paisajes mineros antiguos en la península ibérica

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Paisajes mineros antiguos en la Península Ibérica Investigaciones recientes y nuevas líneas de trabajo Ancient Mining Landscapes in the Iberian Peninsula Recent research and new perspectives Homenaje a Claude Domergue In tribute to Claude Domergue MAR ZARZALEJOS PRIETO, PATRICIA HEVIA GÓMEZ, LUIS MANSILLA PLAZA Editores científicos UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA MADRID 2012

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Page 1: Paisajes mineros antiguos en la Península Ibérica

Paisajes mineros antiguos en la Península Ibérica

Investigaciones recientes y nuevas líneas de trabajo

Ancient Mining Landscapes in the Iberian Peninsula

Recent research and new perspectives

Homenaje a Claude Domergue

In tribute to Claude Domergue

MAR ZARZAlEjoS PRIETo, PATRICIA HEvIA GóMEZ, lUIS MANSIllA PlAZAEditores científicos

UNIvERSIDAD NACIoNAl DE EDUCACIóN A DISTANCIA

MADRID 2012

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0101020CT01A01Paisajes Mineros Antiguos en la Península Ibérica: Investigaciones recientes y nuevas líneas de trabajo.

Esta obra se ha realizado en el marco del Proyecto «El paisaje minero antiguo en la vertiente norte de Sierra Morena» financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (ref. HAR-2008-04817/HIST)

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización previa de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendido la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

© Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid 2012 Librería UNED c/ Bravo Murillo, 38 - 28015 Madrid Tels.: 91 398 75 60 / 73 73 e-mail: [email protected]

© Los autores

Esta publicación ha sido evaluada por expertos ajenos a esta Universidad por el método doble ciego

ISBN: 978-84-362-6569-9

Depósito legal: M-6052-2013

Primera edición: diciembre de 2012

Impreso en España - Printed in SpainMaquetación e impresión: Editorial Aranzadi, S. A.Camino de Galar, 1531190 Cizur Menor (Navarra)

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ÍNDICE

Presentación ............................................................................................................. 9

ClauDE DomErguE: Un parcours d’archéologie minière en Sierra Morena (Espagne) (1965-2012) .................................................................................. 13

almuDENa orEjas, INés sastrE y ElENa ZubIaurrE: organización y regulación de la actividad minera hispana altoimperial ........................................... 31

juaN aurElIo PérEZ maCÍas y aquIlINo DElgaDo DomÍNguEZ: Paisaje y territorio de Riotinto en época romana ....................................................................... 47

juaN aNtoNIo aNtolINos marÍN y ChrIstIaN rICo: El complejo mineralúrgico de época tardorrepublicana del Cabezo del Pino (Sierra de Cartagena, Murcia) ......................................................................................... 69

luIs marÍa gutIérrEZ solEr y alEjaNDro Casas CrIvIllé: Explotación romana de los filones del Grupo Norte y Grupo Sur en El Centenillo .............. 91

FErNaNDo PENCo valENZuEla: Cerro Muriano sitio histórico: luces y sombras de una reserva minera recientemente protegida ................................... 111

mar ZarZalEjos PrIEto, gErmáN EstEbaN borrajo, luIs maNsIlla PlaZa, FErNaNDo PalEro FErNáNDEZ, PatrICIa hEvIa gómEZ y jEsús sáNChEZ vIZCaÍNo: Nuevas aportaciones al conocimiento del paisaje minero antiguo en la vertiente norte de Sierra Morena: del análisis macroespacial al estudio de detalle ............................................................................................ 123

FraNCIsCo javIEr sáNChEZ-PalENCIa, DamIáN romEro y alEjaNDro bEltráN: Paisajes mineros en el noreste de Lusitania y Asturia meridional ..... 155

CarmEN FErNáNDEZ oChoa y áNgEl morIllo CErDáN: Poblamiento y explotación de los recursos mineros en el Cantábrico ......................... 171

jEsús bErmúDEZ sáNChEZ: El sistema de información geográfica del proyecto de análisis del paisaje minero de la vertiente norte de Sierra Morena ................................................................................................... 185

mark a. huNt ortIZ: la caracterización de los paisajes mineros del pasado por medio de la investigación arqueométrica .......................... 199

joaquÍN Caro gómEZ: Nuevos métodos de representación del Patrimonio Industrial. Caso práctico del Baritel y Malacate de la mina del Castillo de Almadén ........................................................................................ 211

josé tEjEro maNZaNarEs: la reconstrucción virtual del patrimonio metalúrgico de Minas de Almadén: otra forma de recuperar este importante legado tecnológico ................................................................... 223

marÍa DolorEs PérEZ CallE: Estudio histórico-tecnológico de la implantación de los hornos de Idria en las minas de Almadén y su reconstrucción virtual .................................................................................... 239

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julIáN a. PrIor CabaNIllas: la emisión de billetes papel moneda en las Reales Minas de Almadén durante la Guerra de la Independencia. Origen, evolución y extinción (1808-1816) ............................................. 253

EmIlIaNo almaNsa roDrÍguEZ: The mining-industrial heritage site Almadenejos Royal (Ciudad Real, Spain) .................................................. 271

áNgEl hErNáNDEZ sobrINo: Historias de Almadén y sus mineros .................. 287

DEmEtrIo FuENtEs FErrEra: El Consejo de Administración de Minas de Almadén.Propuestas de mejoras en el Establecimiento en el primer tercio del siglo XX ........................................................................................... 293

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PrEsENtaCIóN

En 1965, un joven investigador francés vinculado a la Casa de Velázquez, Claude Domergue, llevaba a cabo el primer estudio sistemático de carácter arqueológico sobre un enclave minero romano perteneciente al distrito de Alcudia. La publica-ción de los resultados de esta intervención en Mina Diógenes (Solana del Pino, Ciudad Real), que vio la luz en el vol. 3 de los Mélanges de la Casa de Velázquez, editado en 1967, inaugura una serie continuada de trabajos del autor en dife-rentes ámbitos mineros de Hispania, que culminará en dos obras monumenta-les, aparecidas en 1987 y 1990 —Catalogue des mines et des fonderies antiques de la Péninsule Ibérique y Les mines de le Péninsule Ibérique dans l’Antiquité romaine, respectivamente— y que constituyen un punto de referencia ineludible para las investigaciones sobre minería antigua que habrían de sucederse entre inicios de los años 90 y nuestros días.

