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RAMÓN ILLÁN BACCASelección, prólogo y notas

Veinticincocuentos barranquilleros

UNIVERSIDAD DEL NORT[

BIBLIOTECA

Edición de Alfredo Marcos María

Ediciones UninorteBarranquilla, Colombia

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~Vl\ ~ CO863.42 Veinticinco cuentos barranquilleros /

J V427 comp. Ramón Illán Bacca.--Barranquilla : Ediciones Uninorte,2000.

296p.ISBN: 958-9105-96-3

1. Cuentos colombianosl. Bacca, Ramón Illán, comp.

La investigación que sirvió de base a esta obrafue patrocinada por el Centro de EstudiosRegionales de la Universidad del Norte -CERES.

@ Ramón Illán Bacca, 2000@ Ediciones Uninorte, 2000

coordinación editorialZoila Sotomayor Oliveros

levante de textosMyriam de la Hoz Comas

diseño y diagramaciónLuz Miriam Giraldo Mejía

soporte informáticoShirley Suárez

editorAlfredo Marcos María '-

impreso y hecho en ColombiaJavegrafCalle 50 N° 79-54, interior 2Parque Industrial San CayetanoSantafé de Bogotáprinted and made in Colombia

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MarsolaireAmira de la Rosa 55

Lo que decían los cartelesEduardo Arango Piñeres 77

Cambio de climaAntonio Escribano Belmonte 81

El baileCarlos Flores Sierra 93

Recordando al viejo Wilbur'Julio Roca Baena 113

Los muchachosÁlvaro Medina 119

Retrato de una señora rubiadurante el sitio de ToledoAlberto Duque López 133

La Sala del Niño JesúsMárvel Moreno 149

El ocaso de un viudoRamón Molinares Sarmiento 165

Historia de un hombre pequeño«Guillermo Tedio» ..., 175

En la región de la oscuridadJaime Manrique Ardila 185

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Cuentos crueles brevesAlvaro Ramos ,

201

205La tercera alusiónWalter Fernández Emiliani

Un asunto de honorAntonio del Valle Ramón

Historia del vestidoJulio Olaciregui

Vamos a encontrartu paraguas negro, MargotJaime Cabrera Sánchez

Historia de Juan.Torralbo«Henry Stein» ...247

Vedados de ilusionesMiguel Falquez-Certain 261

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Agradecimientos

A José Luis Ramos,coordinador del CERES.

A Ariel Castillo,por sus valiosos consejos.

A William Salgado Escaf,por el préstamo de su colección de «Vía Libre».

A Luz Miriam Giraldo Mejía, Myriam de la Hoz Comas,Zoila Sotomayor Oliveros y Alfredo Marcos María,por su apoyo editorial.

A Alberto Campo Tomé,por la corrección de pruebas.

A los integrantes de la tertulia de la Librería Vida,por sus incansables críticas y vapuleadas verbales, que meacicataron a hacer esta selección -y terminarla.

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Proemio

RAMÓN ILLÁN BACCA

Esta selección tiene su gestación desde los lejanos días enque reunido con el inolvidable Germán Vargas Cantillo-miembro de número del «Grupo de Barranquilla» y elpatriarca sin otoño de nuestros letras mientras vivió-barajábamos una y otra vez nombres para algo quepensábamos era una antología necesaria, pero que nolograba salir a la luz. Pasado el tiempo se hizo cada vezineludible la presencia de un libro, no necesariamenteuna antología, que llenara ese vacío. Ahora, cuando sehabla del cuento en Colombia, siempre se hace referenciaaJosé Félix Fuenmayor, Alvaro Cepeda Samudioy MarvelMoreno como los más destacados en el género. Sin em-bargo, se presenta la paradoja de que sus trabajos se danen antologías nacionales del cuento, pero no hay unaantología regional donde se puedan detectar relaciones einfluencias y vasos comunicantes. En resumen, todo loque llamaríamos complicidades literarias. Este libro in-tenta cumplir esa función.

Con la presentación de estos veinticinco cuentistas, la

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intención va encaminada no tanto a ofrecer excelentescuentos, como mostrar el proceso del género enBarranquilla. Por eso algunos de los cuentos presentadosson más importantes que buenos. Así es como se les dauna amplia representación a los cuentos de la primeramitad del siglo, a pesar de cierto prurito de muchotiempo en el que se sostuvo que antes de García Márquezy Cepeda Samudio el cuento no había tenido presencia enBarranquilla y el departamento del Atlántico. En estelibro se pretende subsanar ese error, y por eso se comien-za con el nombre de Víctor Manuel García Herreros, conOcaso, publicado en la revista Caminos en 1922. Son suscuentos de un humor negro, que si bien nos dejan en laduda de si fueron influidos por el inglés Héctor Munro«Saki», un autor todavía muy desconocido entre noso-tros, si es innegable la sombra de Swift o tal vez Wilde.García Herreros, nacido en Cartagena y domiciliado enBarranquilla, donde ejercía el periodismo, es de los pri-meros cultivadores en el país del cuento breve cruel. Fueademás el único costeño que perteneció al grupo de «losNuevos», aunque parece ser que su contacto fue tan sóloepistolar y no personal. Del mismo autor es la noveletaAsaltos, en la que campea el humor y que hace contrastecon la producción del resto del país, enferma de solemni-dad. Vivió la bohemia que era casi obligatoria entre losescritores de su época. Consecuente con su vida fue sumuerte, al ser atropellado por un carro de mula unsábado de carnaval.

«L ydia Bolena» , seudónimo de Julia Jiménez de Pertuz,con Una vivienda encantadora nos da el primer nombrefemenino en nuestras letras. El tema podría clasificarse

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como audaz. Fue difícil conseguir datos de esta autora.Era más fácil saber que fue esposa de Faraón Pertuz,político y periodista, director del Rigoletto. Publicó unlibro de cuentos en Costa Rica, cuando su esposo eraembajador allí. En los periódicos de la ciudad se echaronlas campanas al vuelo cuando se supo que su cuentoFieras parlantes se había publicado en la revista Hispana deLondres. El cuento publicado en este libro fue tomado dela revista Caminos, donde ella publicabaesporádicamente.

El nombre de Ramón Vinyes esta incluido con suúnico cuento escrito en castellano, como un homenajedebido a quien fue mentor decisivo en nuestro másimportante momento literario. Un caballo en la alcoba loescribió en Barcelona, ya enfermo, y lo envió para serpublicado en Crónica, el órgano del «Grupo deBarranquilla», y firmado con el seudónimo de J. Mihura.En realidad, el cuento sólo apareció publicado en elMagazín Dominical de El Espectador en 1977. Todos susotros cuentos fueron escritos en catalán. En 1945 con su Ala boca deIs nuvols ganó los juegos florales catalanes deBogotá y fue después editado en México. Seis de esoscuentos fueron publicados en la Selección de Textos hechapor Jacques Gilard en 1982. Entre sambes y bananes fuetraducido y publicado en español en 1984. Su magisterioen forma oral también se dio cuando rodeado de los másjóvenes del grupo les traducía sus cuentos recién escritos.El albino fue traducido y publicado por Néstor MadridMalo en los cincuenta.

José Felix Fuenmayor ahora es considerado como unode los grandes cuentistas nacionales. Su libro La muerte en

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la calle, publicado en 1967 y en forma póstuma, fue unarevelación. Sin embargo este autor ya había escrito dosnovelas: Cosme y Una triste historia de catorce sabios afinales de los veinte. Los cuentos, según German Vargas,fueron escritos en los cincuenta cuando en contacto conlos jóvenes García Márquez y Cepeda Samudio se reno-vó, y escribió los cuentos que le han dado su mayor fama.Algunos de ellos aparecieron en Crónica.

No compartía esa tesis Alfonso Fuenmayor, que soste-nía que la mayor parte de los cuentos de su padre yaestaban escritos en la década de los cuarenta, y quealguno había sido publicado etl una revista bogotana. Detodas maneras, este autor, que no es mencionado sinomarginalmente en las historias de la literatura anterioresa los años cincuenta, es a partir del boom un nombre derelieve e infaltable en todas las antologías nacionales.Para el crítico Angel Rama podía ser clasificado entre los«precursores, raros y outsiders». Su libro de cuentos tienevarias ediciones.

El cuento de Alfonso Fuenmayor, Una historia trivial,publicado póstumamente, nos revela a un buen escritorque lamentablemente no se dedicó a la literatura deficción. El eco de la lectura de autores exquisitos y olvida-dos como Max Beerbohm o Walterde la Mare, es fácil dedetectar. Lecturas que a su vez eran fomentadas porRamón Vinyes y que también se pueden rastrear enGarcía Márquez y Cepeda Samudio. De cómo los autoresingleses eran admirados por Vinyes era frecuente oírseloa German Vargas y Alfonso Fuenmayor, partícipes ycronistas de ese momento. La traducción de Los asesinos

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de Hemingway, hecha por Fuenmayor en 1945, marcómucho el estilo de los integrantes del Grupo.

Era obligatoria la presencia de Alvaro CepedaSamudio, considerado con García Márquez -en las lis-tas canónicas elaboradas por los entendidos-, como losdos mejores cuentistas colombianos del siglo xx. Laduda se presentó en la escogencia del cuento; se optó porDesde que compró la cerbatana ya Juana no se aburre losdomingos publicado en Los cuentos de Juana, un libropóstumo. Desde la aparición de Todos estábamos a la espera,en 1954, la atención de la crítica se centró en este jovenautor. El mismo Hemando Téllez, tan reticente a hablarde los autores nacionales, se ocupó del libro recién salido.Ya en la antología del cuento hecha por Eduardo PachónPadilla en 1959 aparece en ella Cepeda Samudio, tambiénGarcía Marquez, yeso demuestra el buen olfato queposeyó Pachón, a quién es justo rendirle un homenaje.Hoy por hoy, Cepeda en su vida y su obra es una leyenda.y aunque la crítica literaria se ha ocupado mucho de él, suvida polifacética está exigiendo una buena biografía.

UNA DIGRESIÓN NO NECESARIA PERO INQUIETANTE

Una de las leyendas que corren sobre la riqueza delcuento en Barranquilla es la de los excelentes cuentosanarquistas publicados en la década de los veinte. Inves-tigando el tema, se encontró que en Vía Libre, periódico delos anarquistas en esa década, hay avisos que hablan de«tómbolas, verbenas, teatro y cuentos.»

