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PLIEGO FRANCISCO ECHEVARRíA SERRANO Director del Secretariado Diocesano de Catequesis de Huelva QUE SEAN UNO La comunión como presupuesto de la evangelización 2.737. 15-21 de enero de 2011

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Page 1: QUE SEAN UNO La comunión como presupuesto de la … · a lo propio en beneficio de lo común. 2. La mirada a los demás (revelación) La segunda mirada sobre el misterio de la Encarnación

PLIEGO

Francisco EchEvarría sErrano

Director del secretariado Diocesanode catequesis de huelva

QUE SEAN UNOLa comunión como presupuesto

de la evangelización

2.737. 15-21 de enero de 2011

Page 2: QUE SEAN UNO La comunión como presupuesto de la … · a lo propio en beneficio de lo común. 2. La mirada a los demás (revelación) La segunda mirada sobre el misterio de la Encarnación

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Hacia un anuncio más creíble

De humildad, porque implica renuncia a la condición divina y aceptación de la condición humana, como dice san Pablo en el texto de Filipenses antes citado.

Es importante este presupuesto a la hora de reflexionar sobre la unidad, porque ésta sólo se puede construir desde el espíritu de Jesús reflejado en estos textos. Es decir:

con una clara y profunda actitud de obediencia al designio de Dios, no a los propios designios, deseos, proyectos o intereses, por muy legítimos y nobles que sean. Es decir: se trata de construir la unidad que Dios quiere, no la que deseamos los hombres.

con la sincera y sencilla actitud de humildad, que brota de un compromiso

abierto con la verdad e implica renuncia a lo propio en beneficio de lo común.

2. La mirada a los demás (revelación)

La segunda mirada sobre el misterio de la Encarnación es la mirada de la revelación, la que dirigimos a los demás. Lo que esa mirada nos descubre está reflejado en Mt 25, 40: “Lo que habéis hecho a éstos mis hermanos menores me lo hicisteis a mí”. Dios se nos acerca en el otro. Por eso, el modo como nos relacionamos con los demás refleja el modo como nos relacionamos con Dios. si estamos abiertos al otro, estamos abiertos a Dios; pero si nos cerramos a ellos, nos cerramos también a Dios. ¿cómo se puede amar a Dios a quien no se ve, si no se ama al hermano que está ante uno? (cfr. 1 Jn 4, 20).

hay dos formas posibles de enfocar esta mirada:

Una es el enfoque moralizante: el de aquéllos que deducen de aquí el deber de actuar haciendo el bien. actividades como el perdón, la misericordia, la compasión y la solidaridad aparecen como un deber, como un mandato, como una exigencia derivada de nuestra condición de cristianos. Es la mirada del fariseo que hace del amor un deber.

otro es el enfoque evangélico: el de aquéllos que oyen estas palabras como revelación, como iluminación, y las acogen como anuncio gozoso y liberador, es decir, como Evangelio. Descubren éstos que el misterio de la Encarnación se perpetúa en el tiempo: no necesitamos, por tanto, buscar a Dios y trabajar por alcanzarle, ya que Él nos sale continuamente al encuentro en el curso de la vida. cuando tienes esto presente, cada encuentro con alguien es un momento de gracia, porque sabes que Dios te mira desde sus ojos. El perdón, la misericordia, la compasión y la solidaridad no son un deber cuyo cumplimiento nos hace merecedores

a la hora de situar este tema, partimos de la oración de Jesús en la cena, cuando ruega al Padre

“no sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras: que todos sean uno” (Jn 17, 20-21). En esa parte de la oración por sus discípulos, ruega por todos aquéllos que, en el futuro, habrían de creer en él. Para ellos –es decir, para nosotros– pide la unidad.

I. EL PUNTO DE PARTIDA: EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

El misterio del que partimos es la Encarnación del hijo de Dios. La pregunta que nos hacemos es: ¿qué es la Encarnación?

Para comprender el significado de este misterio, tenemos que dirigir tres miradas: a Dios, a los demás y, finalmente, a nosotros mismos.

1. La mirada a Dios (contemplación)La primera mirada sobre el misterio

de la Encarnación es contemplativa. Miramos a Dios para conocer y admirar el misterio. Lo que vemos lo indica san Juan en el prólogo de su evangelio: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14). En la mentalidad bíblica la carne no es el cuerpo, sino la debilidad, la caducidad, la limitación… san Pablo lo dirá más abiertamente: “Se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y, mostrándose en figura humana, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). La Encarnación, vista desde Dios, es, por tanto, un misterio de obediencia y humildad:

De obediencia, porque el hijo acepta cordialmente –con el corazón– el designio del Padre, un designio de vida y salvación: “No pretendo hacer mi voluntad –dice el señor–, sino la voluntad del que me envió” (Jn 5, 30).

La Iglesia se dispone a celebrar una nueva Semana

de Oración por la Unidad de los Cristianos (18-25

de enero), y lo hace siguiendo la invitación que recoge

el lema propuesto para este año: Unidos en la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan

y la oración (Hch 2, 42). A ella quieren sumarse también estas páginas.

A la luz de la Palabra de Dios, su autor nos convoca a una responsabilidad ineludible en el momento presente: proclamar el Evangelio

de Jesucristo, dar testimonio de su amor, pero desde

la comunión. Sólo así será creíble nuestro anuncio.

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de reconocimiento y premio, sino una necesidad que brota del interior de un modo natural y espontáneo como el fruto del árbol.

Éste es el fundamento de la fraternidad: cuando el hijo de Dios se encarna en el otro, nos hace a todos nosotros hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos.

Es éste un presupuesto importante a la hora de profundizar en la comunión. Ésta sólo se puede construir sobre la fraternidad. si no nos vemos como miembros de la gran familia que la paternidad de Dios crea, si para nosotros es más importante pertenecer a tal o cual grupo y a tal o cual movimiento que pertenecer a la iglesia, si sólo son hermanos los cercanos y semejantes, pero no los más lejanos y diferentes, entonces a lo más que podemos llegar es a un pacto de grupo, a una alianza de intereses o a la colaboración en determinadas actividades. a lo más que llegamos es a la unión de la manos, pero nunca alcanzaremos la unión del corazón.

