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AÑO DE ESPIRITUALIDAD MAB Presentación del Libro “Monseñor Miguel Angel Builes, ¿Por qué el Obispo Misionero de Colombia? PRESENTACIÓN DEL LIBRO “MONSEÑOR MIGUEL ANGEL BUILES, ¿POR QUÉ EL OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA?” AUTOR: DR. SIGIFREDO OCHOA OSPINA TEATRO PABLO TOBÓN URIBE AGOSTO 23 DE 2013 MEDELLÍN- COLOMBIA

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AÑO DE ESPIRITUALIDAD MABPresentación del Libro “Monseñor Miguel Angel Builes, ¿Por qué el Obispo Misionero de Colombia?

PRESENTACIÓN DEL LIBRO

“MONSEÑOR MIGUEL ANGEL BUILES,

¿POR QUÉ EL OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA?”

AUTOR: DR. SIGIFREDO OCHOA OSPINA

TEATRO PABLO TOBÓN URIBEAGOSTO 23 DE 2013

MEDELLÍN- COLOMBIA

AÑO DE ESPIRITUALIDAD MABPresentación del Libro “Monseñor Miguel Angel Builes, ¿Por qué el Obispo Misionero de Colombia?

DOCTOR SIGIFREDO OCHOA OSPINA

Ex alumno del Seminario Diocesano de Santa Rosa de Osos, abogado y doctor en Derecho, Ciencias políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá); Doctor en Criminología y Criminalística y experto en Medicina legal, de la Universidad “La Sapienza” de Roma; experto en tratamiento y prevención de conductas antisociales y criminales del Instituto Internacional para la Cooperación contra el Crimen (Roma); miembro de la Sociedad Internacional de Derecho Penal (París); con una vasta producción literaria, en materia de investigación científica en su profesión y en literatura: la novela y la poesía forma parte de su inquietud humanista.

Actualmente reside y trabaja en Roma en donde es catedrático de Derecho Penal, criminología y criminalística y presta asesoría didáctica sobre formación de nuevos investigadores y aplicación de nuevos métodos y técnicas de investigación.

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MESA PRINCIPAL

BANDERAS INSTITUTOS MAB

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DISCURSOS

SALUDO DE BIENVENIDA.

Madre María Consuelo Arroyave Velásquez, Superiora General Hijas de Ntra. Sra. de las Misericordias,

Presidenta de la Fundación Miguel Angel Builes.

Buenas noches a todos los asistentes.

En nombre de la Familia MAB, agradecemos su presencia que para nosotros se constituye en el

ejercicio de una acción de Iglesia y el reconocimiento de la necesidad de la meditación y el estudio cada vez más asiduo sobre la persona del Siervo de Dios Monseñor Miguel Ángel Builes.

Es para mí motivo de alegría compartir la satisfacción de nuestra Fundación MAB, de ver cómo se ha ido consolidando y potenciando un proceso de análisis y estudio sobre la persona y las obras de nuestro admirado y amado Obispo. Queremos compartir con ustedes algunas reflexiones en la línea del título del libro que presentamos- refiriéndome a los avances, debates y silencios sobre: Monseñor Miguel Ángel Builes, Por qué el Obispo misionero de Colombia?

La decisión de publicar esta obra responde a dos sentimientos: El primero, el amor y reconocimiento de un hombre que como Monseñor Builes buscó aportar, desde su fe, su compromiso, a la construcción de un futuro que bañado bajo la mirada de María, pudiera proclamar las misericordias del Señor y desde el ejercicio de una mirada crítica sobre la situación que vivía el País, fue tejiendo lazos de esperanza y de nuevos compromisos. El segundo, a la convicción profunda que tenía de la obra de la Iglesia y de sus obras, es decir, su acción misionera.

Resulta un alto homenaje que estemos hoy acá, en este recinto y en esta coyuntura interna de los sueños y deseos de santidad de Monseñor Builes, presentando algo de su historia. Es un homenaje al gran Obispo misionero de Colombia, el Padre y fundador de Institutos religiosos, el hombre de fe, el místico y profeta. El hombre que en cada rincón del tiempo iba escribiendo la historia. La

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historia de un pueblo que poco a poco pasaba a la modernidad, tal vez, enclavándose en los sinsabores de la violencia y del olvido de los valores culturales de patria, de familia, de religión. Desde allí, lo digo sin duda, aprendió la mirada de los necesitados del amor, de la fe, la esperanza y del Evangelio.

SOBRE EL LIBRO

El Dr. Sigifredo Ochoa Ospina, escribió el texto que hoy ve la luz pública como resultado de una investigación exhaustiva donde se relaciona la vida y misión de este gran hombre de fuerza y esperanza.

La obra permite a los lectores:

a) entender el planteamiento misional de Monseñor Builes, su intrepidez para la misión, las ansias de redención para todos, de conversión, es decir, de llevar el evangelio hasta los lugares más apartados.

b) y las “Batallas emprendidas en defensa de la fe” en contra de los lobos disfrazado de cordero, que hacían mucho mal envenenando los espíritus. Con su aliento intuitivo supo entender los errores que se iban apoderando de sus fieles, en aquel entonces.

De la vida de este gran Hombre, nos quedan tres tareas:

1. Pasión y futuro, es la primera tarea. Pasión por la Misión, pasión por el futuro, realizado en el ya pero todavía no…. Pasión que nos hace ir más allá de las fronteras, allá donde nadie quiere ir, pasión por el hombre y su salvación.

2. La segunda tarea se llama trabajo, se llama proyecto, se llama voluntad, se llama decisión. De Monseñor Miguel Ángel Builes, hemos aprendido que no hemos nacido para nosotros. Nuestra vida cobra sentido en la medida que las gastemos por los otros, por los ideales altos de Cristificación y cristificar. Voluntad, decisión desde gran trilogía: subir, purificarse, brillar y así transfigurarse.

3. La tercera tarea se llama, compromiso, servicio, servir, ser fuego crepitante, como Monseñor nos pide, fuego que encienda otras almas para la causa de Cristo. Fuego de amor, fuego de evangelio, fuego de pan y de vida para todos.

Voy a terminar con unas palabras del propio Monseñor Builes, “ Denle sus ojos para que con el fulgor de las pupilas de Jesús brillen como estrellas en el mundo de las almas y en la morada del Padre… denle, en una palabra todo su ser, pues son “algo de Jesús”, ustedes son Jesús, ustedes, Dios mío! Ustedes son Dios, por su incorporación con Cristo. Eso son ustedes . (MTE 26)

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La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra comenzada por Monseñor Builes continúa: Tú puedes aporta una estrofa a esta sinfonía. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.

Muchas gracias. 

¡…EL CIELO FUE SU OBSESIÓN!Alcanzado por su celo misionero, su celo apostólico y su celo doctrinal.

Conferencia del Padre Mario Álvarez Gómez,Director Nacional Obras Misionales Pontificias

Sacerdote del Clero de Santa Rosa de Osos

Iba mediando el día viernes 22 de agosto del año 1924 y en el Salón de Grados del Colegio San Bartolomé de Bogotá resonaban las palabras del P. Mathurin Jehanno, Sacerdote Eudista, Director Nacional de la Propagación de la Fe en Colombia. Faltaba poco para concluirse el PRIMER CONGRESO Y EXPOSICIÓN NACIONALES DE MISIONES CATÓLICAS DE COLOMBIA, realizado en Bogotá, del 15 al 24 de agosto de 1924. Su disertación la tituló “Obras que a favor de las misiones se pueden establecer en Colombia”. Decía: “…La mies es grande y pocos son los obreros. Un misionero no se improvisa: su

larga formación no exige menos gastos que la del abogado y la del médico. Formar misioneros, he aquí la primera necesidad que se presenta, a la cual se añaden los largos y costosos viajes para alcanzar el teatro de su apostolado, en donde tendrá que crearlo todo y levantar a la vez iglesia y hospital, escuela y orfelinato…”. En el auditorio escuchaba y meditaba un tiernísimo corazón episcopal, que no halló espacio en aquellos días para intervenir, pues era el Benjamín del Episcopado Colombiano y con sólo días de recibir el encargo de ser Sucesor de los

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Apóstoles, a sus primeras pisadas en la realización de la Cuarta Plenaria del Episcopado Colombiano, se sumó la vivencia del primer congreso misional de Colombia, todo vivido en escasos 20 días de aquel mes de agosto del año 1924, pues el día tres del mismo mes había recibido la Consagración Episcopal en la Catedral Primada de Colombia. Estaba a días de cumplir 36 años de existencia. (Donmatías, Antioquia, 9 de septiembre de 1888 – Medellín, 29 de septiembre de 1971).

Y terminó el P. Mathurin su discurso con estas palabras que espolearon aún más el ánimo del joven Prelado: “…Yo saludo con toda mi alma sacerdotal el día, que quisiera ver cercano, en que se establezca en Colombia un seminario de misioneros, semillero de apóstoles intrépidos y magnánimos que vayan a llevar a las nacionesinfieles la fe que trajeron a esta no ingrata ni estéril tierra los hijos de Santo Domingo de Guzmán y de San Francisco de Asís, de San Agustín y San Ignacio de Loyola…”. Y no sólo esto: al salir de la sesión, es el mismo conferenciante quien le susurra al oído del joven prelado que esa tarea la tiene reservada la Providencia para él. A él, a Monseñor Miguel Ángel Builes Gómez, Obispo electo de Santa Rosa de Osos, a dónde llegará para quedarse, le corresponderá establecer en Colombia las obras que faltaban en favor de las misiones en esta patria y, desde ella, para el mundo entero.

“Soy misionero del Rey del Cielo…”. Así había prometido serlo y eso sería: UN MISIONERO. Y a partir de ahora, UN OBISPO MISIONERO. En aquella ocasión, durante el PRIMER CONGRESO Y EXPOSICIÓN NACIONALES DE MISIONES CATÓLICAS DE COLOMBIA, empezó a fraguarse el OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA.

De niño, la lectura formaba parte de su gusto y entre ellas le ganaba la atención LA REVISTA DE LA SANTA INFANCIA. Nacía así su vocación misionera, que empezó a cristalizarse el 7 de marzo del año 1907, cuando fue admitido al curso tercero del Seminario Menor de Antioquia, en San Pedro. Fue allí, y en aquel tiempo, bajo la sabía orientación de los Padres, Eudistas, donde y cuando se afirmó vigorosamente en él la vocación misionera. Allí no cesó de leer, meditar y guardar en su corazón las lecturas que le ofrecía todo lo referente a las misiones, al SIGLO DE LAS MISIONES, hasta hacerse el firme propósito de ser sacerdote misionero. El 8 de marzo del año 1911 ingresó al Seminario Mayor de Antioquia a continuar su formación hacia el sacerdocio. El 11 de abril siguiente tomaba posesión de la Diócesis Monseñor Maximiliano Crespo Rivera, quien lo consagraría sacerdote pocos años después. Allí, estos días de marzo de 1911, escuchó en la lectura espiritual “Historia de un alma” y la vida de Santa Teresita del Niño Jesús y su doctrina entró como programa misionero de su vida. Sería su compañera en las obras en favor de las misiones que le correspondería realizar. Este fue el origen de un amor confundido todo él en la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Llegó la mañana del domingo 29 de noviembre de 1914, cuando, en la Capilla de la Casa Episcopal de Antioquia, recibió la ordenación sacerdotal. Iniciaba así una andadura plena de fervor sacerdotal y de espíritu misionero, iniciando como vicario cooperador de Valdivia y misionero en las regiones bañadas por el Bajo Cauca antioqueño, desde

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Puerto Valdivia hasta su confluencia con el río Nechí, abarcando ambas riberas del río, región hoy plagada de dificultades sociales pero con gran número de personas profundamente creyentes que harán, sin duda, de esta región una de las más prósperas de nuestro Departamento. Y la Iglesia en esto está jugando un papel de máxima importancia. Lo allí sembrado evangélicamente con mucha esperanza florecerá, prometiendo cosecha abundante.

A Valdivia llegó el 16 de abril de 1915. Las fiebres palúdicas que entonces por aquellas inhóspitas tierras minara la salud del levita misionero bien tuvieron su recompensa en la cristianización de sus pobladores. Luego Toledo, Santa Isabel y El Tigre. En los últimos días de 1918 fue nombrado Párroco de Remedios, Antioquia, con el cuidado también de Santa Isabel y El Tigre. Toda aquella región, con su selva oscura y profunda, invadía no sólo su terruño físico sino también sus habitantes. Allí se daban cita todos los errores humanos y enceguecían los espíritus con prácticas supersticiosas e inmorales. Otro difícil teatro de acción del joven sacerdote. Pero todo esto no hizo sino afianzar en él su gran espíritu sacerdotal y su fortaleza de ánimo, todo él misionero y prepararlo para el 29 de noviembre de 1923, cuando cumplía 9 años de su ordenación sacerdotal, y recibía un telegrama de Monseñor Maximiliano Crespo que le anunciaba el deseo del Santo Padre de hacerlo Obispo de Santa Rosa de Osos. No lo buscó, no lo deseó, quiso rehuirlo, pero los designios de Dios se cumplen contando con todas las vicisitudes humanas. Aceptó el reto y el hecho se hizo público el 18 de enero de 1924 por telegrama del Nuncio Apostólico dirigido al nuevo obispo de Santa Rosa de Osos.

El jueves 24 de abril de 1924, Semana de Pascua, deja Remedios y se dirige a Santa Rosa de Osos a prepararse. El 27 de mayo de 1924 son expedidas en Roma dos Bulas del Papa Pio XI, EL PAPA DE LAS MISIONES, del nombramiento episcopal: una al Clero y al Pueblo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos y otra al Ilustrísimo Señor Builes.

En aquel Salón de Grados del Colegio San Bartolomé de Bogotá, en donde venía escuchándose la conveniencia de fundar un Seminario especial para misioneros de Colombia, las palabras confidentes del P. Mathurin Jehanno fueron un golpe de gracia: “A Usted le toca, Señor Builes, acometer la obra. Antioquia es tierra de vocaciones y Su Señoría está muy joven y es muy misionero”.

