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PARTE 1 Inga y kamsá del Valle de Sibundoy

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PARTE 1

Inga y kamsá

del Valle de Sibundoy

CAPITULO 1

¿Quiénes son los inga y los kamsá? ¿De dónde provienen?

Introducción E S T E P R O B L E M A H A S U S C I T A D O , desde hace 50 años,la atención de

etnohistoriadores, arqueólogos, historiadores y antropólogos. Sin duda está vinculado a una problemática más general: las características del poblamiento de los Andes y la Amazonia. Ya en los años cuarenta, Steward y Faron, al edi­tar el Handbook of South American Indians, pusieron sobre el tapete la enor­me dificultad de reconstruir la prehistoria de los grupos suramericanos. A pesar de tener la colaboración de 100 especialistas en grupos indígenas, el crear las categorías para ordenar las regiones culturales y la evolución y mi­gración de estos grupos indígenas dejó tan sólo un cuadro estático de socie­dades en estadios secuenciales de evolución que, paradójicamente, subsistían diacrónica y sincrónicamente. Estos agrupamientos, lejos de proveer dinámica histórica, presentaron sociedades desconectadas y aisladas, entregadas por en­tero a la ardua tarea de subsistencia.

La reconstrucción y formulación de categorías para las sociedades que habitaban la selva tropical húmeda se apoyaban en supuestos niveles de 'com­plejidad tecnológica', densidad de población y'complejidad sociopolítica'. Es­tos tres indicadores eran los ejes que armaban y desarmaban sociedades. Así, las culturas denominadas de 'selva tropical húmeda' aparecían en el escalón más bajo de la evolución, puesto que carecían de herramientas de elaborada fabricación y tenían una población de baja densidad, organizada según lazos sociales de parentesco.

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MUNDOS EN RED.

LA CULTURA POPULAR FRENTE A LOS RETOS DEL SIGLO XXI

Para comprender la naturaleza de la cultura de la selva tropical, lo más impor­

tante es reconocer que, cualquiera que sea el origen de cada ítem de la cultura,

las características cruciales se volvieron la base de una cultura adaptada a la agri­

cultura de tala y quema, pesca ribereña y cacería en un ambiente que puso mu­

chas y serias dificultades sobre todas las actividades y que impidió el desarrollo

de una población densa, grandes pueblos y asentamientos permanentes, com­

parados con los de las áreas de los Andes y Circuncaribe (Steward y Faron, 1959:

291, traducción libre).

Estos grupos permanecían en este estadio en virtud de la exigencia del me­dio, el cual era homogéneo a los ojos de los autores -que distinguían sólo las tie­rras interfluviales de las ribereñas-. Este medio no soportaba agricultura intensiva y en gran escala y, por si fuera poco, era escaso en recursos proteínicos. Por tal razón las sociedades habitantes de este medio pasarían la mayor parte del tiem­po de sus vidas librando una colosal batalla para subsistir, lo cual les impediría desarrollar complejas técnicas y, menos aún, dedicarse a crear instituciones muy elaboradas. Las pocas instituciones que los autores reconocen a estas sociedades son fruto de los temores y amenazas originadas en el medio y duplicados en for­ma fantasmal en sus mitologías y rituales, así como estrategias para limitar el cre­cimiento de la población, caso del infanticidio y la brujería.

Las sociedades andinas serían el reverso de la medalla de estas socieda­des silvícolas. El medio abundante en recursos (suelos fértiles para una agri­cultura intensiva, variedad de productos debidos a la diversidad de pisos térmicos) facilitó el crecimiento de la población, la disponibilidad de tiem­po para la búsqueda e invención de complejas tecnologías y, además, generó la necesidad de sistemas sociales y políticos tan complejos como el Estado, para resolver el problema de la administración de los recursos en el marco de una gran densidad demográfica nucleada. Las otras sociedades se ubica­rían cerca del uno o del otro, dependiendo de su ubicación geográfica, su ac­ceso y manejo de recursos, su capacidad de integrar préstamos tecnológicos e incluso de su habilidad para reconocer territorios amplios y organizarse den­tro de ellos, optimizando su acceso y adaptación al medio.

El producto final del trabajo de laboratorio de Steward y Faron es una teoría evolucionista que se apoya en el difusionismo para proporcionar explicaciones sobre el carácter de las sociedades en transición o de las que se hallan en el centro del eje evolutivo.

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¿ Q U I É N E S SON LOS INGA Y LOS K A M S Á ?

¿DE D Ó N D E P R O V I E N E N ?

Los inga y kamsá1, ubicados en un valle a 2.200 metros sobre el nivel del mar, en un corredor andes-selva sobre el costado oriental de los andes colom­bianos, constituían un problema de difícil resolución -no planteado por Steward y Faron- puesto que compartían el mismo territorio y tenían algunas instituciones de base semejantes, pero hablaban dos lenguas completamente di­ferentes: el kamsá, aún no satisfactoriamente clasificado, y dos dialectos quechuas. ¿Cómo habría llegado a producirse esta complementariedad cultu­ral? ¿Por qué pasó inadvertida a los ojos de los investigadores de esta época?

La respuesta a la última pregunta se encuentra parcialmente en la ju­ventud de la propia antropología colombiana, que inició su marcha sólo en los años cuarenta, razón por la cual todos los campos estaban abiertos para entonces. Al mismo tiempo, hay ausencia de una política internacional para contextualizar las prioridades en el campo de la etnografía, la etnohistoria y la arqueología. El suroccidente colombiano permanece mudo y constituye un black hole en relación con las investigaciones realizadas en Perú y Ecuador, he incluso en las selvas amazónicas de Colombia y Venezuela. Otra razón fue el 'espejismo' cultural generado por las obras arquitectónicas dejadas por los incas, las cuales atraían toda la atención de los arqueólogos y estudiosos que todavía seguían viendo a las sociedades Estado como el máximo grado de de­sarrollo para las sociedades indígenas americanas.

Aunque la extensión del dominio imperial de los incas ha sido objeto de gran cantidad de investigaciones etnohistóricas y arqueológicas, sólo Murra (1975) problematiza de manera adecuada las relaciones que los incas establecieron con el medio, y descubre, al mismo tiempo, cómo articularon al imperio las socieda­des y sus respectivos controles sobre el medio.

Murra encuentra que la característica fundamental de la adaptación a los va­riados pisos térmicos de los Andes está determinada por el manejo microverti-cal de los recursos. Esto quiere decir que en cada piso térmico existen enclaves culturales especializados que se dedican a la explotación de los recursos allí dis­ponibles. Las relaciones entre los diferentes enclaves son de complementariedad comercial y simbólica, lo cual constituye la columna vertebral del imperio y la dinámica fundamental de su historia y modos de expansión.

1 kaméntsa, caméntsa, kamsa o kamsá. Adoptamos aquí 'kamsá'. A su vez, los inga son reconocidos como inganos. En la literatura más antigua la referencia a los kamsá aparece como sibundoy.

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Murra también descubre que el modo de expansión del imperio obedece a estas reglas de adaptación y control de los recursos. Las múltiples etnias derrotadas por la expansión militar fueron insertadas a la estructura social, política y reli­giosa dei imperio, siguiendo ia lógica de la microverticaiiuad, pero adicionando sistemas de control especializados en los puntos de estas microverticalidades don­de la estrategia militar, la estrategia comercial y las alianzas políticas lo permitie­ran o lo necesitaran. A esta construcción de control se le denominó 'archipiélago' y su principal característica era ser un locus multiétnico, militarmente fortifica­do y multiespecializado desde el punto de vista de la división del trabajo, donde se encontraban yanaconas, mitimaes y chasquis.

El impacto del peso del imperio incaico se dejó sentir en los estudios antro­pológicos colombianos, hasta el punto que Juajibioy, investigador del área suroc-cidental, declara sin ambages que los grupos quechua habitantes del suroccidente de Colombia son colonias mitimaes, avanzadas militares de los incas que pene­traron el suroccidente de Colombia en el momento de la llegada de los españoles.

Extrapolando la teoría de Juajibioy, la presencia de quechua-hablantes se de­bía también a una necesidad histórica creada por el avance de la conquista española sobre territorio colombiano, por las huestes dirigidas por Sebastián de Belalcázar.

