poemas de tierra y agua

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Página1 Poemas de tierra y agua Fernández de Palleja

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Selección de poemas cuya publicación en papel es altamente improbable.

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Poemas de tierra y agua

Fernández de Palleja

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Fuego

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Enterré en sus nichos Enterré en sus nichos las banderas, que son mortajas. Una inundación ahogó el cementerio. Los brotes de piedra no buscan el aire que tocan, sus raíces son versos muertos que se hunden en el fango de la admiración enseñada.

El agua se va del cementerio inundado. El verde de un pasto nuevo busca el sol de versos que nacen y suben a hacer el viento

que arranque tu lágrima fértil y moje mi cara.

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La patria es una mala palabra

La patria es una mala palabra, una palabra mal formada que debería ser “matria”, la nación es agua y tierra y una forma de levantar la mano para el saludo, como ramas….

La vida es un constante movimiento que nos desacomoda y nos rezaga, nos anega y nos ciega. El poema es un dragado, querer unirse a esa corriente que se intuye e ilumina. Es la búsqueda imposible de una raíz que no hace más que llevarnos por las ramas. Por los caprichos de las formas, las ramas se parecen mucho a las raíces. La intuición del poema se dispara de nuevo cuando dos árboles, sin quererlo, cruzan sus raíces y sus ramas,

Soy una extensión de la carne de las vacas que comí, que eran pasto con patas caminando sobre el mar verde hasta el punto final del martillazo que las lleva a la luna del plato. Soy una bala y el revólver que la dispara, y la mano que lo empuña y lo dirige

hacia el blanco que quiero fecundar.

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La mirada de las estatuas

Los santos y los héroes lloran sangre como medida irritada, los pastos lloran rocío de alegría, los santos están encerrados en fríos adefesios desnudos frente a la vista de los barrabravas, los pastos son las rayitas de tu iris, los héroes son poemas mal hechos que sufren por su condición y menstrúan para la foto porque se quedaron sin la emoción de los ojos, de tus ojos donde florecen los pastos besados por el viento que los fecunda y los hace parir ojos de agua salada dentro de los que estoy hasta

despedazarme en el aire.

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Pastores del aire

Los yuyos negros de la noche son plegarias, son enredaderas de lenguaje con forma de telaraña atrapasueños que se pega a las patitas de plata de los cien pies de la noche fracturada. (Cuando se camina con zapatos y sin pies y se compran los cuchillos por televisión, cuando para eyacular hay que pasar por el quirófano, cuando para pensar hay que ser del rebaño de las ovejas negras que no dejan dormir.)

Los pastores siembran praderas de dioses adictivos, los pastores edulcorantes venden yogures con aditivos y el cordero da lana sintética que sirve de vigas para la catedral.

La divina telaraña del pastor atrapamoscas invoca con regustos de sotaque brasileiro. Dios es más grande si es importado, lo que no dicen es que es hecho en Paraguay y que lo tiraron en avionetas

en la boca de la frontera.

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La joven acampa budista

La joven acampa budista. Aun sin hacerlo, toma el mate de la tardecita, como un hongo con historia familiar. Hace resúmenes de sí misma al contar que su padrastro ya fue su novio. Desgrana, cuando el viento lo requiere, esporas rígidas fosilizadas como perlas de la herida. El pelo le llora lacio como un sauce, salto de agua negra limpia brotada de la raíz de estos campos, como si de su lágrima hubieran nacido los sauces de agua de los cuentos con fuego al medio. Se comunica con el eucaliptus occidental y dice la tragedia callada en la madera, sabe que tragará instituciones en los capilares. Como una concha, cierra los labios. Sólo los abre para soltar perfecciones. Respira sin cumbia ni motos la vida, a veces parece que quiere decirme los engranajes de su joyería. Intento responder con jugadas dignas de mis piezas blancas.

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La hoja lenta, torre defensiva, termina ganando la partida del goteo. Un híbrido de poniente y plantío artificial me informa de su forma de jugar, le intuyo los pasos ajenos a mí, sé que ya es mujer y que a nadie le importa.

