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RELACIÓN ENTRE FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN Dr. Freddy Javier Álvarez González Universidad Politécnica Salesiana (Ecuador)

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RELACIÓNENTRE FILOSOFÍAY EDUCACIÓNDr. Freddy Javier Álvarez GonzálezUniversidad Politécnica Salesiana (Ecuador)

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Filosofar no es una acción que goce de buena re-putación dentro de una sociedad que se conduce por dostipos de racionalidad: la racionalidad instrumental y la ra-cionalidad del mercado. Este acto de mala reputación enlugar de inhibir la filosofía, por el contrario, hace necesa-rio el filosofar en tiempos de globalización. Chätelet decíaque la acción de filosofar descansaba en la condenación dela filosofía1.

Filosofar, ¿sobre qué? El hecho de que el poderesté en medio de todo lo que decimos hace que aparez-can nuevas relaciones y que tengamos que mirar perma-nentemente la ciudad. En el Menon de Platón la preocu-pación por el poder y la virtud política se dirime en elconocimiento y el areté de un solo hombre que asegurael bien de sus amigos, el mal de sus enemigos y evita to-do mal: el filósofo. Para Platón el juicio a la cité está enel origen de la decisión de todo filosofar2. Pero, no esporque filosofamos que hacemos el juicio sobre la ciu-dad. Es porque hacemos el juicio sobre la ciudad que po-demos filosofar.

Filosofar, en la tradición platónica, será, colo-carnos no solo en contra de las opiniones y sus contradic-ciones, sino en contra de esa certeza que se pretende ver-dadera. El gran problema es que la doxa es certeza de sí. Acausa de sus intereses y sus pasiones, no puede evitar lafascinación que se ejerce sobre la mayoría. Por lo tantoChatelet afirma que “el primer momento de la filosofíaconsiste en psicoanalizar la opinión”3.

En las siguientes páginas intentaremos pensar larelación entre filosofía y educación como un asunto de lacité por lo que el juicio aparece como inevitable.

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1. Las líneas de fuga de una relación entrefilosofía y pedagogía

¿Qué es educar? Pueden existir muchas respues-tas a esta pregunta, sin embargo el ser de la educación senos escapa. El ser no esta en el olvido sino en aquello queno puede ser definido. Sabemos cómo llegamos a la edu-cación pero no sabemos porqué llegamos y aunque lo su-piéramos eso puede ser del orden de aquello que no sepuede decir debido al inconsciente o porque está más alládel lenguaje.

Meirieu dirá que “lo inconfesable es lo esen-cial”4 Todo lo que se puede decir no es lo importante. Elsentido último de la educación, si es que este existe, no esatrapable porque todas las respuestas que podamos darno pueden explicar qué es la educación. Sí, ésta es una delas mayores dificultades del ser de la educación que pode-mos esperar de la pedagogía. En consecuencia, no es ex-traño que la pedagogía sea reducida a una tecnocracia, sinlograr salir del campo de lo despreciable.

¿Por qué es tan difícil saber lo que es la educa-ción? Porque a pesar de hacer todo para que el otro apren-da, la decisión de aprender no depende de nosotros sinode ellos y su decisión depende de muchas otras cosas quesuelen escapar a cualquier voluntarismo. No por ello, laeducación puede abandonar su finalidad de suscitar la li-bertad del otro, “aunque esa libertad coloque en riesgo aleducador”5.

Pensar la relación que existe entre la filosofía yla pedagogía no es nada nuevo, sin embargo cada vez quelo hacemos nos percatamos que hay diferencias en lasconcepciones de la filosofía, entre un pensador y otro, en-tre una escuela y otra, entre un espacio y otro. Lo mismonos sucede con la pedagogía. Las diferencias son las parti-

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cularidades más generales. No todas las diferencias sonoposiciones, por lo que la dialéctica solo nos serviría paraanalizar una pequeña parte de la realidad.

Si las diferencias son múltiples siempre pode-mos hacer precisiones que consisten fundamentalmenteen ubicar las singularidades y destacar esa divergencia quese sustenta en el campo abierto e infinito de la alteridad.Decimos abierto porque la diferencia difiere no necesaria-mente en la oposición sino en lo múltiple, e infinito por-que la alteridad no puede ser sino irreductible.

En consecuencia podemos hacer tres tipos depreguntas sobre esas diferencias que difieren: ¿de qué filo-sofía y pedagogía hablamos? ¿quién lo dice? y ¿para quién?Pero sobre todo ¿cuál es el lugar desde el cuál se enunciael discurso?

Sobre el qué, no hay un tipo único de filosofía nide pedagogía. La pedagogía y la filosofía no son únicas nipara comprender el acto educativo ni constitutivas de loúnico. Lo único solo existe desde la singularidad pero ja-más desde la universalidad. El único de la universalidadtiene una carga colonizadora y hegemónica. Además, elqué vive fracturado en su interior pues una cosa es la filo-sofía hasta el siglo XIX y otra la que se constituye en el si-glo XX. La pedagogía de igual manera no posee un discur-so único. El pasar de las teorías sobre el progreso y la hu-manidad al despliegue de métodos que vayan de la manocon el desarrollo de la inteligencia implicó cambios muyprofundos en sus discursos y sus prácticas. En consecuen-cia se trata de un qué multiplicado horizontalmente yfracturado verticalmente. Qué filosofía y qué pedagogíaentran en relación, en qué términos, solo epistemológico,didáctico y ético?

El quien y el para quien hacen parte del poderque gobierna los discursos. Quien hace la filosofía y la pe-

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dagogía o como dicen los pensadores postcoloniales: des-de qué idiomas y lugares y con qué autores. Resulta extra-ño que solo podamos consumir filosofías y pedagogíasque vienen de otros lugares, en determinados idiomas yde ciertas nacionalidades, los cuales nos recuerdan demanera directa y clara que la única posibilidad para pen-sarnos es a través del pensamiento de los otros que notienen que ver con nosotros pero que sí tienen la capaci-dad intelectual para pensarnos. El quien sólo llega a seruno mismo IPSE, cuando no hay sino un quienes que es-cuchan y repiten.

El lugar de enunciación no es solo un lugar, esotro tiempo en el que se manifiesta el ser, pues allí apare-ce bajo la simulación de las apariencias y la fuerza de lasapariciones. Los lugares de enunciación son una deriva dela verdad. La verdad ya no proviene de un lugar determi-nado. Ella puede devenir de todos los lados y de ningúnlado. Necesitamos hablar de nuestros discursos que nonecesariamente son verdades pero que indispensablemen-te sí pasan por la justicia para poder ser enseñadas comolos explicitaremos más adelante. La justicia es un poderdecir, no como un poder, sino como un derecho que seconstituye en el poder.

El qué, el quien, el lugar de enunciación confor-man una ontología, una antropología y una epistemologíaque en sentido bergsoniano comprende al tiempo y a latemporalidad de Heidegger, pues las diferencias más queespacialidad son temporalidad que constituyen la presen-cia del presente. El ser es un ahí de una presencia que nopuede ser captada por la ontología, que requiere de otraepistemología, de una nueva ética y de una antropologíaque escapa al relativismo del estructuralismo.

Por consiguiente, los pensamientos sobre la re-lación entre filosofía y pedagogía están inscritos en líneas

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de fugas que, de entrada, se traducen en diversas relacio-nes, diferentes maneras de relacionarse y hasta no - rela-ciones, pues las mismas prácticas nos pueden indicar quela pedagogía puede escapar de la filosofía y viceversa, sinnecesidad de considerar, debido a ello, la desvalorizaciónde las disciplinas. No obstante, en el pensar sobre la rela-ción entre filosofía y pedagogía, el pensar no es el diri-mente neutro pues caeríamos en la trampa de Descartes;por lo tanto, la pregunta sobre la relación entre filosofía ypedagogía se transforma en una vuelta a la manera de unmovimiento de serpiente que se muerde la cola pues po-demos pasar del pensamiento de la relación a la preguntasobre el pensar que supone pensar la relación.

2. En la educación no hay por qué sinopara qué

La pregunta, ¿por qué pensar la relación? es unapregunta dirigida por una geometría de las causas o delos orígenes que como bien explicitaba Husserl, al finalnos confunden cuando intentamos colocarlos como unfundamento que hará parte de la transcendentalidadKantiana o el inicio de todos los inicios de la Física Aris-totélica. Dicha geometría es como una flecha que lanza-mos hacia atrás para descubrir lo que pasó en el comien-zo. Resulta una paradoja extraordinaria que nada de loque sucede pudiese entenderse por sí mismo sin lo suce-dido. En cierta forma lo que se dice ahora no dependetanto de lo no dicho o el entrelíneas de lo dicho, sino delo dicho. Por lo que aunque no todo sea una repeticiónexacta, nada es una novedad absoluta, o, aunque no este-mos en el Eterno Retorno de manera absoluta, no pode-mos salir de él. Ir hacia atrás, al pasado para entender elpresente, pues lo que acontece no se explica sino con ra-

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zones y fenómenos que acontecieron antes. Sin embargo,en aquello que sucedió y no necesariamente está en lamemoria, podemos encontrar más que explicaciones. Lasdiscontinuidades están allí porque hasta la detección delo discontinuo existe en la tensión de los extremos quenos permite entender que el presente sigue dependienteen cierta forma del ayer.

La geometría del ayer en el por qué se puedeprestar para la fábula, o el mito. En efecto, muchas vecesha acontecido de esta manera. El por qué en lugar de ex-plicaciones finales siempre podrá tener un por qué que ha-ce del supuesto final un comienzo o la fatiga insoportablede la explicación. No hay nada acabado por lo que la ex-plicación puede desembarcar en el mito que la detiene porun instante hasta que el por qué logre ser desencadenadodel relato mítico por la razón o el mismo se libere en unmovimiento inesperado del no-poder.

