prólogo - cas

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Prólogo

Con esta pequeña colección de breves relatos que componen CINCO HISTORIAS DE FICCIÓN ¿O NO?, la autora no pretende otra cosa que entretener a lectores de 7 a 99 años o más, que deseen trasladarse a un mundo mágico, de fantasía, de cambios y de retos.

En LA DAMA DEL LAGO, se sumergirán en una laguna en cuyas aguas habita un hermoso fantasma, y mientas leen UNA LECCIÓN DE HISTORIA, conocerán a Aristóteles y a Napoleón de la mano del gran Leonardo Da Vinci desde una perspectiva más humana y cercana. También podrán intentar cambiar junto a Luna el destino de una selva amazónica en UN CAMBIO DE VIDA. Entenderán al leer las aventuras del REY CAMPESINO, por qué son tan bellos los amaneceres y atardeceres, cuya hermosura a veces nos lleva a un silencio casi mágico. Por último, EL DOCUMENTO nos adentra en el mundo de las obsesiones y cómo nos pueden cambiar la vida. En definitiva, espero que con estas cinco historias paséis vosotros, ávidos lectores de cuentos, un rato agradable…

María Lidia Suárez Espino

[email protected]

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1

Cinco historias de ficción ¿o no?

Índice

La dama del lago …………………………………………………………….. 2

Una lección de Historia ………………………………………………….. 19

El rey campesino ……………………………………………………………. 30

El documento ………………………………………………………………… 34

Cambio de vida ……………………………………………………………. 42

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2

quel verano fue sin duda el más sorprendente de todos los que

he vivido en mi larga vida de ya casi noventa años. A pesar del

tiempo que ha transcurrido desde entonces, los recuerdos

siguen tan frescos en mi memoria que a veces se me antoja que todo

sucedió ayer.

Mi nombre es Sarah, y cuando ya estoy encarando mis últimos años

en este mundo, que por otro lado tan bien me ha tratado, no quiero

marcharme sin dejar escrito lo que realmente ocurrió en aquel mes de

julio de mil novecientos treinta. Hasta ahora lo había guardado en

secreto, porque estaba segura de que lo tomarían como delirios de una

loca que no había que tener en cuenta, y seguramente muchas de las

personas que lean este escrito pensarán que son simplemente

imaginaciones de una anciana que ya no distingue la realidad de la

fantasía. Sin embargo, hoy en día puedo presumir de tener una mente

bien amueblada y gozar de una magnífica memoria: Por eso afirmo que

lo que voy a relatar a continuación ocurrió de verdad cuando apenas

era una niña que acababa de cumplir los doce años.

Después de terminar el curso escolar, a mis padres les había surgido

trabajo en el verano y tenían que quedarse en Dublín, por lo que

decidieron enviarme a la casa de mi abuela Margarita, que vivía en un

tranquilo y pequeño pueblo irlandés llamado Armony, rodeado de

árboles y lagos de todos los tamaños. Tengo que confesar que, al

principio, la idea de pasar gran parte de mis vacaciones de verano en

medio del campo, en casa de una abuela que apenas conocía, y

separada de mis amigos, no me atraía nada, y cuando me subí al tren lo

hice casi con lágrimas en los ojos. Sin embargo, enseguida me animé

cuando llegué a mi destino y contemplé la explosión de belleza que me

A

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rodeaba. La visión de aquel paisaje tan exuberante llegaba a ser casi

sobrecogedora, jamás había visto colores tan intensos, y pensé que los

árboles y las flores que se podían encontrar en la ciudad apenas si

alcanzaban a ser una copia de los que allí había.

Además, la abuela Margarita resultó ser una simpática y dulce

señora mayor que me acogió con los brazos abiertos, y que se

preocupaba por hacer mi estancia en el pueblo lo más agradable

posible. Por lo que sabía de ella, debía de tener unos setenta años. Sin

embargo aparentaba bastante menos edad por la energía que tenía y su

aspecto juvenil, pero lo que más destacaba de ella eran sus bonitos y

chispeantes ojos verdes, jamás había visto una mirada tan viva. La

abuela Margarita me condujo a la que iba a ser mi habitación, era

sencilla y alegre, decorada con gusto y bastante acogedora, así que

pensé, que después de todo, podría no estar tan mal pasar ahí algún

tiempo.

No había muchos niños de mi edad en el pueblo con los que pudiera

jugar, pero eso no me impidió pasar ratos divertidos, explorando

lugares nuevos. No transcurría un día en el que no descubriera un sitio

más encantador aún que el anterior. Sin embargo, una mañana llegué

en mis paseos a un lugar que me pareció el más increíble de todos los

que había visto hasta ese momento. Era un bosque espeso, de árboles

frondosos y altos, pero lo que hacía realmente especial a este rincón

escondido era un lago grande, de aguas de un azul tan intenso que los

ojos de quien los contemplara no podían evitar perderse en él.

Pronto tomé la costumbre de ir todas las tardes a la orilla del lago y

leer bajo un árbol algún libro de aventuras, que eran mis preferidos. Sin

embargo, un día más caluroso de lo normal, ocurrió algo inesperado

que cambiaría mi vida. Esa tarde, quizás por el sopor del calor, me

quedé dormida, y cuando desperté ya había trascurrido una hora y

media. Estaba intranquila porque ya hacía un rato que debía haber

estado de vuelta en casa, seguramente mi abuela ya estaría

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preguntándose dónde me habría metido. Pero justo cuando ya me

disponía a irme, noté que algo extraño estaba ocurriendo en el lago, en

sus aguas se habían dibujado unas ondas muy suaves sin motivo

aparente, y poco a poco una figura iba tomando forma, hasta que

apareció la silueta de una mujer joven. Era una muchacha muy bella,

esbelta y de cabellos largos y negros, que formaban unas ondas que

flotaban suavemente en el agua. Pero lo que más llamaba la atención

eran sus grandes ojos, de un color tan verde que parecían hechos de

esmeraldas. Sin embargo reflejaban una tristeza infinita. Transmitía

tanta dulzura y placidez, que a pesar de lo extraordinario del hecho, en

ningún momento me asusté. Su mirada estaba fija en la mía, y sus

labios esbozaban una tímida sonrisa a modo de saludo.

Por fin, una de sus manos salió de la superficie del agua, estaba

cerrada, como si estuviera agarrando algo fuertemente, la dirigió hacia

dónde yo estaba y la abrió con el propósito de darme algo, así que me

acerqué y cogí lo que me daba. Era un colgante camafeo en el cual se

podía leer “Ayúdame Sarah, ve a la cabaña junto al árbol del agujero y

busca el pequeño cofre”. Una vez que tuve en mi poder el colgante, la

figura desapareció de nuevo en las profundidades del lago.

No sabía qué quería de mí la dama del lago, ni por qué me había

elegido, al fin y al cabo yo sólo era una niña de doce años que había

venido únicamente por un mes a este pueblecito y luego retomaría mi

vida en Dublín. Aunque me asaltaban muchas preguntas y miedos, algo

había en aquella misteriosa aparición que me empujaba a querer

ayudarla buscando lo que ella me pedía. En cierto modo era como si la

conociera desde siempre, como si fuera alguien cercano y familiar,

aunque era la primera vez que la veía.

Llegué a casa de mi abuela, que ya estaba bastante inquieta por mi

tardanza. Opté por no decirle nada de la dama del lago, únicamente le

dije que me había quedado dormida leyendo y que por eso me había

retrasado más de lo acostumbrado. No sé por qué, intuía que lo

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ocurrido debía permanecer en secreto. Además, estaba segura de que

nadie me creería, y de que me tomarían por una niña fantasiosa y algo

alocada, así que el asunto se solventó con una pequeña regañina y mi

firme promesa de que no volvería a ocurrir.

A la mañana siguiente me desperté más temprano de lo normal, y,

después de desayunar con la abuela Margarita, le pedí permiso para dar

una vuelta al bosque. No sabía por dónde empezar a buscar el árbol que

me había dicho la dama, si algo no faltaba en aquel rinconcito perdido

de Irlanda eran árboles, sospechaba que iba a ser como tratar de

encontrar una aguja en un pajar.

Fueron diez días frenéticos durante los cuales pasaba todo el tiempo

que podía explorando el bosque, esperando que en cualquier momento

apareciera ante mi vista un árbol alto y robusto con un gran agujero en

su tronco. Sin embargo, el tiempo pasaba y no lograba encontrarlo, pero

yo insistía mañana y tarde, mi ánimo infantil permanecía invencible al

desánimo, si algo tenía claro es que iba a poner todo mi empeño en

ayudar a la dama del lago. Sin embargo, mi búsqueda a ciegas dio un

giro inesperado y un golpe de buena suerte me acompañó en mi misión

mientras hablaba animadamente con mi abuela durante el desayuno

sobre lo hermosos que eran los paisajes que rodeaban al pueblo. –Sí–

estuvo de acuerdo mi simpática abuela Margarita. – Mi lugar favorito

cuando tenía más o menos tu edad eran los alrededores del árbol del

agujero, me encantaba leer bajo sus ramas, era como mi pequeño

escondite, tenía algo de encantador ese sitio–.

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Siguió hablando la abuela Margarita ya con la mirada soñadora,

perdida en aquellos ya lejanos años. La pobrecilla parecía tener ganas

de hablar esa mañana de su infancia y contarme algunas de las miles

de aventuras que había vivido de niña. En cualquier otra circunstancia

la hubiera escuchado atentamente, me encantaban aquellos momentos

en que nos acurrucábamos las dos en su cama a hablar tranquilamente

de nuestras cosas, y ella me contaba historias de su niñez y juventud

en el pueblo. Realmente mi abuela resultó ser una mujer sorprendente,

luchadora y con un temperamento decidido, las dificultades no le

frenaban nunca cuando se trataba de hacer lo justo. Sin embargo, esa

mañana la interrumpí impaciente de alegría, no me lo podía creer,

¡tantos días de búsqueda y la respuesta estaba tan cerca!. Le pedí que

me llevara donde se encontraba el escurridizo árbol del agujero, casi

saqué a rastras a mi pobre abuela de su casa, apenas si había

conseguido ponerse la ropa de salir por mi apresuramiento.

Después de unos cuarenta minutos andando llegamos por fin al

lugar, allí estaba un robusto y frondoso roble que tenía un gran hueco

de forma circular, sin embargo a pesar de la excitación y la impaciencia

que me invadía por dentro, opté por disimular mi intranquilidad y

aparentar que nada extraño ocurría, prefería seguir guardando la

existencia de la dama del lago en secreto y volver de nuevo sola la

mañana siguiente.

Esa noche se me hizo interminable, jamás las horas habían pasado

tan lentas, pero por fin, después de un desayuno bastante apresurado,

casi corrí más que caminé hacia donde estaba el viejo y robusto roble,

pero una vez allí ¿qué se suponía que tenía que hacer?, miré alrededor

a ver si veía algo fuera de lo normal que llamara mi atención, pero ese

sitio, aparte de su espectacular belleza, no parecía tener nada de

extraño. De repente, en el medallón que me había dado aquella joven

aparición, empezó a aparecer una nueva inscripción. Las letras, que en

un principio apenas se apreciaban, empezaban a hacerse cada vez más

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nítidas hasta que al final se pudo leer claramente la frase “busca en el

interior del hueco del árbol”, y eso fue lo que hice, trepé hasta salvar la

corta distancia que me separaba del aquel agujero perfectamente

redondo e introduje mi mano en su interior con la esperanza de dar con

ese algo que me pedía la dama del lago.

Por fin, en el fondo, toqué con los dedos lo que resultó ser una

pequeña caja de color granate. Una vez que la tuve en mis manos, bajé

del árbol y la abrí con mucho cuidado, fue un momento tan lleno de

emoción y nerviosismo que por un instante pensé que me iba a faltar el

aire, ¿qué contendría aquella sobria cajita para que aquella preciosa

muchacha abandonara las profundidades de la laguna y pidiera ayuda

a una niña como yo?. Sin embargo, esa pregunta estaba a punto de ser

contestada, y la respuesta la tenía en mis manos en aquel momento.