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No

No hay orgasmo sin respiración. No hay paz con fuegos artificiales. No se come bien en las comidas. No hay libertad en la presión de la cultura aculturada. No hay paz si no hay silencio. No hay necesidad de llenar el tiempo con comentarios sobre el tiempo. No se caga bien en el desconcierto, no se disfruta pensando en el sueño que te dan las formalidades. No se puede huir de la fiesta obligatoria ni escapar de los irreflexivos pertinaces. No hay forma de esquivar las boletas que te endilga quien te quiere. No se puede ser feliz: hay que aparentarlo. No hay felicidad en las reglas de diciembre.

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Consorcio Una funcionaria del consorcio ecológico complementa sus ingresos fuera del horario. Se revuelve revolviendo los contenedores.

La noche miope entorna el párpado negro, el ojo dorado no refleja a la funcionaria, contrasta con ella.

Miro el cielo desde el asiento de atrás de la moto. Busco una estrella cayendo para poder decir “lágrima” pero todas se mantienen en sus puestos.

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Relajándose

Crecen los casos de cáncer de piel, voy a las sierras con el cuello blanco, crece mi barba montada en rapel mientras abajo del chorro me estanco.

Crecen los robos, la muerte, los votos, armo la carpa con manos pulidas, crecen raíces de mi gesto hirsuto con los masajes que el agua destila.

Crecen los casos de ventas de teles, saco todo el orden de la mochila para que tomen aire las arrugas.

Crecen los pastores, crecen los fieles, voy respirando toda la energía

al tiempo que el tiempo se desmorruga.

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Soneto de este instante

En este momento despegan aviones y se caen miles en pedos de vino, se ejercitan en tatuar moretones en sus mujeres, desconocen los trinos, están comprándose ropa por millones, regurgitando propaganda al mismo tiempo que muchos están reventando condones, explotando pozos petroleros, empo- breciendo el alma en el mercado de dones artificiales.

También hay quienes saben del agua, de la selva, de los embriones en vivo. Avivan el seso, despiertan a la vida en un mundo redondo mientras

escribimos este verso, y lo sabemos.

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Estoy

Estoy auscultando el pulso del mundo. Me mantengo callado, cargándome de palabras. Un día voy a escribir un larguísimo libro en el cual el detalle definitorio será una coma que cambiará la rotación del planeta. Sólo lo sabremos yo y un único lector que, tras ardua búsqueda, dará con ella por casualidad. Y para nosotros el mundo girará al revés, sin que

nada más se modifique.

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Guerra

Se está gestando el cuerpo de la guerra. Sé que habrá vencidos e historiadores, sé de las hambrunas y las tierras que tendrán más despojo y menos señores. Espero el gatillo de los gatillos, la huelga que acabe en exterminio, la palabra que derrame los cuchillos de la olla a presión de los escrutinios. Llegará el día en que haya más parásitos que animal muerto, el día en que se mueran las venas resecadas y que el tránsito de moscas sea una bomba atónita y en que los mosquitos no tengan órbita, el día en que no queden más ideas.

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El ojo

El ojo repta hacia abajo penetrando las entrañas de la mina, el ojo capta otro ojo y explota en mil ojos que perforan al instante y con él lloran su empatía tan humana y tan lejana.

El ojo a estas alturas convierte a la piedra y a la vida en un queso negro que se mira mientras se lo comen las hormigas y las ratas.

El ojo está en las esquinas de mi barrio y mi laburo.

Unos gurises le tocan la oreja a otro que tiene el alma enterrada en tormentas de epilepsia, el ojo está en la mano que provoca y que golpea, el ojo tiene la forma de la risa del que busca la pelea, el ojo también se da el lujo

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de tener cara de bobo y que lo vean.

El ojo nos hipnotiza y nos atiza como un fuego que se mira mientras arde hasta extinguirse y ya no ver que es

lo que somos.

