petrarca-subida al monte ventoso - virutilla

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  • A DIONISIO DA BURGO SAN SEPOLCRO, DE LA ORDEN DE SAN AGUSTN Y PROFESOR

    DE SAGRADAS ESCRITURAS, ACERCA DE CIERTAS PREOCUPACIONES PROPIAS (FAM. IV, I)

    por FRANCESCO PETRARCA

    [Texto tomado de: Petrarca, Bruni, Valla, Pico della Mirandola, Alberti, Manifiestos del humanismo, Pennsula, Barcelona, 2000, pp. 25-35. Los nmeros entre corchetes remi-ten a las pginas de esta edicin]

    [25] Impulsado nicamente por el deseo de contemplar un lugar clebre por su alti-tud, hoy he escalado el monte ms alto de esta regin, que no sin motivo llaman Vento-so. Hace muchos aos que estaba en mi nimo emprender esta ascensin; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido como ya sabes en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siem-pre ante mis ojos. El impulso de hacer finalmente lo que cada da me propona se apo-der de m, sobre todo despus de releer, hace unos das, la historia romana de Tito Li-vio, cuando por casualidad di con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia aquel que hizo la guerra contra Roma, asciende el Hemo, una montaa de Tesalia desde cuya cima pensaba que podran verse, segn era fama, dos mares, el Adritico y el Mar Negro. No tengo certeza si ello es cierto o falso, ya que el monte est lejos de nuestra ciudad y la discordancia entre los autores hace poner en duda el dato. Por citar solo a algunos, el cosmgrafo Pomponio Mela refiere el hecho tal cual, dndolo por cierto; Tito Livio opina que es falso; en cuanto a m, si pudiera tener experiencia directa de aquel monte con tanta facilidad como la he tenido de este, despejara rpidamente la duda. Pero dejando de lado aquel monte, volver al nuestro.

    [26] Me pareci que poda excusarse en un joven ciudadano particular lo que era apropiado para un rey anciano. Sin embargo, al pensar en un compaero de viaje, nin-guno de mis amigos por increble que sea decirlo me pareca adecuado en todos los aspectos, hasta tal punto es rara, incluso entre personas que se estiman, la perfecta sin-tona de voluntades y de carcter. Uno resultaba demasiado tardo, otro demasiado pre-cavido; ste demasiado cauto, aquel impulsivo en exceso; ste demasiado lbrego, aquel demasiado jovial; en fin, uno era ms torpe y otro ms prudente de lo que hubiera que-rido. Me espantaba el silencio de ste, de aqul su impdica locuacidad; el peso y el tamao de uno, la delgadez y debilidad del otro. Me echaba para atrs, de ste, la fra indiferencia; de aqul, la frentica actividad. Defectos que, aunque graves, pueden tole-rarse en casa pues todo lo soporta el afecto y la amistad ninguna carga rechaza, mas estas mismas faltas en un viaje se hacen insoportables. As, mi exigente espritu, que deseaba disfrutar de un honesto deleite, sopesaba desde todos los ngulos cada una de ellas sin detrimento de la amistad, rechazando en silencio cualquier cosa que previera que iba a suponer una molestia para el viaje que me propona. Qu opinas? Finalmente busqu ayuda en casa, y revel mi intencin a mi nico hermano, menor que yo y al que t conoces bien. Nadie pudo haberlo escuchado con mayor alegra, feliz de ser para m al mismo tiempo un amigo y un hermano.

    El da establecido partimos de casa, llegando al atardecer a Malaucne, un lugar en la falda de la montaa, en la ladera septentrional. All nos demoramos un da y, final-mente, al da siguiente, acompaado cada uno de sus criados, ascendimos la montaa no

