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RESEÑAS DE LIBROS

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AA. VV., Homenaje a Fernando de Herrera en el IV Centenario de su muerte Real Academia Sevillana de Buenas Letras y Fundación Sevillana de Electricidad, Sevilla, 1999 119 págs.

Dos prestigiosas entidades sevillanas, la Real Academia de Buenas Letras y la Fundación Sevillana de Electricidad que, aunque con carácter completamente distinto, representan las dos facetas de Ja intensa actividad vital de la ciudad, reunieron sus esfuerzos para publicar un precioso Homenaje a Fernando de Herrera en el IV centenario de su muerte (Sevilla, 1999).

El volumen, que ha sido cuidado por Rogelio Reyes Cano y J acobo Cortines Torres, recoge las ponencias que se pronun­ciaron en los actos oficiales celebrados en Ja Real Academia en los días 7-11 de abril de 1977, en los que participaron importan­tes estudiosos internacionales de la obra herreriana. Las ceremonias se concluyeron con el descubrimiento de una placa de mármol en la fachada de la parroquia de S. Andrés, la iglesia de la que fue beneficiado el poeta. El concurso de un público numeroso y la participación no sólo de profesores y hombres de letras , sino de muchos estudiantes, demuestra el interés que, a pesar del largo tiempo pasado de su itinerario terrenal y de lo dificultoso que es la lectura de su obra, el poeta sevillano toda­vía suscita.

Indudablemente la obra de Femando de Herrera no se aborda con facilidad, y los varios estudios que confo1man el volumen lo atestiguan. El Homenaje se abre con la intervención de Domingo Ynduráin, Fernando de Herrera en el marco del humanismo es­pafíol, en la que el académico de la Real Española se enfrenta a dos temas fundamentales: el de las polémicas que surgieron alre­dedor de la publicación de las Anotaciones herrerianas ( 1580) a la obra de Garcilaso, y el del concepto de imitación.

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Teniendo en cuenta principalmente la Controversia entre Herrera y el Prete Jacopín, Ynduráin resalta la fuerte reacción de los "caballeros ilustrados", representados por el Prete, para los cua­les "la intrusión del Brocense o de Herrera [con sus comentarios a Garcilaso] es vista como una usurpación; y el hecho de no leerlo, sino de estudiarlo, en una especie de sacrilegio" (p.26): La reac­ción de Herrera en su Respuesta al Prete no sería, en efecto, sino un ataque "contra la Corte y su lengua y cultura" (ibid.). No cabe duda que Herrera arremete, a veces, contra Jacopín con una vio­lencia que no cabría esperar de un hombre que aparece descrito en el Retrato de Pacheco o en los prólogos de Rioja y Duarte a los Versos (1619), como un ser tranquilo y mesurado.

Sin embargo, pienso que la violencia herreriana contra el Prete (que no escatima graves insultos contra el sevillano) no se dirige a éste como representante de los "caballeros ilustrados", sino como alguien que presume de crítico sin tener los conoci­mientos oportunos, pues de tratarse de un ataque a los "caballeros ilustrados'', Herrera debía haber dirigido su ira contra el mismo Garcilaso, símbolo de caballero letrado castellano, o contra el pro­pio Diego Hurtado de Mendoza, quien comparte con él las armas y las letras y al que Herrera, en- cambio, alaba continuamente en las Anotaciones reproduciando muchos de sus versos a modo de exempla, aunque Je reproche su falta de arte.

No niego la posibilidad de que los ataques herrerianos vayan dirigidos contra la rancia aunque culta aristocracia castellana, mas éstos habría que considerarlos como fruto de la nueva sociedad se­villana de fines del XVI que, debido a su prosperidad económica, a su intensa vida cultural, reacciona e incluso plantea una revancha contra el predominio que Castilla había ejercido sobre Andalucía hasta estos momentos en los órdenes político, económico, social y artístico, reivindicando un papel propio dentro de esa nueva reali­dad que es el Imperio. La posición de Herrera desde el inicio de la Respuesta no puede ser más clara: "No se puede sufrir que la invi­dia castellana [ ... ] quiera dar a entender, sabiendo todos lo contrario, que no ái cosa buena en toda la grandeza de España, sino en el Reino de Castilla." En este sentido, tampoco es posible obviar la autonomía de la cultura andaluza (representada por los autores cita­dos en las Anotaciones) con respecto a la salmantina como

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representante del prestigio de Castilla, lo que es posible notar en Jos posicionamientos tanto del Prete Jacopín como de Herrera, pues mientras aquél (que no es otro que Juan Fernández de Velasco, Condestable de Castilla) defiende Ja labor del Brocense como gra­mático, es decir, siguiendo una ya antigua concepción del modelo de comentario, Herrera (también refugiado bajo el disfraz de un amigo) concibe sus Anotaciones a Garcilaso desde una perspectiva tan moderna que supone, a la postre, una nueva concepción de la poesía y de Jos comentarios a la misma.