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Invento

Sudo en el proceso de intentar andar como uno que no anda, tramo el vericueto que lo lleva a hacer cagadas, acompaño como si tuviera sus años y deseos, me enojo como se enoja, reparto piñas y me las dan, llego a una casa que no fue ni será la mía, me doy una familia que me da una cultura de techo de cinc y paredes endebles que voltean los vientos siempre imprevistos,

tengo un barrio de cumbia y de pibes amarillos, para mí resulta nueva y peligrosa cada calle nueva y casi todas las calles las veo por primera vez, vacías de gente, sin más sentido que lo que se pueda pegar,

me invitan a agitar y voy pirando, me provocan y acelero como una yumbo ciento diez, voy sin casco y soy una mosca de la carne del cañón de unas guerras que invento para intentar entender cómo ven los que no ven, cómo oyen los que no tienen oído, qué siente el paladar del que es enjuto porque siente hambre,

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invento un homúnculo que tiene dos brazos, un corazón, dos piernas y al que le faltan algunas cosas que para mí son esenciales,

me doy maña en crearle un mundo que lo prueba y que lo agita y que lo insulta y no comprende y que recorre cegado por unas luces cuyo origen no conoce,

lo torturo al pobre tipo y lo privo de lo que más me gusta, lo secciono, lo termino como si fuera un párrafo, lo analizo como una rana como la que se le escapó a mi profesor de Biología cuando quería ponerle el éter y que después atrapó y destripó en vivo, viva, para que viéramos cómo late el corazón de los batracios,

juego a ser un dios que crea para comprender y comprenderse, para suponer atrás de sus cegueras y embarradas los hilos de otros dioses recursivos que le dan un tono experimental a los golpes aleatorios, a las frustraciones,

al dolor en la rodilla.

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Aire

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No voy a escribir

No voy a escribir sobre mí ni mi origen ni mi cara, ni sobre mi barrio ni mi patio ni la calle que atardece, ni de plantas ni de hojas ni de amigos ni el misterio que conecta la música eléctrica con mi idea descartable de escribir sobre robots o sobre androides o conquistas estelares de seriales de las de antes.

No voy a escribir de mis bicicletas ni de viajes, ni de cosas que me inquietan como cuando la gente sale envuelta en las mortajas que les lanzan los políticos de plástico.

No voy a escribir de mi familia, ese mangle cuyas ramas se conectan y se alejan y se juntan más o menos cuando muere algún tronco que flotaba muchas leguas tierra adentro.

No voy a escribir de mis amores ni mi amor, ni de coitos realizados, realizables o imposibles, ni de la persistente idea que dibuja una sala en la que habitan en círculo mis novias en torno a un cajón que esconde mi oído atento.

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No voy a escribir de las rutas invisibles de la tierra ni de la isoglosa del corazón, ni de disolverme en medio de las sierras que se quiebran hacia abajo ni del viaje vaginal por un arroyo cuyo tiempo es angosto.

No voy a escribir sobre lo primero que se me plante en la tierra de mis ojos que el sol reverdece y el frío calma, ni sobre los mates con que chupo el universo, ni sobre el universo tampoco.

No voy a escribir sobre nada

y, sobre todo, no voy a escribir.

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Aguas Dulces La luz de la vela, que tiembla, resuena en la noche de agua,

circula un licor de sol y palmeras, tapiza de fuego las voces

que dicen las cosas de siempre: la vida, la muerte, los brotes,

el camino de tierra en las suelas tejiendo una colcha de abrazos

que son como un río redondo

fluyendo para sí mismo.

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Les Murray y el campamento

Les estoy preguntando cosas a los eucaliptus y las acacias, sentado en un banco concreto del campamento, con un sombrero verde de cowboy laxo y sintético, de explorador del Discovery Channel.

Les pregunto como si fueran un grupo de gente que sabe más de la gente que yo, les hablo entre estrofas de los poemas de un poeta australiano, balanceado por la brisa de taninos de Raimundo Fagner y Zeca Baleiro.

Hace años, solo como ahora, en el débil momento en que dejé de fijar la vista en la punta de mi nariz, noté las figuras repetidas de los árboles en la sombra fractal proyectada en sus vecinos, con fondo de viento y coro de cotorras.