Escribe el Señor Builes: “Yo guardé silencio porque me abrumaba el pensamiento de mi miseria; pero reflexionaba que durante los diez años de mi ministerio sacerdotal, no había pensado sino en que “la mies es mucha y los obreros pocos”. Durante el Congreso Misional la idea me había obsesionado y ahora este piadoso sacerdote me decía con tanta seguridad: “A usted le toca la obra”. Dios se vale de los pobres instrumentos para sus obras, dije, y si Él me pide este sacrificio, lo acepto con toda el alma”. (María Dolly Olano G. MT. Monseñor Builes: El Hombre, El Apóstol, El Místico. Impresión Cuadernos de Vida Cristiana, Cali. Página 115).

Durante aquellos días y por invitación de Monseñor Maximiliano Crespo, gran protector de la Madre Laura y de su Congregación, participa en una reunión con la Madre Laura que va de camino hacia Pamplona a la fundación de la misión del Sarare. En aquella

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reunión acogerá en San Pedro de los Milagros el Noviciado y la Casa General de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena. La Madre Laura, el Noviciado y la Casa General de su Congregación, por esos días finales de 1924 saldrán de Dabeiba por falta de comprensión, malas interpretaciones y tiranteces con el Señor Prefecto de Urabá, Ilustrísimo Señor José Joaquín Arteaga y su comunidad de Padres Carmelitas, a quienes el Santo Padre Benedicto XV había confiado la evangelización de esta Prefectura Apostólica de Urabá, en 1918.Será el primero de muchos encuentros y de muchas comunicaciones que se romperán definitivamente en abril-mayo del año 1927, por malas interpretaciones entre el Señor Builes y la Madre Laura, estando en medio los Padres Eudistas, Enrique Rochereau, gran promotor de la misión del Sarare y José Tressel, Director Espiritual del Señor Builes, y Capellán de las Hermanas Lauritas en San Pedro. En los primeros días del mes de mayo de 1927, salen definitivamente las Hermanas Lauritas de San Pedro y se instalan en Santafé de Antioquia, Diócesis en dónde habían nacido como Congregación de Derecho Diocesano, el 1° de enero de 1917.De estos humanos episodios estaremos dando razón en la REVISTA DE MISIONES, a partir de la próxima edición de septiembre-octubre de este año. Humanos, profundamente humanos, Santa Laura Montoya y el Siervo de Dios Miguel Ángel Builes, las dos grandes figuras misioneras de Colombia.

“Ser misionero y ser santo” una obsesión que lo acompañó toda su vida, con la cual exhaló su último suspiro. La parábola de su vida terrena nace y muere, iluminando de extremo a extremo, el cumplimiento de una misión señalada por el Cielo y realizada con exquisito rigor, frente a las naturales vicisitudes humanas. 83,1 años de vida terrena y de ellos, 56,8 años de vida sacerdotal, de los cuales 47,2 años como Obispo de Santa Rosa de Osos. Una total ofrenda de amor, sacrificio y entrega a la causa del Evangelio, a la Missio Dei, confiada por el Padre a su Hijo Amado y por el Hijo a los hombres. Su vida no fue la realización de un compromiso personal en provecho propio, sino la aceptación, obediente y gozosa, de la continuación de la misión cumplida por el Hijo Eterno, pero no terminada por el Hijo, ni agotada por el discípulo, ni plenamente cumplida por la Iglesia.

Es que la Iglesia con nosotros, como discípulos misioneros, no tiene una misión propia. La misión de la Iglesia, que es nuestra misión, es continuar la misión del Hijo: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de LA VERDAD. Y la Iglesia pugna por cumplirla, y el discípulo batalla por continuarla en una continua expectación del “ya” pero “todavía no”. En el cumplimiento de esta tarea nos acompaña un gran consuelo, que nos da seguridad y nos colma de esperanza: el Hijo, con su Misterio Pascual, nos hizo aptos para la Salvación, rompió el dominio absoluto del Demonio y su Sangre Redentora purifica a todos los que, queriendo salvarse hacen lo propio para alcanzar la plenitud de la salvación: LA VIDA ETERNA FELIZ EN EL CIELO. A partir de Cristo somos ciudadanos para el Cielo. Pero esta gratuidad exige parte humana, pide una pequeña compensación en el esfuerzo humano por dominar las fuerzas oscuras del mal que habrá de acompañarnos mientras dure nuestro tránsito por este valle terreno. Pero la última palabra no la tiene el mal; el grito de victoria, a partir de Cristo, no es el del Demonio. El grupo de los de Cristo, cantará la victoria y todo lo creado, en Cristo, triunfará.

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¡Cómo comprendió de bien esta verdad, el tímido seminarista, el enfermizo levita y el combatiente vigilante Miguel Ángel Builes Gómez! Y lo plasmó muy bien, como divisa, en su escudo episcopal: “Combatir bien el combate de la fe” (1Tim. 6,12; 2Tim. 4,7). La batalla de la fe es la única garantía de posesión de su posesión. Para tener acceso a los activos de la redención divina hay que involucrarse con el arma de la fe. La fe es la llave maestra de un mundo de victoria. Y asumirá “la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia” (Catecismo I.C. No. 2573). El autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea (Cfr. Gen. 32, 23-33). Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, entonces la lucha no puede menos de culminar en la entrega de sí mismos a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence precisamente cuando se abandona en las manos misericordiosas de Dios.

Todo esto lo encarnó en su vida el Señor Builes. Para ser el Obispo misionero, la fe fue el arma de su combate, la espada que le ayudó a librar la gran batalla del Evangelio.

Muchos y mucho han escrito sobre Monseñor Miguel Ángel Builes: Sus hijos, sus hijas, sus diocesanos, muchos de sus amigos, varios de sus enemigos. Hombres de Iglesia, enemigos de ella; sabios y prudentes los más; y unos cuantos han pretendido hablar de la luz sin querer sanar su propia ceguera.

En hora buena, en este AÑO DE LA FE, decretado por la Iglesia Universal; en este AÑO DE LA ESPIRITUALIDAD DE MONSEÑOR MIGUEL ÁNGEL BUILES, decretado por la Iglesia Particular de Santa Rosa de Osos y por la Familia MAB, conoce la luz, no un libro más sobre la figura del Señor Builes, sino el libro que, escrito desde la otra orilla, nos señala claramente por qué Monseñor Miguel Ángel Builes es EL OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA.

Su autor, el Doctor Sigifredo Ochoa Ospina nos lo dice en su introducción: “Aunque nunca he sido humilde, quiero, no obstante ello, en esta ocasión tan especial, cautivado por su modestia despojado de toda vanidad; con una humildad que jamás pensé que pudiese morar en mí –aunque sea temporal-; declarar que: desde el punto de vista espiritual me siento indigno de hablar de sus virtudes y de su santidad, y desde el punto de vista intelectual me considero incompetente para interpretar y exponer en modo excelso –como lo merecen personaje y argumento- el pensamiento y las virtudes del Siervo de Dios…”.

A 35 años de distancia, estas palabras, de un hombre profundamente espiritual, pero no sacerdote ni religioso, cumplen el propósito de otras. Se trata de la primera biógrafa de Monseñor Builes, la Hermana Teresita María Dolly Olano García, que así se expresaba el 29 de noviembre de 1978: “Mi labor ha sido la del primitivo colono que presintiendo la existencia de hermosas y ricas regiones, abre trocha en la montaña aún inexplorada; vendrán luego los audaces ingenieros, que se aventuren por los caminos de la investigación, los artistas del estilo y del lenguaje, los intelectuales y los maestros de la teología y de la mística, que descubran las inmensas riquezas y muestren los amplios horizontes espirituales que mis ojos presienten en la historia del que en su vida terrena

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se llamó MONSEÑOR MIGUEL ÁNGEL BUILES”. (Introducción al libro Monseñor Builes: El Hombre, El Apóstol, El Místico).

Hasta ahora, ha habido quienes, profundamente enamorados de la espiritualidad y vocación evangélica de su fundador, nos han regalado preciosas piezas literarias, que con cuerpo unas de gran bagaje doctrinal y opúsculos, otras, de valor de perlas, han iluminado la vida y obras de su Padre espiritual. (Producciones de la Familia MAB). Otros, también, desde la mirada humana que trata de rastrear el origen de tanta grandeza, perseverancia, tenacidad y espiritualidad, nos han solazado con una imagen diáfana y sin dobleces del Señor Builes (El Obispo Builes).

Ahora, y no será el último, el Doctor Sigifredo Ochoa Ospina, en una preciosa producción, resultado de una severa y recta investigación, nos regala el fruto de su admiración y aplauso a Monseñor Builes, indicando por qué es el Obispo misionero de Colombia. Tarea nada fácil frente al concierto de eminente figuras episcopales como han sido la inmensa mayoría de los obispos colombianos.

“Ex alumno del Seminario Diocesano de Santa Rosa de Osos, abogado y doctor en Derecho, Ciencias políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá); Doctor en Criminología y Criminalística y experto en Medicina legal, de la Universidad “La Sapienza” de Roma; experto en tratamiento y prevención de conductas antisociales y criminales del Instituto Internacional para la Cooperación contra el Crimen (Roma); miembro de la Sociedad Internacional de Derecho Penal (París); con una vasta producción literaria, en materia de investigación científica en su profesión y en literatura: la novela y la poesía forma parte de su inquietud humanista.

Actualmente reside y trabaja en Roma en donde es catedrático de Derecho Penal, criminología y criminalística y presta asesoría didáctica sobre formación de nuevos investigadores y aplicación de nuevos métodos y técnicas de investigación.

“De esta obra no emana, nos dice su autor, la figura de un ángel sino la de un hombre: sí, la de un hombre con todas sus virtudes, sus luces y sus sombras, su imperfecciones y defectos; la de un hombre, eso sí, que siendo plenamente consciente de los límites de su humana fragilidad, los reconoció sin ambages y cada día de su vida luchó con humildad para vencer sus pasiones, dominando sus flaquezas, con el fin de alcanzar la salvación de su prójimo y su propia santidad” (Introducción, paginas 21-22).

Magistralmente el autor condensa en un párrafo de su introducción el contenido de su producción: “…con su argumento yo me he limitado a realizar tres operaciones de mera carpintería, sin tomar posición sobre su contenido: 1- seleccionar el material existente sobre su vida y su obra, como hombre y como sacerdote, como misionero y como obispo, existente en los archivos históricos; 2- individuar los hitos que, como escaques de un tablero de ajedrez, forman el armónico mosaico de la espiritualidad, la humanidad y el dinamismo que fueron siempre la esencia de su ministerio episcopal y de su apostolado misionero; 3- hilvanar tales eventos y darles una concatenación cronológica, temática y racional, para poderlos exponer con objetividad, como un compendio;

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haciendo sobre ellos sólo acotaciones tendientes a definir los contornos de algo ya existente pero disperso, y a delinear el perfil polifacético de su autor en su entera dimensión humana, misionera y pastoral; que hay que desentrañar analizando cada frase suya en su contexto histórico y circunstancial”. (Introducción, página 22).

Son, entonces, 450 páginas que nos inundarán de admiración y fortalecerán en sus lectores la convicción de acercarse a contemplar la vida del gran obispo misionero de Colombia. Lo prologa el Señor Cardenal Darío Castrillón Hoyos, testigo de excepción de este paladín del episcopado colombiano. Luego de una clarísima introducción de su autor y de una breve reseña biográfica del Señor Builes, aparece la razón que le da título al libro. Luego, en ocho capítulos, hábilmente hilvanados, tomando sendas facetas del Obispo, se amplía la razón que da pie a esta nueva producción literaria sobre tan eminente figura de la historia más reciente de nuestra patria; para terminar con una exposición sobre las obras espirituales hechas por el Señor Builes y que siguen ahora, con vitalidad y entusiasmo, cumpliendo la Missio Dei, acogida por su fundador y continuada, con gran riqueza, por sus hijos e hijas espirituales. Para concluir, en ocho puntos, todo lo que avala y da pleno fundamente a la convicción que Monseñor Miguel Ángel Builes es el OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA.

En la mente y en corazón del Señor Builes cabía, en su totalidad, el sentido profundo de la redención evangélica: hay que salvar almas, sin descuidar sus cuerpos; más aún, atendiendo las cuestiones que hacen posible una vida con dignidad. “Cuarenta días en el Vaupés” es un ejemplo claro de la verdadera inculturación del Evangelio, al que le da amplia resonancia nuestro autor. “Estos indios del Vaupés están en camino de redención, y ésta se logrará cuando tengamos la carretera que, saliendo de Villavicencio, pase por San José del Guaviare y por Miraflores, a Santa Rosa del Guaviare y llegue hasta esta ciudad de Mitú, para seguir luego hasta Montfort, y siguiendo la banda derecha del Papurí, llegue hasta los límites con el Brasil, frente a Yavaraté. Urge igualmente otra carretera que parta de Villavicencio, atraviese el Guaviare en alguna parte oriental y vaya a buscar las cuencas del río Inírida y del Atabapo, en nuestro oriente, lindante por el Orinoco”. (Página 72. Lo concerniente a Cuarenta días en el Vaupés, aparece en las páginas 67 a 78).

En el Señor Builes cabía plenamente lo que declarará oportunamente el Concilio Vaticano II, si bien el obispo tiene una responsabilidad inmediata sobre la porción del pueblo de Dios que se le ha confiado, su inquietud misionera debe mirar a la Iglesia Universal, al mundo en su totalidad.

