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Colección MonumentArgentina / 5

Título: Árboles Históricos Nacionales

Autor del texto e investigación de imágenes : Oscar Andrés De Masi

Fotografías actuales: gentileza de Arq. Mónica D´Amico, Arq. María Rosa Plana, Arq. Inés Pemberton, Arq. Luis Orecchia.

Fotografías históricas:Archivo institucional de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos (CNMMyLH).E. Udaondo, ´´Árboles históricos de la República Argentina´´ (fotos págs. 24, 26, 28, 33, 37, 49, 53)G. Aubone, ´´Los eucaliptus, los mimbres y la higuera de Sarmiento´´ (fotos págs. 29, 43, 61, 66)p.T. Pinillos, OP, ´´Historia del convento de San Carlos de San Lorenzo´´ (foto pág. 57)Revista ´´Caras y Caretas´´ (foto pág. 19)Diario ´´El Mundo´´ (foto pág. 47)

Editorial Eustyloswww.eustylos.com.ar

Impreso en la Argentina

© Oscar Andrés De Masi (2012)© Eustylos (2012)

Este libro no puede reproducirse, total o parcialmente por ningún método gráfico, electrónico, mecánico u oral, incluyendo los sistemas de fotocopia, registro magnetofónico o de alimentación de datos, sin expresa autorización por escrito del autor.

Diseño: Estudio Daniel Forte sobre idea de Eustylos y dibujo original de Serrano (1925), para la cubierta.Impresión: Gráfica Heine

De Masi, Oscar Andrés Arboles históricos nacionales : las declaratorias de la comisión nacional de museos y de monumentos y lugares históricos y sus antecedentes / Oscar Andrés De Masi ; con prólogo de Juan Martín Repetto ; María Elida Blasco ; Carlos Casamiquela. - 1a ed. - Buenos Aires : Eustylos, 2012. 81 p. ; 23x17 cm. - (MonumentArgentina / Oscar Andrés De Masi; 5)

ISBN 978-987-24935-4-7

1. Historia Argentina. I. Repetto, Juan Martín, prolog. II. Blasco, María Elida, prolog. III. Casamiquela, Carlos, prolog. IV. Título CDD 982

Fecha de catalogación: 01/03/2012

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Árboles Históricos NacionalesLas declaratorias de la Comisión Nacional de Museos y

de Monumentos y Lugares Históricos y sus antecedentes

Oscar Andrés De Masi

2012

Presentado por

Juan Martín Repetto

Carlos Horacio Casamiquela

María Elida Blasco

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La colección MonumentArgentina difunde el conocimiento del patrimonio monumental de los argentinos, y es auspiciada por la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos.El presente volumen ha sido impreso con un aporte del INTA.

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Palabras preliminares

Presidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos

Arq. Juan Martín Repetto

El árbol que para Luther King es esperanza, para nosotros es esperanzay memoria; cada uno de esos seres vivos protegidos por nosotros, son testigos y mensajeros de nuestro pasado, están allí, de pie, para recordarnos los hechos que presenciaron, las conversaciones que escucharon, las batallas que vislumbraron, las manos que los plantaron, en fin, los dolores y las alegrías de aquellos con quienes tuvieron una especial relación y que por esa relación hoy son cuidados y reconocidos por la Nación toda. Un

hombre sabio que sabía de la unidad del universo, como fue el gran Atahualpa Yupanqui, aquel que decía “somos tierra que camina”, decía también que la madera de su guitarra llevaba el recuerdo de los pájaros que cantaron en las ramas del que fue árbol un día, el olor de su flores y el sonido del viento y que había que escuchar estos sonidos en el fondo de su música. Nuestros árboles protegidos, llevan también memoria, deben inspirarnos para homenajear a los que nos antecedieron en el camino de la vida, pero más que

Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.

Martin Luther King

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6Presidente del INTA

Ing. Carlos Horacio Casamiquela

El compromiso creciente de nuestra sociedad con los bosques y sus principales constituyentes, los árboles, nos invita a celebrar la aparición de este importante volumen, dedicado a desarrollar, de una manera fascinante, los procesos que condujeron a la denominación de los árboles históricos del país, distribuidos a lo largo de una

buena parte de la geografía nacional.Como bien lo señala su autor, hubo pioneros en esta actividad desde comienzos del siglo XX que tempranamente comprendieron la importancia de los árboles, no sólo como testigos mudos de hitos históricos, sino como potenciales generadores de riqueza y de lo que hoy se reconoce como bienes y servicios ambientales. Algunos, como Udaondo, reconocieron la posibilidad, y necesidad, de combinar la plantación de árboles con la ganadería, tanto por la protección que los mismos pueden ofrecer a los animales como para la provisión local de productos madereros de uso común en los campos y localidades cercanas.

La Institución que hoy tengo el honor de presidir, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, ha priorizado el tema forestal prácticamente desde su fundación. En sus comienzos, anticipándose con el mejoramiento genético de especies de cultivo y a partir de 1992, mediante la creación del Programa Nacional de Investigación Forestal, cuyo objetivo fundamental es el desarrollo de tecnologías para la producción sustentable de todo tipo de bosques en el país, así como la conservación de los mismos. De esta manera se reconoce la relevancia del aporte de los bosques a la economía nacional y a la conservación de estructuras y funciones de los ecosistemas.

nada para copiar el ejemplo de estos hombres y mejorar la vida de los que nos continúan. Como bien dice Oscar Andrés De Masi en este excelente trabajo, hoy el Patrimonio en general y la Comisión en particular, tiende a reconocer los conjuntos, básicamente porque hacen la lectura de la historia más comprensible, mucho más que el elemento aislado. Pero estos casos son especiales y ya veremos en el desarrollo del trabajo el valor de cada uno de ellos y también el de los hombres que antes que el autor desarrollaron un trabajo fundamental para ser base de este mismo, que en el futuro será soporte de otras investigaciones. El archivo de la Comisión sigue hoy saliendo a la luz con este trabajo magnífico y riguroso de nuestro Vocal Secretario, impreso sobre lo que también alguna vez fue árbol. Tengamos en su lectura la sensibilidad que nos pedía Don Ata.

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El INTA da una alta valoración a esta edición, que es parte de la historia del país, y renueva su compromiso para colaborar en la conservación de tan importantes ejemplares arbóreos, acompañando la iniciativa de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos que suma a su prolífica labor la vinculación entre la historia y la naturaleza. Invito a continuar y profundizar estas tareas compartidas como aporte a la preservación de los ejemplares arbóreos históricos, para que las actuales y las futuras generaciones puedan gozar de su longeva y silenciosa presencia, sabiendo que compartieron la vida con nuestros antepasados y los hechos históricos que protagonizaron, marcando los rumbos de nuestra Nación.

“El ‘sentido común’ de una época está saturado de la ensordecedora propaganda del status quo; pero el elemento más poderoso de esta propaganda es simplemente el hecho de que lo que existe, existe”, ha escrito el

Dra. María Elida Blasco

Becaria posdoctoral del CONICET / Archivo del Museo de La Plata

historiador E. P Thompson retomando a Antonio Gramsci1 . Y aplicado a lo que hoy nos convoca, se trataría por ejemplo de aceptar que los objetos que han sido - y siguen siendo- definidos, reconocidos y resguardados como “árboles históricos”, son efectivamente “históricos”. La aceptación de una afirmación de ésta índole no genera de por sí ninguna reflexión si de lo que se trata es solo de consagrar un conjunto de nociones ya incorporadas justamente al famoso “sentido común”. Pero para aportar nuevos elementos que enriquezcan el estado del conocimiento, creemos necesario ir más allá, interpelarlo, interrogarlo: ¿por qué se considera “histórico” el pino de San Lorenzo y no el resto de la flora del predio, tan antigua como el pino?; ¿qué hay detrás del concepto “histórico”?. En opinión de la que suscribe, es necesario plantear nuevos problemas surgidos del análisis empírico y la confrontación documental 2.La investigación del Dr. De Masi constituye un valioso aporte que permite reconstruir fehacientemente el proceso de construcción de la categoría “árboles históricos” y por ende entender el proceso de transformación de un conjunto de árboles crecidos en un determinado territorio, en “reliquias”

1-THOMPSON, E. P. “Folclore, antropología e historia social”, en Historia Social, Nº 3, Valencia, 1989, p. 89; GRAMSCI, Antonio, “Introducción al estudio de la filosofía”, en Cuadernos de la cárcel, N° 11, 1932-1933. 2-BLASCO, María Élida, “Un panteón de naturaleza nacional: la transformación de los árboles en ‘reliquias históricas argentinas’, 1910 y 1920”, en Independencias y museos en América Latina. L’Ordinaire latinoamericain, 2010, N° 212, pp. 75-104. Disponible en el sitio http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/blasco4.pdf

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patrióticas y luego en “patrimonio” de la Nación. Es justamente esta idea de “construcción” la que quisiéramos señalar con particular énfasis ya que las páginas que siguen – y sobre todo la recopilación documental lograda por De Masi- lo abonan e ilustran con agudeza. Los árboles no son de por sí “históricos”: por el contrario, una persona o mejor dicho un conjunto de personas los fueron ordenando, seleccionando, clasificando, resguardando y “declarando” históricos a lo largo del tiempo. Ese “tiempo” remite al siglo XX y dentro de las principales figuras, entidades e instituciones involucradas son referencia obligada Benito J. Carrasco, Enrique Udaondo, la Sociedad Forestal Argentina y la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, tal como lo demuestra de manera acertada el índice de la obra del Dr. De Masi. En cambio la finalidad de ese proceso de construcción de la noción “árbol histórico”, es más compleja de determinar y por lo tanto es mucho más pasible también de fomentar desacuerdos y disensos entre los historiadores. Mucho más problemático aún es señalar “el momento” en el cual alguno de estos árboles comenzó a ser reconocido por la gran mayoría de los argentinos como “bien de interés histórico”, más allá de la declaratoria oficial. En este

sentido, quien suscribe estos párrafos es proclive a pensar que la selección de los árboles – al igual que la selección y constitución de las colecciones de objetos que pasarían a exhibirse en los denominados museos históricos a fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX- fueron consecuencia del interés de algunos agentes – llámese individuos o instituciones vinculados o no a los ámbitos eruditos- por asociarlos al recuerdo de determinados hechos o figuras del pasado considerados importantes para la historia local3. Pero la mayoría de estas propuestas vinculadas a la instalación de museos y formación de colecciones de “objetos históricos” (incluidos los árboles), se sustentaban en iniciativas personales de algunos pocos interesados y lejos estaban de constituir valores de tipo patrimonial. Recién en la década de 1940, como bien lo muestra el Dr. De Masi, comenzó a asociarse a los árboles en cuestión con la noción de “reliquia” y “monumento” histórico. Y ahora sí fue el Estado a través de agencias específicas como la Academia Nacional de la Historia (1938), la Comisión Nacional de Museos (1938) - ambas presididas por Ricardo Levene- o la Comisión Central Honoraria de Parques Provinciales y de Protección de la Fauna y Flora Aborigen (1940) al frente de Enrique Udaondo,

3- BLASCO, María Élida, Un museo para la colonia. El Museo Histórico y Colonial de Luján, 1918-1930, Prohistoria, Rosario, 2011. Sobre el proceso de gestación del Museo Histórico Nacional ver BLASCO, “Comerciantes, coleccionistas e historiadores en el proceso de gestación y funcionamiento del Museo Histórico Nacional”, en Entrepasados, Nº 36-37, 2011. Sobre su primera época de funcionamiento bajo la dirección de Adolfo P. Carranza ver CARMAN, Carolina,“Redes sociales, Estado y Colecciones en la fundación del Museo Histórico Nacional (1889-1897)”, Tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2010 [inédita]

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quien asumía la tarea de seleccionar, definir y consagrar los objetos y lugares como “bienes patrimoniales”. Fueron los miembros de estas instituciones, con fuertes vínculos con los referentes gubernamentales, quienes diseñaron los dispositivos4 de las políticas culturales vinculadas a la divulgación de la historia y a los usos y representaciones del pasado5 que dieron forma a la memoria colectiva que aún hoy subyace en la mayor parte de los argentinos. En síntesis, la tarea emprendida por el Dr. Oscar De Masi merece ser saludada con énfasis ya que a través de la exhumación de documentos hasta ahora desconocidos provenientes del archivo institucional de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos da cuenta de este proceso de construcción colectiva de objetos – en este caso algunos ejemplares de árboles- que hoy en día siguen siendo definidos como de interés histórico. Enrique Udaondo no fue una figura marginal de este proceso ya que sus prácticas modelaron gran parte de las acciones posteriores implementadas por los miembros de la Comisión Nacional de Museos; y más aún, su legado esbozado en aquel trabajo pionero de 1913 Árboles

Histórico de la República Argentina puede rastrearse en la diversidad de catálogos provinciales y declaratorias de árboles históricos existentes en la actualidad. Pero como lo ha señalado E. Hobsbawm6, es necesario recordar que más allá de cuales sean sus intenciones los historiadores son los productores de las materia prima que se transforma en propaganda y mitología, sobre todo en aquellas épocas en que van desapareciendo otros medios de conservar el pasado. De ahí que en vez de enaltecer la actuación de Udaondo – o la de otros tantos agentes que se vieron involucrados en mayor o menor medida en este proceso-, consideramos que una de las tareas fundamentales consiste en promover análisis críticos sobre estas intervenciones. Y otra de ellas, en estimular la proliferación de nuevos objetos de estudio para los investigadores. Reconstruir las prácticas culturales mediante las cuales algunos ejemplares de la naturaleza se transformaron en objeto de interés para científicos e historiadores constituye una excelente propuesta. Y las páginas que siguen se encaminan en este sentido.

4- Foucault lo define como “de naturaleza esencialmente estratégica” y perteneciente tanto a los elementos “dichos como a lo no dichos”: una red heterogénea establecida entre discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas; FOUCAULT, Michel , Saber y verdad, La Piqueta, Madrid, 1991, p. 128.5- CATTARUZZA, Alejandro, Los usos del pasado. La historia y la política argentinas en discusión, 1910-1945, Sudamericana, Buenos Aires, 2007.6- HOBSBAWM, Eric, “La historia de la identidad no es suficiente”, en HOBSBAWM, Eric, Sobre la historia, Crítica, Barcelona, 1998, p. 275.

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Comenzaré por un recuerdo cinematográfico. Quienes hayan visto ´´La grande buffe´´ de Marco Ferreti (1973) quizá retenegan el protagonismo del ́ ´tilo de Boileau´´, a cuya sombra se sentaba el poeta francés. De hecho, la última escena de la película ocurre junto al árbol histórico, visiblemente señalizado como monumento. Persistía, pues, en Francia, luego de sesenta años, la buena praxis de colocar señales en aquellos ejemplares.

Pero acercándonos a la Argentina, ¿cuántos acertarían a responder con el nombre de Facundo Quiroga a la pregunta acerca de quien fue el pionero en el señalamiento de un árbol histórico? En efecto, fue Facundo quien mandó a señalar el caldén a cuyo pie se depositaron los restos de Pringles. Curioso antecedente en los anales del patrimonio argentino.