  • sin mucha dificultad, pues se trata de una mole empinada, rocosa y casi inaccesible. Pero como el poeta bien dijo: El trabajo mprobo todo lo [27] vence. Lo prolongado del da, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinacin, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecan a los caminantes; solo la naturaleza del lugar supona un obstculo. En una loma de la montaa nos topamos con un anciano pastor que trat de disuadirnos por todos los medios y con abundantes razones de que continuramos el ascenso, relatndonos cmo cincuenta aos antes, empujado del mis-mo ardor juvenil, haba ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arre-pentimiento y fatiga, el cuerpo y las ropas desgarrados por las rocas y los matorrales; tampoco saba de nadie que antes o despus de aquella vez hubiera osado hacer otro tanto. Mientras nos contaba estas cosas a voz en cuello, en nosotros como ocurre en los jvenes, que no creen a los que les aconsejan creca el deseo como resultado de la prohibicin. Entonces el anciano, advirtiendo que ninguno le atenda, avanz un corto trayecto entre las rocas y nos seal con el dedo un estrecho y escarpado sendero sin dejar de darnos numerosos consejos, que todava repeta cuando ya le habamos dado la espalda y nos alejbamos. Abandonados con l las escasas ropas y objetos que podran suponer un impedimento en nuestra marcha, nos dispusimos a acometer solos la escala-da, ascendiendo con paso vivo. Pero como suele suceder, al esfuerzo inicial le sigui velozmente la fatiga, por lo que nos paramos en un risco, no muy lejos de all. Desde ese punto retomamos el camino y seguimos avanzando, pero ms lentamente; yo, en particular, marchaba con paso ms mesurado por un sendero del monte. Mientras mi hermano se diriga hacia las alturas por cierto atajo que atravesaba la cima misma de la montaa, yo, ms flojo, descenda por el flanco ms bajo y cuando me llamaba, in-dicndome el camino ms recto, le responda que esperaba que el acceso a la otra ladera fuera [28] ms fcil y que no me asustaba que la senda fuera ms larga si permita pro-seguir ms llanamente. Pretenda as excusar mi pereza, pues cuando los dems ya hab-an alcanzado la cumbre, yo erraba por los valles sin que se abriera ante m una va de acceso ms fcil; por el contrario, el camino se alargaba y el esfuerzo intil se haca ms pesado. Mientras tanto, agotado ya de cansancio e inquieto por las confusas revueltas del camino, decid intentar atacar directamente la cumbre. Cuando exhausto e impacien-te me reun con mi industrioso hermano, el cual se haba restablecido tumbndose un largo rato, ascendimos juntos durante un trecho. Apenas habamos dejado aquella coli-na, y he aqu que habiendo olvidado el tortuoso recorrido anterior, me precipit de nue-vo sendero abajo, vagando otra vez por el valle en busca de caminos largos y fciles, aunque acab dando con un camino largo y difcil. Pospona, claro est, el esfuerzo de la ascensin, pero la naturaleza no se doblega al ingenio humano, ni es posible que alguien corpreo alcance las alturas descendiendo. Para qu decir ms? No sin risas de mi hermano y enojo mo, eso me sucedi tres veces ms en el transcurso de unas pocas horas. Engaado as varias veces, me sent en uno de los valles. All, pasando en un vuelo mental de las cosas corpreas a las incorpreas, me deca a m mismo estas o si-milares palabras: Has de saber que lo que has experimentado hoy en varias ocasiones en el ascenso de este monte es lo que les sucede a ti y a muchos cuando os acercis a la vida beata; pero no es tan fcil que los hombres se perciban de ello, pues los movimien-tos del cuerpo son visibles, mas los del espritu permanecen invisibles y ocultos. En verdad, la vida que llamamos beata est situada en un lugar excelso y, como dicen, es angosta la va que conduce hasta ella. Asimismo, se interponen muchas colinas y es necesario avanzar de virtud en virtud, por preclaros peldaos. En la cima [29] se halla el final de todo y el trmino del camino al que nuestra peregrinacin se orienta. All dese-an llegar todos, pero como dice Nasn, "Querer es poca cosa; es necesario desear ar-dientemente algo para conseguirlo". T, ciertamente a menos que tambin te engaes