Por otra parte, Chávez afirma que los inga provinieron de las selvas perua­nas y entraron en Colombia por el río San Miguel (citado por Arocha, 1985:156).

Estas afirmaciones eran virtualmente neutras puesto que no había excava­ciones arqueológicas ni estudios etnohistóricos suficientes para demostrar si eran ciertas o no, tanto del lado de Ecuador como de Colombia. Las teorías de Juajibioy y Chávez 'resolvían' el problema de la presencia de los hablantes de quechua en nuestro territorio, pero no el origen de los kamsá. Tampoco acla­raban la complementariedad cultural entre inga y kamsá.

Lathrap (1970) ha revelado la existencia de muy antiguos circuitos de in­tercambio en la Amazonia, que conectaban Ucayali al Cuzco y el centro del Amazonas al río Negro. Esta afirmación pone frente a una nueva imagen de las comunidades de selva tropical húmeda. En primera instancia, aparecen conec­tadas entre sí con fines comerciales, y así aparecen conectadas con los Andes, lo cual sitúa el problema que se viene tratando en una nueva dimensión: las dinámicas regionales y los complejos culturales.

La necesidad de llegar a un marco amplio de contexto también la han sen­tido investigadores de poblaciones indígenas del piedemonte ecuatoriano:

... por razones que tienen que ver a la vez con el estado de los conocimientos so­

bre la historia amazónica, con las características de la documentación sobre el

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¿ Q U I É N E S SON LOS I N G A Y LOS KAMSÁ?

¿DE D Ó N D E P R O V I E N E N ?

pasado de las sociedades jíbaro, así como la naturaleza singular de la relación

que estas etnias mantienen con la historicidad, me he visto obligada, en mi in­

tento de reconstruir la historia jíbaro, a adoptar una aproximación macro-re-

gional o macro-étnica desbordando así ampliamente las fronteras de la unidad

considerada, como modo de despejar las variaciones significativas, las dinámi­

cas particulares, indistinguibles desde una perspectiva monográfica (...). El re­

sultado es un objeto paradójico en ciertos sentidos, a saber una totalidad -el

conjunto de las culturas del piedemonte oriental- percibida desde el ángulo de

sus relaciones con uno solo de sus elementos, el bloque jíbaro (Taylor, 1988:15).

Esto implica, para el caso de la autora, localizar e identificar culturalmente las poblaciones que rodean a los jíbaro y reconstruir las interrelaciones del conjunto.

Si bien estas observaciones conservan su validez para las poblaciones objeto de este ensayo, la especificidad de contar con una complementariedad sociocultural entre dos etnias que ocupan los mismos territorios, agrega otros niveles de complejidad. Antes de continuar, se deben comprender pri­mero las características generales del paisaje regional con el fin de formar­se un cuadro de los recursos disponibles y entender las estrategias que las distintas poblaciones pondrían en juego para su apropiación, fundamen­tando esa relación complementaria.

El paisaje regional El territorio de interés se halla en el suroccidente colombiano entre 0" 30'

y 2° 00' de latitud norte y 76° 00' y 77° 30' de longitud occidental aproximada­mente. Como se podrá apreciar más adelante, las relaciones allí construidas des­conocen las fronteras político-administrativas vigentes.

Un corte transversal de la cordillera muestra que en 250 kilómetros se cuen­ta con una franja costera sobre el Océano Pacífico (de unos 100 km) y una zona andina accidentada que desciende hacia las tierras bajas de la cuenca amazónica, las que proporcionan una amplia variedad de zonas ecológicas, desde los man­glares a nivel del mar o las selvas de las tierras bajas hasta los páramos sobre 4.000 msnm.

La zona montañosa andina proviene de Ecuador, donde se estrecha, a ve­ces hasta menos de 150 km, como dos ramales que se funden en el Nudo de los Pastos, de donde surgen las cordilleras Occidental y Centrooriental. Esta últi­ma, a la altura del Macizo Colombiano o Nudo de las Papas, se divide en la Cordillera Central y la Cordillera Oriental. Las cuencas hidrográficas son las

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protagonistas de estas divisiones. Mientras en los páramos andinos, al lado de los volcanes, se generan los grandes ríos que van a marcar estas divisio­nes, por las cuencas que forman los cursos de sus aguas y afluentes se viaja a través de una inmensa variedad de zonas ecológicas resultantes de la varia­ción en cuanto a altura sobre el nivel del mar: la zona costera, las planicies andinas, los valles interandinos, el piedemonte o las tierras bajas, etc., en las cuales inciden condiciones específicas de pluviosidad, humedad y caracterís­ticas pedológicas, de fauna y flora.

Como consecuencia, en cuestión de horas o de pocos días se puede tener acceso a pie a estas diferentes ecologías. En las tierras bajas amazónicas los ríos, una vez pasados los rápidos y torrentes del piedemonte, se convierten en vías de comunicación de vital importancia.

Para delimitar con mayor precisión el área marco de las actividades de los inga y kamsá de la época de la conquista, es necesario remitirse a las divisiones que en ese momento percibieron los conquistadores y los españoles que inter­vinieron en la regulación de la actividad colonizadora de esta región.

Los españoles delimitaron lo que podría corresponder a la parte de un área cultural, la zona de los quillacinga (ver mapa 1), cuyo límite occidental es el río Guáitara y el oriental, las montañas orientales que rodean al Valle de Si­bundoy. Al norte habría alcanzado el río Mayo, al suroccidente el río Guáitara y al suroriente las montañas que bordean el sur del Valle de Sibundoy.

En la zona andina es pertinente ubicar los ríos cuyas cuencas fueron utili­zadas por las poblaciones prehispánicas quillacinga y quechua-hablantes que habitaban el suroccidente colombiano: los ríos Guáitara, Juanambú y Mayo al occidente del territorio; al oriente, la laguna de La Cocha y los ríos Putumayo y Caquetá en sus cursos alto y medio. El conjunto resultante se acerca a lo que los españoles denominaron acertadamente "una tierra muy doblada", con ríos encajonados, valles pequeños o terrazas, colinas, volcanes y páramos, con diver­sidad de climas, humedad, lluviosidad, suelos, así como de flora y fauna.

Los asentamientos encontrados Recientes trabajos etnohistóricos han permitido definir las siguientes zonas

geográficas en relación con los asentamientos encontrados y descritos por los es­pañoles: el Valle de Sibundoy, la montaña, el camino de Quito, el Valle de Atriz, el camino a Almaguer y popayán, y el distrito de Almaguer al sur del río Mayo.

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\'' ¿ Q U I E N E S SON LOS I N G A Y LOS KAMSA

¿DE D Ó N D E P R O V I E N E N ?

Mapa 1

PROVINCIAS DE LOS QUILLACINGAS 1535

El Valle de Sibundoy De particular interés es el Valle de Sibundoy, ya que en él habita hoy en

día, prácticamente toda la población kamsá y alrededor de una tercera parte de la inga. Está ubicado en la vertiente oriental de la cordillera, en un valle co­rredor entre andes-selva donde nace el río Putumayo, que se extiende entre 1" 07' y 1° 12' latitud norte y 76° 53' y 77" 00' longitud occidental. Sus límites na­turales son la cordillera de Portachuelo, al suroccidente, y los cerros Cascabel,

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los volcanes Bordoncillo y Patascoy, al nororiente. Las alturas que lo rodean os­cilan entre 600 y 1.300 metros sobre la parte plana.

Tiene un clima frío y húmedo, correspondiente al 'bosque muy húmedo montano bajo', según la clasificación de L. R. Holdridge. Según registros del Himat (Bello, 1987), presenta una precipitación promedio multianual de 1.578 mm frente a una capacidad evaporante de la atmósfera de 500 mm/año. La humedad relati­va promedio multianual es de 83%. El 44% de la precipitación cae en el período de mayo a agosto y la estación más seca es de noviembre a febrero. La temperatu­ra tiene una media anual de 16.2°C, valores máximos de 31"C y mínimos absolu­tos de 0.6"C. En el período de noviembre y diciembre se presentan las temperaturas más altas; en septiembre, las más bajas. No se presentan heladas (Bello, 1987:15).

