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Salvadme Reina El celo y el dolor Número 68 Marzo 2009

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Salvadme ReinaEl celo y el dolor

Número 68 Marzo 2009

Page 2: Revista Heraldos del Evangelio - Salvadme Reina · 2012-06-24 · Según el relato de San Juan, el mi-lagro de las Bodas de Caná se había dado poco antes, tras lo cual Jesús se

¿Hay bondad en el castigo?

“E

10 Heraldos do Evangelio · Marzo 2009

Comentario aL eVangeLio – domingo iii de Cuaresma

a EvangElio Astaba próxima la Pascua de los ju-díos, y Jesús subió

a Jerusalén. Se encontró en el Templo con los vendedo-res de bueyes, ovejas y pa-lomas, y con los cambis-tas sentados. Y haciendo de cuerdas un látigo expul-só a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; ti-ró las monedas de los cam-bistas y volcó las mesas. Di-

jo entonces a los vendedores de palomas: ‘¡Quitad esto de aquí! No hagáis de la casa de mi Padre una casa de nego-cios’. Se acordaron sus dis-cípulos que está escrito: ‘El celo de tu casa me consume’ (Sal 68, 10).

“Entonces, los judíos respondieron y le dijeron: ‘¿Qué señal nos das para ha-cer esto?’ Jesús les respon-dió: ‘Destruid este templo y

Todo en Nuestro Señor era de perfección ilimitada. Ante aquella situación establecida de manera consuetudinaria a través de los tiempos, medias tintas no tendría ninguna utilidad para persuadir a quienes habían convertido el Templo de Dios en un auténtico bazar.

“Jesús expulsa a los mercaderes del Templo” (detalle), de Giovanni Francesco Barbieri - Museo Palazzo Rosso, Génova

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Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

¿Hay bondad en el castigo?

Marzo 2009 · Heraldos del Evangelio 11

Comentario aL eVangeLio – domingo iii de Cuaresma

a EvangElio Aen tres días lo levantaré’. Los judíos le replicaron: ‘En cua-renta y seis años se constru-yó este Templo, ¿y tú lo le-vantarás en tres días?’ Pero él hablaba del templo de su cuerpo. De ahí que cuando resucitó de entre los muer-tos, sus discípulos se acorda-ron de lo que había predicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras pronunciadas por Jesús.

“Mientras estuvo en Je-rusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los mi-lagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le informara sobre hombre alguno, pues Él conocía lo que hay en cada hombre” (Jn 2, 13-25).

I – El tEmplo

“Y luego en seguida vendrá a su tem-plo el Señor a quien buscáis, y el Ángel de la alianza que deseáis. He aquí que llega, dice el Señor de los ejércitos, y ¿quién po-drá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando aparez-ca? Porque será como fuego de fundidor y como lejía de batanero, y se pondrá a fundir y purificar, y a purgar a los hijos de Leví, y los acrisolará como al oro y la plata” (Mal 3, 1b-3a).

Así profetiza el Espíritu San-to, por pluma de Malaquías, sobre al inauguración del ministerio de la predicación oficial del Mesías. O sea, Él debía empezar en el Templo ubicado en la ciudad de Jerusalén.

Por esta revelación quedaba cla-ro, para quienes tuvieran un espíri-tu bien dispuesto, que el surgimien-to del Rey esperado por los judíos no debería ser notado en la manifesta-ción de un poder político o financie-ro (supremacía sobre todos los pue-blos o exención de impuestos) sino a través de una patente acción santifi-cadora. Pues Él iría al Templo para purificar y refinar a los hijos de Leví.

Según el relato de San Juan, el mi-lagro de las Bodas de Caná se había dado poco antes, tras lo cual Jesús se dirigió a Cafarnaúm, donde se quedó algunos días junto a María y sus discí-pulos. El momento que había elegido para iniciar su misión pública era in-

mejorable; la Ciudad Santa y el Tem-plo mismo desbordaban hombres y mujeres de todo Israel.

Si el pueblo hubiera aceptado con fervor la predicación del Precursor —“Yo soy la voz que clama en el desier-to” (Jn 1,23)— estaría en condiciones de ver en la entrada de Jesús al Tem-

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plo una señal inequívoca de la apa-rición del Mesías: “…para que ofrez-can al Señor —prosigue Malaquías— oblaciones en justicia. Entonces agra-dará al Señor la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días antiguos, los años de otrora” (Mal 3, 3b-4).

