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Revista de Historia Económica Año XI Primavera-Verano 1993 N." 2 Editada en la Universidad Carlos III HARLEY: Evaluación macroeconómica de la Revolución Industrial. GARCÍA-ZÜÑIGA: Haciendas ferales y reformas borbónicas. - MÉNDEZ IBISATE: La teoría monetaria de Alfred Marshall. - CASTAÑEDA y TAFUNELI.: Un nuevo indicador para la historia financiera española. - PÉREZ: Fuentes y método para estimar !a renta regional. NOTAS: VALDALISO RECENSIONES ALIANZA EDITORIAL en colaboración con el Centro de Estudios Constitucionales

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Revista de Historia Económica

Año XI Primavera-Verano 1993 N." 2

Editada en la Universidad Carlos III

HARLEY: Evaluación macroeconómica de la Revolución Industrial. GARCÍA-ZÜÑIGA: Haciendas ferales y reformas borbónicas. -

MÉNDEZ IBISATE: La teoría monetaria de Alfred Marshall. -CASTAÑEDA y TAFUNELI.: Un nuevo indicador para la

historia financiera española. - PÉREZ: Fuentes y método para estimar !a renta regional.

NOTAS: VALDALISO

RECENSIONES

ALIANZA EDITORIAL en colaboración con el Centro de Estudios Constitucionales

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PATRONATO

Gabriel Tortella (Presidenlel Felipe Ruiz Martín (Presidente de la Asociación de Historia Económica) Francisco Laporta (Director del Centro de Estudios Constitucionales) Rafael Martínez Ales (Director editorial de Alianza Editorial) Alberto Lafuente Félez (Universidad Carlos III de Madrid)

CONSEJO DE HONOR

Lucas Beltrán (Univ. Complutense) Jordi Nadal (Univ. de Barcelona) Rondo Cameron (Emory University) Nicolás Sánchez-Albornoz (New York U./I. Antonio Domínguez Ortiz (Real Academia de Cervantes)

la Historia) Manuel Tuñón de Lara (Univ. País Vasco) Richard Herr (U. California, Berkeley! Pierre Vilar (E.H.E. París)

CONSEJO ASESOR

Rafael Anes (Univ. de Oviedo) Carlos Marichal (Colegio de México) Antonio-Miguel Bernal (Univ. de Sevilla) Carlos Martínez Shaw (Univ. de Barcelona) Francisco Bustelo (Univ. Complutense) Manuel Moreno Fraginals (Inst. de Historia, Albert Carreras (Inst. Univ. Europeo/U. Pom- La Habana)

peu Fabra) José Morilla (Univ. Alcalá) John Coatsvi'orth (University of Harvard) Marco Palacios (Duke University) Roberto Cortés Conde (Univ. San Andrés) Vicente Pérez Moreda (Univ. Complutense) Fausto Dopico (Univ. de Santiago) Jaime Reís (Universidade de Lisboa) Eloy Fernández Clemente (Univ. de Zaragoza) David Ringrose (U. California, San Diego) Josep Fontana (Univ. Pompeu Fabra) Pedro Schwartz (Univ. Autónoma de Madrid) José Luis García Delgado (Univ. Complutense) Julio Segura (Fundación Empresa Pública) Peter Hertner (Inst. Universitario Europeo) Pedro Tedde de Lorca (Banco de España) Herbert Klein (Columbia University) Gianni Toníolo (Universitá di Venezia) Enrique Llopis (Univ. Complutense) Jaume Torras (Univ. Autónoma de Barcelona) Jordi Maluquer de Motes (Univ. Autónoma de Eugene N. White (Rutgers University)

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CONSEJO DE REDACCIÓN

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Revista de Historia Económica

Año XI Primavera-Verano 1993 N.° 2

Editada en la Universidad Carlos m

ALIANZA EDITORIAL en colaboración con el Centro de Estudios Constitucionales

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ALIANZA EDITORIAL

La correspondencia con la REVISTA DE HISTORIA ECONÓMICA

debe dirigirse al Director de la misma:

Universidad Carlos III de Madrid Departamento de Economía

C/ Madrid, 126. 28903 GETAFE (Madrid) Teléfono (91) 624 96 43. FAX (91) 624 98 75 ó 624 97 57

Suscripciones: ALIANZA EDITOIUAL

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Distribuye: GRUPO DISTRIBUIDOR EDITORIAL

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE ORIGINALES

1. La Revista de Historia Económica considerará ia publicación de trabajos de muy diversa índole, siempre que demuestren un alto nivel de calidad y se enmarquen dentro de la his­toria económica entendida en sentido muy amplio. Sea cual sea el tema tratado, sin embar­go, deberá hacerse mención explícita de la contribución del trabajo a la historia económica en un ámbito más general, ya sea por un tratamiento distinto o más profundo de un proble­ma ya identificado en la historiografía, por la aportación de datos no conocidos orientada a la solución de un problema histórico concreto o por las aplicaciones potenciales de una metodología nueva o más refinada en contextos diferentes.

2. El original y dos copias de cada texto se enviarán a Revista de Historia Económica, Depar­tamento de Economía, Universidad Carlos III, Despacho 6.13, teléfono 624 96 45, c/ Madrid, núm. 126, 28903 GETAFE (Madrid), fax 624 98 75. No se devolverán los origi­nales no solicitados.

3. Los trabajos de investigación y demás textos deben ir mecanografiados a doble espacio y no exceder de 30 páginas (10.000 palabras), incluidos cuadros, gráficos, mapas, notas finales y bibliografi'a (ésta a un espacio). Cada texto deberá ir precedido de una página que conten­ga el título del trabajo, el nombre del autor o autores, dirección completa, teléfono y núme­ro del N.I.F., así como un breve resumen del trabajo de aproximadamente 100 palabras, en castellano y en inglés. Asimismo, deberá enviar el autor un breve curriculum vitae, de 40 pala­bras de extensión aproximadamente.

4. El texto y símbolos que se desee aparezcan en cursiva deberán ir subrayados y los que se desee en negrita, con subrayado doble.

5. Las referencias bibliográficas irán al final del trabajo bajo el epígrafe Bibliografía, ordenadas alfabéticamente por autores y siguiendo siempre el orden: apellido (en mayúsculas), nombre (en minúsculas) del autor, año de publicación (entre paréntesis y distinguiendo a, b, c, en caso de que el mismo autor tenga más de una obra citada en el mismo año), título del ar­tículo (entre comillas), o del libro (subrayado), lugar de publicación (en caso de libro), edito­rial (en caso de libro), número de la revista y, finalmente, páginas (pp. xxx).

6. Las notas irán numeradas correlativamente en caracteres árabes y voladas sobre el texto. Todas las notas se incluirán al final del texto e irán a espacio sencillo. Las referencias bibliográficas se harán citando el apellido del autor o autores (en minúsculas), y entre paréntesis el año y, en su caso, letra que figure en la lista Bibliografía, y en su caso, las pági­nas de la referencia.

7. Se evitará en los trabajos un número excesivo de citas textuales que, en todo caso, si exce­den de dos líneas irán a un solo espacio y con márgenes a ambos lados, distintos a los del texto principal. Por otra parte, en las citas textuales Tos intercalados que introduzca el autor del trabajo deberán ir entre corchetes, para distinguirlos claramente del texto ciudo.

8. Los cuadros, gráficos y mapas incluidos en el trabajo deberán ir numerados correlativamen­te y deberán ser originales, evitando reproducir información que sea fácilmente accesible o publicada en obras recientes. Cada cuadro, gráfico o mapa deberá tener un breve título que lo identifique y deberá indicar claramente sus fuentes. Los gráficos y mapas deberán ir en papel vegetal.

9. La SecreUría del Consejo de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de los originales en el plazo de treinta días hábiles desde su recepción, y el Consejo de Redacción resolverá sobre su publicación en un plazo no superior a seis meses. Esta resolu­ción podrá venir condicionada a la introducción de modificaciones en el texto original. El no cumplimiento de estas normas puede ser causa de no admisión a examen de un artículo o de un considerable retraso en su tramitación y publicación.

10. Cuando los trabajos sean aceptados para su publicación, el autor enviará la versión definiti­va mecanografiada y en ¿útoíe compatible IBM (preferiblemente en WP 5.1).

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NORMAS PARA EL ENVIÓ DE RECENSIONES DE LIBROS

Se enviarán dos copias impresas de cada recensión y una en diskette compatible IBM (prefe-ribiemente en WP 3.1) a la Revista de Historia Económica, Departamento de Economía, Uni­versidad Carlos m . Despacho 6.13, teléfono 624 96 45, c/ Madrid, núm. 126, 28903 GETA-FE (Madrid), £u(: 624 98 73. Al final de la recensión, los autores incluirán su nombre y dirección completos, teléfono y número de N.I.F.

Las recensiones se remitirán mecanografiadas a doble espacio y no llevarán notas a pie de página. Cuando se incluyan referencias bibliográficas, éstas irán entre paréntesis en el texto de la recensióa

El encabezamiento de las recensiones seguirá el siguiente orden: nombre (en minúsculas) y apellido (en mayúsculas) del autor o autores del libro, título del libro (subrayado), lugar de publicación, editorial y año de publicacióa Se hará notar si el libro incluye bibliografía e índice (de autores o materias), así como el precio, si es posible.

La Secretaría de Redacción de la Revista de Historia Económica acusará recibo de la recensión y resolverá sobre su publicación a vuelta de correo.

En los demás extremos, se observarán las normas que rigen para el envío de artículos origi­nales.

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COLABORAN EN ESTE NUMERO

C. KNICK HARLEY. Doctor en Economía por la Universidad de Harvard y Catedrático en la Uni­versidad de Western Ontario, Canadá. Autor de numerosos artículos sobre la historia de la economía atlántica en el siglo xix y sobre la Revolución Industrial británica.

MARIO GARCIA-ZUÑIGA. Doctor en Historia por la Universidad del País Vasco. Es Profesor Titular interino de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad del País Vasco. Autor de diferentes trabajos sobre hacienda y (iscalidad de Navarra en los siglos xvi.xvm.

FERNANDO MÉNDEZ IBISATE. Profesor Titular de Historia del Pensamiento económico en la Uni­versidad Complutense, es, en la actualidad, Váiting Scholar en el Federal Reserve Bank de SL Louis, Missouri, EE.UU.

LLUIS CASTAÑEDA. Investigador en el Instituto universitario Europeo, Florencia. Ha publicado sobre mercados financieros en Barcelona en la primera mitad del siglo Xix.

PATKiao PÉREZ GONZÁLEZ. Doctor en Económicas y Licenciado en Sociología. Es profesor asocia­do de Estructura Económica y Esudística Empresarial y miembro fundador del proyecto Hispalink en Cantabria. Ha realizado diversos estudios sobre economía regional.

XAVIER TAFUNELL Profesor Titular en la Universidad Pompeu Fabra. Autor, junto a Jordi Nadal, del libro Sant Martí de Provenfals. Pulmó industrial de Barcelona (1847-1992) (ñmoAonn, 1992).

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S U M A R I O

PANORAMAS DE HISTORIA ECONÓMICA

C. KNICK HARLEY (Universidad de Western Ontario): Una nueva evaluación macroeconómica de la Revolución Industrial 259

PREMIO RAMÓN CARANDE 1992

MARIO GARCIA-ZUÑIGA (Universidad del País Vasco): Haciendas ferales y re-formas borbónicas. Navarra, 1700-1808 307

ARTÍCULOS

FERNANDO MÉNDEZ IBISATE (Universidad Complutense de Madrid): As^ pecios macroeconómicos del pensamiento de AlfredMarshall: Teoría monetaria 337

MATERIALES DE INVESTIGACIÓN

LLUIS CASTAÑEDA (Inst. Universitario Europeo) y XAVIER TAFUNELL (Universidad Pompeu Fabra): ü« nuevo indicador para la historia financiera es­pañola: La cotización de las letras de cambio a corto plazo 367

PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ (Universidad de Cantabria): Fuentes y método para estimar la renta regional: Santander, 189Í-1930 385

NOTA

JESÚS MARÍA VALDALISO: Algunas reflexiones acerca de la Historia empresarial y su desarrollo en España 417

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL *

C. Knick Harley Universidad de Western Ontario

SUMARIO

El ctedmienio económico dunuite la Revolución Induatrial ha sido sometido en la última década a una nueva evaluación que revisa anteriores teorías sobre el desarrollo británico. El crecimiento (iie más lento, y el cambio industrial estuvo más localizado y produjo un menor impacto de lo que se pensaba anteriormente. Las mejoras en la agri­cultura y la relativa bcilidad con que la mano de obra se pasó a la industria urbaiu parecen centrales en esta experiencia. Aunque el impacto industrial ahora aparece me­nor de lo que antes se creía, las ciudades industriales transformaron la sociedad por que la industria algodonera se ejqiandió para aprovechar la ventaja que le daba su nue­va tecnología, y los trabajadores se trasladaron a las ciudades. Pero, aunque las exportaciones aumentaron la participación de la industria y dieron lugar a la urbaniza­ción, no elevaron mucho la renta por habitante porque la competencia consiguió que los beneficios fueran para los consumidores. Por último, parece que los rasgos específi­cos de la revolución industrial británica no constituyen una guía muy sólida para el proceso del crecimiento en otros lugares.

ABSTRACT

Aggtegate estimates of British growth duting tfae dasácal Industrial Revdution have been reassessed in tbe past decade and present a significandy revisión of earlier views of British growth. Growdi was slower than previously bclieved and industrial

* En la sesión C, «New Ways to Think About the Industrial Revolution», del X G}ngreso Internacional de Historia Económica celebrado en Lovaina, en agosto de 1990, se presentó una versión anterior del presente trabajo. Me he beneficiado de los comentarios que allí se hicieron así como de los participantes en seminarios de las universidades de Western Ontario, Indiana, Nova de Lisboa y Carlos III de Madrid. Agradezco especialmente los comentarios de Joel Mokyr y Nathan Sussmaa

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C KNICK HARLEY

change more localized and with a smaller impact Agricukural improvement and die te-latíve eaae widí «^ch labour moved to luban indnstiy seems central to die eiq>erience. Aldiough indtiatiy's impact now seems leas than pteviously believed, industrial ctties transfbrmed society bccause the cotton textíle industty expanded to exploit the advan-tage oí its new technology and labour moved to the cities. But wfaile exports expanded the share oí industiy and caused uibanization, they did not laise per capita income much because competition ensured that the benefits went to consumera. Finally, the specific features of the British industrial revoiution seem to provide only weak guide to the growth process elsewhere.

Desde mediados del siglo xix, el nivel de vida ha venido aumentando en Europa occidental y en las regiones del mundo con población europea. La re­ciente historia demográfica nos da una larga perspectiva del crecimiento eu­ropeo '. Si se hace una yuxtaposición de la población inglesa y el salario real de los trabajadores en los últimos siete siglos (figura I), se descubre un cambio espectacular hacia el año 1800. En los siglos anteriores y durante largos perío­dos, los salarios reales aumentaban y descendían en relación inversa a la pobla­ción, pero sin una tendencia secular. La Peste Negra mató en el siglo XTV alre­dedor de un tercio de la población de Inglaterra, que se mantuvo en niveles bajos hasta principios del siglo xvi. En aquella población, más reducida, los trabajadores disñ^ltaron de unos salarios que casi duplicaban los de sus ante­pasados, anteriores a la Peste. La población creció durante el siglo xvi y prime­ra mitad del xvii y los salarios descendieron a los niveles anteriores a la Peste. La historia corroboró las previsiones teóricas de los economistas, desarrolladas primeramente por David Ricardo alrededor de 1800, según las cuales, en una economía constreñida por unos recursos limitados, los salarios varían en razón inversa a la población.

Desde los tiempos de Ricardo, la relación inversa población/salarios ha de­saparecido. Entre 1820 y 1980, la población inglesa aumentó desde 11,5 millo­nes hasta más de 45 millones (a un ritmo del 26 por ciento por siglo). En los cinco siglos anteriores, la población aumentaba a un ritmo aproximado del 14 por ciento por siglo, y en general, la tecnología y el capital iban avanzando lo suficiente como para mantener el nivel de vida. Las estadísticas son imprecisas, pero la imagen general es clara: la relación población/medio-ambiente cambió de forma radical. La transformación de la economía europea es indiscutible, pero su naturaleza permanece poco clara. ¿Fue un proceso rápido o dilatado? ¿Transformó la economía la nueva tecnología manufacturera? ¿Qué papeles

' Wrigley y Schofield (1981), Lee (1973,1988).

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UNA NUEVA EVALUAaON MACROECONOMICA DE LA REVOLUgON INDUSTRIAL

desempeñaron la agricultura y el comercio exterior? La investigación reciente ha reconsiderado estas persistentes preguntas.

I. CONCEPCIONES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Desde el siglo XIX la mayoría de los observadores pensaron que a finales del siglo xvni las innovaciones industríales clave transformaron la economía y alteraron rápida y fundamenulmente la sociedad. En 1843 Fríedrích Engels comenzaba con las siguientes frases su obra La situación de la clase trabajadora en Inglaterra:

La historia de las clases trabajadoras inglesas comienza en la segunda mitad del siglo XVIII con el invento de la máquina de vapor y de las máquinas para la hilatura y el tejido del algodón. Es bien sabido que estos inventos dieron impul­so a la revolución industrial. Esta revolución tuvo un aspecto social además de económico, puesto que transformó toda la estructura de la sociedad burguesa.

Los historiadores profesionales expresaron parecidas opiniones. En 1884, Amold Toynbee retrataba a la sociedad como

repentinamente hecho pedazos por los duros golpes de la máquina de vapor y el telar mecánico.

Las siguientes generaciones de historiadores por lo general compartieron esta opinión. En los años de entreguerras, sir John Clapham formuló una teo­ría gradualista en su extensa historia económica de Gran Bretaña, sin despla­zar la predominante visión de clase de la Revolución Industrial

Tras la Segunda Guerra Mundial, los historiadores trasladaron su interés ai desarrollo económico y buscaron un modelo de crecimiento en la industriali­zación europea. En su obra Las etapas del crecimiento económico ^ Walt Rostow desarrolló un modelo enfático y popular en el que un dinámico sector domi­nante y una inversión notablemente incrementada llevaron a un «despegue ha­cia un crecimiento autosostenido» a lo largo de un par de décadas. Gran Bre­taña «despegó» entre 1783 y 1802. Una cronología tan exacta inevitablemente dio lugar a la polémica. No obstante, gran parte de la historiografía buscó un

2 Rostow, Walt, (1960).

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C. KNICK HARJLEY

período breve del que extraer lecciones para la planificación del desarrollo en países contemporáneos de renta baja '.

En los últimos treinta años, los historiadores económicos se han ido apo­yando cada vez más en datos cuantitativos y en estimaciones de los agregados económicos clave. Los primeros estudios de los agregados —el índice de pro­ducción industrial de Walter Hofímann y los índices de la renta nacional de PhylHs Deane y Arthur Colé— tuvieron una enorme influencia *. En la década de 1950, los historiadores con formación económica (los «nuevos historiadores económicos») comenzaron a influir sobre el modo de escribir la historia eco­nómica. Se esforzaron por unir los modelos formales de la economía en su conjunto con la cuantificación. Su búsqueda de datos les condujo a Hoffmann y a Deane y Colé.

El índice de Hofímann se publicó en Alemania en los años de entregue-rras y en inglés en 1955. Aunque recibió considerables críticas, fue ampliamen­te citado. Deane y Colé (después de rechazar el índice de Hof^ann para el si­glo XVIII por tener «una base demasiado frágil para ser concluyente») publicaron una estimación independiente del desarrollo industrial como parte de las estimaciones de la renta nacional. Los procedimientos seguidos por Hoffmann y Deane y Colé dieron como resultado unas estimaciones parecidas, que confirmaban la antigua opinión de que en los cincuenta años anteriores a 1830 se produjo un importantísimo cambio estructural en la industria británi­ca. Ambos índices mostraban que el crecimiento de la producción industrial saltó desde menos de un 1 por ciento anual entre 1700 y aproximadamente 1770, hasta un dos y medio por ciento anual durante el siguiente medio siglo, acelerándose un poco más en las décadas siguientes.

Hasta hace muy poco, las estimaciones de la renta nacional de Deane y Colé fueron el incuestionable telón de fondo de la investigación. La investiga­ción cuantitativa de las industrias individuales reveló que el crecimiento agre­gado de Deane y Colé no pudo deberse únicamente al famoso cambio tecnoló­gico producido en los textiles, el hierro y el vapor, ni siquiera haciendo una valoración muy libre de sus vinculaciones con el resto de la economía. Enton­ces surgió una síntesis que fusionaba la apreciación de la economía rebasando los famosos sectores, de Clapham, con las estimaciones cuantitativas de Deane y Colé '. En la década de 1960 Max Hartwell articuló la teoría de que el cam­bio se dio en un gran abanico de sectores. Una generación más tarde Donald

' David Canadine (1989) ha realizado un interesante análisis de las teorías sobre la Revolu­ción Industrial durante el siglo pasado.

* Walther Hoffmann (1955), Phyllis Deane (1962) y Arthur Colé (1962). ' Deane y Colé realizaron los primeros trabajos. [P. Deane y A. Colé (1962)].

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

McCloskey resumía la teoría de que el crecimiento resultó de un avance tec­nológico extendido pero desigual, con una metáfora meteorológica :

Los nuevos inventos mecánicos cayeron más bien como una lluvia mansa, aunque sin precedentes, que se juntaba aquí y allá formando charcos. En 1860 el terreno quedó húmedo, pero de ninguna forma empapado, ni siquiera en los puntos más mojados.

Ya en los primeros años de la década de 1980, la investigación y la síntesis, hechas con el espíritu de Hartwell-McCloskey, habían cambiado la impresión general sobre la Revolución Industrial. El estudio de las industrias individua­les había revelado un cambio gradual. Las innovaciones en los textiles, el hie­rro y la energía no habían podido causar más que un impacto modesto sobre el nivel de vida. La idea de una (..heroica..) Revolución Industrial originada por la iniciativa de unos pocos grandes hombres de empresa había dado paso a una teoría según la cual el cambio tuvo una amplia base dentro del entramado de la sociedad británica.

En la última década, una nueva valoración del crecimiento agregado ha cambiado una vez más la idea que se tenía de la Revolución Industrial. Las fuertes subidas de la producción industrial y del crecimiento de la renta du­rante el último cuarto del siglo xvni aparecen como resultados de una errónea construcción de los índices de Hoffmann y Deane y Colé. Ahora se descubre que en la manufactura el cambio se concentró mayoritariamente en las famo­sas industrias, que la agricultura tuvo una gran contribución y que el creci­miento se aceleró de forma gradual durante muchas décadas.

n. LAS NUEVAS ESTIMACIONES AGREGADAS

Para valorar el desarrollo británico hemos de considerar todo el abanico de las actividades económicas. Incluso en las sociedades industriales moder­nas, las estadísticas sobre la renta nacional presentan problemas teóricos y em­píricos; en un análisis de la Gran Bretaña del siglo xvni los problemas sólo pueden ser conjeturas controladas. No obstante, sin ellas no puede entenderse el desarrollo. Los factores de producción alternaban entre varios usos, y algu­nos sectores hubieran podido crecer incluso en una economía estática. Es ne­cesaria la agregación para encontrar el equilibrio entre los sectores en creci­miento y aquellos en declive.

» Donald McCloskey (1981), p. 106.

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C KNICK HARLEY

Una estímación ideal de la renta nacional es la que comprende una enu­meración completa de la vida económica. Las rentas de los factores producti­vos, los valores añadidos en los diversos sectores y el valor de las ventas fínales contribuyen cada uno a la renta nacional. Las burocracias estadísticas moder­nas reúnen todos estos datos para construir las estadísticas de la renta nacio­nal. Pero para calcular la renta nacional anterior a los comienzos de la contabi­lidad nacional, se requiere, sin embargo, un uso creativo de los censos de población y de los ingresos fiscales y otros datos cuantitativos disponibles. A principios de la década de 1960, Phyllis Deane y Arthur Colé completaron un amplísimo programa de investigación que proporcionó estimaciones de la ren­ta nacional histórica en Gran Bretaña. Estas estimaciones siguen siendo los ci­mientos sobre los cuales todos los demás han construido. Pero en la última dé­cada, N. F. K Crafts (1985) ha criticado eficazmente las estimaciones de Deane y Colé y ha aportado estimaciones de la renta nacional muy diferentes. Mu­chos detalles del trabajo de Crafts eran especulativos y algunos de sus aspectos están envueltos en controversia, pero en general sus conclusiones han despla­zado sustancialmente a las de Deane y Colé ''.

Las estimaciones de la renta luicional británica anterior a la segunda mitad del siglo XIX requieren una proyección retrospectiva hacia períodos que tienen cada vez menos datos fiables. La enumeración completa de la vida británica se inició en 1801 con los primeros censos decenales de población. Los primeros censos fueron ejercicios exploratorios y de poca calidad según las pautas mo­dernas, pero gradualmente la enumeración se fue haciendo más fidedigna. Me­diado el siglo los censos contenían ya una útil información ocupacional. El censo de 1841, aunque considerado algo incompleto, contiene los primeros datos acreditados sobre la fuerza laboral que permiten construir estimaciones de la renta del trabajo '. El impuesto sobre la renta durante las Guerras Napo­leónicas y tras su reimposición en 1842 proporcionaron información sobre la renta patrimonial'. Utilizando estas fuentes, Deane y Colé estimaron las rentas de los actores productivos y la renta nacional de 1801 en adelante. La eviden­cia disponible era débil antes de 1841, pero mejoró a partir de ese año. En la década de 1880 los funcionarios comenzaron a reunir datos globales sobre la producción agrícola, y el primer censo de la producción industrial se realizó en 1907.

' Inevitablemente, el nuevo trabajo de Craft atrajo crítica*. Véase Mokyr (1987), WiUiamson (1987), Hoppit (1990), Jackton (1990), Berg y Hudson (1992). Para un comentario sobre estas cri­ticas, véase Crafts y Harley (1992).

• P. Deane y A. Colé (1962), pp. 139-140. ' P. Deane y A. Colé (1%2). pp. 164 y ss.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

Antes del siglo xix algunos comentaristas políticos intentaron calcular la renta nacional partiendo de los datos a que tenían acceso '^ pero las estimacio­nes de la renta nacional anteriores a la década de 1840 consistieron sobre todo en proyecciones retrospectivas. Se utilizaron cifras de población (según los censos y estimadas anteriormente), series de producción incompletas, e infe­rencias diversas, para intentar proyectar hacia fechas más tempranas, desde la relativa certeza de mediados del siglo XDC

Hasta hace muy poco, ni siquiera la población británica anterior a 1801 —uno de los principales elementos para las primeras estimaciones de la renta nacional— ha sido bien conocida. Afortunadamente, una amplia investigación sobre dos décadas, dirigida por £. A. Wrigley y R. Schofíeld, ha mejorado mu­cho la cuestión en ese aspecto '. Incluso aquí los historiadores han tenido que apoyarse en estimaciones construidas sobre datos parciales, pero la mayoría piensa hoy que las estimaciones indican con exactitud la corriente de la pobla­ción en el siglo xvni.

La producción industrial

La interpretación tradicional presenta a la tecnología industrial como ini­ciadora del desarrollo moderno a finales del siglo xvm. £1 algodón y después otros textiles se transformaron. Watt perfeccionó radicalmente la máquina de vapor y diversos avances condujeron a la fundición del hierro con coque. ¿Hasta qué punto estas mejoras condujeron a un aumento de la producción industrial en su conjunto y de la renta nacional?

Datos

Los datos básicos sobre la producción industrial proceden de diversas fiíentes y presentan algunos problemas de Habilidad. £1 £stado británico se ha­llaba alejado de casi toda la actividad económica y carecía del aparato estadís­tico de un £sudo moderno. La mayoría de los datos globales que existen tie­nen su origen en los ingresos obtenidos por el Estado por derechos arancelarios sobre los bienes comerciados intemacionalmente y por impuestos indirectos sobre el consumo nacional. Pero grandes sectores de la manufactura

'» P. Deane (1933), Lindert y Williamson (1982) (1983a). " E. A. Wrigley y R. Schofield (1981).

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CKNICKHARLEY

eludieron la atención fiscal del Estado y aquí los registros fiscales proporcio­nan poca información. Afortunadamente los historiadores han estudiado las más importantes entre estas industrias y han construido estimaciones de su crecimiento. Pero, aun así, contamos con escasa información sobre una parte considerable de la manufactura. Los datos básicos son claramente imperfectos y deben utilizarse con cautela ' .

Los textiles y la confección constituían casi la mitad de la manufactura total en la Gran Breuña de mediados del siglo xvm. Podemos seguir el proceso de crecimiento de la nueva industria textil del algodón con una cierta confianza, ya que todo el algodón en rama era importado. Los textiles antiguos inicial-mente más importantes, que empleaban materias primas nacionales —lana y lino—, han dejado desgraciadamente cifras mucho menos precisas. Phyllis Dea-ne ' hizo una valoración detallada de los datos imperfectos sobre la lana, y Deane y Colé realizaron estimaciones sobre el lino y la seda ' . Las tendencias de la industria de la confección pueden calcularse a partir de los textiles rete­nidos para el consumo interno.

El hierro y el carbón no tributaban, pero los historiadores han realizado estimaciones de su producción ". Las estimaciones de la producción de hierro, más sus importaciones, pueden utilizarse para indicar la tendencia de la pro­ducción de las industrias transformadoras de metales '^ Los registros de los im­puestos indirectos revelan la historia de algunos otros sectores. Los curtidos, un gran sector manufacturero preindustrial, tributaban. Y también las indus­trias papeleras y tipográficas y la producción de cerveza ". La producción de las industrias alimentarias puede inferirse a partir de la producción agrícola. Las estimaciones sobre la formación de capital han servido de base para esti­mar el nivel de actividad en la industria de la construcción * . Pero no hay casi ninguna indicación sobre las tendencias de crecimiento de aproximadamente el 10 por ciento de la actividad industrial; aquí probablemente la producción siguió el ritmo del crecimiento de la población.

El cuadro 1 presenta los índices, por otra parte, bastante imprecisos, de producción para algunas industrias en 1813 y 1770 (tomando como 100 el ni-

>' Hoppit (1990), pero también Mitchell y Deane (1962), pp. 242-244, y Crafu y Harley (1992).

» P. Deane (1937), Holdemess (1989), pp. 171-174. X P. Deane y A. Colé (1962), pp. 202-211. " Hyde (1977), pp. 204-206. y PoUard (1980). 1» Harley (1982), pp. 273-275. " Mitchell y Deane (1962), pp. 247-267; Hoífmann (1955), pp. 291-330, y Deane y G)le

(1962), pp. 50-62. " Feinstein (1978), p. 40; 1988a, p. 446.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

CUADRO 1

índices de output, diversas industrias (1841 ~ 100)

Industria 1770 1813

Algodón 0,8 19 Lana 46 63 Lino 47 75 Seda 28 40 Vestido 20 43 Cuero 41 61 Metal 7 29 Alimentación 47 69 Papel e impresión 17 47 Minería 15 46 Construción 26 50 Otras 15-20 40-60

FUENTE: Harley (1982), p. 273, con una modificación en la construcción para reflejar nuevas esti­maciones del «total de edificios y construcciones», de Feinstein (1988), p. 446.

vel de producto en 1841). Resalta el muy rápido crecimiento de los textiles de algodón; en 1770 su producción era sólo el 0,8 por ciento de la que alcanzó en 1841. Por el contrario, otras industrias crecieron lentamente. La producción metalúrgica, segunda industria en ritmo de crecimiento, tenía en 1770 casi el 7 por ciento de su nivel en 1841; en otros grandes sectores industríales —los de­más textiles, el cuero y la alimentación— alcanzaban ya en 1770 casi la mitad de su producción en 1841.

La ponderación

Puesto que los distintos sectores de la industria manufacturera crecieron a ritmos muy diferentes, los índices de producción agregada variarán si se utili­zan diferentes ponderaciones. En concreto, si los tejidos de algodón, de rápido crecimiento, reciben un peso grande, la estimación de la producción industrial agregada crecerá mucho más deprisa que si tienen un peso reducido. Es sabi­do, sin embargo, que una agregación bien hecha requiere sumar las cantidades de diversos bienes valorados a su precio en un determinado año base. Un paso clave en la construcción del índice es la identificación de los precios y las can-

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C KNICK HAKLEY

tídades apropiadas para diversos años base. Durante la Revolución Industrial los precios relativos variaron muy deprisa, sobre todo cuando los avances tec­nológicos hicieron bajar los precios de los textiles de algodón. Por lo tanto, unas fechas base diferentes darán como resultado índices diferentes pero igual­mente legítimos •'.

En la práctica los índices de productos suelen elaborarse como un prome­dio ponderado de la producción en las distintas industrias. Los pesos adecua­dos son los porcentajes de las diversas industrias en la producción, o, en el va­lor añadido, en el año base. Este procedimiento equivale a agregar los diferentes subíndices con precios del año base. La mayor dificultad para cons­truir un índice de la producción industrial británica anterior a la década de 1840 está en cuantifícar la estructura del sector industrial en el año base a ñn de disponer de las ponderaciones pesos apropiadas para la agregación. La base ideal resultaría de una enumeración global de los productos e insumos de todas las industrias en un censo de producción industrial. Pero hasta 1907 no se realizó un tal censo. Careciendo de un censo industrial, tenemos que buscar una solución de compromiso.

La clasificación ocupacional del censo de población de 1841 nos propor­ciona el sucedáneo global más temprano de un censo de la producción indus­trial ^. Decidí utilizar esta evidencia como indicador de una información ideal aunque inexistente acerca del valor añadido en cada una de las industrias. Dis­tribuí las ponderaciones para 1841 en proporción con la mano de obra de ese año en cada industria (dando a las mujeres, los niños y a los tejedores manua­les de algodón la mitad del peso que a los varones adultos). Calculé las distri­buciones del valor añadido por industrias para las fechas anteriores proyectan­do retrospectivamente las proporciones del empleo por sectores sirviéndome de los índices de producción industrial, y reajustándolas para conformarlas a

" En 1841 los algodones eran sólo una tercera parte más caros que en 1770 en relación con los demás productos manufacturados, y sólo la mitad más caros que en 181?. Utilizando ios pre­cios de 1770 (un índice de Laspeyres), la agregación valorará más el amplio sector textil del algodón de 1941 que utilizando los precios de 1841 (un índice de Paasche) y conducirá a una estimación de crecimiento más rápido. Esu disctepancia es un problema inevitable que tiene el sistema de números índices. Una solución de compromiso entre los pesos iniciales y terminales, que goza de un atractivo y apoyo intuitivo en la teoría del consumo formal, conduce a los índi­ces Ideal y de Divisa de Fisher (explicados abajo).

Los índices de Laspeyres y Paasche se construyen normalmente como medida ponderada de los índices relativos de cantidad de los componentes. Loa pesos utilizados consisten en la partici­pación de cada componente en el valor del output total en el período base (en el que también se basan los relativos de cantidad). Si se utilizan las participaciones iniciales, el índice es Laspeyres; si las terminales, Paasche.

» Hariey (1982).

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UNA NUEVA EVALUAQON MACROECONOMICA DE LA REVOLUOON INDUSTRIAL

CUADRO 2

Estructura industrial 1841,1815 y 1770

Industria 1841 181Í 1770

Textiles Algodón Lana Lino Seda

Vestido Cuero Metal Alimentación Papel de impresión Minería Construcción Otras

0,10 0.08 0.04 0,03 0,13 0,11 0.11 0,04 0.02 0,08 0,18 0.09

0,08 0,11 0,06 0.02 0,12 0,14 0,08 0,06 0.02 0.08 0.15 0.09

0,01 0.15 0,08 0.04 0,11 0,19 0,05 0,08 0.01 0,05 0.12 0,12

FUENTES: Harley (1982), p. 269.

los cambios en el precio relativo de los textiles de algodón y del hierro. Lógi­camente esto me dio unas proporciones sectoriales coherentes para 1841, 1815 y 1770. El «valor añadido» del algodón se reajustó para que reflejara unos pre­cios relativos 1,8 veces más altos en 1815 que en 1841 y tres veces más altos en 1770 que en 1841. Para los reajustes del hierro utilicé un precio relativo de 1815 1,2 veces su nivel en 1841 y un precio para 1770 1,8 veces su nivel en 1841. Las estructuras industríales resultantes de estos cálculos se muestran en el cuadro 2. Inevitablemente, mis procedimientos para sustituir unos datos censales inexistentes en la industria manufacturera introducían un riesgo de error. El empleo y el valor añadido no se correspondían exactamente. Además, no intenté reajustar los cambios en los precios relativos excepto para el algodón y el hierro, sobre todo porque no existen datos fiables. Ginsideré, sin embargo, que las ventajas de usar la enumeración completa (bastante comple­ta) de los censos y de mantener una clara consistencia entre los diferentes años eran mayores que las desventajas.

Poco después de que se publicara mi índice, N. F. R. Crafts 2' volvió a esti­mar independientemente la producción industrial. Sus datos sobre el creci­miento sectorial eran en su mayoría los mismos que los míos, pero él enfocó el

" N. F. R. Crafts (1985). pp. 17-34.

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punto crucial de la ponderación de fonna algo diferente. Mientras yo había in­tentado mantener la consistencia proyectando retrospectivamente la distribu­ción del empleo/mano de obra industrial en 1841, y realizando ajustes concre­tos para los cambios en los precios relativos, Crafts se sirvió de estimaciones individuales del producto industrial a precios corrientes de 1770, 1801 y 1831. Tanto Crafts como yo asignamos al algodón a finales del siglo xvm un peso mucho menor que el que Hoffmann le había asignado, pero la proporción que yo le atribuí era bastante inferior a la de Crafts. Como era de esperar, mi índi­ce agregado creció más lentamente que el de Crafts, y ambos lo hicieron más lentamente que el de Hofímann.

COMPARACIÓN ENTRE LAS ESTIMACIONES ANTIGUAS Y LAS NUEVAS

Hoffmann y Deane y Colé exageraron el crecimiento de la producción in­dustrial y por tanto in&aestimaron su nivel para el siglo xviii. La sobreestima­ción de Hoffmann se debió a las ponderaciones que utilizó para finales del si­glo XVIII. Fijó la fecha base de 1783 para ponderar sectores de finales del siglo xvui. Estimó que los textiles de algodón constituyeron el 6,7 por ciento de la producción industrial —más o menos el peso asignado por Crafts, pero superior al mío—. Hofímann estimó que los datos con que contaba sobre el output indus­trial cubrían el 56,4 por ciento de la producción industrial total. Para construir un índice tenía que estimar explícita o implícitamente el crecimiento del 43,6 por ciento restante. Lo hizo elevando proporcionalmente el peso de cada una de las industrias incluidas (por un factor 1,79 — 1/0,564). Esto elevó el peso de los textiles de algodón al 12 por ciento del índice. De forma implícita, pero in­correcta, el procedimiento de Hoffmann presuponía que algunas otras indus­trias, con el 79 por ciento de la magnitud de la algodonera, crecieron tan de­prisa como el algodón.

Deane y Colé trabajaron de otra forma y utilizaron procedimientos distin­tos para los siglos xviii y xix. Para el siglo xix construyeron estimaciones de las rentas nominales por sectores. Estos cálculos combinaban estimaciones de ren­tas por trabajo basadas en el censo y estimaciones de rentas patrimoniales par­tiendo de las valoraciones del impuesto sobre la renta, aunque los datos exis­tentes antes de la década de 1840 son poco fiables ^. A continuación deflactaron estas estimaciones de la renta nominal con el índice de precios del

" Deane y Colé (1962), Caps. IV y V.

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UNA NUEVA EVALUAaON MACROECX3NOM1CA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

FIGURA 1

Poblaaón y salarios reales en Inglaterra y Gales, 1250 - 1980

^ POBLAClONCMn.) SALARIOS REALES

40-

producto industrial de Rousseaux para estimar los volúmenes de producción. Desgraciadamente el índice de Rousseaux no representaba bien los precios in­dustríales y exageraba la caída de los mismos a príncipios del siglo xix ". Para el siglo xvín, Deane y Colé dividieron el sector industrial en dos partes: el do­méstico y el de exportación. La producción «doméstica» (una tercera parte del total en 1700) la estimaron por las seríes de los impuestos indirectos ^*. Consi­deraron que la base estadística directa para las industrías «de exportación» era inadecuada. Tras extensos estudios " decidieron: «parece justo presuponer que el volumen de las exportaciones e importaciones nos proporcionará un índice razonablemente exacto del crecimiento de aquellas industrías que entraron a gran escala en el comercio exterior». El crecimiento del comercio en el siglo xvm les permitió la estimación del crecimiento de la producción industrial «de exportación», pero el procedimiento carece de una base teórica firme. Sobre

" Crafts (1985), pp. 30-31. '< Deane y Colé (1962), p. 76. " Deane y Colé (1962), pp. 50-61.

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C KNICK HAItLEY

CUADRO 3

índices de producción industrial agregada, 1700-1840

Harley Crafts Hoffmann DeúneGrCok

1700 13 8 9 1730 10 10 1760 19 12 14 1770 23 4 13 1780 25 16 15 1790 23 18 1801 37 32 23 1811 40 24 1815 46 1821 51 57 1831 85 72 85 1841 100 100 100 100

FUENTES: Crafts y Harley (1992), ubla 2 revisión de Harley (1982), p. 276, calculada a partir de la media de la banda de Divisia. Crafts (1985), p. 26, calculada empleando series con ponderaciones basadas en el promedio geométrico de años adyacentes (Divisia). Hoff­mann (1955), apéndice; Deane y Colé (1963), calculado sobre datos de las pp. 78, 166. Los datos sobre precios corrientes, de Deane y Colé, han sido deflacttdos con el índice de precios industriales de Rousseaux.

todo, ei procedimiento está socavado porque gran parte del crecimiento del co­mercio a finales del pasado siglo se dio con las Amérícas, donde la población aumentaba con más rapidez que en Gran Bretaña y en los demás países y donde la guerra cerró temporalmente los mercados a los exportadores no británicos.

Unos datos incompletos hacen que sea imposible construir nada más pre­ciso que unas «conjeturas controladas» sobre el crecimiento industrial durante la Revolución Industrial, pero el índice de Crafts y el mío probablemente defi­nen los límites de las conjeturas aceptables. Por supuesto, se mantiene la incer-tidumbre; su fiíente más importante es el peso de la producción de textiles de algodón en la agregación ^ . No obstante, ha quedado establecida la conclusión

^ Es posible que mi ponderación sea un poco baja por no haber contabilizado adecuada­mente el valor añadido en la industria química y en otras industrias involucradas en el terminado de la tela de algodón y también quizá por una infraestimación del descenso de los precios de la tela de algodón en los primeros años de la industria. Crafts, en cambio, puede haber sobreevalua-do el algodón. Ha reducido el peso que había asignado al algodón en 1831 para retirar la adquisi­ción de insumos hecha por la industria (excluyendo el algodón en rama), pero por la inseguridad de las estimaciones base de la producción inicial de algodón, no los ha ajustado a los pesos ante­riores. Véase Crafts y Harley (1992). Las nuevas cifras de Crafts están incorporadas a las tablas y figuras de este trabajo.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

FIGURA 2

Estimaciones de la producción industrial (1841 — 100)

1700 1750 1800 1850

de que el crecimiento industrial fue mucho menor del que los historiadores económicos habían señalado hace una generación en base a las estimaciones de HoÉfmann y Deane y Colé ^. Yo calculé el crecimiento industrial entre 1770 y 1815 en un 1,6 por ciento anual o un 0,6 por ciento anual por habiun-

" Crafts y Harley (1992).

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te. Crafts calculó un crecimiento más rápido: de alrededor de un 2 por ciento anual agregado y un 1 por ciento por habitante. Ambas estimaciones están muy por debajo de las de Hoffmann, que fueron de un 2,6 global y un 1,6 por habitante. Como mejor se aprecia la magnitud de las diferencias es comparan­do los niveles de la producción industrial por habitante en 1770 con los nive­les de 1815. Mis cálculos implican una producción por habitante del 76 por ciento del nivel de 1815, los de Crafts del 64 por ciento y los de Hoffmann del 49 por ciento (ver Cuadro 3 y Figura 2).

La participación de la industria en la renta nacional queda en algo menos de un tercio entre las décadas de 1780 y 1830 2*. Esto significa que el creci­miento industrial generó un crecimiento de la renta por habitante de entre 0,02 y 0,03 por ciento anual. A este ritmo, la renta no se duplicaría hasta pasa­dos entre doscientos y trescientos cincuenta años —lo cual no es una transfor­mación repentina.

La agricultura

También la producción agrícola ha de ser estimada partiendo de datos pri­marios imperfectos sobre precios, estimaciones de población y superficies cul­tivadas, productividades, tamaño de las cabanas ganaderas y peso medio por animal vendido ^. Deane y Colé estimaron el crecimiento agrícola en el siglo xviii presuponiendo que el consumo por habitante permaneció inalterado'". Su índice de producción era, por lo tanto, un índice poblacional ajustado a las importaciones netas de grano. Crafts señaló que este procedimiento era inade­cuado porque la demanda de alimentos en las sociedades de renta baja tiene una considerable elasticidad/precio y renta que Deane y Colé no tuvieron en cuenu '. Los precios agrícolas relativos eran los mismos en 1760 que en 1700, y Crafts, concediendo una elasticidad/renta en alimentos de 0,7, estimó un cre­cimiento agrícola del 0,6 por ciento anual, aproximadamente un 0,2 por ciento

M Crafts (1985), p. 45; Deane y Colé (1962), p. 166. ^ B. A. Holdemess resume la opinión general de aquellos de nosotros que valiente o teme­

rariamente hemos intentado estimar la producción agregada antes de que existiera la estadística oficial (1989, p. 174):

«La Kcción de producción y productividad está tan replett de expresiones de duda, incertiduin-bre e incredulidad que se lee como una letanía para escépticos. Evidentemente es necesario tener en cuenta el carácter dudoso de todas las estimaciones de producción que no estén fundadas sobre la piedra angular de los resuludos del censo agrícola. No obstante, la precisión en el detalle no es esen­cial para la estimación de magnitudes probables o de la dirección de las tendenciasj»

'» Deane y Colé (1962), pp. 65, 74. " Deane y Colé (1976 y 1985), pp 38-44.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

por encima del índice de crecimiento de la población. A partir de 1760 los precios agrícolas aumentaron con relación a otros precios, lo cual complicaba el análisis. Crafts utilizó dos procedimientos independientes para este período. A través del primero, deflactó las estimaciones de los valores corrientes de producción por un índice de precios agrarios. Con el segundo procedimiento, supuso una elasticidad precio de un 0,8 y una elasticidad renta de un 0,7 y ob­tuvo así simultáneamente estimaciones de la renta nacional y la producción agrícola. Para los años comprendidos entre 1760 y 1800 los dos procedimien­tos generaron estimaciones similares: índices de crecimiento anual del 0,44 y el 0,50, respectivamente. Para los años comprendidos entre 1800 y 1830, Deane y Cele deflactaron las estimaciones de la renta nominal y estimaron una tasa de crecimiento del 1,64 por ciento anual. Aunque sin rechazar esta estimación Crafts repitió para este período los procedimientos que había utilizado para el siglo xvin. Los resultados de los dos procedimientos empleados difirieron con­siderablemente; al deflactar obtuvo un crecimiento anual del 1,18 por ciento y las estimaciones de la demanda resultaron en un 1,88 por ciento. En sus traba­jos subsiguientes Crafts ha utilizado la estimación más baja.

Los historiadores de la agricultura británica han presentado recientemente estimaciones independientes de la producción agraria agregada, basados en la historia de la producción ' . Los agregados combinan su{>erficie cultivada y es­timaciones sobre el rendimiento por acre, y estimaciones del volumen de las cabanas y del peso medio por cabeza para la producción ganadera, en interva­los de cincuenta años desde 1700 hasta 1850. En este siglo y medio estas esti­maciones de la producción crecen aproximadamente al mismo ritmo que la es­timación de Crafts: ésta mostraba una producción en 1700 alrededor de un 10 p)or ciento menos que las estimaciones de producción independientes. Las esti­maciones de Holderness-Allen no intentan estimar movimientos a corto plazo pero plantean algunas dudas sobre la cronología del crecimiento agrícola. Con­trariamente a las conclusiones de Crafts ^Kjue dan un crecimiento inicial rela­tivamente alto, casi un estancamiento durante más o menos una generación tras la mitad del siglo, y por último un crecimiento acelerado a principios del siglo XIX—, ellos señalan un crecimiento casi uniforme.

La estimación de Crafts sobre la producción agraria y el crecimiento de la productividad ha sido criticada tanto por la debilidad de su base probatoria " como por su patente inconsistencia con las teorías generales sobre el creci­miento moderno. Jeffrey Williamson ha rechazado la teoría de que la agricul-

" Alien (1991), véase Tabla 1, p. 35; Chartres (1985); Holdemess (1989). » Mokyr (1987), pp. 303-317.

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tura avanzó en una magnitud similar a la del avance industrial, trazando analo­gías con la industrialización en los demás países: «La teoría de que ios sectores modernos muestran unos índices mucho más rápidos del aumento de la pro­ductividad, mientras los sectores tradicionales se quedan rezagados, ha sido central en todos los informes sobre la industrialización, pasados y presentes». También ha indicado que las estimaciones de productividad hechas por Crafits no pueden encajar en una visión macroeconómica consistente de la Revolu­ción Industrial 1

Al valorar las estimaciones agrícolas es importante recordar que estamos proyectando retrospectivamente desde un conocimiento seguro del final del período. Mediado el siglo xix la agricultura británica tenía la productividad más alta de Europa, empleando únicamente una pequeña proporción de los recursos nacionales y aun así alimentando a la mayoría de los británicos a pa­sar de las décadas de rápido aumento de la población. Si el crecimiento agríco­la fue tan lento como sugieren algunos de los críticos de Crafts, la agricultura británica fue extraordinariamente productiva en la primera parte del siglo xvni y los británicos llegaron antes de ese período a la superioridad agrícola. Pero la proporción de la población en las ciudades británicas no empezó a distan­ciarse de la del resto de Europa Occidental hasta el siglo xviu '.

La agricultura constituyó una gran parte de la economía británica del siglo xvin. Por lo tanto, las estimaciones del crecimiento agrícola forman una parte importante de las estimaciones del desarrollo británico agregado anterior a la mitad del siglo xix. Si el crecimiento agrario fue más lento en los cien años an­teriores a 1850 de lo que ha estimado Crafts, entonces el crecimiento agregado también fue más lento. En conjunto, la nueva valoración de Crafts ha llevado ya a los historiadores económicos a la conclusión de que el crecimiento fue más lento de lo que se pensaba anteriormente. Un crecimiento agrícola todavía más lento implica un nivel de vida británico todavía más alto a media­dos del siglo xvm y una supremacía británica anterior. Si éste es el caso, los historiadores tendrán que dedicar su atención al cambio durante períodos an­teriores.

Los servicios

No se puede medir con ninguna exactitud el sector servicios —tarea difícil incluso en las economías modernas— a finales del siglo xvm. Deane y Colé di-

X Crafts (1987a). pp. 273-274. " Wrigley (1986), p. 147.

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UNA NUEVA EVALUAQON MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

FIGURA 3

Renta nacional británica, 1700-1870

Renta total (millones de $ USA 1970)

$ 100

$10

1700 1725

$ 1.000-1

1750 1775 1800 1825

Renta per capitai$ USA 1970)

1850

$500

$ 2 0 0 -

1875

1700 1725 1750 1775 1800 1825 1850 1875

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vidieron el sector servicios del siglo xvín en «gobierno y defensa» y «rentas y servicios» y Craíts ha seguido apoyándose en estas estimaciones. Los gastos pú­blicos registrados fueron deflactados por el índice de precios Schumpeter-Gil-boy ^ Se daba por sentado que las rentas y los servicios crecían con el creci­miento de la población. Crafts consideró también un sector comercial (que estaba incluido en la industria de Deane y Colé para el siglo xviii) y supuso que creció al par que la renta nacional ^ . Para los primeros años del siglo XIX, Crafts rechazó la deflactación de Deane y Colé del valor corriente de la pro­ducción por el índice de precios de Rousseaux; según él, el deflactor era inade­cuado y los resultados altamente improbables. En lugar de ello, él construyó unas estimaciones alternativas basadas principalmente en estimaciones del em­pleo **.

La Renta Nacional

La nueva evaluación de Crafts ha alterado de forma fundamental la ima­gen del crecimiento agregado. En el Cuadro 4 y Figura 3 se comparan los índi­ces de la renta nacional de Crafts y Deane y Colé tanto en términos de agrega­ción como por habitante. Deane y Colé muestran un desplazamiento hacia un crecimiento alto de la renta por habitante coincidiendo con las innovaciones textiles de ñnales del siglo xviii. Los datos de Crafts no muestran tal desplaza­miento. El crecimiento por habitante aumentó ligeramente alrededor de 1780 ó 1800, pero si hubo una ruptura en la tendencia, en lugar de una aceleración durante casi dos siglos, se produjo después de las Guerras Napoleónicas.

m. UNA NUEVA VISION COHERENTE DEL DESARROLLO BRITÁNICO

Los nuevos indicadores de la renta agregada proporcionan una visión co­herente del crecimiento en Gran Bretaña, que contrasta con la que era acepta­da anteriormente. La transformación industrial se ve ahora muy reducida a los

'* Jackson (1990) ha criticado los procedimientos de Craíts, pero sobreestimado la importan­cia de sus descubrimientos. No existe un procedimiento que sea demostrablemente «correcto» y la mayor diferencia que obtuvo fue de menos de dos décimas por ciento al año para el período comprendido entre 1760 y 1800 —una diferencia acumulativa del 8 por 100 debida a las diver­sas incertídumbres que contienen los cálculos.

" Crafts (1985), p. 28. >» Crafb (1985), pp. 34-37.

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UNA NUEVA EVALUAQON MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRLU,

CUADRO 4

Renta nacional, 1700-1870, Crafts y Deane y Colé (US 1970 $ según Crafts)

TotaKíAn.) Percapita Total (Un.) Percapita

1700

1760

1780

1800

1830

1870

2.0

3,0 3,4

4,5 8,1

23,6

330

400

400

430

500 900

1,3 1,9

2,1 3,2

8,1 23,6

190

250 250

310

500 900

FUENTES: Crafts y Harley (1992), Cuadro 4. Deane y Colé (1962), pp. 78 y 106.

CUADRO 5

Fuentes del crecimiento 1700-1860. Estimaciones de Crafts (% anual)

1700-60

17601800 ..

1801-31 1831-60

Renta

. 0,7

1,0

1,9 2,5

Tasa de crecimiento

K

0,7

1,0

1,7 2.2

L

0,3 0,8

1,4

1,4

T

0,05 0.2

0,4

0,6

C

K

0,24 0,35

0,60

0,70

ontribttcí

L

0,15 0,40

0,70 0,70

ón al crecimiento

T

0.01

0,03 0,06

0,09

"Residuo'

0,03

0,2

0,5

1,0

NOTAS: K — capiul; L — trabajo; T — tierra. La participación de los actores para la estimación es: capital, 0,35; trabajo, 0,5; tierra. 0,15.

FUENTES: Crafts y Harley (1992), cuadro 5 incluyendo el factor tierra.

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famosos sectores de la Revolución Industrial. El mayor crecimiento se dio en los textiles de algodón. Parte del crecimiento de la industria se debió a que los consumidores británicos compraran textiles de algodón, pero todavía más a que la industria británica se hiciera con los mercados textiles extranjeros. La economía británica se fiíe haciendo cada vez más industrial y urbana con el crecimiento del sector textil «moderno». La máquina de vapor permitió que las hilanderías abandonaran la energía hidráulica y se instalasen en las ciuda­des, y los trabajadores urbanos y el capital se desplazaran de la agricultura ru­ral a la industria urbana. La urbanización no se hizo sin fricciones, pero fue mucho más rápida en Gran Bretaña que en la mayoría de las sociedades que han realizado tal transición. Sin embaigo, el aumento de la renta por el creci­miento de la industria urbana fue modesto. Gran parte de la industria urbana era simplemente una concentración de la actividad, y la exporución de dos tercios de la producción de algodón transfirió los beneficios del cambio tecno­lógico a los clientes extranjeros.

£1 cambio agrícola desempeñó una función importante, aunque su dimen­sión y cronología exactas se encuentran ocultas en la complejidad de la econo­mía rural. La tecnología agrícola avanzó, desde luego, mucho menos que la de los principales sectores industriales, pero probablemente más que la de otros sectores industriales y de servicios. Además, la agricultura británica, probable­mente por su estructura de clases, cedió su mano de obra y capital a los secto­res en rápido crecimiento, en comparación con la historia de la industrializa­ción en los demás países '. La mano de obra en el sector primario de la economía, aunque aumentó, descendió espectacularmente en proporción a toda la fuerza laboral: de un 40 por ciento en 1801 a sólo un 23 por ciento en la década de 1840'". Las demás economías europeas no llegaron a tener esta participación tan baja del empleo en el sector primario hasta un siglo después. En la mayoría de los países, durante las primeras fases de la industrialización la mano de obra abandonó lentamente el sector primario, abriéndose una gran brecha de la productividad laboral entre la agricultura y la industria. En Gran Bretaña no se produjo tal diferencia. La estimación de Deane y Colé para 1840 muestra al 25 por ciento de la fuerza laboral dedicada al sector primario y una parte esencialmente similar de la renu (24,9), producida por el sector. Para el mismo nivel de rento, el sector primario empleaba en la economía eu-

» Esta hipótesis y los orígenes de la relación entre las clases en la agricultura británica ha si­do estudiada con alguna profundidad por Robert Brettner (1976).

*> Crafts (1987), p. 257.