El por qué también puede ser una ilusión. Cuan-do preguntamos sobre el por qué de los fenómenos no so-lo que podemos evadir la ataraxia griega del sabio o la ac-titud del guerrero que no cae en las trampas de la razón.El mismo Hume presentaba el argumento de la imposibi-lidad epistémica de la causalidad pues el por qué es un co-mo que se camufla en una vieja tendencia metafísica. Nohay sino el como o descripciones ya que la pregunta delpor qué nos saca del empirismo. Mejor aún, nunca pode-mos responder a la pregunta de qué o del por qué. Solo sa-bemos cómo suceden los fenómenos, cómo se articulan yestas son las únicas explicaciones que tenemos. Pero elgran peligro es que los fenómenos no son solo productosde la empiria ya que éstos se constituyen en otras cosas dediferente índole como en el inconsciente Freudiano, elApolo criticado de Nietzsche o la economía de Marx.También podríamos advertir sobre la desarticulación de

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una disciplina que rompe con la causalidad y que deja lascosas en un estado de mera constatación sin llegar, porejemplo, a imputar una determinada responsabilidadpuesto que la prioridad estructural anula al sujeto comolo afirma Ricouer. Esta conexión entre causalidad y el porque dentro de los actos sociales y políticos advierte sobrela existencia de algo más que hechos que se conectan alservicio de la comprensión. En efecto Kant hace una bri-llante crítica a Hume en la Crítica de la Razón Pura desdeel argumento de los a priori y las categorías de la intuiciónpuesto que el dato empírico requiere de datos que antece-den pero que no aparecen sino a partir de la experiencia.Sin embargo, la crítica al cómo de Hume, no bastaría parafundamentar la pregunta del por qué.

Quizás la pregunta del por qué se pueda contes-tar con otra pregunta: para qué. En la evasión podamosresponder de manera directa. El para qué no va en la mis-ma dirección del por qué. Mientras el para qué se dirigehacia delante, el por qué gira hacia el pasado. Las respues-tas de antes están adelante, afirma el para qué. Lyotard6

nos da una gran lección sobre esta vacilación cuando, porotras razones, reemplaza el por qué por el para qué.

Si optamos por esta nueva manera de pregun-tar iniciaremos con una pregunta revestida de una apa-rente ingenuidad y que permitiría una respuesta no ne-cesariamente especializada: ¿para qué educar? Esta pre-gunta nos permitirá articular la filosofía a la pedagogía,relación poco evidente actualmente. Sin embargo, aun-que todos puedan responder a esta pregunta, nos intere-sa la respuesta del filósofo, no por un asunto de inteli-gencia, puesto que nuestra opción nos es más inteligen-te que otras. El pedagogo piensa el acto educativo quizásmucho más que el filósofo. Tampoco lo hacemos porpertinencia, puesto que de igual manera este criterio nos

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reenviaría a la pedagogía. Nos interesa el punto de vistadel filósofo por inquietud: por saber qué se piensa desdela filosofía de tal relación. Adelante encontraremos másrespuesta a este comienzo arbitrario y lleno de sentido,cuya justificación la encontraremos solo la final de nues-tro itinerario reflexivo.

Las finalidades, los intereses, los motivos, en unprimer momento, están llamados a visibilizarse por me-dio del para qué. Pero el para qué puede contener la tram-pa de la utilidad como indicador absoluto. En todo caso,lo que puede ser dicho y aquello que ni siquiera puede sernombrado es inquietado. Por supuesto que pudiésemospreguntar si aquello que no tiene un para qué tiene razónde existir o aunque no logremos explicitar el para qué, lono explicitado puede ser constituyente del educar. La edu-cación no tiene un para qué totalmente explícito y quizásel único para que pueda estar en lo que Meirieu explicitacon el mito fundador: hacer a un hombre7.

El para qué educar lo responderemos desde lafilosofía, -como ya lo indicamos anteriormente-, por talmotivo nos dirigiremos a La República de Platón, noporque nos interese determinar un deber ser de la rela-ción, ni porque consideremos que allí están todas las res-puestas a la relación. Es evidente el anacronismo del re-lato. Además creer que hay un relato filosófico del quepodemos tomar las concepciones claves para el presente,como si hubiese un pensador que explicara toda la reali-dad, sería hacer de la filosofía una religión, la cual seríala peor de las contradicciones para el filósofo. Básica-mente nos interesa develar algunas posturas que desde lafilosofía nos parecen importantes cuando ella se pregun-ta por la educación. Ni un texto nos da la totalidad de lasrespuestas ni puede tampoco convertirse en la fuente ab-soluta pues seguiríamos prisioneros de la onto-teología

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Hegeliana. En suma, el quién pregunta está implicado enla respuesta pues la modifica desde en su acercamientohasta en sus resultados.

No le preguntamos al educador sino al filósofoque educa y lo hacemos a través de los textos y con el ges-to de la de-construcción de Derrida, es decir, no guardán-donos ninguna reverencia para el texto como la mejormanera de respetar al autor.

3. ¿Se pueden obtener respuestas entrequienes tienen un oficio de esclavos-pedagogos- y quienes ejercen una profesión inútil -filósofos?

Antes del ¿para qué educar? existe la acción deeducar. El sentido es posterior a la acción. El cuestiona-miento sucede después de la práctica. Teorizamos sobre loque ya es un hecho. Sin embargo el sentido puede ir másallá de la definición de la acción lo mismo que la teoría lopuede hacer. La teoría y la acción no se corresponden conexactitud. El acto en que se juntan solo puede aparecer co-mo un agujero. Por el contrario, para Platón son las ideaslas que anteceden a la acción y a la realidad. Esta visiónidealista desvaloriza las acciones puesto que sin teoría da-ríamos palos al viento. En tal sentido, la preponderanciadel lenguaje en nuestros tiempos se constituye en un neo-platonismo.

En medio de esta disputa surge un tercer ele-mento más contemporáneo y es aquello que pensamos yhacemos desde nosotros mismos. El poder decir esto espara mí o para nosotros es colocarnos no en el centro sinoen el significado, y siendo prácticos, lo que interesa es elsignificado. Esta visión, que proviene, de la Pragmática, ya

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no se pregunta por la verdad sino que queda atrapada enel efecto de los signos y la manera como ellos, al afectar-nos, transforman la realidad. La transformación de la rea-lidad se puede realizar con criterios funcionalistas, de ce-guera e impotencia. Bajo esta tercera postura, el acto edu-cativo solo tiene sentido en la medida que produce efectosy ellos se pueden medir. El hacer comienza a deambularbajo los criterios del mercado y las tecnologías. La visióny la misión ocupan un puesto más esquizofrénico dentrode nuestros planes. Todas las disciplinas que ocupaban al-gún contenido teórico comienzan a desaparecer o a sertratadas como las cenicientas. En consecuencia la pedago-gía, como la mayoría de carreras, deviene un conjunto detecnologías manejadas por los parámetros de la pragmá-tica. La objetividad recobra más fuerza a pesar de los fuer-tes cuestionamientos.

Las objetividades del educar están cruzadas porlas motivaciones personales. La preocupación por la Polises una postura objetiva de la educación en la República yla anterior condición de esclavo de Platón, es el dato sub-jetivo que antecede a la construcción de la Academia. Ob-jetividad y subjetividad son inseparables. No porque algosea subjetivo deja la objetividad a un lado ni porque algosea objetivo, no implica connotaciones subjetivas. Los dosaspectos los encontramos en todos los argumentos ycuando se intenta aducir solamente una objetividad pura,el interés de fondo es dominar. La relación íntima no noslleva a confundirlas hasta el punto de creer que lo objeti-vo es subjetivo y que lo subjetivo es objetivo. El argumen-to de la subjetividad es utilizada para deslegitimar a al-guien o algo. Aparece como una condenación. En unaeducación marcada por la herencia Positivista no puedehaber razones subjetivas; éste es el gran relato subjetivo ymanipulador de la educación.

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En educación, la objetividad suele estar del ladode los discursos humanistas, del deseo de cambiar la so-ciedad y de la formación de nuevas personas. La subjeti-vidad tiene relación con los discursos que ni siquiera pue-den ser mencionados. Educar por negocio, o educar porpura frustración, educar para hacer un hombre, educarporque no tenemos otra opción o educar porque es la me-jor manera de realizarnos, todo esto puede ser posible.Hasta podemos querer educar porque no resistimos quehaya diferencias. La educación, en consecuencia, es la ma-nera más antigua de blanquear la sociedad. En cierto sen-tido, la educación no es ni un relato romántico ni tampo-co podemos creer que se trata de una pesadilla aunque asílo parezca en muchas ocasiones. Así, las objetividades dela educación quedarían en el aire si no logramos hablar delo innombrable y lo innombrable seguirá moviéndose ennuestros proyectos y devastándolos si no logramos visibi-lizarlos dentro del ámbito de las objetividades.

No renunciamos en la educación a objetivida-des aunque éstas no sean reales. Por ejemplo, aunque es-temos de acuerdo con que la educación está condicionadapor la sociedad y que su posibilidad de cambiar la socie-dad es mínima, no educamos sino bajo el mito de creerque todo lo que hacemos en el aula tiene la posibilidad detransformar la sociedad y de cambiar al individuo. Aun-que la educación no lo cambie todo podemos educarcambiando algo sin dejar de pensar que lo cambiamos to-do cuando educamos. Por consiguiente la realidad educa-tiva difícilmente desmonta una objetividad ficticia.

