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REVISTA ANUAL DE HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL Eadem utraque Europa pretende ser la revista del Centro de Estudios en Historia Cultural e Intelectual “Edith Stein” de la Escuela de Huma- nidades de la Universidad Nacional de San Martín. El título alude a las realizaciones de la civilización europea, vista como una realidad cultural escindida y bifronte. En los comienzos de la expansión atlántica, las miradas recíprocas entre la vieja Europa y las nuevas se distanciaron o se diferenciaron, pero nunca dejaron de dirigirse las unas a las otras, de colorearse mutuamente, de reconocerse emparentadas, de sustentar visiones y acciones entendidas como variantes de una matriz común, tejida precisamente en tiempos del Renacimiento con los hilos del paganismo antiguo y del cristianismo medieval. Periodicidad: La periodicidad de la revista es anual. Objetivos: Nuestra revista quiere dar cabida a trabajos que se inspiren en la idea de que las otras Europas, las creadas en ultramar, las nuestras, captan a la Europa original también en los términos de otra Europa, la más antigua, la más cargada de experiencias y productora de obras inigualables en la política, en las artes y en las ciencias, pero no forzosamente la más compleja ni la más problemática, ni la más prometedora para la humanidad planetaria del futuro. El título de la revista alude, pues, a ese entrecruzarse de paren- tescos y alteridades y no hay duda de que alguna noción de la “herencia europea” planea sobre sus propósitos.

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REVISTA ANUAL DE HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL

Eadem utraque Europa pretende ser la revista del Centro de Estudios en Historia Cultural e Intelectual “Edith Stein” de la Escuela de Huma-nidades de la Universidad Nacional de San Martín. El título alude a las realizaciones de la civilización europea, vista como una realidad cultural escindida y bifronte. En los comienzos de la expansión atlántica, las miradas recíprocas entre la vieja Europa y las nuevas se distanciaron o se diferenciaron, pero nunca dejaron de dirigirse las unas a las otras, de colorearse mutuamente, de reconocerse emparentadas, de sustentar visiones y acciones entendidas como variantes de una matriz común, tejida precisamente en tiempos del Renacimiento con los hilos del paganismo antiguo y del cristianismo medieval.

Periodicidad: La periodicidad de la revista es anual.

Objetivos: Nuestra revista quiere dar cabida a trabajos que se inspiren en la idea de que las otras Europas, las creadas en ultramar, las nuestras, captan a la Europa original también en los términos de otra Europa, la más antigua, la más cargada de experiencias y productora de obras inigualables en la política, en las artes y en las ciencias, pero no forzosamente la más compleja ni la más problemática, ni la más prometedora para la humanidad planetaria del futuro. El título de la revista alude, pues, a ese entrecruzarse de paren-tescos y alteridades y no hay duda de que alguna noción de la “herencia europea” planea sobre sus propósitos.

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DIRECTOR DE LA REVISTA:

VICEDIRECTOR: (apartado Conservación)

SECRETARIOS DE REDACCIÓN:

COMITÉ CIENTÍFICO LOCAL:

Néstor Barrio (Universidad Nacional de San Martín-IIPC)

Fabián Alejandro Campagne (Universidad de Buenos Aires, CONICET)

Martín José Ciordia (Universidad de Buenos Aires, CONICET)

Enrique Corti (Universidad Nacional de San Martín)

Diego Hurtado de Mendoza (Universidad Nacional de San Martín, CONICET)

Ricardo Ibarlucía (Universidad Nacional de San Martín)

Marta Luisa Madero (Universidad Nacional de General Sarmiento)

Carlos Rafael Ruta (Universidad Nacional de San Martín)

Contacto editorial: [email protected]@minoydavila.com

COMITÉ CIENTÍFICO EXTRANJERO:

Ann Adams (University of California Santa Barbara)

Irène Aghion (Bibliothèque Nationale de France)

Bruno Anatra (Università degli Studî di Cagliari)

Ian Balfour (York University, Toronto)

Diana Bianchi (Universidad de la República, Montevideo)

Constance Blackwell (Secretaria General y Editora de Intellectual News)

Fernando Bouza Álvarez (Universidad Complutense, Madrid)

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Carlo Ginzburg (Scuola Normale Superiore di Pisa)

Stephen Jaeger (University of Illinois, Chicago)

Giancarlo Nonnoi (Università degli Studî di Cagliari)

Teófilo Ruiz (University of California, Los Angeles)

Alain Schnapp (INHA, París)

Silvina Vidal (CONICET, becaria) Nicolás Kwiatkowski (IDAES-CONICET)Fernando Marte (UNSAM-IIPC)

José Emilio Burucúa (UNSAM-Escuela de Humanidades)

Néstor Barrio (UNSAM-IIPC)

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AÑO 12 • N° 17Agosto de 2016

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Latindex: Incluida en el Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de- América Latina, el Caribe, España y Portugal (Latindex), indizada bajo el folio # 17144 (http://www.latindex.org/latindex/busquedas1/larga.php?opcion=1&folio=17144)

Diseño: Gerardo Miño Composición: Eduardo Rosende

Edición: Agosto de 2016

ISSN: 1885-7221

Depósito Legal: Se-6365-2005

Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina

Copyright: © 2016, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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En España:P.I. Camporroso. Montevideo 5, nave 15(28806) Alcalá de Henares, Madrid.

Contacto en la red: [email protected]: @MyDeditoresFacebook: www.facebook.com/MinoyDavila

Rector: Carlos Rafael Ruta

ESCUELA DE HUMANIDADESDecano: Carlos Greco

CENTRO DE ESTUDIOS EN HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL “EDITH STEIN”Director: José Emilio BurucúaInvestigadores: Silvina Vidal Nicolás Kwiatkowski

Contacto postal: Martín de Irigoyen 3100, C.P.: 1650 San Martín, Provincia de Buenos Aires, República Argentina.

Contacto en la red: www.unsam.edu.ar/escuela_de_humanidades/centros[[email protected]]

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CONTENIDO

Imagen de tapa

La ideodiversidad como valor planetariopor Jan E. M. Houben

Mesoamericanos y españoles en Buenos Aires: acerca de la historia en las Tablas de la

Conquista de México del Museo Nacional de Bellas Artes

por Marta Penhos

Reconstruir una escuela humanista de finales del siglo XV: Angelo Poliziano (1454-1494),

profesor en Florencia, y sus discípulospor Laura Refe

Vientos de cambio: melancolía y modernidad en la obra de Jonathan Swift

por Andrés Gattinoni

“Había Gigantes en la Tierra”: Wesley Swift, Christian identity y la influencia

de Génesis 6: 1-4 en la sistematización de la demonología antisemita norteamericana

por Ana Laura Bochicchio

“Foolish old wives tales”: Francis Hutchinson y la ridiculización de la brujería

por Patricio González Sidders

Pensar con imágenes dentro del paisaje mediático contemporáneo

por Anabella Speziale y María Laura Nieto

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Arte y política en la Cuba de la transición. La Duodécima Bienal de arte de La Habana

por Gabriela Alatsis y Adriana Galizio

Arata: una imagen en mil librospor Diego Medan

Apartado conservaciónLa bandera de La Fraternidad

en clave históricapor Ana María Morales y Damasia Gallegos

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Eadem Utraque Europa agradece a Matteo Goretti, presidente de la Fundación CEPPA, por la ayuda financiera brindada para la publicación de este número.

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IMAGEN DE TAPA

JOSÉ GIL DE CASTRO, “JOSÉ BERNARDO DE TAGLE Y

PORTOCARRERO, MARQUÉS DE TORRE-TAGLE Y DE TRUJILLO”, LIMA, 1822, ÓLEO SOBRE TELA, 107 x 83,5 cm,

MUSEO HISTÓRICO NACIONAL, BUENOS AIRES, ARGENTINA.1

por Natalia Majluf y Luis Eduardo Wuffarden

José Gil de Castro (1785-1840), conocido como “el mulato Gil”, fue el artista que dio forma a las efigies de los principales héroes

de la Independencia sudamericana. En consecuencia, fue una figura de-cisiva en la conformación visual de las revoluciones republicanas y crea-dor de los íconos fundacionales del imaginario político regional.

Esta representación de José Ber-nardo de Tagle y Portocarrero (Lima 1779 – Callao 1825), el más cercano de los colaboradores peruanos de José de San Martín, merece consi-derarse como el primer retrato de estado del Perú independiente. La

1. Una versión previa de este texto se publicó en AA.VV., José Gil de Castro Pintor de libertadores, Lima, Museo de Arte de Lima - MALI, 2014. Agradecemos a los autores y editores la gentileza de permitirnos publicarlo nuevamente.

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disposición de la cartela en la parte baja del lienzo es inusual en la obra de Gil de Castro, si bien la caligrafía del texto no deja duda acerca de su autoría. Aunque sabemos poco de las circunstancias precisas en que la obra fue comisionada, el título de Supremo Delegado que aquí se men-ciona, ejercido por el retratado entre el 19 de enero y el 21 de agosto de 1822, establece los límites tempora-les de su ejecución. Si bien posterior-mente recayó en Tagle el mando su-premo del país hasta en tres oportunidades, ejercería el poder bajo otras designaciones.2 Este primer nombramiento respondía a la obli-gada ausencia del Protector San Mar-tín, quien tuvo que marchar hasta Guayaquil para sostener una entre-vista secreta con el general Simón Bolívar, encuentro que sellaría el des-tino de la Independencia del Perú.

Es probable que el lienzo haya sido realizado hacia el mes de julio, cuando Gil de Castro firmaba en Lima el retrato de la esposa de José Bernardo, la marquesa de Torre-Ta-gle, para incorporarlo al importante conjunto de retratos cortesanos de cuerpo entero que hasta hoy adornan los salones de la casa familiar en la

2. Volvió a ocupar el mando supremo entre el 27 y el 28 de febrero de 1823 y entre el 17 de julio y el 16 de agosto de 1823, antes de ser designado oficialmente por el Congreso como presidente de la República entre el 16 de agosto de 1823 y el 10 de febrero de 1824.

calle Botica de San Pedro. A diferen-cia de aquellas grandes efigies de apa-rato, el breve tamaño de esta pintu-ra, así como su formato de medio cuerpo, ayudan a reforzar su delibe-rado sentido patriótico. Este se ve confirmado también por la reciente designación del retratado como mar-qués de Trujillo, título nobiliario del Perú otorgado por José de San Martín el 15 de enero de 1822, en sustitución del marquesado de Torre-Tagle, títu-lo de Castilla heredado de sus ante-pasados.3 El Protector del Perú reco-nocía así a los nobles criollos de tendencia liberal como Tagle, quienes estaban llamados a constituir una re-novada aristocracia nacional, dentro del proyecto político de corte monár-quico enarbolado por San Martín.

Tanto la pose como el formato del personaje, e incluso su sable cor-vo, colocado en reposo sobre el an-tebrazo izquierdo, replican la icono-grafía oficial sanmartiniana, definida por el propio Gil de Castro en 1817, sin duda para subrayar la identifica-ción de Tagle con el Protector del Perú. El uniforme de mariscal de campo corresponde al máximo grado militar, otorgado por San Martín el 22 de diciembre de 1821, en reco-nocimiento de haber sido Tagle quien

3. “Títulos del Perú” 1822, 4. El 1 de junio de 1822, seguramente como respuesta a posibles cuestionamientos, se publica una circular por orden de San Martín explicando las ventajas del título otorgado a Tagle. Véase “Circular” 1822, 2.

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proclamó la Independencia del nor-te del Perú un año antes. En ese mo-mento ejercía como Intendente de Trujillo y su adhesión facilitó el des-embarco de la Expedición Liberta-dora. Todos los detalles del traje coin-ciden con aquellos que se señalan para el rango en un decreto expedi-do poco antes: “casaca encarnada con cuello, solapa, bota-manga y contor-no de la casaca: centro blanco, pala blanca, con el mismo bordado que las otras, galón y borlas de oro en el sombrero con dos plumas una blan-ca y otra encarnada unidas y faja en-carnada con borlas de oro”. Lleva la condecoración de la Orden del Sol y una medalla con la inscripción “Yo fui del Ejército Libertador”, premio otorgado por San Martín a todos los

que contribuyeron con la Ex-pedición Libertadora.4 Sobre el uniforme lleva la banda ro-ja y blanca del mando supremo de la República, que habría sido la misma usada por el Pro-tector San Martín y que Tagle volvería a lucir cuando asumió el mando nuevamente, en agos-to de 1824.5

Sobre el destino inicial del retrato no existen referencias documentadas. Es posible que haya tenido presencia en las festividades por el primer ani-versario de la Independencia, como también que respondie-se al sentido conmemorativo que condujo por la misma épo-ca a la Municipalidad de Lima

a comisionar las efigies de Bernardo O’Higgins y José de San Martín, ba-jo el argumento de que la capital del Perú “no sería digna de la indepen-dencia que goza, si no conservase una eterna memoria de todos los que han sido instrumentos de tan grande

4. “Protector” 1821, 49-50.5. El 29 de agosto de 1822 San Martín

le escribía a Torre-Tagle pidiéndole “mandarme la Vanda de Protector que dí a Ud. pues yo no tengo ninguna”. En Javier Ortiz de Zevallos, Correspondencia entre San Martín y Torre Tagle. Compilaciones de documentos inéditos del General Don José de San Martín al Marqués Don José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, Lima, Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1963, 149.

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obra”.6 Lo cierto es que, poco después de terminarse, el lienzo era entregado a San Martín, quien lo llevaría con-sigo al momento de su partida del Perú en setiembre de 1822. Tagle ha-bía sido uno de sus más leales socios políticos y uno de sus amigos más cercanos, tanto que nombró a San Martín padrino de su hija. En su car-ta de despedida, San Martín le asegu-ra que “hasta que deje de existir será el mejor de sus amigos”.7 Podría pen-sarse que este uso entra en contradic-ción con la hipótesis del carácter pú-blico que habría tenido el retrato. Fue sin embargo usual que obras hechas con un propósito claramente conme-morativo y público circularan en el ámbito privado.

Consta que, antes de trasladarse definitivamente a Europa, San Mar-tín dejó la pintura depositada en Mendoza, donde permanecería has-ta agosto de 1833, fecha en que su yerno, Mariano Balcarce, es encar-gado de recogerla durante uno de sus viajes a Argentina.8 En ese tránsito

6. “Municipalidad de Lima” 1822, 1.7. Carta de José de San Martín a José

Bernardo de Tagle, Lima, 20 de setiembre de 1822. En Javier Ortiz de Zevallos, Correspondencia entre San Martín y Torre Tagle. Compilaciones de documentos inéditos del General Don José de San Martín al Marqués Don José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, Lima, Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1963, 153.

8. Véase el “Inventario del cajón de armas de Mendoza”, recibo firmado

la pintura sufrió daños; quedan in-cluso evidencias de que en algún mo-mento la tela fue doblada.9 El lienzo fue con toda seguridad entregado por San Martín o sus descendientes a Manuel José de Guerrico, argenti-no emigrado a Francia, amigo cer-cano de San Martín y administrador de sus bienes. La tela fue recibida luego por su hijo José Prudencio, conocido coleccionista de arte, quien la entregó en donación al Museo His-tórico Nacional. La opción es signi-ficativa, en vista de la donación fundacional que dos años antes él mismo había hecho al Museo Na-cional de Bellas Artes, lo que confir-ma la valoración historicista antes que estética de la obra de Gil de Cas-tro a fines del siglo XIX.10

por Mariano Balcarce el 7 de agosto de 1833, en Adolfo Carranza, San Martín. Su correspondencia, Museo Histórico Nacional, 1911, 343-344.

9. Así lo señala Néstor Barrio en base a los trabajos que se realizaron en el IIPC de la UNSAM en 2014.

10. Véase la carta de J. de Guerrico a Adolfo P. Carranza, Buenos Aires, 24 de setiembre de 1897 en que acoge el pedido que le hiciera Carranza de donar la obra, explicando que estaría “más en su lugar en el Museo Histórico Nacional que en mi colección de cuadros y obras de arte”. Archivo MHNBA, carpeta 5847.

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[Houben, pp. 11-42]La ideodiversidad como valor planetario

LA IDEODIVERSIDAD COMO VALOR PLANETARIO

por Jan E. M. Houben

Recibido: 12/11/2015Aceptado: 11/01/2016

ÉCOLE PRATIQUE DES

HAUTES ÉTUDES, SCIENCES

HISTORIQUES ET PHILOLOGIQUES

RESUMEN:

El entusiasmo por la propia ideología po-lítica, económica o religiosa puede inspi-

rar un compromiso total para llevarla a una victoria absoluta sobre las demás. En ese caso, puede desaparecer la “ideodiversidad”, que es la precondición para desarrollar la ideología victoriosa y que siempre será necesaria para ajustarla, corregirla y proveerla de alternativas ante el cambio de las condiciones locales y globales. La “ideodiversidad” merece que se realicen esfuerzos individuales, institucionales y estatales para protegerla, valorarla, desarro-llarla y evitar su desaparición. Se trata de un concepto paralelo al de biodiversidad, con muchos antecedentes en la historia del pen-samiento, particularmente en los enfoques denominados “perspectivistas”, que aparecen tanto en la tradición occidental cuanto en la india. Tanto el perspectivismo occidental como el sudasiático proveen las bases para un enfoque global como el aquí propuesto y demandan que cada vez más perspectivas sean tenidas en cuenta. Más aún, para que la hu-manidad pueda utilizar sus reservas de ideo-diversidad, será necesario introducir a las generaciones modernas y futuras al estudio de las humanidades, incluidas varias lenguas clásicas de las grandes civilizaciones mundia-les. Las humanidades pueden contribuir a preservar y procesar “perspectivas” importan-tes de la realidad, fuentes de “sentido” y de

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[Houben, pp. 11-42]La ideodiversidad como valor planetario

“objetivos” para la humanidad. Si la familia-ridad con una sola tradición aislada lleva al fundamentalismo, el conocimiento de varias lenguas y fuentes literarias puede contribuir a un perspectivismo que reconozca la validez simultánea de muchos puntos de vista sobre la realidad. En palabras de Ortega y Gasset, la única perspectiva que debe ser rechazada es la que proclama ser la única correcta.

ABSTRACT:Ideodiversity as a planetary value

Enthusiasm for one’s own favourite political, economic or religious ideology, may inspire

a total commitment to spread and make prosper this preferred ideology and, if possible, to make it obtain an absolute victory. What may disap-pear in that case is the ‘ideodiversity’ which was the very precondition for conceiving and devel-oping the now victorious ideology, and which will always be needed as a source of adjustments, correctives and alternatives when local or glob-al conditions evolve. ‘Ideodiversity’ deserves the concerted efforts of individuals, institutes and states, in order to preserve, value and develop it and to prevent its decline and disappearance. Presented here as a new concept, it is parallel to that of ‘biodiversity’ and has, in fact, several respectable predecessors in the world history of thought and education, especially in philosoph-ical approaches to reality and truth that can be characterized as ‘perspectivistic’ and that are attested both in the Western tradition and in the ancient Indian tradition. Both Western perspectivism and South Asian perspectivism provide a basis for such a global approach and have an inherent necessity to take more and more perspectives into account. Moreover, For humanity to be able to make full use of available reservoirs of ideodiversity, it will be necessary to introduce modern and future generations to the study of the humanities, including the study of various classical languages of the great civilizations of the world. The humanities contribute to the preservation and processing of important ‘per-spectives’ on reality, sources of ‘meaning’ and ‘purpose in life’ of humanity. As much as the exclusive familiarity with a single and isolated traditional source of meaning may lead to fun-

* Esta es una versión traducida, revisada y actualizada de un artículo publicado en 2002 con el título “Filosofia e filologia tra Oriente e Occidente: Appello per la salvaguar-dia dell'ideodiversità”, en: Verso l'India, Oltro l'India: scritti e ricerche sulle tradizioni intellettuali sudasiati-che, Federico Squarcini (ed.), Milán, Associazione Culturale Mimesis, pp. 153-171. Véase también “Philosophy and Philology East and West: Need and basis for a Global Approach”, en Indology: Past, Present and Future, Saroja Bhate (ed.), Delhi, Sahitya Akademi, 2002, pp. 84-125. La investigación sobre la que se basa este escrito fue posible gracias al International Institute of Asian Studies, 1993-1996. Quiero agradecer al Institut d’Etudes Avancées, Nantes, por una estancia de investigación en 2015-2016, que me permitió actualizar este texto, al Prof. Dr. José Emilio Burucúa por la generosidad de ofrecerme publicarlo y al Prof. Dr. Nicolás Kwiatkowski por la traducción.

damentalism, a knowledge of several language and literary sources can be expected to contrib-ute to a perspectivism that recognizes the simul-taneous validity of various points of view on reality. As Ortega y Gasset taught us, the only perspective that must be rejected as erroneous is the one that claims to be the only correct one.

palabras clave: Filosofía, educación, perspectivismo, fundamentalismo, ideodiversi-dad, Bhartrhari, Mallavadin, G.W. Leibniz, Friedrich Nietzsche, José Ortega y Gasset, Edmund Husserl, Wilhelm Halbfass. key words: Philosophy, education, funda-mentalism, perspectivism, ‘ideodiversity’, Bhartrhari, Mallavadin, G.W. Leibniz, Friedrich Nietzsche, José Ortega y Gasset, Edmund Husserl, Wilhelm Halbfass.

