relaciones entre juÁrez y el congreso

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RELACIONES ENTRE JUÁREZ Y EL CONGRESO De Martín Quirarte H. Cámara de Diputados, LIX Legislatura Miguel Ángel Porrua, librero-editor México, 2006 Fuente: BIBLIOTECA DIPUTADOS

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  • 1. ~(aciones entre .Jurez !1 e( Congreso

2. Martn Quirarte ~(acionesentre :Jurez !J e( Congreso EDICiN FACSIMILAR MXICO 2006 3. Coeditores de la presente edicin H. CMARA DE DIPUTADOS, LIX LEGISLATURA MIGUEL NGEL PORRL!A, librero-editor Primera edicin, abril de 1973 la. Facsimilar, agosto de 2006 2006 H. CMARA DE DIPUTADOS, UX LEGISLATURA 2006 Por caractersticas de edicin f.lIGUEL NGEL PORRA, librero-editor Imgenes de portada: la. de forros: leo en mazonite del maestro MOGERS, realizado en el taller "David Alfaro Siqueiros". 4a. de forros: Facsmil del comunicado de la Secretara de la Cmara de Diputados del estado de Oaxaca, en que se informa al Secretario del Despacho de Gobierno, la instalacin de la H. Cmara de Diputados de Oaxaca y el nombramiento de presidente de esa institucin parlamentaria del seor licenciado D. Benito Jurez. Oaxaca, mayo 23 de 1834. Derechos reservados conforme a la ley ISBN 970-701-813-5 Queda prohibida la reproduccin parcial o total, directa o indi- recta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorizacin por escrito de los editores, en trminos de la Ley Federal del Derecbo de Autor y, en su caso, de los tratados internacionales aplicables. IMPRESO EN MXICO PRlNTED IN MEXICO vv ,-V" v_ rl: '1 .. t r'< > 1'- 1'-- t., -I,l ~ .'-e: > 1 '} '1 _ x Amargura 4, San ngel, lvaro Obregn, 01000 Mxico, D.F. 4. Textos introductorios 5. Presentacin Quisiera que se mejuzgara no por mis dichos sino por mis hechos. Mis dichos son hechos. BENITO )UREZ GARCA LAFIGURA de don Benito Jurez Garca constituye un referente histri- co de valores y principios an vigentes, no slo para los mexicanos sino tambin para mujeres y hombres de todos los pueblos. Por ello es que la LIX Legislatura de la H. Cmara de Diputados y el Grupo Editorial Miguel ngel Porra, en el seno de la Comisin Nacional de Comisiones y Re- presentantes Juaristas para los Festejos del Bicentenario del Natalicio de Don Benito Jurez Garca, presidida por el rector de la Universidad Na- cional Autnoma de Mxico, doctor Juan Ramn de la Fuente, unen es- fuerzos y se honran en presentar esta edicin facsimilar del libro Rela- ciones entre jurezy el Congreso. Esta obra, fruto de la investigacin del destacado historiador Martn Quirarte, estudia la trayectoria poltica del presidente Benito Jurez en su relacin con el Legislativo federal, en una poca caracterizada por la bsqueda de nuestra identidad republicana; adicionalmente, la docu- mentacin de los informes presidenciales y la repuesta que los presi- dentes del Congreso dieron a cada uno de ellos, refleja el profundo sen- tido de esta bsqueda. Gracias a este trabajo, el lectortendr la oportunidad de profundizar en la aportacin poltica y social de este gran estadista mexicano. Sea pues esta edicin facsimilar un sincero homenaje a nuestro prcer, para mantener viva la obra de un personaje identificado como el ms universal de los mexicanos, ejemplo a seguir para nuestros contem- porneos. Consejo Editorial H. CMARA DE DIPUTADOS LIX LEGISLATURA 6. 1{qtayrevia En1972, con motivo del centenario delfallecimiento de don Benito jurez, numerosas fueron las publicaciones aparecidas para recor- dar los trabajos y los das del fundador de nuestra sociedad civil. Igualmente merecieron estudios sus colaboradores y antagonistas en lajustamente llamada Gran Dcada Nacional. De ese cmulo de pginas, resalta elproyecto de la Gran Comisin de la Cmara de Diputados, que llev a cabo la reedicin de obras fundamentales que por una u otra razn, haban dejado de ser de fcil acceso. Asimismo, se trataba de que cada libro tuviera abundan- tes notas y un estudio preliminar. En ese tenor, aparecieron ]urez discutido como dictador y estadista de Carlos Pereyra; Anales mexica- nos de la Reforma y la Intervencin de Agustn Rivera; Melchor Ocam- po, reformador de Mxico de jos C. Valads y La expedicin de Mxico de Emille Olivier. Igualmente lo hizo la edicin, profusamente anota- da y con un vasto estudio introductorio, de ]urez. Su obra y su tiempo de justo Sierra. Al examinar elproyecto en su conjunto y visto con la perspectiva del tiempo, puede apreciarse el amplio espectro de suspro- tagonistas y estudiosos. La coordinacin acadmica del proyecto fue encomendada al maestro Martn Quirarte, profesor de la Facultad de Filosofa y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Bibliogrficas de la Uni- versidad Nacional Autnoma de Mxico. Su ascendiente prestigio y autoridadprovenan de que en ambos lugares haba insistido en pro- fundizar en ese rico, complejo y apasionanteperiodo de nuestra histo- 7. ria. Fundador de la ctedra Reforma e Intervencin francesa en la facultad, su instituto dio a luz, en 1971, Historiografa sobre el Imperio de Maximiliano, la obra ms completa que hasta ese momento se haba publicado sobre el tema. Su sentido de la equidad, presente en una obra como El problema religioso en Mxico, se manifest igualmente en la necesidad de examinar nuestra historia desde la visin de pensadores de distintos idearios polticos. Por ello, haba preparado la edicin de dos obras que ya son clsicas: Revistas his- tricas sobre la Intervencin francesa en Mxico de jas Mara Iglesias y Mxico desde 1808 hasta 1867 de Francisco de Paula y Arrangoiz. Dentro de ese programa de publicaciones, el maestro Quirarte propuso publicar una obra que diera cuenta de la importancia que el Congreso haba tenido en sus debates, en sus relaciones y diferencias con el Ejecutivo y en la formacin definitiva del Estado moderno. Consciente de la importancia de preservar el recinto parlamentario dentro de Palacio Nacional, donde sonaron las voces de Altamirano, Zarco, Amaga, y otras muchas registradas en este libro; en el mismo 1972 fue totalmente restaurado el recinto parlamentario dentro de Palacio Nacional, el cual haba sido consumido por un incendio. Tal recons- truccinfue posible gracias a una litografa de Pietro Gualdi. Aquello que los arquitectos lograron en el espacio, Martn Quirarte lo lleva a cabo en su estudio y en la seleccin de textos que lo acompaan. El presente es un importante testimonio para examinar la trascendencia que en la poca de jurez tuvo el debate parlamentario para lograr, a travs de la consolidacin del Estado y las instituciones, la victoria definitiva de la Repblica y la consumacin de nuestra Segunda Inde- pendencia. El proceso fue lento y poblado de obstculos. jurez, el juarismo y el liberalismo no fueron personas ni entidades acepta- das de manera inmediata a la marcha de los acontecimientos. En todos sus escritos sobre aquella poca, Martn Quirarte insisti en ver a un Benito jurez con todas sus luces y sus sombras, con el argumento de que la realidad es ms contundente que todas las ficciones. x 8. Con palabras del maestro terminan las presentes: Los que combatan con tanto ahnco por derribar el rgimen liberal, por derrocar a un hombre que encarnaba el ideal republicano de Mxico, no sospecharon que, a la postre, todos sus esfuerzos acaba- ran por darle solidez, coherencia y prestigio universal a esegobierno que anatematizaban. El pueblo que no era juarista, que no era libe- ral sino en sus capas superficiales, recibira con la intervencin euro- pea una leccin suprema. Cuando vio a un prncipe que deca ser catlico defender ideas liberales; cuando sinti los atropellos de Du- pin, de Berthelin, de Castagny; los asesinatos cometidos en nombre de la ley de 3 de octubre; entonces, por conviccin profunda o por instin- to, sinti quin representaba de verdad la aspiracin hacia la unidad definitiva de los mexicanos. Ese da dej de serjurez el representan- te de un grupo poltico, para convertirse en smbolo de una nacin. VICENTE QUIRARTE [Ciudad de Mxico, julio de 2006] Xl 9. ~acsmi( N'K 10. Martn Quirarte RELACIONES ENTRE JUAREZ y EL CONGRESO CAMARA DE DIPUTADOS MEXICO, 1973 11. INfRODUCCION Quien hace la biografa de un gran hombre, escribe la historia de una nacin, deca Jos Mart. El estudio biogrfico de Benito Jurez reclamara, en tal caso, el anlisis de ms de medio siglo de historia me- xicana. Ninguno de nu~stros hombres pblicos tuvo una vida tan rica en triunfos. Le toc vivir la etapa ms dramtica a la vez que ms bella de la historia del siglo XIX. Naci en la dcada en que la Amrica espaola comenzaba a sentir sus primeros ensueos de emancipacin poltica. Fue testigo presencial de la independencia de Mxico y con- templ el desastre del Imperio de Iturbide y los primeros albores de la Repblica. Ms tarde, como actor, milit en las filas del liberalismo y tuvo el tacto de mostrar un espritu pleno de moderacin, mientras llegaba el instante de la batalla definitiva. Cuando sta se plante, como una necesidad imperiosa, Jurez acept el puesto de la responsabilidad suprema y lo supo desempear con tacto, con talento poltico y con una energa sin dobleces. Durante la Guerra de Tres Aos y su lucha contra la intervencin extranjera y el Imperio, fue el hombre de las derrotas parciales, pero logr al fin ser el adalid del triunfo definitivo, como lo ha dicho atinaclamente Jos Fuentes Mares. La guerra contra la agresin extranjera dio a Mxico un lugar prominente en la historia del mundo ya su caudillo un prestigio univer- sal. Pero a Jurez no lo domin la vanidad. En vida, le tributaron honores muchos pases de Amrica, que l agradeci con sincera defe- rencia. Intelectuales y polticos de Europa le expresaron una gran ad- miracin. Sin recurrir a la leyenda, la propia realidad daba material suficiente para trazar el bosquejo de uno de los hombres ms destacados de su siglo. Pero quien taQ.tos homenajes reciba, no hizo nada de su parte para levantar el pedestal de su gloria. Odiaba la afectacin, la si- mulacin y la lisonja como a enemigos personales. Pocos hombres de Estado mexicanos han sido tan inmunes a la adulacin. Jurez se expres alguna vez de Guillenno Prieto en trminos excesivamente severos, que no ocultaban la indignacin que le haban provocado las lisonjas con que el poeta pretendi ganar su benevolencia. Se ve tambin, al mismo tiempo, cun celoso era Jurez de su autoridad y cmo saba imponerla, por encima de cualquier consideracin de amistad. v 12. ..En cuanto a Guillermo Prieto, poco antes de que yo me retirara de Chihuahua, fue a verme con pretexto de empearse a que se accediera a la solicitud de Ruiz. Me dijo que me quera mucho, que era mi cantor y mi bi- grafo y que si yo quera que l seguira escribiendo lo que yo quisiera; qu tal? Yo le di las gracias compadeciendo tanta debilidad y no haciendo caso de sus falsedades. Parece que se ha ido para el Presidio o a algn otro punto de ese Estado. He leido la carta que le escribi a usted y que me adjunt usted. No dice palabra de verdad. Todo su encono contra Lerdo depe'nde de que ste le desprecia sus lisonjas y de que le iba a la mano en los negocios del correo, pues esta oficina est sujeta al Ministerio de Gobernacin y no al de Hacienda como estaba antes. A propsito de la oficina de correos dir a usted que Prieto se peg un buen chasco, porque deseando inde'penderse