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  • 7/28/2019 PCOM Miller-Yudice Unidad 1

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    Poltica cultural

    Toby MillerGeorge Ydice

    Editorial Gedisa

    Barcelona, 2004

    Este material se utiliza con finesexclusivamente didcticos

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    INTRODUCCIN

    HISTORIA Y TEORA DE LA POLTICA CULTURAL

    Puede negarse que la educacin de la gente comn es lamanera ms eficaz de proteger a las personas y la propiedad?

    Lord Macaulay (citado en Lloyd y Thomas, 1998: 18)

    La cultura est relacionada con la poltica en dos registros: el esttico y el antropolgico. En elregistro esttico, la produccin artstica surge de individuos creativos y se la juzga segn criterios estticosencuadrados por los intereses y prcticas de la crtica y la historia cultural. En este mbito, la cultura seconsidera un indicador de las diferencias y similitudes de gusto y estatus dentro de los grupos sociales. Elregistro antropolgico, por otro lado, toma la cultura como un indicador de la manera en que vivimos, elsentido del lugar y el de persona que nos vuelven humanos, esto es, ni individuales ni enteramenteuniversales, sino asentados en la lengua, la religin, las costumbres, el tiempo y el espacio. As, en tanto que

    lo esttico articula las diferencias dentro de las poblaciones (por ejemplo, qu clase social tiene el capitalcultural suficiente para apreciar la alta cultura y cul no lo tiene), lo antropolgico articula las diferenciasentre las poblaciones (por ejemplo, qu pas vende nueva tecnologa y cul no lo hace) (Wallerstein, 1989).

    Lapoltica cultural se refiere a los soportes institucionales que canalizan tanto la creatividad estticacomo los estilos colectivos de vida: es un puente entre los dos registros. La poltica cultural se encarna enguas para la accin sistemticas y regulatorias que adoptan las instituciones a fin de alcanzar sus metas. Ensuma, es ms burocrtica que creativa u orgnica: las instituciones solicitan, instruyen, distribuyen,financian, describen y rechazan a los actores y actividades que se hallan bajo el signo del artista o de la obrade arte mediante la implementacin de polticas. Los gobiernos, sindicatos, universidades, movimientossociales, grupos comunitarios, fundaciones y empresas ayudan, financian, controlan, promueven, ensean yevalan a las personas creativas: de hecho, deciden e instrumentan a menudo los mismos criterios que hacenposible el uso del vocablo creativo. Ello se hace a travs de tribunales que permiten las obras erticas

    sobre la base de que son artsticas; de currculos que exigen a los estudiantes leer obras teatrales porque sonenaltecedoras; de comisiones cinematogrficas que patrocinan guiones porque reflejan intereses nacionales;de empresarios que imprimen su marca en un programa sinfnico para justificar una temporada inslita porsu carcter innovador; o de fundaciones que auspician la cultura comunitaria de las minoras partiendo de lanecesidad de complementar la cultura de la clase media (principalmente blanca) con la diversidad. A suvez, estos criterios pueden derivarse, respectivamente, de la doctrina jurdica, la educacin de la ciudadana,los objetivos tursticos, los planes lucrativos de los empresarios o los deseos filantrpicos.

    La segunda interpretacin de cultura aparece en la antropologa acadmica y en las explicacionesperiodsticas del Zeitgeist. Por ejemplo, las referencias de los antroplogos a las culturas indgenas ante lostribunales de derechos territoriales estn determinadas, en parte, por las reglas de conducta adoptadas por elEstado a la luz de cuestiones polticas locales y del discurso internacional sobre derechos humanos.Anlogamente, las referencias de los periodistas a la cultura yuppie punto com estn determinadas, en

    parte, por las reglas de conducta adoptadas por los directores/propietarios a la luz de la segmentacin delmercado local y de las normas profesionales internacionales. En efecto, omos hablar de estas prcticasrituales en razn de esa clase de polticas.

    Adems de estas prcticas sumamente deliberadas, la poltica se hace a menudo de formainvoluntaria, permeando el espacio social de gneros que invocan un tipo especfico de organizacin delpblico, pasible de mantener o modificar los sistemas ideolgicos sobre una base ad hoc, inconsistente(Voloshinov, 1973: 96-97). La poltica se caracteriza por la performatividad y no por la constatividad, y sehace frecuentemente sobre la marcha en respuesta a presiones imprevisibles. En trminos semiticos, tantola cultura como la poltica tienen su langue (atributos formales gobernados por reglas) y su parole (el usoreal del idioma). As como la parole implica la langue, del mismo modo hay una inevitable superposicinentre el registro esttico y el antropolgico en la poltica cultural.

    Los delegados a Mondiacult 1982, una conferencia sobre poltica cultural realizada por laOrganizacin de las Naciones Unidas para la Educacin, la Ciencia y la Cultura (Unesco), coincidieron enque:

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    la cultura le confiere al hombre la capacidad de reflexionar sobre s mismo. A travs de la cultura el hombre seexpresa, deviene consciente de s, reconoce su incompletitud, cuestiona sus propios logros, buscaincansablemente nuevos significados y crea obras que le permiten trascender sus limitaciones (The Mexico,1983: 190).

    De modo similar, la Comisin Canadiense de la Unesco que pese a operar en el contexto delPrimer Mundo lo hace desde una posicin controvertida, dado el intercambio cultural no equitativo con su

    mastodntico vecino sureo exige una educacin adecuada que pueda garantizar a los ciudadanos elejercicio tanto de la autocrtica como de la autovaloracin a fin de producir individuos equilibrados (unacombinacin de continuidad y renovacin en virtud de la reflexin crtica) (Canadian, 1977: 81).

    Cabe preguntarse de qu estn hablando estos Unesccratas y si este axioma define el campo de lapoltica cultural. A fin de historizar y teorizar esta pregunta, abordamos aqu la poltica cultural bajo sieteencabezamientos: gubernamentalidad, gusto, incompletitud tica, coartadas para la financiacin, proyectosnacionales y supranacionales, ciudadana cultural y estudios poltico-culturales. Se trata de un preludio alcorazn de nuestro libro: aquellos saberes y prcticas culturales que determinan la formacin y el gobiernode los sujetos. Pues adems de ser un libro que procura resumir el presente estado de cosas en las discusionessobre la poltica cultural en un plano muy general, internacional, es tambin una intervencin en eseconocimiento que aboga por una orientacin terica y poltica especfica. Nos situamos en las normascomprometidas de los estudios culturales ms bien que en las aseveraciones objetivas de la investigacin

    ortodoxa sobre poltica. En otras palabras, nuestro libro busca articular el conocimiento con el cambio socialprogresista, con los movimientos sociales en cuanto loci primarios del poder, la autoridad y laresponsabilidad. La investigacin ms tradicional articula el conocimiento con la reproduccin social, conlos gobiernos en cuanto loci primarios del poder, la autorizacin y la responsabilidad. Mientras nuestroproyecto se interesa en transformar el orden social, los proyectos alternativos procuran reproducirlo. Ensuma, se trata de una lucha entre concebir la poltica cultural como una esfera transformadora frente aconsiderarla una esfera funcionalista. Nuestros puntos de partida son, por consiguiente, la teora, la historia yla poltica y no la eficiencia, la eficacia ni la descripcin.

    El surgimiento de la gubernamentalidad en Occidente

    El concepto de gubernamentabilidad de Michel Foucault es clave para entender las acciones ydemandas de los Estados occidentales en el dominio cultural, tanto histricamente como en la actualidad.Foucault usa el trmino para explicar de qu modo el Estado moderno comenz a preocuparse por elindividuo. Un ejemplo de ello es que incluso cuando la Francia revolucionaria del siglo XVIII se estabaembarcando en un rgimen sanguinario, tambin se emprendan campaas para mejorar la salud pblica.Esta paradoja fue un juego entre la vida y la muerte que el Estado construy para s mismo en calidad dedspota benevolente (Foucault, 1980: 4). Foucault nos brinda la historia de esta moderna soberanaemergente de un modo irnico, valindose del brbaro pero inevitable neologismo: gubernamentalidad,una palabra acuada por Roland Barthes para describir las variaciones en los precios del mercado y lasrespuestas del Estado (Barthes, 1973: 130).

    Foucault identifica una serie de problemas abordados en diferentes momentos de la organizacineconmica y poltica europea, y comienza con cinco preguntas formuladas a lo largo del siglo XVI: Cmo

    gobernarse a s mismo, cmo ser gobernado, cmo gobernar a los otros, por quin aceptar el pueblo sergobernado, cmo convertirse en el mejor gobernante posible. Estas cuestiones tuvieron su origen en dosprocesos histricos: el desplazamiento del feudalismo por el Estado soberano y las igualmente conflictivasReforma y Contrarreforma. Era preciso redefinir la economa diaria y el gobierno espiritual. El Estadosurgi, pues, como una tendencia centralizante cuya finalidad era normalizarse a s mismo y normalizar a losotros. La autoridad religiosa, enredada en conflictos eclesisticos, perdi su legitimidad para concederle alsoberano el derecho divino de gobernar. El monarca se convirti gradualmente ms en un administrador queen la encarnacin del dominio inmanente (Foucault, 1991: 87-90).

    A partir de entonces, el ejercicio del gobierno requiri de un doble movimiento. El soberanodescubri cmo conducir su vida y trat a sus dominios de acuerdo con estas lecciones. Y el padre aprendia conducir a su familia como un principado y adiestr a sus hijos para que aportaran su docilidad e industriaa la esfera social. A su vez, las formas de vida dentro de la familia influyeron en el comportamiento fuera del

    hogar. Este desplazamiento de lo pblico a lo privado y viceversa, de las normas impuestas e interiorizadasque iban y venan entre el trabajo y la domesticidad en busca de la paz y el control cvicos, se lleg a conocercomo la polica. La pedagoga se extrapol desde el autoconocimiento del gobernante al gobierno de los

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    otros, y el poder policial transfiri este movimiento al jefe del hogar y de all nuevamente a la calle (pp. 91-92). Dicho de otro modo, cabe considerar el fenmeno como la economizacin del gobierno, un movimientocomplejo entre el yo y la sociedad en pos de eficacia y autoridad.

