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LA FUENTE unca estuvieron los monjes en Fuentelmonge y a su fuente aban- donó el agua. Los monjes, que de Cántabos se fueron a Huerta, en Santa María están. Pero el agua de la fuente ya no corre y nadie sabe por qué. A Fuentelmonge, dirán, ya no le queda nada. Tan solo el nom- bre vacío. Porque una fuente sin agua se muere, ya está muerta. Una fuente no es solo de agua, no es el mar. De serlo, nunca podría estar muerta como la fuente de Fuentel- monge. Sea una fuente, pero de agua. Siempre poca, la que precisa la sed, nunca seca para la sed. La medida de una fuente no es el agua sino la sed. Es mayor cuanto más calma la sed. La fuente vive de la sed que calma, de lo seco que la rodea. Y una fuente que mana en medio del campo seco es más fuente que la Ci- beles. A la Cibeles no sobran la diosa ni los leones, pero sin agua, ya podría la diosa marcharse con su carro y sus leones a por agua, como “La Moza de Cántaro”. A la Cibeles nunca faltará el agua porque sin ella el nombre de Madrid se quedaría vacío y seco, como el de Fuentel- monge. Solo hace falta, pues, devolver a la fuente de Fuentelmonge lo suyo, el agua. Porque ni los monjes volve- rán, es cierto (se marcharon hace ya cerca de mil años y nadie les echa en falta), y tampoco nadie, por otra parte, podrá borrar la huella que sobre la tierra dibujan las casas y las calles de Fuentelmonge. EL CARTABÓN Y LA ESCUADRA Cualquier estructura urbana responde a dos posibles modelos: uno, llamado de accesión, espontá- neo, es aquél según el cual el pobla- miento evoluciona, se desarrolla en virtud de su propia dinámica, como si de un organismo vivo se tratase. El otro responde a una intención pre- via, un desarrollo previsto según di- rectrices planteadas de antemano. Y entre ambos extremos cual- quier modelo intermedio es natural- mente posible. La realidad muestra siempre modelos mixtos, pero a veces aparecen casos en que alguno de los extremos se muestra particu- larmente claro, intacto y puro. Tal es el caso de Fuentelmonge. Antes de seguir, sin embargo, será necesario dejar dicho que no es de urbanismo de lo que intento ha- blar. Al menos trataré de puntualizar que la palabra “urbanismo” tiene varias acepciones. Cualquiera inte- resa más que una de la cual, pre- viamente, hago exclusión. Y ésta es, precisamente, la que hoy acapara mayor atención, más exclusivo cui- dado. El urbanismo de hoy se mueve a la defensiva. Toda ley, por natura- leza, es defensiva. Dicta, de forma obligatoria, un determinado camino. Marca, siempre severa, un castigo. Toda ley es imperativa y el consejo, la recomendación, la plática per- suasiva, no la conciernen. El sentido del urbanismo de hoy es defensivo. Intenta poner algo de orden en el éxodo del campo hacia las ciuda- des, repetición moderna del más an- tiguo y bíblico movimiento migrato- rio de que nos habla el texto sagrado. La tierra prometida de hoy es, para todo el mundo occidental y para parte del que no lo es, la ciu- dad. La “Ciudad Radiante” y “La Carta de Atenas” son apenas flores perdidas en el campo, simple rami- llete de utopías, inocentes promesas del movimiento llamado “moderno”. Por otra parte, bien puestas están las flores salvajes del campo en su te- rreno. La utopía no es sino la ex- traña flor que nunca nace sin dejar por ello de ocupar un lugar exacto, preciso y justo. Conmueve la clari- dad y trasparencia de ambos textos, pero al tratarse de obras de hoy que parecen ser de ayer (se dirían de ayer), que quieren tocar la utopía, que la rozan, es inevitable sentir cierta nostalgia de la ciudad ra- diante, la tierra prometida, el deseo que no se cumple, ese color siempre ambivalente de la utopía. Hay textos proféticos porque pretenden ir más allá del tiempo. Otros, nostálgicos, añoran tiempos pasados. Pero todos, para ello, cuentan con un tiempo que pasa me- dido y a su propio paso. De no ser 13 Revista de Soria FUENTELMONGE ÁNGEL CORONADO Arquitecto. Miembro Correspondiente de la Cátedra “Gonzalo de Cárdenas” de Arquitectura Vernácula N

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LA FUENTE

unca estuvieron los monjesen Fuentelmonge y a su fuente aban-donó el agua. Los monjes, que deCántabos se fueron a Huerta, enSanta María están. Pero el agua dela fuente ya no corre y nadie sabepor qué. A Fuentelmonge, dirán, yano le queda nada. Tan solo el nom-bre vacío. Porque una fuente sinagua se muere, ya está muerta. Unafuente no es solo de agua, no es elmar. De serlo, nunca podría estarmuerta como la fuente de Fuentel-monge. Sea una fuente, pero deagua. Siempre poca, la que precisala sed, nunca seca para la sed. Lamedida de una fuente no es el aguasino la sed. Es mayor cuanto máscalma la sed. La fuente vive de la sedque calma, de lo seco que la rodea.Y una fuente que mana en medio delcampo seco es más fuente que la Ci-beles. A la Cibeles no sobran ladiosa ni los leones, pero sin agua,ya podría la diosa marcharse con sucarro y sus leones a por agua, como“La Moza de Cántaro”. A la Cibelesnunca faltará el agua porque sin ellael nombre de Madrid se quedaríavacío y seco, como el de Fuentel-monge.

Solo hace falta, pues, devolvera la fuente de Fuentelmonge lo suyo,el agua. Porque ni los monjes volve-rán, es cierto (se marcharon hace yacerca de mil años y nadie les echaen falta), y tampoco nadie, por otra

parte, podrá borrar la huella quesobre la tierra dibujan las casas y lascalles de Fuentelmonge.

EL CARTABÓN

Y LA ESCUADRA

Cualquier estructura urbanaresponde a dos posibles modelos:uno, llamado de accesión, espontá-neo, es aquél según el cual el pobla-miento evoluciona, se desarrolla envirtud de su propia dinámica, comosi de un organismo vivo se tratase.El otro responde a una intención pre-via, un desarrollo previsto según di-rectrices planteadas de antemano.

Y entre ambos extremos cual-quier modelo intermedio es natural-mente posible. La realidad muestrasiempre modelos mixtos, pero aveces aparecen casos en que algunode los extremos se muestra particu-larmente claro, intacto y puro. Tal esel caso de Fuentelmonge.

Antes de seguir, sin embargo,será necesario dejar dicho que no esde urbanismo de lo que intento ha-blar. Al menos trataré de puntualizarque la palabra “urbanismo” tienevarias acepciones. Cualquiera inte-resa más que una de la cual, pre-viamente, hago exclusión. Y ésta es,precisamente, la que hoy acaparamayor atención, más exclusivo cui-dado.

El urbanismo de hoy se muevea la defensiva. Toda ley, por natura-leza, es defensiva. Dicta, de forma

obligatoria, un determinado camino.Marca, siempre severa, un castigo.Toda ley es imperativa y el consejo,la recomendación, la plática per-suasiva, no la conciernen. El sentidodel urbanismo de hoy es defensivo.Intenta poner algo de orden en eléxodo del campo hacia las ciuda-des, repetición moderna del más an-tiguo y bíblico movimiento migrato-rio de que nos habla el textosagrado. La tierra prometida de hoyes, para todo el mundo occidental ypara parte del que no lo es, la ciu-dad.

La “Ciudad Radiante” y “LaCarta de Atenas” son apenas floresperdidas en el campo, simple rami-llete de utopías, inocentes promesasdel movimiento llamado “moderno”.Por otra parte, bien puestas están lasflores salvajes del campo en su te-rreno. La utopía no es sino la ex-traña flor que nunca nace sin dejarpor ello de ocupar un lugar exacto,preciso y justo. Conmueve la clari-dad y trasparencia de ambos textos,pero al tratarse de obras de hoy queparecen ser de ayer (se dirían deayer), que quieren tocar la utopía,que la rozan, es inevitable sentircierta nostalgia de la ciudad ra-diante, la tierra prometida, el deseoque no se cumple, ese color siempreambivalente de la utopía.

Hay textos proféticos porquepretenden ir más allá del tiempo.Otros, nostálgicos, añoran tiempospasados. Pero todos, para ello,cuentan con un tiempo que pasa me-dido y a su propio paso. De no ser

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Revista de Soria

FUENTELMONGE

ÁNGEL CORONADOArquitecto. Miembro Correspondiente de la Cátedra “Gonzalo de Cárdenas” de Arquitectura Vernácula

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así, tanto a unos como a otros puedeatropellar esa clase de tiempo apre-surado como el de hoy que galopa,y galopando, hace pronto pasadode lo que aún, apenas, es presente yestá pasando.