del Ministerio de Hacienda y del de Fomento, luego que entr Doblado en el Mi- nisterio de Gobernacin en 1862 trabaj porque el correo quedara dependien- do nica y exclusivamente del Ministerio de Gobernacin. Crey que Doblado iba a perpetuarse en el ministerio y que nunca entrara un ministro que lo hiciera andar derecho. En fin, este pobre diablo, lo mismo que Ruiz y Negrete, estn ya fuera de combate. Ellos han valido algo porque el gobierno los ha hecho valer. Ya veremos lo que pueden hacer con sus propios elementos...'1 Otro contemporneo de ]urez fue el espaol Pedro Pruneda quien en 1867 public un libro titulado Historia de la guerra de Mxico de 1861 a 1867. En l mostr una gran admiracin al presidente de Mxi- co y a los republicanos. Su autor demuestra tener un conocimiento muy profundo de los hechos. Su poder de informacin se puede aquilatar mejor si se toma en cuenta que la obra fue publicada el mismo ao de la cada del Imperio y el fusilamiento de Maximiliano. No hay datos que hagan suponer un empeo de Jurez por divulgar un libro que con tanto elogio se expresaba de l.2 Mucho se ha comentado el auxilio econmico prestado por ]urez a Eugenio Lefevre para la publicacin de una obra sobre la Interven- cin francesa. El personaje es de tal importancia para la historia de Jurez y de Mxico, que bien merece la pena abrir un pequeo parn- tesis. En Eugenio Lefevre hay que ver al defensor de la causa republica- na. El insigne periodista era adversario de Napolen III y haba aban- donado Francia por cuestiones de orden poltico. Fue redactor en jefe de La Tribune du Mexique. En 1862 public una obra titulada Le Me- xique et rintervention europenne. Despus estuvo al servicio del go- bierno republicano de Mxico, desempeando en Europa funciones como agente secreto. Estando en Londres public en 1869 una obra que titul Documents officiels recueillis dans la secretairie prive de M aximilien. Histoire de l'Intervention franf$aise au Mexique. Tradujo l mismo la referida obra al espaol. A causa de esta historia fue duramente atacado en Europa, particularmente en Francia. Despus de la publicacin de su VI 1 Carta de Jurez a Pedro Santacilia. Transcrita por Jorge L. Tamayo en: Epis- tolario de Benito Ju- rezo Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1967, pp. 337-339. 2 Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Mxico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomti- cos justificativos. Ma- drid, Editores Elizal- de y Ca., 1867. 13. libro, permaneci en varios pases, europeos prestando siempre servicios al gobierno de Jurez. Las fuentes empleadas por Lefvre para redactar su historia fueron tan variadas como ricas. Nunca he podido comprender las razones que llevaron a Lefevre a escribir como ttulo de su obra: Documents offi- C'iels recueillis dans la secretairie prive de Maximilien. Independiente- mente de que el ttulo pudo ser el nombre del subttulo, qu se propuso con esta alusin? Si de verdad se encontraron documentos en la secre- tara privada de Maximiliano, stos no hubieran sido suficientes para elaborar su historia. Es indudable que pocos hombres de aquel tiempo dispusieron del material histrico que pas por las manos de Lefevre. Desde el ao de 1861 en su calidad de periodista le fue dable tener una informacin vastsima sobre los orgenes de la Intervencin. Posterior- mente, su condicin de agente de Jurez le permiti estar enterado al dedillo de la poltica internacional de Mxico, Estados Unidos y los pases europeos. Lefevre conoca tambin con profundidad la hemerografa de la poca, lo mismo la de criterio republicano que la favorable al Imperio. Tena asimismo noticia de las obras que se haban publicado sobre esta etapa histrica. Los trabajos de Kratry, Testory, Domenech, Basch, Salm Salm le eran familiares. Ahora bien, tomando en consideracin las circunstancias en que fue escrito el trabajo de Lefvre y la ideologa de su autor, fcilmente se comprender que no se trata de una obra imparci.al. Pero de ninguna manera estamos en presencia de un panfleto. El escritor es un hombre que analiza, que razona con lucidez pasmosa; no lo dominan las pasiones vulgares. La H istoire de l'1ntervention fra1u;;aise au M exique fue traducida al espaol por el propio Lefevre. Se han dicho algunas cosas sobre el autor. Es preciso pasar al estudio de la obra. En ella se hace uso fre- cuente de la historia comparada. Lefevre pondera la intensidad del sentimiento patritico de Mxico, y lo considera tan sublime como el que late bajo el pecho de un francs. No escribe bajo el influjo del odio, pero s con la energa viril de quien sabe que combate por la justicia. La obra de Lefvre es particularmente valiosa por la gran docu- mentacin que contiene. El mtodo de trabajo seguido generalmente por el autor conSiste en transcribir el documento, para despus proceder a formular su reflexin crtica. El libro atrae por la multitud de temas que aborda. Las cuestiones polticas, militares, econmicas, sociales y diplomticas son objeto de atencin p.ara el autor. Considera desde lue- go que aquella guerra fue contraria a los intereses de Francia, indepen- dientemente de que constituy un atentado contra la independencia y la dignidad de un pueblo libre. Slo un archiduque iluso y arruinado, VII 14. COl11D Maximiliano, pudo haber aceptado las proposiciones que le hizo un grupo de mexicanos. Denuncia Lefevre todas las bribonadas cometidas a la sombra del Tratado de Miramar. Con igual agudeza seala multitud de irreguLa- ridades que tuvieron lugar durante la administracin de MaxJniliano. El clero de Mxico y La Santa Sede no escapan a los dardos de su fina irona. Albert Duchesne dice que Lefevre estaba entregado en cuerpo y alma a Jurez.3 Al expresarse en estos trminos, el distinguido historia- dor belga quiere destacar el grado de fervor que el pensador francs senta hacia el presidente de Mxico. Si el gobierno de Jurez compr una cantidad considerable de ejemplares de La Intervencin francesa en Mxico de Lefevre, y ade- ms es seguro que en mltiples formas prest ayuda econmica al an- tiguo director de La Tribune du Mexique, esta ayuda estaba justificada tomando en cuenta los servicios que prestaba a la causa de la Repblica. Algn da tendremos un conocimiento ms a fondo de ese personaje francs, todava hasta ahora poco estudiado y conocido. Baste decir sin embargo, para honra de l y para acreditar tambin la memoria de Jurez, que en La Intervencin francesa en Mxico, obra de cerca de mil pginas, no llegan a una decena las dedicadas al presidente de Mxico y ciertamente en ellas no campea la improbidad, ni hay el me- nor vestigio de una apologa. Despus de reflexionar sobre dos autores extranjeros de la poca de Jurez, pasemos a examinar los nuestros. Uno de ellos fue Jos Mara Iglesias, autor de la obra titulada Revistas histricas sobre la Interven- cin frances en Mxico, en que resume casi todas las publicaciones peridicas, hechas por l durante cuatro aos. A reserva de hablar de este trabajo en pginas posteriores, diremos que fue un rgano de informacin del gobierno de Jurez durante el periodo de la Intervencin francesa. Se hace en l referencia al presi- dente de la Repblica, pero slo en escasas pginas. Iglesias respet y admir a Jurez, pero lo hizo siempre dentro de los lmites de lo deco- roso. Otro funcionario de la poca fue Matas Romero, autor de ms de una treintena de libros imprescindibles para el conocimiento de nuestra historia y muy particularmente de los sucesos que van de 1861 a 1867. Su obra ms importante fue la Correspondencia diplomtica de la Le- gacin mexicana en Washington, que constituye, sin duda alguna, la fuente documental ms rica para el conocimiento de la poca. De Matas Romero se ha dicho, con justa razn, que haba crecido a la sombra de Benito Jurez, quien le haba sugerido la conveniencia de estudiar idiomas, lo inici para el servicio exterior, envindolo como VIII s Albert Duchesne, L'expdition des vo- lontaires beiges au Me- xique. 1864-1867. Bru- xelles, Muse royal de l'anne e t d'histoire militaire, 1967, t. 1, p. 316. 15. 4 Rectificaciones , aclaraciones a las Me morias del general Porfirio Diaz. Notas de Guillermo Vigil y Rob 1es. Acotaciones crticas del ingeniero Francisco Bulnes. M- xico, Biblioteca hist6- rica de "El Univer- sal", 1922. G Justo Sierra y Carlos Pereyra, ]u- rez, su obra y su tiem- po. Pr6logo y notas de Martn Quirarte. M- xico, Cmara de Dipu- tados, pp. 263-261. representante de Mxico en Washington. Tena entonces mltiples mo- tivos de agradecimiento hacia Jurez, y sin embargo nunca, al hablar de l, recurri a la menor adulacin. Ms tarde, Porfirio Daz en el periodo de consolidacin de su dic- tadura, accedi a que Matas Romero, con los datos que l le propor- cion, publicase sus llamadas Memorias.4 Jams en la mente de Jurez hubo el menor propsito de pedirle otro tanto a don Matas. Accedi, sin embargo, el gobierno de Jurez a que se publicasen ms de 3,000 pginas de la Correspondencia diplomtica de la Legacin mexicana en Washington. Adems, en vida del mismo presidente, se public tambin el libro denominado Contratos hechos en los Estados Unidos por los comisionados del gobierno de Mxico durante los aos de 1865-1866. En ambas obras se habla de la poca con gran exten- sin, pero apenas si se hacen breves alusiones a Jurez. Abundan las pginas en que se dicen cosas, que los detractores del presidente y de su representante diplomtico han tratado de utilizar para ensombrecer su memoria. Pero uno y otro tuvieron el suficiente valor civil, para no ocul- tar ningn repliegue de su vida poltica, por oscuro que ste fuera. El propio Jurez redact los Apuntes para mis hijos, una obra que tiene una importancia ms sicolgica que histrica. Jurez no tena una gran inspiracin literaria, otras eran sus virtudes. Adems no hay que olvidar que tampoco era hombre dispuesto a decir todo lo que sen- ta. Su carcter reservado le vedaba incurrir en las efusiones propias de un extrovertido. Pero si los datos autobiogrficos que nos proporciona Jurez no arrojan torrentes de luz, en cambio su correspondencia nos permite iluminar muchos intersticios de su vida pblica y domstica. Justo Sie- rra, con su maravillosa intuicin, percibi la trascendencia que tendra para la historia la publicacin del epistolario de Jurez. Si algn da se llega a formar, en parte por 10 menos, la coleccin de las cartas autnticas del seor Jurez, innumerables de ellas escritas de su puo y letra (esperamos que se haga alguna vez este gran servicio a nuestra histo- ria), ellas dirn todo 10 que este hombre pona de patritico y recto criterio en la direccin prctica de los negocios; por todas partes tocaba la fibra, el sentimiento que saba que' deba vibrar: en unos, la conveniencia, el inters; en otros, la abnegacin, el deber; en todos, la conciencia, el mexicanismo, la devocin por la Repblica y la Reforma...G Correspondi a Jorge L. Tamayo el alto mrito de publicar quince volmenes en los cuales recoge documentos, cartas y discursos del propio Jurez o de personajes muy conectados con su vida pblica y privada. Tamayo es una especie de segundo Matas Romero, tan oaxaqueo, tan laborioso y tan pertinaz como el ilustre ministro de Jurez. IX 16. No podra dudarse que sobre la Reforma, la Intervencin francesa y el Imperio, el material de que se dispone ahora es sencillamente