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REVISTA EUROPEA. NÚM. 311. 20 DE FEBRERO DE 1880. AÑO'VII. LA MUJER EN LA VIDA MODERNA (1). Señores: Dudo que ofrézcala historia otro destino tan singular como el de la mujer en todos tiempos. Climas, costumbres, religio- nes, gobiernos: la legislación, el arte, la cien- cia, el estado social; todo sucesivamente ha ido señalando á la mujer misiones especia- les, raras, variadas, caprichosas, y á veces las más contrapuestas. Unos la han levantado templos, dándole por imperio un cielo; otros la rebajaron humillándola en el polvo: unos, á fuerza de espiritualizar á la mujer, quisie- ran borrar délas imaginaciones aquella su en- voltura corpórea, aquella hermosura y aque- llos encantos, producto sublime de la plás- tica divina, ante los cuales se quebrantan las voluntades más firmes, se dobla la más ruda cerviz y se rinden las mejores fortalezas: otros, á fuerza de materializarla, no la conce- den más atributo que el de ser reina de los placeres: para unos, deberíamos abdicar todo poder y toda autoridad en manos del más dé- bil; para otros el papel de la mujer debe redu- cirse á ser una de tantas piezas obligadas del gran mecanismo social ó acaso un mero ins- trumento de dominación hábilmente mane- jado por determinadas clases. En una pala- bra: las funciones de la mujer en el mundo fí- sico, en el orden fisiológico, no las discutimos nunca, porque nos las imponen los sentidos y las mismas condiciones de su vida externa; 1 las funciones de la mujer en el mundo moral y en el orden fisiológico, no han llegado á fijarse de una manera definitiva; y la prueba está en que se siguen discutiendo. No sucede lo mismo coa los hombres. Las funciones morales y sociales del varón están tan perfectamente definidas como pueden es- tarlo sus funciones físicas. Discutimos la re- partición de trabajos dentro del sexo mascu- lino: no discutimos jamás la competencia del sexo para aquellos trabajos. Así, por ejemplo, en la esfera política, hace siglos que está em- peñada la lucha para averiguar si los hom- 11) Discurso pronunciado en el Fomento di las Artes por D. Joaquín María Sanromá. bres hemos de dividirnos en gobernantes per petuos y perpetuos gobernados; si el gobierno ha de pertenecer á una familia, ó á una clase, ó á varias, ó á todas las clases sociales sin distinción por medio del sufragio universal ó por otra participación más ó monos directa en la vida pública. En la esfera económica re- ñimos con desusado valor sobre si hemos de dividirnos en trabajadores y desocupados, en libres y esclavos, en capitalistas de raza y operarios por azar del nacimiento; así como en la esfera moral y religiosa, tratamos de indagar si la humanidad puede estar en con- tacto inmediato y directo con el Infinito, ó si ha de haber siempre intermediarios forzosos entre Dios y el hombre. Pero tomad el sexo masculino en conjunto, y toda duda desaparece; y pueblos bárbaros y pueblos cultos, y salvajes y civilizados, to- dos unánimemente convienen en reservar al sexo llamado fuerte un mismo lote de atribu- ciones. La actividad, la energía, el mando, el gobierno, la guerra, el sacerdocio, la direc- ción del arte, la dirección del espíritu. Todo es aquí perfecta unidad de. miras: todo obe- dece á un maravilloso concierto. Un punto hay, sin embargo, que ha tenido el privilegio de concertar las opiniones sobre el desuno moral de las mujeres. Este punto es la familia. Recorred la escala de las civiliza- ciones: comparad entre sí los sistemas filosófL eos y las creencias más arraigadas en la con- ciencia de los pueblos; siempre notareis una marcada tendencia á ir concentrando la mi- sión moral de la mujer en el seno del hogar doméstico. Pero, aun en este terreno tan con- creto, ¡qué variedad de matices en la opinión, y cuántas dudas, y cuántas distinciones, y qué reñida controversial También aquí, mientras unos lo conceden todo á la mujer en la fami- lia, otros la consideran como un simple ele- mento de ella; si para unos debe tener entre los suyos una alta autoridad y el mayor pres- tigio, otros la condenan á representar un pa- pel pasivo, subalterno, de resignación y de obediencia; si algunos, llevados de un noble entusiasmo, confiarían á la mujer la dirección suprema del hogar, otros menos galantes y sobre todo menos justos, casi casi la reduci- rían á las prosaicas funciones de la economía

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 311. 20 DE FEBRERO DE 1880. AÑO'VII.

LA MUJER EN LA VIDA MODERNA (1).

Señores: Dudo que ofrézcala historia otrodestino tan singular como el de la mujer entodos tiempos. Climas, costumbres, religio-nes, gobiernos: la legislación, el arte, la cien-cia, el estado social; todo sucesivamente haido señalando á la mujer misiones especia-les, raras, variadas, caprichosas, y á veceslas más contrapuestas. Unos la han levantadotemplos, dándole por imperio un cielo; otrosla rebajaron humillándola en el polvo: unos,á fuerza de espiritualizar á la mujer, quisie-ran borrar délas imaginaciones aquella su en-voltura corpórea, aquella hermosura y aque-llos encantos, producto sublime de la plás-tica divina, ante los cuales se quebrantan lasvoluntades más firmes, se dobla la más rudacerviz y se rinden las mejores fortalezas:otros, á fuerza de materializarla, no la conce-den más atributo que el de ser reina de losplaceres: para unos, deberíamos abdicar todopoder y toda autoridad en manos del más dé-bil; para otros el papel de la mujer debe redu-cirse á ser una de tantas piezas obligadas delgran mecanismo social ó acaso un mero ins-trumento de dominación hábilmente mane-jado por determinadas clases. En una pala-bra: las funciones de la mujer en el mundo fí-sico, en el orden fisiológico, no las discutimosnunca, porque nos las imponen los sentidos ylas mismas condiciones de su vida externa;

1 las funciones de la mujer en el mundo moraly en el orden fisiológico, no han llegado áfijarse de una manera definitiva; y la pruebaestá en que se siguen discutiendo.

No sucede lo mismo coa los hombres. Lasfunciones morales y sociales del varón estántan perfectamente definidas como pueden es-tarlo sus funciones físicas. Discutimos la re-partición de trabajos dentro del sexo mascu-lino: no discutimos jamás la competencia delsexo para aquellos trabajos. Así, por ejemplo,en la esfera política, hace siglos que está em-peñada la lucha para averiguar si los hom-

11) Discurso pronunciado en el Fomento di las Artes porD. Joaquín María Sanromá.

bres hemos de dividirnos en gobernantes perpetuos y perpetuos gobernados; si el gobiernoha de pertenecer á una familia, ó á una clase,ó á varias, ó á todas las clases sociales sindistinción por medio del sufragio universal ópor otra participación más ó monos directaen la vida pública. En la esfera económica re-ñimos con desusado valor sobre si hemos dedividirnos en trabajadores y desocupados, enlibres y esclavos, en capitalistas de raza yoperarios por azar del nacimiento; así comoen la esfera moral y religiosa, tratamos deindagar si la humanidad puede estar en con-tacto inmediato y directo con el Infinito, ó siha de haber siempre intermediarios forzososentre Dios y el hombre.

Pero tomad el sexo masculino en conjunto,y toda duda desaparece; y pueblos bárbarosy pueblos cultos, y salvajes y civilizados, to-dos unánimemente convienen en reservar alsexo llamado fuerte un mismo lote de atribu-ciones. La actividad, la energía, el mando, elgobierno, la guerra, el sacerdocio, la direc-ción del arte, la dirección del espíritu. Todoes aquí perfecta unidad de. miras: todo obe-dece á un maravilloso concierto.

Un punto hay, sin embargo, que ha tenidoel privilegio de concertar las opiniones sobreel desuno moral de las mujeres. Este punto esla familia. Recorred la escala de las civiliza-ciones: comparad entre sí los sistemas filosófLeos y las creencias más arraigadas en la con-ciencia de los pueblos; siempre notareis unamarcada tendencia á ir concentrando la mi-sión moral de la mujer en el seno del hogardoméstico. Pero, aun en este terreno tan con-creto, ¡qué variedad de matices en la opinión,y cuántas dudas, y cuántas distinciones, y quéreñida controversial También aquí, mientrasunos lo conceden todo á la mujer en la fami-lia, otros la consideran como un simple ele-mento de ella; si para unos debe tener entrelos suyos una alta autoridad y el mayor pres-tigio, otros la condenan á representar un pa-pel pasivo, subalterno, de resignación y deobediencia; si algunos, llevados de un nobleentusiasmo, confiarían á la mujer la direcciónsuprema del hogar, otros menos galantes ysobre todo menos justos, casi casi la reduci-rían á las prosaicas funciones de la economía

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casera. De modo que; aun en aquello que pa-rece ser patrimonio exclusivo del sexo feme-nino; aun en aquello que toca más de cerca ásu delicada esencia, diríase que hemes puestosingular empeño en ir disputando palmo ápalmo á la mujer sus atribuciones y preroga-tiva; y tan crueles hemos sido los hombres, ytan despiadados, que, sin miramientos ni res-peto al más intimo y al más natural de lossantuarios, allí hemos penetrado y allí, conla frialdad de un artífice, hemos querido justi-preciar el valor intrínseco de la triple coronaque ciñe la frente de las mujeres. La coronade esposa con sus purísimos amores; la coro-na de hija con sus cariños inefables; y otracorona más rica todavía, que es 61 orgullo dela mujer y que siempre la envidiaremos loshombres; otra corona más excelsa, cuyo nom-bre parece profanarse cuando se escribe enlos códigos humanos, porque es un nombreque pertenece de derecho al código divino: elnombre dulcísimo de madre. (Bien, bien.)

Señores: Al ver tanta y tantísima vacila-ción para conseguir lo que podria llamarse laclasificación moral del sexo femenino, ¿quétiene de extraño que la mujer se dé por resen-tida y que la oigamos exclamar muy á me-dudo: ¡A.h! ¡cómo se conoce que los hombresson los que han hecho las leyes! Por fortuna(y dispénsenme los señores que tienen la bon-dad de escucharme), por fortuna no toda laculpa es nuestra; porque cuando la duda y lavacilación son obra de tantos siglos y expre-san la voz de miles de generaciones, es que lavacilación y la duda no obedecen á un merocapricho-; es que hay aquí algo natural, algoque responde á la misma constitución moralde la mujer; y ese algo yo lo condensaría enuna sola frase: la ley de los contrastes.

Cuando un poeta de la antigüedad llamabaal sexo femenino varium et mutabile, que escomo si dijéramos veleidoso; cuando el ga-llardo Francisco I escribía con su anillo en elcristal de un balcón, aquel famoso mote son-ventfemme varié, creedme, el poeta y el ena-morado rey hablaban simplemente por des-pecho; y si más tarde la filosofía ha queridoencontrar en aquellas frases un pensamientoserio y levantado, creedme también, aquelpensamiento no redunda-en desdoro de la mu-jer, sino en su honra y en su elogio.

Hablo de contrastes; y decidme, ¿qué otroser los ofrece en la naturaleza, ni más bellos,ni más constantes, ni más variados? Si es ver-dad, como aseguran, que la mujer representaen la creación el más acabado de los tipos ar-

tísticos, es porque para ella se ha reservadoel admirable don del colorido, de los tonos, delos matices, de las combinaciones de luz ysombra, que son la verdadera magia del ar-te; es que en la misma esencia de la mujerreside el secreto del claro-oscuro, de aquelmismo claro-oscuro que tanto os cautiva yembelesa cuando estudiáis los cuadros de ungran maestro, ó cuando un cantor privilegia-do va destilando en vuestras almas las inspi-radas notas de su repertorio, ó cuando, de-jando los primores del arte humano por lasexcelencias del arte divino, vais á situarosdelante de un paisaje natural y allí permane-céis mudos, estáticos, arrobados, escuchan-do de un lado el rumor de las olas que revien-tan contra las peñas, y al propio tiempo entorno vuestro el susurro del viento matinalque suspira entre el follaje;- viendo los rayosdel sol que doran las altas cumbres, y al mis-mo tiempo, allá á lo lejos, en el horizonte, lamasa de nubes pardas que lleva en sus flan-cos el rayo y avanza preñada de tempestades.{Aplausos.)

Sí, señores; prodigio de claro oscuro y decontrastes es la mujer. Vedla en el consejo.Si por las dificultades de la vida tenéis queapelar á su opinión para tomar una resolucióndecisiva, ¡qué inexperiencia á veces! Pero enotras ocasiones ¡qué tacto, qué tino, qué ha-bilidad, qué previsión, qué profunda intuicióndel porvenir! ¡Y cómo sabe adelantarse á aque-llo que jamás hubiera podido adivina'r el másamaestrado de los hombres!—Si tratáis de ha-cerla penetrar en el campo de la ciencia, po-dria ser que la encontréis difícil, rebelde y re-fractaria á la luz; pero podrá ser también que,cuando monos lo esperéis, se eleve de repenteá las más altas abstracciones y tome en unmomento posesión del muudo del espíritu.—Esplicadle un fenómeno raro y complicado,pero natural; tal vez la veréis perpleja y des-confiada, con la duda en el semblante y lasonrisa en los labios; dadla lo sobrenatural,/creyente la hallareis y tan firme y tan cie-gamente resuelta á seguiros y á escucharos,que para ella parecen haber nacido los por-tentos de la fé y para ella haberse creado losgrandes fanatismos.—Un dia os convertiráen prosa lo que creéis poesía; pero en cambiosi queréis averiguar hasta donde alcanza enla mujer el culto de lo maravilloso, ved comosabe idealizar lo infinitamente pequeño, ycomo á lo mejor su viva fantasía puebla losaires de genios ó de fantasmas, y cómo brotanflores de todo cuanto toca y todo lo viste de

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rosa y azul, y cómo sabe trocar la escena másvulgar de la vida en un cuento de hadas ó enuna leyenda oriental donde se agitan en re-vuelto torbellino ángeles y endriagos, Dios ySatán, lóbregas cavernas y encantados ede-nes.—Ama con frenesí, pero odia sin piedad;sus antipatías son crueles, temerarias, inven-cibles, inexplicables; sus simpatías hermosas,espontáneas, eternas ó inconscientes.—Esdura én la contrariedad; pero sus habitualesternuras son un tesoro tal, que con razón seha llamado el maná de todas las almas y elbálsamo de todas las aflicciones.•—Sus irasson mortales: sus calmas profundas y serenas:sus venganzas terribles, sus celos insensatos,sus perdones infinitos.—Altiva, cuando el de-monio de la soberbia hace presa en su espíri-tu; humilde hasta la santidad cuando adquie-re la conciencia de su propia flaqueza: pro-digio de obstinación en determinados casos;de ordinario flexible y blandamente entregadaá las más flojas voluntades; tímida ante elmás pequeño riesgo, firme y denodada antelos mayores peligros, sabiendo ser, si la oca-sión lo exige, alma de los movimientos popu-lares, emblema nacional en las guerras deindependencia, pasmo de serenidad en el mar-tirio, heroína en los combates.—Para los pla-ceres infatigable, pero ejemplar en el sufri-miento, soportando, con varonil entereza, nosolamente los dolores físicos que la son pecu-liares, sino también aquellos acerbísimos do-lores morales que suelen quebrantar al nues-tro; y por esto la mujer, tan inclinada á sufrir,es amparo soberano de los ajenes sufrimien-tos; y por esto entre las nobles prendas que laadornan, sobresale una prenda nobilísima, laabnegación.—Incansable junto al lecho delenfermo, inconsolable al pió de la tumba que-rida, ángel de los hospicios, providencia de lascárceles, amoroso encanto del niño desvalido;joyas preciadas del corazón, señores, que vaná reflejarse todas en aquel modelo inimitablede la hermana de la caridad, ante la cual en-mudecen las críticas más severas y á cuyasplantas corren á estrellarse los mayores des-creimientos. (Grandes aplausos.)

Tal es la mujer, según ley de la naturale-za: tal ha llegado hasta nosotros, según ley dela historia. Pretender buscar un tipo predo-minante en el fondo de esta antítesis eterna,seria temerario empeño; pero es fácil, curiosoy por demás instructivo examinar los variosconceptos bajo los cuales se nos aparece lamujer en el discurso de la historia.

Cuatro son los grandes ideales que ha te-

nido la mujer:—el ideal antiguo—el ideal mís-tico—el ideal oriental—el ideal moderno.

Se ha dicho que la antigüedad no supo veren la mujer más que la belleza física; y nadatan natural, señores, porque, en la infanciade los pueblos y en la infancia de las ideas, elfenómeno que primeramente hiere los senti-dos, es también aquel que atrae primero lasimaginaciones. Cuando contempláis el discosolar ¿no os parece que es un mero satélite dela tierra antes de que la astronomía os de-muestre lo contrario? Y cuando la fuerza ani-mal ó la furia del vapor os arrastran en rápidacarrera ¿no creéis que corren en sentido in-verso las tierras y las aguas, los prados, losvalles, las colinas y las altas montañas, antesde que os diga lo contrario la física? Asi tam-bién bajo aquel cielo sereno de la Grecia, en-medio de aquella naturaleza rica, esplendoro-sa; pintoresca, muelle y tan pródiga de sonri-sas, la mujer debia resplandecer, ante todascosas, por sus solos atractivos corporales:como resplandece un diamante de purísimaluz entre todas las galas de la desposada, an-tes de que hayáis llegado á descubrir en ellaotras mejores galas, que son las prendas desu alma.

Por esto el arte antiguo no acertaba á dea-cubrir en la mujer más que realidades plásti-cas; y de mil maneras las diversificaba y conmil colores las vestía; y teníais en Ceres unabelleza de la robustez, y en Juno una bellezaarrogante, y en Minerva una belleza severa,y en Diana una belleza pálida y delicada, y enlaBaca"»te la belleza, fogosa y lasciva y en Ve-nus la belleza suprema, la belleza clásica, elprototipo de todas las bellezas. Y así y no deotra manera las celebraron Homeroy Píndaroen versos inmortales; y Fidias y Praxíteleslas reprodujeron en el duro mármol con todoslos encantos del desnudo, y el pincel de Zeuxisy el pincel de Apeles añadieron á esos encan-tos las ilusiones de la vida real con el realcedel colorido.

Permitidme, sin embargo, una observa-ción muy digna de tenerse en cuenta y que,aun entre los antiguos, revela cierto progre-so en las ideas. Verdaderamente no todo con-cepto de belleza es puramente físico en la an-tigüedad. En varios de sus tipos comienzanya á dibujarse algunos contornos morales. Sila diosa de Patos y Citerea, es pura sensuali-dad, y es pura liviandad la Bacante, en cam-bio Juno y Cibeles, Diana y Minerva repre-sentan un concepto algo más ideal, algo queestá por encima de la, materia. En la historia

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clásica, en su mitología, en sus creacionesartísticas, hay como una especie de vaga adi-vinación de que detrás do las ventajas delcuerpo, existe una belleza más augusta, quereside toda en el espíritu. Si el mismo Horne-ro sabe pintaros en la bella Elena un portentode hermosura y gentileza, también os pinta-rá en Temba el cariño de familia, en Andrimaca la ternura, en Penélope la constanciaconyugal, en Calipso el torcedor de las celos;como más tarde los romanos personificaránen Lucrecia el heroísmo del deber; en Ventu-ria el prestigio de la maternidad, en la madrede los Gracos la entereza de carácter y elsentimiento de la Patria.