En cuanto al segundo tema abordado, en su interesantísimo y docto estudio, Y nduráin sostiene que "en la necesidad de la imitación, están conformes Herrera y Francisco Sánchez: ambos sostienen de manera rotunda y radical que sólo es buen poeta el que imita a los antiguos" (p.29). Siento de veras disentir de la opinión de tan ilustre crítico, mas la lectura de las Anotaciones, de cuya edición nos estamos ocupando José-María Reyes y yo y que muy pronto sacaremos a la luz, me lleva a otro resultado. Mientras que para el Brocense la imitatio es lo que permite elo­giar la obra de Garcilaso, para Herrera lo importante es que el poeta toledano se haya apoderado de los despojos de los clásicos y de los italianos para dar a su poesía un carácter absolutamente nuevo y original. No puede ser más explícita su posición cuando afirma que le "enciende en justa ira Ja ceguedad de los nuestros, i la inorancia en que se án sepultado, que, procurando seguir sólo al Petrarca i a los Toscanos, desnudan sus intentos sin escogi­miento de palabras i sin copia de cosas [ ... ]. Yo, si deseara nombre en estos estudios [ ... ] no pusiera el cuidado en ser imitador suyo, sino endere9ara el camino en seguimiento de los mejores anti­guos, i juntando en una mescla a éstos con los italianos, hiziera mi lengua copiosa i rica de aquellos admirables de~pojos i osara pensar que, con diligencia i cuidado, pudiera arribar a donde nun­ca llegarán los que no llevan este paso. I sé dezir que por esta vía se abre lugar para descubrir muchas cosas porque no todos los pensamientos i consideraciones de amor i de las dem<ís cosas, que toca la poesía, cayeron en la mente del Petrarca i del Bembo i de los antiguos [ . . . ] antes queda a los sucedientes ocasión para al­can9ar lo que parece imposible aver ellos dexado. I no supieron inventar nuestros precessores todos los modos i osservaciones de

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la habla, ni los que aora piensan aver conseguido todos sus miste­rios i presumen posseer toda su noticia vieron todos los secretos i toda la naturaleza de ella."

(Anotaciones, pp. 71-72, los subrayados son míos). No me parece que pueda caber duda respecto al concepto

de imitación que Herrera cultiva. No se trata de imitar a los anti­guos o a los italianos colocándose absolutamente bajo su autoridad, sino de sonsacar los secretos más íntimos de los modelos, ya en la habla ya en los pensamientos, es decir, en la lengua y en los conceptos, no sólo para situarse al mismo nivel que aquéllos, sino para incluso superarlos.

Ricardo Senabre se enfrenta con el problema de la edición póstuma de los Versos de Herrera que ya muchos críticos aborda­ron con distintas perspectivas. Al leer su trabajo sobre Los textos de Fernando de Herrera: Novedades y enigmas, resulta evidente que las dos tendencias de la crítica, que podríamos centrar en O. Macrl y J. M. Blecua, todavía no se avienen a un acuerdo en la valoración de la obra. No es éste el lugar para recordar las conclusiones diver­gentes a que los dos grandes maestros del hispanismo llegaron, ya que la diatriba que los ocupó durante años es bien conocida por todos los que se han interesado en la obra herreriana. Sin embargo, lo que me sorprende en una lectura detenida de la ponencia de Senabre es que él se empeñe en reclamar "un examen minucioso de las variantes, una confrontación escrupulosa de todos los textos en que se producen divergencias [que] podrá servir de base para aven­turar hipótesis con algún fundamento sólido" (p. 42).