  • en esto, como en muchas otras cosas, no solamente lo quieres, sino que tambin lo ansias. Entonces, qu te retiene? Nada, evidentemente, excepto la senda que atraviesa los bajos deseos terrenales y que a primera vista parece ms llana y libre de obstculos. Sin embargo, cuando hayas vagado durante largo tiempo, habrs de ascender hacia la cima de la vida beata bajo el peso de un esfuerzo pospuesto de manera inoportuna o te deslizars indolente en el valle de tus pecados. Y si all te hallaran me horrorizo de tal presentimiento las tinieblas y las sombras de la muerte, sufriras la noche eterna en perpetuos tormentos. No sabra explicar cunto nimo y vigor me infundi este pensa-miento para afrontar lo que me restaba de camino. Y ojal que pueda completar con el espritu aquel viaje por el que da y noche suspiro de la misma manera que, superadas finalmente las dificultades, hoy llev a trmino el viaje a pie! Y no s si ser mucho ms fcil lo que puede ser realizado por el propio espritu, activo e inmortal, sin movimiento espacial alguno en un abrir y cerrar de ojos, que lo que ha de llevarse a cabo a lo largo de un periodo de tiempo con el concurso del cuerpo moribundo y caduco y sometido a la pesada impedimenta de sus miembros.

    Hay un pico ms alto que todos los dems, al que los montaeses llaman Hijuelo; por qu, lo ignoro, a menos que sea supongo para decirlo a modo de antfrasis, co-mo sucede en otros casos, pues ms bien parece el padre de todos los montes vecinos. En su cima hay una pequea planicie; all, finalmente, exhaustos, nos paramos a des-tusar. Y puesto que has escuchado las cuitas que se alza-[30]-ron en mi pecho mientras ascenda, escucha, padre, las restantes; te lo ruego, dedica una sola de tus horas a leer lo que me sucedi un da.

    Primeramente, alterado por cierta inslita ligereza del aire y por el escenario sin lmites, permanec como privado de sentido. Mir en torno a m: las nubes estaban bajo mis pies y ya me parecan menos increbles el Atos y el Olimpo mientras observaba desde una montaa de menor fama lo que haba ledo y escuchado acerca de ellos. Des-pus dirig mi mirada hacia las regiones de Italia, a donde se inclina ms mi nimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a travs de los cuales aquel fiero enemigo del nombre de Roma pas, resquebrajando la roca con vinagre, si hemos de creer la le-yenda, parecan estar cerca de m, cuando, sin embargo, distaban un gran trecho de don-de yo me encontraba. Suspir, lo confieso, en direccin al cielo de Italia, visible ms bien al nimo que a los ojos, y me invadi un deseo desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria, tal que en ese momento, no obstante, me avergonc de la debilidad an no viril del sentimiento hacia ambos, a pesar de que no me faltaba excusa para uno y otro, sostenida con el apoyo de importantes testimonios. Ocup entonces mi mente un nuevo pensamiento, que me transport de aquellos lugares hasta estos tiempos. As pues, me deca a m mismo: Hoy hace diez aos que, abandonados los estudios juveni-les, marchaste de Bolonia. Oh dioses inmortales!, oh sabidura inmutable!, cuntas y cun considerables transformaciones he visto en tu modo de vida durante este espacio de tiempo! Omitir innumerables de ellas, pues an no me encuentro en puerto, donde pueda recordar a salvo las tempestades pasadas. Llegar quizs el da en que enumerar todos los hechos en el orden en que sucedieron, con aquellas palabras de tu Agustn a modo de prlogo: "Quiero recordar mis inmun-[31]-dicias pasadas y la corrupcin car-nal de mi espritu, no porque las ame, sino para amarte a ti, Dios mo". En cuanto a m, ciertamente todava me quedan muchos asuntos ambiguos y penosos. Lo que sola amar, ya no lo amo; miento, lo amo pero menos. He aqu que he vuelto a mentir: lo amo, pero ms vergonzosamente, con mayor tristeza; finalmente ya he dicho la verdad. Pues as es como es: amo, mas lo que querra no amar, lo que deseara odiar; no obstante, amo, pero contra mi voluntad, forzado, coaccionado, con pesar y deplorndolo. Y reconozco en m el sentido de aquel famossimo verso: "Odiar, si puedo; si no, amar a mi pesar". No

  • han transcurrido an tres aos desde que aquella voluntad disoluta y perversa, que me dominaba del todo y reinaba en el castillo de mi corazn sin que nada se le opusiera, comenz a verse reemplazada por otra, rebelde y reluctante. Entre ambas se ha entabla-do desde entonces una lucha agotadora, que tiene como campo de batalla mi mente, por el dominio del hombre dividido que hay en m.