La Academia es la primera universidad filosófi-ca de la Antigua Grecia. Se crea un lugar educativo paragarantizar la vida de la Polis. Su creación sucede despuésde un tiempo de esclavitud. Por supuesto, Platón no fueun esclavo, fue alguien que vivió en el exilio y en la escla-

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vitud en determinados momentos de su vida. A pesar deello, la preocupación anterior es la de alguien que ha ex-perimentado vivir como un esclavo. Experimentar vivircomo no es lo mismo que estar en condición. Una es unmomento del ser, la otra es una forma permanente del ser.La primera es un accidente, la segunda es un destino fatal.Pero lo cínico es que quizás el estar en la condición de es-clavo no nos dé la posibilidad de pensar la educación, porel contrario, el vivir como si puede ser un motivo paraquerer construir un mundo en el que las formas de go-bierno no generen esclavos y en el caso de Platón, esclavosque no lo sean “por naturaleza”.

Un gobernante o un aristócrata ven y piensan ala educación desde un lugar muy diferente al lugar de losesclavos, personas excluidas de cualquier tipo de educa-ción. El gobernante y el aristócrata preparan la educaciónpara los futuros gobernantes y aristócratas. De esta mane-ra la educación aparece como un sistema privilegiado, di-rigido a los privilegiados y que institucionaliza y naturali-za los privilegios tal como los viera Bourdieu.

En educación tenemos muchos lugares deenunciación, algunos generados por la misma educacióny otros que la atraviesan como las líneas de fuga de Deleu-ze o las oblicuidades de Derrida. La diversidad de los pun-tos de vista no es la pluralidad. La pluralidad de la diferen-cia no implicaría directamente la creación del consensosino el cuestionamiento de la educación a partir de losque no tienen ningún poder o de esas líneas de fuga. Porsupuesto, el cuestionamiento no pertenece a la verdad o,no es porque tengamos la verdad que nosotros podemoscuestionar la educación puesto que en cierta forma la ver-dad siempre ha estado dentro de la educación. Si la verdadla defiende quien gobierna, el esclavo no nos desplaza ha-cia otra verdad o se apropia del lugar de la única verdad,

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pues si así lo hiciera, parecería que no hay ningún cambio.El esclavo reclama un derecho a hablar en un nuevo esce-nario donde la verdad ha caído en la incertidumbre y loque reivindicamos son lugares de enunciación. Sin em-bargo el acercamiento a la verdad es diferente; mientras elpoder tiene necesidad de acomodar su verdad a sus inte-reses más que de una verdad como acomodamiento entrepensar y realidad, el esclavo no tiene necesidad de verdadsino de justicia por tal motivo, la palabra del esclavo tieneque ver más con la vida de otros y de sí.

El filósofo y el pedagogo son personas sin nin-gún poder dentro de la educación. Su no-poder obedece ala no-esencialidad en la que supuestamente habitan. Lapedagogía es trabajo de esclavos y el filósofo aparece conun oficio inútil. Del filósofo se puede prescindir para go-bernar tal como se dice en la República y el pedagogo noes quien constituye el saber ni la educación sino es alguienque nos conduce hacía él. El saber lo hacen “los elegidos”y el pedagogo sirve para algo, pero bajo la condición deesclavo. Conducir al saber y conocer el saber son oficiosdiferentes. Estos bajos mundos de la filosofía y la pedago-gía nos indican de antemano que la pregunta por la rela-ción entre la filosofía y la pedagogía es una pregunta queaunque tenga sentido, no tiene mayor importancia para elejercicio de la educación ni para su institucionalidad.

Si aparecen tan intrascendentes el filósofo y elpedagogo, ¿por qué a ellos preguntar sobre para qué edu-car? Mejor sería preguntar a los que saben o a los quecreen que saben; por supuesto, allí no están por ningúnmotivo los estudiantes pues ellos son los que menos cono-cen de la educación, pues si conocieran no necesitarían deella, tal como lo afirma Philippe Meirieu. Por una parte, elgobernante cree saber más sobre educación pues él tieneque hacer las leyes y tomar las decisiones para conducir a

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la cité. El puesto del gobernante mira de arriba hacia aba-jo. De abajo hacia arriba no se ve del mismo modo. Mirarde abajo hacia arriba es no mirar o dejar de mirar o estarimpedido de mirar. Mucho más difícil es mirar hacia loslados cuando todos estamos en una horizontalidad de si-tuación. Por lo tanto, el panóptico es una invención delpoder. Por otra parte, el aristócrata cree representar al má-ximo modelo de la educación ya que más que saber, él essu exponente, por tal motivo a él le podemos preguntarsobre cómo llegar allí y una de las primeras respuestas quepodemos esperar es que solo la educación nos puede ase-gurar el arribo al éxito.

Desde las creencias que abundan en la educa-ción, las respuestas no son iguales ni de iguales. Una cosapiensa el gobernante, otra el aristócrata, otra el que sabe,otra el esclavo-pedagogo y otra el filósofo-inútil. Pudiéra-mos decir que lo importante es elaborar acuerdos entretodos; sin embargo, los diferentes puntos desde el poderse erigen a partir de la exclusión de los otros puntos devista y la negación de otros lugares de enunciación. En-tonces, a alguien se le puede ocurrir que bastaría o concrear métodos o con instaurar algunas reglas para hacerconsensos; sin embargo, se olvida que las formas de pen-sar son inseparables de las construcciones éticas y que es-tas formas de pensar no desaparecen con otros métodos yque sus éticas excluyentes no se abandonan simplementepor implementar nuevas formas de comunicación.

4. La educación como un diálogo parallegar a verdades que preexisten o dialogar para construir verdades

La práctica educativa, sobre todo en la universi-dad, ha estado marcada por la magistralidad. Por los co-

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rredores de estos establecimientos deambulan personascargadas de títulos y saberes, personas que “merecen” laescucha de los estudiantes con el fin de graduarse. Latransmisión de saberes y de saberes/hacer es la peculiari-dad de la educación. Los estudiantes van a las institucio-nes educativas porque allí hay algo que ellos necesitan.Discutir sobre esto, no tendría mucho sentido. De estemodo la pedagogía solo puede existir como objeto en elambiente universitario. En efecto la pregunta pedagógicasolo se establece en los sitios que enseñan la pedagogía alos futuros docentes de lo contrario lo demás es una di-versión o hasta una pérdida de sentido del saber. Por talmotivo, la educación universitaria descansa con mayorfuerza en la enseñanza que el aprendizaje. En consecuen-cia el diálogo socrático puede aparecer como una versiónromántica de la educación o como un ruido que nos llevaquizás a situaciones imposibles de adoptar.

Pero ¿es posible escapar a esta cultura educativade la transmisión de saberes? Miremos el significado deldiálogo Socrático8. El diálogo es un ahondamiento por lapalabra que se despliega de acuerdo con una investigaciónque en caso de Platón está ligada a la búsqueda de unaverdad atemporal e inmutable, aunque en una lectura ac-tual de Sócrates puede verse más desde el relativismo, porlo tanto, de una indagación que no termine en la verdad.En todo caso, se puede dialogar aunque haya una verdady no necesariamente el diálogo se cierra con su existenciapor lo que no es una condición indispensable para dialo-gar que no haya verdad.

Para qué dialogar? De hecho podemos dialogarpara convencer, el vencer, manipular e imponer, educar,formar, fortalecer carácter. También podemos dialogarpara aprender, conocer, cuestionar sin imponer, cambiarsin recurrir a la violencia. El diálogo platónico parte de

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una definición propuesta por un interlocutor, Sócratesfinge asombro, extrae algunas conclusiones y luego seproduce un cambio casi inesperado: se llega a una conclu-sión que contradice el punto de partida. Algunas veces nose pretende llegar a una conclusión definitiva. Por lo tan-to, el diálogo transforma algo y ese algo tiene que ver conlos elementos del punto de partida. Desde este punto devista el diálogo es fundamental porque no es un simplediletantismo, sino que hay aspectos que se transforman amedida que vamos avanzando a través de él.

Educar dialogando es una propuesta muy osadapues todo en la educación está dado para no dialogar si-no para transmitir, lo cual también significa: para que ha-blen los que tienen títulos y los demás escuchen. Dialogarpara buscar juntos implica personas con interés por la in-dagación. Por lo tanto, dialogar nos exige un tipo de edu-cadores diferentes a los que crea la cultura de la Ilustra-ción con una actitud de reconocimiento del otro-estu-diante como un interlocutor válido.

Cuando a la educación solo le importa la ense-ñanza de verdades, no tiene necesidad del diálogo; simple-mente los estudiantes callan mientras que los conocedo-res de la verdad hablan a fin de que todo esto sea aprendi-do por intermedio de la escucha. Solo se pregunta paraasegurar que lo dicho ha sido memorizado. Hasta los sa-beres más liberadores pueden seguir esta tendencia. Laverdad no esta más allí, ni allá, solo los educadores tienenla verdad. Si pedagógicamente se introdujera el diálogo seharía básicamente con el sentido de mejor aprender unaverdad. Luego el diálogo puede ser la mejor manera deaprender verdades pre-existentes y no verdades que seconstruyen colectivamente. En consecuencia, la defini-ción anterior de la verdad hace que la educación circuleen una repetición sin fin, por lo que dentro de la educa-

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ción necesitamos docentes con la ignorancia socrática, ca-paces de convertir el aula en auténticos lugares de investi-gación e indagación.

La pregunta que emerge es saber si la educaciónpuede desprenderse de la antigua relación con la verdad.¿Existe una educación que no enseñe verdades? Profesoresque no se crean dueños de verdades que les sirven a losotros independientemente de su cultura, su historia, su lu-gar geográfico? Alumnos que no se matriculen para recibirverdades que se guardan en las universidades? Sociedadesy culturas que no estén convencidas que la verdad se en-cuentra en la educación? Parecería que esta unión entreuniversidad y verdad no se pudiese romper porque inme-diatamente traería consigo el colapso de la educación, ade-más porque estas verdades son pensadas como indispensa-bles para alcanzar la humanidad o para la apropiación delmundo. Esta situación se complica mucho más porque lassupuestas verdades en la educación no pueden ser cuestio-nadas sino memorizadas y aprendidas sin más.