Vinieron otros tiempos y con ellos vino lareacción en sentido totalmente opuesto; por-que de acciones y reacciones vive constante-mente la historia. Fuertes creencias y trasellas el escepticismo; tras de la inercia, el de-lirio del trabajo: tras la fiebre del oro, el des-pejo de la materia; tras del sensualismo, elidealismo puro; tras del concepto brutal de lamujer, el ideal rústico de la Edad Media.Aquel primer período de la Edad Media todode barbarie, pero también todo, de fervor;aquel período que nos anunciaba como tipossuperiores de elección divina, las mansionesdel anacoreta, los rigores del claustro y lausada esbeltez de las agujas góticas; aquelfue también el período que nos dio de la mu-jer el concepto místico más refinado. Y esteconcepto místico no os molestéis mucho enbuscarlo; también lo hallareis reflejado en elarte, en el arte de aquellos tiempos.

¿Recordáis los famosos retablos que hoyse guardan como una joya en los museos pú-blicos ó en colecciones particulares, ó queadornaban ó que adornan todavía algunas denuestras antiguas basílicas? Aquellas figurasmacilentas, largas y estiradas; aquellas ca-bezas caídas; aquellos brazos desmayados,¿qué son si no la muda expresión de un arteque huye sistemáticamente de toda forma ex-terior que pueda hacer impresión en los sen-tidos'? Nadie dirá que aquellas son mujeres; ycomo advierte un ingenioso escritor, nadielas distinguiría de los hombres, á no ser porla larga cabellera, la falta de barba y el corteespecial de la vestimenta. Diríase, por el con-trario, que allí se reproduce, en toda su des-nudez, el arte primilivo, como si no hubieseexistido el arte griego; diríase que aquellosbienaventurados maniquíes son hermanos ge-melos de las toscas imágenes egipcias escul-pida$ en los monolitos, ó de las groseras figu-

ras japonesas ó chinas impresas en seda ó enpapel sobre laca ó sobre porcelana.

Pero ¡ah! ¡qué profundo sentido históricoencierran aquellas pinturas de retablo! Son lalógica de su tiempo. Esas mujeres que veisallí desgarbadas, sin gracia ni galanura, sonla encarnación perfecta de un sentimiento re-ligioso, pero extremado, que ponderaba á losojos de la mujer las excelencias de la virgi-nidad sobre las excelencias del matrimonio;que incesantemente, un dia y otro día pediapara la mujer la contemplación antes que laslabores del sexo, el éxtasis antes que la razcnserena, la vida conventual antes que la vidade familia. (Muy bien.) '

Pero, señores, no hay que hacerse ilusio-nes. Es inútil violentar la naturateza, porqueella protestará en el acto. Ya habéis vistocómo supo protestar contra el realismo anti-guo buscando algunos contornos morales. Nolo dudéis: también sabrá protestar contra elidealismo de la Edad Media poniéndola con-tornos materiales. ¿Quién se encargará deesta protesta? Precisamente el mismo retablo.

Cuantos conocen la historia del arte sabenque, si en los retablos de la Edad Media senota algunas veces la ausencia total de dibu-jo y de composición, también suelen distin-guirse por dos cualidades eminentes; el colory la expresión de los semblantes. Cuando alcaer de la tarde, bajo las anchas naves deuna catedral gótica, al través de la luz cre-puscular, que penetra por los grandes roseto-nes esmaltados de vidrios multicoloros, en me-dio de aquel pro fundísimo silencio solamenteinterrumpido por la lenta y solemne armoníadel canto llano, ó por las ráfagas de viento queazotan las gigantescas moles de piedra, cuan-do allí, en el fondo de un altar, entre dos esta-tuas yacentes, os paráis á comtemplar un vie-jo retablo, con que elocuencia salía á vuestravista el espíritu dominante en aquellas obraspictóreas, ¡Y con qué verdad, y con qué terriblerealidad á veces, el pintor anónimo ó ignora-do de la Edad Media, ha sabido retratar enaquellas fisonomías apenas esbozadas, losmás íntimos detalles de la leyenda mística, laausteridad del monge, la conpuncion de lavirgen, la plácida majestad del arrobamien-to, la rabia de Luzbel ó la desesperación delcondenadol Acercaos algo más, y tal vez enun rincón de aquella tabla tosca, mugrientay carcomida por los siglos veréis asomar unrostro de gentil belleza. Es un ángel ó unamujer. Allí está la protesta del realismo; allíen aquel punto es donde el desconocido artis-

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NÚM. 311. G. TIBERGHIEN.—MORAL ELEMENTAL. 165-

ta quiso rendir culto á la hermosura terrenal; icomo si por un momento hubiese tratado deromper las ligaduras místicas que le oprimían;como si hubiese pretendido recordarnos ánosotros, sus admiradores futuros, que tam-bién él pertenecía á la tierra; como si en me-dio de las espesas tinieblas de aquel mundode espectros, hubiese podido adivinar entresueños, los peregrinos rostros que pintará undía Rafael á las maravillosas vírgenes queinmortalizaran á Murillo (Bravo, aplausos.)

Dejad que pasen algunos siglos, y esta obrade resurrección de la carne que empieza en elretablo concluirá en el Renacimiento. Desdela época del Renacimiento ya el ideal místicodé la mujer no se limita á tomar de la bellezafísica algunos ligeros esbozos; ya el pintormás fervoroso trata de llevar á la escena ar-tística la mujer completa, la mujer en todasu realidad, en toda la esplendidez de sus for-mas. El arte griego y el arte cristiano pare-cen vaciarse entonces en un mismo molde. Elartista creerá hacer una obra meritoria re-presentando con los atavíos de la hermosuraprofana los tipos sobresalientes de la cristia-na epopeya, desde la belleza mundanal de laMagdalena arrepentida hasta la celestial be-lleza de la Madre de Dios y de las vírgenesconsagradas en los altares; y á tal punto lle-gará entonces el afán de realismo, que en vezde robar al cielo el secreto de la hermosura,parece como que so intenta revelar este se-creto á los cielos mismos; y María y las san-tas y las angélicas cohortes aparecerán en ellienzo ó en la tabla como meras semblanzasde todos aquellos seres que el pintor adoramás en la tierra, como simples retratos de susmadres ó de sus hijas, de sus esposas ó dosus amadas.

Señores, en esta serie histórica de la mu-jer,,el ideal oriental forma un mundo aparte,si es que la palabra ideal puede tomarse aquíen el sentido que acostumbramos darle losoccidentales. Por de pronto no os neis de lasestampas de salón que representan á la mujeroriental rodeada de ciertos explendores, rica-mente ataviada, recostada en un diván, reci-biendo de manos de la esclava la dorada tazaó el afiligranado pebetero, la guzla negligen-temente abandonada, y en sus ojos aquel fue-go ó aquella mortal languidez que son el en-canto de nuestras españolas. Siquiera hayallí algo de poesía, la poesía de la mirada, lapoesía del ropaje, la poesía del perfume, lapoesía de los pliegues artísticamente combi-nados en la mágica estancia.

No; no busquéis la mujer oriental en lasproducciones del arte, como habéis buscadola mujer antigua y la mujer mística. La mu-jer oriental, y sobre todo la mujer árabe, bus-cadla un poco más abajo: en el aduar, en elharem, en el bazar, en la tienda musulmana.Allí veréis, como última palabra déla belleza,una crasitud enorme fomentada á fuerza deun régimen alimenticio que envidiarían nues-tras aves de corral y nuestras reses de cuchi-llo, como secreto del atavío,los afeites grose-ros, las cejas formando arco sobre la frente,las uñas teñidas de negro, do rojo ó de amari-llo. Ni instrucción, ni educación especial, nicultura del espíritu. El pudor imposible, por-que él espeso velo que tapa aquellos rostrosdicho se está que no es antemural de la fide-lidad ó del candor, sino defensa material con-tra la liviandad y contra, la codicia del bienajeno; la ociosidad absoluta en la mujer rica,el trabajo de la bestia para la mujer del po-bre. Así ha vivido largos siglos la mujer enOriente, y así vivirá otros tantos, nula, pasi-va, esclava, hembra más que mujer, mancha-da por la poligamia, embrutecida por el fata-lismo, degradada por la compra y venta, quehace allí las veces de contrato nupcial. Asíha vivido y vivirá mientras subsistan lascreencias é instituciones en que está basadasu existencia, y mientras no sufra una tras-formacion completa el estado social de lospueblos oriéntales, testimonio elocuentísimode que bajo cualquier forma de civilización noconseguiréis variar la condición de la mujersi no empezáis cambiando cual correspondela condición del hombre.

. O» (Concluirá..)

MORAL ELEMENTAL.

(Continuación.)

Es preciso conocer el bien, amarlo y que-rerlo para ser sabio, caritativo y bueno.

El bien del pensamiento consiste en la po-sesión cierta de la verdad, es decir, el verda-dero conocimiento ó la eieneia.

El bien del sentimiento es el tranquilo gocede todo lo que es bello y bueno,, es decir, la/e-•lieidad.

El bien de la voluntad consiste en la librerealización de todo lo que es conforme á lanaturaleza, es decir, el bien conscientemente

I ejecutado de una manera pura y desinteresa-! da, la moralidad, el deber, la virtud.

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166 REVISTA E0ROPEA.—20 DE FEBRERO DE 1880. NÚM. 311.

Tal es el bien moral, el bien que incumbe ála voluntad libre, el que constituye 'el mérito,el que forma la grandeza y la belleza de lavida de los seres racionales, y convierte suactividad, semejante á la actividad divina, esdecir, perfecta ó conforme al ideal.

El bien moral no es, pues, todo el bien; esel bien que se practica con conocimiento decausa y buena voluntad. Los seres inferioresque obran según su naturaleza, realizanigualmente un bien, pero obedecen al instin-to; no practican el bien intencionadamente,no participan del bien moral.

El bien completo del hombre consiste, porconsiguiente, en el desenvolvimiento integraly armónico de toda la naturaleza humana,considerada en todas sus partes y en todassus relaciones. Ese bien abarca la salud delcuerpo y del alma, el trabajo y la ciencia, lamoralidad y la felicidad, y en una palabra,todo lo que es conforme á la naturaleza y eldestino del hombre.

¿Está comprendida la fortuna en ese bien?La fortuna es un fruto del trabajo, y como tal,un bien. Pero no es ella el objeto de la vida,no es más que un medio de practicar el bieny de alcanzar más fácilmente el fin propues-to. Ella es al bien lo que el medio al fin. Esextraña á la moralidad, y forma parte de eseconjunto de condiciones indispensables parala completa realización del destino, y que sellama derecho. La propiedad es un derechoque debe respetarse y estimarse en los demás,según el uso que de él hacen. Los ricos nosiempre son felices, ni mucho menos; pero loserian, se ha dicho, si empleasen su fortunaen labrar la felicidad de los que no la tienen.

Mal arreglada estaria la vida si la fortunapor sí misma constituyese la felicidad. La di-cha dependería, entonces, casi siempre, de losaccidentes de la vida ó del azar, y no de lafuerza moral del hombre. Pero todos sabemosque no-es así. La fortuna es á veces un funes-to presente, que favorece la ociosidad, la di-sipación, el vicio, y labra la desgracia de losque de ella gozan y abusan. Los pobres pue-den ser felices si lo quieren. Está ¿oy la socie -dad organizada de tal modo, que todo ayudaa los desheredados de la fortuna, siempre quecumplaTi con buena voluntad sus deberes ysepa» usar de sus derechos.

Todos los niños, ricos y pobres, pueden¡instruirse y aun recibir una instrucción su-iperior. La instrucción abre todas las carrerasa todos los hijos del pueblo.

No envidiemos, pues, el destino de los

ricos. Instruyámonos. Cumplamos nuestrodeber.

La envidia es un horrible defecto que per-vierte el carácter y corrompe las afecciones.El envidioso carece de sabiduría, de caridady de bondad. Juzga mal á sus semejantes, losdenigra, les desea mal.

El mal es lo contrario del bien y la nega-ción del bien. Todo lo que es y todo lo que sehace contrario á la naturaleza de un ser, esmalo.

El mal reviste tantas formas como el bien,y ataca á la naturaleza en todas sus partes ycualidades. Al bien físico opónese el mal físi-co, yal bien moral el mal moral.

La salud <?el cuerpo se destruye por la en-fermedad, y la salud del espíritu por la lo-cura.

La falta de sabiduría se llama ceguera, es-tupidez, estravagancia, señales de un espíritufalso, insensato, falto de juicio.

La falta de caridad se llama indiferencia,amor exagerado de sí mismo, odio, y son se-ñales de un corazón duro, de un carácteregoísta y envidioso.

La falta de bondad se llama malevolenciaó maldad, signo distintivo de los hombres demala voluntad.

Al bien del pensamiento, al conocimiento,á la verdad, á la certidumbre, se opone el maldel pensamiento, á saber: la ignorancia, elerror, la duda.%

Al bien del sentimiento, en fin, á la sereni-dad de la conciencia, que es la base de la fe-licidad, se oponen la pena, la vergüenza y elremordimiento, que corroen, atormentan, tri-turan el corazón y agotan las fuentes de lavida.

A cada bien corresponde un mal, como sunegación ó corrupción. La vida se componede bienes, y males que solicitan perpétuamen'te la voluntad en opuestas direcciones.

El bien y el mal no son, sin embargo, prin-cipios que luchen entre sí en el mundo, sinosimples relaciones entre la voluntad y la na-turaleza de las cosas.

Cuando la voluntad es conforme á la na-turaleza, el acto es bueno; cuando, lejos deserle conforme, le es contrario, el acto esmalo.

Todas las relaciones fundamentales de lascosas se expresan por preposiciones. La rela-ción de la parte al todo se indica con la pre-posición en; la relación de propiedad á sustan-tancia con la preposición á; la relación de in-ferior á superior con la preposición bajo; la

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relación de efecto á causa con la preposiciónpor; la relación de recíproca dependencia ó decondición con la preposición son.

Las preposiciones según y contra expre-san el bien y el mal en la relación de la volun-tad con la naturaleza de los seres. El bien essegún la naturaleza; el mal es contra natura-leza. Todo lo que se hace con mesura es bue-no; todo lo que se hace sin mesura, es malo. Elbien llega siempre en el momento oportuno;el mal llega fuera de tiempo ó contra tiempo.El error es una contra-verdad, y la pena nacede obrar contra-corazón. -

Las lenguas latinas por lo general son,bajo este punto de vista, conformes á la natu-raleza de las cosas.

Puesto que el hombre es un ser racional yque la razón humana es idéntica á la razón,puede decirse que el bien es todo lo que esconforme á la razón, y el mal todo lo que escontrario á la razón. El animal obra biencuando obedece á su instinto; el hombre debeobedecer á la razón para hacer el bien.

La salud del cuerpo y del alma, la sabidu-ría, la caridad, la bondad, la mesura, la opor-tunidad, la verdad la felicidad, la virtud sonbienes, porque están conformes con la natu-raleza ó conformes con la razón. '

La enfermedad, la locura, la estupidez, elodio, la ruindad, la falta de comedimento, laacción realizada fuera de tiempos, el error, lapena, la inmoralidad, son males porque soncontrarios á la naturaleza ó contrarios á larazón.

Pero el hombre no está aislado en el mun-do; está limitado, tiene relaciones con otrosseres.

El hombre sostiene tres clases de relacio-nes: con sus inferiores, con sus iguales, consus superiores. Es superior á las plantas y álos animales, que no tienen ni conciencia nirazón; es igual á sus semejantes, que son susallegados y sus hermanos, puesto que todoslos hombros tienen la misma naturaleza y for-man parte de la misma familia; es subordina-do á Dios, que es el Ser infinito y. absoluto; elSer perfecto, ideal de la razón.

Cada ser tiene su naturaleza propia, yesta naturaleza debe ser respetada, si sequiere mantener el orden universal ó realizarel plan de la creación.

El hombre no debe, pues, obrar solamentesegún su naturaleza; debe aún hacerlo según

la naturaleza de todos los seres con los queestá en relación. Conoce la naturaleza decada especie de seres y no puede desconocer-la por sus actos.

El debe, pues, tratar al animal como ani-mal, como un ser viviente y sensible. Puededomesticarlo, asociarlo á sus trabajos, recla-marle sus servicios; no puede maltratarlo niser cruel con él.

Debe tratar al hombre como hombre, comoun ser sensible, racional y libre que tiene ungran destino que cumplir, como un hermanoque es preciso ayudar si es débil, que es pre-ciso sostener si titubea, que es preciso hacerentrar en la buena vía si se aparta. No puedehacer uso de la violencia hacia su semejante,no puede emplearla como un medio para supropio fin, no puede causarle daño.

Debe tratar á Dios como Dios, como al Serperfecto, siempre bueno, siempre justo, siem-pre sabio, que quiere el bien de todas lascriaturas y que asocia al hombre á la ejecu-ción de sus designios.

Respetar la naturaleza de todos los sereses llenar sus deberes_hácia ellos, es hacer elbien.

Respetar su propia naturaleza, conducirsecomo hombre, como un ser racional es llenarsus deberes consigo mismo, aun es hacer elbien. •

El hombre tiene dos clases de deberes:hacia sí, hacia los otros. Debe perfeccionarse ási mismo y conformarse al orden universal.

Desconocer la naturaleza de los seres, ol-vidarla y despreciarla es hacer mal, es infrin-gir sus deberes.

Es necesario no considerar á Dios como unhombre, como un ser caprichoso, envidio-so, inclinado á la venganza, como un Reydotado de una voluntad arbitraria y despóti-ca; pero sí como la Providencia infinitamentesabia, justa y bienhechora que preside el go-bierno del mundo, como el padre de todos loshombres sin distinción de razas, de Nacio-nes, de creencias ni de condiciones socia-les. Dios no es el amigo de unos y el enemi-go de otros, es el amigo de todos y quiere elbien de todos, hasta de los incrédulos, hastade los malvados. Ha dado á todos los hom-bres los medios de conocerle, de amarle y, deelevarle hasta él. Tratarle como enemigo esdesconocerle y hacer el mal.

Es necesario no considerar al hombre co-mo un animal ni como un inferior porque lefalten la educación ó la fortuna, sino comoun ser racional, nuestro igual, cualesquiera

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que sean su posición y las faltas que hayacometido. Los culpables pueden corregirsehasta la hora de la muerte. No desesperemosjamás de su salvación, no se lo estorbemosempleando medios denigrantes; facilitémos-selo, al contrario, con la caridad.

No es la naturaleza de los criminales laque es mala, porque su naturaleza es la mis-ma que la nuestra; es su voluntad y su ca-rácter. Basta un acto de buena voluntad paracorregir la voluntad y cambiar el carácter.Respetemos al hombre en el malvado. Elhombre no puede modificar su naturaleza.

Puede obrar como una bestia, puede serinsensato, pero no es una bestia es hombre,si olvida que es un ser racional, nosotros nodebemos olvidarla. Es tratar al hombre comoá una bestia y envilecerle á sus propios ojosel querer someterlo por la fuerza, cuando noes peligroso, ó aplicarle un castigo corporalcuando ha obrado mal. Obremos bien conél, y él concluirá por comprender que debeqbrar bien con nosotros y se curará de sumaldad.

