palabra. 2013 14 ciclo a. 3

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Page 1: Palabra. 2013 14 ciclo a. 3

PALABRA en carne VIVA

Penitencia Cuaresmal

Joel, 2, 12-18; Sal. 50;

2Cor. 3, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16-18

Hoy es miércoles de ceniza. No descubro nada nuevo. Iniciamos la cuaresma, cuarenta días que nos conducen a la celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Decir miércoles de ceniza nos recuerda un rito, el de la imposición de la ceniza, y otros muchos signos externos nos están diciendo que comenzamos un tiempo litúrgico nuevo: el color de los ornamentos litúrgicos, la ausencia de ornamentación floral en torno al altar, la ausencia del aleluya o el himno del gloria en la celebración litúrgica... Pero, ¿sólo eso nos hará la Cuaresma?

Nos conviene detenernos un momento y hacernos una reflexión que nos ayude a comprender mejor su sentido y nos impulse a vivir este tiempo de gracia. Ya nos lo ha dicho la Palabra de Dios proclamada. ‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, que nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Pero también el profeta nos ha convocado al sonido de la trompeta para que nos congreguemos en este tiempo y escuchemos la invitación que de parte del Señor nos hace a la conversión.

Jesús en el evangelio, describe tres aspectos de la vida de un creyente que se puede decir que abarcan las tres direcciones de cada persona: para con Dios (oración), para con el prójimo (limosna) y para consigo mismo (ayuno). En las tres, el discípulo de Jesús tiene que profundizar, no quedarse en lo exterior, sino situarse delante de Dios Padre, que es el que nos conoce hasta lo más profundo del ser, sin buscar premios o aplausos aquí abajo. Estos tres aspectos los debemos intensificar en Cuaresma:

El ayuno: debe conducimos a vivir con austeridad. Debemos abstenemos de muchas cosas superfluas, como el pasar horas ante el televisor, para centramos en lo que es fundamental en nuestras vidas.

La limosna: Siempre hay alguien que lo pasa peor que nosotros. Siempre, pues, podemos practicar un poco de solidaridad. No sólo compartiendo nuestro dinero, sino también nuestro tiempo y poniendo nuestras cualidades al servicio de los demás, sin espera nada a cambio.

La oración: Siempre debemos sentimos pobres e indigentes criaturas y necesitamos reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida y nuestra historia. Y eso se consigue con la oración.

Este camino, con este equipaje, vamos a hacerlo desde lo más profundo de nuestro corazón. No importa que nadie lo note o lo vea. Como nos dice Jesús ‘tu Padre que ve en lo escondido te lo pagará, re recompensará’.

Vamos a dejar que caiga la ceniza sobre nuestra frente escuchando en las palabras del Sacerdote esa invitación del Señor que nos recuerda lo poca cosa que somos, ¿unas cenizas?, pero sobre todo la invitación a cambiar nuestra vida para vivir más intensamente según el evangelio de Jesús. Que este momento de la imposición de la ceniza lo vivamos con intensidad sintiendo, repito, esa llamada del Señor en nuestro corazón.

No nos quedaremos en cosas externas. Los signos de la liturgia tienen que ayudarnos a darle esa profundidad y esa intensidad. Toda la celebración tiene que ser esa llamada del Señor, como escuchábamos en el profeta. Nos sentimos congregados en el Señor para ser por El santificados. Dejemos que esa gracia santificadora llegue a nuestra alma. Como nos decía san Pablo: ‘Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios… os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios’.

Te deseo una Santa y Fecunda Cuaresma. José Gabriel.

Miércoles de Ceniza (A)

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PALABRA en carne VIVA

“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”

Gén. 2, 7-9; 3, 1-7;

Sal. 50; Rom. 5, 12-19;

Mt. 4, 1-11

Hay hombres que tienen muchas posesiones y se afanan por poseer cada vez más; pero parece que ignoran que su esposa y sus hijos son personas a las que tienen que dedicarles su tiempo y su amor. Y así hay esposas que se sienten en amarga soledad y hay hijos de ricos que, sin la debida atención paterna, andan por la calle en busca de drogas. Es que los muchos apartamentos y los chalets no son los que hacen feliz a una familia.