Les pregunto cómo es su relación con las ramas de los vecinos, si hay alguno que abarque y apriete demasiado con las raíces,

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quiero saber cómo toleran los fuegos de los parrilleros y los restos de jabón, si se alivian cuando el invierno se lleva la gente.

Antes los miraba como de arriba, les veía la superficie más o menos igual a lo que esperaba encontrar, y mis palabras rebotaban adentro de la corteza de mi semilla seca, sedienta de las lágrimas que la hicieran germinar.

Ahora les pregunto como a maestros más viejos conectados por las raíces al ombligo de la tierra, agarrados firmes de la melena cegadora de Janos. Caen gotitas en el preciso lugar de este verso que se quiere volar como la guadaña de eucaliptus que taladra el espacio desde su vida a su suelo. Los miro hacia arriba cuando una cotorra repite estos ruidos, sacuden las ramas, se entreacarician, cuelan el líquido del sol y lo perfuman, el viento es la mano que choca sus copas, responden pasivos, así es como brindan.

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Eucaliptus

La sombra de un eucaliptus se imprime sobre un eucaliptus que está cruzando la calle. Forma otro árbol hijo de árbol, recortado en otro árbol. La forma muestra el paso del tiempo y repite la forma que es una y se repite en repetirse. Las hojas, prestadas y oscurecidas para el efecto, desconocen, como esta hoja, su función en la función universal que aquí se da para usted, que es un eucaliptus de enfrente.

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Publíquese, repítase

Las cotorras son hojas como espejos, repiten su casa, repiten sus repeticiones estridentes infinitas con la estructura de las ramas fractales que suben que bajan que dan que absorben y se repiten y me despiertan, y me despiertan cuando descubro que la letra repite al mundo en una hoja

y la puede repetir cualquier cotorra.

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planos

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la casa es un cielo cuadrado que detiene el movimiento de este viento migratorio.

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una casa de madera viva para dormir abrazado por las raíces, dejarse chupar por la bombilla de dios después de pasar el día en un invierno de plástico

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a casa é um berço quadrado que não se mexe, a casa é um verso quadrado que me concreta, o verso é um berço redondo que me libera

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un silencio que se llena de ruidos amigos una calma para que ardan los brazos de fuego una boca donde convivan las lenguas bailando una imagen ampliada de la bóveda del cielo del cráneo un puerto que sea constante cabina de un barco

volando

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Piedragua

La piedra horada el agua a través de distancias que no existen.

El ojo de agua donde laten las ondas quietas y absolutas suelta la lágrima del pez de luz que voló por un instante.

Agua dura en piedra blanda va golpeando el fundamento de los templos de columnas de ideales.

La piedra es redonda y es agua que mueve la cintura cuando hierve circulando por las venas que ella misma ha delineado.

El agua es lisa en un momento, se ve como un monumento, no oye al ojo de su giro silencioso,

se desborda, se despeña, se perfora a sí misma sin sentido, sin sentirlo,

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sin saber que sabe la verdad

y que no importa.

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Una película ni brillante ni opaca

Seré una película ni brillante ni opaca que todo lo cubre y lo penetra, seré un adorno despojado de su inteligencia, de sus gustos, de su gusto, de sus opiniones de payaso, una esencia sin perfume, un invitado sin invitación que no alegra ni amarga la fiesta que no es fiesta ni es velorio, seré un manto de ojos que todo lo permean, incluso a sí mismos, seré un forro redondo para todo lo que vuela y que se hunde, lo que anda a la deriva, lo que huye de sí mismo y lo que crece sin sentido, seré el espectador que mira la película que transcurre y se estanca frente a sus ojos que ven ojos, dentro de la maquinaria que lo mueve, moviendo los pedales de un milagro modesto y tan espectacular como pueda sentirse un pedazo de galleta con manteca de labios de pampa acostada como una mujer rural y aérea, dentro del surco y de la semilla explosiva, seré la explosión de imágenes que solo yo percibo, seré la brisa que da fuerzas y las

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quita, seré un cuerpo que espera convertirse en ideas, ideas que tienen cuerpo propio, seré tan flotante como el fierro que se dejó llevar por la fragua fresca de las manos,

seré este surco olvidado en el pueblo de tu infancia.

