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Pérez-Reverte Pérez-Reverte viaja al Dos de Mayo viaja al Dos de Mayo Babelia 836 NÚMERO 836. EL PAÍS, SÁBADO 1 DE DICIEMBRE DE 2007

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Arturo Pérez-Reverterevive de maneraimpresionante enUn día de cólera,su nuevo libro, laferoz jornada del Dosde Mayo de 1808en Madrid,devolviéndolaa la calle con toda susangre y salvajismo ycon tono documental.Texto: Jacinto AntónFotos: Cristóbal Manuel

“¡Maldito día!”

Pasa a la página siguiente

CAÑONES, CAÑONES, CAÑONES.“Colocaron las piezas ahí,dos de a ocho libras y dos dea cuatro, para cubrir la trans-versal de San José en las dosdirecciones, hacia San Bernar-

do por la derecha y hacia Fuencarral por laizquierda, y enfilando también la calle deSan Pedro, al frente. Desde aquí les tirabana los franceses, vinieran por donde vinie-ran”. Arturo Pérez-Reverte hace una muecalobuna y señala con la mano como si orien-tara a los artilleros del parque de Monte-león y estuviéramos metidos de lleno enaquel fregado de humo, pólvora y espanto,el Dos de Mayo de 1808, nada menos. Hastaparece prudente agacharse.

Nos encontramos en uno de los escena-rios principales (la madrileña plaza del Dosde Mayo) de aquella histórica, violenta ycontrovertida jornada de la que pronto secumplirán 200 años y a la que el escritor hadedicado su nuevo libro, Un día de cólera(Alfaguara), una reconstrucción apasionan-te y minuciosa hasta la obsesión de los suce-sos que tuvieron lugar en la fecha. “Por ahíentró la columna Lagrange-Lefranc”, estádiciendo el autor, “dos mil hombres, enca-bezados por un destacamento de gastado-res y granaderos de la Guardia Imperial;imagina los chacós negros, las relucientesbayonetas, los toques de corneta, el crepi-tar de la fusilería”. El lugar está tranquilocomo una balsa de aceite en esta tarde ra-diante. Un grupo de jóvenes con monopati-nes, varios paseantes con perros y un tipoque, sentado, da cuenta de un gran bocadi-llo, miran de reojo, con cierta aprensión, aPérez-Reverte, que luce un radical corte depelo a lo paracaidista de la 82ª Airborne enSainte-Mère-Eglise, y sigue indicando conrasgo feroz ángulos de tiro, líneas de ata-que, movimientos de tropas.

“Éste fue nuestro Álamo”, afirma contun-dente. Y agrega, con tono compungido, se-ñalando al suelo, junto a la puerta monu-mental conservada en medio de la plazaque es lo único que queda del viejo edificiodel parque de artillería: “Exactamente aquícayó Daoíz, y allá Velarde”. Las ajadas esta-

EN PORTADA / Entrevista

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Arturo Pérez-Reverterevive de maneraimpresionante enUn día de cólera,su nuevo libro, laferoz jornada del Dosde Mayo de 1808en Madrid,devolviéndolaa la calle con toda susangre y salvajismo ycon tono documental.Texto: Jacinto AntónFotos: Cristóbal Manuel

“¡Maldito día!”

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CAÑONES, CAÑONES, CAÑONES.“Colocaron las piezas ahí,dos de a ocho libras y dos dea cuatro, para cubrir la trans-versal de San José en las dosdirecciones, hacia San Bernar-

do por la derecha y hacia Fuencarral por laizquierda, y enfilando también la calle deSan Pedro, al frente. Desde aquí les tirabana los franceses, vinieran por donde vinie-ran”. Arturo Pérez-Reverte hace una muecalobuna y señala con la mano como si orien-tara a los artilleros del parque de Monte-león y estuviéramos metidos de lleno enaquel fregado de humo, pólvora y espanto,el Dos de Mayo de 1808, nada menos. Hastaparece prudente agacharse.

Nos encontramos en uno de los escena-rios principales (la madrileña plaza del Dosde Mayo) de aquella histórica, violenta ycontrovertida jornada de la que pronto secumplirán 200 años y a la que el escritor hadedicado su nuevo libro, Un día de cólera(Alfaguara), una reconstrucción apasionan-te y minuciosa hasta la obsesión de los suce-sos que tuvieron lugar en la fecha. “Por ahíentró la columna Lagrange-Lefranc”, estádiciendo el autor, “dos mil hombres, enca-bezados por un destacamento de gastado-res y granaderos de la Guardia Imperial;imagina los chacós negros, las relucientesbayonetas, los toques de corneta, el crepi-tar de la fusilería”. El lugar está tranquilocomo una balsa de aceite en esta tarde ra-diante. Un grupo de jóvenes con monopati-nes, varios paseantes con perros y un tipoque, sentado, da cuenta de un gran bocadi-llo, miran de reojo, con cierta aprensión, aPérez-Reverte, que luce un radical corte depelo a lo paracaidista de la 82ª Airborne enSainte-Mère-Eglise, y sigue indicando conrasgo feroz ángulos de tiro, líneas de ata-que, movimientos de tropas.

“Éste fue nuestro Álamo”, afirma contun-dente. Y agrega, con tono compungido, se-ñalando al suelo, junto a la puerta monu-mental conservada en medio de la plazaque es lo único que queda del viejo edificiodel parque de artillería: “Exactamente aquícayó Daoíz, y allá Velarde”. Las ajadas esta-

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tuas de los dos héroes —les faltan las espa-das originales y el pedestal está atravesadode grafitos— parecen inclinarse para obser-var por encima del hombro del novelista.

Pasear por los escenarios del Dos de Ma-yo con Arturo Pérez-Reverte de scout es—igual que leer su libro— como ver resuci-tar la historia bajo tus ojos. Tras callejeartropezando con grupos de paisanos arma-dos, esquivando balazos, cuerpos tiradosde cualquier manera y charcos de sangre—“mira, la calle del Barquillo, aquí murió elhijo del general Legrand, oficial de caballe-ría, de un macetazo”—, llegamos por la ca-lle Mayor hasta cerca de la Puerta del Sol,donde vemos pasar a la caballería francesadel Chef d’escadron Daumesil, dragones, ca-zadores y granaderos montados, con los ma-melucos en vanguardia, preparada para car-gar. El escritor se detiene y aprovecha paraevocar el ataque de los coraceros de Rigauden la Puerta de Toledo. El suelo parece tem-blar con la evocación de la masa compactade esa caballería pesada. Esa vibración de latierra que notan los personajes del libro an-tes de ver llegar a los 926 coraceros… “Esreal. Pude sentirla durante el rodaje de Ala-triste, durante el ataque contra el cuadroespañol, con todos aquellos caballos”, expli-ca Pérez-Reverte. La escena de Un día decólera recuerda la de Salvar al soldado Ryanen la que llegan los pánzer y los precedeuna trepidación de los cristales, las paredes,la tierra —no en balde, al cabo, los regimien-tos de coraceros se convirtieron en unida-des de blindados—. “Yo eso lo viví en Vuko-var”, añade el novelista, “con Márquez, elcámara; la sensación de desasosiego cuan-do se acercan los carros de combate…”.

El largo paseo por “la batalla de Madrid”del Dos de Mayo es el postre de la conversa-ción con Arturo Pérez-Reverte (Cartagena,1951) en el café Gijón, donde el novelistarecibe con un humor excelente y sorpren-dentemente sosegado. Es posible que Undía de cólera, paradójicamente, le haya cal-mado. Ante la primera pregunta, no obstan-te, se revuelve como si lo hubieran azotadocon un knut.

PREGUNTA. Un día de cólera tiene unaire periodístico.

RESPUESTA. Para nada. No es periodis-mo.

P. Bueno, no es ficción, ni libro de histo-ria, dice usted, se parece a aquellos librosde Dominique Lapierre y Larry Collins, co-mo ¿Arde París? Aquí es un poco ¿ArdeMadrid? El amplísimo reparto, esos perso-najes —todos reales, subraya usted— a losque seguimos de un lado a otro, las vidas yperspectivas que se entrecruzan, la minu-ciosidad en situar a cada uno en el momen-to exacto y en el lugar preciso… Marbot secorta afeitándose, Moratín se quema con elchocolate, una manola le canta una copla aDaoíz, Murat imparte órdenes de tirar sincompasión en su cuartel general en el pala-cio Grimaldi…

R. Eso sí, es un libro documento, basadoen los datos, los informes militares, las me-morias de los que vivieron aquellos hechos,los documentos oficiales, las listas de muer-tos y heridos. Pienso más que en Lapierre yCollins en Cornelius Ryan.

P. El autor de El día más largo, Un puen-te lejano…

R. Y La caída de Berlín, sí.P. Ese afán de objetividad, ese puntillis-

mo, los nombres, dónde mata y muere ca-da uno…

R. El Dos de Mayo es algo muy contami-nado y manipulado por todo el mundo du-rante 200 años. He querido despojarlo detodo eso, mostrarlo como fue, con informa-ción de primera mano —he consultado unacantidad ingente de documentación—, y ha-cer que el lector lo viva, por primera vez, enla calle. Que entienda cómo fue, y que sesienta un participante, que pase miedo, quecorra, que sude. Un día de cólera es un librobasado en los testimonios, absolutamenteriguroso. Es novela sólo en la medida en quehe llenado los agujeros que deja la documen-tación usando técnicas de narrador, ponien-do la argamasa que une los datos. Pero em-pleo un lenguaje directo, objetivo, frío, sinadjetivos. Un tono documental. Aquí no hayhéroes, ni heroísmo, ni épica. No he ido ajuzgar el aspecto ético. Es un libro descripti-

vo, distante. Me separo del sujeto para dejar-le el sitio al lector, es él el que se mete en laacción, se codea con los personajes.