Contestar una verdad con otra verdad no provo-ca un cambio sustancialmente pedagógico. Podemos com-batir el dogmatismo con otro dogmatismo lo cual nos si-túa en lo mismo. Por tal motivo, Jacques Ranciére9 propo-ne enseñar lo que no se sabe. Pero, ¿cómo se puede enseñarlo que no se sabe? Cuando aprendemos podemos decir queno sabemos y éste es una iniciación, pero el paso hacia laemancipación en la que nos encerró el aufklarung, es ense-ñar lo que no sabemos. Esta posición genera grandes resis-tencias porque la validación de la institución educativa su-cede con actores que supuestamente sabemos algo que losdemás necesitan. De esta manera la educación se siente enriesgo. Sin embargo este no es un giro copernicano porqueno es que los profesores no sepan y los alumnos sean losque saben o como pensaría Freire que los estudiantes y los

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alumnos conozcan de diferente manera. No, enseñar es en-tregar lo que no se sabe, con todo el escándalo que tiene es-ta afirmación. Los docente damos aquello que no tenemosy los estudiantes reciben algo que nosotros no le damos. Esmás, la educación da lo que no necesitamos y los alumnosaprenden lo que no les sirve. Adoptar esta postura esemancipar intelectualmente. Los docentes que enseñamoslo que sabemos no podemos emancipar a los estudiantes.Solo emancipamos con el no saber de los docentes, de locontrario, los saberes emancipatorios se convierten, para-dójicamente, en una nueva cadena. Así, el dominio sobrelos saberes es un no dominio que nos lleva a renunciar alpoder que nos da la educación a partir del conocimiento.Por consiguiente, en el fondo lo que queremos señalar esque la única emancipación posible es la que sucede no porel saber sino por el no-poder, que implica no-saber, lo cualnos coloca en una actitud de una profunda vulnerabilidady diferencia.

Este no-saber que se traduce en un no-poder es elcomienzo de algo que podemos llamar el aprender porigual10. Cuando se sabe nos complacemos con el poder deque el otro repita lo que nosotros le damos. Cuando parti-mos de este no-saber del docente, entonces todo es posible.Porque no sabemos nos preparamos y no tenemos el dere-cho a tratar a los estudiantes como ignorantes ya que noso-tros estamos en la misma condición. Nuevos poderes apa-recen cuando los estudiantes se reconocen como iguales yotras prácticas se generan. En consecuencia, son dos lasmentiras de la educación, la primera es proclamar que no-sotros decimos la verdad en tanto que docentes11, y la se-gunda, que los alumnos crean que ellos no pueden decirlao que la verdad es algo que esta allí para ser memorizada.

El poder del saber es consustancial en su extre-mo a un yo no puedo. Por tal motivo, la única verdad fac-

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tible es: yo enseño aquello que ignoro. Hablamos y nos ca-llamos para rectificar aquello que hemos hablado: “ha-blamos indefinidamente puesto que siempre tenemosque rectificar más o menos aquello que acabamos de de-cir”12. La ignorancia nos permite volver sobre lo que de-cimos, revisarlo para volver a decir sin poder tener jamásla seguridad de saber que aquello que decimos es la ver-dad absoluta.

Esta ignorancia central en la educación es el ini-cio de una doble postura ambivalente: callar para decir ydecir sin parar. Nos callamos porque la ignorancia nos li-bera de la equivocidad del saber. Pero todo lo podemosdecir porque el saber no se libera de la ignorancia. Así, loshombres y las mujeres no son grandes pensadores sinopersonas con grandes expresiones. ¡Ergo, callar y hablarno son opuestos a la ignorancia!

Somos iguales cuando enseñamos lo que no sa-bemos a personas que saben que no sabemos. Pero la in-teligencia que aparece en estos momentos de igualdad noes una inteligencia colectiva. La inteligencia solo está en losindividuos y no puede estar en la reunión, afirma Rancié-re13. Sin embargo el origen de la inteligencia en la indivi-dualidad no es un argumento en contra de la igualdad.Quererlo presentar de esta manera es abrir el campo de lade-razón propio de la voluntad pervertida que se apasio-na por la desigualdad.

Podemos enseñar solo aquello que ignoramoscomo la mejor manera de devolver a la educación su pers-pectiva emancipadora. En consecuencia, el objetivo de laeducación no es preparar genios, sino romper con ese ti-po de prácticas educativas que se erige con el desprecio delos otros. En otras palabras el objetivo de la educación espreparar sujetos emancipados y emancipadores los cualesaprenden a vivir de manera igual en una sociedad desigual

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ya que no se puede devenir humano sino bajo la condi-ción de reconocer la igualdad. A esta igualdad solo acce-deremos por medio de la práctica.

Sócrates se descubre en la República como al-guien que aprende de los demás y que vive agradecido conellos: “tienes razón Trasímaco, en decir que yo aprendo delos demás”. Se puede enseñar algo en educación porquetodo es aprendizaje. La enseñanza es una sola parte de laeducación y quizás la menos relevante. Nosotros educa-mos para que otros aprendan o porque los otros apren-den, nosotros podemos enseñar algo. Pero la enseñanzano es el acto que provoca directamente el aprendizaje. Sa-bemos cómo enseñamos pero no sabemos cómo el otroaprende. El aprendizaje es “la caja negra” del acto educa-tivo. Además, podemos educar porque aprendemos ycuando creemos que solo podemos enseñar, en ese mo-mento está truncado el acto educativo. La enseñanza esauténtica cuando quien enseña sigue aprendiendo y quienaprende es alguien potencialmente apto para enseñar.

Trasímaco le increpa a Sócrates por utilizar solopreguntas: “¿A que viene toda esa palabrería? ¿A qué esepueril cambio de mutuas concesiones? ¿Quieres sabersencillamente lo que es la justicia? No te limites a interro-gar y a procurarte la necia gloria de refutar las respuestasde los demás. No ignoras que es más fácil interrogar queresponder”14. El problema no es solamente lo que seenuncia sino el modo cómo se hace, y el modo no es in-dependiente de lo enunciado. La conclusión de Trasímacoes falsa. Lo más fácil no es hacer preguntas; lo más fácil esdar respuestas. En educación, creemos, tener que dar res-puestas a los estudiantes para que ellos puedan respondermejor a sus futuras profesiones; sin embargo, la educa-ción está llena de preguntas, no tanto como el mundo decosas que atraviesan de manera permanente nuestra acti-

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vidad, preguntas que no se dicen, otras que pueden apa-recer y se pasan rápidamente, preguntas sin respuesta ypreguntas que pueden no ser importantes sino para unpequeño grupo de personas, a pesar de su relevancia.

La pregunta es algo incómodo dentro de la edu-cación pues tiene una carga desestabilizadora que preferi-mos evadir. Quien pregunta coloca al otro en una situa-ción insegura; por tal motivo, los educadores preferimoshacer las preguntas. Preguntar, ¿para qué? Si ya están lasrespuestas, sería para movilizar a los estudiantes haciaellas, para buscarlas. No obstante, se puede preguntar sinque medie la búsqueda de las respuestas. Preguntar y pre-guntarse establece una relación con el conocimiento quenecesariamente no tiene que llegar a un fin. Las preguntaspueden permanecer aunque aparentemente lleguen apuerto seguro.

Ante la persistencia de Trasímaco por una res-puesta sobre ¿qué es la justicia? Sócrates le hace ver que lapena que le está destinada, si hay una verdad, es la que tie-nen todos los ignorantes, es decir, “aprender de los que sonmás hábiles que ellos”. Las respuestas son las que nos inmo-vilizan, mientras que la persistencia de las preguntas son lasque nos hace sabios. El hecho de que unos creen saber, ge-nera la ignorancia. Reconocer nuestra ignorancia y vivir enla pregunta es el principio de la auténtica sabiduría.

5. No se puede educar si no nospreguntamos por la cité, o la mediaciónde la pregunta por la justicia

Lyotard en La Condition Postmoderna (1979) sepregunta sobre ¿cuál es la condición del saber en las socie-dades desarrolladas? y después de un interesante recorri-do llega a la conclusión que el saber se ha convertido en

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una mercancía, por lo que la información tiene una ma-yor valoración para el poder: “la cuestión del saber en laedad de la información es más que nunca la cuestión delgobernar”15, por lo que no nos podemos cuestionar sobreel conocimiento sin preguntarnos por el poder en el sen-tido abierto por Foucault.

¿Quién legitima hoy el conocimiento? Si entiempos de Platón la legitimación estaba dada por el legis-lador y esto nos permitía definir lo justo, hoy la legitima-ción se hace en los juegos de lenguaje y lo que importa esla pertinencia, la eficiencia, hasta la bondad sonora y cro-mática, dice Lyotard. El desafío no es que sea justo, sinoque sea aplicable; no es que logre hacer preguntas, sinoque coloque respuestas; no que sea abstracto, sino que seaconcreto e instrumental. Increíblemente la tendencia ha-cia la exclusividad de la pragmática colaboró de maneraperformativa para que fuera cuestionada la teoría. De es-te modo, las carreras se han ido llenando de técnicas, tec-nologías, modos de hacer, que se interesan, o muy poco,por los análisis y las reflexiones. El reto del saber hoy esconvertirse en un saber hacer que ya no se interesa por co-locarse mayores preguntas sobre la polis y la justicia.