En los números revisados no hay la presencia de este

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género. Cabe imaginarse que los cuentos leídos por losmilitantes de este movimiento serían los que eran habi-tuales en todas las latitudes, o sea Francisco Pi y Margall,Emile Zola, Magdalena Vernet, Anselmo Lorenzo, JulioCamba y otros. Sin embargo, el debate sostenido en 1924en España entre Federica Montseny y José María VargasVila nos arroja algunas pistas. En efecto, la líder ácrata-cuyo padre, Juan Montseny, era el editor, entre otraspublicaciones anarquista s, de La novela ideal- preveníaen varios escritos a los militantes para que cesaran de leeral colombiano Vargas Vila, por ser sus escritos de unainfluencia perniciosa. Al parecer, este autor en sus escri-tos en La Novela Semanal le. hacía competencia a laspublicaciones de los anarquistas españoles, que llegaronen estos años a los cincuenta mil ejemplares a la semana.Por inferencia, se deduce que Vargas Vil a era un autormuy leído en todos los sectores populares nuestros.Repasados todos los números disponibles en los archivosde Vía Libre (en realidad unos disquetes traídos deRotterdam, donde está la biblioteca más completa en elmundo del movimiento anarquista), se encuentran con-sejos de cómo debe escribir el autor libertario, pero nohay la presencia de los géneros de ficción. Cuentos deanarquistas solamente se encuentran en los cuarenta, losde Gilberto García, un personaje pintoresco, oriundo deCiénaga y radicado en Barranquilla, cuyos libros publica-dos presentan ideas libertarias, anticlericales, vegetaria-nas y esotéricas. Aceptable prosista, no lo era tanto comocuentista, por eso no lo. incluimos. Murió en una playasolitaria, y su cuerpo solamente vino a ser descubiertopor la corona de buitres que volaban a su alrededor.

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De otras tendencias de la izquierda se encuentra elcuento Lenine en las bananeras de Francisco Gnecco Mozo,un médico oriundo de Santa Marta, pero que hizo perio-dismo en Barranquilla; concretamente, fue corresponsalde La Prensa en Ciénaga durante los sucesos de lasbananeras. Este cuento fue publicado posteriormente enla revista Cromos de Bogotá en diciembre 15 de 1928. O elcuento estaba escrito antes de las matanzas de lasbananeras, en este caso era premonitorio y revela unestado mental de miedo-ambiente, o fue escrito despuésde los hechos, y entonces se ve un tanto débil frente a lamagnitud del genocidio. ¿Que se leía en los círculos deizquierda además de los libros canónicos? Sería intere-sante indagarlo. Por lo pronto, hay un artículo de RamónVinyes que revela que dos jóvenes marxistas que conver-saban con él en el café Roma admiraban a Krishnamurti.(Selección de Textos, vol. 2, pág. 203.)

ESCRITORAS EN LOS CINCUENTA

De alga Salcedo de Medina se incluye el cuento Desola-ción de su libro En las penumbras del alma. La autora, unamujer con figuración cívica y política, llegó a ser inclusomiembro de la Constituyente del 57. Su novela Se hancerrado los caminos (1953) tuvo más resonancia que suprimer libro. El tema de un adulterio y un pasaje dondela protagonista admiraba su desnudez desató el escánda-lo. En los círculos intelectuales se decía que ese pasaje separecía a uno similar en La amortajada de María LuisaBombal. Sea lo que fuere, era una autora controvertida,aunque más por su personalidad que por su obra. Al caerla dictadura militar, se alzó un cartelón en el Paseo

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Bolívar de Barranquilla que decía: «OIga, se te han cerra-do los caminos.» Su mayor gloria, inadvertida en suépoca, es que la novela dio lugar a un libreto para la radioescrito por un joven periodista: Gabriel. García Márquez.De su libro de cuentos, la autora escribía en el introito:«Sin pretensiones les entrego hoy, esta mi primera ydeficiente obra, así con todos sus defectos, sin maquillaje,con el orgullo de su pobreza literaria.» Publicado en laantología del cuento de Eduardo Pachón Padilla en el 59,no ha vuelto a ser publicado en ninguna antología.

Amira de la Rosa se hace presente con su relatoMarsolaire, más que cuento, una nouvelle para los entendi-dos. En su momento el libro tuvo elogios encendidos decolumnistas como Calibán, Luis Eduardo Nieto Caballe-ro, J. M. Pemán y otros. Años después, y al referirse a suobra, Alfonso Fuenmayor escribió: «Aparte de las cincoobras de teatro a su pluma debidas, lo más extenso queprodujo fue su relato noveladoMarsolaire que se desarro-lla a orillas del Caribe. Es un libro delgado, de nimioespesor, de quizás menos de cincuenta páginas. DonRamón ~inyes dijo que lo leyó en algo así como unsantiamén, como buen gallo de lectura, precisó.» «<Nimás acá ni más allá», Diario del Caribe, diciembre 23 de1988.)

Autora de la letra del himno de Barranquilla, vivió susúltimos años en un reconocimiento público. Posterior-mente, el teatro municipal de la ciudad fue bautizado consu nombre. Sin embargo, sus obras de teatro hoy por hoyhan desaparecido. De Las viudas de Zacarías y Madreborrada se conservan tan sólo una grabación sonora de

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cuando fueron representadas. Se han hecho varias edi-ciones de su prosa (viñetas, semblanzas, etc.) y deMarsolaire.

LA OTRA ORILLA

Lo que dicen los carteles, de Eduardo Arango Piñeres, fuepublicado en 1955 en su libro de cuentos Enero 25. Lacrítica fue entusiasta y se le calificó como uno de lospioneros en el cul tivo del cuento fantástico. Así 10 calificó,entre otros, Anderson Imbert en su Historia de la literaturahispanoamericana. Su cuento Adónde va Mr. Smith, de cortefantástico, y aparecido en un suplemento literario de ElTiempo en 1955, fue reproducido en varias antologíasnacionales e intemacionales. Como escribió, a propósitodel tema, Javier Arango Ferrer: «Un cuento es buenocuando el lector desea conocer la obra completa de eseautor.»

Cambio de clima de Antonio Escribano Belmonte -unespañol radicado en Barranquilla y con una columnamuy leída en El Heraldo titulada «El zoo de crista1»- fuetomado de su libro Cuentos costeños. En una especie decostumbrismo tardío presenta la oposición entre la men-talidad y sentir andinos contrapuestos al barranquillero.Se puede decir de este cuento que 10 que falta en excelen-cia literaria es compensado en los datos para el historia-dor y el sociólogo.

El baile, de Carlos Flores Sierra, está tomado de su libroMalandaria (1990). Sus primeros cuentos fueron publica-dos en diversas revistas bogotanas y locales. En los

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setenta, y como diplomático en Rumania, publicó enrumano su novela La crisis (1977), y posteriormente, en1980, en español. En Malandaria, un libro de cuentosescrito en la total madurez vital y estilística, Flores Sierrase reafirma como uno de los más interesantes cuentistas,con un estilo rico, exuberante en un entresonar de ecos debandas de jazz y lectura de salmos.

Ninguno de los mencionados perteneció al «Grupo deBarranquilla», más aún Flores Sierra escribió un folletoGrupo de Barranquilla, Grupo de Cartagena: fábula y enigma,en donde niega la existencia de ambos. Lo que quedaclaro es que en esos cincuenta la vida literaria y el cultivodel cuento en la ciudad se dieron en forma significativa.

NUESTRA LOST GENERAllON

En estos años sesenta se dieron varios grupos culturalesen los que predominaba un espíritu renacentista. Quierodecir, que se interesaban por todas las expresiones artís-ticas sin cultivar una específicamente. Eran poetas almismo tiempo que pintores, músicos que eran cineastas,escritores que eran pianistas y críticos que eran actores.Pasado el tiempo el balance es más de expectativas que derealizaciones. Uno de sus más caracterizados represen-tantes es Julio Roca Baena, cuyo único cuento, muyborgeano, Recordando al viejo Wilbur, que originalmentefue firmado con el seudónimo de «Federico de la Torre»,es el que publicamos. Apareció en Intermedio, suplemen-to dominical del Diario del Caribe en un número dedicadoa la literatura policíaca y en el que siguiendo una viejatradición literaria, se inventó un autor de novela negra de

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quien nadie había oído hablar. Traductor de varias nove-las del inglés para una editorial española, y autor de lanovela en busca de editor Un lobo en el jardín, y de losexquisitos textos Los cuadernos de Isabel, Julio Roca fuedurante mucho tiempo como editor de un periódicolocal, como critico de cine, comentarista musical, meló-mano exquisito y poeta inédito, una presencia culturalimportante en la ciudad. La inclusión de este excelentecuento es, como decía Shakespeare, «limosnas para elolvido.»

En esta Barranquilla de los sesenta, sin suplementosliterarios, los poetas y escritores no tenían otra salida sinola de volverse críticos de cine (porque era de las pocascosas que les publicaban en los periódicos) o emigrar alexterior. Alvaro Medina, que emigró y volvió, ~scribíacuentos ganadores de concursos. Los muchachos, uno deellos, es el publicado en esta selección. Dedicado a lacrítica de arte, tiene una novela finalista en el concurso«Biblioteca Breve» de Seix Barral, que se ha vuelto tanmítica como inédita.

Postmodernista, antes que existiera el término, Alber-to Duque López se presenta con un cuento de madurez,Retrato de una señora rubia durante el sitio de Toledo (1995).Casi adolescente ganó con su novela experimental Mateoel flautista el premio «Esso» (1968), y desde ese momentohan seguido varias novelas muy comentadas. En el cuen-to publicado aparecen todas las obsesiones del novelista:el cine, Heriúngway, cierto cosmopolitismo, el toque

policíaco.

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Marvel Moreno se presenta con uno de sus primeroscuentos, La sala del niño Jesus (1976). A su muerte (1995), eraconsiderada como uno de los mejores cuentistas del país.Ganadora de un premio en Italia por su novela En diciem-bre llegaban las brisas, se convirtió, junto a Garda Márquezy Jorge Amado, en uno de los tres autores latinoamerica-nos mejor vendidos en Italia. Al leer este cuento, de unainusual hondura psicológica no tan frecuente en nuestrasletras, no sorprende este reconocimiento.

ALREDEDOR DE LOS SUPLEMENTOS

En los setenta, el Suplemento .del Caribe, en Barranquilla,Estravagario, en Cali, y el Dominical de Vanguardia Liberal,en Bucaramanga, abrieron sus páginas a los nuevosescritores, y se convirtieron en alternativas de los suple-mentos capitalinos. Fue así como en el Suplemento delCaribe, y después en su sucesor Intermedio, se agruparonmuchachos como Ramón Molinares, cuyo cuento El ocasode un viudo, premiado en un concurso nacional, se publi-ca. También está Historia de un hombre pequeño de GuillermoTedio, premiado, a su vez, en otro concurso nacional yque fue publicado en su libro de cuentos También laoscuridad tiene su sombra (1984). Jaime Manrique, antes deirse definitivamente del país, publicó sus cuentos, ganóconcursos de poesía, escribió libros de crítica cinemato-gráfica, y también publicó una novela esperpéntica: Elcadáver de papá. En este cuento En la región de la oscuridadcabalga en sus dos mundos.

Los lectores del Suplemento del Caribe esperaban conansiedad cada salida del dominical, entre otras cosas

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para seguir leyendo esos Cuentos breves crueles con que losgratificaba Alvaro Ramos, un joven arquitecto, fotógrafoaficionado, «cuentista a ratos», como el mismo se definía.Con un silencio de casi dos décadas, esta selección quiererecoger una muestra de esa producción inexplicable-mente suspendida.