Poblamiento, asentamiento hu-mano, colonización, humanizacióndel territorio y otras palabras asíconvienen más a lo que ahora inte-resa que la de “urbanismo”, tanatropellada hoy por otras urgenciasque, ya digo, no vienen al caso.

Se sabe, y por lo tanto huelgarepetirlo, que la cultura grecorro-mana, toda, respira un aire ciuda-dano, político, de ciudad, de “polis”.En Roma, tanto como en Grecia, noeres nada sino esclavo de no serantes ciudadano. El esclavo no esgriego ni romano. El esclavo no esnadie. Por eso todo el mundo es ciu-dadano. El esclavo no cuenta enesto. Solo cuenta lo que cuesta man-tenerlo para que reme, para queare, para que habite donde debe. Ydeben hacerse barcos para quereme y arados para que are y casaspara que viva y circos y coliseospara que luche contra un león. Y sipuede que lo mate.

La ciudad grecorromana, ya sesabe, se mete dentro de un espaciotrazado con un arado sobre la tie-rra.. Es curioso, pero esta es la mejorforma de hacer al revés lo que,puesto del derecho, habría de ha-cerse primero: trazar el cardo mÆ-ximo y el decœmano tan rectos ylargos como fuese necesario, tan or-togonales entre sí como posible.Luego las calles menores y solo alfinal, dar la vuelta con los bueyes yel arado para cumplir, solo por esto,con el rito de fundar la ciudad, ritoque va tomando cuerpo en la repe-tición de una creencia original, deun mito antiguo.

Ocurre que los mitos, una veznacidos de nadie sabe qué madre,van siempre por delante de los he-chos, como estandartes abriendo el

paso a una procesión de aconteci-mientos. De ser al revés, el mito sufreuna mutación y se trasforma en rito.El rito es un acto, un acto repetido.No tiene otro tiempo que aquél enque se pierde un péndulo de cual-quier reloj. Un tiempo que no lo es.Tengo por cierto que tiempo y relojno son amigos. El reloj, en cada unode sus vaivenes rituales, clava consus agujas al tiempo. Literalmente locrucifica. Y si el rito no tiene tiempo,el mito del que procede tampoco lotiene porque se hunde atrás en el pa-sado más allá de todo tiempo. Poresto supongo que griegos y roma-nos, a la hora de fundar una ciudad,comenzasen a trazar dos calles or-togonales y luego todas las demás,dejando para después el rito de darla vuelta al ruedo como esos perso-najes míticos en arte y valentía queson los toreros.

Así, las ciudades y los pobla-mientos que se hiciesen así. Fueronlos menos. La mayoría de asenta-mientos de población respondían ysiguieron respondiendo siempre(hasta hoy según parece) al primermodelo, el llamado de accesión, decrecimiento continuo, natural, im-provisado vez a vez, elemento porelemento, guiados acaso por la pro-pia naturaleza, por algún río, ca-mino, colina, hito, también por lapropia llamada de alguna venta,villa de campo, castillo, monasterio,convento.

Por ejemplo, al abrigo del mo-nasterio de Santa María de Huertase arremolina el caserío de la gentellana. Falta espacio. Todo el mundocompite por acercarse a la tapia delmonasterio. Las casas se amonto-nan. Falta espacio allí, al mismoborde de las soledades del campo (1).En la figura número uno se muestraeste tipo caótico de tejido urbano enel que cada una de sus unidades seamontona con sus vecinas sin másorden del necesario a la propia su-pervivencia. Manzanas irregulares,callejones sin salida, medianerías

complejas, quebradas. Cada unidaddel conjunto se da en su contorno alresto de unidades que a su vezhacen lo mismo. Ninguna reivindicaespacio en derredor y renunciangustosas, como tortugas sumidas ensu caparazón, a todo entorno libre,a todo hueco en su contorno. Antesprefieren ofrecer su perímetro ciego,compartir ese contorno con otrasunidades hermanas y abrir su pro-pio interior al aire de los huecos, pa-tios, corrales, respiraderos, chime-neas de aire y de luz, espaciossiempre limitados que se atrapancomo se puede sin más. Se ha dicho,y seguramente con razón, que tal esel modelo de la ciudad musulmana.Creo ser cierto, sin embargo, quehabrá ciudades musulmanas que nolo compartan y otras que, no sién-dolo, se rindan a él. Más que musul-mán sería un modelo de rango uni-versal del que musulmanes, en sumayoría, participasen.

Y ahora otro ejemplo de po-blado también espontáneo, de acce-sión, pero en todo diferente al des-crito.

Sobre terreno creado en al-guna edad por la propia naturaleza,a la misma orilla del río, se asientanal azar las manzanas de Molinos deDuero. Perezosas, dejan entre sí es-pacios indefinidos que no son callesni plazas, que no son nada, solo es-pacio indiferenciado que abunda ysobra, como el mar entre las islas deun archipiélago, como un trozo dela misma soledad y campo que lasacoge y en el cual se instalan. Cadamanzana es una casa. Cada casauna manzana. En torno suyo, el airede cualquier veleta. El muro media-nero es extraño aquí. Ni se conocenentre sí los elementos que sin em-bargo se integran en el poblado.Solo están cerca unos de otros, au-tistas, sin conocerse. Por eso, en Mo-linos de Duero, no existen calles.

En este tejido singular cada cé-lula es un elemento completo y sufi-

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(1) Según tesis de Agustín Romero, a la hora de asentarse la sede cisterciense de Huerta en el lugar hoy conocido como Santa María de Huerta, ya existía el lugar poblado de

Huerta, escaso caserío pero al fin y al cabo existente. Al paso del tiempo el caserío fue ganando en tamaño y propia jurisdicción pero en principio su dependencia del mo-

nasterio era completa. ( Romero 1976: 56-59)

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ciente que no se debe a organismoalguno. Se mantiene sostenido porun esqueleto de aire.

Se diría tener delante un cam-pamento de beduinos en el desierto,un asentamiento de hunos en algunaestepa de Ucrania, un pequeñogrupo de chozas en la selva delAmazonas.

Como en el caso anterior, unmodelo universal de poblamiento delque participasen culturas distintas ydistantes.

Es el tipo de asentamiento depoblación que muestra la figura nú-mero dos

Pero a veces, las menos, la geo-metría se impone.

Igual que los cuatro ases de labaraja pasan por ser sus cuatro car-tas principales, los cuatro cuadran-tes del círculo marcan las direccio-nes principales que dominan sobretoda la rosa de los vientos. La per-pendicularidad se impuso desdesiempre. Pitágoras no hizo sino pun-tualizar de forma exacta sobre todoesto, pero desde mucho tiempoantes, antes aún de la gran pirá-mide, trazar un ángulo recto sobrela superficie del suelo, sobre una ta-bleta de arcilla tierna, sobre arenade cualquier playa, debió ser prác-tica corriente, conocida y cotidiana.Sin duda no fueron griegos y roma-nos los primeros en organizar unaciudad según el orden ortogonal delos noventa grados, aunque sí losprimeros en formular este orden, losprimeros también de que tengamosnoticia directa y cierta. Y aquél ha-llazgo antiguo y firme de las cuatrodirecciones principales que cabehacer en un plano, sigue vigente hoycomo ayer. A cada ocasión que sepresenta, volvemos una y otra vez alabrigo de un orden tan simple, rigu-roso, efectivo y práctico como es elorden ortogonal. Así organizamoslos tableros de ajedrez, todos loscrucigramas, los cuadernos conhojas cuadriculadas, la cuadrículade sus hojas, la superficie de la tie-

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figura número dos

figura número uno

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rra, la ciudad de Nueva York, lasredes para pescar, y la urdimbre ytrama de todas las telas y los telaresdel mundo. Pronto a las tabas irre-gulares sustituyeron los dados, esospequeños conjuntos de veinticuatroángulos rectos puestos de acuerdoentre sí. Las casas redondas de loscastros celtas se abandonaron que-dando solas como cráteres lunares.Y todo esto sin contar ninguna de lasinnumerables ciudades con ensan-che desde que Hipódamo ensan-chase Atenas en El Pireo. Ni tam-poco, y a esto vamos, el pueblo deFuentelmonge, provincia de Soria.

El tejido urbano de Fuentel-monge responde al principio geo-métrico de la perpendicularidad. Verpara ello la figura número tres en laque, para mayor precisión de refe-rencia que más adelante se hará, lasmanzanas que interesa destacar senumeran del uno al cuatro.

TOPONIMIA URBANA.