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[Houben, pp. 11-42]La ideodiversidad como valor planetario

“La búsqueda de alternativas se presenta, en este momento, como una

cuestión de vida o muerte”1

— 1 —Introducción

1.1. Un valor crucial, pero actualmente ausente en las transiciones societales con-flictivas, es la “ideodiversidad”:

amenazada por muchos desarrollos recientes, ella se sostiene por y se nutre de la necesidad inherente de los perspectivismos orientales (como se encuentran por ejemplo en la obra del gramático-filósofo Bhartrhari) y de los perspectivismos occidentales (Leibniz, Ortega y Gasset, Husserl) de extender el horizonte y asimilar cotidianamente un número mayor de perspectivas sobre la realidad.

El entusiasmo de cada uno por su ideología política, económica o religiosa inspira el compromiso total para propagar y hacer prosperar esta ideología preferida y, si fuera posible, darle la victoria absoluta. El peligro es perder la ideodiversidad, que sería la precondición misma para que la ideología actualmente victoriosa pue-da haber sido concebida, y que será siempre necesaria como fuente de ajus-

1. W. Halbfass, India and Europe. An Essay in Understanding, Albany, State University of New York Press, 1988, p. 440.

tes, correcciones y alternativas si las condiciones planetarias cambiasen.

Desde los siglos XVIII y XIX y las obras de Lineo, Lamarck y Darwin, la humanidad ha comenza-do a comprender bien cómo cada planta, cada animal, cada especie biológica busca sobrevivir y, si fuera posible, predominar en un mundo que casi nunca se presenta hospita-lario. Por ello, hubo que esperar has-ta inicios del siglo XXI para que la “biodiversidad” fuera aceptada como objetivo a perseguir y como valor en el cual la sociedad deba investirse.2 La urgencia actual de aceptar el valor de la ideodiversidad es, de hecho, aún mayor.

Los reservorios disponibles de ideodiversidad deben, entonces, ser preservados y volverse accesibles para las generaciones presentes y futuras por medio de una educación huma-nista. En este ensayo, me concentra-ré en lo primero: la preservación de la ideodiversidad y una aproximación filosófica a la realidad, el “perspecti-vismo”, que provee un aliciente po-deroso para explorar la ideodiversidad y valorarla adecuadamente.

Entre las diversas aproximaciones posibles a la realidad, el “perspecti-vismo” se presenta con antecedentes sólidos tanto en la tradición occiden-

2. Véase por ejemplo la contundente evidencia reseñada en Bradley J. Cardinal et al, “Biodiversity loss and its impact on humanity”, Nature, 486 (7401) (2012): 59–67).

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tal como en la surasiática, aunque no ha recibido todavía la atención que merece. En este ensayo, sosten-dré que las perspectivas sobre la rea-lidad que pertenecen al pasado y que todavía se preservan (incluidas aque-llas del Asia meridional antigua, tan ricas y sofisticadas) deben ser estu-diadas y custodiadas como un reser-vorio precioso de ideodiversidad, particularmente en el período actual, caracterizado por transformaciones científicas, tecnológicas y sociales sin precedentes.

1.2. Pese a las diferencias histó-ricas y contextuales entre la tradición occidental, la surasiática3 antigua y

3. Prefiero utilizar la expresión “Asia meridional Antigua”, la cual da cuenta de la realidad política moderna de la región, para evitar producir o reforzar argumentos impropios a favor de agresiones políticas o de hecho militares, sostenidos por los estados en regiones donde sería mucho más deseable, para los pueblos que muchos líderes políticos y militares pretenden representar, la cooperación política sobre la base de un pasado comparti-do. La expresión actual “India antigua”, cuando refiere al pasado de ese área, implica una unidad y una continuidad política que no se concretó nunca del todo y que apenas se rozó ocasionalmente. En el caso del término “indología”, no parece existir un fuerte interés por vincularlo con la unidad política moderna “India”, por

otras, existen algunos universales de la condición humana: percibimos los objetos por medio de los sentidos, tenemos experiencia del tiempo, co-municamos con impulsos creados por los órganos de acción, especial-mente mediante el discurso produ-cido por nuestro aparato vocal. En consecuencia, el lenguaje, el pensa-miento y la realidad objetiva en sus dimensiones espacial y temporal son tres factores con los cuales todo ser humano cuenta y utiliza: son uni-versales de la condición humana.4

ello continuaré utilizándolo para indi-car el estudio de varios aspectos del Asia meridional antigua y clásica.

4. La fórmula “universales de la condición humana” no implica la pretensión de ningún estatuto absoluto para estos universales y admite la existencia de casos límite, de seres humanos a los cuales algunos de estos que llamamos “universales” no se aplican (por ejemplo, para quienes son incapaces de hablar). Mis “universales de la condición humana” son más generales y, en este ensayo, quedan en el trasfondo respecto de los universales definidos de modo original, aunque claramente se inspiran en los universales lingüísticos de Chomsky y Staal (véase F. Staal, Universals: Studies in Indian Logic and Linguistics, Chicago, University of Chicago Press, 1988, pp. 1-12). Al mismo tiempo, por su generalidad y presencia en todo el mundo y en todo período conocido de la historia, tales universales podrían considerarse “sustanciales”, más que “borrosos”

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Por ello, las tesis sobre el lenguaje, el pensamiento y la realidad objetiva son relevantes para todo ser humano, en cualquier período de la historia de la humanidad; estas tesis pueden o no pretender, de modo explícito, tener validez universal, pero incluso si no lo hacen explícitamente, en la medi-da en que refieren a los universales de la condición humana, ofrecen ocasio-nes para confrontarlas con tesis sobre el mismo argumento provenientes de tradiciones distintas. Aquí no nos in-teresamos sólo por los datos concer-nientes a los campos del comporta-miento social y lingüístico, a partir

(shadowy), en el sentido propuesto por Staal. Aunque no pretendo explicitar aquí los “universales de la condición humana”, puedo asumir que éstos dan sustento a la “compren-sión” (véase W. Halbfass, “Research and Reflection: Beyond Orientalism”, pp. 9, 18, y “Research and Reflection: Responses to my Respondents”, en E. Franco, K. Preisendanz (eds.), Beyond Orientalism: The Work of Wilhelm Halbfass and its Impact on Indian and Cross-Cultural Studies, Amsterdam, Rodopi, 1997, pp. 297-314), a la que pueden sumarse personas de formaciones culturales muy diversas, pese a la relevancia de esas diferencias. Si aceptamos los “universales de la condición humana” o “universales humanos”, no negamos la realidad empírica de la variedad de culturas y sociedades diversas. Véase S. J. Tambiah, Magic, Science and the Scope of Rationality, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 112 y ss.

de los cuales construiríamos nuestras teorías, pese a la riqueza en este sen-tido de muchas fuentes textuales per-tenecientes a tradiciones no occiden-tales, incluidas las del Asia meridional antigua. Lo que nos interesa indagar es cómo los pensadores del pasado reunieron los datos a su disposición para conformar teorías propias.

Comprendemos entonces cómo estos pensadores y sus materiales re-motos no son sólo datos nuevos pa-ra nuestras teorías, sino que consti-tuyen también, y quizás en primer lugar, interlocutores para un diálogo en el cual, como en todo diálogo auténtico, el “otro” puede proponer perspectivas estimulantes para nues-tra propia teorización, así como pue-de iluminar nuestros puntos fuertes y las condiciones básicas de nuestro éxito. Incluso si no podemos esperar encontrar en el pasado soluciones inmediatas a los problemas que, en compañía de nuestros éxitos y pasos en falso científicos y tecnológicos, se presentan hoy con una urgencia sin precedentes y en dimensiones im-previstas, es posible de todos modos obtener del pasado sugerencias para alternativas y correctivos a un desa-rrollo unilateral.5

5. Durante milenios, Occidente ha intentado establecer contactos con Asia del Sur, atraído por sus “tesoros” o por sus “alternativas” y “correctivos” en el campo filosófico. Véase Halbfass, India and Europe, cit., pp.

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La cuestión puede, en todo caso, formularse de un modo diverso. De hecho, así como es importante man-tener, explorar y emplear un rico reservorio de biodiversidad para en-frentar con éxito los nuevos desafíos biológicos, médicos y agrícolas,6 del mismo modo, para enfrentar con éxito los nuevos desafíos filosóficos y aquellos ligados a la vida y a las ciencias humanas, es importante mantener, explorar y emplear un re-servorio rico de ideodiversidad. Es necesario permanecer abiertos a las diferentes perspectivas sobre proble-mas filosóficos y humanos básicos. El pasado occidental y las tradiciones no occidentales han conservado pa-ra nosotros una gran variedad de perspectivas sofisticadas y elaboradas, muchas de las cuales permanecen inexploradas y a las que los lectores modernos no han tenido acceso.

Al respecto, son de particular in-terés los sistemas filosóficos (darsana) del Asia meridional antigua, que no consisten en puntos de vista aislados y accidentales sobre el mundo, sino que son intentos de delinear un sis-tema filosófico completo, en el cual todos los problemas principales de la relación entre el hombre y el mun-

434 y ss; y, en general, el volumen de K. Kartunen, India in Early Greek Literature, Helsinki, Finnish Oriental Society, 1989.

6. Véase la reseña de Bradley J. Cardinale, citada más arriba.

do deben ser abordados.7 De igual importancia resultan los antiguos ataques sistemáticos contra estos sis-temas, independientemente del hecho de que se hayan ligado poco a inten-tos de establecer una “visión propia”.8

7. Es posible comparar los conceptos propuestos por Aristóteles y desarrollados por Lineo y Lamarck para cateogorizar a los seres vivos con los conceptos y categorías aceptados en India. Véase J.E.M. Houben “Penser les êtres – plantes et animaux – ‘à l’indienne’”, en Penser, Dire et Représenter l’Animal dans le Monde Indien, Bibliothèque de l’École des Hautes Études, Sciences Historiques et Philologiques, tomo 345, París, Librairie Honoré Champion, 2009, pp. 21-46.

8. Así, es en gran parte gracias a la crítica fundamental de Nagarjuna a las posiciones filosóficas de las cuales tenía conocimiento que resulta claro cómo se aceptaba general e implícita-mente un “principio de correspon-dencia” (según el cual las palabras de un enunciado corresponde directa-mente a las cosas que constituyen la situación descripta por él) en el ámbito de los pensadores surasiáticos del primer milenio d. C. Al respecto, véase J. Bronkhorst, Langage et Réalité: sur un épisode du la pensé indienne, Turnhout, Brepols, 1999. En tanto los estudios sobre las diversas posiciones filosóficas en la historia del pensamiento del Asia meridional todavía deben profundi-zarse, sólo raramente es posible identificar un principio que haya operado tan claramente, en palabras

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1.3. No es solamente por curio-sidad o por interés general que de-bemos estudiar el pasado, hay tam-bién una base filosófica definida y racional para considerar atentamen-te las perspectivas sobre la realidad que se conservan del pasado (y espe-cialmente del pasado del Asia meri-dional), como mostraremos en los tres pasajes siguientes (2.1-2.3). De-beremos luego prestar particular aten-ción al modo en que, en el Asia meridional, se estudiaron varias pers-pectivas sobre la realidad, diversas entre sí (3.1-3.2). Finalmente, en las secciones 4.1-4.4, buscaremos res-ponder a dos preguntas que aparecen una vez reconocida la existencia, en la historia del Asia meridional, de perspectivas sobre la realidad dignas

de Charles Malamoud, sea como “esquema de pensamiento (heredado en gran parte de la tradición védica) determinante para la construcción metafísica”, sea como “un obstáculo epistemológico (y a partir del momento en que se toma conciencia de que las palabras corresponden a las ideas y no a los objetos del mundo, fue posible tomar distancia de la aporía de Nagarjuna)” (C. Mala-moud, citado en Bronkhorst, Langage et Realité, cit., p. 4). Malamoud comenta apropiadamente “esto puede alentar a formularnos preguntas sobre nuestra labor (¿con la esperanza de respondernos nosotros mismos?): ¿cuáles son los principios que nos guían, qué caminos recorremos cuando construimos nuestros sistemas?” (ídem).

de consideración atenta: ¿qué rela-ciones pueden tener estas últimas con las perspectivas existentes en el mundo moderno (un mundo, según algunos, cada vez más “europeizado”)? ¿Tiene alguna relevancia la distinción entre “este” y “oeste” para estas pers-pectivas antiguas?

— 2 — El valor de las

perspectivas filosóficas del pasado, orientales

y occidentales

2.1. Conviene ante todo mostrar, con ayuda de algunos ejemplos,

el valor de una reconsideración de las perspectivas del pasado, en par-ticular de las surasiáticas. Este debe entenderse como una apertura a ideas nuevas e inesperadas que podrían tener implicancias sobre la condición moderna: desde el momento en que tales ideas deben surgir todavía ines-peradamente, no pueden ser identi-ficadas en este intento de defensa del valor de aquellas perspectivas. Los ejemplos de situaciones relativamen-te recientes en las que perspectivas “alternativas” ofrecidas por la tradición surasiática se mostraron válidas cons-tituyen un primer paso importante de nuestro argumento.

En el campo de la ética filosófica, se puede notar una recuperación di-recta o indirecta de la tradición

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surasiática de nociones que se han convertido en moneda corriente, las cuales se introducen con términos en sánscrito, como por ejemplo “kar-ma”, “dharma”, “ahimsa”, todos pre-sentes en el Oxford Dictionary of Phi-losophy9 y en el Oxford Paperback Dictionary, o con calcos como “non-violence” (en inglés y francés), “Gewaltlosigkeit” (alemán), “geweld-loosheid” (holandés), “nonviolenza” (italiano), etc. El hecho de que no-ciones y términos como estos, que tienen una larga tradición en el pen-samiento surasiático, hayan encon-trado una posición sólida en la dis-cusión filosófica inglesa moderna, e incluso en el habla común, es un testimonio a favor de su valor gene-ral y de su relevancia. Las generacio-nes de hablantes europeos que han primero adoptado y luego manteni-do estos términos o sus calcos daban a los conceptos así expresados una importancia suficiente y no encon-traban ningún equivalente apto en sus propias lenguas.

Encontramos un ejemplo diver-so en el libro editado por B. K. Ma-tilal y A. Cakrabarti,10 el cual debería

9. S. Blackburn, Oxford Dictionary of Philosophy, Oxford, Oxford Universi-ty Press, 1994.

10. B. K. Matilal, A. Chakrabarti (eds.), Knowing from words: Western and Indian Philosophical Analysis of Under-standing and Testimony, Dordrecht, Kluwer, 1994.

suscitar el interés de los filósofos del lenguaje y del conocimiento y no sólo el de los indólogos, en el que, en referencia a las contribuciones filosóficas occidentales y surasiáticas, se aborda el modo en que las palabras pueden ser fuente de conocimiento y comprensión. Una parte notable del conocimiento en acto de nuestra cotidianeidad se basa en un “input lingüístico”, o sea en testimonios orales y escritos de autores que están lejos de nosotros en tiempo y espacio y que tienen o han tenido a disposi-ción fuentes perceptivas y/o habili-dades intelectuales de las cuales no-sotros no disponemos.

El libro aclara que la tradición surasiática ha enfrentado este área problemática universal de modo pro-fundo y sistemático, al contrario de la occidental, en la cual, según pare-ce, el mismo problema fue indagado solamente de forma ocasional y su-perficial. Sobre estas cuestiones, la tradición surasiática lanza muchos desafíos e incentivos a los filósofos contemporáneos (occidentales o no occidentales).

Un ejemplo más específico es el siguiente. Desde el tiempo de los antiguos filósofos griegos como Epi-ménides, Gilete de Cos y otros, pa-sando por los pensadores europeos medievales como Buridan, la tradi-ción del pensamiento occidental ha intentado enfrentar una familia de paradojas, de las cuales la más nota-

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ble es la “paradoja del mentiroso”, que se origina en la afirmación “todo lo que digo es falso”. Tales paradojas, tras haber hecho descubrir problemas cruciales a Russell y a otros estudio-sos que intentaban construir un len-guaje perfecto para la lógica y la cien-cia, tienen todavía hoy un papel importante en la lógica y en la se-mántica. Como he señalado hace algunos años,11 el gramático-filósofo

11. J.E.M. Houben, The Sambandhasam-uddesa (Chapter on Relations) and Bartrhari’s Philosophy of Language, Groningen, Egbert Forsten, 1995. Bhartrhari elabora las afirmaciones que explican las líneas guía de sus argumentos en verso (karika) y no en prosa analítica. El verso que trata específicamente del “mentiroso” es Varkyapadiya, 3.3.25, pero, para una interpretación adecuada conviene colocarlo tanto en su contexto inmediato cuanto en el más amplio (véase, para una síntesis de los pasajes relevantes, A. Aklujar, en H. Coward, K. Kunjunni Raja (eds.), Encyclopedia of Indian Philosophies. Vol. V, “The Philosophies of the Grammarians”, Delhi, Motilal Banarsidass, 1990, pp. 157-158). No se excluyen reconstruc-ciones alternativas de la “disciplina del pensamiento” expuesta en el verso de Bhartrhari, pero a tal fin es absolutamente necesario que se consideren otros versos cercanos y el cuadro general de la discusión; esta es una de las razones por las cuales una interpretación diferente, intentada hace poco por Claus Oetke (“The Meaning of Verse 25 of the Samban-dha-samuddesa and its Context”, en

Bhartrhari propuso una forma de resolver la paradoja del mentiroso y otras vinculadas, muy original res-pecto de los intentos producidos has-ta ahora por la tradición occidental. Aunque fue ideada para resolver for-mas simples de la paradoja, su solu-ción tiene implicancias interesantes para las paradojas más sofisticadas de la lógica y de la semántica moder-na, vinculadas con la del mentiroso. La aproximación de Bhartrhari a las

Studia Indologiczne, 7, 2000, pp. 301-341), no es convincente: secciones importante como la 6-19 y la 26-28 quedan fuera del análisis, pese al título del artículo, aunque el primer pasaje es crucial para comprender tanto cómo Bhartrhari discute la paradoja cuanto su valoración y solución final. Oetke inicia su artículo asegurando que pretende “discutir críticamente” mi convicción de que el verso 25 enfrenta una variante de la paradoja del mentiroso, luego, sin embargo, ignora por completo las páginas en que propongo una explicación razonable de por qué la paradoja en Bhartrhari debe compararse con la clásica del mentiroso, y no con las paradojas de la lógica moderna, y donde explico que las dos opciones de la versión de la paradoja del mentiroso de Bhartrhari no conducen a la contradicción, sino que una lleva a la contradicción y la otra al infinito retorno (Houben, The Sambandhasa-muddesa, cit., pp. 214-220 y 231-233).