    As meditaba acerca de los ltimos diez aos. Entonces comenc a proyectar mis cuitas hacia el futuro, preguntndome a m mismo: Si te tocara en suerte prolongar esta vida efmera otros dos lustros y en ese tiempo te aproximaras a la virtud proporcional-mente a cuanto lo has hecho durante estos dos aos gracias al combate que tu reciente voluntad sostiene contra la antigua, alejado de tu porfa primitiva, no podras entonces acudir al encuentro de la muerte a los cuarenta aos, aunque falto de certeza, al menos lleno de esperanza, renunciando con nimo sereno al resto de una vida que se desvanece en la vejez?. Estos y otros pensamientos parecidos daban vueltas en mi pecho, padre. De mis progresos me alegraba y de mis imperfecciones me lamentaba, as como de la comn inestabilidad de las acciones humanas. Pareca haber olvidado [32] de algn mo-do en qu lugar me encontraba y por qu razn haba acudido all, hasta que, dejadas a un lado mis cuitas, que eran ms apropiadas para otro lugar, mir en torno mo y vi aquello que haba venido a ver; cuando se me advirti, y fue como si se me sacara de un sueo, que se acercaba la hora de partir, pues el sol se estaba poniendo ya y la sombra de la montaa se alargaba, me volv para mirar hacia occidente. La frontera entre la Ga-lia y Espaa, los Pirineos, no poda divisarse desde all, no porque se interponga algn obstculo que yo sepa, sino por la sola debilidad de la vista humana; en cambio, se ve-an con toda claridad las montaas de la provincia de Lyon a la derecha, y a la izquierda el mar que baa Marsella y Aiges-Mortes, distante algunos das de camino; el Rdano mismo estaba bajo mis ojos. Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los aspectos terrenales un momento para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi espritu a regiones superiores, se me ocurri consultar el libro de las Confesiones de Agustn, un presente fruto de tu bondad, que guardo conmigo en recuerdo de su autor y de quien me lo regal y que tengo siempre a mano; una obra que cabe en una mano, de reducido volumen, mas de infinita dulzura. Lo abro para leer cualquier cosa que salga al paso, pues qu otra cosa sino algo po y devoto podra encontrarse en l? Por azar, el libro se abre por el libro dcimo. Mi hermano, que permaneca expectante para escuchar a Agustn por mi boca, era todo odos. Dios sea testigo y mi propio hermano que all estaba presente, que en lo primero donde se detuvieron mis ojos estaba escrito: Y fue-ron los hombres a admirar las cumbres de las montaas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ros y la inmensidad del ocano y la rbita de las estrellas y olvidaron mirarse a s mismos. Me qued estupefacto, lo confieso, y rogando a mi hermano, que deseaba que si-[33]-guiera leyendo, que no me molestara, cerr el libro, enfadado conmigo mismo porque incluso entonces haba estado admirando las cosas terrenales, yo que ya para entonces deba haber aprendido de los propios filsofos paga-nos que no hay ninguna cosa que sea admirable fuera del espritu, ante cuya grandeza nada es grande.

