede el género humano.»

No consideraba á la ligera la microcefalia comouna suspensión de desarrollo. M. de Quatrcfagesestá conforme conmigo sobre este punto. Más arribaha indicado por qué esa suspensión puede y debeser considerada en sí misma; no volveré,, pues, átratar de esto. Pero sí suplico al lector que re-cuerde lo que he dicho sobre las diferencias quehay que establecer entre las fases embriónicas, al-gunas de las cuales reflejan las conformaciones per-manentes de los antepasados, mientras que otrasson debidas á las necesidades de adaptación ó delas condiciones mecánicas. En nuestros dias hayaún naturalistas que sólo ven en la serie de los ca-ballos, tan bien determinada hoy, una serie de ca-prichos de la fuerza creadora, en vez de reconoceren ella el desarrollo progresivo de un tipo; esosmismos naturalistas tampoco verán en el desarrolloembriónieo del pié del caballo, donde los dedosque faltan están indicados en gormen, aunque abor-tados, más que una casual aproximación, y en loscaballos didáctilos, tridáctilos y tetradáctilos, quealgunas veces se producen, sólo inocentes juegosde la misma fuerza creadora, hechos sin conexióncon una ley general. Claro es que esos naturalistasdeben rechazar toda conclusión basada en hechosanálogos ó semejantes. Pero esto no impedirá queun considerable número de escrutadores reconoz-can lazos evidentes, relaciones de mucho valorentre estos hechos, y que, á monos de rechazarcompletamente toda homología entre los hechosembriónicos y paleontológicos y eliminar en abso-luto la idea del atavismo, se convenga en que todasuspensión en el desarrollo hereditario de un ór-gano, respecto al cual no podemos demostrar lasdesviaciones por necesidad de adaptación ó demecánica, representa una conformación y consti-tuye un atavismo.

Luego, si hay un órgano que muestra en su des-arrollo emtriogénico una serie de fases correspon-dientes á las que vemos representadas por las con-formaciones permanentes en la serie de los verte-brados, es seguramente el sistema nervioso central.Hay, á no dudar, en su desarrollo desviaciones de-bidas á las causas de que hemos hablado; pero ¡quéreducidas son estas desviaciones; más diré, quéinsignificantes, al lado de las que vemos en otrosórganos! ¿En qué otro órgano se encontraría, porejemplo, esa «sencillez verdaderamente esquemá-tica» de que habla M. Pozzi, y que se manifiesta poruna parte en el desarrollo cerebral del embriónhumano, y por otra en el de los monos? Pues si estedesarrollo embriónieo se detiene y desvia en un

momento dado, el cerebro, quedando en el estadocorrespondiente'á una fase normalmente pasajera,debe representar también por necesidad una fasepermanente en la serié atávica.

Esta es la tesis que he sostenido y que aún sos-tengo, porque no hallo en los hechos demostradosrazones suficientes que me induzcan á modificarla.No me atengo á ella más que á cualquiera otra generalizacion ó á cualquiera otra teoría, porque todasestas conclusiones dependen de los datos y de lasexperiencias, y deben quedar abandonadas en elmomento en que un hecho cualquiera venga resuel*tamente á contradecirlas. Cuando haya quien mepruebe que no existen las suspensiones de desarro-llo, que ciertas fases embriogénicas no representanconformaciones permanentes expresadas en la orga-nización de seres precedentes, y que, por consi-guiente, la microcefalia es sólo un simple accidentemórbido, semejante á la hidropesía del amnios ó ála desviación de la columna vertebral, entonces medespediré de mi sueño, en el que yo-habia creidoentrever un pequeño trozo del camino que ha re-corrido el hombre durante su desarrollo histórico.

No por esto he dicho que considero los microcé-falos como seres atávicos «que recuerden el estadonormal de nuestros antecesores directos más leja-nos." Solo la parte del órgano en que acontece Hsuspensión de desarrollo es la que representa unafase normal de este órgano existente en el antepa-sado, pero no el conjunto del individuo. Que laanomalía tenga consecuencias más ó menos consi-derables para el organismo entero, según la impor-tancia del órgano herido, nadie lo ignora. El labioleporino no produce consecuencia ninguna en laeconomía animal, y la persistencia del orificio ovaldel corazón ocasiona casi siempre la muerte por lacianosis; un cerebro demasiado pequeño y mal con-formado debe ejercer influencia, no sólo en la inte-ligencia, sino también en la constitución del cráneoy de la cara; pero siempre acontece que no conoce-mos caso completo de atavismo que abrace entera-ramente todo el organismo, y que nos separaríamoscompletamente hasta de la noción de suspensiónde desarrollo si quisiéramos ver teóricamente caso8:

análogos.Al indicar la suspensión de desarrollo como causa

primera de la conformación cerebral del microcéfa-lo, hacía constar al propio tiempo que esta suspen-sión recordaba fases anteriores á la constitucióndel cerebro de los monos. Efectivamente, en la ma-yor parte de los microcéfalos la cisura de Sylviusqueda abierta en su parte inferior, y los lóbulosposteriores no recubren el cerebelo. Ahora bien;'estos dos caracteres se encuentran en el feto hu-mano, siempre y normalmente; pero en el hombrecomo en el mono ya desarrollados, la cisura de

N.°194 C. VOGT. EL ORIGEN DEL HOMBBE. 623

Sylvius está siempre cerrada y el cerebelo siemprerecubierto. Era, pues, incontestable que una vezadmitida la semejanza de las fases ontogénicas yfilogénicas, el estado de las partes estacionadas de-mostrase que la suspensión partía de una épocaanterior á los monos. Me fundaba para estas deduc-ciones en el hecho igualmente incuestionable queel mono joven se parece mucho más al hombre jo-ven que el mono adulto al hombre adulto, y que ladesemejanza, la divergencia se hacía más pronun-ciada á medida que los dos tipos comparados avan-zaban en su crecimiento.

No creo necesario demostrar esta proposición; suexactitud es demasiado evidente y salta á la vistadel que quiere comparar el cráneo de un chimpancéjoven que conserva aún los dientes de leche, con elde un niño en igual grado de desarrollo, y el de unchimpacé adulto con el de un hombre hecho.

El desarrollo de estos dos tipos presenta líneasdivergentes á partir del nacimiento. En buena lógi-ca, ¿debemos detenernos en este punto cuando setrata de examinarlas anteriormente? Ciertamenteque no; esta divergencia debe manifestarse tam-bién,, aunque en menor escala, en el desarrollo em-briónico. Ahora bien; dos líneas divergentes debenpartir de un punto común; en cuanto al cerebro,este punto me estaba indicado por los, caracteresde una conformación inferior aún al cerebro de losonistitis; y ateniéndome rigorosamente á los he-chos y á su encadenamiento, sacaba como conclu-

, sion final, que el hombre y el mono debian provenirde un tronco común, de una forma animal cualquie-ra, con un cerebro liso, con la cisura de Sylviusabierta y con Cerebelo no retíubíerto.

Me he abstenido de establecer hipótesis sobreesta base, que aun en el dia me parece bien com-probada. Es posible que el hombro primitivo, ante-cesor inmediato haya sido rojo y prognato, comose le imagina M. de Quatrefages; es posible que unantecesor más lejano haya sido velludo, trepador,deiColailarga, como quieren Darwin y Haeckel; ófltte haya tenido todos los caracteres tan bien evi-denciados en el estudio que acaba de publicarM.Howlacqua bajo el título Nuestro antepasado;también pueden conciliarse todas estas opinionescolocando al pithecoíde antes del prognato rojo.Es.evidente que debe haber eslabones entre el hom-bre actual y el punto de partida mucho más lejanoque acabo de indicar.

Admitido, como yo lo hago, este punto de parti-da^es preciso admitir también que las diferentesfamilias de los monos, de.las que es equivalente lafamilia humana, tienen su punto de partida en elmismo tronco y deben haberse desarrollado de unmodo paralelo, pero independíente. Consultandolos datos hasta ahora suministrados por la paleon-

tología, se encuentran en ellos algunos hechos queparecen comprobar esta proposición y que indicantambién, aunque de un modo aún muy oscuro, cier-tas relaciones entre los monos del Nuevo Mundo ylos antropoides, algunos de cuyos reflejos he he-cho notar en la estructura cerebral.

No conocemos, efectivamente, sino dos monoseocenos: el eopitecus, descrito por Owen en el eo-ceno de Kent, y el cenopiteco, descubierto porM. Rutimeyer en los depósitos pisolíticos de laSuiza. El primero, después de haber estado clasificado durante algún tiempo entre los ungulados (yame ocuparé á su tiempo de esta curiosa analogía),ha sido colocado inmediato á los macacos; el últi-mo, debe tener analogía con los lemurinos, por unlado, y ios monos del Nuevo Mundo por otro. Todasestas analogías se fúndanselo enalgunos dientes mo-lares, y pueden modificarse por el estudio de restosmás completos; pero, por ahora, es forzoso acep-tarlos cual están. Asi, pues, esta analogía entre unmono eoceno de Europa con modos confinados alNuevo Mundo me parece muy curiosa, y al combi-nar este hecho con las particularidades de la es-tructura cerebral, se pudieran buscar lazos de uniónque por ahora me basta indicar sin llevar más ade-lante mis deducciones.

Salvo el mosopiteco de Pikermi, los demás restosfósiles dol mioceno indican ya la separación de lasfamilias. El laopiteco americano es platirrino, se-gún los naturalistas de los Estados-Unidos; en Eu-ropa tenemos ya antropomorfos propiamente di-chos (dryopithecus), gibones (pliipitecus), semnopi-tecos, macacos y cercopitecos, al paso que la Indiapresenta también antropomorfos, semnopitecos yquizás colobos. Según M. Haeckel, los«antropomor-fos deben haber salido de los otros catirrinos, y elhombre de los antropomorfos.

Esta primera evolución debe haberse verificadoen la época eocena, puesto que se encuentran yaantropomorfos (¡y qué antropomorfos!) en el mio-ceno. Por otra parte, el hombre habría tenido supunto de partida en elplioceno, ¿-y qué sería en*tónces el hombre mioceno?

He dicho que podia haber alguna verosimilitud enel desarrollo paralélico de las diferentes familias,hombres, monos y artopitecos, de un mismo troncoinferior á todos estos seres por la constitución désu cerebro. Si yo quisiera construir árboles genea-lógicos y dotará lo¡ antepasados de formas hipoté-ticas, diría que la forma atávica debe haber tenido,además de su estructura inferior respecto al cere-bro, un número de dientes superior al de todos susdescendientes, y que las mandíbulas de esta forma-tronco deben haber llevado cuando menos cuaren-ta dientes en totalidad, á saber: en cada mediamandíbula dos incisivos, un canino, tres premola-

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res y cuatro molares. Sabemos efectivamente queel desarrollo paleontológico de las denticiones pro-cede por eliminación; las mandíbulas se empobre-cen, por regla general, en los descendientes. Así,pues, tenemos en los seres que nos ocupan trestipos de dentición: el hombre y los catirrinos tienendos incisivos,un canino,dos premolares y tres mola-res; los platirrinos tienen otros tantos incisivos,caninos y premolares, y un molar más; y los artopi-tecos presentan un premolar más y un molar rnó-nos. Si se acepta el principio del empobrecimientode las denticiones, debemos admitir que la forma-tronco tenía tres premolares, número que se con-serva en los artopitecos y que se ha disminuido enlos demás, y cuatro molares, número que se con-serva en los platirrinos, y que está disminuido en undiente en los catirrinos y el hombre, y en dos enlos artopitecos.

Pero dejo á un lado estas investigaciones; si hagomención de ellas es sólo para demostrar que par-tiendo de bases un poco diferentes, puede llegarseá muchas hipótesis, más ó menos probables y vale-deras.

Tomemos aún de más atrás el árbol genealógico.Para M. Haeckel, los prosimianos son un grupo-tronco que ha engendrado no sólo los monos conel hombre, sino también los insectívoros, los quei-ropteros, los rumiantes, los desdentados; en unapalabra, todos los mamíferos disco-placentarios, ymuy probablemente, además, los zono-placentarios,carnívoros y anfibios proboscidios ó hyracios. Comose ve, la descendencia es muy numerosa.

