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1 Presentación «Te he llamado por tu nombre y eres mío» (Is 43,1). Estas palabras que se encuentran en el libro de Isaías tienen por destinatario a Israel cautivo en Babilonia. Pertenecen a Yahveh, al Dios que creó y formó al pueblo, al Dios que le preocupa sobremanera la suerte de Israel, porque es su pueblo y «yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador» (Is 43,3). Si lo creó para ser libre, el Salvador no puede dejar que su pueblo viva cautivo; si él mismo lo formó, el Santo de Israel no puede permitir que sirva a los ídolos: ¡lo rescatará de Babilonia y lo conducirá de nuevo a la tierra que le dió para que viva en libertad y sirva a su verdadero Señor! «Te he llamado por tu nombre» es el lema del año vocacional, que nosotros -como Iglesia que peregrina en Chile- queremos vivir el presente año. Por ésto, el centro de nuestra reflexión y oración con motivo del MES de la BIBLIA es la vocación y su respuesta. Durante las cuatro semanas de Septiembre consideraremos personajes de la Biblia y de nuestro país que se han destacado por su generosa respuesta a Dios: a- Abraham, el creyente fiel, y Moisés, el liberador de Israel. b- Jeremías, el profeta perseguido por proclamar la palabra de Dios, y Juan Bautista, precursor perseguido por anunciar al Mesías. c- Pedro, que de pescador fue transformado en apóstol, y Pablo, que de violento perseguidor de la Iglesia fue hecho su valiente propagador. d- Teresa de Los Andes, la mujer contemplativa que -como María- supo guardar las cosas de Dios en su corazón, el padre Alberto Hurtado que -siguiendo a Jesús- “globalizó la solidaridad”, y dos matrimonios ejemplares que vivieron con fidelidad y alegría su unión matrimonial y su compromiso cristiano. A fin de entender y orar los textos bíblicos propuestos aquí seguiremos los cuatro pasos de la Lectio divina que se indican más adelante. La Lectio divina nos conducirá, como buen pedagogo, a una lectura orante y comunitaria de la Sagrada Escritura como Palabra de Dios que interpela nuestra vida y nos mueve a dar testimonio de su Reino. Que viviendo este MES de la BIBLIA experimentemos que Jesús de Nazaret, enviado por su Padre y lleno de la fuerza del Espíritu, es nuestro Salvador que nos rescata del pecado y de respuestas egoístas, y que es el Santo que destruye nuestros ídolos a quienes -conscientes o no- a veces servimos. Que en este MES de la BIBLIA escuchemos a Jesús que nos llama por nuestro nombre y así, por la acción del Señor y animados por las respuestas de los modelos vocacionales, vivamos nuestra profunda vocación de nuevo pueblo de Dios puesto en el mundo para edificar su Reino de justicia, verdad y paz. Santiago Silva Retamales Obispo Auxiliar de Valparaíso Presidente Comisión Nacional de Pastoral Bíblica

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Page 1: Presentación - IGLESIA.CL · a- Abraham, el creyente fiel, y Moisés, el liberador de Israel. b- Jeremías, el profeta perseguido por proclamar la palabra de Dios, y Juan

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Presentación

«Te he llamado por tu nombre y eres mío» (Is 43,1).

Estas palabras que se encuentran en el libro de Isaías tienen por destinatario a Israel cautivo en Babilonia. Pertenecen a Yahveh, al Dios que creó y formó al pueblo, al Dios que le preocupa sobremanera la suerte de Israel, porque es su pueblo y «yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador» (Is 43,3). Si lo creó para ser libre, el Salvador no puede dejar que su pueblo viva cautivo; si él mismo lo formó, el Santo de Israel no puede permitir que sirva a los ídolos: ¡lo rescatará de Babilonia y lo conducirá de nuevo a la tierra que le dió para que viva en libertad y sirva a su verdadero Señor! «Te he llamado por tu nombre» es el lema del año vocacional, que nosotros -como Iglesia que peregrina en Chile- queremos vivir el presente año. Por ésto, el centro de nuestra reflexión y oración con motivo del MES de la BIBLIA es la vocación y su respuesta.

Durante las cuatro semanas de Septiembre consideraremos personajes de la Biblia y de nuestro país que se han destacado por su generosa respuesta a Dios:

a- Abraham, el creyente fiel, y Moisés, el liberador de Israel. b- Jeremías, el profeta perseguido por proclamar la palabra de Dios, y Juan

Bautista, precursor perseguido por anunciar al Mesías. c- Pedro, que de pescador fue transformado en apóstol, y Pablo, que de violento

perseguidor de la Iglesia fue hecho su valiente propagador. d- Teresa de Los Andes, la mujer contemplativa que -como María- supo guardar

las cosas de Dios en su corazón, el padre Alberto Hurtado que -siguiendo a Jesús- “globalizó la solidaridad”, y dos matrimonios ejemplares que vivieron con fidelidad y alegría su unión matrimonial y su compromiso cristiano.

A fin de entender y orar los textos bíblicos propuestos aquí seguiremos los cuatro pasos de la Lectio divina que se indican más adelante. La Lectio divina nos conducirá, como buen pedagogo, a una lectura orante y comunitaria de la Sagrada Escritura como Palabra de Dios que interpela nuestra vida y nos mueve a dar testimonio de su Reino. Que viviendo este MES de la BIBLIA experimentemos que Jesús de Nazaret, enviado por su Padre y lleno de la fuerza del Espíritu, es nuestro Salvador que nos rescata del pecado y de respuestas egoístas, y que es el Santo que destruye nuestros ídolos a quienes -conscientes o no- a veces servimos.

Que en este MES de la BIBLIA escuchemos a Jesús que nos llama por nuestro nombre y así, por la acción del Señor y animados por las respuestas de los modelos vocacionales, vivamos nuestra profunda vocación de nuevo pueblo de Dios puesto en el mundo para edificar su Reino de justicia, verdad y paz.

Santiago Silva Retamales Obispo Auxiliar de Valparaíso

Presidente Comisión Nacional de Pastoral Bíblica

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ESQUEMA DE LOS ENCUENTROS 1- Antes del Encuentro:

Se motiva con insistencia en comunidades parroquiales y colegios para que realicen una vez a la semana, en el mes de Septiembre, estos Encuentros con la Palabra de Dios. Para esto se aprovechan las mismas reuniones que ya están programadas. A todos se les invita a traer su Biblia. Se prepara el lugar adecuado para la realización del Encuentro. Todos deben sentirse a gusto y acogidos. Es importante dar la bienvenida a los que van llegando. En un lugar destacado y adornado dignamente de la sala o Capilla se coloca la Sagrada Escritura de la que se va a proclamar la Palabra. Se inicia el Encuentro con un canto (se propone uno para cada Encuentro) y con la oración inicial (u otra) que está más abajo.

Antes de la proclamación de la Palabra hay que indicar con claridad el texto bíblico y esperar que todos lo hayan encontrado en su Biblia; luego, se enciende una vela y se proclama la Palabra fuerte y claramente.

El monitor o guía debe haber leído antes los textos bíblicos, el comentario que aquí se presenta y las preguntas a compartir. 2- Durante el Encuentro: Para la realización de los Encuentros con la Palabra les proponemos el método de la Lectio divina, es decir, una lectura orante y comunitaria de la Palabra de Dios. Este método se viene practicando en la Iglesia hace mucho tiempo y hoy es aconsejado vivamente por el Santo Padre JUAN PABLO II y por nuestros Obispos. El siguiente cuadro resume los pasos y la finalidad de la Lectio Divina:

Pasos:

Preguntas:

Finalidad:

A La Palabra de Dios, ¿Qué dice el texto bíblico?

Comprender la Palabra

Procuramos comprender el texto bíblico, es decir, lo que Dios nos enseña mediante el autor inspirado.

B Interpela nuestra vida, ¿Qué me y nos dice el Señor por su Palabra?

Actualizar la Palabra

La Palabra de Dios es para nosotros, por lo que a partir del mensaje divino interpelamos nuestra vida, su sentido, nuestra identidad y misión, y animamos nuestra esperanza.

C Suscita nuestra oración, ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?

Como familia o comunidad que se reune en nombre del

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Orar la Palabra

Señor meditamos y oramos a partir de la Palabra que nos interpeló.

D Y nos invita a la conversión y a la acción.

¿A qué nos invita el Señor en orden a la conversión y a

la acción?

Practicar la Palabra

El mensaje de Dios es una invitación a conducir la vida y el mundo con los criterios de Dios. Por eso, en cada Encuentro discernimos lo que el Señor nos pide respecto a la conversión y acción en el mundo.

Para la realización del primer (comprender) y segundo paso (actualizar), después de proclamar la Palabra y repasar el texto en silencio, podemos marcar el pasaje de la siguiente forma:

Palabras o frases:

Signos:

Ejemplos:

a)- Cuyo significado no entiendo : Un signo de interrogación ¿Hijo de hombre? b)- Que encierran el tema importante :

Subrayado Hijo de Dios

c)- Que me interpelan profundamente :

Un signo de exclamación ¡Sean fieles!