3. La mirada sobre nosotros mismos (filiación)

La tercera mirada, la que cierra y completa el proceso, es la mirada sobre uno mismo. Lo que esa mirada nos muestra lo expresa magníficamente san Pablo cuando dice: “El Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo” (rm 8, 16-17). Lo mismo dice san Juan: “Nos llamamos hijos de Dios y lo somos” (1 Jn 3, 1). La tercera mirada, por tanto, es la mirada de la filiación.

También esta mirada puede tener un doble enfoque:

Uno es la mirada desde nosotros mismos. El ser humano se contempla, en este caso, desde sus deseos insatisfechos, desde la imagen ideal –lo que nos gustaría ser– o la imagen social –lo que los demás piensan o queremos que piensen de nosotros–. Dado que la realidad no se suele ajustar al deseo, lo que esta mirada descubre es el desprecio de sí mismo, la autodenigración que destruye la autoestima. La persona es

incapaz de aceptarse y amarse y, debido a los mecanismos de defensa, proyecta en los demás su propia frustración.

otro es la mirada desde Dios: la de la misericordia y el amor. ha habido corrientes de espiritualidad que han insistido en considerar al hombre a los ojos de Dios como un gusano y menos que un gusano. La intención es buena –mostrar la diferencia entre Dios y el hombre para destacar la magnitud del don de la salvación–, pero no puede ser más desafortunada: a los ojos de Dios no somos seres despreciables, sino hijos. ningún padre, en su sano juicio, mira a sus hijos con tanto desprecio. Es verdad, como hemos dicho, que quienes hablan así lo hacen con la intención de despertar un sentimiento de gratitud a Dios por el bien que nos ha hecho. Pero olvidan que la gratitud no brota del desprecio y la humillación, sino del don.

Este mirarnos sanamente, con los ojos de Dios, es importante porque de ello depende cómo miramos a los demás. Del mismo modo que la actitud ante los otros es reflejo de la actitud ante Dios,

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no cabe interpretar esto en clave individualista, es decir, como si cada uno pudiera vivir la aventura del espíritu en solitario –excluyendo la relación mutua–. La experiencia de Dios –como toda experiencia– es personal, pero no tiene lugar en solitario. Desde los comienzos de la historia de la salvación, Dios se comprometió con un pueblo cuando, al proponerle la alianza, le dice: “Entre todos los pueblos seréis mi propiedad.... Seréis un pueblo sagrado, un reino de sacerdotes” (Ex 19, 5-6).

2. Ése era el mensaje del antiguo Testamento. Pero con cristo se va más allá. El nuevo Testamento también habla de pueblo, pero no se queda ahí.

san Pablo, refiriéndose a los dones que cada uno ha recibido, dice a los cristianos de roma: “aunque somos muchos, formamos con cristo un solo cuerpo y, con relación a los demás, somos miembros” (rm 12, 5). Y a los de corinto les dice lo mismo, hablando del Espíritu que han recibido: “Todos nosotros nos hemos bautizado en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo y hemos absorbido un solo Espíritu” (1cor 12,12). Y otro tanto a los de Éfeso

y, sobre todo, porque en Jesucristo ha llevado a lo más alto la condición humana. En nuestro interior resuenan los sentimientos y la pregunta del salmista: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, pregunto: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?” (sal 8, 4-5).

II. EL CAMINO: LA COMUNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

1. hace ya varias décadas que la iglesia, reunida en concilio, nos recordó que Dios ha querido santificar y salvar a los hombres, no individualmente y aislados entre sí, sino constituyendo un pueblo que le conociera de verdad y le sirviera santamente (Gs, 9). Esto significa que la dimensión comunitaria es esencial a nuestra fe y, por tanto, la comunión es un valor irrenunciable. Ya hemos visto que, en virtud del misterio de la Encarnación, los otros son sacramento de encuentro con Dios, es decir, el medio misterioso a través del cual Dios se acerca a nosotros y nosotros nos acercamos a Él.

así también la actitud ante los demás es reflejo de la actitud ante uno mismo. Lo que significa que, para sanar el sentimiento religioso –la relación con Dios–, hay que sanar la convivencia –la relación con los demás– y, para sanar ésta, hay que sanar la relación contigo mismo.

antes nos preguntábamos qué es la Encarnación. ahora podemos responder que es la clave de nuestra existencia: el origen, el camino y la meta de la existencia cristiana.

Es el origen, porque es el nacimiento del hombre nuevo, creado a imagen de Dios que es luz y amor (1 Jn 1, 5; 4, 8). “Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Quien lo odia está en tinieblas, camina en tinieblas y no sabe adónde va porque la oscuridad ciega sus ojos” (1 Jn 2, 10-11). El amor es, por tanto, la manifestación de la luz.

Es el camino, porque Dios sólo llega a nosotros encarnándose y nosotros sólo llegamos a él acogiéndole. cuando borras a alguien de tu vida, cuando lo excluyes de tu corazón, Dios desaparece; pero, cuando abrazas al otro, sobre todo al enemigo o al excluido, abrazas a Dios. si la crisis de fe aparece en tu vida, no busques a Dios en tus pensamientos, búscale en los demás, sobre todo en los que sufren, y saldrás de la oscuridad.

Y es la meta, porque nuestro destino es llegar a ser cristo. san Pablo, lleno de ternura maternal, se lo recuerda a los Gálatas: “Hijitos míos –les dice–, a los que doy a luz de nuevo hasta que adquiráis la figura de Cristo…” (Gal 4, 19). cristo es la imagen de Dios (2 cor 4 ,5) y la tarea del cristiano es transformarse en su imagen bajo la acción del Espíritu (id. 3, 18).