Es necesario, en fin, no considerar á losanimales como máquinas, sino como serescapaces de gozar y de sufrir. No les haga-mos sufrir inútilmente. La mayor parte delos anímalos son inofensivos y útiles al hom-bre. Su destino puede perfectamente concor-darse con el nuestro. Seamos buenos, soa-mos humanos con ellos. Solo los salvajes sedivierten en atormentar á sus enemigos. Noseamos salvajes con los que nos prestan ser-vicios. Los niños que maltratan á una bestiaincapaz de defenderse son malvados, comolos salvajes que maltratan á un enemigo. Notienen ni aun la excusa de la venganza. Suúnica excusa consiste en que no saben loque hacen. Creen que los animales no sientenel mal que se les hace y que no tenemos de-beres que cumplir con ellos. Ahora ya lo sa-ben. Que no lo echen en olvido.

El hombre debe, pues, obrar según su pro-pia naturaleza y según la naturaleza de to-dos los seres con quienes entra ea relación.Debe respetarse á sí mismo y respetar el ór-tden universal establecido por Dios. Obrar así,<es practicar el bien; obrar de otro modo es¡realizar el mal.

Desconocer el orden universal es ya unaIfalta de respeto á sí mismo. Obrar contra los¡animales es ser inhumano, olvidarse de queuno es hombre. Obrar contra los hombres esser injusto, olvidar que se es igual y no el su-perior de sus semejantes. Obrar contra Dios

es ser ingrato y olvidar que hemos recibidola razón para conocer la razón de las cosas,y que la razón de todas las cosas, el autor denuestra propia naturaleza, es Dios.

El único mandato que debe advertirse alhombre es el siguiente: Sé hombre, sé racional, obedece á la razón. Obedecer la razón esobedecer á Dios, es practicar lo que Dios nosprescribe en nuestras relaciones con nosotrosmismos y con toda la creación.

El que en todas las circunstancias es fielá la razón, hace todo lo que debe hacer ynada más que lo que debe. Llena tocios susdeberes y no cumple más que su deber. Reali-za el bien en sus actos, proclama la verdadn sus palabras, afirma la justicia en sus re-

laciones, logra que reine la belleza en suvida, porque lo bueno, lo hermoso, lo verdade-ro, lo justo es siempre y en todas partes con-forme á la razón, es la naturaleza misma deDios, lo divino.

Dios es en unidad todo lo que es bueno,bello, verdadero y justo, y el hombre se uneá Dios cuando ve las cosas tales como la ra-zón se las muestra, cuando ejecuta lo que larazón le ordena.

El sabio es el que piensa, siente y quiereconforme á la razón, el que vive según la ra-zón. El hombre puede ser sabio. Dios es la sa-biduría. El hombre es perfecto en los límitesde su actividad individual, cuando observaexactamente los prinbipios de la razón. Dioses la perfección misma, el ideal de la razón.El hombre imita á Dios en la vida, confor-mándose á la razón,

Toda la vida moral, cuando es lo que debeser, reposa exclusivamente sobre la razón.PcY eso la moral, la ciencia de los deberesprescritos por la razón, es universal como lanaturaleza humana, Los actos varían, el de-ber no cambia. La vida se perfecciona, la ra-zón es siempre la misma, la razón es el ór-gano de lo divino, que es inmutable y eterno.

Pero el bien y el mal ocurren también ac-cidentalmente en la vida como consecuenciade nuestras relaciones con todos los soresfinitos que obran con nosotros en el tiempoy á nuestro alrededor en el espacio. Cada sorsobre la tierra está rodeado de vina serie deotros seros, plantas, animales ú hombres.Cada uno tiene su esfera propia de activi-dad; pero esas esferas se cruzan y se cortancon frecuencia. Los animales y los hombres

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salen de su esfera y penetran en la esfera deacción de los demás; las plantas mismas,aun cuando fijas en el suelo, esparcen á lolejos sus emanaciones saludables ó mefíti-cas. De ahí aeeidentes sin número que resul-tan del concurso de varios seres que se des-envuelven juntos en el mismo tiempo y lu-gar y obran los unos sobre los otros, ora deun modo favorable, ora de un modo funesto,según sus respectivos fines.

Los accidentes de la vida son imprevistosy á menudo inconscientes. Son el efecto delazar ó de la contingencia. El azar, sin embar-go, no es un efecto sin causa; esto es impo-sible; es el producto de varias causas inde-pendientes las unas de las otras.

Andrés, al venir de la escuela el otro dia,encontr oun perro que le mordió. La víspera,Bernardo, al pasar detrás de un caballo, re-cibió una coz que le rompió una pierna,. Cons-tancio, pasteándose la semana pasada, sincuidarse de la tempestad, fue herido por unateja que le cayó sobre el hombro; y Juan, alapartarse de un coche, tropezó con una per-sona, la que al caer se dislocó una muñeca.

Son esas pequeñas desgracias, si se com-paran con lo que hubiera podido ocurrir. Na-die las había previsto, ni nadie tsnia inten-ción de obrar mal. Los niños saben muy bienque es necesario ser prudente, y sus padresles hacen bastantes recomendaciones, peroes imposible pensar en todo. Seria necesariopoder preverlo todo para evitar los accidentes.Solo las personas mayores muy experimen-tadas tienen en cuenta futuras contingencias.

¿Cuáles son las causas de los aconteci-mientos que preceden? ¿Son el perro y el ca-ballo la causa, la única causa, la causa vo-luntaria, la causa consciente del mal que hanhecho? ¿Qué hubiera sucedido si Andrés yBernardo hubieran salido de sus casas unpoco antes ó un poco después, ó si hubiesentomado otro camino? ¿Es la teja, la causa, laúnica causa, la causa voluntaria de la heridade Constancio? ¿No tiene nada que reprochar-se Constancio? ¿Es culpable Juan?• La madre de Manuel padecía hace mucho

tiempo, no podia andar. Un incendio estallaen su cuarto. Loca de terror, salta del lecho,apaga el incendio y se encuentra curada. Sumarido habia ganado el mismo dia un granpremio á la lotería. Sale de su casa corrien-do, loco de contento. Le tira al suelo un caba-llo de una manera tan desgraciada', que des-de aquel instante le es imposible volver átrabajar.

Ua bien que sucede de una manera acci-dental, cuando no se le espera es una dicha.Un mal que llega del mismo modo, es una des-grada.

Hay muchos bienes y males en la vida, ac-cidentales, y nos engañamos con frecuenciaal juzgarlos por la primera impresión. En to-das las cosas es necesario considerar él fin,es preciso ver si, en suma, el acontecimientoejerce una buena ó mala influencia sobre lavida. Tal cosa, que á primera vista pareceuna desgracia, tiene á veces consecuenciasmuy felices. Tal otra, que parece una dicha,es una causa de ruina y de perdición.

No debe cenfundirse la dicha con la felici-dad. La dicha no es más que un accidente,un caso fortuito, extraño en sí mismo á lamoralidad; pero que puede servir de mediopara la cultura moral cuando se es pruden-te. La desgracia puede producir el mismo re-sultado si se la considera como una lección óadvertencia. La felicidad es, al contrario, unelemento de la vida moral, es el sentmientopuro é inalterable de todo el bien quie se hahecho.

Cuando se dice que todo hombre desea ladicha, quiere decirse que todo hombre aspiraá la felicidad y espera encontrarla en esta vi-da ó en la otra.

Hacer el bien es obrar según su naturale-za ó según la razón. Hacer el mal es obrarcontra su naturaleza ó contra la razón. Ha-,cer el bien ó el mal, ¿no es también obrar se-gunia voluntad ó contra la voluntad divina?

Efectivamente, Dios es la causa primerade todo lo que existe, el autor de la naturale-za de los sores, el autor de la razón, el autordel orden universal. Cuando los sores de lacreación se conforman por su voluntad á sunaturaleza ó al orden universal, hacen lo qu,eDios desea que haga», y cuando desconocensu propia naturaleza ó la naturaleza de losdemás, ejecutan lo que Dios no quiere que eje-cuten. Los animales se someten á su naturale-za, obedeciendo á su instinto. Los hombres serebelan con frecuencia contra su naturaleza,y perturban el órden-de la creación: son li-bres. Haciendo el bien, permanecen en el or-den establecido y queridos por Dios; haciendoel mal, introducen el desorden en sí mismosy en el Universo.

Dios quiere el bien y no quiere el mal. Elhombre puede querer el bien y el mal ¿Por

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qué? Porque el hombre tiene una voluntad dé-bil, imperfecta, caprichosa y arbitraria, queno siempre está de acuerdo con la razón,mientras que Dios tiene una voluntad perfec-ta y en perfecto acuerdo con la razón. El malno existe en Dios, sino en el mundo, en la vi-da de los seres finitos. El mal encuentra suexplicación en la limitación de las criaturas.Es una forma de la imperfección, y la imper-fección es inherente á todo lo que es finito.La perfección no pertenece á este mundo;Dios es la perfección.

Todo mal que se realiza tiene su causa enun ser finito; todo mal moral tiene su causaen la voluntad humana. El hombre puede,pues, obrar contra Dios. Puede tambrien obrarcon Dios. Es libre. Cuando hace el bien, obracon Dios, es el asociado á Dios. Cuando haceel mal obra solo, bajo su propia responsabili-dad, se aparta de Dios.

Al crear á las criatuoas como las ha crea-do, Dios sabia, sin embargo, que el mal eraposible y que el hombre abusaría de la libertad.

Si, pero un mundo sin mal era imposible;de otro modo, las criaturas eran idénticas alCreador, y el mundo seria Dios. Dios ha he-cho bien cuanto ha hecho. Ha hecho al malposible; por consiguiente es bueno que el malsea posible.

No confundamos lo que 'puede ser con loque es, el mal posible con el mal real. Amadeoes muy juicioso hoy, pero puede ser malo ma-ñana. Rafael, al contrario, ha cometido unafalta esta mañana, por la que se le ha casti.gado; se ha corregido, y espero que será jui-cioso en el porvenir. ¿De quién depende [quesean juiciosos ó traviesos mañana? De su pro-pia voluntad. Se puede ser juicioso ó traviesosiempre que se quiera. Solo que el que es jui-cioso hace lo que debe y obra como Dios quie-re que obre; y el que es malo hace lo contra-rio de lo que debe y de lo que Dios desea. Losniños son libres cuando saben lo que hacen.

¿Puede Dios también ser juicioso ó malo?No, Dios no tiene defectos, Dios no tiene ca-prlchos, Dios es perfecto en todo lo que es yeni todo lo que hace, Dios no cambia de un diaá ©tro. Debemos aprender también á ser fir-mres en el cumplimiento de nuestros deberes,á ser siempre como Di'os, juiciosos. -Las per-soinas mayores, que saben- mejor que los ni-ños lo que es bueno y lo que es malo, estántambién más de acuerdo consigo mismo y sonmás constantes en su deber. Podrían cambiaraún y hacer el mal, pero no lo quieren. Elmal es siempre posible para ellas; pero se res-

petan demasiado á sí mismas para obrar con-tra su conciencia y faltar á sus deberes.

El hombre es el autor del mal real, del malque ejecuta. Dios es el autor de la posibilidaddel mal, puesto que esta posibilidad tiene sucausa en la limitasionde sus criaturas. PeroDios no es el autor del mal real, y la posibili-dad del mal no es en sí misma un mal.

¿Qué acontecería si el mal fuese imposiblepara el hombre? Que el hombre no podria hacer el bien ó el mal por una libre elección desu voluntad; haria siempre el bien, pero forzo-samente; no tendría, pues, libre albedrío, nosería responsable de sus actos y no tendríamérito alguno. La responsabilidad del mal es,pues, para un ser finito la condición mismade su libertad moral y de su responsabilidad.¿Y qué seria la vida moral sin la li bertad y laresponsabilidad?

El deber seria el acuerdo forzoso de la vo-luntad con la conciencia, la moralidad perde-ría todo su valor, y el orden moral seria idén-tico al orden físico. Mucha regularidad en losactos, pero regularidad producto de la fatali-dad. No habría estímulo, imprevisto ni mérito¿Quién querría ser sabio á ese precio? Hastalos niños tienen ya un sentimiento demasiadoelevado de su libertad para desear semejantepresente. La libertad es la base de la vida mo-ral, y constituye al mismo tiempo su bellezay su dignidad.

Si el mal fuese imposible, no tendríamosque luchar contra el mal. ¿Sería eso una ven-taja? No, la lucha es la condición de la ener-gía y de la educación moral. Los conflictos dela vida son los que nos ponen en guardia, pro-vocan el desarrollo de nuestras fuerzas, y noshacen adquirir prudencia y experiencia. Elhombre formado, llega á la virtud evitandoconstantemente los peligros, los lazos y lasseducciones del mal. ¿Qué es el heroísmo mo-ral, sino la victoria del bien sobre el mal,cuando la victoria se compra con el sacrificiode nuestros intereses, de nuestra salud ó denuestra vida? sin la posibilidad del mal, nohabría sacrificio, abnegación ni heroísmo.

Vencer el mal, es hacer el bien. El mal nosrodea por todas partes, siempre y bajo todaslas formas. Debemos expulsarle de todas lasposiciones 'que ha ocupado y alejarlo de lasque pudiera ocupar. Pero ese deber no es po-sible más que existiendo el mal. La posibili-dad del mal es, pues, en fin, la condición deexistencia del bien, como negación del mal.

Dios ha hecho bien las cosas al consentirel mal posible. Los hombres, antes de criti-

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car sus obras, debieran esforzarse en com-prenderlas; lejos de acusar á Dios, le dar íangracias; lejos de vituperar la creación, admi-rarían la bella ordenación del mundo moral,que tiende al orden por la libertad.

Es sin duda, duro, es con frecuencia cruelser víctima del mal; pero es necesario apren-der á sobrellevar los inconvenientes de la li-bertad en compensación de sus ventajas. Delas mejores cosas se abusa; ¿hay razón pa radespreciarlas?

El sabio ve los acontecimientos con severamirada; sostiene el choque del mal con pa-ciencia, y sobrelleva con valor el dolor. No sedeja abatir j amás por la adversidad, ni cor-romper por la fortuna. Marcha derecho y or-gulloso á su fin, sin turbarse ni dejarse der-rotar por los golpes de la suerte. Se aprove-cha así del bien y del mal, y conquista la virtud.

Cada uno debe esforzarse en obrar comoel sabio. La dicha y la desgracia no son másque pruebas. Es necesario salir de ellas conhonor; hay que ser hombre y elevarse por en-cima de la próspera ó adversa fortuna.

¿No tenemos además los medios de preser-varnos del mal y de combatirle con éxito?Contamos con la inteligencia, la voluntad, larazón, sin contar nuestras fuerzas físicas; te-nemos la ciencia, la industria, el derecho;¿qué más se necesita? Usemos todos esos me-dios, y el mal desaparecerá gradualmente dela tierra. Esa es nuestra obra y la de la Pro-videncia. ¡Ayúdate, el cielo te ayudará!

Muchos azotes han dejado ya ó van á de-jar de re inar . La peste noaso la ya nuestrospaíses; el hambre no es ya de temer; doquie-ra se conbaten las enfermedades, se desaguanlos pantanos, se contiene á los rios en su le-cho, conquístanse al trabajo los desiertos, lacultura progresa de año en año, la t ierra hamejorado y se ha embellecido desde los tiemposantiguos. ¿Cuánto no debe esperarse del por-venir? Porque hoy solamente, gracias á la in-teligencia que entre los pueblos mas avanza-dos existe, empezamos á preocuparnos de losgrandes problemas que interesan á la huma-nidad te r res t re . Todos los continentes seabren á la civilización. La barbarie huye ásus últimos refugios. El espacio y el tiempono son ya obstáculo á las relaciones interna-cionales. El vapor y la electricidad han supri-mido las distancias. ¿Qué será la tierra den-tro de algunos siglos, á juzgar por los progre-sos realizados ya?

Cada progreso es una victoria del bien so-bre el mal y un paso |hacia el reinado de larazón, hacia el ideal.

En nuestras sociedades civilizadas el malse reduceá desdichas y crímenes individuales.

Contra la desdicha podemos defendernospor la asociación, la economía y el crédito;contra el crimen, por la educación y la mora-lización.

Las sociedades de socorros mutuos, de se-guros contra incendios, contra el granizo,contra los accidentes de la vida, son institu-ciones de garantía, que tienen por objetoamortiguar los efectos de las frecuentes des-gracias.

Las sociedades de, ahorro son institucio-nes de previsión que tienen por objeto cons-tituir un capital para los. más pobres, permi-tiéndoles así emprender un negocio y esca-par de la miseria.

Los bancos populares tienden al mismoobjeto, abriendo un crédito á todos los traba-jadores de reconocida probidad.-

La extensión que toman esas institucio-nes y otras del mismo género, es una pruebade que las más funestas consecuencias de;las desgracias pueden atenuarse, y que lamiseria misma podría desaparecer, si des-graciadamente las clases necesitadas no laalimentasen por su propia culpa, por sus vi-cios, entregándose á la bebida. La taberna esel mayor peligro que los obreros tienen quetemer, y solo de su voluntad depende el sus-traerse.

El mal más intenso es el crimen. A esemal mOtal solo un remedio moral puede opo-nerse, á saber, la moralización, apoyada enla cultura intelectual ó instrucción, y en lacultura general del hombre ó educación.

El criminal hace el mal con conocimientode causa, obra libremente, es responsable desus actos. Pero no hace el mal por el mal, lohace por interés, por avaricia, por pasión ópor venganza. Dominado por la pasión ó porla venganza, devuelve el mal por el mal, y sepersuade que tiene el derecho de obrar así.Guiado por el interés ó la avaricia, sacrificael bien del prójimo á su propio bien. Es, pues,el criminal un egoista que todo lo sacrifica ásus placeres, á sus intereses, á su satisfac-ción personal; un egoista que se engaña so-bre lo que es el bien, ó que cree que es per-mitido en ciertas circunstancias hacer el malpara llegar al bien. No se roba por robar, nose mata por matar, sino para sacar algúnprovecho del mal, ó para satisfacer una pa-

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sion que se cree legítima. El crimen es, pues,siempre una aberración de la voluntad, mo-tivada por una ofuscación de la inteligencia.

Instruyamos, pues, á los hombres, hagá-mosles conocer sus derechos y sus deberes,enseñémosles las relaciones que existen en-tre el bien de la familia ó de la sociedad, y elcrimen desaparecerá ó se hará moralmenteimposible. El mayor crimen está ya á puntode desaparecer, gracias al impulso generosodado por el rey de los belgas á la obra de lacivilización del África central: ese crimen es'a trata de los negros, la esclavitud. La guer-ra desaparecerá á su vez con el progreso delderecho internacional.

El hombre no puede jamás, bajo ningúnpretesto, derramar la sangre del hombre,si no es en caso de legítima defensa. Puedeuno defenderse, no puede atacar. Matar á susemejante ó matarse á sí mismo con propó-sito deliberado, sin necesidad absoluta, essiempre un escándalo y un crimen. La vidadel hombre es sagrada. Nadie ha venido almundo por un acto de su propia voluntad, yno debe dejar la tierra por un acto de su vo-luntad. Nos ha sido dada la vida para quenos sirvamos de ella al cumplimiento denuestro destino. Cada uno ha sido colocadoen un puesto para un fin determinado, y debepermanecer en él hasta que lo releven. Esaes, seguramente, una disposición providen-cial que debe respetarse. Un suicidio y unhomicidio son el uno y el otro atentados con-tra el orden establecido por Dios. El suicidioes, además, una cobarde deserción, y el ho-micidio una violenta negación de todos losderechos del prójimo. La vida es un derechoy un bien; la.muerte es un mal, cuando so-breviene fuera de tiempo, antes que el cuer-po se agoste. Mantener ese bien es un de-ber; destruirlo, un acto culpable.