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Un pedazo de aire redondo

Un pedazo de aire pateado siseando por una pradera celeste con melena rasante de pasto y arbustos, un enjambre de motas de polvo encerradas semiinconscientes dentro de la cavidad del corazón que avanza preso de las fuerzas que lo impulsan, el pie empujado por un corazón al servicio de una nuez gris palpitante de luces, la pierna ayudada por la otra pierna, los brazos aspas de molinos naturales sudando la humedad de las sombras del lado del pasado sin sol después de otro sol, la fortuna que solo puede verse a veces cuando el aire redondo da en el clavo vacío encerrado en las redes que pescan los peces bala del aire, las manos de viento rozadoras que lo pajean en su trayectoria rumbo al momento del aliento abrupto, el punto de la cosecha después de que el rugido fuera acumulado por miles de hormigas y abejas regulares como renglones sacrificados, humíferos como los diamantes que se construyen a las primeras horas de la mañana, hervidos por el vapor de la yerba acunada

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en las raíces callosas de un coronilla lleno de hojas corriéndole por la savia cultivada y contagiosa, la pausa para que se note que el tiempo ni vuela ni corre, el silencio con un tero para tener la ilusión de lo inmenso y del punto, el aire puesto en el piso que sabe que el campo se apaga

como el cielo verde que late.

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Gritaba frente al mar

Gritaba frente al mar con un rugido de pasto, sé que fue poesía aunque solo queda una “a” larga como varias “efes” acostadas, arrastradas por la arena azul que olea. Los ojos cerrados para olvidar la luz que produce nada más que ajedreces carnavalescos. Se oye el intestino gris procesando la mierda del día, los destellos gaseosos de luz para expulsar.

Dejé caer la copa hasta la raíz del sueño y llovieron los alfileres de espejos con silbidos de cobra emplumada soltando un tango enrollado en la noche de plomo liviano. En la India cantan rondas, María se asombra de cómo zumba el viento en las chapas, la noche croa que mañana va a llover. Soy adicto al sol y el mantra es un mugido infinito que aúllan los ojos como perros de ciudades negras y húmedas.

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Despegué con mi camisa de viento, como los veleros, fuera de moda, salí contento. Iba con mi verano por dentro, pisé sin ideales y con formas, salí sin tiempo. Fui caminando solo, con la gente que me habita y me alfombra los motivos para estar vivo. Volví diluido en mi propio vino, añejado en el roble del instante,

muriendo bien.

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Todas las palabras que ves

Todas las palabras que ves te las regalo, las que no ves son brisa inteligible, una caricia en el pelo lacio de tus ojos, la semilla del intersticio de tu cisma, el brote sibilino que se puede ver de lejos, una música hecha de estancias amplias vacías hasta el alambrado de sonidos.

Todas las palabras que viste son tuyas. Las otras, las impalpables, ansiosas, son el azúcar de futuras estrellas que se visten con tela que espera cortarse al talle hendido de tu oído, rebanarse en ideas sin conceptos,

convertir el alambre en fina seda.

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La casa de los vientos

La música flotaba libre por la casa de los vientos, a media altura, lenta como recuerdo deportivo. El pasto recién cortado resaltaba los crecimientos del zucará y el pitanguero, el tiempo era incienso. El café de la tarde transitaba hacia su ciclo, fresco y fluido, las botas nuevas salían otoñales. Las calles desembocaban en las calles, los lugares transcurrían lugarosos. En la casa de los humos, la víbora que debe ser se convertía en un sapo trancado, antiguo como babosa de infancia. Yo viajaba en un monte de

brisa y Onetti quería volverse Buda.

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Teolecto

Siempre hablé como los dioses, tragándome y aspirándome las eses de los plurales.

Y la ingesta me permite que tengan brisa y culebras y que florezcan los dioses

que, como sabe cualquiera,

viven en el interior.