ratzinger maria madre de los creyentes

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  • 8/3/2019 Ratzinger Maria Madre de Los Creyentes

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    MARA, MADRE DE LOS CREYENTES

    Joseph Ratzinger

    Pltica en la Catedral de Nuestra Seora, de Munich, el 31-V-79, con ocasin del MayoMariano

    Sucedi que mientras l estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud,alzando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llev y los pechos que te criaron.Pero el replic: Bienaventurados ms bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan(Lucas, 11, 27y s.).En un primer momento, las palabras de Jess en el pasaje del Evangelio que acabamos deescuchar parecen ser contrarias a la idea de homenaje a Mara. Se dira que quierecomunicarnos lo siguiente: que no alabemos a los hombres; que lo que importa no es elparentesco de la sangre, sino slo el seguimiento en unidad de corazones y espritus. Perocuando situamos esas palabras en el contexto total del Evangelio, descubrimos aspectos

    sorprendentes que nos llevan a comprender en lo profundo las razones de la veneracinhacia Mara y las enseanzas consiguientes. En San Lucas, la frase de Jess cuando declaradichosos los que escuchan la palabra de Dios (Lucas 11, 28) concuerda exactamente conel saludo de Isabel: Dichosa t, que has credo (Lucas 1, 45). Y el enlace de sentido secorrobora en esos dos pasajes donde leemos que Mara guardaba todo esto en su corazn(Lucas 2, 19 y 51) relacionando las cosas, ponderndolas y ahondando en su significacin.As evidencia San Lucas que el encomio dedicado a los que escuchan la palabra de Dios y lapractican corresponde por excelencia a la persona que, por serle ms cercana de corazn, ypor llevar en s misma esa palabra de Dios, fue la elegida por El para encarnarse.Como escribi San Agustn, antes de ser la Madre segn el cuerpo, lo haba sido ya segn elespritu. Guardaba las palabras de Dios en el corazn; las asociaba, las meditaba, ypenetraba en su sentido. Al decir esto, San Lucas considera a Mara como fuente de

    tradicin; pero nos dice igualmente que en Ella se ha hecho sensible lo que fuera durantesiglos el misterio de Israel, y lo que en el futuro habra de ser la Iglesia: mansin de laPalabra de Dios; hogar que la custodia entre los altibajos de la Historia, con tormentas,vicisitudes, inanidades y fracasos interiores y exteriores. A pesar de tales altibajos, en losque a veces parece haberse perdido todo, primero es Israel, y posteriormente la Iglesia delos cristianos, representada en Mara, quien guarda la Palabra y la preserva, quien le sirvede residencia y la transmite por el boscaje de los tiempos para que vivifique con su savia yrinda frutos incesantes.Por todo ello, segn el Evangelio de San Lucas, Mara es una viva plasmacin de la parboladel sembrador (Lucas 8, 4 y ss.). Su corazn es campo frtil, hondamente removido paraque haya enraizamiento. Ella es lo ms contrario de la pea saliente en la que casi todoresbala o se desva, y slo se detiene lo superfluo. Ella no es como tantos en quienes losgorriones de la inconsciencia devoran esos granos que buscaban lo profundo del corazn; ni

    lleva dentro los espinos de los cuidados cotidianos, las riquezas y el apego a las cosas, queimpiden igualmente a la semilla penetrar en los estratos ms profundos del corazn y de laexistencia. Ella es el campo bueno donde puede la semilla descender, ser alojada, echarraces y fructificar. En su persona, las fuerzas de la vida operan en cierto modo como jugo ynutrimento para la Palabra; y de este modo, al identificarse ella misma con la semilla, seconvierte poco a poco en Palabra, Icono vivo, Imagen luminosa de Dios, hasta configurarseplenamente conforme a su misin. Y la Palabra, por su parte, adquiere en Ella fuerza nuevapara hacerse visible en toda su riqueza y su multiformidad.