P. Dice que el Dos de Mayo ha sido muymanipulado.

R. Desde el día siguiente. Por los patrio-tas, por el absolutismo de Fernando VII, losliberales, la I República, la monarquía, laII República —que puso el énfasis en el pro-tagonismo del pueblo—, el franquismo—para Franco los héroes eran Daoíz y Velar-de, claro, los militares a la cabeza delpueblo—… De nada como del Dos de Mayose han hecho tantas lecturas.

P. Entonces, su propuesta…R. La historia ya ha sido contada, no voy

a reescribir a Galdós —como hacen otros—,sería ridículo. Ni voy a dar una interpreta-ción. Que sea el propio lector el que interpre-te. Quien quiera ver en esto un arrebatopatriotero va de culo.

P. Eso de frío, distante, objetivo... se losalta a veces con algunos trucos.

R. Claro, es una narración, y uso la liber-tad que me da ser novelista. El historiador,en cambio, no puede narrar ciertas situacio-nes, no está autorizado a rellenar los hue-cos, las lagunas de la historia.

P. Aquello, como lo muestra, fue unaordalía de sangre y violencia.

R. Una lucha sucia, callejera. Cada unohizo su guerra. La reina fue la navaja. Losfranceses hablan de ella con acojone. Nonavajitas de las de ahora, sino trastos de dospalmos.

P. De hecho, la única onomatopeya quese permite es la de la multitud enfurecidaen Puerta del Sol abriendo al unísono susnavajas: clac-clac-clac.

R. Centenares de cachicuernas albacete-ñas de siete muelles…, he imaginado eseruido.

P. Aquel día los madrileños inventan unarma nueva letal: la maceta.

R. Sí, una auténtica innovación bélica es-pañola. Matan a varios franceses lanzándo-selas desde balcones. Les tiran de todo, te-jas, ladrillos, botellas, muebles, agua y aceitehirviendo. Unos tipos saquean la armeríareal y combaten con armas antiguas, cascos,escudos, viejas espadas, alabardas de tiem-pos de Carlos V… El cerrajero Molina mataa un imperial a garrotazos. Otros usan ha-chas, hoces, agujas, lo que sea…

P. Su descripción de la célebre carga delos mamelucos, al frente de la caballería dela Guardia Imperial, es estremecedora.

R. Un choque brutal. A los mamelucosque caen los degüellan como a gorrinos,“moros”, les llaman. Claro que, para un ma-drileño de entonces, un mameluco egipcio,con el atavío oriental, turbante, cahouk,bombachos escarlata, le parecería el no vamás de lo musulmán…

P. Pero en realidad había mucho mame-luco francés, ¿no?, eran un poco como loszuavos, una indumentaria exótica.

R. Eso, la incorporación de franceses, fuemás tarde, los mamelucos que cargaron enMadrid eran originales, egipcios, como elpobre Mustafá del que hablo y al que, entretres, le rebanan el cuello.

P. En todo caso, cargarse a un mamelu-co —a los que Napoleón concedió un águi-la por su valor en Austerlitz— o a un corace-ro, ya que estamos, requería valor.

R. Sí, eran soldados de élite. Para ser cora-cero, les gros frères, les hommes de fer, debíasmedir un mínimo de 1,73, que era una bue-na altura entonces. Eran tropas que impre-sionaban, con enormes caballos.

P. Sí, cantaban aquello tan simpático“C’est la charge, c’est la foudre, / c’est l’ass-aut dans la sang et dans la poudre”. ¿Cómocaen ante simples civiles?

R. Imagínate que eres un coracero, diga-mos que te llamas Dupont, muy marcial,muy bravo, muy duelista, que te has pasea-do por todos los campos de batalla de Euro-pa, por Eylau, con Hautpoul, por Friedland.Y llegas a la Puerta de Toledo y en vez de losenemigos acostumbrados, todo orden y ban-deras, se te tiran encima cuatrocientos tíoscon navajas, puñales, macetas… Una mano-la le mete un espetón de asar a tu monturapor los belfos, otra se deja atropellar paradetenerte; un cura te pega un escopetazo.Te acojonas. Te dices: ¡Mon Dieu, yo no soyun gendarme, yo soy un soldado! Goyamuestra muy bien lo que fue aquello: la gen-te estaba enloquecida, rabiosa, se tiraban a

los pies de los caballos para hacerlos caer.Eso tú y yo no lo hacemos.

P. Yo, desde luego que no.R. El que hace eso es el mismo español

que despotrica de Zapatero, de Rajoy, deBono, aunque más primitivo, más fanatiza-do, trabajado a fondo por la Iglesia. Coge ysuelta a ese tío bien cabreado ante los fran-ceses y tienes el Dos de Mayo. Primero escólera pura; luego, cuando las cosas comien-zan a ir mal, siguen peleando por vergüen-za, vergüenza torera, y venganza.

P. Hubo muchas mujeres en la lucha.R. Sí. Es muy sorprendente que, por

ejemplo, entre los que se enfrentan a la caba-llería francesa hay una gran cantidad de mu-jeres. También las hay en Monteleón, conlos artilleros, arrastrando cañones si es nece-sario, como Ramona García Sánchez. Casi lamitad de las bajas que recoge la documenta-ción son mujeres.

P. Se las cargan los franceses sin mira-mientos.

R. Hombre, tú mismo, si se te tira enci-ma una pescadera con tijeras herrumbrosasde limpiar pescado en la mano buscándotela yugular, no sé, yo no dejo que se me acer-que.

P. ¿Sumergirse como lo ha hecho en elDos de Mayo le ha llevado a alguna conclu-sión sobre el significado de esa fecha?

R. Mi conclusión es que ¡maldito día! ElDos de Mayo es una losa que aún nos pesa.Es el día en que el instinto, el coraje, el fana-tismo, el valor, el patriotismo, el ansia de

rapiña, el deseo de venganza, lo noble y loinnoble produjeron un proceso que trajoconsecuencias terribles para España. Losmadrileños luchan en el bando equivocadoese día. Para restituir el viejo orden, caspo-so, ruin. Esa épica callejera nos metió enuna pesadilla que arrastramos hasta hoy,ahí nacen las dos Españas. Insisto: ¡malditosea el día! El drama del Dos de Mayo no essólo el de los 400 muertos españoles censa-dos. Es el de la inteligencia, el drama de loslúcidos. De la gente que sabe que la razón,el progreso, está del lado de los franceses,que el futuro es ése. Y que combatir a losfranceses es defender a unos reyes incapa-ces y a unos curas fanáticos. La familia real,esos Borbones, eran lo más abyecto, despre-ciable y vil de Europa. Por eso mucha gentese quedó en sus casas. Moratín, Goya, Blan-co White… Qué día más terrible cuando elbando del honor se contrapone abiertamen-te a todo lo que quieres y en lo que crees.

P. Usted parece identificarse con losafrancesados, por la cabeza, y también porel corazón, con la gente del pueblo llanoque se echa a la calle, la gente a la quefinalmente dejan en la estacada, el “pueblohuérfano”, como ese valiente chispero,Juan Gómez, escéptico y descreído, que esun trasunto suyo.

R. ¡No, no te equivoques! Aquí no haytrasuntos míos, no me invento nada ni anadie. Todos los personajes son reales, cons-truidos a partir de testimonios. Mi libertadha sido, sabiendo que cinco mueren en lamisma esquina, hacer que se conozcan, quehablen entre ellos, lo cual no es muy osadosuponer.

P. ¿Cuántos personajes maneja?

R. Unos trescientos.P. ¿Quién lucha ese día?R. El mito de siempre es que ese día lu-

cha el pueblo todo, la nación. Eso es menti-ra. La mayoría de la gente está en sus casas.Es la chusma, el pueblo bajo, ignorante, elque sale a la calle. Las putas de Lavapiés, losmatarifes del Rastro, los chisperos (herre-ros) de Barquillo, los delincuentes, los men-digos. Muchos salen por barullo, por chule-ría, por robarle al francés los dineros de labolsa y arrancarle los dientes de oro. Porvenganza: esos franchutes le han tocado lastetas a mi novia, son unos cabrones, chulo-putas, no pagan el vino.

P. ¿Y el patriotismo?R. A veces lo confundimos con el cabreo,

que es lo que hay en abundancia el Dos deMayo. Por eso mi libro se titula Un día decólera y no Un día de gloria. Lo del patriotis-mo en el Dos de Mayo es en buena partemanipulación. Al acabar la jornada la gentecree que todo ha terminado ahí, un motín ynada más. Ni independencia ni leches. Nosabían lo que estaban haciendo, lo que ven-dría después. Aquel día, combatiendo enMadrid, había algunos patriotas, sí, y milita-res, incluso un aristócrata. Pero hay quecomprender que la algarada es popular yviene del cabreo. Era cólera, no patria. El delDos de Mayo es el mismo español que pegaal ministro, que se cabrea en Barajas. Sale acargarse franceses como sale a cargarse cu-ras durante la República. Ese español tanpeligroso. “¡Con razón o sin ella!”, ese terri-ble motivo del español para pelear. El Dosde Mayo no hay propósito definido, no haycabeza rectora. Por eso resulta tan difícil alos franceses pararlo. Lo de la nación y lapatria viene después. Luego todo el mundose apropia de aquello. Volverán a hacerlo elpróximo 2 de mayo de 2008. Yo quiero devol-ver el 2 de mayo a la calle, insisto. Que ellector corra ante los caballos, escuche lasbalas golpeando a su lado, se agobie, partici-pe en el combate callejero, se encuentre congente que no volverá a ver, se meta en elcaos, el humo, los gritos, la sangre…

P. Ahí su experiencia de corresponsal deguerra es un punto.

R. Cuando hablo de saltar tapias delantede tipos armados que te persiguen no me loexplican, lo he vivido, y eso se nota. Puedoreconstruirlo con soltura. Yo he estado allí,sé lo que se siente. Eso lo hace muy real.