Estoy enteramente conforme con M. de Quatrefa-ges en rechazar este parentesco. Mi sabio amigo hahecho obserfar con razón que, según las investiga-ciones de los señores Alfonso Edwars y Grandidier,los lemurinos tienen una placenta difusa en formade campana; hubiera podido añadir que los datospaleontológicos, recogidos recientemente por lossabios americanos, confirman evidentemente estaanalogía ó aproximación inesperada entre los prosi-mianos y los ungulados. Los sabios americanos hanindicado dos familias de prosimianos eocenos, unade las cuales, la de los hinnoteridos, presenta en laestructura de los dientes formas intermediariasentre los ungulados, los lemurinos y aun los hapa-lidos, al paso que la otra, la de los lémur ávidos, seaproxima á los actuales lemurinos, pero presentatan considerable número de dientes, que por estesólo hecho se aproxima á los marsupiales. Los lim-noteridos tienen formas dentarias tan singulares,que de analogía en analogía, y bien notables porcierto, se llega á mirar á ciertos pequeños ungula-dos europeos, clasificados hasta ahora entre losanoploteridos, como muy próximos á los prosimianoseocenos de Amériea.

Mírense como se quiera estas aproximaciones 6analogías, la de la estrutura de los dientes y dela planceta nos obliga á eliminar á los prosimianosde ia serie inventada por M. Haeekel, y declarar queese grupo tan notable no puede entrar en el árbolgenealógico de los primates y del hombre.

Permítaseme aquí una pequeña digresión. Si lle-gara á confirmarse la analogía indicada entre losungulados y los prosimianos, veria en ella unaprueba más en favor de la convergencia de los tipos,que, en mi opinión, ha ejercido un pa el tan impor-tante en el desarrollo de las creaciones sucesivascomo la divergencia considerada únicamente hastaahora por los darwinistas. ¿Qué prueba más palpa-ble podria encontrarse de esa convergencia, que eseespectáculo de ungulados que se convierten por latrasformacion sucesiva de sus extremidades en seresparecidos á los monos, hasta el punto de haber sidoclasificados con ellos en el mismo orden?

Me apresuro á consignar que estos cálculos distanmucho de estar comprobados, pero que en todocaso los prosimianos no pueden cofocarse, segúnlos mismos principios de M. Haeckel, en la serieancestral del hombre, ni aun de los monos. Loshechos, los razonamientos fundados en las observa-ciones, nos llevan, por el contrario, á la conclusiónya indicada, que las familias de los monos, como ladel hombre, arrancan de una-época anterior á la deleoceno y provienen de un tronco tal vez múltiplo,pero caracterizado por un número de dientes másconsiderable y por un cerebro que presenta confor-maciones inferiores á las que observamos en el dia.

Así, pues, si comparamos esta conclusión con loshechos que presentan tos demás órdenes de los ma-míferos placentarios, encontramos fenómenos aná-logos. No necesito recordar las investigaciones deSarlet y de Gervais, que nos han demostrado quelos cerebros de los animales extinguidos son nota-blemente inferiores á los de los tipos vivos corres-pondientes; sólo insistiré en un hecho: que la granmayoría de los órdenes actuales de los mamíferosestaba representada en la época del eoceno. En ellaencontramos, además de los marsupiales que tienenun origen aún más antiguo, los primates, los carní-voros, los ungulados artiodáctilos y perissodáctilos,los cetáceos, los prosimianos, los queiropteros, losroedores y algunos órdenes ya extinguidos que pa-rece son el lazo de unión entre los proboscidios ylos ungulados; pero no se hallan en ella ni probos?cidios, ni desdentados, ni solípedos, ni rumiantes.Pero en cuanto á estos dos últimos órdenes, no te-nemos por qué apurarnos. Las etapas recorridas porlos solípedos están demostradas paso á paso con elestudio de los miembros y de los dientes desde elorohipo tetradáctilo del eoceno hasta el sollpedoactual, pasando por los hippariones, etc., tridáctilos

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del mioceno; y en cuanto álos rumiantes, poseemosys tal número de jalones, desde los anoploleridosartiodáctilos hasta las familias actuales, que pode-mos indicar el camino recorrido. En cuanto álos proboscidios, su filiación es menos conocida ápesar dé las interesantes investigaciones de los pa-leontologistas americanos, pero al menos puede en-treverse. Respecto á los desdentados, así como paralos insectívoros, no tenemos ninguna indicación.Pero la dentición de estos últimos es tan parecidaala de los antiguos marsupiales, que no podemosresistirnos á la idea de referirlos á este tronco, á lavez que lamentamos la insuficiencia de los docu-mentos poleontológicos: esta idea viene, por otraparte, á tener alguna comprobación en el descubri-miento de un insectívoro en las fosforitas eocenasdelLot.

Pero esta insuficiencia es desesperante cuando lle-gamos á la época cretácea, que no ha presentadoaún resto alguno de mamíferos. Todas las líneasaisladas de descendencia de los diversos órdenes delos mamíferos, se cortan al borde de ese golfo des-conocido, sobre el cual podemos echar puentesimaginarios, pero todos tan hipotéticos y tan des-provistos de realidad los unos como los otros.Puede muy bien suceder que muchos de los órde-nes ya separados ó completamente distintos desdeel principio de la época terciaria, sean ramas origi-narias de antepasados de formas intermediarias quevivian en aquella época; pero puede muy bien suce-der que sen verdad lo contrario: nada nos indicacuál de estas opiniones hallará su confirmación enel tiempo.

M. Haeckel ha llevado con mano intrépida suárbol genealógico á través de este largo espacio dolo desconocido para enlazar su calirrino, antecesorinmediato del hombre, por el intermedio de los

; prosimianos con los marsupiales. Sin embargo, esteenlace tiene contra sí todos los hechos hasta ahoraconocidos: los prosimianos, como hemos visto, notienen nada que ver con los primates, y solo presen-tan con ellos relaciones superficiales de adaptación.Las diferentes familias de los primates, incluso elhombre, ¿tienen sus raíces inmediatas en los marsu-piales, ó bien tienen formas intermediarias cuyarevelación hemos de pedir á descubrimientos futu-ros? En la actualidad es imposible responder á estacuestión.

Saltamos de un golpe de los mamíferos placenta-rios terciarios á los marsupiales de los terrenoscalcáreos de Purbeck, deloolito de Stonesfleld y deltrias de la Europa y de la América del Norte.

Creo que todos están conformes en la actualidaden considerar los aplacéntanos (marsupiales y mo-notremas) como una subclase de los mamíferos,inferior bajo todos los puntos de vista, á los placen-

TOMO x.

tarios; creo también que todos los darwinistas esta-rán conformes en considerarlos como el tronco dedonde proceden los placentarios. Los hechos pa-leontológicos concuerdan aqui con los datos de laanatomía comparada; no puede invocarse la ontoge-nia, porque no conocemos absolutamente nada deldesarrollo embriónico propiamente dicho de losaplacéntanos. La paleontología nos presenta el tipoparticular de los pedímanos, reducidos hoy á laAmérica, representado también en el eoceno deEuropa; nos presenta también, en los terrenos se-cundarios, tros tipos de dentición muy diferentes;el uno insectívoro, el más frecuente y el más anti-guo, porque es el único representado en el trias porel dromatheriwm americano y el tnierolestes euro-peo; este tipo continúa á través do todas las demásformaciones; un segundo tipo, ungulado, conocidotan sólo por una mandíbula incompleta del colito deStonesfleld (stereognathus); y por último, un tercertipo revelado por los plagianlax del Purbeck y quese asemeja notablemente á los actuales kanguroos-ratas (hypsiprimnos). ¿Con cuál de estos grupos en-lazaremos el tipo de los primates? La respuesta noes ciertamente muy sencilla; y aunque veamos yavarios tipos de dentición claramente indicados enestos antiguos marsupiales, sin embargo, esto nobasta para decir en general: ¡los catírrinos provie-nen de los didelfos!

Un solo hecho se desprende claramente: todoslos antiguos marsupiales que conocemos tienen to-das las especies de dientes claramente caracteriza-das; hasta en el dromaterium triásico, el más anti-guo de todos, encontramos incisivos, caninos, pre-molares y molares perfectamente caracterizados yen gran námero. ¿Qué deducción hemos de sacar deeste hecho? Evidentemente esta: que los mamíferoscon dientes aminorados ó poco numerosos pertene-cen á tipos metamorfoseados y desviados, al pasoque los que tienen toda clase de dientes y en bas-tante número han conservado en su dentición un ca-rácter hereditario antiguo. Los primates tienen losdientes perfectamente normales y en número con-veniente; podremos, pues, deducir que este grupotiene una antigüedad relativamente grande.

Esta es la razón que opongo á la opinión deHaeckel, que indica como tronco de los marsupialesunos monotremas desconocidos con los que puebla,las épocas triásiea y jurásica. La dentición nula ómuy incompleta de los monotremas actuales de-muestra bien que son tipos desviados, que podríanponerse en parangón con ciertos marsupiales casidesdentados, tales como el tarsipo. También nosdice Haeckel que los antiguos monotremas, los pro-manmalianos, como él los llama, «tenían segura-mente una dentadura bien desarrollada que les ha-bian legado los peces!» No es muy fácil legar cosas

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que no se tienen. Para uso de esta hipótesis erapreciso inventar también peces antiguos con incisi-vos, caninos y molares! No contento con esta dobleinvención de monotremas herederos de una ricadentición y de peces testadores que legaron aqueltesoro, Haeckel emite también la idea que los mar-supiales triásicos no son en realidad sino aquellospromanmalianos dentados por el testamento de lospeces! ¡No puede abusarse más del olvido de loshechos!• Pero sigamos adelante. ¿De quién desciende estemonotrema promanmaliano dentado, antecesor detodos los mamíferos sin excepción y por consiguien-te del hombre ? «Por toda su organización y por suembriología, el hombre es un amniota,y procede,como todos los demás, del protamnion!» «Los pri-meros grupos originados del protamnion se divi-dieron en dos grandes ramas divergentes que sedesarrollaron de muy distinto modo», por un ladolos mamíferos, los reptiles y las aves (saurópsidosde Huxley) por otro. El protamnion es el antepasa-do común, que hizo la adquisición en favor de todossus descendientes del amnio y del atlantoides, sedesprendió de las branquias funcionantes, conser-vando solo durante algún tiempo las hendidurasbranquiales y los arcos que- las separan,—en unapalabra, que adquirió todas las conformaciones porlas cuales las tres clases de vertebrados superiores,reptiles, aves, mamíferos, se distinguen de los infe-riores ó idiópsidos como los llama Huxley. El pro-tamnion, descendiente á la vez de un salamandrido,era muy parecido por su forma exterior á ciertoslagartos, pero no debe considerársele como un ver-dadero reptil.

El árbol genealógico es, pues, este: Un salaman-drido engendró el protamnion hipotético; este tuvodos hijos, uno el promanmalo, otro el prosaurio,como le llamaré yo, puesto que M. Haeckel no le hadado nombre.

Difícil nos es conciliar la existencia de estos ge-neradores hipotéticos con los hechos y hasta conlas tendencias teóricas de M. Haeckel. El único ca-rácter dominante que distingue los saurópsidos delos mamíferos está fundado en la constitución de laarticulación occipital;—los mamíferos tienen elcóndilo doble, los saurópsidos le tienen simple.Pues si los anfibios tienen un cóndilo doble, lasalamandra ancestral debiera tener también un cón-dilo doble. ¿Qué disposición tenía la articulaciónoccipital de aquel protamnion tronco, cuya existen-cia se halla comprobada, según M. Haeckel, por laanatomía comparada y la ontogenia de los reptiles,de las aves y de los mamíferos, y que ha legado álos unos el cóndilo simple y á los otros el cóndilodoble? Nada se nos dice acerca de esta parte,' tantomás importante, cuanto que todas las particularida-

des que distinguen los monoftemas de los demásmamíferos, les aproximan más bien á los saurópsi-dos que á los anfibios. Me limito á indicar la cintu-ra torácica, parecida á la de los ictiosauros, la es-tructura de los ovarios enteramente parecida á losde las aves, y remito respecto á las demás analo-gías á todos los tratados de anatomía comparada, yespecialmente al de Huxley, en el cual el capítuloconsagrado á los monotremas principia así: «Sonde todos los mamíferos los que más analogías tienencon los saurósidos.» Ahora bien, de dos cosas, una:ó la línea de descendencia va desde el anfibio pa-sando por el protamnion á los monostremas, loqueasegura la herencia directa del doble cóndilo en fa-vor de estos últimos, pero entonces no se compren-de de dónde pueden haber tomado los monotremaslos caracteres que los aproximan á los saurópsi-do3; ó bien la línea de descendencia no pasa porlos monotremas, y entonces, ¿á qué queda reducidoel promanmalo y todo el árbol genealógico de M.Haeckel?