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    Mara guardaba la Palabra, y por ello es nuestra Gua. Vivimos en un tiempo de corazonesempedernidos que sofocan la voz de lo profundo, y en el que los pjaros del trfagocotidiano picotean cualquier cosa que pudiese buscar nuestro interior, y los espinos de lasansias posesorias nos tapan como losas las honduras. Vivimos en un tiempo dominado -sinque la Iglesia sea una excepcin- por una mentalidad de corto plazo, que aprecianicamente lo factible y cuantificable, y ha perdido de vista que las cosas que cuentan no

    son nicamente las que pueden ser contadas. La eficiencia profunda, las energas que hacenrealmente la Historia y sus mudanzas, provienen solamente de lo que ha ido madurando conel tiempo; lo que tiene races hondas; lo que ha sido probado y repensado; lo que hapermanecido irremovible y an resiste. La fuerza de la Iglesia, su poder de cambiar elmundo, no puede consistir en sus posibilidades inmediatas de hacer esto o aquello, sino enser ese espacio al que podamos regresar en todo tiempo a recogernos en silencio paracrecer, desarrollarnos y dar los frutos que podamos. Los Padres de la Iglesia, en relacin contodo esto, han asignado a Mara el ttulo de Profetisa. Esto no significa, en su caso, hacerobras prodigiosas y predecir el futuro, sino estar embebida del Espritu divino, y gracias aello hacerse sembradora y propiciar una cosecha.Se aprecia entre nosotros, y en todo el Occidente, un ansia vehemente de meditacin, y uninters consiguiente por lo asitico, porque la condicin cristiana parece reducirse alactivismo. Pero advirtamos lo siguiente: que imitar por unas horas un par de tcnicas

    tomadas de religiones asiticas no cambia nuestra vida en profundidad, sino que sirvesolamente para cebar en nosotros un egosmo que no busca sino una sensacin de poderosuperior. Tambin el Cristianismo est dotado de vas de meditacin, que nos ayudan amoderar nuestro activismo. Esa meditacin est ejemplificada en la Madre del Seor con sureaccin a las palabras escuchadas. Por ello es nuestra Gua, la Gua que nos ensea ameditar como cristianos recogindonos en ese provechoso silencio del que vienen lasverdaderas energas.Y por ello los obispos de nuestra tierra hemos querido, en este mes de mayo, predicar sobreMara. Nos parece importante reavivar la devocin mariana en nuestra vida de cristianos:esa fuente de energas que consiste en escuchar en el recogimiento para que la palabrapueda germinar. Por tal motivo, hemos recomendado que se vuelva a las oraciones dirigidasa Mara, y entre ellas el Rosario, que ha sido tan denigrado. Rezarlo significa lo siguiente:

    deponer el activismo y relajar el pensamiento imaginativo, de manera que, acomodndonosquieta y serenamente a la cadencia de las palabras, concuerde y nos resuene el corazn enarmona con ellas, y nos sintamos suavemente reducidos al silencio, contentos y mejorados.Pero hay en las palabras del Evangelio que leamos un segundo aspecto mariolgico. Merefiero a esa frase en la que Jess parece reprender a la Madre: Acaso no sabais que yodebo ocuparme de las cosas de mi Padre? (Lucas 2, 49). Concuerdan con aqullasposteriores en las bodas de Can (Mujer:qu tengo yo que ver contigo?: Juan 2, 4), las quepronuncia cuando sus familiares acuden a buscarlo (Mi madre y mis hermanos son stos queme escuchan: Marcos 3, 34 y s.), y las finales del momento de la Cruz en que se aparta deElla por completo y la hace Madre de otro (Juan 19, 26). Pero en ninguna existe algo quevaya en contra de Mara. Justamente tras la apariencia negativa de las ltimas desde laCruz, se nos descubre y ratifica en toda su grandeza el s que significa la maternidad.Porque ser madre es, ante todo, atender y custodiar, dar acogida y ofrecer un recinto de

    intimidad y recogimiento. Pero hay ms. As como a la concepcin sigue el alumbramiento,tambin tras el acogimiento y la custodia ha de venir el desprendimiento de quien deja libreal otro para ser por s mismo, en vez de sujetarlo y pretender conservarlo cual si fuera unapropiedad. Tal es la prueba del amor consumado: la actitud de quien permite al amado quesea por s solo, en lugar de retenerlo, y que, al dejarlo en libertad, se desvincula a s mismomediante la renuncia. En ello est la plenitud de la maternidad y del amor.Mara supo hacerlo. Consinti en ser privada de su Hijo, y, al quererse relegada, reafirmplenamente aquel s que pronunciara inicialmente en la maana de la Anunciacin. Estaculminacin de la respuesta positiva significa convertirse en madre de otro, si bien para