Como es sabido, una línea sedefine de forma suficiente y necesa-ria por dos puntos. También en fun-ción de uno solo y de otra línea queguardase con aquélla una determi-nada relación (paralelismo, perpen-dicularidad, etc-).

En Fuentelmonge se dan variascircunstancias que permiten especu-lar acerca de los posibles funda-mentos de su organización geomé-trica.

En primer lugar está claro queninguna de las dos direcciones orto-gonales que presiden su trazadocoincide con ninguna orientaciónbásica de ninguna brújula. No haynorte ni sur, saliente ni poniente.

La toponimia urbana, sin em-bargo, muestra con claridad que ladirección principal de toda su geo-metría tiene fundamento en la confi-guración del terreno, se debe a la to-pografía.

En efecto, la calle mayor siguela dirección de las curvas de nivel dela ladera o plano inclinado que sirvede solar al poblado. Puesto quedicha ladera se configura en formade plano inclinado, sus curvas denivel adoptan un trazado rectilíneoy paralelo. El eje de La Calle Mayorse instala sobre una de las mismas.Su trazado es, por lo tanto, horizon-tal y rectilíneo. Tal es el eje primeroy decisivo, el cardo mÆximo, el ejede abcisas que sólo espera ser cor-tado por su ortogonal complementa-rio para establecer así el punto deorigen de todo el sistema de coorde-nadas.

Y ahora la fuente. Porquedesde allí, manantial de agua y geo-metría, parte certero en dirección or-togonal al cardo mÆximo (futuracalle Mayor) el decœmano (futuracalle de La Fuente).

Todo lo demás no hace sino se-guir la pauta marcada por estos dosejes iniciales

Paralelamente al primero y auna cota más elevada, discurre lacalle llamada de “La Loma”. A unacota inferior, hace lo mismo la “CalleBajera”.

Fuentelmonge se vertebrasegún esta dirección en las tres víasprincipales para las cuales se re-servan nombres que parecen dar laespalda deliberadamente a todo elsantoral. “Calle Bajera”, “CalleMayor”, calle de “La Loma”. Purageografía de la tierra sin acordarsedel cielo.

Todo parece ocurrir como si losmonjes, queriendo separar lo sacrode lo profano, hubiesen dispuesto elorden de la topografía en los tres ni-veles consecutivos que correspondena cada una de sus tres calles princi-pales. En ellas prima el sentido ra-cional de los niveles. Hasta en elnombre. Es el tributo que paga elagrimensor a su obra, es la expre-sión que liga su trazado racional,modelo teórico, al lugar y la topo-grafía concreta sobre la que seasienta.

Solo falta ya el trazado de ca-lles paralelas al decœmano (nues-tra calle de “La Fuente”), y dar acada una su nombre. Se abre así unespacio abierto al libre acto de no-minar. Y de izquierda a derecha,como Dios manda, se inicia la leta-nía de los nombres. Calle de “LasÁnimas”, de “La Torre”, de “LaFuente”, “del Horno”, “del Castillo”,de “La Plaza” y por fin, en el ex-tremo más distante a la ermita y a lacalle de las Ánimas, la calle “Canta-rranas”.

Cantarranas. He aquí un nom-bre que parece no responder a nin-guna topografía ni santoral. Antes

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figura número tres

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bien, sabe a campo y huele acharca. El topónimo urbano de can-tarranas es propio de la mitad estede la provincia cuando, curiosa-mente, a todo lo ancho y largo delmundo hay charcos que tienenranas.

¿Es canto el croar de la rana?Canto se dice, como se dice canto dela voz humana, de la voz de MaríaCallas. Para después ir buscando,con una lupa y un diccionario, el sig-nificado exacto de las palabras….

Sin duda, para bien de lasranas están los charcos. Del vacío debarro extraído para los adobeshasta el charco, solo media unaguacero. Y ya tenemos, junto alpueblo, charco y ranas. Pero ha-biendo charcos y croar de ranas portodo el ancho mundo ¿cómo es po-sible que tan solo en la mitad orien-tal de la provincia de Soria exista eltopónimo urbano de “cantarranas”?

He oído, y a ello presto aten-ción debida, que ni las urracas deEspaña son españolas ni los pecesdel Duero son castellanos ni los to-pónimos de ninguna provincia oparte de la misma son de ningúnlugar definido así. Una especie notiene otra patria ni otro lugar queaquél en el que habita. Un topónimo(en esto como cualquier especieviva), no tiene país ni pueblo ni pro-vincia sino el territorio en el que serepite y se da. Y no hay uso ni cos-tumbre alguna que se someta o sedeje someter al límite amojonado deuna parcela, sea ésta huerto, muni-cipio, provincia o país. El territoriode una especie viva, como el territo-rio de un uso, de una costumbre, deun rasgo cualquiera de tradición, esúnico, es propio, no coincide nipuede coincidir con ningún otro te-rritorio.

Y habiéndome parecido bientodo esto, creo que sería de sumo in-terés conocer la región completa enla que se da el topónimo “cantarra-nas” y no sólo parte del mismo, esaparte que toda la historia, el destinoy el azar, juntos los tres, han venidoa situar en la parte oriental de la

provincia de Soria y que ahora ve-nimos nosotros a citar.

Será cierto que muchos pue-blos de muchos otros lugares pue-dan ofrecer, al curioso que se inte-rese por este detalle y tantos más, elsonoro nombre de “cantarranas” enalguna de sus calles. Pero sin dudaserá cierto también que una enormecantidad de pueblos que disfrutendel concierto y canto de las ranas,unas extensiones descomunales deterritorio en los que abunden lospueblos con sus charcas y con susranas, carezcan de calle alguna quese llame “cantarranas”.

Al carecer de datos suficientespara exponer la geografía completade los topónimos urbanos que inte-resan, deberé limitarme al ámbitoprovincial soriano. Pero en todo, ypara todos los topónimos que se pu-diesen citar, deberán aplicarse idén-ticos criterios. Ningún topónimo nirasgo cultural alguno deja de tenerasociado algún territorio propio, ex-clusivo, independiente y único.

Así, en el este provincial deSoria (no me pregunten por qué), ala calle principal del pueblo se llama“calle Mayor”. En esto, Fuentel-monge, no es sino un pueblo másentre muchos. Pero hacia el oesteprovincial desaparece tal nombreaunque no la calle. A ésta, y aquí,en la mitad oeste de la provincia, ensu zona más propiamente caste-llana, se llama “calle Real”. La pro-vincia de Soria, de nuevo, se partede norte a sur en dos mitades.

Y aún más. Porque otro tantopasa con el nombre de “calle delhorno”. En torno a ella ofrezco al-guna explicación aquí, aunque lamisma no haga sino trasladar algomás allá el mismo problema, lamisma incertidumbre original.

El pan es alimento de todos,universal, al menos dentro de la cul-tura que decimos ser nuestra, la deoccidente. Pero las formas varían,las formas de hacerlo, de amasarlo,de darle forma, de cocerlo, etc...Siempre, cerca del pan reciénhecho, habrá un horno y en el horno

temperatura de pan caliente. Y esehorno, siempre, tendrá un panaderoal lado. Pero hay regiones enterasen que cada casa tiene su horno. Enotras no. Se dice por ahí, está en lalengua de todos, ser cada uno rey oreina en su propia casa, pero enestas regiones en que las casas tie-nen cada una su horno, cada uno ensu casa es panadero y rey al mismotiempo. Reina y panadera mejor,porque dichas regiones prefierentener panaderas al horno que pana-deros. En estas regiones el nombrede “calle del horno” es inviable.Todas las calles se llamarían igual yla eficacia del nombre (detentar al-guna diferencia) quedaría destruidade un solo golpe.

El topónimo urbano de “calledel horno” se refugia en aquéllas re-giones en las cuales el horno es unservicio municipal y el panadero unprofesional que anda siempre conlas manos metidas en la masa. Denuevo es preciso decir que la pro-vincia de Soria se nos parte por lamitad, de norte a sur, y esta vez porculpa del pan. Pero no me preguntentampoco por qué razón, aquí, sehace el pan así en lugar de hacersede otra manera.

Todo lo que sé acerca de taleshornos colectivos es lo siguiente: Elservicio de panadería lo gestiona(gestionaba) el ayuntamiento adju-dicando este servicio mediante su-bastas a la baja. Las instalaciones(local, horno, utillaje, etc..), eran fa-cilitados por el propio municipio. Eladjudicatario panadero resultabaser así el más ventajoso al ayunta-miento y, a su través, al vecindariotodo.