Sin dejar palmo de tierra de su extensa diócesis sin pisar, yendo continuamente a evangelizar, no le faltaron momentos azarosos y situaciones que lo llevaron muy cercano de la muerte. El suceso de El Aro, traído también por nuestro autor, es digno de recordación: 12 de marzo de 1954: “Hoy fue un día de tragedia para mí, aunque la Providencia amabilísima de Dios para conmigo hizo un nuevo alarde de misericordia con este indignísimo siervo. Es lunes santo, y en El Aro hemos celebrado ayer con alegría inmensa de los fieles la fiesta de Ramos, y yo he tenido un recuerdo agradecido de la Congregación de Teresitas, que ayer cumplió veinticinco años de fundada.

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Sin embargo, hoy amanecí de malas, la mula que monto, en la cual había venido, mansísima y buena, me sirve hoy también. Son las nueve de la mañana y ya llevamos recorridos diez kilómetros. El camino, abierto en la roca viva y casi vertical, exige andar despacio, y uno tras otro, porque apenas sí tiene anchura de cincuenta centímetros; pues los gobiernos municipales, que jamás se afanan por las veredas y por los caminos de corregimiento a corregimiento, tienen éste del todo abandonado, y las malezas, arbustos y rastrojeras nos obligan a andar agachados bajo las ramas y zarzales.

Una “uña de gato”, abierta en dos ramas, me amenaza sobre el rostro, y yo esquivo su golpe pero no escapo a la segunda rama, que me rasga la cara en varios puntos y se clava luego en el labio superior, arrancándose de la rama tunosa. Me detengo, enjugo la sangre y voy a quitarme la espina clavada; ¡inútil! Ruego entonces al Padre Arias, que viene inmediatamente después, que me la arranque, como a las golondrinas de la cabeza de Jesús; pero ¡qué infortunio! Al estirar el padre la mano y acercar su cabalgadura, ésta empuja el ramo espinoso, que se clava en los ijares de mi mula, la cual da uno y muchos saltos, sin que yo pueda contenerla, porque, a más de estar descuidado, estaba con el rostro hacia atrás. Alzóme no menos de un metro de su propia altura y me arrojó hacia abajo, no menos de metro y medio (total tres metros y cincuenta centímetros) sobre las mismas rocas que habían arrancado al abrir el camino, y seguí rodando hacia el precipicio no menos de cuatro metros. Unas ramas y yerbas, salvajes pero buenas, me detuvieron al borde del abismo, que descendía hacia el río que bramaba al pie y corría encajonado sin la más leve playa.

Recuerdo sólo que, al rodar, pensé en que la mula vendría también rodando sobre mí, y que mi muerte habría sido inevitable. Recuerdo solo que los padres me recogieron en sus brazos y que yo, de rodillas, bregué a respirar porque me asfixiaba. Dizque pregunté a los padres dónde estábamos y, vuelto en mí, después de un instante de inconsciencia, me sentí morir. La caída fue perfectamente horizontal, y el tremendo golpe lo recibieron, el omoplato, la pelvis, la región glútea y las costillas del lado derecho. ¡Si mi cabeza si hubiese inclinado más, me habría desnucado, o estrellado yo, rompiéndose ella en trozos! Si hubiesen ido más inclinadas las piernas, seguramente se me habrían quebrado; pero el golpe se repartió bastante bien, y mi sotana, doblada en tres gruesos pliegues, escapó la pelvis amortiguando el golpe. Con todo, yo sentí el riñón derecho como un balón suelto, y dolorido hasta lo inconcebible; los pulmones (el pulmón derecho) me daban la sensación de un cuerpo extraño aplanado y con dolor mortal; los intestinos y el estómago, como todo lo demás en la región derecha. Palidecí, dicen los padres, y así, de rodillas, sin poderme parar, creí morir; ¡agua! ¡Exclamé! ¿No hay allí una gota; una faja? ¡Cómo! ¡En plena selva!

De rodillas y con la ayuda de los padres volví a subir al estrecho camino y, mientras sentado me rehacía con el aire escaso que aspiraban los pulmones, medía la piedra recibida por el costado: unos 60 centímetros. ¿Cómo fue que no caí allí con la cabeza? ¡Providencia de Dios! Repito. El dolor es irresistible y me quejo como un niño; pero recuerdo: golpes enfriados y sin recursos son peores.

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Monto como puedo en la mula de mi secretario y emprendemos el camino que nos falta: ¡Quince eternos kilómetros! Cuando daban el Ángelus entrábamos a Puerto Valdivia. ¿Bajarme de la bestia? ¡Operación de cíclopes! Y saber me esperan 120 confirmaciones. Subo a la Capilla casi en brazos ajenos, y, al llegar, me viene un ataque de tos mortal; parecía que los pulmones reclamasen el oxígeno que no les podía suministrar. ¿Y el dolor? Era una espada de dos puntas: una bajo el omoplato, la otra sobre la pelvis. Tuve que sentarme y refrigerarme con un poco de agua. Confirmados los ciento veinte niños, bajé de nuevo, tomé árnica, bañé mis espaldas con toallas empapadas en salmuera caliente, y al carro; al horrendo carro que me habría de llevar por los zapoteaderos de la Reymont a Yarumal. Casi en agonías llegamos a las siete de la noche, y los médicos me prepararon pero están muy preocupados. No hay aún nada grave pero urge madrugar, después de una noche de infinitos dolores.” (Páginas 87-89). Doce días de permanencia en una Clínica en Medellín, de los cuales cinco de cuidados especiales, dan razón de la gravedad del accidente.

Al respecto, anota el Doctor Sigifredo: “El accidente acaecido al Siervo de Dios no tuvo lugar en la autopista, de una gran ciudad, en medio de todos los recursos, andando de paseo a bordo de una limousine, o de un Cadillac; fue un siniestro ocurrido cuando viajaba a lomo de mula por caminos y laderas, entre peñascos y precipicios, en visita misional, a la búsqueda de almas para evangelizar” (Página 89).

Todo esto entra en sintonía con la invitación que hoy nos está haciendo a todos el Papa Francisco: prefiero una Iglesia accidentada, porque sale, porque busca, porque va a las periferias, que una Iglesia instalada; quiero pastores misioneros, no príncipes; quiero unos evangelizadores haciendo líos y no instalados en su propia seguridad.

Nos los recuerda también el Doctor Sigifredo: “Nadie como el Señor Builes, fue, o ha sido, obispo de zamarros antes que obispo de catedral; obispo de sandalias y carriel antes que obispo de oropeles; obispo de acción antes que obispo de báculo y mitra; obispo de mula, de canoa y de piragua antes que obispo de Mercedes Benz”. (Página 30-31).

Entonces cumplió en su vida lo que soñó de niño, prometió de joven levita y recibió Providencialmente, aquella mañana del 22 de agosto de 1924 en Bogotá, en el PRIMER CONGRESO NACIONAL DE MISIONES, apenas consagrado Sucesor de los Apóstoles, SER MISIONERO DEL REY DEL CIELO. A esta promesa se le sumó el ser sacerdote y el ser obispo. Fue un sacerdote misionero abnegado; fue el OBISPO MISIONERO DE COLOMBIA, que le entregó a la Iglesia lo que ella necesitaba para la propagación de la fe. Ya en Padre Mathurin Jehanno le aclaraba su norte y la brújula del Señor Builes no se desvió jamás de esta dirección.

Amigos todos, familia Miguel Ángel Builes, sacerdotes todos de Santa Rosa de Osos, Iglesia colombiana, réspice polum, miremos ese norte, volvamos nuestra brújula por esa dirección que es la que ahora y siempre necesita la Iglesia: LA MISIÓN.

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“8 –El Siervo de Dios; no obstante su gravoso empeño pastoral como Ordinario diocesano –que requirió de él durante cuarenta y tres años de una devota y constante atención espiritual y material-; se distinguió, sin embargo, como FUNDADOR al constituir cuatro comunidades religiosas: tres de las cuales, dedicadas por entero a las misiones en Colombia y en el exterior; esparcidas ahora por el Orbe, son patrimonio espiritual y prez y gloria de la Iglesia Universal.

Hoy, a distancia de cuarenta y dos años de su partida hacia la Casa del Señor; su espiritualidad y su figura misionera descuellan más y más, cada día con mayor actualidad, en la pléyade de los Grandes Evangelizadores de la Iglesia Universal; a medida que los tiempos van cambiando; que la Barca de Pedro dirige su proa hacia nuevos horizontes misioneros y que se cumplen a la letra sus predicciones sobre la Nueva Evangelización, en la cual se hallan comprometidos sus hijos e hijas espirituales pertenecientes a sus tres Comunidades: Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús y Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de las Misericordias” (Página 449).

Respetado auditorio: miremos nuevamente ese norte; orientemos de nuevo nuestra brújula por los caminos de la misión ya que no se puede entender una Iglesia si no es misionera. El Siervo de Dios, adalid de las misiones, infunda ánimo en nosotros; el ánimo necesario para cumplir este encargo. La lectura y reflexión de este libro alentarán este empeño.

Y recordemos, ahora más que nunca, el canto armonioso del día de su sepultura, recordando otra gran figura de la historia del mundo: “Muere el soñador, pero sus sueños sobreviven”. El obispo misionero y soñador murió, pero sobrevive en sus sueños dorados, en sus obras, en sus hijos e hijas. Que surja pronto de su tumba la planta en cuyas hojas leamos la leyenda del Ave María, su máximo herencia: la oración y la salvación para todos. (Monseñor Jesús Emilio Jaramillo). Amable auditorio: ¡TOMA Y LEE! Gracias…

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EXPOSICIÓN ANALÍTICA DE LA OBRA A LA LUZ DEL EVANGELIO.

Hna.Nora Gómez VargasMisionera Teresita

Postuladora

Antes de abordar el tema que me corresponde, juzgo necesario hacer una precisión, para no condenar en los escritos del Siervo de Dios la referencia constante a su misión de salvar a las almas:

El hombre es "cuerpo" por su dimensión material, que lo hace un ser cósmico, inserto en este mundo, solidario con los otros, con

identidad definida en los diferentes estadios de su existencia; condición corporal que se asocia a veces a la "carnal", que con frecuencia adquiere un sentido negativo; ya que indica la debilidad del hombre, o incluso, su existencia bajo el dominio del pecado.

El hombre es también "psique", vida, alma; es pues sujeto de sentimientos; como en efecto lo consideró siempre el Siervo de Dios. Por último, el hombre tiene también la "capacidad de lo divino", en cuanto está en relación con Dios, y todo ello se expresa con el término "espíritu", que indica tanto la vida de Dios comunicada al hombre y principio de vida para él; como el hombre mismo en cuanto movido por el Espíritu Santo; que se opone a la "carne", en cuanto débil, o sometida al pecado.

La antropología moderna prefiere no tanto afirmar que el hombre tiene un alma y un cuerpo, sino que él es alma y cuerpo; y a veces subraya que tanto el alma como el cuerpo son del hombre; mientras el lenguaje expresa bien la unidad que somos y experimentamos; mientras nuestro psiquismo y nuestra corporalidad se condicionan; pues por ser cuerpo nos hallamos sometidos a la espacio-temporalidad, estamos unidos a los demás hombres y somos finitos y mortales; mientras que, por ser alma, trascendemos el mundo y estamos llamados a la inmortalidad.

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El Siervo de Dios trabajó siempre a favor de este hombre cuando se refería al alma y luchó con tesón para que sus evangelizandos recibiesen una atención integral.

La lectura de la obra “Monseñor Miguel Ángel Builes ¿Por qué el Obispo Misionero de Colombia?; escrita por el doctor Sigifredo Ochoa Ospina, lleva al lector a comprender cómo el Siervo de Dios haya realmente vivido en plenitud el Evangelio; dando a cada acto de su vida una connotación cristológica y una trascendencia misionera, con el fin de ajustarlo no sólo a los Diez Mandamientos, en forma general; haciendo, o evitando, cuanto ellos prescriben, sino además acomodándolo en la práctica cotidiana del quehacer ordinario, a la enseñanza evangélica.

En efecto, a través de los ocho capítulos del libro, el autor identifica pasajes de la vida del Siervo de Dios con los de la vida de Jesús y pone en evidencia la concordancia existente entre el precepto evangélico y la acción misionera, o pastoral, del Siervo de Dios:

En el PRIMERO afirma que Él fue sobre todo un hombre de acción cuando nos dice que:

Nadie como él fue –o ha sido– obispo de zamarros antes que obispo de catedral; obispo de sandalias y carriel antes que obispo de oropeles; obispo de acción antes que obispo de báculo y de mitra; obispo de mula, de canoa y de piragua antes que obispo de Mercedes Benz.

Por ello; no obstante conociese la geografía de su jurisdicción y las incomodidades y peligros que durante ellas habría de enfrentar; nunca quiso delegar la realización de sus visitas pastorales, y prefirió ir personalmente hasta los más remotos caseríos de su diócesis, en prevalencia rural. Si bien el Código de Derecho Canónico; dadas la extensión y características geográficas del territorio, le permitiese hacerlas por medio del vicario general, u otro presbítero cooperador; cuando le recordaban tal posibilidad, solía responder: “visto que nuestros indígenas no pueden venir a mi palacio; es necesario que yo vaya a sus bohíos a compartir con ellos algunos momentos de su vida familiar, para que comprendan que también ellos son hijos de Dios y forman parte de la Santa Madre Iglesia”.

En el SEGUNDO enfatiza la constante preocupación del Siervo de Dios por la falta de operadores misioneros –la tarea fundamental de la Iglesia es misionar– y su decisión inquebrantable de vincular directamente a las misiones a todos los estamentos sociales, y por ello afirma que:

Nadie como él supo –o ha sabido– encarnar la conciencia misionera de la Iglesia colombiana: modelándola en el clero regular, despertándola en el clero secular e inculcándola entre los laicos; en especial entre las órdenes religiosas femeninas, con su acción y su ejemplo y su predicación; descendiendo al nivel de los humildes para vivir y sufrir con ellos, haciéndolos sentir a todos miembros de la comunidad eclesial y, por consiguiente, hijos predilectos del Señor.