Ataquemos el mal moral en todas partespara preservarnos y librar de él á las gene-raciones futuras. Todo acto de perversidadtendrá fin, si enérgicamente así lo desea-rnos. Lo que los hombres de buena voluntadhan empezado á hacer hace tiempo en Bél-gica y en otras partes, continuámoslo, for-memos una liga, una santa liga para la glo-riiflcacion de cada virtud, desde la más hu-imilde hasta la más elevada. Las sociedadesá.e templanza, cuando están bien dirigidas,son muy útiles para combatir la embriaguez.Las Sociedades protectoras de los animales,las sociedades de patronatos, las sociedadesfilantrópicas, las sociedades para actos de

valor y abnegación, las sociedades para cul-tivar las artes y las ciencias, las sociedadespara la propagación de la enseñanza en to-dos sus grados y bajo todas sus formas, sonexcelentes instituciones que favorecen lapráctica de algunas virtudes, y que, desarro-llándose, pueden abarcar sucesivamente to-dos los dominios de la vida moral.'

La educación moral es útil en todas lasedades, como medio de prevenirse contra elvicio y aprender cada vez mejor á hacer sudeber. Pero la moralización es indispensableá todos los que ya han pecado. Es necesarioescuelas (Le reforma para los jóvenes delincuentes, y escuelas de enmienda para los cul-pables endurecidos. Porque todo criminaldebe enmendarse si se procura convencerlode su ofuscación. La colonia agrícola de Met-tray, en Francia, ha dado el ejemplo de estegénero de instituciones para los adultos, yha tomado por divisa: Mejorar la tierra porel hombre y el hombre por la tierra. El siste-ma penitenciario, aplicado casi por todas par-tes á las prisiones modernas, tiende al mis-mo objeto: corregir las voluntades perverti-das, por el trabajo, por la educación, por lamoralización.

El mal no es, pues, invencible. Lo que seha hecho, lo que se ha ganado ya, es un ali-ciente á hacer más. Importa que cada unoesté bien convencido que, para reducir elmal á la impotencia, es suficiente quererlo, yque, para inspirar á todos este saludable de-seo, es suficiente vulgarizar la ciencia delbien y del mal. Esta es, sobre todo, la obrade las escuelas. ¡Dichosos los niños que co-nocen sus deberes! Porque ellos serán undia, si quieren, los fundadores de la liga dela.virtud y los salvadores de la sociedad.

No olvidemos, en fin, que el mal tienelímites. La regla para cada sor es desarro-llarse según su naturaleza; desenvolversecontra su naturaleza es una excepción, yesta excepción misma está bastante restrin-gida si se consideran exactamente las cosas.Hay más bienes que males en la vida, perosomos más sensibles al mal que al bien.

El mal no es nunca la negación de todobien, es solamente la negación de un bien de-terminado, porque no puede desarrollarsemás que parcialmente contra su naturaleza.El mal es, pues, siempre relativo, siempremezclado de algún bien. Por consiguiente,puede ser tomado por un bien y seducir. Elmal puro no podría inspirar más que un sen-timiento de disgusto y de horror. D3 algo

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sirve la desgracia, dice el proverbio. En efec-to, la desgracia que nos sobreviene provocauna reacción de nuestras fuerzas morales, yla desgracia que sobreviene á nuestros se-mejantes provoca la simpatía, la caridad yla piedad. La piedad es un amor de com-pasión.

Todos los acontecimientos tienen, pues,su lado bueno y malo. Si se les toma por ellado malo, se atormenta, se disgusta, sevuelve uno misántropo, se ve todo negro. Esuna debilidad. Si se les toma por el lado bue-no, se puede aprovechar y descubrir en ellosuna lección. Para obrar sabiamente, es pre-ciso ver las cosas por el lado bueno.

G. TIBERGHIEN.

Traducción de H. Giner

(Continuará.)

EL ALUMBRADO ELÉCTRICO.

LA NUEVA LÁMPARA DE EDISON.

El célebre inventor acaba de realizar unosensayos de alumbrado por luz eléctrica, y lasentusiastas descripciones que hasta nosotrosllegan permiten suponer que ha perfeccionadode un modo notable su lámpara de incandes-cencia y que ha llegado á váncer todas las di-ficultades que hasta ahora habían detenido ásus numerosos predecesores en tal empresa.

Después de haber luchado durante largotiempo contra los inconvenientes que ofre-ce el empleo de los conductores metálicos,M. Edison, parece renunciar á ellos y susti-tuirlos con un conductor de carbón vegetalformado con bandas ó tiras de papel bristolcortadas en forma de herradura, de 5 centíme-tros de largo por 3 milímetros y medio de an-cho, y carbonizadas en un molde de hierro á500 ó 600 grados de calor.

Este conductor se introduce en una peque-ña'campana de cristal que se encierra en lalámpara, después de hacer en ella el vacío tanperfectamente como es posible; se une por losdos extremos á hilos de platino que atravie-san el cristal y sirven para la entrada y la sa-lida de las comentes,

No hay en esto, sin embargo, más que unamodificación, muy afortunada quizá, de losaparatos de Changy, Lodyquine y otros, que

por susconocidos inconvenientes se han aban,donado.

Para obtener los resultados tan ruidosa-mente anunciados, es preciso suponer queM. Edison ha encontrado un medio mejor deemplear la electricidad; se puede creer que ob-tiene la incandescencia por una sucesión muyrápida de comentes alternadas de grande ten-sión, análogas á las corrientes de inducciónde la bobina de Rhumkorff, pero reguladas demanera que se evite el exceso de elevación detemperatura y la volatilización del conductor;se podría así asegurar su duración é impe-dir sobre la pared interior de la campana, eldepósito que en ella se forma rápidamentecuando se emplea en el vacío la incandescen-cia producida por corrientes muy intensas. Ladescripción del generador de electricidad, pri-mitivamente estudiado por Edison, se rela-cionaría bastante bien, por lo demás, con laproducción de ese género de corrientes. Esverdad que se hace difícil de comprender suventajoso empleo, como trasformacion enfuerza motriz. Los detalles publicados son so-bre este punto muy confusos é iucompletos.

La conclusión que se han apresurado ásacar de tales experiencias.es evidentementeexagerada; no basta tener una lámpara exce-lente para que las demás dificultades inhe-rentes al sistema se resuelvan á la vez, prin-cipalmente la del gasto. Dícese que la luz decada foco equivale á 16 bugias; esto es lo quese obtiene también con cerca de 175 litros degas ordinario, á 30 céntimos el metro cúbico,es decir, al precio de 5 céntimos y un cuartopor Iv8ra. Se calcula que con una fuerza mo-triz de vapor, de un caballo, se puede alimen-tar 10 de estas lámparas, lo que viene á pro-ducir 16 mecheros de luz por caballo; es cas¡lo que hemos visto realizar muchas veces conese modo de emplear la electricidad, muy in-ferior, como utilización, al empleo del arcovoltaico.

Además no habrá economía sino emplean-do para su producción la fuerza motriz desar-rollada por máquinas de mucha potencia yperfección. Será, pues, necesario establecerverdaderas fábricas y una distribución análo-ga á la del gas; y aquí tene'mos ya los gastosconsiderables, cuyo interés y amortización de-ben comprenderse-en el precio de la luz.

Por otra parte, como la electricidad, lomismo bajo esta forma que bajo las demás, nose .puede almacenar, falta saber cómo se llegaá proporcionar la producción de las corrientescon las enormes variaciones del consumo que

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acompañan á un alumbrado industrial. Si no,¿qué se hace de la electricidad no empleada yquién la paga?.

Si, según las cifras suministradas, se ad-mite, teniendo en cuenta las pérdidas y las re"sistencias pasivas, que una máquina de 120caballos alimenta un millar de lámparas, de-berá poder variar en la proporción de 1 á1.000, ó de medio caballo á 120, y aun cuandoesta marcha pudiera obtenerse, el precio me-dio de la fuerza motriz excedería mucho delas cifras calculadas.

Nosotros estamos, -indudablemente, muy1 ejos de ver á la luz eléctrica reemplazar alalumbrado de gas, más que en las aplicacio-nes en que su superioridad es incontestable, ycomo el gasto es la cuestión principal, no esCOII la incandescencia como se llegará á ello,á menos de descubrir una nueva fuente deelectricidad, á lo cual liará bien M. Edison endedicar algunos de los poderosos recursos deque dispone.

J. BOULARD.

EL SORTILEGIO DE KARNAK.

(Continuación.)

CAPÍTULO XI.

LAS MIRADAS QUE ESPÍAN SE ESCONDEN EN LAOSCURIDAD.

Osiris se ocultó tras de la montaña líbica,y con la salida de Aah la noche llegó al fin.

' La noche que con ansia habia aguardadoSi-Montu en su palacio, la noche que vio lle-gar con alegría Ari-aita; la noche que Harce-ris esperaba con impaciencia, inundaba el Niloceleste con su densa oscuridad, esmaltada porsiin fin de estrellas, cien veces más brillantesque las joyas de Faraón y las esmeraldas deOlllaki (161).

En la cripta escondida en el muro de la ga-leiría de los colosos, á los pálidos resplandoresde la oscilante llama medio.oculta en Ja lam-parilla de barro, Ari-ai-ta y Si-Montu conver-saban dulcemente. Ella estaba sentada con elmanto oscuro rodeado á la cintura y su senoceñido por la túnica blanca, que anchas fajassuspendían de sus hombros; su rostro y sugarganta aparecían cual busto de marfil. Ani-

mábala la presencia de Si-Montu, según eljúbilo con que relucían sus miradas y el pla-cer revelado por la sonrisa de sus labios ro-jos. Su inmensa cabellera tendida, rizosa ysuavizada por los perfumados bálsamos dearoma embriagador, medio ocultaban la fren-te de la joven, cayendo después hasta la mitadde su espalda, y repartiéndose en infinitos ri-zos sobre sus hombros.

Tan niña y tan bella, envuelta su cabezapor la luz amarilla que bañaba la estancia»permaneciendo lo demás de su cuerpo en lasombra, se mostraba misteriosa á las miradasdel Príncipe. Este, encogido con los codos so-bre sus rodillas, el manto rodeado por sushombros y su pecho, la cabeza encubierta porinfinitos bucles, inmóvil, pero vivamente im-presionado, hablaba de este modo:

—El amante está á tu lado y la soledad terodea Ari-ai-ta, habíame sin temor.

—¿Qué he de decirte? ¿No te hablo de mi an-gustia cuando el temor me domina; de misalegrías cuando pienso en tí?

—Sí, de todo eso me hablaste, y tan bella teadmiro, que mis labios no aciertan á ensalzartus perfecciones, pues tú eres la más hermosade las nacidas sobre la tierra. Si Pentaúr teconociera escribiría tus alabanzas y contaríatus bellezas sin fin; pero el día dichoso prontorenacerá por el Oriente, y entonces Pentaúr,que escribió las hazañas de mi padre en elpaís de Seheto, escribirá por mi mandado loselogios de tu hermosura; y así como mi padreha hecho trazar sobre el granito de estos lu-gares, en que nos acojemos, ese maravillosoescrito (162) yo también haré que de igual ma-nera se haga con tus alabanzas.

—No, Si-Montu; con que tú repares mis be-llezas una por una, seré dichosa y más aúnque si lo hiciera Pentaúr.

—Si así lo quieres, yo te diré que eres pura,pues la abeja no murió en la orilla de tus ves-tiduras y el puerco no la rozó.

Te diré que tu vida es tranquila, porque losconsejos del perverso no te inquietaron jamás.Te diré que eres virtuosa, pues nunca hasmaltratado al esclavo y siempre respetaste alvenerable. No fuiste causa de llanto, ni de ¡ra,y tu oido jamás estuvo cerrado á la lengua dela verdad. Al hambriento le diste pan; tu vasosació al que tenia sed, y al desnudo le cubristecon tu vestidura (163).

¡•Sí, Ari-ai-ta! Hator te ama,.y así no te afli-ja tu suerte, porque el Sahou, donde habitanlas almas dichosas, será para tí el lugar dela alegría, y mientras esté sobre la tierra, di-

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chusa serás también en los brazos del amado:Horus te proteje.

—Sí, dijo la joven, el que te inspira las ideasrectas y puras, y que como antes dijiste, ha-rá renacer el dia de nuestra felicidad.

— ¡Ah, cómo resplandecerá, continuó elPrincipe, cómo alumbrará tu rostro! Cien ra-yos, luminosos y puros, enjendrarán en tusojos los destellos de la divinidad! ¡Qué hermo-sa te hallarás entonces en mi palacio! ¡Y lue-go, cuando pasemos ante el juicio de Osiris,entonces comenzará la nueva vida en el Aar-Aand Aquella vida se prolongará por miria-das de años, y todos sus períodos serán igual-mente dichosos. Juntos surcaremos con nues-tro arado el campo de la verdad; juntos espar-ciremos la semilla que las aguas del Nilo ce-leste harán fructificar, y cuando estén creci-das, juntos haremos la siega, y juntos tambiénpresentaremos la mies ante el organizadordel mundo* y á un tiempo el mismo himno dealabanzas saldrá de nuestros labios (164).

Dichas estas palabras y juntando Si-Montulas manos de la joven entre las suyas, calló:en su mirada habia más dulzura y más ex-presión que en sus palabras. Ari-ai-ta, con in-decible júbilo, devolvia con creces las miradasdel amado. Entre tanto, junto á la secreta en-trada de aquel escondido recinto, acogidos ála espesa sombra de las galerías, los dos es-clavos conversaban en voz baja: Abaktoka,sentado sobre el pavimento, con las piernasextendidas, recostaba su espalda sobre el mu-ro. Nasika, á su lado, permanecía con las pier-nas replegadas en la actitud de las oferentes.

La pálida claridad de la noche producíasingular expresión de melancólica sonrisa enlos colosos del lado opuesto de tan anchurosopatio.

Ningún ruido se sentía si no era el lejanograznido de algún ave nocturna. El cuchi-chear de los esclavos era tan quedo, que nolevantaba el menor murmullo capaz de dela-tarlos.

—¿Sabéis algo de las madjaus? murmurabaNasika.

—Nada volvió á escuchar Jehuda. ¡Es torpe!-•Entonces el dia de la lucha estará cer-

cano.—Cercano quizás; solo Sutek puede prote-

jernos.—¿Y seremos libres, Abaktoka?•—Sumud lo dice: el vencedor es libre.—¡Ahí murmuró Naaika suspirando. ¿Halla-

ré k mi madre aún en la tierra de Kadech (165),donde yo nací? No se aparta de mí el recuer-

do del dia en que me arrancaron de mi país.Faraón con sus ejércitos llegaba: todos de-cian que Kadeeh seria suya, y llorábamos lasmujeres, mientras los hombres tomaban lasespadas y empuñaban las lanzas. Yo mismavi los carros egipcios extenderse por las, lla-nuras, pisando las yerbas. Llena de espanto,corrí á la cabana con mi madre. Al cabo deun dia desgarraron la cortina de mi puerta yse presentaron los soldados de Faraón. Cobrereluciente defendía su pecho y su cabeza: elpolvo les cubria. Gritaban agitando sus es-padas, mientras revolvían los andrajos denuestra choza buscando joyas que no halla-ron. Aparecían feroces como Marduto, el quecombate los espíritus rebeldes (166). Se lanza-ron sobre mi madre, que fue su esclava, sindefensa; de mis voces y mis lágrimas se reían,.y á mis esfuerzos por desasirme contestabancon golpes: enfurecida, quise herirlos con unguijarro; pero me derribaron sobre la tierray me pisotearon en medio de sus burlas. Des-pués miró, y no volví á ver á mi madre...

Nasika se detuvo angustiada, y Abaktokamurmuró entre dientes:

—La venganza llegará, <y para ella seremoscomo los genios del mar. Tú serás libre.

El etiope se puso en pié, pues habia adver-tido que su dueño se acercaba. En efecto, notardaron en llegar á la secreta entrada losamantes. Abaktoka cerró, empujando la pie-dra hasta que ocupó su lugar entre las demásdel muro, y con gruesas grapas de hierro quetenían sus huecos socavados en la masa gra-nítica, la sujetó.

Los "-limantes salieron de la galería por elpatio que conducía á la sala Hipóstila, y cru-záronla seguidos de sus esclavos. Ari-ai«ta,con el manto rodeado á su cuerpo, recostabasu cabeza en el hombro de Si-Montu: éste, lle-vando su rostro inclinado hacia el de la joven,rodeábala con su brazo derecho la cintura, yen su mano izquierda retenia dulcemente lasde su amada. Avanzaban lentos, la claridadde la luna los iluminaba con sus más purosdestellos, aumentados por el singular con-traste que ofrecía el blanco rostro de la jovenjunto al atezado del Príncipe. Ella se mostra-ba cual la figura delicada de la Isis esculpidaen marfil; él como el Horus de balsatp rojo.

Platicaban dulcemente sin sospechar queen las sombras de la sala se escondían las mi-radas espías.

En efecto, si hubieran podido distinguir,habrían visto dos bultos: el uno, de un hom-bre que, apoyado en el ancho fuste de la co-

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'urnna que le encubría, miraba convulso, conojos espantados y expresión inaudita de saña(

respirando anhelosamente: tras de él, unamujer que, sujetándole con sus nervudas ma-nos por las muñecas y apoyando la barba so-bre su hombro, murmuraba á su oido:—¡Heahí al real hijo Si-Montu, el amado de Ari-ai-ta, contra el cual serán débiles todos tus es-fuerzos!

CAPITULO XII.

LA. PASCH VENGADORA.

Isis-meri, durante los dos dias que siguie-ron á su frustrado intento en los parages deKavnak, permaneció escondida en su mora-da. Ora entregada al llanto, ora meditandola venganza que exigían sus celos. Por fin,llegó el tercer dia, en el cual habían de cele-brarse en el Ramesseun suntuosas fiestas pa-ra despedir á los enviados Khétas.

La sacerdotisa debia lucir sus bellezas enla corte de Faraón, y por esto se hizo condu-cir desde el lecho á su tocador, donde las es-clavas dieron comienzo á su faena. Isis-meri,envuelta en sencillo vestido, ocupaba su si-llón; ante ella, una joven asiática la presen-taba un pequeño espejo circular de broncepulimentado (167), permaneciendo quieta conuna rodilla sobre el suelo y la otra piernaplegada, como las figuras que con frecuenciase ven en las pinturas haciendo ofrendas álas divinidades.

Dos servidoras etiopes, vistiendo comosus compañeras túnicas cortas listadas deazul y blanco, el pelo suelto, peinaron á Isis-meri cuidadosamente, mesando sus cabelloscon lendreras de madera. Después tomaronde un velardocito que allí junto estaba, diver-sos botecillos de alabastro y algunos de bar-ro; los destaparon, y el balsámico perfumedel ungüento que contenían se esparció porel recinto, impregnando de su aroma el am-biente cuando vertieron las suaves pomadasen los negros cabellos de la sacerdotisa, quei% su contacto pusiéronse lustrosos; los divi-dieron en muchos mechones y trenzáronloscon ligereza.

En seguida, una de las etiopes tiñó las rne-gillas de su señora con el polvillo rojizo queihabia en un platillo, donde impregnó sus de-dos, y la otra tomó el vasito de cuello estre-cho del antimonio, y con el pincel de caña quedentro había, contorneó los ojos de la sacer-dotisa.