El valle constituye una elipse de aproximadamente 52.500 hectáreas dis­tribuidas en tres zonas: a) Zona alta montañosa: entre los 2.800 y 3.300 msnm, con temperaturas muy bajas, tiene una extensión de 25.000 hectáreas, poblada de bosques; b) Zona intermedia: entre los 2.200 y 2.800 msnm, tiene 19.000 hec­táreas con bosques naturales; c) Zona del valle: 8.500 hectáreas, planas a cón­cavas, con pendiente de 1% en promedio, ubicadas a 2.000 msnm. Presenta suelos de origen lacustre (el 65% de esta zona, valores altos de capacidad de intercambio catiónico, contenidos medios de magnesio, fósforo, sulfates peli­grosos sin drenaje, susceptibles de procesos irreversibles de asentamiento), alu­vial, coluvial y coluvia-aluvial. Antes de las obras de desecación, realizadas en el siglo xx, presentaba una amplia zona de inundación y pantanos por sus carac­terísticas hidrográficas.

El valle forma parte de la hoya del río Putumayo desde su nacimiento en el cerro Tortuga, en las estribaciones de la cordillera de Portachuelo, hasta su salida por la garganta de Balsayaco formada al occidente por el cañón del vol­cán Patascoy y, al oriente, por las zonas montañosas del Portachuelo.

Las microcuencas de la hoya del río Putumayo entran en el valle en forma de ríos, quebradas y arroyos que se originan en las altas pendientes que rodean el valle, y hacia el que anualmente arrastran altas cantidades de sedimentos. Los ríos San Pedro, Quinchoa, San Francisco, Tamauca y Vichoy se cuentan entre los principales afluentes, siendo los dos primeros, juntos con el Putumayo, los ejes principales de drenaje del valle. Sin embargo, la escasa capacidad de sus cauces para conducir los aportes de agua y sedimentos facilita la inundación de grandes extensiones.

Desde mediados del pasado siglo se construyó un distrito de riego que per­mite controlar la cuenca del valle (Bello, 1987).

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La montaña (pueblos de La Laguna y Patascoy)

Se extiende entre 1.10° N 77.10" W y N 77.05" W, a una altura de 3.000 a 4.000 msnm. Es una zona de páramo y bosques fríos. Aquí se encuentra la la­guna de La Cocha.

Camino de Quito

Ubicado entre 1.13" latitud norte, 77.17° longitud occidental y 1.13" latitud norte, 77.27° longitud occidental, con alturas comprendidas entre 2.000 y 3.000 msnm. Clima frío. Al oeste está bordeado por el río Guáitara y su territorio es cruzado en dirección este-oeste por afluentes del mismo.

Valle de Atriz

Localizado entre 1.13° latitud norte, 77.17° longitud occidental y 1 ° latitud norte, 77" longitud occidental, a una altura de 2.500 msnm, rodeado de mon­tañas que se elevan entre 500 y 1.000 metros sobre la planicie del valle, entre las cuales está el volcán Galeras. Del extremo noroccidental se desprende el río Pasto, apreciado desde la colonia por su potencial agrícola.

Camino a Almaguer y Popayán

Ubicado entre 1.23° latitud norte, 77.09° longitud occidental y 1.35" latitud nor­te, 76.58° longitud occidental, con alturas que varían entre 1.000 y 2.000 msnm. Cli­ma templado, pero variado. Bordeado al oeste por el río Guáitara, es atravesado por los ríos Pasto y su afluente el Juanambú; el primero desemboca en el río Patía.

Distrito de Almaguer al sur del río Mayo Valle ubicado en 1.35" latitud norte, 76.58" longitud occidental a 1.000

msnm; de clima cálido, su límite norte lo constituye el río Mayo, que desem­boca en el río Patía.

Recursos naturales Las descripciones de las características de las zonas diferentes al Valle de Si­

bundoy son pobres debido a que no hay una reconstrucción de lo que pudieron ser a la llegada de los españoles, en parte, por la escasez de anotaciones encontradas al respecto y principalmente por las modificaciones producidas por el impacto de la sobreutilización de los recursos de fauna, flora, suelos y aguas durante la colonia y la república, lo cual dificulta aún más el proceso de reconstrucción.

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M U N D O S EN RED.

LA C U L T U R A P O P U L A R F R E N T E A LOS RETOS DEL S I G L O XXI

Los bosques originales son el recurso más importante (junto con el agua, el más devastado actualmente). Ocupaban las dos zonas superiores del Valle de Sibundoy, correspondientes a las laderas, con una extensión de 44.000 hectáreas y buena parte de la parte plana, lo cual hizo exclamar a un misionero francés en 1895: "Es maravillosa la vista de las selvas y del alto valle en donde nace el Putumayo" (Thomson, 1913:24). Poco destacaron los españoles los recursos de estos bosques en las diferentes zonas del área quillacinga. Como es comprensible, enfatizaban en los productos agrícolas y su variedad de acuerdo con las condi­ciones climáticas al identificar, desde su perspectiva, aquellos potencialmente tributables (más adelante se verán tablas de tributaciones).

Los recursos naturales de flora y fauna de los bosques son poco conocidos. En las poblaciones indígenas los mayores o ancianos conocen y usan ocasio­nalmente plantas y animales originarios de estos bosques, donde aún subsisten. Su utilización ha disminuido, ya sea por su desaparición progresiva (Bristol, 1965:23; Silvestre Chindoy, 1989) o su creciente inaccesibilidad, sin contar con los cambios socioculturales que hacen estos conocimientos inútiles a los ojos de las nuevas generaciones. Igual sucede con la pesca, de la cual hay informa­ción de su práctica anterior (Bristol, 1965:23; Silvestre Chindoy, 1989) pero que actualmente es muy ocasional.

Desde antes de la conquista se explotaban recursos mineros, especialmente oro, presente tanto en el Valle de Sibundoy como en las zonas andinas, al occi­dente del territorio descrito.

Las zonas vecinas Al norte, la bien llamada 'estrella fluvial de Colombia', en el Macizo, es cruce

de los caminos del valle del Magdalena y del valle del Cauca, que siguen hacia el norte bordeando el oriente y occidente de la cordillera central, respectiva­mente; así mismo, del Caquetá y el Putumayo, cuyos cursos se dirigen al orien­te hasta desembocar en el río Amazonas; del río Patía, que atraviesa montañas hasta regar sus aguas en el Océano Pacífico. Además, por esa zona cruza el ca­mino que viene de Quito y Pasto hacia el norte.

Al sur, en Ecuador, se encuentra el valle del río Chota-Mira, otra vía de co­municación Andes-selva. Su accidente más relevante, en cuanto a este aspecto, es el valle interandino situado entre los ríos Mataquí, por el oriente, y el Ambí, por el occidente.

Al occidente, desde la margen occidental del río Guáitara, se encuentra la altiplanicie nariñense con su característica topográfica accidentada, cuya sali-

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da hacia el Pacífico son los ríos Patía y Mira. Al noroccidente hay facilidades de explotación de sal y oro.

Al oriente está el piedemonte, con elevaciones que oscilan entre 400 y 1.000 msnm, se caracteriza por terrazas, colinas y serranías atravesadas por los ríos San Miguel y Guamués, afluentes del Putumayo y el río Orteguaza, afluente del Caquetá. Estos ríos nacen todos en la cordillera de los Andes; sus aguas son ricas en material aluvial que depositan en las planicies de inundación. El piedemonte presenta una temperatura de 26"C en promedio, una lluviosidad constante entre 3.000 y 5.000 mm anuales, y una alta humedad relativa mayor de 60%. En algu­nas zonas se encontraba oro de aluvión.

Las tierras bajas de la Amazonia, con alturas hasta de 200 msnm, irrigadas por los ríos ricos en material aluvial, alta pluviosidad y humedad relativa, dis­ponen de una amplia diversidad biológica, tanto en fauna como en flora. De par­ticular importancia son los puntos en los que se acercan las hoyas de los ríos Ñapo y Putumayo, a través de sus afluentes el Aguarico y el San Miguel, respectivamente.

La zona quillacinga concentra diversas ecologías en un área no muy extensa y está ubicada en una región crítica en cuanto a facilidades de comunicación entre Andes y selva. Con la llegada de los españoles se transformaron las formas de rela­ción que las poblaciones prehispánicas habían establecido con el paisaje de la región, lo que afectó la diversidad climática, topográfica, pedológica, botánica y zoológica. El impacto del conflicto entre poblaciones con concepciones y estrategias encon­tradas respecto a sus relaciones con los recursos ha dejado importantes huellas en este paisaje, específicamente en el Valle de Sibundoy, lo cual afecta la vida de los ac­tuales habitantes y, en últimas, las condiciones para la generación de bienestar.