Imaginaba que aquel cofre tan austero guardaría un pequeño tesoro

en su interior, quizás una joya de valor incalculable perteneciente a una

antigua reina, o el mapa que me llevaría al lugar en donde se

encontraría escondido un baúl repleto de doblones de oro saqueados a

un galeón español siglos atrás. Sin duda había leído demasiados

cuentos de piratas, que tan de moda estaban cuando yo era niña entre

la chiquillería de la época, pero lo que encontré al abrir la cajita que

tenía en mis manos no fue ni una joya real ni el mapa de un tesoro,

sino un pequeño cuadernito de color azul escrito desde la primera hasta

la última de sus hojas, lo que en un primer momento me decepcionó

un poco. ¿Por qué la dama del lago había organizado todo ese alboroto

con su aparición, el camafeo, y la petición de ayuda tan sólo para

llevarme al lugar dónde había guardado un simple cuaderno?. Sin

embargo, a medida que iba avanzando en la lectura de lo que ahí estaba

escrito me iba dando cuenta de que aquella historia sería para mí

mucho más valiosa que cualquier riqueza. Era la historia de Beatrice, la

dama del lago, y quien mejor que ella misma para contarla. Por eso voy

a utilizar sus mismas palabras para relatar lo que le ocurrió:

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“Mi nombre es Beatrice y acabo de cumplir veinticinco años, lo que a

continuación voy a escribir es la historia de lo que me ha ocurrido

mientras estuve en este mundo. Pasé difíciles momentos en los que me

separaron de los seres que más he querido en mi vida, de mi amado

Joaquín y de mi pequeña hijita Margarita. El único pecado que he

cometido fue enamorarme de una persona de diferente condición social

a la mía. Una muchacha humilde como yo, hija de campesinos, no

podía siquiera pensar en casarse y formar una familia con un joven rico

que venía todos los veranos a pasar unas semanas de descanso en su

mansión a la que habían llamado muy apropiadamente Vanity.

La llegada de la familia O´Reilly siempre era un acontecimiento que

despertaba al pueblo de Armony de su acostumbrada monotonía. En

una aldea tan pequeña, el trajín continuo de lujosos coches de caballos

que traían a los invitados de los dueños de la casa, y el ir y venir de los

numerosos empleados de los O´Reilly, eran todo un espectáculo para

aquellas sencillas gentes. Pero lo que verdaderamente atraía la

atención de todos, aún de aquellos que presumían de no ser nada

curiosos, eran las fiestas que solían tener lugar en los jardines de

Vanity durante los veranos. Desde luego, ninguno de aquellos humildes

aldeanos, fue invitado jamás a aquellas celebraciones. Sin embargo,

disfrutaban viendo los preparativos y el desfile de gente que se había

puesto sus mejores galas para asistir al baile. Pero, sin duda, era a los

más jóvenes a quienes más se les despertaba la curiosidad por ver lo

que pasaba dentro de esos jardines, por eso no era raro ver como grupo

de muchachos buscaba un lugar que les permitiera contemplar la fiesta

sin ser descubiertos.

Una noche me decidí a ir con unos amigos a buscar un lugar donde

poder disfrutar, aunque fuera de lejos, de lo que ocurría ahí dentro. Y

tuvimos suerte, porque conseguimos entrar en la misma finca trepando

por un muro, así que bien ocultos entre los arbustos, pudimos ver bien

de cerca como era uno de esos famosos bailes que organizaba la alta

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sociedad irlandesa. Mis amigos lo pasaban estupendamente, incluso

bailaban al son de la música que tocaba la orquesta e imitaban las

conversaciones despreocupadas y alegres de los invitados y anfitriones.

Sin embargo, yo estaba extasiada con la sinfonía de deliciosos aromas

y la vista de aquellos trajes tan elegantes y bonitos, que sólo creía

posibles en mis sueños. Tan absorta estaba imaginándome como

invitada a una de esas fiestas que no advertí que mis amigos ya no

estaban. Sólo salí de aquel ensueño cuando noté que alguien me cogía

suavemente del brazo y me preguntaba que quién era yo y qué estaba

haciendo ahí, sin embargo del tono de aquella voz no mostraba ningún

enfado, lo que me tranquilizó bastante. Al girarme para ver quién era

aquella persona que me tenía sujeta, me encontré de frente con un

muchacho esbelto no mucho mayor que yo, su rostro era de facciones

suaves, y su piel morena hacía un bonito contraste con sus ojos

grandes y claros.

Le conté que no hacía nada malo, que sólo pretendía ver uno de esos

bailes, y él sonrió diciéndome que no me perdía nada, que lo que yo

creía tan divertido no era más que una reunión de gente sosa y

superficial que aprovechaba cualquier ocasión para encontrarse y

presumir de lo bien que le iba en la vida, cotillear sobre los demás y

lucir como pavos reales los últimos modelitos que se habían comprado

en Londres o París. – Si yo pudiera escaparme de este fastidio- me

contestó- ten por seguro que lo haría, es mucho más divertido pasear

por los bosques y pararse a hablar tranquilamente con la gente de la

aldea, se aprende mucho de ellos y son mil veces más interesantes que

cualquiera de las personas que tú ves ahí, por mucho postín que se

den- y al decir estas palabras, por un momento se ensombreció la

alegría y vivacidad de sus ojos, aunque enseguida, al desviar la

conversación preguntándome por mí, las volvió a recuperar.

Era realmente un hombre encantador. La palabra con la que puedo

definir ese encuentro es magia. Nunca antes había sentido algo igual al

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mirar a otra persona, era como encontrar al alma gemela, a esa persona

que, aunque acabaras de conocer sabías como era desde el primer

instante en que las miradas se encontraron, una sensación de

comodidad y confianza me invadía, nada malo podía venir de él. No sé si

eso es realmente lo que suelen llamar un flechazo, lo que sí puedo

asegurar es que repentinamente todo lo que nos rodeaba desapareció,

sólo existíamos él y yo.

Poco a poco se fue creando entre nosotros una gran complicidad, y

no tardó en surgir un amor que llegó a ser muy intenso. Pasábamos

juntos cada momento que podíamos, y eso empezó a llamar la atención

de la gente del pueblo y especialmente del resto de la familia O´Reilly,

que empezaba a ver con mucho recelo nuestra relación. Para ellos era

una auténtica desdicha que el heredero de la familia, que estaba

destinado a dirigir sus negocios y su fortuna, eligiera como compañera

a una sencilla campesina. Ya incluso tenían elegida una candidata para

ocupar ese puesto al lado de Joaquín, una muchacha atractiva pero

altiva y caprichosa que estaba acostumbrada a que siempre se

cumplieran sus deseos y no aceptaba una negativa por respuesta.

Micaela, que así se llamaba, se había propuesto no perder la

oportunidad de disfrutar de la fortuna de los O´Reilly, por eso había

centrado todas sus energías en conseguir casarse con Joaquín. Por ello,

no es difícil imaginar que mi presencia en la vida de Joaquín era un

riesgo demasiado grande para sus planes y eso no lo pensaba tolerar,

estaba decidida a librarse de mí costara lo que costara.

Llegó un momento en que Joaquín y yo ya no escondíamos nuestro

amor, nada malo hacíamos, sólo éramos dos jóvenes libres que se

habían enamorado como tantos otros. Sin embargo, para los O´Reilly

fue como si se hubiera acabado el mundo. Joaquín, su heredero, casado

con una humilde chica de pueblo. Le prohibieron que me siguiera

viendo si quería seguir formando parte de la familia, pero, en ese

momento, Joaquín me dio una prueba de amor inmensa cuando decidió

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no ceder al chantaje de su familia y seguir apostando por nuestra

relación.

Ninguno de los miembros de la familia O´Reilly perdía la

oportunidad de hacerme notar su desprecio y difamarme ante cualquier

persona que los quisiera escuchar, sólo una persona pareció acercarse

de forma totalmente inesperada a mí y a mi amado Joaquín, hasta el

punto de ganarse nuestra confianza. Se mostró comprensiva con

nuestra relación y se ofreció a apoyarnos en lo que hiciera falta,

durante ese tiempo se comportó como nuestra mejor y más sincera

amiga. Esa persona era Micaela. En aquel momento no sabía lo que el

futuro me deparaba, todos sus movimientos formaban parte de un cruel

y maquiavélico plan y éste se iba cumpliendo punto por punto. No

perdía ocasión de coquetear con Joaquín cada vez que podía, y de

seguir cultivando más y más mi amistad, hasta hacerse inseparable de

nosotros. Llegué a creer que verdaderamente era una persona

maravillosa y una estupenda amiga, la mejor- pensaba- así que, dentro

de nuestras dificultades me sentía afortunada por tener a Joaquín y a

Micaela a mi lado.

El verano ya estaba llegando a su fin, y todo el clan O´Reilly se

empezaba a preparar para la partida, todos menos Joaquín que decidió

quedarse en el pueblo con la excusa de que desde allí podría atender

mejor los negocios que la familia tenía en el pueblo. Ello intranquilizó

aún más a sus padres, al pensar que seguiríamos viéndonos. Sin

embargo, cuando Micaela les hizo saber que ella también se quedaría

un tiempo más disfrutando del colorido y suave otoño de Armony, les

pareció que quizás esa fuese la ocasión ideal para que Joaquín se

olvidará de mí y se fijara de una vez por todas en Micaela, pues era lo

correcto, lo que debía ser, que los matrimonios se formaran entre

personas de una misma posición social. Pero lo que ocurrió fue todo lo

contrario, y nuestro amor siguió consolidándose tanto que me quedé

embarazada. La noticia de mi embarazo nos llenó de alegría a Joaquín y

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a mí, y Micaela también fingió sentirse feliz por nosotros, aunque

pronto nos hizo sentir su preocupación por lo difícil que iba a ser ahora

la situación para nosotros. Nos hizo ver que eso empeoraría bastante la

relación de Joaquín con su familia, hasta era muy probable que

cumplieran su amenaza de desheredarlo. Nos convenció de que lo mejor

por el momento era mantener mi embarazo en secreto hasta dónde

fuera posible, y que, cuando ya empezara a ser visible, lo mejor que

podíamos hacer que me marchara a una casa que pertenecía a Micaela

y que estaba la mayor parte del tiempo deshabitada, ella se encargaría

de que no me faltara nada de lo necesario para estar bien atendida,

además Joaquín podría ir a visitarme cada vez que quisiera.

Los meses siguieron pasando monótonos y, en ocasiones, en

soledad, hasta que nuestro bebé nació, era una niña preciosa y

regordeta, muy tranquila y observadora a la que pusimos de nombre

Margarita, para recordar el primer regalo que de modo espontáneo me

hizo Joaquín, fue su forma de decirme que me quería, ofreciéndome una

hermosa margarita silvestre.

En todo ese tiempo, Micaela seguía estando muy apegada a nosotros,

siempre aparentando estar muy preocupada por nuestra suerte, pero

procuraba cada vez más vernos por separado para introducir su veneno

en nuestras mentes. A mí procuraba sutilmente convencerme de que, si

de verdad quería a Joaquín, lo mejor que podía hacer era marcharme y

dejarlo para no perjudicar su prometedor futuro y la relación con su

familia. A él, sin embargo, le fue sembrando poco a poco la semilla de

la desconfianza. No perdía la ocasión de dejarle caer de una manera

sibilina y calculada, pero muy sutilmente, que yo podía ser una chica

oportunista y cazafortunas que sólo estaba interesada en su dinero.

Finalmente, Micaela consiguió su propósito de hacer dudar a

Joaquín de mi amor por él, por lo que sus visitas eran cada vez menos

frecuentes y se mostraba muy distante. Me hizo pensar que ya no me

quería y aunque al principio me resistía, empecé a tomar en serio la

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propuesta de Micaela de marcharme y empezar junto con mi pequeña

Margarita una nueva vida lejos de allí. Sería difícil sí, pero era lo

bastante fuerte como para conseguirlo y, si en algún momento me

faltaban las fuerzas, la personita que tenía ahora conmigo me las daría

con sus sonrisas y sus juegos. Sin embargo, eso no le bastaba a la cruel

Micaela, se había encaprichado también de mi hija, que resultó ser una

niña preciosa y muy simpática que se ganaba enseguida el corazón de

quien la viera. Para Micaela era la jugada perfecta, se quedaría con

Joaquín y su fortuna, y además con la pequeña Margarita. Sólo tenía

que salvar un obstáculo para conseguir lo que deseaba, y ese obstáculo

era yo, que mientras tanto permanecía ajena e inocente a todas esas

intrigas.

Micaela trató de convencerme de que la vida era ya lo bastante difícil

para una mujer joven y sola como para además tener que cuidar y

alimentar a un bebé tan pequeño, que lo mejor era que yo me fuera a la

ciudad a encontrar un trabajo que me permitiera ganarme la vida.

Mientras tanto, ella se encargaría de Margarita hasta que yo estuviera

en condiciones de tenerla conmigo. Durante mi ausencia, su plan era

seducir a Joaquín y tratar de convencerlo de que lo mejor para todos

era que se casara con ella y formar una familia con la niña. Eso no le

sería muy difícil una vez que ya había conseguido que mi amado

Joaquín ya no confiara del todo en mí. Sin embargo con lo que no

contaba era con mi firmeza, estaba segura de que lo que no haría nunca

era irme sin mi hija, y aquí entró en juego la parte más malévola de su

cruel plan, pues de una forma u otra estaba decidida a librarse de mí.