P. El parque de artillería de Monteleónes uno de los centros de Un día de cólera.

R. La que llamo la batalla de Madrid tie-ne sus escenarios ahí, en Monteleón, y en eleje Palacio Real-Puerta del Sol-Buen Retiroy en la Puerta de Toledo, más los lugares delos fusilamientos. El parque de Monteleónes nuestro Álamo. En ese lugar mueren másque en la misión tejana. ¡Mira que hemoscomido con patatas leyenda del Álamo!, tan-to Travis, Bowie y Crockett.

P. Remember the Alamo, RememberMonteleón. Es verdad, los franceses inclusotocan a degüello como los lanceros de San-ta Ana. Aquí también son tres los líderes dela resistencia: Daoíz, Velarde y Ruiz, Jacin-to Ruiz, teniente.

R. Si te acercas ves que eran unos mata-dos. Dos oficiales, simples capitanes, unopor exaltación —Velarde, el típico militar de“¡viva España!”, el que asalta la trinchera enRusia a pecho descubierto—, el otro por de-cencia —Daoíz, callado y frío, pero que sesuma al asunto por vergüenza torera y asu-me su destino trágico—. El tercero, un te-nientillo asmático. Y les hacen bajas, y mu-chas, al mejor ejército del mundo. ¿Por quéhe de admirar a los del Álamo, que ni me vani me viene? Monteleón marca más mi vida,esos valientes… Montan un chocho de lahostia.

P. Daoíz cae bajo las bayonetas france-sas, a lo David Crockett, atravesando consu espada antes al general Lagrange, ¡vayaescena!

R. Así fue, hay testimonios.P. Parece que admira usted ese valor.R. Pero todo eso fue para mal. No lo olvi-

demos. ¿Qué se puede esperar de un puebloque se echa a la calle porque está cabreado?Eso no puede llevar a nada bueno. Pero,claro, es una jornada fascinante.

P. Un día de cólera se puede leer comoun parte de bajas. Esa obsesiva y recurren-te enumeración de las víctimas, todos esosnombres de los participantes, párrafos en-

teros. ¿No teme que puedan hacer engorro-sa la lectura?

R. Era fundamental lo de los nombres.Estoy hablando de personas, del albañil, lapescadera, el picador, gente concreta, gentede verdad, seres humanos. Eso no puedehacerse de forma anónima. El lector tieneque reconocerlos. Además, es un recursoclásico, a la manera homérica. No escatimoesa reiteración. Los personajes del Dos deMayo no son abstracciones patrióticas. Ten-go las listas y las uso.

P. Y si al lector le corta…R. Que se fastidie. El libro lo requería.

Creo que ese uso de los nombres aportamás de lo que pueda entorpecer. Tras lalectura, no te queda un concepto abstractocomo el pueblo de Madrid, sino nombres,personas. De todas formas, ojo, eso de losnombres es algo que dosifico y sitúo estraté-gicamente en la narración.

P. Hace constar las profesiones de losque cita, y las edades.

R. Sin esos datos no se entiende el Dosde Mayo, sin ellos nos manipulan, te llevanal huerto los políticos y los hijos de la granputa, ponlo así, por favor.

P. También aparecen dos maestros deesgrima, a uno le hace morir dándose desablazos con los dragones franceses.

R. Yo no le hago, yo no hago nada, bue-no, casi nada.

P. Parecía un guiño a El maestro de es-grima.

R. No, no. Son personajes reales. No hayningún guiño en esta novela.

P. Da la impresión de que se lo ha pasa-do muy bien escribiendo.

R. Ha sido un trabajo enorme. ¡Pero loque he disfrutado! Con las lecturas y mapas,y paseando por Madrid, imaginando la car-ga de caballería en la Puerta de Toledo, en-tendiendo por qué caen tantos madrileñosen un lugar: ¡porque huían de los coraceroscuesta arriba!

P. Una topografía del terror.R. Vas encontrando fantasmas, y los ves

luchar y morir, y entiendes por qué muerenasí y ahí. Es algo muy conmovedor. De nue-vo, por supuesto, está mi experiencia perso-nal en combates callejeros, que me permiteleer la batalla sobre el terreno. Enfiladas,ángulos de tiro, descubiertas. Lo que en losdocumentos eran simples listas de bajas co-bra sentido.

P. Me da la sensación de que, pese a laobjetividad y tal, a lo largo de la narraciónusted se va calentando.

R. No yo, es la historia la que se calientaen esas horas, ese día.

P. Pero se percibe que la odisea de esaspartidas y esos individuos, esa gente deses-perada, le conmueve.

R. Me conmueve su terrible orfandad,que nadie los apoye. Nadie los orienta, na-die se moja, nadie media por ellos al final,cuando van al matadero.

P. Los fusilamientos son estremecedo-res. De un realismo que espanta. Los de laMontaña del Príncipe Pío…

R. Así han sido siempre, con fusiles deavancarga o armas automáticas, no son esce-

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“¿Qué se puede esperarde un pueblo que se echaa la calle porque estácabreado? Eso no puedellevar a nada bueno”

“Estoy hablando depersonas, del albañil,la pescadera, el picador,gente concreta, gente deverdad, seres humanos”

Viene de la página anterior

“Pelean por barullo o porcabreo: esos franchutesle han tocado las tetasa mi novia, son unoscabrones, chuloputas”

“El drama del Dos deMayo es el de los lúcidos,los que saben que combatira los franceses es defendera unos reyes incapaces”

Arturo Pérez-Reverte, en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles en Madrid.

EN PORTADA / Entrevista

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tuas de los dos héroes —les faltan las espa-das originales y el pedestal está atravesadode grafitos— parecen inclinarse para obser-var por encima del hombro del novelista.

Pasear por los escenarios del Dos de Ma-yo con Arturo Pérez-Reverte de scout es—igual que leer su libro— como ver resuci-tar la historia bajo tus ojos. Tras callejeartropezando con grupos de paisanos arma-dos, esquivando balazos, cuerpos tiradosde cualquier manera y charcos de sangre—“mira, la calle del Barquillo, aquí murió elhijo del general Legrand, oficial de caballe-ría, de un macetazo”—, llegamos por la ca-lle Mayor hasta cerca de la Puerta del Sol,donde vemos pasar a la caballería francesadel Chef d’escadron Daumesil, dragones, ca-zadores y granaderos montados, con los ma-melucos en vanguardia, preparada para car-gar. El escritor se detiene y aprovecha paraevocar el ataque de los coraceros de Rigauden la Puerta de Toledo. El suelo parece tem-blar con la evocación de la masa compactade esa caballería pesada. Esa vibración de latierra que notan los personajes del libro an-tes de ver llegar a los 926 coraceros… “Esreal. Pude sentirla durante el rodaje de Ala-triste, durante el ataque contra el cuadroespañol, con todos aquellos caballos”, expli-ca Pérez-Reverte. La escena de Un día decólera recuerda la de Salvar al soldado Ryanen la que llegan los pánzer y los precedeuna trepidación de los cristales, las paredes,la tierra —no en balde, al cabo, los regimien-tos de coraceros se convirtieron en unida-des de blindados—. “Yo eso lo viví en Vuko-var”, añade el novelista, “con Márquez, elcámara; la sensación de desasosiego cuan-do se acercan los carros de combate…”.

El largo paseo por “la batalla de Madrid”del Dos de Mayo es el postre de la conversa-ción con Arturo Pérez-Reverte (Cartagena,1951) en el café Gijón, donde el novelistarecibe con un humor excelente y sorpren-dentemente sosegado. Es posible que Undía de cólera, paradójicamente, le haya cal-mado. Ante la primera pregunta, no obstan-te, se revuelve como si lo hubieran azotadocon un knut.

PREGUNTA. Un día de cólera tiene unaire periodístico.

RESPUESTA. Para nada. No es periodis-mo.

P. Bueno, no es ficción, ni libro de histo-ria, dice usted, se parece a aquellos librosde Dominique Lapierre y Larry Collins, co-mo ¿Arde París? Aquí es un poco ¿ArdeMadrid? El amplísimo reparto, esos perso-najes —todos reales, subraya usted— a losque seguimos de un lado a otro, las vidas yperspectivas que se entrecruzan, la minu-ciosidad en situar a cada uno en el momen-to exacto y en el lugar preciso… Marbot secorta afeitándose, Moratín se quema con elchocolate, una manola le canta una copla aDaoíz, Murat imparte órdenes de tirar sincompasión en su cuartel general en el pala-cio Grimaldi…

R. Eso sí, es un libro documento, basadoen los datos, los informes militares, las me-morias de los que vivieron aquellos hechos,los documentos oficiales, las listas de muer-tos y heridos. Pienso más que en Lapierre yCollins en Cornelius Ryan.

P. El autor de El día más largo, Un puen-te lejano…

R. Y La caída de Berlín, sí.P. Ese afán de objetividad, ese puntillis-

mo, los nombres, dónde mata y muere ca-da uno…

R. El Dos de Mayo es algo muy contami-nado y manipulado por todo el mundo du-rante 200 años. He querido despojarlo detodo eso, mostrarlo como fue, con informa-ción de primera mano —he consultado unacantidad ingente de documentación—, y ha-cer que el lector lo viva, por primera vez, enla calle. Que entienda cómo fue, y que sesienta un participante, que pase miedo, quecorra, que sude. Un día de cólera es un librobasado en los testimonios, absolutamenteriguroso. Es novela sólo en la medida en quehe llenado los agujeros que deja la documen-tación usando técnicas de narrador, ponien-do la argamasa que une los datos. Pero em-pleo un lenguaje directo, objetivo, frío, sinadjetivos. Un tono documental. Aquí no hayhéroes, ni heroísmo, ni épica. No he ido ajuzgar el aspecto ético. Es un libro descripti-

vo, distante. Me separo del sujeto para dejar-le el sitio al lector, es él el que se mete en laacción, se codea con los personajes.