No es posible dejar de admirar laiigereza con queenumera ciertos hechos M. Haeckel para persuadircon ellos á sus lectores de que los mamíferos nodescienden de los saurópsidos, sino de los anfibios.Pero yo no insistiré más acerca de estas asercionesque dan hasta á las tortugas y á los cocodrilos man-díbulas articuladas con el cráneo por medio de unhueso cuadrado móvil; solo quiero recordar apique los hechos recientemente evidenciados porM.-Owen en su magnífico trabajo sobre los reptilespermianos ó triásicos del cabo de Bueña-Esperanzatraen pruebas bastante convincentes del enlace di-recto entre los reptiles y los mamíferos. Ciertamen-te, si se busca un tronco hereditario para la denta-dura tan variada de los antiguos mamíferos, no de-bemos dirigimos, como lo hace M. Haeckel, á peceshipotéticos, sino á los cynodracon, licosauro, etc.,á aquellos teriodontes, en una palabra, que á la vezque eran verdaderos reptiles tenían incisivos, cani-nos y molares bien caracterizados: si se busca elprototipo del pié del carnicero, es preciso dirigirseá esos mismos reptiles, y lo mismo respecto á unamultitud de otros diferentes caracteres de organi-zación. En el caso en que se quisiera establecer uncuadro genealógico hipotético, sería preciso decirque la gran mayoría de los hechos habla en favor delos reptiles como tronco ascentral probable de losmamíferos.

¿Cuales son, por el contrario, los hechos paleon-tológicos que pudieran inducirnos á buscar el orí-gen de los mamíferos en tos anfibios antiguos ante-riores al trias? Salvo el doble cóndilo occipital, noencontramos ningún earácter que permita estable-cer semejanza alguna; no hay nada de común en laestructura de la columna vertebral, del cráneo, de

fí.' 194 R. DE MEDINA. EL MOVIMIENTO INTELECTUAL EN HUNGRÍA. 627

los dientes ó de los pies. Ningún anfibio antiguopresenta siquiera un indicio de aquella denticiónpeculiar de los theriodontes; ninguno muestra larotación de los huesos de los brazos; ninguno ladisposición de los huesos del pié; porque si tene-mos en la hulla anfibios pentadáctilos al lado de lostetradáctilos, es preciso observar que lodos lospies hallados hasta ahora y todas las huellas que seles atribuyen tienen el dedo exterior, el dedo pe-queño, separado del resto de la mano, y no elpulgar, como sucede en los marsupiales pedímanosJen los primates. Por el contrario, los theriodontestienen la rotación del antebrazo y la estructura delpulgar como en los mamíferos.

Según el árbol genealógico de los vertebradosdado por M. Haeckel en su «Cuadro decimosexto(pag. 385)», los anfibios descienden de los dipneus-tos (sus representantes actuales: protoptero, lepi-dosiro, ceratodo); estos descienden de los selacios(rayas y tiburones), y los selacios á su vez de losmonorinos (mixinoides y lampreas). Los dipneustosdan también una rama lateral constituida por lostalisaurios, mientras que los selacios engendrancomo rama colateral los ganoides y los teleostios.

Deseando ocuparme exclusivamente de las líneasque van á parar directamente al hombre, segúnM. Haeckel, me reservo para otra ocasión la discu-sión del singular puesto asignado á los ictiosaurosy plesiosauros, separados enteramente de los repti-les, así como la separación de los ganoides, loscuales tienen sin embargo, según M. Günther, tantasafinidades con los dipneustos, que este autor en suexcelente monografía'áel ceratodo reúne estos últi-mos con los mismos ganoides. Por mi parte, debodecir que habiendo tenido á mi disposición' dosejemplares del ceratodo de la Australia, he podidocomprobar la escrupulosa exactitud de las investi-gaciones de M. Günther.

Reservándonos nuestras opiniones acerca de lospuntos especiales que pueden promoverse aquí, de-bemos decir que M. Haeckel está en lo cierto cuandoreconoce en los selacios los vertebrados conocidosde más antiguo. Se presentan en el siluriano supe-rior. Pero si se trata de trazar las líneas de descen-dencia desde este punto primitivo, confieso que si losganoides cartilaginosos y los dipneustos son en lacreación actual el lazo de unión entre los selaciosy los anfibios, yo hallo en el esqueleto de los lepi-dosteos muchas relaciones con los reptiles propia-mente dichos, al paso que el orden de aparición,tal cual le conocemos en el dia, no concuerda abso-lutamente en nada con las descendencias estableci-das por medio de los datos de la anatomía compa-rada. Solo se trata efectivamente de hechos anató-micos; si conocemos la ontogenia de los selacios

i gracias á los trabajos de M. Balfour, si muchos ob-

servadores nos han descubierto la de los anfibios,debemos confesar que la de los dipneustos nos estan desconocida, que M. Balfour para hacer concor-dar la ontogenia de los selacios oon la de los anfi-bios, se ha visto obligado á inventar fases interme-diarias hipotéticas. Por último, lo que conocemos dela embriogenia de un solo ganoide cartilaginoso, elesturión, no es de tal naturaleza que nos haga en-trever u¡i estado intermediario bajo el punto devista ontogénico.

Decia que los hechos paleontológicos no concuer-dan con las construcciones hipotéticas sacadas dela anatomía comparada. Hallamos, efectivamente, enel terreno devoniano una multitud de formas diver-sas de peces ganoides ó reputados por tales quedeben haeer suponer largas series de descendencia,una vez admitida la teoría monofilótica adoptadapor M. Haeckel. Para hacer derivar de un solo tron-co los ganoides acorazados, así como las familias delos dipterdios, de losacantodianos, de los celacantosy de los holotiquidos, todas numerosamente repre-sentadas en los terrenos devonianos, sería eviden-temente necesario una multitud de metamorfosissucesivas que exigen un tiempo considerable ycondiciones muy especiales.

C. VOGT.(Concluirá.)

EL.MOVIMIENTO INTELECTUAL EN HUNGRÍA.

Varios autores han tratado ya de dar á conocerdetalladamente la obra de renovación emprendidapor el puet>k> húngaro, el único tal vez que con-serva cuidadosamente sus tradiciones nacionales,caminando resuelto hacia adelante, sin volver laespalda al pasado, y logrando de este modo desta-car CDHIO una aparición verdaderamente originalsobre el fondo monótono de la civilización moderna.Pero lo han hecho en obras que especialmente sedirigen al público alemán, como M. Alberto Sturm,en sus Culturbilder ans Buda-Pest, y M. Pablo Hun-falvy en Literarische Berichte ans Ungarn.

Tratándose de un país que hace veinte años sóloera conocido en Europa por sus desgracias, peroque en la actualidad cuenta con hombres de Estado,oradores, escritores y poetas que empiezan á llamarla atención fuera de su patria, creemos oportunodedicarle algunas páginas, siquiera sea extractandode estudios extranjeros lo que principalmente cons-tituye su movimiento intelectual.

Establecidos definitivamente los Magyares en lasorillas del Danubio el año 1.000 de la cristiandad, selanzaron* sin vacilar en las vías del desarrollo inte-

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lectual y moral cuando la mayor parte de los pueblosde Occidente se hallaban abismados en los terroresdel ñn del mundo. Bajo el punto de vista político,nadie ignora el papel que desempeñaron durantemucho tiempo, y sería ocioso recordar que hansalvado á Europa amenazada por la invasión oto-mana. Pero lo que sí conviene hacer presente, por-que sin duda se ha olvidado, es que también bajo elpunto de vista intelectual tuvieron, en la Edad Mediay al principio de los tiempos modernos, su períodode esplendor, demasiado pronto interrumpido porlas incesantes guerras que hubieron de sostenercontra los enemigos de la cristiandad.

Las universidades de la Hungría figuraban entrelas más célebres y frecuentadas de Europa, y encuanto á sus bibliotecas, las restituciones que le hahecho recientemente la Turquía demuestran almundo cuál era su riqueza. Los Corvina, muchotiempo antes que los turcos los dispersaran, disfru-taban de una merecida reputación y eran dignosdel monarca cuyo nombre llevaban. Porque Ma-tias V, Corvin, no fue solamente un héroe en loscampos de batalla, sino un gran rey, en toda la ex-tensión de la palabra, que se interesó enérgicamentepor el desarrollo social y literario. Fundó una Uni-versidad capaz para 30.000 oyentes, é hizo de labiblioteca de Pesth una de las más ricas del mundo.

Las circunstancias políticas contribuyeron pode-rosamente á que tan brillante período sufriera unadetención durante la cual pareció Hungría retroce-der. Abatida por sus luchas contra los turcos, lamonarquía de San Esteban quedó momentáneamentereducida al papel de satélite del Austria.

Pero en ninguna época ha carecido de escritoresy de poetas. En los primeros años do este siglo,Nicolás Zrinyi y Kalina, en poemas líricos inspiradospor el más ardiente patriotismo, hicieron renacerante los ojos de una generación temblorosa los glo-riosos tiempos de la Bula de oro. Después Boros-marty, más popular aún, electrizó los corazones consus entusiastas cantos. El conde Szechenyi deciaen 1830: «La Hungría no existia ya, y ahora va áresucitar.»

Mas, i decir verdad, hasta hace diez años no havuelto Hungría á recobrar su puesto entre las na-ciones cuya cultura literaria merece notarse. Y alpatriotismo lo debe; al mismo sentimiento que vivi-ficó sus aspiraciones á la independencia y á la auto-nomía. Desde que han vuelto los húngaros á serdueños de sus destinos, ya no han querido quedarseatrás en ningún concepto. ¡Qué asombrosos progre-sos han realizado en los diez años últimos! Nadie ne-gará que han procedido con alguna precipitación alprincipio, que se han lanzado con demasiado ímpetuen todas direcciones, á riesgo de traspasar los lí-mites; pero, ¿quién se atrevería á censurarlos? En

política, han demostrado que sabían bien dónde co-mienzan los deberes y hasta dónde alcanzan los de-rechos. En literatura, comprendieron al momentoque ante todo debían hacer desaparecer el aisla-miento en que les tenía su lengua, poco conocida enel resto de Europa, y no solo se apresuraron á tra-ducir las obras maestras de las demás naciones, conel fin de apropiárselas, sino que vertieron al alemánsus obras científicas y literarias para que supieraEuropa que el reino de San Esteban también teníaescritores y sabios dignos de ser conocidos. Ambascosas las realizaron con la energía que á todo suelenconsagrar, y de este modo entraron en comunica-ción con el mundo civilizado. Desde entonces, apre-ciada la Hungría como merecía serlo, logró que susesfuerzos por adelantar rápidamente en el caminodel progreso, se siguieran con interés en todaEuropa.

En cuatro direcciones se ven claramente las hue-llas de sus perseverantes esfuerzos: en lo que serefiere á la instrucción pública, á laoiencia, al arte.yá la literatura.

Al empezar el régimen constitucional, ya tuvoHungría en el barón José Eotvos el hombre queparecía predestinado para imprimir á la enseñanzanacional un vigoroso impulso. Hábil escritor y pen-sador profundo, llevó al ministerio un perfecto co-nocimiento del mal que habia que corregir, y unafirme voluntad de aplicar inmediato remedio. Perosorprendido desgraciadamente por la muerte, dejósu obra sin concluir. El ministró actual M. de Tre-fort la continuó, sin embargo, con bastante éxito.El número de las escuelas elementales se elevóá 2.000, y el de educandos se aumentó en un 20por 100. Se crearon escuelas normales para acudirá la falta de profesores y dotar á la juventud demaestros dignos de su misión. Los establecimien-tos de instrucción secundaria fueron también obje-to de la atención del ministro, que ha hecho llegaren los últimos años á 7S el número de las escuelastécnicas {Realschulen) preparatorias para las car-reras industriales.

La universidad de Pesth, que en 1851 solo tenía695 alumnos, cuenta hoy más de 3.000; y en diezaños se han creado en ella diez y siete clases nue-vas. Se ha fundado otra universidad en Klausembur-go; y hay ya 12 facultades de derecho, 40 estable-cimientos teológicos una escuela politécnica, unaacademia forestal, una escuela superior de agricul-tura muy célebre, una de veterinaria y ocho escue-.las especiales de agricultura. Para la educación dela mujer, hay una escuela superior del Estado y nu-merosas instituciones creadas por la generosa ini-ciativa de los príncipes de la Iglesia.