    Entonces, contento, habiendo contemplado bastante la montaa, volv hacia m mismo los ojos interiores, y a partir de ese momento nadie me oy hablar hasta que lle-gamos al pie; aquella frase me tena suficientemente ocupado en silencio. Y no poda persuadirme de que haba dado con ella por azar; al contrario pensaba que lo que all haba ledo haba sido escrito para m y para ningn otro, recordando cmo antao Agustn haba supuesto lo mismo sobre s cuando, mientras lea el libro de los Apsto-les, segn l mismo relata, lo primero que haba venido a sus ojos fue el siguiente pasa-je: No en banquetes ni en francachelas, no en lechos ni en actos indecentes, no en los

  • enfrentamientos ni en la rivalidad, mas sumrgete en el Seor Jesucristo, y no alimentes la carne en tu concupiscencia. Lo mismo le haba ocurrido previamente a Antonio, cuando escuch el lugar del Evangelio que dice Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dselo a los pobres. Despus ven y sgueme y alcanzars un tesoro en el cielo; y como si esas palabras de la Escritura hubieran sido ledas para l en particular, gan para s el reino celestial, segn cuenta su bigrafo Atanasio. Del mismo modo que Antonio, que cuando escuch esto, ya no se propuso otra cosa, y al igual que Agustn, que habiendo ledo aquello, a partir de entonces no sigui ms all, as yo tambin en-contr en el breve pasaje citado la razn y el lmite de toda mi lectura, meditando en silencio cun faltos de juicio estn los hombres, pues descuidando la parte ms noble de s mismos, se dispersan en mltiples cosas y se pierden en vanas especulaciones, de [34] modo que lo que podran hallar en su interior lo buscan fuera de s. Admiro la nobleza del alma, salvo cuando se desva por propia voluntad, alejndose de sus orgenes, y tor-na en su desdoro lo que Dios le ha conferido para su honra. Cuntas veces aquel da, mientras volvamos, piensas que me gir para contemplar la cumbre de la montaa? Me pareci entonces que apenas tena un codo de altitud en comparacin con la altura del alma humana cuando no se sumerge en el fango de la inmundicia terrenal. Este otro pensamiento se me ocurra tambin a cada paso: Si no he escatimado tal sudor y es-fuerzo para que mi cuerpo estuviera un poco ms cerca del cielo, qu cruz, qu prisin, qu suplicio debera espantar al alma cuando est acercndose a Dios, inflamada y a punto de conquistar la cima de gloria y el destino humano?. Asimismo, me vena a la mente este otro: Cuntos habr que no se aparten de este sendero, ya por temor a las dificultades, ya por el deseo de comodidades?. Oh, hombre feliz en exceso! Si es que alguna vez ha existido, creo que es acerca de l sobre quien opina el poeta:

    Feliz quien pudo conocer la razn de las cosas y a todos los temores y al inexorable hado someti bajo sus pies, as como el estrpito del avaro Aqueronte!

    Oh con cunto empeo debemos esforzarnos, no en alcanzar un lugar ms elevado en la tierra, sino en domear nuestros apetitos, incitados por impulsos terrenales!

    Entre estos movimientos oscilantes de mi pecho, sin que sintiera lo pedregoso del camino, torn a aquel rstico hostal del que haba partido antes del amanecer en lo pro-fundo de la noche; la luna llena se ofreca a modo de grata bienvenida a los caminantes. As pues, entretanto, mientras los criados se afanaban en preparar la cena, me march yo [35] solo a un rincn apartado de la casa, con el fin de escribirte deprisa y a deshora esta carta, para evitar que, si la aplazaba, con el cambio de lugar se transformaran quizs tambin los sentimientos, apagndose mi deseo de escribirte. As, ve, querido padre, cmo no quiero ocultar a tus ojos nada en m, pues desvelo escrupulosamente no solo mi vida entera, sino tambin cada uno de mis pensamientos; reza, te lo ruego, por ellos, para que, errabundos e inestables como han sido durante un largo tiempo, encuentren alguna vez reposo y, habiendo oscilado intilmente de aqu para all, se dirijan al nico bien, verdadero, cierto e inmutable. Vale.

    Malaucne, 26 de abril.

  • La epstola, compuesta en 1353, aunque fechada en 1336, pertenece a la coleccin de los Rerum familiarum libri, IV, I, cuyo texto fue fijado en Le familiari, segn la edicin debida a V. Rossi y U. Bosco, Florencia, 1933-1942, vol. I, pp. 153-161, y que he con-frontado con la ms reciente edicin bilinge de Ugo Dotti, Urbino, 1974. Ambas to-man como base la edicin de las Opera, Basilea, 1581.