P. Dice que el Dos de Mayo ha sido muymanipulado.

R. Desde el día siguiente. Por los patrio-tas, por el absolutismo de Fernando VII, losliberales, la I República, la monarquía, laII República —que puso el énfasis en el pro-tagonismo del pueblo—, el franquismo—para Franco los héroes eran Daoíz y Velar-de, claro, los militares a la cabeza delpueblo—… De nada como del Dos de Mayose han hecho tantas lecturas.

P. Entonces, su propuesta…R. La historia ya ha sido contada, no voy

a reescribir a Galdós —como hacen otros—,sería ridículo. Ni voy a dar una interpreta-ción. Que sea el propio lector el que interpre-te. Quien quiera ver en esto un arrebatopatriotero va de culo.

P. Eso de frío, distante, objetivo... se losalta a veces con algunos trucos.

R. Claro, es una narración, y uso la liber-tad que me da ser novelista. El historiador,en cambio, no puede narrar ciertas situacio-nes, no está autorizado a rellenar los hue-cos, las lagunas de la historia.

P. Aquello, como lo muestra, fue unaordalía de sangre y violencia.

R. Una lucha sucia, callejera. Cada unohizo su guerra. La reina fue la navaja. Losfranceses hablan de ella con acojone. Nonavajitas de las de ahora, sino trastos de dospalmos.

P. De hecho, la única onomatopeya quese permite es la de la multitud enfurecidaen Puerta del Sol abriendo al unísono susnavajas: clac-clac-clac.

R. Centenares de cachicuernas albacete-ñas de siete muelles…, he imaginado eseruido.

P. Aquel día los madrileños inventan unarma nueva letal: la maceta.

R. Sí, una auténtica innovación bélica es-pañola. Matan a varios franceses lanzándo-selas desde balcones. Les tiran de todo, te-jas, ladrillos, botellas, muebles, agua y aceitehirviendo. Unos tipos saquean la armeríareal y combaten con armas antiguas, cascos,escudos, viejas espadas, alabardas de tiem-pos de Carlos V… El cerrajero Molina mataa un imperial a garrotazos. Otros usan ha-chas, hoces, agujas, lo que sea…

P. Su descripción de la célebre carga delos mamelucos, al frente de la caballería dela Guardia Imperial, es estremecedora.

R. Un choque brutal. A los mamelucosque caen los degüellan como a gorrinos,“moros”, les llaman. Claro que, para un ma-drileño de entonces, un mameluco egipcio,con el atavío oriental, turbante, cahouk,bombachos escarlata, le parecería el no vamás de lo musulmán…

P. Pero en realidad había mucho mame-luco francés, ¿no?, eran un poco como loszuavos, una indumentaria exótica.

R. Eso, la incorporación de franceses, fuemás tarde, los mamelucos que cargaron enMadrid eran originales, egipcios, como elpobre Mustafá del que hablo y al que, entretres, le rebanan el cuello.

P. En todo caso, cargarse a un mamelu-co —a los que Napoleón concedió un águi-la por su valor en Austerlitz— o a un corace-ro, ya que estamos, requería valor.

R. Sí, eran soldados de élite. Para ser cora-cero, les gros frères, les hommes de fer, debíasmedir un mínimo de 1,73, que era una bue-na altura entonces. Eran tropas que impre-sionaban, con enormes caballos.

P. Sí, cantaban aquello tan simpático“C’est la charge, c’est la foudre, / c’est l’ass-aut dans la sang et dans la poudre”. ¿Cómocaen ante simples civiles?

R. Imagínate que eres un coracero, diga-mos que te llamas Dupont, muy marcial,muy bravo, muy duelista, que te has pasea-do por todos los campos de batalla de Euro-pa, por Eylau, con Hautpoul, por Friedland.Y llegas a la Puerta de Toledo y en vez de losenemigos acostumbrados, todo orden y ban-deras, se te tiran encima cuatrocientos tíoscon navajas, puñales, macetas… Una mano-la le mete un espetón de asar a tu monturapor los belfos, otra se deja atropellar paradetenerte; un cura te pega un escopetazo.Te acojonas. Te dices: ¡Mon Dieu, yo no soyun gendarme, yo soy un soldado! Goyamuestra muy bien lo que fue aquello: la gen-te estaba enloquecida, rabiosa, se tiraban a

los pies de los caballos para hacerlos caer.Eso tú y yo no lo hacemos.

P. Yo, desde luego que no.R. El que hace eso es el mismo español

que despotrica de Zapatero, de Rajoy, deBono, aunque más primitivo, más fanatiza-do, trabajado a fondo por la Iglesia. Coge ysuelta a ese tío bien cabreado ante los fran-ceses y tienes el Dos de Mayo. Primero escólera pura; luego, cuando las cosas comien-zan a ir mal, siguen peleando por vergüen-za, vergüenza torera, y venganza.

P. Hubo muchas mujeres en la lucha.R. Sí. Es muy sorprendente que, por

ejemplo, entre los que se enfrentan a la caba-llería francesa hay una gran cantidad de mu-jeres. También las hay en Monteleón, conlos artilleros, arrastrando cañones si es nece-sario, como Ramona García Sánchez. Casi lamitad de las bajas que recoge la documenta-ción son mujeres.

P. Se las cargan los franceses sin mira-mientos.

R. Hombre, tú mismo, si se te tira enci-ma una pescadera con tijeras herrumbrosasde limpiar pescado en la mano buscándotela yugular, no sé, yo no dejo que se me acer-que.

P. ¿Sumergirse como lo ha hecho en elDos de Mayo le ha llevado a alguna conclu-sión sobre el significado de esa fecha?

R. Mi conclusión es que ¡maldito día! ElDos de Mayo es una losa que aún nos pesa.Es el día en que el instinto, el coraje, el fana-tismo, el valor, el patriotismo, el ansia de

rapiña, el deseo de venganza, lo noble y loinnoble produjeron un proceso que trajoconsecuencias terribles para España. Losmadrileños luchan en el bando equivocadoese día. Para restituir el viejo orden, caspo-so, ruin. Esa épica callejera nos metió enuna pesadilla que arrastramos hasta hoy,ahí nacen las dos Españas. Insisto: ¡malditosea el día! El drama del Dos de Mayo no essólo el de los 400 muertos españoles censa-dos. Es el de la inteligencia, el drama de loslúcidos. De la gente que sabe que la razón,el progreso, está del lado de los franceses,que el futuro es ése. Y que combatir a losfranceses es defender a unos reyes incapa-ces y a unos curas fanáticos. La familia real,esos Borbones, eran lo más abyecto, despre-ciable y vil de Europa. Por eso mucha gentese quedó en sus casas. Moratín, Goya, Blan-co White… Qué día más terrible cuando elbando del honor se contrapone abiertamen-te a todo lo que quieres y en lo que crees.

P. Usted parece identificarse con losafrancesados, por la cabeza, y también porel corazón, con la gente del pueblo llanoque se echa a la calle, la gente a la quefinalmente dejan en la estacada, el “pueblohuérfano”, como ese valiente chispero,Juan Gómez, escéptico y descreído, que esun trasunto suyo.

R. ¡No, no te equivoques! Aquí no haytrasuntos míos, no me invento nada ni anadie. Todos los personajes son reales, cons-truidos a partir de testimonios. Mi libertadha sido, sabiendo que cinco mueren en lamisma esquina, hacer que se conozcan, quehablen entre ellos, lo cual no es muy osadosuponer.

P. ¿Cuántos personajes maneja?

R. Unos trescientos.P. ¿Quién lucha ese día?R. El mito de siempre es que ese día lu-

cha el pueblo todo, la nación. Eso es menti-ra. La mayoría de la gente está en sus casas.Es la chusma, el pueblo bajo, ignorante, elque sale a la calle. Las putas de Lavapiés, losmatarifes del Rastro, los chisperos (herre-ros) de Barquillo, los delincuentes, los men-digos. Muchos salen por barullo, por chule-ría, por robarle al francés los dineros de labolsa y arrancarle los dientes de oro. Porvenganza: esos franchutes le han tocado lastetas a mi novia, son unos cabrones, chulo-putas, no pagan el vino.

P. ¿Y el patriotismo?R. A veces lo confundimos con el cabreo,

que es lo que hay en abundancia el Dos deMayo. Por eso mi libro se titula Un día decólera y no Un día de gloria. Lo del patriotis-mo en el Dos de Mayo es en buena partemanipulación. Al acabar la jornada la gentecree que todo ha terminado ahí, un motín ynada más. Ni independencia ni leches. Nosabían lo que estaban haciendo, lo que ven-dría después. Aquel día, combatiendo enMadrid, había algunos patriotas, sí, y milita-res, incluso un aristócrata. Pero hay quecomprender que la algarada es popular yviene del cabreo. Era cólera, no patria. El delDos de Mayo es el mismo español que pegaal ministro, que se cabrea en Barajas. Sale acargarse franceses como sale a cargarse cu-ras durante la República. Ese español tanpeligroso. “¡Con razón o sin ella!”, ese terri-ble motivo del español para pelear. El Dosde Mayo no hay propósito definido, no haycabeza rectora. Por eso resulta tan difícil alos franceses pararlo. Lo de la nación y lapatria viene después. Luego todo el mundose apropia de aquello. Volverán a hacerlo elpróximo 2 de mayo de 2008. Yo quiero devol-ver el 2 de mayo a la calle, insisto. Que ellector corra ante los caballos, escuche lasbalas golpeando a su lado, se agobie, partici-pe en el combate callejero, se encuentre congente que no volverá a ver, se meta en elcaos, el humo, los gritos, la sangre…

P. Ahí su experiencia de corresponsal deguerra es un punto.

R. Cuando hablo de saltar tapias delantede tipos armados que te persiguen no me loexplican, lo he vivido, y eso se nota. Puedoreconstruirlo con soltura. Yo he estado allí,sé lo que se siente. Eso lo hace muy real.