W alter Fernández con La tercera alusión, y Antonio delValle Ramón con Un asunto de honor se hacen presentes eneste libro como una muestra de nombres no consagrados,pero que en una lenta y paciente labor están indicandocómo el cuento tiene sus cultores silenciosos y excelentes.Ganadores de concursos, ambos esperan un editor parasus libros, por lo pronto en las tertulias de la librería«Vida», de las que son miembros de número, leen susnuevos cuentos en una ciudad donde no es fácil publicar-

los.

NI TAN NOVÍSIMOS

Desde su publicación, a finales de los setenta, Vestido debestia de Julio Olaciregui desató el interés sobre la obra desu autor; posteriormente, y radicado en Francia, susnovelas Los domingos de Charito y Trapos al sol confirmaronesa meditación sobre lo trivial, casi «una ontología de lacotidianidad.» Esta Historia del vestido es una representa-ción cabal de lo afirmado.

Vamos a encontrar tu paraguas negro, Margot de JaimeCabrera González -otro autor también en el exterior,también premiado, exdirector de Cofa de mesana, otra deesas publicaciones literarias de muchos sueños y poca

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plata-, expresa esas tentativas de una realidad crudacontada en forma surrealista.

Historia de Juan Torralbo, de «Henry Stein», publicadoen el libro Dentro de poco sonará el despertador, confirmatodas las sospechas sobre este autor, que es uno de losmejores discípulos que tiene Jonathan Swift, o si se quierede un Macedonio Femandez antes de ser descubierto por

Borges.

Miguel Falquez-Certain, erudi to y poliglota, radicadodesde hace décadas en el exterior, pero con colaboracio-nes continuas en nuestras p.ublicaciones, nos trae conVedados de ilusiones una añoranza de la Barranquilla delos cincuenta, ahora tan lejana.

PUNTUALIZACIONES

Todo lector es en potencia un antologador, pero pocosllevan sus obsesiones hasta el extremo de hacer un libro.Al leer, se quiere que otros compartan esa lectura, sequiere engendrar lectores. No hay que olvidar, sin em-bargo, que toda antología, o su hermana menor, unaselección, conlleva una gran arbitrariedad.

En aras de la objetividad se fijaron unas reglas en laselección. Así, de los años cincuenta para atrás, lo impor-tante era la presencia literaria del cuentista escogido. Poreso fueron seleccionados dos españoles, Vinyes y Escri-bano Belmonte: por su importante irradiación literariaentre nosotros. En el caso del «sabio Cataláro>, tambiéncomo un justo homenaje.

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No es éste un proemio galeato. Los escogidos, a partirdel acápite «La otra orilla», lo fueron por alguna de estastres razones: a) por tener un libro de cuentos publicado,o b) por haber sido premiado en algún concurso decuentos nacional o internacional, y c) en última instancia,porque este seleccionador estuviera convencido de sucalidad o importancia. Se tuvo especial cuidado en noincluir autores que aparecieran en antologías de departa-mentos distintos al del Atlántico.

Se ha pretendido atinar en la escogencia de los veinti-cinco cuentistas y sus cuentos (un numero mayor seríademasiado condescendiente). Que se haya logrado lodirán los críticos, los lectores y, sobre todo, el implacable

juicio del tiempo.

Barranquilla, 4 de marzo del 2000

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Ocaso

VICIaR MANUEL GARCfA-HERREROS*

-Me alegro de que hayas venido, porque no te espe-raba. Siempre me visitas por la noche...

Humberto la encontró lánguidamente sentada enuna mecedora, con los ojos apagados y un cigarrillo enlos labios.

Gozó una vez la más agradable sensación que aque-lla salita le producía. Se hallaba uno en ella como en elcampo, sin febriles ruidos de la ciudad, envuelto en lassutiles gasas de silencio. Una rama del almendro delpatio entraba intermitentemente por la ventana con labrisa tarda de la tarde, y el cielo, de tan puro azulvestía, estaba más lejano que nunca.

-Debes hacer todo lo posible por distraerme. Estoy

* Cartagena, 1894, Barranquilla, 1950. Periodista. Dirigió la revista

Caminos, en 1922, dónde publicó algunos cuentos dentro de laorientación del humor negro, breve y cruel. Colaboró con la revistaVoces. Fue miembro del grupo de «los Nuevos». Publicó las nouvel/es:Lejos del mar (1926) y Asaltos (1929), que aparecieron originalmenteen La novela semanal, publicación que d~rigía Luis Enrique Osorio, enBogotá. Trabajó en casi todos los diarios de Barranquilla, hasta el díadel accidente que le causó la muerte. Ocaso fue tomado de Caminos(N° 1, febrero 15 de 1922).

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de mal humor y tengo un fastidiante dolorcillo decabeza. Ya sabes: esta elegante jaqueca que me da una

displicencia agradable.H umberto miró los nuevos objetos que había en las

mesas de mármol.-Veo que aumentas tu colección de cosas feas.-¿Feas? Es que no quieres comprender la belleza

de la fealdad.Con repentino entusiasmo, se animó un momento,

y sus labios se abrieron; pero murió en ellos el gratoanuncio de la palabra encendida y ágil, ante la quejabreve que no de la boca, sino de los ojos pareció salir:

-jQué fastidio!Se hundió los dedos en el abundoso cabello claro; un

cabello nórdico del agresivo color que Ludwig vonZumbusch encontrara para su rolliza Niña de la pelo-ta.

Humberto la halló deliciosa con aquella expresiónde fatiga; deliciosa y frágil. Su boca, que sabía la locurade las risas desordenadas, se inmovilizó desapacible-mente, más provocativa que nunca.

-Vamos, Humberto: dime algo interesante.-Pero si tú sabes que nunca he sabido decir cosas

interesantes.-jHombre!... Un chisme cualquiera... Habla mal de

.tus amigos. Aunque sea eso, que es lo mejor que hacenustedes... Indudablemente: eres aún muy niño.

-Son veinte los años que tengo. Veinte años vivi-dos muy bien, igastándole el dinero a mi padre! Yatehas dado cuenta de lo sabroso que es el dinero delviejo. Precisamente, te traigo...

-No, no. Guárdatelo: me aburre el oro. Tengo más

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del necesario, y no es dinero lo que ahora quiero.-¿Qué, entonces? Dime: haré todo lo posible por

complacerte. A pesar de que tus caprichosos sonincomprensibles, me agradan.

-Quiero que me hables de nuestros amores. Ven;siéntate aquí.

-Te obedezco: pero antes... ¿Me haces un favor?..Pon los pies sobre esta silla... Que los pueda yo ver...Así: jqué adorable eres!

-Principia.-Mira: están encendiendo las luces.-Como si fueran indispensables en esta tarde tan

clara. Ve qué bo.nita está la sala: todo el crepúsculo seha metido aquí adentro.

-Te vi, la primera vez, en un almacén. Comprabasno recuerdo qué. Lucías unas lindísimas zapatillas decharol con hebillas de nácar.

-Te estacionaste en la acera de enfrente...-Sí, porque me gustaste mucho. En la esquina

subiste a un coche. Media hora después volví a verte:.habías cruzado los pies hacia fuera...

-¿Y que más?Transcurrió una semana. Una noche fuiste a teatro;

llevabas un sombrero inquietante, y unas zapatillasblancas y pequeñas. Daban «Los ojos de los muertos»,de Benavente. Me senté en el palco vecino, y te hablé.Te hice brillantísimas proposiciones.

-Sí, sí... Me hubiera yo reído esa noche con toda el .

alma.-jSí te reíste! Te vi la risa en los ojos y en la

sonrisa. El siguiente día...-Tuviste la audacia de venir a mi casa.

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y aquella noche no fui por mi tía Josefa, a quienhabía invitado a teatro. Mi padre me riñó fuertemente,y yo me vengué diciéndole a mi hermana Lola -pensando en los tuyos tan breves- que tenía unos piesde soldado alemán.

-¿De verdad los tiene muy grandes?-Terriblemente grandes, te digo. Intolerables.El. crepúsculo se había ido. Se oscurecía el verde de

las hojas del almendro. Llegaba una noche con brisassuaves y profusión de estrellas.

Gilma encendió un cigarrillo y miró a H umbertocon mirada honda que lo penetró, y se le quedó aden-tro como una inquietud. Hubo un instante de duda enella, casi de lástima por él. y le habló resueltamente:

-Es necesario que terminemos esta noche,Humberto. Hay mucho hastío en tu vida y en la míapara dar les el de nuestro dorado capricho, que notardará en venir.

y se echó hacia atrás, con indiferencia por lo quepudiera suceder. H umberto palideció, estrujado y em-pequeñecido. Había en su silencio la angustia de una

tragedia cumplida.Gilma observó los esfuerzos que él hacía por conser-

varse varonil, y comprendiendo que en aquel adoles-cente voluntarioso y mimado había el alma fuerte deun hombre, quiso., sincera, atenuar su mal de amor yhacerle menos dura la realidad del instante.

-Van a ser las siete -dijo-. ¿Sabes por qué, apesar de tus ruegos, nunca he consentido en permitirtever mis pies? Un rasgo de amor propio... Siendo niña,me arrancaron una uña... El dedo me quedó como unojo vaciado. Es horrible, ¿verdad?

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Humberto se llegó a la puerta; y Gilma, con mimosadorables pero lejanos, como de un pasado borroso,learregló el bermejo mechón que le caía sobre la frente.

-Siempre estás despeinado, como los poetas. Locierto es que tienes un bellísimo cabello, tumultuoso y

raro.

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Una vivienda encantadora

«LYDIA BoLENA»*

Era pequeña, pintoresca, esmeradamente limpia y conmuchas vidrieras de colores. Una variedad de hele-chos montañeros y de guarias que se cubrían de capu-llos solferinos en el verano, colgaba en cestillosmusgosos a lo largo del corredor exterior dándole laapariencia de un bosquecillo artificial a través de cuyasfrondas las bombas de luz semejaban una bandada deluciérnagas.

Situada en una de las avenidas más alegres y trajina-das de la capital, en terreno alto y sobre pilastras de

* Seudónimo de Julia Jiménez de Pertuz. Barranquilla, 1882-1959.

Ama de casa. Esposa del periodista y político Faraón Pertuz, directordel diario Rigoletto. Durante su estancia en Costa Rica, mientras suesposo era diplomático en San José, en 1928, publicó en ediciónprivada y limitada un libro inconseguible hoy titulado Comprimidos.Colaboró en Voces, Caminos, Ideas y otras publicaciones literarias de laBarranquilla de las primeras décadas del siglo XX. También publicóen Hispania, revista literaria fundada y dirigida por Santiago PérezTriana y editada en Londres. Una casa encantadora, que fue publicadoen Caminos, febrero de 1926,.formaba parte de un libro inédito tituladoDe la villa pasional y florida.