Las escuelas de enseñanza especial para el co-mercio y la industria se ven igualmente favorecidas

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por el gobierno. No contentos los Magyares con de-mostrar de tal suerte su patriotismo, no han retro-cedido ante ningún sacrificio para fundar sociedadescuyo fin es la propaganda y el progreso de las cien-cias, la literatura y las artes. A. la cabeza de estassociedades figura la Academia do ciencias, obra ex-clusiva de la nación, debida al patriótico ardor deSzeehenzy, uno de los más nobles hijos de Hungría,el último Magyar, cuya gloria es la gloria nacional.El desarrollo de la lengua húngara bajo el punto devista científico, es una de las principales misionesde dicha Academia; y hasta ahora la ha cumplido sindescanso. La lengua de que antes se servían loshombres de ciencia, los representantes del pueblo,la nobleza y hasta ciertos individuos de las clasesinedias, era el latín. Las obras científicas, para quese conocieran en el extranjero, se escribían en ale-mán ó en francés. Los estudios lengüísticos empren-didos con entusiasta ardor han producido ya impor-tantes resultados, consignados en obras especiales,y que constituyen por sí solos una literatura. Entrelos representantes más autorizados de la ciencialengüística húngara, figuran hombres cuyos nom-bres son hoy gloriosamente conocidos fuera de supaís.

Mas no se han limitado á esto las aspiraciones dela Academia. Descosa de suscitar el progreso en to-dos sentidos, ha establecido concursos anuales,para desarrollar la literatura dramática, en los quedistribuye premios, unos que ella concede y otrosdebidos á la generosidad de algunos patriotas, á losjóvenes autores que juzga dignos de ser estimula-dos. Desgraciadamente, hay que reconocer contoda franqueza que hasta hoy no han producidograndes resultados esos concursos.

El genio dramático no se improvisa así, por elsolo influjo de un premio académico. Parece, sinembargo, que en cuanto concierne á la literaturadramática húngara de estos últimos tiempos, lomismo por parte del público que por la de la Aca-demia y de los mismos concursos, se han padecidolamentables errores. Tal vez se han elegido mal losprogramas. ¿Por qué se han descartado obras comoUn rey de Hungría, Bruto y Lucrecia, Calderón,y oirás que merecían figurar en el repertorio uni-versal de las gentes de buen gusto, para dejar elpuesto libre exclusivamente á las piezas populares?Cierto es que las obias de Szigliety tienen un valorreal; y es preciso hacer al teatro popular la justiciade que en la época en que aun no habia libertad re-cordó á la nación sus gloriosos destinos. Pero no esmenos curioso, por eso, el contraste de que cuandose representan en Pesth las obras de Shakspeare óde Schiller el teatro se llena y la atención llega alparoxismo, y sin embargo los autores nacionales pa-recen esquivar las serias formas de la tragedia ó del

drama heroico, prefiriendo seguir los conocidossenderos de las canciones popularos y del dramavulgar.

Recientemente se han hecho por la nueva escuelalaudables tentativas para entrar en distinto camino.M. Luis Doczi y M. Koloman Toth, en diversas obrashan demostrado que el horizonte dramático podiaensancharse fácilmente.

Volviendo á la Academia, haremos constar que enfin del año último, el número de académicos era de316, de los cuales habia 96 extranjeros. La segundacifra revela el aprecio que hace ya del extranjeroaquella docta corporación. En poco tiempo se haconquistado un puesto honroso entre los institutosque en otros países persiguen un fin análogo. Si noha llegado aún á la altura de algunos de ellos, con-siste únicamente en causas que no pueden ignorarlos que conocen la historia moderna de Hungría,pero que tienden á desaparecer en breve plazo.

Entre las sociedades que al par que la Academia,orgullo de la nación y su creación favorita, se dedi-can á proteger y vulgarizar la lengüística, las cien-cias, la arqueología, la historia y las bellas letras,figura en primera línea la Sociedad Kisfaludy, fun-dada en 1836 por los amigos del poeta Kisfaludy conobjeto de publicar sus obras y exigirle un monu-mento. En la actualidad, ampliando su misión, seconsagra á dar á luz las obras más notables, lo mis-mo de los autores nacionales que de los extranje-ros. A ella se deben excelentes traducciones deShakspeare, de Moliere, del Don Quijote de Cervan-tes, etc., etc. Con dicha sociedad rivalizan la So-ciedad Petan, y la Sociedad Kemeny. Hay ademásotras varias que so dedican al estudio de las cien-cias naturales y de la historia, cuya enumeraciónexigiría un volumen. Nos limitaremos, pues, á citarlos grandes establecimientos que tienen verdaderaimportancia, como el Museo nacional, que es á lavez biblioteca, gabinete de medallas, galerías decuadros y galería de historia natural. Su origen seremonta á 1802, y en 61 se ha reunido cuanto puededar alguna luz respecto al pasado de la patria, asíbajo el punto de vista histórico como en el naturaly descriptivo. En la' citada fecha hizo donación elconde Francisco Szcchenyi de su magnífica bibliote-ca compuesta de 30.000 volúmenes, casi todos hún-garos, y de curiosos manuscritos. Y esta donaciónhizo nacer la idea de formar la colección que cons-tituye el Museo, á la cual se agregó la galería de196 cuadros que dio el arzobispo Ladislao Pyrker áprincipios del siglo, y la colección de libros, meda-llas, armas y antigüedades de Jankowich, para cuyacompra votó la Dieta húngara en "1836 un crédito de125.000 florines. La biblioteca consta en la actuali-dad de más de 200.000 volúmenes; y en 1876, se-gún los datos estadísticos, el número de sus visi-

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tantes excedió de aquella cifra, ó sea de 500por dia.

Para dar una idea de la actividad intelectual delos húngaros, antes de entrar en los detalles relativos á la producción literaria propiamente dicha,basta establecer un punto de comparación. Los Ma-gyares no son más que seis millones; la poblacióntotal de Hungría no pasa de once millones, y, sinembargo, más de la mitad de las obras editadas en1876 en la monarquía austro-húngara, procede ex-clusivamente de aquella parte del imperio. Un con-siderable número de estas obras son poco conocí"das en el extranjero, por las enormes dificultadesque ofrece á los traductores la lengua húngara.Pero comparativamente con las demás naciones, sepuede afirmar que la literatura húngara es una delas más traducidas y apreciadas, precisamente porel carácter de originalidad que indicamos al princi-pio. Eó'tvos, Josika, Kemeny, Arany, Jokai, y, entrelos jóvenes, Toldy, Berzig y Doczi, son nombresdignos de recordarse por cuantos saben compren-der, á través de la diferencia de los idiomas y delos usos, la parte universal del genio humano. Hastaentre tos escritores de edad ya madura, ofrece laliteratura húngara el sello de una eterna juventud.En un siglo tan prosaico y positivo como el nuestro,es más de notar el ardiente entusiasmo de que re-bosan las obras Magyares. La mayor parte de losnovelistas y poetas húngaros, de inagotable fecun-didad, son verdaderos improvisadores. El escritormás popular del dia, Mauricio Jokai', no se contentacon producir novelas ó artículos de crítica literaria,sino que colabora al mismo tiempo en cuatro dia-rios, haciendo en uno la revista literaria y redac-tando en otros los artículos políticos y especial-mente la polémica periodística.

El periodismo es el gran campo de la actividadintelectual en Hungría. Pueblo de lucha y combate,siempre en la brecha, dispuesto siempre á romperlanzas por cualquiera cuestión que se le presentecon calor, pero siempre también inclinado á la razónpor su innato buen sentido, se lanza al periodismocomo á su elemento natural; y en las diarias discu-siones de la prensa, halla un medio seguro de hacerprevalecer los derechos de que tan celoso se mues-tra. En diez años se han creado más de 200 periódi-cos. El número de los que hoy existen asciende á268, cuyas dos terceras partes se publican en len-gua húngara. Algunos, en alemán, como el PestherLloyd, gozan de una reputación europea; pero ge-neralmente los de verdadera influencia nacional seescriben en lengua magyar. Adolecen éstos del de-fecto de discutir con demasiada exaltación, mas- seles puede perdonar en gracia de su buena fe y desu incorruptibilidad.

En el terreno artístico también pueden señalarse

algunos progresos é incesantes esfuerzos. Nada seha omitido para crear un arte nacional; se han fun-dado escuelas, se han concedido subvenciones álos mejores discípulos, se han organizado concur-sos y se han adjudicado premios. En este punto,como en otros, el patriotismo individual ha rivaliza-do con el celo de los gobernantes. Hasta estos últi-mos tiempos no habia escuela de dibujo ni de escul-tura, y los jóvenes artistas tenian que ir á buscar laenseñanza fuera de su país. Inmediatamente se fun-dó una escuela central de dibuju, y después unaSociedad más especialmente designada por su nom-bre para el fomento de las artes plásticas: Ungwis-ches Verein fiir Uldende Kttnste.

En favor de la música se han hecho mayores es-fuerzos. Pero en esto la tarea era fácil, atendida laafición de los pueblos que habitan las comarcas delDanubio á la armonía, al ritmo y á los cantos melo-diosos. En 1844 fundaron unos particulares, á susexpensas, el Conservatorio de Pesth, y desde aque-lla fecha la Dieta húngar-a le ha señalado todos losaños una importante dotación. En 1875, el gran ta-lento nacional, Francisco Liszt, fue nombrado direc-tor, y actualmente aquel Instituto musical puedecompetjr con los mejores de Europa. Se ha fundadouna Academia de música, presidida también porLiszt, y tanto en Pesth como en las provincias sehan establecido numerosas escuelas.

La escuela teatral, fundada en 1864 para la edu-cación de los artistas, era indudablemente, bajo elpunto de vista artístico, una de las más imperiosasnecesidades, y ya empieza por fortuna á dar susfrutos. Desde hace algunos años, el Teatro Nacio-nal de Pesth ha recobrado su esplendor; en él en-cuentran digna interpretación las obras de Shaks-peare, Schiller y Moliere.

Resumiendo: con la fundación de la Academia,del Museo Nacional, del Conservatorio de música, yel vigoroso impulso dado á todos los ramos de laenseñanza, Hungría ha adelantado en algunos añosel camino que otras naciones tardan á veces un si-glo en recorrer. Por el generoso arranque con quetodas las clases sociales contribuyen á las fundacio-nes que pueden coadyuvar á la gloria de la nación,merece ver muy pronto sus esfuerzos coronados delmás completo éxito.

Hungría es un pueblo simpático, entusiasta porla libertad, y digno de interés por su patriotismo.

RICARDO DE MEDINA.

J. 0LMED1LLA. LAS DIFERENTES EDADES DE LA VIDA. 631

LAS DIFERENTES EDADES DE LA VIDA.

Nuestro tránsito por el mundo se halla marcadopor períodos diferentes que reciben el nombre deedades. Todo ser dotado de vida se halla forzosa-mente sujeto á una serie de cambios que no es po-sible impedir y cuya marcha no hay medio decontener. En el volumen de los órganos, en las fun-ciones de los mismos, en las sensaciones, los ins-tintos, las pasiones, los deseos, creencias, aptitudes,en todas las manifestaciones de la vida, hay varia-ción con la edad.

De diferentes modos se han clasificado las edades,cuyas, clasificaciones no pueden menos de adolecerde bastantes defectos. Algunos han dividido la vidacatres períodos, designándolos con los nombres deincremento, edad estacionaria y decrecimiento;más como la evolución del individuo se hace de unmodo paulatino, pero incesante, no es posible se-íalar bien una línea divisoria donde acabe uno ycomience otro período. Ya el vulgo establece la in-fancia, adolescencia, edad viril y vejez, divisiónadoptada por muchos hombres de ciencia como másexenta de inconvenientes.

Considerando la aptitud para reproducirse, se han«arcado los períodos de la vida en tres épocas, se-gún que todavía no existe la referida aptitud, quese encuentra en todo su vigor, ó que ya languideceó ha desaparecido por completo.

No han faltado tampoco fisiólogos que han creidoque debian dividir la vida en setenarios ó períodosde siete años, los cuales, agrupados de dos endos ó de tres en tres, correspondían á los prin-cipales cambios que experimenta el cuerpo delhombre. Pero, en primer lugar, los últimos períodos

i déla vida no se acomodan tan bien como los pri-meros á esta división, y por otra, el desarrollo or-gánico varía según los temperamentos, climas, ele.