Hoy en día la educación es más un negocio quecualquier otra cosa. Educar es una buena manera de hacerdinero. Por supuesto, no es que los que confiesan que noles interesa el dinero hagan una mejor educación queaquellos que sí se atreven a confesarlo. Colocar de antesa-la los fines y los ideales humanistas no impide el cuestio-namiento a la educación. Muchas de las nuevas institucio-nes educativas son máquinas que producen billetes bajo ellema humanitario. Nos preguntamos si se educaría aun-que no hubiese dinero y esto resulta improbable, porquela falta de recursos es la que sirve de justificativo para im-plementar un sistema de mediocridad académica, que de-

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fiende los ilegales contratos y al mismo tiempo reduce lainvestigación, haciendo que las universidades se parezcanmás a colegios donde se imparten cursos de formación enorden a la profesionalización y nada más que eso.

En La República la pregunta por la educaciónestá enmarcada en una gran pregunta y es saber ¿qué es lajusticia? Nos llama la atención que la definición de la edu-cación no puede ser resuelta sino a partir de preguntarnospor el mundo -weltanshaung-. La educación no puederesponder a partir de sí misma. Educar no sería nada sipasamos inmediatamente a la pedagogía sin preguntarnossobre el mundo que queremos y el mundo en el que habi-tamos. Porque existen ciertas condiciones en el mundoque nos afectan y que queremos construir; por ese moti-vo, existe la educación y la filosofía.

Dentro de la educación hay muchas visiones demundo y éstas se encuentran en conflicto. La Red NuevoParadigma (2005) afirma que el Cambio de Época hoy esdebido a otras visiones del mundo que emergen, como lacibernética y la mercadológica, las cuales se colocan enconflicto con la visión contextual. En la visión cibernéticael mundo aparece como una máquina con una racionali-dad instrumental donde se privilegia la tecnociencia co-mo solución a los problemas complejos: “a través de estametáfora mecánica, todo lo que entre en la máquina esetiquetado como recurso y todo lo que sale es percibidocomo producto”16. En la visión mercadológica, el mundoaparece como un mercado auto-regulado: “…la racionali-dad económica privilegia el mercado como solución paratodos los problemas complejos. A través de está metáforaeconómica, todo lo que entra en el mercado es etiquetadocomo capital y todo lo que sale es percibido como mer-cancía”17. En la visión contextual el mundo es una tramade relaciones entre diferentes formas y modos de vida:

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“esta visión crea un discurso cuya racionalidad comunica-tiva privilegia la interacción consciente, negociada y éticacomo forma de resolver problemas antropogénicos”18. Enconsecuencia, el proyecto educativo aunque se inscriba enla justicia tiene que preguntarse sobre la visión del mun-do en que se inscriben sus prácticas. El educador trabaja apartir de visiones del mundo en donde habita y por lasque opta a través de sus prácticas. Así, el cambio de la edu-cación no se entiende sino a partir de las visiones de mun-do en las que nos encontramos y por la que hacemos laapuesta.

La visión de mundo en la que estamos tiende acoincidir con la visión de mundo por la que optamos, pe-ro no es indispensable que ocurra está coherencia. El edu-cador puede romper con la visión en la que habita y nobajo una perspectiva que vaya de peor a mejor. En breve,las visiones de mundo no están porque haya un discursoque la sustente; sino que, existen prácticas educativas quevan revelando su emergencia y su persistencia. Por tal mo-tivo, no basta con tener una visión de mundo en nuestrosplanes estratégicos. Necesitamos revisar las prácticas denuestras instituciones. Los reglamentos, los énfasis, la ma-nera de administrar el poder, los diálogos, los exabruptos,etc, son más reveladores de la visión de mundo en la quese inscribe la institución. De esta manera podemos enun-ciar la justicia, pero ¿qué entendemos por justicia? Y ¿quéprácticas de justicia se instauran en los niveles pedagógi-cos, administrativos, jurídicos y morales de la cotidiani-dad institucional?

¿Qué se piensa sobre la justicia? Es una pregun-ta importante para Platón. Creer que la justicia es dar acada uno lo que se le debe, según la máxima de Simónides,nos hace caer en una serie de contradicciones: “Por con-siguiente, si alguno dice que la justicia consiste en dar a

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cada uno lo que se le debe, y si por esto entiende que elhombre justo no debe más que mal a sus enemigos, asícomo bien a sus amigos, este lenguaje no es el propio deun sabio, porque no es conforme a la verdad, y nosotrosacabamos de ver que nunca es justo hacer daño a otro”19.

Así, la pregunta de para qué educar no es extraña a la pre-gunta sobre la justicia y la pregunta sobre la justicia naceen la pregunta por la polis. No hay educación sin un jui-cio al mundo en el que se inscribe y sin un mundo por elque apuesta en el que las nociones y las prácticas de jus-ticia están presentes. Esto no significa que la educaciónsea una teoría de la justicia, sino que la justicia no es ex-traña a la propuesta educativa que nosotros hacemos enlas instituciones en las que trabajamos.

Para Sócrates, la teoría de lo que entendemospor justicia no legitima la injusticia y por lo tanto no hu-ye de su juicio a la falsa reciprocidad. Resultaría una gra-ve contradicción que la justicia provocara injusticias. Pri-vilegiar la justicia recurriendo a la injusticia hace parte dela concepción moderna del Estado de la que hablará We-ber20. Además, una justicia que anula toda reciprocidad yano puede ser un acto justo. No se trata del monologismosolipsista, Kantiano pero sí de las condiciones de una uni-versalidad que se basa en la reciprocidad. Si el Estado nolo puede justificar todo, por el contrario, la educaciónpuede justificarlo todo. El que haya injusticias puede serpropio de la educación porque el gobierno está obligado aactuar justamente.

Sócrates insistirá en la conversación con Trasí-maco que las profesiones nos llevan a buscar el bien de losdemás por encima del interés propio y esta tarea se evi-dencia en el bienestar del más débil y no del más fuerte:“Los sabios no quieren tomar parte en los negocios conánimo de enriquecerse porque temerían que se los mirara

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como mercenarios, si exigían manifiestamente algún sala-rio por el mando, o como ladrones convertirían los fon-dos públicos en su provecho”. Para Platón, la unión entresaber y bien es evidente. Pero, más que erigir una determi-nada figura sapiencial lo que interesa es el bien de los másdébiles. En cierta forma, para Platón no existe una institu-ción que se pretenda sabia y que al mismo no tenga unproyecto que busque el bien de los más débiles. Pero nopor el solo hecho de estar comprometida con los más dé-biles, por ese motivo es sabia. Los débiles pueden llegar aser el pretexto del proyecto de enriquecimiento.

La cercanía estrecha entre el saber y el bien con-duce a Platón a considerar la posibilidad del gobierno delfilósofo: “el mayor castigo para un hombre de bien, cuan-do rehusa gobernar a los demás, es el verse gobernado porotro menos digno; y este temor es el que obliga a los sa-bios a encargarse del gobierno, no por su interés ni por sugusto, sino por verse precisados a ello a falta de otros, tan-to o más dignos de gobernar”. El saber es el más apto pa-ra gobernar, pero también lo es para tiranizar. El tirano nose conforma en el poder, se forma sobre todo en el saber.

La ética es la razón última de la educación porencima del saber. La idea del bien es la que gobierna sobretodas las demás. Sin embargo, nosotros no educamos gen-tes para el bien solamente porque formemos buenos pro-fesionales tal como lo en señalará Lévinas. El gesto del co-nocimiento no es igual al gesto de la construcción de lapaz. Para Sócrates “los hombres de bien son mejores, máshábiles y más fuertes que los malos; que éstos no puedenemprender nada en unión con los otros, y cuando hemossupuesto que la injusticia no les impedía ejecutar en co-mún algún designio, esta suposición no descansaba en laverdad, porque si eran injustos, emplearían mutuamentela injusticia los unos contra los otros” En consecuencia, lafuerza, la idoneidad, el respeto de una institución descan-

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san en la justicia aunque el éxito o las congratulaciones nosean frecuentes en su medio.

Convencer no es un juego de palabras o de po-der; es un asunto de no - poder, es decir, de ética radical.No es posible ser ético en o desde el poder. El convenci-miento sobre algo no descansa en quien tiene la palabra:“Yo querría -Sócrates- convenceros realmente si esto estu-viera en mis manos”. En todo caso, la pregunta es saber sise puede ser más feliz en la justicia que en la injusticia: “Sedice que es un bien en sí cometer la injusticia y un mal elpadecerla. Pero resulta mayor mal en padecerla que bienen cometerla”.

La conversación del filósofo se dirige a la discu-sión sobre ¿qué educación debe ser dada a los hombres ymujeres que conforman la sociedad? ¿Qué formación dara las diferentes personas de la sociedad con tal de que setenga una sociedad justa? Preguntarnos sobre esto es res-ponder a la pregunta: ¿para qué educar? ¿Por qué vivir enuna sociedad justa? ¿Por qué increpar a la educación so-bre la justicia de la cite? La pregunta clave es: ¿Qué educa-ción conviene a una sociedad para que sea justa? En conse-cuencia, no dudamos de la ética en la educación.

En Platón la ética se queda atrapada en la rela-ción Estado/Educación. El yo puede vivir cautivo de símismo. La ética es definida de acuerdo al interés de laPolis. En cierta forma el genio maligno de Descartes,nunca es conjurado. Sin embargo, la ética puede ir másallá del legislador y la legislación, más allá de la mismi-dad del ciudadano; por tal motivo, puede incidir en losmétodos, y en las finalidades propias de la educación.Por ejemplo, no nos está permitido en la educación nin-gún tipo de domesticación para que se puedan crear lascondiciones en las que el otro se pueda constituir comootro, radicalmente otro, de tal manera que pueda esca-

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par, a la vez, a nuestro poder y a nuestros sistemas de in-terpretación.