Mientras tanto, yo cada vez echaba más de menos a Joaquín, sus

abrazos, sus besos, la ilusión con la que hablábamos de construir un

futuro feliz para nosotros y para nuestra hija. Aunque la presencia de

Margarita me reconfortaba muchísimo y me daba una fortaleza de

ánimo que ni yo misma sabía que tenía, cada vez sentía más necesidad

de hablar de mis sentimientos y mis temores con una persona amiga de

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mi edad que estuviera dispuesta a escucharme, y, claro, la que en ese

momento estaba más cerca era la terrible Micaela que proseguía en la

elaboración secreta de su despiadado plan.

Una mañana especialmente radiante y soleada, Micaela vino a verme

a una hora más temprana de lo habitual con un regalo para mí, era un

bonito traje de baño, me animó a que me lo pusiera para ir a nadar a

un hermoso lago que no estaba muy lejos, y que pocas personas

conocían. – ¿por qué no te animas y dejas a la niña unas horas con esa

vecina tan agradable que tienes?, yo te esperaré aquí y luego iremos al

lago, ya verás como consigues olvidarte durante un rato de todas las

preocupaciones- Insistió Micaela, así que, después de pensármelo,

terminé aceptando ir al lago con ella, al fin y al cabo nada de malo

había en que me distrajera un par de horas con la que yo creía mi mejor

amiga. Después de andar un poco más de media hora, llegamos a la

laguna. Verdaderamente era un lugar precioso, aguas tranquilas de un

azul oscuro profundo, rodeadas de una multitud de árboles que

parecían proteger ese lugar de la vista de los seres humanos.

La belleza del lugar, unida a la maravillosa mañana que hacía,

invitaba a entrar en las aguas del lago de una manera que era muy

difícil resistir. Así que, dispuesta a nadar, me puse el traje de baño que

me había regalado Micaela, quien sin embargo se excusó por no

acompañarme, diciendo que se había levantado algo resfriada y que

prefería esperarme fuera, mirando cómo yo nadaba y leyendo debajo de

un árbol. Me pareció un poco extraña esa negativa, después de haber

insistido tanto en que fuéramos a darnos un baño a la laguna, pero

tampoco le di mayor importancia, y además estaba de buen humor, así

que me adentré en el agua, ajena a lo que la malvada mente de Micaela

había tramado. Apenas había nadado unos pocos minutos cuando noté

que algo se enredaba en mis piernas fuertemente, impidiéndome

avanzar en cualquier dirección, intentaba liberarme de esa multitud de

algas que me había aprisionado pero todos mis esfuerzos resultaron ser

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inútiles y ya estaba empezando a cansarme, así que grité pidiendo

ayuda a Micaela, y ese fue el momento en que morí verdaderamente,

porque el golpe que me había dado en el alma era mil veces peor que

ahogarme.

Micaela, al escuchar mis gritos se levantó y se acercó a la orilla, y

una vez allí se quedó impasible, sin mover un dedo en mi ayuda,

mientras me clavaba una mirada tan fría como el acero. Sin embargo, lo

peor fue su sonrisa llena de maldad y sarcasmo, mientras me decía

“muere tranquila Beatrice, no te preocupes por nada, yo cuidaré de

Joaquín y tu pequeña”, en ese momento lo comprendí todo, pero ya era

demasiado tarde, cada vez me sentía más agotada y el terrible mazazo

que acababa de sufrir me había dejado sin fuerzas para seguir

luchando por mi vida, poco a poco me iba hundiendo hasta que perdí la

conciencia, y mi cuerpo, ya sin vida, fue deslizándose suavemente hasta

el fondo del lago.

Hasta aquí la historia de lo que realmente me pasó, sin embargo, por

extraño que pueda parecer, lo único que murió esa mañana en el lago

fue mi cuerpo y mi inocencia, pero no mi espíritu. Me convertí en la

Dama del lago, éste pasó poco a poco a ser mi reino, y no estaba

dispuesta a marcharme y a encontrar el descanso y la tranquilidad

hasta que mi hija Margarita y sus hijos, y los hijos de sus hijos, no

supieran que yo era realmente su madre y lo que habían hecho

conmigo. Sólo de esa manera podría encontrar mi alma sosiego, por fin

y sólo entonces podría abandonar las profundidades de este lago donde

me ahogué hace ya tantos años.

Sarah, no te preguntes cómo mi espíritu ha podido escribir esta

nota y hacértela llegar, estoy en una dimensión en donde ocurren cosas

inexplicables para la lógica del mundo en el que tú vives. No te

preocupes por eso ahora, querida niña, lo único que necesitas saber es

que yo soy tu bisabuela, y tu abuela Margarita, con la que estás ahora,

es en realidad mi hija. He sufrido mucho en estos largos años, viendo

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cómo mi asesina, Micaela, no sólo me había quitado la vida, sino que

me había arrebatado a mi niña, haciéndole creer que era ella y no yo su

verdadera madre. La quería y la quiero con toda mi alma, y necesito que

ella lo sepa. Mi esperanza llegó aquella tarde en que te quedaste

dormida leyendo bajo un árbol y, al despertar, me di cuenta por tu cara

de asombro, de que me veías, lo que significaba que podía comunicarme

contigo. Por alguna razón que se me escapa, tú y yo tenemos una

especie de lazo que nos une y que me hace visible a tus ojos.

Sarah, mi querida niña, hazle saber esta historia a tu abuela, mi

hija, dile la verdad y que la quiero mucho, como también quiero a su

hijo, tu padre, y a tu madre y a ti, y que desde donde esté velaré por

vosotros, mi familia, para que nada malo os pase y para que tengáis

una vida tranquila y feliz.”

Cuando a mis doce años terminé de leer la carta de Beatrice, la

dama del lago, mis ojos estaban bañados en lágrimas, era una historia

triste y hermosa al mismo tiempo, sólo que esta vez no era un cuento,

era la verdad sobre mis orígenes. Desde pequeñita siempre había

escuchado a mi padre hablar de su abuela Micaela, que era una mujer

caprichosa y voluble que hizo la vida imposible a Joaquín y que siempre

fue incapaz de mostrar el más mínimo afecto hacia Margarita o su hijo,

mi padre. Mi abuela creció con la terrible sensación de no sentirse

querida por aquella mujer que creía su madre, y que nunca le había

dado un abrazo o dicho una palabra cariñosa. Al final resultó que

Margarita, mi abuela, sí que tenía una madre que la amaba hasta lo

indecible, y que fue capaz de esperar en las profundidades del lago

hasta que llegara el momento de que su hija supiera que tenía una

madre buena y dulce, para quien era lo más importante de este mundo.

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Cuando me recuperé un poco de tantas emociones, corrí tan rápido

como pude hacia la casa de mi abuela, allí estaba en la cocina, tan

vivaracha y de buen humor como siempre, entré como un huracán y me

arrojé a su brazos mientras rompía a llorar. La pobre se asustó mucho

pensando que algo malo me había ocurrido, pero cuando me tranquilicé

la abracé y le conté todo lo ocurrido. Al terminar el relato, mi abuela

estaba muy sorprendida, sin embargo, en ningún momento, y a pesar

de lo increíble de la historia que le estaba contando, dudó de mi

palabra, y una sonrisa preciosa de alivio y de calma se dibujó pronto

en sus labios, era como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

También decidimos que entre las dos se lo contaríamos a mis padres

cuando en un par de semanas vinieran a buscarme para volver a

Dublín. Desde aquel momento y hasta su muerte muchos años

después, a mi abuela Margarita y a mí nos unió una relación muy

estrecha y un cariño muy especial.

Sin embargo, aquí no acabaron las sorpresas que me tenía

deparadas aquel verano que cambiaría mi vida. El día anterior a mi

regreso a la ciudad, fui de nuevo al lago, quería despedirme de Beatrice,

aunque no sabía si la volvería a ver, pero al llegar a la laguna de la

muchacha de los ojos verdes, como llamaría desde entonces a ese lugar,

su reflejo se hizo muy nítido. Estaba realmente hermosa, su larga

cabellera negra ondeaba graciosamente en el agua y sus increíbles ojos

ya no reflejaban tristeza, sino que por el contrario irradiaban felicidad y

serenidad. De repente, la dama salió del agua y se puso frente a mí, y

entonces, sentí que un dulce beso se depositaba en mi mejilla. De

repente, alargó una de sus finas y blancas manos hacía mí, tomó la mía

y me entregó otro medallón en el que se podía leer, “Gracias querida

Sarah, te cuidaré y te querré siempre”, después de esto, la bella

muchacha se elevó hasta desaparecer en el cielo con una expresión tan

plácida en la cara que me trasmitió una paz y serenidad como nunca

había sentido en mi vida, y que me acompañaría siempre.

Page 21: Prólogo - CAS

18

Ahora que me he convertido en una anciana querida y respetada,

que ha disfrutado de una vida feliz y tranquila, ha llegado el momento

de escribir estas líneas contando la increíble historia de mi bisabuela

Beatrice, la dama del lago, para que mis hijos y mis nietos la conozcan

y a su vez la puedan transmitir a sus descendientes. Mi abuela

Margarita y yo siempre hemos sabido que, desde allí arriba, la buena y

bella Beatrice cuida de nosotros.

Page 22: Prólogo - CAS

19

Una lección de historia

quella tarde de junio fue para los dos gemelos Talía y Rodrigo una

tarde de nervios. Era el último día de clase antes de las vacaciones e

iban a repartir las notas finales. De ellas dependía en buena parte el

verano, si eran malas, lo tendrían que dedicar a ir a clases particulares y a

estudiar para poder aprobar en septiembre, pero si conseguían aprobar todas

las asignaturas podrían relajarse y disfrutar del tiempo libre.

A sus catorce años, ya entrados en la adolescencia, lo cierto es que a Talía

y a Rodrigo les atraía mucho más ir con sus amigos a la playa, al burguer o al

cine a ver el último taquillazo de Hollywood, que dedicar gran parte del día a

estudiar. Así que cuando la profesora, una mujer de mediana edad, de figura

delgadísima y con un pelo negro que llevaba muy corto y que contribuía, junto

a su forma de vestir tan austera, a eliminar cualquier concesión a la coquetería,

anunció con un aire solemne que había llegado la hora de repartir las notas, los

dos gemelos cruzaron, casi como si de un acto reflejo se tratara, los dedos.

Rodrigo y Talía, siempre habían estado muy unidos y estaban

acostumbrados a estudiar juntos, por lo que era bastante normal, que sus

calificaciones más o menos fueran las mismas, y seguramente esa vez no sería

una excepción. Cuando les llegó su turno, abrieron el boletín con nerviosismo,

mirando ansiosamente el resultado de los exámenes. Las notas de los dos

estaban en general bastante bien, abundaban los notables y hasta había algún

que otro sobresaliente. Todas menos una, Historia, que aparecía en sendos

cuadernillos con dos contundentes suspensos.

Llegaron a casa cabizbajos, ¿cómo podía ser aquello?, con lo que ellos

habían estudiado, si se habían metido casi a presión en sus cabecitas un

laberinto de fechas lugares y personajes. Sus padres no creerían que habían

A

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20

preparado con mucho esfuerzo el examen de Historia, y estaban seguros de que

eso significaría que se quedaban sin vacaciones en la costa, y que tendrían que

quedarse en la ciudad para ir a la academia y así poder aprobar en septiembre

la asignatura, como pasaba siempre que los dos gemelos suspendían. Sin

embargo, esa vez, como sólo fue un suspenso, consiguieron convencer a sus

padres de que no era necesario apuntarse a clases particulares, que sería

suficiente con dedicarle unas cuantas horas diarias al estudio, cosa que

prometieron hacer sin falta. Así que la familia se fue a pasar el mes de agosto a

la playa.

Una vez que se habían acomodado en la casita que la familia había

heredado años antes en un pequeño pueblo de pescadores de Canarias, los dos

jóvenes, como prometieron, dedicaban unas horas del día a estudiar Historia,

que abarcaba desde la mismísima Prehistoria hasta la época actual, y los pobres,

que no llevaban nada bien memorizar tal retahíla de fechas, se habían formado

tal lío, que ya no podían decir si Felipe II había reinado en la España del siglo

XVI o si era un rey visigodo.

Sin embargo, lo peor era que los días pasaban rápido y la fecha del

examen de septiembre se acercaba amenazante, por lo que Talía y Rodrigo se

sentían cada vez más angustiados, y se podría decir que no era culpa de los

desdichados gemelos, que le echaban empeño y cumplían rigurosamente la

promesa que hicieron a sus padres. Pero era algo que los sobrepasaba, tanto que

ya estaban empezando a pensar que quizás hubiera sido mejor idea quedarse en

la ciudad y apuntarse a las clases particulares de la simpática y un tanto

despistada señorita Rosa, siempre era mejor eso que seguir con esa asignatura el

curso siguiente, que ya de por sí era lo bastante duro como para encima tener

que añadirle una de un curso anterior.