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UNA NUEVA EVALUAOON MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ropea media («la norma europea») el 54 por ciento de la fuerza laboral para producir el 37 por ciento de la renta '.

Desde 1770 hasta 1830, los años de la Revolución Industrial clásica, la renta real creció modestamente y el nivel de vida mejoró con lentitud. En las estimaciones de Crafts, el cambio relativamente rápido del gran sector agrícola (que a mediados del siglo xvni constituía aproximadamente la mitad de la fuerza laboral y algo menos de la mitad de la renta, pero descendió rápida­mente a principios del xix) demostró ser tan importante para el desarrollo como la nueva tecnología industrial —que se limitaba a una parte relativamen­te pequeña de la economía (ni siquiera en 1841 sobrepasaba el 40 por ciento de la industria ni el 12 por ciento de la renta nacional).

Aunque el cambio económico que se produjo en Gran Bretaña a finales del siglo xvín y comienzos del xix fue más lento de lo que se pensaba anterior­mente, marcó el comienzo del desarrollo económico moderno. La característi­ca básica de la economía pasó de ser el equilibrio tierra/población al cambio tecnológico y la acumulación de capiul. El procedimiento empleado por Ro-bert Solow (1956) para estimar las contribuciones de los factores al crecimien­to del producto e identificar un crecimiento «residual» debido al «cambio tec­nológico» constituye el primer paso para explicar el crecimiento dentro de un marco neoclásico de agregación. El sistema presupone que puede representar­se adecuadamente el output nacional como un agregado producido por una función de producción bien especificada. Se supone que la competencia da lu­gar a precios de los factores que son proporcionales al producto marginal de cada uno de ellos. En estas circunstancias, el crecimiento de la producción de­bido al crecimiento de un factor es igual a la tasa de crecimiento del factor multiplicado por su participación en la renu total. El «residuo» o «crecimiento total de la productividad del factor» es la diferencia entre el índice de creci­miento de la producción medido y el crecimiento previsto por el aumento de los insumos *^.

En el Cuadro 5 aparecen las fuentes usadas en los cálculos del crecimiento. El aumento en las tasas de crecimiento de los factores generó aproximadamen­te dos tercios de la aceleración del crecimiento de la producción entre los pri­meros años del siglo xvui y los años centrales del siglo XIX. El aumento de la población se aceleró en las últimas décadas del siglo xvra, y el ahorro y la in-

« Craftt (1985). c«p. 3. ^ Las restricciones par» obtener una ecuación exacu de los residuos en relación con el cam­

bio tecnológico ha llevado a muchos a cuestionar la relevancia del ejercicio (Berg y Hudson, 1991). A pesar de su indudable margen de error, estos cálculos parecen muy firmes (Crafts y Har-ley, 1992).

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versión mantuvieron el capital por persona en aproximadamente el nivel que tenía en 1760. Tanto en la industria como en la agricultura se produjo un au­mento de la productividad. Si podemos creer en los cálculos ligeramente espe­culativos de Crafts, la productividad avanzó algo más deprísa en la agricultura que en la economía en su conjunto.

CUADRO 6

Contribución sectorial a la productividad Crecimiento porcentual anual, 1780-1860

Estimación de McCloskey Participación Productividad Contribución Productividad Contribución

Algodón 0,070 2,6 0,18 Esumbre 0.035 1,8 0,06 Lana 0,035 0,9 0,03 Hierro 0,020 0,9 0,02 Ginales

y ferrocarriles ... 0,070 1,3 0,09 Flott mercante 0.060 2.3 0,14

1,9 1,3 0,6 0,9

1,3 0,5

0,13 0,03 0,02 0,02

0,09 0,03

Suma de los sectores modernizados ... 0.290 1.8 0,52 1,2 0,34

Agricultura Todos los demás

0,270 0.850

0,4 0,6

0.12 0,55

0.7 0,02

0,19 0.2

TottI 1.410 1,19 0,55

FUENTES: McCloskey (1981), p. 114, con las revisiones comentadas en el texto.

En un estudio hecho en 1981, Donald McCloskey reunió información co­rrespondiente a diversas industrias y sectores en un interesante esfuerzo por encontrar «la localización de la inventiva». El crecimiento agregado de la pro­ductividad total de los factores —calculado restando al crecimiento estimado de la producción agregada, el crecimiento del insumo agregado— equivale a una media ponderada del crecimiento total de la productividad por factores de las industrias individuales. McCloskey realizó «estimaciones rudimentarias del cambio anual de la productividad por sectores» para varias industrias en proceso de modernización y para la agricultura '. Las estimaciones para estos

« McCloskey (1981), pp. 108-117 y 124-127.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUgON INDUSTRIAL

sectores, una vez ponderadas, generaron un crecimiento de la productividad total agregada de los factores que apenas sobrepasaba la mitad de la producti­vidad total por factores obtenida por cálculos agregados usando la estimación de la renta nacional de Deane y Colé. McCloskey atribuyó la restante produc­tividad agregada de los factores a «todos los demás sectores» y concluyó que «de 1780 a 1860 la inventiva se extendía por toda la industria británica» ^. La revisión de las estimaciones sobre la renta nacional alteran esta conclusión. En lugar del 1,19 por ciento anual que Deane y Colé asignaban al crecimiento de la productividad agregada, la revisión hecha por Crafts daba sólo el 0,55 anual. El crecimiento de la productividad que McCloskey estimó para los sectores modernos y la agricultura agota por completo la ci&a de crecimiento obtenida por la agregación de Crafts *^.

El estudio de McCloskey, aunque se trata de un precario e inseguro proce­so de identificación de residuos, es extremadamente interesante y debe recon­siderarse con los nuevos agregados. El Cuadro 6 muestra nuevos cálculos (junto con los cálculos originales de McCloskey para su comparación) que incluyen la revisión de algunas de las estimaciones de la productividad industrial de McCloskey para retirar las sobreestimaciones del cambio de la productividad en varios sectores (algodón, lana y transporte marítimo) ^. Aunque el creci­miento de la productividad en los sectores modernizados sólo se produjo a dos tercios del ritmo calculado por McCloskey, la contribución de estos secto­res, junto con la estimación de Crafts sobre el cambio tecnológico agrícola, prácticamente agotan el cambio agregado de la productividad total por fac­tores.

Según los cálculos agregados, el cambio tecnológico se redujo a la produc­ción de textiles de algodón y de hierro y estos sectores eran demasiado peque­ños para acelerar mucho el crecimiento agregado. Otras industrias apenas su-

« McCloskey (1981), p. 117. « Crafts (1985), p. 86; (1987), p. 250. * McCloskey exageró el cambio en la productividad de los textiles de algodón por una so­

breestimación del descenso de los precios de las telas de algodón (comparó el precio de una mu­selina de fantasía —un aterciopelado— en la década de 1780, con el de un percal de estampado corriente en 1860). El percal gris se vendía en las décadas de 1760 y 1770 por aproximadamente tres veces su precio (no 15 vece») a mediados del siglo xix (Harley, 1982, pp. 271 y 286-291). McCloskey atribuía en todo el período al estambre y las lanas el índice de crecimiento de la pro­ductividad correspondiente a los años comprendidos entre 1805 y 1860. L41 historia de la indus­tria señala un avance tecnológico muy pequeño a principios del siglo xix, por lo que el índice del cambio para todo el período debe ser rebajado. Por último, McCloskey utiliza la estimación del cambio de la productividad en el transporte marítimo del Atlántico Norte construida por North (1968) como estimación del cambio tecnológico en el transporte costero y oceánico. Un trabajo reciente (Harley, 1989) ha demostrado que en el transporte marítimo el cambio tecnológico fue mucho más lento.

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frieron cambios. Pero el crecimiento agregado fue sólo una parte del cambio ocurrido en Gran Bretaña. Un visitante que llegara a Manchester en la década de 1840 tendría razones para pensar que el cambio no había sido ni lento ni localizado. Ante él, bajo el humo de las fábricas, se extendía un fenómeno —amenazador o prometedor según su punto de vista— que no había existido cuando él era niño: una gran ciudad industrial mucho más pequeña, desde lue­go, que Londres, pero totalmente distinta. Aquí estaba una sociedad dominada no por la élite tradicional, sino por los dueños de las fábricas, y amenazada por un proletariado. Manchester albergaba una nueva industria, creada por la tec­nología de Arkwight, Crompton y Watt, ligada al comercio exterior tanto por sus materias primas como por sus ventas. Esta ciudad, creada por la nueva tec­nología industrial y por el comercio (como Liverpool, Glasgow y Birmingham), sacudió los cimientos de la sociedad de la aristocracia británica. Su clase me­dia, compuesta por propietarios de fábricas con creciente poder económico, ya había forzado una reforma del Parlamento y se agitaba exigiendo el mercado libre. Sus empleados, el nuevo proletariado, exigía reformas más radicales de la Cartó del Pueblo —el sufragio masculino; el voto secreto, distritos electorales iguales, la abolición de la condición de propietario exigida a los miembros del Parlamento; salarios para los miembros del Parlamento y reuniones anuales de los Parlamentos—. La Revolución Industrial habria aumentado con lentitud la rento por habitante, pero creó ciudades y clases que desafiaron al orden esto-blecido.

CUADRO 7

Producción y consumo de textiles de algodón: Efectos de las relaciones reales de intercambio

Cantidades

181Í 1841

Producción 100 Algodón en rama 23 Consumo:

Algodón 40 Importtciones 3?

Gjnsumo agregado: Precios de 1815 75 Ptecios de 1841 55

520 236,5

208 75,5

283,5 179.5

Precios

181! 1841

1.0 0.5

1,0 1.0

índice. 1815 378 326

0.3 1,0

- 1 0 0

FUENTE: Véase texto.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La industña, sobre todo la del algodón, de cuya producción aproximada­mente dos tercios eran destinados al extranjero, logró un fuerte aumento gracias a la exportación. En 1840 las cifras de población de Manchester y Liverpool se aproximaban al medio millón; más o menos el mismo número de personas habi­taban las demás ciudades textiles de Lancashire. Una urbanización similar, aun­que algo menos intensa, basada en el algodón, se había producido en las tierras bajas del oeste de Escocia. El hierro tuvo menos impacto. Birmingham, el cen­tro de la fabricación del metal, había crecido con rapidez, pero seguía siendo al­rededor de un 25 por ciento menor que Liverpool o Manchester.

En los primeros años del reinado de la reina Victoria, las fírmas británicas dominaban la industria moderna del mundo ^ . Muchos contemporáneos e his­toriadores han hablado de un monopolio británico. Pero aunque hubo domi­nio británico, no hubo monopolio; aquello fue más bien un capitalismo com­petitivo. Las empresas entraban con facilidad en la industria algodonera y vendían en mercados competitivos. No pudieron impedir que los precios caye­ran hacia los costes de producción. Los beneficios del cambio tecnológico fue­ron para los consumidores en forma de precios más bajos. La estructura com­petitiva de la industria textil del algodón significó que mientras el mundo salía beneficiado por las mejoras en la tecnología británica, Gran Breuña ganaba muy poco más con aquellas exportaciones.

Gran Bretaña exportaba algodones para obtener materias primas y produc­tos alimenticios. En los veinticinco años que siguieron a las Guerras Napoleó­nicas, el cambio tecnológico redujo casi a la mitad la mano de obra y el capital necesarios para fabricar en Lancashire una pieza de algodóa El mercado com­petitivo causó un descenso de los precios y en 1840 con una pieza de tela ex­portada sólo podía adquirirse la mitad de los productos alimenticios que se habían adquirido al final de la guerra. El mismo cambio tecnológico que había generado el crecimiento de la industria hizo que la relación de intercambio se deteriorase.

Puesto que las alteraciones de los precios transfirieron los beneficios del cambio tecnológico a los consumidores extranjeros, la agregación convencio­nal sobreestima los beneficios que obtuvo Gran Bretaña del crecimiento de la industria algodonera. Los cálculos que aparecen en el Cuadro 3 ilustran estos ór­denes de magnitud. En 1841 Gran Bretaña produjo 5,2 veces tantos textiles de algodón como había producido en 1815. En ambos años se exportó aproxima-

" Bairoch (1982) estima que Gran Bretaña contenía más de la mitad de la industria moderna en 1840. Gran Breuña adquirió el 7? por ciento de la producción mundial de algodón en ranu y participó considerablemente más en el valor de su producción, por la media más elevada que da­ba la hilatura realizada en Gran Bretaña (Ellison, 1886, pp. 100, 146).

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damente el 60 por ciento de la producción. Piénsese que con estas exportacio­nes se pagaba en primer lugar el algodón en rama importado y después la im­portación de un conjunto representativo de bienes de consumo. En 1815 las importaciones de algodón en rama costaron aproximadamente una cuarta par­te del valor total de la producción; en 1841 la proporción fue ligeramente más alta, de un 31 por ciento. En 1815 el 35 por ciento de la producción se expor­tó a cambio de bienes de consumo extranjeros. En 1841 alrededor del 29 por ciento se exportó a cambio de bienes de consumo extranjeros —4,3 veces los textiles que en 1815—. Pero con una pieza de tela de algodón ahora sólo se podía adquirir la mitad de las importaciones. La cantidad de algodón produci­do aumentó 5,2 veces, pero el consumo que este aumento (de productos de algodón y de importación) facilitó a los consumidores británicos aumentó úni­camente unas tres veces o tres veces y media (3,8 veces si el algodón y las im­portaciones se valoran a los precios de 1815, ó 3,3 veces si se valoran a los de 1841). Así pues, las exportaciones tuvieron un impacto directo pequeño sobre la renta nacional. Pero al mismo tiempo aumentaron en gran medida el volu­men de la industria y su impacto social.

La revisión de las estimaciones agregadas básicas del crecimiento británico, combinada con un enfoque neoclásico, nos da una visión general de los cam­bios producidos en la economía británica durante los años finales del siglo xvffl y primeros del xix ^. Los cambios revolucionarios de la industria se redu­jeron en gran parte a los famosos sectores textil, siderúrgico y del transporte. Incluso combinados, su cambio tecnológico no contribuyó sino modestamente al crecimiento del output agregado. La £unosa tecnología industrial produjo un crecimiento de la renta nacional de alrededor de un 0,3 por ciento anual. Esto requeriría dos siglos para que la renta se duplicase. No obstante, el cam­bio industrial colaboró al cambio de la estructura social, del comportamiento demográfico y del hábito del ahorro. Por supuesto sigue siendo posible que estos cambios sociales estimularan el crecimiento. Pero de todas formas, no pa­rece posible mantener la teoría de que las innovaciones en la hilatura del algodón revolucionaron el desarrollo británico en el curso de una generación.

Las nuevas estimaciones de la renta nacional revelan un largo período de transición. Probablemente el crecimiento comenzó a acelerarse en los últimos años del siglo xvn o primeros del xvin. A finales del siglo xvín tuvieron lugar importantes iimovaciones en algunas industrias, pero el crecimiento de la renta nacional por persona se aceleró muy poco. El cambio agrícola acelerado con-

« La consistencia interna de esa teoría está confirmada por cálculos basados en un modelo computable de equilibrio general.

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UNA NUEVA EVALUAOON MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

tribuyó casi tanto como la innovación industrial. El desarrollo económico mo­derno no quedó plenamente establecido en Gran Bretaña hasta la era del fe­rrocarril.

A pesar del moderado impacto de la tecnología industrial sobre el creci­miento agregado, los cambios en la actividad económica alteraron profunda­mente la estructura social británica. En la década de 1830, una combinación del rápido crecimiento de las industrias textiles con base urbana, que exporta­ban la mayor parte de su producción, y el descenso en la participación de la fuerza laboral en la agricultura, dio lugar a la primera economía industrial ur­bana. Tanto la tecnología industrial como el flujo laboral saliente de la agricul­tura fueron importantes. El rápido cambio tecnológico ocurrido en los textiles y el hierro llevó a unos descensos espectaculares de los precios que dieron a los productores británicos la ventaja, rápidamente aprovechada, de poder cu­brir una gran parte de ia demanda mundial en estas industrias. En la década de 1840, los productores británicos de algodón exportaron más o menos el se­senta por ciento de su producción *^. La industria siderúrgica exportó la cuarta parte de su producción y la industria lanera aproximadamente el veinte por ciento ^.

La transformación británica requería tanto una movilidad de la mano de obra y de otros factores de producción, que se desplazara desde la agricultura a la industria, como mejoras en la tecnología industrial. Eñ términos históricos, los británicos se adaptaron con mucha rapidez. Probablemente el alto nivel del cambio tecnológico agrícola, el rápido aumento de la producción y la transfe­rencia de la mano de obra surgieron de la estructura social de la Gran Breta­ña rural. En la agricultura una gran parte tanto de los hombres de empresa como de la mano de obra era ajena a la propiedad de la tierra. Esta separa­ción de la mano de obra de los medios de producción hizo a la primera muy sensible a los estímulos del mercado.

IV. LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS: UN ENFOQUE ALTERNATIVO

Los contemporáneos, desde los economistas clásicos hasta los reformado­res radicales, prestaron mucha atención a la distribución. Vieron la industriali­zación como un proceso que en primer lugar enriqueció a las clases propieta-

<' ElUson (1886), p. 60. » Deane y Colé (1962), pp. 196-225.

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rías, mientras en el mejor de los casos pasó de largo ante la clase trabajadora y más probablemente hundió en la miseria a una parte del proletariado. Hace una generación, los datos agregados parecían indicar una redistribución consi­derable perjudicial para la clase trabajadora. Deane y Colé estimaron la renta por habitante en 2,4 veces su nivel de 1780, pero el índice de salarios reales de Phelps Brown y Hopkins lo aumenta sólo en un 30 por ciento (1956).

Recientemente, Peter Lindert y Jeífrey Williamson han seguido la evolu­ción de la distribución de la renta a partir del siglo xvn, reconstruyendo y me­jorando las estimaciones de los ingresos de las diversas clases hechas por di­versos contemporáneos '^ Las distribuciones de la renta mostraban unos altos niveles de desigual en comparación con los de la Gran Bretaña moderna y de otros países desarrollados, y también, aunque la diferencia es menos aguda, con los de otras sociedades de finales del siglo xix. Las mediciones indicaban que la desigualdad aumentó entre finales del siglo xvii hasta mediados del XIX, antes de empezar a bajar a los niveles del siglo xx —una configuración de aumento y después descenso de la desigualdad al producirse el crecimiento que se conoce como «la curva de Kuznets» ' .

Pero las mediciones de Lindert y Williamson no representan correctamen­te las distribuciones de la renta. E. H. Phelps Brown ha analizado sus datos re­cientemente utilizando la técnica de los «Pen parades», que ilustra mejor las experiencias de diversos grupos de renta''. La conclusión a que llega es que los cambios en las estimaciones de la distribución de la renta pueden verse como un proceso continuado (aunque durante las Guerras Napoleónicas los muy pobres perdieron y los muy ricos ganaron). El caracteriza el cambio de

" Linden (1980, 1986), WillUmson y Under (1982, 1983a). Wiliiamson presentó también datos de salarios para diversas ocupaciones que indicaban una creciente desigualdad (1985, Caps. 2 y 3). La valoración crítica ha desactediudo grandemente estos datos (Feinstein, 1988b; Jackson, 1987).

" Esto significa una modificación de una teoría anterior (Soltov, 1968; O'Brien y Engerman, 1982) que partiendo de las mismas fiíentes concluyó que la distribución de la renu no cambió de manera significativa antes del sigjo xx. Las estimaciones de Lindert y Williamson muestran una menor desigualdad en los primeros años, principalmente por la revisión de las cifras ocupa-cíonale* que da la investigación de Lindert en el tegistio de enterramientos (Lindert, 1980). Crafts ha señalado que las cifras basadas en King son especialmente inseguras y es muy posible que infravaloren la desigualdad al no considerar los bajos salarios que prevalecían en el norte (1989, p. 87).

" Los «Pen parades», que deben su nombre al economisu holandés Jan Pen, que los ideó, son gráficos de niveles de renu individual contrasudos con percentiles de la distribución de la renta. Pata un comentario sobre la interpretación de la distribución de la renta, véase Phelps Biown (1988), cap. 9.

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UNA NUEVA EVALUAaON MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

manera distinta a la de Williamson y Lindert y sus conclusiones son dignas de mención en detalle '•*:

En suma, la estructura de las rentas ha cambiado entre 1688 y 1867, pasan­do de tres escalones muy marcados a un suave escalonamiento. Caracterizar de esta forma la estructura de 1688 es simplifícarla demasiado; pero al contrario que la estructura posterior, sí parece formada por tres grupos —los campesinos, que constituían la mitad del número total de perceptores de rentas; «la aristocra­cia del trabajo», los artesanos, y con ellos los propietarios de tierras y los profe­sionales un grupo medio con rentas sustancialmente más elevadas que las de los trabajadores, en pronunciado aumento dentro de sus límites; y en la cúspide algunas rentas realmente muy altas. En 1867 este panorama había cambiado no­tablemente. El grupo inferior había aumentado en relación con los otros y dife­ría menos en su composición. El grupo medio no se diferenciaba ya de forma tan aguda de los de abajo, ni en el ritmo a que aumentaban sus rentas, ni como parte proporcional de la renta total. Hasta aquí, el movimiento había sido hacia una mayor igualdad. Pero en relación con los otros dos, el grupo de la cúspide se había hecho más rico que nunca. Las «Pen parades» sirven para mostrar y lo­calizar estos diversos cambios, en cuya presencia cualquier medición de la desi­gualdad significa poco.

Los historiadores saisen desde hace mucho que dentro de las clases traba­jadoras se produjo una gran variedad de experiencias. En el norte las rentas fueron inicialmente bajas, pero subieron mucho más deprisa que en el sur. Las posibilidades industríales aumentaron más que las posibilidades agrícolas. La tecnología industrial empobreció a algunos, sobre todo al cuarto de millón de tejedores manuales del algodón, mientras creó una «aristocracia laboral» de trabajadores cuya pericia se hacía más valiosa con el cambio tecnológico ". Los mercados de trabajo y de capital se segmentaron en los aspectos regional, in­dustrial y de clase y no obtuvieron rendimientos iguales a lo largo de la econo­mía. Unos mercados de factores más eficientes hubieran aumenudo el output, tal vez considerablemente ^. Pero las ineficiencias no se originaron en el siglo xvín y probablemente se redujeron, a pesar de las marcadas diferencias del im­pacto regional que causó el cambio tecnológico.

Para conocer plenamente la transición británica hacia un desarrollo econó­mico moderno hay que considerar la segmenttción del mercado por regiones, clases, costumbres y otras fuentes de inercia. El cambio rápido alteró la distri­bución de la rentó. Durante largos períodos de desequilibrío, algunos sectores

'< PhelpsBrown (1988), pp. 314-315. " En varios lugares, Crafts ha llamado la atención sobre los problemas regionales (1982;

1985, pp. 104-107; 1989). >» Williamson (1987b).

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C. KNICK HARLEY

CUADRO 8

Modelo computable de equilibrio general

Año base 1841 Estimación 1770

Cantidades: Producto británico:

Industria moderna Otra industria Agricultura Servicios

Participación factorial británica: Trabajo Capital Tierras

Producto del resto del mundo: Industria moderna Otra industria Agricultura Servicios

Participación (actorial del resto del mundo: Trabajo Capital "fierras

Comercio británico: Exportaciones modernas Imporuciones, agricultura

Precios: Industria moderna Otra industria Agricultura Servicios Trabajo británico Capital británico Tierra británica

Utilidad hñtáiácípercapita

12,4

22,0

22,1

43.5

53,1 38,1

8.8

11,2

126,4

297,0

219,2

332 205 120

6,8 6,8

1,00

1,00

1,00

1,00

1,00

1,00

1,00 100

1,8 9,9 8.2 17,6

22,8

16,4

8,8

11,2 128,3

293,7

216,8

332 205 120

0,9 2,0

2.11 0,76

1,00

0,76

0,76

0,75

0,37

88

290

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTMAL

en crecimiento obtuvieron extraordinarios beneficios y algunos sectores en de­cadencia padecieron dificultades extraordinarias. Los nuevos equilibrios se ca­racterizaron por unas distribuciones alteradas de la renta. La variedad regional e industrial tiende a verse oscurecida en las valoraciones macroeconómicas agregadas y requieren un continuado y cuidadoso estudio para conocer plena­mente las fuentes y las consecuencias de la Revolución Industrial ".

¿Por qué fue tan lento el crecimiento? La guerra y la naturaleza del crecimiento británico

El crecimiento económico británico no se aceleró sino gradualmente en el siglo XIX. En comparación con el crecimiento inicial de otros países ahora avanzados, el crecimiento británico fue lento; más lento de lo que anterior­mente se pensaba. Jeffrey Williamson '* ha indicado que Gran Breuña creció más despacio que otras sociedades industriales más recientes, sobre todo por los veinticinco años de guerra con la Francia revolucionaría y con Napoleón. Con su visión plantea Williamson dos cuestiones importantes: ¿Cuál fue la na­turaleza del crecimiento británico inicial, especialmente en comparación con la aparición del desarrollo moderno en otros países? Y, si las Guerras Napoleóni­cas jugaron un papel importante y costoso en la historia de aquel período, ¿qué impacto tuvieron?

Teorías globales distintas sobre el desarrollo británico

Crafts y Williamson han comparado las teorías básicamente diferentes so­bre el desarrollo brítánico con el desarrollo que se inició más tarde en otros países. La hipótesis de Williamson es que el crecimiento económico moderno se inició siguiendo un patrón general, aplicable a las economías contemporá­neas del Tercer Mundo, a los Estados Unidos en el siglo xix y a Japón en el XX. Estos ejemplos le llevaron a señalar que la modernización comienza en ge­neral con un rápido crecimiento y con especial énfasis en la manufactura. Que en el impulso inicial, la productividad, debe crecer rápidamente en los sectores modernos, y la formación de capital acelerarse, lo que da por resultado un cre-

" BergyHudson(1992). '« Williamson (1985.1987a).

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C KNICK HARLEY

cimiento rápido. Pensaba que sólo el esfuerzo de la guerra desvió a Gran Bre­taña de la norma general''.

Crafts partió de una visión fundamental distinta que subrayaba las diferen­cias entre Gran Bretaña y las economías europeas de industrialización poste­rior **>. Para él, los Estados Unidos, Japón y el mundo contemporáneo no pre­sentan analogías convincentes. Gran Bretaña fue la pionera de la in­dustrialización durante un largo período, en el que fueron emergiendo lenta­mente las instituciones y tecnologías adecuadas. A finales del siglo xviii tuvie­ron lugar cambios revolucionarios en unas cuantas industrias manufactureras —sobre todo en los textiles y en el hierro—, pero los cambios no fueron gene­rales. La mayor parte de los productos del metal y de casi todos los demás productos industriales seguían fabricándose como en los antiguos tiempos. Los datos, aun siendo como son imperfectos, indican que la agricultura, lejos de ser un sector rezagado como en muchas industrializaciones posteriores, ex­perimentó un cambio tecnológico más rápido que la mayor parte de la econo­mía, con excepción de las nuevas industrias.

Desde el punto de vista de Crafts, la aparición lenta del desarrollo británi­co fue natural. Pero desde el punto de vista de Williamson, el lento crecimien­to durante la «fase heroica de la Primera Revolución Industrial» requería ser estudiado. Comentó ':

incluso durante la desaceleración de la productividad, la crisis del petróleo, los obstáculos maltusianos y la escasez de capitales en el extranjero, en la década de 1970 el Tercer Mundo logró unos índices de crecimiento anual de la renta per capita de aproximadamente el 3,2 por ciento. ¡Diez veces el de Gran Breta­ña antes de 1820!

Además,

Gran Bretaña era una ahorradora lenta... el ritmo de acumulación de capital fue tan pequeño que apenas se produjo ningún incremento en la intensidad de

Williamson señaló que Gran Bretaña creció con lentitud porque «intentó hacer dos cosas al mismo tiempo —industrializarse y combatir en unas guerras costosas— y sencillamente carecía de los recursos necesarios para hacer las dos de forma eñcaz». En especial, veía a la deuda pública emitida por los go-

» Crafts y WillUmíon (1985), pp. 87-90, 183; (1987«), pp. 269-270,272-273. «o Crafts (1985), Cap. 3. *' Williamson (1983), p. 162.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

biernos de tiempos de guerra como causante del retraimiento de la inversión productiva. En ausencia de guerras, creía que la formación de capitales, el cambio estructural y el crecimiento hubieran sido mucho más rápidos, según las pautas normales de la primera industrialización.

La guerra

Las guerras con Francia complican mucho el análisis de la revolución in­dustrial británica, y desde luego Williamson tenía razón al insistir en que no deben dejarse a un lado. La Francia revolucionaria declaró la guerra a Gran Bretaña en 1793 y los combates continuaron con intensidad hasta la derrota definitiva de Napoleón en 1815. El conflicto fue una de las grandes guerras de la historia, la conclusión del épico enfrentamiento entre Inglaterra y Francia, que había comenzado en 1689. En los 126 años transcurridos entre esta fecha y 1815, Inglaterra estuvo en guerra en 73 de ellos, y en todos éstos menos dos, contra Francia. La Figura 4 sumariza los gastos de guerra británicos en rela­ción con el PNB. Fueron guerras a gran escala; las Guerras Napoleónicas des­tacan no tanto por su intensidad —las luchas anteriores se habían llevado más o menos la misma proporción de la renta nacional— como por su duración.

Patrick O'Brien ha estudiado recientemente el impacto que tuvo el estado hanoveriano sobre la economía británica. Durante el siglo xviii la moderna na­ción-estado surgió de los conflictos que se generaron por las ambiciones conti­nentales de Francia y la oposición británica. Al final, con el Tratado de Viena y la restauración de la monarquía francesa, los británicos quedaron satisfechos: la lucha había sido costosa, pero sus intereses vitales habían sido defendidos y aumentados. Aunque no como potencia dominante en la Europa continental, Gran Bretaña aparecía como la mayor potencia mundial. O'Brien resume así el balance económico:

Se miren como se miren, los gastos de las fuerzas armadas necesarios para apuntalar la política extranjera y estratégica del reino, parecen masivos, y posi­blemente despilfarradores. En el aspecto positivo, entre 1688 y 1815 la econo­mía nacional no había sido destruida por las invasiones. Antes de 1805, no surgió en el continente europeo ninguna gran potencia capaz de obstaculizar el comer­cio del reino con el continente. La agresión extranjera contra el comercio britá­nico y los territorios de ultramar se había reducido significativamente. Tras el reconocimiento de su independencia en 1783, los Estados Unidos se habían «reincorporado» a la economía adántica que tenía por centro a Gran Breuña. Mientras tanto la diplomacia, respaldada por la fuerza miliur, había obligado a

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C KNICK HAM.EY

los imperios rivales de Portugal, España y Holanda en Sudamérica y Asia y a los Mongoles en la India, a conceder entrada al comercio y los barcos británicos.

Por supuesto, la guerra era cara, y sus costes —los hombres y el equipa­miento requerido y los desequilibrios de la economía— tenían que afrontarse en términos reales antes de que se produjeran o cuando se producían por me­dio de emisiones de títulos. Es útil, por lo tanto, considerar la teoría de Wi-lliamson, según la cual los gastos militares desviaron sobre todo recursos de la inversión, frenando seriamente el crecimiento ". Algunos costes se afrontaron antes del conflicto —se entrenaron tropas y se fabricó equipamiento que se al­macenó en tiempos de paz—. Pero la Figura 4 muestra que el gobierno tuvo que conseguir grandes cantidades de recursos para uso militar una vez iniciadas las hostilidades. Había cuatro posibles frientes de recursos: (I) del extranjero (II)

FIGURA 4

Gastos militares y renta nacional, 1690 - 1830 (precios constantes, promedio de 1720 -1774)

40

30-

20-

10

MILLONES DE UBRAS ESTERLINAS

9 V ^

GASTOS MILITARES c.

^ ^

1680 1700 1720 1740 1760 1780 1800 1820

" El mejor intento de analizar el impacto de las Guerras Napoleónicas es el realizado por Mokyr y Savin (1976). En él presta especial atención a la desorganización, además de a la desvia­ción de recurso o uso* militares. Véase también Mokyr (1987).

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UNA NUEVA EVALUACIÓN N4ACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

FIGURA 5

Inversión, deuda pública y 'ahorro total'por décadas, 1760-1849

20 %-] PROPORCIÓN DEL PNB

"AHORRO TOTAL"

15%-

10%

5%-

-5%

0%

GUI :RRA ;s-63

1760 1780 1800 1820 1840

de capacidad previamente no utilizada (UI) de la inversión o (IV) del consu­mo. Los recursos del extranjero y la movilización de recursos iníraempleados anteriormente jugaron sólo un pequeño papel. El aumento de los impuestos restó recursos principalmente del consumo. Una gran parte de los gastos de guerra fue financiada por la deuda pública; ¿hasta qué punto esto retrajo la in­versión?

En las carteras de los ricos, la emisión de valores públicos competía con las ofertas de bienes inmobiliarios. En el límite, cada libra prestada al gobierno pudo haber desplazado una libra de la inversión privada en potencia. Al con­trario que la inversión privada, los gastos de guerra del gobierno no aumenta-

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C. KNICK HARLEY

ban el capital social ni la productividad futura, de modo que el crecimiento se frenaría. Según Williamson *': «calcular un efecto de expulsión ("crowding out") del uno-por-uno tal vez no sea una inadecuada descripción del compor­tamiento durante la revolución industrial británica».

Los modelos macroeconómicos de pleno empleo (Modigliani, 1961) inspi­raron la hipótesis del efecto expulsión. En estos modelos la producción co­rriente y el ahorro individual —la voluntad de acumular activos, bien sean de capital real o de deuda pública— son exógenos. La demanda de fondos por parte del gobierno hace subir el tipo de interés real hasta que la cifra de inver­sión privada se reduce en la misma cantidad que la deuda pública.

El estudio detallado de los años de guerra ha puesto en duda la teoría de que el efecto expulsión de tiempo de guerra fi-enó fuertemente la inversión. La historia del ahorro y de los tipos de interés no se corresponde bien con las previsiones del modelo del efecto de expulsión. La Figura 5 resume la inver­sión, la deuda pública y la suma de ambas («ahorros totales») como una parte proporcional de la renta a finales del siglo xviu y principios del xix. Contraria­mente al modelo, los «ahorros totales» no parece que fueron independientes de la actividad de la guerra, sino que aumentaron de forma pronunciada du­rante ésta, para después volver a descender. La inestabilidad de los «ahorros totales» medidos se debió casi enteramente a la volatilidad de la deuda públi­ca. La formación de capital bruto aumentó con bastante regularidad durante la guerra a pesar de la deuda pública ^ .

Los modelos del efecto expulsión se apoyan en que la elevación de los ti­pos de interés real desalientan la inversión privada; por tanto un análisis del movimiento de los tipos de interés también echa luz sobre el proceso que tuvo lugar en tiempo de guerra. El tipo de interés real es un concepto difícil de pre­cisar. El tipo de interés nominal del mercado representa el intercambio de cantidades monetarias presentes y futuras y sólo suministran datos sobre los ti­pos de interés real cuando se corrigen con los cambios esperados en el precio del dinero. Por supuesto, los cambios en el precio del dinero preocuparon a los inversores en los años inflacionarios de la guerra, pero no resultaba fácil para los contemporáneos predecir el futuro de los precios. Por un lado, la su­presión por parte del Banco de Inglaterra de la convertibilidad de sus billetes en oro en 1797, y por otro, la inflación de tiempos de guerra, hicieron insosteni­ble la confianza en la estabilidad del dinero. Pero los inversores informados probablemente esperaban, con razón, como quedó demostrado, que el ñn de las hostilidades traería consigo la restauración de la convertibilidad en oro y el

" WiUiwnson (1985), p. 117. ** Feiiutin (1988), p. 446.

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUaON INDUSTRIAL

descenso de los precios. Diversos modelos para predecir la inflación revelan que los tipos de interés nominal aumentaron menos que la inflación prevista, de modo que los intereses reales bajaron '.

La historia de la inversión y de los tipos de interés apunta a que la expul­sión de la inversión no fue la principal fuente de recursos para la guerra. ¿De dónde salieron, pues, los recursos para hacer la guerra? El mecanismo más probable parece ser un «impuesto inflacionario» ^. Sirviéndose de una finan­ciación inflacionaria, el gobierno obtuvo recursos de aquellos —incluidos es­pecialmente los perceptores de salarios— que no fueron capaces de predecir la inflación. Probablemente la inflación también benefició a individuos adine­rados y bien situados que adquirieron deuda pública con gran parte de sus ga­nancias. Desde luego los salarios reales se rezagaron durante los años de gue­rra. La distribución de la renta muestra una interrupción durante el tiempo de guerra del proceso nivelador que se había iniciado en el siglo xvín con el au­mento de las rentas de los más ricos ".

Indudablemente la guerra afectó al comportamiento macroeconómico de Gran Bretaña cuando inició el crecimiento moderno. Las campañas militares y la consecuente financiación al gobierno desviaron recursos de usos que hubie­ran llevado a un crecimiento más rápido. La magnitud exacta de ese impacto no se conoce bien todavía. En una economía internacional pacífica y organiza­da libremente, Gran Bretaña hubiera crecido con más rapidez, pero hasta las guerras del siglo xvín no nació una economía liberal. La hipótesis de William-son —de que una terminación de las guerras en 1763 casi hubiera duplicado el ritmo de formación de capital, creando una «fi-ase heroica» de la primera Revolución Industrial que se habría parecido más a los períodos de rápido crecimiento inicial en los demás países— parece exagerada. Hay pocas prue­bas de que los préstamos al gobierno tuvieran el efecto de exclusión sobre la inversión privada. La larga evolución del desarrollo moderno estuvo acompa­ñada por el lento aumento gradual de la inversión.

VIII. CONCLUSIÓN

La reciente re-evaluación del camino seguido por Gran Bretaña hacia su predominio económico a mediados del siglo xix subraya tres importontes ca­racterísticas. Primera, los comienzos no se produjeron como una discontinui-

" Mokyr y Savin (1976), p. 209; Mokyr (1987), pp. 293-305; Heim y Mirowsld (1987), Black y Gilmore (1990), Heim y Morwski (1991).

«* Bordo y Whítc (1991). »' Phelps Brown (1988), figura U.l, pp. 311, 313.

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C. KNICK HAKLEY

dad «heroica» en el tercer cuarto del siglo xvra, sino como una larga evolu­ción. Segunda, la agricultura británica —probablemente por una mayor separación entre la propiedad, los hombres de empresa y la mano de obra— desarrolló y adoptó cambios que incrementaron la productividad a gran escala. Dado que la agricultura seguía siendo un gran sector, el aumento de su pro­ductividad mejoró de forma considerable el nivel de vida. Además, la agricul­tura cedió mano de obra a otras actividades. Esto no se hizo sin fricciones, pero sí de una forma extremadamente rápida para lo que fue la norma interna­cional. Tercera, unas cuantas innovaciones clave de excepcional impacto esta­blecieron a las empresas británicas como líderes tecnológicos en la producción de textiles y hierro. Con esta ventaja tecnológica, las firmas británicas llegaron a dominar el comercio internacional de estos productos y el crecimiento de estas industrias convirtió a Gran Bretaña en una economía industrial urbana. La urbanización con base industrial tuvo una gran impacto social, pero el im­pulso tecnológico sólo abarató una pequeña parte de los bienes consumidos por los británicos y probablemente contribuyó menos que el cambio agrícola al crecimiento de la renta per cápita.

La primera entrada de Gran Bretaña en el desarrollo económico moderno ocurrió como culminación de largos procesos históricos. El crecimiento de la agricultura debió mucho a la forma de tenencia de la tierra en el peculiar con­texto de la estructura británica de clases. El Estado británico había proporcio­nado seguridad en un ambiente internacional turbulento, aunque para ello hu­biera de pagar un alto precio. Internamente, el Esudo había creado, aunque en gran parte de forma fortuita, un armazón institucional que sirvió de base al desarrollo.

Los famosos cambios tecnológicos en la industria que llamamos «Revolu­ción Industrial» fueron parte, pero probablemente una parte muy pequeña, del proceso de crecimiento. La industria moderna surgió primero en Gran Bretaña en parte por el carácter dinámico de su economía. Sin embargo, el carácter in­dustrial y urbano de la Gran Bretaña decimonónica estaba en buena parte ba­sado en su extraordinaria tradición tecnológica de los sectores siderúrgico y al­godonero. La característica especialmente industrial y urbana de Gran Breuña en el siglo xix resultó de unos impulsos tecnológicos excepcionales, reforzados por la guerra que demoró la competencia extranjera. La combinación de im­pulso tecnológico y de la ayuda que la guerra prestó a su venuja comparativa fue un acontecimiento poco usual —probablemente en parte «un golpe de suerte» en el azaroso proceso de la inventiva «—. A la larga, probablemente

" Crafts (1977).

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UNA NUEVA EVALUACIÓN MACROECONOMICA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Gran Bretaña hubiera sido líder en el desarrollo moderno, pero su particular situación en el siglo xix como «taller del mundo» se basó mucho en especiales —y fortuitos— avances en la tecnología del algodón y del hierro.

La venuja comparativa en los textiles y el hierro, junto con la rápida movi­lidad de recursos procedentes de la agricultura, condujo a la rápida industriali­zación y urbanización. Puesto que la productividad industrial no estuvo sino ligeramente por encima de la productividad agrícola, la industrialización y la urbanización, per se, dieron lugar a un incremento pequeño del producto agre­gado y los salarios reales. La estructura competitiva de la industria británica confirió los beneficios del cambio tecnológico en las nuevas industrias de ex­portación a los consumidores, muchos de los cuales eran extranjeros. Se obtu­vo algún beneficio de la especialización internacional, pero los británicos gana­ron poco con las exportaciones que hicieron de su isla el taller del mundo. El desarrollo era mucho más que los famosos sectores de exportación y que la «revolución industrial» que trajeron consigo.

El desarrollo económico moderno se inició en Gran Bretaña como un acontecimiento histórico particular y siguió allí un camino diferente del de otras economías en momentos posteriores. Según trabajos recientes sobre la in­dustrialización de la Europa continental, Gran Bretaña no fue el modelo para el crecimiento inicial que allí se produjo. También estas economías se acelera­ron lentamente, no emergiendo de forma repentina bajo la influencia de un sector dominante. Su estructura difería de la británica. Los países que comen­zaron a crecer más tarde, con fi-ecuencia lo hicieron más deprisa que Gran Bretaña. Los intentos de comprender la revolución industrial británica apun­tando a una íntima correspondencia con la experiencia del Tercer Mundo contemporáneo, la del Japón de principios del siglo XX y la de Estados Unidos en el siglo xix, resultan especialmente anacrónicos. Tanto las circunstancias históricas como las especíales condiciones de sus economías eran muy distin­tas a las de la Gran Bretaña del siglo xviu. La forma en que se desarrolló Gran Bretaña estuvo más próxima a la de los demás países de Europa que de eco­nomías más remotas, pero, incluso dentro del contexto europeo, Gran Bretaña fue líder y siguió un camino diferente.

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PREMIO RAMÓN GARANDE 1992

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1808

MARIO GARCIA-ZUÑIGA

Universidad del País Vasco

RESUMEN

Dunmte los ligios xvi y xvn el sistema fiscal de la Monatquía hispana se había sus­tentado en los lecursos que proporcionaba la corona de Castilla. En el xvm los Borbones emprendieron una serie de reCormas para integrar en este sistema a aquellos territorios que no contribuían. La mayor parte de los estudios se han centrado en los nuevos regímenes fiscales que se establecen en la corona de Aragón. Mucho menos co­nocido es su impacto en Vascongadas y Navarra, cuyas haciendas Corales tamUén se vieron modificadas, aunque siguieran disfrutando de una amplia exoneración tributa­ria. El objetivo de este artículo es aiulizar cómo se materializaron estos cambios en el reino de Navarra.

ABSTRACT

In the 16th and 17th centuries the fiscal system of the Spanish monarchy had been sustained by the tesources piovided by Castile. In the 18th centuty the Bourbons un-dertook a series of referms to intégrate tfaoae territories whicfa did not contribute. So br much reseatdi has been done on the new fiscal systems estaUished in the reahns of the crown of Aragón, but the impact on the Basque Country and Navarre is less known. The statutory fiíunces of diese territories were modified, although diey conti-nued to enjoy tax exemption. This paper aims at aiudysing how such changes materiali-zed in the Kingdom of Navarre.

De todo el feudalismo desarrollado ' el xvín es, sin duda, el siglo que más interés ha despertado entre los historiadores de la hacienda española. En-

El concepto de feudalismo desarrollado —el Spatfeutialismus alemán, el féodalisme centralisé

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MARIO GARCU'ZUÑIGA

tre otras múltíples razones, posiblemente ello se deba a las mayores oportuni­dades, que no facilidades, que encuentran los investigadores para elaborar se­ries con las cuales trazar la evolución de ingresos y gastos de las diversas ha­ciendas hispanas. De esta forma, y gracias a los trabajos ya antiguos de Canga Arguelles y de López Juana Pinilla y a otros más recientes , nuestra imagen so­bre la fiscalidad del setecientos es bastante sólida.

Al igual que sucediera en el xvi o en el xvn, el principal problema al que tuvo que hacer frente el real erario durante esta centuria fue cómo adecuar sus recursos a unas necesidades financieras crecientes, básicamente originadas por los gastos militares '; fuera del monopolio de la coerción, la monarquía hispana, al igual que los demás estados «modernos», había asumido muy pocas cargas. El régimen de encabezamientos o el arriendo como prácticas mayoritarias para recaudar los impuestos había reducido al mínimo la burocracia *; la justicia, cuando no se había enajenado, se autofinanciaba merced a las tasas y multas impuestas por los tribunales; enseñanza y sanidad corrían por cuenta de las instituciones eclesiásticas; la infraestructura viaria la costeaban los propios pueblos... Así pues, el principal desembolso de la ñscalidad de estado lo consti­tuían las partidas destinadas a ejército y marina'. Durante los conflictos, las cargas se elevaban por razones obvias; en tiempos de paz no disminuían dema­siado: había que abonar las soldadas, prepararse para conflictos futuros y hacer frente a las deudas contraídas durante los anteriores.

Expandir los recursos con cambios radicales en el sistema impositivo era algo totalmente ilusorio; no en vano desde los tiempos medievales el desarro­llo del ñsco regio se había llevado a cabo sin interferir en la percepción del

o al fíodalité tardive francesas— define con mayor precisión que los de edad moderna o Antiguo Régimen la realidad económica, social y política de los siglos xvi-xviu. Subyacente en todos sus trabajos, el modelo económico fue explicitado en nuestro país por Fernández de Pinedo (1979, pp. 76-81; 1980, pp. 11-16). Cf. Kriedte (1982, pp. 9-28) y, aunque limitándose a la propiedad feu­dal de la tierra, Soboul (1983).

2 La lista sería demasiado larga. Por su amplitud cronológica debemos mencionar, además del de Artola (1982), los de Fernández Albodolejo (1977), Merino (1987) y Pieper (1988).

' Para la estructura del gasto, véanse Ozanam (1978, pp. 37-59), Fernández de Pinedo (1980, pp. 83-87; 1991, pp. 94-96), Merino (1981, p. 136; 1987, pp. 103171), Barbier y Hein (1985, pp. 480-483), Pieper (1988, pp. 148-149). Cf. para Francia, Morineau (1980, pp. 301 y ss.) y, para Ingla­terra, Brewer (1988, pp. 29-42). Ello no excluye la existencia de una desorganización recaudato­ria, aspecto sobre el que últimamente viene insistiendo Fontana (1989,1990).

* Aunque centrado en el xvi, véase Fortea (1990, pp. 461 y s».). Estt debilidad de la bu­rocracia no es un rasgo exclusivo de la corona de Castilla, ya que incluso en una monarquía un «centralizada» como la francesa aquélla era también poco numerosa, como para el siglo xvn han puesto de relieve Dessert (1984, cap. 3) y Bayard (1988, pp. 32-59,266).

' Braudel (1976, cap. 2, pp. 251-234), Fernández de Pinedo (1980, pp. 85-86), Hocquet (1987, p. 34). Conviene, sin embargo, matizar la idea de que todo el dispendio bélico fuera improducti­vo. Véase Fernández de Pinedo (1991, pp. 95-96).

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1*08

principal ingreso con que contaban los señores: la renta de la tierra . De ahí que las reformas se vieran siempre limitadas en este sentido. Y no quiere ello decir que los Borbones no tratasen de modificar el régimen fiscal vigente, pero su resultado fije un rotundo fracaso. El paradigma es el fallido intento de En­senada para sustituir el abigarrado conjunto de las rentas provinciales por una Única Contribución que gravase la renta patrimonial y personal'; no mucha me­jor suerte correría tiempo después la de «fhitos civiles», aunque su alcance fuera más limitado ^

A fin de incrementar su capacidad recaudatoria, la nueva dinastía adoptó ya durante la guerra de Sucesión una serie de disposiciones tendentes a reor­ganizar la hacienda castellana'. Estas proseguirían durante el resto de la centu­ria 'O, aunque sin alterar uno de los rasgos definitorios de la fiscalidad, su carác­ter indirecto. Pero la racionalización del sistema tributario no podía circunscribirse únicamente a la corona de Castilla, sino que pasaba por impli­car en las cargas generales de la monarquía a aquellos territorios que hasta en­tonces o no contribuían o pagaban muy poco. En este sentido, el estableci­miento de nuevos regímenes fiscales en los reinos de la corona de Aragón es, sin duda, la reforma más espectacular, no sólo del reinado de Felipe V, sino de todo el setecientos, y, lógicamente, la que más páginas ha inspirado ". Al que­dar al margen de los decretos de Nueva Planta, Vascongadas y Navarra segui­rían gozando de una amplia exoneración tributaria. Sin embargo, y aunque subsistan los rasgos diferenciadores, durante el xvni sus privil^adas ha­ciendas forales también iban a verse modificadas, al tener que coadyuvar en mayor grado del que lo vem'an haciendo al gasto de la monarquía. En gran me­dida, los cambios que tienen lugar en esta centuria en la fiscalidad vasca ' y

* Fernández de Pinedo (1980, p. 12). ' Maulla Tascón (1947), Fontana (1973, pp. 25-27), Otazu (1978). El proyecto, que ya en

1703 había intenttdo Orry (Kamen, 1974, pp. 252-253), acabará por convertirse en uno de los mitos de los hacendistas españoles del primer tercio del xnc. Véase Fontana (1972).

• Esublecida en 1785 y modificada en 1794, sería finalmente derogada en 1817. Anes (1974, pp. 26-30).

• Kamen (1974, pp. 238 y ss.). '» Véanse Fontana (1973, pp. 18-43), Barbier (1977), Fernández de Pinedo (1980, pp. 74-85),

Artola (1982, pp. 249-267); para las rentas generales, García-Cuenca Ariati (1983, pp. 238 y ss.). " Reformas que no se limitaron tan sólo a exigir cantidades presuntamente equivalentes de

las rentas provinciales castellanas. Además del estudio de Kamen (1974, pp. 337-390), limitado cronológicamente al período de la guerra, véanse, para el caso catalán. Mercader i Riba (1961), Nadal Farreras (1971) y Fernández de Pinedo (1985); para Valencia, Romeu Llorach (1981) y, aunque referido sólo a la ciudad, Correa Ballester (1986). Menos afortunados han sido Aragón y Baleares; sobre el primero, Forcadell (1985. pp. 232-238) y Peiró (1988).

•' Una visión general de las haciendas vascas durante el xvm en Bilbao (1984, 1991, pp. 35-58). Para el caso guipuzcoano es imprescindible la consulu de Mugartegui (1990).

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MARIO GAROA-ZUÑIGA

navarra son la culminación de los que se habían ido articulando durante el XVII y preludio de lo que sucederá en el xix ^^.

LAS TRANSFORMACIONES DE LA FISCALIDAD NAVARRA EN EL SETECIENTOS

Heredados de la baja Edad Media, los principales ingresos con que había contado la monarquía en el reino de Navarra durante el mil quinientos y el mil seiscientos eran las escasas sumas procedentes del ejercicio de la justicia y del aprovechamiento económico de un realengo cada vez más mermado y las más cuantiosas que cada año obtenía de la renta de tablas y, con una menor re­gularidad, de los donativos —voluntarios sólo de nombre— que las cortes ha­bían de conceder cada vez que la corona decidía reunirías. El surgimiento a mediados del xvii de una fiscalidad distinta y paralela a la del monarca hará que desde entonces coexistan una hacienda real y una foral —conocida con el nombre de Vínculo—, esta última de caracteres mucho más modernos al apoyarse básicamente en dacios sobre el consumo y la circulación: estancos del tabaco y chocolate y gravámenes sobre las exportaciones de lana.

La política hacendística llevada a cabo por los Borbones en la Navarra del xvín se plasmó, más que en el establecimiento de nuevos tributos, en cambios en su gestión, tratando así de optimizar unos recursos ya existen­tes. Por un lado, Felipe V y sus sucesores trataron de racionalizar las rentas ordinarias, fuesen o no de titularidad real; por otro, presionarán sobre los Tres Estados no sólo para obtener donativos más sustanciosos, sino también para poder disponer libremente del monto de los mismos. No obstante, las modificaciones que experimentaron éstos no fueron responsabilidad única de la nueva dinastía, habiéndose iniciado ya en los tiempos de Carlos II '*. Forzados los cambios por un aumento del gasto defensivo, desde 1684 y jun­to al tradicional servicio de cuarteles y alcabalas " comenzó a otorgarse para

" Fernández de Pinedo (1987). " En el marco de lo que Anola (1982, pp. 216-221) ha llamado la reforma de Oropesa-Los

Vélez. C/Garzón Pareja (1980, pp. 274-292). " Hastt los cambios introducidos en las cortes de 1684-1685 el donativo se componía de un

determinado número de cuarteles y de cuatro tandas de alcabala. Los primeros eran un viejo im­puesto directo medieval que ya desde fines del siglo xiv se encontraba encabezado. A mediados del XVI su monto quedó petrificado en la suma de 6.700 rs. plau (1 real plata (36 mrs.) - 64 mrs. vn.). De esta forma, y s ^ n las necesidades financieras del monarca, los Tres Estados conce­dían un mayor o menor número de cuarteles; en tomo a los 39-40 a fines del quinientos. Por lo que respecu a la alcabala, ésu nunca se convertirá en Navarra en un dacio permanente, conser­vando siempre su carácter de medio de pago del servicio, y, a diferencia de la castellana, su tipo

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA. 1700-lgOg

aquel fin una creciente cantidad de dinero, a recaudar mediante repartos fo-guerales '*.

Nuevas transformaciones se producen en las cortes de Pamplona de 1716-17, al concederse como parte del donativo de las mismas los derechos que produjera el pago por los naturales de aranceles en la importación ", del que por ley se encontraban eximidos. Ello ponía fin de /acto a los privilegios que gozaban los navarros para introducir cualquier mercancía sin ningún tipo de trabas. El recurso a los gravámenes arancelarios permitía beneficiarse del au­mento del consumo, y por ende del tráfico mercantil, que se produce en la co­yuntura alcista del setecientos sin que los contribuyentes tuvieran desde el punto de vista psicológico una excesiva sensación de carga, pero también ele­var los caudales ofertados sin incrementar los cuarteles, es decir, no interfirien­do en la renta de la tierra.

Desde las cortes de 1724-26 se concretará de antemano el monto del otor­gamiento, que además se haría efectivo, parcial o totalmente, en el momento de publicarse la ley. Con anterioridad, tanto para conocer la cuantía global del servicio como para cobrarla, el monarca había de esperar a que éste se hubiera recaudado en los plazos que la ley estipulaba, si bien el reino podía decidir adelantarlo, en todo o en parte, ya por las necesidades del momento o porque no se habían cumplido aquéllos. Para aprontar el donativo la hacienda foral recurrirá bien a sus propios fondos, bien al empréstito. Esto último, aunque in­crementaba la cantidad a repartir con sumas adicionales para el abono de los réditos hasta amortizar la deuda, permitía distribuir las cargas en un período de tiempo más dilatado y, por lo tanto, no elevaba repentinamente la presión fiscal. Las reformas prosiguen en la siguiente convocatoria a cortes. Hasta en­tonces, y con alguna que otra salvedad, los servicios ofertados habían de inver­tirse íntegramente en el reino; a partir de las de 1744 una parte cada vez ma­yor de los mismos saldrá fuera de Navarra, con destino a la Tesorería General de Madrid o, lo más frecuente, a las tesorerías regionales del ejército. Los cam­bios culminarán en las cortes de Pamplona de 1765-66, cuando, bajo presiones

impositívo no se elevará del 5 por 100. Igualmente encabezada, en este caso cuando menos des­de las últimas décadas del xv, en los años cuarenta de la siguiente centuria se fosiliza en la suma de 39.860 rs. plata, a recaudar, al menos teóricamente, en cuatro tandas o pagos trimestrales. Para éstas y otras precisiones, véase García-Zúñiga (1990, pp. 199-201).

" Consistentes en distribuir aquélla entre el número de vecinos. De esta forma se acentuaba la desigualdad fiscal existente: aparentemente equiutívo, el impuesto de capiución grava de for­ma igual a vecinos con muy diferentes niveles de riqueza.

" Novissima Recopilación... (NR), 1.2.63.

ni

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MARIO GAKdA-ZURlGA

de la corona, el donativo se reduce a una cantidad fija, íntegra y efectiva '^ Mientras antes lo que el rey recibía era el producto de los cuarteles y alcabalas más una suma variable de dinero que el reino le otorgaba, ahora los Estados van a esta­blecer medios para que la hacienda fbral recobre la cuantía aprontada. Su reembolso se va a hacer por tres vías: cuarteles y alcabalas —que técnicamente han perdido su carácter originario de tributo, convirtiéndose en un procedi­miento de cobro—, repartimientos foguerales y gravámenes arancelarios con­cedidos por la corona, ya que las cortes, al no tener potestad tributaria, no pueden imponerlos por sí solas.