Para lograr educar en la alteridad hay una exi-gencia insoslayable y es renunciar a todo saber sobre elotro con el fin de no imponer lógicas de dominio: “cuan-do nosotros no podemos renunciar a todo saber sobre elotro, arriesgamos siempre a estar aspirados por el deseode dominio”21. Pareciera que la condición para que exis-tiera un verdadero encuentro es que dejemos un lugar pa-ra el imprevisto y lo inesperado. Cuando creemos sabertodo sobre el otro, en ese mismo momento la relacióneducativa deviene una relación de violencia. Por consi-guiente una educación emancipadora debe permitir al su-jeto emanciparse de la educación que se recibe.

Este tipo de ética no se puede ni siquiera pro-gramar, al contrario de lo que pretende Platón, puesto quecomo dirá Lévinas, el comienzo de lo humano es puraeventualidad: “propiamente hablando, lo humano co-mienza por una eventualidad pura...Esta ruptura con laindiferencia es la posibilidad de lo uno por lo otro que esel acontecimiento ético”22.

6. La cultura como Paideia y la ambigüedadde la formación del alma con respecto a la afirmación

Para Platón la cuestión de la educación es fun-damental para la vida del Estado, tal como lo hemos se-ñalado. En esta cuestión se inscribe la pregunta por laeducación. En tal medida el conocimiento del bien seconcibe como un arte político tal como sucede con elProtágoras y con el Gorgias; por consiguiente, la pregun-ta sobre la cultura, no queda fuera del cuestionamientoa la educación.

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Un primer elemento que nos llama la atenciónde La República es que se puede hablar del Estado sin ha-cer referencia a un pueblo histórico existente y desde allíse decreta lo que puede ser la educación. Un segundo ele-mento es que las diferentes formas de gobierno puedenaparecer como diversas actitudes y formas del alma. Deesta manera, Platón logra hacer coincidir la teoría de laspartes del Estado con la teoría de los tipos de alma. Jaegerdirá al respecto que: “En última instancia, el estado dePlatón versa sobre el alma del hombre”23. Por lo tanto, nosolo que el Estado requiere diversos tipos de almas sinoque el Estado es formador de almas. Por tal motivo la Po-liteia y la Paideia se encuentran unidas, pues el Estadoprepara las almas que necesita; la educación prepara a losgobernantes que velan por el alma de los ciudadanos. Así,el sentido profundo de la Paideia es la Politeia. En conse-cuencia, la crisis de la política es una crisis de la cultura ylos vaivenes de la cultura inciden en la crisis de la política.El descuido de la pedagogía es un descuido que repercuteen la política y en la vida de la cité.

La educación es la formación del alma y éstaapunta no hacia un buen estado sino hacia el estado per-fecto. La justicia es la virtud política por antonomasia yésta no corresponde con la ley. Al respecto Jaeger afirma:“El derecho se convierte así en una mera función del po-der, que no responde de por sí a ningún principio mo-ral”24. Por consiguiente existe una lucha perenne entre elpoder y la educación en torno al alma del hombre. Enefecto, Trasímaco representa a Calicles, y éste al poder sinescrúpulos. De este modo, la justicia tiene que ser el resul-tado del alma y no una variable del poder.

La educación de la Republica no se queda soloen la definición de los fines, sino que también intervieneen la pedagogía y en la cultura. La pedagogía ayuda a ha-

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cer la selección, por ejemplo, de los guerreros: se pide agu-deza en la percepción y energía en la lucha.

Para Platón la educación al logos inicia por lamúsica y esta educación en el logos está orientada a saberlo que es verdad o mentira. Colocarse contra la poesía escolocarse contra mentira. El mundo del areté es la premi-sa de la auto-determinación del yo a partir del conoci-miento del bien y no de un conocimiento simplemente delas cosas. La paideia es la lucha contra todo fatalismo quenos condena al destino que imponen los dioses. Los dio-ses de la poesía encerraron a los griegos en el circulo trá-gico; ahora, con la educación podemos hacer una apuestadiferente.

Para que haya educación se requiere de un buenambiente del Estado, no solo porque la educación requie-ra de leyes sino también porque el Estado es el aire que res-pira el individuo, afirma Jaeger. Por lo tanto, cuando estemedio no es el mejor, la educación se contamina. Así, laeducación requiere de la relación con el Estado para su sa-na existencia.

La educación inicia por el conocimiento y losvalores se encuentran al final del proceso. De esta manerael alma adquiere los valores que aspira a conocer. No hayvalores sin conocimiento y tampoco los hay por el soloconocimiento. Los valores son el nivel más alto de la edu-cación25. Por consiguiente, el bien no es algo puramenteconceptual: “el conocimiento del bien se desarrolla en elhombre en la medida que se va haciendo realidad y va co-brando forma en él mismo”26. Por lo tanto, la educacióndel conocimiento lo que busca es la educación del carác-ter. La misma educación corporal tiende a la formacióndel ánimo. Una consecuencia de la formación del caráctera través de la Paideia es lograr que la intervención de lasinstituciones sea mínimo, casi superfluas dentro del Esta-

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do27. El sabio no necesita de las leyes, las leyes solo son re-queridas por los hombres sin sabiduría.

La manera más sabia de garantizar en el Estadouna permanencia de sus políticas y de sostener el carácterde los individuos es por medio de educar a los educadoresy de hacer que gobiernen quienes alcanzan la mejor educa-ción, es decir, los filósofos. Admitir que no todos puedengobernar es señalar que el carácter no queda presupuestoen la consideración de una educación mecánica y uniformesino en la diversidad de la naturaleza individual. El Estadoideal es el gobierno de los mejores. Los mejores tiene quever con el principio de selección y por lo tanto con el tipode educación que han de recibir los guardianes escogidos.Los mejores tienen que ver con la educación y esto exige lasmejores actitudes naturales. Esta concepción puede servir aequívocos con la aristocracia, sin embargo no se trata deeducar a una nobleza existente con el areté de la nobleza“sino formar una nueva élite mediante la selección de losrepresentantes de la suprema areté”28.

El bien supremo es la unidad del todo. Por con-siguiente los fines no son la prosperidad económica ni laacumulación ilimitada. Todo tiene que servir a lo que Jae-ger llama la unidad social interior. Pero ¿qué hacer paracrear esa unidad nacional? Uno de los recursos de la edu-cación tradicional son los héroes. Estas personas aparecenen todos los países con objetivos más o menos parecidos:mantener una unidad nacional. Sus vidas suelen llevar agrandes discusiones sobre la mentira y lo ideológico quehay tras estos mitos nacionales. Su función representativapuede estar más allá de la mentira pues están colocadosallí en una labor de distorsión de la realidad, dirá Zizek29.La distorsión de la realidad no es una mentira, porque entoda distorsión encontramos una parte de verdad en al-gún contenido particular.

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A través de la particularidades de una cultura seconstruye lo típico de una cultura, sus imaginarios, devo-ciones, encuentros, ritos, etc. Estas formas típicas y nacio-nales funcionan de acuerdo al esquematismo trascenden-tal kantiano, donde el vacío del universal es llenado porlas formas típicas que pretenden suplantar lo real. Así, elhecho real se construye al través de lo típico. Zizek llama-rá a esta relación entre el universal y el particular, unaoperación de sutura.

Otra forma que aparece esencial para la educa-ción a la cultura es la integración de la negación en la afir-mación. No es que somos y por tanto no somos otra cosa,sino porque no somos algo, por eso somos. La negación esconstitutiva de la soberanía. Ese algo que somos y a lo quele llamamos identidad no deja de ser abstracto y aquelloque hace parte de la oposición, supuestamente es concre-to. De esta manera la negación se convierte en un símbo-lo de la identidad. Así, no existen grandes identidades sinnegaciones casi imperecederas. Por consiguiente, el odioal extranjero se le convierte en símbolo nacional, el dis-curso sobre lo propio es más un rechazo a lo ajeno. El uni-versal vacío es llenado por lo que creemos que somos, queen realidad es igual al odio frente aquello que creemos, nonos deja ser lo que queremos ser.

Con las visiones nacionalistas de la cultura se lo-gra decir aquello que todos queremos escuchar. Por lotanto el problema no es mentir sino el asentamiento de lahegemonía que se consigue a partir de la distorsión de larealidad y la negación de la totalidad.

Esta negación propia de una cultura nacionalno se presenta como tal. En efecto, la mejor negación sesuele encontrar en la afirmación; es decir, cuando le deci-mos a alguien para evadirlo: “sí mi amor, tú tienes toda larazón”. Tras lo que se afirma, está el sentido profundo que

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es igual a la negación. Dentro de las negaciones existe to-do un trabajo ideológico. Si la negación está transportadapor la afirmación quiere decir no solo que lo que cuentaes la práctica sino el mismo discurso. Por el ejemplo, el lí-der del partido político puede decir que lo más importan-te es el país. Su particularismo pretende llenar la univer-salidad de la Politeia.

No es tan fácil descubrir las negaciones que seesconden en la afirmación de una determinada identidado en la enunciación de una determinada política. Todorovdirá que el descubrimiento de este doble juego no es fácilpor una razón básica y es que a la simbología del mal so-lo llegamos desde la simbología del bien; por lo tanto, nopodemos ver que algo se nos oculta cuando se comienzadesde el bien afirmando que no se va a ocultar nada. Enconsecuencia, significantes de la política mundial, comola honestidad, la ética, la igualdad, hacen parte de unasimbología del bien que transporta todo una ética delmal. Todos estos significantes se repiten como si estos fue-ran posible. Lo único que no se puede olvidar de repetirson estos significantes. Por ejemplo, se habla de transpa-rencia como si algo pudiese ser transparente, de honesti-dad como si hubiesen personas honestas. Olvidamos quequizás la más grande deshonestidad es pretender aparecercomo honestos o éticos.