Pero esta modesta retribucióndebía ser compensada por otraparte y de diversos modos. De unlado, el servicio se limitaba tan sóloa la propia cochura del pan (esto,sin embargo, era motivo de un sinfínde variantes. Hacer la masa, añadirla levadura o reciento, abrigar deforma conveniente los panes ya for-mados pero todavía crudos, señalarlos panes propios antes de su in-greso en el horno a los efectos de

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identificación posterior de cada unode los panes por parte de cada unode sus propietarios, su acarreo alhorno, etc.., todo ello, daba lugar auna mayor o menor intervención decada vecino y por lo tanto a unamenor o mayor intervención com-plementaria del panadero). Los usosy costumbres de cada lugar, de cadaregión, de cada territorio marcadoen exclusiva por esos usos y costum-bres, marcaban a su vez el puntojusto en que todas estas operacionesdebían hacerse, por quién y de quémanera.

De otro lado, era costumbreobligada el compensar al panaderocon parte del pan cocido de cadauno. Y esta compensación tenía dosparticularidades notables. En primerlugar era una pura costumbre.Quiero decir que nada estaba es-crito en tal sentido (2). Simplemente,al vecino que no cumplía con la cos-tumbre establecida, se trataba de laforma en que desde siempre se haprocedido en estos casos: a los inso-lidarios, a los heterodoxos, a éstosse trataba según usos y costumbresestablecidos al efecto. El ciclo de losusos y las costumbres se cierra her-mético como la escotilla de un sub-marino. Es por eso hermético. Secierra sobre sí mismo, es autosufi-ciente. Y por eso mismo fundamen-tal, radicalmente arbitrario.

¿Puede ser arbitrario lo inevi-table? ¿Para quién? ¿Cuándo ycómo?

Graves preguntas éstas cuyaconsideración deberemos aplazarpor ahora.

Y la otra particularidad dignade ser mencionada en esta retribu-ción en especie es la del nombre.Antes de citarlo es preciso advertiracerca de su aparente mal tono. Setrata de una palabra que, aparte lacaprichosa y arbitraria ortografía,se confunde con otra de muy pare-cido sonido pero significado distinto.

En efecto, el denominado “ye-ísmo” nos juega en esto una malapasada. Porque los “yeístas”, loscastellanos en general, confundimoslas fonéticas respectivas de la “ll” yde la “y”. Para nosotros los castella-nos, tanto da decir (otra cosa es es-cribir) “aller” como “ayer”

Pues bien, a esta compensa-ción en especie que la costumbredictaba, a esta porción de pan queal panadero se daba del propio enaquellas regiones en las que lascasas de cada cual carecían dehorno y era preciso llevar los panesa cocer al horno común, a esto sellamaba “la poya”. Y al hornocomún el “horno de poya”

En resumen. Todo el este pro-vincial soriano está literalmente pla-gado de pueblos en los que haycalle Mayor, calle Cantarranas ycalle del Horno, justamente como enFuentelmonge. Porque Fuentel-monge, sin más, pertenece a estamitad oriental de Soria.

En Fuentelmonge la calle Can-tarranas marca con nitidez el puntoen que una planificación previa y ri-gurosa se desdibuja y disuelve. Elpropio nombre deriva para buscar

el anonimato de un uso, una cos-tumbre, un modo de nominar exclu-sivo con respecto a la región que porello y en ello se define, pero anó-nimo con respecto a cada uno de suspracticantes. Y el trazado geomé-trico de las manzanas deriva tam-bién para perderse atomizado. Pesea todo, el rigor de las zonas más ge-ométricas de la trama parece quererdominar el conjunto. Pero no puede.Trepando por la ladera y en conte-nido desorden, escapan algunas pe-queñas construcciones (zahúrdas,pajares, bodegas...) que tampocologran, pese a todo, desorganizar elsevero conjunto.

Remitimos para todo ello a lafigura número cuatro.

En resumen, Fuentelmongereúne la singularidad de su trazadourbano que lo destaca sobre su en-torno, ejemplo canónico de planifi-cación teórica llevada en efecto a lapráctica. Esto por un lado. Y porotro, ejemplo canónico también dela identificación concreta con el en-torno en ciertos usos y costumbres enlos que disuelve su identidad paraingresar en el anonimato propio detodo uso, de cualquier costumbre.

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(2) Sobre las costumbres se podría escribir indefinidamente sin haberlo dicho todo. Pero la costumbre, en sí misma, es indescriptible, no acepta sobre sí texto que la defina.

En este sentido, la ley es complemento necesario de la costumbre porque ninguna ley puede abandonar su texto sin dejar por ello de ser. De la costumbre se dice ser ley,

pero esto solo es verdad en atención a la obligación que pesa sobre ambas, costumbre y ley. A esta obligación se someten ambas por igual. Pero insisto, ni la costumbre se

impone por escrito ni la ley puede imponerse sin él.

figura número cuatro

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EL RECTÁNGULO DE ORO

Todo empezó, pues, en el lugaren que un arroyo de caudal escasoque hoy se llama del “Arenal” recibenuevo aporte de una fuente que ha-bría de llamarse con el tiempo lafuente de Fuentelmonge (hoy seca),en el fondo de un valle bien abierto,como un libro cuya página iz-quierda mirando en el sentido de lacorriente, hacia el sureste, fuese lapágina o plano en la que un agri-mensor dejase la huella de la quehablamos.

Aparte la fuente, ya en la la-dera, un pequeño promontorio ro-coso, un hito natural (quizá tambiénun camino y sobre la peña un pai-rón) (3). En cualquier caso la roca.

Resumiendo, un plano incli-nado y en él un hito como una notade canto entre las líneas paralelas deun pentagrama en horizontal. Pen-tagrama de una línea, melodía deuna nota, eje primero de coordena-das, futura calle Mayor.

El agrimensor, desde la fuente,completa el sistema mediante otrarecta perpendicular a la primera, fu-tura calle de La Fuente, que treparecta y ortogonal con respecto a suobjetivo (4). En la figura númerocinco se dibuja en esquema gráficoesta conjetura.

Nadie sabe si los hechos delreplanteo real de Fuentelmonge fue-ron así. Resultaron así, eso es todo.Ahí está la fuente, ahí el hito, ahí lageometría, ahí está el valle delarroyo del Arenal, libro abierto. Laconjetura solo debe asomarse porentre los barrotes de una reja que nola permita salir. Prisionera de talmodo y bien atada, es ciertamenteinofensiva. A salvo de graves erro-res, apuesta por el acierto

Porque aquí se trata, literal-mente, del antiguo rito grecorro-mano reproducido dos mil años mástarde. El cardo mÆximo como ejeprincipal del conjunto. El decœ-mano, perpendicular al primero yprecisando en éste un punto singula-rísimo: el mismo centro de gravedaddel futuro asentamiento.

Lo que resta no es más que unartificio que sigue la tradición anti-gua de dividir un segmento según laproporción áurea, o mejor dicho,trazar un rectángulo áureo (5).

Resultan así cuatro manzanasque responden a un trazado teóricoy cuya coincidencia con las corres-pondientes a la realidad es casi per-fecta. En la figura número seis se re-produce de nuevo la planta deFuentelmonge con representación delas cuatro manzanas teóricas, loscuatro rectángulos áureos sustitu-yendo a las manzanas reales nume-radas del uno al cuatro en la figuracorrespondiente (número tres).

Hasta este punto todo lo quepuede asegurarse con certeza y darcabida en conjetura. Solo faltaríacitar alguna cuestión complementa-ria.

Por ejemplo: la postura de laiglesia parroquial en todo este con-cierto proporcionado y ortogonal esinsólita, inexplicable. Es algo inten-cionado, se dirá. Sobre todo en unprincipio, en el que las únicas man-zanas existentes serían las cuatro in-augurales o primeras. La orientaciónde los templos responde a otros cri-terios que los puramente topográfi-cos. Ello podría justificar esa discor-dancia. Pero la postura del templo,aparte su orientación, parece mos-trar un extraño despego en relacióna la planta general en que trata deintegrarse. La única muestra deacuerdo entre caserío e iglesia esta-ría en la postura de la torre con res-pecto a la calle que lleva su nombrey se dirige hacia ella con franqueza.Pese a todo, la vista de la torredesde su calle homónima tiene tam-

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figura número cinco

(3) El pairón actual es la versión cristianizada de una tradición al parecer de origen grecorromano y por lo tanto muy antigua. Nada tendría de particular que sobre un hito na-

tural como el de la roca citada se alzase también el hito cultural de algún antiguo pairón, sobre todo si un camino acompañase.