P. El parque de artillería de Monteleónes uno de los centros de Un día de cólera.

R. La que llamo la batalla de Madrid tie-ne sus escenarios ahí, en Monteleón, y en eleje Palacio Real-Puerta del Sol-Buen Retiroy en la Puerta de Toledo, más los lugares delos fusilamientos. El parque de Monteleónes nuestro Álamo. En ese lugar mueren másque en la misión tejana. ¡Mira que hemoscomido con patatas leyenda del Álamo!, tan-to Travis, Bowie y Crockett.

P. Remember the Alamo, RememberMonteleón. Es verdad, los franceses inclusotocan a degüello como los lanceros de San-ta Ana. Aquí también son tres los líderes dela resistencia: Daoíz, Velarde y Ruiz, Jacin-to Ruiz, teniente.

R. Si te acercas ves que eran unos mata-dos. Dos oficiales, simples capitanes, unopor exaltación —Velarde, el típico militar de“¡viva España!”, el que asalta la trinchera enRusia a pecho descubierto—, el otro por de-cencia —Daoíz, callado y frío, pero que sesuma al asunto por vergüenza torera y asu-me su destino trágico—. El tercero, un te-nientillo asmático. Y les hacen bajas, y mu-chas, al mejor ejército del mundo. ¿Por quéhe de admirar a los del Álamo, que ni me vani me viene? Monteleón marca más mi vida,esos valientes… Montan un chocho de lahostia.

P. Daoíz cae bajo las bayonetas france-sas, a lo David Crockett, atravesando consu espada antes al general Lagrange, ¡vayaescena!

R. Así fue, hay testimonios.P. Parece que admira usted ese valor.R. Pero todo eso fue para mal. No lo olvi-

demos. ¿Qué se puede esperar de un puebloque se echa a la calle porque está cabreado?Eso no puede llevar a nada bueno. Pero,claro, es una jornada fascinante.

P. Un día de cólera se puede leer comoun parte de bajas. Esa obsesiva y recurren-te enumeración de las víctimas, todos esosnombres de los participantes, párrafos en-

teros. ¿No teme que puedan hacer engorro-sa la lectura?

R. Era fundamental lo de los nombres.Estoy hablando de personas, del albañil, lapescadera, el picador, gente concreta, gentede verdad, seres humanos. Eso no puedehacerse de forma anónima. El lector tieneque reconocerlos. Además, es un recursoclásico, a la manera homérica. No escatimoesa reiteración. Los personajes del Dos deMayo no son abstracciones patrióticas. Ten-go las listas y las uso.

P. Y si al lector le corta…R. Que se fastidie. El libro lo requería.

Creo que ese uso de los nombres aportamás de lo que pueda entorpecer. Tras lalectura, no te queda un concepto abstractocomo el pueblo de Madrid, sino nombres,personas. De todas formas, ojo, eso de losnombres es algo que dosifico y sitúo estraté-gicamente en la narración.

P. Hace constar las profesiones de losque cita, y las edades.

R. Sin esos datos no se entiende el Dosde Mayo, sin ellos nos manipulan, te llevanal huerto los políticos y los hijos de la granputa, ponlo así, por favor.

P. También aparecen dos maestros deesgrima, a uno le hace morir dándose desablazos con los dragones franceses.

R. Yo no le hago, yo no hago nada, bue-no, casi nada.

P. Parecía un guiño a El maestro de es-grima.

R. No, no. Son personajes reales. No hayningún guiño en esta novela.

P. Da la impresión de que se lo ha pasa-do muy bien escribiendo.

R. Ha sido un trabajo enorme. ¡Pero loque he disfrutado! Con las lecturas y mapas,y paseando por Madrid, imaginando la car-ga de caballería en la Puerta de Toledo, en-tendiendo por qué caen tantos madrileñosen un lugar: ¡porque huían de los coraceroscuesta arriba!

P. Una topografía del terror.R. Vas encontrando fantasmas, y los ves

luchar y morir, y entiendes por qué muerenasí y ahí. Es algo muy conmovedor. De nue-vo, por supuesto, está mi experiencia perso-nal en combates callejeros, que me permiteleer la batalla sobre el terreno. Enfiladas,ángulos de tiro, descubiertas. Lo que en losdocumentos eran simples listas de bajas co-bra sentido.

P. Me da la sensación de que, pese a laobjetividad y tal, a lo largo de la narraciónusted se va calentando.

R. No yo, es la historia la que se calientaen esas horas, ese día.

P. Pero se percibe que la odisea de esaspartidas y esos individuos, esa gente deses-perada, le conmueve.

R. Me conmueve su terrible orfandad,que nadie los apoye. Nadie los orienta, na-die se moja, nadie media por ellos al final,cuando van al matadero.

P. Los fusilamientos son estremecedo-res. De un realismo que espanta. Los de laMontaña del Príncipe Pío…

R. Así han sido siempre, con fusiles deavancarga o armas automáticas, no son esce-

Pasa a la página siguiente

“¿Qué se puede esperarde un pueblo que se echaa la calle porque estácabreado? Eso no puedellevar a nada bueno”

“Estoy hablando depersonas, del albañil,la pescadera, el picador,gente concreta, gente deverdad, seres humanos”

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“Pelean por barullo o porcabreo: esos franchutesle han tocado las tetasa mi novia, son unoscabrones, chuloputas”

“El drama del Dos deMayo es el de los lúcidos,los que saben que combatira los franceses es defendera unos reyes incapaces”

Arturo Pérez-Reverte, en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles en Madrid.

EL PAÍS BABELIA 01.12.07 7

Page 6: PDF Diario EL PAÍS 01.12.07.pdf · Arturo Pérez-Reverte revive de manera impresionante en Un día de cólera, su nuevo libro, la feroz jornada del Dos de Mayo de 1808 en Madrid,

Por Justo Navarro

HA NOVELADO Arturo Pérez-Reverte en Undía de cólera acontecimientos legendariosque realmente sucedieron en Madrid elDos de Mayo de 1808 y pronto cumplirándoscientos años. No es una estampa deépoca, sino una crónica degente viva, en el instante,en tensión y movimiento.“Este relato no es ficción nilibro de Historia”, dice Pé-rez-Reverte. Yo diría que elprotagonista es el pueblo in-surrecto, verdadero y admira-ble personaje múltiple, carac-terizado desde el principiopor una cita de Napoleón:“Los españoles en masa secondujeron como un hom-bre de honor”. No importaque el mismo caudillo loshubiera juzgado antes “unachusma de aldeanos embru-tecidos e ignorantes, gober-nada por curas”. El levanta-miento del Dos de Mayo enMadrid contra las tropasimperiales fue un acto deheroísmo colectivo, coral,memorable, que a su capa-cidad de leyenda suma elhecho de que conserve, co-mo las grandes obras litera-rias, un fondo enigmáticonunca resuelto del todo. Pu-do ser una conspiración cal-cada sobre el motín que enAranjuez derribó a Godoy yforzó la abdicación de Car-los IV. Galdós unió las dosjornadas en El 19 de marzoy el 2 de mayo, uno de susepisodios nacionales. EnAranjuez se vio al conde deMontijo dirigiendo a la ma-sa con disfraz de palurdo,“montera, garrote, chaque-ta de paño pardo”, comocuenta Galdós, y lo que pa-recía un amotinamiento po-pular fue más bien una revo-lución palaciega. Sea lo quefuere, el Dos de Mayo aca-bó en el levantamiento y aplastamientodel pueblo invadido por el francés.

Puede que mediara la provocación im-perial, según el plan napoleónico de quitar-les con cualquier pretexto la corona deEspaña a los Borbones para dársela a al-gún Bonaparte. El primer muerto del Dosde Mayo fue un soldado francés, derribadoa garrotazos y sableado. Entonces empezó

la matanza contra el gentío despavorido, yse desató la venganza, la caza del invasorsanguinario. El relato de Arturo Pérez-Re-verte es panorámico. El narrador se acercaa su multitud de personajes como una cá-mara que, al ritmo sostenido que la acciónexige, recorriera el tiempo y el espacio delos acontecimientos para ofrecer una vi-sión total del día, del principio al fin. Peroel talento del novelista se demuestra en sucapacidad para el primer plano, para reve-lar lo particular, lo individual, en el granpanorama histórico. Pérez-Reverte identifi-

ca a sus criaturas, las llama por su nombre,las vivifica, y el gesto de héroes y heroínasresalta épicamente en la hazaña colectivacomo un signo del valor de su pueblo. Y, almismo tiempo, el narrador asume algunavez una distancia de ironía suave que aca-ba siendo proximidad, simpatía, identifica-ción con los que participan en el combatecallejero. Hay en el fondo, como en las

guerras que contaba Stendhal, una celebra-ción de los esfuerzos inútiles y la grandezade las batallas perdidas de antemano, queya habíamos conocido en otras historiasnapoleónicas de Pérez-Reverte, El húsar yLa sombra del águila.