abru- mador. Sin embargo, los grandes trabajos de sntesis, los que nos dan la visin completa de la poca se han hecho aprovechando fuentes fun- damentalmente bibliogrficas y hemerogrficas. El estudio en los archi- vos, complementario de una visin histrica, reclama imperiosamente el inters de los investigadores. No sera, sin embargo, incurrir en una hiprbole si se afirmase que a pesar de todo cuanto se ha escrito, Jurez no abunda en bigrafos de primera calidad. ]urez discutido como dictador y estadista de Carlos Pereyra, ]urez, su obra y su tiempo de Justo Sierra yel mismo Pereyra, y ]urez y su Mxico de Ralph Roeder, son quizs las nicas tres gran des obras de conjunto sobre Jurez, de mrito excepcional, que se han publicado hasta la fecha. Desde 1906, o sea despus de las publicaciones de Sierra y Pereyra, entre nosotros, slo Jorge L. Tamayo y Jos Fuentes Mares han hecho esfuerzos titnicos para estudiar a fondo a Jurez y su poca. Precisemos ahora los motivos que inspiraron a nuestra Cmara de Diputados para la publicacin de las obras, con las cuales quiso conme- morar el primer centenario de la muerte de Jurez. Desde el primer momento priv la conviccin de que los libros publicados no deban de tener ningn matiz apologtico. Para su reedicin se escogieron cinco obras: ]urez, su obra y su tiempo de Justo Sierra y Carlos Pereyra, ]urez discutido como dictador ')J estadista de Carlos Pereyra, Anales Mexicanos de Agustn Rivera, La expedicin de Mxico de Emilio Ollivier y Melchor Ocampo, reforma- dor de Mxico de Jos C. Valads. Los motivos de esta seleccin se expresaron en las respectivas pre- sentaciones que hizo la Cmara de Diputado~. Con excepcin de ]urez, su obra y su tiempo, todos los dems libros estaban agotados. Si de la obra citada, haba multitud de ediciones, se haca indispensable una nueva, que tuviera no slo una amplia informa- cin crtica sino las anotaciones necesarias para la mejor comprensin del lector. Justo Sierra y Carlos Pereyra escribieron esta obra en una poca en que los sucesos que narraban los autores, eran muy familiares para sus contemporneos. Hoy resulta difcil entender estos libros, si no se tiene un conocimiento general de la poca. Se cont siempre con el noble estmulo del Licenciado Luis H. Du- coing, presidente de la Gran Comisin de la Cmara de Diputados del H. Congreso de la Unin y del Licenciado y Diputado Mario Coln, x 17. coordinador del Programa Editorial. Tengo una deuda de reconoci- miento con ambos, respetaron mi libertad de pensamiento, en todos los momentos y en todas las circunstancias. Hay otras deudas a las que debe hacerse una justa mencin. En cada una de las obras se precisaron algunos crditos, pero en algunas no se hizo referencia a ciertas aportaciones. El ndice de la obra de Jos Valads sobre Melchor Ocampo fue hecho por los seores Guada- lupe Victoria Vicencio y Francisco Rivera Vzquez. Los ndices de }urez, su obra y su tiempo y }urez discutido como dictador y estadista se encomendaron a los jvenes Vicente y Javier Quirarte. La parte de direccin tcnica y artstica estuvo bajo la atinada direccin de Adam Rubalcaba, espritu cordial y hombre de juventud eterna. El difcil y siempre ingrato trabajo de corrector de imprenta, de los cuatro primeros libros, fue confiado a una persona que puso a disposicin de su tarea una laboriosidad infatigable y un entusiasmo constante. Por modestia pidi que su nombre no figurase en esta lista de colaboradores, respetemos su discrecin. El sentido de responsabilidad de los seores Porfirio y Fernando Loera, alma y aliento de la Editorial Libros de Mxico, se puso siempre de manifiesto para lograr la ms alta perfeccin desde el punto de vista tipogrfico. No podemos olvidar a cada uno de los empleados que con un entusiasmo no comn, pusieron cuidado y amor en la confeccin de las obras. A todos damos las gracias, pero en la imposibilidad de dar los nombres de cada uno, escogemos slo el de los correctores: Pasiente Hernndez Esquinca y Carlos Martnez Chvez. En la ingrata tarea de cotejo de textos del presente libro, pusieron un gran empeo mis alumnos Enrique Garca y Martha Martnez de Andrade. El primero lleno de preocupaciones por la historia social, la segunda tan sensible al arte; mis mejores votos porque sus anhelos se cumplan con creces. De una manera particular, doy un testimonio de agradecimiento al an joven Manuel Ochoa que durante tantos aos, en sus ratos libres, ha sido para m no slo un til y eficiente secretario, sino un amigo cordial y un colaborador que ha puesto algo de su vida y pasin, por las cosas que he estudiado y escrito. Pero hagamos algunas reflexiones sobre el presente libro. Fue un deseo de la Gran Comisin de la Cmara de Diputados que se publicase una obra ms sobre las relaciones entre Jurez y el Congreso. El trabajo me fue encomendado y debo al ingeniero Jorge L. Tamayo el honor de que me hubiese propuesto para tal distincin. No puedo negar que he padecido desde los primeros das la tortura que producen todas las cosas que se hacen de prisa. Aunque a veces se trate de cuestiones largamente meditadas subleva el tener que redactar- las con apresuramiento. Estos trabajos conmemorativos, en los que no XI 18. se cuenta con el tiempo indispensable, producen siempre un impacto de inconformidad que no es fcil dominar. Precisa aclarar que para hablar de las relaciones entre Jurez y el Congreso el tema debe quedar ubicado en el contexto nacional e internacional de su tiempo. Es nece- sario analizar no slo hechos de orden poltico, sino tambin social y econmico. No podra tampoco entenderse el acontecer histrico si no se estudiasen las cuestiones de orden diplomtico. El primer captulo llamado Trasfondo histrico, tiene como objeto dar una visin somera sobre el momento inmediato anterior a aquel en que Jurez se hizo cargo de la presidencia de la Repblica. Se explica el drama de Comonfort y las razones que lo llevaron a dar el golpe de Estado contra la Constitucin, para poder as com- prender mejor la grandeza de Jurez haciendo de la ley fundamental de la Repblica, una bandera de lucha. Se da un inters especial para interpretar el papel que juega Ju- rez como fundador de una sociedad civil, sta fue, sin duda, la ms grande leccin poltica que dio al mundo hispano de su tiempo. Si se estudian las vicisitudes polticas, sociales y econmicas del Mxico de entonces, en sus grandes lineamientos, es fcil comprender el espritu que orienta a Jurez cuando se presenta por primera vez ante el Congreso. Al explicar su conducta durante la Guerra de Tres Aos acept la responsabilidad de sus actos en el tiempo en que, como l mismo declaraba, las circunstancias lo haban hecho vivir a veces fuera de la rbita estrictamente constitucional. Al abordar el tema de la oposicin parlamentaria, no basta con examinar los debates en el seno de la Cmara, es preciso estudiar las actividades de los ministros de Jurez. Slo as puede comprenderse qu sentido tiene la conducta de los diputados, adversos o favorables al jefe del poder Ejecutivo Captulo especial merecer el estudio de las ideas polticas de Ju- rez, relativas a parlamentarismo. Durante ms de medio siglo el debate en tomo a estos problemas ha sido muy intenso y es merecedor de una gran atencin. Se precisar de qu manera el presidente de la Repblica, trat de lograr por medio de la persuasin de convencer a sus adversarios de la buena voluntad que orientaba sus actos y de la entereza con que defendi sus principios. De la fecha en que Jurez dio al Congreso su primer informe pre- sidencial al mes de mayo de 1863, en que fue investido con el atributo de la dictadura legal, el pas fue vctima de la presin diplomtica y la agresin armada extranjera. Las circunstancias que determinaron la con- ducta del Ejecutivo, necesitan ser examinadas en sus coordenadas gene- rales, para comprender mejor la relacin entre el presidente de la Repblica y el Congreso. XII 19. Antes de entrar en el anlisis de la ltima etapa de la vida poltica de Jurez y de sus relaciones con la Cmara de Diputados, se impone la necesidad de estudiar cul fue la conducta del presidente de la Rep- blica durante la guerra contra la Intervencin francesa y el Imperio de Maximiliano. Se estudiar cmo dispuso Jurez de las facultades omnmodas que le fueron otorgadas por el poder Legislativo. Deben analizarse tambin las modificaciones a la Constitucin, propuestas por Jurez al regresar de nuevo a la capital de la Repblica. Finalmente en la ltima fase de la vida de Jurez o sea durante el periodo de consolidacin de la Repblica, no se entendera el espritu que guiaba a sus adeptos y opositores, si no se estudian las inquietudes polticas que movan a los caudillos del momento y las aspiraciones populares. Se precisar naturalmente cul es la obra de cimentacin definitiva que deja Jurez y en qu sentido sus actos lo colocan en un sitio de distincin, entre los estadistas capaces no slo de gobernar sino de crear instituciones polticas perdurables. Respecto del criterio de seleccin del apndice documental cabe decir que, la presente obra tiene fines de divulgacin y no propsitos eruditos. Poco inters podr entonces merecer al lector especializado, y s, en cambio, proporcionar informacin suficiente a quien aspire al conocimiento de hechos esenciales. La antologa crtica recoge juicios que dan una visin general del tema que es objeto de nuestro estudio. El lector interesado podr as ampliar sus conocimientos. Los autores escogidos son historiadores o juristas tan conocidos, que no necesitan presentacin. Los respalda un slido prestigio, expliquemos simplemente el porqu de la seleccin. De Justo Sierra se,escogi el captulo La era actual. Pocos auto- res como l han sido capaces, en una docena de pginas, de darnos un..! visin tan sinttica de la ltima administracin de Jurez. Para comprender mltiples aspectos sobre las relaciones entre Jurez y el Congreso, y para explicamos el mecanismo de los poderes la Constitucin y la dictadura de Emilio Rabasa tiene pginas insupe- rables. Del autor se ha dicho que es por antonomasia el maestro de derecho constitucional. En esta obra se propuso hacer un estudio de la Constitucin del 57, con el propsito no de ponderar sus excelencias, sino de estudiar los defectos que haban impedido su estricta observancia. Haba desde luego en l un noble propsito de transformacin poltica, deseaba para su pas un rgimen de instituciones prcticas. Si por su formacin jurdica ms que histrica, Rabasa tuvo gran- des lagunas en el conocimiento del pasado, en muchos aspectos histricos penetr con tanta agudeza, que pocas veces se han logrado aciertos tan luminosos. XIII 20. Del ]urez y su Mxico de Ralph Roeder se escogieron dos frag- mentos, uno referente a los sucesos de 1861, el otro sobre los ltimos das del presidente Jurez. Hay, desde luego, cierta desigualdad en sus juicios. La ltima apreciacin me parece marcadamente injusta. Es una acumulacin de cargos sin tratar de explicar plenamente la conduc- ta del hombre pblico. Esto nos hace reflexionar c6mo hasta investiga- dores de tanto prestigio, como Ralph Roeder, son capaces de formular juicios tan dispares. De don Daniel Coso Villegas se publica el estudio que l design: Vida real y vida historiada de la Constitucin del 57. Este folleto fue escrito cuando su autor no tena an la poderosa musculatura