Como dice Jesús en el Evangelio, no sólo de pan vive el hombre. Está claro que necesitamos tener cosas; pero eso no basta. Podemos tener el estómago satisfecho y llena la cartera, y tener el corazón hambriento y vacío. Los deseos de nuestro corazón no se satisfacen con propiedades y libretas en el banco. Para sentirnos satisfechos necesitamos amar y ser amados, ser tratados como personas; necesitamos vivir los valores cristianos, necesitamos fe y esperanza, necesitamos de todo eso de que nos habla la palabra de Dios, que debemos escuchar y cumplir. ¡Qué distinto sería el mundo si la escucháramos y la cumpliéramos!

La Palabra de Dios busca nuestro bien, no sólo para el otro mundo sino también para este. En este mundo ni sufriríamos tanto ni haríamos sufrir tanto a los demás, si la escucháramos y cumpliéramos. ORACIÓN

Mi orgullo, Señor, no me deja ver la verdad: me creo bueno, leal, maduro... Pero si ahondo humildemente en mi interior... descubro: ausencia de obras a favor de tu Reino, y presencia de obras de mal, de pecado. Hoy te pido, Señor, tomar conciencia de: mis tentaciones, mis inclinaciones al mal, mis actitudes viciadas, mis limitaciones morales. Que sienta, Señor, la verdad de mi vida; que no me engañe la buena opinión que tengo de mi mismo; que sea consciente de mi fragilidad moral; que tu amor destape las trampas de mi egoísmo. ¿Cuáles son, Señor, mis tentaciones? ¿Afán de tener cosas, acumular bienes? ¿Busco el dominar a los demás? ¿Están de acuerdo mis objetivos vitales con tu Reino? Mira conmigo, Señor Jesús, mis inclinaciones torcidas. Ven, Señor, a contemplar mi vida y que yo la contemple contigo. Amén. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fecunda Primera Semana de Cuaresma. José Gabriel.

1 Domingo de Cuaresma (A)

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PALABRA en carne VIVA

“Este es mi Hijo, el amado,

mi Predilecto. Escuchadle.”

Gén. 12, 1-4;

Sal. 32; 2Tim. 1, 8-10;

Mt. 17, 1-9

Estamos bombardeados de palabras. Unos nos dicen una cosa, otros nos dicen otra. ¿A quién hacer caso? Dios, cuando quiso damos a entender cuánto nos quiere, nos presentó a Jesús diciendo: «Este es mi hijo, el Amado, mi predilecto. Escuchadle» (Mt 17,5). Es como si dijera: Jesús es mi palabra.

En efecto; Jesús es la palabra de Dios. Hay quien dice y no hace. Jesús hace lo que dice. Jesús es la palabra que vale la pena seguir. Mientras otras palabras tratan de vendernos algo, de conseguir nuestro voto, nuestro dinero o nuestro aplauso, Jesús vino ofreciéndosenos gratuitamente para que tengamos vida eterna.

Jesús a veces nos desconcierta porque nos habla de que carguemos con nuestra cruz. Jesús nos habla de que carguemos con nuestra cruz, porque el que ama de verdad tiene que sufrir. En el monte Tabor, durante un instante, su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Jesús, mostrando su gloria en el Tabor, quiso dar ánimos a los tres Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, que le iban a ver sudar sangre en Getsemaní, y darnos ánimos a nosotros, mostrándonos la gloria que vamos a encontrar al otro lado, mostrándonos que hay un Padre que nos ama y que hay una vida después de la muerte. Jesús venció el dolor y la muerte. Y en El está la esperanza de que también nosotros exclamemos un día en el cielo: ¡Qué bien se está aquí, Señor!