El Patio de los Gentiles

El conjunto de todos los edificios que constituían el Templo forma-ban un cuadrilátero de unos quinien-tos codos 1 a cada lado, protegido con murallas. Se ingresaba a través de ocho enormes puertas guarnecidas con torres de atalaya. En su interior había tres patios especialmente san-tos: el de los sacerdotes, donde esta-ba el naos, una construcción también cuadrada en mármol blanco y reves-timiento de oro, ubicada en el ángu-lo noreste; el patio de los hombres y a continuación el de las mujeres.

Rodeando a estos tres patios exis-tía un gran espacio delimitado por co-lumnas, llamado Patio de los Gentiles o de los Paganos, única parte abierta a los no judíos. Ahí, con el tácito con-sentimiento de las autoridades del Templo, se habían instalado las bancas de cambio y un verdadero mercado.

En contraste a los otros tres, con-siderados sagrados, este último pa-tio asumió el carácter de una especie de bazar oriental. En él se vendía sal, aceite, vinos, palomas —que las mu-

jeres ofrecían para purificar-se—, ovejas e incluso becerros

para sacrificios de mayor porte. Se cambiaban tam-bién las monedas extranje-ras —griegas o romanas, por ejemplo— por la sa-

grada, con la cual se pa-gaba el impuesto fija-do por el Señor para la manutención del Tem-

plo (cf. Ex 30, 13-16).

Se oficializa la misión del MesíasEl Templo era el punto de refe-

rencia con más denso simbolismo re-ligioso, e incluso nacional, de Israel. En toda la nación no había nada más santo. Aquel sitio había sido elegi-do por el mismo Dios para convi-vir con el pueblo elegido. Por estas y otras razones, ningún judío se conso-laría de llegar a la hora de su muerte sin haber pasado antes por sus pórti-cos, corredores y edificios para rezar y ofrecer sacrificios. Aún en la actua-lidad, el gran sueño de los israelitas consiste en poder encontrarse fren-te a esas ruinas para tocarlas, besar-las, bañarlas con sus lágrimas y, así, robustecer sus esperanzas.

Cruzando el umbral de una de las ocho puertas exteriores se entraba al enorme Patio de los Gentiles, abierto a todos: judíos o paganos, ortodoxos o herejes, purificados o impuros. Pa-ra acceder al patio exclusivo de los judíos a partir de este sitio existían trece puertas, y frente a cada una de

ellas una columna con inscripciones prohibiendo, bajo pena de muerte, la entrada a personas indignas.

Aquí, en estos patios, sucedieron muchas de las escenas de la vida pú-blica de Nuestro Señor. La misión del Mesías se oficializa justamente en el episodio narrado por San Juan en el Evangelio de hoy. Hasta este día el Señor frecuentaba el Templo como un judío más, sin emitir juicio alguno acerca de la conducta de las autori-dades locales.

II – JESúS ExpulSa a loS mErCadErES

Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jeru-salén.

Con motivo de las grandes fies-tas, especialmente en la celebración de la Pascua, Jerusalén veía llenarse sus rutas con judíos oriundos de to-das partes.

Jesús también cumplía los precep-tos de la Ley, pero con una postura es-piritual muchísimo más elevada que la de todos los otros judíos, como lo comenta Orígenes: “...quería también manifestar la diferencia que hay entre la Pascua de los hombres, esto es, la de aquellos que no la celebran conforme a la voluntad o propósito de la Sagra-da Escritura, y la Pascua divina o ver-dadera, que se verifica en espíritu y en verdad; y para distinguir la divina, dice ‘la Pascua de los judíos’ [...]. El Señor nos dio ejemplo al respecto del gran cui-dado que debemos tener con el cumpli-miento de los preceptos divinos”. 2

Según Bossuet, “deberá Jesucristo presentarse en el Templo, no solo para tributar a Dios el culto supremo, sino, además, en calidad de hijo , ‘como hi-jo de la casa’ (Hb 3, 6), para poner or-den en todo lo que el Padre que le en-viaba le había prescrito”. 3

El Rey esperado por los judíos no

debería ser notado en la manifestación de un poder político

o financiero

Dígase además que el Patio de los Gentiles facilitaba el acceso a los de-más, ya que quien no lo usaba como atajo, estaba forzado a dar la vuelta en la esquina del Templo. Así, un es-pacio que debería tener cierto aire sagrado acabó convertido en una agi-tada “cueva de ladrones”.