La región prehispánica En este paisaje tan diverso, los ancestros de los actuales inga y kamsá del Va­

lle de Sibundoy construyeron las relaciones que en la época prehispánica los ha­cían partícipes de un proyecto comunitario que involucraba comunidades selváticas y andinas. La información proporcionada por las fuentes escritas del siglo xvi permite circunscribir la zona quillacinga como la principal área de asen­tamiento de estas etnias, aunque para el caso de los quechua-hablantes podría ser mayor debido a su dinámica cultural. Este nombre, Quillacinga, según Romoli (1962), fue inicialmente un término genérico, que, a la vez que facilitaba a los es­pañoles englobar 'los pueblos' o tribus del norte del Ecuador, se extendió para cubrir 'los pueblos' del sur de Colombia situados al norte del río Santiago, límite de la gobernación de Perú, con propósitos de sustentar derechos de conquista.

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Podría provenir de un término despectivo con el cual los quechua-hablantes del imperio inca designaban aquellos pueblos del oriente ecuatoriano que se resis­tían a la conquista y a los cuales se consideraba "perezosos". También se llama­ban así las narigueras metálicas utilizadas por los hombres de estos grupos.

Indicios lingüísticos y heterogeneidad regional Quillacinga denota también la lengua que predominaba en esa zona.

Romoli y otros autores aceptan la propuesta de Castellvi (1958), para quien el actual kamsá fue el idioma de los quillacinga. Esta hipótesis es refrendada por Hooykas (1976), quien encontró que toponímicos presentes en esta zona tenían sentido en el kamsá, lo que apoya las afirmaciones hechas por Sañudo en cuanto a toponímicos y apellidos indígenas de Pasto. Respecto de los primeros:

... es muy posible que los quillacingas hablaran el idioma kamsá que aún se habla

en Sibundoy, porque en la toponimia de la comarca que habitaron hay varios lu­

gares cuyo significado se halla en él, como Tangua, Buesaco, Tamajo Matabajpoy,

Doña Juana, etc. que significa viejo, pájaro que canta al filo del alba, sementera de

sal, sierra-camino y sin soplo, respectivamente, en la forma de Tanguao (así se de­

cía primero), Buiseco,TamajajoyyMatabiajoy... (Sañudo, 1938:5-6).

Además, von Buchwald (1919:211) lo relaciona con el desaparecido Mocoa del piedemonte oriental en virtud de la similitud de una lista de palabras mocoas registradas en el kamsá. Después del estudio de Romoli, se anota la presencia de otras lenguas en la zona, en particular los quillacinga de La Cruz, ladinos en "la lengua de Cusco", según registraron los cronistas y visitadores aún antes de su lle­gada. Los pueblos de la montaña (o de La Laguna y Patascoy cerca a la laguna de La Cocha) fueron considerados una unidad, como se infiere por el tratamiento diferencial que recibieron de los encargados de las visitas, aunque no se expliciten otras diferencias que las económicas. La presencia de quillacingas, quechua-hablantes y poblaciones como las de la montaña da variedad a los asentamientos ubicados en el territorio quillacinga.

El carácter heterogéneo del poblamiento por fuera del territorio quillacinga también es constante. Al oriente del antiguo Distrito de Almaguer habitaban los papallata, cuyo idioma era el haxa. Curiosamente, un yanacona era intér­prete de ellos para los españoles. Algunos de la provincia de Guachicono, al nor­te del territorio quillacinga, hablaban "la lengua de Quito".

Entre la ciudad de Almaguer y Papallata, sobre la quebrada del actual río Caquiona, vivían los cacaoña, caracterizados por sus viviendas con palizadas,

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únicas en la zona. Sobre el alto Caquetá los conquistadores hablan de Yscancé, toponímico quechua que nombra una planta medicinal, poblado según Ramírez (1991) por quechua-hablantes y sólo aparecen las visitas después de ser so­metidos. Estas diferencias, entre otras, indican la coexistencia de una diversi­dad de etnias entre los pobladores del área.

El territorio quillacinga, accidentado y quebrado, disponía de múltiples mi-croclimas, con casas (o familias) "desperdigadas por valles y lomas". En el bajo río Mayo, habitaban los "calientes" de Mamendoy, caracterizados también por tener minas de oro y cultivos de algodón; en el páramo, los de la "laguna", que tributarían madera y subproductos porque la altura impedía cultivos de maíz; en el lluvioso y húmedo Valle de Sibundoy, los kamsá y, con una alta probabili­dad, quechua-hablantes, productores de maíz y oro.

Una primera visión muestra a los quillacinga como agricultores (cosecha­ban maíz, coca, algodón), cazadores (saínos, pavos de monte y posiblemente ve­nados y caza menor), recolectores de maderas, fibras, látex, colorantes, cera y en general casi todos los materiales necesarios al artesano, plantas medicinales de toda especie, frutas y miel; con cierto grado de estratificación ya que contaban con jefaturas (caciques supremos, caciques vasallos, principales, etc.), tributación antes de la conquista, tumbas elaboradas y entierros complejos para los 'caciques'; eran poco agresivos u hostiles según el parecer de los españoles o fácilmente do­minados por éstos; mantenían entre ellos relaciones nulas de trato o contrato (Va­lle de Sibundoy) o algo de amistad o intercambio (quillacinga camino a Quito). Sin embargo, la situación se vuelve más compleja a medida que aparecen más es­tudios arqueológicos y etnohistóricos y se relacionan con los hallazgos etnográficos de la región durante el siglo xx.

Bajo la regionalización establecida por los españoles para las reparticio­nes, se encontraba un conjunto heterogéneo de grupos étnicos o pueblos diver­sos cuyas interacciones apenas se están develando. La provincia quillacinga fue subdividida, como se observa en el mapa 1: los quillacinga camino a Quito, los quillacinga del Valle de Atriz, los quillacinga camino a Popayán, los quillacinga camino a Almaguer, los quillacinga del Distrito de Almaguer y los quillacinga de la montaña (La Laguna y Valle de Sibundoy). Una variedad de pueblos (etnias) los rodeaba. Al norte la provincia de Guachicono, en las hoyas de los ríos Guachicono, Pansitará y San lorge (diferenciándose los calientes de Guachicono y los pansitará de las hoyas de San Jorge), los de Papallacta en las comarcas de la Loma de los Humos y el páramo y valle de las Papas; al oriente los del pueblo de Iscancé, posibles quechua-hablantes; en el alto Caquetá, los mocoa del piedemonte

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andino (¿quillacingas?), además de grupos tukano occidentales del alto Putumayo que habitan también por el sur en las cuencas de los ríos Caquetá, San Miguel y Guamués (cofán, sucumbios, siona). Al suroccidente y occidente los pasto, del altiplano nariñense; al noroccidente los chapancica, habitantes de la hoya del río San Pablo, vecinos de los abad y los masteles, tribus seminómadas, guerreras y belicosas, poseedoras de sal y oro.

Un corredor Andes-selva al sur del Valle de Sibundoy La tendencia actual es reconstruir las vastas regiones conformadas por la arti­

culación que esas poblaciones hacían de sus diferencias. La reconstrucción que Uribe (1985-1986) hace de las relaciones de los pasto, grupo andino del norte del Ecuador y el suroccidente de Colombia, con sus vecinos (entre los cuales están, al nororiente, los quillacinga), muestra que a partir de una apropiación por microverticalidades, esos grupos conforman una organización de "cacicazgos" que les permite colonizar varios pisos térmicos a la vez, entre los cuales se desplazan a lo largo del año. Esto arroja luces sobre las organizaciones que podrían haber existido en el área quillacinga.

En sus relaciones con etnias fronterizas, cuya organización variaba desde "nómades" hasta el imperio incaico, los pastos enviaban grupos propios a residir permanentemente, tal es el caso de pastos entre los abad en el poblado limítrofe de Ancuyá (Salomón 1980:310), al norte de su territorio, y de pastos en el valle del río Chota-Mira, al sur del Valle de Sibundoy, en los Andes ecuatorianos: "ochenta indios pastos que son como naturales: estos son camoyes, que dicen, que son como mayordomos de los dueños de las rozas de coca y estánse con es­tos naturales porque les dan tierra en qué sembrar; y así están como naturales" (Borja, 1965:21 citado por Uribe, 1985-1986).