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concreto que la suspendían a más de un metro delsuelo, señalábase entre las demás viviendas del barriopor la elegante sencillez de su estilo, la blancuradeslumbradora de sus cortinillas de encaje y el buengusto que se mostraba en su aliño y compostura.

Frecuentemente, por las tardes, solía verse a ladueña y señora de aquel hermoso nido asomada a unade las ventanas del salón apoyada sobre un cojín deseda roja bordado con dragones de hilo de plata.Parecía estar dentro de ese término ambiguo de la edadfemenina que se ha dado en llamar segunda juventudy de la cual se dice que si es menos lozana que laprimera en cambio es mejor comprendida y cultivada.Un par de ojos grandes luminosos, aunque tímidosadomábanle la faz, y una expresión ingenua, casiinfantil, lucía en su sonrisa siempre discreta yoportu-na. Usaba los cabellos cortos de acuerdo con el últimopatrón de la moda y en su atavío notábase la mismagraciosa pulcritud que distinguía su morada.

Todo en lo visible de aquella vida acusaba tranqui-lidad plena de ánimo, paz de pensamiento, ausenciaabsoluta de turbulencias y desequilibrios. El más au-daz explorador de esa selva primitiva de los sentimien-tos humanos solamente habría visto allí llanurassoleadas y apacibles horizontes; el buzo ~~or orienta-do en honduras espirituales, el mejor conocedor dearrecifes y bajíos de la conciencia, nada que no fueraserenidad lacustre observara en ella.

Sin embargo, un pasado cercano que no tardé mu-cho en conocer formábale a esa dama algo así como unaestela de triste celebridad.

Pertenecía a una familia sin fortuna que se dio prisa

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en buscar acomodo para sus retoños. Y no fue malo porcierto el que a ella tocara, si para el caso de aprisionarel cuerpo y el alma de una mujer, fueran suficientesbuen juicio, posición y dinero. En todo esto abundabael marido que obtuvo apenas entrara en los cuatrolustroso Era éste un comerciante extranjero que la ro-deó de holguras y de mimos pero no de pasión. Teníaese comerciante un empleado de caja de toda su con-fianza, joven, de buena facha,listo, resuelto y de regu-lar versación en torneos galantes. No era aquel hombrepara desperdiciar idilio que le saliera al paso ni ocasióndichosa que le quedara al alcance de la mano. Sobretales disposiciones y alrededor de la belleza juvenil dela patrona sopló hasta levantar llamarada el ger:liecilloinfatigable de las eternas travesuras, y por variosmeses cuentan que fueron aquellos amoríos los mássonados entre los de la especie prohibida, y que susquerellas y cuitas conociéronse en todos los estrados ycomentáronse en todos los corrillos.

Cuando el esposo defraudado abrió los ojos ante elabismo y apareció el descalabro de su hogar, sin vacilarun punto resolvió sacar del mundo al dependientetraidor y lo hizo abriéndole la cabeza con la mismaserenidad con que abría sus cajas de mercaderías.Dicen que fue aquel un golpe de mazo maestro, firmey certero, que dividió el cerebro del infeliz cual sihubiese sido una nuez.

y esto pasó en la vivienda encantadora de los hele-chos montañeros y de las guarias que se cubrían decapullos solferinos en el verano; en presencia de laseñora de ojos luminosos y risa aniñada y dentro delmismo saloncito aquel lleno de monadas donde se le

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veía asomada a la ventana apoyada sobre un cojín deseda roja bordado con dragones de hilo de plata.

y todavía hay quien diga, y hasta quien la asegure,que los hechos bárbaros e inhumanos dejan siemprehuella visible...

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Un caballo en la alcoba

RAMÓN VINYES*

Estaba gravísimo y el médico había dicho que, segúnsus cálculos, el enfermo moriría de un momento a otro.

-¿Qué cálculos l1a hecho usted? -le preguntaba laseñora del enfermo, que era muy curiosa y que siemprequería enterarse de todo lo que pasaba en la casa.

-He hecho estos cálculos. No son nada, pero los hehecho. A mí siempre me gusta hacer mis cálculos. Y

..Berga, España, 1882 -Barcelona, 1952. Dramaturgo, periodista yempresario. Su vida alternó entre Barranquilla y Barcelona. Se inicióen el «modernismo» y publicó Al florecer de los manzanos y Consejas ala luna (cuadros dramáticos) y La ardiente cabalgata (prosa lírica). Desus sesenta y ocho obras de teatro, todas escritas en catalán, podemosdestacar Peter's Bar y Baile de títeres, con las que obtuvo resonanteséxitos en España. También cabe destacar A orillas del mar Caribe ySantuario en los Andes, únicas obras suyas que se sitúan en escenarioscolombianos. Escribió, también en catalán, los libros de cuentos En laboca de las nubes y Entre sambas y bananas. Sus artículos y prosa engeneral fueron recopilados por el investigador y crítico francésJacques Gilard en Ramón Vinyes: Selección de textos, 2 tomos (Colcultura,1980). Fue el alma de la revista Voces (1917-1920). Un caballo en la alcobafue tomado del libro Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla de Alfonso

Fuenmayor (Colcultura, 1978).

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enseñaba una pizarra en la que había escrito con tiza lo

siguiente:

163+ 24

345

-4;3.2.=-2Q

412

La señora del paciente y numerosas visitas queestaban en la habitación del enfermo aplaudían, y uncaballero, que entendía mucho de cálculos porque ensu juventud había estado en Calcuta, dijo:

-Pues, si efectivamente el doctor ha hecho estoscálculos, no tiene más remedio que morirse o nosotrossomos unos tontos.

Pero cuando el enfermo se iba a morir, era precisa-mente cuando entraba el caballo a la alcoba y al enfer-mo le daba la risa y ya no podía morirse ni nada..

-Es inútil -decía el enfermo a su mujer y a lasnumerosas visitas que llenaban la habitación y cuyosnombres lamentamos mucho no recordar-. Mientraseste caballo siga entrando en la alcoba me entrará larisa y no podré morirme nunca.

-Pues no le mires -le decía su mujer, que era unamujer práctica. Y después añadió, siguiendo esa cos-tumbre de añadir algo que siempre tienen las mujeresy que es lo que las pierde y lo que termina por hacerlasantipáticas. -Además, no sé por qué tiene que dartetanta risa ver a ese caballo. Ni que fuera Pompoff yThedy, célebres payasos españoles :nacidos en Grana-

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da y que con sus hijos Zampabollos y N abucodonorcitohan recorrido el mundo triunfalmente. Pero lo que lehacía gracia al enfermo no era el caballo como talcaballo, sino la manera que tenía de entrar a la alcobay de mirarle.

Primero, tímidamente asomaba una pata por lapuerta, después, la otra pata, y más tarde, la cabeza yla cola. y cuando había asomado estas cuatro cosas queno son mancas, asomaba el resto cuerpo y entraba en lahabitación de lleno y miraba al enfermo con indiferen-cia y con asco. Y después de mirarle un rato ponía carade aburrimiento y se marchaba otra vez al gabinete.

Nadie, además, sabía lo que hacía allí ese caballo, niquién era, ni cómo se llamaba, ni de qué modo habíapodido subir hasta el piso tercero de aquella casa en laque habitaba el enfermo. Pero el caso es que el caballoestaba allí desde por la mañana y que nadie le habíavisto entrar y que no había manera de echarle a la calle.

Alguien, dijo, con mucha razón, que a lo mejor aquelcaballo era de la criada porque las criadas de ahora noson como las de antes. Pero cuando la señora llamó a lasirvienta y le preguntó si aquel caballo era de ella, lasirvienta, después de mirar al caballo por todos ladosy de tocarle bien las patas y las orejas y de subirseencima un buen rato, dijo que aquel caballo no era deella, y que, además, nunca en su vida había tenidocaballo y que, por otra parte, no recordaba haberlovisto antes.

La señora lo puso en duda.-Usted estuvo el domingo en los toros. ¿No recuer-

da haberlo visto allí en la plaza? ¿Por casualidad no lahabrá seguido el caballo hasta la puerta y después ha

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tenido el atrevimiento de subir hasta aquí?-No -afirmó la sirvienta con gesto rotundo-. Lo

juro por mi honor. y se marchó a la cocina llorando.

Habían intentado empujarlo y hacerle bajar por lasescaleras para echarlo a la calle. Pero cada vez que lointentaban el caballo se ponía a relinchar y a darpatadas y los vecinos de abajo protestaban porquedecían que con aquel ruido no había manera de leer elperiódico de la noche.

Pretendieron también en vano encerrarle en el gabi-nete y que se quedase allí entretenido con algunasrevistas ilustradas que había encima de una mesa. Peroen cuanto lo dejaban solo se escapaba del gabinete yentraba en la habitación del enfermo, y al enfermoentonces le daba la risa y no podía morirse.

-Vamos, Fernando, no seas pesado-, le decía sumujer. -Estos señores han venido a verte morir ytienen prisa. No puedes hacerles esperar tanto tiempo.

El enfermo comprendía que su mujer tenía razón yque, además, estaba poniendo en ridículo al médico,que había hecho sus cálculos y todo.

Pero no podía remediarlo. Era algo más fuerte queél. Aquel caballo en la alcoba le producía una risa, todolo ridícula que se quiera, pero que le impedía morirseseriamente.

-¿Por qué no le canta usted una romanza a ver si asíel caballo se espanta y se va? -le había dicho el médicoa una soprano que estaba allí de visita. Pero la soprano

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cantaba la romanza y el caballo, lejos de asustarse, laescuchaba con entusiasmo, y al final, hasta daba seña-les de aprobación.

Las visitas, con todas estas cosas, estaban pasandoun rato violentísimo, y para que el enfermo de distra-jese y no le entrase la risa al ver el caballo, iniciabanconversaciones animadas y acaloradísimas discusio-nes. Pero era inútil. El enfermo seguía riéndose al veral caballo y no había manera de que muriese.

-Acabarás poniéndome nerviosa -decía la mu-jer-; sino fueses tan niño como eres, ya podíashabertemuerto hace más de una hora, como te ha ordenado elmédico. .

-¿Pero, qué quieres que haga? -se disculpaba elmarido avergonzado-. Estas cosas no puedenremediarse. Tú también te ríes cuando ves que alguienpisa una cáscara de plátano y se resbala.

-Pero yo no me estoy muriendo como tú -contes-taba su esposa con mucha razón.

El doctor dijo que nunca había conocido un casosemejante y que lo mejor sería celebrar una consultacon otros compañeros.

-¿A quién le parece usted que debemos llamar?-Yo creo que lo mejor es llamar al doctor

Hemández... Sabe unos chistes muy graciosos y con élno se aburre uno nunca.

y entonces vino el doctor Hemández y en cuantovio al caballo se puso muy contento y empezó a darcarreras por el pasillo.

El enfermo se puso furioso. «Así no hay manera demorirse.»

y se levantó, se vistió y se fue al Círculo a jugar una

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partida de póker con sus amigos.Las visitas y los médicos al poco rato se fueron

también.y el caballo, lleno de aburrimiento, se quedó dormi-

do en la cocina.