Este sencillo método me permite señalar: a)- lo que es oscuro para mí y no entiendo (signo de interrogación); b)- el tema o temas que me parecen que sintetizan adecuadamente el mensaje bíblico (subrayado), y c)- aquello que interpela mi vida y es un llamado a la conversión y a la acción (signo de exclamación). Luego, revisando cada signo, se aclara entre todos lo que no se entendió y se comparten los temas centrales y la interpelación de la vida. Se prosigue leyendo el comentario del presente folleto a cada texto bíblico y las propuestas para practicar los otros pasos de la Lectio divina.

Se termina el Encuentro con una oración y algún canto apropiado.

Nota: No es necesario hacer todo lo que se propone en estos Encuentros (responder todas las

preguntas o reflexionar los dos modelos vocacionales para cada Encuentro…). Cada familia o comunidad verá lo que más le ayuda en un tiempo prudente de reunión.

3- Después del Encuentro: Al finalizar, se realiza la evaluación del Encuentro para potenciar las fortalezas y solucionar las debilidades. Luego, si es posible, se comparte la mesa en familia o comunidad, según sea el caso.

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Oración inicial para el Encuentro con la Palabra de Dios

Dios nuestro, Padre de la luz, tú has enviado al mundo tu Palabra,

sabiduría que sale de tu boca, y que ha reinado sobre todos los pueblos de la tierra (Eclo 24,6-8).

Tú has querido que ella haga su morada en Israel y que a través de Moisés, los Profetas y los Salmos (Lc 24,44)

manifieste tu voluntad, y hable a tu pueblo de Jesús, el Mesías esperado.

Tú has querido que tu propio Hijo, Palabra eterna que procede de ti (Jn 1,1-14),

se hiciera carne y plantara su tienda en medio de nosotros. Él fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la Virgen María (Lc 1,35).

Envía ahora tu Espíritu sobre nosotros: él nos dé un corazón oyente (1 Re 3,9),

nos permita encontrarte en tus Santas Escrituras y engendre tu Verbo en nosotros.

El Espíritu Santo levante el velo de nuestros ojos (2 Cor 3,12-16), nos conduzca a la Verdad Completa (Jn 16,13),

y nos dé inteligencia y perseverancia. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor,

Él sea bendito y alabado por los siglos de los siglos, Amén.

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1ª SEMANA: ELEGIDOS POR DIOS EN LA ANTIGUA ALIANZA

1)- Abraham, nuestro padre en la fe 1.1- Canto: «Hoy Señor me llamas tú» (u otro) y oración inicial. 1.2- Motivando el Encuentro:

Todos conocemos más o menos la historia de Abraham, nuestro padre en la fe. Hoy vamos a compartir acerca de su generosa respuesta cuando Dios le pide salir de su tierra y dirigirse a un lugar que él no conocía.

¬ ¿Cuándo decimos que una persona “tiene mucha fe”? ¬ ¿Se puede perder la fe?, ¿cuáles serían las razones? (ver Mc 6,1-6). ¬ ¿Se puede crecer en la fe?, ¿de qué manera? (ver Mc 5,25-34).

1.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Génesis 12,1-9

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 1.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra

El pasaje que acabamos de proclamar y comentar es del libro del Génesis y relata el llamado de Dios a Abraham. Él es de la ciudad de Ur de Caldea, hoy Irak, país depositario de una cultura seis veces milenaria.

Abraham escucha una voz que lo llama y esta voz que le habla es Dios, el Dios altísimo y todopoderoso, Señor de la vida y de la historia a quien él sabe que tiene que escuchar y obedecer. Dios lo llama por su nombre y su llamado es irresistible, y Abraham -a diferencia de Jeremías- no pone ninguna objeción y, sumiso, obedece a su Señor.

Dios le promete una tierra en el país de Canaán y, en señal de gratitud y alabanza, Abraham construye un altar y rinde culto al Dios altísimo (Gn 12,7). Al confiar en Dios y caminar como el Señor se lo pedía, Abraham manifestó una profunda fe en las promesas de Dios, dejando a un lado su seguridad, sus certidumbres y temores. El sabe que el Señor que se le revela lo acompañará siempre.

No terminan aquí las promesas divinas a Abraham. Dios hace una alianza con él y le pide que camine en su presencia con rectitud: «Esta es la alianza que hago contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás ya Abram, sino que tu nombre será Abraham, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos. Te haré inmensamente fecundo» (Gn 17,1-6).

Esta promesa divina de descendencia es para un hombre de edad avanzada, cuya esposa, Sara, no sólo es anciana como él, sino también estéril (Gn 18,11-12). Sin embargo,

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Abraham cree en la Palabra de su Señor y le obedece sin saber exactamente qué iba a ocurrir con él y su familia. Dios, siempre fiel, cumple su promesa y le nace a Abraham el “hijo de la promesa”, Isaac (Gn 21,1-4). La epístola a los Hebreos (Heb 11,8-19) alaba la fe de Abraham y lo propone como modelo del nuevo pueblo de Dios, porque hizo la voluntad de Dios y confío en su Señor, quien lo hizo padre de un pueblo cuyo tesoro es la fe en las promesas divinas y la obediencia a la voluntad de Dios. Abraham, probado en su fe, experimentó la fidelidad y el amor de su Señor. En nuestra vida también experimentamos las exigencias de Dios que nos llama. A veces sentimos que éstas exceden nuestras fuerzas, sin embargo, por la fe sabemos que el Señor nos da su amor y su gracia, mostrándose fiel, y al obedecer podemos seguir sus caminos, aunque a veces no nos gusten (Mc 14,36) ni los comprendamos del todo (Mc 8,33).

Al final del camino, nos espera el Padre celestial que nos recibe con inmenso cariño porque hemos santificado su nombre, edificado su Reino y cumplido su voluntad. B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

En el pasaje anunciado y compartido, el Señor nos dirige su Palabra que ilumina nuestra vida. Compartamos libre y fraternamente cómo esta Palabra de Dios inspirada interpela nuestra vocación a la fe en Jesucristo y a la obediencia de sus enseñanzas y sus mandatos. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

La Palabra que nos interpela se vuelve oración. Oremos como hermanos en la fe dando gracias, alabando al Señor, pidiendo perdón…

Los textos de Eclesiástico 44,19-21 y Hebreos 11,8-22, sobre la fidelidad de Abraham, nos pueden ayudar a orar. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Abraham, nuestro padre en la fe.

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2)- Moisés, siervo y amigo de Dios 2.1- Canto: «El Señor es mi fortaleza» (u otro) y la oración inicial. 2.2- Motivando el Encuentro: Moisés es elegido por Dios para rescatar a las tribus hebreas oprimidas en Egipto, sometidas a prestaciones de servicios en las majestuosas construcciones del faraón. Dios se acuerda de las promesas a Abraham, escucha el gemido de auxilio de los israelitas esclavizados en Egipto, se compadece por su situación (Ex 2,23-25) y envía a Moisés «para que saques de Egipto a mi pueblo, los israelitas» (Ex 3,10).

¬ Como personas y como miembro de una familia o de la sociedad necesitamos ser rescatados por Dios. ¿De qué necesito que Dios me libere? ¿De qué necesita ser liberada mi familia y la sociedad de hoy?

¬ ¿Quiénes son hoy los “egipcios” u opresores que me tienen cautivo sin gozar de la libertad propia de los hijos de Dios? Compartamos nuestras vivencias.

2.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Éxodo 3,1-14

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 2.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra En tiempos de José, los hebreos aumentaron en tal cantidad que preocupó a los egipcios (Ex 1,7). La dinastía egipcia que reinaba en aquella época sometió a los israelitas a trabajos forzados y mandó eliminar a todos los recién nacidos que fueran varones, para evitar así el crecimiento de la población hebrea y prevenir la sublevación. El sufrimiento fue grande y desde el fondo de su dolor, el pueblo clamó al Señor quien lo escuchó (Ex 3,7). Para liberar de la esclavitud a los israelitas y conducirlos a la tierra prometida a Abraham, el Señor eligió a un hebreo educado en la corte egipcia: Moisés, nombre que significa “salvado de las aguas” (Ex 2,10).

Dios se manifestó a Moisés en una zarza ardiente. Como el lugar era sagrado -por mandato de Dios- se quita sus sandalias. Quitarse el calzado es signo de que Moisés se despoja de todo lo que lo separa de Dios. Yahveh, el Señor, dialoga con él, responde a sus preguntas y le aclara sus dudas, manifestándose cercano y siempre dispuesto a escucharlo. Por su parte, Moisés descubre la grandeza y santidad del Dios de Israel que sale a su encuentro para encomendarle una misión que está mucho más allá de sus fuerzas y posibilidades. Moisés no debe temer, porque «yo estaré contigo», le promete Dios (Ex 3,12). La misión exige renuncias por parte de Moisés, cambios en su vida personal, desafíos superiores a las propias fuerzas. Moisés lo percibe y se queja ante Dios: «¿Quién

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soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» (Ex 3,11), y argumenta: incluso los mismos israelitas «no me crearán, ni me escucharán» (Ex 4,1).