ORACIÓN Señor, tú reuniste a Pedro, Santiago y Juan, que no acababan de entender tu camino de Mesías. Subiste con ellos “a la montaña”, donde se hace cercano el misterio. Allí oyeron la voz del Padre, reconociéndote a ti, Cristo Jesús, como el “Hijo amado”. Empezaron entonces a vislumbrar el sentido de tu vida, sintieron dentro deseos de escucharte, de seguirte. “¡Qué hermoso es estar aquí!”, gritó Pedro. Es que no hay otro camino para recobrar la alegría profunda, el amor limpio y el compromiso por la paz, el esfuerzo por la justicia y el respeto para todos. ¡También nosotros, Señor, necesitamos reunirnos contigo! Amén. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fecunda Segunda Semana de Cuaresma. José Gabriel.

2 Domingo de Cuaresma (A)

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PALABRA en carne VIVA

“Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo; dame de esa agua viva;

así no tendré más sed”

Ex. 17, 3-7; Sal. 94;

Rm. 5, 1-2. 5-8; Jn. 4, 5-42

En los tiempos modernos hay muchos adelantos y el nivel de vida ha mejorado. Sin embargo, no somos felices a pesar de tanto adelanto y a pesar del consumismo. La felicidad es el agua viva de la que nos habla el Evangelio de hoy. La verdad es que todos los seres vivientes tenemos sed de felicidad. Y en los ojos de todo ser humano hay sed de felicidad. La hay en las pupilas de los hombres de todas las razas, en las miradas de los niños y de los ancianos, de las madres y de la mujer enamorada. La hay en cualquier persona. Por la felicidad se cometen todos los crímenes, se pelea en todas las guerras y se aman y se odian los hombres. Todo lo que hacemos, aunque sea pecando, es en busca de la felicidad. Lo que sucede es que, cuando pecamos, la buscamos donde no está.

¿Dónde encontrar la felicidad? Sólo la encontraremos en Dios. El cielo es nuestra meta. A lo largo de los siglos, por distintos caminos de Europa, miles y miles de peregrinos llegaron a Compostela. Y las huellas de sus dedos quedaron grabadas en el Pórtico de la Gloria. Habían llegado a su meta. Pues bien, todos somos peregrinos que vamos caminando a la eternidad. Millones lo han hecho antes de nosotros, lo hacen con nosotros y lo harán después de nosotros. Y debemos afanarnos por llegar a nuestra meta, que es el cielo. El cielo es la verdadera felicidad. Si no hubiera cielo, todo al final no sería más que una historia de fracasos. Pero no nos engañemos. No todos los caminos nos llevan al cielo. Sólo hay un camino. Y es el que Jesús nos señala en el Evangelio.

ORACIÓN Acércate, Señor Jesús, a mi historia, como lo hiciste con la Samaritana y pídeme que te dé de beber. Como aquella mujer, necesito otra agua. Mi corazón desea tener un surtidor vivo de coraje dulce, de alegría que haga frente a tanta tristeza, de amor que no se canse nunca, de justicia que exija bienestar para todos, de compañía fiel a los enfermos, de vigor que sostenga a los ancianos, de ternura y comprensión para los niños, de ilusión y fortaleza para los jóvenes. Acércate, Señor, a mi historia, pídeme de beber y entrégame tu Espíritu de vida eterna, definitiva. Amén. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fecunda Segunda Semana de Cuaresma. José Gabriel.

3 Domingo de Cuaresma (A)

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PALABRA en carne VIVA

“El ciego vio la luz y se le abrieron los ojos a la fe.”

1Sam. 16, 1.6-7.10-13;

Sal. 22; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41

¡Qué importante es la luz! Gradas a la luz, cada mañana, al despertar, podemos

ver las plantas, las flores, los rostros de los seres queridos y tantas cosas. El Evangelio de hoy nos habla de un ciego de nacimiento que gracias a Jesús pudo ver el color, la maravilla del paisaje y la presencia de cosas de las que antes no tenia ni idea. Hay muchas clases de ciegos. Sobre ellos nos llama la atención la palabra de Dios.