Luego Isis-meri se levantó, y las esclavas

desciñéronla el paño que vestía para velarsus hermosas formas con la túnica de hilosembrada de menudas rayas encarnadas.Después se acomodó en el asiento, para queuna de las esclavas, despojándola de sus san-dalias, la calzara otras, cuyas correas esta-ban teñidas de rojo y llevaban muchos ador-nos bordados: la suela se prolongaba por de-lante, formando graciosa voluta .pintada deoro.

Diligentes se apresuraron ambas servido-ras á ceñirla las muñecas con argollas de pla-ta, adornadas con esmeraldas incrustadas, yotras semejantes colocaron en los brazos,las anchas mangas de la túnica dejábanlosdescubiertos: asimismo la pusieron pendien-tes que formaban grandes aros con pequeñasfigurillas de. Isis en lápiz-lázuli suspendidasde ellas; prendieron en su cabello, en el ar-ranque de las trenzas, bellos pendientes deoro esmaltados de azul, adornándola, por fin,con un precioso loto, también de oro, cuyo ta-llo, partiendo del medio de la cabeza, seguiael contorno de ésta para abrir sobre la frentesu hermoso cáliz de pétalos relucientes colo-reados de encarnado y azul, como lo estabade verde el gracioso tallo.

Isis-meri contempló orgullosa su rostro enel espejo, y ante é\ arregló ella misma los co-llares de piedras finas y pastas vitreas (168), yen medio del pecho colocó un pectoral, cuyosignificado tanto apreciaba la sacerdotisa,sin olvidar tampoco el collar de cuentas azu-les, que contempló antes de ponérsele, conburlona sonrisa.

Púsose en pié satisfecha de su atavio, y to-davía miróse deslumbradora de hermosura yde riquezas en la superficie pulimentada quele presentaba la esclava: trajóronla luego elcetro en forma de loto, y seguida de sus es-clavas partió hacia la casa de Faraón.

Aun sobraba tiempo para el comienzo delas fiestas, y bien lo sabia Isis-meri al pasarpor las salas y galerías en que las series decolumnas, las pinturas, los bajos relieves, lasestatuas colosales y los tapices que cerrabanlas salidas y entradas se contaban en tal nú-mero que apenas podrían apreciarse. Con pa-so majestuoso avanzaba la sacerdotisa porestos espléndidos recintos del palacio, mos-trándose cual la divina Isis misteriosamentehermoseada.

Recorrió algunas salas sin hallar más quedeUnus sacerdotes del templo y algunos ser-vidores de alta gerarquía en el Ramesseum.Iba y volvía, al parecer sin rumbo, porque de

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este modo encubría que buscaba. Llegó á unasala pequeña, lujosa y bien decorada con pre-ciosas pinturas, destinada al reposo y á la re-creación; allí se encontraban algunos sacer-dotes con sus blancas y ceñidas vestiduras, yallí el joven Si-Montu reclinado en un alto si-llón que cubria un tapiz verde con ornatos deloto y flores de papiro alternadas y de varia-dos tonos, con los pies sobre una banqueta,como el sillón, de precioso ébano incrustadode marfil, parecía complacerse conversandocon los sacerdotes, entre los cuales se halla-ba Haroeris.

Una tela azul listada de oro cubria el pe-cho del joven príncipe, Sehenti de igual colorrodeaba sus caderas, y en los brazaletes y lassandalias de oro brillaban infinitas esmeral-das, como también en los collares rodeados ásu garganta.

La sacerdotisa le contempló con éxtasishasta que fue advertida su presencia; enton-ces avanzó lentamente, y con voz dulce salu-dóle diciendo:

—Horus que te ama, es hoy favorable á misdesignios, Si-Montu.

—En verdad que este dia no es nefasto.—Al fin te hallo en tu morada.—¿Lo deseabas?—Sí, murmuró la sacerdotisa con tono duro.—Me hallas pensando complacido en las

fiestas de este dia. Yo te digo que los khétasjamás las presenciaron tan suntuosas.

—Bien sé que es cierto lo que dices-; tu pa-dre es el hijo del divino Ra, y el más podero-so Rey del Egipto que ha gobernado las dos re-giones.

A todo esto, los sacerdotes, retirados á unahabitación inmediata, conversaban sin distraerla atención del Príncipe, que se hallaba solocon Isis-meri, la cual como viera favorable laocasión deseada en sus premeditados planes,con voz misteriosa habló así:

—¡Ah Si-Montu! la alegría te rodea en estedia y te complaces con las magnificencias dela casa de tu padre; pero yo bien sé que bus-cas en vano la felicidad, y que con esa ale-gría quieres ocultarme tu melancólica tris-teza.

Bien sé que amenudo meditas con el rostrosombrío, cual si te hallaras en la tumba, ópensaras en el paso del alma por los tenebro-sos parajes de la región inferior, donde laasaltan feroces enemigos (169).

Bien sé, sin embargo, que tu tristeza hallaconsuelo en las oscuras galerías del templode Karnak, por que allí se encuentra la ama-

JOMO XV,

da que te espera, como el ave sagrada (170) ejrenacimiento de Horus.

—¿Qué dices, balbuceó Si-Montu, turbado porla emoción, y añadió con energía:~Te en-gañas.

—La verdad está en mis palabras; pero biensé que la recibes cual el amargo veneno queescupe el áspid sobre los malvados (171).

Sí, continuó con irónico acento, porque mibelleza no vale al lado de sus perfecciones, mirango es inferior al de ella, mis vestiduras sonmenos lujosas, mis servidores y mis riquezasson como la espiga de trigo comparado con elmontón que hizo el segador en un dia. Ella escomo el dia luminoso, yo como la noche ne-fasta. Y tú que en otros dias me llamabas lamás hermosa de las hijas del Egipto, solo su-piste engalanar mi garganta con esta simpleobra de Alfarero, como tú mismo la has lla-mado después.

Y arrancando de su cuello el collar de lascuentas esmaltadas, Isis-meri lo presento alPríncipe con ademan airado, mientras que ensus ojos relucían lágrimas de desconsuelo ysus labios dibujaban un gesto de ira.

El Principe bajó del asiento, y reprimiendosu turbación murmuró:

—Te engañas Isis-meri, y por que veas noexiste ese amor, yo te digo que tú serás lasola amada y todas las esmeraldas de Ollak{no serán bastantes para adornarte. A Karnakfue á visitar el templo, y nada receles ni sos-peches, que Horus me proteje.

El rostro de la hija de Psar enrojecióse sú-bitamente, de sus ojos brotó una mirada llenade todo el fuego de los celos, sus labios se agi-taron temblorosos, y con ademan brusco, es-tremeciéndose y arrojando el collar, cuyascuentas se quebraron sobre las losas del pavi-mento, esclamó con voz demudada por la emo-ción, que fue oída por los sacerdotes:

—Te complaces en el engaño, porque me des-precias; más por Isis que se han de cumplirlas sagradas palabras: «Yo soy la Paseh quearrojará su vapor fulminante contra ti (172).»

Y la sacerdotisa, trémula de ira, salió de laestancia en medio de la confusión de los sa-cerdotes y del Príncipe.

Procurando en vano serenarse, corrió mu-chas salas y galerías del Palacio. Se sentíaavergonzada, á la vez que los celos le abra-zaban.

Dejóse al fin caer sobre un diván, y cuandola primera lágrima de desconsuelo humedecíasu megilla, advirtió que su hermano avanza-ba lentamente, y acercándose á ella murmuró:

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178 REVISTA EUROPEA.—20 DE FEBRERO DE 1880. NÍIM. 311.

—Sigúeme.Isis-meri lo hizo así sin replicar, caminan-

do hasta la habitación donde se hallaba elPontífice, no lejos de la ocupada por Faraón.

Alzó Khai la cortina que cerraba uno delos intercolumnios de aquella estancia cuadri-onga, bien decorada y lujosamente amuebla-da, para dar paso á su hermana. Apareció lajoven ásu padre acomodado en un ancho sofá;la frente arrugada con enojo; vaga la mirada;inmóvil su figura, que infundió pavor á Isis-meri. Psar, abstraído de cuanto le rodeaba, noadvirtió la entrada de su hija, quien avanzabacautelosa buscando con su mirada la presen-cia de alguna persona; mas en la estancia solose encontraban ella, su hermana y su padre,y toda se extremeció cuando la voz de éste,en tono severo, llegó á sus oidos cotí estas pa-labras:

—Isis-meri: tus injurias al protegido de Ho-rus han llegado á mis oidos. Ella inclinó la ca-beza confundida", su padre levantándose, y entono colérico, añadió:

—¿Qué pudo arrastrarte? ¿Olvidaste tu ran-go? ¿Acaso en día nefasto algún mal espírituobró contra tí?

Isis-meri, en lugar de contestar á las inter-rogaciones de su padre, cayó de rodillas ocul-tando su rostro entre ambas manos.

—Shu, Shu escondido continuó (173): Psar¿tu poder maléfico trató acaso de sofocar elalma de mi hija? Su cuerpo no está dañado.¡Ah Maut,madre divina! proteje á tu servidory á toda su familia. Y luego asió á su hija deun brazo y de nuevo encolerizado exclamó:

—Los beneficios de los dioses me han ensal-zado: los favoros de Faraón me han enalteci-do: todo el sacerdocio del Egipto me obedece:mis órdenes son cumplidas en el Santuario:mi poder se extiende lo mismo á las regionesdsl Norte que á las dei Mediodía: el gran Ram-sés es amable para conmigo: mi presencia leregocija: escucha mis palabras satisfecho: meha protegido: me ha dado honores y recom-pensas: sus favores se extendieron hasta tí,pues te hizo servidora de Isis. ¿Y á su queridohijo tule injurias? ¡Que tu voz aplaque mi ira!aiñadió. Psar, impaciente, agitando el brazopor que tenía asida á su hija Isis-meri, alzó laciabeza y fijando su mirada aterrorizada en elrostro encendido de su padre balbuceó entresiollozos con amargo acento:

—¡Padre, Si-Montu me desprecia!—¡Tú eres la infame, exclamól Psar, tú la

que desprecia á Si-Montu, el protegido de Ho-rus, tú la que desprecia la cuna del Señor de

las diademas (174) el protegido de Ammon. Escóndete de mi vista. Que tu cuerpo esté escon-dido, que tu nombre me sea desconocido: tupadre te aparta de ante el. Llora tú, como Isistu protectora; ella lloraba la falta de su espo"so: tú llorarás la falta de la protección de Ammon; que su luz penetre en la oscuridad datu razón; que tu corazón sienta renacer estanueva luz; que la influencia de Shu se desva-nezca ante los rayos de la luminosa cabellerade Ras: que Thot deponga la verdad ante tuvista. Entonces vendrás á los piós de tu pa-dre, entonces te será dispensado mi cariño.

Isis-meri, sin osar responder una palabra,salió de la estancia llena de confusión.

CAPITULO XIII.

LA FIESTA EN EL RAMESSEUM.

Una vez fuera de la habitación de Psar, Isis-meri se sintió ahogada por amargos sollozos;abrasadoras lágrimas inundaron impetuosa-mente sus mejillas y resbalaron hasta los co-llares de su pecho. Las esclavas que fueraaguardaban, la sostuvieron y ella cubrió conambas manos su rostro.

Cuando más angustiada se hallaba, escu-chó á su lado estas palabras:

—Mis designios son favorables á tu vo-luntad.

Alzó la mirada y vio á Haroeris que son-reía ante ella.

—¿Qué dices? murmuró.—Débiles serán mis esfuerzos, ó antes de la

llegada de la noche Si-Montu se alejará de estatierra de Ap.

Y sin más palabras, el sacerdote de Osirisentró en la estancia del verídico Psar.

—Que Ammon jamás te abandone, Pontífice,sabio, querido de Mant, dijo Harveris.

—¿Por qué llegas á mí? contestó Psar fiján^dose en el sacerdote, que traía su cuerpo ceñUdo por el caUsiris y la piel de pantera.

—Llego para alcanzar de tu bondad lo queno ha de negarme.

—Tus palabras serán escuchadas, habla.—Hablaré; pero advierte que mi voz no es

mi voz, es la palabra de los verídicos servido-res de Phta en la región de Menne/er. Sé queparten hacia ella los enviados Khótas y sé quecon ellos irá uno de los reales hijos, según esla voluntad del poderoso señor de los dos países.Verídico Padre! envia á Si-Montu. Su virtudserá conocida por los mios con júbilo y ensal"zarán su saber. Yo que le amo,' lo deseo en,verdad. Bien sé que tu eres «-los ojos y los oidos.,

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del rey» (175) y he aquí, por qué á tí he venido.—Ve tranquilo, respondió Psar, pues Ram-

sés escuchará tu súplica y tus designios secumplirán.

Faraón, aquel dia se habia ocupado pri-mero de los negocios públicos, pasó luego altemplo, enseguida á escuchar los preceptosreligiosos de labios del Pontífice Supremo, ymientras en su real morada tenian lugar losmencionados sucesos, hallábase él en la salade las ablucciones (176), de donde pasó á reves-tirse de las insignias más brillantes y podero-sas p ara la gran fiesta.

En la parte del Ramesseun que se extendíaá la derecha del templo de Ammon, habia unamagnífica galería en comunicación con unfrondoso jardin.

Los enormes dinteles qne cobijaban la ga-lería, decorados con el disco rojo de extendi-das alas, místico emblema de Ra, descansabansobre gruesas columnas, cuyos fustes estabancircuidos deíbjas multi-colores y decorados configuras sagradas y emblemas geroglíficos re-tundidos: componían los macizos capiteles an-chas hojas agrupadas siméfricamente, de talmodo, que asomaban los picos de unas entrelos intermedios de otras, formando en conjun.to cual gracioso cáliz de gigantesco loto.

Hacia la mitad de la galería una tela purpú.rea, sembrada de oro y de colores, levantabapor dos elevados mástiles hincados en la tier-ra oblicuamente, con simbólicas cabezas decarnero por remate y cintas arrolladas en susextremos, formaban un ancho dosel. A susombra alzábase sobre un escabel el tronodonde Faraón lucía su Pschent reluciente y sumandil real: como en todas las ceremonias,estaba su esposa á la izquierda y sus hijos enrededor ostentando sus insignias especiales.

En el primer intercolumnio á la derecha, sehallaban los enviados Khótas, sentados sobreabultados cojines rellenos de pluma, luciendovestidos tan ricos como caprichosos.

Llenaba el resto de la galería numerosoacompañamiento de sacerdotes, guerreros^demnus, damas de la corte y otros muchos per-sonajes. A la viva luz del astro del dia, era sin.guiar aquel conjunto tan crecido como variadode vestiduras blancas, tocados de colores diver-sos insignias doradas, joyas relucientes en quetodo armonizaba y embellecía. Sobre la líneade cabezas veíase una serie de abanicos semi-circulares de plumas que para disipar el ar-dor de los refulgentes rayos de Ra movían losesclavos, ocultos tras de la línea de especta-dores. Con igual objeto, los Príncipes cimbrea-

ban la pluma de avestruz, uno de sus emble-mas, y Faraón se mostrabaorgulloso en mediode aquel fastuoso acompañamiento de que sehallaba rodeado.

Ante lagalería habia una espaciosaesplana-da donde debia celebrarse la fiesta, extendién-dose por el resto del jardin los más crecidosár-boles y plantas más hermosas: en elconfuso tu-multo en que se mezclaban, veíase citroneros,sicómoros y acacias, mostrando entre su •en-crespado follaje flores ó frutos, descollando enalgunos sitios los encorvados brazos de laspalmeras: una valla de madera limitaba la es-planada, abierta solamente en el punto opues-to al escabel de Faraón: en aquel sitio se le-vantaba un pabelloncito con sus cuatro murosinclinados: doble fila de ventanas indicabansus dos pisos, y la puerta estaba colocada enel medio de las más bajas.

A una seña de los demnus, que con su cañaempuñada estaban distribuidos en distintospuntos de la esplanada, salieron del pabellónmultitud de mujeres etiopes, llevando el pelorepartido en gruesas trenzas y vestidas conestrechos ealiris sujetos por un ceñidor, de-jando verlos anillos azules que descansabansobre sus tobillos, iguales á los que lucían ensus muñecas.

Las vibraciones sonoras de una marchatriunfal partieron del lado derecho de la gale-ría, donde estaban las esclavas, pulsando lasliras y las arpas, tocando las flautas, golpean-do los tímpanos y loa tambores, sonajeandolos sistros, ó tañendo los laudes, á la seña deldenun encargado de la recreación, que sonabauna castañuela de madera para marcar elritmo.

Prosternáronse las esclavas con la rodillaizquierda hincada en tierra, una mano apo-yada sobre el suelo y la otra en la frente. Selevantaron luego con presteza, y divididas enparejas, frente unas de otras, avanzado unpié, atrasado el otro, comenzaron á jugar pe-queñas bolas de bronce, que, lanzada poruna, recibida la contraria, quien con nuevoimpulso la devolvía, alcanzando presto la se-gunda bola. Con sin igual ligereza, veíaselascambiar las manos y aun las posturas, sinque una bola de tantas como subían y baja-ban, cual infinitas chispas de una hoguera,bajara hasta el suelo sin hallar antes la dies-tra mano que la impulsara de nuevo (177).

A una señal cesaron, depositando las bolasen la caja presentada por un niño etiope des-nudo. Luego tomaron las más grotescas po-siciones: con una pierna replegada contra el

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cuerpo, la espalda encorvada, y los brazosabiertos y extendidos, cual grullas empina-das, y recogidas á la vez unas, otras acurru-cadas en la actitud de humilladas panteras,con singular gesto de asombro en su rostro,apoyaban el cuerpo sobre una rodilla y ex"tendían la otra pierna, cuyo gracioso contor-no marcaba su ceñida vestidura: á una pal-mada repetida por todas á la vez, lanzáronselas primeras de un salto hacia las segundas,y éstas se alzaron para elevarlas con agili-dad, tomándolas por la cintura, y al cabo deun momento, dejáronse caer aquellas de ro-dillas para sostener en sus brazos elevados álas segundas, que se recostaban, extendidascomo en un lecho. Repetidos saltos, nuevasposiciones, carreras y graciosos ejerciciosejecutaron; todo con mucha precisión, acen-tuando sus músculos en los esfuerzos y lascontorsiones acompañadas de risas, miradasy gestos singulares, en que sus labios rojosdescubrían la dentadura, y giraban sus ojosenseñando las .blancas órbitas. En aquel es-pectáculo había algo de lucha salvaje y ale-gría idiota, mezclada en tal suerte de gesti-culaciones diversas.

Nuevamente se prosternaron al retirarse,dejando libre el campo á otra serie, mas node mujeres, sino de esclavos: nahesus mu-chos, otros del país de Seheto, y no pocos abe-rius. Traían una faja rodeada con muchasvueltas á su vientre- á su brazo izquierdo sesujetaba con fuertes correas una tablilla, ha-ciendo veces de escudo. Después de saludar,repartiéronse de dos en dos, y cada cual pre-sentó á su contrario la tableta, mientrasafianzaban en su diestra, que resguardabauna pieza de concha, fuertes mazas de made-ra, ó mas bien nervudas ramas de árbol des-nudas de corteza, de cuya arma habian deservirse para lanzar los golpes que la tabletadebia parar con maña.