crtica que hoy posee y el acervo documental que le ha sido posible reunir durante tres lustros de paciente investigaci6n. Seguramente l mismo mirar este tema desde un ngulo 6ptico un poco diferente, con la experiencia y el afinamiento que dan los aos. Y sin embargo, hemos escogido el ensayo por varias razones. Apuntan ya en l los futuros rasgos combativos del crtico, est lleno de sugerencias y es todava has- ta la fecha un trabajo que no ha superado l mismo, por haber dedicado su laboriosidad a otros temas de la historia mexicana. La antologa pecara de parcialidad si recogiera s610 juicios favo- rables a Jurez. Deben figurar tambin aquellas apreciaciones que le son adversas, siempre y cuando quien las formule sea poseedor de cierta probidad y honradez intelectual, de all que no podamos excluir a Jos Fuentes Mares. Se tomaron de l algunos prrafos de su libro ]urez y la Repblica. Esta obra sobre la ltima administracin de Jurez es, sin duda alguna, el trabajo de investigacin ms serio que se ha hecho al respecto. Podemos discrepar en muchos aspectos de sus apreciaciones, pero no podemos negar que un poderoso aliento crtico campea en todas las pginas de ]urez y la Repblica. Muchos son los elogios que tributa a Jurez, a quien en el fondo admira, a pesar de los cargos que ha dirigido contra l a lo largo de una dcada. De Jos Valads cabra decir que en varios de sus libros ha trazado con rasgos vigorosos la personalidad poltica de Jurez. Se escoge el ltimo captulo de su libro El pensamiento poltico de Benito ]urez, porque muestra con gran objetividad los elementos caractersticos de su autoridad y seala las semejanzas y diferencias que existen entre l y Porfirio Daz. Una antologa crtica sin las reflexiones de Jorge Tamayo quedara trunca. Ya hemos explicado que como fuente documental es lo ms completo que poseemos. Al seleccionar la parte documental, no puedo ocultar que ms de alguna vez sent lo abrumador de una tarea que reclamaba mayor es- fuerzo de anlisis. Se me ocurra pensar y lo pienso an, que los periodos en que Jurez tuvo relaciones con el Congreso reclaman todava largos XIV 21. 6 Felipe Buenroll- tro, Historia del pri- mer Congreso consti. tucional de la Rep- blica Mexicana qutl funcion en tll ao dtl 1857. Extracto de to- das las sesiones y do- cumentos relativos de la poca. Mxico, 1m prenta de Ignacio Cumplido, 1874, t. I Y n. A partir del tomo III, Buenrostro design a la obra con el nom- bre de: Historia del primero y segundo Congresos constitucio- nales de la Repblica .Uexicana. Extracto de todas las sesiones y documentos relativos. MJllico, Tipografa Literaria de Filomeno Mata, 1881, 6 vols. del III al VIII. 7 Diario dtl los de- bates. Sexto Congreso constitucional de la Unin. Mxico. Im- prenta de F. Daz de Len, 1871. y acuciosos estudios. Los libros, folletos y peridicos que hay sobre el tema forman montaas imponentes. Pinsese simplemente en la tarea de cotejo de fuentes que hay que llevar a cabo para explicar las relaciones entre Jurez y el Congreso de 1861, y para hablar de las deliberaciones de los diputados en este tormentoso periodo de nuestra historia. Los debates del segundo Congreso constitucional no han podido an ser expuestos con un espritu metdico, como el empleado por Francisco Zarco cuando redact la Historia del Congreso extraordinario Consti- tuyente 1856-1857, y la Crnica del Congreso extraordinario Cons- tituyente 1856-1857. El talento y la dedicacin de Zarco, le pennitieron llevar a cabo una labor de anlisis y de sntesis de la ms alta calidad. La obra cre escuela, suscit mulos, pero ninguno de los adeptos o admiradores de Zarco pudo igualar al modelo y mucho menos superarlo. Quienes poco despus de l hicieron seleccin de material docu- mental, sobre los Congresos de la poca presidencial de Jurez, no si- guieron el riguroso mtodo expositivo que habra sido necesario para lograr un excelente resultado. Quizs nadie trabaj con tanto cario e intensidad sobre el tema como Felipe Buenrostro, pero los resultados no correspondieron a sus esfuerzos. En su Historia del primero y segundo Congresos constitucio- nales,6 abundan las pginas de poca importancia y en cambio faltan documentos fundamentales. A esta obra, por lo anrquico de la expo- sicin de los asuntos, poda aplicrsele la frase de Emile Faguet: es un caos de ideas claras. Y, sin embargo, precisa confesar que a pesar de sus limitaciones es una fuente imprescindible para el estudio de la poca. Constituy un serio problema la seleccin de los debates parlamen- tarios. Algunos son tan grandes, que solamente las discusiones de 1871 sobre las facultades extraordinarias solicitadas por el presidente Jurez, comprenden unos dos centenares de pginas.7 De estas deliberaciones se recogieron solamente algunos fragmentos del discurso de Manuel Mara de Zamacona, como ejemplo del espritu de tolerancia que mostr Jurez ante las actitudes ms agresivas de los miembros del Con- greso. La transcripcin de pginas en las que se habla de facultades ex- traordinarias solicitadas por el Ejecutivo de 1861, es para el lector mu- cho ms ilustrativa, ya que permite interiorizarse en el conocimiento de las ideas de los miembros del Congreso favorables y adversas al presidente de la Repblica, as como de las respectivas defensas que hicieron los ministros de Jurez. Los discursos pronunciados por Jurez en el recinto del Congreso fueron treinta y cinco. Se han transcrito todos. Si se procede a su revisin se encontrar en ellos una gran congruencia literaria e ideolgica. xv 22. TRASFONDO HISTORICO No puede de ninguna manera estudiar- se la historia de las relaciones entre Ju- rez y el Congreso, si no se les sita a uno y otro en el contexto nacional e interna- cional de su tiempo. MARTN QUIRARTE La sociedad mexicana que en 1821 se emancipaba polticamente de Espaa, cuando Benito Jurez tena apenas quince aos de edad, an no tena el cuerpo de un Estado. Fracasada la primera tentativa imperial, los gobiernos que sucedie- ron al de Iturbide no podan gozar an de la plenitud de la autoridad. Para que hubiera un Estado mexicano era necesario destruir el poder temporal de la Iglesia, vencer el ejrcito pretoriano que se haba creado al comps de la guerra civil e impedir la ingerencia de la diplomacia extranjera en la vida interna de Mxico. Para lograr todo eso, fueron necesarios largos aos de lucha. Cuando una gran parte del pas poltico sinti el deseo de formar un pas republicano, faltaba entre otras cosas una experiencia parla- mentaria y se careca de clases directoras. La nacin que haba surgido a la vida independiente haba estado gobernada durante trescientos aos por virreyes, corregidores e inten- dentes espaoles. Los miembros de la Audiencia, los representantes del alto clero haban sido casi siempre peninsulares. El criollo que era el hombre privilegiado de la poca, entre los hijos naturales del pas, no haba ejercido cargos polticos de significacin, sino slo excepcional- mente. Mxico tuvo que ensayar, durante medio siglo, mltiples fonnas de organizacin poltica, antes de constituirse como Estado moderno. La fuerza de la Iglesia en 10 espiritual y en lo temporal era tan grande, que propiamente constitua un Estado dentro del propio Estado, cons- cientes de esto los liberales mexicanos se prepararon para la gran batalla. XVII 23. Dos fueron los momentos culminantes del progresismo. Uno se inici6 en 1833 dirigido por Jos Mara Luis Mora y Valentn G6mez Faras. El movimiento fracas6 en 1834 por la intervencin decisiva del general Santa Anna. El otro, iniciado en 1854, termin6 triunfalmente en 1860. Existe desde luego una diferencia fundamental entre los progresis- tas del 33 Y los liberales triunfantes del 60. Los primeros pretendieron llevar a cabo una reforma tratando de influir en la vida interna de la Iglesia misma. Los segundos, respetando la organizacin de la Iglesia, simplemente establecieron la separaci6n entre ella y el Estado. Esta era, sin duda alguna, la nica reforma viable en un pas como Mxico. Desde la fecha en que Santa Anna suprimi la legislaci6n refor- mista (1834) al momento en que tuvo lugar el fin de su ltimo gobierno (1855 ), transcurrieron exactamente veintin aos. Qu hizo durante ellos la Iglesia en Mxico para conjurar los peligros que la amenazaban? Hubo un intento serio de reforma orto- doxa para depurar la vida de tantos religiosos seculares y regulares tan necesitados de ella? Entre los laicos y los religiosos fieles a su ortodoxia, surgieron grandes caudillos capaces de comprender el problema social de su tiempo? Hubo quin pensara en la necesidad de grandes refor mas que hubieran impedido una revoluci6n ya en perspectiva? La con- testaci6n a todas estas interrogaciones debe darse un da, pero apoyn- dola no en los prejuicios de partido sino en la inflexible 16gica de bronce de los hechos. Examinando las obras hist6ricas de sacerdotes como Jess Garca Gutirrez, Mariano Cuevas, Francisco Banegas Galvn y Regis Planchet notamos en estos autores un punto de afinidad: todos coinciden en hacer el blanco de sus ataques a los hombres del partido liberal. Todos se lamentan con mayor o menor c6lera de esa revolucin que priv6 a la Iglesia de su poder y de sus privilegios. Ninguno ha mostrado ya no diga- mos afecto, sino siquiera una comprensin generosa hacia los caudillos del liberalismo que pusieran las bases de una sociedad civil emanci pada del clero y del ejrcito. Examinando algunos de estos mismos autores vemos que la documentaci6n que les sirve para fundamentar sus juicios y condenar a sus adversarios, la mayor parte procede de fuentes liberales. Ni siquiera se han querido tomar la molestia de revisar su propia documentacin, de hurgar con paciencia en los archivos eclesis- ticos. Quin entre estos apasionados clrigos ha sabido reconocer toda la calidad apostlica, el espritu moderador y la grandeza moral de un prelado tan ilustre como Juan Cayetano Portugal? i Grandiosa figura de la Iglesia mexicana que debi6 inspirar a tanto clrigo que en la lucha de 1854 a 1860 no supo mantener la ecuanimidad! Es curioso leer con qu inquina y con cunta profusin hablan de los liberales estos prelados convertidos en historiadores y en escritores XVIII 24. 1 Martn Quirarte, El problema religioso en Mxico. Mxico, Instituto Nacional de Antropologa e Histo- ria, 1967, pp. 233. 234. 2 Jos C. Valads, Don Melchor Ocam- po, reformador de Mxico. Mxico, C- mara de Diputados, 1972, p. 20. 3 Jos C. Valads, los Mara Gutirrez de Estrada. Diplom- tico e historjiador. 