CUADRO 1

Comparación entre la propuesta inicial del donativo y la definitiva (000 rs. plata)

DONATIVOS

1743-44 1757 1765-66 1780-81 1794-97

PROPUESTA INICIAL

Suma total

1

1.600 UOO 1.440 2.080 1.440

Ett^ectívo

2

800 400 480

2.080 1.440

CONCESIÓN DEnNmVA

Suma total

}

1.600 UOO 1.440 2.400 2.000

En efectivo

4

1.200 480

1.440 2.400 1.600

3/1%

115 139

4/2%

150 120 300

FUENTE: Cuadernos de las leyes... (CC), leyes del servicio correspondientes.

Las modificaciones que se producen en la estructura del servicio desde 1684 hasta 1765 refuerzan no sólo la imagen de que éste nunca fue «volunta-río» en su concesión, por más que las instituciones navarras se esfuercen en mantener, cuando menos nominalmente, este atributo, sino que también había dejado de ser «gracioso», entendiendo por ello, tal y como aquéllas lo hacían, la libertad de servir con una mayor o menor ayuda monetaria. Salvo en el otor­gamiento de 1709, en el que no aceptó las condiciones pero sí el importe, el rey siempre había admitido lo que el reino le ofrecía. Sin embargo, desde la convocatoria de 1744 la corona nunca aprobará la propuesta inicial, bien por-

" Véase el informe de Isidoro Gil de Jaz de 19 de marzo de 1764 al marqués de Esquiladle. AGS, SSH, leg. 506.

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA. 1700-1808

que deseara un aumento del efectivo, bien porque el monto final le pareciese escaso. Esta resistencia forzará a los Estados a excitarse en su «amor y celo», replicando dos y tres veces hasta obtener, obviamente tras un incremento de la cuantía a aprontar o de la definitiva, la aprobación regia.

CUADRO 2

Estructura del donativo, i 700-2*06 (medias decenales en rs. plata)

Cuarteles y Repartos Gravámenes alcabalas foguerales arancelarios

Del estanco del

chocolate Total

1700-09 64.927

1710-19 137.554

1720-29 87.003

1730-39 O

1740-49 55.931 1750-59 29.689 1760-69 91.827 1770-79 62.138 1780-89 139.911 1790-99 106.353 1800-06 190.623

98.190 28.776 33.822

0 42.250 17.185 35.474 18.290 58.426 50.406

103.104

3.399 9.653

13.480 16.850 26.102 37.105 52.367 15.670 66.774 22783

12.800 4.800

166.516 175.983 134.305

16.850 124.283 83.979

179.668 96.098

277.811 183.842 342.297 *

FUENTE: García-Zúñiga (1991:1,241-42).

* Agregados los 340.000 rs. aprontados por la hacienda foral —127.500 en 1801 y 212J00 en 1805— por cuenta del servicio que se había de hacer. Archivo General de Navarra (AGN), Cuarteles y alcabalas, leg. 8, c. 51; Cuentas del Vínculo, libro 5.

Aislando el siglo xvín, las transformaciones del donativo en esta centuria no parecen económicamente importantes: a principios del XK apenas se han duplicado los niveles de 1700-09 y, debido a la cada vez menor frecuencia con que el rey reunía las cortes, existían numerosos años en los que aquél no se recaudaba. Sin embargo, si las analizamos en la larga duración, se ob­serva cómo entre 1670 y vísperas de la guerra contra el francés las sumas se han cuadruplicado ". Pero, además, las reformas no se limitaron a elevar el

" Remontándose así la caída iniciada en 1640 y que toca fondo en los años setenta. Garcia-Zúñiga (1991, cap. I, pp. 232-233 y 243-244).

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MARIO GARCIAZUÑIGA

monto de los servicios, sino que también afectaron a su inversión, reduciéndo­se drásticamente la parte que, en forma de mercedes y acostamientos, iba a parar antes a la nobleza °. En consecuencia, tanto por la vía del ingreso como por la del gasto, los navarros se vieron obligados a contribuir a las cargas gene­rales de la monarquía de una forma creciente conforme avanzaba la centuria.

GRÁFICO 1

Ingresos y gastos del estanco del tabaco, 1700-1799

1200000-,

1000000-

800000-

600000-

400000-

200000-

-200000-

-400000

Ingresos

Gastos

1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1700 1710 1720 1730 1740 17S0 1760 1770 1780 1790 1800 1810

FUENTE: Garcia-Zúñiga (1991: U. 158-61).

Los principales cambios en la gestión de las rentas afectaron al estanco del tabaco y a las aduanas y el argumento esgrimido fue el eterno problema del contrabando. Este se había agravado en la segunda mitad del xvn, tras conce­

do Mientras en los siglos xvi y xvn absorbían la miad del dispendio, en 1780 representaban únicamente un 6 por 100. Sobre los cambios en la estructura del gasto, Garcia-ZúAiga (1993).

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derse a la hacienda foral en 1642 el monopolio del tabaco. £1 menor precio de este último en Navarra propició su tráfico ilegal hacia Castilla, añadiéndose al resto de las mercancías que traspasaban fácil y clandestinamente las fronteras entre ambos reinos. Intentando acabar con los fraudes, en 1716 y por real cé­dula de 17 de septiembre la corona comunicaba a las cortes reunidas en Pam­plona que había decidido hacerse cargo del estanco, la principal renta que nu­tría las arcas del Vínculo '. Tras un tenso debate se acabó cediendo su administración a «la persona que vuestra Magestad determinare por tiempo de ocho años repartidos en dos cuatrienios». El rey se comprometía a mantener los precios vigentes y el arriendo quedaba fijado en la suma de 46.300 rs. plata —la misma en que lo había rematado el último arrendador y que permanecerá inalterada durante toda la centuria— a pagar por tercios, uno de ellos anticipa­do ^ . Desde entonces, y pese a las cláusulas de salvaguarda, el tabaco puede considerarse de hecho como un tributo más de la real hacienda, llegando a convertirse mediado el siglo en su principal fuente de ingresos en Navarra.

La primera resolución que adoptó la monarquía fue el incremento de las patrullas de vigilancia, cuya labor se veía reforzada, además, con la ayuda que les prestaban efectivos militares. Esta medida tuvo unos resultados cuantitati­vos evidentes: entre 1716 y 1731 —carecemos de datos para los años interme­dios— las entradas se quintuplican. Aunque las proporciones de este alza deben matizarse, ya que para el primer período tan sólo disponemos del pre­cio de los arriendos y éstos nos ocultan los valores reales, cualquiera que fuese su magnitud es innegable que se produjo un espectacular crecimiento, el cual difícilmente podría expHcarse por el simple aumento del número de consumi­dores.

£1 éxito, sin embargo, fue sólo parcial, ya que la corona no pudo acabar con los fraudes. En 1736, tras dos años de descenso de los rendimientos, la real hacienda atribuía su elevado número a «la suavidad y blandura con que [...] eran castigados por las leyes de este dicho nuestro reyno, de modo que, en vez de dexarlos escarmentados, tenían en ellas una tacita licencia de delinquir en el mencionado delito». Por ello, y mientras no se reuniera de nuevo a los Tres Estados para que legislasen al respecto, se elevan las penas para contrabandis­tas y cómplices ^ . Aunque la Diputación reclamó contrafuero porque se había actuado al margen de las cortes, quebrantándose además lo estipulado en el contrato de arrendamiento, aquéllas serán «legalizadas» en la convocatoria de

" AGN, Vínculo, leg. 3, c 57. " NR. 1.2.79; AGN. Vínculo, leg. 3, c. 68. " AGN, Vínculo, leg. 4, c. 46.

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MARIO GARCIA-ZUÑIGA

1743-44 ^l Pese a ello, el declive recaudatorio continuó. Y como el aumento de los empleados en el resguardo del tabaco había disparado el dispendio —sus salarios absorbían entre el 60 y 70 por ciento de la data—, el producto de la renta, que anteriormente apenas había bastado para hacer frente a los de­sembolsos, fue entonces insuficiente: entre 1737 y 1741 se produjo un fuerte déficit que hubo de cubrirse inyectando dinero desde Castilla. Por esta causa, y considerando además la corona que no había logrado su propósito de poner fin al tráfico ilícito, en 1742 se restituía a la hacienda fbral el control de la ren­ta 2'. Bien poco duraría su gestión. Los ingresos apenas crecen un 3 por ciento y, si se obtuvieron beneficios, fue debido sobre todo a un recorte de los gastos, y más en concreto, de las partidas destinadas al resguardo; en consecuencia, el contrabando volvió a aumentar ^.

CUADRO 3

Distribución de los gastos del estanco del tabaco (rs. plau)

1750 % 1767 %

Salarios adminútración 81.456 Salario* resguardo 323.10? Gastos administración 8.380 Arrendamiento 46.500 Varios 18.224

477.865 100,00 502.691 100,00

FuErnt AGS, DGR, 1.' remesa, legs. 2452-53.

Entretanto, bien pudo considerar la monarquía que, a pesar de todo, no había hecho tan mal negocio. El control del estanco le había permitido trasla­dar al interior de Navarra parte de la vigilancia que hasu entonces se realizaba

17,05

67,61 1.80

9,73

3.81

128.171

307.692

10.874

46.500

9.454

25.50

61^1

2.16

9,25

1,88

^* La única modificación que se produce es una rebaja de las penas impuestas a los natura­les. En el arrendamiento de 1765 se igualarán las sancione*. CC, 1743-1744, ley 76; 1765-1766, ley 64.

" La real cédula de 8 de mayo disponía que los guardas de Castilla y Aragón pudieran en­trar en Navarra en persecución de los contrabandistas. Ante las protestas de la Diputación, en octubre se anulaba esta medida. AGN, Vínculo, leg. 4, c. 69.

"" Buena prueba de ello es el hecho de que las instituciones del reino se vieran obligadas a duplicar el número de guardas, que pasaron de 41 en 1742 a 86 en 1743. AGN, Vinculo, leg. 4, c. 90, y leg. 5, c. 5.

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1808

al otro lado de sus fronteras y cuyo coste gravitaba única y exclusivamente so­bre el erario real. £1 enorme incremento de rondas y patrullas que tuvo lugar en el reino pirenaico permitió reducirlas en las zonas limítrofes castellanoara-gonesas y, al estar aquéllas financiadas, cuando menos en parte, con los im­puestos que pagaban los propios navarros, la real hacienda ahorraba costes. Por R.O. de 26 de marzo de 1744 la corona volvía a hacerse cargo del estanco, esta vez de una forma definitiva ^ . Y de nuevo, la primera medida adoptada fue el aumento de los guardas. A partir de entonces son muy pocos los años en los que los gastos no superan a los ingresos, teniendo que cubrirse el déficit con remesas de numerario. Este descubierto hubo de ser muy superior al que la contabilidad refleja, puesto que las datas están claramente subestimadas al no computarse el importe de los tabacos remitidos a Navarra para su posterior venta.

En el arriendo de 1744 el precio de la libra de «tabacos esquisitos de chu­par, lavado fino, fabricado en Sevilla de toda satisfacción, rancio y hoja de cuerda del Brasil» se fijaba en 15 rs. plata, ligeramente superior a la tarifa vi­gente en los años 1742-43 y muy similar, probablemente, al que regía en Casti­lla ^. Ello favoreció, sin duda, el contrabando de tabacos desde Francia y Vas­congadas hacía Navarra, y éste es el hecho que estaría reflejando la caída de los ingresos. La tendencia a la baja se invertiría a p>artir de 1748; el aumento de la vigilancia que se produce tras el paso a la administración real de la renta de aduanas es un factor a considerar. Entre aquel año y 1752 las entradas pa­saron de 236.173 a 428.887 rs. plata, un alza del 82 por ciento; desde entonces y hasta 1777 el crecimiento fiíe escaso, poco más de un 20 puntos.

El aumento de los ingresos y el menor crecimiento de la data entre los años cuarenta y 1780 permitió que el déficit se fuera reduciendo progresiva­mente, llegándose incluso a obtener beneficios en la segunda mitad de la déca­da de los setenta. Sin embargo, esto último parece responder más a compras realizadas con el fin de introducirlas clandestinamente en Castilla que a un al­za del consumo interno: el aumento de los precios que allí había tenido lugar —32 rs. vn., equivalentes a 17 rs. plata—, permitía obtener ganancias de 2 rs. plata por libra vendiendo el ubaco adquirido legalmente en Navarra. Esta cir­cunstancia sería corregida en 1780. Por R.D. de 17 de noviembre de 1779 y para financiar la guerra contra Inglaterra, las tarifas castellanas se habían eleva-

" La escritura de arriendo en CC, 1743-1744, ley 76; las tari&s aparecen recogidas en AHN, Hacienda. Ordenes Generales de Rentas (OGR), libro 801?, fbl. 173.

2* En 1741 la libra de habanos de Cuba se vendía a 30 rs. vn. ( - 15.94 rs. plata). Alonso Al-varez (1984, p. 29). Aunque ignoramos el importe de las restantes labores, parece que es aquella calidad la que marca el precio medio; al menos, sus valores coinciden con éste en 1780 y 1794.

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MARIO CAKOA-ZUNIGA

do a 39,5 rs. vn. y de seguir manteniéndose en Navarra la tasa de exacción vi­gente desde 1744 los fraudes se verían estimulados. Por ello el rey escribe a las cortes «sugiriendo» que en la nueva escritura de arrendamiento se omitiera la cláusula que impedía incrementar los precios en Navarra. Y así se hizo: la libra pasó a costar 21 rs. plata, un 40 por ciento más cara ^. El alza, muy superior a la que se opera en Castilla al ser el punto de partida más bajo, provocó un fuerte descenso de las ventas, probablemente de similares proporciones a las de la subida, orientándose la demanda hacia el más barato tabaco de contra­bando: la caída fue acompañada por un notable auge de los decomisos, por un refbrzamiento de la vigilancia y, en consecuencia, por un aumento del gasto.

CUADRO 4

Parte de las multas que por las aprehensiones de tabaco corresportdía a los denunciantes (medias decenales en rs. plata y números índice)

Rs. piala N" índice

1772-1780 1.305,94 100,00

1781-1790 21.071,31 1.613,50

1791-1799 2.002,47 153,33

FUENTE: A G S , D G R , 1." remesa, leg. 4631

El declive recaudatorio fue superado en 1794-95, años en los que la renta experimenta un espectacular y coyuntural salto al ampliarse el número de con­sumidores con las tropas llegadas para luchar contra la Convención. Concluida la guerra, la renta se mantiene hasta fines de la centuria en unos niveles sensi­blemente más altos que los del período prebélico. Entre 1790-93 y 1797-99 los ingresos crecen un 50 por ciento, porcentaje que no se puede atribuir más que parcialmente a la subida decretada a finales de 1794 y recogida en la escritura de arriendo de diciembre de 1796; pasaron entonces los precios de 40 a 48 rs. vn. —un 20 por ciento más—, logrando las cortes que la mitad del alza, 1 pe-

" El alza dificulaba la venta al por menor. Al regularse cada adarme (1/16 de onza) a 3,5 mis., en cada libra se obtenían 2 rs. 12 mrs. más que el precio oficial Las cortes conseguirían que este exceso —los «picos»— fuera entregado a la hacienda fbraL CC, 1780-1781, ley 8.

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA. 1700-1808

seta, fuese a parar al Vínculo '°. Pero desde 1799 el consumo, al menos el legal, empezó a contraerse, tocando fondo en 1803.

CUADRO 5

Consumo de tabacos en Navarra, 1797-1807 (en libras-onzas castellanas y números índice, 1798 — 100)

Ta¿>aco Rape

1797 18.382-08 3/4 1798 20.648-01 3/8 1799 18.038-04 3/4 1800 14.434-02 1/2 1801 14.040-06 1802 11.512-00 1803 10.333-13 1804 11.605-12 1805 13.545-09 1806 14.026-03 3/4 1807 14.353-02

89,03 100,00 87,36 69,90 68,00 55,75 50,04 56.21 65,60 67,93 69,51

223-08 232-07 1/2 232-07 1/2 119-00 119-08 75-00 85-08 69-00 86-00 79-07 1/2 95-00

%,14 100,00 100,00 51,18 51,41 32,26 36,79 29,68 36.99 34,19 40,86

FuEhfTE: AGN. Cuentas del Vínculo, libro n.° 5.

Paralelamente el déficit fue en aumento. Desconocemos si en los inicios del XIX continúan llegando remesas de dinero para enjuagar el descubierto, pero en estos momentos se adopta una nueva política. Debido a las dificulta­des financieras por las que atraviesa la corona ', en 1803 dejaron de abonarse a la hacienda foral los 46.500 rs. plata del arriendo y el sobreprecio del tabaco. Las continuas quejas de la Diputación reclamando el pago de las cantidades adeudadas no fueron atendidas; en 1808 los débitos se elevaban a 385.218 rs. plata ".

El control por la real hacienda del estanco del tabaco fue acompañado de

» Y que la contabilidad del reino anota como «sobreprecio del ubaco». CC, 1794-1797, ley 69; AGN, Vínculo, leg. 7, c. 22.

" Para la crítica situación hacendística de Carlos IV. Marino (1981). Barbier y Klein (1981), Artola (1982, pp. 321-459) y, sintetizando sus anteriores aportaciones. Herr (1989, pp. 100-158). Un reciente análisis del problema de la deuda pública, en Tedde (1987).

" AGN. Cuentas del Vinculo, libro 5.

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MARIO GARCIAZUÑIGA

reformas en la renta de aduanas, contínuación lógica de las medidas que se ha­bían tomado tres años antes en los territorios de la corona de Aragón. Tras su­primir por R.D. de 19 de noviembre de 1714 los puertos secos existentes entre aquéllos y Castilla, en 1717 se decretaba lo mismo para las demás aduanas in­teriores: por R.D. de 31 de agosto, las vascongadas se trasladaban a la costa y las navarras, al Pirineo. Pero los motines populares en el País Vasco ^ y las presiones del gobierno francés ^* —las protestas navarras fueron más bien tími­das "— hicieron que se diera marcha atrás; por R.D. de 16 de diciembre de 1722, en enero del veintitrés retomaban a su anterior emplazamiento. En esta decisión la «casualidad afortunada [...] de haber estado los vascongados en los mi­nisterios y otros grandes puestos..», como señalaba Canga Arguelles '*, sería un fac­tor nada desdeñable: de los siete miembros que componían la junta formada por orden de 7 de octubre de 1720 para estudiar si convenía mantener las aduanas en la frontera o volver a situarlas en el cordón del Ebro, tres eran na­varros ' .

Fracasado el intento de traslado, a partir de 1748 se aplicarían en la renta de tablas similares disposiciones a las adoptadas en el estanco del tabaco. Por real cédula de 2 de noviembre la corona decidió controlar directamente las aduanas, comprometiéndose a entregar a la Cámara de Comptos, encargada hasta entonces de su gestión, 236.500 rs. plata anuales para abono de los suel­dos de los magistrados de los tribunales, de las mercedes consignadas sobre la renta y de los réditos a los censualistas acreedores al ramo de tablas ' . Aunque, al igual que sucediera con el esunco, los fraudes fuesen el único argumento esgrimido, debemos enmarcar tal medida en el más amplio contexto de paso a la administración real de las principales rentas de la monarquía ''. Pocos meses después las causas de contrabando se agregaban a la subdelegación de la renta

M Sobre la nuchinada de 1718, véase Fernández de Pinedo (1974, pp. 391-404). »< Del Río Aldaz (1985. pp. 172-173). " En 1718 Juan Esteban de Cegama, agente del reino en Madrid, recomendaba a la Diputa­

ción «hir con gran lentitud» en sus reivindicaciones. AGN, Traslación de aduanas, leg. 1, c. 11. w Guga Arguelles (1968, cap. II, p. 409). El subrayado es nuestro. " El marqués de Andía, Francisco de Aperregui y Sebastián de Eusa Torreblanca. Archivo

Histórico de la Diputación Foral de Vizcaya, Varios. Ordenes y Circulares, núm. 204, £ok. 207r-208r. A bvor también de su anterior emplazamiento, el informe emitido por Luis de Salazar y Castro. Muñoz Pérez (1933, p. 773). Según se deduce de la correspondencia del agente del reino en Madrid, era Sebastián de Eusa quien le tenía al corriente de las actividades de la Junta. AGN, Traslación de aduanas, leg. 1, e l 1.

'• AHN, OGR, libio 8.016, foL 212r. » Cf. Fernández Albadalejo (1977. pp. 68-79), Artola (1982, pp. 286 y ss.).

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1Í08

GRÁFICO 2

Ingresos y gastos de la renta de aduanas, 1700-1799 (rs. plata)

K*. piala

SOOOOO-,

400000

300000-

200000-

100000-

-100000

Gasloi

/

Remeíai

Saldo

T T 1 1 1 1 1 1 1 1 1— 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800

—1 1810

FUENTE: García-Zúñiga (1991: II, 128-31).

de tablas y a fines de 1749 se elevaban las penas a los defraudadores, aplicán­doles, «sin embargo de sus fueros», las vigentes en Castilla *'.

El éxito o el fracaso de esta política, si se produjo o no un descenso del tráfico ilícito, es algo que sólo podemos intuir. Obviamente alguna mejora se tuvo que nour, teniendo en cuenta que al aumento del resguardo en la renta de tablas hay que añadir los guardas del tabaco, cuya labor de vigilancia no se limitoba únicamente al estanco. Pero, aunque ambos cuerpos se yuxuponían y complementaban, el contrabando, como escribía Yanguas, «siguió de la misma manera, sobre poco más o menos, porque el Gobierno no pudo, ni ha podido

*• RR.CC. de 23 de marzo y de 11 de noviembre de 1749. respectívamente. AHN, OGR, li­bro 8.017. fols. 150r y 394-398.

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MARIO GAROA-ZUÑIGA

hasta boy, evitar la infídelidad de sus agentes» '. Al menos, los ingresos no au­mentaron suficientemente y es posible que lo hicieran por debajo de lo espe­rado.

No se aprecian diferencias entre la tasa de crecimiento de 1724-1748, cuando las tablas estaban dadas en arriendo —2,33 por ciento anual—, y la del período 1749-1763, fecha en la que alcanzan el máximo secular, 2,29 por ciento. Puesto que el sistema de arrendamiento nos oculta los valores reales del tráfico, suponemos por ello que el alza fue aún mayor en la primera mitad de la centuria. Frente a esta trayectoria, como el primer paso fue el aumento de la vigilancia, el gasto se disparó, tal y como había sucedido en el estanco del tabaco. Los salarios del resguardo igualaban prácticamente a los del perso­nal administrativo y ambos representaban cerca del 97 por ciento del dispen­dio, una vez deducidos de los ingresos el pago de la renta y los gastos de admi­nistración 2. Así, entre 1749 y 1780 el saldo fue siempre negativo, debiendo compensarse el déficit con inyecciones de dinero desde Castilla.

Las cargas que suponía el mantenimiento de un cuerpo de vigilancia, tanto dentro del reino como en la raya con Castilla y Aragón, eran muy elevadas y sus resultados, dudosos. Evidentemente, sufi'agar los gastos de guardas única­mente en los límites con Francia se revelaba como algo mucho menos costoso y, sin duda alguna, más eficaz. De ahí que, tras el control de la renta y después del fallido intento de 1717, el siguiente paso fuera abordar el tema del trasla­do, lo que se hizo en las primeras cortes que se celebraron, las de 1757. Con­forme a las directrices recibidas *, en su discurso de apertura el virrey transmi­tió a los Tres Estados el real deseo de que las aduanas se situasen en la firontera francesa, pero el rechazo fue prácticamente unánime **.

Las actitudes empezaron a cambiar a partir de los decretos de libre comer­cio con América de 1778. Al quedar San Sebastián incluido entre los puertos autorizados para traficar directamente, las instituciones del reino intentaron conseguir su habilitación para exportar los productos navarros a América. Pero la respuesta que llegó de la corte fue bien expresiva: «es mui justo se les conceda las mismas facultades que a los demás vasallos del Reyno, pero que sea precisamente bajo los mismos términos» *^; es decir, sin traslado no hay ventajas. Gravadas con un 15 por ciento las introducciones en Castilla de los productos navarros, la R.O. de 29 de julio de 1779 recargará con los derechos

" Yanguas y Miranda (1964, cap. I, p. 180). « García-Zúñiga (1991, cap. H, p. 132). *' Véase la instrucción secreta al virrey de 6 de abril. AGS, SSH, leg. 306. " Rodríguez Carraza (1974, pp. 99 y 105). « AGN, Tablas, leg. 6, c. 14.

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de extranjería su salida hacia América, hechos que están bien presentes cuan­do, reunidos en 1780 los Tres Estados, el virrey les invite de nuevo a votar el traslado de las aduanas: «... por este medio lograría un comercio ventajoso con Castilla y Aragón y que fuesen tratados para America sus efectos [...] como cas­tellanos» "•*.

En las tensas discusiones que se produjeron las posturas quedaron pronto definidas. A favor se posicionaron los terratenientes y los representantes de la zona meridional, donde la agricultura había hecho grandes progresos, que veían la integración en el mercado castellano como la única salida posible, aunque para conseguirlo tuvieran que liquidar un importante componente de la normativa foral; en el bando contrario, los valles pirenaicos, y, sobre todo, los comerciantes vinculados con el sudoeste francés y los contrabandistas, que escondían sus verdaderos intereses enarbolando la bandera de los fueros y los derechos de los consumidores ^ Que estos últimos iban a salir perjudicados era una realidad innegable; aplicar los aranceles castellanos equivalía a un au­mento de los impuestos indirectos y a una alza, en consecuencia, de la carestía de la vida.

Tras perder la votación, los partidarios del traslado presentaron un proyec­to alternativo. Las aduanas se instalarían en los Pirineos, exigiéndose en ellas el 15 por ciento tanto de los productos importados como de los exportados, pero con algunos, e importantes, matices. Había de permitirse introducir libremente desde Francia «todo género de ganado mayor y menor, carnes, tocinos, pesca­dos frescos, sebo, grasas, huevos y aves y materias primeras manufacturables en el Reino», al tiempo que se prohibiría la venta en Navarra de los vinos cas­tellano y aragonés. No se estancarían la sal, el aguardiente, ni el plomo, habili­tándose, además, un puerto guipuzcoano para el comercio a América ^. Votada la nueva propuesta, el resultado fue de 38 a favor y 32 en contra, pero como para ser aprobada se requería unanimidad en cada uno de los tres brazos, la cual sólo se produjo en el nobiliario, aquélla fue rechazada.

Debido a la adversa coyuntura política, el asunto no volverá a plantearse ni en las cortes de 1794-97 ni en las de 1801, pero a partir del arancel de 1782 y de los decretos sucesivos las dificultades de la economía navarra fueron en aumento. Conforme el cerco se iba estrechando, engrosaba el número de los que veían en el traslado la única salida posible. A pesar de ello éste nunca se llevaría a efecto durante el feudalismo desarrollado, aunque en las cortes de 1828-29 se estuviera muy cerca de conseguirlo. Yanguas apunta las posibles

** Rodríguez Carraza (1974). p. 103). « Del Río Aldaz (1984, p. 388; 1985, pp. 219-220). * La propuesta, en Rodríguez Carraza (1975, pp. 120-121).

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MAKIO GAKCIA-ZUÑIGA

causas: «Con la traslación de las aduanas se quitaba una barrera [en concepto de los navarros] que abría la puerta a todas las demás pretensiones de Castilla [...] Castilla no ha tenido la suficiente energia para la traslación de aduanas» ^ debilidad a la que no seria ajena la presencia en la corte de vascongados y na­varros; ya había sucedido en 1720.

Las reformas borbónicas trastocaron las bases del real erario en Navarra, que, paradójicamente, comenzó a extraer la mayor parte de sus recursos de una renta que no le pertenecía, el estanco del tabaco. El incremento demográ­fico, de los intercambios y de los precios durante la coyuntura alcista del mil setecientos elevaron los rendimientos del tabaco y aduanas, lo que permitió que la corona tuviera que recurrir menos a las cortes en demanda de ayudas, y a partir de 1716 un sólo las reunió en seis ocasiones. Incrementando los ingre­sos y modernizando el gasto, se logró que el reino contribuyera durante el xvni de una forma creciente a las cargas generales de la monarquía. Sin em­bargo, y conviene matizar, la mayor implicación de los navarros no se hizo sólo obligándoles a pagar más a la real hacienda, sino descargando sobre el fisco fo-ral y las haciendas concejiles gastos que en otros territorios corrían por cuenta de la corona: la autodefensa, y ya desde los años ochenta del siglo xvín, el cos­te de la red viaria.

Impulsada por la corona, y al igual que en el resto de la monarquía ^, la mejora de la red se había iniciado en los años cincuenta, pero no será hasta fi­nes de 1783 cuando la hacienda foral reciba plenas competencias en esta ma­teria. La modernización ocasionó nuevos y crecidos desembolsos que exigie­ron, a su vez, el establecimiento de nuevos impuestos, al tiempo que parte de los ya existentes se consignaban también para este fin. Por real cédula de 1 de octubre de 1784, a los arbitrios en vigor desde 1757 'i se añadían un portazgo para los géneros que se introdujeran en el reino del extranjero y otro para los que transitasen por él y gravámenes sobre las extracciones de pieles, regaliz, vino, vino rancio, aguardientes, aceite y jabón, al tiempo que se transfieren a la recién creada caja de Caminos parte de los ingresos con que estaba dotado el Vínculo, dando lugar así a una descapitalización de este último ' . Evidente-

^ Yanguas y Miranda (1838). C/ las conclusiones de Del Río Aldaz (198?, p. 334). "> Véase al respecto Madrazo (1984, cap. I, pp. 23? y ss.). '* Un maravedí en cada almud de cebada que se consumiese en los mesones situados en los

caminos nuevos o en sus proximidades y los derechos de carruaje que se percibían en las cade­nas de Ta&Ua y Tudela.

" El impuesto de 4 rs. en cada saca de lanas y añinos, con la condición de satis^er anual­mente 8.000 rs. al Vínculo, y los «picos» del tabaco vendido al por menor, mientras el estanco del chocolate había de contribuir cada año con 26.000 rs. En 1789 se agregó el gravamen sobre los géneros y mercancías importados por los naturales, concedido por la corona pata la reintegra-

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1Í08

mente, estos recursos no producían las sumas requeridas para llevar a cabo las obras, pero eran el aval necesario de los censos que se iban a contraer, con su producto se pagarían los intereses y se iría amortizando poco a poco el capital.

CUADRO 6

Ingresos y gastos de los Expedientes de caminos (rs. plata)*

INGRESOS Arbitrios Censos Varios Total

1784-1789 1.333.721 1790-1796 2.136.805 1797-1807 4.393.440

7.883.966

3.553.427 120.000

3.449.058

9.122.485

15.569 60.744 76.069

6.922.717 2.317.549 7.918.567

152.382 17.158.833

GASTOS Gastos

caminos Salarios

Réditos y amortización

Varios Total

1784-1789 5.334.661 92.357 1790-1796 1.638.255 109.413 17971807 5.060.553 140.082

12.033.469 341.852

510.234 1.254.521 2.606.634

4.371.389

40.000 40.000

120.729

5.977.252 3.042.189 7.927.998

200.729 16.947.439

FUENTE: ConMduría. Expediente! de caminos, libros 1-2.

* Excluidos remanentes, entradas por salida y trasvases entre cajas.

Concluidas para 1794 las reparaciones en el camino de la Ribera y la trans­formación del camino de herradura hacia Guipúzcoa en uno carretil y reuni­das de nuevo las cortes, en ellas se proyectan dos nuevos caminos, los de Lo­groño y Sangüesa, dada «la necesidad de ellos para la exportación de los frutos, y especialmente de los vinos, que es la principal cosecha de uno y otro terreno». De esta forma, en 1797 se vuelven a tomar censales. Sin embargo, el aumento del pasivo no se vio acompañado por el establecimiento de nuevas fuentes de ingreso, ya que en este punto las cortes de 1794-97 se limitan a perfeccionar técnicamente el cobro de peajes ' '.

ción del donativo ofrecido por las cortes de 1780-1781. CC, 1794-1797, ley 47; AGN, Caminos, leg. 3, c. 13.

" AGN. Caminos, leg. 6. c. 24.

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Entre 1784 y 1807 los desembolsos hechos por la hacienda foral en la construcción y mantenimiento de la red viaria ascienden a 12,375.321 rs. pla­ta, algo más de 23 millones de rs. vn., ci&a que se redimensiona si considera­mos que equivale al 80 por ciento de los caudales que en concepto de dona­tivo había obtenido la monarquía en el reino entre 1700 y 1806.

A las deudas contraídas por la caja de Caminos hay que añadir la generada por la guerra contra la Convención, que, aunque de no muy elevada cuantía, persistirá durante buena parte del xix. Legalmente responsables de la de­fensa de su territorio, los navarros tuvieron que hacer frente a los ataques de un enemigo que llegó a ocupar parte de su territorio. Además de contribuir con hombres —6.720 voluntarios divididos en siete batallones y en torno a 16.000 paisanos—, el Vínculo hubo de sufragar los uniformes de los batallo­nes, socorrer con 2 rs. vn. diarios de sobreprest a las tropas y adelantar el dinero necesario para la compra del armamento, cuyo valor sería más tarde reintegra­do por el rey. Para atender a estos gastos, extrajo 456.719 rs. plató del Depósi­to General, pidió prestados 128.000 a la caja de Caminos y, siendo estas sumas insuficientes, recurrió al crédito, tomando censos por importe de 491.711 rs. Mediante estos mecanismos, más la plata entregada por las iglesias, los donati­vos patrióticos y los bienes incautados a los franceses que residían en Navarra, pudo hacerse frente al dispendio bélico, cuyo costo hemos estimado en 2.300.000 rs. plau'''. Firmada la paz, los recursos ordinarios no bastaban para amortizar la deuda, restituir el dinero a los franceses y el importe de la plata a las iglesias y reintegrar las sumas transferidas de Caminos, por lo que en 1795 autoriza el rey a las cortes para que realicen una derrama de 1.600.000 rs.'', que, en principio, habían de ser suficientes para cubrir los gastos. Así, para 1800 el pasivo se había rebajado a 633.599 rs. —141.888 que quedaban por restituir al clero y el total de los censos tomados, cuyos intereses se abonaban puntualmente—, situación financiera que no parecía problemática, ya que las cuentas anotaban 385.358 rs. como alcance del anterior ejercicio. Sin embargo, ni se podría saldar la deuda con la iglesia, ni redimir más que unos pocos cen­sos, ya que desde principios del xix los balances fueron siempre negativos —en 1803 la corona había dejado de pagar las anualidades del arriendo del

^ Gaicía-Zúñiga (1991, cap. I, pp. 327-328). A ellos habría que añadir una cantidad imposi­ble de calcular, pero probablemente de similares proporciones, que recayó totalmente sobre los pueblos al tener que gratificar a los mozos para que se alistasen y hacer frente a los desembolsos que suponían los apellidos —la obligación feral de defender el territorio a sus propias expensas ante cualquier incursión enemiga, que, al menos teóricamente, afectaba a todos los navarros capaces de tomar las armas—, lo que agravó el endeudamiento municipal.

" c e , 1794-1797, ley 26. Su importe más el dinero procedente de las ofertas patrióticas y los caudales extraídos de las arcas superaba ligeramente el coste de la guerra.

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HAQENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA, 1700-1808

tabaco— y el déñcit continuado que se produce fue consumiendo el metálico existente en la caja.

Desde que en 1784 asumiera la construcción de su red viaría, Navarra ha­bía contraído una deuda de muy difícil liquidación al no contarse con medios suficientes para ello: en 1807 el principal se había reducido en un 5,6 por cien­to, pero entre esta fecha y 1834 tan sólo se amortizó menos de un 1 por ciento. Si a los empréstitos de la caja de Caminos agregamos los censos tomados por el Vínculo durante la guerra contra Francia que quedaban sin redimir, más un préstamo de pequeña cuantía tomado en 1801, la conclusión no puede ser más clara: en 1808 la hacienda foral atravesaba una profunda crisis que la gue­rra de Independencia no haría sino agudizar ^.

REFORMAS Y PRESIÓN FISCAL

Los cambios experimentados por la fiscalidad navarra en el setecientos se tradujeron en un aumento de la presión fiscal. Dado el carácter coactivo de la mayor parte de los ingresos, tanto de la real hacienda como de la hacienda fo­ral, el comportamiento de la carga tributaría (véase apéndice) sigue bastante de cerca la trayectoría de aquéllos. Ahora bien, no todas las contríbuciones que la integran recaían efectivamente sobre los navarros. Algunas son fáciles de desa­gregar, como los gravámenes sobre las exportaciones de lana, que cabe supo­ner eran pagados por los compradores extranjeros como resultado de la trasla­ción impositiva. No sucede lo mismo con la renta de tablas, y repercutir todos los ingresos aduaneros sobre sus habitantes sería un grave error; siendo Nava­rra zona de tránsito de las mercancías que por tierra se dirigían de Europa a Castilla, y a la inversa, buena parte de las entradas lo eran por este concepto. Así, para no sobreestimar la presión que soportaron los navarros, hemos corre­gido la carga tributaría con estimaciones del porcentaje que de los ingresos arancelaríos pudieran pagar realmente aquéllos ' .

Apoyada en dacios sobre el tráfico y el consumo, la coyuntura expansiva del xvín posibilitó un notable incremento de la carga fiscal, aunque no será más que partir de 1730-39 cuando ésta progrese de forma decidida. Den­tro de una marcada tendencia alcista se pueden señalar dos períodos en los

** Sobre el gasto y financiación de la guerra contra el francés, De la Torre (1991, pp. 25-94). " García-Zúñiga (1991, cap. I, pp. 368-369). No ha sido posible, en cambio, realizar la misma

operación con las exacciones exigidas en las aduanas para la caja de Caminos —derechos de ta­blas y nuevo impuesto—, al mezclarse en ellas gravámenes sobre la importación y sobre la expor­tación.

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MARIO GARCIA-ZUÑIGA

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HACIENDAS FORALES Y REFORMAS BORBÓNICAS. NAVARRA. 1700-1«08

que las tasas de crecimiento fueron muy superiores a la media secular. El pri­mero se extiende desde 1730-39 hasta 1760-69 y su causa radica en los cre­cientes rendimientos del estanco del tabaco. Tras un leve retroceso en los años setenta, la detracción fiscal se eleva de nuevo en los ochenta por el alza de los valores del donativo, de la renta del tabaco y de las nuevas exacciones que se introducen en las aduanas para financiar la red de carreteras. El cénit se sitúa a fines de siglo en el marco de una coyuntura adversa de deficientes cosechas y guerra. Desde que se iniciara el mil setecientos a vísperas de la guerra contra el francés la carga fiscal se ha multiplicado por 4,5, avance que el débil creci­miento demográfico apenas atenúa —más a partir de la década de los sesenta que en las precedentes—; en términos per capita se pasó de índice 100 a índice 360 M.

CUADRO 8

Dtfírenctas porcentuales entre la carga tributaria ablactada per capita de Navarra respecto a Castilla, Cataluña y Guipúzcoa *

Cataluña

A B

Castilla

A B

Guipúicoa

A B

1730-39 -90,00 -88,38 -87.18 -87,06 -1-103,80 -t-81,01

1750-39 -78,42 -73,89 -79,22 -78,13 -1-270,83 -1-234,72 1760-69 -71,62 -63,14 -72,77 -70,46 -f-284,29 -1-248,57 1770-79 -73,94 -64,55 -79,00 -77,16 -1-298,33 4-253,33

1790-99 -49,62 -15,67 -63.97 -52.84 +561,67 -(-536.67

PUENTE: Garcta-Zúñiga. Mugartegui y De la Tone (1991: 86-87). Los diferencias con las cifras allí presenudas obedecen a una reevaluación a la baja de la parte que de los derechos aduaneros pagaban los navarros y a la inclusión en el último decenio de las exacciones impuestas para la caja de Caminos.

* La comparación se ha hecho incluyendo las rentas generales (A) y desagregándolas (B). ha­bida cuenta de lo problemático que resulta hacer recaer la totalidad de los ingresos aduaneros del Principado y Navarra sobre sus respectivos habitantes, ya que buena parte de los productos importados tem'an como destino final Castilla.

" El desconocimiento de los grandes agregados macroeconómicos nos impide realizar nues­tro análisis en términos de presión fiscal.

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MAKIO GARCIA-ZUÑIGA

Descontando el movimiento de los precios, no se observan diferencias en la primera mitad del xvni, ya que, si exceptuamos los años 1710-19, éstos se mantuvieron estables. A partir de entonces la imagen varía de una forma ra­dical. Si en rs. plau corrientes la tasa de crecimiento de la segunda mitad de la centuria —1,6 por ciento— sobrepasa ligeramente la de la primera —1,4 por ciento anual—, a precios constantes no cabe hablar sino de estabilidad. Mien­tras en el primer setecientos el volumen de la carga fiscal se ha duplicado, en­tre los años cincuenu y 1800-08 el alza es tan sólo de 16 puntos —tasas de 1,3 y 0,3 por ciento, respectivamente—. Así, la inflación nos está enmascarando un descenso del consumo individual. Aunque modesto, el mayor dinamismo de­mográfico de la segunda mitad de la centuria logra absorber este pequeño au­mento y la carga fiscal por habitante se mantiene estacionaria entre 1750 y 1808, bien que con un ligero retroceso en los años setenta y un repunte en los ochenta. En consecuencia, si a precios constantes la ratio carga tributaria/veci­nos se elevó un 79 por ciento durante el siglo xvm, en su mayor parte este ascenso se produce en la primera mitad.

Ahora bien, contrastando la tendencia de la carga tributaría per capita en Navarra con la que tuvo en Castilla, Cataluña y Guipúzcoa, se comprueba có­mo fue en el viejo reino pirenaico donde el peso de la físcalidad experímentó una mayor subida en el mil setecientos, y tanto en términos corrientes como deflactada. La responsabilidad de este hecho no hay que atribuirla exclusiva­mente al diferente comportamiento de las variables población y precios, sino también al éxito evidente de la política fiscal que en Navarra llevó a cabo la corona a lo largo de la centuria.

Pese a todo la desigualdad tributaria persistió y, si bien las distancias se fueron recorundo conforme avanzaba el siglo, estas continuaron siendo muy fuertes, más con Castilla que con Cataluña. Los contribuyentes navarros segui­rían gozando de una situación fiscalmente privilegiada en el seno de la monar­quía que tan sólo el País Vasco superaba. Únicamente en el aspecto militar se habría conseguido homologarlos. Aunque persistieran las formas medievales del servicio en hombres, desde el establecimiento de las quintas en 1773 entre los navarros y el resto de los subditos de la monarquía —Vascongadas apar­te— no había ya ninguna diferencia en este terreno.

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE ALFRED MARSHALL: TEORÍA MONETARIA *

FERNANDO MÉNDEZ IBISATE Univenidad Comptutenie ¿t Madrid

RESUMEN

AUrcd Manhall ha pasado a k historia de k teoría económica cmno maestro en el campo microectmómico. Sus apoftadones a ks teorías dd valor, k demanda, k oCerta, k distribución o k organiíadón industrial han eclipsado otras, no menos significativas, a ks teorías del dinero, los ciclos, o del comercio intemadonaL El presente trabajo quiere recoger algunas de esas contribuciones, si bien se centra en su teoría monetatú que, formulada por encima de intereses prácticos o de política, ha resultado ser un es­labón esencial en k trasmisión de k teoría monetaria que ha llegado hasta nuestros días.

ABSTRACT

Alfred Marshall has kmg been rccognised as an important figure in the deveiop-ment of rigorous microeconomic theory. HU contributions to the tfaeories of valué, de-•nand, supply, distribution and industrial otganization have (rften overshadowed hk ot-ber, no leis rignificant, contributions to tfaeories of money, business cycks, and intemational trade. Thk paper concentrates on MarshalTs influence on monetaiy theory, which carries forwuxl to dús day, and argües tfaat hk theory of money did not •rise Ctom hú rok as an adviaer to the British ParBament

* Agradezco «1 profesor Garios Rodríguez Braun sus comentarios a una versión preliminar <le este articulo, así como las sugerencias y observaciones de un referee anónimo de esta revista. Por descontado, los errores son únicamente imputables al autor.

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

«Quien sólo conozca los Principios no conoce a Marshflll>

J. A. SCHUMPETER

1. INTRODUCCIÓN

Este artículo pretende reivindicar las aportaciones que hizo Alfred Mars-hall a la macroeconomía, y en particular a la teoría del dinero. Su peculiar co­nocimiento de las cuestiones y el enfoque microeconómicos le permitieron aplicar las herramientas que había desarrollado para la teoría del valor a los problemas teóricos del dinero, y extraer, así, una teoría monetaria a la vez con­tinuadora de la ortodoxia clásica y pionera de ulteriores desarrollos, como los de J. M. Keynes y algunos monetaristas, constituyendo un eslabón esencial en la evolución de dicha teoría '.

En otra parte he afirmado que las aportaciones de Marshall al campo de la teoría económica, principalmente las relativas al desarrollo de las teorías del valor y de la distribución, han sido ampliamente reconocidas por el conjunto de la profesión y nadie ha negado su puesto entre los maestros de nuestra ciencia. Pero la valoración de Marshall como economista monetario no ha sido la misma y se ha cometido cierta injusticia con él . Pese al interés y aportacio­nes de sus escritos monetarios recogidos principalmente, aunque de forma tar­día, en su obra Money, Credit and Commerce, sus Principies ofEconomics han os­curecido otras contribuciones de Marshall'.

' Vid. Méndez Ibisate (1988a), caps. I, III y Conclusiones Generales. No sólo es Alfred Mars­hall heredero de toda una tradición de pensamiento monetario que se remonta hasta Henry Thomton y llega a John Stuart Mili, pasando por su lectura de Walter Bagehot y la aceptación de sus principios de organización del sistema monetario, sino que deja su huella y su influencia en autores que posteriormente desarrollaron la teoría monetaria en nuestro siglo (Fisher, Wicksell, J. M. Keynes, y M. Ftiedman).

En mi teiis doctoral ya destaqué que la teoría monetaria de Marshall brilla con luz propia (independientemente de las cuestiones de política monetaria en las que Marshall participó), ha supuesto un eslabón de continuidad en una corriente del pensamiento monetario (la de la Ban­king Schooh y ha influido muy de cerca el posterior desarrollo experimentado por las ideas mo-neurias en el presente siglo. De ahí su importancia \vid. Méndez Ibisate (1988a), p. 23?, y caps. I y III].

' Méndez Ibisate (1988a). Véase al respecto, principalmente, el cap. III. » Laidler (1990a) afirma;

«El 'enfoque de demanda de saldos reales de Cambridge* es de sobra conocido en teoría moneta­ria, pero normalmente se le denomina como el "enfoque de Cambridge' y no como el 'enfoque de Marshall*; y los estudiantes que sienten ilusión por aprender más de dicho enfoque se les remite a los trabajos de Pigou (1917), [The Valué of Money*, Quarterly Jourml Ecommics, 32:38.65] o de Keynes (1923), [A Tnct on Uoiuuny Keform, Londres, Macmillan] en vez de a los escritos de Marshall» [Laidler (1990«), p. 44],

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE ALFRED MARSHALL

Hasta 1987 apenas unos cuantos autores, como Krishnaswamy y Eshag, dedicaron un esfuerzo a estudiar las contribuciones de Alfi-ed Marshall al cam­po monetario *. Sin embargo, este panorama ha cambiado, y desde esa fecha se han publicado varias obras en las que se dedica un espacio importante a la teoría monetaria de Alfred Marshall y a su papel como fundador de la tradi­ción de pensamiento formada en Gmibrídge. Estas obras son las de Pascal Brí-del, Robert J. Bigg, David Laidler y David Laidler '.

Incluso circulaba entre la profesión la opinión, inspirada en una cita de J. K Hicks, de que la teoría moneuría de Marshall tenía poco interés porque los problemas monetarios de su época no fueron importantes ^ Sin embargo, como ha demostrado Laidler, «la teoría monetaria de Marshall tiene una im­portancia mucho más general que los problemas [de política] a los cuales la aplicó» . Por tanto, y pese a sus innegables contribuciones a la política moneta-

* Méndez Ibisate (1988a), p. 284 y nou 57 (pp. 349-350). ' Los capítulos dedicados a la teoría monetaria de Alfred Marshall de los dos primeros li­

bros aquí citados no pasan de ser elementales ya que ambos autores pretenden estudiar a toda la escuela de Gunbridge (Marshall, Pigou, Keynes, Hawtrey, Lavington y —el más apartado— Ro-bertson_.) y establecer las oportunas conexiones de pensamiento macroeconómico (dinero, ciclos, análisis del ahorro-inversión, influencias del tipo de interés...) entre todos ellos.

Quisiera incluir entre las aportaciones realizadas al estudio de la teoría monetaria de Mars­hall, a partir de 1987, mi tesis doctoral [Méndez Ibisate (1988a)]. Las h'neas de investigación allí desarrolladas se asemejan más a los estudios publicados por Laidler (1990a) y Laidler (1991), si bien he compleudo y ampliado mis ideas gracias a los análisis y conclusiones expuestos por Laidler.

Laidler (1991) extiende su estudio a lo que denomina la teoría cuantiutiva neoclásica (Mars­hall y la Escuela de Cambridge, Fisher, Wicloell y Edgeworth), en una comparación con la teoría cuantitativa clásica, anterior a estos autores 0. S. Mili, Jevons y Bagehot).

' La cita de Hicks es la siguiente:

<Li mtyor pane de lo* mejores trtbajo* de teoría monetaria han sido directamente provocados por episodio* particulares, por experiencias de la época-. Es posible que una de la* razones por las que la teoría monetaria se bit osificando un tanto en el período neoclásico sea que en esu época no parece que hubiera ningún reto similar (a los de Ricardo o Keynes en sus períodos respectivos). Por lo meno* en lo* años letenu y ochenu, cuando Marshall (el más grande de los neoclásico*) hubiera po­dido responder al reto, resultó que el reto no esub* allí; ¡no podía sacarse demasiado partido del bi-meulismo! Uno no puede contestar brillantemente las preguntas poco inteligentes, y las preguntas que los hecho* moneuríos de la época plantearon a Marshall no eran demasiado difíciles» [Hicks (197}), pp. 185-186. Citado en Méndez Ibisate (1988a). p. 377; vid. pp. 32 y 288].

' Laidler (1990a), p. 46. Laidler (1991) sostiene como utu idea principal lo contrario que Hicks: que los hechos y los problemas de política moneUria apenas afectaron el desarrollo y la evolución de las ideas y teorías monetarias formuladas por Marshall y otros neoclásicos; más bien al contrario:

«La evolución de la economía monetaria debió más a su propia dinámica interna que a lo* aconte­cimiento* externos, y la lógica de la teoría cuantitativa (desarrollada en este tiempo por autores como Marshall, Fisher o Wicksell) subvirtió la autoridad intelectual del Patrón Oro. [Laidler (1991), p. 3].

Que la teoría monetaria de Marshall se desarrolló con independencia de sus propuestas polí­ticas, que éstas se derivan de aquélla y no al revés (como casi siempre se ha interpretado), y que

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

lia (que serán objeto de otro artículo), la teoría del dinero desarrollada por Marshall tiene validez en sí misma, como el producto de un trabajo puramente académico, que sin embargo aplicó —como era su costumbre— a problemas prácticos, y lo hizo de forma notable.

Pese a la poca atención prestada a su pensamiento monetario, la importan­cia e influencia de Marshall en esta materia había sido recogida en el artículo biográfico de J. M. Keynes * y, posteriormente, en la obra de Eprime Eshag '. Eshag muestra que Marshall es heredero de una larga lista de autores que fueron considerados creadores y maestros del pensamiento monetario, y que, a su vez, Marshall «fue leído y escudriñado por otros autores que contribuyeron al cam­po de la economía monetaria lo bastante pronto como para ser importante». De modo que «el caso de Marshall no es el de un economista monetario cuyas contribuciones originales permanecieron ocultas hasta el momento en que su importancia hubiese desaparecido» '". Por el contrario, Marshall fue reconoci­do poi otros autores fuera de su propio círculo tales como Fisher (que men­ciona la distinción entre las tasas reales y nominales de interés), Edgeworth (que estaba al tanto de su propuesu del *Symmetallisrm>) o Wicksell (quien estaba familiarizado con sus testimonios ante la GoldandSilverCommission) ".

El presente trabajo quiere exponer las nuevas ideas aportadas por Mars­hall a la economía monetaria y su trascendencia teórica. En la sección 2 se re­cogen algunas razones por las que esta aportación marshalliana a la teoría mo­netaria pudo haber pasado inadvertida para los historiadores de la teoría económica. Entre otras, se destacan razones de tipo histórico. La sección 3 presenta las ideas heredadas por Alfred Marshall en su pensamiento moneta-

U teoría monetaria de Manhall es superior a la de sus predecesores y muchos de sus contempo­ráneos, son ideas que defendí en Ménde2 Ibísate (1988a), unos años antes de las publicaciones de Laidler.

' Keynes (1925). Qtmo artículo biográfico, sin embarggo, el documento de J. M. Keynes con­tiene diversas inexactitudes y datos que recientemente se han revelado como incorrectos. Vid. Whitaker (1972). Coase (1984) y Coase (1990).

' Eshag (1965). El libro de Eprime Eshag fue pionero en el análisis de Marshall como ma-croeconomista y, aunque algunas de sus consideraciones puedan estar superadas, quienes hemos investigado la teoria monetaria de Marshall o de la Escuela de Cambridge tenemos esta obra como punto de referencia obligado.

•° Laidler (1990a), p. 45 (ambas citas). Entre sus predecesores podríamos mencionar a Hume, Smith, Ricardo, Thomton y J. S. Mili.

Entre sus contemporáneos, a Jevons, Goschen, Giffen y BagehoL Y entre sus discípulos, a los miembros de la escuela de Camimdge (Pigou, Keynes, Hawtrey, Lavington y Robertson). Vid. Es­hag (1%5), (9. 91-96 y 100-110, por ejemplo. Véase umbién Méndez Ibisate (1988a), nou 190, p. 905. Puede completarse la visión de Eshag en Méndez Ibisate (1988a), p. 569, nou 23.

Pata otros estudios, véanse las obras de Bridel (1987), Bigg (1990) y Laidler (1991). " Vid. Laidler (1990a), p. 45. Y. más ampliado, en Laidler (1991).

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMlE^f^O DE A U R E D MAKSHALL

ño, reforzando la tesis de una continuación en la línea de pensamiento teórico. La sección 4 recoge las innovaciones de Marshall respecto al valor del dinero, la demanda y la oferu de dinero (siguiendo un esquema de razonamiento típi­camente marshalliano), así como otras aportaciones. Finalmente, la sección 5 presenta algunas conclusiones.

2. OBSTÁCULOS QUE DIFICULTAN EL RECONOCIMIENTO DE LAS CONTRIBUCIONES DE MARSHALL A LA ECONOMÍA MONETARIA

El pensamiento monetario de Alíred Marshall no está recc^do en un úni­co volumen sistemático ' . Cuando Marshall publicó su Money, CmUt and Com-fterce, un año antes de su muerte, las ideas allí presentadas no eran sino el fru­to de sus investigaciones durante las décadas de 1870 y 1880 (uno de los primeros campos de investigación de Marshall, como afirman J. M. Keynes y J.K.Whitaker).

Pero, como señala Laidler, no es éste el único impedimento ante el que se enfrenta el investigador moderno que desea valorar la aportación marshalliana a la teoría monetaria. Los problemas que rodeaban la época de Marshall fue­ron muy distintos de los que nos rodean hoy en día. No fueron problemas de inflación y fluctuaciones reales, con un mundo en el que dominaban los tipos de cambio flexibles, como en época de Thomton (1802), Ricardo (hasta 1821) o el Keynes del Tract, sino que se trató de una época de deflación, en la que la implantación del patrón oro se estaba generalizando y donde las fluctuaciones cíclicas resultaban muy apacibles ''.

Históricamente, durante la segunda miud del siglo xix la teoría económi­ca estuvo centrada en el examen de las fluctuaciones de los precios a largo pla­zo y de los movimientos cíclicos en el comercio y en el empleo. La explotación de minas de oro en California y Australia alrededor de 1850 se vio seguida por un período de más de veinte años en el que la tendencia genera] de los precios fue fuertemente ascendente, aunque rota, a veces, por las fluctuaciones

" Además de en Marshall (1923). se encuentran desperdigadas en algún articulo como Mars-^ (1887), en diversos testimonios y evidencias presentados por Alfred Marshall ante diferentes comisiones pariamenuiias {CommissioH OH the Depresiion ofTnde «nd Industry —1886—; The GoU * ^ Silver CommisstoH —1887/8—; y The Indúm Omtncy CommiUe —1899—), recopilados en **"»hall (1926), y en Marshall (1871), publicado en Whitaker (1975). Ello sin mencionar algunos P««jes de A. Marshall and M. P. Marshall (1879), y alguna mención desperdigada en Marshall (1890).

" Laidler (1990a), pp. 45-46.

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

cíclicas. A comienzos de la década de 1870, sin embargo, la producción de oro comenzó a disminuir, mientras que la demanda del mismo iba en aumento a medida que crecía el numero de países que adoptaban el patrón oro. Los pre­cios de las mercancías comenzaron a bajar y la tendencia descendente conti­nuó hasta 1896, cuando el descubrimiento de oro en Suráfrica y en el Yukon se vio acompañado por un período caracterizado nuevamente por una tenden­cia ascendente, que continuó hasta la Primera Guerra Mundial. El período de la tendencia deflacionista de los precios produjo tantas quejas por parte de los comerciantes que se encontraban en apuros, que dio origen a la demanda de un patrón bimetálico, lo que desembocó en una aguda polémica '1

Otros factores que han influido en el escaso reconocimiento y difusión de la teoría monetaria de Alíred Marshall son el retraso con que publicó sus ideas, en este como en otros campos ", y que su teoría y política del dinero quedó fuera de su obra principal, los Principios de Economía, que eclipsó otras contribuciones de Marshall.

