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CRÍTICA/REVOLUCIÓN Y PODER
• PÉNDULO21/UNO/NOVIEMBRE 2012 •
CONTENIDO
Uno de los olvidados de la revolución: Ricardo Flores Magón
La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México NOVIEMBRE 2012/ Año 4 No. 66
Michel Foucault: las razones de la pregunta por el poder
La figura de Ricardo Flores Magón es imprescin-
dible para comprender el hecho más importante
de la historia del siglo XX mexicano: la revolu-
ción de 1910-1917. Es en este contexto –junto con
Emiliano Zapata–, el prototipo de luchador social in-
doblegable, de una entereza intelectual y una moral
excepcionales. El campo de lucha contra la opresión
hace que dedique toda su vida, incluso en las duras
condiciones de reclusión en México y Estados Unidos,
al periodismo. Por la incesante persecución política,
vive en Norteamérica desde 1904 y hasta su muerte.
La ruta que sigue su pensamiento parte del li-
beralismo, que de menos a más se acentúa en radi-
calismo hasta llegar al anarquismo2. En sus últimos
días, preso y con su salud enormemente deteriorada,
escribe de una manera propia del poeta, que ya no
sólo siente y encarna lo que profesa, sino que “sueña
el futuro”.3
Su obra se expresa fundamentalmente en ar-
tículos periodísticos, manifiestos y cartas, además de
1 La versión ampliada de este texto apareció publicada en Alberto Saladino García (comp.), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 47-62. Agradecemos las facilidades que se otorgaron para esta publicación
que no pretende sino difundir este magnífico artículo.
2 Blanquel, E., Ricardo Flores Magón, Editorial Terra Nova, (Colección Grandes Maestros Mexicanos), México, 1985, p. 26.3 Ibid., p. 42.
los discursos que fueron registrados y algunos dra-
mas. Ricardo Flores Magón no es un teórico en el es-
tricto sentido de la palabra, es más bien un hombre
de acción4 que utilizó los recursos a su alcance para
educar, organizar y animar al proletariado mexicano
en su lucha por la emancipación.
Para este revolucionario mexicano, la liber-
tad es la aspiración máxima del hombre, aunque es
preciso reconocer que la percibe de una manera abs-
tracta, idealizada. Distingue entre libertad económi-
ca y libertad política: la libertad económica la define
como la “posibilidad de vivir sin depender de nadie”5,
la entiende como la emancipación del trabajo explo-
tado, teniendo como referente obligado la propiedad
de la tierra, adquirida originalmente por medio de la
violencia6; por lo que respecta a “la libertad política
requiere de la concurrencia de otra libertad para ser
efectiva: esa libertad es económica”7. La concepción
de libertad se ubica en nuestro pensador de una ma-
nera absoluta, aspira a “una libertad sin límites, como
no sean los límites naturales, esto es, una libertad que
no dañe la libertad de la especie”8. Los ejecutores de
la emancipación, de la liberación definitiva, serán los
trabajadores9. Es importante hacer notar que esta
idea de libertad a la que nos referimos, es la más ela-
borada y radical, ya que las aproximaciones iniciales
que se encuentran es sus primeros escritos se refieren
a una delimitación dentro de las posiciones del libera-
lismo clásico.
4 Ibid., p. 31.5 Flores Magón, R., Antología, UNAM, México, 1993, p. 99.6 Ibid., p. 11.7 Zertuche, Ricardo Flores Magón. El sueño alternativo, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana. México, 2000, p. 156.8 Flores Magón, R., La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, Ediciones Antorcha. México, 1983, p. 156.9 Zertuche, op. cit., p. 103.
En el terreno axiológico centra su análisis en
la crítica al sostenimiento moral del capitalismo, en
la degradación que trae al hombre el sistema econó-
mico-social, en su búsqueda por la satisfacción de los
ideales de éxito material.10 Su concepción moral es
histórica, sostiene que “la moral se ha venido modi-
ficando con la desaparición de algunas necesidades
y el surgimiento de otras”. Distingue en la moral,
como en otros aspectos, su carácter clasista, ubi-
cando una moral liberadora (la impronta del revolu-
cionario) y una conservadora, “que encierra la virtud
10 “El objetivo que atrae a hombres y mujeres en el mundo es el éxito material; y para alcanzarlo ninguna vileza es bastante vil, ni bajeza lo bastante baja para desanimar a sus adoradores a codiciarla”. Cfr. también la carta a Harry Weinberg en Zertuche, 2000: 228.