A día de hoy, cuarenta y cinco años después de que Claude Domergue impul-sara los primeros trabajos arqueológicos sistemáticos sobre la minería romana en el norte de Sierra Morena, es de justicia reconocer que sus investigaciones constituyen el fundamento a partir del cual empezó a levantarse del edificio del conocimiento histórico sobre la explotación romana de los recursos mineros de la península Ibérica. De la consideración hacia el autor en este campo de trabajo dan fe otros homenajes que preceden a éste, tanto desde el lado de la Arqueología del Paisaje1, como desde el de la Ingeniería de Minas2, lo que da idea del peso historiográfico de Claude Domergue y de la fecundidad de su paso por los dife-rentes territorios mineros de la Hispania antigua.

la presente obra, que tributa un nuevo reconocimiento al maestro Domergue, se gesta en el marco del Proyecto de I+D+i El paisaje minero antiguo en la ver-tiente norte de Sierra Morena (provincia de Ciudad Real) (HAR2008-04817/HIST), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad y que ha cerrado su actividad en junio de 2012. De hecho, el libro recoge las aportaciones presen-tadas por diversos grupos de investigación a una reunión científica celebrada en Almadén entre los días 21 y 23 de marzo de 2012 y organizada en el seno del citado Proyecto, gestionado por la UNED. El eje de la reunión se centró en el análisis de los paisajes antiguos relacionados con la explotación de los recursos mineros. Este campo de estudios forma parte de una línea consolidada de inves-tigación que está produciendo importantes resultados para un conocimiento más global de los procesos económicos y sociales desencadenados por esta actividad. Abundando en esta perspectiva, esta reunión científica se concibió como un foro de presentación, debate y difusión de los avances experimentados en el último lustro por el conocimiento de los paisajes mineros antiguos en la península Ibérica.

La elección del lugar de celebración del encuentro científico no fue tampoco un asunto baladí. Almadén es una de las áreas medulares que vertebran los estudios desarrollados en el seno del Proyecto encargado de la organización del evento, al tiempo que un centro emblemático para la minería histórica y un icono de la valorización patrimonial, que constituye el objetivo último de nuestras investi-

1 Orejas, A. y Rico, Ch. (eds.) (2012): Minería y metalurgia antiguas. Visiones y revisiones. Homenaje a Claude Domergue, Casa de Velázquez, Madrid.2 Mata, J. M., Torró, L., Fuentes, M.N., Neira, A. y Puche, O. (eds.) (2011) Actas del Quinto Congreso Internacional sobre Minería y Metalurgia Históricas en el Suroeste Europeo (León - 2008). Libro en homenaje a Claude Domergue, Sociedad Española para la Defensa del Patrimonio Geológico y Minero, Madrid.

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gaciones. Precisamente, el peso histórico de este lugar y su condición de cen-tro minero de interés mundial nos hizo concebir una estructura organizativa de la reunión científica que atendiera, por un lado, a la exposición y discusión de los trabajos arqueológicos más recientes llevados a cabo en las grandes comar-cas mineras hispanas de época romana y, por otro, a hacerse eco de las últimas investigaciones centradas en la minería moderna y contemporánea de Almadén. Este enfoque propició la intervención de arqueólogos, ingenieros de minas, geó-logos, arquitectos, topógrafos e historiadores de época moderna y contemporá-nea. Se pretendía de este modo hacer interactuar todas estas líneas de trabajo y sus correspondientes metodologías, entendiéndose, por parte de los organiza-dores, que la perspectiva pluridisciplinar constituye el marco más adecuado para la ejecución y la gestión científica de los proyectos relacionados con el estudio de la minería histórica.

Entrando ya a presentar brevemente los contenidos de la obra, hemos de comen-zar con el bloque centrado en los trabajos de enfoque arqueológico, que se abren con una visión retrospectiva de Claude Domergue sobre la Arqueología minera de Sierra Morena, en la que el autor valora el avance de la investigación desde 1965 al presente, proporcionando valiosos y evocadores datos sobre sus primeras andanzas por estas tierras. A este trabajo le sigue un estudio de enfoque trans-versal elaborado por Almudena orejas, Inés Sastre y Elena Zubiaurre, que analiza la organización y regulación de la actividad minera hispana altoimperial a través de un análisis integrado de las fuentes escritas y la documentación epigráfica.

Dentro de este primer bloque relacionado con la investigación arqueológica, se suceden a continuación una serie de aportaciones tendentes a mostrar los tra-bajos más recientes desarrollados en las grandes regiones mineras de la Hispania romana. Juan Aurelio Pérez Macías y Aquilino Delgado estudian el paisaje minero de Riotinto, incidiendo en la ocupación del espacio y la organización territorial de esta comarca onubense. Juan Antonio Antolinos y Christian Rico presentan un avance de los resultados obtenidos en el yacimiento de Presentación legal, en el territorio de Carthago Nova, donde han documentado un asentamiento tar-dorrepublicano relacionado con los tratamientos del mineral previos a la fundi-ción. Luis María Gutiérrez y Alejandro Casas Criville abundan en el conocimiento sobre el enclave de El Centenillo (Jaén), dentro ya del área meridional de Sierra Morena, a partir del análisis de un levantamiento topográfico de la explotación contemporánea durante el primer tercio del siglo XX. En el mismo ámbito regio-nal, Fernando Penco realiza un recorrido histórico a través de la minería de Cerro Muriano (Córdoba). El estudio sobre Sierra Morena se cierra con la aportación de Mar Zarzalejos, Germán Esteban, Luis Mansilla, Fernando Palero, Patricia Hevia y jesús Sánchez sobre las investigaciones llevadas a cabo en los paisajes mine-ros de la vertiente norte de la Sierra, dentro del área de explotación controlada por Sisapo. Por su parte, la minería del cuadrante noroeste hispano está repre-sentada por dos trabajos. El primero, presentado por Javier Sánchez-Palencia, Damián Romero y Alejandro Beltrán profundiza en las formas de explotación de la minería aurífera y de la organización del territorio en el noroeste de Lusitania (área de los ríos Erjas y Bazágueda) y el sur de Asturia (zona minera de Pino del Oro). En el segundo análisis sobre el Noroeste, Carmen Fernández-Ochoa y Ángel Morillo analizan la estrecha relación existente entre la explotación de los recur-sos minerales y las estructuras de poblamiento en el área cantábrica.

El bloque sobre investigaciones arqueológicas se cierra con sendos trabajos que presentan los resultados derivados de la aplicación de diversas herramien-tas metodológicas y modelos de acercamiento al estudio arqueológico de los paisajes mineros. En la primera aportación, Jesús Bermúdez presenta la imple-

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Presentación

mentación de una herramienta SIG adaptada a las necesidades y condiciones del Proyecto El paisaje minero antiguo en la vertiente norte de Sierra Morena (pro-vincia de Ciudad Real). Finalmente, Mark A. Hunt muestra la utilidad de las apli-caciones de la Arqueometría al estudio de los paisajes mineros y metalúrgicos partiendo del ejemplo de la detección de cinabrio en contextos neolíticos y cal-colíticos peninsulares.