(4) Pese a la coincidencia sobre la citada línea de los puntos singulares representados por la ermita de Santa Ana y el pairón de la virgen del Carmen, que más adelante co-

mentaremos, no creo que dicho par de puntos fuesen el origen de su trazado. Antes creo que su dirección hubo de fijarse de acuerdo con los datos topográficos citados y,

quizá, su concreta localización en base al pequeño pero notable promontorio rocoso en que hoy, y quizá desde antes, se asienta el citado pairón. Ver para ello la nota pre-

cedente y la número seis.

(5) El rectángulo áureo se traza partiendo de un cuadrado al que se divide por la mitad. Tomando como punto central de una circunferencia el punto medio de uno de los dos

lados divididos y como radio de la misma la diagonal del rectángulo mitad, se proyecta sobre dicho lado la citada diagonal o radio. La vertical que se alza sobre dicha pro-

yección marca el límite del nuevo rectángulo al que se denomina “aúreo”.

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bién algo de casual, improvisado,falto de rigor allí donde todo el tra-zado de alineaciones no respondesino al rigor de la geometría. Encualquier caso, no parece coherenteque la torre de la iglesia condicio-nase o fuese condicionada por lacalle. La propia Torre, aún enfiladapor la calle, parece ignorar a ésta.

Otra posibilidad estaría enplantear distintas fechas para iglesiay poblamiento. Dicha hipótesis esta-ría reforzada por el hecho de la cer-canía del monasterio primitivo deCántabos, por una parte, y la exis-tencia de una ermita junto al pueblo.

Conviene recordar que dichaermita, pese a su escasa importan-cia y porte, ocupa en el concierto deorden y ortogonalidad citados unlugar excepcional. El eje de la ermitay el de la calle “Mayor”, la “recta denivel” sobre la que pivota todo el ar-mazón geométrico del poblado, lacolumna vertebral del mismo, el pro-pio cardo mÆximo, son una sola ymisma línea.

¡Un valle, una fuente, unapeña. Después la ermita y sobre lapeña un pairón, el pairón del Car-men, todo ello en este concierto des-concertante que deja de lado al tem-plo!

En efecto, el pairón del Car-men ocupa un lugar opuesto al dela ermita y separado de ésta en eldoble de la distancia que la separadel mismo centro de coordenadasen torno al cual se organiza todo elconjunto, la confluencia o cruceentre las calles Mayor y de laFuente (6). (Ver figura número siete).

A propósito de la fuente y dela calle de su nombre. Debería sercambiado dicho nombre caso de se-guir la fuente seca. Así, el nuevonombre sería: calle de la FuenteSeca. Pero será mejor, sin duda, de-volver el agua que cambiar el nom-bre. Toda la historia de Fuentel-monge se cifra en ello

Estimo que la proximidad delantiguo monasterio de Cántabos y laexistencia previa de la ermita (quizáde otra ocupando su lugar y más an-tigua) podrían justificar la tardíaconstrucción de la iglesia actual conrespecto al trazado, ejecución y ocu-pación del poblamiento.

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figura número seis

figura número siete

(6) Ciertamente, los trabajos del agrimensor que replantease Fuentelmonge no brillan por su exactitud ni precisión. Pese a todo dejan traslucir con certeza inequívoca su in-

tención. Y la intención de situar el punto de cruce entre cardo máximo y decúmano en la justa mitad de la distancia entre la ermita y el pairón de la Virgen del Carmen pa-

rece clara. En la realidad es menor en algunos metros la distancia del pairón al cruce que la distancia de éste a la ermita. Quizá lo explicase todo el hecho de que la ermita

fuese un hito determinante tan solo de la dirección del cardo máximo y el punto de origen a mediciones propias del trazado tuviese su origen en otro hito desaparecido.

En cualquier caso, la postura del citado pairón es a todas luces original. O mejor dicho, la referencia que hoy se materializa en dicho pairón es en realidad la referencia del

promontorio rocoso que lo sustenta. Véanse notas anteriores números tres y cuatro.

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NUMEROS IRRACIONALES.

PROPORCIONES ÁUREAS

Entre académicos y sofistas,entre Platón y Gorgias, se sitúa elrigor de la ciencia exacta, de la ló-gica y de los números, matemática ygeometría, Pitágoras, Arquímedes,Euclides.

Pero la discusión continúa. Por-que desde un origen y hasta hoy, elsentido trascendente de toda ética ya su manera de cualquier estéticatambién, han logrado introducirsedentro del claro y cristalino rigor dela lógica y de los números.

Todo sabio sabrá, antes denada o después de haber llegado aserlo, que al fondo de cualquiersaber yace algo que no lo es. Lla-memos a esto misterio, indetermina-ción, simple desconocimiento. Peroese misterio no está solo en la cotamás alta del saber. Anda también,como el Dios de Santa Teresa, entrelos pucheros.

Según quedó apuntado másarriba, existe una cierta relaciónentre dos segmentos desiguales quese identifica con la relación entre lasuma de ambos y el mayor. Se tratade una relación continua de natura-leza especial. La expresión numéricade dicha relación desemboca encierto número que lleva dentro de síel germen de lo desconocido, de loinfinito, de lo misterioso. El misterioque ostenta también la expresión nu-mérica del área de un círculo (7), decualquier número irracional.

Cuando Grecia descubre losnúmeros irracionales intenta domes-ticarlos con la razón. Ahí está la vo-luta de un capitel jónico, espiral quemás tarde, con Durero, será llamadacon el nombre venerado y venerablede “áurea”. A su vez, la cuadraturadel círculo permanece inaccesiblemientras integrales y límites atrapan

lo infinitamente pequeño para redu-cirlo y entregarlo atado a una ecua-ción que lo digiere.

En el templo griego, y de formaespecial en el jónico, los capitelesexhiben el milagro de un compro-miso entre la rigurosa exigencia delos números y la gracia de un dibujosinuoso y distinguido.

El número irracional es tenidoa lo largo de toda la edad mediacomo la prueba de que la misma di-vinidad anda también metida entrelos números. El número irracional esla expresión numérica de la divini-dad, aunque solo más tarde, ya enel renacimiento, a la relación de laque surgen como de una fuente losnúmeros irracionales se llama con elnombre citado de “áurea”. División“áurea” de segmentos, rectángulo“áureo”, espiral “áurea”.

Y Leonardo descubre propor-ciones “áureas” en el cuerpo hu-mano. Y dibuja un hombre haciendogimnasia con los brazos en cruz, co-sido a círculos y triángulos, prisio-nero de una jaula de oro, “áurea”.Alberto Durero dibuja la espiral deuna caracola como la voluta de uncapitel jónico y ambas, naturaleza ycultura, se tienden en esto la mano.Responden por igual ante su mo-delo: la espiral “áurea”.

El renacimiento es una especiede marea viva en la que todo elsaber antiguo, recogido por la igle-sia en su devota trayectoria, reser-vado tan solo a la especulación teo-lógica y doctrinal, sale de losconventos y de las iglesias para ver-terse por las universidades y por lasescuelas. La escuela. El templo de laenseñanza y el pensamiento. Otravez, como dos mil años atrás, esta-mos de nuevo en él. Y entre ambasedades se interpone una tercera quepor eso se llama media. Durante laedad media el saber se ha refugiadoen el convento. No es una edad os-cura, pero todo en ella permanece a

la sombra de los claustros. Un mile-nio en el que todo el misterio de losnúmeros se dirige, como la escala deJacob, hacia el cielo. Segmentoáureo, rectángulo de oro, númerosagrado.

Estamos en Fuentelmonge,siglo XII: su traza urbana reproduce,a través de cada una de las cuatromanzanas originales, un rectánguloáureo casi perfecto (comparar paraello las figuras números tres y seis).

LA CRÓNICA DE UNOS

ACONTECIMIENTOS

En la Granja de Cántabos,cuyo antiguo territorio compartenhoy los municipios de Fuentelmongey Torlengua, tuvo asentamiento unacomunidad religiosa precedente alque luego fuera monasterio de SantaMaría de Huerta. Es una historia detodos conocida y no la cito sino paratomar en relevo lo que sigue.

A propósito del nombre delpueblo se dice que un monje dedicha comunidad solía servirse aguaen una fuente a cuyo amparo se fueformando el actual poblado deFuentelmonge que crecería entoncessin nombre hasta que, derivado dela historia de la fuente y el monje,naciese de pronto el nombre comoel agua de la fuente. Es la historiaque, desconocida, viene a escribirsedel revés. De nuevo topamos aquícon el mito.

¿Qué tendrá que ver la fuentedel monje con Fuentelmonge?¿Cuántos pueblos habrían de lla-marse así: Fuentelmonge? ¿Por quéno se llama entonces Fuentelmongeal Real monasterio de de San Lo-renzo de El Escorial teniendo, comotiene, fuente y monje?