Son ciegos los que se dejan llevar por las apariencias. Las apariencias engañan. Es en el corazón donde se fabrican las buenas o malas acciones. Dios se fija en el corazón, porque el corazón es lo que importa.

Son ciegos los que no se fían de la palabra de Dios. Son ciegos los que se creen superiores a los demás. No pueden aceptar la verdad que viene de los labios de quien desprecian. Les ciega el orgullo, el egoísmo y la soberbia.

Son ciegos los que no quieren ver. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Cuando, ante una injusticia clara, yo hago como que no me entero y me callo cobardemente, soy un ciego; cuando ante una necesidad hago como que no la veo, entonces soy ciego; cuando estoy viviendo de espaldas a Dios y al prójimo y no quiero pensar en ello para no cambiar, entonces soy un ciego que se pone así mismo una venda en los ojos.

Cristo es la luz del mundo. Que El nos ilumine para que sepamos ver la imagen de Dios que hay en cada persona, en cada hermano, para ser solidarios con ellos.

ORACIÓN Señor Jesús: “Creer en el Hijo del Hombre” es: fiarnos de ti, Cristo nuestro; fiarnos de que tu vida es la única vida auténticamente humana; fiarnos de que el Padre Dios es también Padre nuestro; fiarnos de que toda persona es hermana nuestra. fiamos de que en todo corazón humano está tu Espíritu. Tú venerabas en cada ser humano unos valores singulares: la capacidad de amor, la libertad, el ser hijos de Dios. Tú, Cristo nuestro, tenías una mirada luminosa en el corazón: veías más lo bueno; despertabas lo mejor de cada conciencia; comprendías y perdonabas los errores; llamabas al cambio, a la conversión. Danos, Cristo nuestro, tu mirada luminosa. Cura nuestra ceguera y alumbra tú nuestra vida. Ayúdanos, Dios nuestro, a “creer en el Hijo del Hombre”. Amén. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fecunda Cuarta Semana de Cuaresma. José Gabriel.

4 Domingo de Cuaresma (A)

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PALABRA en carne VIVA

“Yo soy la Resurrección y la Vida, -dice el Señor-.

El que cree en mi no morirá para siempre.”

Ez. 37, 12-14;

Sal. 129; Rom. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45

Ante los sufrimientos que hay en el mundo podemos preguntarnos por qué

sufrimos. Sufrimos porque luchar para conseguir algo que valga la pena lleva consigo sacrificios. Por eso se dice que lo que vale mucho, mucho cuesta. Otras veces son nuestros errores, nuestros vicios y pecados los que, a la corta o a la larga, nos hacen sufrir a nosotros o a los demás. Y así, por ejemplo, ¡cuánto sufrimiento puede causar el tabaco, y no digamos el alcohol y otras drogas! Lo que más nos hace sufrir es la muerte, y ante la muerte podemos preguntamos por qué Dios, siendo tan poderoso y bueno, no la impide. Esta pregunta es parecida a la que se hicieron los judíos cuando Jesús se hallaba ante la tumba de su amigo Lázaro. La pregunta era: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, no podía impedir que muriera este?» (Jn 11,37). Jesús no les contesta; Jesús se echó a llorar.

Es que la muerte es algo muy difícil de comprender. Lo que está claro es que no puede haber resurrección si no hay muerte; como no puede haber una espiga si antes no se entierra el grano. La muerte es muy difícil de comprender; pero no es extraño que, si Jesús murió para resucitar, también nosotros tengamos que morir para resucitar como El. Y El ha dicho: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi no morirá para siempre» (Jn 11,25).