También esta tercera mirada es un presupuesto importante a la hora de construir la unidad. Ésta sólo se levanta sobre el reconocimiento de la riqueza personal. Quien no reconoce sus valores no los pondrá nunca al servicio de los demás. El autodesprecio y la falta de autoestima es la máscara tras la que se esconden sutilmente la pereza y el egoísmo.

4. La alabanzaLlegados a este punto, sólo nos queda

bendecir a Dios y darle gracias por todo lo que somos, porque nos ha creado

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(Ef 4, 1-16) y a los de colosas (col 1, 18). Pablo recurre a la imagen del cuerpo para subrayar la unidad entre todos los miembros de la iglesia. como en el cuerpo no hay parte, miembro u órgano que pueda vivir separado de la cabeza, así en la iglesia nadie puede vivir separado de cristo; como en el cuerpo cada miembro ejerce su función en beneficio del conjunto, así en la iglesia ninguno vive para sí mismo, sino que ejerce su función en beneficio de la totalidad. ni vida en sí ni vida para sí: sino vida en cristo y vida para la iglesia que es su cuerpo.

Pero no sólo Pablo. Juan nos cuenta que cristo, en la oración que eleva al Padre en la cena, con la que hemos empezado, pide la unidad para los discípulos de las siguientes generaciones (Jn 17, 21). Las palabras de cristo son un aldabonazo en nuestra conciencia porque afirman claramente que la unidad de los creyentes es semilla de fe: “Que sean uno para que el mundo crea”.

nos lamentamos con frecuencia del aumento de la increencia en el mundo. Y buscamos múltiples razones que nos

permitan comprender esto, pero las buscamos fuera de nosotros mismos. Es verdad que corren tiempos difíciles para la fe y que el materialismo y el hedonismo embotan la mente y las conciencias. Pero no podemos ignorar que hoy, como siempre, el ser humano busca su salvación aun sin saberlo, y nosotros sabemos que, como proclama la iglesia del apocalipsis, “la salvación es de nuestro Dios y del Cordero” (ap 7, 10).

Por ello, es necesario que nos preguntemos si hemos crecido en unidad. ¿Estamos ahora más unidos que en el pasado? Tenemos que ser humildes y preguntarnos qué parte de responsabilidad nos corresponde en la increencia de nuestro mundo. somos nosotros los que hemos recibido el encargo de evangelizar, no el mundo. Pero, ¿cómo creerán si no es anunciado el Evangelio? ¿Y cómo creerán el anuncio si lo hacemos desunidos?

necesitamos hacer todos un acto de humildad y reconocer que no somos el cristo crucificado, el siervo de Dios inocente que con su sufrimiento salva al mundo. somos, más bien, un cristo

desmembrado y roto. sólo podemos recomponer a cristo, si caminamos unos al encuentro de los otros para luego avanzar juntos.

3. Llegados a este punto de la reflexión, creo que estamos en condiciones de señalar los pasos hacia la unidad:

1º. Lo primero es reconocer la propia riqueza personal y la riqueza o carisma de los grupos. no se trata de reconocer los méritos personales –esto conduce a buscar reconocimiento, a comparar y a competir–, sino de reconocer la acción del Espíritu en uno mismo y en el grupo al que uno pertenece, que lleva a ver la propia riqueza como un don para los demás –esto conduce a la gratitud, a la complementación y a la colaboración–.

2º. El segundo paso es reconocer la riqueza ajena: los valores y carismas de los demás –sean personas o grupos– son reconocidos como obra del Espíritu en ellos, son vistos como riqueza común y son vividos con alegría. En definitiva: son el signo de la presencia de Dios en ellos.

3º. El tercer paso completa el proceso: se trata de vernos todos en Dios. Es entonces cuando comprendemos que aquello que nos une no es la voluntad común de hacer el bien, ni la coincidencia de las ideas ni la concordancia de los deseos e intereses. Lo que nos une es la mirada del Padre, el amor del hijo y la presencia íntima del Espíritu.

III. LOS OBSTÁCULOS DE LA UNIDAD

si la unidad es un valor tan claro y tan urgente, ¿qué es lo que nos impide estar unidos? ¿Qué torpedea la unidad entre nosotros? Una mirada a las iglesias de la época apostólica puede ayudarnos a encontrar la respuesta a estas preguntas.

La Iglesia de Corinto: absolutización del carisma y protagonismo de los líderes

1. La división fue un problema grave en la iglesia de corinto. cuando Pablo llegó a esta ciudad, encontró a la iglesia dividida por el espíritu partidista, más propio de las escuelas filosóficas que de la fe cristiana. Los de corinto,

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cual la figura de Moisés y la Ley eran prioritarias con relación a cristo y al Evangelio. Pero no sólo eso, sino que, además, pretendían imponerla a los demás. Pablo se les opuso desde el primer momento, argumentando que si la justificación se alcanza por el cumplimiento de la Ley, en vano ha muerto cristo (Gal 2, 21). Estos cristianos hicieron de Pablo su gran enemigo, e iban a las comunidades por él creadas descalificándolo, atacándolo e incluso persiguiéndolo (cfr. Gal 5,11). Pero no consiguieron abatirlo. En su carta habla de “falsos hermanos, intrusos, que se infiltraron para expiar la libertad de que yo gozaba gracias a Cristo Jesús y que pretendían esclavizarnos. Yo no cedí ni un momento ni me sometí, pues tenía que mantener por vosotros la verdad de la buena noticia” (Gal 2, 4-5).

Ése fue el hecho con el que Pablo tuvo que enfrentarse, pero ¿cuál es el mal de fondo que refleja esta conducta?

El problema de los judaizantes fue hacer un absoluto de su interpretación del cristianismo y pretender imponerla a los demás. nadie en la iglesia primitiva les negó el derecho a compatibilizar su fe judía con su fe cristiana. Fueron ellos los que negaron a los demás el derecho a ver las cosas de otra manera. Estamos ante un evidente caso de fanatismo religioso.