Un sistema de antagonismos activa latensión: españoles contra franceses, pue-blo frente a clases altas e institucionessumisas o entregadas a Napoleón, la frial-dad profesional de las tropas imperialesfrente al arrebato pasional de los madrile-ños, la enormidad de la potencia militardirigida contra individuos prácticamenteindefensos. El rechazo a la invasión esuna cuestión de sentimientos en un Ma-drid que “zumba como una colmena peli-grosa”. La desconsideración francesa, pro-

pia de quien ocupa un lugar conquistadosin disparar un solo tiro, es arrogancia detaberna. El capitán de artillería Daoíz seavergüenza de haberse contenido ante be-bedores imperiales que en un café se bur-laban del pueblo desgraciado. Es imposi-ble lamer las botas al francés, y el rencorcontra el invasor de la patria depende depequeñas y cotidianas heridas en el amor

propio. El levantamiento se parece al ful-minante ataque de cólera que sigue a lapérdida de una paciencia excesiva. No semide la desproporción de fuerzas. Vetera-nos de Austerlitz y Jena aplastarán a unaturba irredenta armada con tijeras, ha-chas, cuchillería de cocina y escopetas. Elheroísmo colectivo es el valor de cada va-liente, hombres y mujeres, y el narradorcuenta el momento en el que se crea unpersonaje histórico, el nacimiento de laidea de pueblo o nación española comoprotagonista de la Historia, una multitudde seres con emociones en común, nadieexcluido, desde el honrado trabajador a,como decía Galdós, granujas y holgazanes“convertidos en guerreros al calor del fue-go patriótico que inflamaba el país”.

“Ustedes no pueden figu-rarse cómo eran aquelloscombates… Una confu-sión, una mezcolanza horri-ble y sangrienta que no sepuede pintar”, escribió Gal-dós. Pérez-Reverte repre-senta sensorialmente aquelfuror, lo más inmediato, elclac, clac, clac de las nava-jas de muelles al abrirse, elpensamiento que se va alos hijos un segundo antesdel choque definitivo, elolor de la culata pegada ala cara, la pregunta funda-mental: ¿qué hago aquí?¿Por qué tiembla el suelo?Son las herraduras de loscaballos que se acercan.Cargan los mamelucos abrida suelta. Relinchan lasbestias desventradas, acu-chilladas, entre coces, derri-badas con su jinete. Es eldegüello, la ferocidad dequien nada tiene que per-der, “el odio insensato dequien sólo quiere vengan-za”. Agua y aceite hirvien-do llueven de las ventanas.Seguimos la lista funeral delos caídos, el registro de loslibros parroquiales de di-funtos. Nos admira el es-plendor heráldico de losuniformes, con su nostal-gia de un mundo ido, casa-cas de colores vivos, botashannoverianas, el colbacde piel de oso, el azul tur-quí de los artilleros españo-les, el dolmán verde con pe-lliza roja de los imperialesCazadores a Caballo, elamarillo de los dragones deLusitania y el azul de los

Guardias Walonas, la cruz blanca en laescarapela roja de los regimientos suizosal servicio de España, pero también la dig-nidad de capas y capotes, monteras y som-breros de ala caída y redecilla en el pelo,la chaquetilla de alamares, la faja y la na-vaja. No hay esperanza, lo sabe el capitánDaoíz: “¿De qué sirve batirnos? Por el ho-nor, por el ejemplo”. O

E ‘Un día de cólera’. Más informaciónsobre el Dos de Mayo con la lectura del primercapítulo de la novela de Pérez-Reverte.

nas imaginadas, las he visto en Angola, Nica-ragua, Sarajevo. Ésa es mi ventaja. Ponesexperiencia, historia y Goya y sale lo que hayen el libro.

P. La forma en que los franceses vancasa por casa, vacían las cárceles, seleccio-nan a los presos, los ejecutan. Esa matanzasistemática hace pensar en las Fosas Ardea-tinas o en los Einsatzkommandos.

R. Fue un comportamiento similar al delos nazis. Los franceses están furiosos porsus bajas. Odian y desprecian a esa gentebaja, sucia, fanática. Hay un componente deracismo, sin duda. Aunque más racista eranuestro aliado, el inglés.

P. Hay disparos en la nuca, y a los quevan a fusilar les hacen quitarse la ropa.

R. Es lo habitual.P. Nada de elegancia napoleónica.R. No me hagas reír, mírate los grabados

de Goya.P. El punto de vista, la simultaneidad, le

habrá dado problemas.

R. Tenía las paredes de casa llenas deanotaciones, de personajes. Sabía dónde es-taba cada cual en cada momento. Manejartodo eso, respetando los horarios, fue todoun desafío. Hay una parte en él muy técnica.

P. También utiliza el punto de vista delos franceses.

R. No hay buenos ni malos. Hay que en-tender a los franceses: ven a una chusma.

P. Y tienen muchas bajas: 2.500, segúnalgunas fuentes.

R. Yo creo que hubo menos, pero es cier-to que al inicio del Dos de Mayo tuvo lugaruna auténtica caza del francés, y les pillaronen pelotas, aislados, desprevenidos. Muratle escribe a Napoleón que han tenido canti-dad de muertos y que lo diga él, una bestiaparda acostumbrada a las batallas más san-grientas, significa que de verdad los hubo.Por otro lado, no fusilas tanto si no ha habi-do mucho mal rollo.

P. Les hace hablar alguna vez con acen-to —Marbot dice “cobagdes”, Murat a un

sacerdote: “Te vamos a fusilag, cuga”—, pe-ro estamos lejos de Trafalgar y no digamosde la hilaridad de La sombra del águila.

R. Los franceses hablan como lo hacen.Toques de humor hay pocos, sólo los que dala historia, la desmesura de la jornada.

P. ¿Y Arturo Pérez-Reverte qué hubierahecho ese colérico 2-M?

R. Yo no sé qué hubiera hecho. De joven,como todos, pensaba que hubiera salido aluchar. Ahora, con la lucidez de los años, nosoy capaz de decirlo. Depende de cómo hu-biera ido todo, de las circunstancias que mehubiera tocado vivir. En principio, salir a lacalle para qué, ¿para defender a esos curas,a esa nobleza inculta, a esos Borbones co-rruptos? Que salga su puta madre. Pero siveo a ese francés matando a mis vecinos,fusilando, ejecutando. O si una bala perdidaalcanza a un familiar en casa…

La conversación se alargará para entraren terrenos tan concretos como la forma dedoblar el codo los coraceros al cargar con

sus espadas o el tipo de unidad francesa(¡marinos de la Guardia!) que Goya represen-tó en sus fusilamientos del 3 de mayo. Pérez-Reverte referirá cosas tan espeluznantes co-mo las consecuencias de una herida en elvientre. El novelista explicará que presen-ció una en Bosnia, para espanto de unajoven que escucha disimuladamente la con-versación en la mesa de al lado. La chicaempalidece cuando el escritor detalla có-mo las vísceras del desgraciado, rajado poruna esquirla, se desparraman con un ruidolíquido —“son azules y huelen”— y suspiraaliviada cuando nos marchamos hacia lascalles, que no saben lo que se les vieneencima, para seguir reviviendo el Dos deMayo. Cañones, cañones, cañones. O

+ .com

Escenarios donde tuvieron lugar los enfrentamientos del Dos de Mayo de 1808. Ilustración: Rodrigo Silva

Arturo Pérez-Reverte. Ilustración: Sciammarella

Un héroe coral

Viene de la página anterior

“La experiencia personalen combates callejerosme permite leer la batallasobre el terreno.Enfiladas, descubiertas”

“La represalia es brutal.Los franceses estánfuriosos por sus bajas.Odian y desprecian a esagente sucia, fanática”

Un día de cóleraArturo Pérez-ReverteAlfaguara. Madrid, 2007404 páginas. 19,50 euros

Madrid.

Príncipe Pío –de España

situ

órica del

árcel

Allí transcurrió uno de los combates más brutales de aquel día de cólera, cuando cientos de madrileños trataron de frenar la embestida de la caballería francesa.

“Nuestro Áexplica Pé

Monteleó

de guerra de la Ejé

EN PORTADA / Entrevista

8 EL PAÍS BABELIA 01.12.07

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Por Justo Navarro

HA NOVELADO Arturo Pérez-Reverte en Undía de cólera acontecimientos legendariosque realmente sucedieron en Madrid elDos de Mayo de 1808 y pronto cumplirándoscientos años. No es una estampa deépoca, sino una crónica degente viva, en el instante,en tensión y movimiento.“Este relato no es ficción nilibro de Historia”, dice Pé-rez-Reverte. Yo diría que elprotagonista es el pueblo in-surrecto, verdadero y admira-ble personaje múltiple, carac-terizado desde el principiopor una cita de Napoleón:“Los españoles en masa secondujeron como un hom-bre de honor”. No importaque el mismo caudillo loshubiera juzgado antes “unachusma de aldeanos embru-tecidos e ignorantes, gober-nada por curas”. El levanta-miento del Dos de Mayo enMadrid contra las tropasimperiales fue un acto deheroísmo colectivo, coral,memorable, que a su capa-cidad de leyenda suma elhecho de que conserve, co-mo las grandes obras litera-rias, un fondo enigmáticonunca resuelto del todo. Pu-do ser una conspiración cal-cada sobre el motín que enAranjuez derribó a Godoy yforzó la abdicación de Car-los IV. Galdós unió las dosjornadas en El 19 de marzoy el 2 de mayo, uno de susepisodios nacionales. EnAranjuez se vio al conde deMontijo dirigiendo a la ma-sa con disfraz de palurdo,“montera, garrote, chaque-ta de paño pardo”, comocuenta Galdós, y lo que pa-recía un amotinamiento po-pular fue más bien una revo-lución palaciega. Sea lo quefuere, el Dos de Mayo aca-bó en el levantamiento y aplastamientodel pueblo invadido por el francés.