Cuando apenas faltaban unos diez días para el examen de Historia y la

familia ya estaba organizando los preparativos del regreso, el desaliento había

conseguido hacer mella en la moral de los gemelos. Se estaban empezando a

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21

resignar a que era bastante posible que no aprobaran Historia, porque el

problema no sólo era que el temario resultaba bastante amplio, sino que además

la señorita Amelia no se conformaba con poner unos exámenes más o menos

normalitos, como los demás profesores, a ella le gustaba ver como los alumnos

ponían cara de pánico al empezar a leer el cuestionario de preguntas que tenían

que responder. Sin embargo, en aquel momento pasó algo tan fabuloso que

jamás nadie lo creería porque chocaba contra todas las leyes de la lógica.

Sucedió una tarde, en la que Talía y Rodrigo estaban en su habitación

estudiando para el examen, que ya estaba a la vuelta de la esquina, cuando de

repente, escucharon unos sonidos que venían desde el interior del armario,

parecía como si hubiera una persona dentro que trataba de empujar la puerta.

De repente, de ahí salió un señor anciano, de aspecto venerable, vestido con

ropas que se usaron varios siglos atrás.

Los niños no se lo podían creer, ¿qué hacía aquel hombre tan extraño en

su armario? – ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí, en nuestra habitación?. –

preguntó sin salir de su asombro Talía. – Soy Leonardo –, dijo el anciano – ¿Qué

Leonardo, Da Vinci?, respondió Rodrigo – Claro, Leonardo Da Vinci, quién si

no, ¿Qué otro Leonardo conocéis que lleve estas pintas en pleno siglo XXI? –

¿Qué haces aquí? No entendemos nada, dijo atónita la pobre Talía –He venido

porque ya no aguantaba más veros sufrir tanto con la Historia, se os atraganta

esta asignatura y he decidido venir a echaros una mano. – ¿Cómo piensas

ayudarnos?, dijo un tanto escéptico Rodrigo–. Venid conmigo y ahora lo veréis

–, y al decir esto, Leonardo abrió de nuevo la puerta del armario e invitó a los

niños a seguirle. ¡Qué sorpresa se llevaron los muchachos cuando descubrieron

que su armario, que era un sencillo ropero sin nada que lo hiciera

extraordinario aparentemente, los condujo a un pasillo totalmente blanco, más

bien estrecho y muy largo, tanto que a veces daba la sensación de que era

interminable. Sin embargo lo que más llamaba la atención era que las paredes

estaban cubiertas de una multitud de puertas, todas idénticas – Éste es el pasillo

de la Historia de la Humanidad, chicos, os encontráis en uno de los lugares más

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22

maravillosos del mundo –, explicó solemnemente Leonardo. –¿Y estas puertas?–

preguntó un tanto incrédula Talía. – Cada una de estas puertas pertenece a una

etapa de la Historia, atravesar una de ellas es un auténtico viaje al pasado de la

Humanidad –, le contestó el sabio anciano. Al escuchar esta explicación,

Rodrigo no pudo resistir la tentación de abrir la puerta que tenía justo a su

izquierda y pasar al otro lado, pero apenas la había abierto unos pocos

centímetros cuando un griterío ensordecedor rompió bruscamente la

tranquilidad que había reinado hasta entonces en aquel pasillo tan peculiar de

la Historia. En ese momento, Leonardo reaccionó rápidamente, cogió al niño

con fuerza del brazo atrayéndolo hacia él y cerró rápidamente la puerta. –No

vuelvas a hacer eso tú solo, puede ser muy peligroso, ahora mismo ibas a entrar

en plena toma de la Bastilla, el pueblo está muy enfadado con la Monarquía

Absoluta de Luis XVI y María Antonieta, y esa multitud te hubiera podido

arrastrar o incluso aplastarte, esto no es un juego Rodrigo –, le recriminó el

anciano. Sin embargo, al ver la cara de susto de los dos niños, Da Vinci suavizó

su expresión y sonrió de un modo casi paternal. –Pero mirad, podemos entrar

por esta otra puerta, así podremos visitar a mi amigo Napo, –¿Napo?, ¿quién es

ese Napo, preguntó Talía? –Ahora lo veréis–, contestó el sabio italiano, mientras

abría poco a poco la puerta.

Pasaron a una gran habitación, que por su decoración y mobiliario

parecía el despacho de alguien muy importante. Eran imponente los tapices que

adornaban las paredes, representando batallas históricas, por no hablar de las

hermosas y grandes lámparas de bronce y cristal de Bohemia que pendían del

techo. Sentado en un butacón lujosamente tapizado, y frente a una gran mesa

de caoba sobre las que se desplegaban varios mapas de Europa, estaba un señor

bajito y algo regordete, con gesto muy serio y la mirada fija en los mapas que

tenía delante. –Hola Napo–, le saludó amistosamente el anciano, a lo que el

francés respondió con un saludo casi autómata, sin volver la vista hacia

Leonardo. – Te noto algo preocupado Napo, ¿ocurre algo?–. Lo de siempre, Leo,

aquí estoy estudiando la situación de Europa y del Norte de África a ver en qué

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23

campaña militar me puedo embarcar ahora. Siempre lo mismo, la verdad es que

ya estoy cansado, si Francia y el mundo supieran que lo que de verdad me

gustaría sería quedarme tranquilo en casa, disfrutar de la paz del hogar y no

estar siempre guerreando– explicó Napo con un tono de tristeza y resignación.

– Entonces ¿por qué no lo haces? –, preguntó Rodrigo súbitamente, sin

comprender como se podía encontrar así el hombre más poderoso de su época.

En ese momento, el gran Napoleón Bonaparte miró atentamente a los niños y

sonrió – ¡Ay, mon cher garçon! , ¡que más quisiera yo, pero no se me ocurre otra

manera de escapar de los guisos de mi amada Josefina, lo he intentado todo

pero no hay manera, está tan ilusionada con la cocina que tampoco quiero herir

sus sentimientos, pero sus platillos me están destrozando el estómago, por eso

me paso todo el tiempo con la mano en la barriga, así noto un poco de alivio. En

fin, lo único que da resultado es decir que tengo que marcharme unas semanas

para dirigir una campaña – .Nada más terminar de decir estas palabras, se oyó a

lo lejos una voz femenina y alegre que gritaba, –Napo, mon cher, el lenguado

menier y el soufflé ya están listos, ven a manger–, a lo que el pobre Bonaparte

contestó con tono resignado, – Ya voy querida –, mientras susurraba para sí

mismo y movía de un lado para otro la cabeza – si es que no puede ser, no

puede ser–. Los niños no podían creer lo que estaban viendo, así que el gran

estratega y emperador Napoleón Bonaparte había formado todo ese revuelo en

el mundo sólo para escapar de las comidas que cocinaba su esposa. Aunque a

juzgar por los olores que llegaban de la cocina sintieron pena por él y casi lo

comprendieron. Napo era un buen hombre después de todo, lo único que

pretendía era no disgustar a su esposa.

Después de esta visita a Napoleón, los niños y Leonardo volvieron al

pasillo, pero esta vez no avanzaron, sino que retrocedieron, hasta que al fin

Leonardo se paró justo enfrente de otra de las puertas que había en el blanco y

estrecho pasillo, ¿A dónde los llevaría ahora el gran Da Vinci?, Rodrigo y Talía

lo descubrieron nada más entrar. Las columnas que sostenían el Partenón y los

hombres y mujeres que iban de un lado a otro, vestidos con túnicas blancas,

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24

eran inconfundibles. Habían llegado a la Grecia clásica, la Grecia de Sócrates y

Pericles, la del gran Aristóteles.

Para no llamar excesivamente la atención, Leonardo le dio a los dos niños

ropa de la época y él mismo se puso la tradicional túnica blanca. Lo mejor,

había dicho el sabio italiano, era mezclarse con la gente de la época, aprender

directamente de sus palabras, hablar con ellos. Estuvieron paseando hasta llegar

cerca de un grupo de hombres de aspecto serio, que parecían estar discutiendo

acaloradamente algo muy importante. Muchos de ellos, incluso, se mostraban

bastante enfadados. Así que la peculiar pandilla que formaban Da Vinci y los

dos niños del siglo XXI, se aproximaron aún más a los hombres y les

preguntaron si pasaba algo grave. – ¡Ja!, que si pasa algo grave dice este señor–,

dijo uno de ellos dirigiéndose al resto del grupo. – Ya no podemos más con este

Aris, no conseguimos meterlo en cintura, está loco él y nos va a volver locos a

nosotros también, que pasamos por ser los hombres más sensatos de toda la

polis. –¿Aris?, no será….– ,se miraron atónitos los dos hermanos. – Sí, les dijo

Leonardo a los niños, es ese mismo que estáis pensando, el gran sabio

Aristóteles–. ¿Y cuál es el problema con él? –, preguntó el italiano al hombre

que les había hablado. – Aristóteles, Aris para los amigos, es un loco que vive

internado en el sanatorio para enfermos mentales de la ciudad, pero se escapa

de ahí cuando quiere – le respondió el hombre, –lo grave del asunto es que en

su locura se ha imaginado que es el más sabio de entre todos los hombres y

siempre está queriendo sentar doctrina sobre todos los temas. Si hablas de

política, te encontrarás a Aris formulando alguna teoría de las suyas, lo mismo

en Bellas Artes, Filosofía, Medicina… en cualquier ciencia te encontrarás con

que Aristóteles tuvo que decir algo al respecto… ¡es de lo más cansino porque

además no acierta ni una!, y lo peor es que todas esas tonterías quiere dejarlas

por escrito en la biblioteca. ¡No me quiero ni imaginar que tanta locura junta se

transmita a las generaciones futuras y se lo tomen en serio!, sería un verdadero

caos para la ciencia porque confundiría a los estudiosos–.

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25

Nada más terminar de decir estas palabras, se acercó al grupo formado

por Da Vinci, los gemelos y el sabio griego un hombre delgado, de mediana

estatura y con la mirada extraviada e inquietante. El hombre venía corriendo y

sonriendo como si se tratara de un alucinado, hasta que se situó enfrente del

sabio griego – ¡Me he dado cuenta de una cosa nueva que va a ser

revolucionaria, tengo que escribirla y guardarla en la biblioteca!–, dijo

apresuradamente el recién llegado. –¿Qué pasa ahora, Aris?–, le contestó con

tono cansado, ya harto, el sabio. –Acabo de descubrir que las mujeres tienen

menos dientes que los hombres, lo que demuestra que son inferiores– No digas

tonterías, Aris, sabes que las mujeres no son menos que los hombres, te lo he

dicho muchas veces ya. En cuanto a lo de los dientes, ¿se te ha ocurrido

contarlos para ver si lo que dices es cierto?– le contestó su sensato interlocutor.

– No, pero no hace falta, estoy seguro de lo que digo, si se me ha ocurrido a mí,

al más sabio entre los sabios, es que tiene ser verdad –,le contestó Aristóteles, y

dicho esto se fue como había llegado, corriendo y más contento que unas

castañuelas.

Talía, Rodrigo y Leonardo se quedaron sin palabras, con los ojos

abiertos como platos, mirando a su nuevo e inteligente amigo, esperando algún

comentario a la escena tan surrealista que acababan de presenciar. – No sé de

qué os asombráis tanto, queridos, ya os lo decía, loco de atar, en fin sólo espero

que no le hagan mucho caso, porque no acierta una ni por casualidad, el pobre–

, dijo el sensato griego –No se preocupe buen hombre, nada de importancia,

sólo lo creerán a pies juntillas unos dos mil años más o menos–, contestó

Leonardo, alegrándose más que nunca de tener un pensamiento libre de

adoctrinamientos académicos que no cuestionaban lo dicho por gentes del

pasado, que bien pudieran haber estado equivocados. Y es que para Leonardo,

sólo la observación y la comprobación directa podían ser la base de la ciencia.

Aún sorprendidos por lo que acababan de contemplar en la majestuosa

Grecia Clásica, Leonardo y los niños se encaminaron de nuevo hasta el gran

pasillo de la Historia. ¿Dónde los llevaría ahora el sabio italiano?. El curioso

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26

grupo de tres avanzaba por el corredor sin que ninguno de ellos rompiera el

silencio, hasta que al final Leonardo les hizo una señal para que se detuvieran.

Como en las anteriores ocasiones, abrieron la puerta y pasaron al otro lado. Se

encontraron en lo que parecía el estudio de un artista de otra época, con

multitud de pinturas, caballetes, planos, maquetas de ingeniería….¿quién sería

el dueño de todo aquello?, se preguntaron los gemelos, y Leonardo,

intuyéndolo, exclamó, –¡bienvenidos a mi taller, chicos!–. Así que estaban en

medio del verdadero centro de operaciones del gran Leonardo Da Vinci.