Pero podría, quizá, atribuirse a Sarmiento, la prosopopeya de un árbol en el núcleo de una narración retrospectiva. Tal vez sea más complejo que éso: como en círculos concéntricos de identidad, “Recuerdos de Provincia” pone su centro en la matrona, doña Paula, cuyo centro es la casa, cuyo centro es la higuera. No en vano la tala de la higuera, perpetrada por las hermanas de Sarmiento, aparece como un episodio dramático, como un desgarramiento en las entrañas de la casa y de la dueña de la casa.

De algún modo, Sarmiento se anticipó a investir a aquel simple árbol doméstico con la historicidad que otros árboles (y no muchos) habían adquirido, en un contexto épico, en las antípodas de la memoria doméstica y provinciana: el pino de San Lorenzo, por citar el ejemplo más arquetípico. Sin dudas que, el hecho de mistificar al arbolillo sanjuanino, era funcional a la construcción anticipada de su propia glorificación. Sarmiento fue, en este sentido, un fenomenal marketinero de su figura proceral. En cualquier caso, que Quiroga y Sarmiento confluyan en los albores de la “historización” explícita de los árboles argentinos, no deja de ser una impactante paradoja y una muestra de la capacidad vinculante del patrimonio.

Prólogo del autor

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Si a Quiroga y a Sarmiento les cabe el mérito que acabamos de asignarles, a otro argentino le cabe el de haber continuado la idea y, con erudición, haber reunido, por vez primera entre nosotros, los antecedentes dispersos de aquellos árboles que gozaban de la calificación de históricos en la memoria lugareña. Me refiero a don Enrique Udaondo, el autor, en 1913, de la monografía “Arboles históricos de la República Argentina” una obra, todavía hoy, de indispensable consulta en la materia. A su turno, y a impulso de Udaondo, la Sociedad Forestal Argentina sumó su aporte patriótico para el señalamiento de aquellos ejemplares.Llegó, por fin, el momento de sistematización y juridización de aquella particular categoría de “reliquias” patrióticas, producidas por la naturaleza, pero cargadas de memoria por la acción evocativa humana; y le cupo la tarea a la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, creada en 1938, como el máximo organismo estatal habilitado para la fijación del canon objetual, monumental y discursivo de nuestra historia patria.

Era la Comisión Nacional, ahora, la que iba a determinar si tal o cual árbol reunía el legajo suficiente y auténtico para su declaratoria legal como “histórico”. Así, impulsados por la Comisión Nacional que presidía Ricardo Levene y que, hasta 1943, había integrado Udaondo, se dictaron los decretos de los presidentes Ramirez, Farrell y Perón, que plasmaron en normas nacionales las primeras declaratorias de árboles históricos.

La historia de cómo la Argentina inició el “subsistema” de árboles históricos, dentro del más amplio sistema de monumentos y lugares históricos, merecía ser contada, en base a los documentos archivados en la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos (la mayoría de ellos inéditos) y de otras fuentes ya publicadas, como el Boletín que editó durante muchos años el organismo.

Este libro asume esa tarea, en forma ordenada y completa, con intenciones descriptivas antes que críticas. Aún sin caer en el tono apologético, estas páginas no podrían despojarse, tan fácilmente, de un cierto aire de homenaje a quienes me precedieron, a mí y a mis colegas, en los sitiales de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos.

Con el paso de los años y el ajuste de la disciplina patrimonial, algo ha cambiado en nuestra mirada de los árboles históricos. No fueron expresamente incluídos en las categorías patrimoniales previstas en la Ley 12.665; y la Disposición CNMMyLH

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Nº 6/91, del 21 de octubre de 1991, los incluyó en el agrupamiento de los bienes de interés histórico. Es interesante añadir que, aquella misma norma, avanzó en la incorporación de los parques y los jardines al repertorio de los bienes registrables del patrimonio declarado, ya en el agrupamiento de los bienes de interés histórico, ya en el de los bienes de interés histórico-artístico. En esa misma línea, en el año 2009, la Comisión Nacional creó un “Programa de Jardines Patrimoniales y Medio Rural”, que atiende a estos elementos naturales pero vinculados a una memoria histórica o artística. Entre los temas del Programa se encuentran los árboles históricos ya declarados.

¿Puede pensarse en nuevas declaratorias de árboles históricos? Nada impediría que ello ocurriera, y más aún, en el marco conceptual y normativo que acabo de reseñar. Ciertamente, el factor biológico, frente al paso del tiempo, disminuye la posibilidad de hallar ejemplares supérstites de época colonial o del siglo XIX. La existencia de vástagos de aquellos supone una tarea de investigación compleja, donde la disciplina histórica debe convocar el auxilio de los saberes propios de la silvicultura y la genética vegetal. Sin embargo, las más actuales teorías y prácticas patrimoniales se enfocan no tanto en los bienes aislados (sea por ejemplo un edificio, una escultura o un árbol), sino más bien en la protección de conjuntos integrales de bienes, con sus entornos y áreas de amortiguación. Ello permite una lectura más coherente y más abarcadora de los elementos patrimoniales implicados y sus circunstancias históricas, estéticas y territoriales; esto último en sus contextos urbanos, suburbanos o rurales.

Sin perjuicio de esta nota relativa a los actuales criterios, los árboles históricos que ya han merecido una declaratoria nacional son motivo de atención del organismo con facultades de superintendencia (e.d., la Comisión Nacional). Y retomando la primera preocupación que en 1946 y 1947 expresara la Comisión Nacional, acerca de su conservación y sanidad, en el año 2010, el organismo suscribió un convenio con el INTA, cuya cláusula primera propicia acciones de preservación de flora, manejo e identificación de especies arbóreas y herbáceas y reconocimientos patrimoniales.

De este modo, se favorece la cooperación entre instituciones estatales, desde sus competencias y saberes específicos, en provecho del patrimonio argentino, en una materia que hermana natura y cultura. Un merecido retorno, luego de casi cien años, a aquellos llamados de atención que efectuara don Enrique Udaondo acerca de los árboles históricos de la República Argentina, como reza el título de su pionera monografía.

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Deseo expresar mi agradecimiento a la Arq. Mónica D´Amico, del Area Técnica de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, por su colaboración en la búsqueda de fotografías actuales y de antecedentes normativos obrantes en el organismo. A la Dra. María Elida Blasco por facilitarme su trabajo acerca de E. Udaondo, y la construcción del relicario arbóreo argentino. Ya entrando en prensa el presente trabajo, la autora publicó un estudio más amplio relativo al Museo de Luján entre 1918 y 1930, que cito en la bibliografía.Luciano Baldin me prestó su eficaz apoyo en el tipeado y ajuste del texto, sus notas y sus anexos.Norma Porcio y Claudio Mazzoratti colaboraron en la búsqueda y reproducción de algunas fotografías. Nuestra secretaria, Andrea Cacheiro, facilitó las comunicaciones entre todos los colaboradores, como lo hace habitualmente. Y Francisco Heguilein transportó los borradores, desde la Comisión Nacional al estudio de diseño, más de una vez.Quisiera destacar, asimismo, el apoyo económico del INTA para concretar la publicación.

Mi última palabra es de reconocimiento al Presidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, a mis colegas en el Cuerpo Directivo y a todo el personal de la institución, cuya confianza en mi tarea como Vocal Secretario y como cronista impensado de sus archivos, es el estímulo para continuar investigando la historia de una institución al servicio de la cultura argentina.

OADMJulio - Octubre de 2011

Agradecimientos

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Flora nacional y monumentalización de la naturaleza

Desde1868, al crearse el primer Instituto Agronómico

instalado en Santa Catalina (Lomas de Zamora) en

1883; y en 1870, al crearse la Facultad de Ciencias

de Córdoba, se produjo una progresiva acumulación

de saberes y de voluntades en relación con la riqueza

botánica y forestal argentina y a su aprovechamiento

en dispositivos de uso y goce público, ya fueran

los parques y jardines, ya más tarde los Parques

Nacionales. La referencia a Carlos Thays es ineludible,

aunque excede el marco de esta monografía.

Así se fueron jalonando, en 1906, la creación,

Primera parte

Arriba: Ombú llamado ”de la esperanza”, en la antigua chacra de Pueyrredon. Foto publicada por E. Udaondo en 1916 (”Árboles históricos de la República Argentina”)

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en La Plata, del Centro Nacional de Ingenieros

Agrónomos; la fundación de la Escuela de Jardineros

en Buenos Aires, en 1914 (con un museo anexo y

una biblioteca especializada que, más tarde, dio

nacimiento al Instituto Municipal de Botánica); los

artículos y estudios que venía publicando Benito

J. Carrasco desde 1908 (y su tesis, apadrinada por

Carlos Thays, acerca de la “Fitografía de varios árboles

indígenas cultivados en el Jardín Botánico Municipal”)

etc. Muy importante es la acuñación del rótulo de

“flora indígena”.

También, en 1910, los “Datos para la materia médica

argentina”, de Juan A. Dominguez (reeditado y

ampliado en 1928), que compila el estado del

herbolario medicinal indígena en la Argentina y otros

países de América. Este trabajo (que en su edición de

1928 llevó prólogos de Ricardo Rojas y de Bernardo

Houssay), reunió conocimientos de botánica,

farmacognosia, fitoquímica y farmacodinámica,

terapéutica e industrial. Pero, en general, los

comentaristas han pasado por alto sus abundantes

referencias históricas, en particular la primera parte,

y también la introducción de su Synopsis(1) . Si bien

Dominguez no “historiza” tal o cual ejemplar (como

hizo Udaondo), pone las “especies” en un contexto

histórico vernáculo. De algún modo, su remisión a la

historia refuerza la validación tradicional del empleo

terapéutico de la planta en el territorio americano,

y muy particularmente en tiempos precolombinos y

coloniales, y hasta mediados del siglo XIX.

En el caso de Benito J. Carrasco (discípulo dilecto

y continuador de Carlos Thays), al encarar, en su

tesis de ingeniero agrónomo publicada en 1900, la

fitografía de ciertos árboles indígenas cultivados en

el Jardín Botánico(2) , realiza una contribución, desde

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la silvicultura, a la conciencia de la riqueza forestal

nacional. Tarea ésa que Thays venía cumpliendo y

que su discípulo atestigua citando sus palabras: “no

descansaré hasta reunir en los parques y paseos toda

la inmensa y hermosa flora Argentina”. (3)

Muchas expresiones de la tesis de Carrasco son

análogas a las que, en 1913, empleará Udaondo

relativas al valor de los árboles para el bienestar

general. Por ejemplo, decía Carrasco: “Los árboles, ese

adorno majestuoso de los campos, esos productores

de frescura y fertilidad, son tan necesarios para la

economía del mundo… purifican el aire… impiden

que los vientos talen los campos… sus frutos nos

alimentan, sus troncos formas nuestras habitaciones

e innumerables objetos de la industria. Las raíces, con

sus enmarañadas redes, dan solidez al suelo… llegará

el día en que nuestra desolada campaña esté cubierta

por árboles racionalmente distribuidos…“ (4) etc.

Si bien la tesis no contiene referencias históricas, su

planteo (y la directa alusión a la intención de Thays)

se orienta, como señalé, a la formación de una

conciencia de tipo “patrimonial” diríamos, relativa al

patrimonio natural-forestal del país. No es poco como

antecedente para la visión posterior de Udaondo,

que vendría a impostar una trama histórica sobre

algunos ejemplares de aquel patrimonio catalogado

en especies vernáculas.

Otro aporte de Carrasco, ya más cercano a cierta

idea de “monumentalización” de la naturaleza,

fue su presentación en el Congreso Científico del

Centenario acerca de la necesidad de creación de

Parques Naturales. En 1912 reiteró sus propuestas en

un artículo publicado en el diario “La Nación”(5) , donde

tomaba como ejemplo la política norteamericana de

creación de parques y reservas naturales de gran

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extensión, como Yellowstone. También se refería

a otras tierras de propiedad federal “en las que se

encuentran ruinas históricas, fenómenos naturales de

particular rareza, como bosques petrificados, puentes

de rocas y singularidades análogas”. Todo ésto nos

va a sonar bastante familiar, cuando en la Argentina

comiencen a crearse los Parques Nacionales. Incluso,

en algún caso, se llegó a vincular nominalmente el

sitio histórico con la idea de un “parque”: tal el lugar

donde se libró el combate de San Lorenzo. En 1941,

la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y

Lugares Históricos solicitó al Ministerio de Agricultura

la construcción de un “parque” en aquel terreno, y

así literalmente lo recogió la prensa del momento.(6)

También es llamativo que, por entonces, el cargo de

Enrique Udaondo además de Director del Museo

de Luján, fuera el de Presidente de la Comisión de

Parques y Museos de la Provincia de Buenos Aires.

Un paso más en la historización del medio natural,

con fines monumentales, era la iniciativa del

Congreso norteamericano “de adquirir y convertir en

parques los territorios en que se libraron las grandes

batallas de la guerra civil. El ex presidente Roosvelt

fue el líder parlamentario de una campaña llamada

de conservación en la que se reclamaba la necesidad

imperiosa de impedir la destrucción de los bosques…”

Puede afirmarse que la opinión de Carrasco y su foco

en el caso estadounidense fue un antecedente, tanto

de la tarea de Udaondo, como de los programas de

preservación de bienes históricos y naturales que, años

más tarde, recaerían, respectivamente, en la Comisión

Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares

Históricos y en la Dirección de Parques Nacionales.

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Pero de Carrasco ha de señalarse, todavía, otro

aporte adicional, ahora sí, posterior a la monografía

de Udaondo. Se trata de un artículo publicado en

1923 acerca de “La ubicación de los monumentos” (7), a

propósito del emplazamiento del Monumento a los

Dos Congresos.

Su análisis se centra en los elementos estéticos

involucrados, en análoga línea con los preceptos

ambientales de “vista e prospettiva” enunciados

por Gustavo Giovanonni(8). Lo más interesante es la

introducción del elemento arbóreo en el entorno

ambiental del núcleo monumental y, también, en su

grato impacto perceptivo: “Es indudable que esta

composición arquitectónica, cuyo motivo principal

consiste en una fuente, requería desde luego, un

fondo de grandes árboles que constituyendo el marco

adecuado necesario permitiera, al mismo tiempo,

destacar las líneas arquitecturales del monumento.

Por otra parte, los árboles y las fuentes son a la vez

un ornamento espiritual y una decoración insuperable

que se complementan y que juntos producen

sensaciones de belleza, agradables siempre al

espíritu”. (9)

Si bien su apreciación es de tipo paisajística y

esteticista, el nexo de los componentes forestales con

el núcleo monumental del sitio marca una temprana

insinuación de valores patrimoniales de posterior

desarrollo, tales como los conjuntos integrales de

arquitectura y entorno paisajístico, la amortiguación,

etc.

Arriba: El Ingeniero Benito J. Carrasco en su despacho, en 1908 (foto ´´Caras y Caretas´´ ).