Acaso los libros y las revistas italianas no tienen una am­plia difusión en España, pero me permito recordar que ya entre 1982 y 1986 yo misma me planteé este problema en "Se non He­rrera, chi '!" (Studi lspanici, Pisa, 1982, pp. 39-69; 1983, pp. 105-127; 1984, pp. 43-76; 1985, pp. 43-72; 1986, pp. 21-59). Fren­te a las dudas sobre la autenticidad de la edición de la obra del sevillano por Pacheco en 1619 (P) manifestadas por algunos críti­cos, me preguntaba entonces quién hubiera podido modificar los textos ahí contenidos que ya habían aparecido en la edición reali­zada por el propio Herrera en 1582 (H). Convencida de que un texto es el único testigo de sus propias peculiaridades, emprendí una pesquisa microscópica para averiguar cuáles podían ser las

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motivaciones de las variantes y quién podía haber puesto mano en ellas. El resultado de este largo trabajo, que no quiero repetir aquí, fundamentado también por las afirmaciones teóricas de las Anota­ciones, me llevó a afirmar que no teníamos necesidad de acudir a intervenciones extrañas cuando era el mismo Herrera quien, por medio de las Anotaciones, nos indicaba todos los mecanismos más o menos patentes que empleaba para modificar su obra. Añadía además que, probablemente, las metamorfosis que sufren en P los poemas de H podían explicarse a partir de una lectura pública de los textos en la cual se pondrían en evidencia aquellos problemas fónicos y rítmicos provocadores de los cambios introducidos.

Es evidente, pues, que, a partir de lo dicho, no comparto, aun­que la respete, la opinión de Senabre, quien considera que "los textos de P son borradores o redacciones anteriores a las de H" (p.46). Pre­cisamente del estudio de las variantes, saqué la convicción de que P representa el momento álgido de la poesía herreriana, pues su carac­terística principal, en mi opinión, es que amplía los recursos estilísticos que ya Herrera había puesto en juego en H, con una particular aten­ción al significante, al tejido fónico y rítmico, a las relaciones que se crean en el nivel de la forma del contenido y de la forma de la expresión a lo largo de cada uno de los poemas. Son éstas caracterís­ticas de poesía extremadamente culta y elitista que sitúan el texto de P en una posición claramente cercana al Barroco. Creo que, sin duda, la diatriba sobre la obra póstuma de Herrera no se cierra aquí, conti­nuarán corriendo ríos de tinta porque, a lo que veo, ni siquiera la tentativa de mirar objetivamente el asunto logra éxito.

Nos introduce en un ambiente de refinada cultura y de amis­tades entre los más destacados intelectuales sevillanos de la segunda mitad del siglo XVI la intervención de G. Chiappini: El círculo herreriano: El "verdadero retrato" de una sublimada "experien­cia". Con esa vena lírica que siempre aletea en sus trabajos, Chiappini nos presenta, acaso con demasiado optimismo, un cír­culo de intelectuales que rodeaban a Herrera. Sin duda, en este período se creó en Sevilla una atmósfera cultural irrepetible cuan­do la contemporánea presencia de personajes como Francisco de Medina, el Maestro Mal Lara, Diego Girón, Cristóbal de las Ca­sas y muchos otros dio vida a la que por largo tiempo se llamó "Escuela Sevillana". Por otra parte, creo que, por lo menos, hay

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que matizar ese ambiente idílico de amistades que Chiappini nos presenta. Resulta, en efecto, que entre los varios contertulios de las academias la situación no era tal: baste recordar la carta que Juan de la Cueva, uno de los personajes del ambiente sevillano cercano a Herrera, dirige a Cristóbal de Sayas, donde no se esca­timan reproches a las Anotaciones, o el soneto de Barahona de Soto que, acaso más amistosamente, pone de relieve la frecuencia de vocablos extraños en la lírica de Herrera.

Tiene razón Chiappini en corregir esta antigua definición de Escuela Sevillana, que en realidad no corresponde a la situación, identificando lo que unía y reunía a este grupo de artistas en "una especie de Gemeinde ideal, o "comunidad" general y colectiva de la cultura de una tierra en su siglo, una comunidad de pensamiento y [ ... ] de experiencia que es compromisión del alma y de la mente, así como expresión de una Sehnsuscht, de una especie de voracidad de belleza y de arte" (p.53). Sin embargo, Chiappini subraya Ja falta de informaciones más amplias sobre este grupo de letrados y sus amistades, invitando a una búsqueda en bibliotecas y archivos particulares. Creo que esta invitación tendrá éxito, teniendo en cuenta la actividad editorial que caracteriza en estos últimos tiempos las Universidades y las entidades públicas sevillanas.