Hallé es uno de los autores que ha establecidouna división de edades más generalmente adoptada,yson cinco: infancia, puerilidad, pubertad, virili-dad y vejez, comprendiendo la primera, de uno ásiete años; la segunda, de siete á quince; la tercera,de quince á veinticinco para los hombres, y de tre-ce á veintiuno,para las mujeres; la cuarta, de vein-ticinco á sesenta para los hombres, y de veintiunoá cincuenta para la mujer, y la quinta, de sesentaen -adelante para ambos sexos, estableciendo ade-más grados en la virilidad y en la vejez, conocidoscon los nombres de virilidad creciente, confirmaday decreciente, y de vejez avanzada y decrepitud.

Beequerel adopta, respecto á edades, la siguien-te división: 1.a, época del nacimiento, ó sea el niñorecien nacido; 2.a, primera infancia, que comprende

i el nacimiento hasta los dos años; 3.a , segun-

da infancia, desde los dos á los doce ó quince años;4.a, adolescencia, desde los doce ó quince años álos diez y ocho ó veinte; 5.a, edad adulta, desde losveintiséis á los sesenta'; 6.a, vejez, desde los sesen-ta hasta la muerte.

Las ideas pitagóricas dieron grande importanciaal poder de los números, y suponían que algunosaños ejercían grande influencia en la vida; pero solobasta enunciar este modo de pensar para desecharloy relegarle al número de los absurdos.

De lodos modos, creemos que esta división de lasedades es sumamente difícil establecerla en abso-luto; pero tomando los caracteres de las edades-tipos, y nunca los que se hallan en los límites ó di-visión de unas y otras, pueden asignárseles algunoscaracteres diferenciales.

Sabido es que en el niño recien nacido los pul-mones se ensanchan y empieza á efectuarse la res-piración, de igual modo que la calorificación, asícomo las vías digestivas reciben también sustanciasnuevas. Estas circunstancias son causa de que losniños se hallen expuestos á gran número de enfer-medades. Los ojos padecen de oftalmías graves, so-bre todo la purulenta, que á veces lleva en pos desí la pérdida de la vista: los órganos respiratoriosson atacados de pulmonías y catarros por la vivaimpresión del aire húmedo y frió, y las vías diges-tivas son también asiento de enfermedades graves.

Necesitan ser, por consiguiente, los, cuidados enesa primera época de la vida mucho mayores queen todas las demás. Así es que el abrigo, el ali-mento, el lecho, la posición en que se coloque alniño, los movimientos á que se le someta, todo de-berá ser muy escrupulosamente examinado.

Debe desde luego evitarse la acumulación deniños en sitios pequeños donde la ventilación seainsuficiente, y á medida que avance la infancia,deberán sonigtersa á vestidos más ligeros, procu-rar combatirles las pasiones propias de su edad,como son el miedo, la cólera y la envidia, y permi-tirles los juegos que consisten en ejercicios :il airelibre, á la vez que se debe comenzar la educaciónde sus facultades intelectuales sin ejercitarlas mu-cho. De la dirección que en esta época de la vidase dé á la inteligencia y costumbres del niño, de-pende muchas veces su porvenir.

En lo que se llama segunda infancia son menosfrecuentes las enfermedades del tubo digestivo queen la primera; pero, sin embargo, se presentanmás que en el adulto. El aparato respiratorio fun-ciona con energía y se hace precisa la introducciónen los pulmones de un aire muy oxigenado. Segúnlas investigaciones de Baudelocque, una de lasprincipales causas de la enfermedad escrofulosa erala escasez de aire puro en la respiración, comoacontece en la costumbre que muchos niños tienen

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de dormir con la cabeza oculta entre las sábanas,respirando un aire*alterado por los productos de laespiración y exhalación cutánea.

El sueño del niño debe ser más prolongado queel del adulto, y el sonambulismo, tan común en estaedad, se combate por medio de una alimentacióntenue, aunque reparadora, y el ejercicio activo delsistema muscular y sus facultades intelectuales de-ben empezarse á cultivar algo más por medio de laelección de buenos profesores que además de laciencia posean el don difícil de saberla comunicar.

En algunas capitales de Europa existen lo que sellaman salas de asilo, institución que no ha dejadode prestar algunos servicios. Su objeto es recibir álos niños de dos á cinco años, y cuidarlos duranteel dia, mientras los padres se dedican á sus respec-tivos trabajos, todo por un módico estipendio, ógratis. Allí se les educa convenientemente, hay unmédico adscripto á cada uno de estos estableci-mientos, y se procura por todos los medios posiblessuplir los cuidados que á los padres no les os posi-ble tener. Puede asegurarse que estas institucioneshan mejorado de un modo notable las condicioneshigiénicas de los niños.

Al finalizar esta segunda infancia, comienza ádespertarse la actividad de los órganos sexuales,respecto á lo cual todo el cuidado y vigilancia quese tengan serán siempre pocos.

La juventud ó adolescencia empieza en la puber-tad, y es un período en el cual hay un cambio máscompleto en el individuo. Su cuerpo adquiere ma-yor desarrollo, y las pasiones se despiertan asimis-mo de un modo volcánico. El joven es emprende-doK, susceptible, severo con las ajenas faltas, desin-teresado, amante de la igualdad y siempre dispues-to á colocarse al lado del oprimido, pero sobre todola pasión del amor es lo que en ocasiones le subyu-ga. Conocidas estas inclinaciones, todo el cuidadodeberá dirigirse á contrarestarlas, á detener en loposible la vertiginosa carrera del joven que impru-dente se abandona en aras de sus deseos, pues solole han de conducir al abismo, y la destrucción de susalud ó de su vida será el resultado de haber apu-rado hasta las heces la copa de sus placeres.

A esta período sigue lo que se llama virilidad, quecomprende desde los veinticinco á sesenta años enel hombre y de los veintiuno á cincuenta en la mu-jer, pudiendo dividirse en tres períodos, según esla virilidad creciente, media ó decreciente. En esta:última comienzan á presentarse algunos signos dedecadencia, y el movimiento de descomposiciónprevalece algún tanto sobre el de composición.Deaaparece en la edad viril la gran susceptibilidadque habia en la juventud, las pasiones acallan susdespóticas exigencias, y el cálculo y la prudenciasuceden al arrebato y la ligereza. Es en la edad que

se supone al hombre por el fisiólogo para su estudioy por el legislador para el disfrute de sus derechosciviles.

La vejez es el último de los períodos de la vida, ypuede como término medio fijarse su principio enlos sesenta años, nunca de un modo absoluto, comoya hemos dicho, en todo lo que se refiere á esteasunto. En este período la piel se endurece, se seca,se hace menos flexible y se arruga; los cabellosblanquean y caen, de igual modo que los dientes, y •todas las funciones del organismo empiezan á dege- .nerar. También en la vejez hay sus períodos: en el íprimero, que llega hasta los setenta años, existe un ;predominio de los sólidos sobre los líquidos, y á ,partir de esta edad empieza una atrofia de los sen- <tidos y osificación de todos los órganos, hasta qi» <la decrepitud (en los pocos que les es dado alean- :zarla) viene á terminar la existencia, no siendo la )muerte más que el último soplo en una luz que ape- ;ñas alumbraba. ,;

Las observaciones que los ancianos jamás deben jolvidar, son: evitar las impresiones físicas ó mora- iles muy enérgicas, como las emociones fuertes, \cambios bruscos de temperatura, los asiduos tra-bajos intelectuales, los placeres déla venus y losexcesos de la mesa.

Los viejos reconcentran en sí mismos toda laexistencia y defienden palmo á palmo la poca <ples resta. Por eso son egoístas, refractarios á las ^novedades, con las que nunca transigen, amigos de ;economías de cuyos resultados desgraciadamenteno han de disfrutar, y muy dados á los recuerdos en-salzando lo pasado, que hallan muy superior al pre-senté, sin reparar en que las impresiones recibidasen remota época eran en su juventud, debiendo "__deplorar, no la degeneración de los demás, sino lapropia.

Les es muy conveniente un aire puro y seco, losclimas meridionales y las estaciones de primaveray verano, así como una' limpieza esmerada, abste-niéndose de los baños, y un moderado ejercicio, so-bre todo antes de las comidas. Deben tratarse comoconvalecientes, pues la edad en que se hallan puede .decirse que constituye ya una enfermedad.

Los hospitales destinados á los ancianos son unainstitución sumamente benéfica, pues vienen á lle-nar los cuidados que la pobreza no puede suminis-trar á la vejez desvalida y dulcifican los últimos días

"dte los desgraciados indigentes que se hallan en el'"ocaso de la existencia, á cuyo fin se halla todo sercondenado desde el momento en que nace.

JOAQUÍN OLMBDILLA Y PUIG.

N.M94 F. G. SOBRON. EL TÉ Y EL ARAZÁ. 633

EL TE Y EL ARAZÁ.

El té, como todo el mundo sabe, es la hoja deuna planta indígena de la China.

Millares de artículos de periódico y no pocosvolúmenes se han consagrado en todos los idiomasá ensalzar las excelencias de la infusión de dichaplanta, cuya bebida, desde remotos tiempos, cons-tituye las delicias de nquel pueblo singular que enmedio de su aislamiento, por espacio de largos si-glos, del resto del mundo, se creó á sí mismo unacivilicacion propia y peculiar.

Introducida en ópoca no muy lejana por el co-mercio, fue luego generalizada por un refinamientode cultura entre las gentes de nuestra Europa que,por más acomodadas, se apellidan de buen tono.Siquiera en eso, nuestras aristocráticas damas seasimilaban á las compañeras de los mandarines delCeleste Imperio; así como éstos en nada desdicende los de acá en otros conceptos.

Más recientemente, el té ha pasado desde un ar-tículo reservado, digámoslo así, á los elegantes sa-lones, á las reinas de la moda, hasta ser de usogeneral y casi artículo de necesidad en todas lasfortunas.

Preciso es decirlo: la boga que el té, cuando espuro, ha alcanzado, es sobradamente justa. La hi-giene le recomienda en la mayoría de los casoscomo un excelente digestivo que reúne la cualidadde aromático y agradabilísimo al gusto. Esto es in-dudable.

Mas es el caso que la demanda, sin cesar cre-ciente, de tan pingüe ramo de comercio, ha dadolugar, como no podia monos de suceder, á soíisti-caciones por parte de los chinos; mejor dicho, ásustituir el verdadero té con plantas un tanto pare-cidas por algunos caracteres exteriores, pero dedistinto género botánico y de cualidades por demásdiferentes en todo lo demás.

No, no se trata en este caso de uno do tantosqiiidpro quos tan comunes por doquiera, al modode la infusión de achicoria amarga y maíz tostadoque nos expenden por café en algunos estableci-mientos; y eso que la baratura del café legítimo ydel azúcar excusaban harto bien semejante gatupe-rio. Como que el lucro es casi cuádruple del valordel objeto de buenas condiciones y procedencia.

Mas la sustitución que la codicia china ha dado alté es algo más que un robo: mucho peor que eso.

Tan pernicioso fraude ha llamado la atención deprofesores celosos y de corporaciones científicas,singularmente de la Gran Bretaña. Unos y otras hanprobado que la mayor parte de lo que el comerciochino remite bajo ese nombre, es todo menos té.

Y, ¡cosa que ha hecho desechar á no posos talbrebaje! Una serie de concienzudas observacionesclínicas de eminentes prácticos ingleses, ha de-mostrado los terribles efectos del uso inconscientedel hierbajo que las más veces pasa como té, noobstante ser pagado á buenos precios. La estadís-tica, por esos profesores aducida, de dolenciasdesarrolladas por dicha causa, es aterradora.

Según esas observaciones, las enfermedades delcorazón y aparato circulatorio habian tomado alar-mantes creces en aquel y otros países del Norte depocos años á esta parte.

El estudio de las causas de la presentación detales afecciones en sujetos por otra parte nada pre-dispuestos, y cuyos antecedentes de familia, métodode vida, ocupaciones y demás, no podian hacerprobable el desarrollo de tales dolencias, conven-cieron á dichos profesores de que la causa no erani podia ser otra que la enunciada.

Los más de los pacientes habian bebido en el téel gormen do la muerte.

Los cuadros clínicos presentados por tan notablesmédicos, que habian invertido largas vigilias en laindagación del origen de esas enfermedades en nu-merosa clientela, presentación hecha á corporacio-nes ilustradas, y de cuyo resultado se,ocupó laprensa científica, por una parte; la triste experien-cia de casos habidos en seres propios, por otra, haninducido á abandonar á no pocas personas precavi-das y prudentes el uso del té.