1800-1867. Enciclope- dia Yucatanense. M- xico, Edicin oficial del gobierno de Yu- catn, 1944. polticos. Y en cambio qu pocas Hneas dedican a sus propios caudillos espirituales 11 Historiadores de filiacin liberal como Justo Sierra, Francisco Bul- nes y Carlos Pereyra, han escrito, al juzgar al partido vencido, innume- rables fragmentos asombrosos por su equilibrio y justicia. Mas del lado liberal, fuera de excepciones honrosas, i cuntos odios y cuntas pasio- nes no se han externado! Si algunos historiadores han estudiado -aunque con notorio ammo de parcialidad poltica- el poder y valimiento de la Iglesia Catlica en la vida de Mxico, no por esto se ha cerrado el juicio para determinar el valimiento y el poder del Estado mexicano en la historia de la Iglesia a partir de la guerra de independencia. De mucho inters cientfico y patritico sera una obra de esa naturaleza que, lejos de rivalidades, estableciese a dnde est la armona y a dnde lo inarmnico en fuerzas tan desemejantes como son la civil y la eclesistica.2 En las dos dcadas que separan la primera tentativa refonnista de la Revolucin de Ayuda, muchos intentos se haban hecho por con- solidar institucionalmente a Mxico. Mas se lleg a creer que la felici- dad del pas dependa de una cuestin esencialmente poltica. Quin, en ese entonces, se ocupaba de buscar remedio a los graves males que aquejaban al pas y que, por cierto, no dependan de determinada frmula de institucin autoritaria? De los ocho millones de habitantes de Mxico, apenas si el cincuenta por ciento produca con un promedio que no pasaba de un real por da. De los trescientos sesenta y cinco das del ao, ciento treinta eran festivos. Entre alcabalas y diezmos, la produccin nacional tena una merma de veinticinco por ciento. La industria del pas no alcanzaba a surtir a ms de la quinta parte de la poblacin. En la ciudad de Mxico, los salarios fluctuaban entre veinte y treinta y cinco centavos. Las rentas pblicas ascendan escasamente a seis millones de pesos; la moneda circulante era, en un cuarenta por ciento, de cobre. Las minas que en otros tiempos haban constituido una fuente de riqueza, estaban paralizadas. Las capellanas, desde 1835, haban suspendido parcialmente sus prstamos a los agricultores. Los caminos estaban infestados de bandidos; la inseguridad y el temor, se haban enseoreado del pas. j Cun tristes eran los paisajes social y econmico de Mxico al comienzo del segundo tercio del siglo XIX! Recorrindolos con la vista y con el pensa- miento, se explican todas aquellas escenas desgarradoras ocurridas desde la guerra de Texas hasta la cada del ltimo gobiern santanista, pasando por los sucesos de 1847.3 Cabra preguntar si fueron las Revoluciones de Ayuda y de Re- forma, movimientos que contaron con el apoyo de las mayoras? As se ha sostenido en discursos con finalidades demaggicas y en libros de XIX 25. tendencia liberal documentados al margen de la historia, sin embargo hay que reconocer que la realidad es ms apasionante que todas las ficciones. Quienes han hablado de Jurez como el caudillo que, respal- dado por su pueblo, llev al triunfo la Revolucin de Reforma han empequeecido la figura del hroe. Por qu en Mxico tenemos la tendencia a elaborar mitos cuando nuestra realidad histrica es ms apasionante que todas las ficciones? Emilio Rabasa deca que a la palabra pueblo se le daban varios significados. La palabra pueblo tiene en los idiomas occidentales tres connotaciones que la ignorancia y muchas veces el simple descuido confunden: la de masa social en conjunto, ,la de suma de individuos capaces de ejercitar los derechos polticos y la de pueblo bajo, por contraposici6n a la parte culta y acomodada de la sociedad. De esta confusin han nacido todas las teonaa falsas y todas las vociferaciones perversas de que se alimenta la demagogia. La Refonna no fue popular en Mxico en su periodo inicial, y no lo fue si aceptamos cualquiera de las connotaciones de Rabasa para definir el concepto pueblo. Justo Sierra ha dado una explicacin sobre la palabra democracia, en el sentido en que puede ser aplicada al grupo de combatientes que con una audacia revolucionaria, hasta entonces sin ejemplo, intentaba transformar poltica y socialmente a Mxico. La democracia mexicana? S, esa democracia. No era en realidad ni todo el pueblo mexicano (se que en teora era dueo de todos los derechos del ciudadano), ni siquiera su mayora real, pero era su representacin; era esa parte, mnima si se quiere, y que por consiguiente... se senta representante de todas las aspiraciones obscuras, indecisas, infonnes del inmen!O grupo ignorante y esclavo que respiraba congojosamente bajo ella.I Slo en este sentido puede llamarse a la Reforma un movimiento democrtico. Cuando en 1854 se supo que un brote revolucionario haba estalla- do en el sur del pas, no se le dio en un principio toda la importancia que iba a tener. Cuando se examin el Plan de Ayuda que sirvi de bandera a los revolucionarios, se vio que contena una vaga promesa de transformaci6n poltica sin definir ninguna tendencia. Por eso la mayora de los mexicanos vieron en el comienzo de la revolucin un sim- ple levantamiento armado, como otros tantos que haban conmovido al pas desde la consumacin de la Independencia!' S610 ms tarde se pudo apreciar la profunda significaci6n del movimiento. Al iniciarse los triunfos de los revolucionarios de Ayuda acaudilla dos por Juan Alvarez e Ignacio Comonfort, comenzara la era ms xx 40 Emilio Rabasa, La Constitucin 'Y la dictadura. ~bdco, Tip. de Revista de Revistas, 1912, pp. 1112. s Justo Sierra y Carlos Pereyra, Jud- rez, su obra 'Y su tiem po. Prologo y notas de Martin Quirarte. ~xico, Cmara de Diputados, 1972, p. 248. e Vase el intere- sante trabajo de don Edmundo O'Gorman sobre el Plan de Ayu tla. Seis estudios his 16ricos de lema me%i no. Jalapa, Universi- dad Veracruza.na, 1960, pp. 99145. 26. brillante de la vida poltica de Melchor Ocampo. Sus grandes ideales iban a transformarse en actos. Su pensamiento de reformador cristaliza- ra en creaciones imperecederas. Pero la ms grande obra de Ocampo fue su influencia en Jurez, cuya mentalidad haba definitivamente transformado. Ocampo era un hombre de gobierno, esto es innegable, pero lo fue slo por momentos. Su terrible individualismo y su afn de libertad casi selvtica, unido a una feroz intransigencia, no resisti nunca la rutina del que hace del ejercicio del gobierno su ocupacin (mica. Tena el temple de un iconoclasta, era un revolucionario de raza pura, pero le faltaba la tenaz perseverancia que fue una de las grandes virtudes de Jurez. Vencido y expatriado Santa Anna, exaltado Juan Alvarez a la presidencia de la Repblica, un nuevo periodo de la historia mexicana iba a iniciarse. No bastaba haber derribado un rgimen, era preciso efectuar una reforma. Haba llegado el momento de la lucha definitiva, el porvenir no perteneca a los moderados. Los dos bandos polticos que se haban disputado el dominio del pas durante tres dcadas, no estaran dispuestos a tolerar transacciones. Alvarez saba que su paso por la presidencia tena que ser breve. Design un gabinete del que formaron parte Benito Jurez, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto e Ignacio Comonfort. Fundamentalmente haba una incomprensin entre Ocampo y Comonfort. Apenas nombrado ministro de la Guerra ya senta Comonfort la zozobra que le inspiraban los desrdenes que segn carta de Garca Conde, se deca que haban tenido lugar en la capital de la Repblica. Tal actitud hizo exclamar a Ocampo: Cmo, seor, se asusta cuando le, dicen que hay un toro de petate, usted que ha combatido al lobo rabioso cuando tena las garras afiladas?. Ms taroe, cuando Comonfort sostuvo que el pertenecer a la Guar- dia Nacional deba ser slo un derecho, fue refutado por Ocampo para quien no slo deba constituir un derecho sino tambin una obligacin del ciudadano. Pero la exasperacin del Reformador lleg al colmo cuando se habl de formar un consejo de gobierno dentro del cual de- bera haber dos eclesisticos. Aquella poltica de componendas fue rechazada por Ocampo. All donde actuase Comonfort no poda haber sitio para Ocampo, quien prefiri presentar su renuncia que no era una retirada. El Reformador entraba en un parntesis de meditacin, mientras llegaba la hora de volver a bregar por sus propsitos de trans- formacin poltica. Antes de que Juan Alvarez abandonara la presidencia de la Rep- blica, Jurez como ministro de Justicia y Negocios Eclesisticos daba la ley que lleva su nombre (noviembre 22 de 1855). La nueva disposi- cin legal no lograba la completa supresin de los fueros, pero s daba el primer gran paso para enfrentarse a las clases privilegiadas de la XXI 27. poca: clero y ejrcito. Los anatemas, las amenazas, las rebeliones armadas que vinieron como consecuencia de esta disposicin, prueban hasta qu grado ejerci un profundo impacto en los grupos a quienes afectaba. Juan Alvarez renunci al cargo poltico del pas y design a Co- monfort presidente interino, quien comenz su gestin gubernamental el 11 de diciembre de 1855. El nuevo jefe de Estado por su carcter, por sus escrpulos morales no poda ser el primer caudillo de la revo- lucin reformista. Quera Comonfort dar impulso a la construccin de vas frrea~, proteger proyectos de colonizacin, impulsar la educacin pblica. En lo poltico sus propsitos eran buenos pero impracticables. Orden, pero no destruccin, progreso pero no violencia, tal era el contenido de su doctrina. Mas se haba llegado a un momento en que ni el orden ni la libertad seran respetados, y s, en cambio, la violencia y los excesos seran practicados por liberales y conservadores. No es desacertado declarar que las actividades polticas de Comon- fort como presidente se caracterizaban por su incongruencia. Conserva la Ley Jurez que entre otras cosas constitua un desafo al ejrcito pretoriano, pero trata de captar la buena voluntad de ese ejrcito que por su naturaleza y su historia no puede inclinarse al lado de las ideas reformistas. Considera que el gran error de Ocampo haba consistido en tratar de realizar la Reforma a brincos y, sin embargo, permite al ministro de Hacienda Miguel Lemo de Tejada dar el decreto para desamortizar los bienes eclesisticos, una de las disposiciones ms auda ces contra el clero de la poca. El Plan de Ayuda peda la formacin de un Congreso Constituyen- te que deba dar al pas una ley fundamental adecuada a sus necesida- des. La asamblea legislativa inici sus actividades el 18 de febrero de 1856. Despus de un ao de deliberaciones, el cdigo fue jurado el 5 de febrero de 1857. Varias disposiciones legales precedieron 10 que iba a ser la ley fundamental de Mxico. EllO de abril de 1856 se dio la Ley Iglesias para eximir del pago de derechos y obvenciones parroquiales a las clases menesterosas. El 26 se declar que cesaba la coaccin civil para exigir los votos religiosos. El 5 de junio del mismo ao se dio un decreto para suspender la Compaa de Jess. Era sta una ley apoyada en la jus- ticia? No. Justo Sierra, con esa honradez que campea en tantas de sus apreciaciones histricas, ha demostrado que se trataba de una medida de prevencin. Como de costumbre, los opositores a la medida, que nada tena de liberal por cierto, acudieron a los argumentos de estilo; uno irrefutable: si predicis la libertad, por qu no toleris a esos hombres? Si han delinquido contra el XXII 28. 7 1u6rez, SU obra 'Y su tiempo. Ob. cit., p. 97. 