    Con los levantamientos del siglo XVII la Guerra de los Treinta Aos y las revueltas rurales yurbanas surgieron nuevos modos de organizacin social. En la Europa del siglo XVIII, el concepto de laeconoma se difundi ms all de la esfera domstica. Lo que haba sido una invencin administrativadestinada a la formacin del buen comportamiento, se transform en una descripcin del campo social. El

    gobierno del territorio ocupaba ya un lugar secundario con respecto al gobierno de las cosas y de lasrelaciones sociales entre las cosas. Y fue concebido y puesto en prctica en funcin del clima, la enfermedad,la industria, las finanzas, la costumbre y el desastre; literalmente, en funcin de un inters por la vida y lamuerte y por todo cuanto poda ser calculado y administrado entre ambas. La riqueza y la salud seconvirtieron en metas sociales susceptibles de ser alcanzadas mediante el control de las aptitudes de lapoblacin: la existencia biolgica se reflej en la existencia poltica en virtud del trabajo del biopoder.El biopoder llev la vida y sus mecanismos al mbito de los clculos explcitos e hizo del poder-conocimiento un agente de la transformacin de la vida humana. Los cuerpos fueron identificados con lapoltica, pues administrarlos formaba parte de la conduccin del pas. Esta historia es an pertinente para lavida contempornea. Segn Foucault, "el umbral de modernidad" de una sociedad se alcanza cuando la vidade la especie apuesta a sus propias estrategias polticas (Foucault, 1991: 97, 92-95; 1984: 143).

    Los fundamentos de la economa poltica clsica datan aproximadamente de esta poca y por logeneral se asocian con un dominio libertario del mercado. Pero tal como lo muestra el estudio sobre AdamSmith de Michel Shapiro, el mismo fundador del discurso teoriz la soberana ms all de la exhibicin y elmantenimiento de la lealtad: tambin se le exiga al gobierno administrar los flujos de intercambio dentrodel dominio social (1993: 11). Los fisicratas y Smith identificaron una transformacin en el estatuto delgobierno desde una base en la legitimidad a una base en la tcnica: especficamente, la capacidad dedistinguir lo que es libre, lo que tiene que ser libre y lo que tiene que ser regulado, sobre todo en las reasdel delito y de la salud (Foucault, 1994: 124-25). La ciencia y el gobierno se combinaron en nuevasrelaciones legales-ambientales bajo los signos de la administracin cvica y de la productividad econmica.De ese modo, cuando el Parlamento britnico exigi que todos los nios fueran vacunados contra la viruela apartir de 1853, el hecho marc simultneamente un hito en la medicina y en la regulacin pblica de lapoltica con respecto al cuerpo. Dos aos ms tarde, Achille Guillard fusion la aritmtica poltica y las

    observaciones polticas y naturales para inventar la demografa, que haba estado en alza desde lasprimeras investigaciones realizadas en Gran Bretaa durante el siglo XVII. El nuevo saber codific cincoproyectos: la reproduccin, el envejecimiento, la migracin, la salud pblica y la ecologa (Synnot, 1993: 26;Fogel, 1993: 312-13). Las polticas culturales pasaron a ser parte de este deber relativo al cuidado. A finesdel siglo XIX y a principios del XX, por ejemplo, el Estado britnico introdujo la poltica de la Educacinpara todos. La subsiguiente Ley de Educacin de 1902 obligaba a los alumnos de las escuelas a visitar losmuseos como parte de los requisitos curriculares (Coombes, 1994: 124).

    El cambio crtico tuvo que ver aqu con un movimietno que deja atrs la acumulacin autotlica delpoder del soberano, hacia la dispersin del poder en la poblacin mediante la formacin de aptitudes. Elcentro le confiri al pueblo la capacidad de producir y consumir cosas, e hizo hincapi en la libertad enalgunos compartimientos de la vida y en la obediencia en otros (Foucault, 1994: 125). Los gobiernosnecesitaban que la gente fabricase mercancas de acuerdo con la distribucin ms racional de los recursos

    disponibles. As pues, la gubernamentabilidad fue instrumental y dirigida al otro, y su blanco era lapoblacin en su conjunto. Al mismo tiempo, la filantropa prosperaba en Europa: los comienzos de lo quehoy conocemos como el tercer sector, situado entre lo privado y lo pblico. Sin fines de lucro eindependiente del Estado, el tercer sector, ocupado por aquellas lites que abogaban por la reforma social,oper ms all de las normas de la poltica, concebidas para satisfacer los intereses propios e inmediatos,pero lo hizo de un modo gubernamental (Donzelot, 1979: 36, 55-57, 65).

    Pese a su provincianismo en un mundo posmercantilista e internacionalizarte, el modelo del hogarcomo matriz econmica continu en vigencia durante la primera mitad del siglo XIX, hasta que laexternalizacin del Estado cre nuevas industrias y modos de produccin. La nueva dualidad imperio yeconoma expandi el mbito de los gobiernos ms all de la soberana y del hogar. La poblacin habadesplazado al prncipe como locus destinado a la acumulacin de poder, y la economa nacional habadesplazado al hogar como locus de la intervencin y del progreso sociales, que devinieron tanto

    internacionales como locales (Foucault, 1991: 98-99).As pues, la emergencia del capitalismo moderno estuvo claramente vinculada a la aparicin del

    Estado soberano, interesado en aportar a las empresas una fuerza de trabajo dcil y saludable; pero no slo a

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    las empresas. En la era moderna, el clera, la sanidad y la prostitucin se convirtieron en asuntos de gobiernocuando la cuestin de la salud de la poblacin en general pas a ser uno de los objetivos fundamentales delpoder poltico. El cuerpo social entero fue examinado y tratado. Gobernar al pueblo pas a significar demanera crtica y central obedecer el imperativo de salud: al mismo tiempo el deber de cada uno y elobjetivo de todos (Foucault, 1978: 277). Esta idea de la competencia en el desempeo se expandi tambina la educacin y, por tanto, a la cultura.

    Ciertamente, antes de la aparicin de la gubernamentabilidad, la poltica cultural fue durante largo

    tiempo un tpico simblico y en extremo pragmtico. La incorporacin del ingls como idioma nacionalaconteci luego de 1400, cuando se juzg inaceptable escribir en latn o en francs. Se trataba de la puesta enmarcha de una poltica lingstica nacional, motivada por los deseos de Enrique IV y Enrique V de reforzarsu dudosa legitimidad alentando la unidad nacional en el Parlamento y en la ciudadana. Y desde losprimeros tiempos de su imperio, los funcionarios de la reina Isabel instituyeron el castellano como el idiomade la conquista y la gestin. En efecto, el gramtico imperial Antonio de Nebrija escribi en su Gramticacastellana, publicada en el fatdico ao de 1492, que la Lengua es el Imperio (p. 11). Hacia mediados delsiglo xv, los nobles italianos estaban formando sus bibliotecas y empleaban a escribas para copiar los textos.Ello marc el advenimiento de un proceso industrial destinado a la produccin de los smbolos de poder.Podemos distinguir ya el enrgico batir de las dos grandes alas de la poltica cultural: la subvencin y lacapacitacin. Las principescas galeras de la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII se crearon en lugaressuntuosamente decorados, cuyo propsito era impresionar a los visitantes locales y extranjeros con lamagnificencia de los regmenes y de sus descendientes, a travs del dcor y de las representacionesiconogrficas de los respectivos monarcas (Duncan, 1995: 22). La doctrina de la Francia robespierreana en ladcada de 1790 consista, segn palabras del Abb Grgoire, en erradicar los dialectos y transformar elfrancs en una lengua universal (citado en How Multilingual?, 2000). En 1850, el 20% de los ciudadanosfranceses no hablaba francs. Para remediar este fallo, se organiz todo el andamiaje de la prensa y seimpuso la educacin obligatoria. Al mismo tiempo, en el perodo inmediatamente posterior a laindependencia, los estadistas latinoamericanos convinieron en que los currculos sustentados por gramticasque se haban diseado partiendo de la observacin emprica del castellano hablado en el Nuevo Mundo adiferencia de las gramticas espaolas y europeas basadas en el latn contribuiran a mantener la unidadnacional (Bello, 1997g: 101-102). Y cuando se reunific Italia en 1870, Massimo d'Azeglio coment,auspiciando la poltica de la lengua, que hemos hecho a Italia; ahora debemos hacer a los italianos (citado

    en Shore, 1996: 474).Una vez que se comparte la lengua, otras formas de produccin cultural siguen el ejemplo, puesjunto con el habla suele llegar la representacin geogrfica. Las polticas culturales imperiales fluctuabanentre la exclusin de las lenguas (la actitud de los britnicos y los holandeses en sus posesionescoloniales), su asimilacin (Espaa bajo el gobierno de Franco, Francia en el presente, Estados Unidos en ladcada de 1920, Paquistn en las de 1950 y 1960) y la pluralizacin de una legitimidad igualitaria para losdistintos idiomas (Canad, Per, Paraguay, Nigeria y Austria en la actualidad) (Schmidt, 2000: 57-63). Lalucha por la construccin de significado contina hasta el da de hoy, cuando nuevas entidades(sub)nacionales, como el Pas Vasco y Catalua, procuran estandarizar sus propias lenguas nacionales yconsideran que esta estandarizacin debe ser prioritaria para los gobiernos autnomos (Berman, 1992;Bolton y Hutton, 1995; Fisher, 1992: 1168, 1170, 1178; Phillipson, 1994: 8; Urla, 1993: 822;). La polticacultural croata llega hasta el punto de eliminar cualquier resabio de serbio que pueda contaminar la nueva

    lengua nacional. Y cuando se desmembr la Unin Sovitica, sus antiguas repblicas tuvieron dos opcionespara tratar con las considerables minoras rusohablantes: o bien proponer un nacionalismo cultural quemarginase la lengua rusa y estableciese criterios religiosos, raciales y lingsticos para la ciudadana (comoen Estonia y Letonia), o bien adoptar una poltica cvica que confiriese derechos basados en el territorio, lalealtad y el trabajo (como ocurri en Ucrania y Kazajstn) (Laitin, 1998: 314-317). El gobierno de Estoniadebe ocuparse hoy de una numerosa minora rusa, inicialmente segregada por la adopcin de un frreonacionalismo, una situacin que ahora procura remediar mediante escuelas y grupos culturales en los que sehabla ruso. El proyecto de educar el gusto de la ciudadana constituye el corolario artstico de estas formas deejercicio del poder. Podramos decir entonces que la formacin del gusto equivale al control cultural o a lapoltica cultural. A fin de ocuparnos de los correlatos filosficos de este cambio, nos centraremos en lacosmologa occidental del gusto, aparecida simultneamente con el gobierno occidental moderno.

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    La filosofa del gusto

    En su Crtica del Juicio, escrita en el siglo XVIII, el filsofo Immanuel Kant concibe el gusto comola conformidad con la ley sin la ley (1994: 86). Ello quiere decir que la actividad esttica, si se la controlaadecuadamente (los ejemplos de aquello que en el transcurso de la cultura se ha mantenido ms tiempo enla estima, p. 139), produce en el sujeto humano un efecto y un saber derivados de preceptos moralesprcticos universalmente vlidos, independientes de los intereses individuales. Dichos preceptos

    descansan en lo suprasensible, que slo el concepto de libertad hace cognoscible (Kant, 1994: 11). Deacuerdo con Gilles Deleuze, la Crtica del juicio de Kant equivale a una nueva revolucin copernicana,segn la cual el fundamento del saber ya no tiene un principio teolgico, sino que es ms bien la teologa laque posee un fundamento humano ltimo (Deleuze, 1984: 69). Adems, el carcter presumiblementeuniversal de este fundamento se identifica, para Kant, con la esfera pblica, que sita lo social en lamodernidad burguesa: el gusto como un tipo de sensus communis o sentido pblico, es decir, unafacultad crtica que en su acto reflexivo toma en cuenta (a priori) el modo de representacin de los dems; afin de... comparar su juicio con la razn colectiva de la humanidad (Kant, 1994: 151).