Negamos para dominar; por tal motivo, lo queimporta no es lo que queda fuera con la negación sino loque está adentro, tal como lo señalaba Foucault. Zizekmencionará este fenómeno como el quiebre desde adentrodel discurso30. En consecuencia, dependemos de la nega-ción para la hegemonía. Por lo tanto, no es extraño que laadherencia a tratados abiertamente injustos como losTLC ocurra en las posiciones más críticas que podamosimaginar. Así, la vida de los pueblos depende de lo censu-

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rado, pues el goce pende de ese movimiento morboso enel que va ocurriendo la hegemonía, colocando a su servi-cio la censura ya que dependemos de lo censurado parahacer nuestras morales, pues nuestra bondad depende delmal en los otros y de los otros. En breve, en lo que se afir-ma encontramos la verdadera negación y esa en nuestrafrustración31.

Aunque podamos horrorizarnos con la nega-ción, en el fondo la aprobamos. Qué aburridos serían losnoticieros si no nos presentarán el horror. No solo quenos acostumbramos al horror sino que somos una huma-nidad que requiere del horror para salir de esta cotidiani-dad maquínica del trabajo y de la vida organizada alrede-dor del consumo. Necesitamos del espectáculo del horrorpues éste nos ayuda a verlo como el “buen horror”. En lanegación estamos negando la trasgresión. Así, vivimos enuna obscenidad cotidiana constitutiva de la cotidianidad.Por tal motivo estamos bajo los impronunciables, con eldiscurso de la ley y de la moral pero escondiendo la acep-tación de la lógica del capital o de la aceptación del auto-ritarismo y de la injusticia.

7. Se puede ser filósofo, siendo pedagogoy la desimanación de una filosofía ya nohecha solamente por filósofos

Hasta el siglo XIX la pedagogía hacía parte de lafilosofía32. La pedagogía será una de las disciplinas que des-cienden a la calle para tener aplicaciones en la vida cotidia-na. Este desprendimiento hace que todo hombre o mujerque intente cambiar algo en el mundo, en la vida de loshombres y las mujeres, ingrese en la filosofía. Este despren-dimiento le ha servido de manera increíble a la filosofía y alas ciencias que dependían de ella puesto que la disemina-

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ción hace aparecer una diversidad de actividades. En efec-to, para Foucault toda actividad que logre hacer aparecerun objeto nuevo para el conocimiento o para la práctica esfilosófica. Por consiguiente la filosofía no es ningún esen-cialismo, ella ha ido cambiando dentro de la historia deacuerdo al poder, puesto que la filosofía no se libera de lamanipulación, ni de la ideología y mucho menos del poder.

La filosofía ¿es un saber como la pedagogía? Talvez sí, pero eso no es todo. Estos son saberes que tienenque ver con no saberes. En tal sentido no es un saber pu-ro. La filosofía y la pedagogía son saberes que invisibili-zan otros saberes. En consecuencia, su relación como sa-ber no está analizado y su análisis es algo que tiene mu-cha importancia. Morin dirá que lo filosófico tiene quever con lo no filosófico dentro de una perspectiva de in-terdisciplinariedad. La educación depende también de lono-educativo. Nosotros no nos iremos por la línea de lainterdisciplinariedad, no porque no sea interesente hacereste análisis, pues de hecho la filosofía se enriquece conlas otras ciencias hasta el punto que las otras ciencias noescapan a las nociones filosóficas, sino que nos situare-mos más en la línea que Foucault (1976) trabajaba, esdecir, los saberes no son independientes de los no sabe-res y los no saberes no se encuentran en una relacióndialéctica con los saberes, pues éstos no se encuentransuprimidos ni superados a la manera del aufhebung. Porel contrario, los no-saberes juegan un papel importanteen la definición de los saberes y sus prácticas. En conse-cuencia, la filosofía y la pedagogía no son disciplinascompletamente puras ni autónomas. Nociones pedagó-gicas dependen de lo estrictamente no pedagógico: po-der, sicología, cultura, etc.

Filosofar no es pensar tal como señalara Deleu-ze en su libro escrito con Guattari sobre Qué es filosofía.

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Todas las ciencias piensan, el pedagogo piensa, lo mismoque el artista. Filosofar es una forma peculiar de pensa-miento y esa forma de pensamiento consiste en pensar apartir de conceptos. Más allá de estar de acuerdo con estadefinición, filosofar es una forma de pensamiento que notiene la exclusividad del pensamiento.

La forma de pensamiento -pedagógico y filosó-fico- cambia de una época a otra. No sólo que es un pen-samiento que cambia sino que se vincula a otras formasde pensamiento de su época. Por ejemplo, la pedagogíadependió a inicios del siglo XX del discurso del desarro-llo; hoy depende más de las ciencias neurobiológicas. Lafilosofía ha estado unida a la ironía griega, a las medita-ciones cartesianas, a la critica Kantiana, a la dialéctica he-geliana y a la manifestación marxista. No nos interesaaquí la discusión entorno a saber cuál de estas formas esla más original y auténtica pues es imposible definirlo. Locierto es que, siguiendo la línea de Foucault, hoy el pensa-miento filosófico ha estado intentando separarse de ladialéctica como en el caso de Deleuze, Badiou, Derrida,Lyotard, Ranciere, Poulain. La filosofía tiene necesidad desepararse de la dialéctica que la rigió durante todo el sigloXIX y una buena parte del siglo XX. ¿Qué significa esca-par de la dialéctica? Foucault decía que es no seguir pen-sando a partir de las oposiciones; Derrida afirmaba que setrata de romper con las binariedades; Deleuze hablaba delpensar en la torsión. El escape de la dialéctica sucede en elescape del lenguaje o en lo que podría ser la desaparicióndel hombre en el lenguaje.

Si la pedagogía y la filosofía dependen del no sa-ber, y es importante escapar de la dialéctica, el no saber noes el opuesto a estos saberes, puesto que ellos están allí ali-mentándolos, definiéndolos, creando consistencia. De he-cho, la filosofía y la pedagogía no son lo concreto sin caer

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inmediatamente en el viejo problema entre la teoría y lapráctica. Por el contrario, las categorías de lo concreto, lovivido, la totalidad pertenecen al reino del no-saber. Estavisión abre una herida al pensamiento dialéctico quienpretendió juntar el concepto con lo real. Desde entonces,el concepto está perdido y no puede tener relación ni conla imagen y mucho menos con la realidad. Nietzsche fuequien abrió esta herida en el lenguaje filosófico. Desde en-tonces la reflexión filosófica tiene un campo extremada-mente rico en el ámbito que no hacía parte de la reflexiónfilosófica. Por consiguiente, los etnólogos, los lingüistas,los sociólogos, los psicólogos, los pedagogos pueden co-meter actos filosóficos. Luego, podemos hacer filosofía sinser filósofos, mientras que es muy difícil cometer actos pe-dagógicos sin ser pedagogos.

El cometimiento de actos filosóficos y actos pe-dagógicos los podemos encontrar hoy por varios cami-nos. En el caso de la filosofía que ya no pretende llegar alo real existen caminos del pensamiento al estilo de Hei-degger, o quienes juegan al rol de la arqueología y estu-dian el espacio en el que se despliega el pensamiento. Co-mo consecuencia de esta última, se estudia la geo-políticadel conocimiento en América Latina. En consecuencia, ladiseminación de la reflexión no tiene un parámetro quepermita determinar que algo no es filosófico mientrasotras reflexiones sí.

El pedagogo abre agujeros en los relatos educa-tivos tradicionales. Cuando una pedagogía emerge lo ha-ce como si hubiese encontrado el único camino, a diferen-cia de la pedagogía diferenciada que admite que no es po-sible la exclusividad de lo uno. La invención de la pedago-gía irrumpe en escenarios que la dejan pasar de largo conla moda y que paradójicamente se sostiene con la resisten-cia. El filósofo también abre enormes agujeros allí donde

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antes estamos perdidos. El problema es que no siempreestamos conscientes de estar perdidos ni nos damos cuen-ta de los agujeros que abren los filósofos y los pedagogos.Para abrir un agujero se requiere de una escritura que noslleva hasta los límites; de este modo, llegamos hasta los lu-gares que no han sido franqueados. En consecuencia, unaescritura que vaya hasta los límites no puede evitar la des-moralización de la época.

El logos filosófico y pedagógico están obliga-dos a utilizar el lenguaje; pero, hay dos sospechas que secolocan en medio. Una es la sospecha en que el lenguajeno dice exactamente lo que dice. Por lo tanto el sentidoque tomamos y que es inmediatamente manifestado noes sino el mínimo de los sentidos el cual protege y trans-mite otro sentido. Otra es la sospecha que el lenguajepuede desbordar su forma propiamente verbal y que hayotras cosas en el mundo que pueden hablar y no hacenparte del lenguaje.

Desde Nietzsche sabemos que el sentido ahoraes no tener sentido. No hemos sido tocados en lo que nosrodea sino en lo que nos constituye. Pero eso que nosconstituye no se encuentra al interior sino que hace partede la epidermis. La profundidad no es más que una inven-ción de los filósofos, afirmaba Nietzsche. Esa profundidadimplica la resignación, la hipocresía, la máscara. Intentarser profundos es la mejor manera de manipular. En reali-dad, el mundo si es profundo pero su profundidad no esmás que un juego de niños. En consecuencia, desde ahorafilosofar es una tarea infinita. Los signos están unidos encadenas que no se terminan nunca tal como lo descubrie-ra Saussure. Lo que encontramos es una apertura irreduc-tible. La interpretación se encuentra en suspenso a partirde sí misma. En cierto sentido, el acercamiento a la inter-pretación es también el acercamiento a su ruptura. Ella no

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deja de desplegarse sin que tenga el poder de acabarsenunca. En el caso de la pedagogía, la confrontación suce-de a nivel de la alteridad. Podemos enseñar todo lo quequeramos, pero nunca podemos saber cómo el otroaprende, pues sería tocar el núcleo mismo de la libertadhumana. Así, la alteridad es el campo infinito de la peda-gogía, al mismo tiempo que es su máximo límite debido ala irreductibilidad del otro.