El fanático vive un proceso de fijación mental en algunos elementos de la fe.

de la evangelización, porque la única gloria es de cristo. Pablo está aquí en perfecta sintonía con lo que recoge san Mateo en el discurso de Jesús contra los fariseos: “Vosotros no os hagáis llamar ‘maestros’, pues uno solo es vuestro maestro mientras que todos vosotros sois hermanos. En la tierra a nadie llaméis ‘padre’, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os llaméis ‘instructores’, pues vuestro instructor es uno solo, el Mesías” (Mt 23, 8-10).

nadie puede absolutizar su propio carisma, porque eso lleva, primero, al desprecio y, luego, al rechazo de otros carismas. De ahí surge la lucha entre nosotros y la división. Y cuando la iglesia se divide es cristo quien se divide.

Los Gálatas: el fanatismo¿Por qué ocurre esto? La experiencia

de las iglesias de Galacia puede ayudarnos a encontrar la respuesta.

Pablo había misionado la zona fundando en ella varias comunidades formadas en su mayoría por cristianos procedentes del paganismo. Más tarde, se presentaron allí cristianos de origen judío que pretendían imponer a todos los convertidos la circuncisión y los preceptos de la ley mosaica. se trataba de los judeocristianos, un grupo que, condicionado por su experiencia en el judaísmo, tenía una visión muy particular de la fe cristiana, en la

confundiendo a los misioneros cristianos con los predicadores de filosofías morales o con los propagadores de las sectas religiosas, se referían a los predicadores preferidos por cada uno de modo antagónico, dando con ello lugar a la fragmentación de la iglesia en pequeños grupos en torno a determinados líderes. ni siquiera el mismo Pablo escapó a este problema, pero, tan pronto como lo advirtió, se lo sacudió de encima. así lo denuncia al comienzo de su primera carta a los cristianos de esta ciudad: “Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, os ruego que estéis de acuerdo y que no haya disensiones entre vosotros, sino una perfecta concordia de pensamiento y opinión. Me he enterado, hermanos míos, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a lo que anda diciendo cada uno: ‘Yo por Pablo, yo por Apolo, yo por Cefas, yo por Cristo’. ¿Está dividido el Mesías? ¿Ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados invocando el nombre Pablo?... Por gracia de Dios vosotros sois de Jesús el Mesías, que se ha convertido para vosotros en sabiduría de Dios y justicia y consagración y rescate... Quien se gloríe que se gloríe del Señor” (1 cor 1, 10-13.30-31).

2. La psicología de grupos nos enseña que, entre los mecanismos de cohesión interna, está marcar diferencias con otros grupos similares y exaltar al líder. Es un recurso que explica el problema denunciado por Pablo y en el que, con frecuencia, caemos dentro de la iglesia. Pero lo significativo de aquel hecho es la actitud que adopta el apóstol: se niega a entrar en ese juego de divisiones y protagonismos.

La comunidad de corinto nos hace ver que la absolutización del propio carisma y el protagonismo y falta de verdadero sentido eclesial de los líderes y dirigentes de los grupos es un factor de división dentro de la iglesia. Lo que debería ser un factor de enriquecimiento mutuo –la pluralidad– se convierte en causa de división y enfrentamiento por culpa de líderes más llenos de sí mismos que del Espíritu de Jesús.

Frente a esto, Pablo deja claro que cristo es el único mesías, el único maestro que enseña la sabiduría de Dios, el único salvador. nadie puede atribuirse gloria alguna en el campo

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Dichos elementos pasan a ser nucleares y desplazan a todos los demás. Están tan llenos de su propio punto de vista que son incapaces de reconocer otros. Por eso, primero descalifican otras opiniones y, luego, las atacan y las excluyen, en una absurda pretensión de ser ellos y sólo ellos la iglesia, hasta el punto de pensar que el que los abandona o los rechaza abandona o rechaza a la iglesia y, por tanto, a Jesucristo. En estos casos, hay que advertir que no es el Evangelio de cristo lo que se convierte en un absoluto irrenunciable, sino una visión concreta, histórica y, por tanto, limitada del mismo.

Frente a éstos, Pablo proclama con todas sus fuerzas: “Para ser libres Cristo nos ha liberado: manteneos pues firmes y no os dejéis atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud” (Gal 5, 1).

Actitudes personales: origen interno de la división

Junto a estos problemas institucionales, las cartas del nuevo Testamento permiten profundizar en el problema de la división visto desde las actitudes personales. Es interesante esta clarificación, porque las actitudes de los grupos muy frecuentemente son la cristalización de las actitudes de los individuos.

En este sentido, es significativa la lista de vicios y virtudes que Pablo recoge en Gal 5, 16-26, al hablar de la vida en el Espíritu frente a una vida según el instinto.

Presenta las obras de la carne –las obras de las tinieblas en rm 13, 22– como la expresión de una vida orientada desde un punto de vista puramente humano. son las acciones por las que el hombre intenta satisfacer la epithymía, es decir, sus propios deseos. Entre éstas, enumera hasta siete actitudes y conductas que constituyen una amenaza para la vida comunitaria: las enemistades, las discordias, los celos, la ira, la intriga, la división y la envidia.

Todas ellas tienen en común ser un ataque a las buenas relaciones que deben existir en una comunidad en la que reina la caridad. indican, por tanto, una falta de amor en el seno de la comunidad. Pablo, con ello, está indicando que el cuchillo que

desgarra la túnica de la unidad es la falta de amor entre los miembros de la comunidad cristiana.

IV. EL IDEAL CRISTIANO

Llegados a este punto, nos preguntamos: ¿cuál es, en realidad, el ideal cristiano de la unidad? ¿Qué nos dicen las Escrituras a este respecto?

1. El amor fraterno, valor absoluto de la comunidad cristiana

Lo primero que hemos de tener claro es que el amor fraterno constituye el gran valor de la comunidad cristiana. hay dos pasajes evangélicos que pueden ayudarnos a profundizar en el alcance que esto tiene.