¡Estaban en pleno Renacimiento!.

El italiano estaba mostrándoles a los niños algunos de los objetos que

parecían invadir todo el espacio en un curioso desorden ordenado, cuando

alguien llamó suave pero firmemente a la puerta. Leonardo abrió y saludó

cálidamente a la dama que había llamado. Era una mujer joven que más que

guapa, resultaba atractiva. De pelo largo y castaño, su vientre ligeramente

abultado empezaba a delatar ya lo que parecía un incipiente embarazo – Mi

querida Lisa, ¿cómo estás?, pero pasa, cuéntame ¿cómo está el Sr Gherardini?,

me imagino que muy contento con la llegada de este nuevo hijo – la recibió el

italiano – Hola mi “caro Leonardo”, todo bien en casa, parece que ya se me

están pasando un poco los mareos y las nauseas, perdonad si no he podido

venir a posar en todo este tiempo, no he tenido ni un respiro estas últimas

semanas – lamentó la joven dama – Bueno, no te preocupes, mi querida

Monna1

1 Monna, en italiano de la época era la abreviatura de Madonna, un tratamiento gentil que se puede traducir como “mi señora”.l

, pero pasa, no lo demoremos más, venga, siéntate y a posar. Por cierto,

estos son mis amigos, los hermanos Rodrigo y Talía, se quedarán aquí un ratito

para verme pintar, – le contestó el artista, mientras le dedicaba una sonrisa

afable a la mujer. – Hola muchachos– les saludó cordialmente la joven, – pero

qué ropas, son esas, qué raro vestís. Pero son interesantes esos pantalones de

telas gruesas y azules, parecen muy cómodos –. Se llaman vaqueros, y de donde

yo vengo todos los chicos los usan –, le respondió Talía, un poco orgullosa de

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27

haber podido explicar algo a la archifamosa Monna Lissa – Pues me gustan

mucho, jovencita, no sé de dónde venís, nunca os había visto por aquí, pero si

os vuelvo a ver ¿podrías traerme uno de mi talla?, por supuesto te los pagaré,

faltaría más–. le pidió cortésmente Lisa a Talía. –Claro que sí, descuide señora–,

contestó la niña, imaginándose a una señora del Renacimiento andando por las

calles italianas del siglo XVI con vaqueros y camisetas, y al representarlo en su

mente no pudo evitar soltar una tímida risilla ante la extraña visión.

Ya llevaban un buen rato modelo y artista posando y pintando

respectivamente, cuando hicieron un descanso y Lisa quiso ver el cuadro. Al

principio, Leonardo se negó, pero finalmente cedió ante la dura insistencia de la

joven. Cuando ésta se acercó al cuadro, lo que vio era algo muy distinto a lo que

esperaba. En lugar de un retrato serio y realista, lo que se encontró fue un

verdadero desastre, un boceto lleno de garabatos que en nada se parecía a ella,

era más bien una caricatura. Así que el famosísimo artista Leonardo también

hacía cuadros malísimos y, al ver aquello, Lisa no pudo reprimir una sarcástica

sonrisa. Al verla, Leonardo se paró en seco y, como si estuviera invadido por

una emoción repentina, empezó a moverse rápidamente y a gritar – ¡eso es,

Lisa, ésa es la sonrisa que quiero para el cuadro, mantenla por favor, mantenla!–

gritaba Leonardo mientras le levantaba a la mujer suavemente el rostro. Así, de

esta forma, se les había revelado a los niños el famoso secreto de la sonrisa de la

Gioconda. Después de sesudos estudios durante siglos tratando de descifrar

este secreto, todo era mucho más sencillo, sólo se trataba de reprimir una

carcajada ante el desastre que había pintado el gran Da Vinci.

Después de esta extraña visita al taller de Leonardo, tras haber

acompañado y despedido a la joven Lisa Gherardini a la puerta, los niños y el

italiano salieron de nuevo al pasillo de la Historia, que ya les empezaba a ser

muy familiar. Los hermanos, que se mostraban ya bastante confiados con Da

Vinci, no cesaban de preguntarle a éste que dónde irían ahora. Estaban

encantados con esos viajes tan peculiares que realizaban en el tiempo. Sin

embargo Leonardo sólo les decía que tuvieran un poco de paciencia y que

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siguieran avanzando. Por fin, después de un buen rato andando, los niños y el

anciano se pararon. Ya no era posible seguir adelante porque a partir de ese

punto el pasillo estaba en obras, y los niños miraron al hombre de una manera

inquisitiva, preguntándose cómo era posible aquello. Leonardo que pareció

adivinar la inquietud de los dos hermanos, les respondió – bueno niños, hasta

aquí hemos llegado, ya toca que volváis a casa y sigáis ahora preparando

vuestro examen de Historia. A partir de aquí ya no se puede seguir, es el futuro

y se está construyendo todavía –, explicó Da Vinci. –Pero no hay nadie

trabajando, ¿cómo se va a construir así?– Interrumpió Rodrigo. – Los

constructores sois vosotros y las generaciones que vendrán después, mis

queridos niños, sólo de vosotros depende que las puertas que haya a los lados

del pasillo sirvan para entrar a lugares agradables y bellos donde vivir o a sitios

horribles de guerras y odios. Ambas cosas son posibles, en vuestras manos

está– Respondió ya con seriedad el sabio italiano. Ante esta inesperada

respuesta, los niños se miraron y asintieron con la cabeza, habían captado

perfectamente lo que Leonardo el sabio les quería decir. Nada estaba escrito,

había que esforzarse y entre todos poner un granito de arena para hacer un

futuro mejor, y en silencio ambos niños tomaron la firme resolución de hacer lo

que fuera posible, y más si hacía falta.

Da Vinci condujo seguidamente a los dos hermanos al armario por

dónde habían entrado al pasillo de la Historia. Talía y Rodrigo despertaron en

su habitación rodeados de sus libros de texto y, al principio, pensaron que todo

lo ocurrido era sólo un sueño, precioso pero sólo eso. Sin embargo, al poco se

resolvieron sus dudas cuando debajo de los cojines que adornaban sus camitas

se encontraron dos dibujos preciosos, con una cariñosa dedicatoria firmada por

un tal Leonardo Da Vinci.

Pasaron los días, y los niños por fin se enfrentaban a su examen de

Historia, y casualmente las preguntas fueron las batallas napoleónicas, la Grecia

de Aristóteles y el arte de Leonardo Da Vinci. Ni que decir tiene que los niños

no aprobaron ese examen, la profesora se sorprendió de la imaginación de los

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29

gemelos cuando explicaban que Napoleón sólo guerreaba para librarse de los

guisos de Josefina, que Aristóteles sólo era un iluminado con ansias de fama, y

que la sonrisa de la famosa Mona Lissa se debía a que no pudo aguantar la risa

al ver el desastroso cuadro que le había salido al gran artista. Sin embargo, a

pesar de ese suspenso, los niños aprendieron con Da Vinci la lección más

importante que hubieran podido recibir: no hay que idealizar a ningún

personaje, todos son seres humanos con sus defectos y virtudes, y cada

generación es responsable de su futuro.

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30

sta historia se desarrolla en un mundo en el que el misterio convivía

con la más dura de las realidades y en el que los magos y hadas

luchaban contra brujos y gobernantes tiranos ansiosos de poder. De

valientes caballeros y delicadas princesas, pero también de campesinos

humildes que dejaban su vida en la labor diaria de la tierra. Un mundo en el que

no había aún noche ni día.

En este universo se encontraba un país aún más mágico si cabe,

gobernado por un rey justo y amado por todos, pero que, a pesar de su juventud,

tenía una salud muy débil que le podía fallar en cualquier momento. Ello que

alentaba la ambición de su hermano, el malvado Martín, que ansiaba ocupar el

trono que quedaría vacante a la muerte del rey.

El pueblo estaba preocupado porque la llegada de un heredero se hacía

esperar, y temían que, si el rey moría sin descendencia, serían gobernados por

su hermano, cuya crueldad y codicia empezaba ya a ser conocida en todos los

rincones del país; Así que cuando, finalmente, los monarcas anunciaron el

próximo nacimiento de su hijo, la alegría entró en todos los corazones de los

El rey

campesino

E

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31

habitantes del reino, excepto en el de Martín, que veía cómo la llegada de un

heredero amenazaba seriamente sus esperanzas de llegar a ser rey muy pronto.

Sin embargo, éste contaba con un aliado muy poderoso, el mago Yadir, tan

astuto como maléfico, y profundo conocedor de la magia, quien le recomendó

que se deshiciera del bebé tan pronto como fuera posible, porque la muerte del

rey, su hermano, ya estaba muy próxima.

Transcurrieron los meses y la reina dio a luz a un niño precioso y sano, al

que pusieron de nombre Juan. Nadie sospechaba en aquel momento que el

siniestro Martín ya había pactado con uno de los guardias reales el rapto y

asesinato del bebé. Aprovecharían el más mínimo descuido para llevarse al

pequeño Juan, y hacer creer a todo el mundo que había sido secuestrado por un

perturbado. La oportunidad no tardó en llegar. Según lo acordado, el guardia

cogió al niño y lo llevó al bosque donde lo debía matar. Pero en ese momento, al

ver la dulce carita del pequeño Juan que le sonreía, el guardia no tuvo valor para

acabar con la vida de un ser tan inocente y vulnerable. Así que al divisar a lo

lejos una casita humilde que seguramente pertenecía a unos campesinos,

decidió dejar al niño en la puerta, para que lo encontraran fácilmente al

escuchar su llanto y pudiera así tener una oportunidad de vivir, quizás –pensó-,

no una vida de rey, pero tal vez sí una vida sencilla y feliz. Ya se encargaría él de

hacerle creer a Martín que el niño había muerto.

Sucedió como estaba previsto, no tardaron los habitantes de la casa en

percatarse de la presencia del pequeño intruso. Se trataba de una joven pareja

de campesinos de muy buen corazón, que tenían una preciosa niñita recién

nacida a la que llamaron Esmeralda por el color verde de sus ojos. El

matrimonio acogió al bebé desde el primer momento como si se tratara de su

hijo, y los dos niños, Esmeralda y Juan, crecieron felices y tranquilos entre

juegos y travesuras. Sin embargo, desde que Juan tuvo edad suficiente para

comprenderlo, él conoció la verdad de lo que había sucedido, que había sido

encontrado por los que creía hasta entonces sus padres. Aunque este hecho no

fue obstáculo para que siempre los tratara y quisiera como tales.

Sin embargo, al cumplir el joven Juan dieciocho años, un suceso vino a

cambiar el rumbo de su vida. El guardia, que tiempo atrás, había tratado de

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32

llevar a cabo el siniestro plan de Martín, lleno de remordimientos que no le

dejaban encontrar la tranquilidad de alma, decidió ir en busca de Juan y

contarle toda la verdad, pensando que quizás era la única forma de liberarse de

un tirano que había ocupado el trono tras la muerte del bondadoso rey. Éste no

había podido superar la desaparición de su hijito, y había muerto al poco

tiempo.

Cuando al fin Juan conoció la verdadera causa de su abandono, se

propuso vengar la muerte de su padre y liberar al reino de su malvado tío, y del

aún más maléfico Yadir, que tenían al país sometido a su voluntad. Más tarde

ocuparía el lugar que por derecho propio le correspondía al lado de Esmeralda,

pues entre los dos jóvenes había nacido un amor tan verdadero y fuerte que

sorprendía a todos los que llegaban a conocerlos.

No le fue difícil al joven Juan poner de su parte a un ejército que ya

estaba cansado de la tiranía y los abusos de Martín, que había llevado al pueblo

a la miseria, explotándolos con impuestos absurdos destinados únicamente a

aumentar cada vez más la riqueza de Martín y Yadir.

La batalla fue dura, pero las tropas de Juan terminaron por derrotar a las

de su tío, que fue apresado y llevado ante la presencia del nuevo rey. Sin

embargo, todos quedaron sorprendidos cuando Juan, en lugar de matarlo en

aquel momento, lo entregó a la justicia para que cayera sobre él el peso de la ley.

Finalmente, fue condenado a un largo destierro que duraría toda la vida, no sin

antes despojarlo de todos los bienes que había ido acumulando con sus abusos y

malas artes durante dieciocho largos años. Terminó su existencia abandonado y

ciego, pidiendo limosna por los rincones de los pueblos a los que llegaba en su

eterno vagabundear.