En posición arrogante y desafiadora secontemplaron buen rato, hasta que la señajde los dennus anunció el comienzo de la lu-cha (178). Todas las mazas blandieron á la vezsobre las cabezas de los esclavos, y el cho-que de los golpes dejóse oir repetido y con-fuso entre las exclamaciones de los comba-tientes, que cambiaban de posición con cele-leridad y destreza.

Algunos cayeron á los golpes de maza, ylas gotas de sangre que brotaba de sus heri-das ó destilaba su nariz, mancharon su cuer-po y salpicaron la tierra,, quedando no pocosinertes, casi sin vida, que algunp sintió aca-

bársele en medio de convulsiones dolorosas yaguijoneo de venganza, mientras escuchabalos gritos lanzados por el vencedor, poseídode salvaje alegría.

No bien desaparecieron los combatientes,y fueron retirados los heridos y moribundos,un tropel de graciosas bailarinas se presentóen larga fila, resonando con duros golpes lapiel de onagro de sus tímpanos. Repartiéronseá izquierda y derecha con sin igual rapidez,produciendo sin fin de ondulaciones á las li-geras túnicas de gasa que envolvían sus gra-ciosas formas en la lluvia de sus multipli-cados pliegues. Las cabelleras ondulantes yabultadas, llegaban hasta cerca de sus cin-turas, y en las repetidas vueltas ocultabansus rostro.* entre los sedosos mechones.

La danza consistía en carreras y saltos,alternados con vueltas y cambios rápidos,sin dejar de sonar sus panderetas, en quemarcaban el compás de las evoluciones, puesla música había cesado.

En tan continuada serie, haciendo visajesy contorsiones, misteriosas por el flotar desus vestiduras y kis ondulaciones de su cabe-llera, parecian genios desconocidos de la re-gión invisible.

Bulliciosas como llegaron se escondieronen el pabellón, precediéndolas los vaqueroscon algunos toros que les seguían obedientes;pero altivos y mesurados.

Repartidos en separados grupos, hicieronavanzar dos toros hasta colocarlos frente áfrente: eran hermosas bestias de piel negra,patas nervudas, pezuñas pequeñas, jarretespronunciados, elevado el cuello, recogida lacabeza, severos en la actitud, recelosos en elmirar de sus encendidos ojos. A un silbidodel vaquero dennu, ambas bestias recularon,arquearon el cuello, humillando la cabezacomo los carneros, se |miraron con saña, in-quietaron la cola, movieron la oreja y lanzá-ronse uno hacia el otro, encontrándose enmedio de la acometida: retrocedieron, sinquitarse ,1a mirada, y otro nuevo choque gesucedió; repitióse, y por fin un cuarto encuen-tro decidió la victoria de uno y la muerte delotro, que chorreando sangre cayó al suelomoribundo (179).

Otros dos toros lucharon después, y se re-tiraron por fin á las voces con que los llama-ban los dennus.

Puso fin á la fiesta una danza de enanoscontrahechos y deformes, con las piernaszambas ó estevados, vestidos con scheutis;que, con irrisorios ademanes y gestos ¡dio-

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tas, se movían pesados, voceando insultan-tes, como haciendo gala de su miserable exis-tencia (180).

Terminada esta danza, Faraón, satisfe-cho, se entró hacia el interior de su palacio,seguido de todos los circunstantes.

Y poco después, Si-Montu llamó á su ser-vidor Abak-toka, á quien dio severas órdenes.

J. MÉLIDA-I. LÓPEZ.

(Continuará.;

BEETHOVEN.

(Continuación.)

Veamos ahora lo que dice Berlioz del temafavorito de Fidelio, y adviértase la seguridadcon que el autor déla Dannation de Faust, emplea el escalpelo del análisis cuando no agitasu mano la fiebre de la pasión.

El recitado tiene verdadero acento dramá-tico, el adagio es sublime por su expresión,lleno de gracia y de ternura; es el allegro se-ductor é impregnado de noble y magnifico en.tusiasmo, capaz de haber inspirado á Weberel aria de Ágata en su Freysehütz. Sé que crí-ticos de nota difloren de mi opinión; por loque á mí toca, puedo asegurar que me alegrode no participar de la suya.

Reconócese á Berlioz debajo de esta salidaepigramática', lo mismo en crítica que en conrposición gustóle siempre demasiado quedarsecon su opinión. Pero sigamos adelante.

El tema del allegro lo proponen tres trom-pas y fagot que se limitan á decir por su ordenlas cinco notas del acorde: si, mi, sol, si, mi, encuatro compases de asombrosa originalidad.Entregúense á cualquier músico que no las co-nozca, esas cinco notas para que las combinede cuantas maneras le parezca, y apuesto áque en las cien combinaciones no se hallarála frase impetuosa y enérgica que imaginóBeethoven: tan imprevisto es el ritmo. Criticanalgunos, que en el allegro no haya puestoBeethoven una de esas frases cortas que seconservan fácilmente en la memoria. Seme-jantes aficionados, se parecen á los niños endia de Reyes cuando esperan el haba dol le.gendario bizcocho, á los provincianos cuan-do esperan el si bemol, la nota aguda del te-nor que se presenta por primera vez anteellos: aunque el pastel fuera inmejorable, y el

tenor no tuviera rival, no habria alabanzas niaplausos, faltando el haba ó la nota esperada.

El aria de Aga'a del Fret/sehütz de Weberno se ha cantado muchas veces en Francia, ysin embargo es popular; pues consiste su po-pularidad en que no omitió el compositor loscuatro compases deseados.

¡Cuántas composiciones de Rossini, el prín-cipe de los metodistas, yacen hoy en el máscompleto olvido, á pesar de su belleza, preci-samente porque aquel insigne músico no acer-tó con la nota, ó se olvido de ponerlal

Advertiremos aunque de paso, el elogio queBerlioz hizo del maestro de Pósaro, sin ol-vidar que el mismo Berlioz califica al Barberode Sevilla de bufonada escrita por este veleta deRossini.

Los cuatro instrumentos de viento queacompañan al canto, en esta aria impiden queel público se fije en otra cosa que en ellos. Sinembargo, esos instrumentos no vienen á hacergala de inútiles dificultades; Beethoven no losemplea como instrumentos solí, en la acepciónpretenciosa de la palabra, lo que muchas veceshizo Mozart con el cor de basset. Mozart enTito hace ejecutar un concierto de cor de bas-set, mientras que la prima donna dice: Lamuer-te se aproxima, etc. Pueril, contrario al buensentido y al efecto dramático, es el contrasteque forman por un lado el personaje á quiense supone apesadumbrado por los más tristespensamientos, y por otro al que ejecuta el solo,que cuando debería limitarse á acompañar elcanto, necesariamente trata de demostrar suhabilidad en la interpretación del pasaje que elmalaventurado autor le encomendó. Beetho-ven no encomendó á los cuatro instrumentosde viento de su aria tan desgraciado papel; notrata de que brillen, sino de obtener por mediode ellos una especie de acompañamiento enperfecta armonía con el carácter del persona-je que canta, consignando asi una sonoridadespecial que cualquiera otra combinación mu-sical no hubiera producido: el sonido velado, yhasta trabajoso de las trompas, conviene ad-mirablemente á la mezcla de tristeza y alegría,á la inquieta esperanza que llena el corazónde Leonora en aquellos instantes. Spontini ha-cia la misma época, y sin conocer &\\Fidelio deBeethoven, empleó las trompas con intenciónparecida en el acompañamiento de la admira-ble aria de su Vestale:

Tú á quien imploro.

Muchos compositores desde entonces, Donizetti entre ellos, en la Lucia, usaron este

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procedimiento con el mismo éxito; resultadoque se debe á la fuerza de expresión de dichoinstrumento, que sirve á maravilla para ha-blar el lenguaje de las personas y de los sen-timientos, cuando está familiarizado con él elcompositor y sabe emplearlo.

El anterior trozo de crítica es excelente, yla que dirige á Mozart está perfectamente jus-tificada. Otto Jahn, el panegirista de Mozart,conviene en que el aria censurada por Berlioz,no produce efectodramáticojes mas bien, dice,pieza de concierto que aria de teatro: «La emo-ción que causa el coro de prisioneros, es qui-zás monos viva, pero no menos profunda.»

Salen estos al patio un momento á respi-rar el aire libre. A su entrada en escena, losprimeros compases de la orquesta son dulcesy prolongadas armonías que radiantes se es-parcen por entre tímidas voces; van uniéndo-se lentamente, y por último, en sonoras melo-días, expresa el final el regocijo de aquellosencarcelados, acompañando el canto los ins-trumentos. Alguno podrá reparar al llegar áeste punto: ¿Por qué el autor no confió el di-bujo melódico á las voces y la parte vocal ála orquesta? ¿Por qué? Porque esto hubierasido torpeza evidente; las voces cantan comodeben cantar: una nota más confiada á laparte vocal alteraría la expresión tan exacta,verdadera y profundamente sentida: el dibujoinstrumental no es más que idea secundaria,por melodiosa que sea, y conviene muy par-ticularmente á los instrumentos de viento, yhace resaltar de modo que no tiene rival, ladulzura de las armonías vocales, tan ingenio-samente dispuestas entre la orquesta. No esposible encontrar, me parece, un compositorde juicio sensato, cualquiera que sea la es-cuela á que pertenezca, que desapruebe la ideay el modo como Beethoven la expresó aquí.

La felicidad de los prisioneros se encuen-tra por un momento alterada por la apariciónde los guardias encargados de vigilarlos. Enseguida cambia el color de la música; todo sevuelve opaco y apagado; mientras los guar-dias terminan la ronda, las miradas de des -confianza no pesan ya sobre los prisioneros;la tonalidad del pasaje episódico del coro re-cuerda la tonalidad principal; se la presiente,inás aún, se la toca; un corto silencio... y elprimer tema reaparece eh el tono primitivo,con naturalidad y encanto que no preténdeseexplicar. Es la luz, el aire, la dulce libertad;volvemos á la vida, en una palabra.

Algunos espectadores, secándose las lá-grimas al concluir el coro, se indignan del si-

lencio del público, que á su juicio debia pro-rumpir en estrepitosos aplausos. Es probableque conmueva á la mayoría del público pági-na tan sentida; pero hay en la música bellezasque nadie niega, que á todos conmueven, yque sin embargo no arrancan aplausos.

Como se ve, estamos lejos de aquella aven-turada condenación que pronunció la Gacetageneral de la Músiea. «Los coros, decia, care-cen de efecto; uno de ellos, el que expresa laalegría de los prisioneros cuando salen al pa-tio de la prisión, deja frió al público.»

En la segunda parte del dúo, Rocko enteraá Fidelio de que irán juntos á abrir la fosa delprisionero; entonces se percibe un dibujo sin-fónico de instrumentos de viento de muy ex-¡traño efecto: pero que por su acento entre-cortado y su inquieto movimiento se adaptaperfectamente á la situación. Este dúo y elquinteto que le sigue contienen hermosísimospasajes, algunos de los cuales se parecen porel estilo de las partes de canto, al de Mozarten el Matrimonio de Fígaro. Un quinteto concoros termina el acto. Su colorido es sombrío,como lo pide la situación; una modulación unpoco seca interviene bruscamente hacia lamitad, y algunas voces ejecutan ritmos quese distinguen á través de los otros, sin quepueda comprenderse fácilmente la intencióndel autor. Pero el misterio que parece comoque se cierne sobre el conjunto de este final,le comunica una fisonomía muy dramática.Concluye piano: expresa la consternación, eltemor; el público de París no lo aplaudió, por-que hubiera sido aplaudir una conclusión querompe con sus costumbres musicales.

Otra amarga crítica contra el público deParís, culpable de rigor, más con Berlioz quecon Beethoven, porque Berlioz no ignorabaque el público alemán fue tan indiferente alFidelio como el público parisiense de 1860. Nohagamos caso de estos desahogos, porque losinocentes epigramas de Berlioz no perjudicanla bondad de lo restante.

Concedámosle por última vez la palabra pa-ra que exponga magistralmente su aprecia-ción acerca del tercer acto. Antes de levantar-se el telón, la orquesta toca una lenta y lúgu-bre sinfonía, donde se oyen gritos prolonga-dos, sollozos de angustia, convulsiones, pesa-das pulsaciones. Nos encontramos en el lugardel dolor y de las lágrimas. Allí está Florestantendido en su lecho de paja: vamos á asistir ásu agonía, á escuchar su delirante voz. Lainstrumentación de Gluck en la escena de laprisión, de Orestes en la Iftgenia en Taurida,

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es hermosa sin duda; ¡pero no puede compa-rarse, se eleva en elevación con la que Bee-thoven puso en el tercer acto de su Fidelio.Y no vence á su rival, porque le aventaja enel arte de la sinfonía, sino porque el pensa-miento musical de Beethoven en esta pieza esmás enérgico, más grandioso y de expresiónmás penetrante. Desde los primeros compases se advierte que el desdichado preso enaquel estrecho calabozo debió al entrar aban-donar toda esperanza.

A un doloroso recitado entrecortado por lasfrases principales de la sinfonía precedente,sigue un cantabcle impregnado de tristeza y dedolor, cuyo acompañamiento de instrumentosde viento aumenta la tristeza. El dolor del pri-sionero va poco á poco siendo mayor: pierdela cabeza... El ala de la muerte le ha tocado...Preso de una alucinación repentina, se cree

• libre, sonríe, lágrimas de ternura brotan desus moribundos ojos: cree que ve otra vez ásu mujer: la llama: ella responde: está ebriode amor y libertad.

Otros describirán esta melodía llena de so-llozos, esas palpitaciones de la orquesta, esecontinuado canto, del oboe que sigue al deFlorestan, como la voz de la adorada esposaque cree escuchar: y el arrebatador ereseendo,y el último grito del moribundo... para mí esimposible.

Reconozcamos aquí el arte soberano, lainspiración abrasadora, el vuelo fulgurantedel genio.

Florestan después de este acceso de febrilagitación vuelve á caer sobre su lecho: ahorallegan Rocko y la agitada Leonora.

Nada más siniestro que este dúo en el quela glacial insensibilidad de Rocko contrastacon los apartes de Fidelio, y donde el sordomurmullo de la orquesta es comparable alruido de la tierra, cayendo sobre el ataúd, queva á cubrir para siempre: uno de nuestroscompañeros en crítica musical, comparóoportunamente esta pieza con la escena de lossepultureros del Hamlet. ¿Qué mayor elogio?

Los sepultureros de Beethoven terminanSu dúo sin coda, sin cavaleta, sin explosión devocss: por eso el parterre se mantiene en pru-dente reserva. ¡Qué desgracia!

Más afortunado es el terceto siguiente:fue aplaudido, á pesar de su reposada conclu-sión. Los tres personajes están animados deafectuosos sentimientos 3r cantan suaves me-lodías unidas á armoniosos acompañamientosnaturales y sin esfuerzo alguno.

El bellísimo tema de veinte cómpatees can-

tado por el tenor, es incomparable; allí se en-cuentra al canto en su más exquisita pureza,la expresión en lo que tiene de más sencilla,verdadera y penetrante. Abandona unas ve-ces, y vuelve á tomar el tema y después deatrevidas modulaciones, lo presenta en suprimitivo tono con una fortuna y maestría deque hay pocos ejemplos.

El cuarteto del pistoletazo parece el ruidocontinuado del trueno, cuya amenaza au-mentando sin cesar en violencia, concluyenpor una explosión dé todas las voces é instru-mentos, á contar desde el grito de Fidelio-—¡Soy su mujer!—-el interés musical se con-funde con el dramático: conmueve, arrastra,trastorna, sin que se pueda distinguir, si tanviolenta emoción la producen las voces, losiustrumentos, ó la acción de los actores ó elmovimiento de la escena: de tal manera seidentificó el compositor con la situación quepintó con admirable verdad y prodigiosa ener-gía. Las voces que se preguntan y contestancon violentos apostrofes, óyense distintamen-te siempre, aun en medio del tumulto de la or-questa, y á través de las notas de los instru-mentos de cuerda, que parecen las vocifera-ciones de una muchedumbre agitada por milpasiones...

Después de este gran cuarteto, los dos es-posos se quedan solos y cantan un dúo nomonos notable, en que la pasión desbordada,la alegría, la sorpresa, el abatimiento, buscanen la música acentos de los que es imposibledar idea á quien no los escuchó. ¡Qué, amor!¡Qué apjebatos! ¡Con qué delirio se abrazanaquellos dos seres! Se atropellan las palabrasal salir de sus labios convulsos, vacilan, tiem-blan, se aman!... ¿comprendéis esta palabra?...se aman! ¿En qué se parece este arranque deamor, á los insípidos dúos de dos esposos queunieron las conveniencias sociales?... En elúltimo final se escucha un concertante amplioy sostenido, cuyo ritmo de marcha interrum-pen al pVincipio algunos movimientos lentosepisódicos. Pero pronto se sobrepone el alle-gro, y aumenta su animación y sonoridad,gradualmente hasta el fin. En esta composi-ción, la majestad primero, y el brio después,atraen y arrastran al auditorio, sin excepción;entonces no hay fríos ni recalcitrantes, el en-tusiasmo los fundió á todos. Entonces dicenlos reacios: «¡Gracias á Dios!» Al verlosaplaudir, también decimos nosotros «¡Graciasá Dios!» Y sin embargo, lo restante de la par-titura, que tan poco les conmueve, no es me-nos admirable; y sin que se entienda que re-

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bajamos un ápice del mérito de tan gigantes-co final, algunas de las piezas precedentes lesacan ventaja. ¿Quién sabe si más pronto déloque se piensa no llegará la luz á esas almasdonde no penetran los maravillosos cambian-tes de esta sublime obra de Beethoven, comosucede aún con la novena sinfonía, los últimoscuartetos y las grandes sonatas para pianodel mismo incomparable inspirado? Algunasveces un velo espeso cubre los ojos del espíri-tu ó impide ver, situado en ciertas esferasdel cielo del arte, los grandes astros que laspueblan; pero de repente, sin saber la causa,el velo desaparece, entonces les ciegos ven yse avergüenzan de su prolongada ceguera (1).

Al escribir la última frase, Berlioz se acordóde sus obras, quizás más que de la de Beetho-ven; adivinaba, cual si fuera profeta, que ha-bia de llegar la aurora de su gloria. En cuantoal velo que cubría la de Beethoen, ha caidopor completo; al menos ya no se encuentranadversarios sino entre esos ciegos volunta-rios, que, según la expresión del psalmista:«tienen ojos y no ven.» Oculos habent et noncident. ¡Pero qué músico, verdaderamente dig-no de este nombre, ni qué dilettanti no bajaya la cabeza ante la deslumbradora magnifi-cencia de la novena sinfonía!

Preciso es decirlo: Fidelio, como monos co~nocido, es por lo mismo menos apreciado. Po-cos años hace, esta obra fue aplaudida, comomerecía, por un público escogido, aunque pocofamiliarizado con las severas bellezas del es-tilo de Beethoven. Representábase en el tea-tro italiano de París, y cuantos vieron en-tonces á Gabriela Krauss, llegar á los límitesde lo sublime en el gran papel de Leonora, lescostará trabajo comprender que la obra maes-tra de Beethoven no haya pasado al teatro dela Ópera con la gran artista que la dio á co-nocer. Un día, no lejano, veremos realizadasestas esperanzas; porque es imposible que,colocada la estatua de Beothoven en el peris-tilo del palacio, construido por Cárfos Gar-nier (2), se elimine sistemáticamente de laescena obra tan á propósito para que se des-pleguen en ella su. riqueza y esplendor.