1. El primero de ellos es cuando preguntan a Jesús cuál es el mandamiento más importante de la Ley. El relato de Marcos es especialmente significativo. a la pregunta del escriba, Jesús responde: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Mc 12, 28-34). se limita a recitar el Shema (Dt 6, 4-5), texto que todo buen israelita varón tenía que repetir mañana y tarde. Pero, inmediatamente después, añade, citando Lv 19,18: “El segundo es: amarás al prójimo como a ti mismo. No

hay mandamiento mayor que éstos”. al unir estos preceptos, Jesús, de alguna manera, los está equiparando. El escriba reconoce lo acertado de la respuesta y que el amor a Dios y al prójimo es lo nuclear de la religión, por encima incluso del culto. viene luego una observación que sólo aparece en Marcos. Dice el evangelista: “Viendo Jesús que había respondido cuerdamente, le dijo: no estás lejos del reino de Dios”. no le dice que está en el reino, sino que no está lejos. Quiere decir que aún le falta algo para pertenecer a él.

Muchas veces hemos partido de este texto para explicar la esencia de la vida cristiana y hemos predicado que el amor a Dios y al prójimo constituyen la esencia del Evangelio. Pero no es eso lo que dice Jesús: él afirma que pensar así es estar cerca del reino, pero no que en eso consista pertenecer al reino. La pregunta que el escriba le hace a Jesús no se refiere a lo más importante de su doctrina, sino a lo más importante de la Ley judía.

Pensar que estos dos preceptos constituyen los pilares de la vida cristiana es como recitar diariamente el Shema. Eso lo hace un buen judío, pero no es suficiente para un cristiano. Para amar a Dios y al prójimo no hacía falta el Evangelio. Ya estaba escrito en el Pentateuco. Para decir eso no hacía falta que se encarnara el hijo de Dios. Por eso Pablo se enfrentó a los judaizantes que defendían la vigencia de la Ley mosaica.

2. El segundo texto, que completa el sentido de éste, pertenece a la tradición de san Juan. aparece en el discurso de la cena.

Jesús está hablando de la necesidad de estar unidos a él, como el sarmiento a la vid, y de cumplir sus mandamientos para permanecer en su amor. En ese contexto dice: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” . Y añade algo que es una explicación del modo como él ha amado: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 12-13).

¿Qué llama la atención de este texto? Primero, que no habla de dos mandamientos sino de uno; y, segundo, que ignora el primero, es decir, el precepto del amor a Dios dejando sólo el amor fraterno. ¿significa esto que el Evangelio es una filantropía donde

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En un momento en el que aún no existe el nuevo Testamento y los evangelios se están escribiendo, esa enseñanza posiblemente sea la predicación de los apóstoles sobre Jesús. se trata, posiblemente, de una profundización sistemática en las enseñanzas de los testigos de la fe, porque ellos son el único medio para llegar a cristo, predicación que va acompañada con signos. resuena aquí el doble envío de Jesús: antes de su muerte (cfr. Lc 9, 1-2) y una vez resucitado (hch 1, 8).

Estamos ante el primer factor de cohesión de la comunidad cristiana: todos están empeñados en la misma tarea, que consiste en anunciar lo que han recibido con la conciencia de que el poder de Dios actúa en ellos. Están de acuerdo en que todos han recibido una herencia que han de conservar y transmitir. Esa herencia es continuar la misión de Jesús. Tienen, por tanto, la misma meta. Todos comparten la única meta, el único objetivo.

Los intereses personales o de grupo –que, dicho sea de paso, muchas veces se enmascaran de Evangelio– quedan en segundo plano, y el primer plano lo ocupa el trabajo por el reino de Dios. no hemos sido llamados a trabajar cada uno en nuestra parcela o en nuestra viña, sino en la viña del señor. La unidad es imposible cuando se funciona con una mentalidad sectaria, y esa mentalidad existe cuando es más importante el grupo o movimiento apostólico que la iglesia, cuando el carisma propio prevalece sobre el Evangelio, cuando la propia visión de las cosas es incuestionable.

primeros, pues el tercero –hch 5, 12-16– se refiere a los milagros que acompañan a la predicación del Evangelio.

El segundo de los resúmenes (hch 4, 32-37) contiene una expresión especialmente significativa: “La totalidad de los creyentes tenía un solo corazón y alma”. El binomio corazón y alma está tomado del Dt 10, 12 [cfr. también 11, 13 y 6, 5], donde se refiere al centro más íntimo de la persona humana. significa que la unidad que vivían estaba arraigada en lo más profundo de cada uno. La expresión de esta unidad era la comunión de bienes, que no era, como alguien ha dicho, un comunismo de amor, sino la capacidad de disponer con una gran libertad de espíritu de los propios bienes teniendo en cuenta las necesidades de los demás.Pero el que más nos interesa es el primero de estos resúmenes (hch 2, 41-47), porque recoge las cuatro prácticas de la iglesia de Jerusalén. El texto de hch está muy bien elaborado: comienza y termina con una inclusión que delimita perfectamente el texto (cfr. 2, 41.47b); luego, hace un breve compendio en el que enuncia de modo sucinto cuatro conceptos que va a explicar a continuación: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (hch 2, 42). a continuación desarrolla cada uno de estos conceptos (hch 2,4 3-46). veamos el significado de cada uno de estos conceptos:

El primero es la enseñanza de los apóstoles, que va acompañada de muchos signos y prodigios.

Dios desaparece para dejar su lugar al hombre?, ¿o que Jesús rechaza la dimensión vertical de la vida religiosa para quedarse sólo con la dimensión horizontal?

Esta objeción debieron hacérsela al autor del cuarto evangelio y, por eso, él mismo o uno de sus discípulos salió al frente de la misma en la primera de Juan. Toda la carta gira en torno a un pensamiento que se repite varias veces de un modo insistente: no es posible amar a Dios sin amar al hermano. “El amor –dice el apóstol– viene de Dios. Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios ya que Dios es amor… A Dios nunca lo ha visto nadie: si nos amamos unos a otros Dios, permanece en nosotros y el amor de Dios está en nosotros consumado… Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; pues si no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 7-8.12.20).