También fue hecho prisionero el malvado Yadir, que fue condenado a

pasarse el resto de sus días en prisión. Esta idea fue para él insoportable, por lo

que decidió suicidarse, pero antes utilizó el inmenso poder de su magia para

elaborar una terrible maldición contra Juan, algo que sabía que le haría más

daño al joven que la más horrible de las torturas. Le maldijo a no estar nunca

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más junto a su amada Esmeralda. Los dos jóvenes enamorados estaban

condenados a no verse jamás.

El maleficio del siniestro mago Yadir era muy poderoso, y a pesar de que

todas las hadas del reino intentaron romperlo para ayudar a los dos jóvenes

enamorados, no lo consiguieron, y Esmeralda y Juan pasaron el resto de sus

vidas separados aunque siempre uno con el recuerdo del otro en los rincones

más bellos de sus corazones. Para ellos transcurrieron los años entre sueños de

abrazos acogedores y cálidos besos. Despertando cada mañana con el más

profundo deseo de encontrar al otro lado de la cama a la persona amada.

Sin embargo, un amor tan grande no puede ser vencido ni por la más

terrible de las maldiciones, y aunque el maleficio del mago Yadir iba más allá de

la vida, no consiguió que Juan y Esmeralda estuvieran separados para siempre

en la eternidad. Después de una larga y tranquila vida, al morir, las almas de los

dos jóvenes subieron a lo más alto del cielo, y se convirtieron en el sol y la luna

destinados a alumbrar a los hombres en lo que a partir de aquel momento,

serían los días y las noches. Juan iluminaba poderoso y alegre los días y la luna

bella y misteriosa, rompía las tinieblas de las noches.

Cuando el sol y la luna se encuentran, al alba y al anochecer, y se abrazan

dulcemente expresando su amor, regalan al mundo los momentos más

hermosos de la jornada. Incluso hoy en día, la humanidad sigue admirando el

esplendor de cada amanecer y atardecer, y no son pocos los que enmudecen

extasiados por ese espectáculo misterioso de la naturaleza sin conocer el

verdadero origen de lo que están contemplando, la historia de Juan y

Esmeralda.

Page 37: Prólogo - CAS

34

i se pudiera definir con una sola palabra la vida de una persona, sin

duda esa sería orden en el caso de la existencia de Daniel de la Vega.

Ya había entrado en los cincuenta y Daniel se encontraba cada

vez más seguro dentro de la rutina. Aunque ya desde niño no dejaba nada al caos ni a

la improvisación, este rasgo de su personalidad se había acentuado con el paso de los

años, a lo que también contribuía su trabajo de alto funcionario del Estado en el

Ministerio de Justicia, que le exigía una exquisita meticulosidad que él siempre había

cumplido con creces.

Cuando Daniel de la Vega se casó con María, su novia de toda la vida, hacía de

esto ya once años, decidió mudarse a un piso lujoso y confortable del barrio más

acomodado de Madrid, el cual decoró siguiendo el estilo que imperaba en el siglo XIX

a pesar de que ya trascurría el año 1958.

Aunque María era una mujer tranquila y sencilla, que respondía al ideal de

mujer sumisa y obediente de la época en que fue educada, y que jamás se atrevería a

interrumpir los múltiples quehaceres de su marido si éste no se lo permitía

expresamente, Daniel hizo de su despacho en casa un pequeño santuario al que tenía

El

documento

S

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35

prohibido entrar incluso a su esposa por miedo a que se viera alterado el orden que él

había creado entre tantos papeles, notas y documentos. Éstos se podían contar por

centenares, es posible que por miles, pero esta circunstancia no impedía que Daniel de

la Vega supiera en todo momento dónde estaba cada uno de ellos. Se sentía orgulloso

de poder controlar y prever todo lo controlable y previsible de su vida.

La llegada de los dos niños, Candela y José, además de una gran alegría,

consiguió traer a la casa de Daniel y María algo de frescura. Los gemelos con sus risas,

juegos y correteos, eran los únicos capaces de romper la disciplina de horarios y orden

que presidía la vida de Daniel. A menudo lo sacaban de sus casillas, pues aunque no

llegaba nunca a perder la serenidad con los niños, sí que a veces le resultaban un poco

desquiciantes, a pesar de que los quería con locura, momentos que aprovechaba María

para llevarse a los pequeños al parque para así permitir que su esposo pudiera volver a

encontrar la tranquilidad.

Sin embargo, en todo ese prodigio de orden y planificación irrumpió el caos

repentinamente en casa de los de La Vega una tarde, inusitadamente calurosa de finales

del mes de junio, cuando Daniel, después de haber comido con su familia, entró en su

despacho a buscar un expediente que le habían solicitado en el trabajo esa misma

mañana. Como en otras ocasiones en que había ocurrido lo mismo, se dispuso a dar

con el papel, seguro de que el orden que él había creado con tanto esfuerzo le

permitiría dar con ese documento rápidamente y sin ningún problema. Precisamente,

recordó, lo había estado leyendo esa misma mañana temprano, dejándolo después

sobre su inmaculada y ordenada mesa. A la vuelta lo archivaría en su lugar

correspondiente. Sin embargo, esa vez no fue así; Cuando Daniel se dirigió al lugar en

el que debería estar el expediente y no lo vio, su cuerpo y su mente entraron en una

terrible desazón. En sus manos empezó a notar poco a poco como se hacían patentes

los temblores, y sus mejillas empezaron a enrojecer.

Lo que menos le importaba en ese momento al protagonista de nuestra historia

era el documento en sí. A lo sumo, sólo le supondría el trastorno de volver al Registro

a solicitar un nuevo certificado. Lo que de verdad le angustiaba era el hecho en sí de no

encontrarlo, ésa fue la primera vez que su orden le fallaba o, mejor dicho, que él

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36

mismo fracasaba. Después de aquéllo se empezó a preguntar si de verdad podía seguir

confiando en sí mismo, si sería capaz una persona irresponsable como él de seguir

sacando adelante a su familia, y desempeñar con corrección su trabajo. Dudaba de

todo eso y, lo que es peor, dudaba de sí mismo.

Las horas transcurrían frenéticamente, mirando cada papel que había

almacenado en sus inmensas y ordenadas estanterías. Pero nada, la búsqueda no daba

resultados, el dichoso documento no aparecía por ninguna parte. Cada tic tac del reloj

que escuchaba sin encontrar lo que buscaba lo iba poniendo más y más nervioso. Eso

no podía estarle pasando a él, que había hecho del orden su identidad misma, su

orgullo.

Llegó el momento del día en el que él y María, después de acostar a los

pequeños, acostumbraban a cenar y a charlar del trabajo, de los niños y de todas esas

cosas cotidianas que sólo en esos momentos tenían ocasión de hablar con tranquilidad.

A pesar de que su esposa no lo había visto prácticamente en toda la tarde, pues

la había pasado encerrado en su despacho, no se preocupó, no era la primera vez que

Daniel se pasaba el tiempo atendiendo a sus papeles y su trabajo horas y horas, pero

cuando lo llamó para la cena y él ni siquiera le contestó, sí que se extrañó. Su esposo

jamás había dejado de respetar la hora fijada para la cena, así que María decidió entrar

al despacho. La escena que se encontró fue dantesca, lo que antes era el reino del orden

ahora estaba en un absoluto caos, miles de documentos esparcidos por todas partes,

centenares de carpetas clasificadoras revueltas y tiradas por el suelo. Pero no fue aquel

espectáculo lo que más asustó a la mujer, lo que de verdad le sobresaltó hasta el punto

de no poder reprimir un grito, fue la visión de su marido agachado y con una mirada

enloquecida, cogiendo papeles y volviéndolos a tirar al suelo. Daniel estaba fuera de sí.

María logró calmarlo un poco y sacarlo de aquella habitación, pero no

consiguió que probara bocado a pesar de que le había preparado su plato favorito.

Daniel tampoco pudo dormir esa noche, en su cabeza no dejaba de rondar la idea de

que era un irresponsable, que no merecía la vida que tenía. ¿Cómo podría atender a su

familia y sus obligaciones laborales si no era capaz de localizar un simple papel?. ¿Qué

diría al día siguiente en su trabajo cuando le preguntaran por el documento?.

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37

Recordaba las veces que había pasado algo semejante con sus compañeros de oficina, y

él mismo los había mirado como individuos que quizás no fueran dignos de confianza,

a partir de ese momento se cuestionaba la profesionalidad de esas personas. ¿Le pasaría

lo mismo?. ¿Dudarían igual de él?. No, eso no podía estarle pasando al responsable y

ordenado Daniel de la Vega. El simple hecho de imaginarse en esa situación le produjo

unos intensos escalofríos a la vez que su piel palidecía, aún más de lo habitual.

Sonó el despertador puntualmente, como cada mañana a las siete, hora en la

que la familia de la Vega despertaba y se enfrentaba a los retos de un nuevo día. Todo

parecía desarrollarse como de costumbre, las protestas de los niños cuando su madre

los sacaba del sueño, apremiándoles a arreglarse para ir al colegio, el ruido de la

cafetera, el olor de las tostadas. Todo era normal excepto una cosa: Daniel, por

primera vez en su vida se negó a ir a la oficina.

- Diré que estoy enfermo. Daré cualquier excusa, pero hoy no iré a trabajar – Le

dijo esa mañana a su esposa. – ¿Estás bien, cariño?, sé que no has dormido bien, no

dejabas de dar vueltas en la cama y tienes mala cara?. ¿Qué te pasa, Daniel?. - Nada de

importancia. No te preocupes, sólo que no me siento con fuerzas para salir hoy de casa

y trabajar, eso es todo- contestó a su esposa, lo que la preocupó aún más. Cómo que

eso era todo, pensó. Su marido jamás faltaba al trabajo, y menos sin una razón de peso.

Ese día lo pasó Daniel de nuevo encerrado en su despacho, revolviendo entre

sus papeles, buscando infructuosamente el dichoso documento perdido. Sólo salía lo

imprescindible, y sin dirigir una sola palabra a la pobre María que cada vez estaba más

angustiada. Apenas vio a los niños, que ya empezaban a preguntar a su madre qué le

pasaba a su papi.

A la mañana siguiente, Daniel no tuvo más remedio que volver a su trabajo. Lo

hizo con desgana, pero ya no podía eludir por más tiempo la situación. Cuando tuvo

que explicar a su jefe que no encontró el documento que le había pedido, y que tendría

que volver al Registro para conseguirlo de nuevo, aquél no le dio importancia.

Tampoco era algo grave, se pedía de nuevo y ya está. Daniel no sabía cómo disculparse

por su error, pidió perdón mil veces. – Le digo que no se preocupe, Daniel, ya deje de

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38

pedir disculpas, por favor, le podría ocurrir a cualquiera, a mí mismo. Solicítelo de

nuevo y asunto arreglado ¿de acuerdo?. Le contestó su jefe.

Sin embargo, y a pesar de la comprensión sincera que había encontrado ante lo

que él consideraba una irresponsabilidad imperdonable, en su fuero interno estaba

convencido de que no era así. Imaginaba que, a partir de ese momento, recelarían de

él, ya no era infalible, ya no lo considerarían digno de confianza ciega, y la promoción

con la que soñaba y que estaba al alcance de su mano ya no se produciría jamás.

Ninguno de sus compañeros y superiores dieron la menor importancia a la pérdida del

papel. Daniel seguía siendo tan considerado en su profesión como lo había sido hasta

entonces. Pero en esa situación en la que estaba su mente, no tenía cabida esa realidad

y menos aún que la decisión sobre su deseado ascenso ya se había tomado y se haría

efectiva en pocos días, a lo más se tardaría unos dos meses en notificársele su nuevo

puesto. Daniel sólo veía miradas de recelo y desconfianza hacia él.

Después de la conversación con su jefe, se dirigió al Registro a pedir una nueva

documentación que reemplazara al papel extraviado. En diez minutos ya estaba

preparada, y no tardó más de una hora en entregarla a su jefe.

Sin embargo, y a pesar de que el pequeño contratiempo causado por el extravío

del papel se solventó sin mayores dificultades, la mente de nuestro protagonista no

encontró sosiego. Lejos de calmarse y volver poco a poco a la normalidad, Daniel se

encontraba cada vez más intranquilo, ya no dudaba que era un desastre, incapaz de

asumir responsabilidades. A menudo se quedaba mirando fijamente a María y a los

niños, mientras jugaban los tres o éstos hacían sus deberes con ayuda de su madre. –

Pobrecitos, pensaba- Tienen un esposo y un padre incapaz de cuidar bien de ellos, sin

duda estarían mejor sin mí, María y los niños merecen a alguien responsable y no a un

hombre que no puede ni guardar bien un papel-.

Otro tanto ocurría en el Ministerio, aunque todos sus compañeros lo trataban

con la misma cordialidad y aprecio de siempre, él no se sentía merecedor del cargo que

ocupaba. -El chaval de los recados seguro que lo haría mejor- se decía a sí mismo

bastante a menudo.