Puede que mediara la provocación im-perial, según el plan napoleónico de quitar-les con cualquier pretexto la corona deEspaña a los Borbones para dársela a al-gún Bonaparte. El primer muerto del Dosde Mayo fue un soldado francés, derribadoa garrotazos y sableado. Entonces empezó

la matanza contra el gentío despavorido, yse desató la venganza, la caza del invasorsanguinario. El relato de Arturo Pérez-Re-verte es panorámico. El narrador se acercaa su multitud de personajes como una cá-mara que, al ritmo sostenido que la acciónexige, recorriera el tiempo y el espacio delos acontecimientos para ofrecer una vi-sión total del día, del principio al fin. Peroel talento del novelista se demuestra en sucapacidad para el primer plano, para reve-lar lo particular, lo individual, en el granpanorama histórico. Pérez-Reverte identifi-

ca a sus criaturas, las llama por su nombre,las vivifica, y el gesto de héroes y heroínasresalta épicamente en la hazaña colectivacomo un signo del valor de su pueblo. Y, almismo tiempo, el narrador asume algunavez una distancia de ironía suave que aca-ba siendo proximidad, simpatía, identifica-ción con los que participan en el combatecallejero. Hay en el fondo, como en las

guerras que contaba Stendhal, una celebra-ción de los esfuerzos inútiles y la grandezade las batallas perdidas de antemano, queya habíamos conocido en otras historiasnapoleónicas de Pérez-Reverte, El húsar yLa sombra del águila.

Un sistema de antagonismos activa latensión: españoles contra franceses, pue-blo frente a clases altas e institucionessumisas o entregadas a Napoleón, la frial-dad profesional de las tropas imperialesfrente al arrebato pasional de los madrile-ños, la enormidad de la potencia militardirigida contra individuos prácticamenteindefensos. El rechazo a la invasión esuna cuestión de sentimientos en un Ma-drid que “zumba como una colmena peli-grosa”. La desconsideración francesa, pro-

pia de quien ocupa un lugar conquistadosin disparar un solo tiro, es arrogancia detaberna. El capitán de artillería Daoíz seavergüenza de haberse contenido ante be-bedores imperiales que en un café se bur-laban del pueblo desgraciado. Es imposi-ble lamer las botas al francés, y el rencorcontra el invasor de la patria depende depequeñas y cotidianas heridas en el amor

propio. El levantamiento se parece al ful-minante ataque de cólera que sigue a lapérdida de una paciencia excesiva. No semide la desproporción de fuerzas. Vetera-nos de Austerlitz y Jena aplastarán a unaturba irredenta armada con tijeras, ha-chas, cuchillería de cocina y escopetas. Elheroísmo colectivo es el valor de cada va-liente, hombres y mujeres, y el narradorcuenta el momento en el que se crea unpersonaje histórico, el nacimiento de laidea de pueblo o nación española comoprotagonista de la Historia, una multitudde seres con emociones en común, nadieexcluido, desde el honrado trabajador a,como decía Galdós, granujas y holgazanes“convertidos en guerreros al calor del fue-go patriótico que inflamaba el país”.

“Ustedes no pueden figu-rarse cómo eran aquelloscombates… Una confu-sión, una mezcolanza horri-ble y sangrienta que no sepuede pintar”, escribió Gal-dós. Pérez-Reverte repre-senta sensorialmente aquelfuror, lo más inmediato, elclac, clac, clac de las nava-jas de muelles al abrirse, elpensamiento que se va alos hijos un segundo antesdel choque definitivo, elolor de la culata pegada ala cara, la pregunta funda-mental: ¿qué hago aquí?¿Por qué tiembla el suelo?Son las herraduras de loscaballos que se acercan.Cargan los mamelucos abrida suelta. Relinchan lasbestias desventradas, acu-chilladas, entre coces, derri-badas con su jinete. Es eldegüello, la ferocidad dequien nada tiene que per-der, “el odio insensato dequien sólo quiere vengan-za”. Agua y aceite hirvien-do llueven de las ventanas.Seguimos la lista funeral delos caídos, el registro de loslibros parroquiales de di-funtos. Nos admira el es-plendor heráldico de losuniformes, con su nostal-gia de un mundo ido, casa-cas de colores vivos, botashannoverianas, el colbacde piel de oso, el azul tur-quí de los artilleros españo-les, el dolmán verde con pe-lliza roja de los imperialesCazadores a Caballo, elamarillo de los dragones deLusitania y el azul de los

Guardias Walonas, la cruz blanca en laescarapela roja de los regimientos suizosal servicio de España, pero también la dig-nidad de capas y capotes, monteras y som-breros de ala caída y redecilla en el pelo,la chaquetilla de alamares, la faja y la na-vaja. No hay esperanza, lo sabe el capitánDaoíz: “¿De qué sirve batirnos? Por el ho-nor, por el ejemplo”. O

E ‘Un día de cólera’. Más informaciónsobre el Dos de Mayo con la lectura del primercapítulo de la novela de Pérez-Reverte.

nas imaginadas, las he visto en Angola, Nica-ragua, Sarajevo. Ésa es mi ventaja. Ponesexperiencia, historia y Goya y sale lo que hayen el libro.

P. La forma en que los franceses vancasa por casa, vacían las cárceles, seleccio-nan a los presos, los ejecutan. Esa matanzasistemática hace pensar en las Fosas Ardea-tinas o en los Einsatzkommandos.

R. Fue un comportamiento similar al delos nazis. Los franceses están furiosos porsus bajas. Odian y desprecian a esa gentebaja, sucia, fanática. Hay un componente deracismo, sin duda. Aunque más racista eranuestro aliado, el inglés.

P. Hay disparos en la nuca, y a los quevan a fusilar les hacen quitarse la ropa.

R. Es lo habitual.P. Nada de elegancia napoleónica.R. No me hagas reír, mírate los grabados

de Goya.P. El punto de vista, la simultaneidad, le

habrá dado problemas.

R. Tenía las paredes de casa llenas deanotaciones, de personajes. Sabía dónde es-taba cada cual en cada momento. Manejartodo eso, respetando los horarios, fue todoun desafío. Hay una parte en él muy técnica.

P. También utiliza el punto de vista delos franceses.

R. No hay buenos ni malos. Hay que en-tender a los franceses: ven a una chusma.

P. Y tienen muchas bajas: 2.500, segúnalgunas fuentes.

R. Yo creo que hubo menos, pero es cier-to que al inicio del Dos de Mayo tuvo lugaruna auténtica caza del francés, y les pillaronen pelotas, aislados, desprevenidos. Muratle escribe a Napoleón que han tenido canti-dad de muertos y que lo diga él, una bestiaparda acostumbrada a las batallas más san-grientas, significa que de verdad los hubo.Por otro lado, no fusilas tanto si no ha habi-do mucho mal rollo.

P. Les hace hablar alguna vez con acen-to —Marbot dice “cobagdes”, Murat a un

sacerdote: “Te vamos a fusilag, cuga”—, pe-ro estamos lejos de Trafalgar y no digamosde la hilaridad de La sombra del águila.

R. Los franceses hablan como lo hacen.Toques de humor hay pocos, sólo los que dala historia, la desmesura de la jornada.

P. ¿Y Arturo Pérez-Reverte qué hubierahecho ese colérico 2-M?

R. Yo no sé qué hubiera hecho. De joven,como todos, pensaba que hubiera salido aluchar. Ahora, con la lucidez de los años, nosoy capaz de decirlo. Depende de cómo hu-biera ido todo, de las circunstancias que mehubiera tocado vivir. En principio, salir a lacalle para qué, ¿para defender a esos curas,a esa nobleza inculta, a esos Borbones co-rruptos? Que salga su puta madre. Pero siveo a ese francés matando a mis vecinos,fusilando, ejecutando. O si una bala perdidaalcanza a un familiar en casa…

La conversación se alargará para entraren terrenos tan concretos como la forma dedoblar el codo los coraceros al cargar con

sus espadas o el tipo de unidad francesa(¡marinos de la Guardia!) que Goya represen-tó en sus fusilamientos del 3 de mayo. Pérez-Reverte referirá cosas tan espeluznantes co-mo las consecuencias de una herida en elvientre. El novelista explicará que presen-ció una en Bosnia, para espanto de unajoven que escucha disimuladamente la con-versación en la mesa de al lado. La chicaempalidece cuando el escritor detalla có-mo las vísceras del desgraciado, rajado poruna esquirla, se desparraman con un ruidolíquido —“son azules y huelen”— y suspiraaliviada cuando nos marchamos hacia lascalles, que no saben lo que se les vieneencima, para seguir reviviendo el Dos deMayo. Cañones, cañones, cañones. O

+ .com

Escenarios donde tuvieron lugar los enfrentamientos del Dos de Mayo de 1808. Ilustración: Rodrigo Silva

Arturo Pérez-Reverte. Ilustración: Sciammarella

Un héroe coral

Viene de la página anterior

“La experiencia personalen combates callejerosme permite leer la batallasobre el terreno.Enfiladas, descubiertas”

“La represalia es brutal.Los franceses estánfuriosos por sus bajas.Odian y desprecian a esagente sucia, fanática”

Un día de cóleraArturo Pérez-ReverteAlfaguara. Madrid, 2007404 páginas. 19,50 euros

EN PORTADA / Crítica

EL PAÍS BABELIA 01.12.07 9

Page 8: PDF Diario EL PAÍS 01.12.07.pdf · Arturo Pérez-Reverte revive de manera impresionante en Un día de cólera, su nuevo libro, la feroz jornada del Dos de Mayo de 1808 en Madrid,

1FRANCISCO DE GOYA

El dos de mayo de 1808. Lacarga de los mamelucos (1814)

Museo del Prado, Madrid

Pintado seis años después de los hechosrepresentados, como su pareja de Losfusilamientos de la Moncloa, no hay elmenor indicio fiable para suponer queGoya los presenciara, lo cual no quitaverosimilitud a esta pintura sobre la for-midable lucha espontánea del pueblomadrileño contra las fuerzas de ocupa-ción francesas, entre los que se encontra-ban los vistosos y exóticos mamelucos,poco después de correrse la noticia delsecuestro y traslado de la familia realespañola. Toda la composición vibracon ferocidad romántica mostrando larebeldía anónima y brutal del pueblo su-blevado, que masacra y es masacrado,dejando Goya una nota inequívoca delhorror que le producía la guerra y lafascinación ante la violencia desatada.