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Y San Beda añade: “Cuando el Se-ñor vino a Jerusalén, se dirigió en se-guida al templo a orar, dándonos ejem-plo de que cuando lleguemos a algún punto donde hay templo de Dios, de-bemos dirigirnos primero a Él y hacer oración”. 4

El recinto sagrado fue transformado en bazar

Se encontró en el Templo con los vendedores de bueyes, ove-jas y palomas, y con los cam-bistas sentados.

Además de la muchedumbre que circulaba por el Templo como era co-

mún y corriente en las grandes fies-tas, Jesús se deparó una vez más con un tumulto y una ruidosa agitación. Los cambistas gritaban ofreciendo “un buen negocio”: moneda sagra-da a cambio de monedas extranjeras, que no podían usarse ahí; y de esta forma despreciaban la Ley y creaban un tráfico intolerable.

El vocerío de las discusiones sobre el valor de tales o cuales monedas no era la única sonoridad desacralizan-te. Los animales —¡verdaderos reba-ños!—, corderos, ovejas, bueyes y to-ros sumaban sus mugidos a los pre-gones de los vendedores, sin contar la tonalidad más aguda de las aves,

gorriones y palomas, que ofrecían su contribución a esa cacofonía chocan-temente contraria a un ambiente de esencia sagrada. Tampoco quedaba afuera la famosa, interminable y múl-tiple discusión entre fariseos y sadu-ceos.

Es fácil imaginar cómo el interés de lucro por parte de los mercaderes, y de economía por parte de los com-pradores, corromperían el espíritu religioso, elevado y recogido con que los peregrinos deseaban ingresar al Templo de Dios. Así, aquel edificio destinado a la ora-ción y el sacrificio fue trans-formado en una feria de es-

En el centro del patio de los sacerdotes estaba el “naos”, o santuario, una construcción cuadrada, en mármol blanco, revestido de oro

Maqueta del templo de Herodes - Israel Museum, Jerusalén

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candalosos y revoltosos abusos, en un mercado profano y vulgar.

“Jesús entra en el templo, que es aquí el atrio de los gentiles, en con-traposición al resto del mismo, co-mo se ve por el comercio en él esta-blecido. Sin embargo, por la proxi-midad al santuario, los rabinos pro-hibían, más teórica que prácticamen-te, el utilizar su paso como un atajo o en forma menos decorosa. ‘No se ha de subir al templo con bastón, o llevando sandalias o la bolsa, ni aun el polvo de los pies. No se debe pasar por el templo como por un atajo pa-ra ahorrar el camino’.8 Precisamente esto último es un detalle que también conservará Marcos (v. 16). Pero, a pe-sar de estas ideales medidas preventi-vas de la santidad del templo, ésta no se respetaba, pues se llegaba a verda-deras profanaciones en el recinto sa-grado”. 5

Acto de santa ira en un temperamento perfecto

Y haciendo de cuerdas un lá-tigo expulsó a todos del Tem-plo, con las ovejas y los bue-yes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Dijo entonces a los vendedo-res de palomas: ‘¡Quitad esto de aquí! No hagáis de la casa de mi Padre una casa de ne-

gocios’.Jesús ya había observado

en otras ocasiones esa pro-fanación, verdadero espec-táculo de profundas con-secuencias tendenciosas y revolucionarias: el Tem-

plo no era ya una ca-sa de oración, se había transformado en un bazar. Las otras veces

sufrió en silencio, conte-

niendo su indignación, pero ahora lle-gaba el momento de intervenir.

Jesús es Dios y completamen-te Hombre, con personalidad divina. Más adelante Él lloraría ante Jerusa-lén, como también por la muerte de Lázaro; serían lágrimas representati-vas de su misericordia, bondad, ternu-ra y amor. Aquí, Él empuña el látigo de la cólera, venganza y justicia. Am-