    En el transcurso de una o dos centurias de modernidad econmica, otros pensadores msrevolucionarios advierten la importancia de este tipo de identificacin para la lealtad colectiva. Karl Marxescribe que es imposible crear un poder moral partiendo de los incisos de la ley. Tambin debe haberleyes orgnicas que complementen la Constitucin: esto es, la poltica cultural (1978: 27, 35). Estas leyesorgnicas y su florecimiento textual representan la conciencia que cada poca tiene de s misma(Althusser, 1969: 108). Antonio Gramsci teoriza este complemento como un equilibrio entre la leyconstitucional (la sociedad poltica o una dictadura o alguna otra clase de aparato coercitivo utilizadopara controlar a las masas en conformidad con un tipo dado de produccin y economa) y la ley orgnica (lasociedad civil o la hegemona de un grupo social sobre toda la nacin ejercida a travs de las llamadasinstituciones privadas, tales como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas, etctera) (1971: 204).

    Raymond Williams aplica a la cultura el concepto de hegemona de Gramsci, y la define como elconflicto entre las formas dominantes y las residuales y emergentes. Se asegura la hegemona cuando lacultura dominante utiliza la educacin, la filosofa, la religin, la publicidad y el arte para lograr que supredominio les parezca natural a los grupos heterogneos que constituyen la sociedad. El logro de esteconsenso se cristaliza en lo que luego aparece como un estado tico, que merece lealtad universal y

    trasciende las identificaciones de clase (Lloyd y Thomas, 1992: 114-118). Estas prcticas se remiten,necesariamente, a los cambios histricos a fin de legitimar los cambios en los gustos y en el poder. Lasculturas residuales incluyen antiguos significados y prcticas ya no hegemnicos, pero todava influyentes.Las culturas emergentes se difunden, o bien por una nueva clase, o bien las incorpora la clase dominantecomo parte de la hegemona. Estas maniobras encuentran expresin en lo que Williams denomina estructuradel sentimiento: los intangibles de una poca que explican o mejoran la calidad de vida. Tales indicadorescon frecuencia entraan un conflicto o al menos una disonancia entre la cultura oficial y la concienciaprctica. Adems, Williams insiste en la importancia de la vida comunitaria, en los conflictos producidos entoda formacin cultural, en la naturaleza social de la cultura y en la naturaleza cultural de la sociedad.

    Gramsci utiliz la nocin de lo popular en su diagnstico del surgimiento del fascismo en la Italia dela dcada de 1920, y como parte de su programa para encauzar a los polticos italianos en una direccin msrevolucionaria. A su juicio, los intelectuales progresistas italianos de la poca no estaban en contacto con las

    fuerzas sociales clave, especialmente con las masas populares. Era preciso construir una conciencianacional-popular o una voluntad colectiva sensible a la revolucin. El lenguaje era, pues, de sumaimportancia como medio para alcanzar colectivamente un nico "clima" cultural, necesario para construirun proyecto hegemnico. Para Gramsci, un lenguaje pasible de convencer a las clases populares (incluido ellenguaje artstico y cinematogrfico) era tal vez el instrumento ms estratgico en el intento de conseguir lahegemona, que deba llegar hasta el pueblo capaz de producir el cambio revolucionario. Su visin seasentaba en la premisa de que todos los hombres son intelectuales en la medida en que participen de unaconcepcin especfica del mundo [...] y, por consiguiente, contribuyan a sustentar una concepcin del mundoo a modificarla, vale decir, a crear nuevos modos de pensamiento (Gramsci, 1971: 348-49, 9). Losintelectuales pertenecientes a una institucin o a un partido transforman, por tanto, el sentido comn en buensentido, que luego servir de gua a lo popular (la poltica cultural en funcionamiento).

    As pues, las polticas culturales constituyen un terreno privilegiado de la hegemona. Proporcionan

    un medio para conciliar identidades culturales antagnicas erigiendo la nacin como la esencia quetrasciende los intereses particulares. En consonancia con el conflicto negociado que subyace en el corazn dela hegemona, el dominio cultural se vuelve problemtico para aquellos sectores que las contingencias

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    persona, objeto o prctica juzgados ofensivos por las normas predominantes del gusto, no cuentan con unlugar legtimo dentro de la esfera pblica, tal como aleg Henry Louis Gates (h.) hace una dcada en defensadel grupo de rap estadounidense 2Live Crew, cuando uno de sus lbumes fue prohibido por obsceno. Gatessostuvo que el ethos cultural amenazador del grupo, no la obscenidad per se, desencaden las accioneslegales (Two, 1990). Parte de este ethos fue una oposicin racialmente orientada a la autoridadgubernamental y a la moral convencional. El gusto era un ndice y, a la vez, el manto del estilo y lasubjetividad racial.

    Por consiguiente, el ciudadano de buen gusto nunca ha sido universal en la prctica. En la historia dela esttica se descubre un sentimiento, una figura (tal vez masculina?) sensual y romntica que puede morary deleitarse en el resplandor de un objeto bello. La sublime aceptacin de lo espiritual por el almaromntica se transfiere a sus connacionales de menor categora. Ya no la cualidad procesual derivada delencuentro especfico de una voluntad y de un texto, la trascendencia se distancia del agente humanoparticular y deviene una cualidad del objeto observado: el texto. Ahora bien, la esttica es un objeto (esetexto) y ya no una prctica (el alma romntica y el texto). En su calidad de objeto, se vuelve asequible paraser reutilizado como mtodo de formacin pedaggica. Los nuevos individuos se formarn mediante laexperiencia de ser conducidos a lo sublime esttico en interaccin con el texto. Este es el momento en que selos incorpora al pliegue cultural, donde se funden los dos registros de lo antropolgico y lo esttico. Perocomo lo demostramos en la seccin siguiente, nunca se le permite a esta fusin llegar a un clmax. Se trata,en definitiva, de un deseo inalcanzable.

    Configurar y conducir a los sujetos ticamente incompletos

    As pues, la fusin de gubernamentabilidad y gusto se encuentra con una poltica cultural dedicada aproducir sujetos mediante la formacin de estilos respetables de comportamiento, sea en el plano individualo pblico. Donzelot une ambos trminos en su concepto de vigilancia (policing), al cual aludimos ms arriba.Describe los mtodos para desarrollar la calidad de la poblacin y la fuerza de la nacin (1979: 6-7).Segn los reformistas de la clase media de la Europa occidental decimonnica, ensear a la clase obrera avalorar la nacin era el mejor mtodo de evitar la querella industrial y la lucha de clases. Ese procesocomenz mejorando la vida urbana y continu inculcando la idea de una inversin colectiva en el patrimonio(Lloyd y Thomas, 1992: 18). La vigilancia se concibi como una lucha por la conciencia pblica librada

    entre la razn y la sinrazn. Se enseara a los sujetos a reconocer los aspectos irracionales de su conductacomo un introito al dominio de la propia vida y de sus impulsos. El discurso del periodista Norman Angell,cuando se le otorg el Premio Nobel de la Paz en 1935, representa las polticas configuradas por ese tipo deinquietudes. Angell aboga por una educacin pblica que le demuestre al sujeto su propia incompletitudtica, de modo de poder remediar esta indeterminacin en beneficio de la armona social. En primer lugar,el ciudadano y votante ordinario debe adquirir una mayor conciencia de su propia naturaleza, de suproclividad a cometer ciertas locuras, siempre recurrentes y siempre desastrosas (citado en Miller, 1986: 56,59). En otras palabras, la manera de producir sujetos culturales manejables y moderados, que puedengobernarse a travs de instituciones y discursos, consista en inscribir la incompletitud tica en los cambiosbidireccionales entre el sujeto como persona singular, privada, y el sujeto como ciudadano pblico, colectivoque poda gobernarse a s mismo en beneficio del gobierno.

    La poltica cultural, tanto la elitista como la popular, se interesa por los legtimos intereses del

    gobierno. Las burguesas emergentes y triunfantes de la Europa occidental del siglo XIX, por ejemplo,deseaban una ideologa del laissez-faire que favoreciera nuevos tipos de privilegio basados en el xito delmercado. Asimismo, buscaron una ideologa nacional que vinculase estas libertades monetarias con elcontrol social mediante la identificacin nacional y el enaltecimiento tico del arte: una frmula kantiana-arnoldiana (McGuigan, 1996: 55). A medida que los sistemas monrquicos fueron gradualmente desplazadospor las democracias, los dirigentes necesitaron de la legitimidad a fin de imponer gravmenes al pueblo y deesa manera financiar un ejrcito permanente (Borneman y Fowler, 1997: 490).

    No es sorprendente entonces que Jean-Jacques Rousseau insistiese en que no basta con decir a losciudadanos: sean buenos; es preciso ensearles a serlo (1975: 130), o que el Prembulo de la Constitucinde Estados Unidos especifique la necesidad de formar una unin ms perfecta y asegurar la tranquilidaddomstica. Los lideres del poder apoyaban la subvencin cultural en la Francia revolucionaria, donde Ladeclaracin de los derechos del hombre se distribuy en 1793 en todas las escuelas para ayudar a los

    alumnos a distinguir las virtudes pblicas de las privadas, a conceptualizar la ciudadana femenina y arespetar los derechos del nio. La inquietud por el futuro de la revolucin, que ese ao se haba cernido sobrelos reformistas, dio origen a numerosas publicaciones para la gente joven, concebidas para crear un nuevo

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    tipo de persona pblica. La enseanza de la ciudadana apareci en manuales, en catecismos no religiosos yen las cartillas. Estos textos establecieron un ntimo nexo entre los principios polticos y los ticos. Seesperaba que los ciudadanos del maana conocieran susDerechos del hombre en el mismo sentido y conel mismo propsito en que podan recitar de punta a cabo cdigos de buenos modales y listas deacontecimientos histricos, o reconocer una variedad de tipos de letra. Pero a diferencia de otros manuales deconducta, tales como los que florecieron en el siglo XIX, la cartilla revolucionaria se diriga a un lector queiba a constituir un nuevo orden social y no a esperar la integracin en el ya existente.