Las causas del retraso en sus publicaciones residen en su doble faceta de práctico y teórico, el Marshall positivo y el Marshall normativo, el científico y el moralista. Esa lucha le llevó a cuidar mucho las formas con que presentaba sus escritos, ya que temía enormemente cometer errores, y quería ser entendi­do por el público en general y no por los especialistas. Además está su falta de

> Vid. Méndez Ibisate (1988a), pp. 214-21?. El descenso de precios a comienzos de la década de 1870, que persistió hasu mediados de la década de 1890, fue ocasionado tanto por la conti­nua extensión del monometalismo de oro en todo el mundo como por la desaparición gradual de los efectos que los descubrimientos de las minas de Australia y California (1849-1871) habían tenido sobre el precio del oro y, por consiguiente, sobre el nivel general de precios. La combina­ción de un aumento en la demanda de oro, junto con una oferta descendente (la producción de oro en las minas descubiertas en tomo a 1850 ya había sobrepasado su máximo), provocó un au­mento en el precio del oro, es decir, una caída en el nivel de precios medido en oro, en tanto que el nivel de precios medido en plata se elevó, y la rupia de plata india se depreció contra la U-bra esterlina de oro.

Algunos viejos fantasmas no han desaparecido en economía, y en aquel entonces, como aho­ra, era muy fácil (aunque no por ello correcto) afirmar que la deflación de precios provocaría un estancamiento en el lado real de la economía y que la revaluación de la moneda causaría una pérdida de competitividad para las industrias domésticas.

Las discusiones sobre el bimetalismo aparecieron, entonces, para disetiar un sistema alternati­vo al Patrón Oro que dotase a la economía de unos precios más estables; estabilidad de precios que era requerida como objetivo principal.

Un análisis histórico de los acontecimientos monetarios de la época puede encontrarse en Rist (1966), pp. 246-247,252-254 y 292-297; y en Laidler (1991), pp. 29-32 y 154-170.

" Ya hemos señalado que aunque su libro Money, Crtdit ami Commerce se publicó un año an­tes de su muerte —1923—, recoge ideas y teorías formuladas posiblemente entre 1867 y 1877. De modo que muchas ideas pioneras que podían haber tenido como punto de referencia las pu­blicaciones de Marshall tuvieron las de otros autores. Véase al respecto Keynes (1925), pp. 18, 28-29 y nou 3 a pie de p. 28. O véase umbién Laidler (1991), pp. 53 y ss., y p. 86, nou 8.

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salud, que —aunque parece no exenta de elementos hipocondríacos— le apar­taba continuamente de su trabajo y le impedía la concentración '^

• Por otra parte, Marshall no incluyó ciertos temas, como el dinero, en los Principios porque, según nos cuenta él mismo, los Principios de Economía forma­ban sólo una parte de un tratado general de obras de economía —un compen­dio de temas económicos— que, según proyectaba Marshall, constituiría su le­gado impreso para sus discípulos ''.

3. ELEMENTOS CLASICOS EN EL PENSAMIENTO MONETARIO DE MARSHALL

En líneas muy generales podemos resumir la teoría monetaria que había llegado hasta Marshall en la década de 1870 en una serie de temas interrela-cionados: la teoría de la paridad de compra, el ciclo, la balanza de pagos, la elección de un patrón monetario que cumphese adecuadamente con sus fun­ciones, y dentro de las restricciones impuestas por el patrón elegido, la adop­ción de políticas monetarias discrecionales o no '*.

Cuando se utilizaba un patrón de valor-mercancía (oro o plata) la balanza de pagos se equilibraba siguiendo una versión compleja del «mecanismo de flujo de especie» de Hume-Cantillon, y el nivel general de precios quedaba de­terminado, a lai^o plazo, por el coste de producción de la mercancía utilizada como patrón ". Esta teoría se complementaba con una teoría del valor de equi­librio a largo plazo de la tasa de interés en términos reales (no dependía de

'* Tenía Marshall una peculiar forma de concentración que le impedía mantener su atención fija durante mucho tiempo en una cosa, pese a que cuando lo lograba su concentración era muy intensa. A eso habría que añadir su desonden y su carencia de sistematización, según Keynes. WüL Méndez Ibisate (1988a), pp. 296-297,299-302, 313-318, 321-322 y 324-329.

" Vid. Méndez Ibisate (1988a), pp. 302-334. " va Laidler (1990a), p. 46. El análisis expuesto en Méndez Ibisate (1988a) respecto a este

apartado coincide con el de Laidler (1990a), pp. 4¿52. Una exposición amplia de estas teorías decimonónicas del dinero en Méndez Ibisate (1988b).

" No es ésta sino una forma de aplicar la teoría general del valor de los clásicos a un bien peculiar, como el dinero, que era considerado como cualquier otro. A corto plazo, el valor del dinero quedaba esublecido por el libre juego del mercado (oferu y demanda del mismo); y a lar­go plazo, se seguía la teoría del valor o precio natural (su coste de producción). Esu teoría, que •ntegraba la teoría monetaria en la teoría del valor, aunque trasladaba a aquélla los problemas de ewe doble proceso de formación del valor, esuba inspirada en (o, más bien, era) la teoría de la «cantidad de dinero» de los precios. Lejos, pues, de dicotomizar el proceso de formación de pre­cios, la teoría de la «cantidad de dinero» de los precios, en sus versiones clásica y neoclásica ri-Surosas, tomaba en consideración las inteiconexiones entre el sector real y el monetario de la economía cuando existía un mercado monetario importante. Vi¿ Becker y Baumol (1952). CiU-oo en Méndez Ibisate (19888), pp. 365, 599-600.

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factores monetarios), de forma que en la determinación a largo plazo de esta variable intervenían elementos como la productividad real del capiul y el aho­rro (o la frugalidad). De este modo, en el largo plazo y sólo aquí, la teoría moneta­ria clásica —recibida por Marshall— establecía la neutralidad del dinero y di­cha variable tan sólo determinaba el nivel general de precios.

Las cosas en el corto plazo no eran tan sencillas y el dinero no era neutral En el corto plazo, la teoría de la «cantidad de dinero» de los precios explicaba el valor del dinero (los precios), a través de la oferta y la demanda, de modo que sobre el nivel de precios influían tanto las variaciones en la cantidad de dinero como las variaciones en la velocidad de circulación (determinadas, a su vez, por el desarrollo de las actividades del sistema bancario). Al igual que el valor del dinero podía desviarse de su valor natural en el corto plazo, la usa de interés fluctuaba con las perturbaciones monetarias, si bien se entendía que el corto plazo era mucho más corto para los movimientos del tipo de interés (y por tanto los ajustes hacia su valor natural eran más rápidos) que para los del nivel de precios. Una expansión monetaria se asociaba con una caída del tipo de interés del mercado por debajo de su nivel «natural», y al revés. Estos mo­vimientos generalmente estaban asociados con las fluctuaciones comerciales y crediticias que se producían tanto en los mercados de bienes como en los mer­cados financieros.

La política económica discrecional debía ir encaminada no tanto a estabili­zar el ciclo como a tratar de evitar que en el punto de inflexión alcista todo se precipitase hacia un pánico financiero y un colapso del sistema bancario.

Cuando el sistema esuba basado en moneda puramente fiduciaria (papel moneda), dicho sistema perdía el freno que el valor natural del oro imponía al exceso de emisión (y por tanto a la devaluación de la moneda^ y esto se consi­deraba como un serio inconveniente por la ortodoxia clasica ^.

Entre las raíces más clásicas de la teoría monetaria de Marshall se encuen­tra su adhesión («e» tanto que actúen los efectos permanentes») a la dicotomía entre la economía real y monetaria ', su teoría de la determinación de la tasa de in­terés y su análisis de la formación de los tipos de cambio y de la balanza de pagos.

Respecto al tipo de interés, Marshall sostuvo que a largo plazo «la oferta de oro no ejercía influencia permanente alguna sobre la tasa de descuento»; pero

» V«¿ Méndez IbiMte (1988b). " Vi¿ Marshall (1926), p. \\5, pregunu 9893. Cunivu mías. Véase Méndez Ibisate (1988a),

pp. 333-334.

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a corto plazo los factores monetarios podían afectar la tasa de interés ^ (y más en una economía abierta, con unos mercados financieros desarrollados y muy interconectados, como constata en alguna parte) ^^. Considera, pues, la tasa de interés como una parte fundamental de los mecanismos de transmisión, a tra­vés de los cuales una afluencia de oro elevaría finalmente el nivel de precios (dejando el interés a su nivel «natural»). En este proceso (que se enmarca den­tro de un proceso cíclico), las expecutivas desempeñaban un papel importan­te 2".

Su análisis sobre la formación de los tipos de cambio es más notable por su concisión y claridad que por su originalidad. Pero Marshall jamás reclamó originalidad alguna 2'. Sus ideas se recogen en algunos de los testimonios publi­cados en sus Official Papen, y allí expone Marshall de forma simple la teoría de la paridad del poder de compra como determinante de la formación de los ti­pos de cambio. Así, los desequilibrios originados en la balanza comercial (in­cluso la balanza básica) generan tensiones en el mercado de intercambio de le­tras comerciales (otorgando premios o descuentos, según que el país resulte acreedor o deudor), que, finalmente, provocan flujos de oro (o plata) de un

^ Manhall (1926), p. 41. Un análisis desarrollado de esta influencia se expone en Méndez Ibisate (1988a), pp. 786-790.

" Realizo un estudio del papel de la tasa de descuento en la economía abierta, así como de las manifestaciones de Marshall acerca del desarrollo de los mercados financieros, en Méndez Ibisate (1988a), pp. 667-671.

^* Véase el papel de las expectativas en este punto en Méndez Ibisate (1988a), pp. 790-793 yss.

Las expectativas en Marshall están muy influidas por los procesos especulativos del mercado financiero. Es en estos procesos donde cobran o tienen mayor importancia. A diferencia de J. M. Keynes (al menos el Keynes de la Teoría General), Marshall construye unas expecutivas con un componente lógico en su formación. No se trata de un proceso de formación de expecutivas ra­cionales, sino de expecutivas adaputivas, en las que el valor más próximo o cercano en el tiem­po de las variables relevantes posee una ponderación mucho mayor por parte del público. Esto, «lesde luego, no es el proceso de formación de expecutivas que aparece en la Teoría General de J. M. Keynes, que es más bien irracional o ilógico.

Sin embargo, Marshall admite la existencia de agentes especulativos (mal vistos) que entran en el mercado financiero —unos con pleno conocimiento del mismo, y otros arrastrados por la vorágine del momento—, y que más tarde son víctimas de sus especulaciones {Vid Méndez Ibisa­te (1988a), pp. 777 (ciu), 778 (ciu 108), 779-782 y 796-797). Y dicha creencia por parte de Mars-"•11 puede suponer un primer paso hacia la concepción que tem'a Keynes de los mercados fitun-cietos y de valores, a los que compara con «el juego del Snap, de la Solterona o de las Sillas Musicales, un pasatiempo en el que gana quien dice Snap ni demasiado pronto ni demasiado tar-<le> quien pasa la 'Solterona' (el anillo) a su compañero antes de que tennine el juego, o el que consigue una silla en el momento que cese la música». [Vid. Keynes (1936), pp. 155-156 y 150-151.]

" Vid Laidler (1990a), p. 50. Expongo el papel que atribuyó Marshall al dinero en mu eco­nomía abierta, y su análisis de la formación de los tipos de cambio y del mercado de cambios, en Méndez Ibisate (1988a), cap. V.

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país a otro, o bien movimientos en los típos de cambio, que permiten restaurar el equilibrio.

Marshall discute ios cambios en ia productividad, pero en el contexto en que una depreciación de la moneda interna causada por factores monetarios po­dría engañar a los exportadores quienes, habiendo obtenido al tiempo alguna ventaja en sus costes, creerían que su mayor éxito en los mercados exteriores se debería a dicha depreciación \Cf. Marshall (1926), pp 192-193]. Marshall no dis­cutió la posible influencia independiente de la productividad sobre las variacio­nes del tipo de cambio real (y, por consiguiente, ceterisparihus, nominal) ^

4. NUEVAS APORTACIONES DE ALFRED MARSHALL A LA T E O R Í A MONETARIA

El mlor del dinero

Marsball superó la inconsistencia de los clásicos en su intento de integrar la teoría del valor en la teoría monetaria. Recordemos que la teoría del valor clásica no era completa, y al aplicarla a un dinero-mercancía (oro o plata) se re­producían los problemas que tenía para cualquier otra mercancía: no era fácil integrar las interpretaciones de la teoría cuantitativa (a corto) y la teoría coste de producción (a largo). Y este enfoque no resultaba del todo satisfactorio p>or-que la extracción del oro era una actividad minera y —por tanto— sujeta a rendimientos decrecientes. Dados los rendimientos decrecientes, el coste mar­ginal de producción (del oro) no quedaba determinado hasta que no se cono­ciese el nivel de producción, por lo que el coste de producción podría no ser el que en última instancia regulase la capacidad de compra del dinero. Sin em­bargo, como ha señalado Laidler, la teoría cuantitativa establecida por los neo­clásicos «degradó el coste de producción de los metales de ser el principal, y en algunos casos único, determinante del valor natural del dinero, a tener una influencia secundaria y remota en su cantidad» ^ .

Además, la teoría del nivel general de precios a corto plazo de los clásicos contenía un concepto —el de velocidad de circulación de transacciones— que resultaba en exceso complejo y poco adecuado cuando se aplicaba a una eco­nomía en la que la mayor parte del comercio se desarrollaba sobre la base del crédito y que, por tanto, precisaba de un número grande de transacciones in-

2* Laidler (1990«), pp. 51-52. " Laidler (1991), p. 4.

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termedias antes de que los bienes en manos de los productores llegasen a las manos de sus consumidores finales.

Marshall encara estos problemas sobre el valor el dinero en sus primeros escritos (en torno a 1871) 2*, y allí expone el llamado enfoque de Cambridge «de los saldos reales» (que debería denominarse el enfoque de Marshall «de los saldos reales»):

Tal vez deberíamos observar... cuál es la naturaleza de la ventaja que cada individuo obtiene por mantener en mano una gran cantidad de dinero. Por este medio el individuo retiene en sus manos lo que podría llamarse una gran dispo­nibilidad efectiva sobre los bienes en general... Pero de esa porción de su rique­za que cada persona mantiene en forma de dinero, es incapaz de derivar cual­quier otra ventaja... Así, cuanto mayor es la i>arte de su riqueza que un hombre mantiene en forma de demanda disponible sobre las mercancías en general, me­nor es la parte que puede ser empleada bien para abastecer sus necesidades o para incrementar su riqueza. Este, pues, es el equilibrio de ventajas que cada in­dividuo debe ajustar por sí solo.- Así, debe establecer cuál es la cantidad exacta que por promedio responderá a su propósito de mantenerse en esta forma líqui­da ».

Representado mediante ecuaciones —y simplificado—, el enfoque de Marshall queda como un sistema compuesto por

Una ecuación de oferta:

Una ecuación de demanda:

M''M. [1]

M''' k • P • y [2]

La ecuación de equilibrio del mercado:

M' ' M'' [3] Por lo que en equilibria

M'k • P • y [4]

" Se twtt de Marshall (1871). En mi tesis doctoral se incluye como Apéndice E ima traduc­ción compleu —con algunos comenMrios— de este texto, que se publicará en la revisu Libertas. Aunque este texto no se publicó hasta 1975, no era desconocido. Keynes (1923), pp. 29-30, hace varias referencias y citas del texto, y señala que «Cuando asistí a las lecciones (de Marshall) en 1906 soha ilustrar esu teoría con ayunos gráficos elegantes». [Keynes (1925), p. 29, nota 1.] Vid. también Laidler (1991), pp. 53 y ss.

" Marshall (1871), pp. 166-167. Justo a continuación, esublece Marshall las mismas condi­ciones para «la cantidad toul retenida de esu íorma por la comunidad» (cursivas mías).

Véanse ideas simüares en Marshall (1926), pp. 267-268, y en Marshall (1923), pp. 38-39 y 45.

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FERNANIX) MÉNDEZ IBISATE

Donde M' es la oferta monetaria nominal, M' la demanda de dinero, P el ni­vel general de precios, el ingreso real es y,y k la proporción del ingreso nomi­nal, que el público mantiene en forma de saldos monetarios para disponer de una capacidad de demanda inmediata sobre los bienes.

Gráficamente, algunos han representado la curva de demanda como una hipérbola equilátera, lo que es un error por doble motivo: porque para Mars-hall las variables que intervienen en la demanda, k c y, no son constantes, lo que rompe el supuesto (implícito en la demanda con forma de hipérbola equi­látera) de que los individuos desean conservar la misma cantidad de saldos rea­les cuando varían los precios (el valor de su dinero), aunque su situación haya cambiado. En una curva de demanda de saldos de efectivo con elasticidad unitaria (con forma de hipérbola rectangular) el individuo reduce (aumenta) sus saldos nominales cuando los precios bajan (suben), dado el nivel de ingre­so real, y lo hace exactamente en la misma proporción en que variaron los pre­cios. Pero desde el momento en que la k de Marshall viene influida, como se­ñalaré más adelante, por variables tales como el tipo de interés y las expectativas, y que —como señala Patinkin— '<> el volumen proyectado de transacciones queda alterado por el efecto de liquidez real que se origina cuando sólo varía el nivel general de precios (esto implica que el individuo toma en cuenta los efectos-renta provocados en la demanda de dinero cuando vanan los precios), entonces la acomodación de la demanda de dinero es pro­porcional a los precios, pero no exactamente proporcional.

En realidad, esa curva de demanda de saldos reales de dinero en forma de hipérbola equilátera representa una curva de equilibrios del mercado ". Como afirma Laidler, «se trata de una curva compensada p>or las variaciones en la ri­queza real que han sido inducidas por los cambios en el nivel general de pre­cios» 'f En este sentido, la demanda de saldos reales líquidos en forma de hi-

M Vid. Patinkin (1963), pp. 104-114 y 46(M64. " Patinkin (1963). Esta idea se reproduce en Blaug (1983), cap. ?. " Laidler (1990a), p. 53, nou 10. Acerca de este tema, véase Méndez Ibisate (1988a), el Apéndice F titulado «La curva de de­

manda individual de dinero con elasticidad unitaria». Otros testimonios de Marshall que contradicen el valor de esa elasticidad, en Méndez Ibisate

(1988a), pp. 447-448. Allí se recoge el siguiente texto de Marshall:

«Aunque el poder adquisitivo de uiu unidad monetaria varía inversamente al número de unida­des, manteniéodoM los demás hctotes constantes, una emisión creciente de moneda papel inconverti­ble puede rebajar aún más su crédito y, por tanto, disminuir la cantidad de poder adquisitivo disponi­ble que el público desee conservar. Es decir, puede tebaiar el valor de cada unidad en proporción mayor «I incremento de su número- un tumento en su amidtd, que ptmct pmbabk que se repita, diimi-miin el vtlor de cada unidad más que profomaialmeme al inaemento» [Marshall (1923X pp. 47-48. Cursi­vas en el original].

De modo que la elasticidad precio de la demanda es mayor que uno en términos absolutos, si no interpreto mal

Ver también este tratamiento de Patinkin en Blaug (1987), pp. 206-210.

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pérbola equilátera sería una curva de demanda sin efectos renta, tal y como interpretó Milton Friedman la curva de demanda individual marshalliana para los bienes en general ^ .

No pretende Marshall elaborar tan sólo una teoría de la demanda de dine­ro, sino formular una teoría del valor del dinero '1 Su forma de enfrentarse a este problema (con las herramientas microeconómicas que él desarrolló) le per­mite construir dicha teoría sobre la base de la oferta y la demanda, tanto a cor­to como a largo plazo. Y es en el largo plazo donde la demanda de dinero sí se representaría con elasticidad unitaria ".

Su exposición puramente teórica es una muestra de que a Marshall le inte­resaba más enfrentarse a los problemas existentes en el esquema teórico inter­no del análisis monetario que había heredado de los clásicos (sobre todo de J. S. Mili) que responder a los problemas de política monetaria contemporánea.

El otro inconveniente de la teoría clásica ^ lo resolvió Marshall desechan­do el concepto de «velocidad de circulación» de las transacciones:

la «velocidad de circulación» no es el concepto más conveniente en el que basar nuestras investigaciones...

El hecho de que, en general, los bienes pasan a través de un gran pero varia­do número de manos en su camino desde el productor al consumidor, no afecta la validez de nuestra investigación original. Sin embargo, cuando intentamos es­tablecer una conexión entre «la velocidad de circulación» y el valor del dinero, se introducen graves complicaciones. Mr. Mili es consciente del mal, pero no se­ñala el remedio ' .

Esta forma de actuar es congruente con su objetivo: proporcionar una teo­ría del valor del dinero y no una teoría de la demanda de dinero '*.

h¡ demanda de dinero

No me voy a detener en un análisis pormenorizado de la demanda de di­nero por parte Marshall. A su ya citada exposición del en£cx]ue de los saldos

» VÜ Friedman (1949). " Váí Laidler (1990»), p. 33. " La curva de demanda de dinero en forma de hipérbola rectangular reptesentarú, así, dife-

Kntes situaciones de equilibrio • largo plazo, en los que los individuos habrían desconudo los efectos renta. Sobre el valor del dinero a largo plazo véase Méndez Ibisate (1988a), p. 391. texto con numeración 58, al ñnal de la página, donde Marshall renuncia al enfoque del coste de pro­ducción como determinante del valor del dinero a laigo plazo. En los siguientes apartados am­plío el análisis sobre la demanda y la oferta de dinero, que hasu el momento ha sido considera­da como una variable exógena, pero que no siempre foe así en el análisis de Marshall.

'* La complejidad e inadecuación de la variable «velocidad de circulación de las ttansaccio-" ^ a las situaciones en que los intercambios se hallan basados casi plenamente en el crédito, y enasten multiplicidad de transaccicMies intermedias.

" MarshaU (1871), pp. 166 y 169. " Vid. Marshall (1871), pp. 163-166. Cuando uno empieza a leer el texto del «Essay on Mo-

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reales voy a añadir dos afirmaciones que trataré de demostrar: a) Marshall no consideró que las variables que formaban parte de su enfoque de la demanda fuesen constantes o estuviesen dadas por factores exógenos; y b) el peculiar enfoque dado por Marshall al estudio de la demanda le permitió establecer en gran parte los motivos de demanda (motivo de transacciones, precaución y es­peculación) de dinero, enumerados y analizados explícitamente por Keynes en su Teoría General".

Según Marshall, la relación que establece la teoría de la «cantidad de dine­ro» de los precios «entre cantidad de circulante y nivel general de precios pue­de modificarse permanentemente por diversas causas»:

Primero, por cambios en la población y riqueza que varíen el ingreso total; segundo, por el desarrollo de las entidades de crédito, que suplen el dinero con otros medios de pago; tercero, por los cambios en los procedimientos de trans­porte, de producción y de los negocios en general [mejoras en la productividad inducidas por mejoras tecnológicas y mejoras de organización], que afectan el número de manos por las que van pasando las mercancías en su proceso de fa-

ney», lo primero que se encuentra es una formulación básica y resumida de la formación del va­lor en las mercancías. Tras dejar claro Marshall que ese es el problema para el caso del dinero, se adentra a estudiar los motivos de demanda de saldos reales de dinero.

" Remito al lector que desee comprobar este punto a Ménde2 Ibisate (1988a) donde, tras una exposición simplificada —y siguiendo los manuales al uso— del tratamiento teórico de cada uno de los tres motívos de demanda de dinero, intento aportar textos orígiiudes de Marshall que corroboren mi afirmación.

Los textos origínales para el motivo de transacciones se reproducen en ibúL, pp. ? 15-519; para el motivo precaución, en pp. 526-532; y para el motivo especulación —tal vez el más dudo­so—, pp. 533-534 y 543-548; así como las respectivas notas.

Uno de los primeros economistas que habló de demanda de dinero por motivo de precaución foe Richard Cantillon, que en su Ensayo sobre ¡a nMumleza del comercio en genenil{í755) escribe:

«Muchos propieuríos, empreutios, etc., guardan siempre algún dinero conunte en sus boluí o en tus cajo para afrontar casos imprevistos y no quedar exhaustos... Nunca llegamos a gasur hasu el último centavo; disfrutamos sabiendo que no estamos desprovistos del todo y que recibiremos un nuevo refuer­zo de ingleso antes de pagar, incluso, una deuda, con el dinero que se posee» [Cantillon (17}J), p. 97].

Laidler ha llamado la atención acerca de la imporuncia y trascendencia que tiene el recono­cimiento de la demanda de dinero por el motivo precaución:

«I-as tenencias de dinero por motivo de precaución y la rigidez de precios provienen ambas de la misma fuente, a saber, las imperfecciones de información que caracterizan una economía en la que la actividad está coordinada por el intercambio monetario» [D. Laidler (1990b), p. 10].

Bridel (1987), pp. 1-2 y 29-30, y sobre todo Bigg (1990), pp. 18-19 y 24, también afirman que en Marshall puede reconocerse el motivo especulación de demanda de dinero (aunque «tenua-mente» para Bridel, ya que Marshall no llevó hasta sus últimas consecuencias su análisis del eíec-to de los saldos reales y, por tanto, no logró todo el fruto que hubiese sido posible). VüL Bridel (1987), p. 26. Gaynor (1991), pp. 38 y 40, también acepu un cierto elemento especulativo entre los motívos de demanda de dinero de Marshall, si bien se muestra cauto al respecto. Se tefoerza, por tanto, la importante influencia que Marshall ejerció en la posterior elaboración de la teoría moneuria por parte de sus discípulos en Cambridge, especialmente en Pigou y J. M. Keynes, y la hipótesis de una línea de continuidad en el desarrollo de la teoría monetaria.

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bricación y venta, y puede ser modificada temporalmente [x>r las fluctuaciones de la actividad y de la confianza comercial en general ^.

Una vez más, la clave del análisis de Marshall se encuentra en los supues­tos ceterisparihus que realiza '".

En resumen, sobre la demanda nominal de saldos en efectivo influyen el nivel general de precios (que es decir que nuestra demanda de dinero es una demanda de saldos realeo; la velocidad de circulación del dinero (eso cuando Marshall hace expresa mención de esta variable, ya que no se considera en el que aquí hemos denominado «enfoque de Marshall») * ; la demanda que se rea­liza de metal-dinero (cuando se trata de un patrón mercancía —oro o plata—) para otros usos industríales, ornamentales o de simple reserva; el volumen de negocios o transacciones (que Marshall mide por el ingreso o renta agregada y, en otras ocasiones, por la ríqueza) '; los hábitos comerciales (o en qué propor­ción se utilizan otros instrumentos alternativos de pago respecto del dinero, así como su invención); la distribución de la renta y del nivel social de las perso­nas (este último elemento sólo es relevante en la demanda individual, y a nivel

*" Marshall (1923), p. 43. Estos mismos supuestos se reproducen en Marshall (1923), p. 48. Véase también Marshall (1926), pp. 21-22 y 267. Marshall (1926), pp. 139-140, expone cómo otras formas de crédito, que actúan en lugar del dinero, también afectan a la formulación de la teoría cuantiutiva.

*' Es de sobra conocida la importancia de los supuestos ceteris parihus en el análisis marsha-Uiano de la teoría de los precios, y en concreto de su teoría de la demanda. En el caso del análi­sis de la teoría monetaria la importancia de los ceteris parihus queda plasmada en el siguiente pa­saje de Marshall:

«Aunque admiuunoi li doctrina de que, 'pemuneciemüi ¡os Jemú factores constantes, le» precios se elevan o descienden propoicionalmente a cada incremento o disminución en el metal o metales que se utilizan como patrón de valor*, considero que la cláusula condicionante, "permaneciendo los demás &ctores constantes', es de imporuncia arroUadora y exige cuidadosa atención» [Marshall (1926), pp. 21 y 22. Cursivas en el original].

Bridel (1987), p. 26, se equivoca cuando afirma que Marshall no especificó los ceteris parihus de la Teoría Cuantiutiva. En cambio Bigg (1990), pp. 18-19 y 21, Laidler (1990a), y Gaynor (1991), pp. 38 y nou 1, y 40, señalan también la importancia de los ceteris parihus en la teoría del dinero de Marshall.

" No obsunte, Marshall —como J. S. Mili— tuvo en cuentt que las variaciones en la veloci­dad (el lado de la demanda) eran cuando menos tan importantes como las variaciones en la canti­dad de dinero (el lado de la oferta).

«... la condición 'permaneciendo los demás (actores constantes' supone que deben ser considera­dos por separado los cambios en el volumen de negocios (transacciones) y loa métodos de pago» [Marshall (1926), p. 22].

" Esto crea un problema, pues ambos conceptos no son iguales. Vid Laidler (1990a), p. 54, »ou 11. Bigg (1990), p. 24, señala que Marshall utilizó en la presenución de su enfoque de los ^ d o s reales hasu tres posibilidades: una proporción del ingreso o renta, uiu proporción de la riqueza y una combinación de ambas. Véanse, respectívamente, Marshall (1923), p. 45; Marshall (1923), p. 44, y Marshall (1926), pp 267-268, pregunta 11759.

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

agregado basta con tener en cuenta la primera); el estado de desarrollo de la sociedad (término que incluye la creación y expansión de las entidades de cré­dito, el desarrollo del transporte y los métodos de producción o la tecnolo­gía) **; la población; las fluctuaciones generales del crédito, la confianza y la ac­tividad comercial; sobre la demanda de dinero individual, las ocupaciones que las personas ejercen, sus respectivos temperamentos (aversión al riesgo, previ­sión de las gentes...); y, sobre la demanda de dinero agregada de una determina­da moneda nacional, el «prestigio» de dicha moneda '.

Por si se considerasen aún escasas las variables que afectan a la demanda de dinero y, por tanto, los motivos para considerar la teoría cuantitativa de Marshall como un importante refinamiento teórico, he sostenido en otra par­te ••* que la proporción k que los individuos mantienen como saldos en efectivo depende de la tasa de interés y de las expectativas:

El dinero conservado en mano no genera ingreso alguno; por lo tanto, todos comparan (de forma más o menos automática e instintiva) los beneficios que ob­tendrán si aumentan su cantidad de dinero que mantienen en efectivo, con lo que obtendrían si invirtiesen algo de ese dinero en un bien —pongamos un abrigo o un piano— del que derivarán un beneficio directo, o en algún negocio industrial o un título bursátil, del que obtendrán un beneficio monetario *''.

Conociendo la teoría de la formación del típo de interés de Marshall no resulta atrevido interpretar que cuando el individuo se enfrenta a la decisión de mantener una proporción de sus ingresos en saldos disponibles de efiecrivo.

** Estas tres últimas variables influían en la demanda de dinero indirectamente a través del desaiToilo de ios siutitutot de la moneda circulante (billetes, cheques, letras de cambio, pagarés...) para realizar transacciones; y eso ya había sido incluido en los «hábitos comerciales».

' Véase Méndez Ibisate (1988a), pp. 481-49^. Obsérvese la gran importancia que Marshall concede tanto a los tactores «tecnológicos» o económicos como a los institucionales. Tomo «el prestigio» de la moneda como un faurtor «tecnológico», pues Marshall está con­siderando la influencia de las expectativat:

«La influencia que el «Mito (reputación) de una moneda ejerce sobre el deseo de U po. blacíón de conservar una parte de sus recursos ditectamenie, en metálico o en tus bolsillo* o en un banco, o indirectamente, en forma de valores o títulos cotizables en bolsa que producen un* lenu fija expresad* en dinero» puede ser muy imporunte si se deterion» De hecho, todo aumento despropor­cionado en el volumen de moneda inconvertible tiende Cícilmente a rebajar el valor de cada unidad en proporción superior a dicho aumento: porque rebajará el crédito de la moneda e inducirá * todo* * conservar en forma de dinero un* c*ntid*d de sus recursos menor * I* que de otra forma hubieran conservado» [Marshall (1923), pp. 47-48].

Sobre las expectativas, vid. it^ra, nota 49. « Véase Méndez Ibisate (1988a), pp. 495-707.

' Marshall (192)), pp. 38-39. Un texto similar, cincuentt y dos años antes, en Marshall (1871), p. 167.

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE AURED MARSHALL

el coste de oportunidad que debe considerar (como sugiere el texto) viene me­dido por el tipo de interés. Pero más aún, Marshall afirma que:

Lo que afirmo con respecto a la usa de descuento pretende explicar, no el alza permanente en los precios, sino las mayores provisiones de moneda en los bolsillos de la gente que sostienen permanentemente los precios '.

Respecto a las expectativas como variable que influye en la demanda de dinero, baste añadir el siguiente texto de Marshall a las referencias ya hechas:

La demanda de un metal para los fines de atesoramiento se incrementa por un alza continua en su valor [una caída continua en el nivel absoluto de pre­cios] y disminuye por un descenso continuo en su valor, porque las personas que atesoran creen que lo que ha estado subiendo de valor probablemente con­tinuará aumentando y viceversa *^.

La oferta de dinero

Como ya se ha insistido, Marshall estudió la teoría de la demanda de dine­ro no porque estuviese interesado en ella per se, sino porque formaba parte de la teoría del nivel general de precios ". «El modelo económico en el que desa­rrolla dicho análisis [en el «Essay on Money»] utíliza como medio de cambio

** Marshall (1926), p. 4?, pregunu 9661. Laidler (1985) afirma que la A de la ecuación de Ounbrídge no debe considerarse como un parámetro que permanece constante en el tiempo. Por cl contrarío, el tipo de interés se incorporaba como una de las variables que la afecuban, y que ~por tanto— determinaban la demanda de dinero (vii Laidler (1985), p. 50, y nou 3 en dicha página). Sin embargo, Laidler (1991) matiza su posición al respecto —me atrevería a decir que la cambia completamente— y trata el texto ciudo en la nott 47, itipn, como una excepción, afir-inando que Marshall no contempló —en el manuscrito de 1871— el tipo de interés como varia­ble que afectase a la demanda de dinero \vid. Laidler (1991), p. 62].

*' Marshall (1926), p. 6. Vid. supra, nou 45 y los textos reproducidos en esa nou y en supra, nou 32. Respecto a las expecutivas, Laidler (1991) afirma que Marshall tampoco trató la influen-<=<* de la inflación espenda sobre la demanda de dinero, reduciendo el papel que he concedido a las mismas aquL El propio Laidler ciu el siguiente texto de MarshalL

«El nivel de pccdos que sustentará un volumen dado de dinero, es propeiuo a quedar afecudo por cualquier U u de credibilidad y confianza en dicho dinero- Cuanto menor lea el crédito (la con­fianza) de la moneda, menor será la proporción de tus recursos que la gente desea mantener en forma de dinero- si el crédito de una moneda cae, su valor desciende respecto a las metcandas, incluso aun­que no se produzca ningún cambio en su volumen» [Marshall (1926), p. 269].

Laidler ctee, no obstante, que este texto, que parecería incluir el efecto de las expecutivas de inflación sobre la demanda de dinero, cqueda bien lejos de poderse considerar como una «lección marginal bien calculada» [Laidler (1991), p. 62].

" Viɿ Laidler (1990a), p. 54.

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FERNANDO MÉNDEZ [BÍSATE

'las conchas de cierta clase de molusco extinguido' y produce grano» ' . En este modelo simplificado Marshall afirma:

si hubiese un millón de conchas, y el ingreso de la nación fuese de sesenta mi­llones de hushels de grano, una concha valdría, según la primera hipótesis [si ca­da individuo de la nación decide mantener un poder adquisitivo sobre los bie­nes en forma de dinero igual a la décima parte de su ingreso anual], seis bushek. Después del cambio en los hábitos [de modo que las tenencias de dinero caye­sen a una veinteava parte del ingreso], el valor de cada concha disminuirá... has­ta que cada concha valga únicamente tres bushek ' .

He aquí un caso específico de la formación del valor del dinero según su demanda y su oferta, que es considerada como exógena ' \ Pero aunque para algunos efectos Marshall consideró la oferta monetaria como exógena, su análi­sis completo tomó dicha variable como endógena y, en teoría, trabajó con una oferta monetaria endógena. Más adelante, siguiendo el mismo texto anterior, Marshall generaliza su modelo a tres casos más:

Supongamos, primero, que estas conchas pueden encontrarse mediante obras de dragado, y de esta forma incrementar el número total de ellas; mante­nemos el supuesto de que las conchas son la única forma de dinero y que nin­guna otra cosa, a excepción de las conchas, se utiliza como dinero...

[Segundo], considerando aún que ninguna otra cosa a excepción de las con­chas se utiliza como dinero, supongamos ahora que las conchas se utilizan ade­más como ornamentación y otros propósitos, siendo, de hecho, consideradas como mercancías-

Supongamos, por último, que otras cosas se utilizan como dinero a la vez que las conchas: el papel o cualquier otra cosa H

En el primer caso, Marshall expone que un movimiento descendente en la demanda de dinero de toda la economía podría conducir el valor de las con­chas «permanentemente por debajo de su coste de producción»; pero que un movimiento ascendente podría hacer «beneficioso dragar a niveles cada vez más profundos en el agua». En el segundo caso señala que la demanda de con­chas como mercancía —independientemente de sus usos monetarios— rompe­ría (excepto en un caso muy excepcional) la relación proporcional entre la can­tidad de conchas y su valor. Y en el tercer caso.

" Laidler (1990a), p. 54. " Manhall (1871), p. 168. " Mi opinión e interpretación del tema se exponen en Méndez Ibisate (1988a), pp. 571-356. " Marshall (1871), pp. 171, 172 y 173.

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ASPECTOS MACR0EC0N0M1C05 DEL PENSAMIENTO DE AURED MARSHALL

el efecto de estas invenciones [papel moneda y otros instrumentos] es provocar otras formas de cambio que sustituyan a aquellas en las que el dinero toma par­te... [Tales invenciones] provocan que la cantidad de mercancías sobre las que las personas deciden mantener una disponibilidad de demanda en forma de di­nero efectivo disminuya: [dichos instrumentos] disminuyen, así, el valor de las conchas o (como ya podemos decir) del oro y de la plata; por lo tanto [tales ins­trumentos financieros en desarrollo] establecen una piayor libertad para que la mayoría de las conchas [o el oro y la plata] sean utilizadas como mercancías y, al mismo tiempo, disminuyen la mano de obra destinada a explotar las minas para obtener los medios de hacer lo que, en muchos casos, puede hacerse mejor evitando el uso del oro y de la plata ".

Marshall sintetiza así ia teoría cuantitativa y el enfoque del coste de pro­ducción, permitiendo la integración de este último en un análisis de la oferta monetaria como variable endógena ' . Marshall se percató de que el coste mar­ginal de producción del metal precioso —que los clásicos habían considerado como el factor exógeno determinante del nivel general de precios a largo pla­zo— «era una variable endógena cuyo valor dependía de la naturaleza de las instituciones monetarias» ' , puesto que la invención, introducción y extensión de instrumentos financieros que desempeñasen las funciones del oro y de la plata «disminuirían la cantidad de trabajo destinada a explotar las minas», que­dando la mano de obra libre para ocuparse en otros sectores.

Sólo en una economía estacionaria en la que la capacidad de compra del di­nero es exactamente igual al coste que rige en el margen de producción de las minas más provechosas, y en las que, por tanto, la producción sería igual a cero, podría considerarse el nivel general de precios determinado únicamente por fac­tores técnicos '*.

Una vez más se pone de manifiesto que los elementos institucionales pesa­ban mucho en el análisis teórico de Marshall, también en el lado monetario de la economía ".

" Mírshall(1871),p. 173. " «Las intenicctones entre el umaño del stock existente de metal, la proporción de dicho

¡tock que se emplea para usos monetarios y por consiguiente su tasa presente de flujo de produc­ción, son todas (variables) relevantes para determinar su coste de producción marginal que no es, por Unto, una variable exógena» [Laidler (1991), p. 10].

" Laidler (1990a), p. 55. " Laidler (1990a), p. 55. Texto reproducido en Laidler (1991), p. 55. " En Méndez Ibisate (1988a), algunas partes de los caps. IV y V, señalo la importancia que

'cnia para Marshall el papel desempeñado por las instituciones financieras, que creaban y desa­rrollaban nuevos instrumentos de crédito —a gran velocidad, según él—, debido al progreso y desarrollo experimentados en las sociedades capiMÜstas de su tiempo. Ello, a su vez, contribuía

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

Esto no quiere decir que el coste de producción para Marshall no tuviese importancia o influencia alguna en la determinación del valor del dinero. La tenía por el lado de la oferta de dinero. Pero el coste de producción dejaba de ser, en manos de Marshall, el único determinante (o incluso el factor predo­minante) del valor del dinero, y ello suponía un gran paso respecto de los clá­sicos. Estas consideraciones sobre el coste de producción como una parte de la teoría del valor del dinero (pero no como explicación única del mismo a lar­go plazo) fueron matizadas pero no olvidadas por Marshall en sus escritos pos­teriores *<*.

Qué es dinero para Marshall '

Hemos esublecido la importancia que para Marshall tem'an los instrumen­tos financieros y medios de pago alternativos que desempeñaban algunas fun­ciones del dinero.

Marshall no concedió especial importancia a la distinción entre el dinero y los demás activos. Utilizó abundantemente en sus análisis una defínición de di­nero que consistía en monedas acuñadas de oro o plata, o moneda y billetes de banco (considerando tanto el caso en que fuesen convertibles como que no lo fuesen). Tal concepción no difiere mucho de la que hoy en día tenemos, e incluso llega a ampliar ese concepto cuando dice que «cuando no se presupo­ne algo en contra, el término «dinero»... consiste en aquellas cosas que son por lo general (en todo tiempo y lugar) medios corrientes de pago... para adquirir bienes y servicios y sufragar las obligaciones comerciales» ^ .

al progreso y desarrollo de dichas sociedades, tal como relata Marshall. Como ha puesto de manifiesto Laidler (1991), p. 59, el contraste entre la versión de Gunbrid-

ge de la teoría cuantitativa y la versión de Fisher no está en una diferencia de én£uis en los £ac-tores institucionales frente a la elección individual, sino en el uso o abandono del concepto de velocidad de circulación del dinero.

" Véanse como ejemplos Marshall (1925), pp. 200-201 [texto reproducido en Méndez Ibisa-te (1988a), p. 591], y Marshall (1926), p. 269 [citado parcialmente en Méndez Ibisate (1988a), p. 576, nott 73).

*> Existe un traumiento específico de este pvmto en Méndez Ibisate (1988a), pp. 379-383. Bridel (1987), p. 27, pone especial én£>sis en admitir una defínición amplia de la oferta moneuria en Marshall, en la que incluye los instrumentos de crédito como parte de la definición de dinero. Laidler (1990a), según se ciu en este trabajo, y Gaynor (1991), p. 40, también señalan la inclusión del crédito como porte de la oferta monetaria, con lo cual se transforma dicha variable en endó­gena, tal como sostuve en la sección precedente.

" Marshall (1923), p. 13.

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE ALFKED MARSHALL

Pero sí consideró de crucial importancia, sin ser el primero *', el papel de­sempeñado por el «dinero bancarío» o cuasi-dinero (los depósitos) en el siste­ma monetario, debido a las razones ya esgrimidas (papel de las instituciones y su desarrollo, y relevancia de la proporción en que se utilizan otros instrumen­tos alternativos de pago respecto del dinero como factores determinantes de la demanda y oferta del dinero y, por tanto, de su valor). Marshall expuso el aná­lisis de lo que conocemos hoy como el multiplicador bancarío de los depósitos (proceso por el que a través de los depósitos bancaríos se produce una crea­ción o expansión de la base monetaría del sistema) ^.

Como nos revela Eshag, Marshall conocía bien el argumento de su con­temporáneo Giffen, en el sentido de que la cantidad de reservas en efectivo de los bancos y, por tanto, de los depósitos bancaríos, se veían afectados por el nivel de ingreso nominal '. El proceso era que un aumento del ingreso nomi­nal, un auge, provocaría una pérdida de reservas en efectivo debido a los au­mentos en la demanda nominal de saldos en efectivo. Al incluir los depósitos bancaríos en la definición de dinero todo este mecanismo significaba, ahora de forma clara, que el nivel absoluto de los precios y el ingreso real afectaban a la oferta monetaría, que quedaba como una variable endógena.

Otras aportaciones de Marshall a la teoría monetaria

Es cierto que en el análisis de los economistas clásicos existieron referen­cias acerca de que los agentes mantenían una determinada cantidad de efecti­vo en sus manos para atender demandas imprevisus (es decir, una aproxima­ción de la teoría de la demanda de dinero en términos del enfoque de Marshall). Hasta donde llega mi conocimiento, A. Smith, H. Thomton y J. S. Mili así lo hicieron; y el propio Marshall cita a William Petty **. Pero, con ex­cepción de J. S. Mili, «tal noción no desempeñó un papel esencial en el análisis clásico» *7. Mili sí consideró que la demanda de saldos monetarios variaba con

" Véase al respecto las ideas presentadas por Thomton (1802) y Mili (1848). Laidler (1990a), p. 37, ciw el trabajo de J. Pennington (1829), ?<iper Communicattd by Mr. Pen-

"ingloH, como uno de los primeros expositores de la expansión múltiple de los depósitos. " Un análisis detallado, con textos de Marshall, puede encontrarse en Méndez Ibisate

Ü988a), pp. 452-433 y 353-336. " C/ Eshag (1963), pp. 16-18. Citado en Méndez Ibisate (1988a), pp. 555-536. " Marshall (1923), p. 47. Y en la nota 1 de dicha página Marshall citt a Petty, Locke, Canti-

"on y Smith como autores que se preocuparon por el problema de cuánto dinero necesita una "•Clon para llevar a cabo su comercio sin problemas. Vül supra, nou 38.

*' Laidler (1990a), p. 38.

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

las fluctuaciones del ciclo económico, de fonna que en un proceso especulati­vo alcista la demanda de saldos de efectivo disminuía, y, cuando el proceso tomaba al inverso (cuando aparecía la crisis), la pérdida de confianza asociada al mismo provocaba un aumento en la demanda de saldos en efectivo que pre­cipitaba la caída de la economía, en ocasiones de forma estrepitosa como con­secuencia de la crisis de confianza en el sistema monetario y financiero y del consiguiente pánico **.

Debido, sin duda, a su peculiar enfoque de la teoría del valor del dinero (que superaba los problemas clásicos del valor), y en particular al enfoque de la demanda de saldos reales, Marshall realizó interesantes aportaciones a la teoría del ciclo.

En un tono muy clásico Marshall comienza describiendo el ciclo como «un estado de inactividad [reposo], -luego, de mejoramiento, <recimiento de la confianza general, -prosperidad, -alboroto, -saturación comercial, -convul­sión, -tensión, -estancamiento, -agotamiento, -finalizando, de nuevo, en repo­so» '. Y continúa, citando y siguiendo la interpretación de J. S. Mili acerca de la ley de Say, afirmando que «lo que constituye los medios de pago para adquirir mercancías es, simplemente, mercancías», esforzándose, así, en negar que las crisis y las fases de caída del ciclo estuviesen caracterizadas por una sobrepro­ducción general. Sin embargo admitió, siguiendo a J. S. Mili, que «aunque los hombres poseen el poder de compra, pueden decidir no utilizarlo» como con­secuencia de una falta de confianza o. «El resultado es un estado de desorgani­zación comercial tal», que sólo puede remediarse «restaurando la confianza».

" Vid. Laidler (1990a), p. 58. Wid. Méndez Ibisate (1988a), pp. 123-124. Vid.. Méndez Ibisate (1988b), pp. 89-90.

" A. Marshall and M. P. Marshall (1879), p. 173. Marshall señala que la ciu es famosa y co­rresponde a lord Overstone. Marshall la repite en Marshall (1923), p. 246, y de nuevo ciu a lord Overstone en la nota 2 a pie de dicha página.

'° A Marshall and M. P. Marshall (1879), p. 134. Este texto aparece también en Marshall (1890), pp. 710-711.

Marshall trau también en otras obras el tema del ciclo comercial: Vid. Marshall (1887), pp. 188-211, sobre todo pp. 189-197 y vid. Marshall (1923), pp. 75-76, 247-251.

Marshall resaltó el papel desempeñado por la tasa de interés y las expectativas en el ciclo del crédito \vid Marshall (1923), pp. 254-258, 246 y 249] y la repercusión que sobre el ciclo tienen las actuaciones de algunas instituciones fiíuncieras, como bancos comerciales e industriales, el Banco de Inglaterra, la Bolsa de Valores, o la misma situación de la organización industrial (es­tructura y desarrollo) [Marshall (1923), pp. 86-87, 89-90 y 258-259].

Estos ciclos crediticios —fenómenos a corto plazo— tenían para Marshall repercusiones so­bre la actividad y el empleo de la economía. [Además de los textos ya citados, vid Marshall (1913), pp. 401-402.]

Véase un estudio preliminar del tratamiento que hizo Marshall de las fluctuaciones comercia­les y del crédito en Méndez Ibisate (1988a), pp. 771-811.

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE ALFRED MARSHALL

Hasta aquí Marshall realiza un análisis convencional clásico; pero a conti­nuación se centra en «La conexión [existente] entre un descenso en los pre­cios y una suspensión de la industria [(o de la actividad) que] exige un análisis más detallado» ''. Y explica dicha conexión como sigue:

Rara vez ocurre... que los gastos que un fabricante debe pagar desciendan proporcionalmente tanto como el precio que obtiene por sus bienes. Ya que cuando los precios aumentan, el alza en el precio de los bienes finales [de con­sumo] es generalmente más rápido que el del precio de las materias primas, y siempre más rápido que el del precio del trabajo; y cuando los precios están ca­yendo, la caída en el precio de los bienes acabados es generalmente más rápida que la del precio de las materias primas, y siempre más rápida que la del precio del trabajo ".

«He aquí una explicación de las fluctuaciones en el ingreso real y el em­pleo basadas en el postulado de la rigidez de los salarios monetarios» ^

Además de esta ampliación de la teoría clásica del ciclo que abarcase las variables reales, cosa que ya había hecho H. Thomton en 1802, Marshall tomó en consideración el comportamiento de la demanda de dinero en el curso del ciclo de forma más completa al aplicar el efecto de los saldos reales. En su ar­tículo de 1887 «Remedios para las fluctuaciones del nivel general de precios», publicado originalmente en Ja Contemporary Review, después de haber realiza-

Respecto «1 tema de la Ley de Say en Marshall, véase Méndez Ibisate (1988a), p. 777 y el Apéndice H, incluido con el u'tulo «Alfied Marshall y la Ley de Say».

" A. Marshall and M. P. Marshall (1879), p. 155. " A. Marshall and M. P. Marshall (1879), p. 155. " Laidler (1990a), p. 59. Vid. Méndez Ibisate (1988a), p. 755 (texto), y 756. Marshall utilizó —antes que J. M. Keynes— la rigidez de los salarios monetarios a la baja

como tactor que impedia la resuuración del equilibrio durante un proceso cíclico. Y antes que Marshall, economistas clásicos, como Thomton (1802) y Torrens, utilizaron este argumento como *>»* causa por la que un impacto moneurio afecuba el nivel de actividad real; es decir, como ^ctor cíclico. [VüL O'Brien (1975), pp. 162-165, y vid. Humphrey (1991), todo el articulo, pero so­bre todo pp. 4 y 7.]

En realidad, y a diferencia de algunos modelos keynesianos, J. M. Keynes no consideró la ri­gidez salarial como el problema yitndbmenW por el que el modelo «clásico» no funciona.

Marshall llega a afirmar tajantemente que:

«Cuando el credito te quebranu y los predot comienzan * descender- como iot sueldo» y sala­rio! te estipulan en dinero, cuyo valor está subiendo, el patrono paga salarios reales más elevados de lo que es costumbre en ese momento a menos que pueda lograr una reducción en los salarios moneta­rio*. Es ésu una urea difícil, en parte porque lo* asalariados temen, y no sin razón, que una vez que hayan permitido una reducción en sus salarios nominales éstos no vuelvan a elevarse {icilmente. De modo que prefieren cesar en el trabajo antes que aceptar una reducción nominal, incluso aunque ello no supusiese una reducción real (de su salario)» [Marshall (1887), pp. 191-192. Reproducido en Mars­hall (1923), pp. 18-19].

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FERNANDO MÉNDEZ IBISATE

do una clara exposición de la distinción entre tipos de interés nominales o mo­netarios y tipos de interés reales, Marshall afirma que:

cuando los precios tienen probabilidades de subir, la gente se precipita a pedir presudo y adquirir bienes, lo que contribuye a aumentar aún más los precios... quienes trabajan a base de capital tomado a préstamo devuelven un valor real menor del que recibieron, y se enriquecen a expensas de la comunidad...

Cuando, más tarde, el crédito se quebranta y los precios comienzan a des­cender, todos desean deshacerse de las mercancías y adquirir dinero, cuyo valor aumenta con rapidez ^*.

He aquí expuesto un efecto de saldos reales, en el que las variaciones en la demanda de dinero, que responden a variaciones esperadas y observadas de variables que quedan afectadas por el transcurso del impacto cíclico (nivel de precios, tasa de inflación, tipo de interés, nivel de actividad,...), generan —a su vez— movimientos procídicos. Esta clase de movimientos en la demanda de dinero ya había sido señalada, entre otros, por John Stuart Mili y, como he ex­puesto en otro lugar, fue utilizada por los miembros de la denominada Banking School para propugnar la discrecionalidad relativa en las actuaciones de políti­ca monetaria por parte de las autoridades, y el manejo del dinero como instru­mento de lucha antictclica '.

D. Laidler expone esta misma idea de Marshall y afirma:

El mecanismo que guía lo que hoy en día denominaríamos como demanda agregada f s un efecto de saldos reales, provocado por las variaciones en la canti­dad demandada de dinero, que a su vez surgen de las variaciones [esperadas y] observadas de los rendimientos relativos procedentes de las tenencias de dinero efectivo y de bienes; y todo ello complementado por los efectos experimentados en el mercado de crédito por motivo de un retraso en [la adecuación de] la tasa real de interés respecto de la tasa monetaria '.

Respecto a las tasas real y monetaria de interés, Marshall hace una ulterior observación en sus Principios que remarca tanto la importancia de éstas en el ciclo, como el papel desempeñado por la usa de interés real en la intercone­xión entre el lado real y el monetario de la economía:

Cuando discutamos las causas de los períodos altemos de inflación y depre­sión de la actividad comercial, encontraremos que se hallan íntimamente conec-

'< Manhall (1925), pp. 190-191. " V«dt Méndez Ibisate (1988b), pp. 89-90. " Laidler (1990«), p. 60.

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ASPECTOS MACROECONOMICOS DEL PENSAMIENTO DE AURED MARSHAU

udas con aquellas variaciones en la tasa real de interés provocadas por los cam­bios en el poder adquisitivo del dinero ''"'.

5. CONCLUSIONES

He querido demostrar que, pese a sus muchas deudas intelectuales y teóri­cas con los economistas clásicos (o gracias a ellas), la teoría monetaria de Mars-hall superó inconsistencias de la teoría monetaria clásica y contribuyó a elevar dicha teoria, y a la economía monetaria, a la categoría de rama de la ciencia económica y a ser lo que hoy es.

Continuador de una b'nea teórica en el campo del dinero, sin embargo Marshall fue más allá que sus predecesores y elaboró, o esbozó, muchos de los avances analíticos que en teoría moneuria marcaron el desarrollo de ese cam­po particular de la ciencia económica en la primera mitad del siglo xx. Su pe­culiar enfoque microeconómico de los problemas en general le permitieron abordar el problema del valor del dinero como el de cualquier otro bien, con la ventaja de que aplicó los avances anah'ticos que se habían introducido (que él había introducido) en la microeconomía al problema particular del dinero. Ello le llevó a desarrollar —independientemente de su preocupación moral por que los individuos dispusieran de una moneda que cumpliese correcta­mente sus funciones— una teoría completa de la demanda de saldos reales de dinero, que incluía los distintos motivos por los que los individuos desean •nantener saldos monetarios en su poder, como parte int^rante de su explica­ción de la teoría del valor del dinero; es decir, de la teoría de «la cantidad de dinero» de los precios.

Sus incursiones en estos terrenos le llevaron también a analizar otros as­pectos de la economía tales como las interconexiones entre el lado real y el monetario, y, por tanto, a tratar el problema de los ciclos y las fluctuaciones y contemplarlo como efecto de los males monetarios.

En definitiva, Alfred Marshall también aportó nuevas ideas en algunos as­pectos de la macroeconomía —como ya lo había hecho en la microecono­mía—, y hasta me atrevería a afirmar que también aportó nuevos métodos con « aplicación del esquema y enfoque microeconómico a problemas macroeco-nómicos. Sus ideas y teorías fueron recogidas y desarrolladas más o menos pronto, tanto por su discípulo J. M. Keynes como por otros teóricos cuantiuti-vos de la Escuela de Cambridge o algunos moneuristas de Chicago, como Mil-

" Marthall (1890), Libro VI, cap. VI, secc. 7, p. 594. En general, este capítulo e» una excelen­te muestra del tratamiento que Marthall otoiga a la teoría del interés del capital

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FEKNANDO MÉNDEZ IBISATE

ton Fríedman. La aplicación del esquema y enfoque microeconómicos al cam­po de la macroeconomía ha tenido que esperar hasta la década de los ochenta y, salvo en la «filosofía» que hay detrás, poco o nada tiene ya que ver con el desarrollo teórico de Marshall.