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paradojas semánticas12 parece muy cercana a la “austiniana”, propuesta por Barwise y Etchemendy.13

Estos tres ejemplos ilustran inci-dentalmente un punto importante al que me referí antes: no podemos esperar encontrar en el pasado solu-ciones completas e instantáneas para los problemas modernos; como máxi-mo, las perspectivas del pasado pue-den tener la importante función de catalizadores, pero en última instan-cia los problemas del mundo moder-no y de la filosofía moderna deben resolverse hoy, e incluso si los textos antiguos llegaron cerca de enfrentar diversos problemas de los que nos ocupamos (como ocurre a menudo cuando se trata de los universales de la condición humana), siempre que-da un último paso por dar, esto es, adaptar y aplicar las antiguas pregun-tas al contexto moderno.

Consideremos otro ejemplo, in-herente no a la filosofía en sentido estricto, sino a una disciplina cien-tífica, cuyos inicios se entrelazan con la filosofía: la lingüística. A menudo, se evidenció la importancia de la an-

12. Véase J.E.M. Houben, “Paradoxe et perspectivisme dans la philosophie de langage de Bhartrhari: langage, pensée et réalité”, Bulletin d’Études Indiennes, 19 (2001), pp. 173-199.

13. J. Barwise, J. Etchemendy, The Liar. An Essay on Truth and Circularity, Nueva York, Oxford University Press, 1987.

tigua gramática sánscrita para la evo-lución de la lingüística, entre el siglo XVIII y el siglo XIX,14 como resulta del bien conocido elogio de la gra-mática de Panini hecho por L. Bloomfield, quien la definió como “uno de los más grandes monumen-tos de la inteligencia humana”.15 Es necesario un comentario sobre el modo en que esa gramática influyó sobre el pensamiento lingüístico mo-derno: en nuestros días, se vuelve evidente que sería equivocado decir que los descubrimientos lingüísticos alcanzados en la antigua Asia meri-dional se incorporaron directamen-te en la tradición occidental. Diver-sas ideas teóricas importantes sobre el análisis del lenguaje habían ya to-mado forma, independientemente del descubrimiento del sánscrito, en la Schola Hemsterhusiana,16 la escue-

14. R.H. Robins, A Short History of Linguistics, Londres, Longman, 1979, pp. 137-138.

15. L. Bloomfield, Language, Nueva York, Henry Holt, 1933, p. 11.

16. Sobre esta escuela, discutida en modo crítico por Benfrey en su Geschichte der Sprashwissenschaft und orientalischen Philologie in Deutsch-land seit dem Anfange des 19. Jahrhunderts mit einem Rückblick auf die früheren Zeiten, Munich, Cotta, 1869, véase J. Noordegraaf, “The Schola Hemsterhussiana Revisited”, en Forsgreen Dutz (ed.), History and Rationality, pp. 133-158, cit. en J. Noordegraad, The Dutch Pendulum:

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la holandesa de lingüística de los si-glos XVII y XVIII, famosa entonces y luego largamente olvidada. Un es-tudio más detallado de los desarrollos, antes y después del descubrimiento del sánscrito y de sus disciplinas lin-güísticas, sugiere que estas últimas funcionaron, al menos inicialmente, más como catalizadores, aunque de gran importancia, que como fuentes directas de ideas y métodos. Las dis-ciplinas lingüísticas sánscritas madu-ras no fueron recibidas sobre una tabula rasa y podemos decir que no fueron lo suficientemente estudiadas por lo que tenían para decir, aunque, como he indicado en mi estudio so-bre el surgimiento de la semántica en la tradición sánscrita,17 prometen todavía nuevas contribuciones de gran interés filosófico, sobre todo en el campo de la semántica.

Afirmaciones semejantes pueden realizarse respecto del sánscrito y de los estudios ambientales: después de una concentración inicial en los as-pectos físicos de los problemas am-bientales y sobre las posibles solucio-nes tecnológicas, hoy sus aspectos

Linguistics in the Netherlands 1740-1900, Münster, Nodus, 1996.

17. J.E.M. Houben, “The Sanskrit Tradition”, en W. van Bekkum, J.E.M. Houben, I. Sluiter, K. Versteegh, The Emergence of Semantics in Four Linguistic Traditions, Amsterdam, John Benjamins, 1997, pp. 49-145.

éticos y filosóficos son objeto de cre-ciente atención por parte de los es-tudiosos y de las instituciones. Para decirlo en palabra de De Groot:

“En el cuadro del problema en un contexto […], las visiones del mun-do tienen su lugar en el contexto normativo del problema ambiental y, más aún, son parte de las causas sociales del problema ambiental”.18

Incluso aquí, no podemos espe-rar encontrar en los textos antiguos soluciones directas a los desafíos de la época moderna, pero podemos esperar que un uso juicioso de las fuentes antiguas pueda aportar con-tribuciones significativas a las discu-siones modernas sobre el ambiente, lo que puede agregar una importan-te dimensión histórica a los problemas urgentes del presente. Como sostie-ne Kulkarni,

“No debemos tratar estos textos co-mo manuales de ciencia ambiental, que puedan recorrerse capítulo por capítulo, en un intento por encon-trar información sobre problemas ambientales. […] Si limitamos el término ‘ambientalmente conscien-te’ a los técnicos expertos en ecología, no podemos definir a los miembros de la tribu de los bishnoi como cons-

18. W. de Groot, Environmental Science Theory: concepts and methods in a one-world, problem oriented paradigm, Amsterdam, Elsevier, 1992, p. 476.

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cientes de su ambiente. […] Pero quisiera decir que así como los bis-hnoi poseían nociones religiosas enraizadas en emociones referidas a los árboles, que podían guiar un movimiento como ‘Chiplo’ […] y [mostrar] que su conciencia del ambiente los circunda más vigoro-samente que a personas como nosotros, que apenas sabemos re-petir definiciones enciclopédicas de ecología. […] El punto es que las relaciones religiosas y supersticiosas con la naturaleza pueden ser usa-das más vigorosamente para pro-mover la conciencia ambiental en-tre los no especialistas”.19

Sobre la cadena “hombre-sistema de creencias-acción humana-ambien-te”, los textos antiguos nos pueden dar información sobre dos anillos (sistemas de creencia y acción huma-na), mientras que para reconstruir las condiciones de los otros dos (hom-bre y ambiente) en un periodo dado puede ser necesario recurrir a los da-tos arqueológicos.20

19. N. Kulkarni, “Man and Nature Relationship Reflected in the Sukla Yajurveda”, en V.N. Jha (ed.), Proceedings of the National Seminar on Environmental Awareness Reflected in Sanskrit Literature, Puna, University of Poona, 1991, pp. 1-5.

20. Para una introducción a la historia ambiental del Asia meridional, H. Kulke, D. Rothermund, A History of India, Londres, Routledge, 1990, pp.

2.2. Hemos visto hasta aquí que en algunos casos las perspectivas pasa-das tienen valor o parecen prometedo-ras, pero hay una segunda razón para tenerlas en cuenta: la necesidad de una aproximación racional a la verdad.

Se puede adoptar una aproxima-ción a la verdad según la cual, cada vez que se cuente con argumentos conclusivos para arribar a la verdad sobre una cuestión determinada, lo que incluye argumentos para aceptar la autoridad de ciertas interpretacio-nes de afirmaciones tradicionales (por ejemplo, bíblicas), no es necesario escuchar a quienes sostienen posi-ciones opuestas; así, toda verdad aje-na que se aparte de la propia aparece como una amenaza a la propia verdad “universalmente válida” y quien la sostiene puede ser considerado una amenaza, lo que lleva fácilmente a la agresión verbal e incluso a la física. Desafortunadamente, es demasiado fácil citar episodios de la historia eu-ropea, que incluyen la pena capital, inquisiciones y condenas severas con-tra los exponentes de doctrinas des-viadas, de las que fueron víctimas tanto predicadores y teólogos cuan-to filósofos y científicos, como Roger Bacon y Galileo Galilei.21

4-18.21. C.H. Lea, A History of the Inquisition

in the Middle Ages, Nueva York, Harbor Press, 1889.

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Sin embargo, otro aspecto de la verdad hace que ella dependa no sólo de las cosas como son y de las afirma-ciones sobre ellas, sino también de su aceptabilidad por parte de otros “ac-tores racionales”; sobre ese aspecto se basa una actitud muy diferente respec-to de la verdad y la racionalidad: la idea de verdad presupone, de hecho, una sola realidad sobre la cual pueden ha-cerse algunas afirmaciones válidas, pe-ro presupone también una interacción entre quienes pueden considerar que una cosa es verdadera o falsa.

En su penetrante estudio sobre la “filosofía de la reflexión” y los fi-lósofos alemanes del siglo XX, Julian Roberts formuló la siguiente tesis:

“El conocimiento ‘aumenta’ en la discontinuidad y en el enfrentamien-to dialógico con lo que no es familiar, mientras que el monólogo sólo se con-solida a sí mismo. […] Al respecto, el ‘interés’ del conocimiento […] es-tá en el diálogo con otros mundos. […] ‘Yo’ debo saber si ‘vos’ sabés algo que pueda destruir mis generaliza-ciones universales, o desmentir las implicancias de mi discurso. […] Podríamos decir que cada interés por la ‘verdad’ presupone la interacción entre una pluralidad de portadores de conocimiento”.22

22. J. Roberts, The Logic of Reflection: German Philosophy in the Twentieth Century, New Haven, Yale University, 1992, pp. 286-287.

En esta última aproximación a la verdad y a la racionalidad, los in-tentos de afirmar lo verdadero que se desvían de los nuestros no son amenazas, sino que ayudan a refinar y mejorar nuestra percepción: la ad-misión de imperfecciones en nuestra percepción implica un reconocimien-to de las percepciones ajenas. Si ad-mitimos que las diferencias en las percepciones se vinculan de algún modo con las diferentes posiciones desde las cuales los perceptores in-tentan realizar afirmaciones verídicas, el objeto de estas últimas comienza a aparecer bajo una luz distinta. No tenemos más una realidad monolítica en una relación simple y directa con una afirmación verídica (o menos). La realidad se convierte en un paisa-je del cual personas diversas tienen percepciones distintas, pero igual-mente válidas; incluso si una de las personas puede tener una percepción que trascienda las diferencias indivi-duales, necesariamente cada percep-ción concreta pertenece a un percep-tor localizado en un punto del paisaje multidimensional.

Esta aproximación a la realidad, a la racionalidad y a la verdad puede ser definida como perspectivista, por cuanto reconoce de antemano la va-lidez de perspectivas diversas sobre una cuestión. Esto no significa que “todo vale”: un enfoque perspectivis-ta de las afirmaciones doctas recono-ce gran importancia a la ubicación y

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al método para adquirir conocimien-to, esto es, a la modalidad de percep-ción del autor de las afirmaciones. Teniendo en cuenta estos dos elemen-tos de la realidad del objeto, es posible alcanzar un acuerdo intersubjetivo sobre el valor y la validez de las afir-maciones. Debe existir una relación entre las diversas percepciones de la misma realidad o del mismo paisaje, las diversas ubicaciones de los percep-tores y sus métodos de percepción.

Es cierto también que se podría desear saber más sobre las “visiones” de los otros y sobre sus presupuestos por razones puramente polémicas, esto es, sólo para refutar a los adver-sarios; sin embargo, la actitud pers-pectivista podría combinarse de alguna forma con la intención polé-mica que desea mostrar que la propia perspectiva es, en definitiva, la de mayor valor: a menudo, la descrip-ción de puntos de vista “heréticos” es indispensable para la construcción de la “verdad” ortodoxa.23 En cual-quier caso, una aproximación pers-pectivista no sólo impulsa el estudio riguroso de diferentes perspectivas, sino que lo vuelve necesario.

2.3. Quizás inesperadamente, es-ta aproximación perspectivista a la

23. J.B. Henderson, The Construction of Orthodoxy and Heresy: Neo Confucian, Islamic, Jewish and Early Christian Patterns, Albany, State University of New York Press, 1998.

realidad y a la verdad ha adquirido ya un sólido sustento tanto en la tradi-ción occidental (pese a instituciones intolerantes como la inquisición) cuan-to en la surasiática (donde ha debido enfrentarse a intentos de establecer verdades absolutas y monolíticas).24

Sólo unas pocas tradiciones lite-rarias, entre ellas la sánscrita y la gre-colatina, han logrado que un núme-ro considerable de perspectivas filosóficas opuestas y competitivas entre sí, originadas en un pasado remoto, fuesen estudiadas directa-mente y de modo detallado. Estas dos tradiciones, al igual que otras tradiciones literarias como la árabe y la judía, se enraízan en intentos interpretativos sistemáticos y elabo-rados, preparados para centrarse en problemas textuales y exegéticos plan-teados por un conjunto de textos tenidos en gran consideración: el Veda en la tradición sánscrita,25 las

24. Además de los bien conocidos ejemplos vinculados con la difusión del islam (sostenido políticamente) en el área septentrional del subcontinen-te indio, se podría pensar en la afirmación del hinduismo sobre el jainismo en la India meridional en torno al año 1000 y en los primeros siglos siguientes. P. Dundas, The Jains, Londres y Nueva York, Routledge, 1992, pp. 108 y ss.

25. Véase J.E.M. Houben “A Tradição Sânscrita entre Memética Védica e Cultura Literária”, Linguagem & Ensino, v. 17, n. 2, mayo-agosto de

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obras de Homero en la grecolatina.26 Esos intentos sistemáticos dieron origen a una tradición filológica, en la que era importante ser preciso y estar atento a los vínculos con los textos y a las interpretaciones de tex-tos fundamentales de la propia co-munidad religiosa y/o étnica. En el curso del tiempo, tanto Occidente cuanto el Asia meridional han desa-rrollado aproximaciones perspecti-vistas de acuerdo con las cuales se reservan la precisión y la atención no sólo a los textos de la comunidad propia, sino también frente a las po-siciones de otros y a las fuentes de tradiciones alternativas.

Para la aproximación perspecti-vista a la realidad y a la verdad en el Asia meridional, se puede referir a varios autores janistas como Malla-vadin (ca. siglo VI), quien presentó los más importantes puntos de vista filosóficos de su tiempo en la forma esquemática de una rueda y sus ra-yos.27 Al respecto, también el filóso-

2014, pp. 441-469.26. Sobre los primeros intentos de

enfrentar los problemas textuales y exegéticos en las tradiciones sánscrita, grecolatina, árabe y judía, véase W. van Bekkum, J.E.M. Houben, I. Sluiter, K. Versteegh, “Meaning in four linguistic traditions: a compari-son”, en The Emergence of Semantics in Four Linguistic Traditions, Amster-dam, John Benjamins, 1997, pp. 285-300.

27. J.E.M. Houben, “Doxographic

fo y gramático brahmánico Bharatr-hari (siglo V) merece ser mencio- nado; en sus obras encontramos una afirmación que bien podría ser un lema de la aproximación perspec-tivista:28

“El intelecto se refina en virtud de la familiaridad con diversas visio-nes tradicionales. ¿Qué conclusio-nes podría alcanzar quien sólo si-gue el propio razonamiento”.29

En Occidente, después de algunos antecedentes en textos de historiado-res antiguos, la primera formulación filosófica del perspectivismo es obra de G.W. Leibniz (siglos XVII-XVIII):30

“Es cierto que la misma cosa pue-de ser representada de formas di-versas, pero debe siempre suscitar

Introductions to the Philosophical Systems: Mallavādin and the Grammarians”, en Walter Slaje (ed.), Śāstrārambha: Inquiries into the Preamble in Sanskrit, Wiesbaden, Harrassowitz, 2008, pp. 83-95.

28. Véase Halbfass, India and Europe, cit., p. 268.

29. Bhartrhari, Vakyapadiya, 2, 489.30. Para esta parte del ensayo, debo

mucho al artículo rico y perspicaz de G. König, “Perspektivismus, perspektivisch I Philosophie: Theologie: Geistes - und Naturwis-senschaften”, en J. Ritter y K. Gründer (eds.), Historisches Worter-buch der Philosophie, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1989, vol. 7, pp. 363-375.

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una precisa relación entre la repre-sentación y la cosa, y en consecuen-cia entre las diversas representa-ciones de una misma cosa. Las proyecciones perspectivas que con-vergen en el círculo en secciones cónicas muestran que un mismo círculo puede ser representado por una elipsis, una parábola y una hipérbole, e incluso por otro círcu-lo, por una línea recta, por un pun-to. Nada podría aparecer tan dis-tinto, tan carente de semejanza, como estas figuras; sin embargo, existe una relación exacta entre cada punto y cualquier otro. Tam-bién debería reconocerse que cada alma se representa el universo des-de el propio punto de vista y según una relación que le es propia”.31

“Es así como la misma ciudad, vis-ta desde lugares diversos, parece bien distinta, y como si fuese mul-tiplicada perspectivamente, de la misma forma ocurre que, a causa de la infinita multitud de sustan-cias simples, existen otros tantos universos, los cuales son solamente perspectivas de un único universo dadas según los diversos puntos de vista de las varias mónadas”.32

31. Leibniz, Teodicea, III, par. 357, cit. en König, op. cit., p. 366.

32. Leibniz, Monodologie, par. 57, cit. en König, op. cit., p. 366.

La idea de la importancia del “punto de vista” (Sehepunckt) fue retomada por J. M. Chladenius y Ch. A. Crusius a mediados del silo XVIII,33 y en particular fue el pri-mero quien aplicó de modo explíci-to las ideas de Leibniz a las ciencias históricas e interpretativas, en su All-gemeine Geschichtswissenschaft, 1752:

“El punto de vista [Sehepunckt] es el estado interno y externo de quien percibe, en cuanto de él de-riva un cierto particular modo de percibir y de considerar las cosas que suceden. [Esta es] una noción que acompaña las ideas más im-portantes de la filosofía, y no esta-mos todavía habituados a usarla, salvo por el señor Leibniz, quien la utilizó aquí y allí en la metafí-sica y en psicología. En el conoci-miento histórico, de algún modo, casi todo depende de esta noción.”34

De acuerdo con R. Koselleck, quien editó en 1985 la obra de Chladenius, la conciencia de la im-portancia crucial del punto de vista para el conocimiento histórico re-

33. Chladenius, Einleitung zur richtigen Auslegung vernünfftiger Reden und Schriften, 1742, y Crusius, Weg zur Gewissheit und Zuverlässichkeit der menschlichen Erkentniss, 1747, cit. en König, p. 366.

34. Chladenius, Allgemeine Geschichtswis-senschaft, cit. en König, op. cit., p. 366.

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presentó “un punto de quiebre, pues desde entonces la relatividad de la formación de los juicios históricos no volvió a ser un obstáculo contra el descubrimiento de una verdad his-tórica, sino su precondición”, inclu-so si Chladenius adoptaba un realis-mo objetivista, según el cual las verdades históricas siguen siendo siempre las mismas, “él abrió el ca-mino para una historiografía reflexi-va, que tiene en cuenta la historia de la influencia y de la recepción como elementos de la verdad histórica”.35

Ulteriores empleos filosóficos de la noción de punto de vista se encuen-tran en Friedrich Nietzsche (1844-1900), quien afirmó que “la perspec-tiva es la condición fundamental de toda vida”,36 y en José Ortega y Gas-set (1883-1955), según quien “la rea-lidad ofrece, como un paisaje, una infinidad de perspectivas, todas igual-mente válidas y con iguales derechos, la única perspectiva errada es la que pretende ser la única”.37

Nociones perspectivistas como “punto de vista”, “horizonte” y otras ligadas con éstas son de importancia crucial en las obras de autores como Husserl (1859-1938), Heidegger (1889-1976) y Gadamer (1900-

35. R. Koselleck, cit. en König, op. cit.36. F. Nietzsche, Jenseits von Gut und

Böse, Leipzig, C.G. Naumann, 1886.37. J. Ortega y Gasset, El tema de nuestro

tiempo, en Obras completas, Madrid, Alianza, 1923, tomo 3, p. 200.

2002). Sus obras han sido una deci-siva fuente de inspiración metodo-lógica para la exploración del pensamiento occidental y surasiático conducida por Wilhelm Halbfass.