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    acoger de nuevo al Seor en condicin de Madre de todos los creyentes. Considero necesarioque volvamos a ver claro este segundo aspecto. Los problemas generacionales de nuestrotiempo, que en el Ao Internacional del Nio percibimos en todo su dramatismo, sondebidos en parte a que nos desagrada que la ajena libertad se nos escape de las manos. Alvernos ante el hijo, deseamos que en l se verifiquen nuestros gustos sobre el decurso de lavida; que la suya sea una rplica de la nuestra, la perfecta realizacin del propio yo. De

    modo que nos incapacitamos para ejercer el amor en la emancipacin, que es justamente lamanera ms grande y pura de cuidar a otra persona, y la nica de la que nace la unidadverdadera.Tal es para nosotros Mara: la que dio el s perfecto al mostrarse disponible sin reservas; laque supo acoger, y la que supo desprenderse para experimentar el triunfo del Amor, que esla Verdad. Nuestros predecesores, al dedicar esta Iglesia Catedral a Nuestra Seora,hicieron de ella como un smbolo mariolgico: un lugar que significa recogimiento y libertaden el transcurso turbulento de los tiempos. Por tanto, decidmonos a amar en ella: y,respondiendo con plenitud a la ntima llamada que nos dirige, procuremos desde ella que secumpla en nosotros la enseanza del Evangelio: Me llamarn bienaventurada todas lasgeneraciones. Porque ha hecho en m cosas grandes el Todopoderoso (Lucas 1, 48 y ss).

    ASUNCIN DE MARA A LOS CIELOS

    Homila del Card. Joseph Ratzinger

    Referencias a la Sagrada Escritura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab. 1993

    Cada vez que celebramos la festividad de la Asuncin, se nos presenta ante los ojos lagrandiosa seal de la que nos habla la primera lectura de este da: una mujer revestida porel Sol, o sea, inmersa en la luz de Dios, que la inhabita porque Ella habita en l. Hombre yDios se compenetran y se intercomunican. Los Cielos y la Tierra se han fundido. Por debajode los pies, la Luna, como signo de que lo efmero y mortal ha sido superado, y que la

    transitoriedad de las cosas ha sido convertida en existencia perdurable. Y la constelacin quela corona significa salvacin, pues esas doce estrellas representan la familia nueva de Dios,anticipada por los doce hijos de Jacob y los doce apstoles de Jesucristo.En esta fiesta pletrica de esperanza y de alegra comprendemos que Jesucristo no haquerido estar solo a la derecha del Padre, y que con ella se clausura propiamente la nuevaPascua. Jesucristo, grano de trigo muerto, no se va solo para encontrarse a solas con elPadre, abandonando a su suerte nuestra tierra. Recibiendo a Mara, inicia para nosotros, losque estamos en la tierra, nuestra propia recepcin para que Dios y nuestro mundo se vayancompenetrando, y aparezca una tierra nueva. Por tanto, la enseanza que se nos da en esteda es la siguiente: que el Seor no est solo; que el nacimiento de la tierra nueva, lejos desituarse en el futuro, ha comenzado ya, y que es un germen para cualquiera de los hombresdesde el momento en que se da completamente a Dios.Con esa alegora bblica de la mujer, el Sol y las estrellas, y con el sencillo lenguaje denuestro ao litrgico, se nos indica la Asuncin del cuerpo de Mara en los Cielos. Tres con-ceptos capitales se mencionan: Mara, Cielo y cuerpo. Mara es el ser humano que se nosha adelantado plenamente, y que por ello es para nosotros un foco de esperanza. Los in-tentos que se han hecho, en los ltimos 200 aos, para crear un hombre nuevo, y con lestablecer una tierra nueva, nos han llevado a consecuencias catastrficas. Nosotrossomos incapaces de hacer eso; pero Dios s lo puede, lo hace, y nos ensea la manera deprepararnos para el encuentro con El.Consideremos en su interrelacin los otros dos conceptos que la Iglesia nos presenta en suLiturgia: Cielo y cuerpo, o, dicho exactamente, Cielo y tierra. Mencionar el primero parece