Edgardo Castro
Enrique Ochoa Ávila
Uno de los olvidados de la revolución: Ricardo Flores Magón
Enrique Ochoa Ávila
Sigue en pág. 2
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en el círculo de la obediencia y la resignación”11. Explica esta última a partir “de
la desigualdad económica, fuente de toda esclavitud, moral y material”12. Es im-
portante esta caracterización materialista, ya que sus acercamientos formales a
posiciones filosóficas de este tipo, más elaboradas –por ejemplo el materialismo
dialéctico-, fueron muy superficiales.
Nuestro personaje es, sin duda, un ejemplo de prédica y práctica de sus idea-
les, para abordarlo desde el aspecto de su comportamiento moral. Como ejemplo
de su rectitud y su entereza, tendría que ser mencionada toda su vida, ya que en
ningún momento transgrede sus convicciones; a pesar de las graves penurias por
las que atravesaba en el exilio, en la vida clandestina y en prisión; es la fortaleza
moral la que le mantiene firme hasta el último momento. Esto se observa también
cuando da respuesta al arrepentimiento que le solicitan para obtener su libertad,
en una de sus cartas responde: “mi conciencia no me reprocha de haber hecho algo
malo; y por lo tanto, arrepentirme de lo que estoy convencido ser justo, sería un
crimen de mi parte; un crimen que mi conciencia jamás me perdonaría”13.
En su propuesta política cabe destacar que identifica al Estado con el gobier-
no, rehusándose a toda gestión política, considerando la “acción directa” y centrán-
11 Flores Magón, R., Regeneración 1900-1918. Ediciones Era/SEP. México, 1987, p. 180.12 Ibid., p. 387.13 Ibid., p. 140.
dose sobre la lucha económica. En sus primeros textos podemos encontrar que el
centro de su crítica a la injusticia se dirige al ataque solamente al porfirismo14 y,
conforme su pensamiento se transforma, el blanco de sus punzantes palabras se
orienta al sistema capitalista, a explicar la injusticia, la explotación y la opresión
a partir de la estructura económico-social, lo que le acerca a las posiciones del
socialismo.
La ideología de Ricardo Flores Magón es sin duda el anarquismo. Ésta es su
concepción política. Son obvias sus fuentes, mismas que él mismo cita, con res-
pecto a Bakunin, Kropotkin y otros. Matizando las particularidades de su propues-
ta, se puede decir que es anarco-comunista, según él mismo se define; y además
por la incorporación a las propuestas básicas del anarquismo (contra la autoridad,
el capital y el clero), de algunas ideas de raigambre marxista (las clases y la lu-
cha de clases, la propiedad privada como fundamento del capitalismo, el partido
como instrumento organizativo, entre otras). De su ideología dice: “El anarquis-
mo tiende al establecimiento de un orden social basado en la fraternidad y en el
amor... El anarquismo aspira a establecer la paz para siempre entre todas las razas
de la tierra, por medio de la supresión de esta fuente de todo mal: el derecho de
propiedad privada”15. Es de suma importancia la concepción anarquista de nues-
tro revolucionario, ya que se enmarca entre las posiciones más importantes de la
escuela en mención, mereciéndose lugar como uno de los principales teóricos de
esta propuesta.
El pensamiento de Ricardo Flores Magón contribuyó de manera relevante
a la tradición emancipatoria en la que participan muchos de los intelectuales del
siglo XX en Latinoamérica. Más aún, la obra de Flores Magón se entiende en directa
correspondencia con las condiciones de explotación, opresión, y despotismo que
la hicieron surgir. La obra de este pensador reacciona contra esa realidad de exclu-
sión e injusticia, de inhumanidad. Este revolucionario, como es preciso identificarlo,
lucha con la pluma, no pretende disertaciones teóricas o reflexiones puramente
abstractas sobre la desigualad y la falta de libertad; sino que pone manos a la obra
en la transformación práctica de esa realidad. En el pensamiento de Flores Magón
se advierte la actitud del filósofo que sagazmente descubre y va más allá de lo
aparente, que cuestiona y problematiza sin prejuicio. Actitud que caracteriza a los
filósofos comprometidos, a los pensadores que no sólo piensan la realidad, sino que
dedican su vida a transformarla.