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Un viejo cuento de escopeta

JosÉ FÉux FUENMAYOR*

Petrona, la mujer de Martín, llegaba a la ciudad;-elpoblado con sus moradores, anticipándose a la reali-dad que un día debía ser la llamaban ya ciudad-.Llegaba Petrona montada en burra. Un cajón a lado ylado del sillón, el espacio entre ellos rellenado conesterillas, mantas y almohadas. Encima, Petrona. Dosmozos la escoltaban, a pie, el uno adelantado comoguía y el otro detrás, empuñando un garabato, y laburra 10 sabía.

..Barranquilla 1885-1966. Periodista, funcionario y político. Des-empeñó algunos cargos oficiales como el de contralor departamental.Viajó por los Estados Unidos, donde residió algún tiempo. Directordel diario El Liberal; fundador y director de las revistas Mundial ySemana Ilustrada. En el decenio de 1950, se formó en tomo suyo y deRamón Vinyes el que se llamó «grupo de Barranquilla», del cual for-maron parte Gabriel García Márquez, Alvaro Cepeda Samudio,Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor. Publicó los libros: Musas delTr6pico (poesía, 1910), Cosme (novela, 1927), Una triste aventura decatorce sabios (cuento fantástico, 1928) y La muerte en la calle (cuentos,1967). Un viejo cuento de escopeta fue tomado del libro Con el doctorafuera (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1973).

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Ante una casa grande, de paredes de ladrillos ytecho de tejas, el guía se detuvo y su parada se corrió ala burra y al del garabato.

-Aquí es, niña Petrona.En el sardinel aguardaban una mujer y un mucha-

cho. El guía no los miró, ni parecía haber los visto; peromientras bajaba cargada a Petrona, dijo:

-Ella es Juana, la cocinera, y él es Eugenio, su hijo,para los mandados. Ella tiene las llaves.

De pie en el suelo, podía ver mejor que Petrona erauna viejita bajita, delgada, de apariencia muy débil.Donde la puso el guía se quedó, quietecita, se pensaríaque esperando a que la llevanan en brazos como a unacriaturita.

Los mozos quitaron el relleno del sillón, 10 entrega-ron a Juana y saltaron sobre la burra: el uno cayó en elsillón y cruzó las piernas; el otro en el anca, y sus piescasi tocaban tierra.

-Adiós, niña Petrona. Que Dios la conserve ensalud.

El garabato dio una picada. La burra sacudió lasorejas, torció el cuello tratando de echarle un reojo algarabato, y arrancó, en el comienzo un poco apresura-da, pero sentando luego su marcha en ese inalterable ymoroso paso de burro que crea en nuestros campesi-nos la pachorra y quizás la ensoñación.

Petrona miró alejarse la burra, la siguió con los ojoshasta que, al pasar de la calle al callejón, la esquina sela tragó lentamente, de orejas a rabo. Entonces seapretó la frente con las manos, como para hundirsemuy adentro todo un pasado del monte que acababade abandonar, y entró resuelta en su ahora de la

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\011;-'0-'---ciudad. Con paso menudo y ágil se dirigió a la casa;recorriéndola en todas sus partes, la reconoció minu-ciosamente y empezó a dar órdenes que hacía cumplirde inmediato.

Más tarde se presentó Martín a caballo. Traía atra-vesada en la silla vaquera una herrumbrosa escopeta.

-V álgame Dios -dijo Petrona-, no debiste traer-la.

-No sé -dijo Martín-, iba a dejarla pero medevolví a cogerla. No sé.

Bajó del caballo y lo amarró a la reja de una ventana.Era huesudo, delgado y tan alto, que alIado de sumujer, daba la impresión de que podría metérsela enun bolsillo de su chaquetón.

-No me gusta que te la hayas traído.-A mí tampoco. No sé.Martín conocía muy bien la casa pues la había

inspeccionado cuidadosamente antes de comprarla.Con la escopeta en la balanza pensó un rato y fue adejarla en un rincón del último cuarto y volvió a la saladonde Petrona, en una mecedora, quietecita, miraba la

pared.-¿Qué hiciste con la escopeta?-Allá la puse. Un cuarto entero para ella sola, el

último. No le eché llave a la puerta. Puede que así sea,pues dicen que hay ladrones.

-¿Robarse eso, Martín? Bueno, será lo que Diosquiera. Siempre te digo que la botes, pero hago malporque yo tampoco me atrevería a botarla. Será lo queDios quiera.

Allá, en la finca, adquirió Martín esa escopeta de unmodo muy simple aunque extraño. Un desconocido se

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.la propuso a cambio de una carga de yucas. Mal'negocio, Martín 10 vio de una vez; pero 10 hizo. Sumujer se disgustó.

-Eso no sirve para nada, Martín, es una mugre.¿Por qué aceptaste el cambalache?

Mirando, mirando lejos, por donde el extraño se fuécon la carga de yucas montado en un burro, Martíncontestó: «No sé, no sé».

-Bótala de una vez, Martín.Martín cargó con la escopeta y, como si la botara, la

echó al fondo del cobertizo destinado a las herramien-tas, materiales y trastos viejos de la finca. y allí quedóolvidada por mucho tiempp. Mas un día Martín lahalló a su paso, casualmente, y observó que estabahundida un poco en el suelo de tierra apisonada,donde había caído cuando la tiró.

-La escopeta se ha hecho una especie de nicho porsí misma -fué a decirle a su mujer-. Eso parece unmilagro de santo.

-Cómo se te ocurre, le increpó Petrona indignada.Decir eso es un sacrilegio. Los vellos se me hanerizado.

Martín sintió que a él también se le erizaban losvellos.

-Bótala, Martín, bótala.-Sí, voy a botarla.Pero la escopeta continuó allí, y otra vez fue olvida-

da, como 10 había sido antes, como ocurrió ahora en laciudad. La preocupación por la escopeta aparecía fu-gaz pero intensa; un fusilazo muy lejano que también

.podría significar muy hondo.-Vengo por el caballo, señor Martín, anunció una

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voz desde afuera.-Está bien, llévatelo, dijo Martín, saliendo a la

calle.Sin perder tiempo, el que llegaba desató la bestia y,

montando, tomó el mismo camino por donde se fue laburra. Martín estuvo mirando hasta que la esquina setragó al jinete y su cabalgadura; y entonces, con ungesto igual al de Petrona en el momento de desapare-cer la burra, se apretó la frente y se enterró en sí mismoal pasado, un pasado de esperanzas realizadas queambos sepultaban en un presente sin ilusiones, comoun muerto en un muerto.

Después de cincuenta años de vida montuna, un díaMartín dijo a Petrona:

-Me compran todo esto. ¿Qué te parece?-¿Tú qué dices?-Me gustaría venderlo.-¿No te hará falta?-No, Petrona. He pensado que trabajar de necesi-

dad es ir en camino a alguna parte; que esa parte adonde uno va, trabajando, es el descanso y creo que yahemos llegado.

-Verdad, Martín. Yo también he estado pregun-tándome hasta cuándo y para qué. Vende.

-¿Y para dónde cogemos?-Para la ciudad.Y ya estaban aquí, con casa propia y sobra de dinero

para atender sus gastos.Petrona se dedicó activamente a la organización de

la casa y en pocos días estableció un orden doméstico,encargó a Juana de su ejecución; y sin descuidar lavigilancia general pasaba las horas enteras en una

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mecedora de bejuco, dando el frente al patio de arenablanca, limpio, sombreado por dos almendros. Sumirada se desvanecía en un espacio inexistente, en untiempo perdido donde la extinguida realidad de suvida en el campo renacía convertida en ensueños.

y el viejo Martín, al parecer olvidado por completode la finca, se levantaba muy de mañana, sacaba unasilla al sardinel y sentándose con su tabaco en la boca,contestaba el saludo de las gentes que pasaban y conquienes siempre estaba dispuesto a hablar si le dabanconversación. Cuando el sol calentaba se iba a estirarlas piernas, calle arriba, hasta la esquina que se tragó alcaballo y a la burra. A veces ~e hacía tragar él mismo ydoblaba subiendo tres cuadras hasta una tienda dondese acostumbró a comprar sus tabacos.

Cierta vez que hacía allí su provisión llegaron dossujetos, quienes después de saludarlo se apartaron ahablar entre sí, y Martín oyó que repetían la palabraescopeta. Martín los miró de lado con desconfianzaporque en repentina sospecha malició que sabrían algode la suya e intentaban alguna burla. Quiso saber.

-¿Qué es lo de la escopeta?, preguntó, pensando:ahora vamos a ver.

-Sí, señor Martín. Es para la Danza de los Pájaros.-¿Y qué es eso?-Bueno, verdad que usted no ha pasado aquí un

carnaval todavía. Es que nosotros somos los de laDanza y ahí tenemos que sacar una escopeta. Pericovenía prestándonos la suya, pero ahora pasa que lavendió para afuera y esa es la cosa: dónde vamos a

conseguir escopeta.-¿Y la escopeta para qué?

22 VEINTICINCO CUENTOS BARRANQUILLERO,s

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-Mire, señor Martín, es que el Cazador mata alGavilán en defensa de la Paloma. Hace como que lomata, usted me entiende; revienta el fósforo,nada más,y el Gavilán se tumba como muerto. Para eso es la

escopeta.Martín pensaba: «Esta es la ocasión, mi viejita se

alegrará mucho; pero de pronto no la quieren porquequién sabe si ni para reventar el fósforo sirve.» «Veanustedes -dijo-, yo tengo una. Vengan conmigo paraque la lleven de una vez.» ~

-No, señor Martín; es nada más para los tres días. O::-No importa, llévensela desde ahora y se quedan '2

con ella. Yo no la necesito. -J ~-No, señor Martín; prestada, nada más. :~ LL-Pero si es una escopeta vieja que no vale un 1:) ~

cuartillo. -::( -.:J -

-No, señor Martín. 15 ~-Está bien, como ustedes quieran, qué voy a hacer. :~ a

Pero vamos a verla. ~Los dos hombres acompañaron a Martín, discutie- Z

ron un poco y acabaron por aceptarla. :)

-Digo yo -explicó uno de ellos- que hasta mejorque una nueva será, porque mete más miedo. Yo measusté cuando le eché el primer ojo.

-Bueno, señor Martín -dijo el otro-. Contamoscon ella y Dios se lo pague.

-¿Para qué metes a Dios en esto?, protestó su

compañero.Llegado el carnaval, salió airosa la escopeta en su

primera prueba, reventando el fósforo magníficamen-te y -como lo imaginó uno de los jefes de la danza-su temeroso aspecto coloreó con un espanto adicional

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la escena de la muerte del Gavilán.Por seis años sucesivos la escopeta había seguido

triunfando en las manos del Cazador cada temporadacarnestoléndica. Los de la Danza de los Pájaros seenorgullecían con ella.

-El san Nicolás del capitán Glen también sale cadafiesta patronal-le dijo uno de ellos a Martín- comola escopeta de usted cada carnaval.