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    en la actualidad una antigualla. Quin se atreve a nombrarlo en estos tiempos? Lanuestra es una poca en la que resuena la voz de Nietzsche: Hermanos, permanecedfieles a la tierra. Nos invita a que, apartando por completo del Cielo nuestros ojos,disfrutemos plenamente de la tierra, y no esperemos otra cosa que lo que ella puedadarnos. Lo mismo Berthold Brecht: Dejemos el cielo para los pjaros. Y, por su parte,Albert Camus, dando la vuelta a las palabras de Jess cuando deca: Mi Reino no es de

    este mundo (Jn, XVIII, 36), nos propone como designio: Mi reino es de este mundo. Talha sido el objetivo de toda una centuria. Mi reino es de este mundo: en esto ha resumidosus aspiraciones nuestro siglo, y en esto continuamos resumindolas nosotros. Deseamostener en este mundo nuestro reino, el espacio donde vivamos nuestra vida. Pero qusignifica exactamente que nuestro reino es de este mundo?Significa que pretendemos obtener del tiempo lo que slo la eternidad nos puede dar. Nosesforzamos por sacar eternidades de lo que slo es temporal; y, como es lgico, nosquedamos siempre cortos, y corremos sin descanso en pos del tiempo perdido. Cuando eltiempo es o nico que cuenta, el resultado no puede ser otro que impotencia, perdida yfalta de tiempo. Llega un da en que el tiempo mismo se nos va, mientras pensbamos queen l encontraramos la eternidad.Y algo parecido nos ocurre con la tierra, con este mundo nuestro, que vemos convertido enescenario de destrucciones. Si queremos arrancar todo de ella, se nos queda muy escasa,

    y acabamos destruyndola. De aqu vienen inevitablemente aversiones entre nosotros,hacia nosotros mismos y hacia Dios, rivalidades y violencias. Frente a esto, bien valdra lapena que nos disemos cuenta del mensaje que quiere transmitirnos esa imagen de lamujer que esta vestida por el Sol: que dirijamos nuestros ojos hacia el Cielo, con laseguridad de que tambin nuestra tierra saldr regenerada. Volver nuestras mirada haciael Cielo significa dejar que nuestras almas se abran a Dios para que tome posesin denuestras vidas.Al comenzar la Edad Moderna dijo alguien que deberamos vivir como si Dios noexistiera. Esto ha ocurrido, y a la vista tenemos las consecuencias. Nuestra regla debe serexactamente la contraria: vivir en todo instante dando como supuesto que l existe, yconforme a lo que l es, porque por fuerza es lo que es. Este vivir significa dar odo a suPalabra y a su Voluntad, sintindonos mirados por Sus ojos. De este modo, sentiremos que

    pesa ms nuestra responsabilidad; pero, en compensacin, se har mas fcil y mashumana nuestra vida. Mas fcil, porque nuestros errores, fracasos, privaciones y perdidasjams nos parecern definitivos y fatales, sabiendo como sabemos que detrs de todo elloexiste siempre un sentido, y que nada esta perdido para siempre. Desde esta perspectiva,nos aparece en primer plano el lado bueno de las cosas. Ciertamente, con mirar hacia elCielo no impedimos que lo ingrato siga sindolo; pero su peso habr menguado, porquetodo ser para nosotros penltimo. No nos rebelaremos cuando las cosas no resulten comoquisiramos, o se frustren nuestros propsitos: porque sabemos que, en el fondo, hay algobueno en ello, toda vez que Dios es bueno.As, cuando perdamos a un ser querido, pensaremos que no se ha ido definitivamente, yque algn da volveremos a vernos. Es ms: incluso deberamos alegrarnos con la idea deun perfecto reencuentro. Si se ha ido de nuestro lado, nuestra separacin provisional secambiar en su momento por una compaa donde el gozo ser completo y puro, sin que lo