Dios disipa las objeciones de Moisés y se compromete a acompañarlo en su misión, la que se realizará con la fuerza de su Espíritu. Dios hará de Moisés más que un profeta, lo hará el siervo de su absoluta confianza con quien Dios puede hablar cara a cara, el único del Antiguo Testamento que puede contemplar el semblante de su Señor sin morir (Nm 12,6-8). Este encuentro personal con Dios crea una profunda certeza en Moisés: Yahveh, el Señor, lo conoce por su nombre y le habla como a un amigo (Ex 33,11). Desde entonces Moisés no sólo es el hombre de la acción, sino también el hombre de la oración y de la contemplación. Dios le da a conocer a Moisés su nombre (Ex 3,14), mostrándole lo más íntimo de su identidad divina. Conocer el nombre del Dios que se revela es muy importante para Moisés y los israelitas cautivos en Egipto, pues es conocer la sabiduría y el poder de quien les promete salvarlos, acompañarlos y protegerlos contra un pueblo y un ejército poderoso como el del faraón. Dios le dice a Moisés que su nombre es “Yahveh”, que en hebreo significa “Dios es y existe para salvar” a los que ha hecho suyos por la alianza. Este Dios que está con Moisés y actúa mediante él para liberar a los israelitas es el mismo Dios de Abraham, de Isaac y Jacob (Ex 2,24), es el Dios que pone su existencia y su poder al servicio de su pueblo para crearles un presente de verdadera libertad y un futuro de íntima comunión con él. Jesucristo será el “nuevo y definitivo Moisés” que realizará plenamente las promesas divinas al liberar a la humanidad del pecado, instaurar el Reino y crear un nuevo pueblo para Dios, su Padre. Ya su mismo nombre, “Jesús”, indica su misión, pues significa “Dios salva a su pueblo de los pecados” (Mt 1,21). B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

En el texto del Éxodo anunciado y compartido, el Señor nos muestra la respuesta de uno de sus elegidos, Moisés, cuyas disposiciones y conducta interpela nuestra vocación a vivir la «gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21; ver Gál 5,1.13).

A partir del pasaje del Éxodo y según el modelo que Moisés representa cuestionemos disposiciones y conductas, buscando el querer de Dios en lo respecta a nuestra liberación como personas, como familia y miembros de la sociedad. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

La palabra que hemos compartido se vuelve oración. Agradezcamos, pidamos perdón, alabemos a Dios…

Para orar, nos puede servir el himno que se encuentra en Éxodo 15 o la reflexión sobre la sabiduría que guió a Moisés en el libro de la Sabiduría 10,15-11,3. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

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Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Moisés, siervo y amigo de Dios.

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2ª SEMANA: LLAMADOS A SER PROFETAS DEL DIOS ALTÍSIMO

3)- Jeremías, profeta de la voluntad de Dios 3.1- Canto: «El Profeta» (u otro) y oración inicial. 3.2- Motivando el Encuentro: Jeremías es un gran y sufrido profeta. Su figura es importante en el Antiguo Testamento, pero también hubo profetas en el Nuevo Testamento y los hay actualmente, en nuestra Iglesia que peregrina en el siglo XXI. Un Cardenal francés, cuando le tocó intervenir en el Concilio Vaticano II, se preguntaba: «¿Qué sería de nuestra Iglesia sin el carisma de los profetas, esos hombres que hablan por inspiración del Espíritu?».

¬ ¿Qué características tenían los profetas del Antiguo Testamento? ¬ Los cristianos, ¿somos profetas?, ¿por qué? ¿Me he sentido de verdad profeta

alguna vez?, ¿en qué ocasión? ¬ Isaías trae una fuerte acusación contra los dirigentes de Israel, entre ellos los

profetas: «Todos son perros mudos incapaces de ladrar; vigilantes perezosos a quienes gusta dormir» (Is 56,10). ¿Nos pasa esto a los cristianos?, ¿cuándo? Compartamos nuestras vivencias al respecto.

3.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Jeremías 1,4-10

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 3.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra

En el siglo VIII antes de Cristo, el Reino del Norte -también conocido como “Reino de Israel”- ya había desaparecido bajo la dominación asiria. Al Reino del Sur -conocido también como “Reino de Judá”- le pasaría lo mismo el año 587, pero esta vez bajo el poder de los babilonios. En este contexto crítico para Judá le corresponderá hablar en nombre de Dios a Jeremías, sacerdote elegido para ser profeta (Jer 1,1). Jeremías, fiel a Dios y sensible al drama de su pueblo, vive en carne propia la resistencia de los habitantes de Judá a la Palabra de Dios que los invita a convertirse para evitar así el desastre que está a las puertas (Jer 3,19-4,4). Tan grande es la rebeldía y el desconcierto de los habitantes de Judá que «tu herida se ha hecho incurable, no puede sanar tu llaga; nadie atiende tus gritos de auxilio, ni existe remedio para tus heridas» (Jer 30,12-13). El pasaje bíblico de Jeremías 1,4-10 es el relato de la vocación del profeta. Dios, desde el seno materno, escogió a su profeta, lo preparó para la misión de manifestar su voluntad y lo hará fuerte como «ciudad fortificada y columna de hierro» (Jer 1,18), para

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que pueda sobrellevar la adversidad y la persecución a la que se verá sometido por anunciar el mensaje. Al “conocer” a Jeremías (Jer 1,5), Dios entra en íntima comunión con él, y al “consagrarlo”, el Señor lo hace suyo y lo llena de su Palabra (Jer 1,9), para que puede anunciar su voluntad. Por esta razón, Jeremías es capaz de decir lo que nunca se le hubiera ocurrido y anunciar lo que siempre ha temido. Sus dificultades son muchas y el profeta se rebela una y otra vez, y con inusitada sinceridad lo expresa: «La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de insulto y burla. Yo me decía: “No pensaré más en él, no hablaré más en su nombre”. Pero era dentro de mí como un fuego ardiente encerrado en mis huesos; me esforzaba en sofocarlo, pero no podía» (Jer 20,9).

Con todo, Jeremías nada teme porque el Señor está con él (Jer 1,8), y se hace mensajero o heraldo en nombre del Señor que lo ha elegido, preparado y enviado a «edificar y plantar», encargo que no puede realizar sin «arrancar y derribar» (Jer 1,10). Estos cuatro verbos sintetizan la doble misión de un verdadero profeta: anunciar (= edificar - plantar) y, a la luz del anuncio de la voluntad de Dios, denunciar (= arrancar - derribar) lo que contradice su querer. La misión encomendada sobrepasa a Jeremías y le invade el temor a lo desconocido, a las renuncias que debe realizar, a las persecuciones por sufrir, a los conflictos por anunciar la voluntad de su Señor, a los esquemas que debe romper…, pero Dios le asegura que estará con él y lo sostendrá en sus dificultades. El Señor espera de Jeremías confianza absoluta y entrega sin límites, aunque el profeta poco o nada entienda. Un profeta es verdadero porque Dios pone sus palabras en la boca de su elegido. Esta es la experiencia de Jeremías y así lo testimonia: «El Señor alargó su mano, tocó mi boca y me dijo: “Mira, pongo mis palabras en tu boca”» (Jer 1,9). Esta es la única garantía de un ministerio profético auténtico.

El profeta falso, en cambio, se elige a sí mismo, dice lo que quiere sin que nadie lo haya enviado o hablan de paz cuando les llenan el estómago y casi nunca sus obras avalan su mensaje (Jer 23,13-24; Ez 13; Miq 3,5-7). Si se relata la vocación de Jeremías es para que el pueblo tenga la certeza de que él es el profeta verdadero frente a un sinnúmero de profetas falsos que alzan su voz, dando su parecer, en ese tiempo tan crítico para el Reino del Sur. Los profetas verdaderos acusan a los falsos de dejarse llevar por las presiones coyunturales, buscando siempre sacar provecho personal de la crisis que vive el pueblo de Dios (Jer 23,25-32). El llamado de Jeremías a la conversión es urgente, de otro modo llegará el rey de Babilonia y destruirá al idólatra y rebelde Reino de Judá (Jer 12,7-13; 17,1-4) y a sus corruptos dirigentes (Jer 21,11-14). El pueblo, que no escucha la predicación de Jeremías, no se convierte por lo que sufre la destrucción y el exilio como resultado de la obstinación de sus corazones (Jer 22,20-23). Con la aparición de los babilonios viene la desgracia como «una gran tempestad que se desata desde los extremos de la tierra» (Jer 25,32): desaparece el templo y -con ello- la presencia de Dios en medio del pueblo; destruyen la gran ciudad del rey David, Jerusalén, la capital del Reino; pierden la tierra prometida a Abraham y el rey de la descendencia davídica prometido a David…, sólo hay dos opciones: ¡muerte o destierro! El libro de las Lamentaciones resume así la pena de los sobrevivientes: «Mis ojos se deshacen en lágrimas, mis entrañas se estremecen, mi rabia se desborda por la ruina de la capital de mi pueblo» (Lam 2,11). El destierro que sigue a la destrucción será largo y doloroso, pero de él volverá un pequeño resto que será el origen de un pueblo nuevo dispuesto a escuchar la voz de su

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Señor y ser fiel a su alianza (ver Is 1,9; Miq 5,2; Rom 11,1-10). En el futuro, este pequeño resto recibirá y reconocerá al Mesías. B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra Hoy mejor que nunca, en este año 2003, año vocacional, apliquemos a nuestra vida personal y comunitaria el mensaje de la vocación de Jeremías. Todos somos llamados por nuestros nombres y tenemos una misión que da sentido a nuestra vida, aunque sea difícil y nos exija renuncias. Debemos estar seguros de que el Señor resucitado está con nosotros, que no nos deja solos para realizar lo que él quiere que hagamos y decir lo que él quiere que digamos. A partir de la figura y la vida de Jeremías interpelemos nuestra vocación de profetas de Jesucristo en el seno de nuestra Iglesia y de la sociedad. Actualicemos, pues, la Palabra de Dios. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

Que la Palabra que hemos comprendido y nos ha interpelado se vuelva oración. Agradezcamos, alabemos, pidamos perdón a Dios…

Para orar nos puede servir el Salmo 67 (66) o la llamada a la conversión que Dios mediante Jeremías le pide a su Pueblo: Jer 3,19-4,4. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Jeremías, un sacerdote llamado a ser profeta.