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En tal forma hacía hincapié a cada instante sobre el hecho que “en el seno de la Iglesia no todos los misioneros deben ser sacerdotes pero todos los sacerdotes deben ser misioneros, y no todos los misioneros deben ser laicos pero todos los laicos deben ser misioneros”.

Es ésta la premisa sobre cuyas bases es necesario concebir el espíritu evangelizador del Siervo de Dios; pues, habiendo vivido en directo contacto con ellos durante sus diez años de sacerdocio y a lo largo de todo su episcopado; llegó a ser un profundo conocedor del abandono espiritual, moral y material en que nacían, crecían y morían millones de indígenas y campesinos; sin haber oído pronunciar siquiera una vez el santo nombre de Dios.

En el TERCERO expone cómo, con realista objetividad, el Siervo de Dios supo enfrentar el problema de la evangelización desde el punto de vista económico y social; pues en la misma forma en que su Maestro; no obstante su origen divino, tuvo necesidad de estructuras materiales para operar en el campo espiritual; hasta el punto de organizar su grupo de colaboradores; que, como él, tenían las necesidades propias de todo ser humano; y de encargar incluso a uno de ellos la administración de los bienes materiales de la comunidad; el Siervo de Dios arbitró recursos y, así como Jesús con cinco panes y dos peces dio de comer a una multitud; él, sin cinco centavos pero con la ayuda de la Divina Providencia, creó las infraestructuras necesarias e hizo posible y efectiva la evangelización, como oportunamente lo recalca el autor al decirnos que:

Nadie como él supo –o ha sabido– auscultar la angustia espiritual y las ansias de redención de millones de campesinos y de indígenas colombianos esparcidos por el territorio nacional, que vanamente invocaban –e invocan aún– justicia social y asistencia espiritual. Él comprendió mejor que nadie la necesidad impostergable de su evangelización; apostolado que sin embargo no podía llevarse a cabo sin contar con las estructuras mínimas indispensables para su desarrollo integral: puentes y caminos, escuelas y colegios, templos y hospitales, y misioneras y misioneros dispuestos a dar la propia vida por la propagación de la Verdad; que, si no existían, era menester procurarse para poder cumplir con su misión.

En el CUARTO el lector podrá ver cómo el limitar la acción misionera del Siervo de Dios sería tratar de contener las aguas del océano en las angostas márgenes de un pequeño lago de montaña; como lo hace notar el autor cuando afirma que:

Nadie como él encontró –o ha encontrado– tan estrechos los confines de su diócesis para predicar la Buena Nueva y distribuir el Pan del Evangelio sólo a unos millares de almas; cuando eran –como todavía lo son– millones de ellas las que en Colombia y en el resto del planeta no conocían aún las Verdades eternas y el amor a Dios.

Por esta razón, el Siervo de Dios, consciente de su misión, seguro de la guía de la Divina Providencia, seguro de la protección de su Madre Celestial y confiado en sus propias

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fuerzas y en su vocación; “en cada momento de su vida, pensó y actuó guiado por su vocación misionera; seguro de la dimensión universal y del valor absoluto del mandato evangélico conferido a los Apóstoles, de quienes él era sucesor, y actuado por la Iglesia; según el cual el Reino de los Cielos no tiene confines.

Para él, la evangelización debía obedecer a las leyes de Dios antes que a las leyes de los hombres; y por ello no era posible misionar por decreto, o por ley; por ordenanza, o por acuerdo; por reglamento, o por resolución; cuando se trataba de salvar almas que de otra manera en el pecado habrían podido perecer.

En el capítulo QUINTO nos muestra cuán amplia haya sido la visión del Siervo de Dios en materia misional; pues nunca limitó su acción misionera a la enseñanza y a la predicación del Evangelio desde el punto teórico y doctrinal, porque para él ser misionero significaba algo más: luchar por la Verdad y defenderla aun a costa de su propia vida, contra todo y contra todos, sólo, o acompañado; pues ese era el mandato recibido el día de su consagración, como lo explica el autor al sostener que:

Nadie como él enfrentó –o ha enfrentado– en Colombia; luchando incluso en algunos casos contra parte del mismo episcopado, la penetración solapada de ideologías perversas; sobre todo entre las clases marginadas del país, por parte de ciertas doctrinas políticas y religiosas; cuyos falsos profetas, fingiéndose pregoneros de la Verdad, se presentaban –y se presentan aún– como lobos disfrazados de corderos, para alienar en ellas la conciencia y envenenar el espíritu; atizando en su mente el odio y la venganza, y despertando en su corazón los más bajos instintos animales.

Para él, en efecto, el apostolado evangélico constituía –como constituye hoy– un deber de todos los católicos para con Dios; que pide a cada uno de sus hijos la propia contribución de palabra, con la enseñanza de la verdad, y de acción, con las obras de misericordia; para salvar a las almas de aquellos hermanos que aún no la conocen y que, desde las selva y desde el abismo de las tinieblas en que yacen, tienden las manos suplicantes implorando salvación. Siendo pues un deber de justicia y, sobre todo, un mandato divino; por hallarse tantos campesinos e indígenas en grave peligro físico y espiritual, consideró que, como Pastor, él estaba obligado a guiar en primera persona las batallas de la fe; doquiera se hallase el pueblo de Dios, y cualquiera fuese el riesgo que hubiese sido necesario enfrentar; ejercitando en esa forma el triple apostolado: oración, holocausto y socorro espiritual y material.

En el SEXTO llama la atención del lector sobre la capacidad visionaria del Siervo de Dios, que, con grande anticipación, leyó en el futuro de su patria y del mundo en general, la hecatombe que vive la Humanidad en el momento actual en el campo espiritual; lo mismo

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que en el económico y social, a lo cual se refiere el Siervo de Dios en su obra “Hacia el Abismo”.

En efecto, el autor afirma que

Nadie como Él supo –o ha sabido– vislumbrar el peligro que se cernía –y que se cierne hoy, aun con mayor solicitación–, sobre las generaciones presentes y futuras; debido a la desoladora descristianización de la sociedad, imbuida por el libertinaje disfrazado de libertad, e intoxicada por la tecnología camuflada de progreso; que hace que el hombre sea esclavo de la máquina, y no que ésta sea un instrumento al servicio de la Humanidad, para buscar el bien común, espiritual y material. Él supo intuir con mucha anticipación el doble impacto positivo y negativo que la veloz y radical transformación de la sociedad moderna habría de tener sobre la evangelización de los pueblos en vía de superación al paso que la tibieza espiritual, fruto de tal descomposición, se fuese apoderando no sólo de los fieles sino también de los mismos ministros del Señor.

Él tuvo el coraje suficiente para dar la voz de alerta al denunciar como armas de doble filo: el cine, la radio y la televisión, y con ellas el renacimiento y la expansión de credos religiosos, doctrinas políticas y movimientos sociales; responsables del cataclismo religioso, político y social que se abatía incontrolable sobre la cristiandad; previsto y denunciado en sus Pastorales, en las que puso en guardia a la feligresía de toda la nación sobre su nefasta repercusión en la vida espiritual de la comunidad; que había decidido elevar el progreso material al rango de divinidad, mientras advertía con profundo estupor que, debido a éste, una mitad del género humano estaba olvidando a Dios, mientras la otra mitad no lo conocía aún.

En el SÉPTIMO trata la forma como el Siervo de Dios supo conjugar su actividad pastoral propia del obispo que se halla al frente de una Diócesis, con la labor misionera que su alma y su corazón le indicaban como primordial; porque

Nadie como él, siendo sacerdote diocesano, vivió –o ha vivido– la vida espiritual del misionero con tanta intensidad y plenitud, y; una vez elevado al solio episcopal, quiso –o ha querido– ser para todos por igual: no un misionero consagrado obispo sino un obispo confirmado misionero.

Así lo expone el autor cuando dice que antes de iniciar el joven presbítero su breve pero fecundo ministerio sacerdotal, Dios había ya trazado su camino misionero. No obstante hubiese recibido su primera obediencia como simple vicario cooperador de la parroquia de Valdivia; su obispo había agregado a tales facultades la de dispensador de impedimentos menores y de proclamas para el matrimonio; confiriéndole el gravoso encargo de visitar asiduamente con fines misionales trece poblaciones aledañas a su sede

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principal; forzado por las condiciones en que vivían y morían sus comunidades debido al degrado social y al completo abandono espiritual.

Sin pedirlo pero con grande regocijo espiritual, el futuro Obispo Misionero de Colombia se encontró improvisamente en la necesidad de ser más sacerdote misionero que vicario parroquial, y vio cómo Dios le indicaba desde ya el camino que habría de recorrer; que no era otro que la realización de su sueño juvenil: “¡Cuando sea sacerdote, seré misionero!”.

En el OCTAVO nos presenta al Siervo de Dios en su mayor grandeza espiritual: la de Fundador. Es ahí en donde él da de sí el máximo como Hombre, como Sacerdote y como Pastor; pues, como señala el autor,

Nadie como él fundó –o ha fundado– cuatro comunidades religiosas; tres de las cuales le han sobrevivido, gozan de aprobación pontificia; se hallan dedicadas todas por entero a las misiones dentro y fuera del país y han sido legadas a la Iglesia como patrimonio espiritual y material: Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal (1927); Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús (1929); Congregación de Misioneras Teresitas Contemplativas (1939), disuelta en 1968; Congregación de Hijas de Nuestra Señora de las Misericordias (1951).

Su inesperado cuanto precoz llamamiento a ocupar la Silla Episcopal de la diócesis colombiana con mayores problemas en campo misional fue para él la voz de Dios, que clara y distinta le indicaba que había llegado la hora de traducir en actos sus tempranas ideas de cristianización, y para ello le fijaba: como medio, las misiones; como tiempo, el presente; como lugar, el mundo entero; como camino, la santificación.

Sin embargo, para acometer y concluir con creces empeño tan gravoso debía disponer de ingentes recursos materiales que no poseía pero que sabía, en cambio, en dónde hallar. En efecto; visto que la Divina Providencia nunca había sido para él un ente abstracto, sino un Ser real, aunque espiritual, que jamás lo había defraudado; con quien solía dialogar incluso sobre las necesidades materiales de su parroquia primero y de su diócesis después; estaba seguro de poder contar con Ella como avaladora incondicional de sus obras materiales; y, por ello, cierto de su respaldo, decidió actuar; convencido de que su obra habría sido bendecida por Dios.

CONCLUSIONES

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Resumiendo cuanto expuesto es posible pues llegar a las siguientes conclusiones:

1. El Siervo de Dios buscó y aplicó mil formas para llegar a tiempo allá donde la necesidad espiritual fuese necesaria; sin importarle ni la distancia ni los medios para llegar; y en ello demostró audacia e ingenio.

2. El Siervo de Dios venció los obstáculos y repetidas veces rompió las viejas estructuras jerárquicas, superándolas; siempre en absoluta fidelidad a la Iglesia, a la que servía humildemente, y al amor apasionado a Cristo y a los hermanos que llenaba su corazón.

3. En un mundo secularizado, se ha dado una “gradual secularización de la salvación”; debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. Por esta razón; consciente de ello, el Siervo de Dios enseñó que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres por igual; abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.

4. Los misioneros son conocidos también como promotores de desarrollo, y por tal motivo, El Siervo de Dios lo impulsaba en las poblaciones que evangelizaba y formaba las conciencias para que el hombre; hecho más hombre, buscara el progreso; y hoy nos maravillamos de los notables resultados obtenidos con tan escasos recursos.

5. El Siervo de Dios y sus misioneros: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos; trabajaron y trabajan con intensidad y efectividad por el desarrollo integral de la persona y de la sociedad; mediante la fundación y servicio de escuelas y colegios; pues en su tiempo no había parroquia que no tuviese al lado una escuela, un colegio, un asilo, un orfanato; y se buscaba la promoción de la mujer; conscientes de que ella, como el varón, tenía una tarea insustituible en el crecimiento y desarrollo de los pueblos y en la búsqueda de su salvación.

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“TRAS LAS HUELLAS DEL SIERVO DE DIOS MIGUEL ÁNGEL BUILES GÓMEZ”

Ponencia del Dr. Luis Octavio Yepes Roldán

Excelentísimo Señor Obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, Reverendos Padres, Reverendas Madres, Reverendas Hermanas, Cristianas y Cristianos, Doctor Sigifredo Ochoa Ospina.

1) Los administradores recomiendan que todas las empresas, públicas o privadas, civiles, militares o religiosas, unipersonales, sociedades anónimas, limitadas, SAS, y en comandita, fundamenten su “ser y hacer” en una plataforma jurídica y en una plataforma estratégica.

2) La primera comprende leyes, ordenanzas, acuerdos, estatutos, constituciones,

reglamentos, en fin todo el ordenamiento que les permita cumplir sus objetivos y entrar en la “legalidad”.

3) La segunda se refiere a un PORTAFOLIO DE SERVICIOS en el cual han de especificarse la visión, el objetivo general, los objetivos específicos, las metodologías, los manuales de procesos y procedimientos, las metas, los indicadores cuantitativos y cualitativos, el control interno, los organigramas, los cronogramas y LA MISIÓN, palabra MÁGICA que esta nos aglutina alrededor del Siervo de Dios, Miguel Ángel Builes Gómez.