8 Jos C. Valads. Ocampo. .. Ob. cit, p. 154. Estado, castigadJos como delincuentes; pero no se castiga a las instituciones, se castiga a los individuos. Ahora bien, y ste era el segundo argumento: estos hombres no son delincuentes, hacen el bien, emplean sus energas en la cari- dad del alma que es la educacin; son admirables educadores; tienen el testimonio universal en su favor. No era una medida de libertad, era una medida de represin y de preservacin. Los jesuitas, efectivamente, son y sern siempre un peligro para las ideas modernas de emancipacin y libertad de pensamiento, porque, infrangibles y flexibles como la seda, cumplen su misin y Su deber, disciplinando con un sistema de educacin, no admirable en s, todo lo contrario, pero maravilloso para su objeto, a la sociedad entera, orientndola dulcemente hacia la doctrina fundamentalmente contrarrevolucio- narla de la incompatibilidad entre ,la supremaca humana de la razn en que se funda el liberalismo y la supremaca divina de la Iglesia y su' Sacerdote sumo. A todo se someten, todo lo obedecen por necesidad, pero encienden un ideal delante de los espritus, que est precisamente en el polo opuesto del ideal de emancipacin intele'ctual.7 Todava no se sala del estupor producido por la supresin de la Compaa, cuando Miguel Lerdo de Tejada daba la disposicin legal que lleva su nombre y que tena como finalidad primordial poner en circulacin los bienes de manos muertas, como se deca en el lenguaje de la poca. Las fincas rsticas y urbanas pertenecientes a la Iglesia pasaran a poder de los particulares, los que pagaran a esta institucin el importe de dichas propiedades. Quin, en racionalidad pudo creer que la desamortizacin iba a trans- formar la economa y la poltica de un pas desrtico? De qu magia excepcio- nal estaban posedos los bienes eclesisticos para que el solo anuncio de su traspaso produjese el bienestar de los mexicanos?8 Pero analizando el pel..3amiento de nuestros liberales desde Jos Mara Luis Mora hasta Miguel Lerdo de Tejada, en lo referente a los bienes eclesisticos, se ve que hay una lnea de pensamiento congruente. Todos estos polticos piensan que la circulacin de una parte de los bienes del clero servir para estimular la riqueza del pas. La verdad es que no hubo un solo poltico mexicano durante la primera mitad del siglo XIX, que percibiera las verdaderas condiciones econmicas de Mxico. Era casi un dogma la creencia general en la fabulosa riqueza del pas. Slo que se crea que estaba mal distribuida y que era necesario explotar los grandes recursos naturales. Liberales y conservadores incurrieron en gravsimos errores. Y no es que personali- dades tan ilustres como Jos Mara Luis Mora, Lucas Atamn y Loren- zo de Zavala no hubieran analizado, con mirada penetrante, algunos de los ms graves problemas polticos y econmicos de Mxico. Los enten- dieron, los dieron a conocer con insistencia y lucharon tenazmente para XXIII 29. resolverlos. Pero no acertaron a mirar, sino un perfil de las necesidades de la patria. Lucas Alamn, caudillo ideolgico de los conservadores, pensaba que haba que defender la herencia colonial, industrializar al pas, formar un ncleo de resistencia a todo intento que aspirase a realizar la transformacin poltica e ideolgica de la nacin de una manera radical. Lorenzo de Zavala, con una fe profunda en la organizacin poltica de los Estados Unidos, crea en la necesidad de que Mxico se sacu~ diese de hbitos y vicios espaoles. Inspirndose sobre todo en la vida del vecino pais, poniendo en circulacin los bienes del clero, dando un gran impulso al programa agrario, la Repblica alcanzara el pinculo de la prosperidad. Mora -aunque exagerando conscientemente el valor de las pro- piedades eclesisticas- haba hablado de la urgente necesidad de dispo- ner de ellas. Durante ms de tres dcadas Lerdo de Tejada haba sido testigo presencial de los acontecimientos polticos y sociales de ese Mxico sin- gular, con su gobierno casi divorciado del dinero. Ante sus ojos de contemplativo se haba presentado el espectculo de la bancarrota peren- ne del Estado. Nada era estable con excepcin del dficit fiscal. Mu- chos polticos de la poca creyeron en la desamortizacin como una panacea que corregira los males econmicos de Mxico. Fue Lerdo una de las ltimas vctimas de este sofisma de observacin? El ministro de Hacienda en su decreto de 30 de junio de 1856 dijo que con los bienes desamortizados se persegua un doble objetivo: sanear la econo- ma del pas, y poner los fundamentos de un buen sistema hacendaro. Dos son los aspectos bajo los cuales debe considerarse la providencia que envuelve dicha ley; primero, como una solucin que va a hacer desaparecer uno de los errore's econmicos que ms han contribuido a mantener entre nosotros estacionaria la propiedad e impedir el desarrollo de las artes e indus- trias que de ella dependen; segundo, como una medida indispensable para allanar el principal obstculo que hasta hoy se ha presentado, para el estable- cimiento de un sistema tributario.v Alguna vez yo mismo llegu a creer que el punto de vista de Lerdo pareca brotado de una profunda conviccin. Mas cmo poda sanear- se la economa del pas por el solo hecho de pasar las propiedades de la Iglesia a poder de los particulares, si stos se vean en la obligacin de pagar el importe de las mismas y pocos eran los que se atrevan a tocarlas? El resultado prctico en lo econmico no pudo de inmediato ser ms desastroso. La mayor parte de los arrendatarios de fincas rsticas XXIV v Circular con que don Miguel Lerdo de Tejada, ministro de Hacienda y Crdi to Pblico, acompa a la ley sobre desamor- tizacin de fincas rs- ticas y urbanas pro- piedad de corporacio- nes civiles y religiosas, 28 de jumo de 1856. Tomado de L?)'es de Reforma. Gobiernos de Ignacio Comonfort y Benito Jurez. 1856- 1863. Mxico, Empre- sas Edit., 1955, pp. 37-38. 30. 1{) La Iglesia. no di- rigi6 la guerra civil pero s contribuy6 a provocarla y a fomen tarla. 11 Jos C. Valads. Ocampo. .. Ob. cit., p. 323. ].2 Francisco Zarco, Cr6nica del Congreso extraordinario Consti- tuyente. 1836-1857. Mxico, El Colegio de Mxico, 1957, p. 319. y urbanas no se atrevieron a denunciar las propiedades eclesisticas y a proceder a adjudicrselas. El temor de las excomuniones de la Iglesia pesaba demasiado sobre sus conciencias. Quienes carecan de l -mu- chos de ellos extranjeros- fueron los nicos beneficiados. A la sombra de la ley se increment el podero de los latifundistas. Lo que llevara los nimos al ltimo grado de exaltacin sera la Constitucin poltica que al fin fue promulgada el cinco de febrero de 1857. Los preceptos constitucionales que afectaban a la Iglesia, en reali- dad eran pocos y si hubiera habido prelados previsores y de gran pene- tracin, seguramente que su intervencin habra podido evitar la guerra civil que se aproximaba.lo Mas de ninguna manera ante la historia puede considerarse culpable de aquella contienda a una sola de las facciones. Tanto liberales como conservadores tuvieron una gran parte de responsabilidad. Y sin embargo, aquella guerra civil resultara fe- cunda en resultados, porque entre otras cosas aparte de robustecer el cuerpo del Estado dotara de razn a la Repblica.:ll Una media docena de artculos exasperaba al clero. Entre ellos el tercero que estableca la libertad de enseanza, el quinto que se mani- festaba contrario a los votos monsticos ya que los consideraba opuestos a la libertad del hombre, y el sptimo que declaraba la libertad de imprenta. En cuanto a los principios sobre la supresin del fuero y la prohibicin a la Iglesia para poseer o administrar bienes races, queda- ban convertidos en preceptos constitucionales en virtud de los artculos 13 y 27 respectivamente. Mas el artculo que puesto a discusin haba causado mayor exaltacin en los nimos fue el relativo a la libertad de cultos. El martes 29 de julio de 1856 los miembros del Congreso Constitu- yente se reunieron a discutir el artculo 15 del proyecto de Constitucin, redactado originalmente en los siguientes trminos: No se expedir en la Repblica ninguna ley ni orden de autoridad que prohiba o impida el ejercicio de ningn culto religioso; pero, habiendo sido la religin exclusiva del pueblo mexicano la catlica, apostlica, romana, el Congreso de la Urn cuidar, por medio de leyes justas y prudentes, de pro- tegerla en cuanto no se perjudiquen los intereses del pueblo ni los derechos de la soberana nacional.u Se habl del artculo durante seis sesiones a las que asistieron no solamente diputados. Personas del pueblo en calidad de espectadores ocuparon las galeras. Muchos diputados mostraron serenidad en los xxv 31. debates, moderacin en la exposicin de sus doctrinas y respeto a las ideas ajenas. Hubo exaltacin de parte del pblico que asista a las delibera- ciones, que lo mismo grit i mueran los impos! que i abajo los sacrista- nes! De acuerdo con las costumbres de la poca inicironse los debates invocando el nombre de Dios. Tal actitud en la mayor parte de los miembros del Constituyente no debe de calificarse de hipcrita. Aque- llos hombres eran creyentes, cristianos casi todos. Ciertamente que entre los hombres del Congreso Constituyente algunos se haban apartado de las creencias religiosas de su niez. Otros se mostraban vacilantes y no se atrevan ni a volver a la ms severa ortodoxia, ni se lanzaban tampoco en el campo de una franca apostasa religiosa. Mas aquel Congreso no estaba integrado por conservadores, aun los que no votaron por la libertad de cultos eran hombres de espritu liberal, muchos de ellos tan partidarios como los radicales de las ideas modernas, pero consideraban que el pueblo mexicano no estaba preparado para recibir estas refonnas. El cinco de agosto se sujet a votacin el proyectado artculo 15. Lo aprobaron 44 diputados, lo rechazaron 64. En su fonna de redaccin original el artculo 15 haba sido recha- zado. En su fonna definitiva dicho artculo en el texto constitucional pas a ser el 123 y qued redactado as. Corresponde exclusivamente a los Poderes Federales ejercer, en materias de culto religioso y disciplina externa, la intervencin que designen las leyes.la No faltaron entonces ciertos espritus suspicaces que quisieron dar- le al texto del artculo una interpretacin que defonnaba el pensa- miento y las intenciones de los legisladores. Clemente de Jess Mun- gua as hablaba de lo que l llamaba la intervencin del Estado en materia de cultos: El objeto del artculo 123, en el culto religioso y la disciplina externa es la totalidad de la accin administrativa de la Iglesia en el orden exterior y el pblico. En el culto religioso estn comprendidos los elementos dogmticos del culto, sus fonnas litrgicas, sus instituciones propias, la religin por entero: culto religioso es lo mismo que religin: religin es lo mismo que culto religioso. La reli- gin, pues, de la Repblica Mexicana ser la que la ley decrete: la ac- cin ministerial y administrativa del sacerdocio ser la que el gobierno fonnule. Qutese de toda la grande institucin de Jesucristo a la reli- gin y sus fonnas externas, o lo que es lo mismo, el culto religioso y la disciplina, qu queda? Nada, absolutamente nada.H Jams pensaron los constituyentes de 1856-1857 que, en virtud de este artculo el gobierno mexicano estaba autorizado a detenninar la forma del culto, hubiera sido llevar sus refonnas hasta un grado ms XXVI 13 Francisco Zarco, Historia del Congreso Constituyente de 1857. Mxico, Imprenta Es- calante, 1916, p. 862. a Clemente de Je- ss Mungua fue in dudablemente una de las figuras ms ilus- tres del conservaduris- mo. Pero su gran in teligencia y vastsima cultura se ven ensom brecidas por su in- transigente ultramon- tanismo. 