El segundo gran bloque de contenidos que alberga este volumen acoge los estudios y trabajos de investigación que se estaban llevando a cabo en los últi-mos años sobre la historia minera de Almadén. En el ánimo de los organizadores estaba propiciar no sólo el conocimiento de estos trabajos, sino que la reunión también fuera un lugar de encuentro para los investigadores que trabajan en ellos y generar nuevas iniciativas de investigación para proyectos futuros. El resultado ha sido un mosaico de temas que van desde la profundización en los aspectos más históricos de Almadén, hasta las nuevas tendencias en la representación del patrimonio minero industrial en aras de su puesta en valor.

Entre los trabajos que se recogen en esta publicación nos encontramos con tres grupos perfectamente definidos. El primero de ellos está centrado en la uti-lización de las nuevas tecnologías al servicio de la puesta en valor del patrimonio minero industrial como una herramienta eficaz para dar a conocer a la socie-dad este importante legado cultural. Los trabajos de Joaquín Caro, José Tejero y María Dolores Pérez Calle son tres buenos ejemplos de ello, donde un profundo conocimiento de la historia de la tecnología minera y metalúrgica de Almadén permite a los autores adentrarse con precisión en el uso de las instalaciones y en su tipología constructiva, consiguiendo con ello mostrarnos como se hicieron las cosas y reproducirnos de forma virtual como eran estos elementos claves de la historia tecnológica de Almadén (bariteles, malacates, hornos, etc.), que hoy en día están completamente desaparecidos.

El segundo grupo de aportaciones está centrado en sacar a la luz algunos aspectos de la historia de Almadén poco conocidos o poco desarrollados hasta la fecha. El trabajo de Julian Prior nos habla de unos momentos claves de la historia de Almadén provocados con la invasión del establecimiento minero almadenense por los franceses en 1808, que obligaron a la Junta de Gobierno de Almadén a tomar medidas drásticas que en algunos casos fueron para la subsistencia de la propia mina y el mantenimiento de la economía local, como fue el caso que ha estudiado este historiador sobre la emisión de papel moneda en las propias ins-talaciones de la mina para el pago de los salarios a los trabajadores y emplea-dos, utilizando para ello la liquidez de las reales minas hasta la extinción de su emisión en 1816, con las diferentes repercusiones que este hecho produjo en la vida local durante este periodo.

los otros dos trabajos incluidos en este segundo conjunto también tratan de profundizar en la historia de Almadén. El primero de ellos, el del profesor Demetrio Fuentes, aborda una de las constantes de la mina de Almadén a lo largo de su historia, las propuestas de mejoras en sus instalaciones, pero en este caso en una época bastante reciente como es el comienzo del siglo XX con la creación del Consejo de Administración de las minas a partir del año 1918, desgranando los múltiples problemas con los que se tuvo que hacer frente en las minas para sacarlas del estado de ruina en el que se encontraba en aquellos momentos, que permitieron realizar algunos cambios tan significativos e importantes en el ámbito de la tecnología minera como fue la introducción de un nuevo método de explotación minera (realce y relleno) en sustitución del método Larrañaga que se había empleado durante más de una centuria. El último trabajo de este conjunto, el desarrollado por Ángel Hernández Sobrino, nos muestra en forma

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de retazos algunos de los aspectos sociales y de la cultura del trabajo llevados a cabo en las minas de Almadén, abriéndonos una nueva línea de investigación que hasta ahora había sido poco trabajada por los investigadores interesados en el estudio de estas minas.

El último grupo de los trabajos que esta publicación recoge está dedicado a la denuncia y puesta en valor de un patrimonio minero industrial de la comarca de Almadén de gran importancia y que está muy olvidado, pero con la necesi-dad imperiosa de que se realice una intervención de forma inmediata, ya que el peligro de su desaparición puede ser inminente y cuando se aborde su recupera-ción quizás sea ya demasiado tarde. El patrimonio minero industrial al que nos referimos es el del Real Sitio de Almadenejos, situado a escasamente 15 km. de Almadén y que el profesor Emiliano Almansa trata de poner ante nuestros ojos el valor que tuvieron estas explotaciones de mercurio en el contexto minero de Almadén, realizando para ello una minuciosa pormenorización de todos y cada uno de los elementos patrimoniales que constituyeron las instalaciones mineras apoyándose para ello en un conocimiento histórico básico del lugar que hasta la fecha estaba poco estudiado.

Es necesario seguir abriendo foros y espacios de reflexión como los llevados a cabo en esta reunión de Almadén con el objetivo de seguir profundizando en la historia de la minería y su valorización, de aquí que aprovechemos estas líneas para agradecer la colaboración de aquellas entidades que han hecho posible su realiza-ción, como la Subdirección General de Proyectos de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad, el Departamento de Prehistoria y Arqueología y la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, la Escuela de Ingeniería Minera e Industrial de Almadén y la Fundación Francisco Javier de Villegas de Minas de Almadén y Arrayanes, S.A., instándoles a que sigan en esta línea y conviertan a este enclave minero en un lugar de encuentro y debate sobre el mundo de la minería y todas sus connotaciones sociales, económicas, históricas, culturales y patrimoniales.

Para finalizar, poco después de la celebración de esta reunión científica, el 30 de junio de 2012, el sitio minero de Almadén fue incluido en la lista de Patrimonio Mundial. Nos parece también éste un buen lugar para felicitar a todos quienes han contribuido con su trabajo y esfuerzo a que este proyecto se hiciera reali-dad y, cómo no, a los habitantes de Almadén, tanto a los actuales como a aque-llos que han vivido a la sombra de la mina siglo tras siglo, desde que en tiempos remotos un grupo de hombres comenzara a horadar la tierra en busca del mine-ral rojo y el líquido plateado.

Mar Zarzalejos Prieto

luis Mansilla Plaza

Patricia Hevia Gómez

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PAISAJE Y TERRITORIO DE RIOTINTO EN ÉPOCA ROMANA

Landscape and territory in roman Riotinto

Juan Aurelio Pérez Macías1 Aquilino Delgado Domínguez2

Resumen: Se presentan en este trabajo los resultados de las últimas investigaciones sobre la ocupación romana en Rio-tinto. A partir de un paisaje natural muy alterado por la acción de las aguas ácidas que forma la lixiviación y oxi-dación de las mineralizaciones, se estudia el impacto de la explotación romana, tanto en sus aspectos mineros y metalúrgicos, como los derivados de la ocupación de sus espacios por hábitats, necrópolis y caminos. Finalmente, se reflexiona sobre la organización territorial de esta zona minera y su relación con el resto de minas explotadas en época romana en la Faja Pirítica Ibérica.

Palabras clave: Riotinto, Roma, minería, metalúrgia, hábitats, necrópolis, vías, organización territorial, paisaje.