Terreno diverso pisa Francisco López Estrada en su El nau­fragio de la prosa histórica de Fernando de Herrera, donde 'naufragio' tiene el sentido que dieron los contemporáneos del poe­ta a la pérdida de muchas obras herrerianas unos días después de su muerte.

Esta pérdida está todavía rodeada de misterio y éste au­menta y llega casi a ser un caso de novela policíaca con los testimonios de Pacheco, quien afama que la "Historia general del mundo que HeJTera había mostrado a sus amigos ya acabada en 1590 ... se perdió o usurpó", y de Duarte, quien en el prefacio a la edición póstuma de 1619 de los Versos, subraya "Dejo en si­lencio la culpa de esta pérdida porque soy enemigo de sacar en público ajenas culpas". Ni siquiera un crítico de la altura de Ló­pez Estrada logra llenar este hueco en la producción de Herrera, ya que tiene que convenir que "el daño fue grande, pues dejó un vacío que hace que el juicio sobre Herrera tenga que ser parcial y

no sobre la integridad de la obra" (pp. 72-73 ). Frente a una situa-

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ción tan escasa de datos fidedignos, López Estrada se pregunta si persisten partes de la Historia en lo publicado por el mismo He­rrera, eso es (a parte la obra poética) en la Relación de la guerra de Chipre y en el Tomás Moro, situando el único elemento seguro en el hecho de que "las preferencias de Herrera en cuanto a los libros que imprimió, iban por lo referentes a su contemporanei­dad" (p.73). La amplia documentación que el autor ofrece sobre los caracteres de las Relaciones o Cartas o Avisos en que se rela­taban los acontecimientos contemporáneos, le llevan a la convicción de que Herrera prefirió el género de la Relación porque en él se podía situar en el nivel más alto que este tipo de obra consentía. Permanece abierto el problema de si esta Relación entró a formar parte de la Historia, como afirma Pacheco, ni López Estrada puede darnos una solución, limitándose a suponer que en Ja Historia He­rrera habría establecido concordancias con un conjunto de noticias más amplio mientras que en la Relación se habría limitado a refe­rir nada más que el acontecimiento, sus causas y consecuencias.

La segunda parte de la intervención de López Estrada está dedicada al Tomás Moro, de la que ofrece una interesantísima interpretación como "inicio del desengaño, algo muy difícil de definir y que ha de ser tan propio del Barroco [ ... ], como un as­pecto de la historia de una crisis que él [Herrera] intuía que se iniciaba" (p. 84). Me parece, pues, que la sensibilidad que Herrera demuestra en su obra poética y en las Anotaciones hacia una nue­va realidad que se perfila y que él mismo contribuye a crear, se confirma en esta interpretación de su obra en prosa y convalida la convicción de que toda su obra se presenta como superación de una postura manierista para abarcar manifestaciones que serán ca­racterísticas del Barroco, no última esa preocupación por España que siempre se ha indicado como iniciada por Quevedo y que López Estrada pone de relieve en su trabajo.

La breve intervención de R. Reyes Cano, La fortuna de Fernando de Herrera en la Sevilla de los siglos XVI!/ y XIX, en la mesa redonda sobre el tema Ayer y hoy de Fernando de Herre­ra, nos abre nuevas perspectivas sobre la pervivencia del ideal poético del Siglo de Oro en la época neoclásica, que recupera los textos de la clasicidad con la mediación de algunos poetas rena­centistas, entre ellos Herrera. Mas lo que Rogelio Reyes subraya

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es el papel de guía que Herrera jugó entre los poetas de finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando no sólo se recupera el pasado literario sevillano sino el gusto por una poesía de un nivel formal elevado y por la teorización y el comentario. Ade­más de esto, la " invención" de la Escuela poética sevillana como periodización de la literatura española, marca la vuelta a Herrera, considerado el maestro de esta escuela al que miran los escritores del tiempo "para ennoblecer a su vez, la poesía y librarla de la ramplonería de 'copleros' y ' repentistas ' ." (p.95).