    En la Tercera Repblica francesa, la poltica cultural apunt a materializar el sentimientorepublicano por medio del drama. Si el primer teatro revolucionario haba convertido la ocasin de laperformance en el texto originario donde el canon resida en los placeres del populacho y no en uninviolable clasicismo textual, esto fue rpidamente desplazado por un conjunto de opsculos cuyafinalidad era elevar a la ciudadana, de acuerdo con el elitismo esttico antes descripto. Jules Michelet us eldrama como elemento educativo para conectar a la gente que, de no ser as, hubiese permanecidodesvinculada. El teatro fue le meilleur espoir pour la rnovation nationale. Hacia la dcada de 1880, elMinisterio de Bellas Artes promovi la construccin de el pueblo como entidad nacional, utilizando sualfabetizacin y derecho al voto, comparativamente recientes, en un doble movimiento de fidelidad yparticipacin que lo unira a la Tercera Repblica aun cuando le hablara a sus impulsos de entretenimiento yaccesibilidad. Durante el mismo perodo, Gran Bretaa fue testigo de la ntima conexin entre la exigenciade un teatro nacional, entendido como vehculo para la contemplacin pblica del Estado nacional, y laautosuperacin subsecuente (Kruger, 1991).

    All donde la Europa del siglo XVIII vio el surgimiento del ser humano como centro de las nuevasciencias, con la promesa de nuevas libertades en virtud del conocimiento de s mismo, el capitalismomaduro del siglo XIX, con su centro en Nueva York, requiri en cambio una divisin especializada de lapersona y del trabajo en todas las reas de la vida. Hacia mediados del siglo XX, el centro de gravedad de lacultura internacional se desplaz de Europa a Estados Unidos, o fue robado por este (Guilbaut, 1983). Seprodujo una crisis entre las lgicas de la civilidad y de la administracin debido a un racionalismoeconmico sobrecodificado cuyo punto culminante fue, como dira Julia Kristeva, el centralismotecncrata. Aparentemente, haba una falta de ajuste entre la lgica de la tecnologa en desarrollo y losvalores a los que supuestamente serva. En 1959, C. Wright Mills introdujo a los lectores de The Listenerenel perodo posmoderno. Posmoderno porque la libertad y la razn, las herencias conjuntas garantizadas por

    la Ilustracin al liberalismo y al socialismo, haban virtualmente colapsado ante la desmesurada prioridadque se concedi a una racionalidad dedicada a la centralizacin eficaz (Mills, 1970: 236-47, 244).Veinte aos ms tarde, en la poca en que Christopher Lasch public The Culture o f Narcissism,

    este giro posmoderno se pareca ms a una autopsia del individuo norteamericano. Lasch atribuy estevuelco negativo a cambios muy especficos en nuestra sociedad y en nuestra cultura, que incluyen laburocracia, la proliferacin de imgenes, las ideologas teraputicas, la racionalizacin de la vida interior, elculto al consumo y, en ltimo anlisis, los cambios en la vida familiar y las fluctuantes pautas desocializacin (1978: 32). La cultura de masas haba apresurado este vuelco de la ciudadana racional a unasociedad del espectculo que comerciaba en imgenes, emulando el patois del gueto negro y el gusto de lasociedad de clase media. Ello se manifest en una difundida prdida de confianza en el futuro, cuyosnicos paliativos eran vivir para el presente y el desenfreno concomitante (1978: 67-68). Lasch percibi elnarcisismo patolgico del yo performativo en el aumento del populismo esttico, en el debilitamiento del

    afecto, en la escalada de auto-conciencia ejemplificada por la parodia y el historicismo, en la erosin de laautoridad, en el desplazamiento de la obra artsticamente unificada por textos donde se incluan lasdiferencias y, sobre todo, en la abolicin de la distancia crtica (Jameson, 1991). Esta cultura del narcisismofue el resultado de una burocratizacin del espritu mediante programas de gobierno que haban establecidocriterios para el servicio social (Lasch, 1978: 90). Los individuos se volvieron connaisseurs de su propiaperformance y de la performance de los otros y el hombre completo se fragment en mltiplesidentidades (1978: 93) que presagiaban una poltica cultural asentada en la raza, el gnero, la sexualidad,etctera.

    A diferencia de Lasch y como se ver luego, nosotros recibimos con beneplcito muchos de estosdesarrollos posmodernos sobre todo porque no sentimos nostalgia alguna por el supuesto organicismo dela poca anterior, lo cual constituye, en rigor, otra manera de referirse a un perodo en que los grupossubordinados conocan su lugar. Sin embargo, es preciso reconocer que el complejo sinrgico de la

    poltica cultural de los programas gubernamentales, de las representaciones mediticas y de los alicientes delmercado tuvo que adecuarse a este repudio del individuo ampliamente formado y, en el proceso, mitig supotencial radical. La poltica cultural implica siempre el gerenciamiento de las poblaciones a travs de la

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    conducta sugerida. La normalizacin tiene diferentes fuerzas performativas que imponen de diversas formasla adopcin del comportamiento burgus o el acceso estratificado a los recursos culturales y materialespartiendo de otras categorizaciones demogrficas (por ejemplo, las cinco agrupaciones pantnicascaractersticas del censo de los Estados Unidos, los mercados massmediticos y de consumo y los bloquespolticos electorales). Un poder de normalizacin semejante determina un ideal que nunca se puede alcanzarpor completo, aunque sea preciso luchar por l.

    La idea de incompletitud tica tiene por premisa el inculcar un impulso a la perfeccin (entendida

    como el mejor consumidor, el mejor patriota, el mejor idelogo o el mejor latino). El proceso inscribe unaindeterminacin radical en el sujeto, en nombre de la lealtad a una entidad ms completa: la nacin. Lapoltica cultural descubre, sirve y nutre a un sentido de pertenencia valindose del rgimen educativo y deotros regmenes culturales basados en la insuficiencia del individuo contra el benevolente teln de fondohistrico del Estado soberano. Estos regmenes son los medios para configurar una subjetividad pblicacolectiva en virtud de lo que John Stuart Mill denomin los departamentos de los intereses humanosfavorables al control gubernamental (1974: 68).

    Parte de ello se hace en nombre del mantenimiento de la cultura, con el objeto de preservar lasmaneras de ser persona o de asegurar el control del gobierno sobre una poblacin en trminos de etnia, edad,gnero, fe o clase (aunque la fe y la clase rara vez se mencionen para justificar la intervencin del Estado).Estos regmenes pueden, asimismo, administrar el cambio, promoviendo con frecuencia nuevos modos deexpresin. Aunque haya diferencias superficiales entre el ethos colectivista y el ethos individualista yutilitario de Mill, ambos comparten el precepto de que el ejercicio esttico-tico resulta necesario para eldesarrollo de la responsabilidad individual (Lloyd y Thomas, 1992: 121). El buen gusto deviene tanto elsigno de una ciudadana mejor como el medio para lograrla. Este ejercicio esttico-tico tiene tambin unaversin posmoderna: la cultura es la base legitimante a partir de la cual los grupos particulares (afro-norteamericanos, gays y lesbianas o, digamos, los sordos) pueden exigir recursos as como la inclusin en lanarrativa nacional, aunque slo sea para descentrarla (Ydice, 1990). Y lo hacen recurriendo a las coartadaso pretextos que se utilizaron para privilegiar formas culturales especficas en nombre de la totalidad de losocial.

    Las coartadas del financiamiento

    Ciertamente, la idea de una filosofa universal del gusto y de una tecnologa de la incompletitud ticapara imponerla an tienen que contender con polticas sociales antagnicas, incluso dentro de las clasesdominantes. La poltica cultural plantea serias dificultades a los idelogos de un Estado supuestamente nopaternalista, que simplemente brinda a sus ciudadanos la oportunidad de determinar sus propios deseos ynecesidades culturales. Si las sociedades de cultura capitalista se identifican a s mismas como fuentes delibre expresin; tal como se pone de manifiesto en la falta de un Estado que procure encauzar la obra de arte,cul debe ser la posicin de los gobiernos respecto de la cultura? Acaso deberan adoptar alguna? Lospases de cultura capitalista de Occidente suelen tomar dos posiciones en este aspecto. Segn la primera, elmercado es el sistema que permite identificar y distribuir las preferencias pblicas relativas a la cultura, y sele niega al Estado otro rol que no sea el de un funcionario policial que patrulla los lmites de la propiedad ydecide quin es dueo de qu y cmo deben intercambiarse los objetos. La segunda identifica ciertosartefactos como portadores trascendentales de valor, pero vulnerables frente a la incapacidad pblica de

    seguir siendo trascendental en sus gustos. Esta ltima postura promueve el rol dirigista del Estado, el cualparece coaccionar al pblico para estetizarse, y al que ciertos crticos sistemticamente acusan demagistratura cultural. Empero, sera engaoso aducir que el mercado y el Estado no actan de consuno enmuchas situaciones. En ciertos casos, los roles capitalista-cultural y dirigista operan juntos: el mercado,como va adecuada para las industrias de la cultura, y el Estado, como administrador del patrimonio, sobretodo el de los pueblos y minoras indgenas. Asimismo, hay una creciente monetarizacin del patrimonio enel Primer y Tercer Mundos liderada por los gobiernos. Los programas del turismo patrimonial incluyeniniciativas capitalistas, asistencia estatal y la inversin institucional, financiera e internacional de organismostales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otras instituciones similares, encolaboracin con las organizaciones no gubernamentales del tercer sector (ONG).

    Ronald Dworkin divide la subvencin pblica de la cultura entre lo econmico y lo elevado. Elenfoque econmico seala que el apoyo comunitario a la cultura se pone de manifiesto en los mecanismos

    del precio. El enfoque elevado seala la conveniencia de una cultura planificada, pues los procesos delmercado priorizan el deseo y no el perfeccionamiento y, por tanto, favorecen el placer por sobre lasofisticacin. Podramos denominar a este fenmeno la falsa conciencia del gusto. Los mercados no

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    fomentan ni sustentan la funcin del arte para definir y desarrollar valores humanos y formas de expresinuniversales por cuanto el gusto popular es efmero. La lgica capitalista convencional se opone a ladistribucin de fondos pblicos al servicio de un conjunto de preferencias derivadas ticamente: lacontrovertida suposicin de que es ms digno mirar un Tiziano en una pared que un partido de ftbol en latelevisin. Como la mayora supuestamente prefiere mirar el partido de ftbol una preferencia susceptiblede ser cuantificada mediante la disposicin a pagar por el servicio, es paternalista obligar a los individuosa subsidiar el gran arte como parte de su carga tributaria sobre la base de que el arte intemporal slo puede

    sobrevivir de hecho si se les exige a los poloi [el vulgo] admirarlo. Sin embargo, es posible reconcebirlo,dentro del ala econmica de esta divisin maniquea, como un bien pblico que contribuye colectivamente alfuncionamiento esttico-intelectual de una comunidad en virtud del impacto mutuo de lo popular y la altacultura. Desde esta perspectiva, cabe subsidiar el arte siempre y cuando contribuya a la comunidad. En lamedida en que lo haga, podr equipararse con el impacto de la cultura popular. Pues as como el artecontribuye a la inteleccin, la cultura popular contribuye al entretenimiento. La idea es permitir al mercadoevaluar el gusto popular y al Estado, asegurar la continuidad tanto del gusto elitista como de la valoracin delpatrimonio (un mtodo para mantener viva a la vanguardia de la cultura y la historia impopular). GordonGraham (1991: 770) contrapone el placer a la ilustracin: el deporte, aunque valioso, es fundamentalmenteun escape y una distraccin. El gran arte se halla directamente comprometido con la experiencia humana y suennoblecimiento. Esta idea de cultura como diversin (a travs del mercado) y progreso (a travs delEstado) es central para buena parte de la poltica cultural.