En la teología de Juan, no se ignora el primer precepto, sino que se funden ambos preceptos. Esto quiere decir que el único modo de cumplir el primer mandamiento –el amor a Dios– es cumpliendo el segundo –el amor al hermano según el modelo de Jesús–. Desde esta teología se entiende que la oración que dirige al Padre sea por la unidad de los suyos, pues la unidad es la expresión del amor. ¿cómo va a creer el mundo el anuncio del amor si éste es hecho por una iglesia dividida?

2. ¿Qué construye la unidad?Una vez aclarado que el ideal cristiano

de la unidad se fundamenta en el amor fraterno según el modelo que tenemos en cristo, profundizaremos en lo que ese ideal implica en nuestra vida. Las preguntas que nos hacemos son: ¿qué construye la unidad?, ¿qué exigencias comporta?, ¿cómo vivirla en la vida diaria de nuestra iglesia? También en esto nos guía la Palabra de Dios.

a) El testimonio de HchLos textos de referencia son de sobra

conocidos: los resúmenes que hace Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles sobre el ideal de vida de la iglesia de Jerusalén. De los tres que aparecen, sólo nos interesan los dos

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El segundo elemento es la comunión (koinonía). Este concepto, que pertenece al vocabulario paulino, significa el vínculo que se crea entre las personas cuando participan en una tarea común. Es la participación lo que crea el vínculo. Para Pablo ese vínculo es el Espíritu. así lo afirma cuando habla de los carismas: “Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en cada uno” (1 cor 12, 4-6).

no se trata, por consiguiente, de la comunión espontánea de gente animada por los mismos sentimientos o intereses con el fin de favorecer el crecimiento religioso de cada uno, sino de una realidad concreta, de una poderosa actuación salvífica de Dios en cada uno. En última instancia, la comunión es cristo que sigue viviendo en la comunidad y creando vínculos de vida entre sus miembros mediante el don continuo de su salvación.

al ser uno mismo el Espíritu que habita en cada uno, los frutos que cada uno produce son un bien común. Una es la fuente y uno el destino. La comunión de bienes de la que habla Lucas en hch 4, 44 –“lo tenían todo en común”– no es sino la expresión externa de esta convicción. Por consiguiente, lo importante no es el modo de compartir, sino desde dónde se comparte.

El tercer elemento es la asistencia al templo todos juntos. La comunidad de Jerusalén se mantenía fiel a las costumbres religiosas judías. Todavía no parece haberse producido la ruptura entre el judaísmo y el movimiento surgido con Jesús.

El dato es importante porque Lucas es el autor en el que el universalismo está más presente. si subraya la vinculación con el pasado judío, posiblemente sea para establecer lazos de unión entre las dos tendencias presentes en la iglesia primitiva: la judeocristiana, capitaneada por Santiago, y la helenista, defendida por Esteban y, más tarde, por Pablo.

La diversidad de interpretaciones dentro de la iglesia y la pretensión de imponer a los demás la propia no es un asunto nuevo. Pablo, en varias ocasiones, sale al paso de las tensiones que esto creaba, si bien rm 14 es especialmente significativo. Los criterios que establece siguen siendo hoy día de gran utilidad:

1º) acoger al débil en la fe, sin discutir sus razonamientos ni juzgarlo, pues cada uno dará cuenta de sí mismo a Dios (rm 14, 1-13a).

2º) Evitar poner tropiezo o escándalo al hermano. al contrario: favorecer la paz y lo que contribuye a la edificación mutua (rm 14, 13b-19).

siglos más tarde, san Agustín sistematizará esto con un principio

ampliamente conocido y clarificador. Dice el obispo de hipona: “In necesariis, unitas; in dubio, libertas e in omnibus, charitas”: en los asuntos esenciales, unidad; en los dudosos o secundarios, libertad; y en todas las cosas, amor.

La diversidad de puntos de vista, enfoques, opciones, espiritualidades, etc. se convierte en un problema cuando, en lugar de ser vista como riqueza de la iglesia y manifestación del Espíritu, es vista como competencia y oposición. si bien hay que reconocer que el problema no surge porque se piensa diferente, sino cuando algunos menosprecian, descalifican o atacan otros puntos de vista con la intención de imponer el suyo propio como único legítimo.

En este punto hay que tener en cuenta que la comunión se construye siempre sobre lo esencial. Los matices y elementos secundarios no pueden ser puestos junto o en el lugar de los fundamentales. cuando se da a todo el mismo valor, no se revaloriza lo secundario o periférico sino que se devalúa lo esencial o central. cuando todo es importante, nada lo es.

El cuarto elemento es la fracción del pan. El pan era un modismo para referirse a la comida, y la fracción del pan era el rito con el que ésta empezaba. En ambos casos, se habla de compartir la mesa. sin embargo, muy pronto, parece que los cristianos empezaron a llamar así al banquete eucarístico (cfr. 1 cor 10, 16; hch 20, 7). ¿Es ése el sentido de este texto de hch? no está tan claro, porque, si bien es cierto que el autor establece una diferencia entre partir el pan y comer juntos, también lo es que afirma hacerlo diariamente, y no parece que, en esa época, se reunieran todos los días para celebrar el banquete eucarístico. En cualquier caso –eucaristía o comida común–, sí parece cierto que compartir la mesa era uno de los signos de comunión de la iglesia de Jerusalén.

Pero, ¿qué sentido le daban a esto? Porque reunirse para comer no es algo que haya empezado en la historia y costumbres a partir de la aparición del cristianismo. no era el hecho de reunirse, sino el significado que le daban a esa práctica, lo que los identificaba como cristianos.