IV.

COMPÁS DE ESPERA.

El mal éxito de Fidelio; hablando más cla-ro, su caida, produjo, según parece, en elánimo de Beethoven dolorosa impresión.—Por

(1) Berlioz, Atravérs Chants.(2) Alude aquí BI autor á la Gran Ópera de París.

{N. dtl T.)

regla general mostró: siempre indiferenciahacia el juicio del público, ó al menos no lepreocupaba gran cosa. Sabia muy bien queadelantaban sus obras el gusto de sus con-temporáneos; y seguro de que llegaría suhora, renunciaba generosamente á los entu-siasmos del momento. Pero en el presentecaso, en el terreno dramático comprende toda\A importancia de una batalla perdida. En elteatro, el compositor necesita el espontáneoapoyo del público y el éxito inmediato, sin loque se ve precisado á no componer, y los me-dios de subsistencia desaparecen.

Prueban los momentáneos desalientos deaquel ingenio enérgico ó independiente, mu-chos hechos referidos por sus contemporá-neos: nos limitaremos, sin embargo, á tradu-cir una carta y referir una anécdota.

Hó aquí la carta dirigida al director delteatro An der Wien:

«Querido Maier: Permitidme os supliqueque M. Siegfried dirija mi ópera esta noche:quiero oiría á cierta distancia. Así, además,no expondré mi paciencia á duras pruebasviendo cómo destrozan la partitura á mi ladosin que pueda remediarlo. Tengo por cosacierta que todos están animados de los mejo-res deseos; pero con todo, borrad en la partedel violin, del fagot, de la trompa, de todos losinstrumentos y voces, cuantas indicacionespuse acerca de la expresión de mi obra; laspp, los crescendo, los decrescendo, los forte ylas ff, pues he notado que maldito el caso quehacen de ellas. Oi'r una obra propia ejecuta-da en tales términos, es lo bastante para novolver á acordarse de escribir óperas. Maña-na ó pasado iré á buscaros para que almor-céis conmigo. Hoy he vuelto á no sentirme deltodo bien.»

Después de la carta, pasemos á la anéc-dota: de seguro es más gráfica y revela másclaramente la herida del maestro.

Algunos dias después de la representacióndel Fidelio, el violinista francés Pedro Bai-llot, que se encontraba entonces en Viena,manifestó deseos de conocer á Beethoven; ypara complacerle, Antonio Resche, amigo deambos, buscó al maestro en los sitios dondeera probable encontrarle.

En la sala baja de una mezquina fonda,contigua al teatro, estaba el maestro triste ysolitario. En la entrevista, que tuvo poco dealegre, Beethoven no disimuló su disgustocontra el público por su frialdad, contra loscríticos por sus injustas apreciaciones.

De repente interrumpió la conversación

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NÚM. 311. V. WILBER.—BEETHOVEN. 185

estridente y sonoro gruñido. Un mozo délacuadra, que dormía en un rincón, era la causacon sus descomunales ronquidos, de aquel ex-traño ruido. «Mirad, dijo Baethoven, quisieraser tan bestia como ese hermoso pedazo decarne.»

Los amigos de Beethoven, como es fácilde presumir, se esforzaron cuanto pudieronpor arrancarle del abatimiento que tanto da-ñaba al des irrollo de su genio, para lo cualdeterminaron rehabilitar al Fidelio, injusta-mente condenado. Pero sin encontrar antesun tenor, capaz de interpretar con aplauso elpersonaje de Florestan, no podia hablarse delproyecto. Denmer, que lo creó, iba perdiendocada dia con la voz su influencia sobre el pú-blico. El Barón Braun, director del teatro Ander Wien , despachó emisarios en todas di-recciones que buscaran la rara avis.

Uno de ellos, más listo que los otros, acertócon el soñado tenor, no en una casa.de postascomo el Marqués del Postillón de Longjumean,sino de la Cancillería de una embajada.

José Augusto Roeckel nació en Neuberg(Palatinado) el año 1783; terminados los estu-dios universitarios, fue secretario particulardel Embajador de Baviera, residente en Salz-burgo. Era muy festejado en los salones, porsu voz robusta y agradable, y el instinto mu-sical que en cualquier pieza revelaba. El emi-sario de Braun, sin más preámbulos, en cuan-to comprendió sus facultades, le ofreció elpuesto de primer tenor en el teatro An derWien. Aunque resistió al principio proposicióntan inopinada, parece que debió ceder pronto,porque en el otoño de 1805, consta qun se pre-sentó por primera vez ante el público de Vie-na, que le decretó los honores del triunfo. Fal-taba el tenor, que habia de izar el destrozadopabellón de Fidelio; Roeckel podia llevar á fe-liz término la empresa, acometida por los ami-gos de Beethoven.

Pero estos no se contentaban con que hu-biera artistas capaces de interpretar la mú-sica del maestro; pretendían que Fidelio re-viviera, pero refundido. El escaso interés dellibreto, era según ellos razón poderosa paraexigir la desaparición de ciertas escenas don-de la partitura, sin tener la culpa, llevaría lapena.

«Lo mismo en Alemania que en Francia óen Italia, en el teatro, sucede siempre, diceBerlioz, que todo el mundo tiene más ingenioque el autor. El autor es enemigo público, y siun aprendiz de tramoyista asegura que esta óla otra pieza de música, de cualquier maestro,

es demasiado larga, en seguida se da la razónal tramoyista en ciernes contra Gluck, We-ber, Mozart, Beethoven ó Rossini. En pruebade lo que bastará á recordar las desvergonza-das impresiones hechas en"el Guillermo Tell deRossini antes y después del estreno de aquellaobra maestra. El teatro para poetas y músicoses verdadera escuela de humillaciones; losprimeros reciben allí lecciones de quienes igno-ran la gramática, los otros de quienes ni aunconocen las notas del pentagrama, y todosestos aristarcos, además siempre en guardia,contra lo que tiene aires de novedad, se entu-siasman sin reservas con lo que lleva el sellode la más acabada vulgaridad.»

Beethovon comprendía como Berlioz susderechos de compositor, y así no extrañaráque defendiese con impaciente fogosidad, pal-mo á palmo y compás por compás, el Fidelioen la Academia de amigos reunida en, casadel Principe Lichnowski, con el objeto de dis-cutir las reformas y supresiones á que erapreciso condenar la partitura, para que sepresentara otra vez en escena. La sesión fueborrascosa y hasta trágica, duró desde lassiete hasta la una de la noche. Nunca, diceRoeckel, le vieron sus amigos másirritado queaquella noche: á no ser por las instancias ybuen tacto de la Princesa Lickhnowsky másde veinte veces el irritado maestro hubieraenviado á paseo á la reunión.

Al cabo se consumó el sacrificio: sucum-bieron en aquella sesión tres piezas completasó importantes fragmentos, especialmente delos dos grandes finales. Convenidos los arre-glos"*y supresiones, hubo de dividirse la óperaen dos actos en vez de tres, encargándoseEsteban de Kreuning de revisar el libreto.Convenidas las bases, pasaron al comedor delPríncipe Lickhnowsky, donde esperaba bri-liante cena álos conspiradores: antes resigna-do que convencido, Beethoven aceptó la parteque le tocaba en el festín, y pronto los vapo-res del espumoso vino de Hungríadisiparon elrecuerdo de aquella encarnizada discusión.

Bajo su nueva forma, Fidelio fue represen-tado por primera vez en el teatro An der Wienel sábado 29 de Mayo de 1806. Excepción he-cha del tenor Doenmer, ventajosamente reem-plazado por Roeckol, la distribución era la mis-ma; pero además de los retoques de que he-mos hablado, Beethoven escribió para estasolemne representación una nueva ovortura:la que lleva el núm. 3 en la edición de susobras.

Sabido es que Beethoven compuso cuatro

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186 REVISTA EUROPEA.—20 DE FEBREEO DE 1880. NÚM. 311.

overturas distintas para su úniea ópera; lastres primeras en do mayor llevan el título deOoertwra de Leonora. El número 2, sirvió deprólogo sinfónico para la primera represen-tación del Fidelio en 1805; la señalada con elnúmero 1 se publicó después de las primerasrepresentaciones de la ópera: según Notte-bonn, es posterior al año 1806. La cuarta enmi mayor conocida por Ooertura de Fidelio fueescrita en 1814. Aunque Esteban de Kreuninghabla de una cabala contra el Fidelio, y diceque en la reaparición de 1806 no se cantó sinodos noches, es indudable que el fallo del pu-blico en esta apelación, digámoslo así, intro-ducida por Beethoven, fue más favorable á laobra que el primero de 1803.

«Fidelio refundido, dice Roeckel, fue reci-bido con muestras inequívocas de simpatía, ymuy apreciado por un público escogido, másnumeroso y entusiasta á cada representa-ción.» (Téngase en cuenta que no fueron másque dos.) El corresponsal vienes del Diario delmundo elegante modificó su opinión, que, comohemos visto, fue contraria en 1803 al maestroy á la ópera. Ahora dice:

«El Fidelio de Beethoven refundido por com-pleto, ha vuelto á ponerse en escena: la óperano tiene más que dos actos en vez de los tresque antes tenia. Inconcebible parece que suilustre compositor se decidiera á escribir tanbella música para un libreto tan absurdo é in-sulso como este. Culpa del libreto es que nohayan brillado los bellísimos números de lapartitura de Beethoven como merecian; eldiálogo hablado concluye con todo el efectoque hubieran podido producir las piezas decanto. Está fuera de duda que Beethoven po-see sentimiento estético elevadísimo, y queconsigue de un modo eminente expresar conla música el sentido de las palabras, pero enFidelio da á entender que carece de juicio pa-ra discernir el valor literario de los libretos-Sea de esto lo que quiera, su Fidelio es obrade un maestro, y en el nuevo horizonte que seabre para él desde el primer momento, nosha, mostrado lo que puede esperarse de su ta-lento y de su genio.»

A pesar de las mudanzas de la crítica y dela optimista relación de Roeckel, no vaya ácreerse que la reacción en favor de Fideliofue general. La mayor parte del público per-maneció serio é indiferente; y prueba de elloes la escasa concurrencia que asistió á las re-presentaciones.

Exasperado Beethoven por el egcaso resul-tado pecuniario que obtuvo con su ópera, en

un momento de despecho decidió • retirarla,pretestando que se le defraudaba en sus dere-chos ú honorarios de autor. Sin haber recla-mado previamente acerca del particular, álos dos días de la nueva representación, fuóá casa del Barón Braun á exponerle sus agra-vios. En la conferencia, como es fácil suponer,no mediaron frases muy corteses; el Barónmanifestó que la culpa de que las entradas nofueran mayores, la tenia el compositor, queno escribia obras que pudieran gustar á lageneralidad. Es verdad que las butacas y pal-cos se llenan todas las noches, pero la entra-da general, que decide de los ingresos, no acu-de, porque no le gusta la ópera.

«No^escribo yo, replicó Baethoven, para elpúblico de galería; devolvedme la partitura,que vengo decidido á que no os utilicéis másde ella.»

«Hágase lo que pedís,» añadió el Barón conaltivez, y sin más contestaciones mandó de-volver la partitura al irritado compositor.

Por un arranque de su autor, Fidelio, quequizás estaba en camino de conquistar el fa-vor del público, desapareció de los cartelespara mucho tiempo.

VÍCTOR WlLDER.

(Continuar&yt

CRÓNICA MUSICAL.

EL REY DE LAHORA.ÓPERA DE JULIO MASSENET.

Por fin la empresa del teatro Real ha pues- \to en escena esta ópera; por fin el públi- \co de Madrid ha podido satisfacer la natural Icuriosidad que sentía á consecuencia de tan-to anuncio y tanto bombo anticipado; por finlos verdaderos aficionados han podido sabo-rear la¿ bellezas de una obra que envuelvetodas las tendencias de la moderna escuela.

Julio Massenet, primer premio de Roma,es uno de los compositores de la nueva escue-la franco-alemana. Quiso debutar por el géne-ro cómico é hizo representar en la Opera Có-mica de París Don César de Bazan, que obtu-vo poco éxito. Convencido de que no era esesu género, se dedicó á la música dramática ysinfónica, y compuso el oratorio María Mag-dalena y los coros de Erynnies de Leconte deLisie, obras ambas que tienen bellezas de pri-

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NÚM. 311. A. LEÓN.—CRÓNICA MUSICAL. 187

mer orden y que fijaron desde luego la reputacion del joven maestro. Le roi de Lahore essu primera ópera dramática; pero como el li-breto descansa en una idea esencialmentebrahmánica y está inspirado en una leyendalocal que puede leerse en el Viaje alrededordel mundo del Conde de Beavoir, y cuyo orí-gen se encuentra en los libros sagrados de laIndia, la partitura tenia que inclinarse másal carácter de la leyenda que del drama, cir-cunstancia feliz para Massenet, dada su pre-dilección y disposiciones para la música sin-fónica.

En efecto, Le roi de Lahore, más que dra-ma lírico en la ordinaria acepción de la pala-bra, es un poema indio, una especie de epope-ya extraída del Ramayana ó del Mahabaha-rata, dividido en escenas, dialogada y puestade relieve por el canto, los personajes, las de-coraciones y todas las magnificencias del es-pectáculo. La mayor parte de los cuadros sonmuy cortos; pero gracias á la misé en scene, álos bailables y a l a .música, toman proporcio-nes de actos ordinarios, que r.o tienen por ellibreto. Es necesario tener esto muy presentepara juzgar la partitura de Massenet, la cualsolo puede comprenderse bien teniendo encuenta la época en que pasa la acción, su co-lorido especial y el carácter de poema quetiene muy acentuado.

Sinfonista ante todo, Massenet encontró ellibreto que le convenia, y esta es la baseprincipal de su acierto. La música que ha he-cho no tiene gran carácter escénico y carecetambién casi en absoluto de esos númerosmelódicos y fáciles de retener por el público,que parecen compuestos en otras óperas paraser separados del conjunto y figurar en se-guida en los atriles de todos los pianos. Todoestá enlazado desde el principia al fin de laobra; todo fundido, digámoslo así, en un sis-tema de melopea continua en que el canto, lavoz humana, no es más que uno de los ele-mentos del conjunto, de la misma importan-cia que los demás, y combinándose con estospara concurrir en igual proporción á la ex-presión de la idea. En ningún pasaje se le veá Massenet ni la intención siquiera de hacerresaltar la parte del barítono ó de la soprano,ni hacer una romanza, una estreta, una ca-vatina ó un dúo de efecto; no se preocupapara nada de los ritmos tradicionales, y rom-pe por completo con el patrón de la músicaitaliana. Solo se le ve la tendencia á componercuadros que revelen en todas sus partes elcolor y el sentimiento del asunto, del tiempo

y del país tales como él los comprende y lossiente.

Comprenderán nuestros lectores que nohemos de censurar á Massenet por esto. Esees el camino, la dirección fija que lleva eldrama lírico moderno, y cualesquiera' quesean las condiciones especiales de los públi-cos que han de juzgar las obras, éstas no pue-den sustraerse de ninguna manera á la que»digan lo que quieran los aferrados todavía álos procedimientos antiguos, es ley, y ley yamuy general y sancionada en todas partes*de progreso y adelanto en el arte.

Analizar la partitura de Le roi de Lahoreseria un trabajo dificilísimo que no podemosrealizar ahora, y sobre todo imposible por losprocedimientos habituales.

La impresión que se obtiene del conjunto yque ha sacado nuestro público en la madruga-da del domingo, es una impresión confusa ymal definida, que solo podrá hacerse compren-sible después de muchas audiciones. Todoaparece mezclado en la imaginación, impo-tente para darse cuenta concreta de ningúndetalle. Podríamos decir que hay en la músi-ca de Massenet mucho de la vaguedad pan-teista de la India de los brahminos y de susgrandes poemas.

La orquesta áe Le roi de Lahore es un con-junto de esflorescencias armónicas, de sono-ridades luminosas, según la frase que emple'óun distinguido crítico para expresar el efectointentado por el compositor; sonoridades queproducen una sensación análoga á la que se,experimenta leyendo las novelas indias deMery. Este es el color local que debe conce-derse á la música de Massenet, porque el másconcreto del carácter de la música que se to-caba en la montaña sagrada de Meru ó en eldesierto de Thol en el siglo xi, no se sabe nise puede saber con seguridad si lo tiene; an-tes al contrario, juzgando por las melodías éinstrumentos indios que hoy se conocen, debecalcularse que el carácter de aquella músicaera muy primitivo y obligaría al compositorque quisiera imitarlo á efectos inadmisiblesen el estado actual del arte. Massenet ha em-pleado en su música la imaginación y la fan-tasía con preferencia á la erudición; pero detodos modos, lo cierto y esencial .es que res*ponde á los sueños que en la época modernahan excitado las. leyendas maravillosas de laIndia, por las descripciones del país, de su cli-ma, de sus fiestas, de sus costumbres y desus monumentos. No se puede pedir más alcompositor.

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188 REVISTA EUROPEA,—20 PE FEBRERO DE 1880. NÚM. 311.

En el primer acto es digno de notarse unaromanza de mucha dulzura cantada por Scin-dia, y en el segundo acto la plegaria de lasvírgenes en medio del santuario de Indrá, unaromanza de Nair, muy expresiva y enérgica,y al fin un trio y coros de sacerdotes y pueblo,de muchísimo colorido. El acto segundo, quepasa en el campamento de Alim, abunda encontrastes de efecto; con la danza lánguida delas bayaderas y el canto soñador de Nair y desu esclavo en medio de la serenidad de la no-che, se mezclan los tumultuosos ruidos delcombate, los gritos de la sedición y los apa-sionados acentos de la despedida de Nair y deAlim moribundo. El tercer acto pasa en el pa-raíso budhico, y en él es donde ha puesto laempresa del teatro Real un gran lujo de deco-raciones y trajes. La música en-este acto espuramente sinfónica. Los extensos bailables-evoluciones de los juegos á que se entreganlas almas puras, son en la orquesta curiosísi-mas combinaciones de ritmos y de timbres.En el cuarta acto podemos citar por excepciónun aria que se aproxima más á las condicio-nes ordinarias del género, y que ha resultadode muy buen efecto á los partidarios de la me-lodía escueta.

En suma, la música de Le rúi de Lahoretiene un color uniforme, pero tal brillo y es-plendor al mismo tiempo, que se borran porcompleto los detalles ante la impresión con-fusa de que hablamos más arriba, impresiónconfusa que á veces traduce el público de Ma-drid por cansancio y opresión.

La ejecución ha sido regular, y nada más.El Sr. Tamberlick fue aplaudido por el re-cuerdo de otras obras que ha creado en Ma-drid; el Sr. Kaschmann, regular; el Sr. Petit,desafinado; y las señoras D'Angeri y Pasqua,bastante bien. Las decoraciones del campa-mento, del paraíso de Budha y de la plaza deLahora, son de sorprendente efecto; las de-más, regulares. El atrezo lujosísimo. La di-rección de escena, regular. La orquesta diri-gida por el Sr, Pérez, bien. El público, reser-vado.

A. LEÓN.

QDA.

A la memoria de la Sra. Doña Virginia Bur-riel, mi inolvidable amiga.

Espíritu inmortal, ¿en dónde anidas?Puro y Cándido ser ¿por qué te alejas,Y huyendo á otra región así te olvidasDe los que en sombra y desventura dejas?¿Qué mano cerrará nuestras heridas?¿Qué voz, qué dulce voz, las hondas quejasDe pena tanta y sufrimiento tantoCual suscitan las luchas de la suerte,Consolará jaméis nuestro quebranto,Ni logrará extinguir acerbo el llantoDel mundo al que sin luz dejó tu muerte?