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Todavía no se había creado ni el Museo de Luján ni

la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y

Lugares Históricos, pero ya en 1913, Enrique Udaondo

definía su perfil como historiador. Tres años antes, en

sociedad con Adrián Béccar Varela, había publicado

los dos tomos de la nomenclatura de las calles y las

plazas de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora, ofrecía el

resultado de sus investigaciones eruditas y curiosas,

en un volumen patrocinado por la Sociedad Forestal

Argentina, acerca de un tema por demás inédito en

nuestro medio: los árboles históricos de la Argentina.

Como señalaba su prologuista, el libro aparecía en

el mismo momento en que, en Francia, el ministro

El aporte inicial de don Enrique Udaondo

Segunda parte

Arriba: Domingo Cullen a punto de ser ajusticiado en el Tala que sirvió de patibulo, en San Nicolás de los Arroyos, en 1839. (óleo de Rafael del Villar)

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Clementel nombraba una comisión de expertos a

cargo de los árboles históricos. Pero ello no ocurría

en nuestro país. Udaondo se hacía, de este modo,

pionero en una materia que muchos años después

asumiría el Estado Nacional – a través de la Comisión

Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares

Históricos – como línea de gestión cultural.

Naturalmente, la existencia de árboles célebres en el

resto del mundo pudo inspirar a Udaondo, que era

un lector culto: el “árbol de la noche triste” de Hernán

Cortés; el “haya de Vicennes” donde San Luis de

Francia oía a sus súbditos; el “laurel de la huída” de

Isabel la Católica en Granada; el “roble de Guernica”

donde los Reyes Católicos juraron respeto a los fueros

vizcaínos, etc.

Udaondo escribía al inicio de su trabajo, con

inocultables influjos sarmentinos: “El cultivo de los

árboles conviene en un país pastoril como el nuestro,

porque no sólo la arboricultura se une perfectamente

a la ganadería, sino que debe considerarse como un

complemento indispensable, pues está probado lo

útil que es a las haciendas el abrigo en los temporales

del invierno, y la sombra en el verano, y por otra

parte, las maderas son una industria importante y los

montes valorizan mucho el terreno, como también

está probado científicamente la influencia de los

bosques en la caída del agua pluvial, tan benéfica a

los campos…” Sólo le faltó concluir, como lo había

hecho el sanjuanino, con un perentorio “¡Planten

árboles!”

Este exordio delata claramente al estanciero detrás

del historiador. Udaondo escribe con el conocimiento

de un productor ganadero de gran escala. ¿Puede,

por ello, decirse que su apología historicista del

árbol, tan cargada de romanticismo, fuera funcional

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a un interés de clase? Quizá lo fuera allá por 1913. Lo

cierto es que el devenir de los años siguientes hicieron

prevalecer al historiador por sobre el hacendado

bonaerense; y los móviles patrióticos desplazaron, en

el último Udaondo, cualquier otra motivación social

o económica. De hecho, sacrificó peculio y tierras

en beneficio de las colecciones históricas. Pero este

capítulo no viene ahora al caso.

Ciertamente, Udaondo tenía autoridad en la materia

forestal y su expertise quedó expuesto años más

tarde, ya creada la Comisión Nacional, cuando, por

ejemplo, en la sesión del 23 de septiembre de 1940

se trató la solicitud de los empleados del Banco

Municipal de Buenos Aires, de “un gajo del pino de

San Lorenzo” para ser plantado en un terreno de la

institución; y similar pedido del Consejo Escolar 15

de la Capital. De inmediato pidió la palabra y “advirtió

que ese árbol no se plantaba de gajo, sino por semilla

y que habría que pedir unas piñas al convento de San

Lorenzo…” Así se resolvió.(10)

Fijemos la mirada en Udaondo como historiador

de los árboles célebres del pasado argentino. Su

monografía es breve y pulcra: analiza 32 casos

documentados (en la edición de 1916 serán 38

casos). Este estudio casuístico va precedido de

un panorama preliminar acerca del origen de la

plantación de árboles en el territorio rioplatense, en

épocas colonial e independiente; estudia, también,

las especies forestales indígenas, propias de cada

región argentina. También hace una breve mención

de los naturalistas que se ocuparon de la flora del

país. Estos dos últimos temas venían siendo tratados

desde 1910 (y muy ampliados luego) por el naturalista

Juan A. Dominguez, según ya se explicó.

Interesa sobremanera, por su nexo con la cuestión

Arriba: Enrique Udaondo pronunciando un discurso como vocal de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, en 1941 (foto ”La Prensa” , 30 de marzo de 1941).

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patrimonial, el relevamiento que practicó el autor,

acerca de los árboles históricos desaparecidos: “Los

árboles históricos que existen en nuestro país no son

muy numerosos debido a que muchos de ellos han

desaparecido por diferentes causas”. De los que aún

quedaban en pie, Udaondo se ocupa in extenso en

su libro. De los que fueron extinguidos o derribados,

como dije, efectúa un rápido repaso. Veamos cuáles

pudo enlistar:

- Algarrobo próximo al Riachuelo a cuya sombra

sesionaban los cabildantes;

- Arbol de Santa Fe que dio origen al nombre de la

ciudad al hallarse en el tronco un cruz dejada por

algún conquistador;

- Ciprés que plantó en 1605 fray Luis de Bolaños y

cayó por un ciclón en 1911;

- Pino colosal de Santa Lucía, en la calle Cuyo, que

dibujó y describió Carlos Enrique Pellegrini;

- Espinillo dónde soñó el capitán Domingo de

Acassuso, en San Isidro; (antiguo Pago de la Costa);

- Tala de Liniers, en Las Conchas, a cuyo pie comenzó

el desembarco reconquistador de 1806;

- Oliva de Altolaguirre, en la calle Melo 636,

desaparecida en 1910 para edificar un garage;

- Roble de la quinta de Vicente Anastasio de

Echeverría, traído de Guernica y plantado en el siglo

XIX por Mariano de Sarratea. Desapareció en 1908;

- Anacahuita (mirtácea) en la Casa de Correos de

Moreno y Bolivar (antes huerta de los jesuitas).

Desaparecido en 1893;

- Paseo de la Alameda, junto al río, mandado plantar

por el virrey Vertiz;

- Arboleda del “Vauxhall” o “Parque Argentino”,

donde murió el deán Funes;

- Monte de Castro en el barrio Vélez Sársfield, que

Arriba: El Ciprés plantado por el P. Bolaños en el convento de San Francisco en Buenos Aires. Foto 1916. (E. Udaondo, ”Árboles históricos de la República Argentina”).

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Udaondo afirma haber visitado, en las calles Indio

y Homero, comprobando la desaparición de los

frutales que daban nombre al lugar, para alimentar

con su leña unos hornos de ladrillos;

- Tarco en las afueras de Tucumán, donde

descansaban algunos congresales de 1816;

- Árbol en la ribera del río Arias, donde las guerrillas

de Güemes dejaban mensajes cifrados;

- Algarrobo (o mistol) de Santiago del Estero, donde

fue ejecutado el coronel Juan Francisco Borges luego

de Pitambalá;

- Tala riojano a cuyo pie fue dejado por muerto al

general La Madrid tras el combate del Tala en 1826;

- Algarrobo de Quiroga en San Luis, donde Facundo

se salvó del ataque de un tigre cebado;

- Caldenes de la Ensenada de Pulgas, a orillas del

río Vº, donde las hordas de José Miguel Carrera

sacrificaron a la infantería puntana en 1821;

- Retamo verde de la Cabra, cerca del Desaguadero,

donde fue clavada la cabeza del general Mariano

Acha;

- Chañares del Alto Grande, en La Pampa, donde

murió Pringles, y el caldén a cuya sombra se

depositaron sus despojos y que Quiroga mandó a

señalar;

- Tala inclinado que sirvió de banquillo o patíbulo

a Domingo Cullen en 1839, en San Nicolás de los

Arroyos;

- Ombú del coronel Cesar Díaz, en Caseros;

- Arbolejo de los potreros de Langdon, cerca de la

Convalecencia, a cuyo pie cayó herido Mitre en 1853;

- Pinos plantados en Córdoba por San Francisco

Solano, de cuyas maderas se hicieron alfajías para un

teatro;

- Nogales de San Antonio de Areco, a cuya sombra

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habría acampado San Martín en ruta a San Lorenzo,

en 1813, y cuya madera sirvió de leña al horno de un

panadero local;

- Alameda de San Martín, en Mendoza, talada por

razones edilicias, aunque no en su totalidad;

- Palmeras que rodeaban la misión de Yapeyú;

- Algarrobos que existían en el campo de la batalla

de Salta;

Hasta aquí, el censo de Udaondo. Nadie hasta

ese momento había realizado semejante recuento

amargo de un patrimonio perdido y de ostensible

rareza.

Puede decirse de algún modo que, al plantear

la relevancia de los árboles históricos, Udaondo

se anticipó al moderno abordaje de un capítulo

patrimonial que postula la integración del patrimonio

natural con el patrimonio cultural. En este caso, el

bien natural, el árbol, es “culturizado” a través del

vector de su historicidad. Y Udaondo realiza con rigor

esa operación mediadora a través de la crónica y la

exégesis del episodio pasado, verificado in situ.

Todavía, en el final de su monografía, Udaondo

se asume literariamente como el terrateniente

pampeano, privilegiando por sobre cualquier otra

especie, el símbolo forestal de estas llanuras: el ombú.

El autor trae a cita tres poesías, de Bartolomé Mitre,

de Luis L. Dominguez y de Juan María Gutierrez, cuyos

versos se dedican al solitario y gigantesco arbusto.

La Dra. María Elida Blasco ha investigado

exitosamente el sistema de vínculos que permitió a

Udaondo acopiar información descriptiva acerca de

los árboles históricos. Tal red de contactos incluía a

las autoridades de casas religiosas, ingenieros con

experiencia de campo, militares, descendientes de

próceres y otros conocedores de lugares. Mucha

Arriba: Alameda del Gral. San Martín, en Mendoza. Circa 1913. (Foto de E. Udaondo, ”Árboles históricos de la República Argentina”).

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de esta abundante información, remitida por vía

epistolar, llegó tarde para la primera edición del

libro, y apareció recepcionada recién en la edición

aumentada de 1916.

Otra ocasión que aprovechó Udaondo para fomentar

el aprecio a los árboles en general, y ya no sólo a los

ejemplares históricos, fue la dirección honoraria del

Museo Colonial e Histórico de Luján, creado en 1917

e inaugurado el 12 de octubre de 1923 (11).

Dentro de una atmósfera de cierta “teatralidad”

con que Udaondo disponía las celebraciones

patrias y religiosas en la institución (por ejemplo,

ornamentaciones del edificio a la usanza colonial

para el 25 de mayo y el 9 de julio, desfiles de carrozas

y carretas, desfiles con trajes de época, la “quema del

Judas”, etc) (12) , incluyó, también, a los pájaros y a los

árboles.

En el caso de los pájaros, cuyo día se celebraba el 14

de noviembre, se realizó una vistosa “suelta” de más

de doscientas aves de diversas especies. También en

este rubro Udaondo aunaba su vocación cívica con

su interés de terrateniente, ya que expresaba que

esta celebración “de protección afectiva en favor de la

especie alada”, se orientaba a un propósito educativo

en los niños, el amor a los pájaros en tanto “grandes

auxiliares de la agricultura”. (13)

A fines de agosto, cada año, Udaondo festejaba en

el Museo el “Día del Arbol”, en cuyo desarrollo se

pronunciaban discursos oficiales ante el público

y la concurrencia escolar, y se plantaban “árboles

indígenas” en los patios. También se repartían

premios entre los estudiantes. Es interesante anotar

que el “Día del Arbol” había sido incluído en el

calendario oficial escolar en 1900 y había comenzado

a celebrarse un año después. Los antecedentes del

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ritual se ubican en Suecia hacia 1840, y en los EE.UU.,

en 1872.

Esta variedad de actividades en torno de la

institución-museo revelan que, para la época, nadie

fue más lejos que Udaondo en su concepción integral

y multifacética del patrimonio, natural y cultural,

coleccionable y monumental, tangible e intangible.(15)

Sin dudas, desde la muerte de Adolfo P. Carranza y

hasta la creación de la Comisión Nacional de Museos

y de Monumentos y Lugares Históricos, Udaondo

será la figura central del patrimonio y los museos.

Derecha: Portada de la edición del año 1916 del trabajo de Enrique Udaondo (colección OADM)

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En el año 1913, la Sociedad Forestal Argentina

mandó publicar la monografía de Enrique Udaondo

titulada “Arboles históricos de la República Argentina”

que mencionamos en el capítulo anterior. La obra fue

muy demandada y se distribuyó, principalmente, en

las instituciones educativas estatales. Agotadas las

dos primeras ediciones, en septiembre de 1916 la

Sociedad dispuso una tercera edición, impresa en los

Talleres de Boullosa, de la calle Entre Ríos 1275, en

Buenos Aires. Esta nueva edición traía correcciones

y aumento de información, e iba precedida de un

prólogo del ingeniero Orlando Williams, presidente

La tarea patriótica de la Sociedad Forestal Argentina y sus secuelas

Tercera parte

Arriba: El lugar donde fueron plantadas las primeras estacas de Mimbre en el Delta, el 8 de septiembre de 1855. Su aspecto en 1942. (Foto G. Aubone, ”Los eucaliptos, los mimbres y la higuera de Sarmiento”).

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de la Sociedad, ya aparecido en julio de 1913, con

motivo de la primera edición. En aquellas líneas,

Williams hacía un alegato con base histórica, en favor

de la plantación masiva y popular de árboles.

Recordaba el prologuista la creación, en 1903,

de un concurso de grandes plantadores del país,

donde obtuvieron medallas de oro, Roca, Unzué de

Casares, Pereyra Iraola y Santamarina. Y recordaba,

también, la sanción, en 1904 y por su iniciativa, de

la ley bonaerense que disponía la instalación de

viveros en los puntos extremos de la provincia. Con

tal instrumento, decía, la actividad forestal dejaría

de ser un ocio de las clases ricas y se abarataría su

implementación (menores costos de los planteles en

los viveros oficiales, reducción de tarifas ferroviarias

para su traslado, etc.). De este modo, continuaba

Williams, se lograría el doble efecto de detener la

destrucción de los bosques argentinos y de propagar

los arbolados en las pampas con la consecuencia

de dotar a esas regiones “de maderas para el

rancho, postes para las cercas, leña para el hogar,

frutas, sombra y frescura”. También se conjeturaba

un aumento de la arboricultura en la producción

nacional, acompañando ”a la carne y los cereales”.

Un último párrafo trae el elogio lírico para con el libro,

el autor y su materia: “son libros como el de usted los

que necesitamos para despertar la inclinación del

árbol, que es el elemento que más embellece la vida;

a medida que los años pasan, se aviva en mi recuerdo

las horas largas de la infancia, pasadas a la sombra

de aquellos ejemplares que plantaron los abuelos;

éstos ya no existen, pero los árboles, los viejos

árboles, enhiestos y copudos, siguen embelleciendo

y alegrando la vida de los campos”.

El trabajo de Udaondo había merecido, en 1913, un

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diploma de honor al mérito otorgado por la Sociedad.