Aun sin ese poderoso motivo, que será siempreel principal, no pocos hombres celosos se ocupande la necesidad de hallar una planta que, reuniendola circunstancia de agradable al gusto y un tantoaromática, posea en buen grado la propiedad dedigestiva.

No es ello tan difícil como el hacerlo adoptar porlos que se "arrogan el cetro de la moda.

Plantas de superiores cualidades digestivas, desabor delicado y más ó menos aromáticas, son nopocas las que cuenta, bien determinadas, la botáni-ca, indígenas de muchas latitudes.

En nuestra España es comunísima (en Andalucía,Aragón y otras Comarcas) el «Chenopodium ambro-soides,» de olor delicado en fresco y seca, como loindica su nombre; y en no pocos distritos de laAmérica del Norte, donde también es espontánea,la usan en muchas casas.

Si ella viniese preparada en curiosos frascos ycon etiquetas ininteligibles, todo el mundo hariaelogios del té de Chenopodium, si se anadia que suprocedencia era de los últimos confines de la tier-ra. No importa el nombre del país, pero fuera me-jor, para lograr que se adoptase luego, que tuviesedifícil pronunciación por su extrañeza.

Diciendo que es de casa, y viéndolo en los

634 REVISTA EUROPEA.-—11 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 194pos, no hay que pensar en que nadie se determineá probarlo... No faltaría otra cosa, para ser señala-do como cursi.

Mas dejando aparte esta digresión, es una ver-dad que en este asunto, como en el de enriquecerla terapéutica con medicamentos seguros y de de-terminada acción, todo el mundo científico vuelvesus ojos hacia las inexploradas regiones de Américay de África. Ellas, con efecto, son el inmenso arse-nal en que han de hallarse los elementos de mayorengrandecimiento en la industria y en las artes; ellassimiinistrarán preciosos materiales para el bienestardel género humano, cuyas necesidades aumentancon cada descubrimiento, en este siglo de vertigi-nosa actividad intelectual.

Una grandísima parte de la flora americana noses completamente desconocida; y lo que es más,casi todas las especies determinadas botánicamente,nos ocultan hasta hoy sus virtudes. Como que laacción de las pocas que conocemos, nos fue comu-nicada por los mismos indios.

Sud-América, en las comarcas que he tenido oca-sión de explorar, contiene vegetales hermosos úti-les á la medicina, á la jardinería y á usos alimenti-cios, como el Cazave y ¡el Mame, etc.; preciosasmirtáceas, que dan frutos comestibles, como el Gua-yabo, la Püanga y el Arazá, que le hay de diversasespecies; plantas medicinales que deben fijar, la aten-ción de las facultades médicas, tales como la dichaSietesangrías, de que traje varios ejemplares quepueden verse en el Museo del Dr. Velasco: es laCuphea glutinosa de los botánicos.

En ella he visto también una planta que supera ensus efectos al más delicioso té.

Poco más de un año llevaba yo avencidado en lalinda ciudad de Montevideo, cuando fui llamado paraasistir un enfermo á más de treinta leguas de la ca-pital de la República del Uruguay.

Examinado el paciente, y dispuesto lo que su es-tado reclamaba, fui invitado á comer, y antes definalizar los postres, el dueño de la casa indicó áun hermano suyo que fuese á traer hierbas para unté. Desde luego me persuadí que fuese el Chenopo-dium, de que antes hice mérito, pero me equivoquéagradablemente.

Lo exquisito al gusto, lo aromático del té que sehabia servido, hacía sospechar que fuese de un ve-getal muy diverso. Se me mostraron las hojas, y vique positivamente era otra, y muy diversa, la plantaque habia suministrado la bebida.

Impaciente por conocer el vegetal, que ya desdeluego el amable anfitrión me dijo denominarsevul-garmente Arazá-mini, esto es, Arazá pequeño, paradistinguirle de otro, aguardé que amaneciese, ydespués de ver al enfermo, se me llevó donde elprecioso arbusto vegetaba con toda lozanía, y don-

de habia tanto que su aroma se hacia sentir bien.Vi desde el momento ser del orden de las Mirtáceasy corresponder al género Psidium, y más despacionotó pertenecer á la especie dicha Psidium variabi-le, vel Psidium littorale de Raddi.

La planta en sus efectos es muy apreciada en am-bas repúblicas del Plata, Brasil, etc. Cuando las ele-gantes damas de Montevideo, Buenos-Aires y otrasimportantísimas ciudades vuelven á ellas despuésde más ó menos tiempo de ausencia veraniega á susposesiones del campo, pocas dejan de distinguir ásus amigos obsequiándoles con un delicado té deArazá.

Nunca olvidaré la impresión que causó á mi sabioamigo el señor contraalmiranle D. Miguel Lobo, in-vitado conmigo á tomar un té de dicha planta encasa del peritísimo Sr. D. Pedro Giraldt, á la sazóndirector de Instrucción pública de la República delUruguay.

¿Cómo no sacan partido de esta especio en estospaíses? nos interrogaba una y otra vez el ilustre ma-rino .

¿Por qué, nos decia, no se generaliza aquí (enAmérica), y se | rocura hacerlo apreciar en il viejomundo?

Es positivamente singular que un vegetal de tanexcelentes cualidades higiénicas y digestivas, y porotra parte de tan exquisito gusto y aroma, no cons-tituya á la hora presente un ramo de exportación. Yes más extraño que esto suceda cuando en los pro-pios países saca el Paraguay ingentes sumas delIlex Paraguayensis, el célebre mate 6 hierba de losjesuítas, que no pue e compararse por concepto al-guno al Arazá.

El mate, por otra parte, va allí mismo relegán-dose á las gi ntes del campo, que matan con el mateeternas horas de ocio. Las personas de buen tonohace mucho que han proscrito la infusión de aquellahierba, proscripción justa y reclamada hace tiempopor la buena sociedad.

Lástima grande que muchos se aficionen al té quela maliciosa codicia de los chinos nosenvia, cuandofuera más prudente, de más buen gusto y más pa-triótico, por otro sí, el usar ordinariamente el Ara-zá, que en nada es inferior al té chino más selecto,y que aventaja muy mucho siempre á todas las cla-ses de lo del Celeste Imperio.

Prestarían además un servicio á sus hermanos deEuropa, los habitantes de los citados Estados ame-ricanos, dando á conocer el Arazá, librándolos delveneno chino.

Si para la Exposición universal de París remitie-sen, preparado en buenas condiciones y recolectadoen época idónea, el Arazá, seguramente alcanzabael premio á estas bebidas destinado. Por más deque en un principio no fuese un ramo de notables

A. PÉREZ RIOJA. LA TIERRA PROMETIDA. 635

roadimientos, á la manera que lo son otros artícu-los favorecidos de la exportación americana, él se-guramente iria abriéndose paso.

Prueben, y no habrán de arrepentirse de su pre-sentación en aquel grandioso palenque de la indus-

; tria'y de la ciencia. Las cosas buenas no han menes-! ter otra cosa que ser vistas para ser apreciadas.. Creemos que dicha planta debe colectarse antes¡ de las lluvias de otoño y secarse á la sombra, arran-, cando antes las hojas en verde; que una vez secas,j kan de conservarse en frascos de vidrio bien tapa-i Jos, á fin de que no pierdan el aroma que les esf propio.\ Y como la flor da un té aún más aromático, con-

vendría tomar de aquel en Enero, que es cuandoI florece, y expenderlo por separado.\ Celebraría que.pronto llegase este artículo á ser- un objeto de comercio lucrativo para las repúblicas

FÉLIX CIDAD Y SOBROM.

A LUZ ÁLVAREZ.(BALADA..)

En las sombras de la nocheQue tantos misterios guardan,Al rumor de los suspirosY al resbalar de las lágrimas;

Cuando, del pecho en el fondoTiernos sentimientos hablan,Y se eleva el pensamientoA regiones ignoradas;

Cuando la mente nos fingeIlusiones y esperanzas,Y las ilusiones muertasParecen vidas soñadas;

Cuando resuenan los maresCon acentos de borrasca,Y se odia, y se ama y se piensaY se olvida y se batalla;

•Cuando la sed nos devoraDe sensaciones extrañas,Y el espíritu se agitaCual hirviente catarata;

Allá en el mar de las brumas,En el valle, en la montaña,En los confines etéreosY en las divinas estancias,

Brilla un mundo, naco un astro,Arde una luz soberanaQue no es la luz de tu nombre,Sino la luz de tu alma.

FERNANDO MARTÍNEZ PEDROSA.

LA TIERRA PROMETIDA,RECUERDOS DE UN PROVINCIANO.

(Conclusión.)

VIH.

HISTORIA ANTIGUA.

Nuestros lectores recordarán indudablemente ála interesante niña que dejamos abandonada en elcapítulo primero de este libro, y de la que no he-mos vuelto á ocuparnos.

Hora es de reparar nuestro olvido, y de volver alpunto de partida para adquirir, no solo respecto ála inocente Clara, sino de su familia, antecedentesy detalles que nos hace ya falta conocer. Un hijo,suele ser la natural consecuencia de unos amores;y por eso sin duda la sociedad llama hijos naturalesá esas criaturas cuyo nacimiento no es hijo del de-ber, sino del fruto de dos sentimientos librementeconfundidos.

Esto habia sido Clara; un poema de la vida secre-ta de dos seres, que puede ser lo mismo un ma-nantial de emociones fecundas, que una concep-ción propia para relajar un vínculo que debia sereterno.

El coronel Lozano, padre de nuestra heroína,habia nacido en la ciudad donde dio comienzo lahistoria de Pablo.

Los sucesos políticos que á la muerte de Fernan-do VII ocurrieron en nuestra patria, le llevaron,como á otros jóvenes distinguidos, á abandonar susestudios y á trocar por la de las armas la carrerade las letras.

Incorporado en el ejército en clase de subte-niente, Lozano, combatiendo por la causa de la ino-cente Isabel, que era entonces la de la libertad, de-mostró que el laurel de la victoria se ceñía mejorá sus sienes qit? ia oliva de paz que sus estudiosanteriores le brindaban. Sus instintos belicosos ha-llaron ocasión propicia para desarrollarse en estalarga lucha, y los ascensos que fue obteniendo ensu carrera improvisada, le recompensaron de lasfatigas que hubo de soportar.

A la terminación de la guerra, con una hoja bri-llante de servicios, Lozano se encontraba en Sevi-lla con el grado de coronel y con la aureola de va-liente que habia conquistado en los campos de ba-talla.

Tenia entonces poco más de treinta años, y uncorazón virgen aún de emociones amorosas.

Su juventud, casi perdida entre las rudas fatigasde la campaña, no le habia brindado ocasión de sa-tisfacer esas exigencias del alma, tanto más impe-riosas, cuanto menos se han podido satisfacer entoda la escala soñada en los dias radiantes de laprimera juventud. El coronel sólo habia conocido

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esas ligeras aventuras que en la vida azarosa de unmilitar son casi de rigor, pero que nacen y muerencasi siempre haciendo sólo presentir las delicias deuna pasión constante.

Esta contrariedad sufrida en su vida de soldado,fue amontonando en su pecho una plétora de senti-mientos amorosos que debían desbordarse á lospies de la primera mujer que se atravesara en sucamino.

Si Lozano hubiese hallado entonces un corazónfemenino grande como el suyo, su vida hubiera po-dido ser un paraíso, y su porvenir un idilio; mas eldestino hizo que tropezara con una criatura tan fri-vola como peligrosa.

Era esta sirena que habia de llevar el dolor á suexistencia, una niña que apenas frisaba en los diezy seis años, Hija única de una familia distinguida, yeducada tan imperfectamente como las dos terce-ras partes de las hijas de nuestro siglo.

Cautivo de los encantos do la precoz sevillana,el coronel, dichosamente correspondido, saboreólas delicias venturosas del amor, sin presentir eltriste desenlace que iban á tener sus placeres.

Su alma se habia postrado ante un ídolo de barro,y necesariamente la fragilidad del vaso donde pre-tendió encerrarla, no pudo guardar tesoro seme-jante.

Una niña hambrienta de lujo y cegada de vanidadcomo la que él habia idealizado, no podia satisfa-cerse con el amor de un lindo coronel, desde elinstante en que otro hombre se arrojaba á sus piesbrindándola con una fortuna y un título nobiliario.