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símbolo para hablar de las actitudes que han de inspirar la relaciones interpersonales. En la primera parte de la carta, el apóstol establece el principio de que cristo ha unido a los que estaban separados, derribando lo que separa a los hombres –la hostilidad– (Ef 2, 14.16) y creando en su persona una sola y nueva humanidad en paz (Ef 2, 14-15). Todos –judíos y paganos– “comparten la herencia y las promesas de Jesucristo y son miembros del mismos cuerpo” (Ef 3, 6). La segunda parte de su carta es una exhortación a vivir de acuerdo con todo esto. Pablo, a diferencia de 1 cor, no presenta aquí la unidad como algo que es necesario restablecer, sino como un ideal que se deriva de la condición misma del cristiano: “Os exhorto a proceder como pide vuestra vocación: con toda humildad y modestia, con paciencia, soportándoos unos a otros con amor, esforzándoos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados… Y continúa diciendo: “Crezcamos hasta alcanzar del todo al que es la cabeza, a Cristo. Gracias a él, el cuerpo entero, trabado y unido por la prestación de las junturas y por el ejercicio propio de la función de cada miembro, va creciendo y construyéndose con el amor” (Ef 4, 1-4.15-16). Llama la atención que la unidad que él reclama a los cristianos no se refiere a sus relaciones con Dios o con el prójimo, sino a sus relaciones con la iglesia y en la iglesia; y también que ésta sea la realización de la esperanza. según esto, la desintegración de la unidad sería un signo de la desesperanza de los miembros de la iglesia.

¿Y en qué consiste la unidad? cuatro son las conductas que el reclama a los cristianos de Éfeso1.

1. En primer lugar: actuar con humildad y modestia. En la relación de unos miembros con otros, sólo lograremos un mismo corazón y alma en la medida en que cada uno renuncie a la arrogancia, dejándose llevar por la modestia y no entablando competencia con los otros. La humildad, por su parte, es la manera de sentir y comportarse de quien tiene más en estima al otro que a sí mismo, sin tratar de ser más que él, apreciando y reconociendo

se le encuentra en Jerusalén donde permanece el grupo de los discípulos.

Pablo aborda en varios de sus escritos el tema de la unidad y, para ello, utiliza el símbolo del cuerpo. así lo hace en la carta a los Romanos: “Es como en un cuerpo: tenemos muchos miembros, pero no todos con la misma función; así, aunque somos muchos, formamos con Cristo un solo cuerpo y respecto a los demás somos miembros. Usemos, por tanto, los dones diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido” (rm 12, 4-6). En este pasaje, insiste en la necesidad de que cada uno ejerza su propia función dentro de la iglesia. Está hablando de la responsabilidad que cada uno tiene y que ha de asumir para bien del conjunto. La unidad no consiste en que todos lo hagan todo o hagan de todo, sino en que cada uno haga su tarea en conexión con los demás. En 1 Cor 12 amplía esta idea. al hablar de los dones espirituales o carismas, dice que es el Espíritu el que los asigna a cada uno según su voluntad (v. 11) para el bien común (v. 7) y advierte que, por encima de ellos, hay un camino mejor: la caridad (1 cor 13, 1-13). según esto, la unidad se manifiesta en el servicio mutuo, que siempre ha de estar inspirado por el amor. Por tanto, la tarea que cada uno realiza es un servicio a cristo y a sus miembros. En la carta a los Efesios, un verdadero tratado de eclesiología, Pablo utiliza el mismo

El sentido es recogido por Pablo cuando critica las asambleas eucarísticas en 1 cor 11, 17-34. cada uno se pone a comer de lo suyo tan pronto como llega y, mientras unos pasan hambre, otros se emborrachan (v. 21) para vergüenza de los más pobres (v. 22). no se puede humillar al hermano subrayando las diferencias como, si a los ojos de Dios, hubiera diversas categorías de personas en función de lo que poseen.

La comunión de bienes materiales y espirituales se convierte en un factor de unidad cuando responde a un sentimiento profundo de fraternidad, que se construye sobre la conciencia de que el ser de cada uno está por encima de su poseer.

b) El testimonio de Juan y de PabloSan Juan utiliza la metáfora de la

vid y los sarmientos para hablar de la unidad y advierte: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Esto significa que la unión entre nosotros no es posible si no nos unimos en cristo. san Pablo lo afirma directamente cuando dice a los Gálatas: “Con Cristo Jesús todos sois uno” (Gal 3, 28). si cristo no nos une, nuestra unión será siempre frágil. Y al revés: la debilidad de la unión entre nosotros es signo de la debilidad de nuestra unión con cristo. convertirse a la unidad es convertirse a cristo. al resucitado se le reconoce en Emaús, pero sólo

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los dones que Dios ha dado a los demás y a uno mismo. Pensar y sentir unánimemente no consiste en pensar todos lo mismo, sino en buscar todos lo mismo, en estar orientados todos a lo mismo, dejando aparte la ambición en cualquiera de sus formas. Y, junto a la humildad, la mansedumbre, la dulzura, la apacibilidad, un comportamiento amistoso con los hermanos, sin buscar riñas ni encolerizarse, evitando la acritud. son los mansos los que heredarán la tierra (Mt 5, 5). Ésta es, por tanto, la primera conducta de quien ha respondido a la llamada de Dios y vive en la esperanza: que, con genuina humildad, tenga en más estima a la

otra persona que a sí mismo y que, con mansedumbre, le haga sentir su bondad. En esta modestia personal, nada llamativa pero decidida, por la que una persona se pone a disposición de Dios y del prójimo, actúa la esperanza. Porque, en ella, el que espera está anhelando algo para sí mismo y para el otro, que hace que sea improcedente toda primacía y todo querer pasar por delante de los demás. En esa actitud callada de apartar los ojos de sí mismo y de ponerlos en el otro y en Dios, y en esa mansedumbre que con amor acalla la severidad, ha penetrado el llamamiento de la esperanza en que se encuentran los llamados. Y en la humildad y

mansedumbre que, por amor a Dios, estima a la otra persona como superior y digna de aprecio, se fundamenta y se prepara a la unidad de todo el conjunto.