32. .0 Coleccin de do- cumentos inditos o m uy raros relativos a la Reforma de Mxi- co. Mxico, Instituto Nacional de Antropo- loga e Historia, 1958, t. 1, pp. 1888. avanzado de aquel a que se haban atrevido a proponer los ms audaces radicales en las discusiones de 1856 y que haban sido rechazadas por las mayoras. Esto lo saba perfectamente Mungua, pero el obispo haca de un error de redaccin o de la oscuridad de un artculo, el motivo de la ms violenta disputa. El asunto de la libertad de cultos ha sido tratado con enorme pa- sin aun por espritus tan equilibrados como Justo Sierra. i Y la unidad religiosa del pueblo mexicano! Si se hubiese dicho unidad en la analoga de supersticiones, se habra estado en la verdad; en la religin del mexicano no entraba para nada el Evangelio; era una mixtura compuesta, desde los das de la conquista y del siglo que la sucedi, con devociones abso- lutamente idoltricas y fetichistas hacia las imgenes, que no eran ms que la prolongacin de los antiguos cultos lavados de la sangre por el agua lustral, y de una fe apretada e invencible en la Providencia, la consoladora de todos los dolores, la prometedora de todas las recompensas; en el templo, el mexi- cano no se senta un hombre que piensa, razona y elige, sino un nio desvalido que pide amparo y misericordia... Pero esta unidad en el querer y en el sentir, qu tena que temer de la libertad de cultos? i Si era nuestra idiosin- crasia, si era nuestro atavismo, si era la voz de los muertos perpetuosamente resonando en el fondo de nuestras almas, si era la religin de Comonfort y de Zarco y de Arriaga y de Jurez, como era la de los obispos Garza y Mun- gua y Labastidap~ Por la formacin religiosa que haba tenido Sierra en su juven- tud, por su slida cultura no poda de ninguna manera incurrir en errores tan graves si no era bajo el influjo de un arrebato pasional. Revisando las ideas por Sierra expuestas en ]urez, su obra y su tiem- po, se ve que en ellas predomina el buen sentido, la cordura, la com- prensin. Mas precisa confesar que por excepcin da interpretaciones que son contrarias a la ms elemental justicia y opuestas a la verdad, cuando tiene que hablar de cuestiones religiosas. j Decir que en la re- ligin del mexicano no entraba para nada el Evangelio! Dar a enten- der que entre la manera de concebir la religin por parte de Zarco, de Mata, de Labastida, de Comonfort, de Jurez no haba una diferencia, es deformar completamente los hechos. Hay una slida base documental para probar que Jurez no era ya un catlico. Por otra parte, slo un espritu influenciado por Ernesto Renan puede concebir que a la iglesia un creyente va a pensar, a razo- nar, a elegir. Los catlicos de todas partes del mundo cuando asisten a un templo sienten la necesidad de pedir amparo y proteccin a la Providencia. Slo teniendo una mentalidad como la de Renan se puede entonar una plegaria cristiana en la Acrpolis y pensar como un pagano en un templo cristiano. XXVII 33. Es indudable que en el Sierra de la madurez, al tratar cuestiones religiosas, haba an huellas de los arrebatos jacobinos de su juventud. Promulgada la Constitucin, fue jurada solemnemente por los miembros del Congreso y por el propio presidente de la Repblica. Se procedi despus a obligar a los funcionarios y a los empleados p- blicos a prestar tambin el juramento, bajo pena de perder sus cargos en caso de que no lo hicieran. Era desde luego una medida que nada tena de democrtica. Quienes fieles a sus convicciones prefirieron per- der sus empleos, antes que jurar un cdigo que detestaban, merecen el ms alto respeto. Tan respetable es un hombre de ideas liberales como un conservador cuando los gua una conviccin sincera. Pero era pru- dente de parte de la Iglesia excomulgar a todos los que juraran la Constitucin y que no se retractaran, sin considerar que entre los afec- tados haba muchos sumamente pobres y otros que por su extrema ig- norancia eran incapaces de comprender hasta el sentido y la significa- cin de aquella reyerta? El lenguaje de la cordura y de la tolerancia resultaba ininteligible para las dos facciones que se preparaban para la lucha. En una coleccin de documentos publicada por el Instituto Na- cional de Antropologa e Historia queda plenamente demostrado que en Estados como San Luis Potos, Zacatecas, Jalisco, Michoacn, Gua- najuato, Puebla, Veracruz y Tlaxcala hubo violentas protestas contra la Constitucin, que se expresaron en forma de manifestaciones pbli- cas. Tales documentos tambin demuestran que reprimi el gobierno en varios lugares estas protestas con energa sanguinaria.16 Casi resulta innecesario decir que la Constitucin de 1857 no poda ser de momento popular. A un pueblo acostumbrado durante ms de tres siglos a la mayor obediencia a sus prelados, educado moral e inte- lectualmente por ellos, no era posible que le cambiasen de inmediato sus costumbres por el solo hecho de haberse publicado un cdigo poltico. Como la gran jornada electoral se aproximaba, se invit a los con- servadores a la lucha cvica. Estos se abstuvieron de participar en ella, porque de haberlo hecho, habra equivalido a reconocer validez a la Constitucin, tan anatematizada por la Iglesia. El resultado de las elec- ciones fue favorable a Comonfort, que sali designado presidente y Jurez obtuvo el puesto de vicepresidente. El primero de diciembre de 1857 tom Comonfort posesin de su cargo como presidente constitucional y prometi solemnemente respe- tar la Constitucin. Sus propsitos no estaban acordes con su juramento. No es, por otra parte, el nico entre los liberales que no crey .en las excelencias del nuevo cdigo. Hasta algunos puros, como don Juan Jos Baz, desconfiaban de la eficacia de la Constitucin y estaban dispues- :XXVIII 16 La Constitucin y la dictadura, Ob. cit., pp. 133-138. 34. tos a secundar a Comonfort para rebelarse con l y dar un golpe de Estado contra la ley fundamental. El drama de Comonfort va a llegar a su ltimo acto. Zuloaga, con su fuerza militar, lo incita y lo apoya para desconocer todo el orden legal. El presidente de la Repblica es declarado dictador. Al da si- guiente del golpe de Estado, Comonfort hubiera deseado sobreponerie a los partidos, pero no era el momento en que tal actitud poda adop- tarse. La gran masa del liberalismo condena la conducta del primer magistrado de la nacin. Slo haba un camino a seguir: acaudillar a los conservadores. El presidente de la Repblica no estaba dispuesto a llevar su defeccin hasta este extremo y prefiri renunciar a su alto cargo. En el mes de enero de 1858, Comonfort tomaba el camino del destierro. Emilio Rabasa ha descrito con gran agudeza la significacin de Comonfort como presidente de la Repblica y la importancia que Jurez tuvo como abanderado de la gran Revolucin. Comonfort no era caudillo, haba sido el segundo jefe militar de una re- volucin que no tuvo ms propsito concreto que el abatimiento de un tirano monstruoso y la aspiracin vaga de conquistar libertades, cuya extensin se dejaba sin condiciones ni programa imperativo a un Congreso Constituyente. Para encabezar una revolucin as, bastaba ser soldado de valor y ciudadano digno, y Comonfort era lo uno y lo otro en la ms llena medida; pero para seguir hasta donde era necesario las consecuencias de la revolucin que se torn reformista y haba de llegar hasta arrancar las races con que viva una sociedad nutrida de tradiciones, se requera mucha ms ambicin, ms audacia que las suyas; Se requera la pasin del sectario convencido que l no saba tener, la voluntad de sacrificar todos los bienes actuales, todos los intereses de momento de la sociedad con la fe de que el fin, el triunfo de una idea fundamental, valdra para ella mucho ms que los hombres muertos, la riqueza destruida, el crdito aniquilado en el exterior. Es imposible ser a la vez Comonfort y Jurez, y ya es mucho ser uno de los dos. Para organizar la Nacin y para fundar las tradicione's de gobierno que pudieran encaminarlo por el sendero del civismo al travs de las suce- siones personales, nadie ha mostrado las altas dotes del Presidente de Ayutla; pero no era aquel el momento de nuestra historia que las necesitaba; la pri- mera jornada era la de la Reforma, y los apremios de la necesidad histrica lo arrojaron del puesto que deba ocupar el hombre necesario... Crea, pues, posible la fusin de dos credos antagnicos y extremistas en uno nuevo, hecho de concesiones, que no declarada la fe de ningn dogma, como si pudiese haber credo sin dogmas y sin fe. Este error de criterio le hizo repugnar la Constitucin como obstculo para la concordia, y su acierto para juzgarla como de imposible observacin en lo relativo a la organizacin del gobierno, sirvi para empujarlo con ms fuerza en el camino que no se resol- va a tomar. Breves das bastaron para cambiar absolutamente su posicin, llevndolo del prestigio ms notorio a la impopularidad ms completa, y al XXIX 35. salir del territorio nacional, lo acompaaban los rencores, las injurias y hasta la befa de los partidos que l quiso reconciliar. En poltica, dice Le Bon, los verdaderos grandes hombres son los que presienten los acontecimientos que prepar el pasado y ensean los caminos en que es necesario empearse. Pero Comonfort no era un grande hombre; era algo mucho ms modesto, pero no menos respetable': un gran ciudadano. El grande hombre era Jurez. Presinti los acontecimientos que en la incubacin del pasado tena una vida latente, pronto a convert.ine en fuerza y en accin, y para dominarlos, comenz a obedecer a la necesidad que haba de .producirlos. Comonfort interpretaba la Revolucin de Ayuda con fideli dad de jurista probo que respeta la ley; se atena a sus tibias promesas y a sus modestas autorizaciones; crea que el plan revolucionario era un como promiso inviolable entre sus autores, representados por el Gobierno, y los que en la lucha haban tomado participacin; es decir, la Nacin entera. Jurez vio en la revolucin un sntoma y en la obra del Congreso Constituyente una aspiracin ahogada; tom el ~lan de Ayuda como promesa cumplida, que una vez satisfecha haba extinguido todo compromiso para el porvenir. La Constitucin, que para Jurez no poda ser ms que ttulo de legiti- midad para fundar su mando, y bandera para reunir parciales y guiar hues- tes, era intil para todo lo dems. La invocaba como principio, la presentaba como objeto de la lucha, pero no la obed.e'ca, ni poda obedecerla y salvarla a la vez. Como jefe de una sociedad en peligro, asumi todo el poder, se arrog todas las facultades, hasta la de darse las ms absolutas, y antes de dictar una medida extrema, cuidaba de expedir un decreto que le atribuyese la autoridad para ello, como para fundar siempre en una ley el ejercicio de su poder sin lmites. As gobern de 1858 a 1861, con la autoridad ms libre que haya habido en jefe alguno de gobierno, y con la ms libre aquiescencia de sus goberna- dos, puesto que slo se le obedeca por los que tenan voluntad de someterse a su imperio; y as lleg al triunfo, y restableci el orden constitucional cuando entr en la capital de la Repblica.17 xxx J 1 La Constitucin 'Y la dictadura, pp. 133-135. 