Es interesante destacar que el nombre de Udaondo,

inclinado a la modestia patriótica, no aparecía en el

volumen.

La Sociedad Forestal Argentina había “conseguido

hacerse simpática al pueblo de la República en la

propaganda entusiasta que viene haciendo desde

su fundación destinada a rendir culto al árbol”,

como escribió Udaondo. En efecto, ese “culto” se

materializaba una vez al año, en el día del árbol,

copiado de las festividades oficiales de los EE.UU.,

como antes señalé.

Otra tarea que comenzó a cumplir la Sociedad, desde

1913, fue el señalamiento de los árboles considerados

históricos(16) (conste que, todavía, no gozaban de

declaratoria oficial), mediante las famosas placas o

chapones ovalados, muy vistosos. Así, el 3 de febrero

de 1913 se colocó una placa en el Pino de San Lorenzo;

en 1914 se colocaron placas en el Olivo de Arauco;

en el Naranjo de San Francisco Solano; en el Ombú

del Virrey Vertiz en Vicente López; en el Naranjo de

Sor María de la Paz y Figueroa en Buenos Aires; en

la Parra de San Miguel; en el Ombú de Sobremonte

en San Fernando; en el Pacará de Segurola en la

Capital; en el Ombú de la Esperanza en San Isidro;

en el Algarrobo de Alvarez Prado en Jujuy; en el

Sauce de San Martín y O´Higgins en el Plumerillo;

en el Olmo de Rincón de López; en el Algarrobo de

Paz en Córdoba; en el Ñandubay de Lago Largo; en

Corrientes, en el Sauce del canal de San Fernando;

en diversos árboles (moras y acacias) de Caseros; en

el Aromo del Perdón plantado por Manuelita Rosas;

en el Palacio San José; en la isla de Sarmiento en el

Delta; en el Pino de las ruinas de San Francisco, en

Mendoza y en el Pino del Dr. Costa en Martínez.

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En 1915, se colocaron placas en el Ombú de Perdriel; en el Algarrobo de Pueyrredon en San Luis; en los Ombúes de Santos Lugares; y en el Palo borracho y Naranjo de la Batería en Corrientes.En 1916 se colocó una bella y enorme placa en la Magnolia de Avellaneda en Palermo, que motivó, años más tarde, un curioso episodio.(17)

Otro servicio prestado por la Sociedad Forestal en favor de los árboles históricos fue la plantación de ejemplares o la reproducción de semillas. Ejemplo de esta última operación fue, en 1915, al conmemorarse el 55º aniversario de la muerte del Gral. San Martín, la reproducción de semillas del pino de San Lorenzo en el cuartel de los Granaderos, en Buenos Aires. Antes, en 1913, fue plantado un ciprés en el convento de San Francisco, en recuerdo del ciprés de fray Luis de Bolaños que había caído por la carcoma de su tronco, socavado finalmente por los pájaros que allí anidaban.Esta operación reproductiva de los ejemplares, cumplida según un protocolo biológico, será analogable a la reproducción de láminas y figuritas con la iconografía de los próceres y, más todavía, a la réplica de edificios y objetos históricos. Todo ello en el marco de una política estatal de fijación y difusión de repertorios visuales y reliquias patrióticas.

Texto de la placa que reproduce parte del discurso pronunciado por el Presidente Nicolás Avellaneda en el acto de plantación

“Es la Magnolia Americana del bosque primitivo, con su blanca flor salvaje, que pueblos numerosos de la América enredaban en el suelto cabello de sus jóvenes mujeres, como símbolo de pureza. Podremos nosotros adoptarla como emblema de la intención sana y del propósito bueno que hemos tenido al ejecutar las obras de este paseo público, que entregamos hoy al solaz del pueblo….”

Derecha: Placa de la Magnolia de Avellaneda colocada en 1916 y que apareció, años más tarde ¡en un escaparate del barrio de Belgrano! (Foto archivo CNMM y LH)

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Sin duda, la prédica sostenida de la Sociedad Forestal (y las acciones posteriores de Udaondo desde la dirección del Museo de Luján) crearon un clima educativo y cívico de aprecio al árbol, que sería asumido, años más tarde, por la Dirección Forestal del Ministerio de Agricultura, a través de los llamados planes de cultura forestal destinados “a formar en nuestros ciudadanos una conciencia de la importancia del árbol como factor de riqueza nacional”.(18)

De allí que, en mayo de 1944, aquella Dirección solicitara a la Comisión Nacional una nómina de árboles declarados históricos, la cual, por entonces, no existía, ya que únicamente se había declarado el Aguaribay del Perito Moreno Es plausible suponer que este pedido motivara, precisamente, el trámite de las primeras declaratorias colectivas que enseguida veremos.Poco antes de esta solicitud, el 11 de mayo del mismo año, al pedir al Ministerio Obras Públicas el señalamiento de numerosos lugares históricos, la Comisión Nacional había incluido, entre los 30 propuestos, un árbol en la Capital Federal.(19) Se

trataba, precisamente, del Aguaribay.

Izquierda: Magnolia plantada por el presidente Avellaneda en el Parque 3 de Febrero. Su aspecto en 1916 (Foto E. Udaondo, ”Árboles históricos de la República Argentina”)

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Derecha: dos vistas actuales de la Magnolia de Avellaneda, en el Parque 3 de Febrero, junto al muro del Jardín Japonés. (Fotos Arq. Mónica D´Amico)

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Ni el empeño de Udaondo, ni las acciones de la

Sociedad Forestal aparecían como suficientes, a finales

de los años 30´s, para sustentar una sólida conciencia

en la opinión pública respecto de los árboles

históricos. Un artículo aparecido en “La Nación”, del

9 de marzo de 1941 bajo el título de “La tradición

y el arbolado” confirma esta apreciación. A raíz del

trazado de la ruta de Cañuelas al Empalme Lobos

aparecía como amenazado un ombú centenario. Ello

daba motivo al columnista para estas reflexiones:

Los antecedentes en la Comisión Nacional previos a las declaratorias omnibus de 1946

Cuarta parte

Arriba: Misa de campaña y peregrinación patriótica al Manzano de San Martín en Mendoza, año 1939. (Foto archivo CNMM y LH)

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“La tradición, el conocimiento y respeto del pasado

no solo se aprenden en los libros y se veneran en

los recuerdos. Existen objetos materiales, testigos

de un ayer más o menos remoto, que contribuyen

eficazmente a vivificar las palabras y reanimar la

imaginación exaltando los sentimientos… ¿qué

decir de los árboles testigos vivientes del pasado?

Sin embargo, entre nosotros no existe el culto de los

árboles viejos. Aquellos quintones criollos profusos

en magníficos ejemplares van desapareciendo…”

En el caso concreto que motivó la noticia periodística,

la Comisión Nacional había solicitado a la Dirección

Nacional de Vialidad el desvío de la traza para

preservar el ombú. Era un gesto oficial muy explícito

a favor de un ejemplar histórico y que venía a oponer

dialécticamente la necesidad de preservar la “reliquia”,

incluso ante decisiones territoriales asociadas al

progreso y al mejoramiento de la infraestructura(20). Ciertamente, la Comisión había fijado su atención en

esta singular porción del “relicario patriótico” que

eran los árboles históricos. Veamos otros casos.

a) El Ciprés donde fue atado el Perito Moreno:

El 19 de octubre de 1938, la Comisión agradecía

la iniciativa del presidente del Instituto de Cultura

Histórica (quien, en 1960, reaparecerá con un ombú

en San Antonio de Areco), para declarar como árbol

histórico el Ciprés ”donde el Perito Moreno fue atado

por los indios en San Carlos de Bariloche” (21). Se le

respondió, escuetamente, que se tendría en cuenta

el dato, al realizar el Censo de los lugares históricos

del país.

b) El Pacará de Segurola:

El 27 de diciembre de 1938, la Comisión de Estudios

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de San José de Flores se dirigía a la Comisión

Nacional, refiriéndose a una reciente iniciativa del

Intendente Municipal de la Capital, en el sentido de

la conservación del Pacará plantado en la antigua

quinta de don Romualdo Segurola, y bajo el cual, su

hermano, el sacerdote Saturnino Segurola, aplicaba

la vacuna antivariólica, en forma gratuita, a los niños

expósitos a su cargo y a quien la solicitara.

La carta hablaba del “Pacará amenazado”, aunque no

aclaraba por qué y por quien y pedía el interés de

la Comisión Nacional(22). Se trató el tema en sesión

del 10 de abril de 1939, luego del receso veraniego,

y, preventivamente, se dispuso que la Municipalidad

construyera un “arriate o rotonda” defensiva(23). El

tema iba a revestir cierta importancia por cuanto se lo

consignó expresamente en la Memoria institucional

del año 1939(24): era el primer caso de un árbol

histórico que, traído a despacho de la Comisión

Nacional, motivaba una resolución concreta ante la

Municipalidad de la Capital.

Levene dio respuesta el 13 de abril, informando que

la Comisión Nacional había iniciado gestiones ante

la Intendencia Municipal para “proteger en forma

adecuada el histórico pacará”(25). Vale decir, que ya

empleaba el calificativo de histórico para el árbol

en cuestión. De la misma fecha es una nota remitida

al Intendente Municipal solicitando “se realicen los

trabajos más adecuados de protección del histórico

Pacará” (26).

Sin embargo, y pese a esta solicitud, el árbol no

parecía suficientemente protegido ya que el 12 de

julio de 1939, Levene volvió a dirigir correspondencia

al Intendente Municipal, refiriéndose a publicaciones

aparecidas en los diarios de aquel día, que indicarían

el riesgo de desaparición del Pacará – al que llama

Arriba: El Pacará de Segurola en dos épocas: circa 1916 (Enrique Udaondo ´´Árboles históricos de la República Argentina´´) y vista actual (foto Arq. Mónica D´Amico).

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“reliquia” – ,y apelando al “espíritu que alienta hoy a

todos los hombres de gobierno y de estudio de que

ha dado testimonio el señor Intendente en el sentido

de conservar y defender las tradiciones y los restos

históricos de nuestro patrimonio” (27).

Por lo visto, la intervención de Levene fue oportuna

y tomó estado público, ya que no tardaron en llegar

felicitaciones por escrito(28), que prolijamente fueron

agradecidas.

El Pacará, salvado, se convirtió en una especie popular:

el Club de Niños Jardineros del Barrio Marcelo T

de Alvear, invitó a Levene al acto de plantación de

semillas del Pacará en septiembre de 1939 (29), y éste

aceptó el convite.

No tenemos más novedades del Pacará hasta abril

de 1944, cuando un vecino del barrio de Caballito,

“hombre viejo, amante de la tradición”, solicitaba el

señalamiento del árbol, “pues la Municipalidad no ha

puesto ni un simple letrero explicativo” (30).

Para entonces la Municipalidad había adquirido el

pequeño terreno (para evitar la tala del árbol), pero

estaba baldío y ya comenzaban los vecinos a darle

destino de vaciadero de basuras.

c) El Aguaribay del Perito Moreno en el Instituto

Bernasconi: primer ejemplar declarado

En sesión del 12 de agosto de 1940 se resolvió

patrocinar el pedido de la “Asociación Amigos de la

Patagonia” para la declaratoria, como árbol histórico,

del Aguaribay de la antigua quinta del Perito Moreno,

ahora terreno del Instituto Bernasconi, en las calles

Echagüe e Inca. La entidad solicitante recalcaba “la

especial predilección del Perito por ese árbol, a cuya

sombra trabajó en determinadas épocas de su vida” (31).

En una segunda nota, la entidad solicitante estimaba

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“imprescindible” pedir datos al hijo del Perito, a

don Eduardo Moreno, que se desempeñaba como

jefe de publicidad en la Dirección de Parques

Nacionales. También se sugería, por la misma vía,

ubicar al hermano del Perito, que era “médico

prestigioso y persona ponderable” (32) .Es remarcable

el aporte de información por parte de la Asociación,

dando respuesta al requerimiento de la Comisión

Nacional. Muy interesante a efectos de determinar la

autenticidad del árbol, una referencia a las memorias

inéditas de Moreno, quien databa la construcción

de la casa en 1872 y aludía al incipiente aguaribay.

También un reenvío al testamento del Perito y

documentación fotográfica(33).

En su elevación al Poder Ejecutivo, y luego

del dictamen favorable de la subcomisión de

Monumentos y Lugares Históricos de fecha 2

de agosto de 1940, Levene señalaba que se

habían reunido “los elementos de prueba más

indispensables”, que muchas entidades se habían

sumado al pedido, y que la declaración obraría una

“benéfica influencia” en el “espíritu de protección de

los árboles históricos” (34).

Como ocurrió luego con la Higuera de Sarmiento, en

este caso parece hacerse organizado una campaña

de adhesiones al pedido, que llegaron en forma de

reiteradas notas (35). Más todavía, el presidente de la

Asociación Amigos de la Patagonia, el Dr. Aquiles

Ygobone, publicó el 16 de septiembre de 1940,

una extensa nota en “La Nueva Provincia” de Bahía

Blanca (“El Aguaribay. Arbol histórico testigo de

una obra afirmativa”), con una semblanza del Perito

Moreno. Sus primeros párrafos los dedicó al trámite

de la declaratoria y a las gestiones de la Comisión

Nacional.

Arriba: Aguaribay del Perito Moreno en el Instituto Bernasconi, en la actualidad. (foto Arq. Mónica D´Amico)

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En medio de esta lluvia de calurosas adhesiones,

contrasta una rara misiva cursada por J. A. Soldani,

enterado de la iniciativa a través del diario “La

Nación”, y que efectuaba algunas insinuaciones

desdorosas respecto del Perito Moreno, que,

decía, había oído personalmente de Montes de

Oca, de Huergo, de Holmberg y, tácitamente, de

Ameghino(36). Cuestionaba la fecha de plantación

del árbol y hasta le endilgaba al Perito Moreno que

“no se distinguió por su devoción al 8º mandamiento

de la Religión Cristiana” (!!??)

También del mes de agosto es una nota de la

Dirección de Parques Nacionales que confirma la

versión de que bajo aquel Aguaribay se sentaba

Moreno, y que él mismo lo había plantado(37).

El Aguaribay fue declarado árbol histórico mediante

el Decreto Nº 3369, del 23 de julio de 1943, firmado

por el presidente Ramírez. Es interesante el primer

considerando que pondera la decisión adoptada

por el Consejo de Educación de desplazar diez

metros hacia el este la planta del edificio del Instituto

Bernasconi, a fin de no sacrificar el árbol, como un

indicio de su carácter histórico.

A finales de 1950, la Dirección Nacional de

Arquitectura propuso la construcción de un hito

frente al árbol(38) para lo cual la Comisión Nacional

aprobó esta leyenda: “Plantó este Aguaribay el Perito

Dr. Francisco P. Moreno héroe civil de la Patagonia,

explorador, descubridor, abnegado servidor de la

Patria, munífico propulsor de su cultura” (39).

d) El Ombú de Belgrano

El 15 de octubre de 1940(40), un acopiador de frutas

y periodista de Federación (Entre Ríos), dirigió carta

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a la Comisión Nacional, adjuntando un artículo suyo

publicado en “El Litoral” de Concordia, relativo a un

ombú conocido allí como “de Belgrano”, en el paraje

donde algunos misioneros e indios que huían de

Corrientes fundaron Mandisoví, previo a Federación.