    La contribucin de la esttica a la colectividad puede evaluarse de dos maneras. Sarlo concuerda conLasch y afirma que, a diferencia de la velocidad y lo efmero de la cultura popular consumista, la culturaesttico-cognitiva requiere una lenta elaboracin y un pensamiento crtico que son, en definitiva, necesariospara el adecuado funcionamiento del gobierno. Sarlo lamenta la desaparicin de un compromiso serio con ladimensin esttica en los recientes estudios culturales ingleses, norteamericanos y australianos. A su juicio,la densidad semntica y la complejidad formal de la prctica simblica dotan a sus productores e intrpretesde una facultad crtica que no puede ser conferida por formas ms populares de expresin cultural, talescomo la msica pop, la televisin, la farndula y la cibercultura. Carecen del exceso que escapa a laracionalizacin de la distribucin o a la lgica de la mercanca, una lgica ante la cual afirma hancapitulado quienes se dedican a los estudios culturales.

    Pero si ese fuera el caso, entonces Estados Unidos, como epicentro de lo audiovisual, sera el

    primero en carecer de la capacidad popular para valorar, por ejemplo, las artes del espectculo. Sin embargoello no es as. Considrense los datos que las comparan con el deporte y el cine:

    Fuente: Oficina Comercial de Anlisis Econmico del Departamento de Estado de EE.UU.Figura 1. Recaudacin de entradas en eventos relativos a las artes del espectculo, los filmes y los deportescon pblico, segn el valor del dlar en 1996: 1986-1998.

    Por tanto, dejamos de lado las crticas de Lasch y Sarlo y nos remitimos a la perspectiva crtica deWalter Benjamin, segn la cual los momentos decisivos de la historia van acompaados de estmulos alaparato de percepcin ptico y tctil (1992: 240). De acuerdo con este razonamiento, la densidadsemntica y la complejidad formal no constituyen las nicas prcticas que configuran las facultades

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    cognitivas. Nuevos hbitos de apropiacin sensorial, como aquellos fomentados por el cine (el ejemplo deBenjamin) pueden afinar las facultades crticas de una manera anloga, aunque no necesariamente enconformidad con las aptitudes cognitivas desarrolladas en los perodos histricos previos. Hay diferentesestilos cognitivos y no todos descansan en una formacin esttica superior. Ciertos estilos tienen poco quever con los mecanismos internos o con la complejidad de una prctica. Estn ms vinculados a lainteractividad (como en el teatro y en el deporte con pblico) o a la citacionalidad (la parodia, el pastiche y elsampleado, cruciales en la era digital). El valor de estas alternativas no se infiere de la densidad o

    complejidad, sino de las formas en que se organizan la interaccin y la cita, lo cual se relaciona por cierto (almenos parcialmente) con el impacto del Estado, el mercado y los medios masivos en la cognicin, en virtudde la educacin y las tcnicas interpretativas que configuran la poltica cultural.

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    $ millones de1997

    $ millones de1996

    $ millones de1995

    $ millones de1994

    $ millones1993

    Valor Actual Valor Actual Valor Actual Valor Actual Valor ActuRecaudacin delas entradas a

    entretenimientosespecficos(cambios apartir del ao

    nteriora

    23.1925,1%

    19.1851,6%

    22.0609,1%

    18.8913,5%

    20.2186,6%

    18.2462,4%

    18.9734,8%

    17.8210,1%

    18.1089,4%

    177

    Artes del 10.380 8.583 9.317 7.980 8.711 7.864 8.175 7.680 7.795 7.espectculo 11, %4 7,6% 7, %0 1,5% 6, 9% 4,6% 2, %4 4, 9% 0,2% 14Pelculas 6.540 5.414 6.237 5.419 5.970 5.393 5.592 5.248 5.220 5

    3, %4 -0,1% 6, %0 0,6% 6, 1% 2, 6% 28% 2, %6 7, 3% 4,

    Deportes con 6.272 5.188 6.416 5.492 5.537 4.997 5.206 4.893 5.093 5pblico -2,2% -5,5% 15 %,9 9,9% 6,4% 2, %1 2,2% -2,3% 6, %7 4

    Fuente: Departamento de Comercio, oficina de Anlisis EconmicoNota de la Divisin de Investigacin N 69 fondo

    Figura 2. Recaudacin de entradas en eventos relativos a las artes del espectculo, a los filmes y a los

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    Dworkin registra una tercera va para apoyar la cultura, ms all del mercado y los culturcratas. Ensu lugar, propone una estructura cultural rica que sirva de base tanto al momento actual como a susimaginados descendientes y d cabida a los viejos y nuevos registros cognitivos. Esta estructura es valiosa noporque produzca los placeres momentneos y las alegras fugitivas que son el producto de un fcil acceso ala moda, sino porque genera complejidad y diferencia; pues en la diferencia es posible encontrar la

    flexibilidad para producir placer en otros tiempos y lugares, merced a un pblico protegido de lo efmero dela moda. Dworkin niega que ello implique imponer el enaltecimiento. Desviando las potencialesimputaciones de paternalismo, apela a la nocin de administracin fiduciaria. Este fideicomiso o custodiaconserva lo histricamente contingente a fin de que las opciones placenteras que hoy no estn en bogapuedan ser asequibles a las futuras generaciones. Se apoya la diversidad por sobre la popularidad o laexcelencia porque es una marca de diferencia y no tanto de gusto o de valor (Dworkin, 1985: 221-233).

    La tctica de Dworkin subsume la nobleza de la educacin dentro de un economicismo de inflexinpatrimonial. Sin embargo, este intercambio entre excelencia y diferencia presupone la capacidad dedistinguir entre la estructura y el contenido, la singularidad y la normalidad, la repeticin y la innovacin, loque implica, en s mismo, un entrenamiento con vistas a establecer distinciones y poder as catalogar a lagente y sus preferencias. Dado que las categoras y valencias se derivan histrica y polticamente, estasdiferenciaciones nunca pueden ser reducidas a un inocente clculo tcnico. En otras palabras, Dworkintodava supone conocer las diferencias entre lo que importa y lo que no importa en una poca. As como elhorizonte aparentemente intemporal de la verdad que reclam la economa de libre mercado est limitado poruna historia definida, tambin el intento de intermediar un acercamiento entre la no interferencia y lamagistratura cultural oculta una conexin inevitablemente estrecha entre la obra artstica y su andamiajesocial.

    Sea como fuere, la conciliacin buscada por Dworkin de lo econmico y lo noble hace referencia aun dilema que la poltica cultural enfrenta casi por doquier como parte de la necesidad de construir la nacinpara s misma. Por ejemplo, en su plataforma poltica de 1986 (Platforms, Resolutions and Rules), el PartidoLaborista australiano sostuvo que la base de la sociedad australiana reside, en gran medida, en la fuerza desu propia expresin artstica y creadora. El gobierno tiene la responsabilidad de promover el desarrollo deuna cultura australiana. En 1992, cuando el Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte (Nafta o TLC

    en espaol) estaba a punto de entrar en vigor, el gobierno mexicano cre un Consejo Nacional para laCultura y las Artes (Conaculta) con el propsito de disipar el temor de que el tratado pudiera conducir a unaprdida de soberana segn el director de Conaculta, la solidez de nuestra cultura constituye el sustrato denuestra identidad [...] y el baluarte de nuestra soberana y de modernizar la sociedad mexicanacapitalizando la diversidad cultural, necesaria para alcanzar el xito en un mundo globalizador (Tovar yTeresa, 1994: 17, 19-20). Como veremos luego, estas afirmaciones fueron repudiadas por los funcionariosque abordan la poltica cultural partiendo de la relacin especial entre la localizacin y la globalizacin(Comisin Mundial sobre la Cultura y el Desarrollo; Conferencia Intergubernamental).

    Una preocupacin anloga por el rol gubernamental como medio para promover la cultura yfomentar el proyecto nacional se manifiesta en la ley que puso en vigencia los Fondos Nacionales de lasArtes (NEA) y Humanidades (NEH) de Estados Unidos. Segn la legislacin, es necesario y apropiado queel gobierno federal ayude a crear y a mantener no slo un mbito que estimule la libertad de pensamiento,

    imaginacin e indagacin, sino tambin las condiciones materiales que faciliten la liberacin de este talentocreativo. Un cuarto de siglo ms tarde, el congresista que auspici la ley, John Brademas, afirm que lasartes son esenciales por cuanto el arte y los artistas tienen una enorme gravitacin al enriquecer nuestravida como individuos y al construir una cultura que nos ilumina y nos ennoblece. Afirm que el artealimentara la creatividad de nuestra nacin. La prueba en apoyo de este aserto fue una cita de RobertMotherwell, quien declar que la creatividad cultural nos proporciona una nueva lente para descubrir elmejor yo: un artista es [...] una persona especializada en expresar sentimientos humanos (citado enBrademas, 1990: 95, 104-105). Una declaracin de esa ndole no se opone, necesariamente, a las metaspolticas o econmicas ms claramente programticas reveladas por el cuasi religioso Annual Report delNEH en 1985:

    Las humanidades son de vital importancia para la vida educativa y cultural de nuestra nacin, al

    constituir, tal como lo hacen, el alma de una civilizacin formada durante el decurso de los siglos. Preservar ytransmitir esta tradicin contribuye a nutrir y sustentar nuestro carcter nacional, y ayuda a Estados Unidos aser digno de ejercer su liderazgo en el mundo (citado en Stimpson, 1990: 34).

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    Esta olmpica misin revela una concordancia significativa entre una fe humanista en la renovacin

    del orden social mediante la expresin de la persona artstica y una adhesin ms vigorosamente esttica yconfiada al poder militar y econmico. No es de extraar entonces que George Bush hijo hablase con esahelada certidumbre de su visin binaria del bien y del mal como indicadores civilizacionales luego del 11 deseptiembre de 2001.