-Quiere decir que usted es como un capitán Gleny la escopeta es como un san Nicolás.

Esto le pareció chistoso a Martín y lo contó a su

muJer.-Otro sacrilegio -exclamó Petrona, santiguándo-

se-. Martín, no me gustó ese trato que hiciste. Mien-tras no nos metimos con la escopeta, nada pasó. Ahora,quién sabe: mira por dónde va la cosa, con esa irreve-rencia. Si te la repiten, Martín, persígnate.

Oyendo a Petrona, Martín se preguntó si no estaríaya pasando algo. A él, por lo menos. Hacía un tiempo,quizá coincidente con el del trato, su buen apetitodesmejoraba. No en las comidas regulares, pues siem-pre fue muy sobrio en ellas, igual continuaba siéndoloy por eso su mujer no se daba cuenta del trastorno quesufría. Era' en los intermedios, entre el desayuno y elalmuerzo, principalmente, cuando se manifiesta suinapetencia, y esto lo considera una desgracia. Porqueen comer y comer a poquitos y a cada rato en todo el díagolosinas y pedacitos de cualquier cosa, había encon-trado su vejez la felicidad.

Permanecía de pie, al lado de su mujer. Ella nonecesitó mirarlo para sentir la tristeza de su esposo.

-¿Qué te pasa, Martín?

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-Estaba por decírtelo, Petrona. Es que me sientomal. Estos dulcesitos, tú sabes, los buñuelitos y todasesas cositas que me gustan, ya no las apetezco.

-Sí, no estarás bien.Guardaron silencio un rato. Petrona pensaba que

Martín le pedía ayuda, y pensaba cómo ayudar lo. Uncocimiento de manzanilla, no, porque no era indiges-tión. Decirle que renunciara a esos bocados de niño,cómo iba a pedírselo si eran la alegría de Martín.Encomendarlo a Dios sería lo mejor.

-Martín -dijo-, hago esta manda: tú y yo iremosjuntos a la procesión del Viernes Santo.

Ese día estaba ya muy próximo, y cuando llegó,Martín y Petrona salieron en compañía de Juana acumplir la promesa.

Al pequeño Eugenio lo dejaron en la casa. Pero elmuchacho sabía de antemano que esto iba a suceder ytenía invitado a Pablito con quien proyectó divertirseaquellas horas de completa libertad, con toda la casa asu disposición. No tardó Pablito en presentarse; ycomo Eugenio quería agasajarlo, le dijo:

-Tenemos agua de panela pero falta el limón.Aguárdeme aquí, que voy a conseguirlo.

Quedó solo Pablito; y la casa, desierta y callada, leinfiltró su misterio. Oyó la llamada de soledad y silen-cio. Comenzó a andar de puntillas. Tanteaba las puer-tas que creía tremendamente aseguradas con cerrojosy trancas porque imaginaba tras ellas cosas indefini-bles, extrañas. Pero todas se iban abriendo, y sintió queen esto de que se le franquearan había algo mágico. Porentre las hojas que apenas entreabría, adelantaba cau-telosamente la cabeza y miraba. Sombras. Sombras, y

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algunas se movían, vivían, fluctuaban en el aire, sedesprendían de los rincones y lentamente avanzabansobre él; pero antes de que lo alcanzaran cerraba lapuerta precipitadamente. Esa tiránica curiosidad queel temor aviva, lo arrastraba. Y así fue, de estancia enestancia. Hasta que, llegando a la última, al atisbar,creyó ver una extraordinaria criatura negra, sin bra-zos, muy flaca y que recostada a la pared se manteníaparada de cabeza. Entonces, el valeroso Pablito em-prendió la fuga. Salía ya a la calle cuando tropezó conEugenio, ya de regreso con los limones. Eugenio retu-vo a Pablito asiéndolo de un brazo.

-¿Qué te pasa?-Nada. Suélteme.-Pero di, ¿qué tienes?-Hoy... es... Viernes Santo..., y se zafó, continuan-

do su huiday entró el nuevo año; y un día san Sebastián se

mostró en su cuadrito de los almanaques de pared; ytodos lo miraban allí, y, viéndolo, se alegraban sintien-do el primer estremecimiento del carnaval.

y Martín no había recobrado el apetito. Sentado a lapuerta de la calle veía a las mujeres con sus chazas dedulces sobre la cabeza, sin detenerlas, siguiéndolasunas veces con la vista, cristianamente resignado; yotras volviéndoles enfurruñado las espaldas.

Pasaba el anciano Sabas y saludó:-Buenos días, señor Martín.-Buenos días.Se detuvo Sabas. No se paró de frente a Martín sino

de lado, mirando hacia el fin de la calle. Las dos cabezas-Sabas de pie y Martín sentado- se nivelaban.

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-Cómo irá a ser este carnaval, es lo que me pregun-to. Vea usted que el año pasado sólo salió una Danza delos Diablos, y bien mala. ¿Cuántas saldrán ahora?Ninguna. Vea que se lo digo: ninguna. Yo me he puestoa buscar jóvenes para enseñarlos. Conseguí algunospero se me fueron cuando les puse las uñas de hojalatay las espuelas de puñales. Pendejos. En mis tiempos...

Sabas calló mientras sus recuerdos se agitaban dé-bilmente y volvía a la quietud de su memoria a media ¡.::luz. y siguió su camino. O::

-Vea que se lo digo: ninguna. Pendejos. ~y así fue. No hubo ese año ni una sola Danza de los -J

Diablos, pero sí las otras que el heroico Sabas segura- ~mente miraba con desprecio. O

Como la de los Patos Cucharos, que hacían tabletear ~a dos metros de altura sus grandes picos de palo, y ffi1bailaban ceremoniosamente, con parsimonia impues- Ctta por los cuidados exigentes de la pesada armazón .!:;l

que soportaban. ZComo la de los Doce Pares de Francia, cuyos campa- :)

nudos parlamentos y aparatosos vestidos eran segura-mente el pintoresco infundio de algún atrevidoremendador de las letras y las modas antiguas.

Como la de los Collongos, y la del Gallinazo, y lasgrandes Danzas de Toro.

y como la de los Pájaros -con la escopeta de Mar-tín-. y tratándose de ésta será necesario, con perdón,detallar un poco.

Era el último de los tres días por la tarde, en la salade la casa de la Niña Filomenita. Los pájaros, bastantemaltrechos en aquellas postrimerías saliendo por tur-nos al centro despejado de la sala, recitaban versitos al

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compás -o no- de un acordeón y una tamborita.El canto del Papayero, etimológico:

Yo quiero comer papayapapaya madura quieroy como papaya como

me llaman el Papayero.

El del Pitirri, onomatopéyico:

Yo, pitirri, pitirreomi pitirra pitirreay todos mis pitirritos

pi ti -rri ti-ti ti- rrean.

El del Canario, cristianamoralizador:

Porque canto muy bonitoel hombre me coge en trampame quita mi libertad

y yo le canto en la jaula.

Llegó, al fin, el momento de la Paloma. Vestida deblanco, zapatos rojos, plumitas en la cabeza, el rostrodescubierto -cómo iba a taparse tan linda cara- ybastante aburrida. Cantó su belleza y su inocencia:

Soy la Palomita blancatengo el piquito rosadoy aunque llena de ternura

todavía no he empollado.

Entró en acción el Gavilán. Era el más desmedrado.La cola se le había descosido en parte y caía como untaparrabo fuera del sitio. Con la mano izquierda levan-tó su máscara hasta la nariz columpiando el brazo

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derecho como si empujara adelante y atrás los versitos,recitó con lánguida voz de enamorado bobo:

Paloma, mi Palomita

ya no puedo aguantar máslas ganitas que te tengo,

y voy a comerte ya.

Entonces saltó el Cazador, y no había perdido losbríos. Vestía chaquetilla amarilla, calzones cortosgalonados, polainas negras de trapo y birrete de rojapola con lentejuelas. Apuntó al Gavilán con la escopetade Martín:

Mira, Gavilán malditoesto te imaginas túpero no vas a comértela

porque yo te mato: i Pun!

El pun no debía decirlo el Cazador. Según el artificiodel poeta que arregló la estrofita, esa exclamación seentendería expresada por el estallido del fulminante.Pero esta vez se oyó otra cosa: una violenta detonaciónque retumbó en el ámbito de la sala; y el Gavilán sedesplomó con el cuello destrozado.

Por un instante la muerte hizo un silencio absoluto,su profunda pausa. y pasado aquel momento imper-ceptible, la tragedia se puso en movimiento. Gemidos,imprecaciones, gritos, murmullos. El caído, con laensangrentada máscara bien sentada en el rostro y lasalas abiertas en cruz, parecía como nunca y extraña-mente un verdadero gavilán.

-jLa escopeta.! iDónde está la escopeta!Ninguno hizo caso. Nada había que averiguar, si

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todos lo sabían: aquello era obra del diablo. que cargalas escopetas.

Mas no le pareció tan simple la cuestión a Petrona.-Martín..., comenzó a decir, y calló al ver a un

hombre que llegaba.-Señor Martín, su escopeta mató al Gavilán.-Sí -dijo Martín-, ya vinieron a decírmelo. Es

una desgracia; no sé, no sé, es una desgracia.-Señor Martín, la escopeta ha desaparecido y na-

die da con ella; pero yo sé dónde está y vengo para queme acompañe porque es usted quien debe recogerla.

Petrona se incorporó en la mecedora y exclamóvivamente:

-No vayas, Martín, no vayas. El señor me ha reve-lado una verdad-. y según su inspiración explicó queel Diablo hizo la primera escopeta y la dejó de muestraa los hombres, porque sabía que son perversos y lamultiplicarían de su mano; que el Diablo no cargacualquier escopeta sino la suya, la que él hizo, la deorigen satánico; y que nadie puede reconocerla porqueva cambiando de forma y aspecto.

-Ninguna fuerza humana lograría impedir quecontinúe rodando por el mundo mientras Dios lopermita. No vayas, Martín, no vayas.

Mientras hablaba Petrona, el hombre de la invita-ción a Martín se había ido deslizando hasta la puerta dela calle y salió.

-Martíp -dijo Petrona, santiguándose- ¿te fijas-te en él? Es el mismo del cambalache.

Martín se asomó a mirar. Ya oscurecía. Y creyó verque el desconocido se alejaba montado en burro y conuna carga de yucas.

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Una historia trivial

ALFONSO FUENMA YOR*

Apenas si alcanzaron a reparar en él cuando apareció.La gente del lugar estaba acostumbrada a ver unamedia docena de vagabundos que por ahí andaban sinton ni son, en una especie de inocente merodeo.

-Llegó uno nuevo, dijo en voz alta un parroquianodel billar mientras tiraba una carambola.