Sería necesario un estudio más extenso para proveer información detallada sobre las superposiciones y distinciones entre los “perspectivis-mos” surasiáticos y los occidentales, pero algunas observaciones generales pueden arriesgarse a partir de una reseña veloz. Las formas surasiáticas se consolidaron primero, se referían principalmente a puntos de vista fi-losóficos y religiosos, y llevaron al desarrollo de “tipos de punto de vis-ta” esquemáticos y ahistóricos, ten-dientes a facilitar la consideración de una multitud de visiones relevantes. Las formas occidentales se inspiraron en la filosofía (Leibniz), pero se de-sarrollaron por primera vez en rela-ción con problemas de interpretación histórica. En la filosofía occidental, la conciencia de la multitud de pun-tos de vista no ha llevado (o lo ha hecho sólo en menor medida) al de-sarrollo de tipologías de puntos de vista, como sí ocurrió en el Asia me-ridional.38 Ocasionalmente dio origen

38. Véase Halbfass, India and Europe, cit., p. 3, para los defectos de la doxografía de Diógenes Laercio (s. III), que mantiene su influencia al menos hasta la obra de J. Brucker en el siglo XVIII. Se ha convertido en un hábito de los autores de filosofía,

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a un relativismo y a un escepticismo radicales (Nietzsche). El perspecti-vismo también adquirió una impor-tancia fundamental en la filosofía de la percepción (Husserl) y en la her-menéutica filosófica (Gadamer). Ca-da forma de perspectivismo, inclui-da aquella radicalmente escéptica adoptada por Nietzsche, tiene en cuenta las diferentes perspectivas so-bre la base de un trabajo atento sobre las fuentes (y sobre los manuscritos en particular) vinculadas con diver-sas perspectivas, de las que el pers-pectivista tiene una necesidad con-tinua. Estos perspectivismos, en otras palabras, podían surgir solo en el interior de determinadas tradiciones filológicas a las que, a continuación, reforzaban, transformaban y enri-quecían ulteriormente. Los perspec-tivismos parecen por ello índice ma-nifiesto de un cierto estado de madurez de las tradiciones filológicas de las que surgen.

En su libro India and Europe, Halbfass percibió la necesidad in-trínseca al perspectivismo occidental de considerar un número siempre mayor de perspectivas y, a partir de la inclusión paralela de materiales

ciencias históricas, sociales, etc., pintar un retrato apresurado, caricaturista, de varios puntos de vista y enfoques para representar la propia ubicación en el campo. Obviamente, tales caricaturas están muy lejos de un estudio real de varios puntos de vista.

surasiáticos, impulsó este perspecti-vismo hacia nuevos estadios de pro-greso. La “fusión de horizontes”, que en la obra de Gadamer se refiere prin-cipalmente a una situación cronoló-gicamente vertical “en la cual el autor, históricamente situado, y los lectores, también históricamente situados, se esfuerzan por crear un significado compartido”,39 encuentra en Halbfass un complemento que podríamos lla-mar “fusión de los horizontes en una dimensión horizontal”, en la que se sitúan las perspectivas occidentales y surasiáticas. Por ello, el libro de Halbfass ha sido extremadamente estimulante para un gran número de autores, indólogos y filósofos, de es-pecializaciones diversas, lo que evi-dencia la fuerte necesidad de un en-foque global en filosofía y filología. Sin embargo, aunque tal exigencia es inherente a los perspectivismos occidentales, tanto esta misma nece-sidad cuanto la complejidad de las tareas a realizar permanecieron has-ta hace poco ocultas tras la retórica de una presunta superioridad y ex-clusividad de la ciencia y la filosofía “occidentales”. Las bases de las cua-les partir para ofrecer contribuciones en la dirección indicada por Halbfass estaban en el perspectivismo occi-dental y sus matrices, o sea en la tra-dición filológica occidental con sus

39. Blackburn (ed.), Oxford Dictionary of Philosophy, op. cit., p. 152.

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competencias, sus técnicas y sus ins-trumentos conceptuales.

— 3 — La posición del perspectivismo

tradicional surasiático

3.1. Así como se puede excavar un túnel a través de Mont Blanc par-

tiendo de ambos lados al mismo tiempo, se puede llegar a una filolo-gía y filosofía globales (que hagan pleno uso de las reservas de ideodi-versidad disponibles) desde al menos dos lados, partiendo de la tradición europea o de la surasiática. No es solamente el perspectivismo occiden-tal el que exhibe una intrínseca ne-cesidad de dar cuenta de un número siempre creciente de perspectivas, entre las cuales se cuenta el rico ma-terial surasiático relativo a las pers-pectivas filosóficas, sino que además no puede ser sólo la tradición filoló-gica occidental la que provea las ba-ses para una aproximación global como esta. Incluso el perspectivismo tradicional surasiático, aunque per-maneció largo tiempo ignorado, a la sombra de impresionantes sistemas filosóficos monolíticos, tiene la mis-ma necesidad intrínseca, y debe tener en cuenta también las críticas de pensadores modernos de formación occidental; la tradición filológica su-rasiática, por su parte, provee algunas

bases para la realización de esta em-presa, que son más sólidas de lo que se creía hasta ahora. La rueda de do-ce rayos de las visiones filosóficas de Mallavadin podría ser aplicada a las visiones modernas y quizás alguna de estas últimas podría mostrarse clasificable bajo alguna de las visiones antiguas. Por otra parte, si se acepta, siguiendo el verso de Bhartrhari ya citado, que “el intelecto se refina en virtud de la familiaridad con diversas visiones tradicionales”, no parece existir razón alguna para excluir las visiones occidentales de las investi-gaciones propias. Además, el método con el cual Bhartrhari representaba las discusiones filosóficas de su tiem-po –no simplemente como luchas entre pensadores diferentes, cada uno de los cuales estaba armado con sus propios argumentos, sino como opo-siciones entre sistemas, cada uno dotado de su aparato de presuposi-ciones (agama), percepciones de sus-tento (pratyaksa) y argumentos (tarka)–40 podría llevar a resultados interesantes, si se aplicase a las dis-cusiones filosóficas del último siglo.

40. J.E.M. Houben “Bhartrhari’s Perspectivism (2): Bhartrhari on the Primary Unit of Language”, en Klaus D. Dutz y Kjell-Ake Forsgren, History and Rationality: the Skoevde Papers in the Historiography of Linguistics, Acta Universitatis Skovdensis, Series Linguistica, Vol. 1, Münster, Nodus Publicationen, 1995, pp. 29-62.

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Encontramos también una necesidad urgente de una aproximación global a los problemas filosóficos.

3.2. Se puede sostener que los estudiosos occidentales han estudia-do hasta ahora las fuentes surasiáticas sobre todo con el fin de adquirir nue-vos datos para destinar al uso de la tradición filológica occidental y de otras ramas del saber. Aunque se han producido contribuciones rele-vantes,41 no se ha prestado suficien-te atención a las habilidades filoló-gicas, a las técnicas y a los instru- mentos conceptuales producidos y desarrollados en el Asia meridional, incluida la aproximación perspecti-vista de la filosofía.42 Son estas habi-

41. Pienso aquí en los estudios notables de Halbfass sobre conceptos hermenéuticamente cruciales como darsana, anviksiki en relación con la filosofía y dharma en lo referente a la religión. Véase Halbfass, India and Europe, op. cit., pp. 263-348.

42. De la obra de Madhva y su recep-ción, resulta claramente que en el siglo XIII el estudio de los textos que revestían gran importancia cultural y religiosa, como Mahabharata, podía implicar la investigación y el estudio de manuscritos. Los críticos del tiempo no estaban convencidos de que Madhva, en su obra y sus fuentes, hubiese seguido los métodos apropiados y generalmente aceptados. Véase R. Mesquita, Madhva und seine unbekannten literarischen Quellen, Viena, Universidad de Viena, 1997.

lidades filológicas, estas técnicas y estos instrumentos conceptuales, sin embargo, los que conservaron, trans-mitieron y, de manera considerable, crearon, aquellos datos luego tan felizmente recibidos por los estudio-sos modernos.

Un caso pertinente está consti-tuido por el conjunto de nociones que refieren a los diversos tipos de textos filosóficos y científicos, los cuales siguen tipologías textuales su-rasiáticas conocidas como sutra, vart-tika y bhasya; tales nociones, aptas para establecer el ser (o el deber ser) de ciertos tipos de textos han trazado las líneas guía para siglos de actividad filológica. Sin embargo, incluso los más elaborados estudios actualmen-te disponibles sobre la “literatura de los sutra” (esto es, una serie de pu-blicaciones de Louis Renou),43 se limitan a estudiar directamente los textos relevantes, para luego construir sobre estas bases teorías propias res-pecto del significado “original” del término sutra, de los caracteres defi-nitorios de la literatura sutra, de sus tipologías de base, etc. Si esto puede ser de por sí legítimo y útil, no se presta atención al concepto de sutra como lo utilizaban los autores y re-dactores surasiáticos antiguos. Que

43. Por ejemplo, L. Renou, “Les conexions entre le ritual et la grammaire en sanskrit”, Journal asiatique, 233, 1941-1942, pp. 105-165.

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tales cuestiones sean más complicadas de lo que he podido exponer hasta aquí resulta claro en algunos estudios,44 en los cuales Bronkhorst muestra cómo el concepto de varttika tuvo pronto cambios notables en la tradición surasiática desde el tiempo de Bhartrhari (siglo V): el contenido fluctuante de esta noción tiene im-portantes consecuencias para la in-terpretación precisa de los conceptos de bhasya y de sutra en los diversos períodos de la actividad filológica surasiática.45

Las técnicas y los instrumentos lingüísticos, retóricos y filológicos desarrollados para consentir a los pensadores de sistemas filosóficos surasiáticos la representación de su

44. J. Bonkhorst, “Varttika”, en Wiener Zeitschrift für die Kunde Südasiens, 34, 1990, pp. 123-146.

45. Respecto de estos conceptos, véase J.E.M Houben, “Sutra and bhasyasu-tra in Bhartrhari’s Mahabhasya Dipika: On the Theory and Practice of a Scientific and Philosophical Genre”, en D. van der Meij (ed.), India and Beyond: aspects of Literature, Meaning, Ritual and Thought, Londres, Kegan Paul, 1997, pp. 271-305. Sobre el sutra en la literature jaina, véase N. Balbir, “The Perfect Sutra as Defined by the Jainas”, en Berliner lndologische Studìen, 3, 1987, pp. 3-21. Sobre el sutra en el budismo,. von Hinüber, “Die Neun Angas”, en Wiener Zeitschrìft fiìr die Kunde Südasiens, 38, 1994, pp. 121-135.

conocimiento en modo compacto, objetivado y reproducible (incluso oralmente, por ejemplo, mediante el uso del estilo del sutra) han contri-buido, gracias a la discusión polémi-ca y la transmisión a otros, a una tradición de conocimiento conside-rablemente objetivada y “exoso-mática”,46 que permitió, al menos en

46. Véase el uso de este término en Popper, A pluralist approach to the philosophy of history, del que se publicó una versión revisada en K.R. Popper, The Myth of the Framework. In defence of science and rationality (ed. por M.A. Notturno), Londres, Routledge, 1994, pp. 130-153, en particular pp. 134, 149-150, donde se lee lo que sigue: “Para mí, el conocimiento no consiste esencial-mente en artefactos o productos o instituciones exosomáticas. Es su carácter exosomático el que los convierte en posibles objetos de crítica racional. Hay conocimiento sin sujeto que conoce, por ejemplo el conocimiento que se conserva en nuestras bibliotecas, por lo que puede haber crecimiento del conocimiento sin crecimiento de la conciencia de quien conoce”. El Asia meridional y su tradición escrita y oral milenaria proveen una vasta mole de datos con una profunda dimensión histórica para poner a prueba tales ideas, que fueron formuladas sin ninguna referencia a aquella parte del mundo. Sobre la importancia de los métodos de representación y transmisión del conocimiento, incluida la construc-ción de un idioma artificial para el crecimiento del conocimiento, véase

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algunos períodos, un progreso diná-mico, con una dialéctica y un refi-namiento continuos.

En este momento, las disciplinas filosóficas y filológicas surasiáticas en las cuales el enfoque perspectivista pudo madurar y florecer están en una fase de estancamiento casi total y, por lo que parece, deberemos esperar a que esta tradición (que a lo largo del tiempo ha experimentado tantas trans-formaciones cuando las condiciones internas y externas lo hicieron nece-

F. Staal, “The Sanskrit of Science”, en Journal of Indian Philosophy, 23, 1995, pp. 73-127; sobre el salto de los métodos orales de representación y transmisión a los escritos y sus consecuencias para los modos de la racionalidad privilegiados en el interior del samkhya, J.E.M. Houben, “Why did rationality thrive, but hardly survive in Kapila’s system?”, en Asiatische Studien / Etudes Asiatiques, 53, 3, 1999, pp. 491-512. Más en general, respecto de la oralidad, la cultura de la memoria y la cultura del manuscrito en la tradición sánscrita, véase “A Tradição Sânscrita entre Memética Védica e Cultura Literária”, en Linguagem & Ensino, v. 17, n. 2, mayo-agosto de 2014, pp. 441-469, maio./ago. 2014. Sobre la oralidad en las tradiciones girega antigua y védica, véase Alexis Pinchard, Les langues de sagesse dans la Grèce et l’Inde anciennes, École Pratique des Hautes Études, Sciences historiques et philologiques - III. Hautes Etudes du monde gréco-romain, 43, Ginebra-París, Droz, 2009.

sario) pueda reorientarse en un mun-do nuevo y modernizado.

— 4 — Perspectivas localizadas,

ciencia y tecnología globalmente exitosas

4.1. En una discusión de la tesis de Edmund Husserl, según la

cual la europeización de la humani-dad es el destino de nuestro mundo, Wilhelm Halbfass ha observado lo siguiente: “En la situación planetaria moderna, las culturas orientales y occidentales no pueden encontrarse como socios iguales, se encuentran en el interior de un mundo occiden-talizado, según condiciones mode-ladas por las formas de pensar occidentales”.47

Si esto es cierto, ¿las disciplinas filosóficas y filológicas surasiáticas tendrán espacio para renacer de sus cenizas como tradiciones que repre-sentan las perspectivas surasiáticas? ¿Podrán dar su contribución a la ex-ploración y al empleo de una reserva “surasiática” de ideodiversidad? ¿Vi-vimos de verdad en un mundo eu-ropeizado u occidentalizado? Cual-quiera sea el sentido de un juicio tal, siempre que sea válido, esto no sig-nifica que la Europa hodierna o el

47. Halbfass, India and Europe, p. 440.

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viejo “mundo occidental” merezcan una posición privilegiada.

De acuerdo con una observación de Ernest Gellner, hay una sorpren-dente “asimetría cognitiva” en el mun-do en que vivimos: “Un estilo de conocimiento es inconmensurable-mente más poderoso que todos sus rivales y está transformando el mun-do rápidamente”.48 Pero este “pode-roso estilo de conocimiento” no es propiedad privada de un grupo limi-tado ni confiere prioridad a uno u otro grupo:

“Esta desigualdad de estilos cogni-tivos no da lugar a una jerarquía de pueblos y de culturas. No es el efecto colateral de la dotación del código genético de un pueblo en particular. La población o la cul-tura en la que nació este estilo ha-bría sido del todo incapaz de pro-ducirlo apenas unas generaciones antes y, desde cuando tuvo lugar, otras poblaciones lo adquirieron con facilidad, algunas incluso fue-ron sensiblemente más allá del ori-ginal, en el campo de las aplica-ciones tecnológicas y comerciales de la Ciencia Nueva”.49

Desde la descolonización del si-glo XX, especialmente con el incre-

48. E. Gellner, Anthropology and Politics: Revolutions in the Sacred Grove, Oxford, Blackwell, 1995, p. 4.

49. Ibidem.

mento del poder económico de paí-ses asiáticos como Japón, Tailandia, etc., Europa occidental no desempe-ña ya un papel político o económico de mayor importancia respecto de otras partes del mundo ni un papel especial en los campos de la ciencia y la educación.

Una de las más antiguas formas de democracia fue puesta en prácti-ca por primera vez en la Grecia an-tigua y en este sentido podemos decir que la democracia es una ins-titución griega; pero esto no confie-re a la democracia griega moderna un puesto especial entre las demo-cracias del mundo. La industrializa-ción a gran escala se aplicó por pri-mera vez en Inglaterra a fines del siglo XVIII y en el siglo XIX, pero esto no ha dado ventajas de largo plazo a las industrias británicas res-pecto de países como Alemania, que se industrializaron más tarde, sino más bien al contrario, países que se industrializaron tarde utilizaron tec-nologías nuevas y más eficaces, lo que les dio una posición mejor que la británica. Análogamente, si pode-mos ciertamente hablar de una eu-ropeización y occidentalización del mundo, podemos hacerlo en un sen-tido histórico,50 porque desde un

50. En otras palabras, a la pregunta de Halbfass, “La expansión de los modos europeos de comprender el mundo y dominar la naturaleza, la globalización de la ciencia y de la

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punto de vista sincrónico el viejo mundo occidental no tiene ninguna ventaja. Si buscamos un país econó-micamente y políticamente fuerte, con un papel guía en la ciencia y en la tecnología, no lo encontramos en el viejo mundo occidental, esto es, en Europa occidental, sino en Esta-dos Unidos, y quienes conocen los problemas sociales podrían dudar que lograrán mantener durante largo tiempo esa posición: en un futuro no lejano, podremos encontrar a paí-ses asiáticos como Japón, China y quizás India.

Esto ha sido en parte reconocido también por Halbfass:

“En un cierto sentido, la Europa misma fue aplanada y dejada atrás

tecnología europeas, ¿fueron sólo un episodio?” (India and Europe, p. 440) se puede responder brevemente como sigue: “Sí y nada más”. Una respuesta ligeramente más compleja podría ser: fue un episodio único e importante de la historia mundial, como muchos otros precedentes, como la islamiza-ción (una precondición generalmente olvidada pero crucial del episodio de la occidentalización, pues fue la vía a través de la cual Occidente entró en contacto pleno con sus antiguos griegos), y antes la latinización, la helenización, la persianización, etc. Y como estos procesos, es difícil de discernir y caracterizar históricamen-te. En lo que respecta al viejo Occidente y al resto del mundo, en todo caso, la occidentalización es en gran parte un hecho del pasado.

en el moderno mundo occidenta-lizado, por cierto no es más la do-minadora y protagonista del pro-ceso de ‘europeización’. […] La búsqueda de alternativas se pre-senta por el momento como una cuestión de vida o muerte. Europa se está volviendo hacia esas tradi-ciones no europeas que ha inten-tado dominar, suplantar, compren-der y explicar, intenta enrolarlas como aliadas contra procesos que ella misma ha producido. Occi-dente se vuelve a Oriente para en-contrar una nueva inspiración, o una terapia”.51

Si reconocemos todo esto, no podemos seguir a Husserl y Heide-gger y continuar hablando de la “eu-ropeización de la tierra y de la humanidad”,52 ni podemos seguir a Halbfass cuando escribe, algunas pá-ginas más adelante, que “no hay vía de escape de la red global de la eu-ropeización” y que “para los indios y los europeos, la europeización de la Tierra sigue siendo inevitable e irreversible”.53

51. India and Europe, p. 440.52. Ivi, p. 441, véase ivi, pp. 167-169.53. Ivi, pp. 441-442; la segunda

afirmación, hecha inequívocamente propia por Halbfass, indica que él concuerda con la primera, contenida en una paráfrasis de la posición de Heidegger.