La recepción de Herrera en los nuevos poetas de Sevilla, encuesta llevada a cabo por J. Cortines Torres, nos pone en con­tacto directo con el ambiente intelec tual sevillano de nuestro tiempo. Las preguntas dirigidas a seis escritores tuvieron contesta­ciones coincidentes en su mayoría al reconocer a Herrera el cultivo de la palabra, su perfección formal y su magisterio poético, del que muchos se reconocieron deudores. Por otro lado, muchos de los entrevistados pusieron de relieve la "frialdad" de su obra, la imposibilidad de que tenga resonancia en nuestro mundo actual. Un soneto del Académico D. Joaquín Caro Romero dedicado'A Leonor, Fernando' cierra la obra.

En su conjunto, pues. el volumen es una aportación de gran valor al conocimiento de un poeta que presenta todavía muchos problemas y cuyo conocimiento completo no se ha logrado.

!noria Pepe Sarno

Cristóbal de Castillejo Obra completa, edición de Rogelio Reyes Cano, Madrid, Biblioteca Castro, 1999, 888 págs.

Tras la edición en la Biblioteca Castro de otras obras maes­tras del XVI como la Philosophia vulgar de Mal Lara o las obras poéticas de Montemayor, se imponía la difusión de las obras com­pletas de Castillejo, el tradicional antagonista de la revolución poética garcilasiana. El profesor Rogelio Reyes Cano ha acometido, una vez más, como viene haciendo desde hace tres décadas, en las treinta páginas de introducción, la tarea necesaria de restablecer en su justa

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medida al poeta y cortesano mirobrigense en su puesto legítimo en la historia literaria. Tal es el hilo conductor esencial del arranque de las páginas introductorias del profesor Reyes Cano, que retomará más adelante al tratar en pormenor cada una de las obras de Casti­llejo. Aunque los argumentos de esta lectura moderna del poeta áulico son conocidos y no podrían desarrollarse detalladamente en una edición de estas características, la exposición del editor de la obra nos ofrece una síntesis elegante y ponderada de tal debate his­tórico. Así, anota que Castillejo, como poeta de la corte de Carlos V. se alimenta a un tiempo de ingredientes renacentistas y de Jo que Reyes denomina un "soporte castizo". Este soporte, pese al injusto Jugar común tradicional tantas veces repetido, puede encon­trarse también "incluso en los textos de Garcilaso o en libros tan modernos como Lazarillo de Tormes" (ix).

A continuación, el editor procede a examinar sucintamente la biografía del poeta, siempre con el propósito de desvelar las claves de su obra. Estas páginas prologales dan idea cabal del contexto histórico y cultural de Castillejo. Particularmente incisi­va es la aclaración de que éste pudo ser y considerarse a sí propio como un homo facetus al estilo del descrito por Castiglione (xi). Aquí el profesor Reyes Cano introduce oportunamente la cues­tión, bien estudiada por él. de la locura. tan de moda en el XVI.

A un compendioso análisis de la vasta obra de Castillejo se dedican las páginas xii-xxii de la introducción. Se sigue con acer­tado criterio la clasificación de la edición de 1573 en obras de amores. obras de conversación y pasatiempo y obras morales y de devoción, precisamente la misma que utiliza Reyes para ordenar las poesías en el volumen. Asunto por asunto, Castillejo aparece como un cortesano renacentista bien aclimatado a los tópicos de actualidad: disparate y locura positiva, erotismo "realista" o "pe­gado a la tierra" (xiii), una naturalidad expresiva renacentista que se aplica. entre otros matices necesarios, incluso. preludiando el Barroco, a Ja materia clásica ovidiana (xv). Empero, nuestro edi­tor también sabe ponderar Ja modernidad del poeta del Sennón de amores en su justa medida, con su carga moralizante tradicional ya atenuada (xvi). Igualmente, aquilata las famosísi mas sátiras an­tigarcilasianas como expresiones de la conciencia lingüística nacional tan en boga en el XVI y como respuestas bastante natu-

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rales a los excesos y a la petulancia antinacional de los italiani­zantes, sin dejar de señalar que también subrayó, en el otro extremo, los vicios de la poesía cancioneril de su tiempo (xvii).