4) Pero entre todas, existe una EMPRESA TAN IMPORTANTE que sin ella Ud. y yo no pudiéramos vivir. “Porque hay muchas formas de vivir, pero algunas de dichas formas NO NOS DEJAN VIVIR”(Fernando Sávater, Ética para Amador). Esa empresa es Ud., soy yo, con una nota muy característica: USTED y YO SOMOS NUESTROS PROPIOS GERENTES (gerere: generar, producir, dar a luz). Su plataforma jurídica está constituida por las NORMAS que Ud. ha introyectado y que se convierten en su FARO, en su estrella polar y que, en palabras de Adela Cortina, se resumen en dos: ética de máximos, ética de mínimos. Y su plataforma estratégica se elabora cuando respondemos a esta pregunta: “¿para qué fuimos creados? El Padre Astete pudiera socorrernos con su respuesta. “Para conocer,

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amar y servid a Dios en esta vida y para verlo y gozarlo en la otra”. Hoy, cuando el sol está nuestras espaldas comprendidos el sentido de las largas palabras de la infancia y las pudimos resumir en dos: “SER SANTOS”

5) Mirando este selecto auditorio, me atrevo a afirmar, con todo respeto, que muy pocos de ustedes se han contentado con la ÉTICA DE MÍNIMOS. Estos pocos, después de haber recorrido el proceloso camino de la HOMINIZACIÓN (Gregorio Méndel, Lamarke, Darwin) están ahora en el proceso de HUMANIZACIÓN y lo viven de tal manera que “siempre hacen el bien desde la primera vez” y que procuran, en todo, regirse por su RECTA CONCIENCIA (cum, scientia: obrar con conocimiento de causa) de suerte que NO HACEN MAL A NADIE.Estos, por supuesto, SON SANTOS EN FORMA NATURAL.

6) Pero viendo en esta selecta mayoría sus insignias, sus hábitos, sus pectorales y sus escudos, he de concluir que todos, después de trasegar el mismo camino de la Hominización a la Humanización, han optado, voluntaria y conscientemente por la ÉTICA DE MÁXIMOS mediante la cual, no sólo obran por su RECTA CONCIENCIA, y todo lo hacen “bien desde la primera vez” y “no hacen mal a nadie”, sino que han escogido la AMOROSA LEY DEL EVANGELIO, resumida en una espectacular sentencia: “Os doy un Mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado”, sentencia que es la semilla del CRISTO VIVO sembrada por los viejos misioneros, porque ellos han sido la plataforma estratégica es decir LA MISIÓN puesto que fueron ENVIADOS.

7) Justamente ahora, cuando tratamos de sumergirnos en el piélago de la espiritualidad del Siervo de Dios, Miguel Ángel Builes Gómez, a través de sus Pastorales, de sus Visitas, de su epistolario, de su testamento y de su diario íntimo, nos hacemos una sencilla pregunta: “¿nosotros, los de la ÉTICA DE MÁXIMOS, ya estamos preparados para ser MISIONEROS?” porque todo enamorado de Cristo no puede dejar de serlo.

8) Me permito afirmar que la Divina Providencia nos preparó al Siervo de Dios Miguel Ángel Builes de suerte que los viejos tiempos, al desgranarse como uvas maduras, marcaron su sendero. En efecto Monseñor Builes no apareció al azar, ni llegó en parapente. Fue el fruto sazonado de la Providencia a través de una fascinante historia.

8.1. Don Jorge Robledo y don Francisco Vallejo cuando hollaron el Valle de los Osos y se extasiaron ante las fieras de anteojos (1541) estaban acompañados por un cura doctrinero.

8.2. Don Gaspar de Rodas, al proclamar sus Ordenanzas de Mina, exigía Santa Capilla, Rancherías independientes, Pulperías y una gran cruz de madera bendecida

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por el cura doctrinero (1584) quien periódicamente las visitaba, bautizaba y catequizaba.

8.3. Antonio Serrano del Espejo y Fernando Zapata del Toro suspiraban al ver los chicharrones de oro que brotaban en sabanas, contrasabanas, pantanos, humedales y aventaderos en los ríos de los Osos (1603-1630). Tan estragadas estaban las tierras con tanto oro que lo hacían brotar como flores apetecibles. Tampoco faltaban los curas doctrineros.

8.4. Vasco Jacinto de Contreras y Valverde, en 1659, recorridas más de cincuenta leguas y cruzados numerosos y crecidos ríos, de tal modo se le rompió su corazón misionero al ver las ovejas dispersas carentes del pasto espiritual, que de las dos doctrinas de la época (la de Aburrá y la de Guarne), sin contar a Santa Fe de Antioquia, entresacó dos más: la de Santo Domingo con los negros y hatos del Señor Gobernador y la de los Ríos de los Osos, desde la otra parte de los mismos, para dar origen al Partido de San Jacinto de los Osos más tarde Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de los Osos y, finalmente, cabecera de la Diócesis de los obispos misioneros Crespo y Builes, hoy Santa Rosa de Osos. Fue su primer doctrinero Baltazar Delgado y Urnieta, subdiácono y padre de cuatro hermosos hijos en un principio, después misionero de tiempo completo.

8.5. La Ranchería de los Osos se cansó de pisar arenales y haciendo piruetas se trepó por los anfiteatros de minas para ubicarse en el viejo cementerio Nutabe. Así la vio Manuel Uribe Ángel al finalizar el siglo XVIII y afirmó que desde mediados del anterior (1750) ya se había asentado “sobre un trono de oro”. Y siguiendo sus pasos, Juan Bautista Dávila y Caballero, con su sotana raída y montado en su “mula rucia” (posiblemente parienta de aquella que había sido mercada en la Ciudad de Guayaquil, con una peladurita de la cola hasta la crin), empacó en sus alforjas los libros parroquiales, los mismos que todavía hoy en el siglo XXI algún curioso puede consultar en la Curia de Santa Rosa, y apoyado por castellanos, patacones y granos del oro de los mineros, construyó la Santa Iglesia dedicada, por voluntad expresa del Obispo Obregón y Mena, a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (1700)

8.6. Noventa y tres años después (1793) un terremoto la destruyó. El doctrinero y misionero don Nicolás Francisco de Agudelo improvisó una ermita en la intacta sacristía y ayudado por el Teniente de Gobernador de los Osos, don Pedro Rodríguez de Zea, padre de Don Francisco Antonio Zea, por el mayordomo de Fábrica don José María Zulaybar (de los Reynos de España) (el muy conocido por el gran Misionero Monseñor Belarmino Correa Yepes) y por los cristianos de san Luis

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de Góngora (Yarumal), de San Antonio del Infante (Donmatías), de Las Claras (Carolina del Príncipe), de Petacas (Belmira), de Matablanco (Angostura), de Acampamento (Campamento), de Tierradentro (Aragón), de La Trinidad y del propio Santa Rosa la reconstruyó en 4 años (1797)

8.7. Don Joseph Sinforoso de Upegui (qué casualidad: muy primo de Santa Laura Montoya Upegui) que había sido doctrinero “ad gentes” en un Pueblo de Indios levantado al pie del bravo Rio Sucio rodeado de gruesas guaduas -Cañas Gordas- hizo oposición al curato de los Osos, lo ganó con triple A (aprobado, aprobado, aprobado) fue nombrado en 1811 por el segundo Gobernador de la Junta Provisional de la Independencia de la Provincia de Antioquia (López Tagle) y lo posesionó de acuerdo con las viejas normas del Patronato Regio, aún en vigencia, y tomó posesión del Sitio que todavía no era VILLA pese a los esfuerzos, en 1792, de don Francisco de Baraya y la Campa.

8.8. El humilde Sinforoso fue misionero en todo el territorio que hoy se extiende desde las goteras de San Pedro de los Milagros, hasta las montañas de los Yarumales, y desde el Alto del Yerbal de la cordillera occidental de Belmira (Petacas) hasta las laderas del Porce al lado de san Pablo, como lo confirmaría en los registros de Bautismos realizados en una docena de capillas dispersas en el Valle de los Osos dedicadas a Ntra. Sra. de los Dolores, de Guadalupe, del Rosario, de la ilustre Santa Rosa, de san Andrés del Espinal en Donmatías, de san Antonio de la Trinidad, de san Jerónimo del Monte en Tierradentro, de la Inmaculada en las Claras, de la Merced en san Luis de Góngora, de Santa Bárbara en sus minas, del arcángel san Miguel y de la Virgen de Chiquinquirá. Y confiando en la misión recibida de Cristo, se enfrentó al demonio que había tomado posesión de la muchacha-murciélago de las Claras (porque caminaba por el cielo raso y no se le caían las faldas –el mismo diablo conservaba, en ese entonces, ciertos rasgos de pudor). El demonio, como en ese tiempo, no distinguía entre una ALOPECIA AREATA y una ALOPECIA ANDROGÉNICA, quiso sacar a de casillas al santo misionero y le grito: “CALVOmaldingo, calvo sonso, calvo y aprovechado Sinforoso”. José no se inmutó y con voz potente lo expulsó y lo ató al Salto de Guadalupe hasta que lo achicara con una vasija muy original: un cedazo. Por eso en el Salto de Guadalupe el demonio sigue amarrado y Ustedes lo distinguen, no por viejo ni por diablo, sino por el cliente del cedazo.

8.9. Los aires de independencia habían abanicado las entretelas del corazón de Sinforoso quien se declaró partidario de la independencia, aceptó ser miembro activo de las juntas de Amigos de la libertad de úteros, predicó la igualdad de los

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derechos humanos, hasta que su Obispo, Salvador Jiménez de Enciso Cobos y Padilla, poco adicto a la causa, lo destituyó en 1818. Pero en 1821, cuando el Obispo, después de recibir cartas de Simón Bolívar en las cuales lo “catequizaba” y lo convencía de que no era tan mala la libertad, abrazó la causa y restituyó a Sinforoso a su curato en donde moriría en 1853 no sin antes haber planeado la construcción del templo dedicado al Señor de la Humildad incluida su Cofradía y su Chirimía.

8.10 Fue entonces cuando el ilustre Joaquín Guillermo González y Gutiérrezinició la construcción de un enorme templo ya que el anterior, por peligroso, había sido demolido por el alcalde. Y cuando lo interrogaban por el “exabrupto” profetizaba: “una Mitra anda rondando”. El la recibió como Obispo de Antioquia, al ser reintegrada la Diócesis, y la dama sentada en un trono de oro, Santa Rosa de Osos, en 1917. Negros nubarrones surgieron en el cielo sociopolítico y religioso. En 1860 a Tomás Cipriano de Mosquera se le ocurrió aprobar latuición de cultos y la desamortización de los bienes de manos muertas. Un filósofo de la historia diría que era “la desaortización de los bienes de uñas vivas” porque los bienes arrebatados a la Iglesia pasaron a mano de los pobres… DE LOS POBRES POLITIQUEROS DE LA ÉPOCA.Apareció de 1876 a 1878 (época del LIBERALISMO RADICAL) José Bonifacio AQUILEO Elías PARRA Gómez, santanderiano (nacido el 12 mayo, muerto el Pacho en 1900) y desterró a los Obispos de Pasto, Popayán, Medellin y Santa Fe de Antioquia. Época nefasta: destierros, persecuciones, Lino Garro Provisor, Cañada de la Piedra, un fugitivo disfrazado de pordiosero en Sabanlarga, San José, Yarumal y Morrogacho de San Andrés de Cuerquia que lo escondió.

Y cuando la tropa impía lo ubicó (en ese tiempo también había informantes), preparó los viejos máuser, caló las bayonetas, lo rodeó y lo dio por capturado. Tumbó la puerta. En la sala no estaba. En las alcobas en galería tampoco. En la cocina no estaba, en el patio de atrás no estaba, en el cuartico no estaba, en el chiquero no estaba, en la manga no estaba. El Obispo se había convertido “en ojo de hormiga”. Cuando Toribio, el último de los soldados, famélico y sitibundo, (se moría de hambre y de sed: sitio dirían las Lauritas, tengo sed diría el Crucificado) abrió el granero de la cocina para “echarse un bocado entre pecho y espalda” sólo tuvo tiempo de echarse una enorme bendición (en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) al vislumbrar al fondo, amacizado con una libra de dulce melcocha y cobijado con un capacho de maíz montaña, un cristico, de ojos tristes y misericordios, idéntico al que nos regalaban en los bazares de las misiones. Toribio salió “como alma que lleva el diablo” y dijo EL EVANGELIO, nunca más tuvo hambre

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y sed PORQUE HABÍA RECIBIDO EL PAN Y EL AGUA QUE SALGABAN HASTA LA VIDA ETERNA.

Cuando la soldadesca se extravió en la última cañada de Morrogacho, el Cristico bostezó, el cristicose desperezó, el cristicosalió del granero, el cristico, con pasos vacilantes, buscó la guadua que traía agua gárrula y cristalina del monte, porque al Obispo Joaquín Guillermo González y Gutiérrez le aterraba la piel enmelada y endulzada. ¿Mito, leyenda, cuento, anécdota, historia, milagro, oda, endecha? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores? La respuesta verdadera: Cristo ya se había acostumbrado a inculturarse en la religiosidad popular de nosotros los montañeros aunque estuviese mezclada con panela de macho y cono arepas de chócolo. La tibia muerte le guiñó los ojos misericordiosos y lo citó en Montañita de Yarumal donde estuvo el viejo Hospital. Y hubo una triple coincidencia, mejor una triple PROVIDENCIA: se moría en 1888, se moría rodeado de su clero, Marianito de Jesús Euse entre ellos, quien describiría sus últimos días instantes, y en 1888 nacía en san Andrés del Espinal(perdón), en San Antonio del Infante, (perdón), en Azuero, (perdón) en la quebrada de Matías Jaramillo, (perdón), en DONMATÍAS en una humilde cuna campesina y le hacía pucheros a la vida, el muchachito de Anita Gómez y de Agustín Builes y agitaba, desde entonces, las manitas y los piecitos, los mismos que serían cantados por la sublime Gabriela Mistral.

“manitas de los niños, manitas pedigüeñas, de los valles del mundo sois dueñas”

“piesecitos de niños, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!