    empaen las fatigas y tribulaciones de la vida presente. Y, por lo que se refiere a nuestrasobras en general, procederemos pensando que su peso es oro eterno: porque Dios estmirndonos y nos gua; y porque El es el origen de la justicia, y nos trata justamente.Con todo ello, se incrementa nuestro sentido de responsabilidad hacia nosotros, nuestrosprjimos y la tierra en la que vivimos. Nos sentimos en libertad y sin temor ante el futuro.Nuestra vida mejora en calidad y en amplitud, y se dirige hacia delante combinando elsosiego con la firme decisin de progresar por el camino verdadero: el de la justicia y elamor de Dios.

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    Y hablemos ahora en concreto de las cosas corporales. Hoy se piensa que la creacin de lamateria nada tiene que ver con Dios: ella es como es, regida por sus leyes, y basta. Segnesta mentalidad, el Cristianismo se reduce a pura idea, vaca de realidad. Pero, pensandobien las cosas, advertimos que semejante posicin es incoherente. Sabemos perfectamenteque la salud y la enfermedad no se reducen a fenmenos biolgicos y psicolgicos; que elcuerpo y el alma se intercomunican y se condicionan e informan mutuamente; que el alma

    es una fuerza constitutiva de nuestra vida corporal. Por otra parte, sabemos que la vida y elmundo son modificados por el odio y por el amor, y, sobre todo, que tanto el cuerpo como elalma resultan afectados de modos diferentes si expulsamos a Dios, o si, por el contrario, leacogemos.En la Virgen Mara tenemos el mejor paradigma de lo segundo, por cuanto Ella, no solorindi a Dios adoracin mediante pensamientos, sino que le ofreci su cuerpo entero paraque, a su vez, Dios tomase cuerpo. Para nosotros, por tanto, ser cristianos incluso con elcuerpo significa comportarnos como tales amando a la Creacin y al Creador. En tal sentido,debemos hacernos cargo de que jams preservaremos la Creacin si pretendemosdesconocer al Creador; de que continuaremos maltratando la tierra a menos que la usemosy custodiemos viviendo en armona con l, que nos la ha dado. Tenemos el deber deprocurar que nuestra vida de cristianos est caracterizada por el respeto hacia nuestroscuerpos y los ajenos, y hacia esta tierra nuestra, que es don de Dios. Si materializamos de

    este modo nuestro ser de cristianos, podremos contemplar como la luz eterna de Diosrenueva y ennoblece nuestros cuerpos y nuestra tierra.Y ahora, un ltimo punto. Desde antiguo, la fiesta de la Asuncin ha sido acompaada por lacostumbre de bendecir las plantas. Esta fundada en la creencia popular de que, cuando seabri el sepulcro de Mara, su interior exhal efluvios aromticos de plantas y de flores.Apoymonos en ello para decir que, cuando el hombre hace su vida con Dios y para Dios,tambin de nuestra tierra brotan flores, y se desprenden perfumes y cantares. Y locontrario: que la inmundicia de las almas contamina nuestra tierra y la destroza, segnestamos viendo. De aqu que, para nosotros, esas plantas constituyan un smbolo delmisterio de Mara, una seal de la consonancia entre los Cielos y la tierra. Ellas nos dicenque, si la tierra ha de florecer, ser cuando y donde admitamos a Dios en ella volvindonosnosotros hacia El. Con este espritu, las llevaremos a nuestras casas como signo de que

    esperamos una tierra nueva; como signo de que nuestro Dios, que ha de crear unos Cielosnuevos y una tierra nueva, los hace ya florecer en cualquier parte donde los hombresaciertan a vivir en armona con Su amor.