Escrita más del derecho, lamisma historia nos dice, según artí-culo publicado por el periódico“Campo Soriano” en Junio de 1962,

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(7) “Solamente en los tiempos modernos ha sido posible declarar abiertamente que Pitágoras estaba en un error. No conozco ningún otro hombre que hubiese tenido mayor

influencia en el campo del pensamiento. Lo digo porque lo que aparece como platonismo resulta, después de analizarlo, esencialmente pitagorismo. Toda la concepción

de un mundo eterno que se revela al intelecto y no a los sentidos, se deriva de él. Si no fuera por él, los cristianos no hubieran considerado a Cristo como el Verbo; a él

deben los teólogos la búsqueda de pruebas lógicas de la existencia de Dios y de la inmortalidad”. (Russell, 1978. I:57).

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titulado “Octavo Centenario del Mo-nasterio de Huerta. Cántabos, Blie-cos y Boñices. Primeras Donacio-nes”, firmado por FlorentinoZamora, nos dice lo que pasó.

Se cuenta en él la historia de laprimera fundación cisterciense deCántabos, del traslado al nuevoasentamiento de Huerta durantemandato de su segundo abad Blas, yde cómo el tercero, más tarde santo,Martín de Finojosa, defendió la pro-piedad de los terrenos abandonadosante las pretensiones del concejo deSoria sobre los mismos.

Hasta este punto la crónica deunos acontecimientos. Un pleitosobre un territorio abandonado. Es-tamos en los primeros años del sigloXII. Desde cuatro siglos antes y hastacasi cuatro después, el solar enterode la península fue ocupado parte aparte y sucesivas veces tras habersido abandonado previamente otrastantas. Tal es la historia de casi ocho-cientos años de reconquista.

La ocupación de terrenosabandonados debió ser entoncesusual. Sobre todo en la cuenca delDuero donde hubo graves carenciasde población.

En el artículo citado se dice tex-tualmente:

“Nombrado abad de Huertaen 1166, San Martín de Finojosa, seenfrentó con el problema de cons-truir el nuevo monasterio, lograndoenseguida espléndidas donaciones.No obstante, en apuros económicos,tuvo que solucionar el enojoso pleito,que el concejo de Soria tenía plan-teado sobre el término de Cántabos,pues se creía con derecho a él, yapor estar cerca de Serón ya tambiénpor haberlo abandonado los mon-jes, y haberlo ocupado los deSoria.” (pagina web Fuentel-monge .com)

Y la mejor forma de reivindicarel derecho sobre un término aban-

donado, de ocuparlo en su caso, nopuede ser otro sino poblarlo.

La traza urbana de Fuentel-monge muestra claramente su origenplanificado, su intención de crear unnuevo poblamiento, de ocupar, porla razón que fuere, un cierto territo-rio, de fundar una “ciudad”. Y enello se tuvo en cuenta la vieja tradi-ción grecorromana, la enseñanza deHipódamo de Mileto, el cartabón yla escuadra.

Y estando en plena edadmedia, el Cister funda un conventoen Cántabos según la norma bene-dictina: un lugar apartado, un des-poblado. El convento debe ser autó-nomo. Orar y trabajar dandoespaldas al mundo. Se trata de unvasto proyecto de regeneración y as-cesis. Afecta prácticamente a casitodo el antiguo imperio romano deoccidente, justamente al imperio ca-rolingio. El Cister busca la santidaden el silencio. Para ello habrá luga-res como Cántabos, pero no mejo-res.

Así lo piensa doña Sancha. Ydona Cántabos al Cister y a su hijoencomienda, y éste, respetuoso,acepta, y con el tiempo llega, des-pués de Abad, a obispo de Si-güenza y sabio y santo, san Martínde Finojosa.

Está por ser escrita la “biogra-fía científica” del santo. Buena ideala de hacer una “biografía cientí-fica”. Mejor que “verdadera”. Por-que la ciencia se sitúa, con acierto,al margen de la moral, de lo verda-dero y de lo falso. La ciencia puedecaer en el error, pero su capacidadde reacción ante supuestos erroreses inagotable. La ciencia solo sedebe a la certeza, y entre certeza yverdad se abre, ciertamente, un es-pacio. Nos hace falta esa biografíacientífica (8).

Se sigue la pista, en busca dela certeza, sobre la supuesta rela-

ción entre Doña Sancha y el Empe-rador Alfonso VII de Castilla. Locierto es que un hijo de aquélla esencomendado a una orden reli-giosa, el Cister, y a ésta orden colmael emperador de atenciones. Comosi el emperador tuviese algo que vercon Doña Sancha, que reconoceralgo con respecto a un niño que res-ponde al nombre de Martín.

Las menudas historias suelenser desconocidas, pero aquí tenemosel ejemplo de cómo esa mínima in-triga nada puede contra la gran his-toria ya escrita. Lo que modifica ocambia la historia no es su trasdósmenudo y numeroso. Lo que cambiala historia está más allá del murmu-llo caótico del total acontecer. La his-toria no está en ese hormigueo in-audible de cada hora. La historia nose puede ver en el ocular microscó-pico de cada minuto. Y cuando sequiere ver la historia ya es tardepara ver su menudo fundamento. Lahistoria está en quien la dicta. Ynadie sabe quién la dicta secreta-mente al historiador. Lo hace cadatiempo, la dicta cada edad (ver notapié de página nº 14).

Apenas oído el silencio enCántabos, su segundo abad decidemudarse a otro sitio. ¿Pero no bus-caba el Cister la soledad?

Y atrás queda Cántabos por-que nos vamos a Huerta, hermanos.Y entre los hermanos está Martín, elhijo de doña Sancha y de su padre,acaso el emperador. Mejor el Jalón yla huerta de Huerta que la huerta deCántabos y el río Nágima. Y atrásse quedó Cántabos.

En poco aprecio tuvieron Mar-tín y Blas, Blas y Martín, el regalo dedoña Sancha:

“Llegados los monjes cister-cienses de Verduns (doce según diceel padre Yepes) con su abad Ru-dolfo, y acomodados en aquél valle,

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(8) Hace falta esa biografía por varias razones. La primera, quizá, para desbrozar de maleza la figura de un hombre que no hizo nada para ser considerado nunca, por nadie,

como buhonero de circo. Así, se dice y está escrito lo siguiente: “Fue un gran artista, maestro calígrafo de extraordinarias facultades, pintor, que era capaz de pintar con

cinco pinceles al tiempo, empleando simultáneamente ambas manos, pies y boca.” (Pinaga 1962: 52) Imagino inevitablemente una viñeta de Forges.

En segundo lugar esa biografía científica podría revelar algo de la historia menuda, de la causa próxima y contingente según la cual hubo de surgir el poblado de Fuen-

telmonge.

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en 1144, a los pocos años, encon-trando el lugar estrecho, mísero y es-caso de aguas, compró el abad en1152, Hortum Forizae, y diezaños después se hizo el traslado”.(Zamora Lucas. 1962: 8-9).

La menuda historia nos dicedel trueque. Ganó el Cister en huertay en río pero dejó despoblado aCántabos. Como siempre lo estuvo.Como lo está.

De Fuentelmonge a Cántabos,camino de campo (9). Casi un mileniode soledad pagana y todavía in-tacta.

Y entonces (todas las microhis-torias deben contarse como se cuen-tan los cuentos) ocurrió que, segúnFlorentino Zamora, las soledades deCántabos debieron despertar la co-dicia de presura en el concejo deSoria.

Y en esto despertó la urgenciarepobladora de unos y otros, y se re-pobló el territorio por parte del Cis-

ter (o del concejo de Soria, tantomonta, monta tanto), santificándolode paso con unos cuantos rectángu-los “áureos” en forma de manzanasformando calles a cartabón y escua-dra según la tradición antigua (10). Yen Fuentelmonge fueron entoncestodos felices. Y este cuento se acabó.

En Jubera, pequeño núcleo depoblación dependiente de Arcos deJalón, existen tres enormes manza-nas (dos enteras y el inicio de otra)que parecen responder a la mismaescuela de urbanismo (11). Su plantaes la indicada en la figura númeroocho.

Por cierto, en Jubera correagua de la fuente. Hagamos quecorra también en Fuentelmonge,maestro de Jubera, mayor en edad,saber y gobierno que Jubera, pre-cursor de Jubera, espejo de Jubera,ejemplo de Jubera, heraldo, anun-cio, modelo de Jubera.

ERAS Y PAIRONES.

La regularidad en la retícula deFuentelmonge presenta fisuras en lasque introducir algún comentario.