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4)- Juan Bautista, profeta y precursor del Mesías 4.1- Canto: «Espíritu de Dios llena mi alma» (u otro) y oración inicial. 4.2- Motivando el Encuentro: Jesús preguntaba a la gente respecto de Juan Bautista: «¿Qué salieron a ver en el desierto?, ¿una caña agitada por el viento? Pues, ¿qué salieron a ver?, ¿un hombre lujosamente vestido?» (Mt 11,7-8).

Jesús nos hace hoy esta misma pregunta:

¬ ¿Miro con ojos de fe y como ministros de Jesús a obispos, sacerdotes, diáconos?, ¿por qué razón?, ¿qué dificultades encuentro para hacerlo?

¬ ¿Miro como hermanos y testigos de las realidades del Reino a religiosos y religiosas?, ¿por qué razón?, ¿con qué dificultades me encuentro?

¬ ¿Acepto como precursores del Señor a los agentes de pastoral de mi parroquia o comunidades?, ¿qué dificultades tengo?

¬ ¿Podría afirma que soy precursor del Mesías? Compartamos experiencias. 4.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Lucas 1,5-25

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 4.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra Los profetas del Antiguo Testamento -mediante oráculos- prometieron al Mesías, y Juan Bautista en el Nuevo Testamento lo señaló a sus discípulos diciendo: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). El relato de Lc 1,5-25 es la promesa divina al sacerdote Zacarías del nacimiento de su hijo primogénito, cuando se encontraba en los servicios propios del culto en el templo de Jerusalén. Zacarías, un hombre justo, no podía tener hijos porque Isabel, su mujer, era estéril y además de edad avanzada como él (Lc 1,7). Varias son las similitudes con la historia de Abraham y Sara: ambos de edad y con mujer estéril, e importantes las diferencias: mientras Abraham cree, Zacarías no cree. El anuncio a Zacarías del nacimiento de su hijo Juan (Lc 1,5-25) se asemeja grandemente en el Nuevo Testamento al anuncio a María del nacimiento de su hijo Jesús (Lc 1,26-38). En ambos relatos la aparición de un ángel, el temor de Zacarías y María, y la invitación a no tener miedo; en ambos relatos la imposición de los nombres a los niños, la descripción de la misión de éstos y el ofrecimiento de un signo: Zacarías se quedará mudo y a María se le informa que su prima Isabel, anciana y estéril, ya hace seis meses que está embarazada. En ambos relatos las mujeres tienen dificultades para tener un hijo: Isabel es estéril (Lc 1,7) y María no está casada (Lc 1,34).

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En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de mujer (Gal 4,4; ver Heb 1,1-2), y será un hombre justo, Juan Bautista, quien lo identifique entre la multitud, dando testimonio de él no sólo con su palabra, sino también con su vida. La palabra del precursor es potente en su forma y clara en su contenido: «Este es aquel de quien yo dije: “el que viene detrás de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”…Yo no soy el Mesías… Él viene detrás de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias» (Jn 1,15.19.27). La vida del precursor es profética y testimonial, aceptando el desafío de dar con valentía y convicción la vida por lo que cree (Mt 14,1-12).

La palabra y la vida de Juan Bautista están al servicio de su misión: allanar los caminos al Señor preparando los corazones para reconocer la presencia del Mesías (Mc 1,3 que cita Is 40,3; Mt 3,1-2). Por esto Juan es profeta y precursor del Mesías, porque lo revela a Israel y prepara su aceptación. Juan Bautista no espera ser adulto para proclamar la presencia de su Señor. Cuando Isabel recibe la visita de la Virgen María, Juan, su hijo, salta de gozo en su seno porque reconoce en el seno de María a Jesús, el Mesías (Lc 1,41). Así, desde antes de su nacimiento, Juan Bautista pregona la encarnación del Verbo de Dios, y aunque todavía no ve la luz, ya cumple su encargo de precursor.

A propósito del gozo festivo de Juan Bautista, san León comenta: «Antes de haber percibido la luz del tiempo, Juan ya anunciaba la Luz eterna, y antes de que la verdad apareciera en el mundo, Juan ya era testigo de la Verdad. Con su estremecimiento profético en el seno de Isabel antes de nacer ya anunciaba al Hijo único de Dios». Y san Gregorio Magno nos enseña que «mientras la Palabra de Dios se hace carne en María por nosotros, Juan Bautista en el seno de Isabel es su voz en medio nuestro». El niño que nace de Isabel, al circuncidarlo como manda la Ley al octavo día, recibe el nombre de “Juan”, que significa “Dios es favorable” (Lc 1,59-60). Cuando crece, vive en el desierto, se alimenta de langostas y miel silvestre y se viste con piel de camello (Mc 1,6). Llegado el día, se manifiesta a Israel, predicando un bautismo de penitencia por los pecados e invitando a la conversión de costumbres (Lc 3,7-15).

Así Juan prepara el camino del Mesías con clara conciencia y humildad, pues «no era él la luz, sino testigo de la luz» (Jn 1,8). El mismo Juan dirá: «El que viene detrás de mí es superior a mí, porque existía antes que yo… Es necesario que él crezca y que yo disminuya» (Jn 1,15 y 3,30). B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

En el pasaje proclamado, el Señor interpela nuestra vida mediante la figura de Juan Bautista. Reflexionemos y compartamos cuáles son las disposiciones y conductas que la Palabra de Dios y Juan Bautista como modelo de profeta y precursor nos invitan a fortalecer o a cambiar. Como cristianos, nuestra vocación es ser los precursores del Señor Resucitado. Interpelemos, pues, nuestra misión. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

Que la Palabra de Dios que interpela nuestra vida se vuelva oración. Creemos un ambiente que nos permita agradecer, alabar, pedir perdón al Señor… animados por una convicción: somos hijos de Dios, llamados a ser precursores del Hijo primogénito del Padre.

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Nos puede ayudar a orar el himno de Zacarías a Dios con motivo del nacimiento de su hijo Juan: Lucas 1,68-79. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Juan Bautista, profeta y precursor del Mesías.

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3ª SEMANA: Elegidos y Consagrados para una misión

5)- Pedro, pescador de hombres para el Reino 5.1- Canto: «Pescador de hombres» (u otro) y oración inicial. 5.2- Motivando el Encuentro: Pedro es de una fuerte personalidad y en el seguimiento del Señor vive varias incoherencias. Así como no tuvo ningún problema en dejarlo todo para seguir al Maestro de Nazaret que lo llama, así lo enfrenta con decisión para oponerse a su viaje a Jerusalén donde lo pueden matar a él y a sus seguidores. Si su miedo es grande y traiciona a Jesús, su amor es inmenso y lo confiesa, ratificándolo con la entrega de su vida.

¬ Si Jesús -como a Pedro- te llamara a una misión particular en la Iglesia o la sociedad, ¿te costaría dejar “tus redes” y seguirlo?, ¿qué “redes” te atan?, ¿qué “barcas” deberías abandonar?

¬ En el seguimiento del Señor, ¿nos sentimos identificados por Pedro en lo que se refiere a su decisión e indecisión, a su traición y su amor, a su miedo y su valentía…?

¬ ¿He tenido -como Pedro- experiencias de enfrentamiento con Jesús y de amor intenso por él? Compartamos fraternalmente nuestras vivencias.

5.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Mateo 4,17-22

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 5.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra Jesús es bautizado por Juan en el río Jordán al inicio de su misión (Mt 3,13-17). Luego el Espíritu lo lleva al desierto donde es sometido a una triple tentación por el demonio a quien vence (Mt 4,1-11). En Galilea, al norte del país, comienza a anunciar la buena nueva del Reino (Mt 4,12-17) que implica la destrucción de los espíritus impuros, la sanación de las enfermedades y la purificación de los pecados. Se cumplen así las promesas del Antiguo Testamento acerca del Ungido con el Espíritu que proclama la definitiva y plena comunión con Dios y los hermanos. Los primeros discípulos serán de Galilea, y Jesús los asocia a su misión para que prediquen la buena nueva de la salvación (Mt 4,18-22).

San Mateo nos relata el encuentro personal de dos pares de hermanos (Pedro y Andrés, Santiago y Juan) con el Señor Jesús a orillas del lago de Galilea (Mt 4,17-22). Jesús mira a Pedro y Andrés y los llama diciéndoles: «Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En este caso la mirada de Jesús debió ser penetrante y

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transparente, y sobre todo cariñosa (ver Mc 10,21). No siempre era así (Mc 3,5). Con seguridad la mirada del Mesías a nadie dejaba indiferente. El padre Hurtado decía que «nadie que ha sentido la mirada de Jesús, puede volver a ser el mismo».