Hizo el infortunio del coronel que en momentospara él tan críticos, viniera otro contratiempo á im-pedirle conjurar la tempestad que se. levantaba ensus desdichados amores.

Complicado en la sublevación militar que ocurrióen el mismo Sevilla y que ahogó en su origen el ge-neral Sehelli, obligándola a buscar refugio en Por-tugal, Lozano tuvo que abandonar la patria, llevan-do una incertidumbre dolorosa respecto á la mujerque amaba. Y para mayor desventura, ella, creyen-do ó fingiendo creer en el abandono de su amante,hizo patente su perfidia, entregando su mano alaristócrata andaluz que la pretendía, y que ignoraba,como todo el mundo, que aquella perla de los salo-nes sevillanos habia dado á luz una criatura, frutode sus amores con el coronel.

Inmenso fue el dolor de éste cuando llegó á saberla traición y la infatóa de su amante; y sin los con-sejos de la amistad, que le disuadieron del proyectopeligroso que le inspiró su deseo de venganza, sehubiera presentado en Sevilla á provocar un escán-dalo de trascendencia para todos.

Así burlado, Lozano, refugiándose dentro de susmúltiples dolores, vivió después como todos los que

soñando venturas encuentran lo que tiene la vidade amargo y verdadero.

Cuando pudo regresar á España, su primer cuida-do fue recoger aquella criatura que con todo miste-rio habia puesto al cuidado de una antigua sirvien-ta la previsión de una madre doblemente criminal.En cuanto á esta, el infortunado coronel tuvo la su-ficiente grandeza de alma para despreciarla sin de-nunciar al mundo un crimen ya irreparable.

Disgustado de la vida y retirado del servicio, vinoá establecerse, acompañado de su hija Clara, en supueblo nativo, donde no faltó algún curioso quemurmuró en los primeros dias, del misterio que en-volvía aquella niña, y de la circunspección queguardaba el coronel Cuando se tocaba algún puntode su vida privada.

Pero cuando se vio que éste vivia exclusivamenteconsagrado á aquella niña, y que eran difíciles lasaveriguaciones, volvieron las murmuraciones á otraparte, y no volvió á hablarse, más de ello.

Clara se miró por todos como huérfana de madre, 'y ella misma abrigaba igual convencimiento, puestoque un dia, contestando á una ingenua y naturalpregunta de niño, el coronel la habia dicho:—«Tumadre ha muerto, hija mia.»

Así creció, privada de los más dulces coasueles yde esas expansiones tiernas que solo pueden ofrecerlos cariños maternales: el coronel, á pesar del ca-riño que atesoraba para ella, no podia arraigar ensu tierno corazón tes ideas piadosas que únicamen-te las mujeres tienen el poder de trasmitir, y quecomienzan por enseñarnos un nombre que invocar <en nuestras oraciones infantiles. í

Por suerte suya, Clara, aun privada del valioso y ¡dulce apoyo de una madre, é iluminada tan sólo ipor los débiles fulgores de su primera educación,recibida en uno de los conventos de religiosas de;la comarca, habia llegado á la adolescencia, reve-lando todas las bondades y atractivos de una cria-'tura privilegiada. ' '.

En lo moral y en lo. físico era á los 14 años lapromesa más bella de todas las perfecciones. Ro-:deada de sus flores y sus pájaros, y entre los brazasde su padre, vivió feliz la encantadora Clara hasta-el momento en que Montenegro la habia requerido:de amores.

Amores revestidos de inoceiicia, que no obstantehabían nublado el alegre cielo de sus ilusiones. :

Clara vivia alejada del pequeño círculo que fot-:maba la sociedad del pueblo, porque su padre, queconocía sus preocupaciones, esquivaba en 'cuantole era posible el trato diario de sus convecinos.

El coronel, consagrado enteramente á su hija, yocupado en ir formando un patrimonio para ell!,aunque tranquilo en apariencia, vivia sobresaltadocon la idea de dejarla sola en el mundo.

A. PÉREZ MOJA. LA TIERRA PROMETIDA. 637

Más que por su edad, por los achaques adquiri-dos en la emigración y en la campaña, y por lossinsabores de su vida, el coronel notaba su saludsobradó débil para prometerse una vejez prolon-gada.

La disimulada alegría que abrigó al tener indicios' délas relaciones de Montenegro con su hija fue tan. pasajera y lo dejó tanto disgusto cuando supo la* conducta de éste, que fue causa poderosa parat acabar de quebrantar su vida.[ Por su parte, Clara, ocupado su pensamiento con

la decepción de Pablo, y su acción con el cuidadodéla salud de su padre, vivia esa existencia vege-tativa capaz de matar al espíritu más ardiente.

IX.

AURORA... BOREAL.

La situación que había llegado á crearse el des-dichado Pablo, era por demás falsa 6 insostenible.

Lanzado en esa vida vertiginosa de los placeres ylos azares cortesanos que hacen perder tras la saludyelsosiego del alma, la dignidad y la estimaciónpropias, y como tantos otros que para poder sobre-llevarla, se ven obligados á traficar con el presente6 á descontar el porvenir, llegó á forjarse la cade-nade la esclavitud más triste en que un hombre decorazón puede caer: la esclavitud do las deudas.

Pablo, incapacitado para procurarse por sí propiouna salida que lo pusiera á flote y salvara su nom-

bre del lodnzal en que se sumergía, sin fuerzas ysin voluntad para luchar, pensó en dejarse llevarpop la corriente y perecer de esta manera mise-rable.

Entregado á su inercia, hubiera perecido con todala calma de un estoico.

Pero afortunadamente para 61, sus padres aúnvivían, y esa fue la única tabla á que pudo acogerseen su naufragio.

Por este tiempo, la Providencia, en sus inexcruta-bles juicios, habia sometido á nuestra desventuradaClara á una prueba más de resignación y descon-suelo.

Su buen padre, el coronel Lozano, acababa deespirar dejándola sola en el mundo.

Este triste acontecimiento, comunicado á Pablocomo contestación á la absolución paternal solicita-da, parecia providencial en aquellos momentos.

Asi por lo menos lo daban á entender los padresde Pablo, que en su natural deseo de alejar á éstede la atmósfera viciada en que vivia y de asegu-rarle un porvenir á su lado, le indicaban sobrada-mente que su unión con Clara podia dar fin á unavida desordenada y principio á otra más fecunda yconsoladora para todos.

La previsión y el cariño paternal estaban esta

vez de acuerdo felizmente con la conveniencia y másventuroso porvenir que podia ofrecerse á Pablo.

La pobre huérfana, ante todo, amaba con pasión,y esto no lo ignoraba nadie en la localidad: su be-lleza, su educación y lo que no era para dejarse dementar tampoco, los cuantiosos bienes de fortunaque la muerte de su padre la legaban, venían afor-tunadamente á formar un conjunto de circunstan-cias tan perfectas, que sería más que insensatez eldesconocerlas por parte do Pablo, y no aprovechar-las en favor suyo.

Solo un lunar, como sucede con las cosas másperfectas de la tierra, oscurecía el brillante colo-rido que arrojaba la posición y circunstancias de lainteresante huérfana.

Conocida la historia de su nacimiento, fácilmentese comprenderá el punto flaco que se ponía de re-lieve por todos al ocuparse de Clara.

La falta de una madre, que aun cuando se sospe-chaba y habia indicios de que pertenecía á elevadaclase nadie podia señalarla con su nombre propio,proyectaba cierta luz sombría en la angelical figurade la huérfana del coronel Lozano.

Mas para los padres de Pablo y para sus conveci-nos, el misterio, al fin, si bien era digno de ciertaatención, no era de calibre capaz de oscurecer lasdemás sobresalientes dotes de la codiciada Clara.

En cuanto á nuestro personaje, el extraviado pro-vinciano, cuya opinión en el asunto era la más im-portante y trascendental conocer, podemos asegu-rar que no era este detalle el que le preocupaba almeditar acerca del inesperado proyecto que se pro-ponía á su examen.

Si bien lo desventajoso de su posición y la nece-sidad de salir do ella, á cualquier precio se ofrecíaante todo á su vista, la idea de un acto tan trascen-dental comovll matrimonio, le causaba el vértigo yla preocupación de todo aquello en que nunca seha pensado.

Aun cuando seriamente parecia haber renunciadoá las quimeras pasadas que tan castigado le teníanal presente, la perspectiva de la vida de la provin-cia que entreveía en su nuevo estado, no se le apa-recía tan risueña como sería de desear: la manzanaque habia mordido en la floresta cortesana, amar-ga y todo como era, aun se le antojaba más diges-tiva que el insípido pámpano de los incultos pradosdéla comarca nativa.

Verdad es que el recuerdo de sus primeros amo-res y la imagen pura de la enamorada Clara, tem-plaba en su aún rebelde pensamiento la inquietudque los horizontes patrios le ocasionaban.

Comenzando por dar cabida en su pecho á un sen-timiento de compasión, que fue el primero que lecausó el recuerdo de su ángel de la provincia,poco á poco, de comparación en comparación, y de

638 REVISTA EUROPEA.—11 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 7 . 494recuerdo en recuerdo, llegó, sin gran esfuerzo áconfesarse más rendido y satisfecho de un corazónsencillo y amante como el de Clara, que de la pose-sión de una Aspasia con todos los infernales atrac-tivos de una baronesa del Lirio.

En la movilidad de su carácter, esto era natura-lísimo.

Tal vez este fuerte contraste de lo ingenuo y loartificioso, que ofrecían los dos nombres que evoca-ba, llegó á extasiar el ánimo de Pablo con las per-fecciones de la pobre niña siempre amando y siem-pre mal correspondida.

Tomada su decisión, á la que habian precedidoalgunos dias de indecisiones y de lucha, Pablo, co-nociendo la trascendencia del acto que realizaba,escribió resueltamente á sus padres la conformidadcon sus proyectos, y anunciándoles también quese preparaba á comunicarse directamente coi Cla-ra, para ofrecerle sus consuelos y el arrepentimientopor sus pecados de amor.

La alegría y el regocijo con que tales nuevas serecibieron en la provincia pueden calcularse sin es-fuerzo.

Para aquella pobre niña, cuya breve existencia secompendiaba en el sufrimiento de un amor mal cor-respondido, el anuncio que los padres de Pablo lehabian trasmitido de una manera delicada, habiasido el consuelo mayor que podía otorgarle la Pro-videncia.

El olvido en que su ingrato Pablo la habia teni-do, lo mismo que sus faltas, que más de una vez sele habian revelado, iban destrozando el corazón dela pobre Clara y haciendo de su vida una agonía.

Pero una vaga esperanza la habia siempre soste-nido y hecho confiar en que Pablo volvería un dia áella, abriendo los ojos como Tobías por la misericor-dia infinita á la que la creyente niña apelaba en susdesvelos.

Aquel dia esperaba volverse loca de felicidad, yaquel dia se le anunciaba ya como inmediato.

El milagro, pues, se realizaba sin duda, porquesu deseo no habia sido un sueño insensato, sino elpurísimo anhelo de su alma confiada que se veiapremiada por su fe y por sus sufrimientos.

Así se explicaba la infeliz Clara, con la ingenui-dad propia de las almas candidas, el próspero suce-so que después de la muerte de su padre parecíauna buena hada prepararle.

Si no fuera enojoso ó aventurado descender aquíá detallar una por una las emociones y las ideasque la enamorada niña abrigó desde que vio brillarla nueva aurora de sus amores otra vez reanudados,de buen grado matizaríamos estas páginas de purí-simo esmalte, sin más que trasladar al papel lascartas que Pablo recibió en este fugaz tránsito de suexistencia.

Pero es fuerza dejar el idilio, y proseguir desear- tnatíamente el drama que nos hemos propuesto dará conocer.