Pese al tiempo transcurrido y los avances teóricos alcanzados seguimos sin poder responder a la cuestión que Marshall dejó planteada en una carta, dirigi­da a J. M. Keynes con motivo del envío, por parte de éste al maestro, de su Trocí on NLonetary Reform, donde puede leerse:

Voy a morir pronto, pero si encuentro oportunidad, preguntaré a los que lleguen a las regiones celestes si han conseguido ustedes encontrar remedio con­tra los males de la moneda '^

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MATERIALES DE INVESTIGACIÓN

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UN NUEVO INDICADOR PARA LA HISTORIA FINANCIERA ESPAÑOLA LA COTIZACIÓN DE LAS LETRAS DE CAMBIO A CORTO PLAZO *

LLUIS CASTAÑEDA (Instituto Universitario Europeo, Florencia)

XAVIER TAFUNELL (Universittt Pompea Fabra, Barcelona)

RESUMEN

Con esta nota pretendemos mostrar una perspectiva inédita del funcionamiento de los mercados financieros. Se trata de una primera reflexión sobre d precio de la movili­dad del dinero, basada en las cotizaciones de las letras de camlHO a muy corto plaxo so­bre plazas ludonalcs. En la nota se expone la Cuente utilizada, se desarrolla el marco conceptual que justifica considerar a los cambios como el precio de movilizar el dinero y> por último, se procede a un análisis somero de las series de la plaza de Barcelona. Las principales conclusiones que extraemos son las siguientes. El precio de la movili­dad del dineto es una cat^orís económica a tener en cuenta, ya que, sin duda, tuvo que influir en la economía financiera y en la economía teaL En la primera debido a la luerte volatilidad de los cambios, en la segunda por el efiecto que las altas cotizaciones tuvieron sobre la comercialización de los productos en el mercado interior.

ABSTRACT

In diis note, we present a new point of view of how financial mailcets worked in 'úneteenth centuty in Spain, Cocussing on die price of money mobility, ^Mck i» £oun-ded on the price of domestic biUs of cxdiange on cigjit days' sight We teveal the sour-ce, tlien the conceptual framework in tiie use of the course of die exchange as the price of money mobility. Rnally, we present a brief analysis of the course of the exchanges in BuceloiuL Some conclusions are pointed out: the price of money mobility is a pivotal concept, since there is no doubt it had to have significant efibcts over bodi financial

Una primera versión de este trabajo se presentó en XI Simposio de Análisis Económico, celebrado en Barcelona en septiembre de 1986. Nos hemos decidido a publicarlo ante la insis­tencia de algimos compañeros de profesión, especialmente de Albert Carreras. Hemos tenido en cuenta algunas de las sugerencias que nos formularon Paco G>min, Pablo Martín Aceña, Caries Sudria y Gabriel Tortella.

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LLUIS CASTAÑEDA Y XAVIER TAFUNELL

•tul real economy. High vobtili^ of exchanges affiectt the financúl economy while hi|{h valúes of tfaem afibcla the fcd economy.

Hace ya dos décadas diversos historiadores económicos realizaron una aportación muy sustantiva a nuestro conocimiento del sistema financiero espa­ñol en el siglo xix. Trabajos como los de Tortella (1970a) (1970b) (1973) (1974), Tedde (1974), Sánchez-Albornoz (1968a) (1968b) y Anes (1974) explicaron las características del sistema bancario y los rasgos principales de su evolución. Aquellos esfuerzos pioneros han tenido una continuidad limitada, salvando es­tudios tan meritorios como los de Nadal y Sudríá (1981), Martín Aceña (1981) (1985a) (1985b), García López (1985) (1987) y Tedde (1988)'. Actualmente aún sabemos muy poco sobre piezas tan fundamentales del sistema financiero como el mercado de capitales, o de la importancia de los servicios prestados por la banca o el papel jugado por los mercados de letras de cambio .

Con esta nota pretendemos mostrar una perspectiva inédita del funciona­miento de los mercados financieros y contribuir con ello a su mejor conoci­miento. Se trata de una primera reflexión sobre el precio de la transferencia de activos monetarios, basada en las cotizaciones de las letras de cambio a muy corto plazo. La nota consta de tres partes. En un primer y breve apartado se da cuenta de la fuente utilizada. En la segunda parte desarrollamos el marco conceptual que justifica considerar a los cambios como el precio de movilizar el dinero; asimismo, se expone la diversidad de elementos que los determinan. Por último, se procede a un análisis somero de las series de la plaza de Barce­lona.

1. LA FUENTE

En la principales plazas mercantiles españolas la prensa decimonónica da­ba noticia regularmente de las cotizaciones de las letras (comíaos) sobre otras plazas nacionales e internacionales. En algunos casos —como el de la capital

' Esta relación no es, desde luego, exhaustiva. Solamente pretende señalar las aportaciones más relevantes e innovadoras.

^ Los autores reconocen su pequeña cuota de responsabilidad en el insuficiente desarrollo del estudio sobre el sistema financiero. Esperan que la cuota en cuestión se vea rebajada con la aparición de una obra, que están preparando juntamente con J. Nadal, C. Sudria, P. Pascual y A. Sánchez, en la ciud se analiza la financiación de la industrialización y la evolución del sistema monetario en Cataluña entre 1813 y 1866. Un sumario avance de resultados de esta investigación ha sido presentado en C. Sudria, P. Pascual y L Castañeda (1992).

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UN NUEVO INDICADOR PAKA LA HISTORIA HNANCIERA ESPAÑOLA

catalana— esu información se remonta a fines del siglo xvni . Los datos proce­dían de los Corredores de Comercio. En cualquier caso, el Código de Comer­cio promulgado en 1829 establecía que los Colegios de Corredores debían lle­var obligatoriamente un libro de precios de los activos reales y financieros en cuya venta intervenían los corredores. A partir de esa fiecha, la prensa publica­ba los precios que el Colegio estableaa.

Las series que aquí presentamos han sido compiladas directamente de los libros de rastro de cotizaciones del Colegio de Corredores Reales de Comer­cio de Barcelona, para el período 1830-1885. En lo que respecta a los años 1800-1829, hemos optado por calcular los cambios sobre la base de las opera­ciones asentadas en los libros de dos corredores que intervinieron en una gran número de transacciones de efectos. Hemos comprobado que las diferencias entre dichos cambios y los publicados en la prensa {Diario de Barcelona) son mínimas. Parece, por tanto, válido utilizar a ésta como fuente documental en trabajos similares referentes a otros centros mercantiles.

La fijación de la cotización oficial, desde 1830, la realizaba el síndico con las notas sobre los precios a los que habían mediado los corredores durante la jomada. El proceso de cálculo concreto que realizaba el síndico se nos escapa, y, aunque cabe suponer que no era un procedimiento estadísticamente riguro­so, las cotizaciones eran tomadas por los agentes económicos como el precio corriente de mercado \

2. EL SIGNIFICADO DE LOS CAMBIOS Y SUS DETERMINANTES

Lo primero que hay que aclarar es que, entre plazas nacionales, las letras a la vista o a ocho días vista tenían una funcionalidad distinu a las de un venci­miento igual o superior a treinta días. Los efectos a más corto plazo eran utili­zados masivamente como medio de desplazar la liquidez o de realizar cobros y pagos a distancia. En este caso, el préstamo o adelanto de fondos era irrelevan-*e- En suma, no se trataba propiamente de una operación de crédito, aunque quien tomaba el efecto asumía ineviublemente un riesgo. Los efectos (letras y

' En ciertas ciudades este tipo de datos no aparecen en la prensa local hasta más tarde —in­cluso en la segunda mitad del siglo XDC—, lo cual es un reflejo del desigual grado de desarrollo <=oniercial, y, a la vez, de la paulatina integración del mercado financiero español

* En la correspondencia de casas comerciales y empresas industriales encontramos que infor­maban a sus corresponsales del curso de los cambios copiándolos literalmente de la prensa o de 'os boletines de cotización de los corredores.

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LLUIS CASTAÑEDA Y XAVIER TAFUNEU.

pagarés) a medio y largo plazo, por contra, conllevaban siempre una transac­ción crediticia, que en muchas ocasiones la realizaban las entidades bancadas.

Una correcta comprensión de la evolución de los cambios requiere alguna explicación sobre el uso de las letras a muy corto vencimiento, así como de los términos empleados por los contemporáneos sobre el particular.

Toda letra constituye una orden de pago por una cantidad nominal consig­nada en el mismo documento, que el librado ha de hacer efectiva a su venci­miento en una plaza distinta a la de su creación. La cesión de la letra, a través de endoso, por parte del librador —o del dador— a un nuevo tomador se identificaba como una operación de compraventa de activos monetarios situa­dos en otra plaza. Al endosarse la letra, podía hacerse por una cantidad igual, superior o inferior a su importe. La diferencia entre el valor cobrado y el valor nominal, expresado como porcentaje respecto a este último, se denominaba precio del cambio, o, usualmente, cambio. Cuando el vendedor del efecto per­cibía una suma superior al valor nominal el cambio era con beneficio, y, vice­versa, si se descontaba por una cantidad inferior el cambio se hacía con daño o pérdida. En el caso de ser igual el valor cobrado al nominal se decía que el cambio era a la par.

En los tratados de banca y comercio decimonónicos, así como en los bole­tines de cotizaciones, y en cualquier medio mercantil, los cambios se clasifica­ban en nacionales y extranjeros. Estos últimos perduraron hasta bien entrado el presente siglo, habiendo sido reemplazados finalmente por los tipos de cam­bio entre divisas. Los cambios nacionales desaparecieron cuando el mercado monetario se unificó. En España, hasta la aparición de una entídad bancaria con implantación en todo el territorio nacional —el Banco de España—, había tan sólo dos formas de rescatar los fondos líquidos situados en otros centros. Naturalmente, una de ellas consistía en el transporte ñ'sico del dinero. Alterna­tivamente, podían ponerse en circulación letras a la vista o a ocho días vista. En el caso específico de Madrid y Barcelona —las plazas bursátiles—, podía recurrírse además a un activo semilíquido, la Deuda pública.

Dos sectores económicos eran los que, esencialmente, tenían necesidad de utilizar las letras a corto plazo. El primero lo formaban los industriales y pro­ductores en general en sus relaciones con proveedores y clientes de otras pla­zas. El fabricante solía reembolsarse el producto de sus ventas a través de le­tras que le eran enviadas por sus clientes para cobrarlas a un tercero. £1, a su vez, compraba efectos para pagar a sus acreedores. El segundo grupo que ac­tuaba en el mercado cambiarlo eran los comerciantes y financieros. Como es sabido, desarrollaban su actividad simultáneamente en varías plazas. Por consi­guiente, les era preciso disponer de liquidez en diversos puntos a fin de que

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UN NUEVO INDICADOR PARA LA HISTORU FINANCIERA ESPAÑOLA

SUS corresponsales pudiesen operar. En algunas ocasiones, comerciantes y ban­queros necesitaban concentrar fondos, para lo cual realizaban los saldos acree­dores que mantenían con sus representantes. De igual modo que los producto­res, debían pagar un precio determinado para desplazar las disponibilidades líquidas. Así pues, en un mercado monetario no unificado los cambios reflejan el precio que estaban dispuestos a pagar los tenedores de activos monetarios por disponer inmediatamente de liquidez en una plaza comercial distinta de donde los tenían situados.

El precio por la movilidad del dinero estaba condicionado por el precio del dinero —lo que se entiende comúnmente como el tipo de descuento— y por los diferenciales en la cotización de la Deuda pública entre plazas '. Supo­niendo un comportamiento racional de los agentes económicos, en el momen­to de reunir fondos líquidos en una plaza éstos tenían en cuenta las expectati­vas acerca de la variación futura de los cambios y el tipo de interés corriente. Cuando, por ejemplo, un individuo que dispusiese de liquidez en otros cen­tros debía realizar un pago, optaría por tomar prestado en lugar de rescatar los fondos si esperaba que la variación favorable de los cambios fuese superior al interés pagado por el préstamo.

Por lo que respecta a la cotización de los valores públicos, al ser éstos acti­vos semilíquidos, resultaban una alternativa a las letras a la vista como instru­mento para desplazar la liquidez. Por ello, el diferencial en la cotización entre las plazas bursátiles tendía a corresponderse al tipo de cambio entre esas mis-nías poblaciones.

Aunque los factores que acabamos de mencionar influían en el precio, éste vino determinado en mayor medida por otros elementos. Según los manuales mercantiles de la época, los cambios reflejaban la balanza comercial entre las plazas ^ Desde luego, se trata de una explicación limitada. En realidad, los cambios tendían en cada momento a traducir el saldo de la balanza básica. Por añadidura, en los precios a largo plazo concurrían los costes de transporte.

Por grande que fuese el saldo de la balanza básica entre dos ciudades, el coste de transporte y de custodia de la moneda metálica delimitaba, en épocas

' Pan Barcelona disponemos de la serie de tipos de interés elaborada por Tortella (1973). A pesar de que esta serie guarda una relación débil con las que aquí presentamos, ambas son indi­cadores de la evolución del mercado monetario. Lo que sucede es que reflejan aspectos distintos °el mismo.

Vale la pena llamar la atención sobre el hecho que el precio de la movilidad del dinero limi-''ba la eficacia de las subidas del tipo de interés para atraer fondos prestables del exterior de la propia plaza. La incertidumbre acerca de la evolución futura de los cambios tenía que represen-'*'' un serio obstáculo para trasladarlos allí donde el interés era más alto.

' Véase, por ejemplo, Brousscin (1805), Poy (1830), Guillen (184é), Castaño (1867).

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LLUIS CASTAÑEDA Y XAVIER TAFUNELL

de normalidad, un umbral máximo para los cambios, tanto en las posiciones de daño como en las de beneficio {puntos orríi. Durante las crisis, las necesida­des apremiantes de liquidez rompían esa lógica, elevándose los cambios por encima del precio umbral de sustituibilidad de letras y acarrero de numerario. Como es harto conocido, los costes de transporte no permanecieron constan­tes a lo largo de la centuria. La tendencia secular fiíe descendente, como resul­tado de la progresiva mejora de la red de transportes. De todos modos, el efec­to de la distancia sobre el precio de la movilidad del dinero no quedó eliminado hasu la constitución de una red bancaría nacional y la aparición de las transferencias bancarias entre cuentas corrientes. Estas condiciones no se dieron en nuestro país hasu mediados de la década de 1880. Con anteriori­dad, en la evolución del precio de la movilidad del dinero a corto plazo pue­den distinguirse dos estados: las épocas de normalidad y los momentos de crisis.

Si ha quedado establecido que los costes de transporte del numerario de­terminaban el umbral de los precios máximos en las £ases de normalidad, el signo y la tasa de éstos eran el resultado de la balanza básica entre unas y otras plazas. Teóricamente, tan sólo si la balanza entre dos ciudades estaba equili­brada, los cambios equivah'an a los costes de transacción (gastos de negocia­ción más riesgo). En otras palabras, el precio de la movilidad del dinero no es el coste de transaccióa Cuando el saldo de las balanzas de pagos no era nulo, las cotizaciones de los cambios se movían de tal numera que en la plaza acree­dora el daño se incrementaba, al mismo tiempo que en la plaza deudora dismi­nuía, llegando a marcar posiciones de beneficio. Los cambios entre ciudades evolucionaban, por tanto, simétricamente. Hay que puntualizar que, para que se cumpliese completamente esta situación, los agentes tem'an que disponer de información rápida sobre el estado de los restantes mercados de cambios, y, asimismo, poder transmitir con celeridad órdenes a los representantes que te­nían emplazados en aquéllos. Estas condiciones no se dieron hasta que se con­tó con el telégrafo, que significó ima mejora radical en las comunicaciones. En las plazas deudoras el descuento de las letras se hacía con beneficio, puesto que, al ser más numeroros los demandantes de papel que los oferentes, los pri­meros estaban dispuestos a tomar los efectos por un importe superior al no­minal.

En las series que a continuación presentamos destacan algunas puntas muy elevadas. Estos máximos respondían a dos fenómenos opuestos. Por una parte, los cambios más extremos reflejan grandes crisis económicas y financie­ras. Muy otro era el origen de algunas cotizaciones ciertamente altas que coin­cidían con momentos de reactivación económica. A nuestro entender, estas úl-

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timas expresan la incapacidad del sistema financiero para suministrar la liqui­dez necesaria a la economía real Para suplir tal carencia, fabricantes y comer­ciantes debían retirar sus activos monetarios disponibles en otras plazas pagan­do precios considerables.

3. ANÁLISIS DE LAS SERIES

Hemos recogido los cambios máximos y mínimos mensuales sobre algunas plazas (Madrid, Cádiz, Zaragoza, Valencia, Santander, Valladolid, Reus y Mála­ga). De entre ellas, las cinco primeras han sido elegidas como objeto de análisis en virtud de la continuidad de las series y de su importancia económica o su posición geográfica. En todos los casos, la marcha de los máximos y mínimos mensuales está muy estrechamente correlacionada ''. De hecho, tan sólo si hu­biesen habido variaciones cíclicas de duración inferior a los dos meses no se habría producido tan elevada correlación entre los movimientos de los precios extremos. Es por ello que trabajamos únicamente con los cambios máximos mensuales, que tienen la ventaja respecto a los mínimos de hacer más clara­mente visibles las crisis de liquidez.

Antes de pasar a comentar la evidencia empírica reunida, advirtamos que se presentan los datos brutos, esto es, sin haber sido desestadonaiizados ni so­metidos a ningún tipo de manipulación estadística. Finalmente, hay que seña­lar que, para mayor comodidad en la lectura de series y gráficos, hemos cam­biado el signo de las mismas: los valores positivos corresponden a posiciones con daño —porcenuje de descuento—, y, viceversa, los valores negativos ex­presan el porcentaje de prima —posiciones de beneficio.

Observando las gráficas en conjunto destacan seis aspectos de gran interés. Primero, un comportamiento dclico relativamente regular. La duración de la mayoría de los ciclos está comprendida entre 22 y 30 meses. De modo que las fluctuaciones de los cambios parecen estar en consonancia con los ciclos eco­nómicos de corta duración. La anterior observación se desprende sobre todo de los cambios sobre Madrid y Gídiz.

Segundo, el perfil de las grandes crisis se caracteriza por una escalada pro­gresiva y un final brusco con caída repentina de las curvas. Una posible causa ^ este perfil podría residir en que, una vez superados los instantes más críti-

' El coeficiente de comlación de Pearson entre los precio» máximos y mínimos de Madrid ** «le 0,94 (sobre 947 casos).

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eos en las crisis de liquide?, era necesario reponer los fondos rescatados en las plazas donde se operaba comercialmente de forma más intensa.

Tercero, de los cinco mercados que hemos explorado, Madrid, Cádiz y Santander se mantuvieron sensibles a los problemas de liquidez y a la coyun­tura económica hasta el último cuarto de la centuria. Por el contrario, los cam­bios sobre Valencia y Zaragoza se muestran menos fluctuantes desde los años 1850. Esto se explica por una más temprana reducción de los costes de accesi­bilidad. En conjunto, la persistencia de variaciones absolutas en las cotizacio­nes nos permite deducir que las letras a ocho días vista fueron un instrumento monetario esencial hasta la década de 1880.

Cuarto, todas las series evolucionaron de manera relativamente homogé­nea, como evidencian las altas correlaciones positivas entre ellas para el con­junto del periodo (véase cuadro 1). De dichas correlaciones se desprende como conclusión que las balanzas de pagos entre diferentes ciudades no se compen­saban bilateralmente, sino multilateralmente.

Quinto, la balanza de pagos de Barcelona en relación al conjunto peninsu­lar fue siempre favorable, salvo en muy contadas coyunturas. Queda demostra­da esta afirmación al observar que los cambios fueron casi siempre con daño y a un nivel de cotización superior a lo que razonablemente cabe suponer que fueron los costes de transacción.

Sexto y último, la cronología de las grandes crisis pone de manifiesto la co­nexión de Barcelona con la economía internacional.

La evolución secular de los cambios puede dividirse en tres grandes perío­dos: 1) de 1800 a 1828-29; 2) de 1829 a 1850, 3) de 1850 a 1885. A partir de esta última fecha, los cambios permanecieron fijos de forma indefinida.

Los años comprendidos entre el comienzo del siglo y finales de la tercera década estuvieron marcados por una tensión constante, como lo muestra la in­tensidad y frecuencia de cambios muy elevados. Para esta primera etapa, algu­nas de las correlaciones obtenidas son infieriores a la etapa siguiente. Atribui­mos hipotéticamente este hecho a que los costes de información eran mayores antes de 1830.

Los primeros máximos de aquel período son los de 1802 y 1805. En la pri­mera fecha se aprovechó la paz con Inglaterra para repatriar grandes masas de capitales. En consecuencia, la sobreoferta de papel presionó a una negociación con fuerte daño. Tres años más tarde, la guerra y el colapso del tráfico maríti­mo, unido a los apuros de la Hacienda, dieron lugar a una aguda crisis.

Después del paréntesis de la Guerra de Independencia, se suceden persis­tentes puntas entre 1815 y 1817, que podrían obedecer a causas diversas: caos monetario, descapitalización del país y desarticulación del sistema financiero.

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De 1820 a 1823 la inestabilidad polttíca se tradujo en notables oscilaciones en el precio de la movilidad del dinero, que culminan en junio de 1823. En 1827 los cambios vuelven a marcar tipos elevados, en sintonía con la crisis económi­ca internacional.

El segundo gran período, que abarca de 1828-29 a 1850, aparece como una época de transición. En su transcurso se registran dos puntas cíclicas má­ximas, que tienen por origen las crisis económicas internacionales de 1837 y 1847-48. Plausiblemente, el valor tan extremadamente elevado de esta última se deba, por un lado, a la suspensión del descuento comercial por el Banco de Barcelona, que provocó una situación delicadísima en el mundo de los nego­cios barcelonés; y, por otro, a la desconfianza del público sobre la solidez de los billetes de los bancos de emisión en Madrid. Durante la primera década de este período, en los años treinta, las convulsiones políticas y la guerra civil vol­vieron a influir poderosamente en la marcha de los cambios. Un comentario de especial significación merecen los altos valores de 1840-41, simultáneos con un fiíerte relanzamiento de la economía catalana. Como ya se ha señalado en el epígrafe anterior, creemos que no es desacertado culpar al atrasado sistema financiero de la inelasticidad de la oferta monetaria.

El último gran período va de 1850 a 1885. La tónica general dentro de él file la de una mayor estabilidad y tipos más bajos. Es de destacar que durante los años 1855-57 se dieron sostenidas posiciones con beneficio. Moviéndonos nuevamente en el terreno de las hipótesis, esta anómala posición deudora de Barcelona con el resto de las plazas estaría motivada por un serio deterioro de los términos de intercambio entre los precios de los productos manufactura­dos y los agrarios. Recuérdese que fueron años de fuerte alza de los precios agrarios, fi-uto de la combinación de crisis de subsistencias y la coyuntura de la Guerra de Crimea. Ya en la década siguiente, encontramos la punta de 1861 provocada por el «hambre de algodón». Sobresale a continuación la crisis eco­nómica global de 1864-66, que dibuja la última gran curva alcista, con un má­ximo espectacular en las principales plazas. La guerra carlista y, en el caso de Madrid, el arreglo de la Deuda de Salaverría provocaron nuevamente sensibles tensiones en los cambios. El último movimiento de las series se produjo en 1882, a raíz del colapso bursátil.

Los cambios interiores o nacionales dejaron de tener relevancia económi­ca con el establecimiento por el Banco de España en 1885 del servicio de transferencias entre cuentas de diferentes sucursales. En ese momento el Ban­co ya contaba con una red de sucursales lo suficientemente densa para que este nuevo servicio pudiese ser ampliamente aprovechado en sustitución de las letras de cambio a muy corto plazo. Esta innovación financiera tuvo que repre-

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CUADRO 1

Correlaciones entre ¡as series de los cambios de

Madrid, Cádiz, Valencia, Zaragoza y Santander

Madrid Cadií Valencia Zaragpza Santander

Uadñd 1800-1853 «r» 1 n.° casos 1800-1829«i» 1 n." casos 1830-1850«j> 1 a° casos 1851-1883 «r» 1 arcases

Cádiz 1800-1855 «r» n.° casos 1800-1829 «r» n.° casos 1830-1850 «» a" casos 1851-1885.» n.° casos

Valencia 1800-1855 «» a." casos 1800-1829 «» n.° casos 1830-1850 «r» n.° casos 1851-1885 «» n.° casos

Zaragoza 1800-1855 «i> a° casos 1800-1829 «r» a° caso« 1830-1850 «» a° casos 1851-1885 «r» a" casos

Santander 1800-1855 «r» a° casos 1800-1829 «> a" casos 1830-1850 «r» a° casos 1851-1885 «r» a" casos

.420 (896) .618 (238) .431 (241) .466 (417)

1

1

1

1

.327 (844) .376 (190) .415 (244) 242 (410) .541 (818) .373 (168) .264 (240) .365 (410)

1

1

1

1

.461 (743) .312 (103) .513 (223) .157 (417) .332 (729) .375 (90) .287 (222) .190 (417) .485 (706) J221 (73) .349 (222) .546 (411)

1

1

1

1

.685 (513) —

.715 (134) .517 (379) .360 (510)

.362 (131) .360 (379) .470 (508) —

.381 (134) .391 (374) .623 (507) —

.693 (127) .383 (380)

1

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sentar una sensible disminución de los costes de transacción en la movilidad geográfica del dinero, lo que explica su inmediata aceptación. Podemos decir que sólo desde entonces España, además de tener una única moneda, tenía también un sistema monetario integrado.

CONCLUSIONES

En estas notas hemos pretendido dar a conocer un nuevo indicador para el estudio de la historia financiera española, los cambios entre pla2as naciona­les de las letras a ocho días vista.

La variable, y la fiíente, tienen dos grandes virtualidades. Una es que nos permiten tener un conocimiento preciso sobre la evolución coyuntural de los mercados monetarios (en plural, puesto que no había un mercado nacional único). La segunda consiste en que a través de un mismo indicador podemos observar todas las coyunturas que se han sucedido a lo largo de casi un siglo. Ante la ausencia de seríes financieras con estas características, las que aquí su­gerimos utilizar adquieren una relevancia especial.

El precio de la movilidad del dinero es una categoría económica a tener en cuenta, ya que influyó indudablemente en la economía financiera y en la economía real. La fiíerte volatilidad de los cambios incrementaba el riesgo en los movimientos de capital. Por otra parte, las altas, y, en ocasiones sostenidas, cotas alcanzadas por las cotizaciones tuvieron que afectar a la comercialización de los productos en el mercado interior. Al precio de las mercancías debía añadírsele el precio de la movilidad del dinero.

Una última conclusión, que es al tiempo una propuesta de trabajo, se hace evidente. Debería llegar a confeccionarse un mapa de los cambios de cada pla­za con respecto a las restantes. Con ello obtendríamos una mejor comprensión de la dinámica de la vida mercantil local y regional, y, a la vez, de la red de ciudades.

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UN NUEVO INDICAEOR PARA LA HISTORIA nNANCIERA ESPAÑOLA

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL: SANTANDER, 1895-1930

PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

Universidad de Cantabria

RESUMEN

El ensayo consiste en una estímación de la tenta regional por la vía del producto, aplicado a la economía de Cantabria durante el primer tercio del siglo xx. Tras una in­troducción al modelo, se exponen los principales resultados, problemas e insuficiencias que encuentran soporte metodológico en el anexo.

ABSTRACT

lilis essay presents an estimation of r^onal income, for early 20th Century Guitabria. After a short introduction, the paper presents the major results. Methodological sup-port is set (brth in the annex.

I- INTRODUCCIÓN

La historiografía económica cuantitativa ha progresado mucho en el proce­so de estimación de la renta nacional ', si bien la estimación de las rentas pro­vinciales y regionales está por hacer, como tuve ocasión de comprobar en mi tesis 2. En consecuencia, he procurado elaborar una guía que sea de utilidad para historiadores y economistas que trabajen en temas regionales, en base a

' Carreras (1984, 1985a y 1989a), Prados (1988), Coll (1989). Véanse, además: Martín Aceña y Prados (1985), Sánchez-Albornoz (1985), Nadal, Carreras y Sudriá (1987) y Carreras (1989b).

^ Nadal y Carreras (1990) ha significado un gran avance.

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

las fuentes y el método empleados para estimar el Producto Interior Bruto (PIB) de la provincia de Santander durante el primer tercio del siglo xx '. A tal fin, he optado por hacer un análisis en términos de Contabilidad Nacional por sus innegables ventajas: 1.') considerar la economía regional como un subsiste­ma del sistema representado p)or la economía española; 2.*) aprovechar estima­ciones que, siendo output de algunos procesos, constituyen input para otros; 3.') llevar a cabo contrastes sucesivos que pongan a prueba la coherencia interna del modelo; y 4.*) investigar las relaciones con otros subsistemas provinciales y regionales. El cálculo se hace a precios de mercado, que posteriormente es ex­presado a precios de 1913 tras ser deflactado con el índice de la Comisión del Patrón-Oro •*.

Bajo el enfoque del producto, la renta se calcula como suma de los valores añadidos por los subsectores y ramos de actividad, hasta el nivel de desagrega­ción que las fuentes permitan. La preferencia por esta vía no excluye el recur­so a la vía del ingreso o la del gasto cuando resulta necesario '. En principio, respetamos los datos de las fuentes originales —a nivel regional no existen más estadísticas que a nivel nacional— salvo que haya contradicción entre ellas o resulten incompatibles con el modelo; sólo entonces se procede a rectificarlas, no sin antes justificar los motivos y el procedimiento.

Bajo la óptica del análisis en términos de Tablas Input-Output (TÍO), el va­lor añadido bruto (VAB) se puede calcular, directamente, como sumatorio de retribuciones a los factores de producción o, indirectamente, deduciendo del valor de producción a precios de salida de fábrica (VPF) el valor de los inputs intermedios. En general, se ha elegido una vía semidirecta, consistente en esti­mar el VAB como proporción del VPF en base a las TÍO de 1958, las prime­ras realmente fiables. El procedimiento, insatisfactorio, se justifica, exclusiva­mente, por la imposibilidad de acometer la estimación directa en el estadio actual de nuestros conocimientos, pues se requeriría disponer de la contabili­dad regional, cuando la contabilidad nacional sólo estuvo disponible bastantes años después. Sin embargo, la solución no puede ser despreciar los datos, por poco fiables, sino tomarlos con precaución.

El método tiene precedentes, dentro y fuera de nuestro país. Hipótesis se­mejantes las han utilizado Schwartz, Carreras y Prados, entre otros, por no ha­blar del Banco Bilbao Vizcaya ^ En el exterior, Chenery y Syrquin extrapolan

' Véase mi tesis (Pérez, 1991), que publicará próximamente la Cámara de Comercio, Indus­tria y Navegación de Cantabria.

* Ministerio de Hacienda (1960). ' Rojo (1979), Muñoz Cidad( 1991). ' Schwartz (1977), Carreras (1984), Prados (1988), Molinas y Prados (1988), BBV y FIES,

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. I89; i930

la estructura del PIB en 1964 al período 1950-1970. Gerschenkron va aún más lejos cuando aplica el coeficiente VABATPF de la industria de Estados Uni­dos, en 1899, a la italiana de 1881-1913 por falta de estadísticas para estimar­los directamente '. Es obvio que tanto la escasez de datos como las dudas que plantea el proceso de ponderación disminuyen el valor de los cálculos. No obstante, el método sirve al propósito que se persigue: estimación directa del VPF, estimación semidirecta del VAB y estimación del cambio estructural. Además, no hay que exagerar las objeciones a la utilización de coeficientes fijos, pues «el cambio de estructura del PIB global vendrá reflejado por el dis­tinto peso que los indicadores van prestando a las ramas sobre las que se pro­yectan, a medida que nos movemos hacia atrás» *. Con objeto de facilitar la ta­rea, hemos hecho un análisis de corte transversal centrado en 1895, 1904, 1913, 1922 y 1930. Las técnicas shift-share simplifican el problema de estima­ción, si previamente se ha definido la relación entre patrones de corte trans­versal y series temporales (sugerimos elaborar índices de acumulación de capi­tal, producción agraria y consumo de energía).

CUADRO 1

Valor añadido, por sectores (& precios de 1913, miles ptas.)

SECTOR 1893 1904 191} 1922 19J0

Agrario 82,067 65.518 Industria 24.864 29.699 Servicios 59.085 49.834 Total, ptas. constantes 166.016 145.051 Total, ptas. corrientes 113.373 124.884

(Por ciento del total)

Agrario 49,4 45,2 Industria 15,0 20,5 Servicios 35,6 34,4

80.086

37.881

62.421

180.388 180.388

44,4

21,0

34,6

124.761

42.270 85.512

252.553 398.626

49,4

16,7 33,9

129.419

59.139 108.465

297.023

498.190

43,6

19,9

36,5

FUENTE: Pérez (1991).

' Chenery y Syrquin (1978), Gerschenkron (1968). ' Schwartz(1977), p. 492.

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

2. PRINCIPALES RESULTADOS

2.1. DINÁMICA SECTORIAL Y CAMBIO DE ESTRUCTURA

A finales del siglo xix el sector agrario generaba la mitad de la renta pro­vincial y los servicios más de un tercio. En cambio, la industria —que debía su importancia a los bienes de consumo— contribuía en proporción harto mo­desta (cuadro 1). Las fuentes manejadas y el sistema de cortes transversales contribuyen a profundizar una crisis finisecular (—1,5 por ciento) en tasa anual, cuadro 2) que sólo la industria pudo sortear (+2 por ciento), amparada en el buen momento de la minería férrica y el comienzo de actividades en la siderurgia. El sector más perjudicado fue el primario (—2,5 por ciento), a cau­sa de la crisis agropecuaria, mientras que los servicios (—1,9 por ciento) tuvie­ron su crisis particular en la pérdida de los mercados coloniales protegidos.

CUADRO 2

Crecimiento del producto regional (Tasa anual, en porcentaje)

SECTOR 189Í-1904 1904-191) 1913-1922 1922-19)0 1895-19)0

Agrario ~ 2,5 Industria 2,0 Servicios ~ 1,9 Total - 1 , 3 Deflactor del PIB 2,6

FUENTE: Pérez (1991).

A la crisis sigue un período de recuperación, entre 1904 y 1913, cuyo peso recae, a partes iguales, sobre las ramas agrícola y ganadera del sector primario (+2,3 por ciento). También el secundario mantuvo una tendencia de creci­miento sostenido (+2,1 por ciento). Las mayores aportaciones proceden de la industria química, que coincidió en su despegue con la eléctrica y la de trans­formados metálicos. Si a esto añadimos el buen comportamiento de los servi­cios (+2,5 por ciento), auspiciado por la recuperación del comercio interior, el resultado no puede extrañar; a pesar de lo cual, el índice de producción se si­túa en 1913 en el nivel 109, en base 1895-100.

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2.3 2,7 2,5 2,5 1.7

5,0 1.2 3,6 3,8 5,2

0,5 4,3 3,0 2,0 0,8

1.3 2,5 1.8 1,7 2,6

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESnMAR LA RENTA REGIONAL; SANTANDER. 189?19)0

Coincidiendo con la guerra y posguerra europeas se produce un cambio en las pautas de desarrollo regional, pues el aumento de la tasa de crecimiento general (+3,8 por ciento) encubre grandes diferencias entre sectores. El mayor dinamismo corresponde al agrario (+5 por ciento), que tiene, de nuevo, en la ganadería su ramo más activo. Durante estos años tuvo lugar una importante recuperación de la cabana vacuna, acompañada por una notable selección de razas y la progresiva transformación de la explotación extensiva en intensiva. También los servicios salieron fortalecidos (+3 por ciento), gracias a la línea de recuperación del comercio y el excelente comportamiento del subsector finan­ciero. En cambio, el crecimiento industrial (+1,2 por ciento) fue decepcionan­te. La base de la industria pesada había sido la minería, cuyo producto quedó reducido a la tercera parte a raíz de la Gran Guerra; por contra, hubo aumen­tos significativos en los ramos químico, eléctrico y metalúrgico. Por lo que se refiere a las manufacturas, durante los primeros años veinte tuvo lugar el des­pegue de la industria agroalimentaría de base ganadera y la crisis de la textil. £1 resultado neto de todas esas tendencias es una reducción de más de dos puntos en la aportación de la industria al PIB (cuadro 1).

CUADRO 3

Productividad de la mano de obra (Sf^ en ptas. a precios de 1913)

SECTOR 1895 1904 191} 1922 1930

Agrario 1.134

Industria 1.793 Servicios 2.963 Promedio 1.363 litiuslria (corregida) n.d.

FUENTE: Pérez (1991).

A principios de los treinta la participación agraria en el PIB se reduce aún •íiás, si bien la reducción responde no tanto a una crisis como a una reestruc­turación, que le permite liberar una parte importante de la fuerza de trabajo sin reducir el producto agrario (+0,5 por ciento). En este proceso, la ganadería ve reforzado su papel como eje aglutinante de un sector agrario que ha tendi­do múltiples puentes con el industrial.

En el corte de 1930 el producto industrial procede, casi a partes iguales,

389

1.106 1.984 2.521 1.544 2.127

1.455 2.472 2.798 1.946 2.821

2.512 1.655 3.281 2.494 2.182

2.886 1.531 3.334 2.560 3.132

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

de la industria pesada (minería y electricidad incluidas) y la ligera. Sin embar­go, la mayor aportación individual corre a cargo de la alimentación, que tiene en la producción de leche industrializada, chocolates, cuero, conservas de pes­cado, etc., sus mejores exponentes. Entre los ramos destacados de la industria pesada figura, por derecho propio, el eléctrico (cuadro 5). Asimismo hay que destacar la recuperación de la minería de cinc y la consolidación de la quími­ca. La confluencia de todas esas tendencias hizo posible que se alcanzaran las mayores cotas de crecimiento en la industria (+4,3 por ciento), un sector que a comienzos de los treinta aportaba el 20 por ciento del PIB. En cuanto a los servicios, crecen a una tasa moderada (+3 por ciento), como consecuencia de la coincidencia de diversas circunstancias. De una parte, el aumento de la po­blación y su creciente urbanización favorecieron el desarrollo de los servicios relacionados con el consumo. De otra, la industria tiró de los servicios para la producción: profesiones liberales, banca y transportes. La consolidación de la estructura del Estado, en fin, tuvo como secuela el crecimiento del sector pú­blico. En 1930 el sector terciario aportaba algo más de un tercio del PIB.

CUADRO 4

Evolución de la renta per cápita (Ptas. constantes de 1913)

1895 1901 ... 1904 1913 1922 1930

Año Renta total (mlesptas.)

166.016 158.723 145.051 180.388 252.553 297.023

CANTABRIA

Población total

263.339 278.551 286.484 310.168 334.660 364.147

Renta per cápita

630,4 569,8 506.3 581,6 754,7 815,7

Alvarez Llano

n.d. 888,3 n.d. n.d.

<)12,<) 863,1

ESPAÑA

Renta per cápita

n.d. 561,4 586.9 644,0 739,4 804,8

FUENTE: Alcaide (1976), Alvarez (1986), Pérez (1991).

2.2. CRECIMIENTO Y ATRASO DE LA ECONOMÍA MONTAÑESA

Sin embargo, la usa de crecimiento entre 1922 y 1930 (+2 por ciento) es la más baja desde la crisis finisecular. Las diferencias intersectoriales de pro­ductividad sugieren que la asignación de recursos no ha sido eficiente, toda

}%

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. 1895-1930

vez que la productividad media de la industria en 1922 y 1930 llega a ser poco más de la mitad que en agricultura y servicios.

CUADRO 5

VAB, por ramos de producción (k precios de 1913, miles ptas.)

COD RAMOS 1895 1904 191} 1922 1930

Al Agricultura 10.862 9.978 15.727 19.570 12.704 A2 Ganadería 66.410 44.305 50.375 80.541 98.421 Al Pastos y montes 5.282 8.147 10.621 17.971 12.912 A3 Pesca- 1.313 3.088 3.333 6.679 5.382 11 Combustibles sólidos 6 4 52 143 150 12 Petróleo y gas natural 262 267 176 301 275 14 Energía eléctrica 238 726 1.563 3.546 6.918 U Minería metálica 3.844 8.173 9.253 2.853 6.279 II Siderurgia — 1.310 1.658 1,649 3.189 11 Minería no-metálica 1 11 13 983 1.147 13 Transformación minerales 575 761 1.253 1.329 2.029 12 Industria química 77 394 3.829 7.535 8.117 II Productos metálicos 659 1.000 938 1.933 1.441 15 Alimentación 13.420 11.713 12.434 14.874 20.332 15 Textil 2.258 1.660 2.222 1.384 2.451 15 Cuero y calzado 261 99 230 289 972 15 Madera y corcho 10 68 307 1.087 822 15 Papel y artes gráficas O 48 99 82 190 16 Construcción 3.253 3.465 3.854 4.282 4.827 Si Comercio 26.564 22.711 28.414 40.304 51.941 S_l Hostelería 11.001 9.406 11.768 16.692 21.511 Si Transportes 11.297 7.079 9.281 8.245 9.215 52 Banca y seguros 2.072 2.163 3.606 8.554 9.440 53 Propiedad de viviendas 101 164 269 440 682 54 Otros servicios 8.050 8.311 9.083 11.287 15.676

TOTAL 166.016 145.051 180.388 252.553 297.023

FUENTE; Anexo.

¿Cómo explicar la caída de la productividad industrial? Existen dos tipos de factores, unos formales y otros de fondo. Entre los primeros cabe citar las fuentes y el sistema de cortes transversales, y entre los segundos, la caída del ahorro, la contracción de la inversión y los cambios en la composición del pro­ducto. En el marco de una política de autoabastecimiento del mercado nacio-

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

nal y crecimiento de la demanda externa, «las nuevas inversiones, ante las difi­cultades de importación de bienes de equipo, se basan en la utilización de ma­no de obra excedentaria» '.

2.3. EVOLUCIÓN DE LA RENTA REGIONAL

La tasa de crecimiento global entre 1904 y 1930 fue de 2,8 por ciento, aunque si se contabiliza el período completo se reduce a 1,7 por ciento. El co­ciente entre renta y población devuelve una serie coherente de renta per capita. Al comparar nuestra estimación de la renta per capita en Cantabria con la de Alcaide para España '", se ve que las mayores discrepancias entre ambas se si­túan en los primeros cortes (cuadro 4). El valor inicial de su serie, que empieza en 1901 (561,4 ptas./hab.) coincide en la muestra, aproximadamente, con el re­sultado de interpolar entre 1895 y 1904 (569,8 ptas./hab.).

El crecimiento parece haber sido bastante más intenso en la provincia de Santander que en el conjunto de España entre 1904 y 1930, tal vez porque también fue más profunda la crisis precedente. La serie de Alcaide denota sólo lentificación del crecimiento; la de Carreras (1989a), por el contrario, detecta bien la caída de la renta entre 1904 y 1907. Durante ese largo cuarto de siglo, la renta per capita de Santander crece a tasa del 1,85 por ciento anual, mien­tras que la española lo hace al 1,22 por ciento. Mucho más importantes son las diferencias con la estimación de Alvarez Llano (1986).

En el Anexo se hace un análisis de las fuentes y el método, tras agrupar las actividades en veinticinco ramas precedidas de un código identificativo (cua­dro 5), de acuerdo con la Clasificación Nacional de Actividades Económicas de 1974 con dos dígitos significativos.

A N E X O

3. SECTOR AGRARIO

3.1. SUBSECrOR AGRÍCOLA FORESTAL [ A l ]

En este sector seguimos de cerca los trabajos del Grupo de Estudios de Historia Rural (GEHR). En la estimación del VAB, además de las fuentes habi-

' Roldan y García Delgado (1973), p. 23. "' Alcaide (1976), p. 1146.

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. 189; i9}0

tuales, hemos tenido la fortuna de manejar memorias inéditas, así como aislar algunas constantes de la explotación agraria. Las fuentes son diversas, aunque la primaria fuera siempre la misma. La Sección Agronómica Provincial elabora­ba, anualmente, la Memoria Reglamentaria por duplicado: un ejemplar se en­viaba al Ministerio de Agricultura y otro quedaba en la provincia. Dichos in­formes, en general bastante concisos y escritos con estilo sencillo, constituyen la base de los estudios elaborados por la Junta Consultiva Agronómica (JCA); posteriormente se publicaban, en forma de Avances, agrupados por regiones agrícolas. Aunque la calidad no sea homogénea, su nivel es bueno: además de los datos propiamente estadísticos, contienen una detallada referencia de las condiciones de explotación. La Sección Agronómica facilitaba, asimismo, infor­mación a la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, que la incluía en sus Memorias anuales. La consulta de esta fuente no resulta estéril, porque los Avances de la JCA no cubren todos los años y no se conserva copia de todas la Memorias Reglamentarias. A partir de 1927 se reorganizaron los servicios de recogida de los datos de las producciones agrícolas, al tiempo que se ampliaba el número de cultivos: ésta sería la base de los Anuarios Estadísticos de Pro­ducciones Agrícolas (AEPA).

En general, todas las fuentes agrícolas incluyen superficies, producto y va­lor de producción ". Las estadísticas correspondientes a los primeros años son las más imprecisas. En primer lugar, porque «junto a sus probables imperfec­ciones (...) están las enormes lagunas: sólo se ocupaban del sistema cereal, la vid y el olivo...» ' . En segundo lugar, por la costumbre de la Junta de dedicar la Memoria de cada año a un cultivo distinto, por lo cual hay que ampliar el período de referencia si se quiere tener una estadística completa.

La consideración de las superficies y producciones agrarias invita a la refle­xión. A tenor del Avance de 1923, la extensión de la superficie agraria en los primeros años veinte coincidió con la intensificación de los cultivos. La mejora afectó, sobre todo, a la producción de montes, dehesas y pastos. Sin embargo, esa partida aparece distorsionada hasta el punto de alterar la composición del producto. La anomalía resulta especialmente notoria porque contradice la Es-todística de Producción de los Montes de Utilidad Pública (EPMUP) ". A la viste de estas circunstancias, hacemos una estimación alternativa de 1922 en

" Sección Agronómica Provincial (1889, 1890, 1900, 1908), Junu Consultiva Agronómica (1891), Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas (1902, 1903a), Ministerio «le Fomento (1915, 1913, 1914a, 1923), Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio (1932), Cámara de Comercio (1913, 1914), GEHR (1985).

" GEHR (1983), p. 190. " GEHR (1983b), p. 278, EPMUP.

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PATWCIO PÉREZ GONZÁLEZ

los siguientes términos: 1.°) Estimación del producto de praderas naturales, de acuerdo con la hipótesis de superficie equivalente a la media de 1913 y 1931, y el rendimiento de este último año. 2°) Valoración de los montes a tenor de la EPMUP, dando por bueno el resto de las producciones porque los rendi­mientos guardan cierta coherencia con los de otros años. 3.°) Corrección de posibles errores motivados por causas, aparentemente, tipográficas. El proceso de reestimación alcanza umbién a las praderas naturales, en 1913, para lo cual se ajusta el rendimiento de ese año regresando los valores reales de los demás años.

3.2. SUBSECIOR GANADERO [A2J

El método de estimación elegido se basa en el cálculo de coeficientes es­pecíficos para cada tipo de ganado. Aplicados al número de animales, se consi­guen aproximaciones a las producciones en las fechas correspondientes a cada corte. El concepto de producto ganadero se limita a la producción de carne, leche y lana. Los censos de ganados, sobre todo los generales, son una fuente insustituible; los mejores son los de 1865, 1891, 1917, 1929 y 1933 "*. Los resú­menes hechos por la JCA, en base a las memorias redactadas por los ingenie­ros del servicio agronómico, son del mayor interés. La incorporación de mono­grafías provinciales resulta muy acertada, pues, además de la información propiamente estadística, contienen referencias a los aspectos zootécnicos, eco­nómicos y de fomento de las razas; en adelante nos referiremos a ellos como Avance de 1891 y Estudio de 1917 ". Además, existen otras fuentes comple­mentarias como Prados y Pastos, Dirección General de Aduanas y Norte. También resulta provechoso consultar las memorias de la Sección Agronómica Provincial y la Junta Provincial de Abastos, pues contienen referencias que no siempre aparecen en las fuentes nacionales.

3.2.1. Peso en vivo de la ganadería y precios de los productos

Para pasar del número de cabezas al peso en vivo se utilizan pesos unita­rios manejados por la JCA en el Estudio de 1917. El período más incierto co­rresponde a 1865-1900, toda vez que la falta de otros censos hace recaer la

I-* GEHR (1978) incluye los censos de 1865, 1891, 1905, 1907-1908, 1910-1918, 1921, 1925 y 1929. Por nuestra parte, incorporamos los de 1900, 1909, 1924 y 1933.

" D. G. de Agricultura, Industria y Comercio (1892), Ministerio de Fomento (1923).

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. 18951930

carga de la prueba del movimiento convulsivo finisecular sobre el Avance de 1891 y la Memoria de 1900. A tenor de aquél, la crisis pecuaria debe venir de algún momento entre 1891 y 1900. Sin embargo, la Memoria de este año habla ya de florecimiento del ganado vacuno, base de la riqueza ganadera provin­cial '*.

La inseguridad del censo de 1891 afecta al propio recuento. La Guía de Santander de ese mismo año lamenta que el Estado —a falta de datos para fijar los cupos de contribución por la riqueza pecuaria— los establece «a ojo de buen cubero, aumentando, por ejemplo, a los de 1865 un 25 por cien­to...» ". La comparación del censo de 1865, actualizado con ese criterio, y el Avance de 1891 arroja una sombra de duda sobre su fiabilidad. Hemos su­puesto que ambas estadísticas (la de 1891 y la de 1900) son correctas, pero que aquélla se retrotrae al segundo lustro de los ochenta, por cuanto la estimación de años intermedios se obtiene por interpolación.

Una vez estimada, la producción ganadera hay que valorarla. El AEPA sólo ofrece precios a partir de 1929. Para fechas anteriores hemos debido recu­rrir a la estimación directa, a partir de diversas fuentes '«.

5-2.2. Producción de carne, leche y lana

Con la información recogida para el estudio de la ganadería, se ha estima­do la producción de carne. Primero se compara el número de reses sacrifica­das de cada especie con los correspondientes censos. Después se calculan —en base a los datos del AEPA de 1930— los pesos en vivo de las reses sacri­ficadas y se comparan con el peso total de la cabana. Finalmente se aplican coeficientes de rendimientos fijos —deducidos del Estudio de la ganadería, de ^917— a las cifras de peso en vivo total, para estimar los pesos en canal a par­tir de una mix fija. La aplicación de rendimientos constantes se justifica por la escasa variación apreciada en los pesos unitarios ". Los ganaderos montañeses destinaban para carne, anualmente, una parte fija de su cabana que oscila en-'fe el 13 y el 14 por ciento del peso en vivo. Aunque la estructura de la de­manda variara de un año a otro, la proporción era relativamente estable.

" Sección Agronómica de Santander (1900). " Col! y Puig (1891). D. G. de Agricultura, Industria y Comercio (1892). " Ministerio de Fomento: D. G. de Agricultura, Industria y Comercio (varios años). Sección

JWonómica de Santander (1900), Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Santander 'varios años) y Junta Provincial de Abastos de Santander (1927).

" D. G. de Agricultura, Industria y Comercio (1892), Ministerio de Fomento (1920), Ministe-"o de Aricultura, Industria y Comercio (1932).

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

La producción de leche es una variable aleatoria que depende del número de reses ordeñadas, su capacidad lechera y el régimen de explotación. Limita­mos la discusión al ganado vacuno, pues representaba más del 99 por ciento del total. En Santander confluyeron a principios del siglo xx dos procesos complementarios. Uno, de sustitución de razas autóctonas por extranjeras, y otro, de progresiva implantación en la zona costera de la explotación intensiva del ganado vacuno. La confluencia de ambos procesos daría como resultado una mejora del rendimiento, que coincide en el tiempo con una expansión de la cabana. Es difícil evaluar su intensidad, aunque —por el solo efecto de los cambios en el régimen de explotación— se ha ciñ-ado en el 1,15 por ciento anual acumulativo. El cálculo se basa en las condiciones restrictivas que resul­tan de considerar la vaca constante, haciendo caso omiso de las ganancias inhe­rentes a la mejora de las razas, que a no dudar existieron. De resultas de multi­plicar el número de reses ordeñadas por su productividad, se llega a la producción de leche.

En cuanto a la producción de lana, se aplican coeficientes fijos tanto a la proporción de esquila (77por ciento) como al peso medio del vellón (2 kilos las reses adultas y setecientos gramos las crías).

3.3. SUBSECTOR PESQUERO [A3]

Las estadísticas correspondientes al primer tercio del siglo xx no empiezan hasta 1907. Al principio la metodología era escasamente homogénea, aunque después se fue normalizando ^. Hemos estimado el volumen de capturas a par­tir de la ecuación de compensación: Capturas—Consumo en fresco+Destinado a conservas-Importación neta.

a) Consumo en fresco. En primer lugar, se ha estimado la estructura de la de­manda para 1907, 1913, 1920 y 1930, como fechas más próximas a los cortes. A continuación comparamos el consumo de pescado en fresco con la pobla­ción, de donde resulta el consumo per cápita. Conocida la población, es inme­diato calcular la demanda interna.

b) Pescado para conservas. Para obtener un kilo de conservas se necesitan 1,69 de pescado, por término medio. Si suponemos que el coeficiente se man­tiene fijo —y hemos estimado previamente la producción de conservas— po­dremos calcular la demanda de pescado por la industria conservera.

'" Ministerio de Marina (varios años), Alaejos Sanz (1922, 1931), Dipuución Provincial de Santander (1929), Ministerio de Industria y Comercio (1933).

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL: SANTANDER. 1 8 9 5 1 9 »

c) Saldo comercial Desde el litoral se enviaba pescado fresco hacia el inte­rior, si bien en las estadísticas de Norte no figura como partida independiente, al contrario que en las estadísticas de comercio exterior y de cabotaje, y las del Ferrocarril Cantábrico.

d) Volumen de capturas y valor de producción. La suma de la demanda de pes­cado para consumo en fi-esco y conservas, corregida por el saldo del comercio exterior, constituye una aproximación al volumen de capturas, cuya tendencia responde satisfactoriamente a los datos observados. El producto de capturas y precios —ya corregidos de las desviaciones entre precios estadísticos y reales de comercio exterior y cabotaje— nos da el valor de producción.

4. SECTOR INDUSTRIAL

4.1. INDUSTRIA PESADA

La principal fuente es la Estadística Minera y Metalúrgica (EMM). Publica­da por el Consejo de Minería, cubre el laboreo y el beneficio de los minerales. Entre otros aspectos de interés, contiene información sobre la producción (en toneladas y valor) y los factores empleados (mano de obra y fuerza motriz). En este contexto, el uso de otras fuentes se limita a cubrir posibles lagunas de la EMM, por dos motivos: ramas de actividad que, propiamente, no tienen cabi­da en aquélla y retrasos en la incorporación de algunas empresas cuya activi­dad cae de lleno dentro de la Estadística. Mención aparte merecen algunos trabajos de historiografi'a económica regional ^'.

41.1. MinerometalurgiaWl}

Existen algunas ramas que la EMM no recoge, como construcción naval y estampación en lata, que pueden considerarse subsidiarias de la actividad pes-quero-conservera, con la que comparten fuentes. Para estimar la producción Partimos de las referencias conocidas e indiciamos el valor desconocido en una variable asociada de la que haya suficiente información. La base para la provincia de Santander son dos excelentes memorias; en lo sucesivo nos referi­remos a ellas como Memoria de 1904 y Estadística de 1909 " . Incluyen estadís-

' Ortega (1986, 1990). ' Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas (1905b). Ministerio de Fo­

mento (1911). Se publicaron también para otras provincias, pero la calidad no es homogénea.

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PATRICIO PÉREZ GONZÁLEZ

ticas sobre número de empresas, empleo, equipos, proceso de fabricación y, en algunos casos, también producción final.

Usamos el valor de los equipos de pesca para estimar el de la construcción naval y, donde esta serie termina, la de capturas de pescado. Para el corte de 1930, la fuente obligada es el Ministerio de Industria y Comercio (1933). Pue­de estimarse la producción de envases a partir de la estructura de costes de la industria conservera.

4.1.2. Industria química [12]

El primer corte en que la EMM da cuenta del beneficio de productos quí­micos es 1922. La cuestión se reduce, entonces, a estimar la producción de los primeros cortes. La de 1904 se obtiene de las memorias antes señaladas, y pue­de intentarse una aproximación a la de 1895 contabilizando exclusivamente los artículos de consumo más tradicionales, puesto que las principales empre­sas químicas se constituyen con posterioridad. Finalmente, se ha estimado la producción de 1913 a partir de una función de demanda que relaciona los datos disponibles (de 1904, 1909, 1922 y 1930) con un índice que tome en cuenta el crecimiento demográfico (ilustrativo de la demanda interna) y el sal­do de la balanza comercial (exponente, a su vez, de la demanda extema). Pue­de hacerse una segunda aproximación a partir de las memorias de las compa­ñías ferroviarias que daban servicio a las principales empresas; es el caso de Solvay y el Ferrocarril Cantábrico. La calidad de esta fuente es estimable, aun­que no alcanza de lejos la de Norte. Todas las producciones han sido valora­das a precios de mercado.

Otro producto a tener en cuenta es el gas del alumbrado, que la EMM tampoco recoge hasta 1930. Utilizamos la Estadística sobre Consumo de Gas ^' para estimar su producción en 1904, 1913 y 1922, asignando a 1895 la producción fiscal de 1901.

4.1.3. Cerámica, vidrio y cemento [13]

Lo mismo que en siderometalurgia y química, la EMM no recoge las pro­ducciones anteriores al corte de 1922. En 1930, además de cemento se fabrica vidrio y productos cerámicos. Para cortes anteriores acudimos a la Estadística

" D. G. de Rentas Públicas (varios años).