    A comienzos de la Guerra Fra, los patrocinadores culturales afirmaban que la libertad era inherente

    al arte moderno norteamericano, a diferencia de la cultura planificada de la Unin Sovitica. El fin de laGuerra Fra exigi una nueva narrativa legitimante, discernible hoy en la proclama del sector cultural de quepuede resolver los problemas sociales de Estados Unidos, mejorar la educacin, mitigar la lucha racial,revertir el deterioro urbano mediante el turismo cultural, crear puestos de trabajo, reducir el delito y quizgenerar ganancias. Al igual que en los casos clsicos de gubernamentabilidad, se encauza a los artistas haciael manejo de lo social en calidad de proveedores de servicios. Y as como la academia recurri a losprofesionales del gerenciamiento para que sirvieran de puente entre las profesiones liberales tradicionalesun acervo tcnico de conocimientos, educacin superior [...] asociaciones y publicaciones profesionales,cdigos de tica y la administracin corporativa intermedia en la tarea de producir estudiantes,investigacin, divulgacin, desarrollo institucional, etctera (Rhoades y Slaughter, 1997: 23), tambin elsector cultural ha florecido dentro de una enorme red de administradores de las artes que median entre lasfuentes de financiacin, por un lado, y los artistas y comunidades, por el otro. A semejanza de sushomlogos en la universidad y en el mundo de los negocios, deben generar y distribuir a los productores dearte y cultura. De acuerdo con Dworkin, ellos estn simultneamente clarificando, promoviendo,modificando y contraatacando los gustos del mercado.

    Se trata de un terreno a menudo controvertido, donde los movimientos sociales recurren al Estadopara mantener las diversas identidades que componen la ciudadana, mientras los conservadores insisten enlograr una unidad ms integrada. Los defensores de la ciudadana cultural alegan que la identidad social sedesarrolla y garantiza a travs de un contexto cultural donde los sentidos colectivos del yo son msimportantes que los individuales, y donde los derechos y responsabilidades pueden determinarse de acuerdocon la afiliacin cultural y no con la pertenencia individual (Fierlbeck,1996: 4, 6). Para algunos crticos, estaidentidad se logra en virtud de una doctrina de los derechos culturales. Para otros, se trata de un subproductodel acceso universal a la educacin, la condicin principal de la participacin libre e igualitaria del

    ciudadano en la vida pblica (Rorty, 1995: 162). Esta ltima postura se opone al financiamiento pblico denormas culturales especficas de origen familiar o religioso y pide, en cambio, un currculo diseado paraproducir cosmopolitas que conozcan la, vida pblica de su pas y la de sus vecinos globales, sin emitirjuicios sobre las identidades, segn pertenezcan estas a obreros, creyentes u a otras formas cualesquiera devida que coexisten con la propia cultura de origen (Rorty, 1995: 164). Este tipo de postura es el reversocolectivista de los argumentos del capital humano sobre los individuos liberales que maximizan su utilidadmediante la inversin en el desarrollo de aptitudes. Ambas posturas se interesan, fundamentalmente, por unavida social eficaz y efectiva.

    Las identidades nacionales y supranacionales y los proyectos del Estado

    Una vez establecidas las fuentes histricas y filosficas de la poltica cultural, pasamos a ocuparnos

    de su historia en un mundo nacional y transnacional. Las naciones y regiones declaran frecuentemente suespecificidad cultural para legitimar y materializar la unidad, y lo hacen valindose a veces de ladescentralizacin y otras, de la centralizacin. As, en la Repblica Federal de Alemania la poltica culturaldepende de losLnder, donde cadaLandcuenta con un ministerio para las artes. Pero el sistema francs escentralizado. El Ministerio Nacional de Cultura emplea muchos miles de burcratas en archivos, museos,performance, cine, msica, danza, libros y patrimonio, junto con ms de 20.000 asociaciones privadasdedicadas a la cultura, muchas de las cuales reciben ayuda estatal (Home). En la dcada de 1850, antes dela confederacin canadiense, se ejercieron presiones para imponer el proteccionismo cultural bajo la formade aranceles a los libros, como un modo de promover la identidad nacional a travs de la literatura producidalocalmente. Cabra considerar el fenmeno a la misma luz que la proliferacin de investigaciones delgobierno canadiense sobre el nacionalismo cultural desde la Segunda Guerra Mundial (numerosasComisiones Reales y revistas polticas que se ocupaban, por ejemplo, de la necesidad de tener industrias

    locales propias dedicadas a la cultura textual) y que los importantes sondeos de opinin pblica sobre laidentidad cultural emprendidos en la misma poca. Estos instrumentos representan la inquietud por lasentidades nacionales putativamente discretas frente a una superpotencia homogeneizante y multinacional

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    como Estados Unidos. Pero tambin se refieren a la poltica industrial, en virtud de un efecto sustitutivo quebusca desplazar una fuente de produccin (extranjera) por otra (local), junto con un efecto ideolgico.

    Estaban en juego fuerzas similares en las economas y sociedades ms pujantes de Amrica Latina enlas dcadas de 1920 y 1930: Argentina, Brasil y Mxico. Estas se caracterizaban por pactos empresarialesentre las lites alineadas con el Estado, quienes promovan la sustitucin de importaciones y el desarrollismo,as como un nacionalismo popular igualmente alineado con el Estado en busca de los beneficios socialesbrindados por este. Los orgenes de las enormes burocracias que sirvieron de soporte a la cultura nacional

    popular se remontan a esta paradjica situacin que recre aquellas entidades de Europa occidental que mshaban apoyado la cultura: la radio, el cine y los museos etnogrficos. La cultura popular se difundi desdeestos lugares, no fuera del mercado sino dentro de las industrias culturales controladas y, en ocasiones,subsidiadas por el Estado. Los ejemplos ms prominentes son el samba y el carnaval en Brasil, y la radio ylas rancheras cinematogrficas en Mxico. La nacionalizacin del samba, por ejemplo, implic laintervencin del rgimen de Vargas en las industrias de la msica, en varias instituciones sociales como elcarnaval y en las redes populares, durante la dcada de 1930 (Raphael, 1980; Vianna, 1999). Ello produjola misma cultura en cuyo nombre supuestamente se emprendieron esas artes. Mientras tanto, el Estado seconvirti en el rbitro del gusto.

    Como vimos, esta formacin del gusto gira inevitablemente en torno a las formas de vida tanto comoa las formas del arte. Segn David Birch, el discurso de los valores panasiticos se invent en los deceniosde 1970 y 1980 para proteger las estructuras de poder oligrquicas y monoplicas del Sudeste asitico,amenazadas por los corolarios del capitalismo internacional y su mensaje de trascendencia social, segn elcual las mercancas animan un nuevo mundo, una nueva vida. Los valores asiticos se transformaron enuna forma distintiva de controlar al pueblo en nombre de un concepto perdurable de la condicin depersona (personhood), que fue de hecho una reaccin ante el crecimiento del capitalismo y la participacinen un intercambio cultural internacional, mientras se limitaba la libertad de prensa en nombre de laconstruccin nacional (Birch, 1998a; 1998b). La asianidad se volvi, pues, un pretexto para el controlsocial domstico.

    El ejercicio de la autoridad lleg a asentarse en la capacidad de enunciar un pasado parcial, un relatohistrico que da origen al presente de una forma adecuadamente lineal y cuyo fin es identificar los interesesdel pblico (establecidos en parte por exclusiones constitutivas) con el patrimonio colectivo. Nos remitimosaqu a la interpretacin de Tony Bennett de la historia como el locus a travs del cual las representaciones

    del pasado que circulan por las instituciones que componen la esfera pblica histrica entran en contacto conla crnica histrica, o bien para que esta las corrija, o bien para que se les permita cambiar con ella. Loshistoriadores actan como rbitros en las discusiones sobre los museos, los lugares patrimoniales y lasminiseries histricas, por ejemplo (Bennett, 1990: 290 n. 17, 163-64). Se sigue de ello que la poltica culturalproduce zonas de memoria y aprendizaje pblicos organizadas por reglas y coloreadas por debateshistoriogrficos que regulan el pasado de una forma determinada por los intereses del presente.

    La re-construccin de la historia fue el principal vehculo utilizado por Mxico para establecer unanueva identidad nacional ms inclusiva, cuando rompi con un legado decimonnico y poscolonial, aunqueeurocntrico. La Constitucin Mexicana de 1917 anunciaba un nuevo proyecto nacional de educacin masivacon el propsito de poner en marcha la economa, incorporar a las masas y crear una numerosa clase mediaeducada y nacionalista, capaz de resistir el poder de los caudillos y de las oligarquas nacionales yextranjeras. Los proyectos educativos incluan la expresin artstica del movimiento muralista, identificado

    con los tres grandes: Diego Rivera, Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. El muralismo confiri alrostro pblico de Mxico fuertes rasgos indigenistas. El movimiento fue creado por Jos Vasconcelos, aquien los presidentes Huerta y Obregn designaron como director del Departamento Universitario de BellasArtes, que comprenda la Secretara de Instruccin Pblica y Bellas Artes (posteriorernente la Secretara deEducacin Pblica o SEP). La poltica cultural y educativa se intensific y se institucionaliz ms tarde en ladcada de 1930, bajo la presidencia populista de Lzaro Crdenas, cuyas principales prioridades eran laincorporacin de las poblaciones indgenas, la expansin de la educacin artstica, la defensa del patrimonionacional y la regulacin de la industria cinematogrfica (Johnson, 1996: 136).

    La (re)construccin de la historia constituye normalmente un terreno controvertido, pese a todas lasgestiones de los gobiernos. La bien documentada lucha entre los dirigentes judos por interpretar elHolocausto como un acontecimiento exclusivamente judo, la identificacin de los soviticos con los nazispor parte de Ronald Reagan (cuando procur apaciguar a la comunidad juda en Estados Unidos) y la

    afirmacin de los conservadores alemanes de que los soldados nazis tambin fueron vctimas, ejemplificanese tipo de controversias (Friedman, 2001). Considrese, asimismo, la lucha por la apropiacin cultural queestall en Canad a principios de la dcada de 1990. A los escritores indgenas canadienses les preocupa el

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    hecho de que sus voces estuvieran sujetas al robo de los blancos. La Comisin Consultiva para laEquidad racial en las Arlas cuales se oponan a la descripcin de las minoras o culturas distintas de lapropia, sea de manera ficcional o no ficcional (citado en Coombe, 1998: 209). El Consejo decidi nootorgar ms subsidios a los autores que cruzaran la frontera entre las culturas sin la participacin activa delotro. Los escritores contestaron irnicamente a esta colaboracin de fuerza mayor afirmando la autonomadel arte respecto de la poltica y la necesidad de una expresin irrestrica a fin de dar rienda suelta al genioromntico. Por otro lado, el Consej mostr signos de haber asumido un compromiso orientalista o

    indigenista con una identidad canadiense nativa, esencial, inalterable y distribuida universalmente en virtudde la raza. Ese estatuto biolgico/consuetudinario se hallaba supuestamente ms all de la historia y, portanto, careca de la capacidad de cambiar sus circunstancias (Coombe, 1998: 209-13).