Summary: We present in this study the results of the latest research about the Roman occupation of Riotinto (SW, Spain). Taking into consideration the natural landscape altered by the effects of leached acid water from oxidized ore masses, we also study the impact inflicted by the mines and metallurgy caused by the Roman exploitation, as well as other modifications of the landscape derived from the occupation of the environment to build towns, cemeteries and roads. Finally, we discuss about the territorial organization of this mining area and its relationship with other mines exploited in Roman age at the Iberian Pyrite Belt.

Keywords: Riotinto, Roman age, mining, metallurgy, settlements, cemeteries, roads, territory, Iberian Piryte Belt.

Antes de que la minería fuera una actividad económica y de que se hubiesen asentado poblaciones en los alrededores de las mineralizaciones de Riotinto con la mira puesta en su explotación, su paisaje debía llamar poderosamente la aten-ción, tanto por su fuerte colorido como por su fisonomía. Cuando las mineralizaciones afloran a la superficie y los agentes atmosféricos actúan sobre ellas, el paisaje natural no presenta grandes diferencias con el paisaje antropizado a consecuencia del trabajo de minería. En el caso que nos ocupa, el de Riotinto en particular y de las minas romanas de las masas polimetálicas del suroeste peninsular en ge-neral, las circunstancias concuerdan en su inmensa mayo-ría con esta imagen. Eran mineralizaciones que estaban a la vista no por los leves indicios que a veces conducen al descubrimiento de las minas, fuentes de agua ferruginosa o pequeños afloramientos de óxidos de hierro, sino con ma-nifestaciones que podían contemplarse desde la distancia, a veces desde lugares my alejados de las minas por el color de las aguas que procedían de ellas, aguas agrias o aguas teñidas, de un fuerte color rojo vinoso, que también servía

para identificar a los lugares de donde procedían, los cerros colorados.

La minería desarrollada en Riotinto en épocas prehistó-rica y protohistórica no alteraría esencialmente ese paisaje natural alrededor de las minas. En las comarcas en las que se desarrolla el distrito minero de la Faja Pirítica Ibérica, las provincias españolas de Sevilla y Huelva y la región portu-guesa de Alentejo, la mayor parte de las minas ofrecían al exterior unas panorámicas muy características por el llama-tivo color rojo de los afloramientos de gossan, de los óxidos e hidróxidos de hierro que son el resultado de la oxidación y lixiviación de los depósitos de sulfuros al contacto con los agentes atmosféricos. En ocasiones, como sucedió en el distrito de Riotinto, esa cobertera gossanizada podía alcan-zar unos 4,5 km de longitud, y fue tan llamativa que hasta el siglo XVIII se denominaba Sierra del Mineral. Eran por otra parte suelos demasiado ácidos para que pudiera de-sarrollarse cualquier tipo de actividad agrícola y ganadera, aunque la propia vegetación autóctona había evolucionado hacia variedades adaptadas a los mismos, como la Erica An-

1 Universidad de Huelva. [email protected] Museo minero de Riotinto. [email protected]

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Juan aurelio Pérez Macías, aquilino DelgaDo DoMínguez

devalensis (brezo del Andévalo) y el Rumex bucephalophorus (agrillo, romaza, o acedera de lagarto).

Ni la minería ni la metalurgia de época prerromana tu-vieron capacidad para alterar demasiado ese paisaje. La minería se desarrolló bajo unas condiciones que tuvo que mantenerse cerca de la superficie, a escasa profundidad. Las primeras comunidades mineras de la Edad del Bronce cono-cían perfectamente la esterilidad de estos raquíticos suelos y prefirieron el establecimiento en cerros cercanos, donde las condiciones edafológicas permitían el abastecimiento alimentario, y la minería era una actividad que obligaba a un traslado a las zonas de extracción, próximas pero rela-tivamente alejadas. La minería practicada con el martillo de piedra con surco central de enmangue, muy apto para romper, pero poco útil cuando se trataba de labrar huecos que buzaran en la vertical, y las técnicas de fundición en vasijas de reducción, no obligaban a grandes desmontes ni generaban zonas de calcinación o de escombreras, pues las escorias que producen estas vasijas son diminutas, y no so-brepasan en su mayor parte el centímetro, unas dimensiones muy alejadas de lo que serán las grandes lupias de sangra-dos sucesivos de época romana, que pueden ser de un metro de longitud (Pérez y Delgado 2007b).

A pesar de que en el período Orientalizante se trasladó el hábitat hacia la Sierra del Mineral, al Cerro Salomón (Blan-co, Luzón y Ruiz 1975), y de que este hábitat se extendería sobre otros cerros cercanos, como Cerro de Quebrantahue-sos (Pellicer Catalán 1983), una señal del esplendor que va a vivir la minería y la metalurgia de la plata gracias al comer-cio fenicio, no pensamos que se generaran grandes escom-breras en el entorno. La mejor prueba de esto es la estrati-grafía de escorias de Cortalago. Los estudios realizados por el Departamento de Exploración Minera de Rio Tinto Minera S.A. en la década de los años 80 del siglo XX (Rothenberg et al. 1990), han podido definir cuál fue el relieve original de los alrededores de la Sierra del Mineral mediante una serie de sondeos en escombreras y escoriales hasta la roca virgen, que han permitido que tengamos aproximaciones con bas-tante exactitud a la posición topográfica de cada uno de los yacimientos que se han inventariado en el entorno de las masas minerales. La gran mancha de gossan se extendía so-bre todas las masas minerales, sobre el stockworks, y sobre algunas rocas que habían sido afectadas por los fenómenos de gossanización, hematización y caolinización, y todavía no había conocimiento geológico que permitiera delimitar el desarrollo puntual de cada masa, que hasta bien entrado el siglo XVIII se consideraba una sola de gran extensión, un yacimiento de proporciones gigantescas según expresión de la época. El límite a la mineralización se establecía en las rocas de caja, las pizarras del Culm del costado septentrio-nal y las lavas básicas en el meridional, y fue en esos lugares donde se van a ir estableciendo los asentamientos mineros

cuando la minería fue alcanzando cotas de producción in-dustrial a partir de época prerromana.