No añadía mayores precisiones y todo indica que allí

quedó la cosa.

e) El Manzano de San Martín

El Manzano de San Martín había sido ya declarado

monumento histórico por la provincia de Mendoza,

el 7 de febrero de 1938, al tenerse por cierto que

allí se había detenido el Libertador a descansar, al

regresar de Chile el 1º de febrero de 1823, y donde

se encontró con el coronel Olazábal.

Prontamente se construyó en el lugar una hostería

destinada al turismo, promocionada por el Automovil

Club Argentino.

Todavía en septiembre de 1939 se realizó una

“consagración” cívica del Manzano, coincidente

con la Fiesta del Arbol y previa “peregrinación

patriótica” (41).

Dado que los promotores mendocinos de la

celebración solicitaban la adhesión y la concurrencia

de la Comisión Nacional, hubo que emitir un

dictamen el 26 de junio, auspiciando la conservación

del Manzano ante el gobierno provincial(42).

Puede decirse que, aún cuando no prosperara su

declaratoria nacional, el Manzano alcanzó celebridad

en la prensa de la época, tanto en Mendoza como en

Buenos Aires(43).

f) La Higuera de la Casa natal de Sarmiento

El 10 de septiembre de 1940. el Ing. Guilllermo

Aubone, director de Enzeñanza Agrícola del

Abajo: Higuera de la Casa natal de Sarmiento en San Juan. Vista actual (foto Arq. María Rosa Plana).

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Ministerio de Agricultura de la Nación, dirigió una

extensa nota a la Comisión Nacional, fundamentando

su pedido de declaratoria, como árbol histórico, de

la Higuera de Sarmiento”, en su casa materna de San

Juan.

Se trataba de “un retoño vigoroso de la higuera que

se alzaba en la casa natal de Sarmiento, a la cual

el ilustre prócer dedicó emotivos párrafos en sus

Recuerdos de Provincia” (44).

Aubone se explayaba sobradamente acerca de la

preocupación de Sarmiento por los asuntos forestales

y la educación agraria, desde 1855, cuando editó en

Santiago de Chile un “Plan conbinado de educación

común, silvícola e industria pastoril aplicable al

Estado de Buenos Aires”; citaba largos párrafos del

sanjuanino. De la higuera, nada más aporta.

El pedido de Aubone tuvo innumerables adhesiones:

de la Asociación Amigos de la Patagonia(45), de

la Asociación Amigos del Campo(46), del Consejo

Nacional de Educación(47), de la Sociedad Amigos del

Arbol(48), del Rotary Club de San Juan(49), de la Escuela

de Fruticultura y Enología de San Juan(50), del Colegio

Nacional Cabrera de San Juan(51), de la Facultad de

Agronomía y Veterinaria de la UBA(52), de la Comisión

Coordinadora del Ministerio de Agricultura de la

Nación con sede en San Juan(53), de la Confederación

de Maestros(54), de la Confederación de Beneficencia

de la República Argentina Círculo San Juan(55), del

Centro de Viticultores Enólogos de San Juan(56), etc.

En síntesis, una campaña de lobby prolijamente

articulada durante septiembre y octubre de 1940.

La declaratoria individual de la Higuera no prosperó

porque se consideró que, estando el árbol plantado

en la casa natal de Sarmiento, que ya era monumento,

la condición del edificio “asignaba de hecho a la

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higuera el valor de árbol histórico”(57) . Así se resolvió

en sesión del 23 de septiembre de 1940 aunque

Levene, al presentar el tema, tuvo un primer impulso

favorable a la declaratoria individual del árbol. En

canje de ello, propuso una declaración conjunta para

“la higuera, los primeros eucaliptos y los primeros

mimbres introducidos al país por Sarmiento”(58), vale

decir, una suerte de “paquete vegetal” ligado al

prócer sanjuanino. A ello acotó Villegas Basabilvaso

que “hasta no hace mucho se conservaban en

Temperley los primeros eucaliptos plantados por

Sarmiento”, según le habían comentado “personas

muy respetables”. ¿Tal vez hubiera alguno de estos

ejemplares en la espléndida quinta de Nicolás

Avellaneda en Temperley? No nos consta.

La conclusión de todo este debate fue que se

desestimó la declaratoria individual de la Higuera y

que Levene hablaría con Aubone de la posibilidad de

la declaratoria del conjunto botánico.

Izquierda: Higuera de la Casa natal de Sarmiento en San Juan. Año 1942. (Foto G. Aubone, ”Los eucaliptos, los mimbres y la higuera de Sarmiento”)

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g) El Olivo de San Martín

Una nota del delegado de la Comisión Nacional

en Mendoza, fechada el 25 de agosto de 1941,

acompañaba una fotografía del Olivo de San Martín,

plantado en la antigua chacra de los Barriales, de

propiedad del Libertador.

Si bien la intención del envío era agregarlo como

ilustración de la Guía de Lugares Históricos, el

delegado aprovechaba para pedir su declaratoria

como lugar histórico (¿el árbol? ¿la chacra?), y hasta

proponía iniciar peticiones para que el paraje entero

fuera “entregado a la Comisión Nacional” ya que, decía,

los propietarios (Sres. Echesortu) estaban dispuestos

a efectuar la cesión, a pedido del Automóvil Club(59).

h) El Ombú de la Aguada de Pueyrredon

Un informe titulado “Datos ilustrativos referentes a

los Monumentos y Lugares Históricos de la Provincia

de San Luis”, producido por el gobernador Toribio

Mendoza, y publicado en el Boletín de la Comisión

Nacional del año 1942(60), trae una fotografía y una

breve referencia del Ombú gigantesco que habría

plantado Pueyrredon durante su estadía en el lugar,

a cuatro kilómetros al pie de la Sierra de la Punta(61).

Muy interesante, en el mismo informe la vista y

descripción del dispositivo decantador del agua,

descendente de la sierra, que alimentaba la pileta

próxima al ejemplar.

i) Las búsquedas encomendadas al Ingeniero

Aubone

La presentación efectuada en 1940 ante la Comisión

Nacional, por el Ingeniero Guillermo Aubone, con

relación a la Higuera de la casa natal de Sarmiento,

puso a su autor en contacto con el organismo y

Arriba: pileta de la Aguada de Pueyrredon. Año 1942 (Foto archivo CNMM y LH).

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con Levene, quien prontamente le “encomendó la

misión de localizar el primer eucaliptos y mimbre

introducidos por Sarmiento en el país” (62).

Recordemos que Aubone era el Director de

Enseñanza Agrícola del Ministerio de Agricultura

de la Nación y, además, era sanjuanino y fervoroso

admirador de su más ilustre coprovinciano.

Cumplió con la encomienda identificando, en el

casco de la “Estancia San Juan” de Leonardo Pereyra

(provincia de Buenos Aires), un ejemplar de 83 años,

muy probablemente proveniente de las semillas

plantadas allí por antiguos propietarios, en 1858,

y que había remitido Sarmiento, traídas desde

Australia(63). También pudo identificar otro ejemplar

de aquella progenie, en la quinta Lanusse de Punta

Chica (San Fernando, Pcia de Buenos Aires)(64). De

este último caso, y su lamentable pérdida, me ocupo

más adelante.

La otra tarea cumplida por Aubone fue identificar

los mimbres sarmientinos plantados en el Delta en

una célebre excursión del año 1855, que el propio

Sarmiento narró en una crónica de El Nacional, dos

años después.(65)

Pero en el caso de los mimbres, no podía esperarse a

que se ubicaran los ejemplares originales a causa de

que la vida de la planta no suele superar los 50 años.

El perito sólo podía establecer el sitio aproximado

donde había ocurrido la plantación de 1855. Para

ello, compulsó mapas antiguos y escrituras, y navegó

los canales; y con tal bagaje, más el relato periodístico

de Sarmiento de 1857, pudo establecer el “lugar cuna

de la primera generación de mimbres del Delta”(66),

el cual registró en un croquis.

Los resultados de las pericias practicadas por el Ing.

Aubone fueron publicados en 1942 en un pequeño

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folleto ilustrado que integró la serie II del Museo

Histórico Sarmiento, con un prólogo de Ismael Bucich

Escobar.

Aubone agregó a su tarea una data complementaria

respecto de la Higuera sanjuanina. Si bien, dice,

Udaondo afirmó que era “retoño vigoroso de la

higuera primitiva” (67), otras versiones sostenían que

era una higuera trasladada por las hermanas de

Sarmiento desde la Quinta Agronómica (fundada

por Sarmiento en 1862), para replantarla en el patio

de la casa, reparando con ello la tala del árbol viejo

que tanto entristeció a doña Paula Albarracín, según

el relato de “Recuerdos de Provincia”. Lo interesante

es la conclusión de Aubone: sea cual fuera el origen

de la planta, su “abolengo es el mismo [y] para los

fines que se persiguen de homenaje simbólico ello no

tiene importancia fundamental” (68).

De este modo, Aubone introducía un criterio

de autenticidad específico para aquellos bienes

patrimoniales vivientes que eran los árboles

históricos, y se aproximaba tempranamente a la más

modernas redefiniciones de tal valor de autenticidad,

en conexión con los aspectos intangibles.

j) La plantación de un “parque indígena” en Yapeyú:

En 1940, varios diarios dieron a publicidad una

iniciativa de la Dirección General de Arquitectura,

aprobada por la Comisión Nacional, de crear un

parque en Yapeyú, en el entorno de la casa natal

del Libertador(69). Durante la sesión que trató el

tema, el vocal Ravignani sugirió el carácter indígena

del parque, aprovechando para ello la magnífica y

exuberante flora regional. Una nota dirigida por la

División Forestal del Ministerio de Agricultura con

fecha 28 de abril de 1941 menciona el proyecto.

Arriba: El opúsculo que escribió el Ing. G. Aubone a pedido de R. Levene en 1942 (colección OADM).

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k) Plantación de retoños:

El 17 de agosto de 1941, en horas de la tarde,

tuvo lugar una singular ceremonia de homenaje al

Libertador, organizada por la Comisión Nacional

de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos,

con sede en el Cabildo. Precisamente en el patio del

histórico edificio – por entonces configurado como un

amplio jardín – fueron plantados retoños de árboles

relacionados con la figura sanmartiniana: del Pino de

San Lorenzo, del Nogal de Saldán y del Ombú de la

Esperanza (San Isidro).

Para reforzar el impacto simbólico de aquel acto,

el mismísimo Ricardo Levene empuñó la pala y dio

comienzo a la operación de plantado(70).

De algún modo, y a semejanza de la tradicional

costumbre eclesiástica de distribuir “reliquias” ex

ossibus, de sus santos y mártires, para veneración de

los fieles de todo el mundo, la multiplicación de los

retoños venía a replicar en el plano secular, aquella

usanza devocional. En este último caso, cada ejemplar

arraigado operaría como reliquia patriótica y lugar

de culto a las glorias nacionales. De ahí que, muchas

veces, los actos cumplidos al pie de aquellos árboles,

se denominaran “peregrinaciones”, un término de

fácil connotación religiosa.

Arriba: El Dr. Ricardo Levene plantando retoños de árboles históricos en el patio del Cabildo, en 1941. (Foto ´´El Mundo´´).

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Arriba: Dos aspectos de la ”peregrinación” al Manzano de San Martín en Mendoza, en 1939. (Fotos archivo CNMM y LH).

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Ya en 1943, mediante el Decreto Nº 3369 firmado por

el presidente Ramirez, la Comisión había obtenido

la primera declaratoria de un árbol histórico: el

Aguaribay del Perito Moreno, ubicado en el predio

del Instituto Bernasconi, en la Capital Federal.

El Boletín Nº 9 de la Comisión Nacional (entonces era

sólo de Museos y Monumentos Históricos) publicado

en 1948, al dar cuenta de la labor realizada en 1946,

incluyó, por vez primera, un apartado acerca de la

declaratoria omnibus de varios árboles históricos, a

pedido del organismo. Se trataba de dos decretos,

Las declaratorias propiciadas por la Comisión Nacional

Quinta parte

Arriba: Las raíces del Ombú de la Aguada de Pueyrredon, plantado en 1812 en San Luis. En la fotografía aparecen el coronel Rodolfo Mon y D. Carlos María Campos. Año 1904. (E. Udaondo, ”Árboles históricos de la República Argentina”).

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el primero firmado por el presidente Farrell y el

segundo, más extenso, firmado por el presidente

Perón.

En el primer caso, mediante el Decreto Nº 3038 del

30 de enero de 1946, se declaraban como árboles

históricos, el Pino existente en la huerta del Convento

de San Lorenzo (donde, según Mitre, el Gral. San

Martín escribió el parte de la célebre batalla). La

versión del parte bajo el pino fue “canonizada” por

B. Mitre y repetida luego, sin demasiado esfuerzo

crítico. Sin embargo hubo autores vinculados al

propio convento de San Carlos que plantearon

la insuficiencia documental del argumento.(71); y

también el Ombú del campo de Caseros, plantado

en el sitio de la batalla que concluyó con el gobierno

de Rosas(72). En este último caso, es interesante el

empleo de la iconografía de época para validar

la declaratoria, ya que el segundo considerando

consignaba que el ombú podía “observarse en los

grabados litográficos que documentan la batalla y el

campo en que se desarrolló, grabados cuyos dibujos

se deben a un testigo ocular y que fueron publicados

poco tiempo después de ocurrido aquel hecho de

armas”.

El artículo 2º del Decreto facultaba a la Comisión

Nacional a acordar con los propietarios el modo de

conservación de los árboles en cuestión. En ambos

casos, la gestión se vería favorecida por la naturaleza

institucional de aquellos propietarios: los frailes

franciscanos en San Lorenzo y la Aeronáutica en El

Palomar. Incluso, en el último caso, hubo una exitosa

gestión de la Comisión Nacional ante la Secretaría

de Aeronáutica, para evitar que el trazado de nuevas

pistas de aterrizaje pudiera arrasar con el árbol.

Arriba: el Algarrobo, histórico, alrededor de cuyo tronco platicaron los generales San Martín y Pueyrredon. Una placa recuerda que en ese sitio se afirmó la amistad de los dos héroes. (foto ”La Prensa”, 1950).

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El siguiente Decreto lleva el Nº 2232 y fue dictado el

4 de julio de 1946. Es más extenso, ya que alcanza a

seis ejemplares:

- La Magnolia plantada por el presidente Nicolás

Avellaneda, a invitación de Sarmiento al inaugurarse

el Parque 3 de Febrero. Se hace mención en el

Decreto a la placa colocada en 1916, en presencia

del entonces presidente Victorino de la Plaza;

- El Pacará de Segurola, a cuya sombra se aplicaron

las primeras vacunas, ubicado en Parque Chacabuco,

en las calles Puán y Laferrere, en lo que era la antigua

quinta de Romualdo Segurola, hermano del deán

Saturnino.