pasaje: “Dos veces arrojó del templo el Señor a los que compraban y ven-dían (cf. Jn 1; Mt 21), lo cual se cuen-ta como uno de sus mayores mila-gros. Pues aunque otras veces le vili-pendiaban, sin embargo, en esta oca-sión todos huyeron delante de Él, y aun cuando eran muchos, no se de-fendieron, y Él solo los arrojó a todos, sin otra arma que unos cordeles. Todo lo cual hizo mostrándoseles con rostro terrible. La causa porque los arrojó fue porque con sus compras y ventas deshonraban al Padre exactamente en el lugar donde debía ser más honra-do; y el Señor, encendido por un ce-lo ferviente de la casa de Dios, no pu-do sufrir aquellos desórdenes. Consi-déralo bien, y compadécete de Él, por-que está lleno de dolor y de compa-sión. Tampoco dejes de temerle, por-que si nosotros, que hemos sido elegi-dos para templo y morada de Dios por una grande y especial gracia suya, nos ocupamos y mezclamos en negocios de seglares, como lo hacían aquellos mercaderes, estando obligados a aten-der siempre a las alabanzas de Dios, con razón podemos y debemos temer su indignación, y que seamos echados afuera. Si no quieres ser atormenta-do por este temor, no te atrevas por ra-zón alguna a entrometerte en los cui-dados y negocios seculares. No te ocu-pes tampoco en hacer obras curiosas, que roban el tiempo debido a las ala-banzas de Dios, y que pertenecen a las pompas mundanas”.7

En Nuestro Señor todo era de una perfección ilimitada. Ante aquella si-tuación establecida de manera con-suetudinaria a través de los tiempos, medias tintas no serviría de nada pa-ra persuadir a los infractores. Debe-mos volver al infalible principio: si éste fue el proceder de Jesús, nada podría ser mejor. Argumentos lógi-cos, racionales y colmados de suavi-

Otras veces, Jesús sufrió en silencio,

pero ahora llegaba el momento de

intervenir

bos extremos denotan la perfección insuperable de su temperamento.

Se trató de un acto de santa ira. La cólera es, por sí misma, una pa-sión del apetito irascible, neutra, es decir, ni buena ni mala. Será buena si se adecua a la razón; de lo contrario, será mala. En Cristo Jesús todas las pasiones fueron siempre ordenadas y buenas. En concreto, en el caso del Evangelio de hoy, no podría atribuir-se jamás el carácter de pecado a ese acto suyo de venganza, pues muy al contrario, consistió en la práctica de la virtud de celo en grado heroico. Je-sús, con tal actitud, procuró reprimir los abusos y ofensas contra su adora-do Padre. 6

Temamos la indignación del Señor

En sus Meditaciones de la vida de Cristo, San Buenaventura realiza el siguiente comentario de este mismo

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dad no se impondrían nunca en tales circunstancias.

Es mejor corregirse al ser azotado

San Agustín, en su incansable ce-lo por las almas, saca de este episo-dio una sabia aplicación a la vida es-piritual:

“El Señor no los libró. El que des-pués sería flagelado por ellos, los flage-ló primero. Hermanos, el Señor hizo un látigo con cuerdas y azotó a los indisci-plinados que negociaban en el templo de Dios, y en esto hay algo simbólico.

“Cada cual teje para sí una cuerda con sus pecados. Ya lo dijo el Profeta: ‘Ay de vosotros, que arrastráis la ini-quidad como largas cuerdas’ (Is 5,18). ¿Quién hace esa cuerda? El que a un pecado agrega otro. ¿Cómo se juntan entre sí los pecados? Cuando se encu-bren los pecados hechos con pecados nuevos.

“Quien hurtó acude a consultar un adivino para no ser descubierto como autor del hurto. Ya es bastante que se lo tenga por ladrón, ¿para qué agregar al pecado otro más? Come-tió dos pecados. Como se le ha pro-hibido consultar al adivino, blasfema de su obispo… Cometió tres. Cuan-do éste lo expulsa de la Iglesia, dice: ‘Pues entonces me voy con los dona-tistas’… Cometió cuatro. La cuer-da va creciendo. Es motivo de te-mor. Mejor es que se corrija cuando es azotado, para no escuchar al final esta sentencia: ‘Atadlo de pies y ma-nos y arrojadlo a las tinieblas exterio-res’ (Mt 22,13).