¿Qué habrá pensado Pedro ante la mirada y la invitación de Jesús? Como la mayoría de los israelita de su tiempo, Pedro, Andrés, Santiago, Juan…

creían en un Dios todopoderoso, el Santo de Israel, poderoso y sabio, quien -en razón de la alianza con Israel- actuaba en el acontecer histórico de su pueblo. Este Dios ya los había liberado una vez de Egipto “con mano fuerte y brazo extendido”, y a lo largo de la historia los había rescatado de la opresión de muchos y poderosos imperios: asirios, babilonios, persas, griegos… Sin embargo, ahora de nuevo se encontraban dominados por los romanos… y el Dios de Israel parece callado, no se manifiesta claramente o bien ya no se acuerda de su pueblo ni de la alianza.

Como la mayoría de los israelita de su tiempo, Pedro, Andrés, Santiago, Juan… esperaban un “mesías” o “ungido” enviado por el Dios sabio y poderoso de Israel que lo liberara de la nueva opresión que vivían, la del imperio romano. Cuando Jesús miró y llamó a Pedro es bastante probable que lo confundiera con el “mesías” destinado a conducir a Israel al dominio de las potencias extranjeras (Roma, la primera) y al establecimiento en Jerusalén del culto al Santo de Israel como el único culto en toda la tierra (Zac 14,16-21). Casi al final de la vida de Jesús, aún dos discípulos -Santiago y Juan- piden tener poder en la Jerusalén desde la cual piensan que reinará el “ungido Jesús” (Mc 10,35-37). Así estaban de equivocados. Esta es la razón por la que Pedro termina proponiendo una misión contraria al del verdadero Mesías: o procura apartarlo de la pasión y la muerte sin pensar en la resurrección (Mc 8,31-33) o busca quedarse en la gloria sin pensar en la pasión y la cruz (Mc 9,5-6).

Una primera señal de que Pedro y sus compañeros están equivocados respecto a su concepción del “mesías” le viene de Juan Bautista. El precursor confiesa que Jesús de Nazaret «es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). El “mesías” o “ungido” no viene a derrotar una potencia (romanos) para hacer triunfar a otra (israelitas), sino que -como Siervo de Yahveh y Cordero de Dios- viene a redimir a hombres y mujeres de sus pecados y ofrecerles el don de ser hijos de Dios, hermanos unos de otros y constructores de una sociedad y de un mundo mejor. Ésto, Jesús lo expresa a Pedro y a su hermano Andrés con una frase enigmática: «Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19).

Como el Reino de Dios llega con la presencia y la acción de Jesús mesías y salvador (Mc 1,14-15), “pescar hombres” es conquistarlos para el Reino de vida del Padre misericordioso. “Pescador de hombres”, pues, es la expresión de Jesús que señala cuál es la misión de su discípulo: sacar a la humanidad del “mar” o de las aguas caudalosas de la muerte (Sal 18,17; 144,7), para hacerlos partícipes de la vida del Reino y de la libertad de los hijos de Dios. En vocabulario paulino, “pescar hombres” es desatarlos de los lazos del Diablo (2 Tim 2,26) o arrancarlos -por mandato del Padre- del poder de las tinieblas para hacerlos partícipes del «reino de su Hijo amado de quien nos viene la liberación y el perdón de los pecados» (Col 1,13-14).

“Pescar hombres” es la tarea propia de Pedro, Andrés, Santiago, Juan… en cuanto discípulos del Señor, es decir, es la misión de la Iglesia. Este es el gran desafío al que Jesús invita a Pedro y a todo cristiano. Se trata de una vocación que hay que vivir con gozo, no de una profesión o una carga que hay que soportar. Mientras la vocación da sentido a toda la

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vida, la profesión sólo ocupa parte de nuestro tiempo sin necesariamente involucrar el “corazón”. Pedro, el rudo pescador de Galilea, lo deja todo (red, barcas y familia) y sigue a Jesús de Nazaret con su fuerte personalidad y sus incoherencias. El Señor lo educará como discípulo para que pueda ser luego el pastor que confirme la fe de sus hermanos (Lc 22,32). Si Pedro siguió al “Ungido de Dios”, aunque confundió su misión, es porque tiene profundos anhelos de libertad, vive profundamente necesitado de salvación y quiere pescar hombres para Dios. B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra Pedro es extraordinario como modelo de seguimiento del Señor. Es muy humano y padece nuestras debilidades: ama y traiciona, sigue a Jesús aún sin entender del todo, es rudo y fuerte de carácter y, sin embargo, capaz de acoger con cariño a Jesús en su casa…

Después de la traición, no hay de parte de Jesús ningún reproche a Pedro, ninguna acusación, ningún: “¿no te lo dije?”, sólo tres veces la pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» (Jn 21,15). Así, la triple negación de Pedro se purifica con su triple profesión de amor.

Nuestra vocación al seguimiento del Señor “pescando hombres” es, sin duda, parecida a la de Pedro, el pescador de Galilea, a quien el Señor elige para ser jefe de la Iglesia (Mt 16,13-20). Interpelemos la vida para descubrir nuestras fortalezas y debilidades como cristianos llamados a seguir al Señor como “pescadores de hombres”. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

La Palabra de Dios que nos ha interpelado hagámosla oración comunitaria: agradezcamos, alabemos, pidamos perdón a Dios… motivados por la vida y misión de Pedro, pescador de hombres.

Para nuestra oración comunitaria nos puede ayudar una debilidad de Pedro (su traición a Jesús: Mc 14,66-72) y una de sus fortalezas (su amor por Jesús: Jn 21,15-19). D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente el ejemplo de vida de Pedro, un pescador de Galilea hecho por el Señor pescador de hombres.

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6)- Pablo, apóstol de las naciones 6.1- Canto: «Jesús, estoy aquí» (u otro) y oración inicial. 6.2- Motivando el Encuentro: Pablo es un misionero que no reserva nada para sí cuando se trata de anunciar a quien cautivó su corazón: Jesús, su salvador. De fariseo perseguidor de la Iglesia pasa a ser un valiente apóstol de la buena nueva del Reino. Su conversión fue radical. Conversión y misión no sólo es tarea de apóstoles como Pablo, sino de todo cristiano. El Papa JUAN PABLO II nos enseña: «Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio» (Christifideles laici, n° 33).

¬ ¿Nos cuesta aceptar el cambio de una persona a la que hemos etiquetado de “mala"?

¬ ¿Creemos en la posibilidad de la conversión radical al estilo de Pablo?, ¿qué cosas supone esta conversión?

¬ ¿Tenemos conciencia de que por “vocación y misión” somos anunciadores del evangelio?

¬ ¿Cuáles son nuestras fortalezas y debilidades como “anunciadores del evangelio”? ¿Qué cualidades de Pablo necesitamos hoy para vivir la vocación y misión de “apóstoles del Señor”? Expliquemos nuestras razones.

6.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Gálatas 1,11-24

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 6.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra Saulo, llamado luego “Pablo”, pertenece a la secta de los fariseos quienes se consideraban el verdadero Israel. Ellos cumplían rigurosamente la Ley de Moisés pero, considerándola insuficiente, habían añadido numerosas normas para cuidarse de todo contacto impuro con los gentiles o paganos (Mc 7,3-4). Jesús critica duramente a estos fariseos por su apego a la letra de la Ley más que al espíritu (Rom 7,1-6), lo que les hace olvidar “la justicia y el amor de Dios” (Lc 11,42; ver Mt 23,1-36).

Saulo es hijo de hebreos, de la tribu de Benjamín, según él mismo nos informa (Fil 3,5-8). Porque había nacido en Tarso, importante centro intelectual grecorromano al sur del Asia Menor, porque había heredado de su padre la ciudadanía romana (Hch 22,28) y porque había sido educado por Gamaliel, gran doctor de la Ley (Hch 5,34), Pablo se nutrió de las grandes culturas de su tiempo: griega, romana y hebrea. Sus cualidades personales de celo infatigable, amor a la verdad y su amplia cultura lo hacían la persona indicada para

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evangelizar el amplio y difícil mundo de los gentiles, pero no así su debilidad que él reconoce una y otra vez (2 Cor 12,7-10).