ORACIÓN Caminemos hacia la Pascua; caminemos hacia la resurrección y la vida. Sintamos esa llamada que el Señor nos hace para salir de la tumba de muerte de nuestro pecado y comenzar a vivir su vida, la vida nueva de la gracia y de la santidad. Dejémonos iluminar por su luz, bebamos de la fuente de agua viva que es Él, y dejémonos transfigurar por su presencia y su gracia. Aprendamos a vivir como resucitados, porque ya Cristo está realizando esa resurrección en nuestra vida. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fecunda Cuarta Semana de Cuaresma. José Gabriel.

5 Domingo de Cuaresma (A)

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PALABRA en carne VIVA

“Bendito el que viene en nombre del Señor”

Mt. 21, 1-11;

Is. 50, 4-7; Sal. 21;

Filp. 2, 6-11; Mt. 26, 14-27, 66

Cuando Jesús se dirige triunfalmente hacia Jerusalén, las gentes repiten las aclamaciones con las que la ciudad solía acoger a los peregrinos que llegaban a sus puertas:

“Bendito el que viene en nombre del Señor”. Decían más de lo que sabían. Jesús era en verdad el enviado por Dios. Con este grito se acogía al peregrino por excelencia. El no venía a buscar la santidad a su ciudad, sino que le ofrecía el verdadero camino para la santidad.

“Bendito el que viene en nombre del Señor”. Esta aclamación, dirigida a Jesús, distingue a los cristianos de todos los demás creyentes. En todas las religiones hay un atisbo del Absoluto. Pero reconocer a Jesús como “el enviado” de Dios es la clave de la fe cristiana.

“Bendito el que viene en nombre del Señor”. Con todo, el cristiano ha recibido la luz para reconocer en cada ser humano que encuentra en el camino, a alguien que viene a él, en nombre de Dios. Acoger al enviado es un signo de la fe que nos une al que lo envía.

Señor Jesús, tú vienes a nosotros como mensajero de la paz. Que tu visita no nos pase inadvertida. Que sea para nosotros un signo de gracia y de esperanza. Amén.

ORACIÓN Señor, hoy iniciamos esta semana solemne de celebraciones: Tu entrada valiente en Jerusalén, la entrega de tu amor y de tu vida, pasión, muerte y sepultura, consecuencia de tu vida humana y conflictiva. Tu resurrección, triunfo del amor y de la vida, sentido de la historia. Ayúdanos, Cristo de la Semana Santa: a dar hoy un aplauso a tu audacia de profeta humilde que vienes a nuestra vida, a profundizar en el “lavatorio” y la “cena”, a asumir la conflictividad de la existencia por tu reino, a vivir ya resucitados contigo, vida y esperanza nuestra. Amén. Te deseo una Feliz, Pacífica, Fecunda y Santa Semana Santa. José Gabriel.

Domingo de Ramos (A)

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PALABRA en carne VIVA

“Haced esto en memoria mía”

Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115;

1Cor. 11.23-26; Jn. 13, 1-15

Jueves Santo, Cena del Señor. La liturgia de hoy destaca el sacramento de la

Eucaristía, el ministerio sacerdotal como servicio a la comunidad y la fraternidad. En la cena festiva, el ambiente estaba impregnado por el recuerdo alegre y confiado de la liberación, que tuvo siempre una eficacia esperanzadora en épocas difíciles. Dios conduce a su pueblo hacia la libertad plena.

Haced esto en memoria mía: Este mandamiento del Señor es verdaderamente sagrado para los seguidores de Jesús. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los discípulos se convierte en algo posible en todos los tiempos para los cristianos. Se trata de entrar en el destino histórico de Jesús, que es la historia misma de Dios, su Reino, que acontece definitivamente en la manifestación suprema del amor. Cuando había llegado la hora, en el momento en que su misión termina, Jesús quiere demostrar su compromiso definitivo con la humanidad por medio del servicio. Hacer memoria de Jesús significa seguirle, viviendo a su estilo y buscando su causa.

Yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies; también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. La medida de nuestro amor a los demás es la medida en que Jesús nos ha amado y esto que parece imposible, se puede hacer realidad si nos identificamos con él. Deberíamos poder decir como Pablo: No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).