Tan vital era la consecución de coca que los pastos cultivarían que "por ella les traen a sus casas todo lo que les han menester, ansí de comer y vestir como para pagar sus tributos" (Borja, 1965:21 citado por Uribe, 1985-1986).

Pese a la referencia que los conquistadores hacen de los habitantes del Va­lle de Sibundoy como gente "sin trato ni contrato con sus vecinos", otra perspec­tiva surge al ubicar este valle en el contexto de las relaciones con el territorio quillacinga y de las relaciones andes-selva, que ya han sido documentadas, al sur y el norte de este territorio del Valle de Sibundoy. Tal es el caso, respecti­vamente, del valle del río Chota-Mira y del Macizo Colombiano, la posible ruta de entrada de la coca a los Andes desde la selva. Se podrán así tener elementos fallantes por la carencia de suficientes estudios arqueológicos del Valle de Si-

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bundoy y de fuentes etnohistóricas más precisas, sobre las organizaciones inter­étnicas prehispánicas que incluían a este valle y sus habitantes.

Desde una perspectiva macro es más fácil visualizar la problemática del po­blamiento del Valle de Sibundoy. Se había enunciado que los quillacinga cu­brían una amplia variedad de ecologías que ocuparían desde el piedemonte hasta el valle andino de Atriz y las tierras calientes del distrito de Almaguer, pasando por el páramo; desde el piedemonte, si se acepta que los mocoas son de la misma pertenencia que los kamsá, de acuerdo con la relación lingüística establecida, o se tiene en cuenta que los pobladores del piedemonte buscaron la ayuda de los habitantes del valle cuando intentaron sublevarse (según Bonilla, 1969) y que mu­jeres del valle se casaban con indígenas de la zona de Mocoa, donde iban a vivir. Incluso se tiene noticias de personas raptadas por los charguayes -subdivisión de los andaquí del Valle de Mocoa (Seijas, 1969:73)-, lo cual recuerda los raptos de mujeres entre las poblaciones de la Amazonia, de los que se tiene noticia etnográficamente. Aunque los grupos de indígenas habitantes en el piedemonte no fueran de la misma etnia que los quillacinga, indudablemente existían rela­ciones de intercambio con éstos, cuyas dimensiones trascendían el intercambio registrado por los españoles, lo cual permitía acceder a los recursos disponibles en esa ecología.

La especialización de la producción de los diferentes asentamientos qui­llacinga se puede inferir de las primeras tributaciones que impusieron los es­pañoles, una vez hechas las reparticiones a finales del siglo xvi. Aunque éstas se basaban en la producción de los diferentes grupos, se fundamentaban en la percepción de riqueza que se hacían los españoles y desconocían las valoracio­nes propias de las poblaciones nativas.

Las principales divisiones productoras en el interior del territorio quillacinga podrían establecerse así: Valle de Atriz (productos agropecuarios de clima frío); Valle de Sibundoy (productos agropecuarios de clima frío pero "abundante de todo género de comida y ricos de oro" [ Simancas ]); camino a Almaguer y Popa­yán (productos agropecuarios de tierra caliente y oro); camino de Quito (culti­vos de clima frío, papa); la montaña (proveían de y trabajaban en madera) y el Distrito de Almaguer (productos agropecuarios, gran variedad de frutas y legumbres, además de oro [Zajec, 1990:39-45]).

Las redes comerciales existentes entre estas divisiones se han inferido de las redes que sostenían el comercio de productos que interesaban a los espa­ñoles. Como se puede apreciar en la descripción que hace Santa Gertrudis, los habitantes del Valle de Sibundoy intercambiaban, además del oro, plantas me-

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dicinales (caso del espingo, no identificado) con poblaciones del piedemonte y de Pasto, lo cual surgía más del interés nativo que del español:

De Mocoa a mano derecha hay un camino por aquella serranía toda de monte y

en cuatro días se sale a un pueblo de indios llamados sibundoves... estos indios

son los que bajan a nuestra misión y a van a Condagua a coger la fruta del barniz

como llevo apuntado y lo sacan a Pasto que dista cuatro días de Sibundoy... Los

indios de (Mocoa) a la margen (del río Cascabel) catean mucho oro que él trae de

las minas de arriba y con ello los indios sibundoyes les traen herramientas, ropa,

carney hacia de San Juan de Pasto (fray Juan de Santa Gertrudis, 1970:233-234).

El carácter de corredor se ve reforzado aún más por referencias etnohistóri-cas (citadas por Salomón, 1983; Seijas, 1969; Taussig, 1980 y 1987; Ramírez, 1989) y etnográficas (Bristol, 1965; Seijas, 1969; Taussig, 1980; Ramírez y Pinzón, 1986; informantes) que hacen alusión a redes de intercambio más amplias. Según és­tas, el Valle de Sibundoy constituyó, antes de la conquista, durante la colonia y la república, una activa ruta de comercio entre Pasto y Mocoa, en ambas direccio­nes, siendo constante el transporte de plantas medicinales y rituales, y variable el de otros productos, según el interés de la sociedad mayor (quina, coca, contra­bando, etc.). Por tanto, se trataría de un corredor que facilitaría el intercambio de bienes ceremoniales y no ceremoniales.

Muy posiblemente, las exigencias de la tributación en especie estimularon los intercambios intrarregionales ya existentes. Como si fuera poco, los indíge­nas del Valle de Sibundoy eran muy estimados como portadores o cargadores, lo cual originó pleitos contra encomenderos acusados de abusar del trabajo de sus encomendados (Córdoba, 1982). Los cargadores transportaban productos y per­sonas entre el piedemonte y Pasto, lo cual continuaron haciendo incluso hasta entrado el siglo xx.

Así mismo, en los censos del siglo xvm aparecen, además, matrimonios en­tre indígenas del Valle de Sibundoy e indígenas de Nariño, así como alianzas ma­trimoniales entre grupos del piedemonte y del Valle de Sibundoy (Friede, 1953).

Ampliando este espectro de interacciones de los quillacinga con las etnias vecinas de los Andes, no es de despreciar la idea de la presencia de mindalaes pastos en territorio quillacinga, lo cual es coherente con los hallazgos de Groot, Correa et al. (1976). Estas investigadoras encontraron, en excavaciones reali­zadas en el occidente de la zona quillacinga, no una unidad arqueológica sino una "superposición de culturas" que coincidía con "un recubrimiento de ca­pas lingüísticas", ya que encontraron toponímicos que corresponden al quechua

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;DE DÓNDE PROVIENEN?

nativo, al pasto y al sindagua. Quedaría así, según las autoras, abierta la pers­pectiva de una diversidad de etnias y, por tanto, de diversas inmigraciones. Pero si se extrapola a Uribe, cobra fuerza la posibilidad de complejos intercambios entre vecinos que incluyen mindalaes pastos (Uribe 1985-1986: 32-33) en te­rritorios quillacinga, como lo podría sugerir la presencia de "asentamientos pas­tos (cerámica fase Tuzal), en Pasot, Consacá y Buesaco entre otros", poblados situados en la margen oriental del río Guáitara (Uribe, 1985-1986:9).

En efecto, con base en hallazgos arqueológicos y etnohistóricos, Uribe ade­lantó la descripción del corredor del valle de Chota, a través del cual se rela­cionaban las zonas de los pasto, cofán y sucumbíos. En él se encontró cerámica Cosanga, la cual proviene de la región cultural y ecológica del piedemonte de la cordillera oriental ecuatoriana. Esta última zona podría formar parte de un área cultural más amplia, ya que los hallazgos de la cerámica corrugada, de im­presión digital, se han realizado tanto en la hoya del río Guamués, afluente supe­rior del Caquetá, como en el oriente ecuatoriano, coincidente con la fase Pastaza (Uribe, 1980:271). En esta zona se presenta el máximo acercamiento entre las hoyas del río Ñapo y del río Putumayo, a través de sus respectivos afluentes. Allí se hablan cinco lenguajes (macaguaje, siona, coreguaje, tukano occidenta­les y cofán), clasificación no bien definida (Uribe 1985-1986:20). Con grupos de estas mismas lenguas y en la misma zona, los actuales indígenas del Valle de Sibundoy han mantenido y mantienen relaciones comerciales y chamánicas (Langdon, 1991; Pinzón, 1988; Taussig, 1980).