9) El cielo santarrosano se tiñó de lila en los amaneceres y de arreboles multicromos en los atardeceres. Fue cuando se inventaron “las fiestas del atardecer”. La tempestad había amainado. Dios había recobrado sus fueros en la Constitución de 1886 de Núñez. Comenzaban las hegemonías de partidos. La guerra de los mil días había

quemado sus “últimos cartuchos” con la pérdida de Panamá y con la pírrica suma de veinte mil dólares de los americanos para “compensar las pérdidas” recibidos por Marco Fidel Suárez. (muchas años después nuestras míticas sirenas que retozaban en nuestros mares azul-verdosos, confiando en la divina Providencia y encomendándose a San Andrés y a Santa Catalina, después de dormir profundamente con suaves ronquidos que no les quitaban el sueño, lloraron con lágrimas de sangre cuando los torpes vecinos les pisaron sus callos y sus bajos). Se había ido Panamá, se había ido el mar azul, se había ido la Barca del Pescador y en ella se había ido tu amor, todos ahorcados por las tristes cuerdas de la melancólicas guitarras del Dueño de Antaño.

9.1. El gran misionero de Santa Fe de Antioquia, Maximiliano Crespo Rivera, fue autorizado para radicarse en Santa Rosa en 1915 y se trajo el Seminario Mayor

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dirigido por los Santos Padres Eudistas, hijo del gran Misionero SAN JUAN EUDES:José Tressel y Ambrosio Hays. Fue entonces cuando conoció a la Madrecita Laura Montoya a quien acogió y le encomendó la Primera Evangelización en Dabeiba entre los emberá-catíos. Dabeiba fue la única población que conservó el recuerdo de la Princesa NutabeDOBAIBE, quien embadurnaba sus carnes con oro en polvo como sacrificio al dios supremamente bueno ABIRÁ, y para que el dios supremamente malo CUNICUBÁ no castigara s su pueblo. Llamó a su muchacho Miguel Ángel, lo ungió, lo envió a Valdivia y a las laderas del Cauca, verdadero noviciado misional, para que su corazón comenzara a infartarse de amor a Cristo y a los semisalvajes. Luego lo pasó a Toldas (Toledo), a Santa Isabel y Remedios (con los caseríos de Yalí y Santa Isabel), a la fría Tierradentro para que atemperara sus ardores y su sed, y de nuevo a Remedios en donde, según Manuel Uribe Ángel y Tomás Carrasquilla, hacían sus aquelarres las más terroríficas brujas de la comarca con sus machos cabríos de turno, como súcubus o íncubus, brujas emparentadas con aquellas que se habían criado en Zaragoza de las Palmas, nacidas, a su vez, de una pésima esclava de las minas del Rey Salomón Dijo la historia: ni siquiera las brujas, en sus raudas escobas, echaron de ver que “una solapada mitra” hacía pinitos buscando una santa cabeza.

9.2. La mitra llegó a Santa Rosa en 1924 y debajo estaba el siervo de DiosMiguel Ángel Builes. Mientras tanto el corazón de Maximiliano Crespo seguía latiendo en su ardiente plectro y adivinaba, superadas sus taquicardias y bradicardias, que reposaría en la vieja Catedral de Santa Rosa para convertirse en fuente luminosa y calórica para una diócesis eminentemente misionera.Su obra misionera había sido amplia: padres eudistas para el seminario, salesianas para las niñas, hermanos cristianos para los jóvenes, capuchinas para el hospital, el orfelinato y el asilo, clarisas para que oraran por nosotros pobres pecadores.

9.3. Fue entonces cuando la Madre Laura se le apareció en el camino. El amoroso encuentro inicial se fue convirtiendo en una espina clavada en el haz de Hiss de sus corazones. Y en forma simultánea (no hagamos caso al tiempo), según su Epistolario, en el corazón de la “Madrecita Laura” (como tiernamente la llamaba) y en el de Monseñor Builes (el Excelentísimo Señor como respetuosamente lo titulaba) comenzó a germinar la más brillante de las ideas del primer cuarto del siglo XX en el territorio antioqueño.

9.4. La idea era un arcano, un misterio, expresado, con permiso de Virgilio, Tito Livio, Horacio, Ovidio y Cicerón en el “Secretum Regis absconderebonumest”. Y para que el suspenso continuara, y se evitaran infartos sucesivos, los labios

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misioneros acuñaron un término definitivamente metafórico, muy propio del nuestro léxico: el secreto era “aquello” con su diminutivo “aquellito”. Cuando dos personas manejan un asunto delicado o in péctore, al encontrase, se guiñan los ojos y se preguntan “qué hubo de aquello”, “de aquellito” y la respuesta es esperanzadora: “va sobre ruedas”.

9.5. Santa Rosa, enero 22 de 1927.“Ay, mi querida Madre, yo no sé qué me pasa en esto porque a veces pienso que Dios lo quiere, a veces me parece que estamos pensando en utopías. No porque tenga miedo a las persecuciones, pero porque veo que yo soy un pobre sacerdotico, un obispito a la fuerza, que nada hace por Dios aunque mucho le ama y ama mucho las almas”

La Madre, en paráfrasis le respondió: ese pobre sacerdotico, ese obispito a la fuerza, que nada hace por Dios aunque mucho le ama y ama mucho las almas” es el llamado a “aquellito”.(recordó, entonces, que el Nuncio ya se lo había recomendado)

Y al fin comprendimos que “aquellito” era un seminario de misiones, pero no cualquier seminario, sino uno en el cual las sotanas negras estarían ceñidas por girones azules de firmamento y su espiritualidad sería copiada de las Hermanas Misioneras de Santa Catalina de Siena cuyo hábito, en parte, también copiaba el azul celeste.

Santa Rosa 12 febrero de 1926. Mi buena madre Laura: “ore mucho por este pobre que piensa y no hace. Pero espero que las luces de lo alto le ayuden a que me haga los estatutos… De otro modo no me puedo acomodar, diré mejor, no puedo conocer su espíritu al cual quiero asimilarme en la obra que pienso. Quiero que la Congregación futura de sacerdotes tenga absolutamente el mismo espíritu”.

Aquellito serían las Misioneras Teresitas, aquellito sería una casa especial para las Contemplativas incluyendo el PENSIONADO EUCARÍSICO, aquellito sería las nuevas catequistas, hijas de la Misericordia, aquellito sería la espectaculraDAMA MISERICORDIOSA.

9.6. Las Lauritas prosiguieron con la Primera Evangelización (misión ad Gentes) en Dabeiba, Uré, Sarare, Santa Rita, y con la segunda y tercera en Donmatías y San Pedro. Monseñor Builes retomó las evangelizaciones y sus misioneros se sepultaron en todos los rincones de la patria y del extranjero. Su misión era clara, manifestada en el verbo más pequeño de nuestro léxico ID, para que “hiceran camino al andar”

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y para que enseñaran a todas las gentes, las catequizaran y las bautizaran. El Concilio Vaticano II en “Ad Gentes” lo especificaría.

10)Santa Laura Montoya Upegui y el Siervo de Dios Miguel Ángel Builes jamás necesitaron pregrados ni postgrados en administración de empresas. No tuvieron que leer a Chiavenato, ni a Edward J. Hay, ni a Abraham Maslow, ni a Johari, ni a Mc. Gregor, ni diferenciar la teoría X de la Y, ni conocer a tantos magos de la parafernalia moderna. Su manual era el EVANGELIO.

10.1. La Plataforma jurídica era de una claridad tan meridiana que con sólo leerla, introyectarla, orarla y admirarla hasta llegar al éxtasis, quedaban establecidas las NORMAS y los CANONES (¿CANONIZACIONES?). “Hay que nacer de nuevo. Adquirir vida eterna. Venir a la luz para ser la luz y hacer arder el fuego. Hágase tu voluntad. Medicina para los enfermos, no para los sanos. Los pobres, los que lloran, los mansos, los hambreados de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos, los perseguidos, los humildes verán a Dios. Amar a los enemigos. Que la izquierda no sepa lo que hace la derecha. Donde está tu tesoro está tu corazón. No jurar. Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo. La puerta es estrecha. El árbol bueno da frutos buenos. Construir sobre la roca. Al que ama mucho se le perdona mucho. Esta es la Ley: Amarás al Señor tu Dios… Pedid y se os dará. Con la medida que midiereis seréis medidos. Llevar la cruz para negarse a sí mismo. Transformarse en niños. Si quieres ser perfecto… Un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros”

10.2. La Plataforma estratégica partía del sujeto que obraba: era el Cordero de Dios. El Mesías encontrado. Hijo de Dios. El que cambiaba el agua en vino. El que hacía signos. El que era fuente hasta la vida eterna. El enviado por el Padre. El que había sido revelado a los pequeños. El que imponía un yugo suave. El que salía a sembrar. El que estaba en medio de dos o tres. El que era la Luz. El Buen Pastor. El que nos perdonaba porque “no sabíamos lo que hacíamos”. El que tenía sed (sitio). El que siempre sabía que tu lo amabas. El ODOS (camino) era el mismo Cristo: “Camino, Verdad y Vida” El seguidor de Cristo tenía que conocerlo exactamente, para enamorarse de Él y transmitirlo a los demás. No bastaba saberlo teóricamente. Era necesario vivirlo. La misión resultaba muy clara: ir a los enfermos, no a los sanos; ir a pescar hombres; y escogió 12 y los envió a predicar. Y escogió otros 72 y los envió de dos en dos “como corderos en medio de lobos”. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas. Vosotros sois mis testigos.

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10.3. La metodología era variada y se adaptaba a todos los tiempos. Las plataformas eran idénticas y se aplicaban en todos los ambientes. El problema estaba en el meollo, en la quintaesencia, en la piedra filosofal, en el elíxir de la eterna juventud misionera: era estar enamorados de Cristo, introyectarlo, proyectarlo, difundirlo tanto con la palabra como con el ejemplo, en una sola palabra, SER SANTO, porque la vieja filosofía aristotélica así lo había establecido: “nadie daba lo que no tenía”. El misionero, para cumplir con la triple dimensión: evangelización primera (a aquellos que no conocían a Cristo), evangelización segunda (a aquellos que sí lo conocían y necesitaban ser pastoreados permanentemente para que no se les resfriara), evangelización tercera (a aquellos que alguna vez lo habían conocido pero las vicisitudes de la vida, lo habían asfixiado, porque el kerigma había quedado entre abrojos y espigas), en cada evangelización y en las tres, SÓLO SE LOGRARÍA EL OBJETIVO cuando se fuese santo.

Entonces, ¿por qué extrañarnos que Santa Laura y el Siervo de Dios Miguel Ángel eran SANTOS, ya quesiempre habían sido auténticos misioneros?

El único sinónimo del misionero era la santidad, de lo contrario, según Corintios, seríamos campanas resonantes.

10.4. Monseñor Builes era un santo.

Fue humilde en su testamento firmado ante el Notario de Santa Rosa y su testigo Monseñor Eleázar Yarce Tabares, cuando reclamaba “oraciones y mortificaciones por el eterno descanso de mi pobre alma” y solicitaba “Que me perdonen cuando les haya ofendido o causado escándalo”.

En su correspondencia con la Madre Laura manifestó su santidad misionera.

Santa Rosa agosto 23 de 1925 de Builes a mi querida madrecita: “Es tan querido este Amo divino y siente uno tantas ganas de morirse para abrazarlo bien duro y comérselo a besos y amor…”.

Sept. 8 de 1925. Mi querida madre Laura: “Dígale a mi Dios que me ilumine y que si tiene sus designios sobre mí me los haga conocer y me ayude a cumplirlos hasta haber conseguido el triunfo, la salvación definitiva de mi alma y de muchas almas”.

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Santa Rosa, nov. 21 1926. Mi querida madre Laura: “Estoy muy contento con mi misionerito, Alfonso Restrepo. Salió sobresaliente y es de grande esperanza para nuestro atrevido pero divino proyecto… que si aún no se ha abierto el seminario de misiones, dentro de algún tiempo se abrirá. Su Reverencia dígale muchas palabras que endiosen o aíndien, porque esos son nuestros amores: Dios querido y los salvajes…” “El padre Abigail está listo. Le escribí el 21 de octubre sobre la fundación… Ruegue por este chiflado”.

Antadó, diciembre 15 de 1926. Mi querida Madre Laura: “…la madre Laura me contagió de amor pagano de tal manera que si no fuera Obispo me internaba por ese Sinú donde, en la misma parte antioqueña y mía, hay salvajes y casi salvajes por cargas. ¡Ay Madre, me da una suspiradera honda, honda y con cierto dolorcejo en el corazón, qué digo, en mitad del alma, trasunto de lo que ansía mi corazón y por lo que suspira mi alma!”

En su Diario Íntimo trazó el camino de su santidad y de la nuéstra.

En enero 13 de 1934 su Director Espiritual el R.P. Eudista Jean Quilleré le decía: “Su Excelencia tiene qué ser santo. Su Excelencia no pude andar en términos medios porque su corazón tan grande y su temperamento tan ardiente le harán irse a los extremos: o será un gran santo o un obispo vulgar”.Y el dirigido respondió: “Se lo prometo Reverendo Padre, seré un santo”.

Agosto de 1926: “Te ruego, oh Jesús, que me cristifiques”.

Y cuando quisieron enlodarlo, con lágrimas en sus ojos, escribió en su diario: enero 10 de 1948: “cum muliéribus non sumcoinquinatus”.

Agosto 3 de 1951. “El combate de tres días ha traído mucha tristeza y estoy, esta noche, en horrenda desolación, sin mi madre, ausente por nueve meses. ¡Oh Soledad, Soledad, compañera de mis noches sin cariños en este desierto en que me encuentro! Mas ¿a qué afligirte, corazón mío, no tienes cerca atí otro corazón que late junto al tuyo, el tibio y amable corazón de tu Madrecita del cielo? Madre mía, acompáñame siempre en esta soledad física pero principalmente en la angustiosa soledad de mi alma” (Tomo 8, p. 7).

Enero 1 de 1967. En medio de la angustia del problema de Donmatías escribió: “Sin embargo, después de la misa cantada de medianoche, me postré ante el Santísimo Sacramento y dije a mi Dios querido: una sola cosa quiero y te pido, Jesús querido, en este año de 1967: hazme santo” (Tomo 39, p. 6).

