prólogo padre javier de nicoló

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P r ó l o g o

Con profunda alegría vemos que nuestros planteamientos educativos de hace diez años han ido desfondando las puertas de los reformatorios y se han vuelto casi “consignas oficiales”. No se trata de petulancia, sino de presentar sobre todo a quienes están seriamente empeñados en el advenimiento de la “educación nueva”, un ejemplo de lo que puede una experiencia innovadora, por más modesta que sea. Consideremos que esta estrategia de la causa ejemplar es válida pese a las resistencias que engendra, como es lógico que ocurra siempre que aparece un intento de cambio.

En noviembre de 1979 participamos en Bombay, India, en un seminario sobre “muchachos socialmente desamparados”, organizado por el Bureau International Catholique de l´enfance. Allí se presentaron tres experiencias que eran muestras de una nueva concepción educativa en la recuperación del muchacho callejero: Unaugu de Nairobi, África; Snehasadan de Bombay, Asia y el Programa Bosconia-La Florida de Bogotá. Curiosamente, como si hubiera existido un acuerdo previo, en tres continentes distintos, tres experiencias educativas reconocidas por muchos como válidas, presentaban las mismas consignas de libertad, trabajo y ambiente acogedor.

Los hechos anteriores, una década de trabajo y el Año Internacional del Niño (1979), han alentado la decisión de divulgar, mediante una publicación, nuestro trabajo con los muchachos de la calle para tratar de replantear el fenómeno del “gaminismo” en su etiología, prevención y tratamiento.

Nos parece que hay ya cierto consenso comunitario que el gaminismo es un problema estructural, socioeconómico, muy relacionado por lo tanto, con el desempleo, los bajos salarios, la falta de vivienda, de salud, de educación, el desarraigo producido por la migración rural, etc.

Así se desprende fácilmente un nuevo concepto de prevención: sólo un digno nivel de vida que dé a la juventud oportunidad de llegar al matrimonio con educación, afecto y empleo, puede impedir la proliferación de parejas que sigan arrojando gamines.

Esta consideración hasta hace poco no era tan obvia. Muchos explicaban el fenómeno del gaminismo únicamente en términos de patología cerebral y hormonal, de herencia biológica, de irresponsabilidad de los padres.

No desconocemos que como causas próximas del fenómeno gaminismo pueden aparecer éstos y otros factores parecidos. Inclusive, reconocemos en esta etiología

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todas las infecciones de nuestra época con sus medios de comunicación al servicio de la explotación, con sus “criminales de cuello blanco” como diría Tomás Moro, con sus conflictos de culturas; en fin, con su explícita ideología criminógena.

Pero que los factores anotados representen las causas profundas, no. Lo que está en la base es la enorme indigencia económica y cultural, propia de una sociedad injusta.

Por otra parte, queremos también cuestionar lo que nuestra sociedad ha considerado atención “curativa” al muchacho desadaptado. Hoy más que nunca resulta evidente que no se puede educar allí donde falta la libertad.

¿Hasta qué punto los reformatorios, con su estructura autoritaria represiva, garantizan la libertad a la que tiene derecho todo ser humano, y más un niño? ¿Hasta qué punto las obras tradicionales salvan el componente afectivo que debe tener todo proceso de educación?

Nuestro punto de vista es que para educar se necesita libertad, un ambiente excepcionalmente acogedor y trabajo productivo.

Siempre hemos descreído de los equipos técnicos y los aparatos terapéuticos que pretenden hacer labor eficaz en los represivos, sórdidos y mustios ambientes de reformatorio. ¿En un lugar en donde a un niño no se le permite vivir su libre, sana y alegre vida de niño, no es acaso cinismo ofrecerle tratamiento terapéutico?

El ambiente puede tanto como la herencia. Nuestro muchacho, a pesar de su triste historia, sigue siendo un ser emergente siempre que haya una adecuada interacción afectiva con el ambiente que lo rodea.

Esto supone desmasificar, crear pequeños grupos, constituir los elementos de una casa-familia. Y no se trata de hacerle creer que vamos a reconstruir la familia propiamente dicha. Sencillamente es hacerle entender que lo que han perdido es importante y que con su colaboración podemos crear una situación igualmente válida: vivir en un pequeño grupo de coetáneos, libremente aceptado.

La enfermedad de la no relación, que es la de nuestro muchacho, no se cura creando una relación artificial y mistificada, sino valorizando las otras relaciones posibles en este período, pues el sentido de la propia identidad sólo se adquiere en la espontaneidad de la relación con los demás.

Lo importante es hacerle entender que llegamos a ser personas gracias al favor del otro: si el otro me determina, me habla, me promueve, me ama.

Y el adulto, ¿qué papel desempeñaría en este grupo? El más adecuado de acuerdo con sus aptitudes y personalidad. Lo importante es que su acción no signifique represión sino amistad, servicio, liberación. De él depende, sobre todo, que el grupo se presente como muy simpático, alegre, valioso y no como un ghetto o clínica de subvalorados, humillados, estigmatizados.

Creemos además que la salvación social de nuestros muchachos depende en muy buena parte de los mismos muchachos. La situación histórica lo exige. La juventud

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ha sido conducida por los mayores a un callejón sin salida y desconfía de la escala de valores que le ofrecen, porque no están en condiciones de justificarla.

Dejemos que los jóvenes se lancen a la búsqueda. Ellos aceptan nuestra colaboración si ven que nuestra oferta es sincera y humilde.

Con satisfacción hacemos notar que es precisamente en Bogotá, una ciudad famosa por el fenómeno del gaminismo, la que está promoviendo experiencias educativas como ésta del Programa Bosconia-La Florida, que supone una seria puesta al día en el campo pedagógico.

Sobra decir que en forma indiscutible merece un reconocimiento el Gobierno Distrital de Bogotá porque no sólo ha facilitado los recursos económicos, sino porque se ha puesto en la singular tarea de favorecer, con todos los medios posibles, la investigación científica acerca del gaminismo y el nacimiento de una respuesta que por sus consistencia puede ser aprovechada también por otras ciudades.

Agradecemos al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, a Unicef, a la Fundación Interamericana y a muchos amigos que han hecho posible la publicación de este libro y presentarlo como merecen nuestros muchachos, quienes desafortunadamente parece que no tuvieran derecho a nada digno, ni siquiera en la prensa que habla de ellos.

Intencionalmente hemos buscado una presentación que pudiera suscitar interés y simpatía por el tema del muchacho callejero. Creemos que así estamos colaborando en lo fundamental: una nueva concepción y una nueva actitud frente a este problema.

Queremos hacer notar que para nosotros lo más valioso no son tanto las opiniones que este libro ofrece cuanto la experiencia que lo sustenta. En ese sentido son autores del mismo, todos los educadores que integran el equipo del Programa. Desde luego, con distinta categoría; los de mayor mérito son los que pueden aducir mayor abnegación, búsqueda y eficiencia educativa.

Terminamos haciendo notar que gracias a nuestra decidida consigna de autogestión a todo nivel, el libro es fruto de la reflexión comunitaria de un grupo de personas muy empeñadas en el cambio. Con ellos hemos trabajado y reflexionado sobre el muchacho callejero y sobre el Programa Bosconia-La Florida. De allí nacieron estas páginas que expresan nuestra labor educativa.

Javier De Nicoló