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39

Ya apenas entraba en su despacho, le recordaba su propia negligencia, y eso le

resultaba insoportable. Su trabajo empezaba, ahora sí, a resentirse seriamente al ser

incapaz de concentrarse. Su deterioro físico se hacía ya visible. Había adelgazado

bastante, quizás unos diez kilos, y unas prominentes ojeras afeaban lo que hasta

entonces eran unos bonitos ojos castaños. Su esposa le insistía en que fuera al médico,

pero él le contestaba con un “no te preocupes, estoy bien”.

Un día, que pareció empezar como cualquier otro para la familia de Daniel,

la situación tomó un rumbo inesperado. Esa mañana se mostró más cariñoso y atento

con María y los gemelos de lo habitual. Se despidió de ellos con unos besos y abrazos

que dejaban entrever una emoción y tristeza contenidas. Pero en lugar de ir al

Ministerio como cada día de lunes a viernes, se dirigió al Banco al que había confiado

desde siempre sus ahorros. Retiró lo imprescindible para un billete de avión hacia el

lugar del mundo que primero se le pasó por la mente y ordenó que la considerable

fortuna que había acumulado gracias a años de duro trabajo y a una cuantiosa herencia

recibida años atrás y que no había utilizado, la transfirieran a una cuenta corriente

que estaba a nombre de María. Esa suma de dinero sería más que suficiente para que

ella y los niños vivieran sin preocupaciones económicas toda la vida si lo

administraban bien. Para asegurarse de ello le pidió a un amigo suyo de la sucursal

bancaria, que era experto en economía, que se encargara de asesorar financieramente a

su esposa en el caso de que él faltara algún día, favor que su amigo aceptó sin

objeciones.

Después de realizar estas gestiones, Daniel se dirigió al aeropuerto, dispuesto a

coger un avión que lo llevara a cualquier parte. Lo que menos le importaba era el

lugar.

Mientras tanto, en la casa del matrimonio, María recibía una llamada del jefe

de Daniel preguntándole si su esposo se encontraba bien, extrañado de que no hubiera

ido a trabajar. -¿Cómo que no ha ido a trabajar?. Salió de casa esta mañana temprano,

como siempre-, le contestó la mujer ya bastante alarmada. –Pues no sé qué decirle,

señora- replicó la voz del jefe de Daniel al otro lado del teléfono -no ha aparecido por

la oficina en todo el día, pensé que se habría puesto enfermo y por eso me he decidido

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a llamarla. ¿Tiene alguna idea de dónde podría haber ido?. Lo cierto es que Daniel

llevaba un tiempo bastante raro. Como si algo le preocupara mucho-. –Sí- contestó

María. –Desde aquel asunto del extravío del papel no volvió a ser la misma persona,

pero de ahí a desaparecer, no sé.-

Las horas y el día siguientes trascurrieron en medio de un ritmo frenético de

llamadas a hospitales, hoteles y a cualquier otro sitio dónde se pensara que podría

encontrarse el funcionario, pero éste seguía sin aparecer. María habló con el personal

del Banco, que le confirmó que la mañana anterior, a primera hora, Daniel había

estado en la sucursal, y que retiró una modesta cantidad de dinero. El resto lo había

transferido a una cuenta corriente que estaba a nombre de ella.

Al tener noticias de la extraña desaparición del funcionario, la persona con la

que Daniel había hablado para que ayudara a María cuando él faltara en un futuro, le

contó la conversación que tuvo el día anterior. La verdad es que al bancario, en un

principio, le extrañó un poco esa petición, pero enseguida pensó que no era tan raro

teniendo en cuenta el carácter previsor de Daniel, a quien no le gustaba dejar nada a la

improvisación. Todo apuntaba a que se había marchado voluntariamente, pero ¿por

qué?, y, sobre todo ¿dónde estaba? ¿cómo se encontraba?. María estaba con el corazón y

el alma rotos, pensaba que la marcha de Daniel se debía a que ya no la quería. Los

niños preguntaban que cuando iba a llegar su padre, y ella no sabía que contestarles

cuando la miraban con sus ojitos abiertos de par en par esperando una respuesta.

Al mes siguiente de la desaparición de su esposo, María recibió una carta. Era

de Daniel, le decía que la amaba mucho a ella y a los niños, y que todo lo había hecho

por ellos. La mujer rompió a llorar desconsoladamente. No entendía nada de lo que

ocurría. ¿Por qué Daniel reaccionó de esa forma?. Todo empezó a ir mal –pensó- desde

el extravío de aquel maldito papel, desde aquella noche en que por primera vez en su

vida lo había visto fuera de control, agachado, con una mirada enloquecida, en medio

de infinidad de papeles y archivadores esparcidos en el caos más absoluto.

Pasaron unos meses y la familia de Daniel poco a poco se iba acostumbrando a

su ausencia, aunque lo seguían echando de menos en cada momento del día y de la

noche. Una mañana soleada y fría, la pequeña Candela fue corriendo hasta donde

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estaba su madre, agitando un papel en su manita. –Mira mami, lo que encontré en el

jardín de atrás, en medio de unos arbustos, un papel que creo que es de papá, ¿será

importante?. Seguro que dejó la ventana del despacho abierta y una ráfaga de viento lo

hizo volar hasta el jardincito-. María cogió el documento que le daba su hija, y

mientras unas lágrimas asomaban en sus ojos le dijo a la pequeña, –sí hija mía, es muy

importante. Este papel ha cambiado nuestras vidas para siempre- y lo rompió con

rabia en los trocitos más pequeños que pudo mientras la niña la mirada asombrada.

Mientras esto ocurría en un barrio lujoso de Madrid, a muchos kilómetros de

distancia, en una pequeña aldea del norte de Francia, unos sencillos campesinos se

preguntaban quién era ese desconocido, amable y con porte elegante, que se ofrecía a

hacer trabajos domésticos a cambio de algo de comida. Con el tiempo los campesinos

se encariñaron con aquel misterioso vagabundo que habitaba en una casita que antes

había estado abandonada. Desde que el desconocido vivía allí, se había convertido en

la casa más limpia y ordenada, no sólo de la comarca, sino de los municipios cercanos.

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CAMBIO DE VIDA

espués de pasarme toda la noche dando vueltas en la cama, atenta al

paso monótono de los minutos y las horas en el viejo reloj fluorescente

que descansaba en mi mesita de noche, agradecí los primeros rayos de sol

que ya anunciaban el apasionante día que me esperaba.

Estaba ansiosa, el periódico para el que trabajaba me había encargado un reportaje

sobre el día a día que se vivía en los pueblos cercanos a la selva amazónica. Era una

de las pocas personas que estaban dispuestas a esta aventura de pasar un mes sin

muchas de las comodidades a las que estamos acostumbrados, y además, hablaba

portugués, así que supongo que era la candidata ideal para ir a esta misión.

Aquella tarde salía mi avión rumbo a Brasil; dediqué la mañana a hacer los

últimos preparativos del viaje, aunque no sabía muy bien qué era lo que tendría que

llevar y que dejar para un viaje tan fuera de lo común.

Antes de llegar a mi destino en el Amazonas, pasé un par de días en un hotel

de Río de Janeiro; presentía que aquellos iban a ser los últimos, al menos durante un

buen tiempo, en los que iba a poder disfrutar de una vida de pequeños lujos, como

abrir un grifo y que saliera agua corriente, pero a decir verdad, estaba muy contenta

y deseando empezar a vivir lo que se prometía como una aventura irrepetible.

El piloto de la pequeña avioneta que me iba a llevar a la selva, llegó puntual

al hotel. Era un hombre de baja estatura, delgado, que ya había entrado en la

cuarentena, callado y con una mirada que dejaba entrever una fina inteligencia. Una

vez hechas las presentaciones, nos dirigimos al lugar donde nos esperaba una

pequeña pero muy bien cuidada avioneta, que nos iba a trasladar a nuestro destino.

El paisaje que se divisaba a través de la ventanilla sólo podía calificarse de

majestuoso. Con una vegetación tan espesa que parecía increíble que allí abajo

pudieran vivir personas que hicieran habitable aquel lugar.

D

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43

La diminuta avioneta al fin aterrizó en las proximidades de un poblado. Justo

en ese momento, mi amable y callado piloto me indicó que ya habíamos llegado. –

Este es el pueblo, señorita, es uno de los últimos que hay antes de entrar en la selva.

Aquí estará bien, no con todas las comodidades, pero la gente es muy amable. Estoy

seguro de que la ayudarán en todo lo que esté en su mano. Le presentaré a la dueña

de la casa donde se va a alojar.–

El pueblo era pequeño, apenas había unas cuarenta casas, todas muy

modestas, y un par de tiendas donde se vendía un poco de todo. Los caminos estaban

sin asfaltar y una nube de polvo se levantaba al menor movimiento. Sin embargo,

era un asentamiento extraordinariamente vivo, con chiquillos jugando alegres y

despreocupados que se acercaban a nosotros con sonrisas tímidas y miradas muy

vivaces.

Nos detuvimos frente a una de las casas más grandes del poblado. Era de

madera, y como todas las demás, bastante sencilla. El piloto llamó a la puerta y salió

a recibirnos una señora de unos cincuenta y tantos años, un tanto regordeta, y que

lucía un pelo tan largo y brillante que llamaba la atención. –Hola María, ella es

Luna, la periodista española que se va a hospedar en tu casa. Sé buena con ella y

ayúdala en lo que puedas. Volveré dentro de un mes a buscarla– Le dijo el hombre

sonriendo mientras le guiñaba un ojo pícaramente. – No es necesario que me lo digas,

Joao, la señorita estará muy bien con nosotros– Contestó ella, devolviéndole la

sonrisa.

Joao se despidió de nosotras, volvía a su avioneta, mientras María me tomaba

de la mano y me conducía al interior de la casa. Ésta era muy austera, tenía lo

imprescindible, pero espaciosa y luminosa, con una cocina-comedor que parecía ser

el centro de la casa. En ese momento había un guiso en el fuego, así que su delicioso

aroma hacía que se despertara aún más mi apetito. Había también un dormitorio

amplio, adornado con unas cortinas muy alegres de colores muy vivos. Los muebles

eran muy escasos y hechos de madera finamente tallada. La luz entraba a raudales

en la habitación. Al lado había otro dormitorio un poco más pequeño que el anterior.

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María me condujo a la parte alta de la casa, y me mostró la que iba a ser mi

habitación durante mi aventura amazónica. Era pequeña pero muy acogedora, la

cama estaba vestida con un edredón multicolor que contrarrestaba la sobriedad del

cuarto. La mesa de trabajo estaba adornada con un bonito jarrón de cerámica que

contenía las flores más lindas que había visto en mi vida. Sin duda, era la manera

que tenía la simpática María de darme la bienvenida.

Deshice la maleta y pregunté por el baño, me estaba muriendo de ganas de

darme una ducha. Ésta estaba en la parte trasera de la casa. Era un pequeño recinto

hecho de troncos que no tenía techo. María me dio una pastilla de jabón nueva, una

toalla que olía a flores y un cubo de agua fresca para que me diera mi primera ducha

amazónica. Una vez limpia y con ropa nueva, me fui a la mesa a comer con María,

quien estaba ya dándole los últimos toques al almuerzo. En ese momento, llegó un

joven alto y moreno que debía tener unos treinta años. Su presencia era realmente

imponente, con un cabello negro y brillante que descansaba sobre sus anchos

hombros. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran sus chispeantes y dulces

ojos de un color verde muy intenso.

-Miguel, ¡que tarde has venido hoy!, ¿todo ha ido bien en la tienda?– lo

saludó María. –Hola mamá-, le contestó el muchacho, dándole un beso. –Todo bien,

sí, sólo que a última hora entraron varios clientes y los tuve que atender. –Mira, te

presentó a Luna, se va a quedar con nosotros un mes. Es la periodista española de la

que te he hablado– le explicó María. Miguel me sonrió y estrechó con firmeza mi

mano.

Fue una comida agradable. Descubrí que María había estado casada con un

arqueólogo estadounidense, pero éste enfermó y la mujer quedó viuda al poco tiempo

de nacer Miguel. Con el tiempo la madre y su bebé se trasladaron al pueblo donde

María abrió una pequeña tienda de la que había conseguir vivir.