¿En dónde, en dónde estás? Débil mi acentoEn la callada soledad nocturnaSube y se apaga en la región del vientoSorda al dolor inmenso de la tierra,En tanto que abrasado el pensamientoBaja á incendiar las sombras de la urnaQue tus despojos míseros encierra.El fúnebre lamentoNo logra despertar un eco vanoEn el recinto oscuro de la fosa,Sobre laque el Creador posó su mano.Mas ¡ah! que al soberanoEsfuerzo de la idea poderosa,Brota la helada, solitaria losa,Si el barro frágil á la vida ajenoObserva que reposaDe la muerte en el seno,Muda también advierte que en el hondoHueco que encierra el pavoroso arcanoDuerme tan solo el sor como en su fondoReposa y duerme inmenso el Océano.

No ha muerto, no, el espíritu de vidaQue del arte sintió el latir potente,Ni en la tumba cayó del rayo heridaMarchita la diadema de tu frente.La que al cantor de Lülio conmovidaY arrebatada oyó, no es mudo hielo.Que así como del vate la esculpidaFrase divina lo inmortal alcanza,Así Virginia en el seguro cieloDichosa vive, y pura nos convidaAl bien que eterno sueña la esperanza.¡Morir!... ¿Acaso rotasPuede mostrar sus alas, en el sueloEl espíritu excelso y peregrino

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NÚM. 311. L. BALACA ODA.

Que de esferas ignotasHaciendo entre los astros su caminoDesciende al mundo un solo y breve dia?¡Morir!... ¿Puede el destinoLos ecos apagar y eternas notasDe la que al cielo levantó su cantoEn el Ave María,Plegaria de inmortal, santa poesía,Escrita con las gotasQue los ángeles vierten en su llantoEn la feliz región de la armonía?

¡No, no es posible! Tu cadáver yerto,Podrá encerrarse en el recinto abiertoQue acerté á contemplar mudo y de hinojos;Pero en su hueco oscuro sé de ciertoQue no cabe la lumbre de tus ojosQue ardieron como el sol en el desierto.Dios en ellos su rayo soberanoFijó como dio al mar blancas estelas,Nieves al monte, y luz al aire vano,Y se que en las alturas en que velasMorada del espíritu despierto,Al mirar como miran las gacelas,Vuelan enternecidos los querubesPor las etéreas salas,Do asomándose á verte entre las nubesTe ofrecen un dosel de nubes y alas.

Jamás se apartará de mi memoriaEl dia pavoroso,En que ansiosa de paz, de luz y gloriaFuiste á buscar el perenal reposo.Jamás podrá borrar el espantosoRecuerdo que sombrío se acrecientaY renueva la mente en sus delirios,De la noche fatal que me amedrenta,Cuando á la incierta llama de los ciriosEn el templo enlutado,De misterios y lágrimas preñado,Y do el fragor del mundo no retumba,El alma pudo contemplar atenta,Destacarse una tumbaAl pió del ara do el Señor se asienta,Y en el crucero reposando grave,Como suele despues%de la tormentaGozar del puerto la viajera nave.

Sobre la helada urna cinerariaLa cruz que excelsa lo inmortal custodiaSe elevaba entre sombras solitaria,En tanto que del coro una plegariaSu funeral y lúgubre salmodiaBajo el oscuro claustro difundía.

Cual ave temerosa á quien sorprendeDel ronco trueno el estridor violento,Que ora al cielo se eleva, ora desciendeCiega cruzando la región del viento,Incierta así y sombría,Al torrente de insólita armoníaQue por las altas bóvedas rodaba,Trémula el alma á veces se cerníaY á veces-con pavor se despeñabaVencida de su horrible paroxismo,Desde la cruz que al ábside se alzabaHasta el fondo insondable del abismo.

¡Plegaria funerall ¡Sublime cantoQue arranca de las tumbas entreabiertas,A cuyas voces de dolor y llantoLa oscura eternidad abre sus quertas!Como olas inciertasDe un inmenso occéano, en tu profundoSeno se abisman del estéril mundoLas ilusiones y esperanzas muertas.El clamor de la fama y de la historia,El llanto del arseta y del precito,El rumor dol poder y la victoria,Que eres el himno al fin de lo infinito,El canto eterno de la eterna gloria,Y de la tumba funeral el grito.

¡¡Virginia!! ¿A qué nombrarte si presumoQue en vano es invocar tu dulce nombre'?Sombra es la vida, la existencia es humo,Vaso de arcilla en su miseria el hombre.Responde al menos tú, responde ¡oh! muerte.Aunque tu voz al universo asombre,A iná profunda, inextinguible pena.¿Dónde Virginia está?... ¡Calma mi anhelo!Mas ¡ay! que al hondo dueloSilencio sepulcral guardas inertePerdiéndose la voz en tu penumbre;Solo la idea abandonando el sueloDel salmo funeral con la plegaria,Donde el fúlgido sol eterno alumbraTu imagen mira alzarse solitaria.Espíritu inefable, ángel divinoDe candida virtud y almo consuelo,Prosigue de callada tu camino,Goza feliz del venturoso cielo, 'Mas no olvides en él los que al destinoMortal se inclinan y en la tierra moran,Donde tu ausencia y su infortunio lloran.

Luis BALACA.

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190 REVISTA EUROPEA.—20 DE FEBRERO DE 1880. NÚM. 311.

MISCELANEA.

LOS TEATROS DE MADRID.

Una nueva obra de D. Enrique Gaspar seha estrenado en el teatro de la Comedia, conun éxito que al final del primer acto parecíaque habia de ser brilantísimo, pero que al ter-minar la comedia quedó reducido á la catego-ría de regular. Titúlase La Administraciónpública, y es en realidad, como decia un críti-co en los pasillos, un artículo de periódico,puesto en verso y dividido en tres actos. Enefecto, hay en la obra legajos, espedientes,empleados, cesantes, subsecretarios, mampa-ras y porteros; todo ello con bastante movi-miento. El primer acto es el mejor de la obra.Al segundo decae y hace temer un fracaso;pero el tercero tiene bastante interés y haceque el público consienta de buen grado en losaplausos de los encargados de este servicio yoiga con gusto el nombre del autor. El talentode éste se ve de uña manera indudable en todala obra, siquiera represente una equivocación,como creemos que es, la que ha cometido elSr. Gaspar al llevar al teatro un asunto queestaría más en su lugar en el libro, en laprensa, ó en el Parlamento.

La ejecución í'uó bastante buena.—En el mismo teatro se ha estrenado un

juguete cómico en un acto y en verso que fueescuchado porel público hasta el final, sin queal caer el telón mostrara la totalidad de laconcurrencia deseos de conocer el nombredel autor. En las galerías produjéronse algu-nos aplausos que fueron ahogados por la re-probación de otra parte del público. Se titulaUn buen apunte y solo es digno de mencionar-se la buena ejecución que tuvo.

El teatro Español ha dado veinte represen-taciones de El Trovador, de García Gutiérrez,con éxitos grandísimos y mayor concurrenciade la que atraen por regia general las obrasnuevas. Con este motivo ha recibido el ilustreautor gran cosecha de aplausos y una grancorona costeada por medio de una suscricionabierta por iniciativa de los autores dramá-ticos.

Apolo ha estrenado una obra que el cartelllama comedia: en la escena parece drama, yaun tiene ribetes de tragedia. Se titula Sobre

quién viene el eastiyo, y es una especie dé imi-tación de Echegaray hecha con toda la inex-periencia de un niño. El público, muy benévo-lo, llamó al autor, D. Juan Antonio Cabestany,dos veces al final del segundo acto, y cuatroal final del tercero. Es obra que vivirá poco.Está visto que el Sr. Cavestany no tiene fuer-zas para levantarse, y El esclavo de su culpafue una casualidad. En la ejecución demostróla Sra. Hinojosa que es una actriz de primerorden, lo mismo en el género dramático queen el cómico. Los Sres. Morales y Oltra, bien.

Variedades ha dado un juguete cómico endos actos, titulado Sinpadreni madre, que enefecto resultó huérfano, porque el público noquiso conocer á su autor.

Martin ha estrenado con regular éxito losjuguetes ea un acto Arreglos matrimoniales,de D. José Láa, y Dos caballeros, de D. Anto-nio Guillen.

Eslava ha estrenado un juguetillo sin im-portancia del periodista D. Juan Maestre, ti-tulado En el portal de mi casa; otro juguete Eltoro de gracia, de D. Eduardo de Palacio, queabunda en chistes, y un pasillo cómico de DonManuel Matoses, titulado Eeee homo, y escri-to con mucha gracia.

El Teatro Real sigue tan desacertado comodesde que empezó la actual temporada. Unaexigencia incalificable del director de orques-ta Sr. Gialdini ha sido causa de que la empre-sa le retire la partitura de Le roí de Lahoreque estaba encargado de dirigir y lo enco-mendara al Sr. Pérez, que por cierto ha sidomuy elogiado por el público y los periódicos.Pretendía el Sr. Gialdini que se retirase al se-ñor Pérez la partitura de El Profeta, que lehabia confiado la empresa, y para manifes-tar esta exigencia, eligió el momento mismode empezar el ensayo general de Le roi deLahore. Entonces la empresa, con buen acuer-do, retiró á su vez esta partitura al Sr. Gial-dini, y le manifestó que afeudia á los tribuna-les en demanda de daños y perjuicios. El pú-blico ha ganado también con esta solución,porque el maestro Gialdini no reúne las con-diciones que se necesitan en Madrid, y el éxi-to de la orquesta dirigida por el Sr. Pérez hasido muy superior al que hubiera obtenido di-rigida por el maestro italiano.

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NÚM. 311. MISCELÁNEA. 191

No revela tampoco mucho acierto la direc-ción del teatro de la Zarzuela, que tiene querecurrir al repertorio para llenar las funcio-nes de esta segunda temporada.

—Los directores del teatro de la Zarzuela,Sres. Larra y Fernandez Caballero, han re-gresado á Madrid, sin haber traído para di-cho teatro ninguno de los espectáculos de quese ha hablado.

Dícese que el empresario Sr. Sicilia, encombinación con los Sres. Larra y FernandezCaballero, va á tomar en arriendo el teatro ycirco del Príncipe Alfonso para el próximoverano, á fin de poner en escena dos obras deespectáculo. Celebraríamos que fuese ciertaesta noticia, para que no falte compañía dezarzuela en Madrid durante el verano.

—En el Ministerio de Hacienda parece quese está formando expediente en virtud de laqueja presentada contra la empresa del tea-tro Real por el Sr. Serrano, autor de la óperaespañola Mitrídates, por no haberse reunidotodavía el jurado que ha de decidir sobre laópera española que debe representarse esteaño en el teatro Real en cumplimiento de unode los artículos del pliego de condiciones, ba-se del contrato del Sr.-Rovira.

—Dícese que el Sr. Arche, á nombre de laantigua Sociedad de conciertos que dirige elSr. Vázquez, ha hecho proposiciones al Ayun-tamiento para quedarse con los jardines delBuen-Retiro durante el verano próximo.

—Está para llegar á Madrid la compañíaitaliana que dirige la Sra. Marsisi, la cual ac-tuará en el teatro de la Comedia.

La compañía que hoy actúa en este teatropasará á dar funciones, sin el Sr. Mario, enel teatro de la Alhambra en los meses deAbril y Mayo próximos-

El primer concierto en la actual tempora-da de la Sociedad que dirige el Sr. Vázquez,ha sido una verdadera solemnidad. La sinfo-nía heroica de Beethoven, que pertenece alsegundo estilo del gran maestro, fue muybien ejecutada y mereció los aplausos del pú-blico. La cuarta polonesa de concierto, delSr. Marqués, proporcionó á éste un nuevotriunfo. Ejecutó además la Sociedad, por pri-mera vez en Madrid, la gran marcha com-puesta por Wagner para la coronación delEmperador de Alemania, un andante de

Haydn y una Sinfonía de Foroni, cuyas tresobras fueron muy bien recibidas.

En los conciertos sucesivos tomará parteel notable violinista español Sr. Sarasate.

—La nueva Sociedad de concierto Union ar-tístiea, empezará los suyos el domingo próxi-mo bajo la dirección del Sr. Bretón, dando áconocer en Madrid la gran ocla sinfónica deFeliciano David, El Desierto. Esta Sociedadha organizado un gran cuerpo coral, á fin depoder interpretar con toda brillantez lasgrandes sinfonías con coros y solos que hoyocupan un lugar preferente en la esfera delarte.

INSECTOS EN LOS LIBROS.—En una reuniónceciente de la Sociedad Científica inglesa, le-yó el profesor Westwood una memoria inte-resante para todos los que poseen bibliote-cas. La oruga de la polilla aglossa pingüino,-!is; lo mismo que una especie de depresario, ámenudo cieñan los libros tejiendo sus telasdentro de las hojas, y royendo las orillas delpapel con que forman sus capullos. Suele en-contrarse así en los libros que se guardanen lugares húmedos, un mit» pequeñísimo,cheyletus eruditus, que corroe el papsl. Otroinsecto muy diminuto, el hypothenemus eru-ditus de Westwood, forma surcos casi imper-ceptibles en la pasta de los libros. Se alimen-tan también con el papel los lepisma saeehari-na, ó insectos plateados, que abundan en lasalacenas y armarios donde se guarda todasuerte de viandas. Ejemplo curioso de suobra ,&£ expresó en una estampa barnizadacon su marco, de la cdal la parte lisa la ha-bia roido el insecto, al paso que la parte cu-bierta por ia tinta de imprimir se hallaba in-tacta; y han asegurado al autor que el mis-mo hecho se ha observado en la India, dondede la propia manera se habían dañado algu-nos archivos del Gobierno.

No se han descrito hasta ahora, que sepa-mos, los hábitos del lepisma. Las hormigasblancas, termitidee, ocasionan molestias cons-tantes en los climas cálidos, pues que corroentoda especie de objetos de origen vegetal, delo cual refiere muchos ejemplos el Dr. Hagen,entre ellos la destrucción de una colección debiblias y de rituales. En esta obra no se que-dan atrás las cucarachas, blatta orientales.Pero el reloj de la muerte (anobium pertinaxy striatum), es el que hace más daño de to-dos, pues que corroe y horada de parte áparte la empastadura y el libro, sea cual fue-

Page 32: REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid1 las funciones de la mujer en el mundo moral y en el orden fisiológico, no han llegado á fijarse de una manera definitiva; y la prueba está en

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re su volumen, dándose ejemplares de haberhoradado no monos de veinte y siete en folio,que se hallaban superpuestos uno sobre otro,en un entrepaño, de manera que pudo pasar-se un hilo por el orificio en todo lo largo.

Los remedios contra los terribles ataquesde este último insecto, en los objetos de ma-dera tallados, tienen que ser necesariamentede carácter distinto de los que se empleancontra los gusanos que atacan principalmen-te los libros, que son la larva de la anobia.Kn el anterior caso ha probado eficaz, la sa-turación con cloruro de mercurio disuejto enalcohol metilenado ú otro fluido análogo. Mascon respecto á los libros es preciso recurrirá la vaporización. Los objetos atacados porel insecto se colocan en una caja de cristalherméticamente cerrada, junto con platicosen que hay esponjas saturadas de ácido car-bólico, y por experiencia se ha visto que hadado los mejores resultados. También ha pro-bado bien el benzine puesto en platicos den-tro de una caja cerrada junto con los librosatacados. Hánse empleado asimismo conbuen éxito, una fuerte infusión de coloquín-tida y quassia, cloroformo, trementina, jugode castañas verdes y ácido pirologéneo.

Puede igualmente adoptarse la fumigaciónen grande escala. Para ello se cierra un cuar-to lo más herméticamente que se pueda, y sequema dentro azufre, ó se producen humoscon el ácido prúsico ó benzine. El Dr. Hagensugiere colocar el volumen infestado bajo lacampana de una bomba de aire, seguro deque al cabo de una hora se destruye toda lalarva.

CUÁNTO PUEDE VIVIR UN'HOMBRE.—Cuántopuede vivir un hombre es un asunto que hasido discutido mucho. Se dice que los ameri-canos viven poco, comparados con las Nacio-nes europeas, y así debe haber sido en el pa-sado; pero están ganando contíuamente res-peto á la edad, á medida que sus condicionesmateriales se mejoran y las leyes higiénicasson mejor comprendidas y observadas. Recien-temente se han recordado algunos casos de-personas en el Estado de New York que hanmuerto á la edad de 107,108 y aun 110 años. Seafirma, sin embargo, por hombres que se hanocupado especialmente dé la longevidad, que310 hay ningún caso bien evidenciado de nin-gún hombre ó mujer que haya vivido más alláde 106 años, y que este es el máximum de laposibilidad de la existencia humana. Es másracional suponer que ha habido alguna equi-

vocación en el cálculo, que creer que se haexcedido el límite mencionado. En Europa esun punto discutible qué Nación vive mástiempo. Este privilegio ha sido reclamadorespectivamente por los ingleses, franceses,alemanes, españoles, italianos y rusos. Lasúltimas estadísticas prueban que el númerode personas en Europa que exceden de 90 añosdé edad es de 102.831, de las cuales más de60.000 son mujeres. De los que pasan de 100años hay 241 mujeres y 161 hombres en Ita-lia, 229 mujeres y 183 hombres en Austria, y526 mujeres y 524 hombres en Hungría. Eltanto por ciento de personas ancianas es ma-yor entre los alemanes que entre los eslavos.Las investigaciones tienden á demostrar quela vida humana se ha ido alargando en losúltimos veinte años en todo el mundo civi-lizado.

BIBLIOGRAFÍA,UN VIAGE Á PARÍS DURANTE EL ESTADLECI-

MIENNO DE LS REPÚBLICA.—Por Emilio Caste-lar; seguido de un guia descriptivo de Parísy sus cercanías, por Luis Taboada.

Si París no es ya para muchos el cerebrodel mundo civilizado, es sin duda para todosel corazón que regula y difunde el movimien-to de las ideas. Por esto conviene siempreconocer ese foco en donde se encuentra ó ir-radia á la vez toda la vida de nuestro siglo.Y este libro presenta la gran ciudad en unade las crisis más trascendentales de su dra-mática historia; el período en que se estable-ció poi' tercera vez la República, está ilumi-nado, más que descrito, por un pincel inimi-table: la pluma de Castelar.

Pareciónos que completaría el conocimien-to de ese fecundo escenario un guia de Parísy sus cereanias, cuyo mérito consiste princi-palmente en la abundancia de útiles noticiasy en el método y la claridad de su exposición.Con ól son, en verdad, innecesarios los ser-vicios de molestos y costosos tutores. Los su-ple sobradamente un precioso plano de Parísy los del Louore, sin cuyo auxilio no podríanrecorrerse aquellas vastas y ricas salerias.

Todo está contenido en un tomo manuablede unas 600 páginas, de letra compacta, quese vende á cmco pesetas en toda España.

Los pedidos, a la Administración de LaIlustración Gallega y Asturiana, León, 12,principa!, Madrid. Hállase también de ventaen las principales librerías.

¿PADRE Ó VERDUGO?—Poema de L. G. Ta-pia, autor de Ecos del Pisuerga. Un folleto de36 páginas en 8.° francés. Valladolid, 1880.Imprenta de F. Santaren.