Las poesías de Castillejo nos ofrecen, en efecto, esa mezcla de antigüedad y modernidad que insinúa Reyes. Pero no nos encon­tramos sólo con el poeta anticuado que quería la erudición decimonónica, sino también con un poeta de numerosos registros, desde los más bellos ecos líricos medievales (como en el poema "Sueño", nº 103: "Yo, señora, me soñava /un sueño que no devie­ra ... ") o el recuerdo martilleante de Manrique (nº 108) hasta la crónica humorística de la actualidad más candente: el elogio del leño guayaco en el poema 169. El especial sentido poético de la época nos depara probablemente más poemas de circunstancias y de asuntos menudos o más bromas cortesanas de las que desearía­mos leer (véanse las composiciones 99, 129, 154 ... ), pero ello no merma el interés y el encanto intrínsecos de estas páginas tan varia­das y ricas. No debe olvidarse que este afán de hacer presente y personal lo poético sirvió sin duda a estos poetas para empezar a liberarse -otros lo lograrían más plenamente- de las cadenas de la tradición heredada y de la costumbre. Castillejo tampoco fue nada cobarde en este punto, pues acaso pulsó todas las claves de la poe­sía que le fue dado conocer o explorar, desde Ja copla consuetudinaria hasta la sorpresa de una parodia de los italianizantes en una tan cazmra como burda imitación de sus propios moldes importados.

Así pues, esta edición nos predispone a una lectura equili­brada y cuidadosamente matizada de la obra de Castillejo y, por tanto. nos mueve a corregir aquel recuerdo del hoy antiguo y ya fenecido Castillejo, el poeta llamado injustamente antimoderno, que se percibía en estas palabras de Azorín de 1941 : "Con Fer­nando [el hermano de Carlos V] estuvo Cristóbal de Castillejo y con Carlos estuvo Garcilaso. Grandes poetas los dos, Garcilaso representaba el espíritu innovador, en tanto que Castillejo encar­naba la tradición" (Madrid). Sin embargo, es preciso observar también que, a despecho de la seguridad con que reproducía el lugar común, Martínez Ruiz, al poner juntos los dos nombres y emparejarlos con los de los príncipes hermanos, ya destacaba in­advertidamente el nombre del poeta de Ciudad Rodrigo, anticipando los esfuerzos de la crítica más actual.

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Volviendo a nuestro libro, como importante novedad. junto con las obras más conocidas -aunque no por ello más ni mejor leídas- de esle autor, hallamos el único fragmento teatral conser­vado (gracias. como tantas otras cosas, al genial Moratín), dos traducciones hasta ahora inéditas de cierto interés, como son las del De senectute y De amicitia de Cicerón y una "Carta en latín y romance", atribuida, de la BNM.

La calidad del trabajo editorial realizado se percibe, lógica­mente, con más claridad, como siempre, en las muchas páginas (para este tipo de libro) que se dedican a las fuentes y a los crite­rios de Ja edición. Por su exhaustividad -menudean las signaturas-. sirven. junto con la nutrida bibliografía. para orientar certeramen­te al lector acerca de la obra de Castillejo. Los criterios de la transcripción son respetuosos con las peculiaridades intrínsecas de Ja lengua del XVI y se revisan. como ya es costumbre, sólo los aspectos que no afectan a la fonología contemporánea y que. en cambio. pueden ofrecer dificultades innecesarias al lector.

Mención especial merecen los dos índices finales del volu­men: el indice de primeros versos y el oportunísimo glosmio de términos antiguos. que cumplen a la perfección su acostumbrado co­metido. El índice general no recoge el muy útil registro de los títulos de las composiciones. que aparece colocado al final de las páginas preliminares. A buen seguro, en edición tan esmerada. el deseo del editor ha sido aquí el de no acumular tantos aparatos en la porción final del libro. Por Jo demás, no hemos detectado effatas, lo que reve­la, como el conjunto de la obra, una muy cuidadosa elaboración.

Héctor Brioso Santos

Los libros de Francisco de Bruna en el palacio del Rey Prólogo de Francisco Aguilar Piñal. Dirigido por María Luisa Ló­pez-Vidriero, con la colaboración de Concepción Lois ... [et al.]. Sevilla, Patrimonio Nacional, Fundación El Monte, 1999, 652 págs., ilustrs.

La presente obra Los libros de Francisco de Bruna en el Palacio del Rey viene, en palabras de María Luisa López-Vidriero, a "saldar la cuenta que quedó pendiente a principios del siglo XIX",

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la de recoger en un catálogo los manuscritos y libros impresos del ilustrado sevillano, tal y como lo tuvieron otras colecciones reales en su momento.

Fruto de la diligente labor realizada por el equipo dirigido por la directora de la Biblioteca del Palacio Real, es verdaderamente un libro regio, tanto en lo que a la minuciosa elaboración del catálogo se refiere, como también a la espléndida presentación del mismo.