36. JUAREZ "UNDADOR DE UNA SOCIEDAD CIVIL Haber establecido la. primera sociedad civil de Amrica despus de la estadouni. dense, constituy la gran leccin que dio Jurez al mundo hispano de su tiempo. MARTN QUIRARTE Jurez fue el nico hombre civil del siglo XIX, que fue capaz de vencer a mi- litares. VICENTE MAGDALENO Cuando el 11 de enero de 1858 don Ignacio Comonfort dejaba en libertad a don Benito Jurez, al que haba tenido que sujetar a prisin por negarse a secundar el golpe de Estado, el ex gobernador de Oaxa- ca parti hacia el interior de la Repblica. Su carcter de vicepresi- dente lo converta en primer magistrado de la nacin al defeccionar el presidente Comonfort. Cuatro das ms tarde al anochecer, acom paado de un escribiente y de Manuel Ruiz, llegaba a la ciudad de Guanajuato. El da 19 era declarado presidente constitucional. Nin- gn liberal se rebel contra el procedimiento. Legalmente era el jefe supremo de la nacin en su calidad de vicepresidente, al tener lugar el golpe de Estado contra la Constitucin. Aquella guerra civil que iba a iniciarse sera fecunda en resultados. Tiene razn quien asegura que durante treinta aos los gobiernos de Mxico no haban tenido idea de lo que era la autoridad. Lo que Ju rez sac triunfante despus de la Guerra de Reforma fue la conde nacin del motn militar y estableci la diferencia fundamental en tre la violencia, pasional e infecunda, y la fuerza que es reflexiva y creadora. La poltica de Comonfort intentando detener la guerra fratricida por medio de la tolerancia, de la concordia y del perdn haba fraca- sado. No quedaba otra solucin que una lucha sin cuartel. Liberales y conservadores percibieron que se aproximaba no una batalla vulgar XXXI 37. sino una brega de principios. Pro aris et loeis -por los altares y los hogares- haba dicho don Jos Mara Roa Brcena, y con l todos los representantes de la reaccin. Mientras que el grupo de los inn::>va- dores tena como aspiracin suprema constituir una sociedad civil. Singular situacin la del presidente Jurez. El ministro de Guerra y de Relaciones de su gobierno lo era Melchor acampo, el hombre civil que pugnaba por la destruccin del antiguo ejrcito al que pre- tenda sustituir por la Guardia Nacional. Los jefes militares del libe- ralismo estaban por formarse, adquiriran relieve al comps de la lucha armada, a fuerza de derrotas. Miguel Blanco era un licenciado, Zara~ goza, un civil y Gonzlez Ortega, un poeta desbordante de lirismo. Ni Jalisco, ni Michoacn, ni Guanajuato tenan recursos valiosos. La esperanza de los reformistas estaba en los contingentes que poda facilitar el Norte. Las tropas fronterizas al mando de Juan Zuazua, de Aramberri, de Miguel Blanco y de Ignacio Zaragoza estaban listas para su bautiw de fuego. La juventud iba a dar jefes importantes a la lucha. En la cuarta dcada del siglo XIX, Leandro Valle, Miguel Miramn y Luis G. Osollo haban iniciado estudios en el Colegio Militar. All, impulsados por un amor intenso a la gloria, se haban hecho hombres en el ms noble sentido del vocablo. Cuando lleg la hora de la prueba en el ao 47, haban mostrado su temple militar y un alto sentido de responsabilidad luchando contra la invasin americana. Al triunfo de la Revolucin de Ayuda se decidi la suerte de estos antiguos cadetes. Luis G. Osollo, muy poco devoto al clero, no poda, sin embargo, concebir que la clase militar, a la que l perteneca, fuese reducida a la igualdad de las otras en virtud de la Ley Jurez. Lerdo de Tejada y Comonfort que conocan la ideologa del joven militar, haban tratado de atraerlo a las filas del liberalismo. Osol1o declin amablemente todas las ofertas. Inaccesible a las bajas pasiones, generoso, sereno y reflexivo, fue en el comienzo de la Guerra de Tres Aos el ms brillante caudillo de los conservadores. La primera fase de la campaa militar comenz con una estela de triunfos favorables a los conservadores. El primer choque tuvo lugar en Salamanca donde Osollo venci las fuerzas del ejrcito de la Coali- cin al mando del general Parrodi. En esta batalla perdi la vida el coronel reformista Caldern. Osollo decret para el soldado enemigo los honores militares correspondientes a su grado y orden tambin exequias religiosas para el heroico soldado. Naturalmente todo esto con escndalo de los clericales. Jurez emprendi el viaje a Manzanillo con el propsito de llegar a Veracruz por mar siguiendo la va de Panam, pens en ,Un jefe que pudiera reUE.ir las cualidades de abnegacin, herosmo, desinters para XXXII 38. hacerse cargo del mando supremo del ejrcito liberal. Santos Dego- llado fue ese caudillo. Cautiv Degollado a los suyos con su grandeza, su pasin por la libertad, su sinceridad, la fe en sus principios, la confianza en el triunfo final de su causa. Era un espritu vibrante de emocin y de patriotismo. Amaba al soldado, conoca sus pobrezas y sus necesidades. Don Santos fue el primero en el momento del peligro y el ltimo a la hora de las retiradas. No tena una oratoria de vuelos muy altos y su estilo literario no se destacaba por su calidad esttica, pero saba tocar la fibra que conmova a sus subordinados. Los rancheros improvisados militares lo adoraban. A don Santos Degollado correspondi ser el general en jefe, du- rante el periodo de las grandes derrotas del liberalismo. Pero l fue el que prepar, fogue y veteraniz ese mismo ejrcito que un da obtuvo la victoria final. Es necesario reconocer que los caudillos civiles y militares del li- beralismo, en su afn de lograr el triunfo de sus ideales, no fueron insensibles al huracn de las ms violentas pasiones. Una lucha sorda haba estallado entre los ministros Miguel Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo. Entre Jurez y Lerdo no haba tampoco una gran afinidad sicolgica. En cambio, el presidente de la Repblica y Ocampo es- taban ligados por los lazos humanos de la simpata y de la comprensin. A Lerdo y a Ocampo los identificaba un propsito comn: el deseo de efectuar la Reforma. Diferan completamente en lo relativo a los procedimientos de aplicacin de los principios y sobre el momento en que se crea que debera proclamarse la legislacin reformista. Si al- guien fue jacobino entre los prceres reformistas residentes en Vera- cruz, ese hombre fue Miguel Lerdo de Tejada. Su inmenso odio a la Iglesia contrastaba con la actitud ponderada de Jurez y Ocampo, que demostraron, aun en los momentos ms agudos de la guerra, sorpren- dentes cualidades como hombres de gobierno. Su aspiracin suprema no era aniquilar el clero, sino vencerlo como poder civil. Jurez fue un siclogo de indiscutible penetracin, que supo aqui- latar las luces y las sombras de sus ministros. Lerdo, que tena de s mismo un alto concepto, posea grandes dotes como hombre de Estado. Era en suma un colaborador de gran importancia para Jurez. El pre- sidente de la Repblica no desconoca las eminentes virtudes de su mulo; no ignoraba tampoco sus defectos, pero ponder todo esto, se sobrepuso algunas veces y en otras cedi a ciertos puntos de vista de su ministro. Si usted no decreta la Reforma -haba dicho Lerdo a J urez con su habitual suficiencia- la Reforma se decreta sola. Lo que de- tena a Jurez era la necesidad de unificar los procedimientos de apli- cacin de las leyes. Por otra parte, tanto el presidente de la Repblica XXXIII 39. como acampo deseaban retardar la publicacin de la legislacin re- formista, para dictarla en el momento en que se lograra la victoria contra los conservadores. acampo previ el peligro de que al decre- tarse disposiciones como la ley de nacionalizacin de bienes eclesis ticos, slo sirvieran para enriquecer a una cuadrilla de bribones. Unos cuantos meses bastaron para justificar la opinin del insigne reformador. acampo anhelaba que la nacionalizacin produjese en Mxico re- sultados semejantes a los que tuvieron lugar en Francia al triunfo de la Revolucin iniciada en 1789, esto es, la creacin de una clase media poseedora de una riqueza agraria. La visin de acampo al respecto tena que ser ms amplia que la de Lerdo de Tejada. Don Melchor haba viajado en su juventud por Europa y conoca la vida rural de Italia y Francia. Era adems un campesino. Quiso durante toda su vida, como ya lo he dicho alguna vez, ser dueo de su existencia y someterla a las normas de su propia voluntad. Este excelso individua- lismo lo deseaba para los dems, para todos los mexicanos. Lerdo en cambio era de un temperamento burocrtico, un hombre de gabinete acostumbrado a manejar cifras y estadsticas; tenan que parecerle las ideas de acampo absurdas o irrealizables. Era adems un exaltado entre los exaltados, de los que ya no queran esperar, de los que deseaban la promulgacin de la Reforma lo antes posible, y sobre todo de los que exigan la nacionalizacin de los bienes eclesis- ticos. Desde el punto de vista de lo ms conveniente a la luz de la razn, Jurez y acampo tenan la solucin correcta. Pero socialmente haba una fuerza muy poderosa. Santos Degollado la personificaba. No era lo mismo discutir en Veracruz, que enfrentarse da a da a los caones de la reaccin. Era indispensable que el gobierno aceptase la promulgacin de la Reforma y, con ella, la nacionalizacin de los bie- nes del clero, para que los constitucionalistas consiguieran recursos. En medio de la lucha los principios reformistas se iban convirtiendo en ley. El jefe del ejrcito liberal, el infatigable don Santos Degollado, sinti la necesidad de que el gobierno procediese a legalizar lo que muchos gobernadores y jefes militares ya haban autorizado: la nacio- nalizacin de los bienes eclesisticos. No solamente esto. El matrimonio civil, la separacin de la Iglesia del Estado, y otras muchas medidas importantes que haban sido decretadas por las autoridades locales. Degollado haba emprendido una marcha llena de peligros para diri- girse a Veracruz, sede del gobierno constitucionalista, para pedirle a Jurez que su autoridad convirtiese en ley los principios ms avanza- dos del grupo liberal. El presidente de la Repblica puls la gravedad de la situacin y cedi ante lo inminente, proclamando la legislacin reformista. Entre el 12 de julio y el 6 de agosto se dieron varias disposiciones XXXIV 40. 1 Manifestaci6n que hacen al venerable clero y fieles de sus respectivas dicesis y a todo el mundo ca tlico los ilustrsimos arzobispos de Mxico y obispos de Michoa- cn, Linares, Guada- lajara y el Potos. En defensa del clero y de la doctrina catlica, con motivo del mani fiesta y los decretos expedidos por el Lic. D. Benito Jurez en la ciudad de Veracruz en los das 7, 12, 13 Y 23 de julio de 1859. Imprenta de Andrade y Escalante. Mxico, 1859. Firmaban la M a n test aci6n: El doctor don Lzaro de la Garza y Ballesteros, arzobispo de Mxico; licenciado don Cle- mente de Jess Mun- gua, obispo de Mi choacn; doctor don Francisco de P. Ve- rea, obispo de Lina- res; doctor don Pedro Barajas, obispo del Potos, y doctor don Francisco Serrano, co- rno representante de la Mitra de Puebla. 2 Ob. cit., pp. 5-6. legales para nacionalizar los bienes eclesisticos, establecer el registro civil y secularizar los cementerios. El 3 de agosto se dio orden para que la legacin de Mxico en R0I1la desapareciese por haberse decla- rado la absoluta separacin entre la Iglesia y el Estado. En virtud del artculo tercero del decreto de Jurez dado el 12 de julio de 1859, se proclamaba la libertad de conciencia. El gobierno se limitar a proteger con su autoridad el culto pblico de la religin catlica, as como el de cualquiera otra. Mas para tratar el asunto con mayor precisin, el 4 de diciem- bre de 1860 se dio la ley sobre libertad de cultos, la cual se hizo acom- paar de una circular del entonces ministro de Justicia e Instruccin Pblica don Juan Antonio de la Fuente. Contra todas estas disposicio- nes la protesta de la Iglesia se hizo bien pronto manifiesta. Ya