1. MINERALIZACIONES Y MINERÍA

Las masas polimetálicas de la Faja Pirítica Ibérica se habían formado por fenómenos de vulcanismo submarino a fines del Devónico (García Palomero 1980), y habían se-dimentado en el lecho marino enormes cantidades de sul-furos que después fueron cubiertos por depósitos de finos durante el Carbonífero. Cuando estos materiales de la Zona Geológica Surportuguesa del Macizo Hespérico emergen con el movimiento hercínico, los sulfuros estaban empa-quetados herméticamente entre las pizarras devónicas y carboníferas, pero la erosión y el plegamiento alpino van a actuar para que la mayor parte de estos materiales que-den al descubierto por el desmantelamiento de las blandas rocas que los cubrían (Tornos Arroyo 2008). Por esto, casi todas las masas se presentan al exterior por monteras de óxidos de hierro producto de la oxidación de unos sulfuros que bajo el nivel freático todavía permanecen sin alterar. Sólo en unos pocos casos las mineralizaciones del suroes-te permanecieron sin estos indicios exteriores (Listel et al. 1988), ocultas bajo las pizarras del Culm, y éste es el ejem-plo de algunas masas de Riotinto, como Valle, Planes o San Antonio, e incluso de otras minas que hoy tienen buenos niveles de producción, como Neves Corvo (Portugal). Se da incluso el caso de mineralizaciones que afloraron por la erosión y después han vuelto a ser sepultadas por sedi-mentaciones del Terciario, como Las Cruces (Sevilla). En su inmensa mayoría la erosión hizo que quedaran expuestas a la acción de las aguas meteóricas, que van a propiciar unos cambios importantes en la composición original de los sulfuros (sulfuros primarios). Estos sulfuros están for-mados básicamente por bisulfuro de hierro (pirita) y canti-dades accesorias de sulfuros de hierro y cobre (calcopirita), sulfuros de zinc (esfalerita), sulfuros de plomo (galena), y otros elementos en menores proporciones, es decir son de naturaleza polimetálica.

El agua al contacto con el sulfuro se transformaba en agua ácida, que iría actuando sobre los minerales en el co-nocido proceso de lixiviación y precipitación. Lo destaca-ble de este proceso es que algunos minerales son solubles y emigran con las aguas hasta las proximidades del nivel freático, donde se cementan (enriquecimiento secundario), y otros resisten la disolución, pero se transforman y perma-necen en la zona de oxidación. Entre los primeros se en-cuentran el cobre y el zinc, y entre los segundos el hierro, que forma el elemento principal de los crestones de estos yacimientos, en los que se encuentran también el plomo, que resiste bien la disolución como carbonato de plomo, y aquellos otros metales, como la plata y el oro, que estaban

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en los sulfuros primarios y que tienen una concentración residual por la pérdida de otros elementos con respecto a su porcentaje en la mineralización original. Las cantidades de oro no sobrepasan los 4 gramos a la tonelada de mine-ral y las medias de plata son superiores a los 40 gramos a la tonelada de mineral. La plata de estos afloramientos se presenta en forma de sulfosales (arseniuros y antimoniuros), pero la plata es más inestable que el oro y puede removi-lizarse hacia la parte inferior de la zona de oxidación, por lo que en algunas masas es frecuente una subzona rica en minerales de plata en forma de distintas variedades de jaro-sitas (jarosita, argentojarosita y plumbojarosita).

Más allá de su acción como principal agente de la oxida-ción, en las minas del suroeste el agua ha jugado un papel capital. Como tiende a acumularse en el nivel freático, en el que existían capas ricas en minerales de cobre, que se encuentra además muy cercana a la zona de la montera de minerales de hierro donde se alcanzaban buenos tenores de minerales de plata, uno de los más graves problemas con los que tuvo que enfrentarse la minera antigua fue su desagüe, para lo que la ingeniería ofreció las soluciones más especta-culares (Luzón Nogué 1968), bien con galerías subterráneas de desagüe, que conducían el agua al exterior a una cota inferior a la que se encontraba en el interior, las galerías in-clinadas (cuniculi), o bien bombeaba el agua a estas galerías cuando los trabajos tenían una cota inferior a la que podían desaguar estas galerías al exterior, y para ello la tecnología helenística aportó una serie de instrumentos, desde la noria (rota aquaria), las máquinas de desagüe más conocidas del suroeste peninsular por los ejemplares encontrados en Rio-tinto, Tharsis, Lagunazo, y São Domingos, o instrumentos más sofisticados como los Tornillos de Aquímedes (colchea), la Bomba de Ctesibio, o las Poleas de Cangilones. Los más utilizados en Riotinto por su enorme capacidad de desagüe fueron las norias, que aparecieron en cada una de las zonas de extracción, Filón Norte, Filón Sur y Masa Planes. De los tornillos y bombas los ejemplares mejor conservados proce-den de la mina de Sotiel Coronada (Calañas).

Con esta eliminación de las aguas ácidas que se acumu-laban en el interior de los trabajos, se aumentaba uno de los elementos más corrosivos de las minas, esas aguas cargadas de sulfatos de cobre (vitriolo) y sulfatos de hierro (capa-rrosa o aceche), que además de abrasar los suelos con los que entraban en contacto, eran también un buena fuente de riqueza si se aprovechaban sus minerales en disolución. De forma natural, cuando decrece la velocidad o cuando se produce la evaporación de las aguas estancadas en el estío, esos minerales podían cementarse en el lecho de los arroyos, pero no contamos con ninguna prueba concluyente de que esta cementación natural fuera conocida y aprovechada en época romana. Se considera que los sulfatos de cobre que se cementan en los techos de las galerías en forma de estalag-mitas, si pudieron ser beneficiados (Hunt Ortiz 1988), pero

si ocurrió así la producción de ese cobre de cementación no sería de forma intencional ni tendría significación económi-ca, pues su formación es lenta en el tiempo.

El agua ácida no sólo se formaba en los caños que salían de las galerías y cámaras de extracción, se incorporaba a los arroyos y a la cuenca fluvial del río Tinto, y era un problema cotidiano en todo el contorno de la mina, pues el agua de lluvia al contacto con los minerales acababa formando esas lejías y jugos que tanto maravillaron a los antiguos por sus propiedades. Valga como ejemplo el comentario del clérigo D. Delgado en el informe de su inspección remitido a Felipe II en 1555: «en este río no se cría ningún tipo de pescado, ni cosa viva, ni las gentes las beben, ni las alimañas, ni se sirve de esta agua en ninguna cosa. Tiene una propiedad esta agua, que cualquier persona que tiene en el cuerpo cosa viva, como beba della, se lo mata y lo echa del cuerpo. Otra propiedad les dije que tiene, de lo cual ellos se holgaron de saber, y es que ninguna que tuviese mal de ojo, que como se lavase con aquella agua, que luego sa-naría; y esto les di por medicina a aquella tierra, de lo cual ellos quedaron muy contentos porque vieron luego por experiencia. Tiene otra propiedad, que si le echan un hierro en el agua, en pocos días se consume: esto lo probé yo y tome una rana viva y la eche al río, y luego murió sin poder salir del agua. En todo este río no se halla arena en él ni cosa suelta, porque todas las pie-dras que hay están presas y pegadas unas a otras y si se echa de fuera una piedra a los pocos días está pegada como las otras…» (Pinedo Vara 1963: 50). Comprendió al instante este ilustrado clérigo que la contaminación del río Tinto es natural, «porque nace en veneros de caparrosa», y que estas aguas no permitían ningún tipo de vida. Esta fue también la razón para que se diera el nombre de Urium al este río, un apelativo relacionado con el verbo uro, que con significado de abrasar y quemar definía perfectamente las propiedades de sus aguas. Es más, esas características del río Tinto estaban tan acentuadas por-que de los tres tributarios que forman su cabecera, sólo uno de ellos es el que aporta agua dulce (Rivera de Jarama), pues de los otros ramales, uno nacía a los pies del Cerro Salomón y otro en una mina cercana, la mina de Peña de Hierro. Es-tas aguas formaban esos salitres que serían aprovechados a partir de época medieval desde la Aldea de Riotinto, la actual Nerva, como mordientes para la tinturas. Y desde el siglo XVIII estas aguas fueron procesadas para la producción de cobre por cementación natural. Es decir, el área de Riotinto tenía ya un entorno muy dannificado por la acción de las aguas ácidas que corrían por las escorrentías de las mineralizaciones, y era atravesada por un río cuyas aguas eran astrigentes y no po-dían utilizarse para el consumo humano. Unas características edafológicas que se añadían a la raquítica corteza vegetal de los suelos, muy afectados además por la acidez de las rocas volcánicas. En estas condiciones sólo la minería podía fijar a la población, y cuando ésta ha entrado en crisis a lo largo de la historia, se ha desembocado siempre en un despoblamiento