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4.2. Si deseamos caracterizarlo sincrónicamente, el mundo moder-no no está europeizado ni occiden-talizado, sino sobre todo racionali-zado y globalizado.54 Como en el

54. Esto significa, en el discurso de Halbfass, y en el de Husserl y Heidegger citados por él, que si la India se considera “europeizada” con ello se quiere decir que está abierta a la modernidad global, a la racionali-dad en la forma de la ciencia y de la tecnología. Véase a propósito de europeización, racionalidad y globalización, ivi, pp. 143, 167, 217, 439-442. Existe otro elemento de esta llamada europeización que Halbfass ha ignorado casi por completo: la mercantilización. Las instituciones que actualmente promueven al máximo grado y con mayor fuerza los procesos de racionalización y globalización no son los gobiernos estatales ni las universidades, sino las instituciones comerciales y sobre todo las compañías multinacionales; un discreto poder se concentra en las mandos de tales instituciones, las cuales promueven la reproducción en masa de productos culturales a bajo precio, un fenómeno que comporta peligros obvios para iniciativas de poco valor comercial directo pero de alto valor cultural como la indología. Teniendo en cuenta la importancia actual de los Estados Unidos de América, como se ha indicado ya, quizás algún día los historiadores observarán a las décadas de la segunda posguerra como un periodo de “americanización”, aunque si se considera la importancia general de las compañías multinacionales el

caso de quien acepta y aplica las leyes de gravedad y movimiento de la fí-sica newtoniana pero no se ve nece-sariamente obligado a aceptar las ideas filosóficas o metafísicas de Newton,55 un hombre de negocios japonés o un soldado de los talibanes podrían usar, respectivamente, las técnicas económicas y la tecnología de las armas occidentales, podrían incluso aceptar las teorías científicas sobre las cuales se basan necesaria-mente aquellas técnicas, sin compro-meterse a aceptar las filosofías o mo-dos de vivir de los países que han

hecho de que su sede original sean los Estados Unidos, Japón o cualquier otro lado permitiría hablar de un periodo de “multinacionalización”. Nada de esto altera el carácter de los procesos de racionalización, globalización, mercantilización observables sincrónicamente. A la tesis de que la europeización del mundo moderno consiste en verdad en una globalización y racionalización del mundo, deberíamos agregar que estos procesos de globalización y racionalización se manifiestan junto a poderosos movimientos contrarios, en particular a la tendencia al tradicionalismo y a la regionalización, presentes incluso en el “viejo mundo occidental”.

55. Newton tenía ideas metafísicas muy particulares, frecuentemente desconocidas por quienes estudian sus conquistas físicas. Véase F. Staal, Concepts of Science, Leiden, Interna-tional Institute for Asian Studies, 1993.

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desarrollado primero aquellas técni-cas y aquellas teorías.56 Por otro lado, si subsisten otras afinidades entre sus modos de vivir y aquellos conside-

56. Dado que durante el seminario surgieron dudas sobre mi tesis según la cual la economía japonesa moderna no puede ser considerada simplemen-te un caso de occidentalización, me parece oportuno citar aquí algunas observaciones de un artículo aparecido en el Times de la India (7 de febrero de 1997, p. 1), en el especial “Times of India Country Report”: “Japón ocupa una posición única en la historia económica de las naciones del siglo XX. Los resultados de Japón en el campo industrial, por número de conquistas pioneras y de nuevas tendencias establecidas, no tienen igual en ningún otro país de nuestros días. […] No solo los productos innovadores y las altas tecnologías, sino también los sistemas de gerenciamiento japoneses, sus magistrales estrategias de mercadeo, su inflexible devoción por la calidad, la rapidez con la que lanzan nuevos productos y su ojo infalible para el diseño cautivante han tenido un impacto revolucionario y profundo sobre el mundo en que operan las compañías de todo el mundo. […] Paradójicamente, Japón es quizás el único ejemplo de un país que logró mezclar los puntos fuertes de su pasado y las promesas del futuro. El país ha preservado y venerado las tradiciones de su civilización bimilenaria y al mismo tiempo se ha convertido en la nación más avanzada, la más rápida en los cambios y la más moderna”.

rados típicamente occidentales, eso no significa que las deban haber to-mado de Occidente. Si un país o un individuo toma parte activamente de este mundo globalizado y racio-nalizado, eso no los convierte auto-máticamente en occidentalizados. Halbfass no era quizás lo suficiente-mente consciente de esta importan-te distinción ni de la necesidad de aquello sobre lo que se basa: una cla-ra separación entre la perspectiva diacrónica y la sincrónica.57 Puede ser, incluso, que en los últimos años la modernización global se haya di-fundido de modo tal que haya trans-formado en obsoleta a la teoría de Halbfass, aunque ella tuviera todavía una cierta validez al momento en que escribió India and Europe.

La aplicación de técnicas y tec-nologías, muchas de las cuales habían sido parcial o enteramente desarro-lladas en Occidente pero que fun-cionan igualmente bien en otras par-tes del mundo, ha facilitado ampliamente las comunicaciones y ha reducidos las distancias. Nos gus-te o no, los países distantes se han vuelto vecinos y, en este sentido, el mundo se ha globalizado. La globalización actual carece de todo precedente en la historia humana, pero conocemos casos bien docu-mentados de procesos similares, in-

57. Halbfass, India and Europe, en particular el capítulo conclusivo, “In Lieu of a Summary”, pp. 434 y ss.

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cipientes y enseguida congelados. Algunos de estos ejemplos se encuen-tran en la historia del Asia meridio-nal: la conquista militar y religiosa por parte de Asoka (de gran parte) del mundo (entonces conocido), la sanscritización del Asia central, orien-tal y sudoriental, que se convierte en lo que Pollock llamara The Sanskrit Cosmopolis, 300-1300 C.E.58 En cual-quier caso, la globalización no es un fenómeno occidental, ni un ejemplo de occidentalización.

4.3. En lo que respecta a la racionalización, el término debería indicar el aumento de la importancia y la extensión de las aplicaciones de la racionalidad. El concepto de ra-cionalidad, por un lado, siempre tu-vo un papel importante en las carac-terizaciones de Occidente, sea en sentido positivo o negativo, por par-te de los occidentales y de otros;59

58. S. Pollock, “The Sanskrit Cosmopo-lis, 300-1300 C.E.: Transculturation, vernacularization, and the question of ideology”, en J.E.M. Houben (ed.), Ideology and Status of Sanskrit: Contributions to the History of the Sanskrit Language, Leiden, Brill, 1996, pp. 197-247. Véase también S. Pollock, The Language of the Gods in the World of Men: Sanskrit, Culture, and Power in Premodern India, Berkeley, University of California Press, 2006.

59. Halbfass, India and Europe, pp. 120, 143, 232, 255.

por el otro lado, siempre fue muy problemático, pues diversos pensa-dores como Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Hume y otros lo concibieron de modos distintos.

Las “acciones racionales” o “ac-ciones basadas en la razón” se con-trapusieron tanto a las “acciones ba-sadas en la pasión” (Platón) y a las “acciones basadas en la tradición o la autoridad” (Hume). A la raciona-lidad puede asignarse un ámbito li-mitado, restringido principalmente al razonamiento matemático y lógi-co (Hume), o más amplio, con la inclusión del pensamiento ético y estético. En la tradición sánscrita surasiática, la racionalidad o “razo-namiento” (tarka, anumana) era vis-ta usualmente como uno de los me-dios para adquirir conocimiento (pramana) junto con la percepción directa (prataksa) y la tradición (aga-ma). Nuestra comprensión de la ra-cionalidad, de su naturaleza y de su ámbito ganaría seguramente en pro-fundidad y validez universal si tuvié-ramos en cuenta el rico material su-rasiático concerniente a estos problemas. Para los objetivos de este trabajo, de todos modos, debería ser suficiente con seguir el uso que Hal-bfass hizo del término y observar que su “racionalidad” se vincula de algún modo con las ciencias naturales y sociales y con la tecnología. Si admi-timos considerar como ejemplares la racionalidad científica y la tecnoló-

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gica, no debemos por ello negar que hay racionalidad, por ejemplo, en las cuestiones éticas.60

Podemos decir que al día de hoy cualquier campo importante del mundo y de la vida humana se ha vuelto objeto de ciencias especializa-das: física, química, biología, medi-cina, psicología, ciencias sociales. La ciencia no es un fenómeno exclusivo de Europa, como ha sido señalado con justicia y comprobado por Staal.61 Hoy, en cualquier caso, se han alcan-zado progresos sin precedentes en las ciencias que han tomado forma en Occidente, mientras, por ejemplo, en la antigua China y en el Asia me-ridional las ciencias permanecieron estancadas por razones hasta ahora poco claras.

¿Pero cómo ha ocurrido, de he-cho, la difusión de la ciencia y de la tecnología por toda la Tierra, que necesariamente contribuyó a produ-cir un sentimiento de orgullo y de éxito entre quienes se identifican con Occidente? Como consecuencia in-

60. Sobre la racionalidad aplicada en este campo por varios pensadores en el curso de la historia surasiática, véase J.E.M. Houben, “To kill or not to kill the sacrificial animal?”, en J.E.M. Houben, K.R. van Kooji, Violence denied: violence, non violence and the rationalization of violence in South Asian Cultural History, Leiden, Brill, 1999, pp. 105-171.

61. Staal, Concepts of Science, cit.

evitable de esta difusión de la ciencia y de la tecnología, personas y comu-nidades aceptan una ciencia y una tecnología que han tenido éxito, pe-ro rechazan por otra parte algún cor-pus de conocimientos que no han sido menos exitosos, incluso en el área en que la nueva ciencia y la nue-va tecnología son aceptadas. El corpus de conocimiento rechazado puede presentar muchos nombres: magia, superstición o ciencia viciada y de poco éxito.62 Pero en la medida en que la ciencia o la tecnología exitosas son racionales, incluso la elección consciente de aceptarlas, cuando por ejemplo un “indio” de Norteamérica acepta las armas europeas, un papua de Nueva Guinea acepta la medicina occidental, etc., debería ser conside-rado racional, aunque sobre las de-cisiones influyan varios factores no racionales.63 En otras palabras, si la

62. Trazar líneas precisas de frontera entre ciencia, religión y magia es extremadamente problemático. S.J. Tambiah, Magic, Science and the Scope of Rationality, Cambridge, Cambrid-ge University Press, 1990. Véase también J.E.M. Houben, “A Song Against Bad Dreams: Magic, Superstition or Psychology?”, en Claudine Bautze-Picron (dir.), The Indian Night: Sleep and Dreams in Indian Culture, Delhi, Rupa & Co., 2009, pp. 37-63.

63. En los años sesenta, Thomas Kuhn sostuvo que incluso en el interior de la ciencia los factores no racionales

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ciencia y la tecnología modernas son verdaderamente tan racionales como usualmente se cree, su aceptación sobre la base de resultados demos-trables atestigua la racionalidad de las personas o de las comunidades que las aceptan, más que constituir un caso de occidentalización. Si, por otro lado, deseáramos negar que la aceptación de la ciencia y de la tec-nología sobre la base de resultados demostrables es una decisión racional, estas perderían el derecho de fiarse de la racionalidad y se volverían in-distinguibles del mito y de la magia. Por tanto, como ya habíamos afir-mado respecto de la globalización, debemos concluir que también la racionalización, especialmente en la forma de la difusión de la ciencia y de la tecnología modernas, no es un fenómeno occidental y no es un ejem-plo de occidentalización.

representan un papel de primer plano en la elección entre teorías y paradigmas en competencia. Imre Lakatos y Karl Popper han aceptado algunas de las tesis de Kuhn, pero también han respondido, argumen-tando que la racionalidad mantiene la preeminencia en el proceso de selección en el interior de la ciencia. Se puede sostener, del mismo modo, que la racionalidad tiene un papel importante en la decisión de adoptar teorías científicas y tecnologías modernas en campos en los cuales antes se seguían creencias y técnicas tradicionales.

4.4. Lo que hemos dicho hasta ahora deja abierto el siguiente inte-rrogante: ¿a quién pertenecen los puntos de vista antiguos todavía no suficientemente explorados, si el mundo continúa modernizándose en el sentido de un incremento de la globalización y de la racionalización? Es difícil considerar los puntos de vista conservados en los antiguos textos surasiáticos como pertenecien-tes exclusivamente al Asia meridional contemporánea, que se moderniza con tanto entusiasmo. Por otra par-te, dado que tenemos un interés par-ticular por los puntos de vista filo-sóficos como los desarrollados en el darsana, estamos considerando afir-maciones que generalmente intentan referirse a universales humanos y por ello son de interés para “todo ser hu-mano en cualquier período de la his-toria de la humanidad”. Diversos puntos de vista antiguos, por ejemplo los explorados en el sistema vaisesika, han desaparecido en gran parte de la vida intelectual surasiática hace mu-chos siglos, incluso si se siente toda-vía el eco de algunos de sus concep-tos básicos, por ejemplo, las seis categorías (sustancia, calidad, etc.) que deberían componer la realidad,64

64. Véase, para los conceptos básicos del vaisesika, J. Bronkohorst, “Quelques axiomes du Vaisesika”, Les Cahiers de Philosophie, 14, 1992, pp. 95-110. Mientras las tendencias teóricas del vaisesika se prestan a una comparación

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en textos fundamentales del sistema de medicina ayurvédica.65

En las páginas precedentes, he hablado de la ciencia y de la tecno-logía como si fueran hoy un fenó-meno global, como si fueran no só-lo globalmente sino también eterna y universalmente válidas. En cuanto tales, se las ha contrapuesto con pers-pectivas localizadas en el tiempo y en el espacio, válidas sólo dentro de determinados límites. En realidad, las ideas científicas y tecnológicas que son un fenómeno global en un preciso momento histórico, podrían no representar jamás (es probabilísi-mo que no representen jamás) la ver-dad universal, porque no están des-tinadas a tener validez en todo lugar y en todo tiempo. Las técnicas mo-dernas europeas de cultivo, alimen-tación, carnicería de bovinos han

directa, esto es, un estudio de contrastes y semejanzas, con las tradiciones europeas de la filosofía natural, su aspiración a la liberación, presente del inicio del primer vaisesika lo vincula fuertemente con el contexto surasiático de la época. Véase J.E.M Houben, “Liberation and natural philosophy in early vaisesika”, en Asiatische Studien / Etudes Asiatiques, 48, 2, 1994, pp. 711-748.

65. Véase A. Comba, “Carakasamhia, Sarirathana I and Vaisesika philoso-phy”, en G.J. Meulenbeld, D. Wujastyk (eds.), Studies on Indian Medical History, Groningen, Egbert Forsten, 1987, pp. 43-61.

tenido gran éxito por muchas déca-das, pero la aparición imprevista en muchos lugares del mal de la vaca loca, con sus consecuencias fatales para consumidores de carne infecta-da, ha demostrado que debe haber algo fundamentalmente errado en esas técnicas. O, en un nivel más abstracto y en palabras de H.L. Dre-yfus y P.A. Dreyfus:

“Un estudio de la genealogía de los objetos revela el hecho de que los significados perceptivos pueden es-tabilizarse pero no están fijados de modo absoluto. […] Si debiéramos mostrar que los conceptos a su tur-no derivan de la percepción y por ello reflejan su irreductible contin-gencia, la razón y el orden no serían ni precedentes a la experiencia ni estarían garantizados”.66

El peligro del entusiasmo con que se aceptan a escala mundial las ciencias y las tecnologías que hoy tienen éxito, incluso si admitimos que los casos individuales de acepta-ción se basan en decisiones raciona-les de quienes están involucrados, consiste en el hecho de que algo “no válido universalmente pero actual-mente exitoso” reemplace otras op-ciones y perspectivas que son “no válidas universalmente y actualmen-

66. H.L. Dreyfus y P.A. Dreyfus, en su introducción a Merleau Ponty, Sense and nonsense, Evanston, Northwes-tern University Press, 1964.

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te no exitosas”, las cuales quizás, a futuro, podrían demostrar ser catali-zadoras de instituciones correctivas, cuando cambios en las circunstancias globales o locales exigieran soluciones no conocidas.

La aceptación de la ciencia y de la tecnología modernas a escala mun-dial es inseparable de un rechazo a escala mundial de puntos de vista y técnicas “tradicionales”, que con es-te proceso son abandonados. Inclu-so si pueden emerger nuevos con-trastes pragmáticos en la dinámica de las actuales relaciones internacio-nales e intercontinentales, la distin-ción clásica entre este y oeste se ha vuelto meramente histórica y ha per-dido toda referencia directa al Asia meridional y a la Europa moderna. Por lo tanto, la atención a la preser-vación, a la exploración y al empleo de las bases textuales de la ideodiver-sidad del pasado se ha vuelto una tarea que debe ser asumida por el mundo entero.

— 5 — Conclusión

Las tradiciones occidental y sura-siática han preservado al menos

las bases textuales de una variedad de intentos sofisticados de construc-ción de puntos de vista filosóficos, incluido el perspectivismo, en el que se reconoce la validez de diversas perspectivas sobre la realidad. Estas

bases textuales constituyen una im-portante reserva de ideodiversidad que, hasta hoy, no ha recibido ni el cuidado ni la atención que merece.

El enfoque perspectivista parece constituir un punto de partida más idóneo para acercar las informaciones y puntos de vista que el pasado nos ha legado. Tal enfoque, junto con la apertura mental derivada del estudio de las opiniones previas, resulta una base más adecuada para enfrentar la multitud de puntos de vista actuales, más que los intentos contemporáneos de establecer verdades rigurosas y monolíticas, que agreden con inten-sidad sin precedentes a los habitantes de la ciudad global.

Para que la humanidad pueda verdaderamente aprovechar la pre-servación de los reservorios de ideo-diversidad todavía disponibles, será seguramente necesario, como pro-puse al inicio, introducir a las gene-raciones modernas y futuras en el estudio de las ciencias humanas, in-cluido el estudio de diversas lenguas clásicas y varias civilizaciones del mundo. Al contrario de lo que se piensa usualmente, las ciencias hu-manas tienen una utilidad y una im-portancia considerables para la so-ciedad moderna, incluso dada la dificultad de expresar esta “utilidad” y esta importancia en términos eco-nómicos. Las ciencias humanas con-tribuyen a la preservación y el trata-miento de importantes perspectivas

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sobre la realidad, de fuentes de “sen-tido” y de “razón de ser” de la huma-nidad, y tienen la vocación de vol-verlas disponibles para los individuos y la sociedad. Son justamente los dominios en los que una parte de la generación actual sufre muchos pro-blemas, donde la sociedad busca de forma desesperada de encontrar so-luciones para los programas de ayu-da social y psicológica para los ado-lescentes y los adultos jóvenes desorientados. En la elaboración de un nuevo humanismo mundial, in-tegrativo y perspectivista, las lenguas clásicas tendrán evidentemente un papel destacado. Este nuevo huma-nismo sería una “traducción” de los ideales antiguos de la educación hu-manista67 al mundo moderno con sus nuevos desafíos y sus nuevas po-sibilidades. En la Italia medieval, no había más que dos lenguas disponi-

67. Véase “The Treatise De Ingenuis Moribus by Petrus Paulus Vergerius“, traducido de forma libre por W.H. Woodward en Vittorino da Feltre and other Humanist Educators, W.H. Woodward, with a foreword by Eugene F. Rice Jr., Toronto, Univ. of Toronto Press, 1996. El tratado fue escrito a inicios del siglo XV, en un período pre-Gutenberg; una reproducción de una versión impresa del texto se encuentra disponible en Gallica, Bibliothèque Nationale de France, bajo el título De ingenuis moribus ac liberalibus studiis de Petrus Paulus Vergerius.

bles para el estudio humanista, el latín y el griego antiguo, mientras que el hebreo se estudiaba en un con-texto estrictamente teológico. Ac-tualmente, más lenguas clásicas son accesibles para la formación huma-nista. Podría pensarse en establecer un liceo de “nuevo tipo”, donde los alumnos talentosos pudieran elegir tres lenguas clásicas, entre las lenguas occidentales, el hebreo, el árabe, el chino y el sánscrito. La familiaridad exclusiva con una sola fuente clásica de significación podría conducir a un fundamentalismo, mientras que el conocimiento de más lenguas y fuentes podría contribuir a un pers-pectivismo que reconozca la validez simultánea de diversos puntos de vista sobre la realidad. La sola pers-pectiva que debe ser rechazada como errónea, como aprendimos de Orte-ga y Gasset, es aquella que pretende ser la única correcta.