- El Algarrobo de la quinta de Pueyrredon, en las

barrancas de San Isidro, a cuyo pie conferenciaron

los generales San Martín y Pueyrredon; se informaba

también de una placa colocada en 1915;

- El Nogal en la finca de Saldán, en Córdoba, que

databa del siglo XVII y donde conferenciaron en 1814

los generales San Martín y Paz;

- El Sauce del Campo del Plumerillo, que según una

placa colocada en 1914 por la Sociedad Forestal

Argentina, había dado sombra a San Martín y a

O´Higgins;

- El Olivo de Arauco, situado sobre el límite con

Catamarca, en La Rioja, que había sido señalado

por la Sociedad Forestal Argentina, como el último

ejemplar sobreviviente del antiguo olivar del siglo

XVII.

La justificación histórica de los seis ejemplares

seleccionados se había asentado en un dictamen de

la subcomisión de Monumentos y Lugares Históricos

de fecha 13 de marzo de 1946, que suscribieron

Levene, Imbert y Furlong.(73)

Abajo: El Olivo de Arauco en La Rioja, último vestigio del olivar del S. XVII. (Foto Arq. Luis Orecchia).

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Como es dable observar, la tarea previa de la Sociedad

Forestal Argentina tan influenciada por los informes

históricos de Enrique Udaondo, como vimos antes,

fue de enorme relevancia para cerrar el trámite de las

declaratorias. Al igual que en el Decreto anterior, se

autorizaba a la Comisión Nacional a suscribir acuerdos

con los propietarios para garantizar la conservación.

Es interesante mencionar que el 6 de febrero de 1946,

la Comisión Nacional había solicitado al Ministerio

de Justicia e Instrucción Pública la agregación a

la declaratoria de la quinta de Pueyrredon como

monumento, de la arboleda perimetral, extendiendo

a los árboles “los cuidados de conservación necesarios

que se tienen con el edificio de la quinta” (74). Este criterio

de máxima tutela, en analogía con el monumento

edificado, es de suma actualidad. Levene fundaba

su pedido en la antigüedad de aquellos árboles y

en los datos consignados en las placas colocadas en

algunos de ellos, siendo “tradición admitida” que a

su sombra conferenciaron San Martín y Pueyrredon.

Para la época de la solicitud de la Comisión Nacional,

muchos de aquellos ejemplares estaban enfermos y

requerían “cuidados especiales” que podría afrontar

el Poder Ejecutivo, decía Levene, si se dictara el

decreto ampliatorio.

Ciertamente, el tema de los cuidados de los árboles

declarados iba a plantearse como una necesidad que

debía ajustarse a un plan general. El 13 de octubre

de 1947 la Comisión Nacional inició un expediente

en el Ministerio de Agricultura de la Nación.(75)

En la nota que hace cabeza de las actuaciones, la

Comisión Nacinoal pedía al Ministerio “vigilancia

periódica y conservación” de los árboles que habían

sido declarados por el Poder Ejecutivo a través de los

Arriba: El Nogal de Saldán, en Córdoba, a cuya sombra descansó el Libertador, en una vista del año 1943. (Foto archivo CNMM y LH).

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Decretos de Ramirez, de Farrell y de Perón. A ellos

se agregaba el llamado “Higuera de Yapeyú”, por

estar comprendido en la declaratoria del pueblo de

Yapeyú.

La nota alertaba sobre el deterioro por razones de

edad del Pino de San Lorenzo.

El pedido insistía en la necesidad de examen de la

totalidad de los árboles históricos, determinación del

estado sanitario de cada uno, y aseguramiento de su

perduración mediante la “plantación de semillas u

otra forma”. Con ello se instrumentaría la circulación

de vástagos entre las escuelas y el público, lo cual

hasta ese momento sólo se cumplía con el Pino de

San Lorenzo y, sobre todo, gracias “a la solicitud de

los Padres Franciscanos del Convento”. (76)

El pedido fue inmediatamente girado a la Dirección

Forestal del Ministerio de Agricultura que emitió un

informe con fecha 24 de octubre.(77) Previsiblemente,

las trabas burocráticas venían a dificultar el armado

de un plan sistemático de cuidados, ya que el área

decía “carecer de personal suficiente” y tampoco

tenía representación en las provincias. De ahí que

se recomendaba poner la tarea en cabeza de las

Municipalidades que, favorecidas por razones de

cercanía, “podrían ejercer una constante vigilancia”.

Sin perjuicio de estas trabas, el área dictaminante

ofrecía remitir a la Comisión Nacional ”semillas

y acodos de los árboles mencionados a fin de

propender su reproducción, formando bosquetes o

difundiéndolos entre las escuelas con carácter simbólico

y educativo”.(78) Al menos algo se avanzaba, aunque

poco y nada en la cuestión sanitaria propiamente

dicha. El nivel superior que era la Direción Forestal

ratificó el dictamen de Silvicultura(79). Con este pobre

resultado volvía el trámite a la Comisión Nacional.(80)

Dos miradas del Pino histórico de San Lorenzo. Arriba, en un manual escolar del año 1924. Abajo, una vista anterior publicada por E. Udaondo en 1916 (”Árboles históricos de la República Argentina”).

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Una declaratoria frustrada:

En los archivos de la Comisión Nacional hallamos

un interesante documento que carece de fecha.

Se trata de un proyecto de Decreto propiciando

la declaratoria como “árboles históricos” de los

ejemplares de Magnolia que se alzan a la entrada de

la Escuela Nº 22, sita en Humberto Iº Nº 342, frente a

la iglesia de San Pedro Telmo.

Ambos magníficos árboles pueden verse hoy en

el lugar. Su edad rondaría los doscientos años,

asumiendo que se trata, con certeza, de los últimos

vestigios naturales del solar donde funcionó el

Protomedicato y Hospital de Hombres. Por algún

motivo que ignoramos, su declaratoria no pudo

concretarse.

Abajo: Magnolias del Protomedicato, en la calle Humberto Iº de San Telmo. Aspecto actual. (Foto Arq. Mónica D´Amico).

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Las declaratorias plurales del año 1946, sumadas

a la declaratoria previa y aislada de 1943 y otros

casos, motivaron algunas actuaciones para continuar

identificando y declarando árboles históricos. Así,

por ejemplo, en noviembre de 1949 se requerían

mayores datos para avanzar en la propuesta de un

ciudadano de la Capital para la declaratoria de un

árbol supuestamente plantado por Rodriguez Peña

(¿Nicolás o Saturnino?) en el solar ubicado entre las

calles Tucumán-Charcas-Callao-Ayacucho(81).

Si bien los antecedentes aportados no alcanzaban

Se abre un nuevo ámbito deactuación

Sexta parte

Arriba: El Pino histórico del convento de San Carlos, en San Lorenzo, circa 1949. (P. T. Pinillos, O.P., “Historia del Convento de San Carlos de San Lorenzo”).

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para probar su plantación por Nicolás Rodriguez Peña,

ponían en evidencia que el árbol sí “existía en los días

en que el patricio moraba en la casa” (82). Con ello,

la Comisión elaboraba un argumento conjetural que

favorecía la declaratoria: ”La prueba de la plantación

de un árbol es solamente testimonial, y tratándose de

un hecho ocurrido hace más de cien años, es prueba

de carácter imposible”. No obstante, la Comisión

adoptaba como “presunción muy probable que el

dueño de la casa haya podido plantar el árbol, vista

la documentación aportada que lo hace verosímil y

la costumbre en boga en la época, de ser el jefe de

familia el que ponía el árbol en el solar hogareño”.(83) Por estas razones, en la sesión del 27 de diciembre de

1949 se había acordado la declaratoria para el árbol

plantado en el solar de la calle Riobamba 625, un

olmo. Señalemos que presidía la Comisión Eduardo

Acevedo Díaz, un hombre con frecuencia inclinado

a la retórica. Es difícil saber qué decisión hubiera

tomado Levene y su directorio (Udaondo, Ravignani,

etc.), pero a simple vista no parece admisible una

operación presuntiva de esta índole. En cualquier

caso, llama la atención en el expediente que obra

en la Comisión Nacional (y que tengo ante mi vista)

una nota manuscrita referida al autor de la iniciativa,

señor Mario Constantini, que dice así: ”Constantini

obsequia muchos árboles al gobierno”…(84) He allí el

quid de la cuestión.

En la sesión del 30 de octubre de 1950 se trató una

solicitud del Instituto Nacional Sanmartiniano, filial

Coronda, para declarar el “Ombú de Basualdo”

tema girado a dictamen de la subcomisión de

Monumentos y Lugares Históricos. El dictamen de

fecha 17 de noviembre del mismo año, propiciaba en

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casos como el que se sometía a examen, un “criterio

restrictivo porque los solicitantes no aducen prueba

sobre el hecho que determinaría el carácter histórico

del ombú llamado de Basualdo”.(85) Por lo visto, en

este caso, nadie obsequiaba árboles al gobierno…

El informe extendía sus consideraciones a las

características del ombú, “hierba gigante y no árbol,

que renueva de continuo sus raíces y ramas”, razón

que impedía corroborar si “sus raíces actuales son las

mismas que sirvieron de asiento al general Urquiza,

si es verdad que el vencedor de Caseros descansó

bajo dicho ombú”, en el verano de 1852. Firmaban

Acevedo Diaz, Iturralde, Yaben y Zocchi.

El 17 de noviembre hubo otro dictamen, aprobado

en sesión del 18 de diciembre de 1950. Se trata,

ahora, del pedido del señor Ramón de Castro Estevez

(presidente del Instituto Argentino de Cultura

Histórica y docente, jubilado del Ministerio de

Comunicaciones) para declarar como árbol histórico

el Ombú existente en San Antonio de Areco, donde

habría descansado el Gral. San Martín, al marchar

rumbo a San Lorenzo.

El dictamen proponía solicitar al Sr. Castro Estevez

mayores datos ya que, según el vocal Jacinto Yaben,

aquel había investigado el itinerario exacto del

Libertador en enero y febrero de 1813; vale decir, si su

paso lo llevó a Areco o tomó un rumbo más próximo

al río, como parecía afirmar Bartolomé Mitre.(86)

El causante respondió el 23 de noviembre

remitiéndose al Tomo Tercero de su “Historia de

Correos y Telégrafos”, donde trata de la posta de

Areco,(87) afirmando la presencia sanmartiniana.

El caso volvió a dictamen de la subcomisión el 4 de

mayo de 1951, pero esta vez no hubo conjeturas

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favorables (quizá este peticionante tampoco regalaba

árboles al gobierno) ya que, se dijo, “la tradición oral a

ciento cincuenta años de los sucesos no es elemento

de prueba que pueda considerarse aisladamente y

no está de más recordar que el ombú es una hierba

gigante que renueva de continuo…” etc, lo que ya

sabemos de las ramas y las raíces.

Otro requerimiento que la Comisión Nacional debió

atender fue la inquietud por obtener retoños de

árboles históricos para formar “rincones evocativos“

en establecimientos escolares. Así, el 5 de julio de

1954, se respondió a un pedido del director de la

Escuela Nº 412 de Hersilia (Santa Fe), aclarando

que si bien la Comisión Nacional supervisaba la

conservación de los árboles, “la tarea de proveer

retoños de los mismos corresponde” a los propietarios

del árbol o a la autoridad municipal, según el caso.(88)

Ya vimos en el capitulo primero algunos pedidos de

gajos del pino de San Lorenzo que el vocal Udaondo,

en sesión del 23 de septiembre de 1940, se encargó

de aclarar que no prenderían, ya que el pino se planta

por semilla.

También se plantearon algunos pedidos de

colocación de placas en los árboles históricos, como

aquel propiciado por la cooperadora de la Escuela

Nº 1, D. E. 18, relativo al Pacará de Segurola, al

cumplirse el centenario de la muerte del sacerdote y

sanitarista. La Comisión no oponía objeciones, pero

sometía el asunto a la decisión municipal.(89)

En 1958, mediante el Decreto Nº 5623 del presidente

Frondizi, se declaraba el Eucaliptus de la quinta

Lanusse, en San Fernando, luego desafectado.

La declaratoria de un árbol histórico vuelve a

producirse recién en 1972, con el Decreto Nº 6502,

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referido al Ombú existente en el Museo “José

Hernández”, sito en la chacra Pueyrredon, del partido

de San Martín, en la Provincia de Buenos Aires. En los

considerandos se aludía a los antecedentes de otros

árboles ya declarados como históricos.

En 1983, mediante el Decreto Nº 3110, se incluyó

en la declaratoria de la plaza próxima a la Iglesia de

Ischilín, en Córdoba, a un centenario algarrobo.

En el mes de enero del año 2001 fue promulgada

la ley 25.383 que declara como “árbol histórico”

al Sarandí blanco situado en Candelaria, Misiones,

a orillas del río Paraná, donde hallara descanso el

general Belgrano en su marcha hacia el Paraguay.

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Un árbol histórico perdido: el Eucalyptus de Sarmiento en la quinta Lanusse

El caso que nos ocupa tuvo un final infortunado

para el árbol y para la memoria histórica argentina.

El registro documentado de sus alternativas obra en

los archivos de la Comisión Nacional de Museos y de

Monumentos y Lugares Históricos, y es una lección

de alerta referida a estos particulares y vulnerables

bienes patrimoniales que son, precisamente, los

arboles históricos.

La pérdida de un ejemplar histórico

Séptima parte

Arriba: Vista del fuste del Eucalyptus de la quinta Lanusse en San Fernando. Año 1942 (Foto G. Aubone, “Los eucaliptus, los mimbres y la higuera de Sarmiento”).

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El trámite de declaratoria se inició el 25 de agosto

de 1958, firmado por Alberto Palcos, que presidía el

Instituto Sarmiento de Sociología e Historia, sito en la

calle Cuba 2079 del barrio de Belgrano.

Allí se solicitaba la declaratoria en la categoría de

“árbol histórico” (no prevista en la ley 12665) del

ejemplar de Eucalyptus Globulus que se hallaba en

la quinta Lanusse (Punta Chica, S. Fernando), y que

provenía de las primeras semillas introducidas en el

país y distribuidas por pedido de Domingo Faustino

Sarmiento. Con la nota se adjuntaba un informe del

experto Ing. Guillermo Renato Aubone quien, en

septiembre de 1940, por pedido de la Comisión

Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares

Históricos, había indagado en los antecedentes de

este Eucalyptus, produciendo una breve monografía

que la Comisión editó en 1941 (serie Monografías y

Disertaciones) bajo el título de “Los Eucalyptus, los

Mimbres y la Higuera de Sarmiento” (90).

En su informe de 1958, Aubone señalaba que “de

todos los ejemplares examinados e información

reunida... resulta como el más seguro descendiente

directo de las semillas iniciales de 1858, el que se

encuentra en la quinta Lanusse”. En efecto, según

Aubone, la quinta había pertenecido inicialmente a

Agustín P. Justo, abuelo del presidente del mismo

nombre. Victorina Justo, hija del antiguo propietario,

interesada en las plantas, había recibido las semillas

de manos del Dr. Dalmacio Vélez Sársfield. Años más

tarde, ya casada con Blas Rivero, formó uno de los

parques más bellos del país, en su estancia ”Santa

Clara del Uruguay”, en Entre Ríos.