Ya hemos citado la postura in-solidaria del edificio de la iglesiacon respecto a todo el ordenadoconjunto. También el papel esencialque juega, con su postura, la ermitade Santa Ana y el pairón de la Vir-gen del Carmen, ambos equidistan-tes con respecto al origen de coor-denadas principal y situados en elpropio eje de abcisas (ver nota piéde página número cuatro) .

Es notable también el contrasteque se marca entre las cuatro man-zanas originales y el resto. En elresto se aprecia la pauta que mar-can éstas pero ya sin precisión. Esclaro cómo ésta se desvanece a laderecha de la calle Mayor según nosdirigimos hacia la ermita. Y enorientación perpendicular, entre lascalles de Las Ánimas y la del Casti-llo, viene a ocurrir lo mismo.

¿Y el castillo? ¿Dónde está elCastillo?

La calle del Castillo apunta endirección nordeste hacia la cumbrede la loma donde un pequeño co-llado presidido por el pairón deSanta Bárbara señala el paso en di-rección a Cántabos.

De nuevo es la toponimia laque revela un castillo del que noquedan ni ruinas. Más que castillodebió ser atalaya como la del pro-pio Cántabos.

En efecto, apenas traspuesto elcollado en la dirección que marca lacalle, no bien rebasado el pairón de

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1(9) Es inevitable recordar aquí esa obra poética, breve y grave que dice: “Para cuando los enigmas se agolpaban y no se vislumbraba salida, ahí estaba siempre el camino de

campo. Silencioso guía el paso por la senda ondulante a través del vasto y árido campo” (Heidegger 2003 17-21)

(10) “Como ya hemos dicho, la urbanística medieval no ha desconocido tampoco un sistema de planificación antigua como el mundo: la ciudad trazada a cordel, cuadricular,

ortogónica, en tablero de damas o como se la quiera llamar. Desde Mohenjo-Daro o Kahun, pasando por las ciudades hippodámicas o los castros romanos, siempre que

se ha querido implantar una ciudad a fundamentis se ha sólido apelar a tan sencillo expediente como trazar sobre el terreno una cuadrícula. No podía faltar esto en la Edad

Media, que también hubo de verse en la necesidad de crear ciudades ex novo por razones de colonización, de repoblación, de seguridad militar o política, etc.” (Chueca.

1970:102). En relación al problema de la propia y específica identidad del agente repoblador de Fuentelmonge procede citar lo siguiente: próximo al término de Torlen-

gua pero todavía en término de Fuentelmonge y cerca de las ruinas de Cántabos existe un paraje llano junto al río Nágima que responde al topónimo “El Caserío”. De

ser ésta la situación de algún poblado anejo al primitivo monasterio cisterciense de Cántabos resultaría que Fuentelmonge podría ser fruto de una repoblación hecha por

el concejo de Soria.

(11) “El carácter teocrático y espiritualista a la par del pensamiento medieval, que hace que la sociedad sea considerada como un todo armónico, hace también que en la prác-

tica política se arranque de la armonía de las partes. Aquí está, a mi juicio, el fundamento de las planificaciones urbanas que se llevan a cabo del siglo XI en adelante y

que, en los siglos siguientes, hasta el quince, tienen desarrollos varios. Aquí, en la península ibérica, el estudio de tales planificaciones va cobrando cada día mayor fuerza

pero aún hay mucho por hacer.” (Caro Baroja. 1984: 174).

(10) En Jubera las manzanas juegan el importante papel que del examen de su planta cabría suponer. En efecto, el ritual de sus fiestas religiosas tiene a dichas manzanas como

un referente decisivo. Consultar para ello la página web de Jubera.

figura número ocho

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Santa Bárbara que vigila desde loalto de la loma sus dos vertientes, seposa y domina sobre un cierto terri-torio el topónimo “trascastillo”.

El nombre de “Atalaya” hu-biese sido mejor para la calle lla-mada “Castillo”. Pero la realidad estozuda. La calle se llama “Castillo” yel topónimo que domina traspuestala loma es “trascastillo”.

Podría ocurrir, incluso, que elpropio pairón de Santa Bárbaraocupara el lugar que anteriormentefuese del supuesto fortín (12).

En cualquier caso no es la si-tuación del mismo lo que interesa. Lacalle del Castillo es una más. Formaparte de un conjunto que, como laspúas de un peine o las raspas de unpescado unen, según líneas de má-xima pendiente, la calle bajera conla calle Mayor y con la calle Lomacruzando todas perpendicularmentea la calle Mayor

Cuatro manzanas áureas quenacen de golpe y en torno a las cua-les se inicia la incorporación paula-tina del resto. Sin renegar de su ori-gen, antes bien, a su manerateniéndolo en cuenta, Fuentelmongeinicia nueva etapa de lento, siemprelento crecimiento. Al orden geomé-trico inicial del poblado sigue unproceso de accesión paulatina, ca-sual, improvisada, orgánica. Y de talforma se cumple tan cabalmentetodo ello que del orden original naceun desorden tan ordenado que, sindesdecir al modelo, queda en dis-creto segundo plano sin confundirsecon él. Nos remitimos a la figura nú-mero tres en que la diferencia entrelas manzanas numeradas y el restose aprecia con la claridad de untexto escrito.

Y ya fuera del pueblo, enmar-cando un territorio por fin sagrado,se alzan los cuatro pairones que soncomo cuatro ángeles de la guarda:el Pilar, el Carmen, Santa Bárbara ySan Antonio. Sin duda lo son delcampo y de las cosechas. A cada

uno corresponde un reparto en latarea.

El pairón de Santa Bárbaracarga con el trabajo de proteger lacosecha entera. Sobre su loma do-mina el mar de mies hasta los confi-nes, y a las violentas tempestadestrata de ahuyentar. Más abajo, lospairones del Carmen, del Pilar y deSan Antonio aguardan impacientesla hora de su guarda. Las eras delCarmen por su lado, y las del Pilar ySan Antonio por el suyo, aguardantambién animadas por idéntica im-paciencia. En esto son iguales todaslas eras de Fuentelmonge.

Pero es en la estructura parce-laria donde se puede rastrear enellas una historia diferente.

El pairón del pilar en las erasde su nombre y el de San Antonio enlas suyas se oponen conjuntamenteal pairón del Carmen que domina,según es debido, sobre las del Car-men. Éstas, sin duda, responden aotra genealogía, pertenecen a otrafamilia, descienden de otra serie dis-tinta de acontecimientos.

Las eras del Carmen, en su es-tructura formal, descubren su origendiverso no sólo en relación al resto

de las eras sino también en relaciónal propio núcleo de población en sí.

Concretamente, las eras delCarmen se configuran, cada una,como enclaves que destacan sobreun fondo de naturaleza diferente.Como si de tal fondo y a sus expen-sas se hubiesen ido formando unapor una, cada era con su tiempo y asu hora, una por una en lugar de auna todas. Unas eras de accesión

Contrariamente, a una todassegún partición primera parecen ha-berse formado las eras del Pilar y deSan Antonio. Unas eras al parecerplanificadas.

Resumiendo: una historia querastrear. Como la del poblado, peroen las eras.

En la figura número nueve serepresenta la localización y estruc-tura de los tres conjuntos de eras yde los cuatro pairones de la guarda.

Por lo demás, cada pairón res-ponde al uso y la costumbre de si-tuarse a la vera de algún caminopróximo al poblado (13).

Y ahora que me acuerdo,¿cómo es posible que la palabra“pairón” no esté recogida en el dic-cionario de la lengua?

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(12) En el pueblo de Pinilla del Campo, organizado en torno a una pequeña elevación o colina de forma cónica que destaca en la llanura, un pairón ocupa hoy justo el lugar

en que una torre atalaya se alzaba en la cima de la citada colina.

(13) El pairón de San Antonio ha sido restaurado, al decir de los locales, sin acierto. Y uno de los motivos de disgusto ha sido la modificación del lugar exacto de origen.

figura número nueve

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Pues no lo está. Porque un dic-cionario es un conjunto incompletode palabras ordenadas. Gracias asu olvido esta definición seríaexacta.

LA PARADOJA

DE LA HISTORIA

En rigor, todo el pasado estáde cierta manera muerto. En estesentido, la historia es un vasto cam-posanto que no hace sino aumentaral mismo paso que pasa el tiempo.El pasado no vuelve y la historia (sedice con frecuencia lo contrario),tampoco.

Habrá de plantearse, pese atodo, el extraño papel que juega lamemoria en todo esto.

En primer lugar, la memorianada puede contra el carácter irre-versible del tiempo. La memoria, en-tonces, no recupera en estricto sen-tido nada. La memoria es un acto,un acontecimiento que, como cual-quier otro, tiene su instante y tomasu tiempo pero de ninguna formapuede tomar otro. Es un acto de sim-ple, pura, rabiosa y exigente actua-lidad.