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general ante la imposibilidad de rentabilizar una economía basada en la explotación de los recursos agropecuarios.

La mina de Riotinto, al igual que otras minas de la Faja Pirítica Ibérica (Fig. 1), está formada en realidad por varias masas polimetálicas (Fig. 2), y desde esta perspectiva sería más ajustado emplear el término de Minas de Riotinto. En total las masas albergaban unas 500 Mt de mineral que se extendían sobre una superficie de unos 4 km2. En el con-junto de estas masas se ha diferenciado el costado norte de la Sierra del Mineral, denominado Filón Norte, en el que la explotación minera del siglo XX trabajó en seis masas inde-pendientes, Salomón, Lago, Dehesa, Mal Año, Argamasilla, y Quebrantahuesos, y la ladera sur, el llamado Filón Sur, que se componía en realidad de dos grandes masas, la de Filón Sur, en la que se concentró la minería en los siglos XVIII y XIX, y la de San Dionisio, la masa de mayores reservas, que es hoy la imagen de estas minas por su explotación cielo abierto por medio de Corta Atalaya.

Después del período de minería romana, la explotación moderna comenzó por la masa de Filón Sur, en la que se concentraron los trabajos desde la rehabilitación de la mina por L. Wolters en el siglo XVIII hasta la venta de la mina a Riotinto Company Limited en 1873 (Flores Caba-llero 1983). Esta masa fue intensamente explotada para el tratamiento de sus minerales de cobre, y la profundidad de los trabajos de minería romanos hizo necesaria la combi-

nación de dos sistemas de desagüe, las parejas de norias y las galerías inclinadas, que posibilitaron que se pudieran alcanzar cotas de extracción de más de 80 metros desde la superficie. A pesar de que ha sido una de las masas con mayor calidad de minerales de cobre (Negrillos) y de que los ingenios de desagüe empleados en ella sean los más es-pectaculares, esto no tiene correspondencia con los restos de minería encontrados ni con los lugares de fundición y vivienda de los mineros, que al contrario de lo que sucede en otras masas, no aparecen en los alrededores de la mine-ralización. Por esto, aunque esta masa ha desempeñado un papel fundamental en la historia de la moderna minería, su importancia en época romana fue reducida, pues no se conocen grandes escoriales ni asentamientos relacionados con su explotación.

Todo lo contrario ocurre con las masas situadas en Fi-lón Norte. Su explotación contemporánea no comenzó has-ta 1881 por la compañía británica, primero con labores de interior (contramina) y posterior a cielo abierto mediantes grandes cortas en 1892. No obstante, desde el siglo XVI las inspecciones que se realizaron a la mina señalaban que en este lugar se encontraban grandes montones de escorias y muchos restos arqueológicos, que corresponden al principal asentamiento romano de las minas, el Llano de los Tesoros, cuya extensión siempre llamó la atención. Su posición se relaciona con la explotación de minerales argentíferos, que

Figura 1. Las minas romanas del distrito minero bético de la Faja Pirítica Ibérica.

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fueron el verdadero hilo conductor de la minería antigua. Con la apertura de las cortas de Filón Norte (Corta Salo-món, Corta Lago, y Corta Dehesa), D. Williams (1934) pudo estudiar en detalle la geología de estas masas, y encontró explicación de por qué las escorias de esta zona tenían una composición de plomo-plata, es decir se originaron por la reducción de minerales argentíferos. Aunque desde época de la explotación de la Real Hacienda se había detectado que muchas de las escorias correspondían al tratamiento de minerales de plata, la fama de la mina se cifraba en las calidades de los minerales de cobre y Rúa Figueroa (1859) propuso que los minerales beneficiados en época romana habían sido los «cobres grises», entre ellos la tetraedrita, un sulfuro complejo con enriquecimiento en cobre, plomo y plata. Sin embargo, Williams consideró que las escorias de plata eran el resultado de la fundición de una capa de mineral terroso que se encontraba en la parte inferior de la zona de oxidación, próximo al nivel freático, donde predo-minaba la jarosita, unos sulfatos hidratados de hierro que podían estar enriquecidos en plata y en plomo. Esta relación pudo establecerse gracias a que con la apertura de las gran-des cortas, quedaron al descubierto en las secciones de los distintos bancos numerosos minados antiguos, cuya dispo-sición topográfica coincidía precisamente con este tipo de mineral (Willies 1997). Los grandes escoriales de plata, que se encuentran en su mayor parte en esta zona, correspon-

derían a la reducción de estos minerales con la adición de plomo, y aunque eventualmente en algunos puntos puedan encontrarse algunas escorias de cobre por la explotación de pequeñas partidas de minerales de cobre, esa cantidad de escorias de cobre no tienen volumen y significación meta-lúrgica. La intensa actividad que desplegó la minería roma-na en estas masas con minerales de plata se manifiesta en las grandes cámaras de extracción que se documentaron en ella, entre las que alcanzaron fama la Cueva del Lago, Cueva del Salitre y la Cueva del Tabaco. Estos minerales de plata se encontraban a cotas más altas que los de cobre, y los sis-temas de desagüe no alcanzaron las profundidades que en Filón Sur. Se produjeron algunos hallazgos de norias, pero no formaban una cadena de pares en altura como la serie aparecida en Filón Sur (Delgado y Regalado 2010).