Su encuentro con Cristo resucitado en el camino a Damasco va a cambiar su vida (Hch 9,1-9), colocando su energía infatigable no al servicio de los fariseos para perseguir a los cristianos, sino al servicio de Cristo para edificar su Iglesia. La epístola a los Gálatas que hemos proclamado nos relata el encuentro personal de Pablo con Cristo, quien transforma a este fariseo, seguro de sí, lleno de proyectos propios, en un hombre despojado de sí, humilde ante Dios y obediente a su voluntad. Ciego ante la luz demasiado fuerte del Resucitado, para el “hombre viejo” que aún es él, va a recibir en el bautismo el don del Espíritu y -por lo mismo- un ser y una visión nueva. Nuestro texto (Gál 1,11-24) utiliza tres verbos referidos a la vocación de san Pablo: Dios «me eligió desde el seno de mi madre», «me llamó por pura bondad» y «me hizo su mensajero entre los paganos» (Gál 1,15-16). Jesús elige a este fariseo, cuyo celo infatigable por la Ley lo había llevado a ser un observador complacido de la lapidación de Esteban, primer mártir de Cristo (Hch 8,1). Esta elección que llena de temor a algunos de sus contemporáneos, hizo que Pablo pusiera todo su ardor al servicio del evangelio, y que por su conversión y ministerio muchos dieran gloria a Dios (Gál 1,22-24) Jesús lo llama por su nombre: «Saulo, Saulo», y le pregunta: «¿porqué me persigues?» (Hch 9,4), cuando se dirigía a Damasco, autorizado por el sumo sacerdote para encarcelar a los que siguieran el camino de Jesús (Hch 9,1-2). Saulo, llamado por su nombre, pregunta el nombre de quien lo interpela: «¿Quién eres Señor?». La respuesta que recibe identifica el nombre de Jesús (“Cristo”) con sus seguidores (“cristianos”): «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,5; ver Hch 11,26). Jesús así invita a Saulo a tomar conciencia de lo que está haciendo: perseguir al seguidor de Cristo es encadenar y hacer sufrir al mismo Cristo. Por lo mismo, convertirse a Cristo que es la Cabeza de su Cuerpo (la Iglesia) es también amar y cuidar a los miembros de su Cuerpo que son los cristianos (ver Mt 25,31-40). Al llamar a Pablo, Jesús le hace ver que perseguir cristianos no es destruir una secta que se opone a la doctrina de los fariseos, sino crucificar de nuevo -esta vez con la persecución- al Mesías y Salvador presente en sus discípulos.

El tercer verbo referido a la vocación de Pablo es “hacerlo predicador o mensajero del evangelio” entre judíos y gentiles. El Señor lo envía a ser servidor del evangelio, mensajero de su misterio de redención y ministro de su gracia. El fundamento de su apostolado será siempre el encuentro íntimo y transformante con su Señor, y Pablo no hará más que testimoniar aquello que él mismo ha contemplado y vivido como regalo de Dios, sin él merecerlo de ningún modo. Pablo tiene conciencia que «Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes… De este modo nadie puede presumir ante Dios» (1 Cor 1,26-29).

Porque Pablo experimenta en el misterio de la cruz y de la resurrección de Cristo la fuente de su conversión y de su fortaleza, se hace débil con los débiles y todo para todos (1 Cor 9,22) a fin de comunicarles, gritarles, suplicarles... que acepten -por la fe y la conversión- a Jesús, fuerza salvadora de Dios, que redime de pecados y hace posible el “hombre nuevo” y la nueva creación (Rom 8,18-25; ver 1 Cor 1,20-25).

Sólo así se entiende que el que antes perseguía a la Iglesia, ahora anuncie con valentía y celo inigualables la fe que antes combatía (Gál 1,23; ver Hch 8,3).

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La misión encomendada a Pablo es dura y difícil, y él mismo nos informa de sus innumerables sufrimientos por cumplir el encargo divino: prisiones, palizas, azotes, lapidaciones, naufragios, peligros al cruzar ríos, peligros de asaltantes, de paganos... La lista es larga (2 Cor 11,23-29). Sin embargo, Pablo por nada de esto se gloría, pues «si es necesario enorgullecerme -escribe-, me enorgulleceré de mis debilidades» (2 Cor 11,30). Todo lo sufre con alegría y aún más, su gozo es ser juzgado digno de padecer por el nombre de Cristo y de anunciar la Buena Nueva de la cual espera participar (1 Cor 9,23).

En todo este proceso vocacional de Pablo y en toda vocación auténtica, la iniciativa es siempre de Dios que elige (vocación), prepara (consagración) y envía (misión). El elegido, porque es libre, puede aceptar o rechazar dicha invitación. De aceptar, cuenta siempre con la sabiduría y el poder de su Señor en la realización del encargo. B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

Con la vocación y misión de san Pablo, el Señor está interpelando nuestra propia vocación de misioneros y evangelizadores del Reino.

Es el momento de actualizar la Palabra de Dios y discernir cómo estamos viviendo la elección que Dios hizo un día para que, como discípulos de su Hijo, anunciáramos con la vida y con nuestra palabra la buena noticia de que Jesús es Mesías e Hijo de Dios (Mc 1,1). Meditemos y compartamos. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

Que la Palabra de Dios y el modelo de Pablo misionero que nos interpeló se haga profunda y sincera oración: agradezcamos por todo lo que el Señor nos ha regalado y pidamos perdón por las veces que no hemos sido fieles a nuestra vocación y misión de testigos valientes de Jesús en el mundo.

Para orar nos puede ayudar algunos pasajes del “discurso de misión” de Jesús: Mateo 10,1-42. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Pablo, apóstol de las naciones.

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4ª SEMANA: Testigos de la fe en el mundo de hoy

7)- Teresa de Los Andes, fruto del evangelio sembrado en Chile 7.1- Canto: «Ven amada mía» (u otro) y oración inicial. 7.2- Motivando el Encuentro: La constitución Lumen gentium (n° 40) del CONCILIO VATICANO II nos enseña «que los seguidores de Cristo… han sido hechos por el bautismo verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron».

¬ ¿Qué es lo que más me cautiva del Señor?, ¿por qué? ¬ ¿Qué habrá sido lo que más cautivó del Señor a Teresa de Los Andes? ¬ ¿En qué consiste la santidad según Lumen gentium?, ¿es un estado que se

consigue sólo por no pecar o cumplir los mandamientos?, ¿es un don de Dios o fruto del esfuerzo personal?

¬ ¿Cuándo somos santos?, ¿o no existen hoy los santos? Reflexionemos y compartamos.

7.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Lucas 10,38-42

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 7.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra Mientras va de camino a Jerusalén, Jesús visita el hogar de las hermanas Marta y María. Mientras Marta se concentra en preparar todo lo necesario para atender bien a su visita, María se concentra en escuchar con atención al invitado. «Sentada a los pies del Señor, María escuchaba su palabra», nos informa san Lucas (Lc 10,39). Al reclamo de Marta, Jesús le responde: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupado por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la quitará» (Lc 10,41).

El comportamiento de ambas mujeres ante Jesús es opuesto y está claramente descrito: Marta, inquieta y preocupada, se mueve de un lado a otro sin dar abasto a los quehaceres de la casa para atender a Jesús; María, en cambio, se sienta y su única preocupación es escuchar y dialogar con Jesús. Marta es un mar de nerviosa actividad y busca que su hermana se sumerja en ella. Esta disposición es opuesta al tiempo y a la serenidad que se da su hermana para escuchar al Maestro.

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En realidad, Marta representa a los cristianos venidos del judaísmo todavía atados al cumplimiento de la ley mosaica y a las tradiciones judías. María, en cambio, es modelo para los cristianos invitados a operar el corte radical entre lo antiguo y lo nuevo: el cristiano escucha y sigue al Maestro y no las tradiciones judías de los antepasados (ver Mc 2,21-22). Mientras los judíos siguen siendo discípulos de la Ley, los cristianos son los auténticos discípulos del Mesías. En palabras de san Juan: «La Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos llegaron por medio de Cristo» (Jn 1,17). Marta representa a los discípulos de la ley de Moisés, y María a los discípulos de la gracia y la verdad de Jesucristo.

San Lucas nos dice que María «está sentada a los pies del Señor» (Lc 10,39; ver 8,35). En realidad, no se trata sólo de una posición física, sino sobre todo de una disposición espiritual: “sentarse” es ponerse a los pies de un maestro para recibir educación, adiestramiento, conocimiento. Según san Marcos, el discípulo de Jesús se sienta en torno a él para recibir su enseñanza que le permita conocer y cumplir la voluntad de Dios, es decir, busca ser de verdad de la nueva familia de Jesús (Mc 3,34-35; ver Lc 24,32). Al sentarse a escuchar a Jesús, María forma parte de la verdadera familia de Jesús y como tal lo está atendiendo mucho mejor que su hermana Marta.

¿Qué hace discípulo que se ha hecho de la familia de Jesús?, ¿trata de alimentar al Maestro empleando para ello una actividad frenética como Marta?, ¿o se alimenta del Maestro sentándose a sus pies como María?, ¿quién ofrece el verdadero alimento, un banquete de verdad provechoso: Marta a Jesús, o Jesús a María? La respuesta de Jesús es que «María ha elegido la mejor parte» (Lc 10,42).

Hemos escogido este texto de Lucas 10,38-42 porque nos ayuda a comprender el llamado que Jesús hace a todo cristiano a “sentarse a sus pies”, como María, para escuchar su Palabra y optar por él, adhiriéndose a su Misterio de Hijo de Dios y Salvador. Así lo han hecho miles de cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia, y entre ellas, Juanita Fernández S. conocida como Teresa de Los Andes, nuestra primera santa chilena.

Jesús nos invita de muchos modos a “sentarnos a sus pies” para escucharlo: un texto del evangelio leído con calma, una homilía en la Misa dominical, un retiro, la palabra de un amigo o amiga, la casi imperceptible y siempre constante voz de la conciencia, los acontecimientos de la vida leídos a la luz de la fe, la miseria de muchos, el dolor de otros, la experiencia de ser amados, la alegría… son voces potentes del Señor que sólo se escuchan cuando somos capaces de sentarnos a sus pies.