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL: SANTANDER. 189S1930

de 1909 •' y la demanda de viviendas, variable con la que esta industria está es­trechamente correlacionada.

4.2. INDUSTRIA ELÉCTRICA [14]

Empezamos reconstruyendo la serie de potencia instalada para estimar después la producción de energía, en virtud de la marcada correspondencia que existe entre ambas

4.2.1. Potencia instalada

La historiografía económica española ha identificado tres etapas en la evo­lución de la industria eléctrica durante el primer tercio del siglo xx. En San­tander la primera se extiende desde 1892 hasta 1911. El final de esta etapa y el inicio de la segunda coincide con el comienzo de las actividades de Electra de Viesgo, la empresa a la que desde entonces estaría vinculado el sector eléc­trico. La última abarca la Dictadura de Primo de Rivera y la II República. Las fuentes para la primera y tercera etapas son oficiales, si bien resulta provecho­so cotejarlas con las memorias de las compañías eléctricas, que constituyen, por falta de estadísticas oficiales, la principal fuente durante la segunda fase ^'. La estadística del Instituto Geográfico y Estadístico, de 1923, se refiere a em­presas que explotan centrales hidráulicas, pudiendo completarse sin más que añadir las centrales térmicas *. La infraestructura eléctrica anterior a la Guerra Civil estaba ya configurada, por cuyo motivo es de aplicación al último corte la estadística de la Cámara Oficial de Productores y Distribuidores de 1935.

4.2.2. Consumo de energía y vabr de producción

A partir de las memorias de Electra de Viesgo deducimos las cifras de po­tencia y producción del período 1911-1928. Conocida la producción de 1913

" Consejo de Minería (varios años), Ministerio de Fomento (1911, 1930). " Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas (1901). Cámara Oficial de

Productores y Distribuidores de Electricidad (1935). D. G. de Rentas Públicas (varios años). ^'' Instituto Geográfico y Estadístico (varios años). Ministerio de Fomento (1930). Cámara Ofi­

cial de Productores y Distribuidores de Electricidad (1935). D. G. de Rentas públicas (varios años).

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y 1922, es posible estimar la de 1904 aplicando a la potencia de este año el coeficiente de utilización de 1911; otro tanto se puede hacer con 1895. La pro­ducción de 1930 procede del Ministerio de Fomento. Para estimar el valor calculamos el precio medio del kilovatio-hora de Electra de Viesgo en 1913 y 1922. Seguidamente indiciamos en base a 1913 el precio del alumbrado públi­co entre 1895 y 1904, y el precio medio nacional durante el período 1913-1930. El valor de producción total es la suma de los consumos de energía para alumbrado y usos industriales, ponderados con sus precios respectivos.

4.3. INDUSTRIA MANUFACTURERA ^ ' [15]

4.3.1. Fuentes de naturaleza fiscal

La introducción del impuesto sobre consumos por la reforma de Villaver-de aporta una fuente de gran riqueza estadística ^ . Asignamos a cada corte la producción del año correspondiente, salvo 1895, al que atribuimos las del pri­mer año fiscal, y 1930, al que hemos asignado la de 1929. Así se han estimado las producciones de achicoria, azúcar y bebidas alcohólicas; para la de vino re­mitimos a las fuentes agrícolas.

4.3.2. Estadísticas de comercio

El sistema de producción es un circuito cerrado, como señala Gómez Mendoza (1984). Toda mercancía producida o importada tiene como contra­partida ésa u otra mercancía gastada o exportada. En artículos de exportación, la producción es igual al saldo de la balanza comercial, y en los destinados al mercado interior que incorporan materias primas importadas, la producción es igual a dicho saldo multiplicado por el coeficiente de conversión de materia prima en producto. Los coeficientes pueden deducirse de las Memorias sobre la industria fabril y las propias de algunas compañías ^. Por este procedimiento se ha calculado la producción de harinas, textiles, cacao, café, tabaco, aceite, leche y derivados, cueros y pieles, pasta para sopas y galletas, etc.

" Para más detalle, véase Pérez (1992). " D. G. de Aduanas: Producción y circulación de azúcares, achicoria, alcohol y cerveza (va­

rios años). ^ Ministerio de Hacienda (1900).

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FUENTES Y METOIX) PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. 189?. 1930

4.3.3. Estadísticas demográficas

Existen algunas objeciones a su empleo con fines predictivos de la produc­ción por la calidad de las fuentes. Tras las premisas subyacen hipótesis restric­tivas, como la permanencia de los hábitos de consumo y la constancia de la propensión marginal al consumo. La combinación de esta fuente con la ante­rior y la siguiente permite extender el cálculo por métodos indirectos a las in­dustrias que trabajan tanto para el mercado interior como para el de exporta­ción. La estimación se obtiene, entonces, a partir de la producción del año (o años) base, indiciada en una variable asociada a la evolución de la oferta y/o la demanda, que puede ser la población ocupada, la población total o el saldo de la balanza comercial. De esta forma se ha estimado la producción de algu­nas ramas alimentarias (chocolate, café, dulces, gaseosas y jarabes, agua mine­ral, galletas y pasta para sopas, tabaco, harina, productos lácteos y conservas de pescado), textiles, cuero y calzado, madera, y papel y artes gráficas.

4.3.4. Estadísticas de producción y consumo

Las más completas son la Memoria de 1904 y la Esudística de 1909 (vid supra). En la medida que corresponden a un momento próximo al centro del intervalo 1895-1930, proyectamos tendencias centradas en torno a la media. Su principal inconveniente reside en «aceptar implícitamente que no tienen lugar cambios en el producto por trabajador» '", de ahí la conveniencia de aplicarlo a ramas muy concretas y utilizar más de una base de ponderación. Las Memo­rias de la Junta Provincial de Abastos se refieren a productos de consumo que pasan por el mercado, pero no hay que infravalorar su alcance por la impor­tancia de tales artículos a principios de siglo. El estudio de Alaejos sobre pesca marítima y los trabajos de Carmona contienen referencias interesantes para las conservas de pescado; otro tanto cabe decir del AEPA y la industria agroali-mentaria ".

A veces los productos están valorados en la fuente, aunque lo más frecuen­te es que haya que estimar también el valor. En tales casos retenemos el precio medio de exportación —salvo que no lo hubiera, en cuyo caso se aplica el de importación— corregido con el correspondiente coeficiente de desviación, es­timado por Tena (1985) y Prados (1986).

"" Prados (1988), pp. 40 y 144. Schwam (1977). " Junta Provincial de Abastos de Santander (1927), Alaejos (1922), Carmona (1990) y Minis­

terio de Economía Nacional (1929, 1930 y 1933).

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4.4. CONSTRUCCIÓN Y OBRAS PUBLICAS [16, S3]

No es posible utilizar el método de estimación propuesto por Tafunell por falta de información. En Santander carecemos de datos relativos a las pólizas de las compañías de seguro. En consecuencia, hacemos uso de la fuente fiscal, dado que «la puesta en vigor de los Registros Fiscales en las grandes ciudades como aplicación de la Ley de Ensanche de las poblaciones de 1892 (...) supuso una creciente erosión del fraude» ^ .

4.4.1. Rüjueza urbana y registro fiscal

Contamos con dos series distintas de riqueza urbana. La primera compren­de el período 1898-1907, aunque se puede retrotraer hasta 1895; la segunda arranca de 1903 y, tras un vacío que dura más de una década, cubre con algu­na discontinuidad el período 1915-1928. Carecemos de información acerca del período 1908-1914, pese a que (por ser de interregno entre ambas series) po­dría haber sido cubierto por cualquiera de ellas. La primera observación co­rresponde a 1879; se trata de una evaluación alzada de la riqueza urbana. La segunda atañe a la recaudación por este concepto en el ejercicio 1894-95. La obtención de la base imponible es inmediata, con sólo dividir la cuota entre el tipo de gravamen ". La información básica del período 1898-1907 son los valo­res liquidados por contribución urbana y, puesto que conocemos la riqueza imponible de algunos ejercicios, se aplica la tasa efectiva para estimar la base imponible de los demás años. Con las limitaciones ya sabidas, puede servir como aproximación a la riqueza inmobiliaria.

4.4.2. Valor catastral y edificación

Con el año 1903 empieza la segunda etapa, basada en el catastro de la ri­queza urbana, que dio paso a un proceso de acercamiento de los valores catas­trales a los de mercado "•; la primera observación corresponde a 1915. En nuestra opinión, se deben actualizar las incorporaciones realizadas al registro

" Tafunell (1988; 1989, pp. 254 y 265). Gómez Mendoza (1986). Instituto Geográfico y Esta­dístico: Nomenclátor...

" D. G. de Contribuciones (1879). Ministerio de Hacienda (1897). Intervención General de la Administración del Estado (1909), pp. 443-451 y 566-588.

'•• Ministerio de Hacienda (1918, 1921, 1922 y 1931).

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER, 18V5.1930

cada año, pues, una vez fijados, los valores permanecían prácticamente inalte­rados.

En cuanto al período 1908-1914, en que las series se solapan, las valoracio­nes no coinciden porque ambas series miden el stock de construcción con cri­terios diferentes ¿Con cuál quedarse? Preferimos tomar como base la riqueza urbana y corregir el valor catastral en consecuencia. Como factor de correc­ción utilizamos el promedio de la relación entre los dos criterios en 1903 y 1907 (primero y último de los años comunes). En ambos casos la proporción es 2,3; es decir, que la riqueza urbana era, en promedio, más de dos veces su­perior al valor catastral ". La diferencia entre las valoraciones de años consecu­tivos equivale al incremento anual, que puede servir como aproximación al va­lor de lo edificado. Para que esto ocurra deben hacerse las correcciones relativas a reposición de edificios. Admitamos que la vida media de un edificio eran veinticinco años y que «el volumen de obra de los nuevos edificios supe­raba en un tercio al de los que sustituían» '*; incrementando en un 5,2 por ciento las cifras anteriores habremos corregido el efecto reposición.

La estimación de la riqueza catastral tiene otra finalidad. En tanto que aproximación a la riqueza urbana, sirve de base para calcular la renta imputa­da a la propiedad de viviendas, contabilizada como servicios diversos. En su estudio sobre la renta de la península ibérica, Vandellós fija una «renta neta media del 4 por ciento» " sobre el valor de la propiedad urbana. Al aplicar esa misma tasa a nuestra serie de riqueza urbana se obtiene la renta catastral en los años-corte.

4.4.3. Obras públicas

Los datos disponibles son escasos; en Santander los más completos corres­ponden al quinquenio 1923-1928. Forman parte de una publicación que da cuenta de las realizaciones durante la Dictadura de Primo de Rivera. La segun­da fuente (ésta ya nacional) se refiere a las obras de construcción y conserva­ción de carreteras por cuenta del Estado, entre 1912 y 1924, cuyos datos son coherentes con los de la fuente anterior. Por último, disponemos de informa­ción de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación relativa a los trabajos

" La regresión de los valores corregidos se ajusta satisfactoriamente a los valores observados (R 2 - 0,98).

"> Tafunell(1989), p. 195. " Vandellós (1977), p, 121.

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realÍ2ados en el Puerto de Santander en el sexenio 1908-1913 '*. Para las inver­siones en infraestructuras ferroviarias, remitimos al Anuario de los Ferrocarri­les Españoles.

Se ha supuesto que las obras públicas de los años veinte son representati­vas del último corte. Las estimaciones de los demás cortes puedan obtenerse a partir de aquéllas, indiciando en algunas variables significativas: las obras de infraestructura portuaria, en el movimiento de mercancías por los puertos de la provincia; las de infraestructura viaria, en el parque de vehículos; las ferro­viarias, en el tráfíco de mercancías; y las urbanas y de educación, en la pobla­ción de los municipios mayores de cinco mil habitantes. Como alternativa (o complemento), puede consultarse la Estadística sobre el estado de las obras públicas en España.

5. SECTOR SERVICIOS

5.1. COMERCIO, TRANSPORTES Y COMUNICACIONES [Si]

Empezamos analizando cada subsistema por separado. La integración de todos —comercio exterior, tráfico de cabotaje, transporte por ferrocarril y transporte por carretera— constituye la síntesis del sistema comercial''.

5.1.1. Comercio marítimo

En este apartado seguimos de cerca los trabajos de Prados (1982) y Frax (1981). La principal fuente es la Dirección General de Aduanas. Hasta 1920 las estadísticas de Comercio Exterior detallan los tráficos por puertos y provin­cias; después la publicación se interrumpe (a causa de los problemas que en­traña su valoración) hasta 1930. En su defecto, recurrimos a las memorias de la Cámara de Comercio. Todas las series de exportación entre 1914 y 1920 están valoradas con los precios de 1913, por cuanto se han rectificado a la luz de las investigaciones de Prados y Tena.

De otro lado, aunque los métodos de valoración no fueron siempre los

'« Dipuución Provincial de Santander (1929). Instituto Geográfico y Estadístico: Anuarios... (varios años). Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Santander (1913).

' ' D. G. de Aduanas: Estadística general del comercio exterior y de cabotaje de España. Nor­te, Compañía del Ferrocarril Cantábrico, Cámara de Comercio, Industria y Navegación de San­tander, D. G. de Contribuciones: Estadística del impuesto sobre los transportes...

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL: SANTANDER. lg9M9}0

mismos, entre 1892 y 1920 las estadísticas del Comercio de Cabotaje están va­loradas a precios de exportación; esto es, al coste promedio de producción. Por tal motivo le son de aplicación las rectificaciones propuestas para el co­mercio exterior, con la particularidad de que no hay más que una serie de coe­ficientes de rectificación, común para productos primarios y manufacturas. Las estadísticas dejaron de publicarse entre 1920 y 1936, por cuanto hay que recu­rrir, de nuevo, a las memorias de la Cámara de Comercio. Los datos del corte de 1922 corresponden a ese mismo ejercicio (los del Puerto de Santander) y a 1920 (los de otros puertos).

5.1.2. Comercio por ferrocarril y mercado interior

La base de nuestro método son los trabajos de Gómez Mendoza ^, pues aunque el tráfico ferroviario no agota el comercio interior absorbe la fracción más importante. Consideramos el comercio de mercancías a través de Norte, no sólo f>orque canalizaba el volumen más importante de tráfico, sino porque el trazado de las otras compañías era esencialmente regional y, para nuestros fines, subsidiario de aquélla. Los Datos Estadísticos cubren, con algunas lagu­nas, el período 1874-1930 e identifican la posición deudora/acreedora de una determinada estación, pudiéndose obtener el saldo por simple comparación de 'os tonelajes llegados y expedidos. En cuanto a las cifras de tráfico, son el re­sultado de sumar los movimientos correspondientes a todas las estaciones de Norte en la provincia. Las estadísticas distinguen entre tráfico local y combina­do. El primero se refiere al tráfico entre estaciones explotadas exclusivamente por la compañía y el segundo al remitido a (o procedente de) otras compañías a través del empalme. En estaciones normales, la diferencia entre expediciones y llegadas equivale al saldo comercial; en las estaciones empalme el signo cam­bia, de modo que las mercancías expedidas puedan ser interpretadas como im­portaciones y las llegadas como exportaciones.

Se trata de estadísticas de peso. Todos los productos han sido valorados al precio medio de exportación, excepto las importaciones, que lo han sido al su­yo propio. A tal fin, se aplican precios medios unitarios, que resultan de clasifi­car las series en 32 partidas.

• *> Gómez Mendoza (1984, 1985. 1988).

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5.1.3. Valor de producción

El hecho de que en la estimación del producto comercial entren como in-puts el producto agrario e industrial obliga a hacer un examen recurrente; los datos de partida son los valores actualizados de los distintos subsistemas. Para estimar el valor del comercio y los transportes existe la posibilidad de apoyar­se en los contemporáneos, que lo calculan a partir de una estructura-tipo. En su estimación de la renta española en la anteguerra, Vandellós cifra la industria de los transportes en un 23 por ciento de la producción industrial, comprendi­dos los productos de la pesca "". El porcentaje se distribuye entre transporte in­terior (ferrocarril y tranvía) y marítimo (cabotaje y exterior), en la proporción 65-35 por ciento. Entendemos que dicha proporción refleja la estructura par­ticular de la economía española. Por tal motivo, podemos estimar la ratio de una provincia concreta, sin más que calcular la proporción esp>ecífica en que se combinan ambos tipos de transporte.

El valor del transporte interior lo obtenemos de tres fuentes complementa­rias. De un lado, la base del impuesto que grava esta actividad en empresas con sede social en la provincia. De otro, los Datos Estadísticos de Norte, a fin de contabilizar los productos del transporte de las empresas domiciliadas en otras provincias. Finalmente, a partir de 1913 sustituimos la fuente fiscal por las memorias del Ferrocarril Cantábrico, aunque apenas hay diferencias entre ambas fuentes. Una vez estimado el producto del transporte terrestre, pode­mos estimar fácilmente el del marítimo; basta con indiciarlo en la proporción que relaciona ambos sistemas comerciales. Más adelante calcula Vandellós la renta del comercio «aplicando un porcentaje del 20 por ciento a los productos agrícolas y a las minas y el 30 por ciento a los productos industriales...» ^.

5.2. SUBSECTOR FINANCIERO [S2]

Limitamos el estudio a las instituciones financieras que están domiciliadas y realizan el grueso de sus actividades en la región. Ambas hipótesis son nece­sarias para poder atribuir geográficamente la riqueza generada y ambas son bastante plausibles '". En el período en que nos movemos la banca estaba poco especializada y su implantación era fundamentalmente local o regional; las operaciones en otras plazas quedaban a cargo de corresponsales. Para estimar

" Vandellós (1977), p. 121. « Ibid. *> Roldan y García Delgado (1973), Tedde (1974a, 1974b), García Delgado (1984).

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FUENTES Y MÉTODO PARA ESTIMAR LA RENTA REGIONAL SANTANDER. Ig9;-1930

el VAB recurrimos a las cuentas de pérdidas y ganancias de las sociedades, con lo que nos apartamos del método común al resto de los sectores. Los mo­tivos de esta particularización hay que buscarlos en las peculiaridades del sec­tor. El hecho de que esté perfectamente identifícado facilita sobremanera la es­timación directa, sin olvidar que resulta difícil derivar un concepto equivalente al de VPF.

5.3. OTROS SERVICIOS [S4]

Bajo este epígrafe tienen cabida administración pública, fuerza pública y ejército, servicios personales y domésticos, profesiones liberales, culto y clero. El principal problema radica en la valoración monetaria de servicios no-co-mercializables. La solución más socorrida consiste en estimar el VAB a partir de las cifras de empleo (Alcaide, 1976; Consejo de Economía Nacional, 1977). No han faltado críticas a esta forma de proceder '•'', si bien no hay que exage­rarlas. La estimación del producto a partir del empleo es satisfactoria, a condi­ción de que el VAB per cápita sea correcto. El problema se centra, por tanto, en estimar las personas ocupadas y el VAB/empleo a aplicar.

En relación con el empleo, nos atenemos a los datos de la población activa censal, de la cual retenemos la clasificación por sexos. De otro lado, en térmi­nos de Contabilidad Nacional el VAB coincide con los gastos de personal, que incluyen salarios brutos y cargas de la Seguridad Social. A este respecto, desde el punto de vista documental hay dos etapas: antes y después de la guerra eu­ropea. Las estadísticas de esta última proceden del Ministerio de Trabajo y Previsión (1931): se trata de los salarios-hora percibidos por cinco categorías de trabajadores o profesiones-tipo en 1914, 1920, 1925 y 1930. El siguiente pa­so consiste en estimar el salario nominal semanal. A tal fin, se calcula el jornal-tipo como media ponderada del salario-hora por la duración de la jornada la­boral, para lo cual se toma por defecto la estructura profesional de la población española"'.

Para el período 1895-1913 el cálculo es más incierto, por falta de estadísti­cas de amplio espectro. Las investigaciones de Maluquer sugieren que hasta 1913 no hay cambios importantes en los precios y salarios '•*, por cuanto es po­sible indiciar la evolución de los salarios en el índice de precios, mejor conoci­do. Otra alternativa es usar estadísticas de empresas e instituciones, elevando a

(3) Schwartz(1977), p. 461. *' Ministerio de Trabajo y Previsión (1931), pp. 27-28. •" Maluquer (1987, p. 964; 1989).

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categoría provincial el índice resultante. Los problemas inherentes son de na­turaleza estadística, relacionados con la representatividad de la muestra.

Finalmente, hemos elaborado un índice de salarios nominales con base 1913—100. El índice de precios del período 1895-1913 se supone representati­vo de la evolución salarial. En cuanto al período 1914-1930, los salarios de los años-corte se obtienen por interpolación, teniendo en cuenta la evolución del índice de salarios reales. El producto de salarios nominales y población activa mide el importe de los salarios brutos pagados por el subsector, por cuanto hay que suponer que se trata de un mínimo. En primer lugar, porque habla­mos de salarios, no de retribuciones efectivas, que excluyen las retribuciones por razón de horas extraordinarias, pluses, complementos, etc. En segundo lu­gar, quedan excluidos los impuestos indirectos, las cargas a la seguridad so­cial, etc.

6. CONCLUSIONES

El método descrito parece un camino alentador, con puntos fuertes y dé­biles, abierto a múltiples mejoras y no pocas críticas; es un punto de partida, no de llegada. En su haber cuenta con algunos activos: 1.° Utilización de méto­dos de análisis sectorial, propios de la historiografía económica cuantitativa. 2° Aplicación a los estudios de historia económica regional del rigor metodológi­co que se exige a los análisis sobre economía española o mundial. 3.° Homoge-neización de todos los sectores en una magnitud común, el VAB, que posibili­ta la comparación entre provincias/regiones y sectores. 4.° Aproximación entre historia económica y economía aplicada, hasta formar un contínuum en el que los procesos recientes adquieren sentido a la luz de la historia económica, y vi­ceversa. 5.° Uso de técnicas cuantitativas que permiten contrastar determina­das hipótesis sobre el desarrollo económico regional.

En el debe anotamos, en primer lugar, la precariedad de las fuentes esta­dísticas provinciales. Se necesita hacer mucho trabajo de campo en empresas y en la depuración de datos. En segundo lugar, hay que mejorar las condiciones de aplicación de técnicas cuantitativas y empresariales al ámbito de la historia económica. Finalmente, sería conveniente empalmar el corto con el medio y largo plazo. En resumen, un camino prometedor pero algo escabroso todavía.

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NOTA

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ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DE LA HISTORIA EMPRESARIAL Y SU DESARROLLO EN ESPAÑA

JESÚS M." VALDALISO Universidad del País Vasco

En los últimos años se ha renovado en nuestro país el interés por la Histo­ria empresarial, una disciplina que cuenta con una importante tradición histo-riográfica, especialmente en Estados Unidos '. En una coyuntura marcada por la reforma de los planes de estudio, los Departamentos de Historia económica nan intentado, con desigual éxito, introducir esa asignatura en la nueva carrera de licenciatura de dirección y administración de empresas. Desde el área de conocimiento de la Historia económica se han organizado algunos Congresos y Cursos de Verano ^, se ha iniciado un programa de investigación ' e incluso han aparecido dos artículos, realizados por los profesores Coll, Fraile y Torte-11a acerca de esta disciplina (Coll, 1991; Coll y Tortella, 1992; Fraile, 1993). En el primero de ellos, Coll realiza un repaso de la teoría de la empresa y traza una panorámica breve de la evolución de esta institución a lo largo de ia historia. En el segundo, junto con el profesor Tortella, ofrece un estado de la cuestión y realiza algunas consideraciones sobre la situación de la disciplina en España.

' No tenemos en castellano términos diferentes para explicar la diferencia que existe entre Business Htstory, Enlrepreneurial History y Enterprise Hislory. Las dos primeras hacen referencia a ia nistoria empresarial en su acepción más amplia, mientras que la segunda se refiere concreumen-^ > la historia de compañías o empresarios concretos. La traducción castellana de Hidy (197S)

que es el mejor resumen de ia evolución de la disciplina hasta los años setenta— distingue en-^ historia de la empresa e historia de empresas y empresarios. Nosotros utilizaremos esa prime-'• acepción, junto a la de historia empresarial, para hacer referencia a la Business History.

' Que yo recuerde, el Primer Seminario de Historia de la Empresa celebrado en Granada en ' '^l; una sesión en el III G)ngreso de Didáctica de la Historia celebrado en Santiago de G}m-P°*tela en 1992; y los cursos de verano organizados por la Universidad de Oviedo en 1991 y '992 sobre empresas y empresarios en la España contemporánea.

' Me refiero al programa de historia de la empresa de la Fundación Empresa Pública, dirigi-"° por los profesores Francisco Comín y Pablo Martín Aceña.

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JESÚS M." VALDALISO

El reciente artículo de Pedro Fraile, por último, es un resumen historiográ-ñco de la Historia de la empresa.

Si bien comparto el interés de los profesores Coll y Tortella acerca de la disciplina —en mi calidad de docente en Historia económica e investigador en Historia empresarial—, no puedo menos que señalar que la lectura de ambos artículos me ha dejado un tanto insatisfecho, sobre todo teniendo en cuenta la probada experiencia investigadora que ambos profesores tienen en esta mate­ria. No voy a entrar, salvo excepciones, en el estado de la cuestión que Coll y Tortella hacen de la disciplina en España, discutible en algunos aspectos. Cen­traré mi exposición en torno a tres cuestiones surgidas directa o indirectamen­te de la lectura de ambos artículos ••: la caracterización que ambos autores ha­cen de la disciplina, a mi juicio sesgada e incompleta; la teoría económica de la empresa que defienden; y las causas que aducen para explicar el retraso de la Historia empresarial en España. Por último, haré una serie de reflexiones sur­gidas de mi experiencia directa con esta materia. £1 objetivo de todo ello es contribuir a que se produzca un debate generalizado y en profundidad sobre los métodos, los contenidos y los objetivos de esta disciplina, y nada mejor que las páginas de la Revista de Historia Económica para acogerlo.

LOS ORÍGENES DE LA HISTORIA EMPRESAIUAL

La primera insatisfacción proviene de que el artículo de Coll dedique doce páginas a los orígenes de la teoría de la empresa y tan sólo tres a una perspecti­va reciente y sesgada —por cuanto la reduce a la realizada en universidades norteamericanas por dos autores— de la Historia de la empresa. Pero es que además —pasando por alto que Coll «olvida» que la Historia empresarial tam­bién existe en otros países— hacer referencia a la Business History norteameri­cana citando sólo a Chandler y sin tener en cuenta su evolución anterior —que puede seguirse perfectamente leyendo al menos los artículos metodoló­gicos publicados en las páginas de la Business History Review— y posterior, su­pone reducir peligrosamente el concepto y el objeto de estudio de la misma. Peligrosamente porque la Historia empresarial, como cualquier otra disciplina científica, ha experimentado cambios importantes a lo largo de su historia tan­to desde el punto de vista epistemológico como del metodológico, cambios

^ Esta noca fue enviada a la RHE en noviembre de 1992, antes de conocer la existencia del artículo de Pedro Fraile, y por ello ha sufrido algunas revisiones. No obstante, he preferido con­servar su sentido original, ciñéndome al comentario de los artículos de los profesores Coll y Tor­tella.

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ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DE LA HISTORIA EMPRESARIAL Y SU DESARROLLO EN ESPAÑA

que no siempre respondieron a motivos estrictamente científicos sino a otros factores relacionados con el medio institucional donde la investigación se de­sarrollaba y a lo que Cannadine llama «las preocupaciones del presente» de ca­da generación de historiadores '. Por ello creo que sin un análisis más comple­jo de la evolución y situación actual de la Historia de la empresa corremos el riesgo de confundir lo que es una especie con todo el género, confusión de consecuencias ecológicas fácilmente previsibles.

No parece oportuno, no obstante, entrar en detalle en la historia de la His­toria empresarial puesto que recientemente el profesor Fraile ha publicado un breve resumen historiográfico sobre la misma en esta Revista. Sólo indicaré tres conclusiones, nada subjetivas, que se podrían extraer de ia trayectoria de la disciplina. En primer lugar, la dificultad de ofrecer una definición de la mis­ma, punto este que ha sido evitado por la mayor parte de sus practicantes. Ello podría explicarse por otra de sus constantes, su gran pluralidad tanto temática como metodológica, especialmente tras el cambio de rumbo imprimido en los años cincuenta por Colé y otros en el Research Center in Entrepreneurial History. En tercer lugar, conviene no olvidar que la Historia empresarial surgió de la Historia económica, disciplina a la que ha permanecido estrechamente unida (salvo el paréntesis de los años treinta y cuarenta en los Estados Unidos) *.

' Planteamiento heredero de la nueva filosofía de la ciencia que, desde finales de los años se­senta, comienza lo que Fernández Buey ha llamado la «deconstrucción del edificio popperiano». Prente al interés por el producto acabado de la escuela popperiana, la nueva epistemología se preocupó por el proceso de elaboración del conocimiento científico, por la ciencia en construcción, su­brayando la variabilidad de los criterios de racionalidad en cada época y la imporuncia de la co-njunidad intelectual y su estilo de pensamiento sobre el quehacer del científico individual, véan­se Kragh (1989), Rossi (1990) y sobre todo Fernández Buey (1991). Las obras de Hanson, Kuhn, Toulmin, Laicatos, Feyerabend, Polanyi y Morin, entre otros, modificaron sustancialmente la con-< epción de la ciencia y terminaron con la antigua división entre ciencias duras —naturales— y Wandas —sociales— al atribuir a las primeras muchos de los rasgos tradicionalmente característi­cos de las segundas —complejidad, indisolubilidad de la relación entre sujeto y objeto, predomi-• io de lo singular, interacción entre variables múltiples e irrepetibles, lenguaje meufórico e ine­xacto, etc.— y al desplazar las explicaciones nomológico-deductivas a un lugar secundario en •'eneficio de una explicación comprensiva. A ello contribuyó la crisis de la visión evolucionista °^ la tierra y de los seres vivos triunfante desde Lyell y del concepto mismo de progreso (véase Toulmin y Goodfield, 1968; Raup, 1990; y Gould, 1991), o la introducción del azar en la investi-8ación científica, la serendipity inglesa (Roberts, 1991). Una brillante aplicación de esta nueva filo-sofi'a de la ciencia, en Cannadine (1985).

' Además del resumen de Hidy (1975) y Fraile (1993) en castellano, y de las obras citadas en *n»bos artículos, pueden consultarse, entre otras. Colé (1942, 1945, 1946, 1958 y 1965), Wohl *1954), Supple (1961), Payne (1962) y Hidy (1970).

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JESÚS M- VALDALISO

LA T E O R Í A Y E L O B J E T O DE ESTUDIO

La segunda insatísfacción de los artículos de Coll proviene del modelo de historia empresarial que propone, el realizado en universidades norteamerica­nas, o mejor, el realizado por dos autores muy concretos, Chandler y William-son. No es mi propósito entrar a valorar ahora las obras de ambos autores, pero se entenderá que un punto de partida tan reduccionista plantea serios problemas. En primer lugar, la escasa representatividad de la estructura empre­sarial norteamericana —caracterizada por empresas de gran tamaño— y de sus estrategias de crecimiento. Mientras que los trabajos de Chandler subrayan que la estrategia dominante ha sido la integración vertical —como medio de ahorrar costes de transacción—, existen otros estudios que ponen en cuestión estas conclusiones para otros países o que señalan otros factores para explicar el mismo fenómeno . Entiéndase que no me interesa discutir la mayor o me­nor validez de las conclusiones de Chandler, sino indicar que no ha existido una única vía en la estrategia organizativa de las empresas capitalistas y que probablemente los factores explicativos no fueron siempre los mismos. Esta consideración es todavía más pertinente si tenemos en cuenta que recientes trabajos han cues­tionado seriamente la existencia de un «senda natural» que conduzca al creci­miento económico y que la tecnología —o la empresa— triunfante en cada momento histórico lo fue más en función de la coyuntura histórica y de los re­cursos de que dispusieron sus defensores que de su superioridad intrínseca *. En los últimos años, además, la Business history norteamericana está comenzan­do a centrar su atención en la pequeña empresa —posiblemente por su dina­mismo tecnológico y organizativo actual— resaltando su importancia a lo largo de la historia y criticando la estrechez de los esquemas de Chandler para com­prender la industrialización de Estados Unidos '.

No puedo tampoco compartir la afirmación de Coll que señala que Chandler y Williamson hacen «una historia de la empresa que extrae sus hipó-

"> Tilly (1982) ha señalado que entre 1880 y 1913 la concentración horizontal fue la estrategia de crecimiento más utilizada por las grandes empresas alemanas y en ella las condiciones de fi­nanciación extema desempeñaron un papel relevante. Davis (1966) para Estados Unidos señala que fue la disponibilidad de capital extemo el factor que explica la concentración.

• Véanse sobre todo los trabajos de Piore y Sabel (1984) y Sabel y Zeitlin (1985) sobre la em­presa industrial; o las consideraciones de Dosi, Gianetti y Toninelli (1992). Respecto al cambio técnico, véanse Rosenberg (1979 y 1982), Basalla (1991), Fischer (1991) y David (1985 y 1991).

' Véase el número monográfico de la Business History Review dedicado a la pequeña empresa en Estados Unidos en 1991 y, de manera especial, el repaso historiográfico de Blackibrd (1991) y el documentado trabajo de Scranton (1991). Para Europa en general e Italia en particular, un análisis de la experiencia reciente en Sengenbeiger, Loveman y Piore (1992) y Pyke, Bccattini y Sengenberger (1992).

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ALGUNAS REREXIONES ACERCA DE LA HISTORIA EMPRESARUL Y SU DESARROLLO EN ESPAÑA

tesis de la teoría de los costes de transacción» (Coll, 1991, 276). En el caso de Williamson porque su obra, de gran utilidad para el historiador de la empresa, entra más dentro de la teoría de la empresa o de la economía industrial que de la Historia empresarial propiamente dicha. Respecto a Chandler porque, como él mismo indica en la introducción a su obra, su método es estrictamente his­tórico (lo cual no impide que se haya visto influido o que haya utilizado los postulados de esa teoría):

Este estudio es una historia cronológica y detallada ... Intenta cumplir con la responsabilidad fundamental del historiador de documentar ios hechos con pre­cisión. Estos documentos proporcionan, a su vez, las bases para las generaliza­ciones'presentadas. Los datos no se han seleccionado para contrastar y validar hipótesis o teorías generales (Chandler, 1977, 21).

Pero, además, la historia empresarial que propone Coll utiliza una teoría de la empresa de las varias que existen disponibles en el mercado, la teoría de los costes de transacción, cuyos orígenes se remontan al trabajo pionero de Coase pero que ha sido notablemente mejorada en las dos últimas décadas para in­tentar adecuarse mejor a la realidad a estudiar '".

En este sentido mejora notablemente la visión neoclásica de la empresa como una función de producción y del empresario como un rational-economic man. La teoría de los costes de transacción es particularmente útil a la hora de analizar los aspectos organizativos de las grandes empresas, pero, como su re­presentante más importante, Williamson, ha indicado, sigue siendo un aparato analítico en construcción, con una serie de limitaciones y deficiencias que po­drán ser subsanadas —aunque no necesariamente— con el concurso de otras teorías, concretamente de las obtenidas de la economía evolutiva (Williamson, 1989, 391-93 y 402-4). Por otro lado, la reciente historiografía sobre la peque­ña empresa está encontrando esta teoría muy poco válida (Scranton, 1991), algo que no puede extrañarnos si consideramos que sus presupuestos se han cons­truido sobre la experiencia de la gran corporación norteamericana.

Con una existencia más corta y, p>or lo tanto, menos desarrollada todavía (aunque en los últimos años la producción literaria haya sido muy importante) habría que destacar la teoría de la empresa y del cambio técnico producida por la evolutionaty economics ", fuertemente influida por la obra de Schumpeter

'" Véase el resumen que hace G>11 (1991), pp. 264-275, y Salas (1984), wmbién citado por Coll.

" Algunos trabajos particularmente destacables dentro de esta corriente son los de Nelson y ^inter (1982), Nelson (1992), Dosi (1982 y 1984) Klein (1988) y Dosi. Teece y Winter (1992). Un buen resumen de los postulados de la «economía evolutiva» y de la literatura reciente sobre '«misma,en Mokyr(1991).

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JESÚS M- VALDALISO

y la teoría evolutiva de la Biología, cuyos resultados, especialmente en el ámbi­to del cambio técnico, están confluyendo con los de historiadores de la tecno­logía como Rosenberg o Basalla ' . Dentro de esta corriente quizá el trabajo que analiza con más detalle el papel de la empresa es el realizado por Richard Nelson y Sidney Winter. Estos autores conciben la estrategia de una empresa como marcada por lo que ellos llaman «rutina» o trayectoria natural, concepto que desempeña en la empresa el mismo papel que los genes en la teoría evolu­tiva de la Biología: constituyen un rasgo característico y persistente de la em­presa, adquirido mediante el aprendizaje y transmitido históricamente, y pue­den determinar su conducta (aunque ésta se verá influida también por el medio), son hereditarios y son selectivos en el sentido de que empresas con ciertas rutinas pueden funcionar mejor que otras. La teoría reconoce que en el proceso de toma de decisiones —la estrategia empresarial— existen elementos de incertidumbre —estocásticos— tanto en el establecimiento de decisiones como en el resultado de la decisión que finalmente se haya adoptado. Final­mente, esta teoría estudia la actividad empresarial como un proceso dinámico en el que los modelos de conducta y su resultado en el mercado se determi­nan mutuamente a lo largo del tiempo ". Personalmente, sus planteamientos me parecen más adecuados para la investigación en Historia empresarial: su concepción de la empresa es más dinámica, pues tienen en cuenta muchas más variables, entre ellas la historia previa de la empresa, y más ajustada a la reali­dad al considerar de forma más explícita la interacción entre la empresa y el medio y sus consecuencias; y sus presupuestos son aplicables no sólo a la gran empresa sino también a la pequeña y cubren aspectos de la vida de la empresa que van más allá de los puramente organizativos.

En cualquier caso, aquí no me interesa tanto probar la superioridad de una teoría sobre otra, sino demostrar que existen varias y no una sola y que, en definitiva, la teoría utilizada depende en buena medida de las preguntas que uno desee responder en su investigación y de las fuentes disponibles '*'. No discuto que para el

'' Brouwer ha señalado acenadamente la influencia que las obras de los filósofos de la cien­cia Kuhn y Lakatos han ejercido sobre estos autores y otros como Rosenberg, véase Brouwer (1991), pp. 92 y 145-152. La expresión acuñada por Dosi de «paradigma tecnológico» —ver Dosi (1982)— es quizá la prueba más expresiva de esta influencia, aunque no lo más importante.

" Aunque han publicado trabajos con anterioridad, la sistematización más completa de su teoría se encuentra en Nelson y Winter (1982). Recientemente han aparecido algunos estudios que mejoran aspectos de la obra anterior, como el de Nelson (1992) y, sobre todo, el de Dosi, Teece y Winter (1992), que integra la teoría de los costes de transacción en un análisis mucho más amplio. Trabajos históricos que hayan utilizado explícitamente la teoría de Nelson y Winter son los de Marx (1976) y Lorenz (1991).

''' Incluso un economista-historiador como Kindleberger (así se autodenomina), cuyo ínteres se centra prímordialmente en aplicar la teoría económica al pasado, cuestiona la dependencia res-

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análisis de algunos sectores industriales la metodología de Williamson puede ser una muy útil guía de investigación, pero no lo es tanto cuando se desea es­tudiar una empresa concreta y hay que plantearse —yo por lo menos creo que es pertinente— muchas más preguntas que las relacionadas con los aspectos estrictamente organizativos ". En ese campo, e incluso en el estudio de secto­res industriales, la aplicación de las teorías de la economía evolutiva puede ofrecer resultados por lo menos tan interesantes como la primera. Incluso para algunos sectores como el transporte marítimo —permítaseme que por una vez lleve el agua a mi molino—, uno debe acudir a otras obras y otros plantea­mientos teóricos como la de Koopmans para el mercado de transporte de pe­tróleo en particular y el tramp en general, o las de Sturmey, Marx o Deakin para las conferencias de fletes (Koopmans, 1939; Marx, 1952; Deakin, 1973; Sturmey, 1975).

Con este panorama, reducir la historia de la empresa a la aplicación de la «high theory» que defienden CoU y Tortella significa, una vez más, empobre­cer las líneas de desarrollo de la disciplina. Primero porque la Historia empre­sarial debe hacer algo más que comprobar los corolarios de una teoría y, en se­gundo lugar, porque existen varias teorías de la empresa con postulados y supuestos distintos y con una validez limitada al estudio de ciertos aspectos en la vida de una empresa o a ciertos sectores. Pero, además, convendría no olvi­dar que el surgimiento de esas teorías se ha producido en un país donde la existencia de trabajos monográficos sobre empresas y sectores empresariales concretos es muy abundante y cuenta con una tradición de décadas. No se puede entender el trabajo histórico de Chandler o el teórico de Williamson sin la existencia de una tradición investigadora en Historia empresarial que da-^ de los años veinte. Por lo tanto, no caigamos de nuevo en el error, ya de­nunciado por Landes, de ser «más papistas que el papa» (Landes, 1991, 11) y admitamos la pluralidad de credos en lo que a metodología y epistemología se ••efiere.

La prioridad fundamental aquí y ahora es sobre todo producir estudios de historia empresarial de todo tipo, desde historias de compañías a biografi'as de empresarios, pasando por estudios sectoriales o regionales, en definitiva, am­pliar una base de datos todavía pequeña. No podemos plantearnos aquí las "Cismas direcciones de investigación que en Estados Unidos —direcciones que

Wcto a una única teoría y prefiere hablar de leyes y no de modelos por la mayor base empírica "s éstas, y de eclecticismo, mejor que de un omnicomprensivo sistema de interpreución, para el estudio del pasado económico. Véase Kindieberger (1989), pp. 9-11.

" Véase, por ejemplo, el amplio cuestionario de Colé (1945), pp. 51-33, que incluye hasu as-P*ctos relacionados con la sociología histórica y cultural.

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dicho sea de paso no son las que predominan en la actualidad— porque el gra­do de subdesarrollo de esta disciplina en España es notable (y para darse cuenta de ello basta echar un vistazo a algunas de las recopilaciones bibliográ­ficas que se han citado en estas páginas o, simplemente, a los trabajos maneja­dos por Chandler en su Visible Hand y por Pollard en su The Génesis ofModern Management^. En este sentido, nuestra situación puede ser parecida a la de EE.UU. en 1945 cuando Colé repetía una y otra vez «we need more case stu-dies» (Colé, 1945, 46). Sin embargo, y como todo país retrasado, sí podemos sacar ventajas de nuestro retraso: podemos evitar los errores pasados —sobre todo la tendencia al aislacionismo—, contamos con herramientas teóricas más refinadas y disponemos de una amplia gama de trabajos realizados en el ex­tranjero, tanto monografías como síntesis, que pueden orientar nuestra investi­gación en España.

LA HISTORIA EMPRESARIAL EN ESPAÑA

Coll y Tortella aducen varias causas para explicar el retraso de la disciplina en España: su no reconocimiento en los planes de estudio, el desinterés hacia la misma de empresarios y economistas de la empresa, y por último, «la hostili­dad intelectual y política hacia la empresa como objeto de estudio por sus connotaciones capitalistas ... que en España ha sido mayor que en países com­parables por la resistencia contra la larga dictadura de Franco» (Coll y Tortella, 1992, 22-23).

No puedo menos que aplaudir la llamada de atención que Coll y Tortella hacen sobre la escasa atención a esta disciplina en los nuevos planes de estu­dio, pero creo que su diagnóstico no es del todo acertado: precisamente por su escaso desarrollo, la Historia empresarial no ha sido reconocida en los planes de estudio más que como asignatura optativa —en el mejor de los casos—• Desde luego que no ha sido el único factor, pero la dificultad de elaborar un programa de Historia empresarial —mayor aún referida al caso español— ha sido un denominador común en todas las Facultades. En lo que respecta a la desconfianza de los empresarios hacia el historiador y la escasa disposición a abrir los archivos, este es un fenómeno generalizado en todos los países y sólo se ha solucionado —parcialmente— gracias al «efecto demostración» que los primeros trabajos han tenido sobre el resto de los empresarios '*. En este senti-

" Quejas en este sentido se escucharon en Gran Bretaña a principios de los sesenta, véase Hyde (1963), pp. 240-241.

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do, los trabajos realizados y publicados son la mejor manera de franquear las puertas de nuevos archivos empresariales. Por último, respecto a la hostilidad política e intelectual hacia la empresa, es éste un fenómeno que puede haber existido —no desde luego en la última década—, pero no creo que haya teni­do una especial relevancia en explicar el retraso. En relación a ello, a uno no deja de sorprenderle la atención que CoU y Tortella presentan a la que ellos llaman «literatura de denuncia» basada en la explotación de archivos empre­sariales (Coll y Tortella, 1992, 14). Tanto más cuanto que no se cita ni una sola obra de estas características y uno no recuerda trabajos de ese estilo —aunque debo reconocer que mi grado de conocimiento sobre la historio­grafía española es notablemente inferior al de ambos profesores—. Por el contrario pueden destacarse varios trabajos —todos ellos recientes y con unos presupuestos metodológicos y teóricos diversos— sobre salarios, condi­ciones de trabajo y niveles de vida realizados sobre la base de documenta­ción empresarial que desde luego reúnen todas las máximas cervantinas que Coll y Tortella indican y que tienen una calidad científica contrastada (Fer-ner y Fina, 1988; Camps, 1990; Escudero, 1992; Fernández de Pinedo, 1992; Pérez Castroviejo, 1992).

Si tenemos en cuenta que la Historia económica tiene en nuestro país una trayectoria académica considerablemente más corta que en otros países occi­dentales y que, de manera particular, la historiografía económica sobre los si­glos XIX y XX no se ha desarrollado prácticamente hasta comienzos de los años setenta, creo que a nadie podrá extrañar entonces el retraso de la Historia em­presarial en España, una disciplina que, como en otros países, ha sido introdu­cida aquí por investigadores y docentes provenientes de la Historia económi­ca. Ahí y no en otras causas radica la explicación del retraso de la Historia empresarial en España.

En este estadio de desarrollo, necesitamos una agenda de investigación "las amplia, que empiece la casa por los cimientos, y éstos tienen forzosamente que ser historias de compañías, biografías de empresarios y estudios sectoriales y regionales, para después preocuparnos por otras cuestiones, entre ellas, aun­que no exclusivamente, las «relativas a la organización de la empresa españo­la», «su tamaño y el grado de su integración vertical» (Coll y Tortella, 1992, 20 y 22). El primer problema sigue siendo, por lo tanto, acceder a los archivos empresariales.

Una vez franqueada la entrada, los problemas se plantean sobre todo en el campo de la investigación y son de diversa índole, aunque la mayoría tienen que ver con ese retraso del que antes hablábamos. La siguiente relación, nada exhaustiva, está obtenida de un trabajo en curso sobre la historia de una em-

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presa naviera vizcaína desde 1899 hasta 1986, y creo que puede ser extrapola-ble a otras investigaciones en esta materia.

1) El primer problema hace referencia a las fuentes disponibles, uno de los elementos determinantes, si no el más importante, de la dirección y las caracte­rísticas de la investigación (Supple, 1961, 82). Comparto las observaciones críti­cas de CoU y Tortella respecto a la utilización de las Memorias, pero éstas, jun­to con los Libros de Actas de las Juntas Generales y el Consejo de Administración, son las más comunes en los archivos de las empresas e irreme­diablemente vamos a tener que seguir contando con ellas. Este tipo de fuentes proporcionan abundante información sobre la marcha general de la compañía, la política financiera y de inversiones, pero apenas dicen nada sobre otros apartados como la organización interna o la política comercial, por destacar dos aspectos particularmente significativos ".

2) Un segundo problema viene del tratamiento contable de los balances y cuentas de resultados: la variación en los criterios de confección plantea pro­blemas a la hora de homogeneizar las diferentes partidas. Tampoco existe un acuerdo sobre los indicadores a utilizar para el análisis financiero y económico de la empresa: cualquier breve repaso a los diferentes trabajos sobre empresas puede mostrar el importante grado de disparidad de los indicadores emplea­dos, lo cual dificulta las posibles comparaciones.

3) El tercer problema hace referencia a la representatividad de la empresa dentro del sector y los problemas de comparación, problemas que persistirán mientras carezcamos de estudios sectoriales o de otras monografi'as. Ello impi­de juzgar adecuadamente la marcha de la compañía, puesto que unos benefi­cios escasos pueden deberse a una mala estrategia empresarial o a una crisis generalizada en el sector. Habrá que repetir entonces que necesitamos más es­tudios concretos de empresas y empresarios, como se señalaba en otros países hace varias décadas ' . La inexistencia de estudios sectoriales plantea además un problema adicional, obliga al historiador de la empresa a reconstruir aspec­tos no específicos de la misma, pero fundamentales para explicar su historia: la coyuntura, los cambios en el marco institucional (política económica, físcali-dad...), la evolución de la técnica empleada en ese sector, etc.

" Carecemos en España de una obra metodológica sobre las fuentes y los usos de la docu­mentación empresarial como la que han realizado Armstrong y Jones (1987) sobre las fuentes bri­tánicas, aunque muchas de sus conclusiones pueden ser extrapolables a las fuentes españolas.

'« Colé (1945), p. 46; Cochran (1945), p. 56; Supple (1961), pp. 85-86.

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REFLEXIONES FINALES

En una obra reciente dedicada a la historia de la Historia económica en Gran Bretaña, Coleman señalaba a la Historia empresarial como uno de los ca­minos para la recuperación de la Historia económica por dos razones principa­les. En primer lugar, por la relativa abundancia de temas y archivos sin explo­rar —mayor en el caso español—. En segundo lugar, porque la metodología de la investigación hace imprescindible la conjunción del análisis teórico con el exa­men cuidadoso y sistemático de las fuentes (Coleman, 1987a). Ello hace necesario retomar al archivo, solución que no concuerda muy bien con una parte de la historiografía, poco dispuesta a invertir las grandes cantidades de factor traba­jo que el archivo requiere, ni con un medio institucional que obliga, aunque sea exagerando los términos, a «publicar o morir» ". Sin embargo, es la única solución, y en una disciplina como la Historia empresarial con tan escaso desa­rrollo en España, más aún. En este sentido, quizá nunca más que ahora hayan sido tan pertinentes las recomendaciones de un clásico, Ramón Garande, en su prólogo a la primera edición de Carlos V y sus banqueros (1943), una obra en la que Historia económica e Historia empresarial van de la mano:

cuando se camina con afán de aprender, de nada sirve omitir rodeos y evitar pe­ripecias. Urge, más bien, saber esperar. Todo el que persiga una visión fiel de la realidad, por muy reducida que sea el área de observación, debe estar provisto de paciencia.

Las «lecciones del pasado» obtenidas de la historia de la disciplina ense­ñan además otras conclusiones: la primera, que la Historia empresarial no tiene que dejar nunca de ser Historia económica, en otras palabras, que no puede ser un fin en sí misma sino que tiene que aspirar a ampliar nuestro conocimiento so­bre el pasado y el presente económico ". La segunda, que nunca pierda la pers­pectiva histórica, que no desconecte el estudio de la empresa del medio social, económico e institucional en el que ésta se encuentre ^', y que tampoco haga de la teoría económica utilizada un fin sino un medio para una investigación histórica. Esa misma perspectiva aplicada a la historia de la disciplina enseña,

" Sobre esta cuestión, véanse Artola (1991) y Fernández de Pinedo (1991). " Recientemente, Rosenberg ha destacado la prioridad intelectual de realizar investigaciones

"istóricas —frente a la «teorización abstracu» o la «especulación»— sobre cómo se produce el cambio técnico dentro de la empresa si queremos comprender la economía deb siglo xx, véase Rosenberg (1992), p. 93.

' Pues se convertiría, como señaló Supple (1%1), p. 83, en una especie de «anticuarianismo» *' se me permite el barbarismo.

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por último, que su recorrido ha sido amplio y complejo tanto en los temas tra­tados como en las técnicas y teorías utilizadas, y nos previene de los peligros de vincularla a una sola dirección.

Si queremos ofrecer al alumno lo que Coll califica como «todo lo que us­ted quería saber acerca de la empresa y no le cuentan en otras asignaturas» debemos hacer algo más que contrastar la teoría de los costes de transacción en la experiencia histórica (entre otras cosas porque eso ya lo hacen en otras asignaturas, concretamente en Economía de la empresa, y utilizando ejemplos históricamente más recientes) " , sin caer por otro lado en preguntas casi meta­físicas acerca de la sustancia o de las razones de existencia de la empresa como las que Coll propone (Coll, 1991, 263-264). Dicho con otras palabras, no tendríamos ni que imitar a la teoría ni, como señalo Supple, tomar a la Histo­ria (en este caso de la empresa) demasiado en serio ^'. ¿Qué es, entonces, lo que podemos ofrecer? Coll y Tortella reconocen, a mi juicio acertadamente, una serie de ventajas al historiador, el método científico y una mejor perspectiva (1992, 20). Empecemos pues por aplicar esas ventajas a la docencia para dotar al alumno de una perspectiva histórica que puede proporcionarle, además de conocimientos, una capacidad de análisis y razonamiento que otras asignaturas no le van a ofrecer. En esa línea, la Historia empresarial, como la Historia eco­nómica, tiene que resaltar la complejidad de la evolución histórica y la impor­tancia de otros factores además de los económicos a la hora de explicar y com­prender el pasado y la realidad actual, evitando las explicaciones —casi teleológicas, me atrevería a afirmar— que tienden a presentar la empresa, la tecnología o la economía actual —o la pasada— como la solución más eficien­te posible ^^. En cualquier caso, la respuesta a esa pregunta es, desde luego, mucho más compleja que lo que puedan aportar estas reflexiones escritas a vuela pluma, y pienso que merece un debate y una reflexión mayor por parte de todos los que tenemos esta asignatura en los nuevos planes de estudio.

' Véase la introducción y sobre todo la excelente aplicación práctica que Benito Arruñada hace de esta teoría. Arruñada (1990).

" Citado por Cannadine (1988), p. 90. '* Véanse los trabajos citados en la nota 17, sobre todo Dosi, Gianetti y Toninelli (1992), pp-

20-21, y David (1992), pp. 78-79. Desde otra perspectiva, más general, véase la crítica de Paisson Syll (1992) a la llamada economía neoinstitucional por realizar este tipo de análisis.

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RECENSIONES

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Manuel MARTIN y Antonio MALPICA: El azúcar en el encuentro de dos mundos, Aso­ciación General de Fabricantes de España (1992).

He conocido mucha gente interesa­da en la historia del azúcar sin interés académico o profesional sobre el tema. El desarrollo de la industria azucarera a lo largo de la historia es fascinante porque fue uno de los motivos para la exploración del nuevo mundo y la ^erza motriz del comercio esclavista, '-a historia del azúcar en el imperio es-Pañol es igualmente fascinante porque '^e importante para el comercio ibéri­co aun antes de la conquista; más tarde, esto pudo ser un indicador del fracaso español como potencia colonia en ^"nérica, y finalmente, esta pudo ser la Causa determinante de la pérdida de Cuba y Puerto Rico, las últimas de las Colonias en las Américas.

Para las personas interesadas, Ma-J uel Martín y Antonio Malpica han rea-^ado una concisa y pintoresca histo-'* de la industria azucarera de la

península e Iberoamérica. Esta co­mienza con la llegada de la caña de azú­car al mundo mediterráneo. Antonio Malpica presenta dos capítulos infor­mativos sobre la industria de la caña de azúcar en la península ibérica, llegada a al-Andalus desde el norte de África. Los textos árabes indican que en el si­glo XIII se encontraba frecuentemente caña de azúcar en la península ibérica. El azúcar ibérico era conocido en toda Europa antes de la caída del reino Na-zarí en el siglo xv. Inmediatamente des­pués, el Concejo reconoció el valor fis­cal del azúcar en el área y estableció ordenanzas para el control fiscal de la industria azucarera. Hasta el siglo xix estas restricciones evitaron el creci­miento de la industria azucarera. En­tonces, tras la caída de Santo Domingo, las Antillas españolas alcanzaron su he­gemonía. Los últimos dos capítulos ex-

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RECENSIONES

ponen una narración de la separación de los intereses azucareros de la penín­sula y Cuba, el posible ascenso de la in­dustria azucarera cubana y los fracasa­dos intentos de establecer industrias eficientes en la península, primero con caña de azúcar y más tarde con remola­cha. Estos capítulos son una versión re­sumida del trabajo más completo, me­jor documentado y cuatitativo de Manuel Martín, Azúcar y descoloniza­ción. Como síntesis de su anterior tra­bajo, está escrito con un estilo aprecia-ble y resume amenamente sus ideas corrientes sobre el tema.

Para los especialistas en la historia del azúcar, la mejor faceta del libro son las ilustraciones. Esta tiene un caudal de 105 instructivas reproducciones en color de ingenios y otros materiales re­levantes que son presentados conjun­tamente en una sola obra.

La impresión dominante para lector es que éste es ciertamente un libro muy bien presentado. La estética no sólo es atractiva. Incluye reimpresiones de muchas conocidas fotografi'as del inte­rior y el exterior de los ingenios, nume­rosos diagramas técnicos y una selec­ción de otros interesantes dibujos y documentos. En este marco, el libro promovido por la Asociación General de Fabricantes de Azúcar de España es realmente una celebración de la indus­tria azucarera de España. Su texto tam­bién es presentado simultáneamente en castellano y francés.

El carácter celebrativo del libro es al mismo tiempo su punto fuerte y débil.