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MESOAMERICANOS Y ESPAÑOLES EN BUENOS AIRES:

ACERCA DE LA HISTORIA EN LAS TABLAS DE LA CONQUISTA

DE MÉXICO DEL MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES

por Marta Penhos

Recibido: 14/10/2015Aceptado: 09/12/2016

UBA-UNSAM

RESUMEN:

Este trabajo implica una doble revisión de la historia, en y de las Tablas de la Con-

quista de México pertenecientes al Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Persigue dos objetivos: ahondar en el análisis del relato visual que presentan, y seguir el derrotero de las obras desde su compra en Londres por un particular en la primera mitad del s. XIX hasta su ingreso al patrimonio del MNBA en 1898. La hipótesis principal que guía este estudio es que la rareza de las Tablas desde un punto de vista plástico, y su com-pleja versión de la conquista habrían sido factores principales que las constituyeron, dentro del patrimonio museístico argentino, en objetos de difícil catalogación y exhibición, ubicados desde su ingreso al mismo y hasta el presente, en un espacio indefinido entre el arte y el documento.

ABSTRACT:Mesoamericans and Spaniards in Buenos Aires. History in the “Tablas de la Conquista de México” (Museo Nacional de Bellas Artes)

This work reviews the history regarding the “Tablas de la Conquista de Mexico”,

paintings belonging to the Museo Nacional

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obras del MNBA integran un con-junto de cinco series que presentan el mismo tema: la conquista de México.

Dujovne se ha referido a las Ta-blas como “pintura narrativa, desa-rrollo de un tema, ilustración de una historia” y “un relato hecho imagen”.2 Esta dimensión narrativa ha sido en-fatizada por varios autores en relación a otras series, teniendo en cuenta la existencia de fuentes escritas con las que se vinculan las pinturas.3 Este trabajo tiene dos objetivos: el prime-ro es ahondar en el análisis del rela-to visual que presentan las Tablas, el segundo seguir el derrotero de las

Bellas Artes, Buenos Aires, Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, 1972; y Las pinturas con incrustaciones de nácar, México, IIE/UNAM, 1984. En adelante se citará principalmente la publicación de 1972, ya que, como aclara la propia autora en su libro de 1984 “en lo que se refiere a las consideraciones sobre los enconchados de la conquista de México, me limito aquí a reiterar lo ya publicado en el Catálogo de la exposición realizada en Buenos Aires”, p. 7. Ver también García Sáiz, Ma. Concepción: La pintura colonial en el Museo de América (II). Los enconchados, Madrid, Ministerio de Cultura, 1980.

2. Dujovne: op. cit., pp. 12 y 30. 3. García Sáiz: op. cit.; Vargas Lugo,

Elisa: “La pintura de enconchados”, en México en el mundo de las colecciones de arte, Nueva España 1, México, Azabache, 1994.

de Bellas Artes in Buenos Aires. It has two main objectives: to deepen the analysis of the visual story presented there, and to follow the itinerary of those works from its purchase in London in the first half of the nineteenth century until they become part of the MNBA collection in 1898. The principal hypothesis guiding this study is that the plastic peculi-arity of these works and their complex version of the conquest explains the fact that they have always been difficult to catalogue, plac-ing them in an undefined space between art and document.

palabras clave: Tablas de la Conquista, historia, patrimonio, museos. key words: Tablas de la Conquista, history, patrimony, museums.

El Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (en adelante MNBA) posee una serie compuesta por 22 ta-

blas realizadas con la técnica del “en-conchado”. Son obra de Miguel Gonzales, quien tenía en la ciudad de México un taller especializado en este tipo de pinturas a fines del s. XVII. Marta Dujovne fue la primera en realizar un estudio sistemático so-bre esta serie que aborda aspectos for-males, iconográficos y técnicos, poniéndola en relación con un nutri-do corpus de pinturas con incrusta-ciones de nácar, la mayor parte en colecciones de España y México.1 Las

1. Dujovne, Marta: La Conquista de México por Miguel Gonzales. Colecciones del Museo Nacional de

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obras desde su compra en Londres por un particular en la primera mitad del s. XIX hasta su ingreso al patri-monio del Museo Nacional de Bellas Artes en 1898. Ambos implican una doble revisión de la historia, en y de las Tablas. Examinar estos aspectos habilitará la discusión de las catego-rías usadas para el abordaje de este patrimonio, las decisiones tomadas respecto de su exhibición en los di-ferentes sitios donde se las guardó, y las valoraciones subyacentes en estos avatares. Finalmente, plantearé bre-vemente el problema de la situación actual de estas obras, y el sentido que podría adquirir, en el museo más im-portante de Argentina, la historia que ellas cuentan. La hipótesis principal que guía este estudio es que la rareza de las Tablas desde un punto de vista plástico, y su compleja versión de la conquista habrían sido factores prin-cipales que las constituyeron, dentro del patrimonio museístico argentino, en objetos de difícil catalogación y exhibición, ubicados desde su ingreso al mismo y hasta el presente, en un espacio indefinido entre el arte y el documento.

La historia en las Tablas

Para responder cabalmente al in-terrogante sobre qué historia

cuentan las Tablas sería preciso hacer un análisis integral de las 22 pinturas.

Pero bastará en esta ocasión ensayar una comparación de la pintura que lleva el número VII (fig. 1) con otras representaciones del tema, partiendo de la crónica de Bernal Díaz del Cas-tillo, concluida en 1575 y publicada en 1632, que se considera la fuente principal de la serie.4

Como todas las que forman el conjunto, la Tabla del MNBA que vamos a examinar contiene una car-tela en la parte superior que informa sobre su contenido. Se trata de la estancia de Cortés y sus hombres en Cholula, que constituye uno de los episodios más controvertidos de la conquista, denunciado por Bartolo-mé de Las Casas y Fray Toribio de Benavente (Motolinía), justificado por los cronistas oficiales, y, plasma-do en otras imágenes además de la que nos ocupa, lo que permite ilu-minar el análisis a partir de la con-frontación de las distintas versiones. De los hechos del 18 de octubre de 1519 solo nos quedan estas huellas. Textos e imágenes forman una apre-tada trama cuyos hilos intentaremos poner bajo la lupa para echar luz sobre las selecciones llevadas a cabo para representar la llegada de Cortés a la ciudad y lo que allí ocurrió.

En general, las pinturas encon-chadas parecen recoger la crónica de Bernal Díaz en forma fragmentaria, distribuyendo las escenas “en tres

4. Dujovne: op. cit., p. 12.

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planos paralelos”, aunque con la in-clusión de diferentes recursos para dotar a la composición de cierta uni-dad.5 Los pintores elevaron la línea de horizonte, lo que da lugar a un despliegue descriptivo que acompa-ña y refuerza la narración. No hay representación del espacio en pro-fundidad, no obstante lo cual la dis-

5. Ibídem: p. 26.

minución de las figuras y los objetos en la parte superior dan la sensación de que éstos se ubican en un plano posterior. La distribución espacial de los flashes del relato es correlativa al orden temporal del texto, ya que aquello que Bernal nos cuenta en primer término aparece arriba (y “atrás”, es decir “antes”), y los planos medio e inferior recogen lo más cer-cano y “reciente”. En la tabla VII lo que se muestra en el registro superior corresponde a la parte del capítulo LXXXIII en el que se comentan los preparativos de los cholultecas para atacar a los españoles, la construcción de trampas, las rogativas y sacrificios a los dioses, en el registro medio la emboscada de los españoles a los ca-ciques, “papas” y hombres de guerra concentrados en un gran patio, y en el registro inferior la lucha en las ca-lles una vez que han llegado los re-fuerzos tlaxcaltecas, aliados de los conquistadores.6 La escena en el pa-tio incluye a la izquierda un grupo de cuatro indígenas atados a una pi-ra ardiente (fig. 2). Es sugestivo que Bernal haya escrito “porque matamos muchos de ellos”, y a continuación “y otros se quemaron”,7 desplazando

6. Díaz del Castillo, Bernal: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España [1632], introducción y notas por Joaquín Ramírez Cabañas, México, Pedro Robredo, 1939, pp. 283-290.

7. Ibídem: p. 289.

Fig. 1: Tabla VII de la Serie de la Conquista de México por Miguel Gonzales, fines del s. XVII. Museo Nacional de Bellas Artes, Argentina

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el sujeto del nosotros al impersonal y diluyendo así la responsabilidad de un hecho de tal carácter.

Conviene detenernos en este de-talle. En su segunda Carta de Relación (1522), Cortés se refiere a la acción de Cholula: “mayormente que les faltaban los caudillos porque los te-nía presos e hice poner fuego a algu-nas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían”.8 Los au-tores que se basaron en Cortés y en Bernal retoman con variantes esta versión: Cervantes de Salazar dice que algunos “se abrasaron con el fue-go que los nuestros les pusieron”9 y

8. Cortés, Hernán: Segunda Carta de Relación, 1522. Edición de Xavier López Medellín y Felix Hinz, s/p.

9. Cervantes de Salazar, Francisco:

Antonio de Solís repite que la orden de Cortés fue de prender fuego a los “torreones del adoratorio” donde se habían refugiado los cholultecas, y agre-ga “perecieron muchos del rigor de la ruina y el incendio”.10 So-lís sugiere que el fuego se pro-pagó gracias a las flechas encen-didas que usaban los indígenas, refiriéndose aquí probablemen-te a los tlaxcaltecas que peleaban junto a los españoles. Por su parte, en su relato del episodio, otro cronista de la corona, López de Gómara, utiliza oraciones cortas en las que concentra y

hace evidente la violencia del mismo: “Quemaron todas las casas y torres que hacían resistencia. Echaron fue-ra toda la vecindad; quedaron teñidos en sangre. No pisaban más que cuer-pos muertos”.11

El incendio de poblaciones ene-migas forma parte del catálogo sinies-tro de la guerra desde muy antiguo. El propio Cortés, en otro pasaje de la

Crónica de la Nueva España, 1546, Libro Tercero, cap. LVI.

10. Solís y Rivadeneyra, Antonio: Historia de la conquista de México, población y progresos de la América Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España, 1684, Libro 3, cap. VII.

11. López de Gómara, Francisco: Historia General de las Indias, 1552, Cap. LX.

Fig. 2: detalle de la Tabla VII con la hoguera

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misma carta, declara que en el cami-no a Tenochtitlan “[a los naturales] les quemé más de diez pueblos”.12 Pero ni él ni los otros autores citados aluden a la ejecución de personas vi-vas en la hoguera. En lo que se refie-re específicamente a Cholula, solo lo hace Bernal, y según vimos de un modo oblicuo. El cronista tal vez se arrepintió de semejante infidencia o fue objeto de una censura, toda vez que la frase “y otros se quemaron” está tachada en el original.

No deja de ser sugestivo que la quema de indígenas haya sido uno de los temas recurrentes del reperto-rio icónico de la “leyenda negra”. Son varios los grabados que muestran esta espeluznante práctica en la edi-ción de la Brevísima destrucción de

12. Cortés: op. cit., s/p.

las Indias de Las Casas realizada por la casa De Bry en 1598.13 Según el fraile, en La Española los conquista-dores hacían unas “horcas” donde “de trece en trece, a honor y reveren-cia de nuestro Redentor y de los do-ce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos [a los indios]”.14 A ello corresponde una

13. Burucúa y Kwiatkowski indican que la publicación de la obra de Las Casas en forma separada y no integrando la colección de los Voyages muestra un claro “sesgo antihispánico y anticató-lico”, ver “El Padre Las Casas, De Bry y la representación de las masacres americanas”, en Eadem Utraque Europa, n° 10-11, Buenos Aires, Centro “Edith Stein”, Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín, 2010, p. 155.

14. Las Casas, Bartolomé de: Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Fig. 3: De Bry, ilustra-ción de la edición en latín de la Brevísima Historia de la Destruc-ción de las Indias (Narratio Regionum Indicarum) de Las Casas, 1598, p. 10

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estampa con la “horca” de la que penden trece indígenas (curioso res-peto del artista al dato de la cantidad de martirizados) mientras un español aviva el fuego que los está abrasando y otro está por arrojar el cuerpo de un niño a las llamas (fig. 3). Las Ca-sas relató los hechos de Cholula con los mismos tintes sombríos que do-minan todo el texto, omitiendo cual-quier referencia al complot de sus habitantes que habría justificado el ataque: “acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo (co-mo ellos dicen) para poner y sembrar su temor y braveza en todos los rin-cones de aquellas tierras”.15 El graba-

[1552], edición de José Miguel Martínez Torrejón, 2006, “La Española”, s/p.

15. Ibídem: “Nueva España”, s/p.

do muestra en primer plano una gran hoguera a la que dos españoles agregan leña (fig. 4). En ella, que se constitu-ye en el motivo principal de la imagen, arde una docena de cuerpos desnudos: “A todos los señores, que eran más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán sacar y quemar vivos en palos hincados en la tierra”, apunta Las Ca-sas.16 En un plano posterior, una gran cantidad de indígenas son introduci-dos en una construcción que también es incendiada.

Contamos con otro testimonio del episodio, esta vez desde la pers-pectiva de los tlaxcaltecas. Es el Lien-zo de Tlaxcala, encargado a mediados del s. XVI por el cabildo de la “re-pública” para ser enviado a la corte, del que existieron varias copias rea-

16. Ibidem: “Nueva España”, s/p.

Fig. 4: De Bry, ilustra-ción de la edición en latín de la Brevísima Historia de la Destruc-ción de las Indias (Narratio Regionum Indicarum) de Las Casas, 1598, p. 36

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lizadas en distintas épocas.17 El Lien-zo formó parte de las diferentes es-trategias visuales de los caciques tlaxcaltecas para poner de relieve la decisiva participación de sus tropas en la conquista de México.18 Vincu-

17. Sánchez Mastranzo, Nazario A: “Los códices de Tlaxcala”, en Dubois López, Elsa, Ricardo Mendoza Santos y Nazario A. Sánchez Mastranzo (eds.): Antropología e Historia de Tlaxcala, Memoria del Foro Interno de investigaciones del Centro-INAH Tlaxcala, 2010, pp. 137-141.

18. Cuadriello, Jaime: Las glorias de la República de Tlaxcala o la conciencia

lada con él se considera la obra del cronista mestizo Diego Muñoz Camargo elaborada entre 1580 y 1590.19 En su relato de los hechos de Cholula, Muñoz insiste en la conspiración de los cholultecas que habría provocado el ataque de los españoles. Pone énfasis en la rivalidad previa entre Tlaxcala y Cholula y cuenta que el emba-jador que habían enviado los tlax-caltecas fue desollado por los cho-lultecas como respuesta a su propuesta de paz,20 algo que no figura en ninguna otra crónica. La ilustración titulada “Chololla” (fig. 5 y 6) toma el momento en que algunos jefes de la ciudad acu-dieron al templo desde cuyas es-calinatas resistieron el ataque, pre-firiendo la muerte a rendirse.21 Se ve un guerrero que cae desde las

alturas: según el texto de Muñoz “se despeñaban ellos propios […] porque

como imagen sublime México, IIE-UNAM/ MUNAL, 2004.

19. Martínez Baracs, Andrea: “Las pinturas del Manuscrito de Glasgow y el Lienzo de Tlaxcala”, en Estudios de Cultura Náhuatl, n° 20, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1990.

20. Muñoz Camargo, Diego: Historia de Tlaxcala [1580-90], publicada y anotada por Alfredo Chavero, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1892, pp. 206-214.

21. Díaz del Castillo: op. cit., p. 290.

Fig. 5: “Chololla”, celda 9 del Lienzo de Tlaxcala según facsimilar de 1892

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así lo tenían por costumbre muy antigua”.22 Desde la derecha avanza Cortés aplastando un hombre bajo los cascos de su caballo, en una cita explícita del Santiago Matamoros, al cual dice Muñoz invocaban tanto españoles como tlaxcaltecas. Así tam-bién es representado el capitán en la tabla sobre Cholula de otra serie en-conchada, siguiendo una identifica-ción entre el conquistador y el santo patrono de España difundida en los primeros tiempos posteriores a la conquista.23 Otros cuerpos yacen en la parte inferior del dibujo, pero des-

22. Muñoz Camargo: op. cit., p. 212.23. Martínez del Río de Redo, Marita:

“La Conquista en una serie de tablas enconchadas”, en Vargas Lugo, Elisa et al: Imágenes de los naturales en el arte de la Nueva España, México, Fomento Cultural Banamex, 2005, p. 75.

cuartizados. Ni en el texto ni en la imagen se representa la quema de cholultecas.24

Tanto Dujovne como Vargas Lu-go postulan que las series enconcha-das presentan una versión equilibra-da de la conquista, que enaltece por igual el valor de los españoles e in-dígenas, sean estos aliados o enemi-gos, en forma similar a las crónicas españolas que usan este recurso para destacar la gesta de los peninsulares.25 Si atendemos a la tabla VII, la com-posición sigue los lineamientos de

24. Vale la pena consignar que la obra de Muñoz incluye una notable cantidad de láminas en las que el fuego destruye códices e indumentaria y máscaras usadas en rituales prehispánicos, ver por ej. Muñoz Camargo: op. cit., folio 242r.

25. Dujovne: op. cit., p. 12; Vargas Lugo, op. cit.: p. 124-140.

Fig. 6: “Chololla”, celda 9 del Lienzo de Tlaxcala según copia de 1773

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las escenas de batallas llevadas a la pintura o al tapiz para alabanza de los reyes y príncipes europeos, en forma semejante a varias Tablas de la serie y de otras series conocidas. Dos tercios de la composición mues-tran un enfrentamiento entre tropas. El plano inferior incluso parece re-plicar y amplificar la lucha en el pa-tio, sin que aparezca nada que indi-que lo que comenta Solís sobre la llegada de los tlaxcaltecas, cuyas ac-ciones los españoles no pudieron controlar: “se desmandaron con algún exceso en el pillaje”.26 Se trata enton-ces de una batalla entre fuerzas equi-valentes y no una emboscada y ataque a la ciudad en su conjunto. En este contexto, la hoguera con los cuatro indígenas resulta un elemento hete-rogéneo y disruptivo, sobre todo por-que no aparece, en relación a Cholu-la, en ninguna de las otras series de enconchados. Sin embargo, el sentido de su inclusión no resulta claro.

Volvamos a las fuentes escritas. Si Bernal es el único cronista oficial que menciona la quema de indígenas, la hoguera en la tabla VII parece con-firmar, como propone Dujovne, que su texto sirvió de inspiración a los artistas. Pero la frase “y otros se que-maron” resulta muy poco precisa y cabe conjeturar, como lo hace García Sáiz, que las escenas en las series “no proceden en exclusiva de ninguno

26. Solís: op. cit., p. 140.

de los textos difundidos” y que co-mitentes y pintores probablemente tuvieron en cuenta otros, además del de Bernal.27 Vargas Lugo y Martínez del Río van más allá de esta sospecha y sostienen que la obra de Solís, pu-blicada en época cercana a la reali-zación de las Tablas y que tuvo gran circulación, guarda más afinidad con las series de la conquista que la de Bernal.28 Pero para nuestro caso ha-bría que desecharla, ya que, como vimos, nada dice de hogueras.

Entonces, es atractivo pensar en una referencia a Las Casas/ De Bry, en la medida en que, para plasmar la pira, tanto el texto de uno como el grabado del otro proveen de una información ausente en otras fuentes. Ciertamente, si hacemos foco en el detalle de la tabla encontramos mu-cha semejanza con la lámina de De Bry correspondiente a Cholula: los “palos hincados en la tierra”, los otros maderos dispuestos radialmente en el suelo y hasta la posición del per-sonaje a la derecha remiten al graba-do. En cambio, el español que azuza el fuego parece provenir de otra es-tampa que corresponde a una escena en La Española. (fig. 3).

Los artistas novohispanos mane-jaron gran cantidad de fuentes grá-ficas, entre ellas las provenientes de

27. García Sáiz: op. cit., p. 115.28. Vargas Lugo: op. cit., p. 122;

Martínez del Río: op. cit., p. 65.

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la casa De Bry. No hesitaron en tomar aquellas ligadas a la “leyenda negra”, o las de la biblia luterana de Mattheüs Merian, colaborador emparentado por matrimonio con los De Bry, re-convirtiéndolas y adaptándolas a la ficción histórica de la conquista de sesgo conciliatorio, que tanto con-venía a los criollos como a las elites indígenas.29 Martínez del Río afirma el uso de estampas de De Bry respec-to de otra serie sobre la conquista.30 Pero aún cuando propusiéramos que la fuente de nuestro detalle es efec-tivamente el grabado de la Brevísima historia…, no parece que la pira en la escena pintada tenga el mismo sentido de denuncia que en la obra del dominico y de sus ilustradores.