Etnohistóricamente, existen referencias sobre cómo los pastos recurrían a chamanes de los grupos del piedemonte para hacerse tratar, porque los consi­deraban más poderosos: "... son estos indios tenidos por grandes hechiceros y así dicen estos naturales de estos pueblos que si no les compran lo que traen a vender que los hechizan de suerte de dello vienen a morir" (Borja, 1965 citado por Uribe, 1985-1986:21).

Similares referencias aparecen en el siglo xvm con respecto a los habitantes de los Andes de Nariño, en su actitud hacia los chamanes del Valle de Sibundoy, como lo recoge Salomón (1983). Además, etnográficamente se ha establecido que el Valle de Sibundoy era y es utilizado por chamanes, curanderos y pacientes de Nariño para llegar donde los chamanes de los actuales grupos lingüísticos del piedemonte arriba mencionados, debido a la existencia de jerarquías chamánicas que situaban con mayor poder a los chamanes del piedemonte, seguidos por los del Valle de Sibundoy. El origen prehispánico de estas jerarquías marcaron muy posiblemente, las relaciones Andes-selva, que continuaron durante la colonia y

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se modificaron en el proceso, como se verá más adelante (Langdon, 1991; Pin­zón, 1988; Taussig, 1980). Por tanto, si estas relaciones existían para los pastos y se concretaban a través del corredor del valle del Chota-Mira en épocas prehis-nánicas la existencia de referencias noshisnánicas de estas mismas relaciones en el Valle de Sibundoy permiten considerar, con alto grado de probabilidad, que estas últimas tenían igualmente raíces prehispánicas.

Además de existir una organización que articula diversos pisos, por tradi­ción oral se han documentado procesos de migración hacia los Andes que po­drían ilustrar cómo se fue forjando esa organización. En el poblado de Cumbitará, en la zona de los quillacinga, entre los ríos Juanambú y Mayo, se afirma que sus fundadores fueron migrantes kamsá provenientes del Valle de Sibundoy. Otros pueblos refieren su origen a migraciones provenientes de oriente (Groot, Hooykas y Correa, 1976:54; Hooykas etal, 1991).

Corredores Andes-selva al norte del Valle de Sibundoy Si la relación Andes-selva al sur del Valle de Sibundoy fortalece el carácter

de corredor del mismo valle, al norte de éste se encuentra evidencia de migra­ciones de grupos de la selva a los Andes por lo que actualmente es la bota caucana, que complementa la comprensión de estos procesos migratorios insinuados en lo poco que se conoce sobre los kamsá.

Uribe por un lado, relaciona la cerámica enrollada corrugada y decorada digitalmente, encontrada en el río Guamués con la del complejo Sombrerillo de San Agustín. Si recordamos la anterior asociación de esta cerámica con la fase pastaza del oriente ecuatoriano, se entiende que para la autora:

Se afirma una hipótesis... acerca del importante papel desempeñado por esta re­

gión del piedemonte en la economía interandina. Creemos que esta gran faja sel­

vática que va desde el río San Miguel, en la frontera ecuatoriana hasta las cabeceras

superiores del Magdalena, pudo constituir en épocas prehispánicas una extensa

área cultural. Compuesta por diversas etnias de economía y organización social

similar y, a su vez, desempeñar el papel de un corredor selvático por donde pene­

traron a territorio colombiano grupos hablantes del quechua como los ingano y

todo un complejo de creencias y conocimiento sobre etnobotánica que caracteri­

zan a esta región (Uribe, 1980:269-271).

En el mismo sentido que Uribe, Henman (1981), para explicar el origen de un grupo establecido en la vertiente oriental de la Cordillera Central que hizo grandes tumbas pintadas con vivida decoración geométrica que recuerda

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las visiones con enteógenos selváticos (yagé), propone que podría tratarse de algo parecido a las relaciones Andes-selvas en el Perú.

Los grupos paeces, habitantes en el momento de la conquista en Tierra-dentro, podrían provenir de la selva o del piedemonte selvático en virtud de que su cultura está fuertemente asociada al complejo de la coca y habrían lle­gado allí utilizando esta vía (Rappaport, 1990b y 1987).

Por esta misma ruta, posiblemente emprendió camino fray Juan de Santa Gertrudis, pero a la inversa, llevando desde San Agustín (en los Andes, Depar­tamento del Huila) al actual Puerto Limón (río Putumayo), en nueve días, 357 cabezas de ganado y 830 ovejas, durante el siglo xvm.

Volviendo a los problemas de los orígenes Se hace necesario ampliar aquí las hipótesis sobre el origen oriental de los

pobladores indígenas del valle de Sibundoy, ya que estas rutas y comunicacio­nes comerciales o de intercambio se confunden con las de la llegada a los ac­tuales asentamientos.

Chávez (citado por Arocha, 1985), Uribe (1980), Pinzón y Ramírez (1985) han planteado la posibilidad de que inga o kamsá hayan migrado desde el orien­te al Valle de Sibundoy. Varios rasgos que se encuentran entre los actuales in­dígenas kamsá e inga lo sugieren. Su vinculación al complejo yagé, siendo este último vital en la configuración de la cosmogonía de los actuales tukano occi­dentales del noroccidente de la Amazonia, la molestia que se tomaron en adaptar plantas de origen amazónico a la ecología del valle, esenciales dentro de este complejo chamanístico, como las Cyperacea sp., el mantenimiento de redes chamanísticas cuyas jerarquías de mayor poder se encontraban entre los tukano occidentales, son elementos que requieren de una vinculación estrecha, ya que se trata de la construcción de procesos de conocimiento básicos similares, pro­cesos lentos que requieren participación activa en su producción.

Bristol (1965) propone, además, otro argumento relacionado con la adap­tación al medio, y que sugiere que estos grupos tienen origen en las tierras ba­jas: la adaptación al medio ecológico de plantas de origen selvático. Afirma también que mientras los 'colonos blancos' cultivan bien la papa en el Valle de Sibundoy, siendo el cultivo más importante en las tierras altas, es prácticamente desconocido para los kamsá (Bristol, 1965:22). Visto a la luz de lo que se está exponiendo, se podría tratar más bien de una especialización local dentro de una estrategia de apropiación por ecologías, porque los quillacinga del occi­dente tributaban con papas; luego no era un cultivo desconocido.

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Los inga de San Andrés y los ingas de Santiago, ambos habitantes actuales del Valle de Sibundoy, se reconocen diferentes. Para ambos, los de San Andrés fue­ron los últimos en llegar, posiblemente durante la colonia. Lingüísticamente se diferencian, v los de San Andrés tienen una leyenda que traza su origen desde la región de los sucumbíos, habiendo subido al valle por el río Balsayaco (Groot et al, 1976:165). Este patrón migratorio se repite en 1775 cuando 25 familias inganas salieron del Valle de Sibundoy a instalarse en el actual resguardo de Aponte, hoy en territorio del Departamento de Nariño (Vollmer, 1976). Así mismo, debe re­lacionarse con el patrón de los quechua-hablantes de todo el piedemonte andino oriental. Ya varios investigadores han caracterizado migraciones temporales o permanentes hacia y desde los Andes y a lo largo del piedemonte.

Etnográfica y etnohistóricamente se ha anotado la existencia de quechua-hablantes en el bajo Putumayo, que mantienen relaciones con los inga y kamsá del Valle de Sibundoy, y constituyen, para estos últimos, puntos de entronque con las redes de chamanes tukano occidentales del bajo Putumayo.

La relación Andes-selva ha sido objeto de crecientes estudios (Chaumeil, 1991; Taylor, 1988; Oberem, 1980) arqueológicos y etnohistóricos, apareciendo como un importante elemento, en esta interacción, los grupos quechua-hablantes, ya sean los quixo, los canelo o los yumbo, inicialmente considerados inferiores en la escala chamánica por sus vecinos del piedemonte selvático. Aunque bien puede haber cambiado el carácter de su relación con éstos, a raíz de la interven­ción de los proyectos de la conquista, la colonia y la república, son grupos cuyos asentamientos pueden estar tanto en el piedemonte como en la sierra, y cum­plen un papel activo en la articulación Andes-selva.