Si nunca podemos dejar de filosofar y la peda-gogía no puede ingresar en el campo del aprender sino ala manera de una simulación, la gran tragedia no es queestemos condenados a la interpretación sino que no haynada para interpretar pues no existe lo primero que deberser interpretado. Cada cosa es un signo en sí mismo y nouna cosa que se ofrece para ser interpretada. Luego, noso-tros no interpretamos signos sino que nosotros interpre-tamos interpretaciones. Nosotros no enseñamos a perso-nas sino a saberes educativos que nos dicen quien es elotro sin que podamos tener seguridad de sí eso que se di-ce es constitutivo o no.

Sí la filosofía no es más que un juego de inter-pretaciones y la educación es una apuesta en el mejor delos sentidos de Pascal, hay dos consecuencias que pode-mos sacar de esta situación: la primera consecuencia esque nos preguntamos sobre ¿quién ha puesto la interpre-tación? y ¿quién hace la apuesta? En otras palabras, ¿quépoder esta detrás del saber? Cuando elaboramos un pen-sum, ¿qué poder se juega? Cuando enseñamos las mate-máticas, ¿qué poder queremos instaurar? a favor ¿dequién? La interpretación o la apuesta no es otra cosa queel intérprete o el apostador. La segunda consecuencia esque la interpretación tiene que interpretarse a ella misma.En oposición al tiempo de los signos que es un tiempo delintercambio y el tiempo de la dialéctica que es un tiempo

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lineal, la interpretación es el tiempo circular y la apuestaes un tiempo que depende del tiempo en el que otro deci-de aprender.

Ante la tragedia de la interpretación podemosrecurrir al sentido. Hoy el filósofo rompe con la idea deHusserl según la cual existe sentido por todas partes quenos envuelve y nos enviste antes de que nosotros comen-cemos a abrir los ojos y a tomar la palabra. El sentido yano está en las cosas, ni siquiera es algo que se puedaconstruir como pretendiera Sartre. Hoy nos preocupa lamanera cómo el sentido puede desaparecer, ser eclipsa-do por la constitución del objeto. La desaparición de lossentidos sucede en todas las sociedades que se legitimanpor una serie de sistemas de oposición entre el bien y elmal, permitido y defendido, licito e ilícito, criminal y nocriminal, pensaba Foucault, pues todas estas oposicionesse reducen a la simple oposición entre lo normal y lo pa-tológico. Estas oposiciones no son auténticamente hege-lianas pues aunque el mundo occidental puede ser máspermeable a la filosofía hindú, o la espiritualidad orien-tal, no deja todavía más de accidentalizarse. Es decir,aquí no cabe la paradoja sino ubicarnos de manera dife-rente en la occidentalización.

Ni la filosofía ni la pedagogía pueden decir unaverdad definitiva válida para todos por todos los tiem-pos. Por tal motivo, tenemos que inventar nuestras pro-pias verdades e inventarnos dentro de ellas pero sobretodo, no dejar de pensar el presente, de diagnosticarlosen sus discursos y prácticas: “yo busco diagnosticar, rea-lizan un diagnóstico del presente, decir lo que nosotrossomos hoy día y saber qué significa hoy lo que nosotrosdecimos”33.

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8. A manera de conclusión, el trabajocomplementario entre la pedagogíay la filosofía

A partir del estudio anterior podemos afirmarque ni la filosofía es un discurso sobre la pedagogía ni lapedagogía es una suma de métodos que inventamos pa-ra hacer comprender los saberes. No hay duda que la pe-dagogía se ha visto como algo despreciable34 sobre todoen el ambiente universitario. En realidad, el pedagogo noes un tecnócrata sino alguien que puede ayudar a apren-der y a crecer. La filosofía puede ayudar a pensar los pen-samientos de la pedagogía y la pedagogía ayudar a con-cretar la filosofía.

Si la sociología y la filosofía descubren que laescuela hace parte de la maquinaria social que reprodu-ce las desigualdades y se va contra las personas más des-favorecidas, la pedagogía puede vencer con ese fatalismoa la que la condenó Althusser con lo que se llama el efec-to-educador o el efecto-institución. Nosotros los educa-dores somos parte activa de los procesos de selección es-colar y podemos actuar dentro, haciendo que los estu-diantes puedan reivindicar el derecho a la cultura y a ladignidad.

El pedagogo puede determinar las etapas, el fi-lósofo sus orientaciones. Cuando enseñamos, y nos mete-mos en el trabajo de que el otro aprenda, sabemos que unconocimiento no es una cosa que se vende o se compra, esuna realidad mental que se construye a través de opera-ciones cognitivas complejas. El pedagogo tiene la respon-sabilidad de instalar la operación mental que se requiereen el corazón del trabajo. Es indispensable preguntarsesobre aquello que el estudiante debe aprender y él, sabersobre qué pasa en la cabeza para que el otro aprenda. No

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podemos determinar sólo los conocimientos sino tam-bién los actos mentales necesarios para adquirir los cono-cimientos y los actos mentales que se producen con losconocimientos que se adquieren. En consecuencia, el pe-dagogo nos ayuda a entender que la educación no puedeser banalizada por las lógicas del mercado; pero, para lle-gar a esto requiere de la epistemología. La filosofía actúa apartir del juicio que se realiza a la cité.

En el fondo, el discurso pedagógico es un dis-curso que hace práctica la inteligencia de cosas educativashaciendo tomar partido sobre las prácticas y aportandolos medios de construir escenarios que sirvan a los estu-diantes. El verdadero aporte de la pedagogía a la educa-ción es que me permite leer lo real para que pierda su con-dición extranjera, a fin de que devenga algo suficiente-mente cercano y familiar que el otro se la pueda apropiar.La pedagogía es la que nos enseña que todavía algo es po-sible cuando la filosofía puede caer en el fatalismo y creerque ya nada se puede hacer; en tal sentido, el pedagogo esel que contesta los interesantes descubrimientos de Piaget:no se trata solamente de aprender a partir del desarrollosino de aprender para desarrollar.

El pedagogo se coloca en un tarea que es impo-sible pero que hace parte del sueño fundamental de laeducación: “hacer advenir la humanidad en el hombre”.El pedagogo no es el maestro sobre la humanidad, tampo-co el filósofo; por tal motivo, se necesitan los dos para lo-grar repensar la humanidad desde la justicia y los misera-bles de este planeta.

Freddy Javier Álvarez GonzálezQuito, febrero del 2006

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Notas:1 Francois Chatelet, Platon, Gallimard, Paris, 1965 p.412 Chatelet afirma : “Porque si debemos filosofar es porque la

política tal como es practicada se conduce de una maneraineluctable hacia la violencia, el mal y la injusticia” Ibíd., p.82

3 Ibíd., p. 854 Philippe Meirieu l’ Envers du Tableau, ESF Editeur, Paris,

1993 5 Ibíd., p.71 6 Jean François Lyotard, Pour quoi Philosopher? 7 Philippe Meirieu, Frankenstein, Pédagogue, Paris, Editions

Seuil, 1997 8 La principal voz de los diálogos es Sócrates, salvo en las le-

yes, donde no figura, y en el Parménides, El Sofista y El Po-lítico, donde no tiene el papel principal.

9 Jacques Ranciére Le Maître Ignorant, Leçons de l’émancipa-tion intellectuelle, Editorial Fayard, 1933.

10 Ibíd., p.95-9911 Ibíd., p. 97 12 Ibíd., p.109 13 Ibíd., p.128 14 Platón, Obras Inmortales, La República Editorial EDAF,

S.A. Madrid., 1993 p. 74315 Lyotard, Ibíd., p.20 16 Álvarez Freddy et. al. 2005 El arte de cambiar las personas

que cambian las cosas. Editorial Silva, Quito, p. 25 17 Ibíd., p.25 18 Ibid p. 2619 Op., cit., Platón p. 74220 La única violencia legitima es la del Estado, piensa Weber.21 Meirieu 1993 Op. cit., p. 72 22 Emmanuel Lévinas, Entre Nous, Essais sur le penser a l’ au-

tre, Grasset Paris, 1991, p.10023 Wegner Jaeger Paideia Fondo de Cultura Económica, Bo-

gotá, 1992, p.593

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24 Ibíd., p.59525 Ibíd., p.62426 Ibíd., p. 624 27 Ibíd., p.62528 Ibíd., p.64429 Slavoj Zizek, Estudios culturales, reflexiones sobre el multi-

culturalismo, Paidós, Barcelona, 198830 Michel Foucault, DITS ET ECRITS. p.146 31 En tal sentido, ir a los cabaret no es signo de machismo si-

no de frustración.32 “La sociología, la sicología, la pedagogía hacían parte algu-

nos décadas de la filosofía” en Michel Foucault, 12 avril1967 Ibíd.

33 Ibíd., p., 634 34 Philippe Meirieu dice: “Ustedes los pedagogos con sus per-

petuos problemas de conciencia, ustedes no son más quecuras arrepentidos, ustedes no fueron capaces de superarvuestras crisis de adolescencia y viven en la ilusion perma-nente de una comunicación plena con los niños y las niñasque en el fondo ustedes deprecian” en Op cit, 1993, p.78

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