2. La segunda conducta es: actuar con paciencia, con longanimidad. La paciencia a la que se refiere Pablo es la paciencia de Dios, que contiene su justa cólera y su juicio y concede una oportunidad al arrepentimiento. se manifiesta en el perdón y la reconciliación. normalmente, va unida a la magnanimidad: un gran corazón siempre es paciente. Es en ella donde comienza el movimiento hacia la unidad y donde se manifiesta ya de manera oculta e incipiente esa unidad.

3. La tercera conducta es soportarse unos a otros con amor. no se trata de soportarse con resignación o con secreta repugnancia. Es una conducta recíproca, que implica la aceptación mutua, la comprensión y el perdón por amor. cada uno de nosotros ha sido llamado a hacer sitio, dentro y fuera de sí, al otro, para que sea quien es y para quererlo como es. Esto no quiere decir, evidentemente, que no haya límites a la conducta, como si el respeto mutuo implicara la arbitrariedad, el subjetivismo y el relativismo. Pero sí supone la prontitud para dejar pensar al otro como a él le parezca y apreciarle en el sentido de que, aunque no se comparta el modo de pensar, no por eso se le juzga.

4. Finalmente, la cuarta conducta es esforzarse por conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. no se trata de conseguir algo que no se tiene, sino de conservar el don recibido. La unidad de la que habla es la unidad de la iglesia, unidad que crea y conserva el Espíritu. se trata de no destruir la obra del Espíritu que se manifiesta en la paz. sólo conservando la unidad viviremos en paz y sólo conservando la paz viviremos unidos.

Terminamos este punto con un texto de Isaías. al comienzo de su libro, el profeta recoge una visión que se refiere a nosotros: “Al final de los tiempos, estará firme el monte de la casa del Señor, descollando entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán: ‘Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en

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y tú en mí. Por tanto, la unidad de los creyentes sólo es posible gracias a cristo: el Padre ocupa el centro de su vida, y él, con el Padre, el centro de la vida del conjunto de los creyentes. La consecuencia de esto es que el mundo creerá en Jesús como enviado del Padre y se sentirá amado con el amor con que es amado Jesús.

sus caminos y marcharemos por sus sendas…’. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra” (is 2, 2-4).

V. LA UNIDAD QUERIDA POR JESÚS

Y llegamos al final de esta reflexión, retomando la oración de Jesús en la cena (Jn 17), a la que ya hemos hecho referencia. Esta oración consta de un prólogo, en el que Jesús pide al Padre que se realice la obra de la salvación (vv. 1-5) y un epílogo en el cual le pide que honre a los que le han reconocido (vv. 24-26). Entre uno y otro, la oración se divide en dos partes: en la primera, ora por la comunidad presente y pide para que sus discípulos sean consagrados en la verdad (vv. 6-19); en la segunda, su oración es por la comunidad del futuro –por aquéllos que creerán por sus palabras– y pide para ellos el don de la unidad (vv. 20-23).

veamos más detenidamente su contenido, ya que somos parte de ese futuro por el que Jesús ora. “No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras: Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les di la gloria que tú me diste para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el mundo conozca que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí”. Estas palabras están cargadas de contenido y de exigencia para nosotros y debemos hacerlas nuestras sobre todo en el momento histórico que estamos viviendo.

ante todo, vemos que Jesús asume que la fe de cada generación cristiana nacerá de la palabra de la generación anterior (los que han de creer en mí por su palabra). Pero esa palabra sólo será aceptada por el mundo si va respaldada por el testimonio de la unidad. El modelo de referencia de la unidad de los discípulos no es ninguna realidad humana, sino la unidad de Jesús con el Padre (que sean uno como nosotros). Y no sólo es modelo de referencia, sino también su fundamento: yo en ellos

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REFLEXIÓN PERSONAL

1º) Repasa tu vida, hasta donde te lleven la memoria y los recuerdos, y contem-pla todas las gracias que has recibido, incluyendo tus cualidades y valores personales. Y bendice y da gracias a Dios por ello.2º) Haz lo mismo con las personas que te rodean: mira sus realizaciones, sus cualidades, sus valores… Y da gracias a Dios por tener cerca a esas personas.3º) Piensa qué puedes hacer para que los demás se beneficien de todo lo bueno que has recibido y pide al Espíritu que te dé fuerzas para hacerlo.4º) Termina con un canto de alabanza a Dios en el que seas voz de todas las criaturas. Compón tu propio cántico de las criaturas:“Criaturas todas del Señor: ¡Bendecid al Señor! ¡Ensalzadlo con himnos por los siglos!Cielos ¡Bendecid al Señor!Sol y luna ¡Bendecid al Señor!Mares y ríos…”.

nuestra responsabilidad en esta hora no es otra que anunciar el Evangelio de Jesucristo –dar testimonio del amor salvador de Dios que se ha manifestado en él–, y hacerlo desde la unidad, porque sólo así será creíble nuestro anuncio. Esa unidad está fundada en cristo, no en opciones personales o de grupo; tampoco en la militancia en un determinado movimiento o en el seguimiento de tal o cual líder. si el raquitismo espiritual, la falta de sentido eclesial o la miopía intelectual nos impiden construir la unidad de la iglesia que somos en cristo y con cristo, estaremos abortando el nacimiento de la iglesia del futuro.

La advertencia de san Pablo a los Gálatas también es para nosotros: “Si os mordéis y devoráis unos a otros, acabaréis consumiéndoos todos” (Gál 5,15). si no conservamos la unidad, la iglesia se acabará con nosotros, habremos enterrado el talento de la fe bajo la tierra de nuestros egoísmos, orgullos y rencores y vendrá el señor y nos la arrebatará y se la dará a un pueblo justo que dé el fruto esperado, porque “al que tiene se le dará y le sobrará; al que no tiene se le quitará aun lo que tiene” (Mt 25, 29).

N O T A1. Cfr. HEINRICH SCHLIER, La carta a los Efesios. Sígueme, Salamanca 1991, pp. 234-249.