El texto tiende a centrarse en las inno­vaciones técnicas en la caña de azúcar o en la producción azucarera en el im­perio español. Otras innovaciones or­ganizativas se describen con menor de­talle. Es más, el lado oscuro de la industria del azúcar —la promoción y la dependencia del comercio de escla­vos—, en el cual la península ibérica jugo un papel sustancial, en el espacio que es mencionado no se le ha dado el peso que tuvo en una historia tan gene­ral, es decir, con enfoque de largo pla­zo. El sesgo hacia historia tecnológica, no obstante, es interesante aunque sea incompleto. Dos anexos ofrecen una interesante descripción de las tecnolo­gías utilizadas a lo largo de los siglos y un glosario de términos específicos a la industria azucarera española y anti­llana.

Como comentario final, esperaba un poco más de material sobre el desarro­llo del consumo de azúcar en España, como el que Sidney W. Mintz realizó en su libro Sweetness and Power. Since­ramente se lo ha hecho en parte, ya que obtenemos una impresión de los cam­bios en los patrones de consumo en el período medieval en los primeros capí­tulos de Antonio Malpica; entendien­do que éste fue un producto extrema­damente suntuario. Antes de la caída del reino Nazarí a fines del siglo xv, el azúcar de Málaga fue bien conocido en toda Europa. Por aquella época, las de azúcar eran vendidos y distribuidos por un amplia red de mercaderes geno-veses y portugueses que las transporta-

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RECENSIONES

ban a puertos del Mar del Norte. Asi­mismo, los autores sugieren que existe documentación sobre antiguas recetas con las cuales podríamos saber el uso dietético del azúcar y cómo era aplica­da, de forma similar a lo que hizo Mintz. Las impresiones que obtene­mos son fascinantes. Me hubiese gusta­do poder proponerles a los autores que comentasen más sobre el consumo de

azúcar en la historia de la península ibérica. En cualquier caso. El azúcar en el encuentro entre dos mundos es una magnífica y concisa historia de la in­dustria azucarera desde su aparición en la península ibérica al presente siglo.

Alan DYE Universidad Carlos III de Madrid (Traducción de Daniel Díaz-Fuentes)

Francisco LÓPEZ VILLAREJO: El Catastro de Ensenada en Linares (1752-1753), Jaén, Cá­mara de Comercio e Industria de la Provincia de Jaén, 1992, 188 pp. Biblio­grafía.

La reciente iniciativa editorial del grupo Tabaprés a través de su colección «La alcabala del viento» está poniendo a disposición de los investigadores y de los interesados por la economía rural del siglo XVIII la información contenida en las Declaraciones Generales del Ca­tastro de Ensenada de gran número de localidades de todo el reino de Castilla. Junto con sus estudios introductorios, poseemos ya un importante corpus fac-tual como para aventurar hipótesis re­gionales que puedan ir más allá de las sugerencias arriesgadas que se solían basar, como elemento contrastante, en algún que otro estudio particular o con los datos generales contenidos en obras ya clásicas como la del Grupo 75 o la de Malilla Tascón.

El libro que aquí presentamos, si bien no se imbrica en la colección arri­ba citada, sí que viene a insistir sobre un mismo planteamiento: el de poner a

disposición del público interesado la documentación catastral. Con la venta­ja, en este caso, de que no se facilita sim­plemente la información tal y como aparece reflejada en los legajos de la Única Contribución, sino que se orde­na, se tabula, se sacan porcentajes, se agrupa por sectores una enorme canti­dad de datos. Para los que hayan traba­jado alguna vez con las declaraciones particulares y generales del Catastro se­rá en seguida evidente la suma utilidad de obras como la presente, que nos dan ya hecho el trabajo más engorroso de dotar de sentido contable a una infor­mación desperdigada y enojosamente abundante.

El propio autor sabe reconocer en el prólogo las limitaciones de su trabajo, entre las que sobresale el efecto que el paso del tiempo provoca en su libro. En efecto, el libro se escribió hace ya más de doce años como Tesis de Licen-

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RECENSIONES

datura, y eso se nota básicamente en la validez de la bibliografía y, sobre todo, en una cierta rigidez intepretativa, casi siempre pegada al dato, no suficiente­mente contrastada con otras investiga­ciones similares. No obstante esto, el haber de la labor de López Villarejo su­pera ampliamente el debe que hemos señalado. Presenta su investigación el interés de ser la primera exploración sistemática del Libro Maestro (declara­ciones particulares) de una población de la provincia de Jaén, y de centrarse en un tipo de núcleo de población que es representativo de lo que fue la Anda-lucia Oriental de mediados del siglo XVIII. Entre las conclusiones que se pue­den extraer del libro, destacaríamos las siguientes. En primer lugar, la demos­tración, recurriendo a fuentes ajenas a la del propio Catastro, del manifiesto estancamiento demográfico de la parte oriental andaluza durante todo el siglo xviri. Linares, de hecho, tiene en 1752 la misma población (5.300 habitantes) que a mediados del siglo xvi y que la que tendría hasta mediados del XIX, cuando el «boom» de la minería del plomo atra­jera a miles de personas. Una población estable, (lero sumamente jerarquizada: el 78 por 100 está por debajo de los ni­veles de subsistencia, mientras que sólo unas treinta personas logran acaparar los dos tercios de la renta local. Esta evi­dente polarización del acceso a la rique­za, junto con el estancamiento demo­gráfico, van, a su vez, a condicionar la estructura de los sectores productivos: casi inexistencia del regadío, agricultu­

ra de autoconsumo basada en los cerea­les, escasos rendimientos por unidad de superficie cultivada... Hay un dato en esta investigación que nos puede per­mitir marcar la pauta en la divergente evolución económica de las dos Anda­lucías durante el siglo xviii. En Linares, casi un 30 por 100 de las tierras están baldías; sin embargo, en un estudio nuestro publicado en esta revista hace ya algunos años sobre la ciudad de Eci-ja decíamos que el reajuste demográfi­co y económico que se produce en el Valle del Guadalquivir desde el último tercio del siglo xvii tendió a concentrar la población en grandes núcleos junto a las tierras de mayor fertilidad, lo que, a su vez, impulsó a un máximo aprove­chamiento de la tierra. Al igual que de­mostró Josefina Cruz para el caso de Carmona {Propiedady uso de la tierra en la Baja Andalucía. Carmona, siglos xviii-XX), en Ecija no existían baldíos e, in­cluso, se había dado ya el paso hacia la especialización en cultivos comerciali-zables (olivar) en detrimento de las clá­sicas tierras «de pan llevar». Ello fue posible por la conjunción de varios factores: tierras disponibles y fértiles, red de comunicaciones, presencia de grandes centros mercantiles (Sevilla, Córdoba, Cádiz), crecimiento demo­gráfico; factores todos que, al estar au­sentes de Linares, explican su estanca­miento y su hundimiento en el círculo mortal del autoconsumo y la subsis­tencia. Lo que explica también el alto grado de endeudamiento de los cam­pesinos de esta localidad: dos terceras

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RECENSIONES

partes de las fincas estaban gravadas por censos o memorias de los que, en un 80 por 100, eran titulares institucio­nes eclesiásticas. Tendría que ser el re­lanzamiento de su minería, como el propio López Villarejo ha demostrado en su Tesis Doctoral en curso de publi­cación, el factor desencadenante de la ruptura de ese círculo vicioso. De he­cho, algo de ello se comienza a colum­brar ya a mediados del siglo xviii: la ter­cera persona más acaudalada de Linares es, precisamente, un comer­ciante de plomo, cuya renta anual supe­ra ampliamente a la de la mayoría de las familias hidalgas de la oligarquía local. Desgraciadamente, la no disponibili­dad en su momento de los archivos no­tariales impidió indagar con más detalle en la naturaleza de los negocios de este rico comerciante, fuertemente vincula­do con la Hacienda Real en la explota­ción de la mina de los Arrayanes.

Por otra parte, la escasa explotación de los recursos mineros (sólo dos de las treinta minas están en explotación y, aun así, desde hacía sólo tres o cuatro años) no pudo impulsar el desarrollo de un sector secundario que fuera más allá de las necesidades perentorias de la po­blación campesina. Sólo sobresale un

caso muy específico: las fábricas de ja­bón declaran unos beneficios diez ve­ces superiores a los de los demás es­tablecimientos fabriles. Dada la inexis­tencia en la vecina Baeza (ciudad de la que dependía Linares económicamen­te) de fábricas de jabón, eran las de Li­nares las que abastecían de dicho pro­ducto a toda la comarca. Hubiera merecido la pena seguirle la pista a este comercio, a sus circuitos y sus respK)nsa-bles, ya que se manifiesta como el único subsector de la economía local que rompe con la dependencia del auto-consumo.

Como ocurre en este último ejem­plo, los verdaderos méritos de este libro son más las líneas de investigación que sugiere, las hipótesis y comparaciones que se podrían llevar a cabo, que sus propias conclusiones. Lo que, bien con­siderado, no deja de ser un aliciente más que una limitación: a menudo agra­dece uno el que la lectura de un libro nos movilice hacia nuestros propios cál­culos y hacia la extracción de nuestras propias conclusiones.

Andrés MORENO MENGIBAR

Instituto de Bachillerato «Pablo Neruda»

J. RimónGAHCíALóPEZ: Las remesas íie los emigrantes españoles en América. Siglos xixy XX. Oviedo, Ediciones Júcar, colección «Cruzar el charco», agosto 1992.

El libro de Ramón García López for­ma parte de una interesante colección monográfica sobre el tema de la emigra­

ción española a América en los siglos XIX y XX dirigida por los profesores Na­dal, Maluquer y Macías, publicada por

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RECENSIONES

Ediciones Júcar y promovida por la Fundación Archivo de Indianos, con el patrocinio del Principado y la Caja de Ahorros de Asturias. De esta colección están, en estos momentos, a disposición del público al menos otros tres títulos. Uno sobre la emigración a Argentina, de Blanca Sánchez Alonso, otro sobre la emigración a Cuba, de Jordi Malu-quer de Motes, y un tercero de Antonio Macías Hernández sobre la emigración canaria. El título que reseño es uno de los más generales y más ambiciosos, da­do que trata un problema central como es el de la transferencia de dinero por parte de los emigrantes a sus economías de origen y que ha sido tratado de for­ma muy indirecta por la historiografía hasta ahora. La ausencia de fuentes es­tadísticas es la razón de que este tipo de estudios no haya sido abordado con an­terioridad de forma global. El intento de superar una descripción parcial del fenómeno y ofrecer una visión de con­junto se ha hecho muy difícil al contar sólo con informaciones esporádicas y fuentes dispersas. Esta es, a mi enten­der, la principal debilidad de este traba­jo, ya que frustra las enormes expectati­vas que crea un título con pretensiones generalizadoras. El libro se centra espe­cialmente los tipos y formas de remesas, así como sus cauces de envío, y para ello se divide claramente en cuatro ca­pítulos con introducción y conclusio­nes. En el primero se aclaran los proble­mas más generales relativos a lo que se entiende por remesas y los mecanismos de envío. En el capítulo segundo se tra­

ta el período anterior a 1880, en donde el protagonismo lo tuvo el emigrante en­riquecido conocido como el «indiano». Aquí, a través de protocolos notariales y correspondencia privada, se pasa revista a la importancia de las fortunas de algu­nos de estos personajes afortunados que influyeron en las economías locales y que establecieron las primeras cadenas de información para la posterior emigra­ción masiva. En un tercer capítulo se efectúa el análisis del período de inten­sificación de la emigración que va de 1880 a 1930. A través de la documenta­ción contable de varias casas de banca se estudian principalmente las institu­ciones y los mecanismos de intermedia­ción que permitieron la generación de los flujos de remesas. En el último capí­tulo del libro se pasa revista a los datos estadísticos de remesas de emigrantes disponibles desde 1931 a 1959 que vie­nen a sumarse a algunas otras estimacio­nes contempKjráneas, aportadas con an­terioridad, sobre los años 1920-21. Es en este momento del libro donde se ha­ce más patente la necesidad de plantear una hipótesis global, apoyada quizá, en la información disponible de saldos mi­gratorios y remesas de la década de 1930, que ayude a explicar lo ocurrido en años anteriores.

La presentación de este estudio es clara y atractiva. El intento de abordar el tema con una bibliografía secundaria escasa hace encomiable el esfuerzo de su autor por dar coherencia a dos siglos de historia de las remesas en España. Tiene el mérito de plantear algunas ge-

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RECENSIONES

neralizaciones usando como único ins­trumento protocolos notariales y fuen­tes primarias bancarias. Pero este es­fuerzo resulta heroico porque es planteado a partir de un rechazo explí­cito, por parte del autor, de cualquier tentación por adentrarse en el terreno de las hipótesis. La generalización de sus argumentos la plantea a partir de ejemplos y no con el apoyo de informa­ción indirecta global que le permita ir de lo particular a lo general. Al final de cada capítulo se echa de menos un resu­men en el que se valore la importancia del volumen de remesas introducido en España y de su significación para algu­nas zonas. El lector no puede percibir si la importancia de los ejemplos estudia­dos hay que cinscuscribirla a zonas muy pequeñas, o se habla de la totalidad de la economía asturiana, o gallega. Quizá la intención del autor es sólo la de ejem­plificar los mecanismos de llegadas de los capitales y transferencia provenien­tes de Cuba y no pretende una mayor generalización consciente de la ausen­cia de datos globales.

En el estudio de los mecanismos de transferencia de remesas el lector en­contraría probablemente interesante en­

contrar alguna propuesta tentativa para la estimación global de las remesas de emigrantes españoles a largo plazo. Al menos algún intento por responder a preguntas que ayudaran a desbrozar el camino de esta estimación. Por ejemplo, ¿existen muchos tipos de emigrante o se podría hablar de diversas categorías atendiendo a la cantidad de dinero que mandaban? ¿Es posible establecer cone­xiones estables entre saldos migratorios y remesas. ¿Por qué no se trata ni siquie­ra se menciona la historiografía publica­da sobre saldos migratorios?

Este trabajo aporta informaciones de gran interés sobre algunos problemas referentes a los mecanismos y las conse­cuencias de los diferentes tipos de transferencias monetarias, así como la relación entre los oferentes de remesas, los mediadores financieros y los recep­tores de las mismas. Sin embargo, en un libro de estas características no se pue­de renunciar a una sana «especulación» que nos permita elevar el vuelo en el te­ma de las remesas de emigrantes en los siglos XIX y XX.

Antonio TENAJUNGUITO

Universidad Carlos III de Madrid

Jorge PÉREZ-LÓPEZ: The Economics of Cuban Sugar, University of Pittburgh Press, 1991. 313 páginas.

El objetivo de The Economics of Cuban Sugar es revisar el desarrollo del sector azucarero dentro de la economía cubana en los últimos treinta años.

cuantificando la importancia de los cambios que la Revolución ha introdu­cido en la industria, la agricultura y el comercio, así como el éxito o el fracaso

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RECENSIONES

de las políticas económicas que, a lo lar­go de los tres décadas precedentes, al igual que durante toda la historia de Cuba desde su independencia, han te­nido al azúcar como punto de referen­

cia. El mayor obstáculo con que el autor

tropieza es el problema de la ausencia de series estadísticas completas, pro­ducto de que Cuba no ha publicado toda la información necesaria para el completo análisis del sector, así como de que una parte de los datos existentes presentan serias contradicciones entre sí y algunos problemas de fiabilidad. Las diferencias de información y la con­fianza de las estimaciones explican la desigualdad que existe entre las distin­tas partes de la obra. Los capítulos más logrados son los referidos al sector agra­rio, el trabajo, los costes de producción y el comercio, y, en general, el período mejor analizado es el posterior a 1970-1975. Con todo, el trabajo realizado es digno de encomio. Destacan el enorme esfuerzo de síntesis, las sugerencias para futuras investigaciones y la recopi­lación estadística, sobre todo para los últimos años de la década de 1970 y pri­mera mitad de los ochenta, parte de los cuales se nos presentan en un amplio y bien organizado apéndice.

La Revolución se planteó como ob­jetivo prioritario disminuir la depen­dencia económica del azúcar y moder­nizar su explotación. Comenzando por el estudio del sector agrario, Jorge Pé-rez-Lóp)ez demuestra que la supuesta reducción de la participación del culti­

vo cañero en la generación del produc­to agrario, de un 40 a un 27 por ciento entre 1978 y 1987, es sólo real medida a precios corrientes. A precios constan­tes, sin embargo, es de un 37 por ciento y apenas ha variado entre ambos años. El plan de modernización industrial ha dado mejores resultados; sobre todo, ha conseguido solucionar algunos proble­mas de obsolescencia, producto del es­tancamiento del sector desde el año 1927. En 1954 la industria azucarera re­presentaba el 37 por ciento del valor agregado de la industria doméstica y, aunque la información no permite ma­yor precisión, parece que su importan­cia no había disminuido para ñnales de los años ochenta. Las estadísticas oficia­les reflejan un 10 por ciento para la dé­cada de los años sesenta, pero son poco confiables, aunque reconocen cierto crecimiento durante la década de los ochenta hasta el 13-15 por ciento.

Los éxitos de la política revoluciona­ria en la mecanización del sector azuca­rero son indiscutibles. Partiendo de ni­veles irrelevantes, desde finales de los años setenta prácticamente todo el alza­do de la caña se hace con máquinas. Los avances en el corte han sido más lentos; no obstante, para 1988, se había conse­guido un nivel de mecanización del 67 por ciento. Esto se ha correspondido, sin embargo, con una pérdida de rendi­miento agrario, que se puede estimar en tomo al 20 por ciento entre 1962 y 1988. Por el contrario, el empleo agrí­cola se ha reducido en aproximada­mente en un 27 por ciento para el mis-

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RECENSIONES

mo período, al tiempo que se ha incre­mentado considerablemente la produc­tividad por trabajador. En el sector in­dustrial, por su parte, el nivel de empleo se ha mantenido entre 1970 y 1987. Aproximadamente un 19 por ciento de los trabajadores industriales de Cuba están ocupados en la industria azucarera.

Los éxitos a la hora de reducir la de­pendencia energética del sector han si­do más escasos. A pesar de la introduc­ción de nuevos métodos para la utilización del bagazo como combusti­ble en los años cincuenta, la disminu­ción de su producción y la llegada de petróleo barato de la Unión Soviética han incrementado absoluta y relativa­mente el empleo de fuel y de otros deri­vados del petróleo y no han permitido economizar energía. En lo que respecta a los medios de transporte, la Revolu­ción consiguió mejorar la coordinación del transporte ferroviario público e in­dustrial, tradicionaimente enfrentados. No obstante, los problemas de remode­lación del material y de la infraestructu­ra para los más de 15.000 kilómetros de vías férreas con que cuenta la isla no han podido ser resueltos.

La industria ha encontrado, asimis­mo, persistentes dificultades para au­mentar la producción de refino, con la pérdida de valor añadido que supone la exportación del azúcar crudo frente al blanco o refinado. Las considerables mejoras en la investigación científica y técnica han permitido, no obstante, in­crementar y mejorar la producción de

los distintos derivados y subproductos azucareros, tales como el ron, el alco­hol, los aguardientes y la miel.

Para el análisis de los costos de pro­ducción del azúcar, Jorge Pérez-López ha reunido la práctica totalidad de los estudios existentes, contrastando sus métodos y resultados. Cuenta con los informes de la Misión Truslow del Ban­co Interamericano de Reconstrucción y Fomento (BIRF), del año 1949; con un estudio parcial de 1939, con las estima­ciones que en 1960 realiza la compañía norteamericana Landell Commodities Studies, así como con algunos datos de finales de la década de 1970 y con sus propias estimaciones. Aunque existen serias discrepancias entre los datos de 1939 y 1949, estos últimos parecen más confiables y sugieren un costo de pro­ducción entre 11,9 y 15,4 centavos de dólar USA por cada saco de azúcar de 325 libras, así como que la caña repre­senta más de un 60 por ciento del coste final del producto. Las estimaciones de los años sesenta muestran muy pocas variaciones. La caña continúa siendo el factor de producción más caro con dife­rencia y sólo se ha conseguido reducir sensiblemente los costes de transporte y de manipulación con la mejora en la coordinación ferroviaria y con la intro­ducción de una nueva tecnología que permite transportar el azúcar a granel desde las centrales hasta los puertos. Las estimaciones de finales de los años setenta sugieren un estancamiento en los costes de producción (entre 12 y 17 centavos de dólar USA por cada

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RECENSIONES

saco de 325 libras de azúcar) y las de 1982 una pequeña reducción (entre 10,7 y 15,3), que puede ser sólo aparen­te, dado el solapamiento de los interva­los. La caña, por su parte, mantiene por­centajes en torno al 55 por ciento del costo del producto final. Finalmente, comparada con otros países producto­res de azúcar, tanto de caña como de re­molacha, Cuba aparece durante todos estos años como uno de los lugares del mundo donde más barato resulta pro­ducir azúcar.

Cuba compensó la pérdida del mer­cado preferencial norteamericano en 1960 con acuerdos especiales con los países del CAME y, fundamentalmente, con la Unión Soviética, en los que con­tó con precios estables y generalmente mucho más altos que los del mercado li­bre mundial. En este último la isla se ha caracterizado por su agresividad, lo que le permitió llegar exportar hasta un 25 por ciento de su producción a dicho mercado durante los años sesenta. El porcentaje se reduce durante la década de 1970 hasta el 7 por ciento, llegando a sólo un 5 por ciento en 1987. Esta situa­ción es producto tanto del aumento de la producción cubana de azúcar como del estancamiento de los mercados mundiales, consecuencia de la reduc

ción del consumo de azúcar per capita y de la competencia de los sucedáneos. Frente a ambos problemas, Cuba se ha caracterizado fundamentalmente por la defensa de la estabilidad de los precios en los mercados mundiales.

El análisis de las distintas variables permite concluir que los éxitos conse­guidos en la modernización de la pro­ducción azucarera han sido compensa­dos por los problemas de eficiencia de los sistemas de planificación central en sectores con la incertidumbre que ca­racteriza a la agricultura, por la fuerte dependencia externa de la isla para afirontar los procesos de renovación del material, la infraestructura y la tecnolo­gía, así como para la obtención de mate­rias primas combustibles y por el es­tancamiento del mercado azucarero internacional. Todos estos problemas se acentúan con la crisis de los regíme­nes socialistas, cuyas implicaciones no se tratan en la obra. Frente a ellos, los datos conocidos: Cuba no ha consegui­do disminuir su dependencia de las ex­portaciones y tampoco la abrumadora primacía del azúcar dentro de estas últi­mas.

Antonio SANTAMARÍA GARCÍA

Universidad Carlos III de Madrid

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Stephen H. HABER: Industria y subdesarrollo. La industrialización de México, 1890-1940, México: Alianza, 1992,278 pp. (Título original: Industryand Underdevelop-ment The Industrialization of México, 1890-1940, 1989, Traductora: Lili Buj).

Podría decirse que desde la Gran Depresión el águila mexicana dejó de atacar a Prometeo para ayudar a desen­cadenarlo. Durante el medio siglo ante­rior a 1980, el producto industrial me­xicano creció a una tasa anual prome­dio de 7,9 por 100 que doblaba la producción manufacturera cada diez o doce años, y que convirtió el crecimien­to industrial del México contemporá­neo en uno de los procesos históricos más fascinantes para el economista inte­resado en el desarrollo. El caso de la in­dustria mexicana suscita el interés de los economistas históricos no sólo por la rapidez de su aumento y por su gran tamaño, sino también por los compo­nentes cualitativos de su proceso de crecimiento. La intervención del Estado —especialmente a través de la omnipresente empresa pública—, las pautas de especialización sectorial, los vínculos con el sector energético y la inserción en los mercados internaciona­les son todos aspectos que trascienden claramente el ámbito de lo latinoameri­cano y por su interés general demandan un análisis histórico en profundidad.

El trabajo de Stephen H. Haber, ahora traducido al español, nos ayuda a reconstruir esta compleja historia. In­dustria y subdesarrollo investiga los oríge­nes del industrialismo moderno duran­te los años del Porfiriato (1876-1910) y su desarrollo hasta la Gran Depresión y

la Segunda Guerra Mundial. £1 relato de Haber se centra en nueve sectores manufactureros —acero, textiles, ce­mento, vidrio, cerveza, labores de tabaco, dinamita, papel, glicerina y ja­bón— que seguramente representaban (aunque este extremo nunca se aclara) la mayor parte del valor añadido indus­trial del país. El libro se desarrolla cro­nológicamente. Después de la introduc­ción, se pasa revista a la evolución de la economía mexicana anterior a la Revo­lución poniendo énfasis sobre la unifi­cación del mercado, la construcción de los ferrocarriles y las transformaciones sociales ocurridas bajo el Porfiriato. A p>esar de tratarse de una visión panorá­mica de la economía, el enfoque y las valoraciones del autor en este capítulo son importantes para comprender la ar­gumentación desarrollada en el resto del libro. En los capítulos tercero al sex­to aparecen los argumentos centrales del análisis. Se ponen de manifiesto en esta parte de libro los condicionamien­tos básicos de los sectores manufacture­ros y la estructura monopólica que adoptaron, y se detalla la trayectoria de las familias empresariales dominantes —Prieto y Alvarez, Basagoiti y Arteta, Ibáñez, Robert, Scherer, Signoret, Kelly, Braniff— sin cuyo conocimiento la historia empresal mexicana quedaría incompleta. La estrategia de cada sector industrial y sus resultados económicos

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están también presentes en esta parte del estudio. Los capítulos finales están dedicados a medir el impacto sobre la industria de la Revolución (cap. 8), la Gran Depresión (cap. 9) y la presidencia de Cárdenas (cap. 10). Un breve capítu­lo de conclusiones cierra el libro.

El argumento básico de Haber es co­nocido, sobre todo en la historiografía económica de Hispanoamérica: los paí­ses latinoamericanos eran pobres por­que eran pobres. La pobreza se conver­tía en un factor autoperpetuante del subdesarrollo porque la demanda era insuficiente y el mercado estrecho. Sin embargo, Haber no deja el análisis al ni­vel, usualmente simplista, de esta causa­ción circular. La argumentación de In­dustria y subdesarrollo es un intento sofisticado y brillante de usar la historia económica de la empresa para derivar conclusiones generales sobre el desa­rrollo mexicano relacionando la estra­tegia empresarial con la estructura del Estado. En primer lugar, el argumento de la estrechez del mercado adquiere más relevancia en el caso mexicano que cuando se usa, por ejemplo, para expli­car el atraso industrial en los países po­bres de Europa. El producto por perso­na en el México de finales del Porfiriato era, según Angus Maddison, menos de la mitad que en la periferia europea y la falta de integración —a pesar de los fe­rrocarriles— de su mercado interno te­nía necesariamente que imponer una seria dificultad para la expansión de las manufacturas. Por otra parte, la partici­pación en los mercados internacionales

como exportadores no era para los em­presarios mexicanos —ni para ningún empresario del mundo— una tarea fá­cil.

Bajo estas condiciones, arguye Ha­ber, los intentos de industrialización en el Porfiriato estaban llamados al fraca­so. Por una parte, la tecnología impe­rante en casi todos los sectores venía impuesta desde el extranjero. Esto te­nía el doble efecto de: a) elevar los pre­cios del capital para los industriales me­xicanos —que, además, no contaban con mercados financieros domésti­cos— por encima del de competencia en los mercados internacionales; y b) obligar a una escala mínima eficien­te muy alta para poder funcionar a cos­tes competitivos. Pero, por otra parte, la limitada capacidad de compra del cam­pesinado hacía que las instalaciones funcionasen con un enorme exceso de capacidad. Dada la gran incidencia de los costes fijos sobre los totales, la impo­sibilidad de usar las instalaciones a ple­na capacidad ponía en desventaja com­petitiva a la industria mexicana. Los condicionamientos de escala impusie­ron una estructura monopolista de la oferta, pese a lo cual los empresarios no lograron una rentabilidad adecuada de sus activos. Los empresarios, según esto, tuvieron necesariamente que acu­dir al Estado para pedir protección arancelaria y fiscal en la esperanza de que la situación general del país —es decir, el tamaño del mercado— mejora­se a largo plazo y sus inversiones se vie­sen adecuadamente compensadas. La

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estrategia empresarial mexicana pre­sentada p>or Haber sería, de acuerdo a este razonamiento, la de un sacrificio de los beneficios a corto plazo a cambio de una rentabilidad mayor en un horizon­te temporal más amplio. Los esfuerzos y sacrificios empresariales de la industria mexicana durante el Porfiriato —gran­des inversiones y bajos beneficios— ha­brían dado fi-uto más tarde, a partir de la presidencia de Cárdenas.

Stephen H. Haber construye una historia brillante y sugerente (fielmente traducida y con buen estilo por Lili Buj) que mantiene con habilidad la cone­xión entre la investigación empresarial y sus implicaciones macroeconómicas, y entre éstas y los cambios sociales y po­líticos mexicanos. Al hacer de los em­presarios la variable determinante. Ha­ber nos ofi-ece una visión «desde dentro» del proceso de desarrollo in­dustrial. La mezcla de análisis empresa­rial e institucional hacen de Industria y subdesarrollo un gran paso adelante en la historia económica contemporánea de América Latina. Sus hipótesis son claras, sus respuestas inteligentes y me­ditadas. Su información es amplia y su razonamiento es cuidadosamente ecléc­tico. Y... sin embargo.

Sin embargo, hay aspectos secunda­rios y de tipo simplemente técnico que sin restarle valor al estudio dejan algunas zonas oscuras. En primer lugar, el trata­miento de la capacidad es hasta cierto punto impreciso. La hipótesis de que la tecnología y la escala eran impuestas desde el extranjero nunca es demostra­

da, y explicar su adopción porque «na­die pensó en otra manera de hacerlo» (p. 239) no es consistente con la imagen de unos empresarios que «invertían por adelantado previendo mejores ingresos a largo plazo» (p. 20) y cuyas «inversio­nes en la industria formaban parte de una estrategia general de rentabilidad» (p. 153). Los empresarios mexicanos, como los de casi todos los sitios, eran, en efecto, calculadores e informados, y sugerir que actuaron con negligencia y sin cálculo contradice hasta cierto pun­to los mismos datos de Haber. No que­da clara tampoco la explicación de la estrategia.empresarial «en el sentido de que la clase trabajadora y el campesina­do podían ser explotados indefinida­mente para hacer avanzar con presteza el proceso de acumulación de capital» (p. 242) si se tiene en cuenta que la capa­cidad de resistencia del proletariado contra la disciplina fabril y contra el au­mento de la intensidad y productividad del trabajo fue «el segundo mayor obs­táculo para una rápida y exitosa indus­trialización» (p. 19).

Además de que la «gran escala» de la industria mexicana no queda probada en ningún lugar del libro, un análisis mí­nimo de organización industrial sugiere que la escala es una de las armas más po­derosas para desanimar la entrada de competidores en el mercado o para per­petuar una situación de monopolio. Esta razón, y no la imposición extranje­ra, aparece como la causa más probable de la sobredimensión —si es que alguna vez existió— de la industria mexicana.

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RECENSIONES

Es fácil entender la gran dificultad de entrada en mercados competitivos para empresas de baja productividad como las mexicanas. Sin embargo, la evidencia presentada por Haber para probar la imposibilidad de exporta­ción ofrece ciertas dudas. En primer lugar es por lo menos dudoso que la práctica normal y permanente en el co­mercio internacional de manufacturas fuese el dumping (p. 60), es decir, la ven­ta a precios por debajo de los costes medios totales como estrategia empre­sarial a largo plazo. La existencia de ca­pacidad ociosa, además, induce a pre­guntarse por qué no intentaron también los productores mexicanos di­ferenciar precios en los mercados in­ternacionales, especialmente teniendo en cuenta que, según Industrialización y subdesarrollo, la gran dimensión de la planta era la característica diferencial de la industria mexicana y que, por tan­to, la incidencia de los costes fijos so­bre los totales tenía que haber sido muy grande.

En cuanto a los beneficios, no que­da sufícientemente clara la distinción que Haber establece entre los sectores de «alto» y «bajo» riesgo para analizar actividades industriales que eran mo­nopolios virtuales, ni tampoco se ofre­ce una idea de rendimientos en otras actividades manufactureras, ni en los mismos sectores de otros países. Ni si­quiera hay una mención a los precios absolutos ni relativos de los productos mexicanos. Por esta razón es difícil ca­librar la rentabilidad de las empresas

industriales mexicanas a partir de la evidencia presentada. Sin embargo, los mismos datos de Haber ponen de ma­nifiesto que los beneficios industriales durante el primer decenio de este siglo fueron claramente más altos —en el caso de «alto riesgo», de hasta el 85 por 100 más alto (p. 150)— que los rendi­mientos de la deuda pública, y que los monopolios locales estaban generosa­mente compensados, por lo menos con respecto a la retribución normal de los capitales en aquel período. Con respec­to a las exportaciones. Haber afirma que «los empresarios de México esta­ban efectivamente interesados en la ex­portación» (p. 57). Podría pensarse, por el contrario, que la exportación está su­jeta a la competencia en mayor medida que las ventas domésticas y que genera un porcentaje menor de beneficios. Es difi'cil imaginar un grupo oligopolístico protegido por el Estado que esté de­seoso de competir en el mercado inter­nacional y renunciar así a sus benefi­cios domésticos.

En definitiva, el lector se debate a lo largo del libro entre unos empresarios que son, por una parte, ávidos busca­dores de rentas que habían sabido cap­turar y subyugar al Estado a sus pro­pios intereses (pp. 91-93), y por otra, ingenuos industriales sin experiencia ni talento en el campo de las manufac­turas (p. 109). Según Haber, la estre­chez del mercado, la imposibilidad de exportar y la gran dimensión del capi­tal fijo impuesta desde el exterior obli­garon a los capitalistas industriales me-

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xicanos a conformarse con beneficios muy bajos, a organizarse en monopo­lios y a obtener protección arancelaria y fiscal del Estado. La misma evidencia presentada por el autor y un poco de teoría económica sugieren, por el con­trario, que la causación pudo muy bien haber sido al contrario: la estructura institucional mexicana permitió a un grupo muy reducido de familias con­trolar los mecanismos protectores del Estado para separar el mercado inter­no de las importaciones y usar las eco­nomías de escala para eliminar la com­petencia y así obtener altos beneficios.

Sin embargo, es necesario insistir en que esto son solamente detalles técni­cos y secundarios que no desvirtúan la línea general de la argumentación. Des­de un punto de vista más general, el trabajo de investigación de Stephen H. Haber debe considerarse como un gran paso adelante no sólo por sus re­sultados, sino también por su método. Industrialización y subdesarrollo combi­na de manera brillante la historia em­presarial e institucional con el análisis

del crecimiento agregado y logra susci­tar la curiosidad del historiador sobre las cuestiones clave del crecimiento in­dustrial mexicano. Es verdad que plan­tea más preguntas de las que responde, pero esto es, en definitiva, la labor de los buenos historiadores. Indagar el proceso de modernización desde el punto de vista de la historia empresa­rial es un mérito metodológico en sí mismo que debería suscitar y poner en marcha investigaciones similares apo­yadas en una base económica firme. Sin estudios como el que se presenta en esta traducción de Haber la historia económica de los países periféricos se­guirá siendo una visión «desde fuera». Haber nos introduce en la empresa, y eso es un comienzo por el camino co­rrecto. Aunque sea sólo por eso, el tra­bajo de Haber es una aportación defi­nitiva al conocimiento de la historia económica del México contemporá­neo.

Pedro FRAILE BALBIN

Universidad Carlos III

Guido di Telia y Carlos Rodríguez Braun, eds., Argentina, 1946-83: The Economic Ministers Speak: Macmillan en asociación con St Antony's CoUege, Oxford, 1990.

La riqueza y el progreso fueron los rasgos más destacados de la economía argentina hasta la primera mitad de este siglo; desde entonces ha resultado paradójica su leve e irregular evolu­ción económica dada su dotación de

recursos naturales y humanos. La ines­tabilidad y las dificultades del país han sido una auténtica contradicción de di-fi'cil y compleja explicación. Este libro presenta varias interpretaciones del enigma argentino. La obra tiene, al me-

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nos, dos grandes cualidades, su origi­nalidad y la virtual irrepetibilidad. Por una parte, porque los editores conci­bieron un trabajo que trasciende am­pliamente la simple compilación de en­sayos histórico económicos. Por otra parte, las colaboraciones correspon­den a los auténticos policymakers de los distintos gobiernos del período 1946-1983, a muchos de los cuales no se po­dría volver a reunir.

El libro está integrado de un capítu­lo introductorio, dieciséis capítulos cro­nológicos elaborados a partir de las contribuciones de los distintos agentes políticos y un apéndice estadístico. Los editores introducen el trabajo con un breve ensayo histórico interpretativo, en el que se detallan los principales as­pectos políticos y económicos. Las cola­boraciones se inician con la de Alfredo Gómez Morales como representante de Juan Perón, que fue elegido por prime­ra vez para la presidencia en 1945, y el último ensayo pertenece a quien fue mi­nistro de Economía hasta fines de 1983, cuando Raúl Alfonsín inició un ciclo democrático, sin precedentes en las cuatro décadas cargadas de golpes de estado, intentos democratizadores y cambios de política económica sobre las que trata este libro.

Probablemente resulte difícil clasifi­car este libro como una obra de histo­ria económica, política o política eco­nómica; pero no cabe duda que se fue a la fuente primaria de las decisiones de política económica argentina, ya que recoge los testimonios de algunos de

los principales responsables de los asuntos económicos del país, a los que los editores denominaron genéricamen­te «ministros de economía». Si se trata­se de otra nación, este libro resultaría más breve y no despertaría mayor inte­rés; en cambio, resulta sorprendente que los principales responsables de la economía de un país medianamente de­sarrollado hayan cambiado a un prome­dio anual durante treinta y siete años, aún más, que nueve de ministros volvie­ran a su cargo con distintos gobiernos militares o civiles, y también resulta lla­mativo que la historiografía económica argentina se vincule estrechamente con estas personalidades, por cierto, con en­foques y concepciones político-econó­micas bastante antagónicas.

Los editores merecen un reconoci­miento por haber sintetizado y estiliza­do los ensayos y las declaraciones mi­nisteriales del encuentro «La política económica argentina entre 1946 y 1986», realizado en 1984, en Toledo, bajo los auspicios de la Fundación José Ortega y Gasset, del que también sur­gió otra gran obra coordinada por Gui­do di Telia y Rudiger Dombusch, que resulta indispensable para comple­mentar y profundizar el análisis históri­co de la económica argentina.

La introducción ofrece un breve compendio de la historia económica argentina que combina aspectos histó­ricos, políticos y de los principales en­foques económicos prevalecientes du­rante los distintos gobiernos del pe­ríodo considerado. Esta síntesis pue-

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RECENSIONES

de resultar compleja para el lector que se inicie en los problemas argentinos, pero indudablemente es una auténtico resumen de una historia de política económica cargada de acontecimien­tos e interpretaciones. El libro es com­pletado con un apéndice estadístico en el que se detallan las principales ma-cromagnitudes económicas de los años bajo estudio.

Cada uno de los dieciséis capítulos correspondientes a las disertaciones de «ministros de economía» se introduce con una breve reseña biográfica del respectivo colaborador. Estos capítu­los no se corresponden necesariamen­te con una cronología ministerial, ya que hubo treinta y siete gestiones, que considerando las autoridades difuntas y los que reiteraron sus funciones po­dían haberse limitado a diecisiete «mi­nistros de economía», aunque varios, por su brevedad, merecían ser ignora­dos, como de hecho se refleja. El título del libro no es totalmente adecuado, porque Rogelio Frigerio, Carlos Leyba, Guido di Telia y Domingo Cavallo, aunque ejercieron una influencia des-tacable, no tuvieron responsabilidades ministeriales durante las respectivas presidencias de Arturo Frondizi, Juan Perón, Isabel Martínez y Reynaldo Big-none. Por otra parte, a Alfi-edo Gómez Morales y a Jorge Wehbe se les dedican dos capítulos del libro y, con un crite­rio semejante, la memoria podía haber ampliado a veintiún capítulos, Roberto Alemán (abril de 1961 a diciembre de 1962, y diciembre de 1981 a junio de

1982), Adalbert Krieger Vasena (marzo de 1957 a abril de 1958, y enero de 1967 a junio de 1969), José Martínez de Hoz (mayo a octubre de 1963, y marzo de 1976 a marzo de 1981), José Dagnino Pastóte (junio de 1969 a junio de 1970, y julio a agosto de 1982) y Jor­ge Wehbe (marzo a abril de 1962, octu­bre de 1972 a mayo de 1973, y agosto de 1982 a diciembre de 1983). Posible­mente este trabajo tiene notables au­sentes, cuyas experiencias como minis­tros de Economía del pasado habrían sido interesantes y esclarecedoras, en­tre los que destacarían Juan Pugliese (agosto de 1964 a junio de 1966) y An­tonio Cafíero (agosto de 1975 a febrero de 1976). En cualquier caso, todas las salvedades señaladas son poco signifi­cativas a la hora de valorar un trabajo que reúne múltiples y valiosos testimo­nios orales y escritos del «drama de la Economía Argentina», como adecua­damente le definió Gabriel Tortella.

Cabe agregar que el lector puede confundirse con las explicaciones ad hocde los autores ministeriales sobre la situación y el papel que desempeñaron cuando les correspondió actuar; pese a ello, este riesgo es un desafio para la propia historiografi'a económica.

Se podría terminar señalando que esta obra es extraordinaria y constituye una referencia obligada e imprescindi­ble para todo investigador interesado en la economía argentina contemporánea.

Daniel DÍAZ FUENTES

(Universidad Carlos III de Madrid)

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RECENSIONES

Claude JESSUA: Histoire de la théorie économique, París, Presses Universitaires de France, 1991, 584 páginas, índice de autores, índice de materias.

En este valle de lágrimas hay sólo dos cosas plenamente ciertas. Una es que vamos a morir. Y otra es que escri­bir un manual de historia del pensa­miento económico es fácil. La irreme­diable constancia de la muerte prueba al menos inductivamente lo primero. La enorme profusión de textos prueba lo segundo. En esencia vivir requiere sólo sobrevivir. Y escribir un manual de historia del pensamiento económi­co exige nada más que tiempo y una bi­blioteca. Lo difícil, claro está, es que la muerte resulte realmente lamentable por la rica vida que deja atrás, y que los textos valgan la pena de ser escritos y sobre todo leídos. El libro de Claude Jessua, cono suele ocurrir en la vida, se queda a medio camino.

Uno de los grandes historiadores contemporáneos del pensamiento eco­nómico, D. P. O'Brien, sostiene que ca­rece de sentido acometer una historia de la economía completa que cubra, para nombrar a dos judíos célebres, de Moisés a Patinkin. El juicio parece acertado: a finales del siglo xx resulta bastante claro que es difícil mejorar lo ya existente, salvo en completar lo que el propio desarrollo de la ciencia eco­nómica va volviendo historia. Por ejemplo, tendría sentido una historia de la teoría económica en el siglo xx, pero Jessua se queda muy corto en este sentido, al interrumpir su discurso en Keynes y Schumpeter, con lo que sigue

ausente la espectacular historia del úl­timo medio siglo.

El método de Jessua es tributario de la línea de Schumpeter-Blaug, que pro­cura dejar atrás la vieja noción de doc­trinas económicas —la evocación del clásico de Gide y Rist es inevitable— y concentrarse en la historia de la cien­cia, de las teorías, sin importar ni las connotaciones políticas ni la influencia de las teorías sobre las opiniones de la gente. Nada hay en este libro, por lo tanto, anterior al siglo xviii, y las refe­rencias biográficas son escasas, aunque precisas. Mis héroes son teoremas, no personas, afirmó Schumpeter en su History ofEconomic Analysts, en decla­ración que luego se obstina en incum­plir. Jessua, en cambio, la sigue a raja­tabla.

El resultado hasta mediado el texto, cuando se llega al año mágico de la lla­mada revolución marginal, 1870, es de­silusionante. No aporta nada esencial­mente nuevo a la economía clásica y a Marx, con una sola excepción, higiéni­camente chauvinista: su tratamiento de los fisiócratas y otros autores franceses, como Boisguilbert y sobre todo Tur-got, es excelente.

Las ausencias en esta parte, sin em­bargo, son tan llamativas como deplo­rables. No hay un apartado sobre John Stuart Mili, a cuyas aportaciones teóri­cas se hacen mención exclusivamente con relación a la Ley de Say. Se ve que

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RECENSIONES

la sabidamente exagerada modestia de Mili, que siempre pretendió —sin jus­tificación— no haber formulado inno­vación alguna, fue tomada por Jessua al pie de la letra. No hay prácticamente nada de análisis monetario en los clási­cos, se ignora la polémica entre las es­cuelas currency y banking, y parece que David Hume no existió. Tampoco hay mención de las teorías ricardianas del dinero y del comercio internacional, que según apunta Jessua en una escue­ta nota al pie, «ils nous ont paru se si-tuer en marg, á la périphérie de son systéme théorique», proposición como mínimo audaz que exigiría más expli­cación, sobre todo cuando no hay esca­sez de páginas —nada menos que cin­cuenta, y suaves, se conceden a Marx.

A grandes rasgos, entonces, el lector hará bien en ignorar la primera mitad de esta Histoire, que encontrará mejor cubierta, por ejemplo, en el libro de O'Brien sobre los clásicos y en el ma­nual de Mark Blaug.

La segunda mitad se ocupa del pe­ríodo 1870-1950 y resulta un poco más satisfactoria que la primera. Los auto­res son los previsibles: Jevons, Menger y los austríacos Walras, Marshall y Wicksell, para terminar con la revolu­ción keynesiana y Schumpeter.

Algunos autores son tratados muy superficialmente, como Jevons, del que sólo se expone la teoría de la utili­dad y del intercambio, y además sin gráficos. En general el autor elude el tratamiento gráfico, lo que es de la­mentar, especialmente en el caso de Je­

vons, que pintó tres de bastante inte­rés: el del intercambio, el de la analogía con la palanca y el del mercado de tra­bajo.

Claude Jessua repite la francofilia de la primera mitad y asigna más páginas a Walras que a ningún otro autor. Wal­ras, que siempre se quejó del trato que le dispensaron los economistas, en par­ticular los franceses, habría aplaudido, primero por la cantidad de páginas y segundo porque la calidad de la expo­sición es elevada y las aportaciones teó­ricas de Walras están bien explicadas, tan bien como en los mejores manuales y más en detalle que en cualquiera de ellos —aparte de este extenso capítulo, Walras reaparece más tarde a propósi­to de la teoría del capital y de la inte­gración del dinero en la teoría del equi­librio general.

Las páginas dedicadas a Keynes son también dignas de mención, no por el análisis de la Teoría General, que no in­nova demasiado con relación a la co­piosa bibliografi'a sobre Keynes, sino por el relato de los orígenes del mag-num opus keynesiano. Jessua ocupa una docena de páginas, en efecto, a explicar el Treatise on Money, la obra que Keynes publicó en dos volúmenes en 1930 y a la que atribuyó importancia, al revés que sus continuadores, que se concen­traron en el más rupturista mensaje de la Teoría General.

Los manuales de historia del pensa­miento económico han seguido esa in­terpretación, con lo que la atención prestada al Treatise on money suele ser

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RECENSIONES

relativamente pequeña. Es así de agrade­cer la exposición de Jessua, que se con­centra en el primer volumen —sobre la teoría pura del dinero— y explica las in­teresantes ecuaciones macroeconómicas que Keynes llama «fundamentales».

Con pocas excepciones, entonces, un libro apenas correcto —y esto es censurable en un país con antigua tra­dición de historiadores del pensamien­to económico— y que aporta poco a la bibliografía. En su favor hay que recor­dar que «la bibliografía» es en extremo abundante. Como corresponde a un francés, destaca especialmente las con­tribuciones galas. Será inútil buscar en sus páginas reconocimiento a la priori­dad de algún autor de la Escuela de Sa­lamanca frente a Jean Bodin en el des­

cubrimiento de la teoría cuantitativa del dinero, ni de la menos discutible anticipación de Miguel Caxa de Lerue-la sobre Turgor a propósito de la ley de los rendimientos decrecientes.

Pero, en cambio, las páginas dedica­das a autores franceses son muchas y en general de buena calidad, lo que es plausible puesto que cierto imperialis­mo anglosajón hace a veces olvidar la literatura no escrita en inglés.

Lo mejor habría sido, en realidad, llevar el patriotismo hasta el final, su­primir del libro todo lo no francés y re­ducirlo a los fisiócratas (con Turgot) y Walras.

Carlos RODRÍGUEZ BRAUN

Universidad Complutense

Joel MoKYR: La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico. Madrid, Alianza Universidad, 1993, 433 pp. Trad. E. Gómez Parro.

La palanca de la riqueza, de Joel Mokyr, es un libro pequeño con una gran tarea. Su objetivo es presentar una breve historia del progreso tecnológico occidental desde la Edad Antigua has­ta principios del presente siglo. Pocas personas se hubieran atrevido a en­frentar tal obra; pocas personas hubie­ran podido hacerlo tan bien como Mokyr. Pero debo advertir que no debe buscarse en el libro una teoría unificada del progreso tecnológico. Si Mokyr hubiera intentado tal cosa, su trabajo hubiera quedado incompleto. Tal como está, juega con una multipli­

cidad de ideas que deberán ser trata­das más profundamente.

Es un libro que explica el por qué sólo algunos países se han beneficiado de un alto grado de creatividad tecno­lógica. La «creatividad tecnológica» es ese ingrediente único que ha permiti­do disfrutar de altos niveles de consu­mo, a la vez que experimentar elevadas tasas de crecimiento económico, sin te­ner que consumir factores de la pro­ducción en las mismas proporciones. La obra no se propone contestar por qué ello ocurre, sino más bien especu­lar provocativamente sobre sus causas.

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RECENSIONES

La mayor virtud del libro es que se trata de un relato conciso de un tema enorme e importante. Mokyr ha sinteti­zado para nosotros una gran cantidad de literatura proveniente de diversas disciplinas. La concisión del autor per­mitirá al lector recorrer 25 siglos de historia tecnológica en menos de 350 páginas, además de enterarse de su vi­sión sobre el hombre occidental y su enfrentamiento con la naturaleza para modiñcar su bienestar. Aunque es principalmente una historia económi­ca y tecnológica, también llega a incluir una aplicación de la biología evolutiva al cambio tecnológico.

Se debe admitir que su enfoque es limitado y ecléctico. Aunque en casos parece que intenta explicar las causas del crecimiento económico en la últi­mas décadas, de hecho sólo desea con­centrarse en la influencia del cambio tecnológico en el crecimiento. El lector puede encontrar que en cierta parte Mokyr ha ignorado algún factor que en cualquier trabajo exhaustivo sobre el crecimiento económico europeo de­biera haberse considerado. Sin embar­go, eso mismo es el objetivo de Mokyr, el ignorar todo lo posible los otros fac­tores del crecimiento económico de modo de examinar el curso histórico de la tecnología sin tratarlo con livian­dad o simplicidad. Esto no significa que la obra sea limitada, dado que in-tencionalmente se propone extender el anáhsis económico en tena incógnita. La mayor parte de los estudios econó­micos de la tecnología prestan dema­

siada atención al análisis económico de la maximización de objetivos, dadas las restricciones corrientes. Pero para Mokyr, las variables económicas con­vencionales no explican lo esencial de la creatividad tecnológica; mas bien «el cambio tecnológico implica el ataque de un individuo a una restricción con­vencional, que el resto de las personas toma como inalterable». Se pregunta: ¿cómo y por qué a veces el individuo percibe el paso de lo factible a lo no factible como posible? ¿Qué es lo que lo estimula a realizar el cambio que lo haga posible? Mokyr nos muestra que no es simplemente una cuestión de hombre versus naturaleza; las restric­ciones incluyen también un elemento social, y su movilidad es, en parte, un fenómeno social. Para ponderar por qué algunas sociedades son más creati­vas que otras, Mokyr considera el en­torno social, las instituciones, y los valores sociales que crearon las econo­mías que incentivaron la creatividad tecnológica. El autor explica cómo el surgimiento de las naciones-estado in­trodujeron una competencia que moti­vó mejoras tecnológicas. Venecia, por ejemplo, descubrió que la protección a los derechos de propiedad de un in­ventor fomentaba el avance tecnológi­co. El conocimiento tecnológico du­rante el Renacimiento era una virtud. Sin embargo, la lealtad de Mokyr es con lo económico. Aunque no limita su discusión a los factores económicos que explican la creatividad tecnológi­ca, cuando la influencia de los incenti-

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RECENSIONES

VOS económicos no es dominante, no queda una idea clara sobre cuál es la causa dominante.

El libro está organizado de una ma­nera no convencional que el lector puede encontrar algo molesta. Sus dos partes principales, descripción y análi­sis, no están perfectamente integradas. Es posible leerlas de forma indepen­diente, pero no pueden ser compren­didas independientemente. La prime­ra parte es una recorrida cronológica que va desde la antigüedad clásica hasta 1914. Los cinco volúmenes de la History of Technology, editado por Charles Singer, tienen más de 4.000 páginas y aun así son considerados in­completos desde un punto de vista meramente descriptivo. Es innecesa­rio aclarar que el volumen de Mokyr es selectivo. La narración detalla la evolución de los inventos más impor­tantes y los descubrimientos que mo-diñcaron el estado material de la con­dición humana: caminos, provisión de agua, armamento, navegación, el ara­do, el arnés, los nuevos métodos agro­pecuarios, energía hidráulica y eólica, metalurgia, el reloj mecánico, texti­les, química, electricidad, producción ingenieril, tecnología alimentaria y la máquina de escribir. De vez en cuando comenta brevemente las con­tribuciones de otras culturas, como la china o la islámica, al progreso tecnológico europeo. Nos cuenta so­bre el óptimo entorno político del Re­nacimiento y cómo la historia de la tecnología se transforma en algo dis­

tinto con el surgimiento del sistema fa­bril, al hacerse importantes las econo­mías de escala.

La narración se detiene en 1914. La segunda parte del libro analiza el por qué algunas regiones del mundo se han beneficiado de una mayor creatividad tecnológica que otras, o por qué perío­dos de cambio rápido eran espástícos y seguidos por otros de estancamiento. En un capítulo evalúa con impaciencia 16 posibles causas o teorías del progre­so tecnológico. El lector se sorprende­rá del incansable salto de un factor ex­plicativo a otro. Desafortunadamente, la organización es un poco confusa. La persona interesada en esta sección no deberá depender de la descripción que se hace de cada faceta de la literatura; no obstante no deja de proveer intui­ciones y un amplio resumen. Después de terminar el capítulo el lector queda­rá inundado de ideas y teorías del cam­bio tecnológico.

La parte más provocativa y útil a los historiadores económicos es la que si­gue. Tres capítulos comparan la creati­vidad tecnológica en los tiempos clási­cos y medievales, entre China y Europa en el estadio de la proto-industrializa-ción, y entre Gran Bretaña y Europa durante la Revolución Industrial. Estas historias no se ocupan de la tecnología, sino del entorno social, político e insti­tucional, que fue tanto un obstáculo como un estímulo a inventores e inno­vadores. Por ejemplo, en su análisis del fracaso de la revolución industrial chi­na, él enfatiza la influencia negativa de

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RECENSIONES

la extrema centralización política que permitió al Estado detener el progreso tecnológico, cuando en el siglo xv el imperio se preocupaba de preservar el orden social existente. La ventaja que Europa tenía sobre China era su con­junto de gobiernos más pequeños y ciudades-estado en competencia mu­tua. Mientras que un Estado puede haber intentado interferir con las acti­vidades innovadoras de pensadores creativos, para favorecer gremios po­derosos, ningún Estado podía blo­quear por sí solo el progreso en las in­novaciones, pues el inventor podía fácilmente mudarse a otro Estado ve­cino que le otorgara libertad de ac­ción. Los intereses privados coinci­dían con los públicos. La inhabilidad de una persona u organización cuales­quiera para contenerlos hacía que el ambiente fuera propicio. Estos capítu­los son atrevidos y especulativos. No son concluyentes, pero nos estimulan a pensar más allá de lo que aparece en las páginas.

Para concluir el análisis, Mokyr su­giere utilizar la analogía con la biología evolutiva para modelar el cambio tec­nológico. La idea no es nueva, pero Mokyr le da una nueva vuelta de tuer­ca al concepto. Mokyr sugiere que la li­teratura sobre biología evolutiva pue­de ser hoy muy pertinente al análisis del cambio tecnológico, debido al de­bate actual entre los gradualistas y los que creen en saltos discontinuos. Una similar discusión se está dando entre historiadores económicos cuantitati­

vos y no cuantitativos. Mokyr sugiere que, de acuerdo con los biólogos dis-continuistas, el concepto de macroin-vención puede ser un instrumento teórico útil para ser constrastado con su contraparte, la microinvención. Desde el punto de vista económico la macroinvención puede no tener una influencia inicial muy importante en la productividad, pero permite elevar la productividad marginal de las mi-croinvenciones subsiguientes. Esta clasificación conceptual es análoga al paradigma tecnológico propuesto por Giovanni Dosi. Las microinven-ciones se producen fundamental­mente por el estímulo de incentivos económicos. Las macroinvenciones surgen del azar. Mientras que pare­ce útil distinguir a veces entre descu­brimientos mayores y menores, es di­fícil ver cómo una distinción de esta naturaleza puede ser hecha de una manera general, ¿cómo es posible identificar una macroinvención? Todavía debe convencernos de que alguna aplicación de esta idea pueda realizarse.

La palanca de la riqueza no es una obra que otro autor hubiera escrito; a la vez es uno de aquellos libros breves que era necesario escribir. La energía y la visión son de Mokyr y no podrían ser de otro autor. Es una obra importante para los historiadores económicos inte­resados en las causas del crecimiento económico europeo, aun para aquellos no interesados en la tecnología per se. Es de agradecer que se haya traducido

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RECENSIONES

al castellano, pues no hay un traba­jo mejor sobre el tema que pueda ser utilizado en cursos de historia econó­mica. Es accesible y entretenido, y se

guramente impactara a una gran au­diencia.