“‘Cada uno es atado con las cade-nas de sus pecados’ (Pr 5,22). Lo dice el Señor y lo dice otro libro de la Escri-tura; en todo caso, siempre es el Señor quien lo dice. Los hombres son atados con sus pecados y lanzados a las tinie-blas exteriores” 8.

fieles, ciertamente despertó simpa-tías. La osadía de alguien que se le-vanta contra los abusos siempre arre-bata aplausos del alma popular. Ade-más, no debe extrañarnos que reac-cionara así el mismo que inspiró el himno Quam suavis, como pondera Orígenes:

“Consideramos también, no nos parezca cosa enorme, que el Hijo de Dios preparó una especie de látigo de las cuerdas que había recogido para arrojar del templo. Para explicar es-to, nos queda una poderosa razón: el divino poder de Jesús, que cuan-do quería podía contrarrestar la fu-ria de sus enemigos, aun cuando fue-sen muchos, y apagar el fuego de sus maquinaciones; porque el Señor disi-pa las determinaciones de las gentes y reprueba los pensamientos de los pue-blos. La historia presente nos demues-tra que no tuvo un poder menos fuer-te para esto que para hacer milagros;

además, que es mayor este hecho que el milagro de haber convertido el agua en vino, porque allí había una mate-ria inanimada, pero aquí se desbara-tan los tráficos de muchos miles de hombres.” 9

El celo de Jesús despierta la simpatía del pueblo

Se acordaron sus discípulos que está escrito: ‘El celo de tu casa me consume’ (Sal 68, 10).

Un varón apenas conocido, apoya-do exclusivamente en sus propios re-cursos y fuerzas, sin ejercer cargo ofi-cial alguno, imponiéndose con tan-to vigor, energía e intransigencia pa-ra expulsar a los vendedores con sus animales y posesiones, infundiendo miedo y respeto a la multitud, a los guardias y a los propios magistrados del Templo, no hace sino traslucir un poder divino. Aquél sólo podía ser un profeta, un reformador, el Mesías.

Lo que desacredita a un hom-bre lleno de ira es verlo actuar co-mo quien perdió el control de sí mis-mo, y por eso se vuelve un bruto. En la escena presente, en cambio, Jesús se mantiene todo el tiempo con ple-na majestad, dueño de Sí, asumien-do la actitud de un Hombre que tie-ne su Alma en la visión beatífica de Dios. Se trata de un celo inflamado por un amor total a Dios. Aquel ce-lo verdadero que, como afirma Al-cuino, “cuando tomado en buen senti-do, es cierto fervor del alma en que ésta se enciende, prescindiendo de todo res-peto humano, por la defensa de la ver-dad”. 10

No sería de extrañar que el pueblo recibiera con simpatía este atre-vimiento del Señor. La acti-tud valerosa e intrépida, so-bre todo cuando es justa y religiosa, estimula el aplauso

Lo que desacredita a un hombre

lleno de ira es verlo actuar como quien

perdió el control de sí mismo

Una hazaña más grande que convertir agua en vino

Esa actitud de Jesús debió encan-tar a muchas personas, no sólo en-tonces sino también a lo largo de los tiempos. Verlo proceder con intran-sigencia contra los comerciantes, por más que de cosas santas, dentro de los límites del Templo, perjudicando con ello la devoción de peregrinos y

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general; de ahí que los cuatro discí-pulos, al presenciar el triunfo de Je-sús, se hayan sentido sorprendidos de comprobar que la bondad del Divino Maestro poseía un armonioso ex-tremo opuesto.

Pero al mismo tiempo que los discípulos veían en dicha actitud la realización de una antigua pro-fecía, y con esto crecían en su fe, los judíos racio-nalizaban y obje-taban.

III – loS JudíoS pIdEn una SEñal

Pregunta llena de incredulidad, envidia y animosidad

Entonces, los judíos respondie-ron y le dijeron: ‘¿Qué señal nos das para hacer esto?’.

Evidentemente, aquí “los judíos” son las autoridades del Templo, que hacen una pregunta con carácter hos-til y típicamente farisaico, puesto que exigir una prueba para legitimar una acción que se justifica por sí sola ba-jo el prisma moral, es querer desacre-ditar a priori la señal que se les ofrez-

ca. De aquí surgiría una discu-sión interminable. Con razón

comenta San Juan Crisósto-mo: “¿Pero acaso necesi-taban de alguna señal pa-ra dejar de hacer lo que tan indebidamente hacían?