Veamos qué dice la cartela de la tabla: “Repártense capitanías de in-dios guerreros en la sierra de Cholu-la, para darle guerra a los españoles – Manda el capitán Cortés quemar a los capitanes en los patios de Cho-lula, que estaban junto al gran Cue por haber ordenado contra él y sus

29. Cuadriello, Jaime: “Una Biblia para el Nuevo Mundo: La conquista de México y los emblemas políglotas de Mattheus Merian”, en Sagrario López Poza (ed.): Florilegio de Estudios de Emblemática. Actas del VI Congreso Internacional de Emblemática de The Society for Emblem Studies, La Coruña, Sociedad de Cultura Valle Inclán, 2004, pp. 46-7.

30. Martínez del Río: op. cit., p. 66.

soldados”. Lo que en la pintura es un detalle marginal se transforma en una parte importante de su título, planteando una clara relación entre el complot (causa) y la quema de los caciques (consecuencia). Más que como una violencia inhumana ejer-cida por los españoles sobre los in-dígenas, la hoguera funciona como ejemplo elocuente de acción puniti-va. Recordemos que Las Casas habla de un “castigo o matanza” que tenía por fin sembrar el temor en las po-blaciones locales. También Solís dice que lo realizado en Cholula “en la verdad tuvo más de castigo que de victoria”.31 “Ved, pues, qué merescéis por tan gran maldad”, son las pala-bras de Cortés a los cholultecas según Cervantes de Salazar.32 Parece evi-dente que la hoguera anticipa las penas del infierno que esperan a los indios idólatras y rebeldes. De hecho, en una imagen que muestra castigos a nobles tlaxcaltecas que habían re-incidido en la idolatría, Muñoz Ca-margo incluye una pira a la que están atados dos personajes. En la misma imagen otros cinco aparecen ahor-cados (fig. 7). Es significativo que el texto en español en la parte inferior explique: “Justicia grande que se hi-zo de cinco caciques muy principales de Tlaxcala y una mujer señora de

31. Solís: op. cit., p. 140.32. Cervantes de Salazar: op. cit., Libro

tercero, cap. LVI.

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aquella tierra porque de cristianos tornaron a idolatrar y dos demás des-tos fueron quemados por pertinaces por mandado de Cortes y por con-sentimiento y beneplácito de los cua-tro señores y con esto se arraigo la doctrina cristiana”.33

El sentido punitivo que tendría el detalle de los indígenas quemados vivos en la Tabla VII se enmarca en un aspecto de singular relevancia en la historia de la conquista: su carác-ter providencialista. Ya en el siglo XVI Juan de Torquemada y Jerónimo

33. Muñoz Camargo, Diego: Historia de Tlaxcala (MS Hunter 242 o Manuscrito de Glasgow), foja 242v.

de Mendieta habían visto a Cortés como un nuevo Moisés, “un enviado de Dios que venía a salvar a los naturales de la servidumbre de Egipto”,34 in-terpretación que adoptaría posteriormente la intelectua-lidad criolla. Contemporánea-mente a la realización de las series enconchadas, un “hijo de la tierra”, el franciscano Agustín de Vetancurt, publicó Teatro mexicano en 1698, una historia de Nueva España de claro corte mexicanista que reivindica el pasado prehispá-nico y rechaza los aspectos vio-lentos de la conquista. Para Vetancourt, el éxito de la mis-ma “mucho debe al valor de

los Españoles, pero más se debe a la disposición divina, para que en estas tierras se introduxese la Fee Catholica”.35

Este carácter redentor de la con-quista habilita a interpretar la ho-guera como un castigo llevado a ca-bo por los españoles, en tanto éstos fueron instrumentos de la voluntad

34. Cuadriello, Jaime: “El origen del reino y la configuración de su empresa: episodios y alegorías de triunfo y fundación”, en Los pinceles de la historia. De la patria criolla a la nación mexicana, 1750-1860, México, IIE-UNAM/Fomento Cultural Banamex/ MUNAL, 1999, p. 95.

35. Cit. en García Sáiz: op. cit., p. 118.

Fig. 7: Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala (MS Hunter 242 o Manuscrito de Glasgow), foja 242v

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divina. La relación entre misión pro-videncial y castigo aparece en forma elocuente en las palabras finales de la primera parte de la crónica de López de Gómara, quien, no hay que olvidar, fue confesor de Cortés: “Bue-na loa y gloria es de nuestros reyes y hombres de España que hayan hecho a los indios tomar y tener un Dios, una fe y un bautismo, y quitándoles la idolatría, los sacrificios de hombres, y el comer carne humana, la sodomía y otros grandes y malos pecados, que nuestro buen Dios mucho aborrece y castiga”. Poco antes menciona “la espada y el fuego” como medios pa-ra escarmentar a los indígenas por sus “maldades”.36

Pero los indígenas no son en las Tablas los “bárbaros” o “bestias fero-ces” de los que habla López de Gómara,37 no obstante que el culto a los “ídolos”, los sacrificios humanos y la antropofagia aparecen en algunas escenas como pinceladas que contri-buyen a configurar un “otro” contra-rio a la “ley natural”, que es necesario dominar. Los mesoamericanos se cons-tituyen, más bien, en enemigos o alia-dos, adquiriendo así un status que los empareja con los españoles.

Lo expuesto hasta aquí mostraría una faceta distinta de la “fórmula o metáfora infernal” tal como la anali-

36. López de Gómara, Francisco: Crónica de la Conquista de México, 1552, Cap. CCXXIV.

37. Idem.

zan Burucúa y Kwiatkowski en rela-ción con las masacres americanas. Si en los grabados de De Bry funciona mostrando, por un lado, a “los espa-ñoles [como] demonios infernales que actúan contra la voluntad de Dios” y describiendo, por otro, la existencia de los indígenas sometidos, torturados y asesinados,38 según vemos en la ta-bla VII, un infierno muy concreto y terrenal, administrado por los con-quistadores que cumplen con el de-signio divino, es el seguro destino de los indígenas rebeldes. Este desplaza-miento de sentido tiene su explicación en el contexto de producción y con-sumo de las series con temas de la conquista que, como se mencionó, estuvo marcado por el discurso mexi-canista de las elites criollas.

La serie del MNBA contiene una historia de batallas, pero también de encuentros, embajadas y acuerdos. Cuadriello ha encontrado en muchas representaciones novohispanas de la conquista, correspondientes a la se-gunda mitad del s. XVII y el s. XVIII, la inclusión de parlamentos o traba-jos en colaboración entre españoles e indígenas que balancean, con la idea de “pacificación”, el peso de la conquista militar.39 Entre otras esce-nas, el encuentro de Cortés y Moc-tezuma resume el espíritu de “con-cordia” que se pretendía había

38. Burucúa y Kwaitkowsky: op. cit., p. 152.

39. Cuadriello: op. cit., 1999, p. 93.

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marcado ese momento fundacional de la Nueva España.40 Fuertemente vinculado al ideario de los intelec-tuales criollos, en especial de Carlos de Sigüenza y Góngora,41 el ciclo cortesiano pone en imágenes una versión de la historia coherente con la construcción, por parte de la aris-tocracia local, principal comitente de obras con esta temática, de una memoria de cuño conciliatorio que se apoyaba tanto en la épica conquis-tadora como en las antigüedades me-soamericanas. “La cultura barroca en su afán de conciliar a los opuestos abre el camino, sobre todo en los dominios visuales, a la ineludible necesidad –y al poder- de generar identidades comunes”.42

La historia de las Tablas

Hasta aquí, hemos revisado la historia en la serie. Pero ¿qué

hay sobre la historia de estos objetos? Eduardo Schiaffino, fundador y

primer director del MNBA, nos brin-da las primeras noticias sobre el de-rrotero de las Tablas, adquiridas en

40. Cuadriello, Jaime: “El encuentro de Cortés y Moctezuma como escena de concordia”, en Herrera Curiel, Arnulfo (ed.): Amor y desamor en las artes, XXIII Coloquio Internacional de Historia del Artes, México, IIE-UNAM, 2001.

41. García Sáiz: op. cit., pp. 118-121.42. Cuadriello: op. cit., 1999, p. 101.

Londres por Alejandro Mackinlay, un inglés radicado en Buenos Aires.43 Comenta Pacheco que se sabe poco de Mackinlay como coleccionista, y que debió hacer la compra de tan raro conjunto en la década 1830, durante una visita a su madre.44 Fa-llecido en 1852, fueron sus descen-dientes los que efectivizaron la do-nación de la serie al estado en 1858. Esta pasó al Museo Público de Bue-nos Aires (en adelante MP) en un momento en que su Asociación de Amigos, activa a partir de 1855, fo-mentaba significativamente el flujo de donaciones, por lo que no sor-prende que integrara un conjunto muy heterogéneo de objetos. Desde este tramo inicial de su vida pública, las Tablas sufrieron avatares suma-mente interesantes en cuanto a su valoración, que estuvo marcada por la ambivalencia.

El francés Martin de Moussy las menciona en su obra publicada en la década de 1860 como el “monu-ment très-remarquable” de los que formaban el acervo del MP. Vale la pena atender al párrafo:

43. Schiaffino, Eduardo: La pintura y la escultura en la Argentina, Buenos Aires, Ed. del autor, p. 17.

44. Pacheco, Marcelo: Coleccionismo artístico en Buenos Aires. Del Virreinato al Centenario, Buenos Aires, Ed. del autor, 2012, pp. 63-64.

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…c’est une collection de peintures sur panneaux en bois représentant la conquéte de Mexico par Cortés. Ces tableau son évidemment du seizième siècle, et paraissant l´ouvrage de quelque artiste indien. La peinture y a un cachet de nai-veté toute particulière, tant par la couleur et le dessin que par des incrustations en nacre fort curieuses qui y sont mèleés…45

El viajero establece una identidad entre el momento de los aconteci-mientos representados y la época de realización de las pinturas, que indi-ca un carácter documental de las mis-mas, y las atribuye a un pintor “in-dio”, llevado por la extrañeza ante un tipo de trabajo difícil de encuadrar en la estética vigente en Europa. El uso de conceptos como “inocencia” y “curiosos” se corresponden con una mirada que, sin dejar de manifestar admiración por la serie, elude colo-carla dentro de la categoría de “arte”.

También en la España del siglo XIX otras series de enconchados fue-ron una curiosidad exótica. Según consigna García Sáez, las 24 tablas del Museo de América pasaron de sus primeros tenedores al Museo Ar-

45. Martin de Moussy, Jean Antoine Victor de: Description Géographique et Statistique de la Confédération Argentine, Paris, Firmin Didot, 1860-64, p. 39.

queológico, lo que marca su aprecia-ción como objetos no artísticos.46

El MP, como otros museos en nuestro país, tuvo diferentes sedes hasta su emplazamiento definitivo, y padeció graves problemas de espa-cio que dificultaban la exposición de las piezas. Según denuncia un artí-culo de La Tribuna de 1858, las Ta-blas estaban “arrumbadas” y ni si-quiera se las guardaba en forma apropiada. El autor comenta una visita al museo durante la cual lla-maron su atención “las riquezas que en él se han reunido”.

…lo que más nos ha detenido es una colección de cuadros de la épo-ca de la conquista, pintados en lienzo y matizados de conchas de nacar en gran parte. Esos lienzos son de una riqueza de un valor fabuloso, riqueza que en Europa valdría muchos millones y que aquí como polvo en oro, permanecen arrumbados en el suelo sin tan si-quiera haber merecido los respetos que a todo anciano debe tenerseles, sin tan siquiera haber sido colgados en las paredes del museo, sin tan siquiera en fin haber ocupado un lugar entre las basuras que todo el día se sacan del museo.47

No sorprende que Hermann Bur-meister, quien se hizo cargo de la

46. García Sáiz: op. cit., p. 6.47. Cit. en Pacheco: op. cit., p. 44.

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dirección del Museo en 1864, en-contrara en él una acumulación de piezas muy heterogéneas y de diver-so valor,48 por lo cual “puso su em-peño especialmente en la organiza-ción del catálogo del Museo”, dándole énfasis a la “paleontología de los grandes mamíferos extingui-dos” que eran propios del territorio argentino.49 Burmeister dice en el primer número de los Anales del Mu-seo que, gracias a su trabajo, “ya no se ven en el mismo estante, los mi-nerales confundidos con las conchi-llas, los trofeos con los mamíferos ni los pájaros en una verdadera confu-sión…”.50 Es durante su gestión que la institución se orientó claramente hacia las ciencias naturales.51 Duran-te ese proceso las Tablas encontrarían

48. Burmeister, Germán: “Sumario sobre la fundación y los progresos del Museo Público de Buenos Aires”, Anales del Museo Público de Buenos Aires, Buenos Aires, 1864, p. 4.

49. Lopes, Maria Margaret: “Nobles rivales. Estudios comparados entre el Museo Nacional de Rio de Janeiro y el Museo Público de Buenos Aires”, en Monserrat, Marcelo (comp.), La ciencia en la Argentina entre siglos. Textos, contextos e instituciones, Buenos Aires, Manantial, p. 279.

50. Burmeister: op. cit., p. 3.51. Perazzi, Pablo: “Derroteros de una

institución científica fundacional: el Museo público de Buenos Aires, 1812-1911”, Runa [online], vol.29, 2008, pp. 165-180.

una primera catalogación, a partir de la división “en tres secciones de los objetos que posee el estableci-miento. A saber: sección artística, sección histórica, y sección científica, en la que prevalece la historia natural”.52 La serie de enconchados, pese a la “riqueza” que le atribuía el periodista de La Tribuna, o a su ca-rácter notable según Martin de Moussy, no fue incluida en la sección artística, que en palabras de Burmeis-ter era “la más insignificante del Mu-seo, pues no posee una sola obra per-teneciente á ningún escultor ó pintor de primer orden”. Su destino fue la sección histórica, “mucho más valio-sa que la anterior” y que se dividía en “dos categorías, una de antigüeda-des y otra de piezas más modernas”.53 Después de informar el tratamiento que se dio a las momias egipcias pa-ra su mejor preservación, y el interés que despertaba, por su “valor histó-rico”, la colección de “vasos Peruanos muy antiguos”, Burmeister enumera los objetos que integraban las “anti-güedades”, entre ellos:

Conquista de México: los 22 cua-dros que representan la conquista por HERNÁN CORTÉS, pintados de una manera especial por MI-GUEL GONZALES, que proba-blemente formaba parte de la es-pedicion, pues asi las figuras, como

52. Burmeister: op. cit., p. 4.53. Ibidem: p. 5.

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los edificios indican, que el autor se hallaba presente en el campo de la acción, forman la colección más notable de su genero, que posée el museo. Fue ofrecido por la familia del señor MACKINLAY.54

Es probable que la “manera es-pecial” en que estaban pintadas las Tablas impidiera su categorización como “arte” y reforzara la idea de su carácter documental. Si hasta el mo-mento se había ubicado la serie en el momento de la conquista como lo hacen el artículo de La Tribuna y Martin de Moussy, el director del Museo da un paso más al proponer que el autor fue testigo presencial de los hechos representados. En esta relación refleja entre la representación y lo representado radica el valor his-tórico basado en la autenticidad que se otorgó a las Tablas en forma pre-dominante. Inclusive Schiaffino, quien como veremos consideró per-tinente que pasaran al Museo de Be-llas Artes, las ligó con la fidelidad casi fotográfica con que los pintores mesoamericanos plasmaban, según se creía, determinados acontecimien-tos, “antes de que se inventara el re-portaje periodístico integral, com-puesto de verbo e imagen”.55 Citando al historiador norteameri-cano Prescott,56 dice: “La fidelidad

54. Ibidem: p. 6.55. Schiaffino: op. cit., p. 14.56. Sugiere Cuadriello que probable-

de los pintores Aztecas era tan per-fecta “que los Tribunales españoles las admitían como fehacientes prue-bas””. A continuación aclara que ca-si no hay vestigios de esas imágenes antiguas, pero que

la casualidad ha querido que un testimonio precioso de la pintura mexicana del siglo XVI, formado por veintidós tablas, que represen-tan los principales episodios de la Conquista de México, por Hernán Cortés, de la que publicamos aquí aisladamente la que lleva la firma del autor Miguel González, haya encontrado asilo en el Museo N. de Bellas Artes, de Buenos Aires.57

Sin duda resulta llamativo que Schiaffino use las palabras “casuali-dad”, como si nadie se hubiese com-prometido efectivamente con la in-corporación de la serie al patrimonio nacional, y “asilo”, poniendo en evi-dencia una condición de orfandad de las obras. Volveremos más ade-lante sobre esta tercera etapa en el periplo de las Tablas, pero antes de-bemos atender a su traspaso del MP al Museo Histórico Nacional (en adelante MHN).

Sobre la formación de este museo y la gestión de Adolfo P. Carranza al

mente Schiaffino había hecho otras lecturas, por ejemplo del mexicano Bernardo Couto. Comunicación personal, marzo de 2014.

57. Schiaffino: op. cit., pp. 16-17.

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frente de la institución existen tra-bajos que destacan la incesante labor del director en pos de la donación de todo tipo de objetos que aporta-ran al objetivo de enaltecer el proce-so de construcción de la nación a partir de 1810.58 Carranza se preo-cupó especialmente por incorporar al Museo un conjunto de piezas que eran a su juicio significativas para el relato que estaba construyendo, po-niendo énfasis en la gesta de la inde-pendencia y en el panteón de héroes patrios. Sin embargo, no dejó de atender a la etapa colonial, tal como se desprende del pedido realizado a particulares para que donaran piezas de “la época del coloniaje”, y del lis-tado de objetos que formaban parte del acervo a la fecha de apertura del MHN.59 Estos, y otros de la época independiente, provenían del MP: a poco de haberse creado el Histórico,

58. Ver en especial Malosetti, Laura: “Arte e historia. La formación de las colecciones públicas en Buenos Aires”, en Castilla, Américo (comp.): El museo en escena. Política y cultura en América Latina, Buenos Aires, Paidós, 2010; y Oguic, Sofía: “Una aproximación a la incidencia de Adolfo P. Carranza en la construcción iconográfica de la historia argentina (1877-1899)”, ponencia presentada en XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Mendoza, 2 al 5 de octubre de 2013.

59. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 1, M2 C 58.

el 14 de mayo de 1890, Carranza solicitó a las autoridades

los objetos y trofeos históricos que existen en el Museo dirigido por el señor Burmeister a fin de deposi-tarlos en este local que es más ade-cuado y donde estarán reunidas las reliquias gloriosas que debe consi-derar el patriotismo y la gratitud de la posteridad.60

Este trámite no fue fácil, y po-demos presumir que los problemas no se debieron tanto a cuestiones burocráticas sino a la competencia entre ambos directores, que por esos años luchaban por organizar sus mu-seos, poner en valor los patrimonios, conseguir sedes apropiadas, personal idóneo y presupuesto suficiente.61 La fuerte personalidad de Burmeister no habría caído bien en algunas fi-guras de la elite porteña, y al parecer Carranza no le tenía mucho aprecio. De hecho, en un artículo de La Tri-buna del 1° de agosto de 1863 llegó a poner bajo sospecha los méritos científicos de Burmeister, comparán-dolo con el “verdadero rosario de farsantes [extranjeros], que bajo di-versos caracteres y en distintas épocas, han invadido y explotado a esta cré-dula y impresionable sociedad”.62

60. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 1, M1 C58.