Para Ramírez (1991 y 1996), el problema de los quechua-hablantes hay que rastrearlo desde el origen mismo del quechua. Según Lathrap (1970:79-80), el ori­gen del quechua podría situarse entre los grupos al sur de la cuenca central del río Ucayali, en el Amazonas peruano. Ramírez anota que arqueólogos colom­bianos y ecuatorianos han relacionado la cerámica encontrada en los Andes (ve­reda Tajumbina, municipio de La Cruz, antiguo territorio de los quillacinga del Distrito de Almaguer [arqueólogo G. Cadavid] y Valle de Atriz, con fecha C14 correspondiente a los siglos xvn y XVIII [arqueólogo F. Cárdenas], con la encon­trada en el Putumayo [Uribe, 1975-1976] y con la del Ucayali [1991:20]).

Migraciones hacia el norte se habrían dado posteriormente desde el Uca­yali, principalmente por vía terrestre. Lo cierto es que en el momento de la con­quista se encuentra un buen número de poblaciones quechua-hablantes a lo largo del piedemonte peruano, ecuatoriano y colombiano: quechuas del Perú,

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quechua-canelos, yumbos, quinjos y quechua-hablantes del Putumayo-Ca-quetá. Oberem (1980) da cuenta de migraciones de los quijo hacia la Sierra (si­glo xvi) o de vuelta a la Amazonia (siglo xvn), y de "desplazamientos más temporales que definitivos hacia la región del Aguarico y San Miguel". En par­ticular los quijo, tenían estrechas relaciones económicas, políticas y matri­moniales con los panzaleo de Latucunga. Con el Panzaleo, Romoli relaciona algunos toponímicos encontrados en la zona quillacinga del Distrito de Alma­guer (1962). Para Ramírez (1991) hay, por tanto, sólo un paso para proponer que sean migraciones escalonadas del oriente ecuatoriano las que habrían origi­nado el poblamiento de quechua-hablantes en el bajo Putumayo, en el Valle de Sibundoy y en la zona quillacinga del actual Departamento de Nariño, refinando así las hipótesis planteadas por Chávez y Uribe.

Ramírez (1991 y 1996) ha contribuido a compilar la información tendiente a reconstruir los caminos efectivamente usados en el territorio quillacinga, que lo conectan con las áreas vecinas, principalmente con base en fuentes et-nohistóricas que apoyan la factibilidad de las relaciones anteriormente descri­tas. Igualmente, la clarificación de estas rutas permite consolidar cada vez más la hipótesis de que los habitantes del Valle de Sibundoy (los inga y los kamsá) llegaron desde el oriente en migraciones escalonadas (véase mapa 1).

Los caminos de dicha migración serían los que habrían tomado algunos grupos en el alto río Ñapo, especialmente el río Aguarico, pasando a los ríos San Miguel, Putumayo y Caquetá. Esta vía fue propuesta también por Chávez. Desde los asentamientos del alto Caquetá -Yscancé, Yunguillo y Condagua-, hoy habitados por quechua-hablantes, se pueden tomar varias rutas para lle­gar a San Agustín o al Valle de Sibundoy. Partiendo desde Condagua, se hacen ocho horas de camino por trocha hasta Yunguillo, de donde, atravesando el río Cascabel y también por trocha, se llega a Descance o Yscancé. En dos jornadas de ocho horas, siguiendo la hoya del Caquetá, se alcanza Santa Rosa (Departa­mento del Cauca) en la vertiente oriental de la cordillera. De aquí se pasa a San Sebastián por la hoya del Caquetá; luego se atraviesa el filo de la cordillera Cen­tral pasando por el Valle de las Papas hasta llegar a San Agustín.

Si se trata del camino que pasa por el Valle de Sibundoy, se toma el des­crito por fray Juan de Santa Gertrudis o el que corre al oriente del río San Mi­guel que atraviesa el páramo de Bordoncillo, desde donde se puede llegar al Valle de Atriz o al Valle de Sibundoy. Del Valle de Sibundoy se puede ir en 15 horas a Aponte, en Nariño, por un camino de herradura que cruza el páramo de jua-noy. Y cerrando el círculo que habíamos comenzado a dibujar, ya sea desde el

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LA C U L T U R A P O P U L A R F R E N T E A LOS RETOS DEL SIGLO XXI

Valle de Atriz o del Valle de Sibundoy, se abre el camino hacia San Agustín, ca­racterizado por Moreno como una "especie de callejón que va desde el páramo de las Papas hasta El Encano, atravesando toda ei área quillacinga... A través de todo ello puede seguirse una variación estilística en la que se nota el alejamiento gradual hacia el sur de un punto focal de creación de una indudable conexión agustiniana" (citada en Ramírez, 1991). Sin que por ello algunos arqueólogos dejen de reconocer una especificidad y una nueva forma de representatividad antropomorfa en la estatutaria y cerámica prehispánica que permiten adjudi­carle a la etnia quillacinga una identidad propia (Cárdenas, 1989-1990).

Aquí es pertinente recordar que algunos restos de cerámicas y urnas en­contradas en las vecindades del poblado de Colón, en el Valle de Sibundoy, se han asociado al periodo Mesetas de San Agustín, en virtud de similitudes en­tre la tipología de la cerámica y las urnas con la del sitio de Quebradillas, tam­bién en San Agustín. Desde los primeros investigadores (Pérez de Barradas, 1943:100, 137,142), la presencia de estatuillas líticas en la zona quillacinga (en El Encano) se ha interpretado como apoyo a la relación de la zona de San Agustín con el sur andino. Aunque de menor tamaño, se han encontrado en la zona occidental de quillacinga. Junto a esto, los resultados de las excavaciones recientes en este territorio, que muestran cerámica cuya tipología sugiere co­nexiones con la del piedemonte oriental amazónico, abren las perspectivas de una región dinámica e interconectada.

En resumen, en el territorio quillacinga existe entonces un patrón que re­cuerda la apropiación por microverticalidad entre indígenas ecuatorianos (Salo­món, 1980) o los pasto (Uribe, 1985-1986), y coincide con la distribución de los quillacinga desde el piedemonte hasta la altiplanicie nariñense, y de los que­chua-hablantes coexistentes en el interior de esta zona quillacinga. Además, los tipos de movimientos poblacionales documentados para quillacinga y quechua-hablantes, la dirección de los mismos de sentido oriente-occidente, sur-norte, complementa la sugerencia de que se trata de migraciones escalonadas pro­venientes del piedemonte.

Que los grupos quechua-hablantes sean originarios de Ecuador o de Perú está en abierta discusión. Se debilitan, eso sí, las hipótesis que explican la llega­da de los quechua-hablantes en el territorio quillacinga por invasión directa del imperio incaico o por migraciones de yanaconas traídas por los conquistadores españoles, sustentadas por la existencia de un hiato lingüístico del quechua na­tivo en la zona central andina de Nariño. Además, Levinhson sugiere que el inga y la toponímica quechua de Nariño tienen similitud con el quechua de Perú y

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¿QUIENES SON LOS INGA Y LOS KAMSA?

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Bolivia, mientras que Rivadeneira y Zubritski consideran que la lengua de los ingas de Santiago sería una de las hablas del dialecto quechua ampliamente di­fundido en la sierra de Ecuador, en que están presentes los índices del sustrato de otro dialecto quechua, posiblemente el ayacuchano (1977:58-59). Antes que una contradicción, podría apoyar la hipótesis de las migraciones escalonadas, como lo afirma Ramírez (1989).

La posibilidad de la coexistencia de grupos quillacinga y quechua-hablantes se apoya en la particular relación existente entre kamsá y quechua-hablantes en el Valle de Sibundoy: coexistencia sin mezcla, complementariedad. Etnográficamente se ha comprobado que estos dos grupos mantuvieron relaciones sin conformar una mezcla donde se perdieran las distinciones: territorios separados en el inte­rior del Valle de Sibundoy, mínimo de alianzas matrimoniales entre ambos gru­pos, lenguas diferentes, los kamsá excelsos agricultores, los ingas comerciantes itinerantes. Sin embargo, ambos formaban parte de la red de chamanes que se ar­ticulaba con la de los tukano occidentales del piedemonte y el complejo del yagé. Con esta dinámica regional, una de cuyas manifestaciones es la red referida, se en­contraron los españoles cuando arribaron al suroccidente de la actual Colombia.