El libro se abre con el prólogo de Francisco Aguilar Piñal, máximo conocedor del Siglo XVIII español, que ofrece una magní­fica disertación sobre la Sevilla ilustrada con la semblanza acertada de uno de sus máximos representantes que fue Francisco de Bruna y Ahumada, oidor y regente de la Audiencia de Sevilla, miembro preeminente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.

El sugerente estudio de María Luisa López-Vidriero nos in­troduce en el fascinante mundo de la acusada y entendida bibliofilia de los reyes barbones Carlos III y Carlos IV.

Aproximadamente 3.500 libros conformaron la librería de F. de Bruna. A primera vista pueden parecer pocos en comparación con los quince mil y pico de Ja Librería Femandina que Hernando Colón dejó al Cabildo Catedral sevillano y que en el siglo XVIII recobra nueva vida, gracias al empeño de Diego Alejandro de Gál­vez. No obstante, en su momento la biblioteca de Bruna era muy importante por su volumen y por la calidad de sus fondos. Lejos de toda sombra de lisonja interesada, Leandro Fernández de Mo­ratín, con motivo de su estancia en Sevilla ( 1797), anota en su Diario: "Dudo que haya en España otro particular que posea una librería y un gabinete de curiosidades más numeroso". También Wilhelm van Humboldt, otro distinguido viajero, en su Diario de viaje a Espatia: 1799-1800, menciona en términos elogiosos las colecciones de Bruna, aunque confiesa no haberlas visto.

Fueron 35 manuscritos de los siglos XV a XVIII los que ingresaron en la colección real de Carlos IV, entre ellos uno del siglo XVIII que recoge los Días geniales o lúdicros [sic] del erudi­to sevillano Rodrigo Caro (nº VIII del Catálogo), ampliamente comentado, y los Pareceres del Duque de Alcalá y Francisco de Rioja sobre el título de la cruz de Cristo (Ms. del siglo XVII [ 1619], nº I del catálogo). Entre los 225 libros impresos que se incorporaron en la biblioteca del Rey echamos de menos "los Ofi-

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cios de Cicerón, de 1466, Maguncia, imitando la letra manuscrita, en pergamino" que viera en su momento Femández de Moratín. Sin embargo, se reseñan una veintena de incunables, los más im­presos en Venecia, entre ellos De civitate Dei de San Agustín impreso por Nicolaus Jenson, 1475 y los Astronomicorum libri octo de Julio Firmico Materno, en la impresión de 1499 del célebre tipógrafo y humanista Aldo Manucio, y en Sevilla, de los cuales cabe destacar Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio con la adiciones de Alfonso Díaz de Monta/vo estampadas por Meinardo Ungut y Estanislao Polono en 1491 y las Paral/elae, sive Vitae illustrium virorum de Plutarco salidas de las prensas de los Cuatro Compañeros Alemanes, 1491. Tampoco faltan un incunable floren­tino (Plotino, Opera , Florentiae: Antonius [Bartholomaei] Miscomini, 1492, en la traducción y edición de Masilio Ficina) y otros de Estrasburgo y de Ausgburgo (Johannes de Thwrocz: Chro­nica Hungariae, Augustae, Erhard Ratdolt, 1488, con deliciosos grabados xilográficos, algunos de los cuales se insertan en el pre­sente catálogo). El grueso de los libros impresos, igualmente importantes y curiosos, pe1tenece a los siglos XVI, XVII y XVIII. Sería ocioso reseñarlos aquí.

Dime qué lees, con qué libros andas y te diré quién eres. La colección de F. de Bruna que ahora se da a conocer, no sólo nos introduce en el mundo de las inquietudes intelectuales y del coleccio­nismo del ilustrado sevillano, sino que nos muestra también la extraordinaria sensibilidad del rey amante de los buenos libros que fue Carlos IV. De ahí también, y no en último lugar, la importancia y utilidad de obras como la que nos ofrece María Luisa López -Vidriero.

El presente catálogo recoge los libros procedentes de la biblioteca de F. de Bruna con un tratamiento bibliográfico que, en las acertadas palabras del Excmo. Sr. Duque de San Carlos, Presi­dente de Patrimonio Nacional, en su presentación, es "de una erudición y meticulosidad prácticamente desconocida hoy día". En particular hay que destacar las anotaciones que acompañan a los asientos que sobrepasan con mucho la función de tales, convertidas en tratados de erudición en los más diversos campos del saber en que se ubica cada uno de Jos libros.