61. Lopes: op. cit.; Perazzi: op. cit.62. Cit. en Perazzi: op. cit., p. 169.

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Otro indicio de roces entre ambos directores es el hecho de que Carran-za haya realizado el pedido por me-dio del intendente de la ciudad y el ministerio de Instrucción Pública, mientras que por esas mismas fechas, le escribía directamente a Francisco P. Moreno, que dirigía el Museo de La Plata, por el traspaso de una obra de valor histórico y apelaba a su “pa-triotismo” y comprensión de los ob-jetivos del MHN.63

Fuese la condición de extranjero de Burmeister, o simplemente un choque de personalidades lo que im-pedía un contacto fluido entre los directores del MP y el MHN, lo cier-to es que el prusiano no cumplió del todo con la entrega, y el 8 de julio Carranza tuvo que dirigirse nueva-mente a las autoridades: “no siendo completa la lista de lo que se recibió” solicita “la entrega de lo poco que falta”, haciendo un detalle de las pie-zas solicitadas. Entre ellas se encuen-tran varios retratos: de Carlos II, de Felipe V y su esposa y de personajes del gobierno colonial, una copia del estandarte de Pizarro, y “Cuadros representando la Conquista de Méjico”.64 Finalmente, las Tablas in-

63. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 1, M2 C 58 y Libro de Notas 2, M2 C58.

64. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 1, M2 C 58.

gresaron al Museo, formando parte de su colección inicial.

Sin embargo, la suerte que co-rrieron respecto de la exhibición no parece haber sido mejor que en el MP. De acuerdo con los catálogos consultados (1890-1897), cuando el Museo abrió sus puertas en 1890, la serie integró la sala cuarta, junto con los retratos de reyes y virreyes, el es-tandarte de Buenos Aires de 1605, una espada del fundador de Monte-video, banderas de las invasiones in-glesas, y otros objetos semejantes. Las Tablas, que en el catálogo figuran con el número 9 y se describen como “cuadros representativos de la con-quista de Méjico”, solo tenían en común con sus compañeros de sala la pertenencia a la época colonial y el valor documental que se les adju-dicaba. En el catálogo de 1891 apa-recen con el número 8 en la misma sala, cuyos contenidos se habían incrementado. Y luego ya no figuran, lo que significa que fueron retiradas de la exhibición. Es probable que los graves problemas de espacio que aquejaban a la institución hayan de-terminado la decisión: en la década de 1890 hay varias cartas de Carran-za al intendente en las que requiere un local adecuado para el Museo.65 Con un número insuficiente de salas

65. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 1, M2 C 58 y Libro de Notas 2, M2 C58.

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para la cantidad de piezas reunidas en pocos años no debió ser fácil re-solver la exhibición de las 22 pintu-ras, y tal vez Carranza no se atrevió a elegir solo algunas de ellas. Pero podemos conjeturar que, además, encontró ardua la inclusión de la historia que cuentan en el relato que pretendía mostrar en su museo, prin-cipalmente dedicado a la gestación de la Argentina. Por una parte, el americanismo como ingrediente del proyecto de Carranza debía poder articularse con la historia nacional, y en ese sentido la conquista de Mé-xico era un tema demasiado ajeno. Por otra, las Tablas quedaban aisladas respecto del conjunto de la colección a causa de su carácter, técnica y pro-cedencia que las distinguía de las demás piezas. Una vez más termina-ron en un depósito, a la espera de otro traslado.

El “rescate” se produjo el 1° de noviembre de 1898, cuando Carran-za y Schiaffino firmaron un acuerdo de “cange” de obras entre el Histó-rico y el Bellas Artes.66 Malosetti ha estudiado en detalle las motivaciones que animaron a ambos directores respecto de la formación de las res-pectivas colecciones, poniendo de relieve las valoraciones que expresa-ron en torno al carácter artístico o documental de las obras en juego.67

66. AH MHN, FAPC/FGF, Secc. Libros de Notas 2, M2 C58.

67. Malosetti: op.cit.

Es evidente, de acuerdo con la documentación disponible, que el fundador del MNBA prestó especial atención a las Tablas de la Conquis-ta. En su volumen de 1933, Schiaffi-no realiza un examen formal de las obras y las compara con la serie de 24 tablas hoy en el Museo de Amé-rica, merced a lo cual argumenta que su autor no era español como pen-saba Manuel Toussaint, sino que per-tenecía a una dinastía de pintores mexicanos.

“Hay que descartar que artífices españoles fueran a México a intro-ducir o aprender técnicas exóticas de pintura”, afirma, y agrega que el estilo de las obras “se emparenta […] con el egipcio, en el paralelis-mo de los gestos y actitudes de los combatientes.68

Con fundamento en sus conoci-mientos sobre arte, le da mayor pre-cisión al carácter exótico de las Tablas de lo que anteriormente había hecho Martin de Moussy. Para Schiaffino era obra americana, más precisamen-te mexicana, y a partir de esa espe-cificidad podía, de acuerdo con un procedimiento comparativo muy común en la época, ponerla en rela-ción con otros ejemplos de represen-tación no occidental moderna como el egipcio. Ya mencioné que, en for-ma semejante a Martin de Moussy,

68. Schiaffino: op. cit., pp. 390-391.

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Schiaffino pensaba que la serie es contemporánea a los hechos que re-presenta, atribuyéndole al autor una condición de testigo privilegiado.

Pero hay más. Schiaffino publicó también un artículo en dos entregas en el periódico La Fronda, que en parte repite su texto anterior y ade-más agrega otras consideraciones. No deja de señalar el “orientalismo” pre-sente en el lenguaje y la técnica de las pinturas, lo que le sirve para apo-yar su idea de que se trata de obras mexicanas, dadas las “remotas vin-culaciones entre la antigua América y Asia”. Y va más allá:

Bajo el nombre y apellido españo-lísimo de Miguel González, nada impide que se esconda un autén-tico azteca […] Del conocimiento y hasta la familiaridad de los az-tecas con la pintura descriptiva, no solamente con la figura en reposo, sino en movimiento, nos instruye […] Bernal Díaz del Castillo…

Es muy interesante que utilice parámetros estrictamente plásticos para otorgar a los artífices aztecas una mayor idoneidad que a los pin-tores egipcios:

…bien sabemos por experiencia secular que la extrema fidelidad del croquis o el boceto, para sor-prender de improviso la forma en movimiento, es lo que en el arte del dibujo caracteriza al maestro.

Esta condición revela cómo era de vibrante y de viviente el arte pic-tórico de los aztecas; no podría de-cirse nada parecido de la acompa-sada ideografía de los egipcios…

Este es el factor que podría haber jugado a favor de la elección de la serie como uno de los objetos inter-cambiados con el Histórico, ya que la colocaba con claridad en el terreno del arte. Si bien Schiaffino conside-raba importante el carácter documen-tal de las Tablas, las apreció más por su logro artístico en la plasmación de los hechos representados. El autor de estas pinturas, para el fundador del MNBA, se constituía en testigo pri-vilegiado porque era un artista.

El artículo brinda, además, otras pistas que nos permiten avanzar en la reconstrucción del derrotero valorativo de las Tablas:

En 1895 cuando por encargo de nuestro Gobierno me tocó iniciar la formación del Museo N. de Be-llas Artes, me interesé vivamente por la serie de 22 tablas existentes en el Museo Histórico Nacional y las reclamé. Las puse bajo cristal para su mejor conservación y las expuse ordenadamente en el vestí-bulo de entrada del Museo.69

69. Schiaffino, Eduardo: “Las pinturas mexicanas de Miguel González”, en La Fronda, 4 y 5 de agosto de 1934. FD MNBA.

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Si atendemos a la versión pione-ra de la historia del arte argentino que brinda Schiaffino, advertimos su escasa apreciación de la produc-ción prehispánica y colonial corres-pondiente a nuestro país, que juega en su relato un papel muy menor.70 Schiaffino coloca a su propia gene-ración como protagonista inaugural, lo cual no deja mucho margen para la consideración positiva de otros periodos. En este esquema, sin em-bargo, las Tablas habrían encontrado un lugar, en cuanto que Schiaffino y sus compañeros, además de artistas, eran educadores y gestores que esta-ban construyendo el campo en la Argentina. Como director del Museo y primer historiador del arte argen-tino, Schiaffino vio en las Tablas pie-zas notables, por su calidad técnica pero también por su rareza, ya que los ejemplos de enconchados en Es-paña y México apenas se comenzaban a conocer. Así, su inclusión en el MNBA agregaba un plus distintivo a la colección, integrada predomi-nantemente por arte europeo y por

70. Bovisio, María Alba y Penhos, Marta: “La “invención” del arte indígena en la Argentina”, en Bovisio, M. A. y M. Penhos (coords.):, Arte indígena: categorías, prácticas, objetos, Córdoba, Encuentro Grupo editor/ Facultad de Humanidades, Universi-dad Nacional de Catamarca, Colección Con-textos Humanos 3, 2010, p. 38.

arte argentino del s. XIX. Lo mismo que habría significado un obstáculo para Carranza, la “mexicanidad” de la serie, podría haber habilitado su inclusión en el relato museográfico del Bellas Artes, porque no discutía el desarrollo del arte argentino que en él se mostraba, y proporcionaba, como veremos enseguida en palabras del propio Schiaffino, una referencia a la historia americana. Parece con-firmar esta lectura la ubicación que le dio el director, en el ingreso del Museo, como una suerte de preám-bulo al relato de las salas. Una foto reproducida en el libro de 1933 mues-tra el modo en que se las expuso, con modernos marcos de madera y bajo vidrio (fig. 8).

La historia de nuestras Tablas podría haber terminado aquí. Pero nuevos avatares las esperaban. En 1932 fueron cedidas en préstamo al Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires (en adelante ME), creado en 1904, que se había trasla-dado a su actual edificio en 1927.71 Según Jorge Glusberg, director del MNBA entre 1994 y 2003, en esa ocasión acompañaron a las Tablas “206 objetos arqueológicos de cul-turas del Noroeste”.72 Schiaffino hi-zo su propia lectura del hecho, en una nota a pie del artículo de 1934:

71. Leg. 6319, FD MNBA.72. Catálogo 1995, en Leg. 6319, FD

MNBA.

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Después de quince años de perma-nencia en el vestíbulo del Museo, donde vinculaban la institución con el remoto pasado Americano, la nueva Dirección, que parece ha-berse aplicado a restarle al Museo buena parte de las obras más va-liosas, las ha trasladado a la Fa-cultad de Filosofía y Letras.

El movimiento de estas obras “va-liosas” hacia un museo antropológi-co parecía un retroceso en su consi-deración como obras de arte. Atilio Chiáppori, quien había asumido la dirección del MNBA en 1931, tenía la intención de convertir al MNBA en un museo de arte moderno, a to-no con las tendencias y movimientos artísticos contemporáneos inter-nacionales,73 de modo que tal vez no

73. Página web MNBA.

le haya costado demasiado despren-derse de la serie. Otra vez el exotismo ganaba la partida en tanto categoría definitoria: eran obras de “otros”, lejanas en el tiempo y en el espacio, merecedoras, por tanto, de una mi-rada antropológica.

Pero tampoco el ME les hizo es-pacio: nunca se expusieron allí. Dos de ellas, la XXI y la XXII, tuvieron un recreo de su habitual encierro, y en 1938 integraron una muestra en el Museo Municipal de Arte Colonial (hoy Museo de Arte Hispanoameri-cano “Isaac Fernández Blanco”). No fue hasta 1967 que el MNBA que dirigía Samuel Oliver solicitó su de-volución, argumentando “el extraor-dinario valor estético que poseen”.74 Oliver se comprometió con la refor-ma y ampliación de las salas, y en

74. Leg. 6319, FD MNBA.

Fig. 8: Las Tablas en el espacio de ingreso del MNBA (1898-1910)

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1964 y 1966 organizó dos impor-tantes muestras, “El Arte de África” y “El Arte de Oceanía”, lo que indi-ca un criterio que habilitaba la in-clusión de la serie en la exposición permanente.

Sin embargo, las Tablas aún tu-vieron que aguardar varios años an-tes de ser puestas nuevamente a la vista del público. En 1972, y acom-pañadas del catálogo con los resul-tados del exhaustivo estudio de Du-jovne ya mencionado, el MNBA las expuso en su totalidad. Meses des-pués, las prestó al Banco de la Nación para una muestra en su Galería de Arte como “adhesión al CDLXXX Aniversario del Descubrimiento de América”.75 Es decir que, pese a su repatriación al territorio de las artes, las Tablas seguían ligadas al asunto representado como ilustración de la historia de la conquista.

Algunos hitos más es necesario consignar en este recorrido: dos nue-vas muestras temporarias en el MN-BA en 1982 y 1995, y el emplaza-miento, de 2005 a inicios de 2011, de doce pinturas de la serie en una sala especial del primer piso anexa a la Sala de Arte Precolombino que contenía piezas de la colección Di Tella. Allí constituyeron la Sala de Arte Colonial junto con tres pinturas

75. Catálogo “La conquista de México por Miguel Gonzáles”, 1972, Leg. 6319, FD MNBA.

peruanas. Colocadas bajo una pro-tección de acrílico y dispuestas en el orden cronológico de los aconteci-mientos que representan, las Tablas fueron contempladas por una buena cantidad de público, ya que la sala era el paso obligado hacia el audito-rio, donde se realizaban distintas ac-tividades (figs. 9 y 10). Además, se les dedicaron visitas guiadas para escuelas y para público en general.

Si revisamos los puntos del de-rrotero, es claro que fue Schiaffino, primero en reconocer en las Tablas valores artísticos, quien sostuvo por más tiempo su exhibición perma-nente, y más tarde las gestiones de Alberto Bellucci (2003-2006) y de la Comisión Asesora formada por Américo Castilla, Luis Benedit, Ale-jandro Puente, Adriana Rosemberg y Andrea Giunta (2006-2007).

Respecto de Glusberg, en el ca-tálogo de 1995 resalta los “errores” históricos en los que había incurrido Gonzáles a causa de la distancia de 150 años que lo separaba de los he-chos representados, que para él son la “clave de la obra”, ya que mani-fiestan la “inventiva” del autor y cons-tituyen a las Tablas en “obra de arte”.76 Se trata de un cambio apreciable en la valoración de estas piezas, si tene-mos en cuenta que aún en el texto

76. Glusberg, Jorge: “El Museo Nacional de Bellas Artes expone uno de sus Tesoros”, 1995, Leg. 6319, FD MNBA.

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del catálogo del Banco Nación se insiste en la falta de creatividad de los artistas coloniales y se destaca en las Tablas “la frescura del primi-tivismo”.77 Sin embargo, podemos afirmar que el giro expresado por Glusberg se mantuvo solo en el pla-no del discurso. En los hechos, la

77. Catálogo “La conquista de México por Miguel Gonzáles”, 1972, Leg. 6319, FD MNBA.

exposición de las Tablas en forma temporaria como “Tesoro” del MN-BA señala su condición de rareza y la dificultad de articular las obras con el resto de la colección. Aún más: su traslado para una muestra en el Mu-seo del Carmen de la ciudad de Mé-xico en noviembre de 199778 provo-

78. Malbrán Porto, América: “Las tablas de la conquista en el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina”, en Imá-

Fig. 9 y 10: Las Tablas en la Sala Colonial del MNBA (2005-2010)

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có sorpresa en muchos especialistas mexicanos, pues se había hecho en condiciones tan poco adecuadas que las obras sufrieron desprendimientos de nácar y otros deterioros.79

Señala García Sáiz que, en su épo-ca, algunas series enconchadas fueron muy apreciadas en la corte española, donde se las consideraba piezas sun-tuosas, igual que los objetos orien-tales con los cuales convivían en los salones de las residencias reales. Sin embargo, muchas de estas obras su-frieron una depreciación, y en los inventarios del siglo XVIII figuran bajo descripciones ambiguas que dan cuenta de ello.80 Observa esta autora que a lo largo del tiempo fueron cla-sificadas como “artes decorativas”, “arte industrial” y “arte menor”.81 Esto indica, según la lectura que es-toy proponiendo, una dificultad en su categorización que aparece ya en los artistas y peritos que realizaban este trabajo en la corte, y que verifi-

genes, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 2010.

79. Nelly Sigaut y Jaime Cuadriello, comunicación personal, octubre de 1999.

80. García Sáiz, Ma. Concepción: “La conquista militar y los enconchados. Las peculiaridades de un patrocinio indiano”, en Los pinceles de la historia. De la patria criolla a la nación mexicana, 1750-1860, México, MUNAL, 1999, pp. 112-113.

81. García Sáiz: op. cit., 1980, p. 14.

camos en periodos posteriores por parte de directores y curadores de museos. Se trata de una dificultad que el examen del derrotero de nues-tras Tablas hace transparente, en la medida en que, como hemos visto, la serie nunca terminó de encajar en los casilleros museísticos: a lo largo de 180 años en nuestro país fue se-ñalada por su riqueza y atractivo vi-sual y por su técnica exquisita, pero resultó inclasificable como objeto artístico, y demasiado intrincada co-mo testimonio histórico. En efecto, por una parte, a la vez que resulta alejada de los estilos predominantes en el arte europeo, es un ejemplo poco canónico de la producción co-lonial. Por otra, su fuerte componen-te narrativo llevó a su valoración co-mo documento de la conquista de México. Sin embargo, la compleja versión de la historia que presentan sus cuadros impide una simple apre-hensión de los mismos a modo de ilustración. Habitando un espacio in between, entre el Arte y la Historia, las Tablas de la Conquista evidencian que hay artes e historias, en minús-cula y en plural.

La experiencia de haber llevado a cabo distintas actividades y ejerci-cios sobre la serie en la sala del MN-BA junto a estudiantes de grado de las Universidades de Buenos Aires y New York me hace lamentar su con-tinuo exilio. Durante aquellas jorna-das, los hechos históricos parecieron

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adquirir un sorprendente espesor, y el arte se mostró en todo el magní-fico abanico de sus manifestaciones. También el público general manifes-tó interés en las Tablas, según el tes-timonio de quienes realizaban las visitas guiadas en su última etapa de exhibición.82

Por la técnica con que fueron ejecutadas, que se desarrolló en la Nueva España colonial a partir de experiencias prehispánicas, mudéja-res y orientales,83 por las elaboradas vías de representación pictórica que sus autores cultivaron, por el modo complejo y denso con que aportan a la memoria histórica de una parte del continente, las Tablas merecen mucho más que un rincón en un depósito. Decía Schiaffino en su ar-tículo de La Fronda que la corona española se desprendía cada tanto de piezas de su colección, lo que podía explicar, según su opinión, que las tablas hubieran llegado a Londres:

una obra mexicana, que no era de ninguno de los pintores en boga y ocupaba tanto espacio […] no debió interesar mayormente a los príncipes ni a los decoradores de palacio.

El desinterés, o peor aún, la per-plejidad frente al desafío que presen-tan signó la historia de estos objetos,

82. Florencia Galesio, comunicación personal, mayo de 2014.

83. Dujovne: op. cit., pp. 23-24.

que parecen condenados al ostracis-mo de los depósitos. Pero el último capítulo abre una esperanza.

Actualmente (2015), las obras de refacción y ampliación de los espacios expositivos iniciadas por Guillermo Alonso (2008-2013), que determi-naron el desmantelamiento de las salas de Precolombino y Colonial, están llegando a su fin. Las Tablas, fuera de exhibición desde 2011, sal-drán a la luz como parte fundamen-tal del nuevo relato curatorial del MNBA (fig. 11). Cuando este texto sea publicado, tal vez los visitantes tendrán la oportunidad de contem-plar las 22 pinturas que componen la serie al inicio de un recorrido en el que el arte europeo y el ameri-cano se imbrican, dialogan y entran en tensión.84 Esta ubicación, que espacialmente recuerda la que les asignó Schiaffino, corresponde, sin embargo a un paradigma diferente, en el que el arte europeo ya no es el parámetro con que se miden las de-más producciones. Las Tablas resul-tan una apelación ideal a pensar el lugar que asignamos a nuestra propia historia (americana) en la historia del arte que pretendemos construir desde Buenos Aires. Su caso muestra, además, la necesidad de que los mu-seos asuman la inclusión de expre-siones diversas, no canónicas, como

84. Roberto Amigo, comunicación personal, agosto de 2015.

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un modo de hacer visibles identida-des culturales cambiantes y dinámi-cas.85 El MNBA parece haber res-pondido al desafío, poniendo a la vista del público la historia en las Tablas, y escribiendo un capítulo feliz de la historia de las mismas.

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