Pasaron unos días y pareció entonces como si elrecién llegado siempre hubiera estado allí, formandoparte de un conjunto de vagos aparentemente inmuta-

* Barranquilla, 1915 -1994. Periodista y político. Fue editor de la

revista Estampa de Bogotá, y editorialista de El Heraldo y director delDiario del Caribe, de Barranquilla. Fue senador de la república ydelegado de Colombia a la Asamblea de las Naciones Unidas. Inte-grante del «grupo de Barranquilla», fundó el magazín literario-depor-tivo Crónica (1950-1951), órgano del grupo. Publicó en el MagazínDominical de El Espectador (entre febrero 6 y mayo 22 de 1977) lasCrónicas sobre el Grupo de Barranquil/a, con las que obtuvo el premioSimón Bolívar, y que después fueron recogidas en un libro publicadopor el Instituto Colombiano de Cultura (1981). Escribió algunoscuentos que fueron publicados en forma póstuma. Una historia trivialfue publicado en El Heraldo Dominical (septiembre 17 de 1995).

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bles y que, entre sí, sin relaciones, eran como extraños.Cada uno vivía su propia vida. De pelo entrecano quese asomaba por los bordes de la gorra, en él predomi-naba fuertemente la raza negra. Se le calcularía unoscincuenta años, no era ni fornido, ni flaco, de medianaestatura, se balanceaba un poco al andar.

jQué se olvidara de un nombre original! Todo elmundo llamaría míster Brown al nuevo habitante deesas playas caribes. No tardó en hacerse una figurafamiliar. Tomó la costumbre de caminar, de un lado alotro, por la orilla del mar. De trecho en trecho se parabamirando hacia el horizonte como viendo algo quenadie podría descubrir.

Cuando junto a él pasaba el poeta del puerto con superiódico debajo del brazo, con asomos de cordialidadle decía:

-Eh, míster Brown, ¿escrutando el infinito?Míster Brown no le hacía caso, como si el loco fuera

el poeta.Otro día le dijo:-Eh, míster Brown, ¿interrogando el arcano? Pier-

de su tiempo, el arcano no contesta, dígamelo usted amí...

Esta vez míster Brown miró al poeta del puerto conuna mirada fugaz, resbalada, casi imperceptible.

El poeta del puerto, con su periódico debajo delbrazo, siguió su camino hacia los médanos y místerBrown, imperturbable, continuó en su contemplación.A las horas del mediodía, cuando el sol quema comocandela, míster Brown se sentaba a la sombra de untrupillo -siempre el mismo- en medio de unos bu-rros callejeros que parecían no tener dueño... De un

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bolsillo de sus pantalones azules y gastados sacaba unlibretín y lo hojeaba con cuidado. Es posible que al-guien quisiera saber qué había en ese libretín peronadie se hubiera atrevido a violar una intimidad que sedefendía por sí misma.

Aunque nadie le vio pedir nada, no le faltaba comi-da ni tabaco para su cachimba. Dormía en una chozaque encontró abandonada por los lados donde termi-naba la línea del tren, después del bullicioso barrio detolerancia. En realidad, la choza eran los restos de unachoza de bahareque y enea y míster Brown se lasingenió para acondicionarla a sus mínimas necesida-des.

Míster Brown dejó de andar solo. Un perro sindueño, marrón con manchas negras, que le llegabahasta las rodillas empezó a acompañarlo a todas par-tes. Es improbable que míster Brown adoptara al pe-rro, al que hubiera querido ponerle el nombre deLeoncio. Seguramente fue lo contrario: el perro loadoptó a él. Cuando míster Brown, según su costum-bre, se detenía en su caminata por la playa a mirarlargamente el horizonte, el perro, con pocas inclinacio-nes para la contemplación, se echaba a sus pies.

El sol empezaba a ocultarse y míster Brown regresa-ba de uno de sus paseos y pasaba frente al bar Chankay.Entonces un hombre que estaba sentado en una mesa,en tono ligeramente cordial, le gritó:

-Hello, Mister Brown, come here...Míster Brown miró al hombre que era mayor que él,

blanco, con poco pelo en la cabeza y unos bigotes quele daban un aspecto vagamente cómico. Míster Brownseguía mirando al hombre con una quietud semejante

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a la mansedumbre.El hombre repitió:-Hello, Mister Brown, come here, y después de una

pausa agregó, please.Míster Brown, sin decir nada, se sentó en la silla que

el hombre ofreció.El hombre pidió un vaso y le sirvió un trago de la

botella que había en la mesa. Míster Brown, que inter-mitentemente miraba de soslayo a la mesera, se tomóel trago y otros más que el hombre le brindaba. Des-pués de un rato largo, el hombre pagó la cuenta y sefue. Míster Brown se quedó dormido, con el perroechado a sus pies, hasta que el sollo despertó.

En su sueño, míster Brdwn hizo un largo viaje.Míster Brown, cuyo verdadero nombre era otro,

había nacido en Aruba, tenía un terrenito que habíaheredado de su padre. Los pájaros le arruinaban todocuanto sembraba de manera que nunca logró cogeruna cosecha de nada. y él soñaba con cosechas. Envano trató por diversos medios de ponerle fin a «esamaldición». Inclusive recurrió a los servicios de unbrujo muy bien reputado porque llegó a pensar que setrataba de un maleficio. Las prácticas del brujo muypronto se mostraron ineficaces. Le contó su tribulacio-nes a un amigo que solía visitarlo. Y el amigo, a quienconmovieron los contratiempos de míster de Brown, ledijo con un acento en el que se percibía la certidumbre:

-Hay un remedio que no falla. Pon un espantapá-jaros. En estos casos es el único remedio definitivo. Losé muy bien. Lo sé por experiencia.

Juntos exploraron el terreno para determinar el sitiomás conveniente para colocar el espantapájaros. Con-

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sideraron que una leve ondulación de la pequeñapropiedad era el lugar adecuado para el espantapája-ros, ya que sería visible desde cualquier sitio del terre-no.

Míster Brown se dio a la tarea de allegar los elemen-tos necesarios para armar el espantapájaros y comotenía su vena de perfeccionista y cierta exquisitez noquiso que el suyo fuera un espantapájaros convencio-nal y ordinario de esos que a él le parecían grotescos. Yresolvió que su espantapájaros estaría vestido de eti-queta. Le puso una severa levita, chaleco blanco, depiqué, un ramito de azahares artificiales en la solapa,plastrón, zapatos de charol, pantalones a rayas y,también, un delgado bastón con empuñadura metálicaque el sol hacía relucir sacándole atractivos destellos.Míster Brown, al observar con satisfacción su flamanteespantapájaros, creía descubrirle un cierto parecidocon Fred Astaire. El costoso espantapájaros, que logróahuyentar las aves, se hizo famoso en la isla y, de paso,hizo famoso a míster Brown. Los turistas iban espe-cialmente a ver el espantapájaros y lo retrataban allado de míster Brown con su ropa de trabajo sucia,sudada y con jirones. El contraste que se destacabaentre el espantapájaros y su dueño daba a místerBrown una sensación de embriaguez y hasta de felici-dad.

Era la época de los vendavales del Caribe. Un hura-cán que hizo historia y que azotó inmisericordementetoda la noche, dejó a míster Brown sin espantapájaros.Cuando míster Brown se levantó, antes que saliera elsol, a ver los estragos que hiciera la calamidad, no logródescubrir ni el menor vestigio del espantapájaros.

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Fueron muy amargos los días que pasó míster Browndespués de esta pérdida que para él fue como unacatástrofe. Cuando el amigo tratando de aconsejarlo ledijo que no se amilanara que procediera sin demora aconstruir otro espantapájaros, la negativa de místerBrown fue rotunda, inapelable.

-No, no lo haré por nada del mundo, fueron susúltimas palabras sobre este asunto.

Míster Brown andaba por los cuarenta años y nolograba apartar de su mente el recuerdo del espantapá-jaros. No sabía qué hacer. Los días, para él eran dema-siado largos y el tiempo iba pasando. Sin que se loimpusiera la voluntad convirtió en una costumbrebajar a la ciudad y dar vueltas y más vueltas por lascalles. Sin interés miraba las cosas, leía los anuncios,seguía con la vista el paso de los vehículos, echaba unvistazo a las vitrinas de los almacenes y a las gentes que

...pasaban junto a él, contemplaba las carteleras de loscines, a los obreros que trabajaban en las vías públicas.En una ocasión se internó por una 'callejuela curva yempinada que quedaba a trasmano. En el jardín de unacasa de madera verde y de techo rojo descubrió un tubode cobre medio cubierto de yerba. Se quedó mirándoloun buen rato y siguió su camino. En los días quesiguieron volvió a detenerse frente a la casa verde paramirar el tubo de cobre. y estaba mirándolo cuando unhombre en overol se asomó a una ventana y le dijo envoz alta, casi como un desafío.

-¿Qué quiere usted? Desde hace unos días lo veorondando aquí. ¿Qué le pasa?

-No, nada, solamente estaba mirando, contestóapaciblemente míster Brown.

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-¿Mirando qué? ¿Se puede saber?, preguntó denuevo el hombre de overol.

-Ese lindo tubo...-¿Lindo? ¿Le parece lindo ese pedazo de tubo? Si

lo quiere, lléveselo enseguida. Es suyo. Y el hombre sequitó de la ventana.

Míster Brown se llevó el tubo que tendría unos tresmetros de largo y lo puso cerca de donde había estadoel espantapájaros. Lo examinó cuidadosamente. Loencontró en buen estado. «Lo que le falta es una buenalimpieza», pensó. y lo limpió, lo pulió y le sacó un ¡::brillo que hasta por la noche relucía como una enorme ~1 ., Ouclemaga. Z <1:

El amigo que lo visitaba vio el tubo y le dijo a míster.-.J UBrown: ~ W

-Lindo tubo... ¿qué vas a hacer con él? O 'OLa respuesta se demoró. ;:3 ~-Desde hace días vengo pensando algo, no sé, m ~

contestó míster Brown. a:: o:-¿Qué es lo que has estado pensando? ~-Bueno, dijo míster Brown, quizá sea una tontería, Z

pero pienso que ese tubo se vería muy bien en un bar. :::3

Allí podrían poner los pies los clientes que beban en labarra, ¿no te parece?

-¿Un bar? ,replicó el amigo mirando amíster Browncon extrañeza. ¿Un bar? Pero qué cosas estas dicien-do...

-Sí, sí, un bar. Podría llamarse La Nueva Estrella.¿No te parece un buen nombre para un bar?

-Sí, sí, tal vez, podría ser un buen nombre para unbar.

En otros tiempos visitaba un bar que se llamaba La

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Buena Sombra. Eso fue cuando yo vivía en Curazao.Míster Brown vendió su terreno.Un año después míster Brown tenía un bar, La

Nueva Estrella, en la acera buena de una calle de SanNicolás, el puerto donde llegan inmensos buques pe-troleros. Visto desde fuera, el bar tenía muy buenaspecto, un aspecto reluciente.

Míster Brown disfrutaba viéndolo desde la acera deenfrente. y hasta sentía deseos de cantar.