El ejemplar en cuestión, con un diámetro de más de

dos metros, fue examinado por varios técnicos: el

Ing. Agr. Franco Devoto del Ministerio de Agricultura

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y el Ing. Agr. Hector Mangieri, de la Administración

Nacional de Bosques, entre otros. Ambos, junto con

Aubone, coincidían en su proveniencia directa de las

primeras semillas.

Aubone había acercado otro interesante documento,

cuyo original se guardaba en el Museo Histórico

Sarmiento (creado, en 1938 por gestión de la Comisión

Nacional), atestiguando el rol de Sarmiento en la

introducción de las primeras semillas de Eucalyptus

Globulus. El documento había sido reproducido

facsimilarmente por la Comisión en 1939.

Se trata del Acta labrada el 17 de octubre de 1875

en la estancia “San Juan” de don Leonardo Pereyra,

firmada por varias personas (Martín Yraola, el propio

Pereyra, Felix Frías, Prospero Van Geert, J. de Guerrico,

Manuel Guerico, Juan Cobo, Estanislao Frías) y

suscripto por el jardinero Sr. Versechi, encargado

de las plantaciones del establecimiento rural. Allí

declaraba Versechi que en 1858, siendo jardinero

de don José Gregorio Lezama, había recibido del

propio Sarmiento las primeras semillas de la especie,

venidas de Australia y que de ellas se derivaron los

primeros ejemplares logrados.

De aquellas semillas, decía Aubone, se propagaron los

Eucaplyptus, hasta llegar, cien años después, en 1958

a unos ochenta millones de ejemplares, mayormente

ubicados en la provincia de Buenos Aires.

Cabe agregar que, a la par de Sarmiento, otro de

los propulsores de la plantación de Eucalyptus fue

el empresario don Esteban Adrogué, pionero en el

poblamiento de las Lomas de Zamora, y fundador del

pueblo de su nombre, llamado también Almirante

Brown, profusamente forestado con aquellos árboles,

visibles hasta el día de hoy en muchas de sus calles y

viejas casonas.

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La gestión en pro del Eucalyptus de la quinta Lanusse

fue exitosa, por cuanto la Comisión Nacional de

Museos y de Monumentos y de Lugares Históricos

aprobó el pedido en sesión del 29 de agosto de

1958 y obtuvo un decreto firmado por el presidente

Frondizi (Nº 5623) el 10 de septiembre del mismo

año. El art. 2 del Decreto encomendaba a la Comisión

Nacional convenir con organismos especializados el

modo de conservación del árbol declarado histórico.

Esta manda no fue cumplida.

Pasaron los años y, por lo visto, y quizá por su

emplazamiento en propiedad privada, nadie se

ocupó del árbol. Hasta que el 12 de febrero de

1969, una carta de lectores publicada por el diario

“La Prensa” y firmada por el vecino Hugo O. Resia, de

San Fernando, reavivó la cuestión. El mismo diario

había publicado el 19 de enero un artículo de Héctor

Adolfo Cordero (“¡Planten árboles!”) donde se hacía

mención del Eucalyptus histórico. Pero el lector Resia

expresaba su asombro, “debido a que este árbol

histórico desde hace aproximadamente seis años ya

no está en pie. Lo que se puede ver del legendario

ejemplar es el inmenso tronco destrozado y quemado

en partes, al que rodean yuyos, además de un cartel

que dice “particular”; y más aún, la placa que había

sido colocada para conmemorar su centenario no

está allí”. El centenario aludido era, precisamente,

el año de su declaratoria. El panorama era, según

esta descripción, desolador. El lector insinuaba una

triste explicación para el estrago: o bien la apertura

de calles o bien el fraccionamiento en lotes de la

quinta. Lo cierto era, como concluía el lector, que su

destrucción “pasó poco menos que inadvertida”.

Hubo una reacción, en la misma sección del diario, el

19 de febrero. El agrimensor Mario José Sackmann

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(con estudio en Cangallo nº 46 de la Capital), que

en 1962 había remitido una carta al diario, que no

fue publicada, copiaba aquel texto. Decía que unos

clientes suyos habían adquirido la quinta Lanusse

en San Fernando y le encargaron la subdivisión

en lotes para su venta. La casa iba a ser demolida.

El agrimensor practicó la mensura pero comenzó a

estudiar alguna solución “para salvar dentro del loteo

un gran árbol, un eucalyptus que hacía muy pocos

meses el gobierno había declarado monumento

histórico” [sic]. Encaró varios proyectos y se inclinó

por uno que requería el desvío de una calle, el

cual presentó ante las autoridades municipales y

provinciales para su aprobación. Al cabo de seis u

ocho meses lo consiguió, estipulándose que el árbol

siguiera en pie en una pequeña plazoleta proyectada

a ese efecto. La casa, afortunadamente, se salvó por

haber sido adquirida por un extranjero que decidió

conservarla y restaurarla.

El agrimensor Sackmann continuaba diciendo que en

1962 debió volver al terreno para su amojonamiento

y entonces encontró el árbol caído: “estaba en el

suelo, enorme, con toda su dignidad de centenario

pero en el suelo. Lo habían quemado en su base unos

muchachones para divertirse. No lo habían quemado

por accidente”. Además, se habían robado las placas

de bronce (¡ya entonces!). Seis años después de su

depredación, el tronco seguía en el suelo...

Sackmann concluía pidiendo la plantación en el sitio

de un retoño, ya que era imposible el rebrote del

ejemplar caído.

Por lo visto, se solicitaron informes a la autoridad

local, existiendo una nota del Intendente dirigida a

la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos

y de Lugares Históricos el 15 de abril de 1969, en

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la que da cuenta de las dos cartas de lectores y

traslada, además, unas conclusiones de la Comisión

de Estudios Históricos de San Fernando, tras su visita

al lugar. Allí se comprobó la caída del tronco, en parte

quemado, acompañando la fotografía que aquí se

reproduce.

Del informe se concluía la irremediable extinción

del árbol. La Comisión Nacional de Museos y de

Monumentos y Lugares Históricos respondió el 11

de julio de 1969, excusándose por la demora en

hacerlo debido a “un accidental traspapelamiento”.

Ante la “irremediable extinción”, la Comisión resolvió

su eliminación del registro de los bienes declarados

y, en este caso, tan escasamente protegido. Fin de la

historia.

Como señalé al comienzo, en la cadena de las familias

de bienes patrimoniales, los árboles históricos

configuran un eslabón escaso y vulnerable. Este

episodio lo demuestra con creces.

Abajo: Vista del Eucalyptus caído, año 1969. (Foto archivo CNMM y LH).

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Una variante de las declaratorias recaídas sobre árboles históricos es la valoración, ya no de un ejemplar aislado, sino de un conjunto forestal plantado en un lugar considerado como histórico. El primer caso ocurrió en 1961, mediante el Decreto Nº 877, referido al extenso solar conocido como Santa Catalina, en el partido de Lomas de Zamora, vinculado a la pionera Colonia Escocesa y, más tarde, al primer Instituto Agronómico y Veterinario bonaerense. Muchos de sus árboles provenían del “Jardín de aclimatación” de la Recoleta.

Actuaciones posteriores y nuevas miradas

Octava parte

Arriba: Palacio San José (monumento histórico nacional) en Concepción del Uruguay: vista de sus edificios, jardines y arboledas, a vol d´oiseau. Grabado de Arnoult Fith. Imp. Lemercier. Publicado por A. Dugratty, Paris, 1858. (Colección OADM).

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Mucho antes, en 1935, la ley Nº 12.261, en su artículo 3º) declaró de utilidad pública y sujeto a expropiación, el Palacio San José perteneciente a Urquiza, con las 107 hectáreas circundantes. Obviamente, quedaban afectados los árboles plantados.Otro caso de afectación de un conjunto forestal fue la declaración, como monumento, del “conjunto edilicio, paisajístico ambiental y artístico ornamental” del Jardín Botánico de Buenos Aires (Decreto de P.E.N. Nº 366/96).En 1997, mediante el Decreto P.E.N. nº 437/97, se declararon como monumentos históricos diversos bienes que incluyen arboledas: el Parque Lezama, el Jardín Zoológico, el Instituto Unzué (Mar del Plata), Villa Ocampo (San Isidro) y el Castillo del Parque Luro (La Pampa), éste último con un área “de protección paisajística” que llega a la desmesurada extensión de ¡7500 hectáreas! El mismo decreto declaró como lugar histórico nacional al “Parque Centenario 9 de Julio”, en San Miguel de Tucumán.Otro caso de declaratoria que involucra especies arbóreas es el Jardín Japonés de Buenos Aires, en la categoría de bien de interés histórico-artístico (Decreto P.E.N. Nº 652/2008).

Como se puede apreciar, la mirada de la Comisión Nacional recaída en los árboles fue apartándose de los ejemplares únicos ligados a episodios concretos, y comenzó a desplazarse a poblaciones forestales que más bien acompañan la historicidad o la estética paisajística de ciertos bienes inmuebles principales.Ello no implica, en modo alguno, desatender a los tradicionales árboles históricos de vieja declaratoria, que han motivado intervenciones recientes, en los casos de los Algarrobos de Purmamarca(91), del Pacará de Segurola(92), del Aguaribay del Perito Moreno(93), de la Magnolia de Avellaneda(94), o del Olivo de Arauco(95).

Arriba: Algarrobo de Purmamarca en Jujuy. Estado actual. (Foto Arq. Inés Pemberton).

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Arriba: Escuela Agronómica y Veterinaria de Santa Catalina en Lomas de Zamora; en la actualidad, sede del rectorado de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. ( Lugar Histórico Nacional). Vista del edificio principal, dibujo de Arthur Laurent, del. Buenos Aires, 17- II -1813. Fotolito Emilio Halitzky (colección OADM).

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Arriba izquierda: el Ombú de Caseros señalado como el árbol histórico de la famosa batalla. Abajo izquierda y arriba derecha: otros ombúes en el predio del Colegio Militar, también en Caseros ¿son menos históricos? (Fotos Arq. Mónica D´Amico).

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Los árboles históricos en la prensa de época (1939-1942)Fuente: Colección de recortes de prensa de la CNMMyLH

Anexo I:

1. El Hogar

2. La Quincena Social

3. El Mundo

4. La Razón

5. Nueva Palabra

6. Los Andes (Mendoza)

7. La Fronda

8. Libertad

9. La Argentina

10. La Nación

11. Noticias Gráficas

5 de enero de 1939

15 de enero de 1939

19 de julio de 1939

4 de agosto de 1939

7 de septiembre de 1939

20 de febrero de 1940

2 de junio de 1940

2 de junio de 1940

2 de junio de 1940

2 de junio de 1940

5 de agosto de 1940

“A la sombra del nogal de Saldán, San Martín gestó su campaña libertadora” (por Armando Maffei, con óleos de Indalecio Ferreyra)

“Gran lucimiento alcanzó el acto consagratorio del lugar histórico de el Manzano de San Martín sito a la entrada del Portillo de Tunuyán”

“Declara la Cámara de Senadores monumento nacional al Pacará de Segurola”

“El Manzano de San Martín -Rendirán homenaje al Libertador”

“Sarmiento introdujo al país las primeras semillas de Eucalyptus”

“Por la conservación del histórico árbol Manzano de San Martín”.

“Se creará un parque indígena en Yapeyú”

“Se creará un parque indígena en Yapeyú”

“Se creará un parque indígena en Yapeyú”.

“Se proyecta crear un parque en Yapeyú donde nació el Libertador”.

“Un árbol histórico: el Aguaribay de Pancho Moreno”

(Mendoza)

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12. La Fronda

13. La Nación

14. La Prensa

15. La Nación

16. El Argentino (La Plata)

17. Noticias Gráficas

18. Victoria (Mendoza)

19. La Razón (Chivilcoy)

20. El Mundo

21. El Portillo (Mendoza)

22. El Mundo

23. Los Andes (Mendoza)

24.Chascomús

25. El Día

26. El Diario

27. La Fronda

28. El Mundo

13 de diciembre de 1940

8 de marzo de 1941

9 de marzo de 1941

9 de marzo de 1941

10 de marzo de 1941

26 de mayo de 1941

21 de junio de 1941

3 de agosto de 1941

9 de agosto de 1941

12 de agosto de 1941

13 de agosto de 1941

14 de agosto de 1941

16 de agosto de 1941

17 de agosto de 1941

18 de agosto de 1941

18 de agosto de 1941

18 de agosto de 1941

“Sarmiento y los árboles – Una plantación simbólica en el Museo de su nombre”

“Gestiónase la conservación de un ombú centenario”

“Pídase la conservación de un ombú”

“La tradición y el arbolado”

“El ombú de Cañuelas”

“Un ciprés histórico – Descansó Mitre – Fue donado”

“Peregrinación patriótica al Manzano de San Martín”

“El nogal histórico de Saldán”

“Cobijó al Libertador” [Manzano de Tunuyán]

“Peregrinación al Manzano”

“Árbol histórico” [Higuerón de Yapeyú]

“El domingo se hará la peregrinación al Manzano histórico”

“En el Cabildo fueron plantados ayer retoños de árboles históricos”

“Hasta el nogal de Saldán harán una marcha patriótica”

[Plantación en el Cabildo]

“Árboles históricos” [Plantación en el Cabildo]

“En el Cabildo fueron plantados ayer retoños de árboles históricos”

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29. El Pueblo

30. Los Principios (Córdoba)

31. El Diario Español

32. La Libertad (Mendoza)

33. El Hogar

34. La Prensa

35. Los Andes (Mendoza)

36. El Orden (Tucumán)

37. La Nación

38. Tribuna (San Juan)

23 de octubre de 1941

30 de octubre de 1941

31 de octubre de 1941

9 de febrero de 1942

Febrero de 1942

30 de marzo de 1942

15 de abril de 1942

18 de abril de 1942

7 de junio de 1942

17 de junio de 1942

“Se realizará un acto de evocación histórica al pie del Manzano donde descansó San Martín”

“La quinta donde se encuentra el nogal de Sáldan se declaró monumento y lugar históricos”

“La capilla San Roque y la quinta donde se encuentra el Nogal de Saldán”

“¿Es lugar histórico el terreno de la Alameda?”

“El Manzano de San Martín”

“Terminó el estudio para el proyectado parque del Campo de San Lorenzo”

“Sobre el Manzano de San Martín ha sido editado un folleto”

“Un folleto sobre el árbol histórico de Tunuyán”

“Bajo el nogal de Saldán” (por Enrique Moulia)

“En la Plaza 25 de mayo de La Rioja existe un retoño del pino de San Lorenzo”

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Listado de árboles históricos con declaratoria nacional*

Anexo II:

*Nota: existe un caso de desafectación de un ejemplar histórico, debido a su completa destrucción vandálica: se trata del Eucaliptus Globulus de la quinta Lanusse, en San Fernando, Pcia. de Buenos Aires. Había sido declarado en 1958. Su baja se verificó en 1969.