La primera semana trascurrió tranquila, esforzándome por adaptarme a la

que iba a ser mi vida en el poblado. Daba pequeños paseos, hacía con María las

tareas de la casa, y sobre todo, hablaba mucho con la gente del pueblo, que en su

mayoría eran agricultores y subsistían vendiendo sus productos en el mercado de una

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pequeña ciudad cercana. Sin embargo, con quien pasaba más tiempo era con Miguel,

disfrutaba estando a su lado en la tienda, charlando y bromeando. Cuando cerraba el

negocio dábamos un pequeño paseo por el bosque justo antes de ir cenar. En uno de

esos paseos, nos sentamos bajo un árbol, y de repente, tomó mi mano. Así, sin

decirnos nada, estuvimos callados hasta que finalmente él me besó tan

apasionadamente como jamás me habían besado antes.

Cuando llegamos a casa, nos encontramos a María en la cocina hablando con

un grupo de cinco personas que charlaban muy animadamente. En ese momento, la

mujer apareció ante mis ojos con una nueva faceta. Era decidida y de ella emanaba

autoridad. Todos la escuchaban guardando un respetuoso silencio cuando María

hablaba.

–¿Qué ocurre, madre?, interrogó Miguel al notar que no era normal esa

situación.– Esto ya no se puede sostener más, hijo mío– le respondió María. – El niño

de los Souza ha caído enfermo y el laboratorio sigue negándose a suministrarnos

medicamentos. Ya está bien, hasta ahora han muerto ocho niños y cinco adultos,

¿cuántos más, Miguel, cuantos?–. Se indignó la mujer.

Ante esta situación me quedé perpleja. Tardé unos minutos en reaccionar

hasta que pude preguntar qué estaba pasando, entonces María me lo explicó todo.

–Se trata de unos laboratorios farmacéuticos que nos están presionando para

que nos vayamos de aquí. Están interesados en el terreno que ocupamos nosotros.

Hace unos años, en una reforma agraria que llevó a cabo el Gobierno de Brasil se nos

dio al pueblo el título de propiedad de estas tierras. Con el tiempo, descubrimos que

aquí crece una planta muy extraña que puede servir para combatir la obesidad. Este

laboratorio quiso comprarnos el terreno para tener la exclusividad del medicamento

y comercializarlo a su antojo, venderlo a quién quisiera a los precios que él fijara,

pero nosotros no estamos de acuerdo con eso. Esa planta es algo que está en la

Naturaleza y por lo tanto pertenece a todos. No debe ser un único laboratorio el que

tenga acceso a la patente de esa medicina. Lo cierto es que ahora quieren echarnos de

nuestras tierras por las malas. Se niegan a suministrarnos medicamentos básicos de

los que ellos tienen la exclusividad y, además, han presionado al Gobierno local para

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que el médico que venía todas las semanas deje de hacerlo. Desde que todo esto

empezó hace ya seis meses han muerto varias personas por falta de atención médica

y medicinas. Esto es difícil de soportar, ya hay familias que están pensando en

trasladarse a la ciudad–.

Cuando María terminó de hablar, me quedé helada. –Nadie nos hace caso,

Luna– Continúo Miguel. –El alcalde se lava las manos con la excusa de que no tiene

medios para solucionar el problema. La farmacéutica se justifica diciendo que no le

sale rentable producir esas medicinas y trasladarlas aquí. Por si fuera poco,

últimamente se han incendiado varias casas sin ninguna explicación. Sospechamos

que han sido provocados por mercenarios de los laboratorios, pero no tenemos

pruebas.

Mientras escuchaba las explicaciones que me daban madre e hijo, se me

ocurrió una idea, y hablé con el grupo que allí se había reunido.

– Se han olvidado de algo– dije resuelta a ayudar– Aún tenemos un as muy

importante en la manga. Trabajo para un periódico extranjero con una gran tirada

tanto nacional como internacional. ¿Y si escribiera un artículo sobre ello?. Sólo

necesitaría algunas pruebas. - ¿Crees que eso dará resultado?– Preguntó María. – Es

muy probable que sí. Muchas veces se le tiene más miedo a la prensa, al escándalo,

que a multas millonarias. Para una empresa no hay nada peor que estar en medio de

un asunto como éste.– Contesté ilusionada.– Sí, vale la pena intentarlo. ¿Pero como

conseguiremos las pruebas?– intervino Miguel con un brillo en sus hermosos ojos

verdes que delataba su entusiasmo. –Se me ocurre una cosa– Contesté– ¿y si un

representante del pueblo se reuniera con el negociador de la farmacéutica?.

Podríamos fingir que hemos cedido a sus presiones, y mientras tanto grabaremos la

conversación con una grabadora que he traído para hacer mis entrevistas. Cabe en

cualquier parte sin que se note que se lleva encima. No sería difícil pillarlo en una

declaración comprometida y yo le enviaría después la grabación al periódico.

Conozco al Redactor Jefe, creo que no dejaría escapar una noticia como ésta–.

Todos estuvieron de acuerdo con mi plan. Esa noche no pude dormir. De

repente sentí la necesidad de estar acompañada, o más sinceramente, quería estar

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47

con Miguel, me hacían mucha falta sus abrazos. Estaba enormemente contenta de

poder ayudar a aquellas personas, pero también me sentía asustada. Desconocía a

que peligros nos íbamos a enfrentar. Destaparíamos la caja de Pandora y sólo Dios

sabía lo que saldría de ella. Llegué a tientas hasta la habitación de Miguel. Solía

dormir con la puerta entreabierta, lo que era una suerte pues así haría menos ruido.

Me acurruqué a su lado, el me abrazó y así pasamos nuestra primera noche juntos.

La más romántica de mi vida.

A la mañana siguiente, el pueblo se reunió para decidir si aceptaba o no mi

propuesta y decidir en su caso, quien sería el emisario. La reunión fue en casa de

María, sin duda, esa mujer era una líder nata a la que todos respetaban. Acordaron

por mayoría que Miguel sería el enviado para hablar con los hombres del laboratorio.

Por fin, llegó el día señalado. El encuentro iba a ser en la tienda de María. A

la hora señalada se presentó un hombre alto y canoso que ya había entrado en la

cincuentena. Estaba elegantemente vestido, llevaba incluso chaqueta y corbata, lo

que le hacía parecer un tanto raro al contrastar con las ropas sencillas y ligeras de los

habitantes del pueblo. Miguel abrió la puerta de la tienda, y tras intercambiar un

correcto saludo, los dos hombres pasaron al interior.

– Bueno, usted dirá. ¿Qué quería decirme?– Preguntó el hombre.

–Ustedes ganan– Contestó Miguel. – No queremos dejar estas tierras, pero

necesitamos medicinas y atención sanitaria.

–Es muy inteligente su actitud–. Sonrió el siniestro interlocutor de una forma

que dejaba entrever claramente su codicia. Luego continuó hablando.– De nada

serviría seguir siendo dueños de unas tierras, si cuando caen enfermos no tienen

posibilidad de curarse sin medicinas ni médicos, y usted bien sabe que la humedad, el

calor y los insectos son un perfecto caldo de cultivo para enfermedades graves. Han

hecho muy bien, lo único que queremos son los derechos sobre las plantas, por lo

demás pueden seguir con su vida normal–.

En ese momento, el corazón de Miguel, según me dijo después, se inundó de

una inmensa alegría que se esforzó por contener. Lo habían conseguido. Lo que aquel

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hombre había dicho era una prueba suficiente para enviarla al periódico y

publicarla. Ahora podían tener una oportunidad. Cuando la reunión terminó y se

marchó el representante de la farmacéutica, todo el pueblo, ansioso, esperó la salida

de Miguel.

–Creo que lo tenemos– dijo éste con una sonrisa franca, abierta, que

iluminaba aún más su hermoso rostro. Ahora tocaba ver si la grabación era buena.

Todos estuvimos con el corazón en un puño mientras oíamos la conversación.

Al terminar, todas las miradas se dirigieron hacia mí, esperando que les dijera si lo

que teníamos era o no suficiente para conseguir lo que pretendíamos. – Creo que

servirá. Haré una copia y la enviaré lo antes posible al periódico–. Fue mi conclusión.

El tiempo de espera que trascurrió hasta que tuvimos noticias del periódico se

hizo interminable. Cada vez que venía el correo, que generalmente era una vez por

semana, teníamos la ilusión de que llegara alguna respuesta. Sin embargo, lo que

llegó a los veinte días fue un escueto telegrama del director del periódico “Recibida

grabación. Consigue un teléfono y llámame”.

Al día siguiente fui con los campesinos al “pueblo grande”, como ellos lo

llamaban. Hasta ahí iban cada vez que era necesario, para vender sus productos en el

mercado. Nos pusimos rumbo a nuestro destino a las cuatro de la mañana. Fue un

viaje penoso, por carreteras sin asfaltar que se habían convertido en un lodazal por

las recientes lluvias, lo que hacía que la furgoneta se atascara a cada momento. Pero

finalmente, después de casi seis horas, llegamos a nuestro destino. Era cierto que

comparado con el lugar de donde veníamos, parecía bastante grande, pero no por ello

dejaba de ser un pueblo pequeño con sus casitas de madera construidas por sus

propietarios, unas cuantas tiendas y un par de bares. La vida del lugar giraba por las

mañanas en torno al mercado. Todo estaba impregnado de un bullicio alegre en el

que compradores y vendedores trataban de ponerse de acuerdo sobre la calidad y el

precio de los productos, y los vecinos se ponían al día de sus vivencias cotidianas.

Aquello sólo daría para escribir un buen artículo, si no hubiera tenido ocupado todo

mi pensamiento en lograr acabar con la injusticia que se estaba cometiendo; así que

lo primero que hice fue preguntar por el teléfono y llamé a Álvaro, el Director del

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periódico. –Hola soy Luna, le llamo por lo de la grabación que le envíe. ¿Qué le ha

parecido la noticia de lo que está ocurriendo en el Amazonas?. –¿Qué quieres que te

diga, me parece un bombazo lo que tenemos entre las manos. He escuchado la

grabación y la conversación no deja lugar a dudas sobre lo que pretende ese tipo,

pero si lo publicamos nos podemos meter en un buen lío. Nos enfrentamos a una

industria muy poderosa, no es algo que se pueda tomar a la ligera. Como mínimos

nos van a acribillar a querellas y con la actitud mafiosa que está siguiendo el

laboratorio, es posible que recibamos amenazas muy serias. No sé si sería más

prudente no publicarlas.– Esa contestación me indignó. Si por algo se caracterizaba

Álvaro era por su valentía cuando se trataba de asumir riesgos, así que saqué en ese

momento toda la determinación que tenía para convencerlo y le contesté de una

forma que hasta a mí misma me sorprendió. – Mira, ésta es una de esas ocasiones en

las que el periodismo se convierte en una profesión digna, útil, que sirve para

descubrir y denunciar injusticias. No debemos dejarlas pasar, yo lo tengo claro, esto

tiene que salir a la luz. Hay una empresa poderosa que sospechamos que hasta está

incendiando casas a pobres campesinos. Tenemos la oportunidad de hacer algo por

ellos y evitar que esto siga sucediendo. Si a usted no le interesa, me pondré en

contacto con otros periódicos y revistas, quizás a National Geographic o Science, les

interese publicarlo y seguir investigando–. Después de que esas palabras salieran de

su boca, durante un rato interminable se hizo el silencio, entonces Álvaro contestó. –

Está bien, Luna, tienes razón, asumiremos el riesgo, se publicará, mándame el

artículo con las entrevistas, lo quiero en mi mesa dentro de un mes como mucho–.

En ese momento, loca de contenta, le di las gracias, prometiendo que me pondría

manos a la obra.

Estuve quince días trabajando, el portátil se convirtió en algo así como en un

compañero inseparable. Sólo por las noches me permitía dar un paseo con Miguel. Me

sentía muy comprendida por él, cada vez que estaba a su lado era un momento

mágico.

Finalmente el artículo terminó viendo la luz y las repercusiones no tardaron

en producirse. Tanto la prensa como la radio y la televisión, terminaron por hacerse

eco de la noticia. Un buen número de consumidores dieron la espalda a los productos

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de esos laboratorios. El Gobierno y la Justicia brasileña iniciaron una investigación

que terminó con una indemnización multimillonaria y varios directivos de la

farmacéutica y políticos locales en la cárcel. El periódico, aunque tuvo que hacer

frente a querellas, las ganó todas, y alcanzó un prestigio importante, lo que hizo que

siguiera la línea iniciada de periodismo de investigación independiente y

comprometida socialmente.

En cuanto a mí, ¿qué puedo decir?. Recibí muchas felicitaciones, propuestas

de ascensos y aumentos de sueldo. Sin embargo, sentía que había encontrado mi

lugar, estaba en armonía por primera vez, feliz, y sobre todo había encontrado el

amor. Rechacé todas esas propuestas y me quedé en el pueblo, con mi marido

Miguel, mi bebé, un niño muy sano que estaba creciendo alegre y vivaracho, con

María, y todos los demás. Y no me arrepiento, cuando veo lo que soy y lo que he

construido, me gusta.

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