¿Acaso el estar poseí-do de este gran celo por la casa del Señor, no era el mayor de todos

los signos? Los judíos se

acordaban de las profecías, y sin em-bargo, pedían una señal, sin duda por-que sentían que se interrumpiese su ga-nancia; ¡torpes!”. 11

La pregunta llegaba colmada de incredulidad, envidia y ani-mosidad. Que-rían una segunda prueba, cuando la primera era de por sí suficiente para convencer a cualquier perso-na con un míni-mo de buen cri-terio.

Así son los que tienen mentalidad farisaica; pues cuando enviaban emi-sarios al Precursor, estaban dispuestos a aceptar —como lo decían ellos mis-mos— la afirmación de que éste se-ría el Mesías, pero no quisieron tole-rar que Juan Bautista indicara a Cris-to como el Salvador. Es decir, cuando los hechos perjudican sus intereses, no hay señal capaz de satisfacerlos.

Misteriosa respuesta de Jesús

Respondió Jesús y les dijo: ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’. Los judíos le replicaron: ‘En cuarenta y seis años se construyó este Tem-plo, ¿y tú lo levantarás en tres días?’ Pero él hablaba del tem-plo de su cuerpo. De ahí que cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acor-daron de lo que había predicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras pronunciadas por Jesús.

No sería la única vez que Jesús respondería de manera misteriosa a

sus interlocutores, para quienes no siempre eran comprensibles las reve-laciones hechas por el Divino Maes-tro. Pero el futuro las haría eviden-tes por su clarísima realización, como ocurrió en este caso puntual, ya que ciertamente colocó la mano sobre su sagrado pecho para decir: “Destruid este Templo…”

Claro que todos interpretaron mal esa propuesta, creyendo que se

Cuando los hechos perjudican sus

intereses, no hay señal capaz de satisfacerlos

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refería al edificio del que había expulsado a los mercaderes. Pero el estupor fue todavía ma-yor al oírlo afirmar que tenía el poder de reedi-ficarlo en tres días. Co-nocemos la realidad de los hechos gracias a un testigo ocular merece-dor de completa con-fianza, y que probable-mente debió notar los gestos de las divinas manos de Cristo mien-tras hacía esta profecía. Por eso mismo, al escri-bir su Evangelio des-pués de haberse cum-plido lo predicho por el Maestro, San Juan no tuvo la menor duda acerca de la exactitud y realidad de aquellas pa-labras, por lo cual rela-ta con total seguridad: “Pero él hablaba del templo de su cuerpo”.

Los discípulos de Jesús aceptan la señal

Llevado por su infinita misericor-dia, les concedió todavía una señal inconfundible con que alimentar la fe de todos: su Resurrección. “¿Por qué les da como signo el de la resurrec-ción? Porque esto era principalmente lo que daba a conocer que Jesús no era un puro hombre; que podía triunfar de

la muerte y destruir en poco tiempo su larga tiranía”.12.

Sin embargo, los únicos en acep-tar esta señal fueron los discípulos allí presentes, quienes, sin entender lo que el Divino Maestro les decía, iniciaban un camino pavimentado de fe y confianza, sin barreras, en Aquel al que todavía no veían como Dios y Hombre.

Después de tres años todo les quedaría claro gracias a la fidelidad practicada a pesar de tales o cuales debilidades, dándonos ejemplo pa-ra abrazar con amor las enseñanzas emanadas de la Santa Iglesia, en es-pecial cuando provienen de la infa-lible Cátedra de Pedro. Acatar con

rece que muere como institución, por-que en conjunto está sujeta a todas las tribulaciones y aparentes disoluciones de las cosas humanas. Con todo, re-surge siempre, como el cuerpo muerto de Jesús. Resurge en este mundo, por-que a las horas de tormenta y de las aparentes derrotas, sucede la calma y el triunfo esplendoroso. Resurgirá de-finitivamente cuando venga el tiempo del cielo nuevo y de la tierra nueva, de que nos habla el Apocalipsis, por la resurrección de todos sus miembros, que somos nosotros. Seamos miem-bros de Cristo, suframos con Él: es la condición indispensable para resuci-tar con Él. Es doctrina inculcada va-rias veces por el Apóstol. Vivamos en esta santa fe y dulce esperanza”. 13

Profundo resentimiento de quienes detentan el poder

Los judíos no alcanzaron el verda-dero significado de las palabras de Je-sús pues, como nos dice San Agustín, “eran carnales. Sólo apreciaban las co-sas por su sabor carnal, y el Señor les hablaba en sentido espiritual”. 14 De he-cho, el orgullo y el amor propio siem-pre ciegan a quienes se les entregan, y acaban reemplazando la acción de Dios por la personal y humana.