2FRANCISCO DE GOYA

El tres de mayo. Los fusila-mientos de la Moncloa (1814)

Museo del Prado, Madrid

Como el anterior, no sólo se trata de unaescena conocida por el pintor de oídas,sino que tuvo lugar, en la madrugada del 3de mayo, en los desmontes de PríncipePío, lo cual no resta verosimilitud al impre-sionante cuadro de Goya, la primera mani-festación artística de la superioridad mo-ral de los vencidos, tratados como héroesanónimos, sobre los vencedores, represen-tados como una, a su vez, anónima y som-bría máquina de matar. Los brazos en cruzdel hombre de la camisa blanca son unarememoración secularizada del Cristo cru-cificado. Esta obra de Goya es, por lo de-más, desde el punto de vista moral, el más

claro antecedente del Guernica, de PabloPicasso.

3LEONARDO ALENZA

Muerte de Daoíz en el Parquede Artillería (1835)

Museo Romántico, Madrid

Nacido en 1807 y muerto en 1845, el goyes-co Alenza narra la defensa del Parque deArtillería de Monteleón llevada a cabo porla milicia y el pueblo madrileños, al mandodel capitán Luis Daoíz, que no sólo instó a

la rebelión, sino que armó a quien quisieraluchar y morir. Este asunto heroico fueabordado por artistas españoles durantetodo el XIX, como, entre otros, ManuelCastellano en 1862 o el mismo JoaquínSorolla en 1884, pero Alenza, menos des-criptivo y prolijo, retiene aún el feroz ex-presionismo de Goya y la sensación de

oleada furiosa, mal encauzada por el case-río, que lo arrolla todo.

4VICENTE PALMAROLI GONZÁLEZ

Enterramientos de la Moncloael 3 de mayo de 1808 (1871)

Ayuntamiento de Madrid

Cuadro monumental, representa casi lacontinuación de lo que Goya dejó plas-mado en los fusilamientos de la Monta-ña de Príncipe Pío; esto es: los patéticosenterramientos de las víctimas en la fosacomún, que acaba de cavar el siniestropersonaje a la derecha de la composi-ción, mientras, en la izquierda, vemosun grupo de atribuladas mujeres que ro-dean, entre gesticulaciones muy extre-madas, el cadáver de una joven muerta,cuyo origen castizo está subrayado en sutraje de manola.

5EUGENIO ÁLVAREZ DUMONT

Malasaña y su hija se batencontra los franceses en una de

las calles que bajan del Parque a lade San Bernardo el dos de mayo de1808 (1887)Museo del Prado, depositado en el Museo deZaragoza

Especialista en temas bélicos y, en espe-cial, de los de la Guerra de la Indepen-dencia, Eugenio Dumont narra el asaltomortal del guerrillero Juan Malasaña con-tra un horrorizado dragón francés, al queclava su navaja, tras haber dado éstemuerte a su hija, la joven bordadora Ma-nuela Malasaña, que yace a los pies delcaballo junto a la escopeta con la queestaba disparando. Al fondo de la escenase ve una furiosa carga de la caballeríafrancesa a lo largo de la calle ancha deSan Bernardo, a la altura de la iglesia deMontserrat.

La furiaen el arte

Muerte de Daoíz en el Parque de Artillería (1835), de Leonardo Alenza.

Goya retrata la rebeldía anónima y brutal del pueblo sublevadoque masacra y es masacrado con una verosimilitudextraordinaria. Alenza plasma el heroísmo de Daoíz; Palmaroli,los enterramientos de las víctimas, y Dumont, el desgarro deJuan Malasaña. Por Francisco Calvo Serraller

El tres de mayo. Los fusilamientos de la Moncloa (1814), de Francisco de Goya.

Enterramientos de la Moncloa el 3 de mayo de 1808(1871), de Vicente Palmaroli.

El dos de mayo de 1808. La carga de los mamelucos (1814), de Francisco de Goya y Lucientes. A la derecha, Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del Parque a la de San Bernardo el dos de mayo de 1808 (1887), de Eugenio Álvarez Dumont.

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1FRANCISCO DE GOYA

El dos de mayo de 1808. Lacarga de los mamelucos (1814)

Museo del Prado, Madrid

Pintado seis años después de los hechosrepresentados, como su pareja de Losfusilamientos de la Moncloa, no hay elmenor indicio fiable para suponer queGoya los presenciara, lo cual no quitaverosimilitud a esta pintura sobre la for-midable lucha espontánea del pueblomadrileño contra las fuerzas de ocupa-ción francesas, entre los que se encontra-ban los vistosos y exóticos mamelucos,poco después de correrse la noticia delsecuestro y traslado de la familia realespañola. Toda la composición vibracon ferocidad romántica mostrando larebeldía anónima y brutal del pueblo su-blevado, que masacra y es masacrado,dejando Goya una nota inequívoca delhorror que le producía la guerra y lafascinación ante la violencia desatada.

2FRANCISCO DE GOYA

El tres de mayo. Los fusila-mientos de la Moncloa (1814)

Museo del Prado, Madrid

Como el anterior, no sólo se trata de unaescena conocida por el pintor de oídas,sino que tuvo lugar, en la madrugada del 3de mayo, en los desmontes de PríncipePío, lo cual no resta verosimilitud al impre-sionante cuadro de Goya, la primera mani-festación artística de la superioridad mo-ral de los vencidos, tratados como héroesanónimos, sobre los vencedores, represen-tados como una, a su vez, anónima y som-bría máquina de matar. Los brazos en cruzdel hombre de la camisa blanca son unarememoración secularizada del Cristo cru-cificado. Esta obra de Goya es, por lo de-más, desde el punto de vista moral, el más

claro antecedente del Guernica, de PabloPicasso.

3LEONARDO ALENZA

Muerte de Daoíz en el Parquede Artillería (1835)

Museo Romántico, Madrid

Nacido en 1807 y muerto en 1845, el goyes-co Alenza narra la defensa del Parque deArtillería de Monteleón llevada a cabo porla milicia y el pueblo madrileños, al mandodel capitán Luis Daoíz, que no sólo instó a

la rebelión, sino que armó a quien quisieraluchar y morir. Este asunto heroico fueabordado por artistas españoles durantetodo el XIX, como, entre otros, ManuelCastellano en 1862 o el mismo JoaquínSorolla en 1884, pero Alenza, menos des-criptivo y prolijo, retiene aún el feroz ex-presionismo de Goya y la sensación de

oleada furiosa, mal encauzada por el case-río, que lo arrolla todo.

4VICENTE PALMAROLI GONZÁLEZ

Enterramientos de la Moncloael 3 de mayo de 1808 (1871)

Ayuntamiento de Madrid

Cuadro monumental, representa casi lacontinuación de lo que Goya dejó plas-mado en los fusilamientos de la Monta-ña de Príncipe Pío; esto es: los patéticosenterramientos de las víctimas en la fosacomún, que acaba de cavar el siniestropersonaje a la derecha de la composi-ción, mientras, en la izquierda, vemosun grupo de atribuladas mujeres que ro-dean, entre gesticulaciones muy extre-madas, el cadáver de una joven muerta,cuyo origen castizo está subrayado en sutraje de manola.

5EUGENIO ÁLVAREZ DUMONT

Malasaña y su hija se batencontra los franceses en una de

las calles que bajan del Parque a lade San Bernardo el dos de mayo de1808 (1887)Museo del Prado, depositado en el Museo deZaragoza

Especialista en temas bélicos y, en espe-cial, de los de la Guerra de la Indepen-dencia, Eugenio Dumont narra el asaltomortal del guerrillero Juan Malasaña con-tra un horrorizado dragón francés, al queclava su navaja, tras haber dado éstemuerte a su hija, la joven bordadora Ma-nuela Malasaña, que yace a los pies delcaballo junto a la escopeta con la queestaba disparando. Al fondo de la escenase ve una furiosa carga de la caballeríafrancesa a lo largo de la calle ancha deSan Bernardo, a la altura de la iglesia deMontserrat.

La furiaen el arte

Muerte de Daoíz en el Parque de Artillería (1835), de Leonardo Alenza.

Goya retrata la rebeldía anónima y brutal del pueblo sublevadoque masacra y es masacrado con una verosimilitudextraordinaria. Alenza plasma el heroísmo de Daoíz; Palmaroli,los enterramientos de las víctimas, y Dumont, el desgarro deJuan Malasaña. Por Francisco Calvo Serraller

El tres de mayo. Los fusilamientos de la Moncloa (1814), de Francisco de Goya.

Enterramientos de la Moncloa el 3 de mayo de 1808(1871), de Vicente Palmaroli.

El dos de mayo de 1808. La carga de los mamelucos (1814), de Francisco de Goya y Lucientes. A la derecha, Malasaña y su hija se baten contra los franceses en una de las calles que bajan del Parque a la de San Bernardo el dos de mayo de 1808 (1887), de Eugenio Álvarez Dumont.

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