14 Blanquel, E., Ricardo Flores Magón, p. 15.15 Flores Magón, R., Antología, p. 138.
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La formación del saber requiere que se tomen
en consideración, además de las prácticas dis-
cursivas, las prácticas no-discursivas; también
que se preste particular atención al funcionamiento
entrelazado de prácticas discursivas y prácticas no-
discursivas. En efecto, el saber y el poder se apoyan y
refuerzan mutuamente. Además de esta razón inter-
na, la interrogación filosófica por el poder tiene otras
motivaciones teóricas y políticas. Los fenómenos po-
líticos de la modernidad (el Estado centralizado, la
burocracia, los campos de concentración, las políticas
de salud, etc.) nos ponen ante el problema de la rela-
ción entre el proceso de racionalización de la moder-
nidad y las formas de ejercicio del poder. Gran parte
de las preocupaciones y de los temas de la Escuela de
Frankfurt tienen que ver precisamente con las formas
de ejercicio del poder que se presentan como una exten-
sión asfixiante de los procesos de racionalización. Para
Foucault, la particularidad histórica de las formas po-
líticas de la modernidad, no sólo del Estado moderno,
reside en que en ninguna otra sociedad encontramos
“una combinación tan compleja de técnicas de indivi-
dualización y de procedimientos de totalización” (DE4,
229). “Logrando combinar estos dos registros –el
registro de la ciudad y el ciudadano y el registro del
pastor y el rebaño– en lo que llamamos los estados
modernos, nuestras sociedades se han revelado ver-
daderamente demoníacas” (DE4 , 147).
Ahora bien, para Foucault, a diferencia de la
Escuela de Frankfurt, no se trata de llevar a cabo el
proceso de la razón, sino más bien de analizar racio-
nalidades específicas, la racionalidad de determinadas
prácticas (las disciplinas, la biopolítica). Hay varios
motivos que determinan esta opción teórica y meto-
dológica de Foucault, y que determinarán la especifi-
cidad de su abordaje del tema del poder. Éstos pue-
den dividirse en negativos y positivos.
Negativos:
1) Los resultados de trabajos como Historia de
la locura, Las palabras y las cosas y la Arqueolo-
gía del saber que, situándose en las antípodas
de la filosofía de la historia, muestran la inade-
cuación de las categorías totalizadoras para
afrontar el trabajo histórico;
2) la inadecuación de la categoría de represión
para dar cuenta de las relaciones de poder y
3) la inadecuación de los análisis jurídicos y
economicistas.
Positivos:
1) La eficacia crítica de la erudición histórica y
2) la eficacia de las luchas específicas.
La cuestión del sujeto vincula todas estas
motivaciones con la primera que hemos mencionado,
es decir, la necesidad de estudiar el funcionamiento
entrelazado del saber y el poder. Desde este punto
de vista, podemos distinguir dos sentidos del término
“sujeto”: por un lado, sometido, “sujeto” por el con-
trol y la dependencia de otro; por otro lado, ligado,
“sujeto” a la propia identidad por las prácticas y el co-
nocimiento de sí. En relación con estos sentidos del
término, Foucault distingue tres tipos de lucha:
1) luchas que se oponen a formas de domina-
ción étnica, social y religiosa;
2) luchas contra las formas de explotación que
separan al individuo del producto de sus tra-
bajos;
3) luchas que se oponen a todo lo que liga al
individuo consigo mismo y asegura así la sumi-
sión a los otros.