El optimismo de los primeros días disminuyó-:MísterBrown empezaba a preocuparse. «Unhermos6 tubo decobre no es suficiente para atraer clientela», llegó apensar. A ratos sus ideas eran menos deprimentes.«Una buena clientela, pensaba, no se hace de la nochea la mañana. Todo lleva tiempo.» Pero la situación seprolongaba y los visitantes ocasionales seguían siendoescasos. Comenzaba ya a resignarse a la situacióncuando a La Nueva Estrella se presentó una muchacha.Era agraciada, desenvuelta, pelo castaño, trigueña, deregular estatura, bien formada, de unos 23 años.

Con algo de desparpajo pero sin insolencia, la mu-chacha se dirigió a míster Brown que estaba pasandoun paño sobre el mostrador.

-Usted es el dueño de este lindo bar, ¿verdad?, dijola muchacha. ¿No estará usted necesitando una mesera?Por el sueldo no se preocupe. Yo sé que nos arreglare-mos. No soy muy exigente. Tengo experiencia en eloficio. Trabajé tres años en el bar Chankay de PuertoColombia. Puede pedir referencias mías. ,Paco se lasdará muy buenas. Paco es el dueño del Chankay. Estoyaquí porque quiero tentar suerte por estos lados. MísterBrown guardó silencio. Ni siquiera daba muestras de

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que quisiera decir algo. Sólo se quedó mirando a lamuchacha. En vista de que míster Brown no decíanada, la muchacha seguía hablando:

-Voy a ser franca. Vine a ganarme unos dólaresaquí. Los suficientes para regresar a mi tierra, com-prarme una casita con patio, criar unas gallinas y tenerun perro. El perro se llamará Leoncio: me gusta estenombre para un perro. Usted puede llamarme Lilly.

Lilly obtuvo el empleo y en él se desempañaba enforma satisfactoria. Estaba atenta a todo, era solícita,diligente, pulcra, sabía llevar una conversación. Y depronto esa clientela, que míster Brown pensaba tanesquiva, empezó a llegar. Lilly se multiplicaba paraatender a todos 10 parroquianos. Cuando llegabanbuques petroleros, y llegaban frecuentemente, LaNueva estrella rebosaba de clientes. y míster Brownestaba satisfecho.

Por supuesto que el sueldo que le pagaba místerBrown y las propinas que recibía solamente eran partede los ingresos de Lilly, quien también complacía a losclientes de otra manera en una alcoba que había toma-do en arriendo muy cerca de La Nueva Estrella. y enesta actividad -a Lilly el alcanzaba el tiempo paratodo-le iba muy bien. Sus servicios eran solicitadosconstantemente y se los pagaban bien los marineros ybraceros que pasaban por San Nicolás.

Llevaba ya casi dos meses de trabajo cuando Lilly,haciendo la cuenta de sus ahorros, encontró que habíallegado a la meta que se había propuesto. Sí; en unagaveta de su mesita de noche estaba el dinero. y allíestaban la casita, las gallinas, el perro. Todo estaba allíreunido en un ambiente grato, acogedor, hogareño.

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Lilly sentía ráfagas de satisfacción cuando contempla-ba, muy bien aplanchados y compactos, los dólaresque se había ganado con tantos sacrificios.

Fue grande la tristeza de míster Brown cuando Lillyle dijo que estaba próxima a irse. Le hizo propuestasque iban más allá de la generosidad, pero Lillyestabafirme en su resolución. Era una decisión irrevocable,en la que prácticamente había basado su vida.

Lilly estaba en su pequeño cuarto con el que iba a sersu último cliente, un negro joven, espigado, nervioso,con tatuaje en el pecho, marinero en un buque holan-dés próximo a zarpar. Despachado este negro, ella sedespediría de la vida que hasta ese momento había.llevado para ingresar a otra que era la de los sueñosque se vuelven realidad. El negro se vistió rápidamen-te y Lilly estaba pensando en su casita, en sus gallinas,en el perro que se llamaría Leoncio. El negro, consilenciosa precisión abrió la gaveta de la mesita denoche, agarró el fajo de billetes y salió corriendo parasaltar justo a su buque que ya había soltado sus ama-rras.

Ofuscada y entorpecida ante 10 que le acababa deocurrir, Lilly en un principio no acertó a articularpalabra. Era muy rudo el golpe que recibía. A mediovestir salió a la calle como una loca.

-jUn ladrón! jUn ladrón! jAgarren al ladrón!, gri-taba.

Poco después el buque no era más que un puntocada vez más pequeño en el horizonte.

Míster Brown se había enamorado secretamente deLilly desde aquella noche en que quiso que ella lorecibiera en su alcoba en calidad de cliente.

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-No, míster Brown, con usted no. Además, estoymuerta de cansancio.

En silencio, míster Brown rumiaba su amor porLilly. Con cuidado extremo se vigilaba a sí mismo paraque su pasión no se dejara conocer. Evitaba miradas,reprimía suspiros, siguiendo con Lilly las convencio-nales relaciones entre patrono y empleada.

Después de 10 ocurrido con el negro, míster Brownno sabía cómo comportarse. Trató de consolar a Lilly asabiendas de que para ella no había consuelo. No eradinero 10 que le habían robado sino su porvenir, sussueños, la vida misma.

Míster Brown le dijo que debía quedarse y llegó aofrecerle matrimonio, una vida tranquila, sin zozo-bras, una vida en la que habría una casita con patio,gallinas y un perro llamado Leoncio.

-Gracias, míster Brown, es usted muy bueno, perocon usted no me casaría nunca.

Taciturna, Lilly se sentó en un rincón del bar. MísterBrown atendía la clientela. Poco después de anochecer,Lilly anduvo sin rumbo por las pocas calles de SanNicolás y después se fue a caminar por la orilla del mar.

Al día siguiente fue encontrado el cadáver de Lillysalvajemente apuñalado, con el vestido hecho jironesque la brisa no dejaba en reposo. Míster Brown, ha.:.biendo sido interrogado por la policía, fue la únicapersona que asistió al melancólico entierro de Lilly.

Sin Lilly, La Nueva Estrella decayó rápidamente yotras cantinas surgieron. Por casi nada, míster Brownterminó vendiendo La Nueva Estrella y se fue paraPuerto Colombia, donde las autoridades de inmigra-ción apenas 10 miraron. Sería un vagabundo más que

llegaba.

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Desde que compró la cerbatana ya Juanano se aburre los domingos

ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO*

Antes los domingos de Juana eran tremendos. Pormás que la noche anterior se quedara despierta hasta lamadrugada, hasta mucho después de que al granpescado de neón que tenía debajo de la ventana de sucuarto le apagaban el cigarrillo del que salía, en unmilagro de imaginación y cursilería, el nombre delrestaurante del primer piso, despierta toda la nochedel sábado con el solo propósito de no despertar eldomingo sino después de que ya hubiera transcurridola mayor parte del día, siempre llegaba la hora delevantarse y de comenzar a aburrirse.

..Barranquilla, 1926 -Nueva York, 1972. Periodista y alto ejecutivo.Fue director del Diario del Caribe por más de una década. Cineasta,hizo las películas La langosta azul y Un carnaval para toda la vida, ade-más de otros cortometrajes. Escribió Todos estábamos a la espera (cuentos,1954), La casa grande (novela, 1962) y Los alentos de Juana (1972). Lacrítica literaria lo considera como uno de los dos mejores cuentistascolombianos. Desde que compr6 la cerbatana ya Juana no se aburre losdomingos, fue tomado de la editio princeps de Los cuentos de Juana, ej.789, Barranquilla, Aco, 1972.

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La cerbatana la había descubierto hacía varios me-ses en una tienda extrañísima de la calle de la Vacas,donde venden repuestos usados, tuercas, grifos rotos,resortes inmensos, relojes desbaratados, pedazos detubería, tapas para todo, una escafandra de cobre y,colgada contra una pared, casi a la altura del techo,Juana vio un día la cerbatana. En la hoja volante que eldueño reparte a los transeúntes, sen~ado en un tabure-te forrado de piel sin curtir, también se anuncia «uncamioncito alemán en perfecto estado», pero no dicenada de la cerbatana. Fue preguntando por elcamioncito alemán como Juana comenzó a ir a la tiendade la calle de las Vacas. Todo lo que hay en la tienda esde metal, pero todo está muy bien pulido y cada cosatiene amarrada una etiqueta con el precio pero sin elnombre, pues la mayoría de los piñones y fierros quese amontonan en los armarios no tienen uso conocido.Juana siempre pensaba en Feliza cuando entraba arebuscar en la tienda de la calle de las Vacas. «Un díava a venir Feliza con su soplete y va a soldar todos estosfierros y quién sabe qué va a pasar entonces.» Elcamioncito alemán no estaba en la tienda: nunca esta-ba: y Juana comenzó a pensar que no existía sino en lahoja volante de la propaganda.

Los domingos por la tarde y cuando ya no puedecon el aburrimiento, Juana se sienta en el balcón. Juanavive en una casa alta y desde todas partes se ve elcampo de fútbol del estadio que queda exactamenteenfrente. En el piso de abajo está El Pez que Fuma. Haciaatrás no se puede mirar, pues las veinte botellas gigan-tescas del inmenso aviso de cerveza Águila lo cubrentodo. Así la sola vista que tiene Juana es el estadio

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municipal con campo de juego lleno de parches pela-dos y de pedazos de grama sucia.

Juana sigue sentándose todos los domingos por latarde en el balcón, frente al campo de fútbol, pero ya nose aburre. Con su cerbatana y una caja llena de dardos,que ella misma fabrica durante la semana con taquitosde madera y puntas afiladísimas de agujas de cosernúmero 50 y que luego envenena cuidadosamente,Juana se distrae matando tres o cuatro jugadores todoslos domingos. La cosa, si se piensa bien, puede resultarrealmente divertida. Juana no sigue un patrón fijo parasu distracción de las tardes del domingo.

Algunos domingos se le acaban los dardos duranteel primer período de juego; porque hay que advertirque aunque Juana ha adquirido ya bastante práctica enel manejo de la cerbatana, son más las veces que fallaque las que acierta. Otros le alcanzan hasta para apun-tar a alguien del público que se amontona en lasgraderías, pero esto es ya más difícil. En lo que síprocura ser constante es en apuntar siempre al jugadorque avanza corriendo con el balón. Juana lo sigue conla vista y en el momento preciso sopla su dardo: eljugador cae con gran desorden, el balón sigue rodan-do, se suspende el juego unos minutos mientras sacancon gran aspaviento el cuerpo tendido sobre el campo,pues el equipo contrario protesta porque estorba lacontinuación del encuentro; la acción se reanuda yJuana se prepara para el próximo dardo.

Juana ha notado que cada domingo hay menosjugadores en los equipos.

Antes de comprar la cerbatana solían ser once decada lado, indefectiblemente. Ahora algunas veces no

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hay sino ocho. También hay menos público aunque,como se ha dicho antes, es muy difícil acertar a unpunto tan lejano.

De todas manera, desde que compró la cerbatana yaJuana no se aburre los domingos.

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