Para esto debemos dejar que Jesús nos visite, que toque a la puerta de nuestra existencia y abrirle: «Mira que estoy de pie junto a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Siempre la opción es nuestra: o abro la puerta o la cierro, haciéndome sordo a su voz. Al entrar, Jesús se instala en mi vida no como un extraño, sino como un amigo y hermano, como un esperado familiar que tiene muchas cosas que compartir conmigo.

Sin embargo, no basta sólo abrir. Hay que cultivar la vida interior, es decir, la capacidad de escuchar a Dios. Con los oídos oímos lo que ocurre a nuestro alrededor, pero sólo en el silencio y serenidad del “corazón” escuchamos a Dios. Aprendamos de la actitud de María, la Virgen, que frente a una conducta de Jesús que no comprendió san Lucas nos dice que «conservaba cuidadosamente todos esos recuerdos en su corazón» (Lc 2,51). ¡Así se escucha a Dios!

Si dejamos entrar a Jesús y nos sentamos a sus pies escuchándolo cordialmente (es decir, “de corazón”), él nos hablará con el mismo cariño con que habló a María, a Pedro, a

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Pablo… a Teresa de Los Andes. La misma Teresa nos relata cómo le hablaba Jesús: «El Divino Maestro se ha compadecido de mí. Acercándose, me ha dicho muy por lo bajo: “Sígueme”». Y también: «Jesús me reprochó que ya no acudía como antes en mis dudas y penas a su Corazón... Me dijo que subiera al calvario con él, que emprendiéramos juntos la conquista de las almas, él como capitán y yo como soldado. Nuestra arma será la cruz, la divisa será el amor».

No es fácil escuchar al Señor. Como hijos de la cultura y sociedad actual nuestro gran problema es que estamos -como Marta- demasiado ocupados en nuestras cosas, inquietos y frenéticos por uno y otro requerimiento…, y el tiempo parece que nunca nos alcanza. Juanita, en su corta vida y antes de entrar al Carmelo, llevaba una vida también muy activa: se preocupaba de ayudar a los necesitados, tenía vida social, practicaba deportes…, sin embargo, siempre encontraba el tiempo y la tranquilidad para escuchar a Dios a partir de las cosas más sencillas y cotidianas de la vida, como -por ejemplo- un hermoso paisaje o la inmensidad del mar. Escuchémosla a ella misma: «El mar en su inmensidad, me hace pensar en Dios, en su infinita grandeza. Siento entonces sed de lo infinito», y agrega: «pienso que cuando sea carmelita, si Dios así lo quiere, tendré que abandonar todo esto, sin embargo, le digo a nuestro Señor que toda la belleza la encuentro en él». Y concluía: «Todo lo que veo me lleva a Dios». Ella, como María, Francisco de Asís, Ignacio y tantos otros, se dejaron seducir por Jesús, abandonaron todo y se ofrecieron a Dios por la salvación del mundo entero. Todos estos santos, siendo tan diversos, cultivaron una misma disposición fundamental: se dieron tiempo para sentarse a los pies del Señor a escuchar su palabra de vida y santidad…, por eso son santos y constructores de un mundo mejor. B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra Nosotros, como María de Betania, estamos llamados a sentarnos a los pies de Jesús a escuchar su palabra. Él, su enseñanza y su obra es fuente de santidad, fuerza de nuestro servicio y contenido de nuestro anuncio. Como cristianos, nuestra vocación es a la comunión personal con Jesús y a escucharlo en oración y discernimiento.

Es el momento de meditar la Palabra e interpelar la vida: ¿Me siento o no a los pies del Señor?, ¿cuándo? ¿Por qué ando tan frenético y sin tiempo para orar y discernir?, ¿le estoy dando mi tiempo más valioso a lo que verdaderamente interesa? ¿Podría el Señor decir de mí que he escogido la mejor parte? C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

La Palabra de Dios que hemos compartido se vuelve oración. Que el Espíritu de Dios cree en nosotros un corazón dócil para escuchar y contemplar al Señor, como Teresa de Los Andes, y para agradecer, alabar y pedir perdón al Señor...

Que nuestra oración sea fraterna y sincera, animada por un mismo Espíritu. Nos puede servir para orar el texto de Lucas 13,6-9, la higuera estéril: el Señor espera frutos de santidad, ¿los encuentra? ¿Cuáles son?: ver Mc 11,20-25 (fe, oración, perdón). D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

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Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de Teresa de Los Andes, nuestra santa chilena.

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8)- Alberto Hurtado, contemplativo en la acción 8.1- Canto: «Vuelvan los ojos hacia el Señor» (u otro) y oración inicial. 8.2- Motivando el Encuentro:

Siguiendo el ejemplo de Jesús, cristianos de todos los tiempos y lugares han puesto su vida al servicio de los más pobres del mundo. Su opción ha sido por hombres y mujeres marginados que nadie atiende y que nadie desea atender. En ellos han descubierto los rasgos sufrientes de Cristo crucificado y han comprendido que la misión de la Iglesia de llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios implica también construir una sociedad más fraterna (Documento de Puebla, ns° 31 y 90).

Entre estos hombres se cuenta el padre Alberto Hurtado. ¬ ¿Vale la pena servir a los más pobres?, ¿por qué razón? ¬ ¿Qué rostros de pobreza me chocan más hoy?, ¿por qué? ¬ ¿Hay alguna relación entre el anuncio del evangelio y la construcción de una

sociedad más fraterna?, ¿cuáles serían las razones? ¿Lo vivió así el padre Hurtado?

8.3- Proclamación de la Palabra de Dios: Mateo 10,34-42

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 8.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra

El texto bíblico que hemos proclamado se encuentra en el marco de las instrucciones que Jesús da a sus apóstoles cuando los envía a anunciar el Reino. En este “discurso de misión” (Mt 10) hay numerosas paradojas que a muchos nos pueden parecer contradicciones de Jesús. Mencionemos tres. La primera: «No piensen que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino discordia» (Mt 10,34); la segunda: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37), y la última: «El que quiera conservar la vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la conservará» (Mt 10,39). Estas sentencias de Jesús hablan de discordia, de renuncia a la familia y de perder la vida, signos de auténtico seguimiento del Señor cuando estos rompimientos y conflictos no provienen de mi egoísmo, mi orgullo o mal carácter…, sino de una opción radical por Jesús y por el anuncio del Reino. Cuando se “pierde la vida por él” hay que estar dispuesto a asumir divisiones y discordias; es la “cruz” del discípulo. Ahora bien, así como exigente es el seguimiento de Jesús, así de fiel es a sus promesas, y «todo aquel que haya dejado padre, madre, hijos, casa, tierras por amor al Reino, recibirá el ciento por uno en esta vida y la vida eterna» (Lc 18,29-30).

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El padre Alberto Hurtado, a quien hemos elegido como uno de los testigos de nuestro tiempo, respondió totalmente a este llamado y vivió radicalmente las condiciones de Jesús. Desde muy joven sintió la invitación de Dios a consagrarse por entero al Señor. Así lo hizo en la Compañía de Jesús, pero antes de cumplir su sueño debió estudiar una carrera, trabajar y cuidar a su madre anciana y enferma. Ya joven abogado, entra a la Compañía de Jesús el 14 de Agosto de 1923. Estudia en Argentina, en España, Irlanda y Bélgica donde es ordenado sacerdote el 24 de Agosto de 1933. Sus estudios abarcan las áreas de la filosofía, la teología y la pedagogía, obteniendo en esta última el doctorado el año 1935 en la Universidad de Lovaina. De regreso a Chile, se dedica a educar a los jóvenes estudiantes del Colegio San Ignacio, del Seminario Pontificio y de la Universidad Católica. Su ministerio sacerdotal es muy fecundo: escribe, asesora la Acción Católica, funda la Revista Mensaje, el Hogar de Cristo, la Asociación Sindical Chilena y realiza muchas otras obras en beneficio directo de sus hermanos más pobres. Frente a esta agotadora labor, muchas veces marcada por la incomprensión y el conflicto, nos preguntamos: ¿de donde sacaba el padre Hurtado las energías que necesitaba para realizar un ministerio tan inmenso e intenso en tan pocos años?

Basta revisar su vida para tener la respuesta: del encuentro diario y profundo con Cristo en la Oración y en la Eucaristía, y del amor inmenso a los desvalidos en quienes veía el rostro de Cristo sufriente. Cuentan quienes lo conocieron que no permitía que ningún joven lo acompañara a asistir a los niños de la ribera del río Mapocho si antes no había participado en la Misa y rezado el Rosario. La entrega al servicio de los hermanos exige una profunda vida de oración y de contemplación del misterio de Dios. El padre Hurtado encontraba en Jesucristo el agua viva de la que se nutría, la que daba de beber a todo a quien se encontraba con él. Cristo era el “agua fresca” que repartía a los pobres, porque él era discípulo de verdad del Agua Viva. «Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores del rostro de Jesús» (ver Jn 12,21), escribe el Papa JUAN PABLO

II. Estos hombres y mujeres que imitan así a Jesús recibirán la recompensa de los

justos: «Quien dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños sólo porque es discípulo mío, les aseguro que no se quedará sin recompensa» (Mt 10,42). El padre Hurtado se dió por entero para rescatar y elevar la dignidad de cientos de jóvenes, niños y ancianos que sufrían en nuestro país. La gran cantidad de pobres y la respuesta egoísta de algunos que se decían discípulos de Jesús le hizo preguntarse: «¿Es Chile un país católico?», pregunta que sesenta años después sigue vigente.