Condenando y castigando con tal violencia a aquellos desórdenes, Jesús manifestó el soberano y divi-no derecho de su auténtico mesianis-mo y su eterna filiación. Esa escena se repetiría dos años más tarde, nue-vamente sin resultado; todo volvería a ser como siempre. Pero Jesús per-petuó frente a la Historia, a las auto-ridades religiosas y a la propia multi-tud la memoria de que Él es verda-dero Hijo de Dios y, por ende, Señor del Templo.

Pese al encanto de algu-nos, el episodio causó un profundo resentimiento en

Resurrección del Señor – Catedral de Cristo Rey, Hamilton (Canadá)

“Destruid este templo y en tres días lo levantaré”

El orgullo y el amor propio siempre ciegan

a quienes se les entregan

celo la orientación de la Santa Igle-sia es un acto de filial amor al pro-pio Cristo Nuestro Señor: “Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha” (Lc 10,16).

A propósito de esto, resultan muy valiosas las consideraciones hechas por el cardenal Isidro Gomá y To-más: “El templo a que alude aquí Je-sús, dice Orígenes, no es sólo el tem-plo de su cuerpo, sino la santa Igle-sia que, construida de piedras vivas y elegidas, que somos todos los cristia-nos, cada día se destruye en ellas, por-que cada día mueren los hijos de la Iglesia; y cada día de la historia pa-

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los detentadores del poder. Allí par-tió la contienda entre las autorida-des religiosas y Jesús, la cual no ha-rá más que aumentar hasta el grito: “Caiga su sangre sobre nosotros y so-bre nuestros hijos” (Mt 27, 25). Tan heridos se sintieron por esta justa in-tervención, que distorsionaron las palabras proferidas en esta ocasión por el Salvador, para condenarlo a la crucifixión acusándolo de haber querido destruir el Templo; crimen repugnante y sacrílego que ellos sí

cometieron al volverse deici-das.

Por su parte, Jesús no había hecho sino procla-mar que vencería la muer-te mediante su Autorre-surrección, sirviendo és-

ta como prueba irrefu-table de la auténtica realidad de su misión, como lo diría más tar-

de Él mismo: “Confiad;

“Bodas de Cana” - Iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois, París

Sérgio H

ollman

n

Yo he vencido al mun-do” (Jn 16,33).

Reacción voluble y pragmática de la multitud

Mientras es-tuvo en Je-rusalén, du-rante la fies-ta de la Pascua,

muchos creye-ron en su nom-

bre al ver los mila-gros que hacía. Pe-

ro Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía

a todos, y no necesitaba que nadie le informara sobre hom-bre alguno, pues Él conocía lo que hay en cada hombre.

Ciertamente se hace aquí una re-ferencia a la primera Pascua que Je-sús pasó en Jerusalén, inmediata-mente después de realizar el milagro de las Bodas de Caná. ¿Por qué no se fiaba de quienes habían creído a cau-sa de los milagros?

Corazones vo-lubles, incons-tantes y pragmá-ticos, que en un primer momen-to se llenaban de admiración, pero en menos de tres años preferirían a Barrabás an-tes que a los mi-lagros. En el fon-do no amaban la verdad en tesis; menos aún en sustancia. Alguna ra-zón tendría un político francés al de-cir que el pueblo se venga de sus pro-pios aplausos.

“¿A qué se debía esta inconsistencia en ellos, lo que hacía en Cristo que no se les ‘confiase’ plenamente? Los mila-gros les deslumbraban y les hablaban con ‘signos’ del poder y dignidad me-siánica de Cristo, pero en ellos queda-ba un fondo, una reserva frente a Cris-to. Probablemente, más que defecto en la fe, era defecto en la entrega ple-na a Cristo. Acaso pensaban seguir-lo, al modo de un discípulo a los cé-lebres maestros Hillel o Shammaí; pe-ro no pensaban entregarse plenamente a Él con lo que importaba esto en el or-den moral y religioso (Jn 3, 16.18.21; 6, 28.30). Ya ‘desde este primer contacto con las multitudes de Jerusalén, véseles ya cuales aparecerán siempre en Juan: impresionables, rápidamente conquis-tados por los milagros de Jesús, pero superficiales y precariamente adheri-dos’”. 15