Aguaribay en terrenos del Instituto Bernasconi.

Ombú en el Campo de Caseros.

Pino en el huerto del Convento de San Carlos en San Lorenzo.

Algarrobo en la Barranca de San Isidro.

Magnolia en el Parque 3 de Febrero.

Nogal en la Finca de Saldán.

Olivo de Arauco.

Pacará en el Parque Chacabuco.

Olivo en el Campo del Plumerillo.

Ombú en el Museo “José Hernandez”, sito en la chacra Pueyrredon.

Manzano de Tunuyán.

Algarrobo de la Plaza de Ischinlin.

Sarandí blanco.

Capital Federal

Buenos Aires

Capital Federal

Córdoba

La Rioja

Capital Federal

Mendoza

Buenos Aires

Córdoba

Misiones

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Decreto

Ley

3.369

2.232

2.232

2.232

2.232

2.232

2.232

6.502

368

3.110

25.383

23-jul-1943

04-jul-1946

04-jul-1946

04-jul-1946

04-jul-1946

04-jul-1946

04-jul-1946

22-sep-1972

18-feb-1975

28-nov-1983

30-nov-2000

Buenos Aires

San Isidro

Buenos Aires

Saldán

Arauco

Buenos Aires

Las Heras

San Martín

Tunuyán

Ischilin

Candelaria

Mendoza

Buenos Aires

Santa Fe

Árbol Histórico

Árbol Histórico

Decreto

Decreto

3.038

3.038

30-ene-1946

30-ene-1946

Morón

San Lorenzo

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Notas

1 Cfr. Juan A. Domínguez, ´´Contribuciones a la materia médica argentina´´. Bs. As., Casa Jacobo Peuser, 1928. págs. XV a XXII, y 3 a 79.

2 Publicada in extenso por Sonia Berjman (comp..), “Benito Javier Carrasco: sus textos”. UBA, Facultad de Agronomía, 1997, págs. 25 a 46.

3 Cfr. Sonia Berjman (comp.), “Benito J. Carrasco…” Ob. cit. pág. 26.

4 Cfr. Ibíd., pág. 25.

5 Cfr. “La Nación” del 7 de mayo de 1912.

6 Cfr. “La Capital” (Rosario) y “La Nación”, ambos del 3-XII-41; y “El Atlántico” (Bahía Blanca), de igual fecha.

7 Cfr. Ibíd., págs. 132-134.

8 Cfr. Gustavo Giovanonni. “Il restauro dei monumenti”, Cremonese, Roma, s/f.

9 Cfr. Ibíd., pág. 133.

10 Cfr. CNMMyLH, “Boletín”, Año III, Nº 3, Bs. As., 1941, pág. 597

11 Vide María Elida Blasco, “Un panteón de naturaleza nacional: la transformación de los árboles en <<reliquias históricas argentinas >>. 1910 y 1920”. Independencias y museos en América Latina. L´ordinaire latinoaméricain, 2010, Nº 212, pág. 75-104. Disponible en Internet. También, de reciente publicación, María Elida Blasco, “Un museo para la colonia - El Museo Histórico y colonial de Luján, 1918 - 1930” Prohistoria, Rosario, 2011.

12 Cfr. “El museo Colonial e Histórico de Luján”, en Guía Quincenal de la Comisión Nacional de Cultura, Nº 13, Bs. As., Octubre 1947.

13 Cfr. Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Luján. Guía descriptiva. La Plata, Taller de impresiones oficiales, 1929, pág. 13.

14 Cfr. Ibíd. pág. 12. Vide. también María Elida Blasco, ob. cit.

15 Me he ocupado de la visión patrimonialista de Enrique Udaondo en varios artículos de la sección Memorias de la Comisión, publicados entre 2009 y 2011 en el Boletín electrónico de la CNMMyLH.

16 El más remoto antecedente de señalamiento de un árbol fue la marca que mandó colocar Facundo Quiroga en el caldén pampeano a cuya sombra murió Pringles.

17 Vide mi artículo “Una curiosidad respecto de la señalización de la magnolia de Avellaneda” en Boletín de CNMMyLH, Abril 2011.

18 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Arboles Históricos, Nota del director de la Dirección Forestal del Ministerio de Agricultura Nº 1043-2, de fecha 31 de mayo de 1944.

19 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Arboles Históricos, Nota Nº 716 de fecha 11 de mayo de 1944 firmada por Levene/Busaniche.

20 En igual sentido, años más tarde, en 1945, el propio Levene encabezaría una misión para evitar que la construcción de unas pistas de aterrizaje afectaran al Ombú de Caseros.

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21 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota L-1. F-15 de fecha19-X-1938

22 Cfr. CNMMyLH. Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota de la Comisión de Estudios Históricos de San José de Flores de fecha 27-XII-1938, Nº 166.

23 Cfr. Boletín… Año II, Nº 2, Bs. As., 1940. pág. 422.

24 Cfr. Boletín… Ibíd., pág. 23.

25 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota 314 del 13-IV-1939.

26 Cfr. CNMMyLH, A. I, B.A.H., Nota 315, 13-IV-1939.

27 Cfr. CNMMyLH, A. I, B.A.H., Nota Nº 440 del 12-VII-1939.

28 Cfr. CNMMyLH, A. I, B.A.H., nota de la Asociación Cultural “Clorinda Matto de Turner” del 17-VII-1939

29 Cfr. CNMMyLH, A. I, B.A.H., Nota Nº 529 del 4-IX-1939.

30 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota del contador Fernando Ellerhorst de fecha 25-IV-1944, tratada en sesión del 2-V-1944.

31 Cfr. CNMMyLH, A.I, B.A.H., Nota de la CNMMyLH al Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Nº 987 del 21-VIII-1940, y su versión publicada en Boletín…, año Nº 3, Bs. As. 1941, pág 4.

32 Cfr. Boletín…, Año III, Nº 3, Bs. As., 1941, pág. 494 a 496, nota de la Asociación Amigos de la Patagonia de fecha 1º de agosto de 1940.

33 Cfr. Ibíd. Tercera nota de las misma Asociación de fecha 12 de agosto de 1940, págs. 497- 498.

34 Cfr. Ibíd.

35 Cfr. CNMMyLH, A. I., B.A.H. respuestas a Notas de la Liga Argentina de Educación, Instituto Cultural Argentino-Venezolano, Instituto Cultural Argentino-Mexicano, Museo de la Patagonia, Amigos de la Ciudad, Agrupación Literario Musical, Ateneo

Popular de la Boca, Sociedad Amigos del Árbol, Boy Scouts Argentinos, Dirección de Enseñanza Agrícola, Museo Bernardino Rivadavia, etc.

36 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota del 17 de agosto de 1940 firmada por J. A. Soldani.

37 Cfr. CNMMyLH, A:I., B.A.H., Nota de la Dirección de Parques Nacionales, Agosto de 1940 en Expte. Nº 4423-A-1940.

38 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Notas de la DNA Nº 407 del 12-XII-1950 y Nº 300 del 31-III-1951.

39 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota Nº 4961 del 17-V-1951.

40 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Carta del Sr. Alfredo Zardi, Federación, 15-X-1940.

41 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota del Dr. Antonio J. Scaravelli y fotografías, Tunuyán, 22-V-1939.

42 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Dictamen Subcomisión de Monumentos y Lugares Históricos, 25-VI-1939 sucripto por Levene y Best.

43 Vide “La Quincena Social” (Mendoza), 15-I-1939; “La Razón”, 4-VIII-1939; “El Mundo”, 9-VIII-1939; “Victoria” (Mendoza), 21-VI-1941; “El Portillo” (Mendoza), 12-VIII-1941; “Los Andes” (Mendoza), 14-VIII-1941; “El Pueblo”, 21-X-1941; “Los Andes” (Mendoza), 15-IV-1942; “El Orden” (Tucumán), 18-IV-1942; Revista “El Hogar”, febrero 1942, etc.

44 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota del Director de Enseñanza Agrícola del Ministerio de Agricultura de la Nación, Ing. Guillermo Aubone, del 10_IX-1940, en (5) fojas.

45 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota 11-IX-1940.

46 Cfr. Ibíd, Nota 12-IX-1940.

47 Cfr. Ibíd, Nota 12-IX-1940.

48 Cfr. Ibíd, Nota 13-IX-1940.

49 Cfr. Ibíd, Nota 14-IX-1940.

50 Cfr. Ibíd, Nota 16-IX-1940.

51 Cfr. Ibíd, Nota 16-IX-1940.

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52 Cfr. Ibíd, Nota 27-IX-1940.

53 Cfr. Ibíd, Nota 1-X-1940.

54 Cfr. Ibíd, Nota 11-X-1940.

55 Cfr. Ibíd, Nota 14-X-1940.

56 Cfr. Ibíd, Nota 23-X-1940.

57 Cfr. Boletín… Año III, Nº 3, Bs. As., 1941, pág. 28.

58 Cfr. Boletín… Ibíd, pág. 596.

59 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Nota de fecha 25-VI-1941 del delegado en Mendoza, Fernando Mora Guiñazú.

60 Cfr. Boletín… Año IV, Nº 4, Bs. As., 1942, págs. 151 a 165.

61 Vide. págs. 161-162.

62 Cfr. Guillermo R. Aubone, “Los eucaliptos, los mimbres y la higuera de Sarmiento”, CNMMyLH, Museo Histórico Sarmiento, serie II, Nº 7, Bs. As., 1942, pág. 11.

63 Cfr. Guillermo R. Aubone, ob. cit., págs 15 a 18.

64 Cfr. Ibíd.

65 Me ocupé de este episodio en “Cuatro moradas sarmientinas con declaratoria nacional”, Cap. II, La morada del ocio. Bs. As., Eustylos y CNMMyLH, 2011.

66 Cfr. Ibíd, págs, 28-29.

67 Cfr. Ibíd, pág. 30.

68 Cfr. Ibíd. pág. 32.

69 Vide “La Fronda”, “La Nación”, “Libertad” y “La Argentina”, todos ellos del 2 de junio de 1940.

70 Vide “Chascomus”, del 16 de agosto de 1941; y “La Fronda”, “El Mundo”, y “El Diario”, todos ellos del 18 de agosto de 1941. Ya el 28 de abril de 1941 la División Forestal del Ministerio de Agricultura había aconsejado que la plantación se hiciera en el invierno. Hubo consulta sobre un cuarto árbol, el Tamarindo de la Escuela de Agricultura

de Mendoza, pero sin resultado (Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, AH, Nota Nº 272 del 28 de abril de 1941 dirigida por la División Forestal del Ministerio de Agricultura).

71 Vide P. Teófilo Pinillos, O.F.M, “Historia del Convento de San Carlos de San Lorenzo”, Bs. As., pág. 196. El autor franciscano se pregunta con irreprochable sentido común, ¿por qué caminar hasta ese pino cualquiera, debiendo pasar el Libertador en tal trayecto, por delante de su celda, donde tenía más comodidades para escribir el parte?

72 Vide Abraham F. Cepeda, “El ombú de Caseros”, Bs. As., 1962. El autor del folleto (periodista entrerriano y urquicista), había solicitado, en mayo de 1943, la declaratoria del árbol.

73 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Dictamen del 13-III-1946 de tres fojas. El mismo documento fue volcado a la nota del 20 de marzo de 1946 elevada al Ministro de Justicia e Instrucción Pública para el trámite de declaratoria. Curiosidad: al comunicarse el Decreto ya firmado, la nota del 12 de julio de 1946, suscripta por Leopoldo Marechal como Director General de Cultura, se habla de árboles declarados como Monumentos Históricos.

74 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota L.G. 139 de fecha 6 de febrero de 1946 dirigida por el Dr. Ricardo Levene al Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Es interesante señalar que, muchos años más tarde, la Comisión Nacional hubo de proteger otro ejemplar en la misma quinta de Pueyrredon.

75 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Expte. Nº 7325/47.

76 Cfr. CNMMyLH, A.i:, B.A.H., Nota Nº L7-539, en Expte. Nº C-19-1947 y MA Nº 7325/47, de fecha 13-X-1947.

77 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Informe Nº 4897 de la División de Silvicultura, de fecha 24-X-1947.

78 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Informe Ibíd.

79 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Expte. Nº 7325/47, Nota Nº 9064 de fecha 4-XI-1947.

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80 Cfr. CNMMyLH, A.I., B.A.H., Expte. Nº 7325/47, Nota Nº 9064 de pase de fecha 26-XI-1947 girada por la Dirección General de Cultura.

81 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota del 4 de noviembre de 1949 recaída en Expte. Nº 33852/49 – Deleg. D.G. Enseñanza Media – CNM-2633/49.

82 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional. Bibliorato Árboles Históricos, Nota de fecha 11 de enero de 1950 en Expte. Nº 33.852/49…etc, antes citado, CNM-2633/49

83 Cfr. Ibíd.

84 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Oblea Nº 9 relativa a la sesión del día 27 de diciembre de 1949.

85 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, dictamen de fecha 17-XI-1950.

86 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, dictamen de la Subcomisión de Monumentos y Lugares Históricos del 17-XI-1950

87 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota del Sr. Ramón de Castro Estévez de fecha 23-XI-1950. Hay una esquela anterior del 11-XI-1950 en similar sentido.

88 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota del Director de la Escuela Nº 412 de Hersilia (Santa Fe) de fecha 11-VI-1954 y repuesta de fecha 5-VII-1954.

89 Cfr. CNMMyLH, Archivo Institucional, Bibliorato Árboles Históricos, Nota CNM-8407/954 del 23-II-1954.

90 Vide, cuarta parte, sección i) del presente volumen.

91 Cfr. CNMMyLH, Notas Nº 5 655/10, 714/10 y 734/10.

92 Cfr. CNMMyLH, Nota Nº 1831*10.

93 Cfr. CNMMyLH, Nota Nº 683/10.

94 Cfr. CNMMyLH, Acta del Comité Ejecutivo Nº 10/11, punto 5.2.

95 Cfr. CNMMyLH, Acta del Comité Ejecutivo Nº 11/10, punto 1.9.

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Palabras preliminares 5

Prólogo del Autor. 11

Primera parte: Flora nacional y monumentalización de la naturaleza. 15

Segunda parte: El aporte inicial de don Enrique Udaondo. 21

Tercera parte: La tarea patriótica de la Sociedad Forestal Argentina y sus secuelas. 29

Cuarta parte: Los antecedentes en la Comisión Nacional previos a las declaratorias omnibus de 1946. 35

Quinta parte: Las declaratorias propiciadas por la Comisión Nacional. 49

Sexta parte: Se abre un nuevo ámbito de actuación. 55

Séptima parte: La pérdida de un ejemplar histórico. 61

Octava parte: Actuaciones posteriores y nuevas miradas. 67

Anexo I: Los árboles históricos en la prensa de época (1939-1942). 71

Anexo II: Listado de árboles históricos con declaratoria nacional. 75

Notas 77

Índice

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Impreso por Gráfica Heine en Villa Ballester,Provincia de Buenos Aires, Argentina,

en el mes de marzo de 2012Tipografía Avenir Next

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