Alan DYE (Universidad Carlos III de Madrid)

P. R. KRUGMAN: Geografía y Comento, Antoni Bosch, ed. 1993. índice temático y bibliografía.

Pocas construcciones análiticas han tenido mayor influencia en histo­ria económica que la teoría neoclásica del comercio internacional. La elegan­cia formal de su planteamiento, su simplicidad y la contundencia de sus conclusiones han cautivado a un buen número de historiadores dedicados a investigar los mecanismos que expli­can el crecimiento económico con­temporáneo. £1 panorama consolida­do entre nosotros por esta poderosa influencia es bien conocido: la consi­deración, no unánime pero sí mayori-taria, de que cualquier tipo de barrera a la asignación de los recursos por el mercado es un obstáculo al crecimien­to del producto y de la renta. De lo cual se ha seguido una evaluación ne­gativa de la política económica de, al menos, los seis decenios que transcu­rren entre 1870 y 1930.

Por más que la evidencia compara­da (Alemania y Estados Unidos hasta 1945 son dos excelentes ejemplos) no avale una conclusión tan poco matiza­da, pocos investigadores se han plan­teado la necesidad de revisar una inter­pretación en apariencia tan sólidamen­te basada en la teoría. Y aquellos que lo

han hecho, compartiendo la añrma-ción de Stuart Mili de que la fatal ten­dencia a deja de pensar en una cues­tión cuando está ya clara y no ofi"ece lugar a dudas es la causa de la mitad de los errores, han experimentado las consecuencias que se derivan de la in­comprensión en el mundo académico.

El libro de Paul Krugman, sin duda uno de los especialistas en teoría del comercio internacional más destaca­dos en el mundo universitario de los Estados Unidos, aporta sólidos argu­mentos para avanzar en esta revisión, destrozando con una contundencia y una habilidad difíciles de igualar el confortable marco dominante. Y lo ha­ce con un lenguaje sencillo y compren­sible al ser el resultado de tres confe­rencias pronunciadas a fines de 1990 en la Universidad Católica de Lieja dentro de las «Professor Dr. Gastón Eyskens Lectures». Lo cual le permite obviar a lo largo de las poco más de cien páginas que conforman Geography and Trade la formulación analítica exi­gida en las publicaciones académicas sin perder por ello un ápice de rigor. Por contra, las posibilidades que brin­da este tipo de presentación de las

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ideas dota al libro de sugerencias y ejemplos, buena parte de ellos de ca­rácter histórico, que facilitan la com­prensión de los argumentos expuestos, incluso para aquellos no familiarizados con el lenguaje matemático, y convier­ten su lectura en apasionante.

La idea central en torno a la cual se articulan los tres capítulos del libro es sencilla, y hasta obvia, pero no así las implicaciones que de ella se derivan. ¡Qué más evidente que partir del he­cho de que los países —y en general la actividad económica— se localizan en el espacio geográfico y que la movi­lidad de los factores no es instantánea ni el comercio entre países se produce sin costes de transporte! Pero intro­ducir estos aspectos en el análisis obliga a considerar dos factores cru­ciales en el crecimiento económico y en las causas del comercio internacio­nal: los rendimientos crecientes y las estructuras de mercado de competen­cia imperfecta.

Al configurar sus reflexiones en torno a éstos, el libro puede conside­rarse una síntesis de las aportaciones previas de Krugman dentro de la co­rriente más renovadora y más sugesti­va de la teoría actual del crecimiento y del comercio internacional (en don­de la historia desempeña un papel re­levante). De la cual emerge, como se­ñala el autor, una percepción de la economía muy diferente a la resultan­te de la mayor parte de los desarrollos previos a 1980, mostrando «que vivi­mos en una economía mucho más

próxima a la visión de Kaldor de un mundo dinámico impulsado por pro­cesos acumulativos que por el mode­lo habitual de rendimientos constan­tes» (p. 10).

Incorporarando estos progresos de la teoría, parte de ellos como he men­cionado realizados por él mismo, Krugman articula una explicación ri­gurosa de hechos de trascendencia histórica evidente. Así, en la primera de las conferencias, «Centro y Perife­ria», el análisis de la localización in­dustrial en Estados Unidos a partir de la elaboración de un modelo de desa­rrollo endógeno basado en la interac­ción entre economías de escala, cos­tes de transporte y emigración —formalizado en el apéndice A— le permite explicar las razones de su concentración en el área —relativa­mente pequeña en términos relati­vos— entre Green Bay, St. Luis, Balti-more y Portland.

Un enfoque ampliado en el si­guiente capítulo, en el cual se detalla un sugestivo razonamiento para com­prender la persistencia de la concen­tración de los sectores industriales en zonas determinadas. Un planteamien­to que podría tener su aplicación di­recta al caso de España (como de otros países de Europa) en donde —en contra de lo que cabría esperar según los postulados neoclásicos (mo­vilidad perfecta de los factores, rendi­mientos constantes y retribución de los primeros según su productividad marginal)— la actividad industrial no

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RECENSIONES

tendió a difundirse por el conjunto del territorio. Por el contrario, hasta fechas próximas a la finalización del proceso de industrialización quedó concentrada en una parte muy redu­cida de su geografía: las comarcas que circundan Barcelona y en menor me­dida Bilbao.

Desde la perspectiva de lo señalado al comienzo es, sin embargo, en la ter­cera conferencia/capítulo —«Regio­nes y Naciones»— en donde la argu­mentación del autor es más explícita y contundente. En él se demuestra cómo la abolición de las barreras a la libertad comercial pueden tener efectos desin-dustrializadores notables sobre las re­giones/naciones con menor densidad industrial más alejadas del «centro» en donde se localiza el grueso de la activi­dad del sector secundario y en donde los niveles de renta por habitante han alcanzado históricamente valores más elevados.

Además de explicitar un ejemplo so­bre las desastrosas consecuencias que podría tener la formación del mercado único europeo sobre la industria espa­ñola (pp. 96-98), esta parte del libro re­coge una persuasiva y sólida línea argu-mental para comprender la eficiencia y racionalidad de la actuación de dife­rentes países —concretada en el libro en Canadá a fines del xix— al intentar fomentar el crecimiento de la industria mediante barreras a la importación.

Una actuación en la que podrían in­cluirse la política industrial de los go­biernos de la Restauración, sin necesi­

dad de concluir por ello que la totali­dad de las medidas aplicadas fueran eficientes desde la perspectiva de la obtención de una tasa de crecimiento del producto más elevada y estable en el largo plazo. O, alternativamente, contemplar la política económica de la Restauración desde la nueva pers­pectiva planteada por Krugman per­mitiría avatizar en la identificación de los elementos favorables al creci­miento industrial y de aquellos que contribuyeron a mantener el atraso relativo. Así, la difusión de los plan­teamientos y conclusiones que con­tiene el libro de Paul Krugman po­dría contribuir a aumentar la im­portancia de dos rasgos de la histo­ria económica española que pueden considerarse positivos para llegar a una interpretación más rigurosa de la trayectoria seguida por la economía en el siglo xx. Por un lado, mayores dosis de cautela a la hora de descalifi­car comportamientos de grupos so­ciales amplios desde la fácil —y a me­nudo inexistente— ventaja que otorga el conocer lo ocurrido en dé­cadas posteriores o desde modelos cuyos supuestos de partida ignoran elementos decisivos sobre la que se basó su actuación. Y por otro lado, una mayor profundidad analítica al interpretar la evolución económica, al menos, entre 1870 y 1959. La cual, aun cuando siempre parece tenerse en cuenta, precedió a uno de los esca­sísimos procesos de industrialización consolidados en el presente siglo. Si-

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RECENSIONES

tuación claramente excepcional en el privados de los que depende el aumen-panorama internacional no fácil de to del producto, ni, tampoco, por parte compatibilizar con la caracterización del sector público. del período inmediatamente anterior como una larga sucesión de decisiones Jordi PALAFOX GAMIR

ineficientes. Ni por parte de los agentes Universidad de Valencia e I.V.I.E.

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REVISTA DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

SUMARIO DEL NUM. 15 (mayo-agosto 1993)

1. SEMINARIOS DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

ANDRÉS DE BLAS GUERRERO: El estudio de la autodeterminación y la secesión. ARMIN VON BOCÍDANDY: Perfiles de la Europa integrada. Resultados de una investigación interdiscipli-

naria acerca del origen, la situación y las perspectivas de la integración europea. JULIO COTLER: Descomposición política y autoritarismo en el Perú. FERENC FEHER: El socialismo de la escasez. DIEGO LÓPEZ GARRIDO: Apuntes para un estudio sobre la constitición económica. JAVIER DE LUCAS: Algunos problemas del estatuto jurídico de las minorías Especial referencia a la si­

tuación en Europa. FERNANDO PANTALEÓN: Técnicas de reproducción asistida y Constitución. LUIS SANZ MENÉNDEZ, EMIUO MUÑOZ y CLARA E . GARCÍA: Auge y declive de la política científica y

tecnológica española: coordinación y liderazgo. MANUEL JOSÉ TEROL BECERRA: Sobre la interpretación de la Constitución y de la ley en España.

2. DOCUMENTACIÓN

3. ACTIVIDADES DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL

España 4.500 pus. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Pedidos y suscripciones CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 - 28004 MADRID

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9

28071 MADRID

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REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS

(NUEVA ÉPOCA)

PRESIDENTE DEL CONSEJO ASESOR: Carlos OLLERO GÓMEZ

DIRECTOR: Pedro DE VEGA GARCÍA

SECRETARIO: Juan J. SOLOZÁBAL ECHAVARRIA

SUMARIO DEL NUM. 80 (abril-junio 1993)

ESTUDIOS Antonio MORALES MOYA: LOS conflictos ideológicos en el siglo XVIU español. Guillermo MARyuEz CRUZ: La transición local en Galicia: Continuidad de las élites políticas del

franquismo y renovación de los gobiernos locales Ángel CUENCA: Valor y Ley. Agustín SÁNCHEZ DE VEGA: Primeras reflexiones sobre la Ley del Consejo Económico y Social.

NOTA Colin TuRPlN; Tendencias recientes en el Derecho Constitucional británico. Joan OuvER ARAUJO: La cuestión religiosa en la Constitución de 19)1: Una nueva reflexión sobre un

tema clásico. Xavier BALLART: Evaluación de políticas (Marco conceptual y organización institucional). Jesús M.' OSES GORRAIZ: foseph de Maistre: Un adversario del Estado moderno. Juan Bosco DIAZ-URMENETA MUÑOZ: Isaiah Berlín y la pluralidad de fines. Jorge BENEDICTO: ¿Espectadores o actores potenciales?: El debate sobre los sistemas de creencias. Ismael CRESPO MARTÍNEZ y FERNAND(5 FILGUEIRA: La intervención de las fuerzas armadas en la po­

lítica latinoamericana.

CRÓNICAS Y DOCUMENTACIÓN Octavio SALAZAR BENITEZ y Miguel J, AGUDO ZAMORA: El sistema político de Andalucía.

RECENSIONES. NOTICIAS DE LIBROS

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.800 ptas. Extranjero 61 $ Número suelto España 1.400 ptas. Número suelto Extranjero 22 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 - 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarraí, 45, 6.' - 28004 MADRID

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REVISTA DE ADMINISTRACIÓN PUBLICA

Director: Eduardo GARCÍA DE ENTERRIA

Secretario: Fernando SAINZ MORENO

SUMARIO DEL NUM. 131 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS • S. MARTIN-RETORTILLO BAQUER: Reflexiones sobre el Procedimiento Administrativo Común. M. SÁNCHEZ MORÓN: Ordenación del territorio, urbanismo y medio ambiente en el anteproyecto de

plan hidrológico nacional E. GARCÍA LLOVET: Autoridades administrativas independientes y estado de derecho. J. R FERNANDEZ TORREÍ: Refundición y constitución: examen del texto refundido de la Ley sobre ré­

gimen del suelo y ordenación urbana de 26 de junio de 1992.

JURISPRUDENCIA I. Comentarios monográficos C. CHINCHILLA MARÍN: El derecho a la tutela cautelar como garantía de la efectividad de las resolu­

ciones judiciales. B. LOZANO CUTANDA: La libertad de cátedra en la enseñanza pública superior (A propósito de la

Sentencia 217/1992 de 1 de diciembre.l M. M.' RAZQUIN LIZARRAGA: Funcionarios, bases y negociación colectiva. M.' T. CARBALLEIRA RIVERA: La intervención del Consejo de Estado en la elaboración de disposicio­

nes generales autonómicas. M. CASINO RUBIO: Breves consideraciones en tomo al nacimiento y la legislación aplicable al derecho

de reversión en la expropiación forzosa. J. I. RICO GÓMEZ: El expediente administrativo presentado por medio de fotocopias: alcance de su efi­

cacia probatoria. II. Notas — Contencioso-adminislrativo

A) En general (T. FoNT i LLOVET y J, TORNOS MAS). B) Personal (R ENTRENA CUESTA).

CRÓNICA ADMINISTRATIVA

DOCUMENTACIÓN

BIBLIOGRAFÍA

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.800 ptas. Extranjero 61 $ Número suelto España 1.700 ptas. Número suelto Extranjero 22 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 • 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 • 28004 MADRID

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REVISTA ESPAÑOUV DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Presidente: Luis SÁNCHEZ AGESTA

Director: Francisco RUBIO LLÓRENTE

Secretario: ]a.\'\cx ]vMí.íiíz CAMPO

SUMARIO DEL AÑO 13, NUM. 38 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS Diego LÓPEZ GARRIDO: Reflexiones sobre k constitucionalidad del Real Decreto-Ley 1/1992 de me­didas urgentes sobre el Fomento del Empleo y Protección por Desempleo. Francisco DELGADO PIQUERAS: Régimen Jurídico del Derecho Constitucional al Medio Ambiente. José Juan MORESO MATEOS: Sobre normas inconstitucionales. José CAMARASA CARRILLO: Aspectos críticos y Jurisprudencia contencioso-administrativa en tomo al

derecho constitucional a la objeción de conciencia al servicio militar Alberto ARC;E JANARIZ: El procedimiento legislativo en el Principado de Asturias

NOTA Germán FERNÁNDEZ FARRERES: La subvención y el reparto de competencias entre el Estado y las Co­

munidades Autónomas.

JURISPRUDENCIA Estudios y Comentarios Fernando SANTAOLALLA LÓPEZ: La inmunidad parlamentaria y su control constitucional: comenta­

rio a la Sentencia 206/1992, de 27 de noviembre, del Tribunal Constitucional Mariano BACIGALUPO SAGGESE: La aplicación de la doctrina de los ^límites inmanentes» a los Dere­

chos Fundamentales sometidos a reserva de limitación legal (A propósito de la Sentencia del Tribunal Administrativo Federal Alemán de 18 de octubre de 1990.)

Crónica, por el DEPARTAMENTO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE

MADRID

Crónica parlamentaria, por Nicolás PÉREZ-SERRANO JAUREGUI.

CRITICA DE LIBROS Ricardo L. CHUECA RODRÍGUEZ: Sobre la normación del proceso representativo. Javier CAÑO: Derecho Autonómico Vasco. José Manuel RODRÍGUEZ URIBES: Un comentario al libro de Rafael de Asís: «Las paradojas de los

Derechos Fundamentales como límites al Poder».

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA. Noticias de Libros. Revista de Revistas.

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.500 ptas. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Suscripciones: EDISA

López de Hoyos, 141 - 28002 MADRID

Números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45, 6.* • 28004 MADRID

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES Plaza de la Marina Española, 9

28071 MADRID

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REVISTA DE INSTITUCIONES EUROPEAS

Directores: Manuel DíEZ DE VELASCO, GIL CARLOS RODRÍGUEZ IGLESIAS

y Araceli MANGAS MARTIN Directora ejecutiva: Araceli MANGAS MARTÍN

Secretaria: Nila TORRES UGENA

SUMARIO DEL VOL. 20, NUM. 2 (mayo-agosto 1993)

ESTUDIOS Elisa PCREZ VERA: El Tratado de la Unión Europea y los derechos humanos. José Manuel SOBRINO HEREDIA: La actividad diplomática de las delegaciones de la Comisión en el

exterior de la Comunidad Europea. Luis María DlEZ-PlCAZO: Reflexiones sobre la idea de la Constitución europea.

NOTAS Nuria BouZA VIDAL: El ámbito personal de aplicación del Derecho de establecimiento en los supues­

tos de doble nacionalidad. (Comentario a la Sentencia del TJCE de 7 de Julio de 1992, «Micheletti c. Delegación del Gobierno de Cantabria, as. C 369/90».)

Rafael BUSTOS GISBERT: Cuestiones planteadas por la jurisprudencia constitucional referente a la eje­cución y garantía del cumplimiento del Derecho Comunitario.

Fernando CASTILLO DE LA TORRE: Derecho de la política comercial y derecho de la competencia: al­gunas consideraciones sobre su interacción en el ámbito comunitario.

JURISPRUDENCIA

CRÓNICAS Consejo de Europa. Comité de Ministros, por Nila Torres. Crónica de la jurisprudencm de la Comisión y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos,

por Fanny Castro Rial.

BIBLIOGRAFÍA

REVISTA DE REVISTAS

DOCUMENTACIÓN

PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN ANUAL España 4.500 ptas. Extranjero 59 $ Número suelto España 1.600 ptas. Número suelto Extranjero 20 $

Suscripciones números sueltos: CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

Fuencarral, 45 • 28004 MADRID

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O COMITÉ DICTAMINADOR: Carlos Bazdresch P., Jotge Cambiaso, Benjacnin Contreras, Carlos Márquez, Lucia Segovia, John Scott, Rodolfo de la Torre. CONSEJO EDITORIAL: Edmar L. Bacha, José Blanco, Gerardo Bueno, Enrique Cárdenas, Arturo Fernández, Ricardo Ffrench-Oavis, Enrique Florescano, Roberto Frenkel, Ricardo Hausmann, Albert O. Hirscbman, David Ibarra, Francisco Lopes, Guillermo Maidonado, José A. Ocampo, Luis Ángel Ro|o Duque, Gert Rosenthal, Fernando Rosenzweig (t), Francisco Sagasti, Jaime José Serra, Jesús Silva Herzog Floras, Osvaldo Sunkel, Carlos Tello, Ernesto Zedilto.

Director Carlos Bazdresch P. Subdirector: Rodolfo de la Torre Secretario de Redacción: Guillermo Escalante A.

Vol. LX (2) México, Abril-Junio de 1993 Núm. 238

ARTÍCULOS

Rodrigo Parot Un rmxMo d» formación d» pncios: Inflación monataria • inarcial

Felipe Larrain y Rodrigo Vergara Invarsión y ajusta macmaconómico: El caso dal Esta da Asia

Lealle Young y José Romero Cracimianto constanta y transición an un modalo diná­mico dual dal Acuardo da lAra Comarcio da la América daINorta

Santiago Levy y Sweder van Wijnbergen

Marcados da trabajo, migración y bianastar: La agricul­tura an al Tratado da Libra Comarcio antra México y los Estados Unidos

Ricardo Martner F. y Daniel TMelman K.

Un análisis da cointagración da las funcionas da da-manda da dinaro: El caso da Chila

DOCUMENTOS:

Batanea praliminar da la aconomla da América Latina y al Cariba 1992

Precio de suscripción por un afto, 1993 La suscripción en México cuesta $90 000; N$90.00

Personal Universidades, biblíotacas e instituciones

España, Centro y Sudamérica

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ANNO L X X X I I I - SERIE III MAGGIO1993 FASCICOLO V

Rivista di Política Económica Direttore responsabile: MARIO BALDASSARRI

Direttore: INNOCENZO CIPOLLETTA

SOMMARIO

SAGGI

Hideki YAMAWAKI: Le multirtúzionaligiapponesi nel settore manifatturiero di Usa ed Europa: ingres-so, strategie e comportamenti.

Enrice SANTARELLI • Alessandro STERLACCHINI: Profili e determinanti settoriali delk formazione di nuove imprese nell'induslria italiana. Fabio GoBBO - Tommaso SALONICO: L'azienda póstate: crisi di un modello O del monopolio? Alberto Niccou: Tasso d'interesse, probabilita di insolvenza ed errori ¡egati alia percezione del ris-

chio.

TEMA DEL MESE

Antonio FAZIO: Sistema económico e societa civile.

RASSEGNA BIBLIOGRÁFICA Analisi d'opere Giacomo VAGIAGO: Europe 1992 and Monelary Union. Libri ricevuti.

Direzione, Redazione, Amministrazione: Viale Pasteur, 6-00144 Roma

Abhonamento annuo: Italia: L. 170.000 - Estero: L. 220.000 - Un numero L. 20.000

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ANNO L X X X I I I - SERIE III GIUGNO1993 FASCICOLO VI

Rivista di Política Económica Direttore respomabile: MARIO BALDASSARRI

Direttore: INNOCENZO CIPOLLETTA

SOMMARIO

SAGGI Willem H. BurrER - Giancarlo CORSETTI - Nouriel ROUBINI: Disavanzo eccessivo, ragionevolezza

e nomenso ne/Trattrato di Maastricht. Grzegorz W. KOLODKO: Stabilizzazione, recessione e cresciut neUe economiepost-sodaliste. Lorenzo GARBO: LOttimizzazione in economía e inpolítica: alcune ríflessionísulproceso discam-

bio.

TEMA DEL MESE Enzo GRILU: Quando il top del mondo gioca col GATT: crisi o ripresa del muhilateralismo?

RASSEGNA BIBLIOGRÁFICA Analisi d'opere ZANETTI G. (a cura di): Innovazione tecnológica e strutturaprodutiva.

Direzione, Redazione, Amministrazione:Vi»le Pasteur, 6-00144 Roma

Abhonamento annuo: lulia: L. 170.000 • Estero: L. 220.000 - Un numero L. 20.000

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Una revista trimestral, de ciencias sedales sobre la agricultura, la pesca y la alimentación

ABRIL ^ ^ 2 a ^ JUNIO

1992 P a i M s d a l E a l *

Coordina T « r « M Viroili

E S T U D I O S

SUEPHAN DABBERT L J inuisfofmaáón de la i g ñ o i l n i i i de Alemania oóonul: peo-

[VANCHIROKKH La ifDCuJiun aoviéiica « i d i ñ s .

PMSMYSLAW H DABROWSKI Evolueidn afraña y nirm] en Moma: una aproiimacidn háttó-rica.

ALAINFOUUQUEN Afñeu ln in chacceloveca: crieia de eaCBdanlee; ajuele noaávo; pávali»C3¿a prabkrailaca.

xmXINIO SÁNCHEZ El aecbor tpvio en Bulfaiia y Rumania a la h a de lea i

TDOK rexENca BACHO La cucRün a i n ú en la mneidta de Huqfíia.

LAURENCE BLOTNICXI Per^ecóvaa aobie loa inaeicaffibioa de producu» apoelimenu* noa de lee paiaea del eaie.

NOTAS

LA UKENCE BLOTNICXI L i paveüZBOdn de lae tierna acdoolaa en loa paitea del aau. AnA-liiia per palana de l u nuevas leyes aobie pnpiedad de la i k m .

ALBERT PUIO OOMEZ Inversidoes d incus y presencia de «mpreses agroelimenUfiaa eapaAolea en Ice paiaea del eei* de europe.

CARMEN DE LA CAMAKA Opcncáonea de oomarcio niangulaz,

BENJAMÍN BASTIDA Un debele oponuBO.

BIBLIOGRAFÍA

L Crttk* de Hbrae: CARLOS CUKIEL: «Etucna del Eaie ame el cambio Eoonámáco». ISABEL f l A JUUAN: «Commu-nis Agnculimc. Fasniog in (he Soviet Union and Eancm Eu-rape». X)SEP LLADOSl MASLLORENS: «Povaie agricuHin Bi ihe Soviet Union». AJAN LUIS HOMEDES: «Soviet Afíi-culnov».

I I . Monotrel las anbrt la agr lo i l ture en loe Paisa* del Cite.

JUUO ^ ^ " n i r ^ SEPTIEMBRE

1992 WoHwioIngli y lyleMltuí»: ilntiuUn e t»»»ltieKn Kaita?

Cotxdina Mvla Fon»

rusonAOOH h a a l l y e y M a i k P o a a I f r U D l O *

LA OIMEKSION BOONOMICA Y SOCIAL DEL DES AlUtOLLO •KnBOMLOOlOO

mBDBRICK H BUrraL Maaletia y M o l e t k amn

M I C A L • ¥ £ y MAMA PQKTB l i l l l la<nair«nr lcel»e»tM«««i OUDORUIVENKAMP

1 • bata i dri i i ( le X X b M a H » k > | i i

> d* MM evelecjte i

LAS B S n u n a i A S INDUSnUAtBS Y LA lUBSTKUCIUltACION DCLSirraMA AOKOAUMBNTAIUO

MHMWUCimON •WMBdli

i l aaMMdáaWi

cxMPennvBAD nnmNACioNAL Y pitoasos NORMATIVOS JOAHNA CHATAWAY y lOYCS TAIT ileflaye asaraiteicaBHM la Moadva ntoa ñnfoa «n U Moa

MOLOBPANI BMnMaMaataa di b héoMcnelogia: U t<Mm á» pala

ibllaedidaUraiíay.

D t l A T C •HUNO UNVENUm l i i i i l i i i i íh II il

RTMAONAVAL BioMcMleglaay ai OIOVAMNIDOSI »l» imlMi i i i f t i í a i

f K A N Q O n a a S N A B ' l e l t e n i i e a l

Devdacite y levaliHite iSanÍGaT

ttlavMllaala

• a k

aMiii

•nuooKAru L CrilICB da I k f M i AaceeaMe C A L A T R A V A : «Feniet Airkal lwe (ItXyimy. MUm naZi M « I « Í « VÍ. A m i J n M » : Taa<a OAROA AZCAlUra! < U aan» y «AvkalaenI • a n t u c a a ^ eaUcy: ¡Moalio.

te Ika iiiiiirii Kailk HOOOAIIT: Wlka n n l slaaT U-edB le j I íM l i ie m ma l aoMy»; M* Delen OARCU RAMÓN: «Pai. i ^ f WiaiMl, & n ^ , «tak má nsBly tantea; Rekane t A N C H a 1 itiliiiii fi ii 11 iiir riniTiiwir"T"ii n i i r™"" -

J ^ Jad KUAS:

>. I(J>.|93S>.—IL Raaade da pertklpeeta*.

Diiceior Cristóbal Cima Btnito.

Ediu: Stcnlaría Gttural Téatica

UÍMÍsUrio d* Agricultura, Ptsea y

AlimtraaciÓH.

SUSCRIPCIÓN ANUAL PARA 1992

— EtpalU S.OOOput.

— Edadiamei 3.500 pus.

— Extnnjeio 6.S0O piu.

— Númeraniebo l.SOO pus. Solkitadcr A trav<s de lifarelu espedalizadu o di­rigiéndote al Cenüo de Publiocionei del Ministerio de Agriculnin, Pesca y AUmenucidn. Paseo de la In-fanu Isabel, n* 1.28071 MADRID (ESPAÑA).

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HISTORIA INDUSTRIAL B

199 2

I. TonitAS, Gremio,

familia y cambio econó­

mico. I. M. PEDREIRA,

La industria tañera

en el sur de Europa.

J. MALUQUER DC MOTES,

Obstáculos a la industriatilación de • La Sociedad Española de Electricidad.

Portugal em el siglo XIX. í. SIERRA, El * A. AUBANELL. La competencia en la

complejovidrierotieCampóo. A.PAKVO, * distribucióndeelectricidadenUadrid.

NOTAS DE INVESTIGACIÓN • RECENSIONES • NOTICU BDLIOGRÁnCA

EDITA: Departament d'Hisióría i Institucions Económiques

(Universitat de Barcelona).

DIRECTOR: Jordi Nadal i Oller.

CONSEJO DE REDACCIÓN: Joan Carmona Badía, Albcrt Carreras i Odríozola. Emiliano Fernández de Pinedo, Antonio Gómez Mendoza, Jordi Maluquer de Motes, Antonio Parejo Barranco, Pere Pascual i Doménech, Caries Sudríá i Tríay, Jaume Torras i Elias.

SECRETARIO: Alejandro Sánchez Suárez.

SECRETARÍA DE LA REVISTA Y RECEPCIÓN DE ARTÍCULOS:

Departament d'Histdría i Institucions Econ6miques. Facultat de Ciéncies Econó­miques i Emprcsarials. Universitat de Barcelona. Avda. Diagonal, 690 - 08034 Barcelona. Tcl. 93 - 280 51 61 - Fax. 280 23 78.

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Douglas C. Nordi ESTRUCTURA Y CAMBIO EN

LA fflSTORIA ECONÓMICA

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COERCIÓN, CAPITAL Y LOS

ESTADOS EUROPEOS, 990-1990 AU721

S. Bowles, D. M. Gordon y T.E. Weisskopf

TRAS LA ECONOMÍA DEL

DESPILFARRO Una economía

democrática para el año 2000

AU735

Leandro Prados de la Escosura y Samuel Amaral (Editores)

LA INDEPENDENCIA

AMERICANA:

CONSECUENCIAS

ECONÓMICAS

AU745

Pablo Fernández Albaladejo

FRAGMENTOS DE

MONARQUL\

AU734

Thotnas F. Glick TECNOLOGL\, CIENCL\ Y

CULTURA EN LA ESPAÑA \j\JÍJ± \/L\í i LJÍ ^ LJÍ \ 1-^\JÍ J i< 11 1

MEDEVAL

AU725

Joel Mockyr LA PALANCA DE LA

RIQUEZA.

Creatividad tecnológica y

progreso económico

AU748

ALIANZA ECONOMÍA

Robert M. Solow EL MERCADO DE TRABAJO

COMO INSTITUCIÓN

SOCL\L

AE2 —

Antonio Espasa y José

Ramón Cancelo (Editores)

MÉTODOS CUANTITATIVOS

PARA EL ANÁLISIS DE LA

COYUNTURA ECONÓMICA

AE3

Pablo Gutiérrez Junquera

E L CRECIMIENTO DE LOS SERVICIOS

Causas, repercusiones y pob'ticas

AE4

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ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE HISTORIA ECONÓMICA

XI CONGRESO INTERNACIONAL

Universidad Bocconi - Milán - 12-17 septiembre 1994

PROGRAMA PROVISIONAL (Sesiones A y B)

SESIONES A

Al. ha imprtsa g/ohal: Las gratiáis firmaty ¡a riqueza de las lucioHts en la títima centuria, 1890-1990. Coordinadores: A. D. CHANDLER, Jr. (USA)

P. FRIDENSON (Francia) F. AMATORI (Italia)

A2. Los problemas de la transición a la economía de mercado. Coordinador I. BEREND (USA-Hungria)

A3. Las relaciones cambiantes entre las repones europeas. División y cooperación. Siglos xiv-XVlu. Coordinador: A. MACZAK (Polonia)

SESIONES B

Bl. Los poderes públicos y la producción económica en la mtigüedad clásica. Coordinadores: J. ANDREAU (Francia)

P. ORSTED (Dinamarca)

B2. £ / desarrollo de la enerffa eléctrica. Comparaciones intemacianaUs (1880-1980). Coordinadores: A. BELTRAN (Francia)

P. HERTNER (Italia) H. MORSEL (Francia)

B3. Las redes de comunicaciones europeas (siglos XtXy XX). Nuevos enfo^s para el estudio de un sistema transnaeienal de transporte y comunicación. Coordinadores: A. CARRERAS (España)

A. GlUNTINl (Italia) M. MERGER (Francia)

B4. El control de las agfus en Europa (siglos XU-XVl). Coordinadores: E. CROUZET-PAVAN (Francia)

J. C. ViGUlER (Italia) C. PONÍ (Italia)

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B5. CoHjtcMHcias lociotcoHÓmicas de les coefititiiles sexuales («sex ratios») en perspectiva histórica. Coordinadores: A. FAUVE-CHAMOUX (Francia)

S. SoGNER (Noruega) A. EIRAS ROEL (España)

B6. La integración del mercado internacional de trabajo j el impatto de las migraciones sobre los mercados nacionales de trabajo desde 1870. Coordinadores: T. J. HATTON ( R U )

J. WlLLIAMSON (USA)

B7. La evolución estmctiaral del sistema económico del Extremo Oriente desdi 1700. Coordinadores: H. KAWAKATSU (Japón)

A. J. H. LATHÁN (RU)

B8. Trabajo j ocio en perspectiva histórica. Coordinadores: I. BLANCHARD (RU)

B. N. MiRÓNOV (URSS)

B9. Crecimiento económico j cambio estructural. Enfoques comparativos a UrgjOpla^o basados en series de renta nacional. Coordinadores: A. MADDISON (Holanda)

H. VAN DER W E E (Bélgica)

BIO. Inversión extranjera en América Latina: sus efectos sobre el desarrollo económico, 1850-1930. Coordinador: C. MARICHAL (México)

BU. La economía política del proteccionismo j el comercio, sigfos XVUl-XX. Coordinadores: J. V. C. N Y E (USA)

P. LINDERT (USA)

B12. La evolución de las instituciones financieras modernas. Coordinadores: U. OLSSON (Suecia)

G. D. FELDMAN (USA)

B13. La nación, Europa j el mercado en el pensamiento económico. Coordinadores: P. RoGGl (Italia)

L. BAECK (Bélgica) G. GlOLi (Italia)

B14. Los salarios realts en los siglos XIX j XX. Coordinadores: V. ZAMAGNI (Italia)

P. SCHOLLIERS (Bélgica))

B15. La cultura material: consumo, estilo de vida, nivel de vida (1500-1900). Coordinadores: A. J. SCHUURMAN (Holanda)

L. S. WALSH (USA)

B16. Gestión, finans^as y relaciones industriales en la industria marítima. Coordinadores: S. P. VILLE (Nueva Zelanda)

D. M. WILUAMS (RU)

Aunque el orden, titulo y coordiiudores de las sesiones son provisionales, los interesados pueden dirigirse a los coordinadores, a la Secretaria de la Asociación Internacional (Prof. Josep GoY, Sécrétaire General, Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales, Centre de Recherches Historic^ues, 54 Blvd. Rasrail, 75270 París CEDEX 06, Francia), o a la Secreuria de la Asociación Española (Prof. Pablo MARTIN ACEÑA, Facultad de Qencias Económicas y Empresa­riales, Universidad de Alcalá, Plaza Victoria, 3, Alcalá de Henares, Madrid).

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XI CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA ECONÓMICA

Milán, Septiembre 1994

TEMAS C (Seminarios)

Espacio urbano y organización económica en la Europa medieval {Alberto Grobman, Italia).

The role of crafts and craftsmen in ancient near eastem economies {Johamts Ktnger, Universidad de Berlín).

Tenuríal relations and markets in late medieval and early modcm Europe {Epstek, Trinity College, Cambridge, UK).

The Florentine economy and east-central Europe in the 14th and 15th ccMMnti{Smamut Teke, Hungarian Academy of Sciences, Budapest).

Organisation commerciale et économie régionale dans l'éspace alpin, xv-xviir siecles {Christian Pfister, Universidad de Zurich).

Plague and trade in Europe and North África during the early modern period (15th-18th centuries) {Condal Lápe^ Naja/, Universitat de las Illas Balears, Mallorca).

La base pré-statistique pour les recherches socio-démographiques en Europea xvi-xviil siecles {Aiidryei V^jn^anski, Academia Polaca de Ciencias, Varsovia).

Information technology and transaction costs in the devclopment of firms, markets, and economies (James Foreman-Peck, St. Antony-s College, Oxford).

Le fmancement de l'entreprise au fil de l'industrialisation (milieu xviir-milieu xx' siecles) {Alam PUssis, París).

Compctition and cooperation of entcrprises on national and intemational markets (19th-20th centuries) (Haas Pohl, Universidad de Bonn).

International cartels revisited (Km/o, Asahigaoka 1.615.3, Kiyoshe-shi, Tokyo 204).

L'entreprise privée en période de crise économique: stratégies de survie ou stratégies de renouvellement? {Lanlbier, Université de Quebec á Trois Riviéres, Trois Riviéres, Canadá).

The firm and the businessman in capitalist economies {Kohertson, The University of New South Wales, Canberra).

The free-standing company within the intemational economy, 1870-1970 (Harm Scbroeter, Freie Universitaet Berlín).

Capital flows and cntrepreneurial stratégies in Southern Europe and the Balkans (19th and 20th centuries) (Geor^f DtrtíUs, Universidad de Atenas).

Agricultutal labour: génesis, forms of employment, changing role in agricultural production (Grigoty Kotwskj, Academy of Sciences, Moscú).

Agrarian technology in North-west Europe in the Middle Ages. Developments and comparisons ((LjmgdoK, History, University of Alberta, Canadá).

Nécessités économiques et pratiques ¡uridiques: problemes de la transmission des exploitations agricoles, xviir-xx- siecles (Joseph Goy. EHESS-CRH, 54 Bd Raspail, 75270 París).

An intemational view of commercialization in agriculture (Marvin Mclmii, Queens University, Canadá).

Technological change and the labour process in the sugar industry, 1815-1914 (B/// Albert, University of East Anglia, UK).

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Industry and design since the Industrial levolution (Ley Cburcb, Univetsity of East Anglia, UK).

Film: an industry on the crossroads of economics, p>olitics, and art {Ktimis, Cesky Filmovsky Ustav, Praga).

Skill formation Por industry: Europe, USA, and Japan {Keike Okajama, Meiji University, Tokyo 101).

The social organization of iron production in Europe, 1600-1900 {Coran Ryjeti, Universidad de Uppsala, Suecia).

Forced labour and labour markets, historical approaches (Hermán Diederiks, Universidad de Ley den).

The emergence of a transatlantic labor market in the nineteenth century: confronting the North and the South experiences (Femando Devoto, Centro de Estudios Migratorios Latinoamerica­nos, Independencia 20, Buenos Aires).

Production and consumption of beer sonce 1500 (Erik Aerts, Vlaamse Ekonomische Hoges-chool, Koningsstraac 336, 1210 Bruselas).

Comparativo history of European stock exchanges (RMUU Michié).

International banking in the northem Pacific área, 1859-1959 (Tamaki, Keio University, Tokyo 108).

Trade and pre-colonial commercial structures of the Indian sub-continent (Josepb, Mysore University, Mysore 570006, India).

Saharian business and merchant capital in Nineteenth-ccntury International commerce (McDonga-II, University of Alhena, Canadá).

Commercial netwotks in Asia, 1850-1959 (Sugitfama, Keio University, Tokyo 108).

Oceanic trade, colonial wares and industrial development, 1600-1800 (Maxine Berg, UK).

Micro-et macroéconomie de la protection sociale (de l'Antiquité a nos jours) (Cnes/in, Université Blaise Pascal, 63037 aermont-Ferrand, Francia).

The political economy of late-nineteenth century govemment regulation ((Gaty Ubecap, Univer­sity of Arizona, USA).

Food policy duríng the World wars in the Twentieth century (Odtfy, The Polytechnic of central London, UK).

The system of centrally planned economies in central-east and south-east Europe after World War II and the causes of its decay (Vaciap Prma, Prague School of Economics, Checoslova­quia).

Creating local-govenunent infrastructure in the industrialization process: a fmancial and budgc-ury perspective (Kichard Tilly, Universitaet Muenster, Alemania).

Economic associations and political change in late Nineteenth-century Europe (Paola Suhaccbi, Universitá Bocconi, Milán).

Croos-country comparisons of industrialization in small countries, 1870-1940: altitudes, organi-zational pattems, technology, productivity (Olle Krant^, Umea University, S90187 Umea, Suecia).

Transpon et crissance del economies africaines aux XIX' et XX' siédcs (TsumtOltla, B. P. 4749, Lubumbashi, Zaire).

Strategies for developing and exploiting new technologies: USA and Japan (André MilUrd, University of Alabama at Birmingham, USA).

Diffusion of technology and European integration, 1840-1914 (Kristine Bntland, Universidad de Oslo).

Colonialism and technology choices (Dwijandra Tripatbi, Indian Institute of Management, Ahmadabad 380056, India).

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Trajectoires individuelles (aspects démographiques et sociaux) dans une période de mutations économiques {Bturdelais, EHESS-CRH, 54 Bd Raspail, 75270 Paris).

Nineteemh and Twentieth-century Business Cycles: the interplay of historical data, reconstruc-tion, and analysis (Trevor Dick, University of Lethbridge, Canadá).

Histoire des télecommunications {Grisit, IHMC, 45 re d'Ulm, 75005 Paris).

Econonuc history and the arts {Micbatl Nortb, Universitaet Kiel, Alemania).

Japan's war economy (Erie PaMtr, Philipps Universitaet Marburg, Alemania).

Cities at war, 1914-1918 (Jay Miirray mnter, Pembroke College, Cambridge CB2 IRF, UK).

Production networks: market roles and social norms {Cario Pont, Universita di Bologna).

Coastal communities in a cross-cultural and historical perspective: the interaction of economic activity and societal change (Jobn Kogen, Uppsala University, Uppsala, Suecia).

Recent developments in cliometrics {Sam tl^i/lúmtm, Miami University, Oxford, Ohio 45056, USA).

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INTERNATIONAL ECONOMIC HISTORY ASSOCIATION

Eleventh International Economic History Congress

SESSIONS D

COMPETITION FOR RECENTLY COMPLETED DOCTORAL THESES

Young scholars are invited to present summaries of theif doctoral research at the Milán Congress of the International Economic History Association in September 1994. Summaries of these theses will be published in a volume of the congress proceedings, and four diploma and four prizes of 1.000 doUars will be awarded.

To be eligible for these sessions candidates must have been awarded their doctórate or equivalen! after 1 September 1988 and not later than 31 Oecember 1992.

Scholars interested in participating in these sessions should write details without delay to:

Professor Joseph GoY General Secretary International Economic History Association Centre de Recherches Historiques 54 Bd Raspail 75270 París Cedex 06 - France

They should specify the thesis's title, su|>ervisor and assessors, and the institution which awarded the dcgree. PUate Jo net send tbesis.

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CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES

ULTIMAS PUBLICACIONES

MANUEL GARCIA PELAYO: Obras comphtai (3 tomos). 18.500 ptas. ConstitmiÓH Espaáo/a, 1978-1988. Obra dirigida por Luis Aguiar de Luque y Ricardo Blanco

Canales (3 vols.). 35.000 ptas. PALOMA BIGLINO CAMPOS: lj>t vicios ai el procedimitnto Ugislalivo. 1.400 ptas. C. MCILWAIN: Constitucionalismo antiguo j moderno. Traducción de Juan J. Solozábal. 2.200 ptas. ANTONIO FANLO LORAS: Fundamentos constitucionales de la Autonomía Local. 3.700 ptas. PABLO SALVADOR CODERCH y otros: El mercado de las ideas. 3.400 ptas. JAVIER PARDO FALCÓN: El Consejo Constitucional Francis. 3.500 ptas. ANDRÉS BBTANCOR: El Acto Ejecutivo. 2.700 ptas. ÁNGEL GÓMEZ MONTORO: Conflictos de atribuciones entre órganos del Estado. 3.000 ptas. JESÚS PRIETO DE PEDRO: Cultura, culturas j Constitución. 2.700 ptas. MANUEL MEDINA GUERRERO: La incidencia del sistema de fimmciadin en el ejercicio de las competencias

de las CC.AA. 3.300 ptas. KONRAD HESSE: Estudios de Derecbo Constitucional (2.* ed.). 1.100 ptas. FuLVio ATTINA: Introducción al sistema político de la Comunidad Europea. 1.700 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUCIONALES DE BUENOS AIRES: El presidencialismo puesto a prueba.

2.400 pus. ELIDE KEDOURIE: Ncuionalismo. Prólogo de Francisco Murillo Ferrol. Traducción de Juan J.

Solozábal Echevarría. 900 ptas. RAMÓN GARCIA COTARELO: Del Estado del bienestar al Estado del malestar. 1.800 ptas. ALFONSO RUIZ MIGUEL: La justicia de la tuerray de la pa^. 2.000 ptas. GREGORIO PECES-BARBA: La elaboración de la Constitución de 1978. 2.000 ptas. PILAR CHAVARRI SIDERA: Las elecciones de diputados a Cortes Generales j Extraordinarias (1810-

181)). 2.200 ptas. ALF ROSS: ¿Por qué Democracia? 1.500 ptas. ÁNGEL RODRÍGUEZ DÍAZ: Transición política j consolidación constitucional de los partidos políticos. 1.600

ptas. MANUEL RAMÍREZ: Sistema de partidos políticos en España (1931-1990). 1.700 ptas. JAVIER CORCUERA ATIENZA: PolíticaJ Derecho. La construcción de la Autonomía vasca. 2.300 ptas. JOSÉ MARÍA GARCÍA MARÍN: Monarquía católica en Italia. 2.800 ptas. ANTONIO SERRANO GONZÁLEZ: Como lobo entre ove/as. Soberanos j marginados en Bodln, Shakespeare,

Vives. 2.500 pus. JF ÚS VALLEJO: De equidad ruda a ley consumada. Concepción de la potestad normativa 1250-1350. 2.800

ptas. JOSÉ MARÍA PORTILLO VALDÉS: Monarquía y gobierno provincial. Poder y Constitución en las provincias

vascas (1760-1808). 3.600 ptas. BARTOLOMÉ CLAVERO SALVADOR: Ra^ón de Estado, ra^ón de individuo, ra^ón de historia. 1.800 pus. CARMEN MUÑOZ DE BUSTILLO ROMERO: Bayona en Andalucía: El estado bonapartista en la prefectura

de Xere?. 2.800 pus. JERÓNIMO BETEGÓN: La justificación de castigo. 2.700 ptas. JOSÉ MARTÍNEZ DE PISÓN: Justicia y orden político en Hume. 2.600 ptas. MARTÍN D . FARRELL: La filosofía del liberalismo. 2.300 pus. CARLOS THIEBAUT: LOS límites de la Comunidad. 1.800 pus. EMIUO LLEOÓ: El silencio de la escritura. 800 pus. AUUS AARNIO: LO racional como ra:^onable. 2.200 pus. RAFAEL DE ASÍS ROIG: Deberes y obligaciones en la Constitución. 2.800 pus.

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M.« TERESA RODRÍGUEZ DE LECEA: Antropología jfilosefia de la historia en JuHán San^ Jel Rio. 1.700 pus.

MARINA GASCÓN ABELLAN: Obtáieiuia al derecho y objeciin de concieiuia. 2.600 ptas. JEAN LOUIS DE LOLME: Constitución de Inglaterra. 2.500 ptas. JOAQUÍN COSTA: Histeria crítica de la Repolnción EspaOola. 2.600 ptas. GASPAR DE AÑASTRO ISUZA: LOS seis libros de L Kepihlica de Bodino traducidos del francés j

católicamente enmendadas. Ed. preparada por José Luis Bermejo. 6.000 ptas. FRANQSCO MURILLO FERROL: Saavedra Fyardoj la política del Barroco. 2.* edición. 1.800 ptas. JUAN ROMERO ALPUENTE: Historia de la Kepolncián espaihlay otros escritos. Edición preparada e

introducida por Alberto Gil Novales. Dos volúmenes. 5.000 ptas. JOSÉ MARCHEN A: 0\>ra española en prosa. 1.700 pus. JUAN MALDONAIX): E / levantamiento de España. Edición bilingüe. Traducción e introducción de

M.' Angeles Duran. 3.600 ptas. HoBBES: Bebemoth. Traducción e introducción de Antonio Hermosa Andújar. 2.500 pus. GUILLERMO OCCAM: Ohra Política. Traducción de Primitivo Marino. 3.700 ptas. ARISTÓTELES: Política. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.800 ptas. ARISTÓTELES: Etica a Nicómaco. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.200 ptas. ARISTÓTELES: Retórica. Edición bilingüe. Reimpresión. 1.800 ptas. SENAC DE MEILHAN y A. BARNAVE: DOS interpretaciones de la Revolución Francesa. 1.600 ptas. TOMAS DE CAMPANELA: La Monarquía del Mesías y las Monárquica di las Naciones. Traducción e

introducción de Primitivo Marino Gómez. 1.800 ptas. JUAN ALTUSIO: La política. 4.800 ptas. J. BENTHAM: Falacias políticas. 2.200 ptas. E. SIEYÉS: Escritos y discursos de la revolución. 2.200 pus. G. JELUNEK: Reformas y mutación de la Constitución. 1.800 ptas. CONDORCET, CASTILLÓN y BECKER: ¿ES conveniente engañar <upuebM Traducción e introducción de

Javier de Lucas. 2.300 ptas. PLUTARCO: Consejos políticos. Edición bilingüe. 2.000 ptas. Constituciones Iberoamericanas. Edición preparada por Luis López Guerra y Luis Aguiar de Luque.

4.600 ptas. Jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Edición preparada por Manuel

Diez de Velasco y Gil Gtrlos Rodríguez Iglesias. 4.000 ptas. GONZALO MENÉNOEZ PIDAL: La España del si¿o XIX vista por sus contemporáneos. Dos volúmenes.

6.000 ptas. cada uno. MARIO G . LOSANO, ANTONIO E . PÉREZ LUÑO y M.» FERNANDA GERRERO MATEUS: Libertad

informática y leyes de protección de datos personales. 1.300 ptas. VICENTE ESCUIN PALOP: Régimen jurídico de la entrada y permanencia de extranjeros en España. 950

ptas. MANUEL C. PALOMEQUE: LOS derechos laborales en la Constitución española. 1.000 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUQONALES DE BUENOS AIRES: Fundamentos y alcances del control judicial

de constitucionatídad. 1.500 pus. LUQANO PAREJO ALFONSO: Crisis y renovación en el derecho público. 1.100 ptas. VICTORIA CAMPS y SALVADOR GINER: El interés comía. 800 pus. RICHARD GUNTHER: Política y cultura en España. 1.000 ptas. JOSÉ MARIA CONTRERAS MAZARIO: La enseñanza de la religión en el sistema educativo. 1.300 ptas. CENTRO DE ESTUDIOS INSTITUQONALES DE BUENOS AIRES: La Autonomía personal. 1.400 ptas. JOAN SUBIRATS HUMET: Un problema de estilo. La formación de políticas pMicas en España. 1.300

ptas. DANIEL MENDOZA: Introducción al análisis normativo. 1.100 ptas. LUIS PRIETO SANCHIS: Principios y normas. Problemas del razonamiento jurídico. 1.300 ptas.

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NUEVO DICCIONARIO BILINGÜE DE ECONOMÍA Y EMPRESA Inglés-español Español-inglés José María Lozano Irueste 3* edición revisada y ampliada Cartoné, 21 x 26,5 cm, 896 páginas

El Nuevo Diccionario Bilingüe de Economía y Empresa, único en la bibliografía española, ofrece una recopilación exhaustiva de términos y expresiones del lenguaje económico-empresarial, pertenecientes, tanto a la economía en todas sus ramas y de las ciencias próximas a ellas, como las del léxico común que se utiliza con frecuencia en los textos económicos. Consta de dos partes: la primera, inglés-español, ofrece 61,808

términos y expresiones. La segunda, español-inglés, aporta en esta tercera edición 53.507 voces.

Este diccionario, fruto del trabajo del autor durante treinta y cinco años, se ha elaborado en la creencia de que puede ser útil para el gran número de economistas y estudiantes de economía que hay en nuestro país. También para el mundo empresarial, filiales españolas de multinacionales, empresas exportadoras e importadoras y los organismos oficiales y privados que están en relación con la Comunidad Europea y, en general, para todas aquellas empresas que comercien con el extranjero.

EL SISTEMA JUST IN TIME Y LA FLEXIBILIDAD DE LA PRODUCCIÓN Tomás M. Bañegil

Rústica. 14 X 22 cm. 264 páginas

Presenta una reflexión actual, sistemática y detallada de todos los conceptos teóricos y prácticos que sobre la flexibilidad de la producción en general, y del sistema |ust m t ime (JIT) en particular, existen actualmente. ¿Es el JIT la causa principal del éxito japonés? ¿Está siendo adaptado correctamente por la industria española? ¿Es el JIT un buen sistema de trabajo en los actuales momentos de crisis?

LA NUEVA DIRECCIÓN DE PERSONAS. MARCO PARADÓJICO DEL TALENTO DIRECTIVO

José María Gasalla

Rustica, 14 X 22 cm. 352 páginas

Sugerente e insistentemente, analítica y científicamente, conjugando el rigor y el pensamiento creativo, el autor nos invita a redescubir el talento directivo necesario para mejorar la eficacia en la dirección de personas en el marco paradójico en el que se mueven las organizaciones actuales

LA NUEVA imECClÓN .U.rKRSONAfí

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r G V i S t a N* 11 febrero 1993

FINANZAS PUBLICAS

El Estado Privatizador: Las Condiciones y los Riesgos Reynaldo Susano Lucero

Los Bancos y el Franchising Alfonso Gastañaduy Benel

Una Nueva Banca de Desarrollo Para Un Nuevo Modelo de Crecimiento de América Latina

Rommel Acevedo F. de P.

El Uso del Con ercio Compensado Como Pago de la Deuda Rubén Berríos

Revisión de las Principales Políticas Globales de Comercio Exterior Percy Correa

Neoproteccionismo y Megaeconomía Alejandro Indacochea Cáceda

La Inversión Bursátil: Evolución y Perspectivas Julio César de la Rocha Corzo

Recent Developments in Econometrics: an Historical Account J.J. Thomas

^ ^ F//V/*WZ4SPL/S/./t/ASesunapublicadóndelProgfamadePo«l-Gradode "" """ la Facultad de Economía, UNIVERSIDAD DE LIMA. Perú.

Informes y suscripciones Univ. de Linia, Av. Javier Prado s/n, Monterrico. Pabellón B, primer piso. Telfs. 376767 anexo 2114 y 379291. Fax 378066.

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NOTICIARIO

HISTORIAAGRARIA Revista Semestral del Seminario de Historia Agraria (SEHA)

I N E R O - J U N I O 1 9 9 3 • N . * S

DEBATES DEL SEHA SAAVEDRA, Pegoto Contideraciones sobre U renu de la tierra y la comercialización de exoedemes agrarios en la España del Antiguo Rígimen. MOX, Isabel, y MIKELARENA. Fenuuido Elementos para el estudio de las sociedades agrarias; De los procesos de trabajo al ciclo de vida.

ESTUDIOS VICEDO, Enric Las condiciones de reproducción de la unidad familiar campesina en la Catalunya Nova: Las Terres de Lleida". MARTÍNEZ LÓPEZ. Maitfn Reproducción social y parentesco en un proceso de ascemión socio-económica en la Vega de Granada. (Siglos XVI I I y X IX) GARRABOU. Ramón; SAGUER, Enríe, y SALA, Flere Formas de gestión y evolución de la rena a partir del análisis de contabilidades agrarias: los patrimonios del Marqués de Senimenat oi el Valles y Urgell(lSaO'l917).

ESTADO DE LA CUESTIÓN BRETÓN SOLO DE ZALDIVAR, Vfctor ¿De campesino a agricultor? La pequetfa producción familiar en el marco del desarrollo capitalista. DIPPER, Chrístof Una agricultura en transfomiación. Nuevas perspecti­vas de la historia agraria de Prusia y Alemania en el siglo XIX.

NOTAS DE INVESTIGACIÓN MOLL, I.; ALBERTl. A., y MOREY, A. El repartimiento individual de la Contribución Terri­torial, Industrial y Mercantil de Baleares en 1852: una fuente para el estudio de las estructuru sodo-eoonó-micas y de la distribución social de recursos.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS SIMPSON, James ftoductividad en la agricultura europea. CALATAYUD OINER, Salvador SeAores y campesinos en la penbisula Ibérica.

ENCUENTROS

ERDQZAIN, Pila Los espacios rurales y urbanos a través de las fuentes catastrales. Aspectos teóricos y metodológicos. DOMÍNGUEZ CASTRO, Luis Antiguo Régimen y Revolución Liberal: Crónica de un Homenaje. SARASUA, Cvmen La Accademia dei Georgofili y la agricultura loscana: el olivo y el aceite en los estudios de los GeorgoTilos. MAYAUD, Itm-Lac Reflexiones sobre la historia salarial y de los asalaria­dos en la Eiropa de los siglos XIX y XX.

CRITICA Y RESEÑA DE LIBROS ANA AOUAIX): Regadío, producción y poder en la Ribera del Xíguer. (La Acequia Real de Alzira, ¡258-¡847). ANOH. I. ftRNANcez GGNZALEZ: A vida coíidiá en Galicia de ¡550 a ¡850. PERE SALAS I VlVES: El man rural mallorquí. SegUs XV¡¡¡ i XIX. M.* TERESA PÉREZ PlCA7X>: Femtt, Enterprise, famiUe. Grande exploilalioH el Changement agricoles, XV¡¡'-X¡X' sueles. JOSÉ COLOMÉ FERRER: Agricultura i industriaUíació a la Caíaíunya dd tegU XIX. Formació i desestrucluració d'un sistema económic. RtANCISCO AcxiSTA RAMÍREZ: Sociedad riojana y crisis dei caci­quismo liberal: Logro*), ¡903-1923. LlRS GARRIDO GONZALEZ: Labradores, campesinos y jormderos. Protesta social y diferenciación interna del campesi­nado jienense en los orígenes de la guerra civil (¡931-¡936). ALEJANDRO GARCIA: La fantasía organixada.

SUSCRIPCIONES:

SEMINARIO DE HISTORIA AGRARIA (SEHA) Facultad de Qcnciss Económicas y Eni|iretuiales

Universidad de Zaiagoza C/. Dr. Canda. 1. E-SOOOS Ztngozt

TeUfonos (976) 233SSI 6 231341 Número Fas (976) 232762

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