    Abundan otros usos de la herencia nacional para negociar acuerdos internacionales. Por ejemplo, enla dcada de 1990 Taiwan decidi reencauzar las energas de las troupes performativas cuando viajaban alextranjero. En lugar de apuntar a los chinos de la dispora, tales compaas preferan abrir nuevos mercadosmediante la publicidad internacional y el flujo intercultural, segn el Ministerio de Relaciones Exteriores.La primera y principal tarea del Consejo para las Artes de Gran Bretaa, fundado en 1945 bajo la direccinde John Maynard Keynes, consisti en rescatar Covent Garden, usado durante la guerra como saln de baile,y restituirlo a sus orgenes musicales como Opera Real. El nfasis en la alta cultura y la centralizacincontinu en Londres en calidad de poltica institucionalizada hasta mediados de la dcada de 1960, cuando elgobierno laborista cre las Asociaciones de Artes Regionales, lo cual descentraliz el manejo de la culturapblica (especialmente en Gales y Escocia). Hacia fines de la dcada de 1970, la ndole modernista y polticade gran parte de las abras financiadas pblicamente, provoc las duras objeciones de escritorzuelos toriescomo Kingsley Amis y Paul Johnson. Cuando el Partido Conservador arrib al poder en 1979, el punto clavede la resistencia fueron los consejos laboristas locales, que utilizaban el lenguaje econmico para prometer lareindustrializacin cultural. El gobierno nacional separ del Estado la representacin poltica local y puso fina ese tipo de iniciativas, aunque mantuvo y desarroll el principio de una administracin regionalizada de lasartes (McGuigan, 1996: 57, 64-65, 106). Muchos crticos dudan de la eficacia industrial y esttica de talesestrategias. Recordemos a los Beatles y Liverpool. La msica, la vestimenta, el ftbol y la voz de la ciudadse volvieron parte de la trama de la cultura juvenil en todo el mundo. Pero como advierte Angus Calderquienes a la sazn gobernaban la ciudad eran inocentes en relacin con los objetos culturales.Y las ricasobras dramticas de la televisin de la dcada de 1980 se produjeron bajo la administracin de una izquierda

    radical que se concentr ms en la vivienda pblica que en lo esttico (1944: 454). Ahora bien, los gobiernoslocales reformistas utilizan la cultura para atraer capitales que inviertan en el turismo patrimonial, pero sinuna clara correlacin con la innovacin cultural. En lugar de ello, la poltica es la de dar un lavado de cara aldespojo desindustrializado, en tanto el gobierno promueve el ascenso social. La idea de construir laciudadana est sobredeterminada por el intento de construir la cultura como un sustituto de la fabricacin debarcos; una manera de tranquilizar a los ciudadanos cuyas vidas sufrieron los golpes de un capital global noregulado. A continuacin, nos ocupamos de los ciudadanos que han sido, por as decirlo, teorizados yproducidos en este mundo sin races.

    La ciudadana y la cultura en un mundo supranacional

    El ideal de ciudadana asume tres formas: poltica, econmica y cultural. La ciudadana poltica

    comprende el derecho a votar, a recurrir al gobierno que la representa y a la seguridad fsica, la cual se legarantiza como recompensa por haber cedido al Estado el derecho a la violencia. Desarrollada a travs delcapitalismo, de la esclavitud, del colonialismo y del liberalismo, la ciudadana poltica ha expandidoexponencialmente su alcance y definicin desde el siglo XVII, aunque todava est inequitativamentedistribuida en el globo. La ciudadana econmica cubre el empleo, la salud y la prestacin de jubilacinmediante la redistribucin de las ganancias capitalistas y el uso del Estado como agente de inversin.Habiendo evolucionado durante la Depresin y la descolonizacin, la ciudadana econmica se encuentrahoy en decadencia, desplazada por las renegociaciones histricas para privatizar la economa por parte delcapital, del Estado y, desde la dcada de 1970, de sus sirvientes intelectuales especializados en cienciaseconmicas. La ciudadana cultural concierne al mantenimiento y el progreso del linaje cultural en virtud dela educacin, los usos y costumbres, el lenguaje, la religin y el reconocimiento de la diferencia en y por lasculturas hegemnicas. Se trata de un discurso en desarrollo en respuesta a las grandes olas migratorias de los

    ltimos cincuenta aos y a una creciente fuerza laboral mvil y de clase media, producto de la NuevaDivisin Internacional del Trabajo Cultural (NITC). Como ya vimos, en su papel de custodio delnacionalismo, el Estado occidental idealizado se dedica a la tarea de formar ciudadanos que sern virtuosos

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    participantes polticos gracias a la indagacin y al perfeccionamiento de s mismos. Este estilo pedaggicopuede apelar a objetivos nacionales vinculados al crecimiento econmico o cultural, al patriotismo, a laeducacin de los pueblos con miras a valorizar el arte o a la liberacin del talento creativo que espera laoportunidad de expresarse a s mismo.

    La ciudadana se toma como un hecho dado en todos los gobiernos modernos, aunque no opere demanera idntica en o dentro de las diferentes formaciones nacionales, sobre todo en aquellos pases nooccidentales donde se la adopt como una construccin del Estado poscolonial y donde la multiplicidad de

    etnias ha constituido una base para la discriminacin. Si bien Alemania ha expandido recientemente losderechos de los individuos tnicamente no alemanes nacidos all, eliminando los criterios tnicos paradeterminar la ciudadana, Croacia excluye a los serbios de los derechos polticos y econmicos sobre la basede una renovada ciudadana etnocultural. Los estados teocrticos determinan, adems, quines estncalificados para gozar de derechos partiendo de un criterio cultural de orden religioso, y a menudo limitanlos derechos de las mujeres a la ciudadana. En definitiva qu significa incentivar la superacin de smediante la educacin y los museos cuando el 90% de la poblacin del pas es analfabeta? Los programas dealfabetizacin de, digamos, la poltica cultural mexicana posrevolucionaria se ocupan de esta carencia,pero hacen ms por incorporar a los campesinos e indios en la lengua y el rgimen laboral que por dotarlosde la motivacin necesaria para superarse. Tal vez la difusin de las ideas liberales y revolucionariasencarnadas en la poltica cultural se hunde en el abismo existente entre el pueblo jurdico y el puebloemprico, de acuerdo con el anlisis kantiano de la nacin en El carcter de las naciones. Esto nos lleva aplantear la cuestin de lo que Roberto Schwartz denomina ideas fuera de lugar.

    No estamos diciendo, desde luego, que el Tercer Mundo sea incapaz de crear polticas culturalesautnticas o autctonas sino, en todo caso, que su situacin socioeconmica pone de relieve la brecha entrelo jurdico y lo emprico, lo ideal y lo real, la utopa y el presente. En este aspecto, la perspectivatercermundista puede conducir a una visin etnometodolgica segn la cual la poltica, incluso en Europa yEstados Unidos, no trata realmente de formar individuos completos, sino de forjar burocracias que se ocupende los problemas creados por la misma institucin de polticas. Qu significa, en los estados teocrticos, queel dominio sobre los sujetos se site en los saberes y prcticas culturales? Qu significa la ciudadanacultural en un pas como Colombia, dividido en diferentes grupos de poder, y cul fue la formacin culturalde los individuos bajo las dictaduras latinoamericanas de finales del siglo XX, cuya conducta se limitaba alcumplimiento de normas ortodoxas y donde se haca desaparecer o se asesinaba a los sujetos desleales al

    rgimen?La mimesis latinoamericana se desva de sus modelos europeos porque fue permeada por prcticasindgenas o procedentes de frica (por ejemplo, en las formas religiosas sincrticas o en los singularesdiseos barrocos que decoran las iglesias), y porque los ibricos y criollos cultivaron una alta cultura extradade los centros metropolitanos y parcialmente en deuda con las culturas de las clases ms bajas, definidas encontraposicin con la primera. Algunos intelectuales latinoamericanos del siglo xx llegaran a considerar elfenmeno como una fuente de innovacin cultural. El escritor brasileo Silviano Santiago, siguiendo latnica de Jorge Luis Borges, afirma que al complementar los modelos ya existentes, aquellosconstitutivamente excluidos (los latinoamericanos frente a Europa o los negros y mestizos frente a loscriollos) fueron capaces de apropiarse de los modelos estatutarios, transformarlos o desacreditarlos, sin porello fetichizar dichos modelos. As pues, tenemos aqu una posible interpretacin posmoderna de la polticacultural como la apropiacin que caracteriza la produccin latinoamericana en todos los niveles sociales,

    aunque ninguna de las burocracias culturales haya osado, hasta el momento, promulgar la simulacinsubversiva como poltica. Normalmente, el Estado apoy las gestiones de algunos intelectualesposcoloniales que se oponan al estatus secundario de Amrica apelando a lo supuestamente original y, portanto, nacional: la fuerza sublime de la naturaleza o el esplendor de las pretritas civilizaciones azteca e inca.Pero aun en ese caso dependan de la investigacin innovadora de los naturalistas (Von Humboldt) yetngrafos (Koch-Grnberg) europeos. Y los intelectuales europeos no vacilaron en echar por tierra estosintentos de autovalorizacin. Por ejemplo, Cornelius De Pauw afirm que todas las especies de Amrica eraninferiores a las del Viejo Mundo (Gerbi, 1973). Muchos historiadores del siglo XIX se burlaban de Bolvarpor considerarlo un plido reflejo de los hroes de la independencia estadounidense. Incluso Marx y Engelsapoyaron la anexin de tierras mexicanas y pensaron que Estados Unidos debi haberse apoderado de todo elpas a fin de actualizarlo histricamente; vale decir, desatar las fuerzas objetivas de la lucha de clasesimponiendo el autntico imperio burgus y creando un proletariado durante el proceso (Marx, 1968: 18).

    Si la mimesis del siglo XIX y principios del XX se ocupaba del desarrollo cultural y econmico, lamanifestacin contempornea es el discurso de los derechos de la ciudadana. Pese a su misin de inculcarlealtad en los ciudadanos, la izquierda vincula la poltica cultural a los derechos del ciudadano, una manera

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    de unir las demandas de los movimientos sociales con la poltica justiciable y una forma nueva y valiosa deconferir derechos que trasciende la clase y constituye una garanta contra los excesos tanto del mercadocomo del socialismo estatal. Por su parte, la derecha supedita la cultura a las presiones de la privatizacin.Ciudadanos y consumidores continan su incierta danza en la retrica de la filosofa poltica, la economaneoclsica y el mandarinismo poltico neoliberal (Zolberg, 1996: 396; Miller, 1993b). Hay una divisinadicional en la derecha entre quienes consideran que las responsabilidades del ciudadano trascienden el yo yaquellos que no lo juzgan as.