El análisis foucaultiano del poder se inscri-
be en este tercer género de luchas. Para Foucault el
tema del poder es en realidad un modo de afrontar
el tema del sujeto. “Ante todo, quisiera decir cuál ha
sido el objetivo de mi trabajo de estos veinte años. No
ha sido analizar los fenómenos de poder ni echar las
bases para este análisis. Traté, más bien, de producir
una historia de los diferentes modos de subjetivación
del ser humano en nuestra cultura; traté, desde esta
óptica, tres modos de objetivación que transforman
a los seres humanos en sujetos” (DE4, 222-223). Es-
tos tres modos de subjetivación son los saberes que
pretenden acceder al estado de ciencias, las prácticas
que dividen (loco/cuerdo, sano/enfermo) y la mane-
ra en la que un ser humano se transforma en sujeto
(la sexualidad). “No es pues el poder sino el sujeto el
que constituye el tema general de mis investigacio-
nes” (DE4, 223).
Ahora bien, de igual modo que con el tema
del saber, Foucault ha elaborado sus propios instru-
mentos conceptuales para analizar el poder. Esta ela-
boración tiene sus interlocutores, particularmente
Hobbes (el poder concebido en términos de sobera-
nía), Marx y Freud (el poder concebido en términos
de represión). En “Hay que defender la sociedad”,
Foucault opone a todos ellos la ‘hipótesis Nietzsche’:
el poder concebido como lucha, enfrentamiento. Pero
a nuestro juicio esta hipótesis no es la posición defini-
tiva o al menos la más acabada de Foucault respecto
del funcionamiento del poder. Ésta hay que buscarla,
más bien, en el concepto de gobierno.
1) Poder y soberanía
El poder visto desde sus formas externas, extremas
y capilares. Según Foucault, en la concepción liberal
y en la concepción marxista siempre se ha pensado
el poder a partir de la economía. Desde la primera,
el poder es algo así como un bien; está sujeto a con-
trato, es objeto de posesión y, consecuentemente,
de enajenación. Desde la segunda, el economicismo
no concierne tanto a la forma del poder cuanto a su
función histórica: el poder sirve para mantener deter-
minadas relaciones de producción. Abandonar estos
supuestos economicistas del poder implica también
dejar de lado el concepto de soberanía, es decir, la vi-
sión jurídica del poder. En efecto, ya sea que se trate
de explicar la génesis del Estado o que se denuncie la
explotación por parte de la burguesía, en ambos ca-
sos lo que se tiene en vista es el poder desde el punto
de vista de la ley. Para utilizar una imagen espacial,
Foucault opone a la visión descendente clásica una vi-
sión ascendente: el poder visto, en primer lugar, des-
de sus extremidades, desde abajo, no como algo que
se posee, sino como algo que se ejerce. De este modo,
por ejemplo, en lugar de preguntarnos por la legit-
imidad desde el punto de vista jurídico del derecho de
castigar, es necesario estudiar las técnicas concretas,
Michel Foucault: las razones de la pregunta por el poder
Edgardo Castro
• PÉNDULO21/CUATRO/OCTUBRE 2012 •
EDITOREnrique Luján Salazar
DISEÑOClaudia Macías Guerra
La Jornada AguascalientesPÉNDULO21
Publicación quincenalNoviembre 2012. Año 4, No. 66
COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez
COLABORACIONESEnrique Ochoa Ávila
Edgardo CastroPENDULO21
históricas y efectivas del castigo. En su distanciamiento respecto de la concep-
ción liberal del poder, Foucault critica a Hobbes o, mejor, cierta interpretación del
Leviatán. Para Foucault, a pesar del modo en el que Hobbes presenta las cosas, la
guerra del Leviatán no es una guerra auténtica; es más, lo que Hobbes persigue
en realidad es evitar la guerra. El objetivo de Hobbes sería, más precisamente,
conjurar el discurso histórico de la dominación, el discurso sobre la conquista en
Inglaterra (Levellers, Diggers). En “Hay que defender la sociedad”, Foucault se
ocupa, precisamente, de este discurso de la dominación, de la guerra; se mueve
dentro de lo que denomina la hipótesis Nietzsche, es decir, la hipótesis del poder
concebido como lucha. Ahora bien, tomar en consideración el discurso histórico
de la dominación, analizar el poder en términos de lucha, no implica aceptar el
concepto o el principio explicativo de dominación de la burguesía. Según Foucault,
de la idea de dominación de la burguesía se puede deducir cualquier cosa. Esta
crítica al concepto de dominación burguesa forma parte de la crítica general a la
hipótesis represiva.