Del pasado, reconocibles, que-dan huellas. Huellas materiales,cosas, tiestos, armas, huesos, fósiles,objetos, estado sólido en suma. Tam-bién documentos y escrituras. Apartesu sentido (¿se conserva éste?), solopapel, más cuerpo en estado sólido.A estos efectos, la diferencia entrehistoria y prehistoria es débil. Losolores y los sabores, los sonidos, laspartículas y las vibraciones del aire,todo eso se pierde.

Y la memoria viva, esa quehace del recuerdo un estremeci-miento, ese olor que nos lleva degolpe a nuestra infancia, ese tiempoque se destruye a sí mismo, esa sú-bita diferencia que no es sino súbitarepetición, negación del tiempo,tiempo perdido, es una vivencia que

no da lugar a ninguna historia por-que viene a destruir su propia con-dición de posibilidad: el tiempo. Vi-vencia propia, memoria viva,verdugo del tiempo. Ese aconteci-miento casi milagroso que no es sinodiferencia y repetición que se con-funden entre sí, permanece siempredentro de un entorno personal. Des-aparece con la persona, desaparececomo un olor, como un sonido.

El tiempo se lleva todo, y a estamemoria viva capaz de llevarse con-sigo al tiempo, se la lleva de nuevoéste, por fin, con ayuda de lamuerte.

A la huella material reconoci-ble que nos deja el tiempo se llamaresto, reliquia. La historia es tambiénun vasto relicario. El arqueólogo re-busca en él. Rebusca también el ca-zador y el policía. El animal y elmalhechor que huyen dejan huellasque son restos o reliquias del pa-sado. Rebusca el historiador en elarchivo. Rebusco incluso en la me-moria. Y acaso sin rebuscar encuen-tras, tal es el espesor de restos quese acumulan como estratos, justa-mente como estratos en el corte deuna trinchera.

Pero en cualquier caso, tanto labúsqueda como el encuentro delresto y de la reliquia son aconteci-mientos que, como tales, solo pue-den tener lugar en el instante pre-sente. Del acontecimiento, pasado elmomento en el que acontece, tam-poco queda rastro. Y recordar estambién un acontecimiento. En su in-mensa mayoría solo recordamos re-cuerdos

Y junto a la memoria, un resto.Ahí. Ahora. Verlo, tocarlo, recordarel tiempo en que no era resto sinopresente, todo ello actualidad pura.Tal es la paradoja de la historia. Talsu extraña condición. Cada mañanaes nueva para la historia, pero noporque nuevos acontecimientos ven-gan a sumarse a ella, que también ypor ello doblemente nueva, sino por-

que cada mañana es en sí mismanueva y también lo que desde su al-tura, siempre inédita, se ve (14).

Hemos dicho algo acerca de lahistoria menuda y débil, de la histo-ria contingente, supuesto efecto delazar. Habrá, entonces, alguna otrahistoria de mayores vuelos que noresponda, como aquélla, de unabad, de un río, de una huerta, deun concejo, que deje de contarnoscómo pasaron las cosas, de golpede azar en golpe de azar, y res-ponda con mayor celo a qué fue loque pasó, por qué razón hubo depasar así, cómo habría de pasar sino, cómo habría de ser la historiauna vez despejada la incógnita re-belde y azarosa del azar. Dicho deforma inmediata: ¿es el mundocomo es a pesar de la nariz de Cle-opatra? ¿se debe, por el contrario, aello?

Posiblemente no se pueda con-testar esa pregunta. Pero la cuestióncrucial estaría en saber si la mismaes correcta o, por el contrario, in-consistente, vana.

La historia resbala, sin duda,sobre la tradición, pero ésta es des-mentida con frecuencia. Está llenade actos insólitos, de rupturas y vio-lencia. La historia lo es de las virtu-des y los defectos de los hombres. Sepuebla de nombres como “el santo”,“el cruel”, “el ceremonioso”, “el ba-tallador” o “el sabio”. Porque todostenemos, es cierto, algo de santos,de ceremoniosos, de batalladores ode sabios. Hay una tradición de san-tidad de la que todos, en mayor omenor medida participamos. La ce-remonia es tradición a la que tam-bién nos debemos. Y la batalla, másque tradición es condición nuestra,del mono aullador y pendenciero delque descendemos en línea directa ypróxima, y el saber constituye un ali-ciente que a todos afecta en mayor omenor medida y fortuna. Cualquierclase de saber. También saber, es

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(14) “En suma: todo el afán moderno de crítica de la ideología para escribir también nuestra historia está contenido en el presupuesto antropológico de que el lenguaje y la

historia, el discurso y la acción, no coinciden plenamente. Todo texto dice al tiempo más y menos, en todo caso algo distinto, de lo que pudo haber sido efectivamente el

caso. En esta incoincidencia descansa la pluralidad de justificaciones posibles. Por eso pudo mostrar Tucídices – contra Heródoto – que escribir la historia es rescribir.”

(Koselleck. 2001: 75)

Page 14: Revista de Soria - Fuentelmonge y sus leones a por agua, como “La Moza de Cántaro”. A la Cibeles ... monge. Solo hace falta, pues, devolver a la fuente de Fuentelmonge lo suyo,

preciso decirlo, saber algo sobre lanariz de Cleopatra.

¿Acaso no es cierto que nosgustaría saber algo, algo cierto,sobre la verdadera nariz de Cleopa-tra, sobre la gloriosa y católica reinaIsabel, si llegó a bañarse o ducharsealguna vez en su vida? ¿Sufrió res-friado César al mojarse los pies cru-zando el Rubicón? ¿ A qué desdi-chada causa se debe que la fuentede Fuentelmonge ya no mane? Dicenque al tiempo de meter el agua enlas casas (eso está bien) se secó lafuente (y eso mal).

No sabemos nada de todoesto. Ignorancia de la ciencia. Des-conocimiento de la historia.

¿Qué sentido tiene descubriruna nueva especie de planta o ani-mal nuevos para la ciencia cuandoesa planta o animal puede llevarmiles de años haciendo historia, sir-viendo de alimento a quién sabe lastribus salvajes de quién sabe lacuenca de qué río ni en qué selva?¿No fue así, sin más, la historia des-conocida de la patata desde su ori-gen hasta que Francisco Pizarro,conquistador del Perú, se comieseuna? ¿Qué cambio sufrió la historia,

y qué historia, cuando Moctezumaclavó por primera vez la miradasobre un caballo español? ¿No seacabó entonces la historia de los az-tecas?

El azar, agazapado y entre-tanto, espera.

El tejido urbano de Fuentel-monge no responde a ningún azar.Existe una tradición que recorre todoel espinazo de la historia. Fuentel-monge constituye un ejemplo de lamisma. Sería útil conocer otros más.Como en Grecia y Roma, como enla edad media, como a la hora depoblar y colonizar América, comoahora mismo, es una tradición queaflora donde quiera que la casuali-dad y el azar abra el hueco. EnFuentelmonge, primera mitad delsiglo XII, abrió el azar un hueco através del espesor de unos cuantosacontecimientos que tuvieron lugarallí.

No bien estuvo el citado huecoabierto, la vieja tradición salió unavez más de su letargo. Y en testimo-nio de todo ello nos dejó firmado eldocumento de cal y canto, de carta-bón y escuadra, del tejido urbano deFuentelmonge.

DE NUEVO LA FUENTE

A la fuente y lavadero les faltael agua. Parece poco, pero eso noes cierto: entre una y otro suman me-jores piedras y muros que todo el ca-serío junto. Pero en esa obra de mé-rito aparecen la baranda y escalerade perfil metálico infame, plásticos ylatas en el propio vaso de la fuente,maleza muerta y olvido de cemente-rio sin muertos.

A la fuente se bajaba (y sebaja) en rampa que parece de pa-lacio para ver solo abandono y unagota detenida en alguno de suscaños (prepucio ya seco), y un muralde pintura plástica chillona, y un so-foco de cardos. Pero esto no esnada. A la gravedad de sus muros ysillares, a la recia obra de piedranada importa esto. En el vaso de lafuente, además de plásticos y latas,un par de litros de algo que pudo seragua. En aquél rincón, detrás de lazarza, una letrina improvisada y al-gunos papeles… Pero esto, repito,no es nada. Es natural en una fuentesin agua. El agua, en las fuentes, locura todo. Nunca he visto, nadie havisto nunca esto en una fuente conagua.

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Revista de SoriaNº 61 - Segunda Epoca - Verano 2008 - I.S.B.N. 84-86790-59-X