Pablo, cuyo carácter ha podido comprenderse, sin ¡duda por exceso de imaginación pasaba muy fácil- ímente de un orden de ideas á otras completamente Icontrarias. . 5

Deleitado en saborear las delicias de los sueños jque, como los fumadores de opio, se fabricaba, |veíase luego como postrado y sin energía para tra- jducirlos en realidades. I

Se asemejaba á Pigmalion, creando estatuas en jsu pensamiento que se le aparecían como de carne iy hueso. \

Por eso no es extraño encontrárnoslo ya entusias- jmado ante la ¡dea de parodiar la parábola del hijo Ipródigo, y formando planes de la vida matrimonial, ique le esperaba. j

Sus cartas á Clara, lo mismo que las que dirigió á •{sus padres, revelaban una seguridad y una trans- 'formación tan completa en su carácter y pensamien- itos, que al leerlas allá, no podian menos de ex- 5clamar: J

—Sí; Pablo es bueno, y no le faltaba más que ise le mostrara el precipicio hacia el cual cami- ;naba. j

Pero estaba escrito sin duda que nuevos hechos :\vinieran muy en breve á dar un solemne mentís á isuposiciones tan halagüeñas. • ;;

Y hay que convenir en qué parece que hay seres ícondenados á labrar la eterna desventura de las ípersonas que por un motivo ú otro se les afeccio- ¡¡nan; seres fatales que son una especie de enferme- ¡dad mortal para su familia y para sus mismos inte- =reses. 1

Y Pablo se disponía sin quererlo, á probar el fun- ¡damento de esta teoría con un nuevo ejemplo. -,

En pago de la expansión y el regocijo con que se ile brindaba una nueva existencia, su insensatez le •llevaba á asestar á Clara y á sus mismos padres el "iúltimo golpe que debia anonadarles. ' 1

Pasando como sobre brasas, vamos á referir estos ;;sucesos. ]

Montenegro en un principio, no queriendo dejar •en la corte ningún rastro de su desordenada con-ducta de este último tiempo, no trató de regresarála provincia hasta pagar sus deudas y arreglar todos . /sus asuntos. Mas al verse desembarazado de sus ••apuros materiales, y en condiciones otra vez de po-der alternar en la sociedad que le habia antes alber-gado, insensiblemente, aunque haciéndose la ilusiónde que con ello daba su despedida al mundo, volvióá él con la sonrisa más desdeñosa que á su juiciopodia demostrar el menosprecio por todo lo que

¡ dejaba, y la satisfacción más intensa por lo que leaguardaba.

LEOPOLDO PAREJO.—PAZ Y CONSUELO. 639

En una de estas invasiones á la esfera del placery de los sentidos, encontró á su paso aquella baro-nesa del Lirio cuya influencia creyó apagada para

Sucedía esto en el vestíbulo del teatro Real,donde nuestra antigua conocida esperaba la llegadade su carruaje, terminado el espectáculo.

La baronesa, contra su costumbre, se veia sola ysin la escolta de todos aquellos adoradores que laasediaban, por los menos por el nombre que unaaventura con ella les hubiera proporcionado.

Para aquella perspicaz mujer no se escapó la son-risa de príncipe que su vista produjo á Pablo, ni elsignificado que tenía: por experiencia sabía que unaexpresión tan llena de fatuidad y de arrogancia' noera la que puede producir el despecho: su instintole reveló á Pablo feliz en las delicias de un amorafortunado.

Por entonces ya, aparte de sucesos que habiancambiado su situación personal,—y que fácilmentelos adivinarán nuestros lectores,—ó por efecto deestos sucesos que la baronesa no ignoraba, el es-tado de su corazón no era el mismo que al hacer suprimer conocimiento con nuestro provinciano.

Hastiada de frivolas amistades, ó pensando echarel sello á su juventud con un amor daflnitivo, labaronesa recordó más de una vez al que de unamanera tan inusitada se les presentaba en aquel mo-mento.

Cómo empezó el ataque, y en qué condiciones serindió la plaza, sería ocasión de un largo relatoque hoy nos faltan fuerzas para bosquejar.

Diremos, y esto basta, que las maniobras de labaronesa tuvieron el mejor éxito.

El insensato Pablo, preso en las dulces redes deaquel amor antes tan codiciado, y logrado cuandoquiso huirte, produjo el escándalo consiguiente enla provincia, el anonadamiento y la cólera de suspadres, y la entrada inmediata de Clara en el con-vento de religiosas carmelitas de S" \

Más tarde llegó para él el dia de la expiación yél remordimiento por sus culpas.

Cuando hubo rendido su tributo á las leyes mo-rales que rigen nuestra vida, sin vanidades ni amorpropio, y sin nada de lo que causa heridas tan con-tinuas á las gentes del mundo; en una quietud pa-recida á la de los fatalistas, y abroquelado con lamáxima sublime, de «no busquéis más que lo quees eterno,» llegó á encontra r el camino de la ver-dadera Tierra prometida.

EPÍLOGO.

iY la baronesa?... Aun no se ha apercibido de quedespués de haber envenenado la existencia del co-ronel Lozano, fue el verdugo de su propia hija: hoy

busca á Pablo, que la rechaza, y al que en vano es-pera en su palco de los Bufos Arderius. A ella,como á Montenegro, aún confiamos encontrarlos enotra fase de su vida.

ANTONIO PÉREZ RÍOJA.

PAZ Y CONSUELO.

¿Cómo pensar que en el impuro polvo,Que ante mis ojos con horror contemplo,Arde la llama de divina lumbre

Hecha á Tu imagen?

¿Vale la pena de nacer el hombre?¿Qué significan la virtud , la gloria?¿Qué hay en el orbe que perenne viva?

¡Sólo la muerte!

Dime ¿qué fue de la expresión altiva,Noble, sublime, de grandeza augusta,Con que en su frente proclamaba el hombre

Cólico origen?

Dime ¿qué fueron de los dulces ojos,Rayo de luz do se pintaba el alma?Dime ¿qué fueron de los rojos labios?

Dime ¿qué fueron?

Hombre infeliz que en el reloj del tiempoTienes marcado tu postrer inflante,¡Mira do para tu anhelar continuo!

¡Sólo en la muerte!Las ilusiones de la edad primera,

Fuego divino que del alma brota,La inspiración de la ardorosa mente,

¡Todo se apaga!Del patriotismo el esplendente faro;

De caridad el luminoso guía;Sol de las ciencias, de las artes gloria:

¡Todo perece!Mas la virtud que en el impuro suelo

Nunca la_vemos en su triunfo erguida,¿Dónde tendrá su recompensa justa?

¡Fuera del mundo!Sobre los soles en que Dios so asienta,

Ser inmortal que por los justos mira;Sobre la cumbre de los altos cielos,

Siempre radiante.

Tú que al tirano que gozóse impíoEn rebujar la dignidad humana,Rompes el cetro, y la altanera frente

Sellas con fuego;Tú, que, al tender la aterradora muerte

Lúgubres alas sobre el triste mundo,Das á tus hijos con tu propia mano

Alma justicia;

¡Mira estos ojos que enrojece el llanto!¡Mira la oveja que perdida bala!¡Sé mi pastor, y en tu regazo encuentre

Paz y consuelo!LEOPOLDO PAREJO.

Puente Genil 2 de N oviembre de 1871.

640 REVISTA EUROPEA. 1 1 DE NOVIEMBRE DE 1 8 7 7 . N.° 194

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Institución libre de Enseñanza.

LA MORFOLOGÍA DE HAECKEL: ANTECEDENTES Y CRÍTICA,

POR EL PROFESOR D . AuGUSCO G. DE LlNARES.

IV.

A la Introducción, expuesta y criticada ya, sigueuna teoría general de los organismos naturales,base que reputa Haeckel exigida para la construc-ción ulterior de la Morfología de aquellos. Dos con-sideraciones capitales abraza: una versa sobre elorganismo en sí mismo; otra, relativa á su origenprimordial y principales diferencias en él reconoci-das. Exponer la primera fue el asunto de la confe-rencia presente.

Comenzó señalando la aspiración del célebre na-turalista al establecer dicha teoría. Unificar el mun-do natural, resolviendo la dualidad absurda con quese le piensa generalmente constituido por organis-mos y seres inorgánicos, explicados aquellos porleyes de pura causación mecánica, inexplicablesestos sin apelar á un íinalismo teológico, extraño ála economía de la Naturaleza misma; sustituir, ensuma, al irracional dualismo, hasta hoy imperanteen la ciencia natural, el monismo que exigen deconsuno la idea y el fenómeno: tal es el propósitode Haeckel, cuyo libro todo no es luego otra cosaque la tentativa para afirmar, en la esfera de las for-mas especiales, esta unidad, reconocida ahora en laintegridad total de los factores y propiedades esen-ciales de la Naturaleza.

Sí esta se resuelve en materia, con forma y dina<-mismo ó función, mostrada que sea la conformidadesencial de los seres naturales inorgánicos y orga-nizados en estos fundamentales respectos, quedaráprobada la unidad de todos; apareciendo luego suoposición ulterior como un mero resultado de fac-tores y relaciones secundarias.

Así procede Haeckel, consecuente en este puntocon su concepto de ia Naturaleza.

La comparación versa primero sobre la materiade ambas especies de sores, por ser ella el funda-mento de que dependen la forma y la función de losmismos. Las propiedades generales de extensión,impenetrabilidad, divisibilidad, etc., son absoluta-mente iguales en los organismos y seres inorgáni-cos. Lo es también la composición material: no hayelemento alguno privativo de los organismos, nitampoco las combinaciones que ofrecen éstos di-fieren esencialmente de las que muestran los anor-ganismos, como las síntesis recientes de la Químicaorgánica lo atestiguan de sobra; y si se piensa, conrazón quizás, que los diversos elementos materialesson estados alotrópicos de una sola materia, delÉter, coma se dice, la unidad material de unos yotros seres se reafirma con más fuerza, si cabe. Elestado de agregación es á.nrimera vista diferente enlos organismos; se componen en él los estados desolidez y fluidez, que los anorganismos sólo mues-tran aislados. Sin embargo, se ofrecen transicionesdelicadas en aquellos desde la imbibición propia dedicho estado hasta la humidacion y disolución ca-racterísticas de los otros dos, y que forman los ex-tremos, cuyo término medio ocupa aquel; no es,pues, un tercer estado, antes aparece como una

fase meramente transitoria de los dos opuestos, co-munes igualmente á los organismos que á los seresinorgánicos.

Si materialmente no difieren unos seres de otros,tampoco se distinguen en lo esencial por la forma.Ni todo organismo ofrece estructura compleja, ha-biéndolos que son gotas de protoplasma homogéneo,ni los seres inorgánicos carecen de verdadera he-terogeneidad en su construcción interna, regida demuy diverso modo en cada punto, según líneas decohesión diferente, como pasa en los cristales. Laforma exterior, si en estos es rectilínea general-mente, ofrece curvaturas á veces, como en el dia-mante; y á su vez, planos y rectas en los organis-mos, como ocurre en los Rizópodos y en los granosdel polen vegetal; en todo caso se dejan reducirlasdiversas formas de ambos á leyes geométricas, deigual manera.

Por último, la función ó dinamismo, tan diversaal parecer, es en realidad idéntica en organismos yseres inorgánicos. Las formas que reviste en losprimeros son mero producto de condiciones secun-darias del estado de agregación y de la complejidadde su composición material. Unos y otros crecen,aumentando de volumen, por la atracción de molé-culas exteriores hacia un centro interior, sin queaposición é intuáuscepcion difieran eu este respecto;nacen por condensación de materia en derredor deun núcleo dinámico, así el cristal como el mónero,y lo que no explicamos en el génesis de éste, no loconocemos tampoco en el de aquel. Uno y otro seconservan mediante fuerzas propias; difieren sóloen la manera; el organismo cambia-constantementede materia para subsistir, por ser instable la quetiene; la del ser inorgánico es fija y perece si lacambia.

La reproducción es un puro resultado de las fun-ciones dichas; no es general tampoco á todos los or-ganismos, ni puede caracterizarlos por tanto. Sinembargo, á la reproducción del organismo, que con-siste en la aparición de nuevos centros atractivos,cuando el primitivo no puede ya regir la masa cuyocrecimiento se ha exagerado, se enlazan la trasmi-sión hereditaria de las propiedades y la adaptacióná las circunstancias exteriores en que la reproduc-ción se verifica. La primera procede de las fuerzasinherentes al organismo generador, trasmitidas alengendrado; la segunda, de las fuerzas exteriores áuno y otro. Pues también en el cristal la herenciaestá representada, al modo posible, en la tendenciaplástica exterior.que le es propia, como resultadode su constitución material; y lo está la adaptación,asimismo, pues que las fuerzas exteriores influyensobre la interior del cristal, imprimiendo diferen-cias específicas á la forma que tiende á revestir envirtud de aquella tendencia.

Así, materia, forma y fuerza son esencialmenteiguales en organismos y seres inorgánicos: son,pues, individuos naturales idénticos en el fondo; nohay dos Naturalezas ante todo; una sola se indivi-dualiza luego en estas formas opuestas.—Tal es laconclusión de Haeckel.