Hoy es la fiesta de los ministros en la Iglesia. Es el día de recordar el espíritu del Señor en el servicio. El no vino para ser servido sino para servir. Una Iglesia pobre, que sirve, estará siempre cerca de los que aspiran a una liberación material y espiritual, de los que han emprendido el camino del éxodo. Sintámonos servidos por Jesús y dispongámonos a servir a quienes nos rodean.

Jueves Santo. Amor en delantal, amor en acción, amor para siempre. Te deseo un Buen inicio del Triduo Pascual. José Gabriel.

Jueves Santo (A)

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PALABRA en carne VIVA

“A la sombra de la Cruz de Cristo”

Is. 52, 13-53, 12; Sal. 30;

Hebreos, 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19, 42

El Viernes Santo es el día en que conmemoramos la pasión y muerte del señor. El Evangelio de Juan nos presenta su pasión como un gran escenario en el que se desarrolla una gran pieza de teatro. Jesús, silente, sereno, digno, respetuoso; Pilato, poderoso, prepotente, torpe, vacilante y político oportunista. Hoy es un buen día para la interiorización, la oración tranquila y el silencio significativo. Mirando al crucificado, descubramos el amor de Dios por nosotros. Decidamos seguir a Jesús, vivir realmente nuestro bautismo. Él lo ha hecho todo por nosotros, ¿qué hacemos nosotros por nuestros hermanos y hermanas? No juzguemos a los demás, ni siquiera a Pilato o a Judas o a los judíos… no condenemos a los bandidos, no olvidemos las palabras de Jesús en la Cruz: Perdónalos pues no saben lo que hacen… Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso… a nosotros lo que se nos pide es amar a nuestros hermanos, no juzgar ni condenar… eso es lo que Jesús nos enseña… Viernes Santo… silencio y paz…

A la sombra de la Cruz de Cristo nos ponemos hoy. Para que su gracia nos alcance, nos inunde. Y desde el pie de la cruz, con los brazos extendidos al cielo, como los tiene Jesús clavados al madero queremos elevar nuestra oración a Dios por toda la humanidad, por la Iglesia, por todos para que en verdad llegue el momento en que todos sepamos reconocerlo como Rey y Señor.

Al pie de la cruz queremos confesar con humildad, pero con valentía y amor nuestra fe. ‘Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, el Hijo de Dios’, que nos decía la carta a los Hebreos. Confesar, sí, valientemente nuestra fe. Que no decaiga nuestro testimonio. Que brille clara la luz de nuestra fe ante un mundo a oscuras y lleno de dolor.

Y manifestemos también nuestra fe por las obras de nuestro amor, ese amor con el que sepamos estar al lado de todos los que sufren; ese amor que haga despertar un rayo de esperanza para todos porque para todos hay salvación, porque todos ha muerto Jesús en la cruz. La cruz de Jesús tiene que brillar como un potente faro de luz que nos haga caminar a todos por senderos de amor y de paz, por senderos que nos lleven a Dios.

Te dejo a la sombra de la Cruz de Cristo, en la certeza de que “a quien buen árbol se arrima, buen sombra le cobija”.

Viernes Santo (A)

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PALABRA en carne VIVA

“En silencio y soledad con María” La Iglesia no celebra ningún

sacramente en este día. Ayer vivimos su pasión y su muerte y hoy le acompañamos en su sepulcro en oración y ayuno.

Hoy, Jesús está en el sepulcro. Dios

guarda silencio, un silencio que aguarda esperanza. Hoy es un día de admiración, de contemplación. La Iglesia permanece en vela esperando la victoria sobre la muerte. María nos acompaña, es la Madre de la esperanza, vamos a acompañarla en su soledad y juntos esperaremos el regreso de su Hijo.