Sobre el resto de las masas es muy poco lo que conoce-mos, y únicamente la asociación de escoriales a las mismas puede ofrecernos alguna idea. Éste es el caso de las masas de San Dionisio y Planes. En masa de San Dionisio R. Pal-mer (1929) estudió una serie de dos galerías inclinadas de desagüe superpuestas (Galería de San Dionisio), y se locali-zaron algunas sogas y anillos de bronce de los capazos que permitían evacuar el mineral por medio de roldanas, hoy expuestas en el Museo de Huelva. Los escoriales romanos cercanos son los que se encuentran en la barriada de Bella Vista, muy alterados por la construcción de este barrio des-

Figura 2. Masas minerales de Riotinto y los escoriales romanos asociados.

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tinado al alojamiento de los técnicos británicos. Su tonelaje se encuentra muy alejado de los volúmenes de escorias de la zona de Filón Norte, pero son escorias de plata que demues-tran que se minó buscando minerales de plata, y en relación con esto resulta significativo que no se mencione la apari-ción de ninguna noria romana, que suelen aparecer cuando se profundiza para llegar al enriquecimiento secundario rico en minerales de cobre.

Un ejemplo aún más extraño es la masa Planes, una mi-neralización que no afloraba al exterior con los crestones de óxidos, pero a pesar de ello fue localizada y trabajada en época romana. Es posible que por su proximidad al río Tinto se produjera alguna surgencia de agua ácida o ferruginosa que delataba al yacimiento oculto, y por su cercanía a la superficie pudo ser localizada mediante sondeos con pozos verticales. Esta forma de exploración minera por medio de pozos es un sistema muy empleado en época romana cuan-do se presumía de la existencia de mineralizaciones, y fue tozudamente utilizada en la prospección de Cerro Colorado, aunque los indicios superficiales, gossanización y en algu-nos casos de cobre nativo, no correspondían al sombrero de una masa (gossan masivo), sino al stockwork (gossan de sotckwork), una mineralización en vetillas que se encontra-ba lejos de las técnicas de beneficio metalúrgico de época romana. En masa Planes esta exploración tendría éxito, pues se localizó una masa con un enriquecimiento secundario muy rico en minerales de cobre de alta ley, y de ahí que du-rante su explotación contemporánea por minería de interior se localizaran norias romanas (Ojeda Calvo 2006), siempre asociadas al drenaje de los niveles más profundos de los minerales del enriquecimiento secundario. A la explotación de esta masa se han asociado los escoriales de cobre de la zona de Marismilla/Nerva.

Menos datos existen sobre otras masas menores, Mal Año, Argamasilla y Quebrantahuesos. De la pequeña masa de Mal Año solo se conoce una galería de desagüe (Galería de Mal Año), y su situación en las masas de Filón Norte, donde se encuentran los minerales de plata, la relaciona con la minería de la plata. Con respecto a las masas de Argama-silla y Quebrantahuesos sólo podemos señalar su cercanía a los escoriales de cobre de Barranco de Tres Cruces, pero carecemos de otros elementos de juicio para proponer su explotación en época romana. En definitiva, con la minería de estas masas el beneficio de sus minerales de cobre posi-bilitó su aprovechamiento y una cierta producción de cobre, pero la diferencia de reservas con respecto a las masas de Filón Norte dejó a esta producción de cobre siempre por de-trás de la producción de plata. Sólo la explotación de Filón Sur podía haber aumentado el volumen de la producción de cobre, pero no se conserva ningún escorial asociado a ella, lo que impide su valoración.

Las áreas de fundición se encontraban casi a bocami-na, y los escoriales formaban verdaderas montañas que im-

primían carácter a las zonas de procesamiento del mineral (figura 2). Los ingenieros y técnicos que trabajaron en este establecimiento minero en los siglos XVIII y XIX, para quie-nes los escoriales eran la mejor expresión de la industria metalúrgica romana, refieren en sus descripciones la exis-tencia de estos grandes escoriales y su ubicación. Uno de los aspectos que más interesó a estos ingenieros de minas fue el contenido en metales, diferenciando ya entre las escorias cobrizas y las plomizas. El estudio de los metales contenidos fue definido finalmente por L. U. Salkield (1970), jefe del De-partamento Metalúrgico de Río Co. Lda., quien clarificó que las escorias eran de cobre cuando su contenido en cobre era mayor del 0,5% y tenían pequeñas cantidades de plomo y plata, y plomo-plata (argentíferas) cuando el porcentaje en plomo era superior al 0,5%, aunque podían tener también cantidades significativas de plata e incluso algo de cobre.

Desde el inicio de los trabajos metalúrgicos en Riotinto en 1747, la escoria romana fue empleada como fundente. Rúa Figueroa nos ubica algunos de los rimeros de escoria que fueron empleados para tal fin y comenta que por este uso en algunas zonas había desaparecido el escorial: «Los minerales estraídos debieran de cobrizos y en abundancia pro-digiosa si se atiende á los enormes residuos que dejaron en los puntos denominados Barranco de la Cruz, Las Marismillas y Argamasilla, aún cuando de este último se ha recogido la ma-yor parte para el consumo de las fundiciones desde mediados del siglo pasado» (Rúa Figueroa 1859: 70). Partiendo de los datos que se disponen sobre la producción de cobre en estos siglos, los provenientes de la Real Hacienda y los ofrecidos por los arrendatarios que trabajaron por algunos períodos (Remisa, Planes, La Cerda), conocemos que se produjeron 29.190 toneladas de cobre metal (Moreno Bolaños 2011), en las que se habrían empleado 69.674 toneladas de escoria, pues la fundición de una tonelada de cobre metal consumía 2,3 toneladas de escoria.

Los primeros ensayos de cuantificación los realizó J. Gon-zalo y Tarín en 1888, quien estimó que el volumen de escoria romana de toda la provincia de Huelva sería de 4.000.000 m3, pero pensaba que procedían del tratamiento de minera-les cupríferos. A principios de los años veinte del siglo XX, Río Tinto Co. Ltd se interesó por conocer el volumen y con-tenido de las escorias antiguas, y la cubicación realizada en los escoriales en 1924 arrojó como resultado un volumen de escorias de 16.310,250 toneladas de escorias. Siguiendo los criterios establecidos por L. U. Salkield, 15.310,250 serían escorias argentíferas y 1.000.000 cupríferas (Pérez Macías 1998). Estos cálculos no comprendían las cantidades ante-riores utilizadas como fundentes a lo largo de los siglos XVIII y XIX, ni la empleada como balasto para el ferrocarril, por lo que este cálculo estaría por debajo de las cifras originales.