    El grado de inmigracin y de multiculturalismo de finales del siglo XX ha sembrado la confusin enlas visiones tradicionales acerca de la ciudadana (Feldblum, 1997: 103). En tanto que los idealesrepublicanos suponen, o bien un sujeto migrante que abandona sus lealtades previas a fin de convertirse enciudadano, o bien habitantes nativos que dejan de lado las divisiones sociales en nombre del inters comn,el multiculturalismo desdibuja las lneas entre el individualismo liberal y el comunitarismo cooperativo. Porcierto, el individualismo liberal tambin se refiere a la oportunidad de acumular riquezas y recursos y noslo, o incluso principalmente, a la trascendencia. Por otra parte, el comunitarismo puede generar rivalidadessangrientas entre las comunidades con distintos puntos de vista sobre cul ser la identidad (reconocida ypermitida) que represente al conjunto. Y juntamente con el impulso a disciplinaral ciudadano, se halla latendencia a exhibirlo en la vidriera y a mercantilizarlo. El turismo patrimonial publicita a menudo las.pocas previas a la aparicin del ciudadano (Notre Dame y Versalles atraen ms visitantes que la AsambleaNacional)2

    Esta nueva forma de ciudadana puede no colocar su fidelidad en el Estado soberano ni tampocoarticularla necesariamente con la democracia, pues como sujetos del comercio internacional de mano de obrales falta el acceso al poder del que gozan los hijos nacidos en el pas (Preuss, 1998: 310). El liberalismosupone, con la economa neoclsica, que la gente emerge en la ciudadana totalmente formada, en calidad deindividuos soberanos con preferencias personales. El multiculturalismo da por descontado, con elcomunitarismo, que las lealtades grupales pasan por alto esta nocin. Pero all donde el comunitarismosupone que la gente encuentra su identidad colectiva en virtud de la participacin poltica, elmulticulturalismo piensa que esta subjetividad precede a lo poltico (Shafir, 1998: 10-11). Y en la polticacultural se han suscitado una serie de debates donde opuestos aparentemente polares la derecha frente a lasartes multiculturales parecen ser logocntricamente interdependientes. Cada grupo descarta la estticatradicional en favor de una lucha por el uso del arte para representar la identidad y los objetivos sociales

    (Ydice, 1990: 130). El multiculturalismo subraya la necesidad de un activismo en favor de las artes marginal y asentado en las bases, y de una combinacin de representacin y representatividad demogrficay esttica. El conservadurismo exige una prctica artstica que pregone los valores y el progreso occidentales,aunque obedeciendo a los dictados del gusto religioso.

    Las historias ortodoxas de la ciudadana la postulan como el resultado occidental de identidadesfijas, nacionalidad no problemtica, soberana indivisible, homogeneidad tnica y ciudadana exclusiva(Mahmud, 1997: 633). Esta historia desestima el hecho de que las teoras de la ciudadana se forjaron enrelacin con los encuentros imperiales y coloniales de Occidente y Oriente, como una justificacin delsojuzgamiento extraterritorial seguido por la incorporacin de la periferia al sistema laboral. Circunstanciasque a su vez condujeron al inters poltico cultural por el lenguaje, el patrimonio y la identidad, expresadotanto en la metrpolis como en la periferia a medida que intercambiaban individuos o culturas.

    Bonnie Honig demostr que los inmigrantes han sido, durante mucho tiempo, el caso lmite de la

    lealtad, tal como Ruth la moabita en la Biblia juda/Antiguo Testamento. Ese tipo de figuras son tantopeligrosas para el Estado soberano (dnde se asienta la lealtad de los inmigrantes?) cuanto esenciales (puesson los nicos ciudadanos que eligen deliberadamente jurar fidelidad a un contrato social de otro modomtico). En el caso de Estados Unidos, los inmigrantes resultan cruciales para el ethos fundacional delconsentimiento, pues representan la alienacin de sus lugares de origen y la adhesin al Nuevo Mundo. Ellocontribuye a la formacin de una cultura popular mucho ms tensa, pues as como el recuerdo de lo perdido(por eleccin) es acuciante, tambin lo es la necesidad de apuntalar la preferencia explcita por las normasde Estados Unidos.

    En Europa, la creacin de una ciudadana supranacional problematiz la anexin de la ciudadanaa la cultura nacional. Al mismo tiempo que se reconoca la divisin internacional del trabajo, movimientosequivalentes limitaban los derechos del trabajador extranjero. Considrese la situacin de quienes, debido al

    2 Por cierto, no podemos limitar el turismo patrimonial al marco analtico del ciudadano, sobre todo porque muchosvisitantes son extranjeros. El patrimonio beneficia al ciudadano ordinario, lo cual puede ser histricamente incorrecto enaquellos pases donde las culturas indgenas son consideradas patrimonio nacional por los descendientes de los colonos

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    cambio en las condiciones socioeconmicas, pasaron a ser ciudadanos-migrantes oficialmente aceptables, talcomo los asiticos australianos desde la dcada de 1970. Excluir y embrutecer a los asiticos resultfundamental para desarrollar el sentido de una ciudadana australiana y de una identidad nacional durante lamayor parte del siglo XX No es sorprendente entonces que la reciente nacionalizacin de los asiticosaustralianos tenga un carcter meramente instrumental (Ip et al., 1997).

    En cada caso, la ciudadana ya no se fundamenta en el suelo, la sangre o la cultura, sino en algunavariante de estos atributos relacionada con las presiones existentes en el mercado laboral capitalista. El

    Estado ya no es el marco interpretativo clave de la ciudadana, frente a los nuevos nacionalismos yafinidades transfronterizas, imposibles de ser contenidos por un solo aparato gubernamental (Feldblum,1997: 96, 98-99, 101, 110). La ciudadana y la identidad supranacionales no slo se enlazan a una nuevadivisin internacional del trabajo, sino tambin a un nuevo orden comercial en que los bloques comercialesestablecidos como el Nafta/TLC, el Mercado Comn del Sur (Mercosur) y la Unin Europea (UE) tomandecisiones que soslayan las leyes nacionales. En efecto, la conciencia de que el imperio de la ley trasciendeel Estado-nacin puede conducir a una identidad nacional adoptada por razones de fuerza mayor, como loatestigua el incremento exponencial de los casos presentados por individuos ante la Corte de Justicia Europeay la Corte Europea de Derechos Humanos durante la dcada de 1990 (Cohen, 1993).

    Ciertamente, muchos trabajadores migrantes en todo el mundo no son ni ciudadanos ni inmigrantes.Su identidad est por completo separada de su domicilio y de su fuente de subsistencia y recibe untratamiento equiparable garantizado no por el Estado, sino a travs del discurso supranacional de losderechos humanos y las costumbres y creencias cotidianas que encauzan las obligaciones legales de laciudadana convencional (Shafir, 1998: 20, 19; vase tambin Cohen, 1991). Los activistas en estas reasrecurren frecuentemente a la poltica cultural para contribuir al mantenimiento y desarrollo de las identidadescolectivas y su expresin en forma artstica, de ah su importancia para la izquierda en general y para losestudios culturales en particular.

    Los estudios de poltica cultural

    Cabe preguntarse cul es el hoy el estado de los estudios poltico-culturales en lengua inglesa. Eltexto fundacional sobre la economa de la asistencia cultural, escrito por investigadores a partir de los datosaustralianos, se public hace veinte aos, y hace veinticinco que la obra innovadora de Herbert Gans sobre

    las culturas del gusto proporcion un marco multiestratificado para intelectualizar lo popular y su relacincon la poltica (Throsby y Withers, 1986; Gans, 1974: 121-59). Los estudios poltico-culturales recibieron sunombre y se emprendieron en la dcada de 1970 gracias a la creacin de la Asociacin de Economa Culturaly del Centro para Estudios Urbanos en la Universidad de Akron. A esto le siguieron conferencias peridicassobre economa, teora social y artes, as como estudios especializados de poltica y evaluacin de programasdiseados en el Instituto de Nuevas Actividades Creativas Interpretativas de Canad, en la Unidad de PolticaCultural del Centro Johns Hopkins para la Planificacin e Investigacin Metropolitana, en la Coordinacinde Centros de Informacin e Investigacin Cultural en Europa y en el Centro de Investigacin para las Artesy la Cultura de la Universidad de Columbia. Publicaciones tales como el Journal o f Arts Management,Lawand Society y el Journal of Cultural Economics ofrecen, desde hace tiempo, una abundante especulacinterica e informacin emprica, y ltimamente han establecido conexiones con el grupo de expertos delCentro para el Arte y la Cultura, en Washington D.C. En Europa se publica hoy elInternational Journal of

    Cultural Policy.Estos adelantos han llevado a formular interrogantes sobre la relacin entre una base en las

    humanidades y una base sociolgica para el campo de estudio: por ejemplo, si debera ser una esttica de laciencia social y cmo correspondera manejar tica y tcnicamente la nueva proxmica de laadministracin, la poltica y las artes, junto con la necesidad tanto del anlisis histrico en la elaboracin dela poltica cuanto del anlisis de la poltica (Towse y Crain, 1994: 1; Alderson et al., 1993: 5; Hendon etal., 1980: x-xi; Chartrand, 1988: 23-24; Peterson, 1985: iii-v; Graham, 1991: 21). Pero en trminosgenerales, la vertiente de las ciencias sociales que corresponde al anlisis de la cultura se aferra a viejasdoctrinas carentes de sentido y no se ha suscripto al cambio social progresista.

    Los estudios culturales cuentan, por el contrario, con una agenda poltica abierta con respecto a losmovimientos sociales y a los derechos del trabajador cultural. Angela McRobbie denomina la polticacultural como la agenda faltante de los estudios culturales, por cuanto ofrece un programa para el cambio

    (McRobbie, 1997: 335). No obstante, Stuart Cunningham seala que:

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    muchas personas formadas en los estudios culturales pensaban que su rol primario consista en criticar el ordenpoltico, econmico y social dominante. Cuando los tericos culturales abordan realmente las cuestionespropias de la poltica, nuestras metforas de la resistencia y la oposicin, que nos han sido impuestas, nospredisponen a considerar que el proceso de elaboracin poltica est inevitablemente comprometido, esincompleto e inadecuado, adems de estar poblado por inexpertos carentes de todo fundamento terico ehistrico o por quienes esgrimen formas groseras del poder poltico para alcanzar fines a corto plazo. Estosindividuos se convierten entonces en defensores de un idealismo crtico formulado de manera abstrusa (1992:9).

    La nocin de que la teora sustenta la prctica mediante una crtica renovadora aceptada por lasburocracias pareci fuera de lugar en el campo cultural, donde la prctica de la crtica acadmica cotidianaevita o bien el tipo de relaciones insuficientemente esttico, o bien el demasiado cooptado. Cunninghamat