2) Poder y represión
Otro concepto de la tradición marxista, o de lo que Foucault con cierto hastío de-
nomina el freudomarxismo, es el concepto de represión o ‘hipótesis Reich’. En La
voluntad de saber, Foucault se plantea tres preguntas acerca de la hipótesis repre-
siva: ¿la represión es una evidencia histórica?, ¿la mecánica del poder es del orden
de la represión?, ¿el discurso contra la represión libera o en realidad forma parte del
mismo poder que denuncia?. No se trata de formular una contra-hipótesis a propó-
sito de cada una de las dudas que plantean estas preguntas. La propuesta es, más
bien, reubicar cada uno de estos elementos en una economía general del poder.
En el texto mencionado cada una de estas dudas acerca del poder es planteada en
relación con las prácticas de la sexualidad (discursos, técnicas de examen, regla-
mentos de las instituciones pedagógicas, etc.). Foucault muestra cómo a partir del
siglo XVII asistimos, más que a una represión del discurso acerca de la sexualidad, a
una extraordinaria proliferación discursiva. Por otro lado, la parte final de La volun-
tad de saber llega a la conclusión de que la función de los discursos liberadores (el
psicoanálisis, por ejemplo) ha sido establecer nuevas formas de sujeción y control.
Ahora bien, desde un punto de vista teórico, la conclusión más importante que
nuestro autor extrae de la crítica histórica de la hipótesis represiva es que el poder
debe ser visto como una realidad positiva, es decir, como fabricante o productor
de individualidad. Así como no hay que suponer un individuo natural para explicar
cómo éste se convierte en sujeto jurídico, sujeto de derechos y, por consiguiente,
cómo se genera el soberano y el Estado, tampoco hay que suponer una naturalidad
del deseo que la sociedad capitalista vendría a reprimir aliada con la religión. La
individualidad no es algo pasivo, dado de antemano, sobre lo cual se aplica el po-
der; es más bien una especie de relay: el individuo es a la vez receptor y emisor de
poder. En este sentido, la imagen que mejor describe el funcionamiento del poder
es la de una red.
3) Poder y gobiernoLa pregunta de Foucault no es “¿qué es el poder?”, sino “¿cómo funciona?”. Des-
de las extremidades, desde un punto de vista positivo y reticular sobre el poder,
habrá que preguntarse: a) qué sistemas de diferenciación permiten que unos ac-
túen sobre otros (diferencias jurídicas, tradicionales, económicas, competencias
cognitivas, etc.); b) qué objetivos se persiguen (mantener un privilegio, acumular
riquezas, ejercer una profesión); c) qué modalidades instrumentales se utilizan
(las palabras, el dinero, la vigilancia, los registros); d) qué formas de institucionali-
zación están implicadas (las costumbres, las estructuras jurídicas, los reglamentos,
las jerarquías, la burocracia); e) qué tipo de racionalidad está en juego (tecnoló-
gica, económica). Cada una de estas instancias quiere describir y analizar “mo-
dos de acción que no actúan directa e inmediatamente sobre los otros, sino sobre
sus acciones”. (DE4, 236) El poder consiste, en términos generales, en conducir
conductas y disponer de su probabilidad induciéndolas, apartándolas, facilitándo-
las, dificultándolas, limitándolas, impidiéndolas. Esta última afirmación resulta sin
duda sorprendente; no coincide con la idea de la lucha como especificidad de las
relaciones de poder, es decir, con la hipótesis Nietzsche. En efecto, en sus últimos
escritos y cursos dictados en el Collège de France Foucault utiliza una serie de
conceptos que reemplazan al concepto de lucha: gobierno, gubernamentalidad. El
poder, en el fondo, es menos del orden del enfrentamiento entre dos adversarios
o del compromiso de uno frente a otro que del orden del “gobierno”. El modo de
relación propio del poder no habría que buscarlo, entonces, del lado de la violencia
y de la lucha ni del lado del contrato o del nexo voluntario (que a lo sumo sólo pue-
den ser instrumentos), sino del lado de este modo de acción singular, ni guerrero
ni jurídico, que es el gobierno.
Bibliografía
Michel Foucault (1994). Dits et Écrits. vol.4: 1980-1988. París: Éditions Gallimard.