Estamos destinados a vivir cada día

una pasión, una muerte y una resurrección. El sábado Santo es un día cargado de

esperanza. Sabemos que Jesús no se quedó en el sepulcro, él resucitó y eso es lo que nos aporta la alegría y la esperanza. Por eso, hoy esperamos la Noche Santa, como cantamos en el Pregón Pascual, la gran noche en que vivimos la memoria de la resurrección de Jesús. Así, se instalará la alegría y el gozo de sabernos salvados por la vida, la pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús.

Durante 50 días estaremos celebrando este acontecimiento en nuestra liturgia

eclesial.

VIRGEN MARÍA

Tú ofreces tu rostro sereno y pleno de caridad. En medio de los mortales

eres fuente viva de esperanza.

En ti hay misericordia, en ti hay piedad. En ti se une cuánto hay de bondad en las criaturas.

Ruega por nosotros a tu Hijo.

Amén.

Sábado Santo (A)

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PALABRA en carne VIVA

«¡Aleluya!», «¡Aleluya!»

Hechos, 10, 34.37-43;

Sal. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9

Después de los sucesos del Calvario, el domingo de Pascua, muy de mañana, unas

mujeres van al sepulcro para honrar su cadáver. También a través de los siglos, hombres y mujeres vamos a las tumbas de nuestros seres queridos y llevamos unas flores y, lo que es mejor, rezamos una oración. Pero ellos, los muertos, ni una sola palabra. Guardan silencio,

Fueron las mujeres las primeras testigos de la resurrección de Jesús. Las mujeres, siempre tan despreciadas. Precisamente, en aquel tiempo, ni siquiera eran admitidas como testigos. Pero Dios no piensa como los hombres. Dios, a las mujeres, les hizo el honor de ser las primeras testigos de la resurrección de su Hijo. Un ángel dio a aquellas mujeres la gran noticia: «El Crucificado no está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,6).

Jesús resucitó y nos dio la esperanza de que nosotros también resucitaremos. Nuestra esperanza se basa en las palabras del mismo Jesús y en el poder y la bondad de Dios.

El poder y la bondad de Dios hacen que el grano de trigo, que muere y es enterrado y del que al final ni siquiera quedará la cáscara, se transforme en algo mejor, en una espiga. Pues bien, el poder y la bondad de Dios hacen que nosotros, que morimos y somos enterrados y de quienes al final ni siquiera quedará un hueso, nos transformemos en algo mejor, en personas resucitadas, libres ya de las miserias de esta vida. Para Dios, más importantes que el grano de trigo somos nosotros, sus hijos.

Es por la resurrección por la que debemos vivir nuestra fe con alegría. En tiempo de Pascua se repite una y otra vez «aleluya», «aleluya», es decir alegría, alegría. No es para menos. Cristo triunfó sobre la muerte y su victoria es nuestra victoria, ya que esperamos participar en su gloriosa resurrección. CREO EN LA RESURRECCIÓN

Porque Cristo resucitó y es el Hijo, Creemos en el Padre y en los hermanos.

Porque Cristo resucitó y es la Vida. Creemos en la vida y no en la muerte.

Porque Cristo resucitó y es Palabra. Creemos en el diálogo y no en el monólogo.

Porque Cristo resucitó y está en el camino. Creemos en el futuro y no en el miedo.

Porque Cristo resucitó y está en la mesa, Creemos en la amistad y no en el rechazo.

Porque Cristo resucitó y está en los pobres. Creemos en la justicia y no en la opresión.

Porque Cristo resucitó y es la paz. Creemos en la paz y no en la guerra.

Porque Cristo resucitó y está llagado. Creemos en el amor y no en el odio.

Porque Cristo resucitó y se apareció primero a Magdalena. Creemos en la mujer explotada y no en el explotador.

Porque Cristo resucitó y se apareció a Pedro. Creemos en la Iglesia confiada a hombres pecadores.

Porque Cristo resucitó y es perdón. Creemos en los que salvan y no condenan. Te deseo una Feliz, Pacífica y Fructífera Pascua de Resurrección. José Gabriel.

Domingo de Resurrección (A)