Detallados índices onomástico, de títulos, materias, impre­sores y editores, incipits, fechas (índice cronológico de manuscritos

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e impresos) y procedencias (de los libros) convierten esta obra en un repe1iorio perfecto.

No menos perfecta resulta la cuidada presentación: donde procede en las descripciones bibliográficas, aparece la tipografía en dos colores (negro y rojo). evitándose así enojosos procedimien­tos convencionales, amplios márgenes (casi desaparecidos de los libros que se publican hoy día), finísimas y exquisitas ilustraciones tomadas de los libros reseñados (algunas a toda plana, otras en el margen a modo de viñetas) y otros detalles, que otorgan a este libro un carácter regio presente también en el ex-libris real que adorna la guarda anterior.

En efecto, nos encontramos con un "auténtico lujo cultural'', hecho realidad gracias al buen hacer de María Luisa López-Vid1iero y su equipo. así como al interés de Patrimonio Nacional y a la sensibili­dad del mecenazgo de la Fwuiación El Monte de sobra conocida.

Separatas de literatura, arte y música de Jacobo Cortines. Valencia. Ediorial Pre-textos. 2000. 377 págs.

Klaus Wagner

En la calle Armenta, en la casa de Jacobo Cortines, hay un jardín con un laurel a un lado y algunos mirlos madrugadores. En cierta ocasión, con motivo de una entrevista, quien se la hizo escribió que ese jardín reunía todas las especies señaladas como jardín canónico por Hernando Colón. No soy jardinero, pero cuando uno habla con Jacobo Cortines en su estudio, la vista se solaza en el naranjo, el mirto, el rosal, el jazminero. Para llegar al estudio, antes hay que cruzar un patio central con galería. Como ésta de Armenta ya van quedando pocas casas. Casa en la que se unen, como en las páginas del clásico, lo útil y lo hermoso. En una como ésta uno hubiera querido pasar su infancia y que allí, en su reparo, se hubiese fijado de por vida la imagen del Edén.

La casa del poeta ... Puede parecer un tópico desustanciado y circunstancial, pero en ocasiones, la circunstancia se convierte en categoría. Dicen que en cierta ocasión un personaje de relieve quiso conocer a Pico della Mirándola. El humanista lo citó en su casa,

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porque allí el invitado comprendería mejor su obra. Una ciudad y una casa hechas con la divina proporción del hombre, de muros tangibles y el invisible encanto del espíritu. Cuando Cortines habla de los jardines o de escribir en Sevilla no está empequeñeciendo sino encfünando y universalizando el trabajo de la creación.

Ha sido en esta casa donde uno ha ido oyendo, de labios de su autor, páginas aún inéditas en un gozoso anticipo. De ella sa­lieron las traducciones del Cancionero de Petrarca, obra magna de erudición y sensibilidad poética. Luego Carta de Junio, bajo las sombras tutelares del recuerdo, entroncadas en la tradición an­daluza y senequista de la Epístola Moral. Recientemente Separatas que reúne artículos y ensayos sobre literatura, pintura y música. Libro denso, de saberes acumulados, cuya misión es ayudarnos a gozar de estas tres bellas artes, lejos de la fría erudición o el por­menor gratuito del tecnicista. Estas páginas revel an las dos características esenciales del verdadero humanista: capacidad de análisis y Ja percepción de aquello unitario que constituye la be­lleza sea cual sea su modalidad artística. Por eso llama la aten ción la libertad y rigor de espíritu con que Cortines pasa del co­lor, al acorde o al verso, como quien está en el secreto de la unidad, de la hermosura y tiene el utillaje intelectual necesario para mostrárnosla. En estos tiempos donde las ciencias y las artes tienden a separarse cada vez más, como continentes a la deriva, este libro nos entrega las claves para encontrar la indivisible uni­dad de las diversas manifestaciones artísticas.

En el jardín de la calle Armenta está plantado el laurel de Petrarca. Y o no sé si las otras plantas coincidirán con las especies reseñadas por Hernando Colón. Lo que sí es cierto es que de la enmarañada selva en que hoy se encuentran las bellas artes, cada vez más alejadas entre sí, Cortines ha hecho un jardín, es decir, ha puesto orden y concierto para hacérnoslas gozar, con la arries­gada y difícil sencillez del humanista.

José Julio Cabanillas