Ampliación de un horizonte Como se ha examinado, el suroccidente colombiano es una región en la

que un conjunto de etnias específicas intercambian productos, tanto bienes ma­teriales como simbólicos. Estos grupos se han establecido dentro de una estrategia de microverticalidad que permite unir la selva con los Andes a través de diversos caminos. Esta visión interactiva de comunidades con una dinámica fluida que genera mercados interandinos e interselváticos lleva necesariamente a com­prender que el suroccidente no es más que un área cultural dentro de una com­pleja red de interacciones entre múltiples sociedades de los Andes y de la selva.

Las investigaciones de los últimos diez años han arrojado datos muy valiosos sobre la magnitud de las redes comerciales y de las redes chamánicas. Chaumeil (1991) es quien mejor ha sintetizado este conocimiento sobre las redes. En una revisión bibliográfica que alcanza hasta el siglo xvi ha reconstruido las princi­pales redes complejas de la Amazonia y los Andes, que van desde el Ucayali en Perú hasta las Guyanas. Estas redes permiten comprender lo particular del cono­cimiento de cada sociedad y el sustrato general que yace en ellas. El intercambio de curare, tabaco, coca, yagé y otro sinnúmero de psicotrópicos han puesto de relieve el papel de las plantas enteógenas en las relaciones de poder en el interior de las redes. Además, abren una nueva ventana de cara al pasado precolombino,

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LA CULTURA POPULAR FRENTE A LOS RETOS DEL SIGLO XXI

donde las sociedades indígenas estaban definidas a través de sus relaciones con otras áreas culturales. Estas áreas serían verdaderos dominios establecidos, en gran parte, por jerarquías chamánicas. Así mismo, generarían fronteras étnicas que, por lo menos durante los últimos ochocientos años, se desplazaron con rapidez debido a la emergencia de los estados andinos y, en particular, del estado incaico.

El panorama que contemplamos ahora retrospectivamente es un entramado flexible que se mueve sobre dos ejes; la microverticalidad andina y las geografías chamanísticas selváticas. Salomón (1980) junto con Oberem (1980) han traza­do los límites ecuatoriales de la expansión incaica y han permitido apreciar la di­námica regional establecida entre las sociedades que cayeron bajo el dominio del imperio incaico y las que resistieron, mostrando una doble articulación que, en vez de romper las redes, las mantiene aun en los estados de tensión y de guerra más extremos. La primera articulación está dictada por el orden que los incas establecieron para gobernar su imperio y tener contacto a través del comercio con sociedades que se rebelaron a entrar en ese orden. Salomón muestra que Quito tenía esta doble articulación. Atrapada por los archipiélagos incaicos y articulada como sociedad dual a éstos, no cesó de intercambiar bienes, valores y símbolos con sociedades rebeldes al imperio, como los yumbos, de los cuales Quito conseguía bienes suntuarios y ceremoniales que se distribuían primero entre los señores étnicos de los Andes, terminando los mejores en manos del inca. Así pues, Quito se movió dentro de esta doble articulación con una flexi­bilidad tan grande que no sólo intercambió productos con los enemigos o aucas de los incas sino que mantuvo relaciones político-ceremoniales con socieda­des rebeldes al imperio, utilizando para ello las alianzas matrimoniales y la adopción de hijos de otras etnias.

Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención de todas estas estrate­gias puestas en juego es que se mantuvieron intercambios de aprendizaje cha-manístico y con ello sobrevivió el sentido básico de las redes que consistía en guardar memorias específicas sobre los modos de construcción de proyectos comunitarios.

La llegada de los españoles obligó a que las sociedades amazónicas, que en su mayoría fueron y son, en términos de Clastres, sociedades contra el Estado, mantuvieran caminos, rutas y geografías chamanísticas, pivotes principales de las rebeliones indígenas en la colonia y la república. Las redes introducen en un fas­cinante universo de especializaciones, a la vez que permiten generar complejos de poder en su interior. En efecto:

Los shipibo-conibo, por ejemplo, son generalmente reconocidos por su chama­

nismo subacuático (sumé). Tal como los submarinos, ellos pueden recorrer a gran

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¿ Q U I E N E S SON LOS INGA Y LOS KAMSAT

¿DE D Ó N D E P R O V I E N E N ?

velocidad enormes distancias bajo el agua sin mojarse y desaparecen sin dejar

traza. El vocablo sumé pertenece probablemente al léxico tupí; designa a la vez

al chamán entre los cocama y los héroes culturales en la tradición tupí-guaraní...

Los chamanes cocama son percibidos como reuniendo en ellos las diferentes "es­

pecialidades" chamánicas de otras etnias... en cuanto a los chamanes, ellos son

más bien célebres por la riqueza de los repertorios de cantos mágicos. Esta apre­

ciación debe sin duda ponerse en relación con la extensión regional del quechua

como lengua chamánica. Los "indígenas del Putumayo" son vistos como los

maestros del ayahuasca, es decir, como los especialistas de visiones inducidas por

ese alucinógeno... los huambisa (Jívaro) son igualmente asociados al yagé, pero

parece tratarse aquí del principal aditivo de la ayahuasca en la preparación del

natem (probablemente Dyplopteris cabrerana) (Chaumeil, 1991:14-15).

La anterior cita no sólo deja apreciar las especialidades chamanísticas, sino que introduce en un tema capital en el chamanismo andino-selvático del norte ecua­toriano y del sur colombiano: el uso de la lengua quechua chamanística, posible­mente, como lengua comercial. Esto toca muy de cerca la presencia de la lengua quechua en el territorio colombiano y, por lo que se ha visto, permite afianzar la hipótesis de Ramírez sobre el origen de los quechua-hablantes en este territorio.

Para la época de la conquista es evidente que el chamanismo cobró vi­gor como medio de supervivencia comunitaria, pero es también claro que el quechua se impuso como una necesidad para mantener los lazos interétnicos. De modo que lo que antes invitaba a la sorpresa, con los estudios de Chaumeil pasa a una nueva dimensión de la comprensión del valor transétnico de la len­gua quechua. El complejo del yagé encontrado por Langdon en el sur-occidente colombiano, entre siona, cofán, coreguaje y quechua-hablantes, es otro modo de existencia particular de lo que sucedía entre los Andes y la selva, más allá de nuestras actuales fronteras.

En este complejo, sin lugar a dudas, los ingas han sido mediadores puesto que, a través de su aprendizaje con los grupos selváticos, pudieron enseñar las carreras ceremoniales asociadas al yagé en los dialectos quechuas e imponer­los como lengua de relación chamanística.

Es importante subrayar que en estas páginas se habla de los ingas como et­nia a partir del momento en que ellos se consolidan como tal en los actuales te­rritorios colombianos, pues todo parece indicar que los quechua-hablantes eran multiétnicos y, por tanto, los inga pudieron pertenecer a un complejo multiétnico.

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M U N D O S EN RED.

LA C U L T U R A P O P U L A R F R E N T E A LOS RETOS DEL S I G L O XXI

En cuanto a los antiguos kamsá, de lengua quillacinga, hasta hace cincuenta años eran en su mayoría bilingües; hablaban kamsá e inga (Juajibioy, 1962). Esta afirmación parecería trivial si no tuviéramos en cuenta las jerarquías que se es­tablecían v se establecen en las redes de chamanes. Para este caso particular, el quechua es una lengua de jerarquía. Pero no todos los dominios del chamanismo practicados por los kamsá se expresan en quechua. Hay una serie de vocablos que transparentan esta afirmación. El ejemplo más simple es el nombre que re­cibe el ayahuasca (Banesteriopsis caapi) por los chamanes kamsá. Ellos lo deno­minaban biaji, cuya traducción desconocemos. Igualmente las partículas que se asocian a las clasificaciones de los borracheros están en español, en inga y en kamsá. Tal es el caso de venado borrachero, macan borrachero y salamán borrachero.

Este ejemplo aproxima a la particular asociación que inga y kamsá forjaron en el Valle de Sibundoy, permitiendo a los primeros mantener un patrón de itinerancia y, a los segundos, afianzar una posición dentro de las redes chamánicas en su proyección hacia los Andes. Estas redes se nutren de la Amazonia, pero tam­bién reciben flujos vitales de los chamanismos andinos. En el Valle de Sibundoy se consolida uno de los puntos de articulación de esos dominios.

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