El padre Hurtado nos invita a responder esta pregunta con acciones solidarias que promuevan el bienestar y desarrollo de los más débiles, pues en ellos se revela el rostro sufriente de Cristo de nuevo crucificado.

B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

La Palabra del Señor y la vida del padre Alberto Hurtado, quien asumió radicalmente la opción por los pobres, los preferidos de Jesús, nos enseñan que nuestra vocación es imitar a Jesús solidario con los pobres y los humildes.

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Con sencillez y autenticidad interpelemos nuestra vida abriendo la existencia al Señor para descubrir nuestros egoísmos, individualismos, falta de sensibilidad ante la miseria de muchos… C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

Que la Palabra de Dios comprendida y actualizada se haga oración. Con la convicción de hijos de Dios, elevemos nuestra plegaria comunitaria para agradecer, alabar, pedir perdón a Dios… ¡Son tantos los pobres por quienes orar, tantos los sufrimientos por los que interceder!

Para orar nos puede servir el texto de san Mateo que nos habla de cómo viene hoy el Señor, invitándonos a una respuesta solidaria: Mateo 24,31-46. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura del padre Hurtado, contemplativo en la acción.

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9)- José Arellano y Teresa Marín, Alberto Sepúlveda y Guillermina Lavín, matrimonios ejemplares

9.1- Canto: «Si yo no tengo amor» (u otro) y oración inicial. 9.2- Motivando el Encuentro:

La familia es el fundamento de la sociedad y «ha sido considerada siempre como la expresión primera y fundamental de la naturaleza social del ser humano… La familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir juntos es la comunión de las personas» que la integran (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 1994).

¬ ¿Conoces algún matrimonio que pueda ser ejemplo de vida familiar?, ¿por qué lo es?

¬ El Papa JUAN PABLO II dice que la “comunión de las personas” es lo propio de una familia, ¿cómo se entiende la enseñanza del Santo Padre?, ¿qué consecuencias prácticas tiene esta enseñanza en la relación de esposos y de éstos con sus hijos?

¬ ¿Se puede vivir el don de la santidad en la vida matrimonial y familiar?, ¿cuesta más o cuesta menos que siendo sacerdote o religioso/a?

¬ ¿Cuáles son las mayores dificultades para ser santos en la vida familiar? 9.3- Proclamación de la Palabra de Dios: 1 Corintios 13,1-13

Marquemos el texto (ver Esquema de los Encuentros, n° 2) y respondamos las

preguntas: “¿Qué dice el texto bíblico?” (signo de interrogación y subrayado), y “¿Qué me o nos dice el Señor por su Palabra? (signo de exclamación). 9.4- Lectio divina: A- ¿Qué dice el texto bíblico?: comprender la Palabra En nuestro mundo actual vivimos una cultura secularizada e individualista en la que se hace difícil aceptar la vida matrimonial y familiar como la concibe Jesucristo y la enseña la Iglesia a la luz de la revelación. El matrimonio es la comunión indisoluble de vida establecida sobre el consentimiento de los esposos en orden al amor de éstos y a la procreación y educación de los hijos. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia, y la familia cristiana es una iglesia doméstica, una comunidad de fe, esperanza y caridad. La Iglesia, preocupada por las crisis de matrimonios y de familias, quiere hacer incapié en la vocación matrimonial dando a conocer testimonios de matrimonios que han seguido el llamado a vivir su amor constituyendo familias ejemplares. En el año 2000, con motivo del jubileo, se publicó un libro testimonial llamado Cristianos ejemplares en Chile por encargo de la CONFERENCIA EPISCOPAL. De esos testimonios queremos destacar a dos matrimonios que vivieron situaciones muy semejantes, pero que recibieron diversa educación y provenían de estratos sociales diferentes: Alberto

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Sepúlveda y Guillermina Lavín, padres de 6 hijos, y José Arellano y Teresa Marín, padres de 4 hijos. José Arellano nació en 1923, se educó en el Colegio San Ignacio y en el Liceo Lastarria. Ya desde los catorce años su salud fue débil, pues un tifus le produjo una enfermedad renal. En el liceo donde estudió y en Santiago formó la Juventud Estudiantil Católica (JEC) y mantuvo una gran amistad con el padre Hurtado. En sus retiros, se dio cuenta que el Señor lo necesitaba como laico comprometido al servicio de sus hermanos y no lo llamaba a ser sacerdote. De sus apuntes sacamos el espíritu que lo animaba: «Quiero que tú habites en mí -le decía al Señor-, no quiero olvidar que soy templo del Espíritu Santo, hijo de Dios, partícipe de la vida divina. Señor, quiero ser instrumento tuyo donde me necesites». Su compromiso como laico cristiano lo vivió en funciones de servicio público. Fue alcalde de Cartagena, creó la comuna de El Tabo y presidió la asociación de alcaldes de Chile. Él decía: «Como voy a vivir poco, tengo que hacer mucho en lo que me queda de tiempo». Tenía razón, pues murió en 1956 a la edad de 33 años, «a la misma edad de Jesús» diría él. Teresa Marín, su esposa, nació en 1929. A los doce años murió su padre. Se educó en el colegio del Sagrado Corazón. Era una joven hermosa, buena y transparente. Teresa y José se conocieron en un paseo, y el 24 de Mayo de 1951 el padre Hurtado bendijo su matrimonio. Tuvieron cuatro hijos. El menor nació cuando su padre ya había fallecido. Teresa y su esposo habían formado el movimiento familiar cristiano de los Grupos de Nazaret. Teresa ya viuda siguió participando en el movimiento, educando a sus hijos y trabajando en un jardín infantil que había formado. Murió diez años después que su marido y sus hijos decían a sus amigos y familiares: “no lloren, están felices juntos”. Alberto Sepúlveda nació en 1948 y Guillermina Lavín, su esposa, en 1952. Sus vidas no fueron fáciles, pues tuvieron muchas penas y sinsabores. Ambos trabajaban de vendedores ambulantes y el día lo comenzaban muy temprano y lo terminaban muy tarde. Tuvieron seis hijos y los educaron en la fe, haciendo de ellos personas respetuosas y solidarias. Participaban activamente en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de Lo Espejo y en el movimiento Obrero de Acción Católica. Se desempeñaron como guías de los sacramentos y animadores de catequesis familiar. Su hogar era sencillo y acogedor y entre ellos reinaba la alegría a pesar de las dificultades que tuvieron que enfrentar. Acostumbraban a resolver sus problemas en comunidad y diálogo. Su fe los llevó a hacer de cada momento un instante de evangelización, de acercamiento y de amor con la familia y con los amigos. Participaban en peñas folklóricas, veladas, onces, juegos a la chilena y competencias deportivas. Se comprometieron responsablemente en la defensa y promoción de la dignidad humana. Ambos fallecieron de cáncer con cinco meses de diferencia, dejando en sus familiares y amigos un testimonio imborrable de fe, servicio y fraternidad. Los dos matrimonios cuyas vidas hemos sintetizado vivieron en plenitud lo que proclamamos en la Palabra de Dios (1 Cor 13) y que san Pablo llama el camino más

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excelente para el cristiano, el amor. El amor siempre quiere el bien del otro más que el propio. Este amor que los hizo comunidad y comunión de personas fue el que estos matrimonios vivieron con todas sus implicancias. La convicción del que así ama es que Dios nos amó primero, pues nos envió a su Hijo para reconciliar con su sangre a hombres de todas las razas, lenguas, pueblo y nación (Ap 5,9-10). B- ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: actualizar la Palabra

Que la Palabra de Dios y el ejemplo familiar de estos dos matrimonios nos permitan comprender mejor nuestra vocación a ser familia, y que desde este llamado de Dios podamos discernir la calidad de nuestra vida de esposos, padres, hijos, hermanos…

Solo la experiencia del amor de Jesús (en 1 Cor 13 cómo nos ama Jesús) nos permitirá vivir la verdadera comunión y ofrecer el servicio desinteresado de la solidaridad para construir un mundo mejor. C- ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?: orar la Palabra

La Palabra de Dios que hemos actualizado la hacemos oración. Por muchas penas y conflictos que perturban el matrimonio y la familia debemos pedir perdón y por muchos actos generosos y buenas intenciones que fortalecen el matrimonio y la familia debemos dar gracias y alabar a Dios.

Oremos como familia cristiana sensibles al Espíritu de Dios y a las dificultades y esperanzas de matrimonios y familias. Nos puede servir para la oración la exhortación de san Juan al amor en la familia: 1 Juan 2,7-17. D- ¿A qué nos invita el Señor?: practicar la Palabra (conversión y acción)

Motivados y conducidos por su Palabra, el Señor nos invita a compromisos concretos y evaluables que digan relación con nuestra conversión y con nuestra acción en la sociedad.

Formulemos, pues, alguna tarea personal y/o comunitaria teniendo presente la figura de estos -y tantos- matrimonios cristianos.