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Marzo 7 de 1967 cuando el médico le ordenó hospitalización inmediata anotó: “Yo me resigno a lo que mi Dios querido me pida, porque yo lo amo hasta morir” (T. 39, p. 20).

Distinguido Auditorio: Si esta no es la SANTIDAD, entonces ¿dónde está?

10.5. El Siervo de Dios, Miguel Ángel Builes Gómez, murió como los enamorados, musitando endechas al pie del balcón de su Dama.

“Tienes luces de esperanzaEn tus ojos, dulce Aurora,

Y es tu goce difundirlasEn las almas pecadoras.

Madre mía, brillen prontoDe mi pecho entre las sombras”

“Compadece mis miseriasCon tu gran Misericordia”

11)En los albores del siglo XXI los Hombres tenemos hambre y sed de justicia. A pesar de los esfuerzos del mundo seguimos siendo trascendentes.

11.1. Estamos terriblemente angustiados. No nos llenan ni la velocidad ni la tecnología ni el twitter, ni el fácebook, ni el link, ni el blog, ni el I pod, ni las táblets, ni la página Web, ni los celulares, ni la internet, ni el sexo, ni el dinero porque esas “técnicas” jamás fueron hechas a nuestra medida. El único hecho a nuestra medida tiene nombre propio: CRISTO

11.2. “Somos un poco cristianos y un poco paganos y la línea que divide al Cristiano pasa por el centro de nuestro propio corazón” (Mazzolari, gran Predicador, citado en APARECIDA)

11.3. Por eso andamos, en esta terrible selva de cemento, de rascacielos, de velocidad, de metros, de megápolis y de tecnología y vivimos en un nuevo AERÓPAGO, a la espera de otro PABLO que nos diga: el Dios desconocido a quienes ustedes rinden tributo se llama CRISTO JESÚS y lo encuentran en el EVANGELIO. Francisco, el de las Pampas de Plata, es Pablo, lo mismo que lo fueron Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo Primero, Juan Pablo Segundo y Benedicto XVI. Usted y yo que todavía somos SAULO pudiéramos, si lo quisiéramos, ser PABLO. El mensaje era claro: “Estar verdaderamente enamorados de Cristo y sentir cuánto ama a los

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hombres. Nuestro corazón se inflamará de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro lado. Como decía Benedicto XVI el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor,no hay futuro” (papa Francisco en Aparecida julio de 2013)

11.4. Si Santa Laura y El Siervo de Dios regresaran,(Y YA ESTÁN AQUÍ ENTRE NOSOTROS) indudablemente cambiarían de método para acogerse a las directrices de APARECIDA, todavía muy frescas, cuyo objetivo era “relanzar la EVANGELIZACIÓN en el contexto emergente de América Latina” (Mayo 13 al 31 de mayo de 2007 con Benedicto XVI) y utilizarían el twuitter, el facebook, el ling, el bloq, el balck Berry, el celular de última generación, el i pod, la tableta, el portátil, la memoria ucb

11.5. Santa Laura y el Siervo de Dios Miguel Ángel regresarían (Y YA REGRESARON POR ESO LOS OLEMOS Y PERCIBIMOS ESTA NOCHE) con más ímpetu a LA LECTIO DIVINA a saber: leer el evangelio para asimilarlo. Meditarlo para introyectarlo. Orarlo para suplicarle que “se quedase con nosotros”. Contemplarlo para llegar al arrobamiento. Porque el discípulo nacería del encuentro personal con Cristo y porque la metodología era el mismo Cristo: Yo soy el camino, la verdad y la vida.

11.6. Ambos santos dirían ahora (Y NOS LO ESTÁN DICIENDO) a sus misioneros y misioneras que no estábamos llamados a ser GERENTES sino testigos; que la misión era pastorear, evangelizar, catequizar, predicar, celebrar, orar, dinamizar, unir, reunir, reconquistar, enseñar, estimular, orientar, organizar, defender, promover la dignidad humana, testimoniar, ser un enamorado de Cristo porque primero se ERA y después se HACÍA. Todos nosotros, como cristianos, terminaríamos siendo “CONTEMPLATIVOS EN MISIÓN Y MISIONEROS EN CONTEMPLACIÓN” (Autor: José del Rosario Jiménez R., litografía Felipe, septiembre 2005)

11.7. Sus plataformas jurídica y estratégica, empero, serían las mismas, a saber el SANTO EVANGELIO. No necesitarían saber de inculturación ni aculturación ni transculturación. Más que nadie ellos sabían que quien encontraba a Jesús quedaba fascinado, que todos estábamos bautizados mas no catequizados, que cada uno estaba llamado a ser misionero puerta a puerta, que el Evangelio era sinónimo de Cristo que enamora, que el rostro de Cristo estaba en el pobre, que eran tres los grupos para EVANGELIZAR:

1. Los actuales discípulos misioneros.

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2. Los que lo fueron y ya no lo eran porque habían abandonado el primer amor debido al divorcio de sus vidas. 3. Los que nunca habían sido discípulos de Cristo porque nadie se los había anunciado (ad gentes)

12. Santa Laura y el Siervo de Dios Miguel Ángel Builes, como SANTOS MISIONEROS, eran el UNO PARA EL OTRO, “tal para cual”, según expresión del Cardenal Arcadio Larraona, Prefecto de la Congregación de Religiosos en Roma. “Fue el encuentro de dos acorazados en alta mar, de dos águilas en la mitad del cielo” (op. cit. Epílogo del Epistolario)

Si, respetado Auditorio.

El Siervo de Dios Miguel Ángel Builes y Santa Laura Montoya Upegui fueron dos acorazados que se chocaron en un proceloso y picado mar cuajado de tiburones.

Sí, respetado Auditorio.Santa Laura Montoya Upegui y el Siervo de Dios Miguel Ángel Builes fueron dos águilas que se estrellaron entre negros nubarrones preñados de rayos y centellas.Y tal fue el choque que ambos, desde entonces, fueron CATAPULTADOS a la Diestra de Dios Padre (Tomás Carrasquilla), en donde están y estarán por los siglos de los siglos. Amén y Aleluya.

Buenas y santas noches.

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LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA DEL SIERVO DE DIOS

Conferencia del Dr. Sigifredo Ochoa OspinaAutor

El objeto de mi disertación es discurrir sobre la espiritualidad misionera aplicada en modo práctico a la vida cotidiana, para fijar su incidencia en la acción evangelizadora de una persona concreta, que vivió y –vive aún– entre nosotros: el Siervo de Dios Miguel Ángel Builes; con el fin de ver si ella de verdad fluye, o no –y en cuál medida–, de sus actos, de sus escritos y de sus obras espirituales y materiales; a través de sus vivencias como sacerdote y como o bispo, como misionero y como fundador;

indicando dónde, cuándo y cómo haya sido vivida y aplicada por él, día a día, en su ministerio pastoral, a la luz del evangelio, y transmitida a sus hijas e hijos espirituales, y a sus misionados también.

No pretendo pues considerarla en sentido abstracto; como disciplina del espíritu; porque no se trata de esbozar aquí su perfil teórico; útil para la enseñanza en los seminarios, o como tema de meditación en retiros espirituales; y porque ello sería tejer digresiones subjetivas sin algún contenido práctico, que, por una parte, mi formación jurídica me impide proponer y aceptar; ya que, por deformación profesional, todo argumento que pueda ser objeto de debate tiendo a verlo sólo a través del severo tamiz de la prueba científica, testimonial, o documental; y, por la otra, porque razonar yo aquí sobre teología sería falta de respeto de mi par te para con el calificado auditorio que me presta su generosa atención.

Todavía; debiendo apurar si la vida cotidiana del Siervo de Dios se compenetraba de verdad con la espiritualidad misionera; es preciso al menos definirla; para lo cual basta citar los aparta- dos 87 y 88 de la encíclica Redemptoris Missio, que dicen:

“…la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo; y no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo; en cuanto enviado a evangelizar. “la actividad misionera exige una espiritualidad específica que concierne particularmente a quienes dios ha llamado a ser misioneros” …“no se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen; que se hace viva en nosotros por obra y gracia del espíritu. La docilidad al espíritu compromete además a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera”.

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Vemos pues cómo su definición es una noción concreta; con una dimensión cristológica como centro de gravedad, y no un agregado de conceptos teóricos sin columna vertebral; pues hace referencia directa a una experiencia de dios para responder a los desafíos de la evangelización: ella es ese “estilo de vida” que caracteriza a todo aquél que haga propio el mandato de Cristo, de ser su testigo hasta los últimos confines de la tierra.

Y ¿en dónde encuentra el cristiano ese mandato de Cristo y el manual que le indique ese particular estilo de vida? En la misma forma en que el enfermo halla en la receta del médico las prescripciones que debe seguir para curar su enfermedad; del mismo modo en que el juez encuentra en el código penal las normas que debe aplicar para absolver, o condenar, al enjuicia- do; y en que el automovilista tiene en el código nacional de tránsito las reglas que debe respetar como peatón, o conductor; el cristiano halla en los diez mandamientos y en el evangelio su código de comportamiento moral y espiritual; que le indica, paso a paso, con pasmosa sencillez y diáfana claridad: cuándo, dónde y cómo debe obrar en cada instante de su vida para hacer el bien y combatir el mal.

Sucede, todavía, –triste es decirlo, y doloroso, deberlo aceptar– que muchos cristianos transcurren horas y horas absortos en la lectura de periódicos, revistas de moda, o de deportes, de libros de aventuras, o espionaje, o en la visión de películas morbosas, donde droga, sexo y violencia son los nuevos héroes de la pantalla; sin que se insinúe en su mente la idea de leer al menos un pasaje del evangelio; no obstante sea ése el libro guía de su vida espiritual; del cual tienen escasa noticia sólo cuan- do –si es que asisten a la santa misa– el celebrante les lee y les explica un breve paso nada más.

Por eso el Siervo de Dios, consciente de ello, transmitía este mensaje a todos quienes estaban bajo su jurisdicción, porque él no tenía dos maneras diferentes de concebir la vida espiritual; una para sí mismo, y otra para los demás, y podía entonces derramar sobre sus hijas e hijos espirituales y sus misionados, el raudal de espiritualidad misionera que fluía de su corazón, y que aplicaba en su diaria actividad espiritual y material.

Por tal razón, la esencia de esta íntima convicción y su aplicación práctica en todo momento y en toda situación; el siervo de dios las predicaba con su ejemplo y con su voz cuando, abrasado de amor misionero; viendo la imagen gloriosa de Cristo en la figura macilenta de cada indígena, y el rostro angustiado de cada uno de ellos reflejado en la faz augusta del divino misionero; las resumía en su tremendo y angustioso grito; que era enseñanza y era admonición, que era ejemplo y era invitación: ¡hijos míos! ¡Cristificáos! ¡Cristificáos! ¡Cristificáos! Cuyo eco repetían ya la bóveda del templo, ya la selva, ya el río y la ladera: como repiten las gargantas de los montes el retumbo del trueno cuando arrecia la azarosa tempestad.

Pero ¿qué significa cristificarse? Significa empaparse de Cristo por fuera y llenarse de él interiormente; es “vivir por dentro” –como amaba decir él–; mas no en forma metafórica

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sino real; espiritualizando nuestro yo material y materializando nuestro yo espiritual; anonadando nuestra naturaleza humana para llegar a ser un todo único con él: siguiendo sus huellas, enseñando su palabra y haciendo su divina voluntad; esa fue la enseñanza que nos dejó por herencia el siervo de dios; que nosotros, sus he rederos espirituales, no hemos sabido entender.

Y ¿por qué? –Debemos preguntarnos– ¿por qué no logramos comprender su mensaje? Porque con insólita frecuencia confundimos la espiritualidad; cuya base y esencia es la verdadera oración, con las prácticas piadosas: rosarios y novenas, trisagios y horas santas, triduos y velaciones –importantes ciertamente en la vida del cristiano pero con frecuencia sin valor espiritual, por ser hechas más por costumbre, o apariencia, que por verdadera devoción–; mientras nuestra vida cotidiana; víctima de la tibieza, hija de la mediocridad y acérrima enemiga de la espiritualidad, languidece de aridez espiritual, porque no es vivida según el evangelio, sino según los cánones dictados por la moderna sociedad; donde lo más es egocentrismo y apariencia, y lo menos, altruismo sustancial.

No son, en efecto, las bellas oraciones, con tanto de gramática y de puntuación –creaciones del cerebro– las que dios escucha complacido; porque él no es jurado calificador de concursos literarios; sino las que, en medio de gritos de alegría, o de lágrimas y de sollozos arrancados por las cuitas y el dolor, brotan sencillas y espontáneas del fondo del propio corazón; pues en la verdadera plegaria el alma debe expresar solamente sublimes sentimientos, revestidos con palabras; mas no sólo palabras armoniosas pero huecas, cubiertas con ropaje de oración.

La vida del Siervo de Dios está sembrada de ejemplos prácticos de espiritualidad misionera; pues cada acción de su vida entraña la aplicación concreta de una enseñanza evangélica; como podrá apurar por sí mismo quien lea sus obras, en especial modo mi diario y las crónicas misionales, de las cuales he extraído algunos pasajes que evidencian en él esta virtud.

Vvvvv

En su obra “crónicas misionales y viaje a Roma”, el 17 de febrero de 1936, el Siervo de Dios narra el siguiente episodio:

Estábamos en hato nuevo, eran las nueve de la noche, y nosotros nos hallábamos hacinados en una casa de dos piezas y una cocina ensolvada, pantanosa y sucia, con un caedizo lleno de tabaco y de marranos, y sin en qué recostar siquiera a la hermana Celina, que iba con fiebre, y a la hermana navidad, que se había pescado en las noches anteriores una buena gripa.