Por otra parte, el testimonio de los hombres no pocas veces es ciego, por-que se basa en las apariencias. ¡Y qué poca importancia debemos atribuir a los discursos, pensamientos y pala-brerías de otros, acerca de nosotros! Cuando elogian, que no nos lleven a la soberbia; ni a la perturbación cuando

critican y contra-dicen. En cuan-to a nuestra rela-ción con Jesús, lo que Él quiere es “nuestro abando-no, de pensamien-to y voluntad, a sus direcciones; no quiere que nos conservemos en el egoísmo espiritual de quienes le rega-tean pensamien-

to y voluntad. Jesús lo sabe todo: no ne-cesita testimonio de hombre, porque pe-netra con su mirada hasta el fondo de nuestro pensamiento y corazón. No nos

Corazones volubles, inconstantes y

pragmáticos, en menos de tres

años preferirían a Barrabás

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Marzo 2009 · Heraldos del Evangelio 19

excusemos y rindámonos generosa-mente a sus gracias”. 16

Iv – ConSIdEraCIonES FInalES

Las iglesias son casas de Dios. Edificios sagrados, en los cuales el Cordero de Dios es inmolado todos los días sobre el altar. En ellas somos elevados a la digni-dad de hijos de Dios, purificados de nuestros pecados, alimentados con el Pan de los Ángeles, instrui-dos por las verdades de la salva-ción, santificados por la gracia.

Respeto, devoción y piedad son algunas de las virtudes indis-pensables para ingresar en tan sagrado recinto. Recemos con confianza, santo temor y entu-siasmo en sus oratorios. Oigamos con avidez la Palabra de Dios pronunciada por sus ministros, o aquella voz interior del Espí-ritu Santo. Recibamos con grati-tud los sacramentos. Adoptemos la firme resolución de frecuentar asiduamente la iglesia para ado-rar al Buen Jesús y crecer en la devoción a María. Y temamos ser objeto de la divina cólera de-bido a una mala conducta, como advertía Alcuino: “El Señor entra todos los días en su Iglesia espiri-tualmente, y atiende cómo se por-ta cada cual. Evitemos, pues, en la Iglesia las conversaciones, las ri-sas, los odios, y las ambiciones, no sea que viniendo el Señor cuando menos se le espera, nos arroje de su Iglesia a latigazos”. 17

Alcuino no vivió en tiempos actuales. Si conociera la degra-dación de modas y costumbres en los días presentes, no dejaría de recomendar delicadeza de con-ciencia a aquellos —y aquellas— que entran al Templo sagrado, no

para rezar, sino para mostrarse, incitar al pecado y llevar las almas a la perdición eterna.

1 Unos 250 metros2 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.3 Œuvres Choisies de Bossuet. Ver-sailles: L’Imprimerie de J. A. LE-BEL, Imprimeur du Roi, 1821, vol. II, p. 130.4 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.5 Berakoth 9.5; cf, STRACK-B. Kommentar II p. 27.6 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1015. 7 Cf. Suma Teológica I-II q. 28, a. 4.8 BUENAVENTURA, San: Medi-taciones de la vida de Cristo. Libre-ría Editorial Santa Catalina, Bue-nos Aires, pp. 159-160. 9 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coim-bra, 1954 vol. I, pp. 264-265.10 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.11 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.12 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.13 CRISÓSTOMO, S. Juan, in Aquino, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.14 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Edicio-nes Acervo, Barcelona, 1966; vol. I pp. 386-38715 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coim-bra, 1954, vol. I p. 272.16 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1026.17 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Edi-ciones Acervo, Barcelona, 1966; vol. I p. 387.18 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Au-rea, in Jo.

Adoptemos la firme resolución de frecuentar asiduamente la iglesia para

adorar al Buen Jesús y crecer en la devoción a María

“Inmaculada Concepción”, de Guido Reni - Metropolitan Museum of Art, Nueva York

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h Cruz fiel, árbol único en nobleza!Jamás el bosque dio

mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza,con un peso tan dulce en su corteza!

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Crucifijo que preside la nave central de la iglesia Nuestra Señora del Rosario

del Seminario de los Heraldos del Evangelio, Caieiras (Brasil)

Tú, solo entre los árboles, crecidopara tender a Cristo en tu regazo;tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido.

Extracto del Himno “Crux fidelis”de la liturgia del Triduo Pascual