Hicimos llegar a nuestra presencia a los choferes; quienes desde las 6 de la tarde habían dicho que a las ocho ya podíamos salir, para ver qué habían resuelto. Estaban todos tres

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bien copetones y envalentonados por el humo del aguardiente y nos contestaron que, sin comerse una gallina que estaban cocinan- do, no saldrían. Pasado algún tiempo, como una hora, los concretamos de nuevo, y uno de ellos, el de nuestro carro, dijo resueltamente: nos fuimos. Le creímos y subimos con presteza a nuestros carros, pero estos bajeros eran muy pícaros, y en un santiamén se “palabrearon”, y, sin pundonor, fue diciendo el mismo nuestro: “no hay viaje, nada”. Estaban procurándose un aumento de $30,00 a lo menos, por causa de las circunstancias; pero nosotros no lo adivinamos por lo pronto. En esas apareció un camión grande, de carga, que iría a El Carmen: si él abre ruta adelante, seguiremos tras él -dijo uno de los nuestros- y llegado que hubo le propusimos que nos llevara; pues había puestos, y ya estábamos desilusionados con los choferes nuestros.

Se hizo el arreglo; pero, cuando íbamos a meter las maletas, el tal chofer declaró que no nos podía llevar nada. Bastó una palabra para que los cuatro se amangualaran contra nosotros; pues querían sin duda desvalijarnos, cobrando lo imposible. El padre Mesa sintió que se le subía la sangre y les echó un sermón tan recio, que hizo acercarse a los pocos vecinos de la bodega; pero no se salió de las casillas, aunque las verdades que les dijo fueron de a millón. El padre Morales tomó entonces la tribuna -que era el quicio de la puerta- y les endilgó una filípica medrosa; capaz de conmoverlos si no hubiesen sido tales. Les echó en cara principalmente el abuso de querer cobrarnos lo que no era justo y el haber sonsacado al dueño del camión para que no nos llevara.

La situación no podía ser más tirante: las hermanas, bien moja- das, trasnochadas y hambreadas; los caballeros y damas que nos habían ido a encontrar hasta Zambrano, además de lo dicho, apena dos, como es natural; nosotros, “calientes” con el abuso, y los choferes cada vez más empecinados en no movernos si no les dábamos una propina injusta. Entonces se me ocurrió una idea: llamé al chofer de mi carro y, haciendo que nos rodearan los presentes, le dije con voz poderosa: “señor chofer, dígame una cosa; ¿es usted hombre, o mujer?”

-¡soy hombre, mi padre, y muy macho! Me respondió.

Vi entonces que había tocado la única fibra que podía salvarnos y le dije:

Pues si es hombre y muy macho, como acaba de decir, cumpla su palabra y su compromiso de llevarnos al Carmen ahora mismo: sólo las mujeres no tienen vergüenza y no cumplen su palabra.

Rugió de coraje el chofer; nos hizo subir al carro y partió a gran velocidad y tras la huella del nuestro partieron los otros dos.

A las once y media de la noche despertábamos al amabilísimo padre Marrugo; que nos dio a todo volar galletas y gaseosas; camas no, porque no nos esperaba, y él vive solito con su coadjutor en la casita parroquial.

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A mí me dio su cama, y él durmió en la del padre morales, quien se fue a una casa de familia; al padre mesa le dio un chinchorro, y a las hermanas y señoritas viajeras, tres catres que había por todo en casa, y el suelo cementado para las demás. Por malo que estuviera ese cemento, siempre estaba mejor que el terreno húmedo y contaminado de hato nuevo. Es que las almas siempre cuestan: a Cristo le costaron su sangre y su vida, y a nosotros, el sacrificio y la negación de nosotros mismos, unidos en Cristo; lo que hace del padecer una oración. Así pensaron las hermanitas y durmieron como bienaventuradas.

Ciertamente que las almas cuestan mucho porque infinito es su valor; hasta el punto que el pastor está dispuesto a correr graves riesgos con tal de salvar a la extraviada; como claramente nos lo enseña el evangelio en la parábola del buen pastor. Para el Siervo de Dios, en efecto, la vi da y las virtudes de sus hijas e hijos espirituales, y de sus misionados eran un tesoro invaluable que le había confiado el divino salvador; del cual se sentía responsable ante él y ante la iglesia; y, como Cristo las había redimido con su sangre, él estaba obligado a protegerlas y a salvarlas con la suya, si hubiese tenido la ocasión; para seguir las huellas del maestro y dar sentido real en su vida a su mística expresión: Cristificáos

Vvvvv

Estando en visita pastoral en “La Primavera”, corregimiento de Anorí, el 11 de octubre de 1948 escribe en “Mi Diario”:

“hace sol, y, como siempre, estamos en nuestras cabalgaduras; los feligreses atienden devotamente, y sin demora nos vamos a la capilla; se canta una salve, el padre j. Predica sobre la confesión, y nos sentamos al confesionario los 4 sacer dotes, por- que son muchas las espigas, y numerosas y apretadas las gavillas; ya listas para la recolección.

A la oración, una cena rápida, luego la salve, el rosario y un vehemente sermón de este servidor sobre los novísimos. El sermón no se pierde, y los cuatro tenemos buena siega de hombres hasta las 10 p.m. mas, como no han de faltar cabros, algunos salen del sermón a libar copas, y por eso hubo alborotos, y, al salir nosotros del templo, observamos que a la luz escasa de una luna que ya casi se escondía entre densos nubarrones, había un borracho que blandía una peinilla, sin que se supiera contra quién. Un hermano del gladiador lucha por arrebatarle el machete y se hiere las manos; y en la oscuridad uno de los bochincheros resultó con una grave herida en el cuello.

Como sangra con abundancia, mi secretario me llama a hacerle alguna curación para contener la hemorragia. Echo mano al algodón que he traído para las confirmaciones y busco afanosamente en la única tenducha del lugar alguna sustancia ad hoc; pero ¡qué iba a haber!: ni dioxogen, ni bórico, ni telaraña en las paredes, recién blanqueadas. Y como el asunto urge, apelo al yodo, única sustancia medicinal disponible; echo un poco en agua, empapo mi algodón y se lo aplico al pobre herido, anunciándole que le arderá algún rato

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como chispitas de fuego en carne viva pero que le evitaremos así que la sangre siga vaciándose, y que le sobrevenga la infección. Con el pañuelo blanco con que acababa de oír confesiones ligué entonces la herida atándolo en derredor del cuello.

Porque la sangría y el dolor le hicieron palidecer; hubo de sentarse en el empedrado mientras se rehacía, y contiguo a mi alcobita, quejándose, el pobre pasó toda la noche; mientras nosotros la pasamos casi en blanco, por que en los corredores de nuestra posada, hacia el camino, y adentro, y por todas partes, lloraban los niños, y conversaban y reían los adultos que no tenían dónde dormir. Así son las misiones campesinas”.

He ahí otro ejemplo palpable de espiritualidad misionera, en donde el Siervo de Dios pone en práctica la enseñanza del buen samaritano contenida en el pasaje del evangelio (Lucas 10: 29-37). Él, en caso de necesidad, se ocupa no sólo del bienestar del alma de sus misionados sino también de la salud del cuerpo, y se improvisa enfermero para socorrer a uno de ellos que ha sido herido, y que incluso va de persona a la botica del lugar en busca de medicamentos. No es el obispo que, apelándose a su dignidad, dice solamente: atended al herido e id a buscar recursos, no; él es el obispo de acción, que interviene directamente; dando así ejemplo de caridad, de abnegación y de humildad; es decir, de verdadera espiritualidad misionera haciendo lo que Cristo, en su lugar, habría querido hacer. No es el obispo quien llama al secretario para que atienda al herido; es el secretario quien llama a su superior para que actúe, porque aquí el obispo se llama Miguel Ángel Builes. ¡Oh! ¡Cuán eficaz es ante dios y ante los hombres la predicación respaldada por la humildad, el buen ejemplo y la caridad!

Vvvvv

En “mi diario” del 5 de febrero de 1955, en Barbacoas, corregimiento de Peque, escribe, en cambio:

“Pasado el rezo, mis tres compañeros se quedaron confesando hombres mientras yo me entré a nuestra pobre alcoba y allí confesé a las niñas y a las mujeres que querían purificar su alma. ¿Nuestra vivienda? ¡Admírense! La cantina del pueblito, prestada gentilmente por su dueño para nuestro hospedaje: una mera salita, de piso de tierra, de pajas arriba, sin el más mínimo re- curso. Dos de nuestros padres fueron invitados por el señor alcalde, y se fueron complacidos a dormir sobre dos esterillas de amplias cintas de iraca seca. De mí, tuvieron cierta compasión y me trajeron una cama de madera, sobre la cual pusieron una esterilla de las mismas, y a dormir. Me acompañaba el padre Márquez, a quien le tocó el frío suelo, como a los de la alcaldía, y su respectiva esterilla, y dormimos como unos bienaventurados.

Éste es otro pasaje de su vida misionera, en que el Siervo de Dios pone en práctica la enseñanza de su maestro, y, no obstante haber sido toda su vida enemigo declarado de las

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cantinas –antros de perdición en donde se estimulan los vicios que llevan a la familia a su completa destrucción–; dado que su supremo interés era conquistar almas para el cielo, no sólo predicando si- no viviendo él mismo el evangelio; nunca desdeño estos lugares cuando Dios decidía servirse de los malos para proteger a los buenos; pues hasta el infierno es santo cuando se presta a glorificar a Dios; como en esta ocasión, en que con misionera abnegación hubo de compartir con sus colaboradores la cantina del pueblo, como dormitorio, con tal de poder llevar a cabo su misión. Si Jesús, hijo de Dios, había querido nacer en un establo para enseñar al mundo la humildad ¿por qué, entonces (fue su re- flexión); él, que era sólo su indigno mayordomo, no había de dormir en una cantina, por una noche y por necesidad, para seguir su ejemplo, mortificar su orgullo y glorificar a su señor?

De pasajes como éstos está cuajada la historia de su vida; mas como el tiempo me impide narrar otros, invito a los oyentes a profundizar sobre la figura del Siervo de Dios a través de sus escritos, con la seguridad de que cada quien hallará en ellos el testimonio fehaciente de su espiritualidad.

De su atenta lectura surgirá entonces espontánea; como surge el sol, disipando las tinieblas, una serie de vivencias evangelizadoras que llevarán de la mano al lector a esta conclusión:

Su espiritualidad misionera fue la del peregrino; que ama el camino que recorre y la meta que desea alcanzar; porque sabe que allí ha de encontrar su premio; pues el verdadero misionero es un perpetuo caminante, que en lo espiritual hace suyos los versos del poeta español Antonio Machado: “caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se ha- ce camino al andar”; mientras nosotros –sus herederos espirituales– caminamos sobre arena y no dejamos ni huella ni camino al pasar.

Su espiritualidad misionera fue la del humilde pregonero de la buena nueva; que sembró la semilla del evangelio a los cuatro vientos, sin pensar en él por pensar en los demás; en cuya figura no veía al prójimo, mas veía a dios; mientras nosotros –sus herederos espirituales– víctimas del egoísmo y de la avaricia, hacemos de nuestro propio yo el centro del universo y erramos el camino que conduce a Dios.

Su espiritualidad misionera ardía en el fuego evangelizador y se apoyaba íntegra en el verdadero amor a dios; mientras nosotros –sus herederos espirituales–, rehenes de la frialdad espiritual, protestamos amar a dios sin ser verdad; ya que no es a- mor lo que hacia él nos mueve; porque el amor es un sol hechos de llamas, y en los soles jamás cuaja la nieve; sino la fatua presunción de que baste decir yo soy cristiano y darse golpes de pecho para merecer la eterna salvación.

Su espiritualidad misionera era como la de los bonzos que se in- molan quemándose vivos por un ideal: ellos; por protesta contra la injusticia política, o social; él, en cambio, ardiendo vivo, de espiritualidad, consumiéndose por dentro de amor por las misiones y proclamando

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con su ejemplo que era un cristiano no de fachada sino de verdad; mientras nosotros –sus herederos espirituales– enfermos terminales de anemia espiritual, llevamos en el alma la frialdad del polo, y el hastío de lo eterno en nuestro corazón.

Yo; que tuve el privilegio de conocerlo y de recibir sus enseñan- zas; y que sentí con trémula emoción el influjo arrobador de su presencia y percibí el carisma de su espiritualidad; quiero hoy rendir ante vosotros, testimonio de ello con profunda gratitud y humilde devoción.

Para terminar; como tributo filial a esa espiritualidad mística que arrobaba el alma del Siervo de Dios, quiero recordaros ahora una breve composición poética, considerada por la crítica literaria como obra cumbre de la poesía mística universal: “la noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz; donde no es el poeta; es el alma quien habla, refiriéndose al cuerpo como a su propia casa, de la cual escapa a hurtadillas para unirse con su Dios. 1 5

En una noche oscura,con ansias en amores inflamada,¡Oh dichosa ventura!salí sin ser notadaestando ya mi casa sosegada. 2A oscuras y segura,por la secreta escala, disfrazada¡Oh dichosa ventura!subí sola y celadaestando ya mi casa sosegada. 3Esa noche dichosa,en secreto, que nadie me veía;yo no miraba cosasin otra luz y guíasino la que en mi corazón ardía. 4Y aquesta me guiabamás cierto que la luz del mediodía,adonde me esperabaquien yo bien me sabía;en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche! Que me guiaste;¡Oh noche! amable más que la alborada;¡Oh noche que juntaste amado con amada!¡amada, en el amado transformada! 6En mi pecho florido;que entero para él solo, se guardaba;allí quedó dormido,y yo le regalaba,y el ventalle de cedros aire daba. 7El aire del almena;cuando yo sus cabellos esparcía,con su mano serenaen mí el cuello heríay todos mis sentidos suspendía. 8Quedéme entonces, y olvidéme;el rostro recliné sobre el amado:cesó todo, y dejéme;dejando mi cuidadoentre las azucenas olvidado.

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CORO IMEY

PARA LA GLORIA DE DIOS

Y LA PRONTA CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS MIGUEL ANGEL BUILES