Estudios recientes han rebajado los volúmenes de esa cu-bicación a unos 6.000.000 de toneladas (Rotenberg, García, Bachmann y Goethe 1990). Sus argumentos se basan en el

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criterio de considerar que no había suficiente jarosita para haber producido tanta fayalita, y ha servido de argumento el resultado del cubicaje de escoria que todavía quedaba en algunas zonas de minería realizado por Río Tinto Minera en 1984. Los trabajos desarrollados en los últimos años han puesto de manifiesto que la jarosita no fue el único mine-ral beneficiado en época antigua (Pérez y Delgado 2007), por lo que ese argumento carece de validez. Como ya había manifestado Mr. Douglas, assitant manager de Río Tinto Co. Ltd., se ha demostrado que el gossan también podía tener un buen enriquecimiento en plata, en ocasiones superior a la argentojarosita. Análisis de la propia compañía minera documentaron partidas de gossan muy rico en plata (argen-tiferus ore) entre los pisos 6 y 12 de las masas Salomón y Dehesa, de los que algunas muestras alcanzaron los 5,740 gramos de plata por tonelada de mineral. Por otra parte, la campaña de sondeos de 1984 de Rio Tinto Minera se cir-cunscribió a la zona de Filón Norte. Si se comparan los pla-nos de estos sondeos de 1984 y el plano de los escoriales elaborado en 1924, se observa que la malla no se extendió sobre todos las áreas inventariadas a comienzos del siglo XIX, entre otras las que se encuentran en la zona de El Valle y Marismilla.

A esto habría que sumar que no se contabilizó el empleo de escoria en diversos servicios de la mina. Tampoco se ha considerado la cantidad de escoria utilizada en el ferrocarril minero. Sólo en la construcción de la vía general o main line, el trazado ferroviario de 84 Km que unía Río Tinto con el muelle embarcadero en Huelva, se emplearon 127.500 toneladas de escoria como balasto. A esta cantidad habría que añadir 395.350 toneladas empleadas en la construcción de los ramales o mines lines, 264 km de vías que unieron los pueblos de la Cuenca Minera con los distintos tajos y éstos entre sí. Pero el empleo de escoria en el Rio Tinto Railway no terminó aquí, todos los departamentos contaron con un servicio de construcción de vías provisionales o tracklaing, que se montaban y desmontaban según las necesidades de explotación, hasta la introducción de camiones a principios de los años 60 del siglo XX. La escoria romana fue empleada incluso como elemento de relleno en labores civiles, como en el caso del barrio de Bella Vista, cuyas suaves lomas fue-ron rellenadas y niveladas empleando escoria. Por último, habría que computar también el volumen empleado en las modernas operaciones mineralúrgicas del proceso de me-tales preciosos, en las que la escoria romana se ligaba con el gossan, para que la ley bajara hasta los 2 g/t de oro y pudiera ser así totalmente recuperado.

En definitiva, no podemos obtener un cálculo definitivo de las escorias romanas de Riotinto, pero si apuntar que el cálculo de 16.000.000 de toneladas es más real, y que esa cifra debe incrementarse con más de cinco millones que no se habían considerado.

2. MINERÍA Y POBLAMIENTO

Podemos hacernos una idea cabal de cómo era el paisaje de las minas en esta época gracias a las descripciones que se realizaron en los siglos XVI y XVII. La minería de la plata finalizó en Riotinto a fines del siglo II d. C., y la zona de Filón Norte ya no volvería a ocuparse más. La población que permaneció en la mina en los siglos III al V d. C. se concen-tró en los asentamientos dedicados a la minería y la meta-lurgia del cobre de la zona de Marismilla. El poblamiento islámico de la mina se redujo a la cumbre de Cerro Salomón, donde se construyó una pequeña fortaleza sobre los restos del asentamiento protohistórico (Pérez Macías 1999), y la minería desarrollada por esta población medieval no ha de-jado vestigios metalúrgicos, todo lo cual hace pensar que se dedicó al aprovechamiento de los sulfatos de cobre (vitriolo) y hierro (aceche o caparrosa), de los que se hacen eco las fuentes musulmanas. El paisaje permaneció prácticamen-te inalterado hasta la Edad Moderna, y la descripción que hace del mismo R. Caro puede acercarnos al trasiego que se viviría en las minas en época romana: «… no se puede caminar una legua de tierra, que no sea pisando escorias, carbones, y viendo a una y otra parte minadas por muchas partes las sierras, quebradas y abrasadas las peñas, sacadas de su asiento, y precipitadas en los valles, partidos grandes cerros, y los demás amenaçando ruyna. No puede negar el movimiento que tan horrendo espectáculo causo en mi ani-mo con notable admiración …a quien no admirara ver, que el atrevimiento humano osasse tanto y que fuesse más dura el hambre de oro, que la dureza de aquellas peñas… vol-viendo al principio de aquellas cuevas, no sabía apartarme medroso y admirado… cercanos a estas minas se ven restos de carbones, y escorias, que hacen competencia en altura a los otros naturales, más no permitió la naturaleza, que estas ceniças, en que la atrevida codicia dexo escrita la memoria de sus triunfos, tuviesen comercio con ella; y así las infamó con negro horror, y eterna esterilidad, no dando lugar a que allí nasciesse árbol ni yerva, que con su hermosura adorna-sen aquellas infames reliquias...» (Caro 1624, 210-211). Este paisaje, ya profundamente transformado por la minería y por la calcinación y reducción de los minerales, fue el resul-tado de cuatro siglos de intensa actividad minera, desde el siglo II a. C. al siglo II d. C.

Al norte de Cerro Salomón se encontraba un terreno de suaves pendientes, próximo a donde a fines del siglo XIX se explotó mediante una corta al aire libre la masa Lago (Corta del Lago). Aquí comienza la actividad metalúrgica indus-trial al tiempo que se va a ir despoblando Cerro Salomón/Cerro Quebrantahuesos a partir del siglo VII a. C. (Blanco y Rothenberg 1980; Amores Carredano 1988). La elección del lugar no era caprichosa, este paisaje protohistórico tiene ya muy en cuenta las posibilidades mineras de esa gran masa de gossan, y las fundiciones, lugares de trabajo y vivienda

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se establecen fuera del área gossanizada, allí donde no se estorbara y se ocupara terreno que podía contener riqueza metálica, sobre las pizarras carboníferas. El yacimiento de Cortalago se encontraba en Filón Norte, en la zona más rica en minerales de plata (Salkield 1970). Este es el comienzo del poblado minero de Llano de los Tesoros (Luzón y Ruiz 1970), bien posicionado en una superficie ligeramente alo-mada a los pies del Cerro Salomón, que se mantuvo como la principal zona de hábitat y trabajo desde su fundación a lo largo del siglo VII a. C., hasta el final de la producción de plata en época romana, a fines del siglo II d. C.

Esta prolongada ocupación ha podido ser certificada gra-cias a la excavación de su estratigrafía, que en parte quedó al descubierto cuando a fines del siglo XIX se inició la ex-tracción de minerales de masa Lago por medio de la Corta del lago, de la que ha tomado nombre una parte del yaci-miento (Cortalago). El primer banco de la Corta del Lago seccionó el yacimiento dejando al descubierto una potencia estratigráfica de unos 8 m, y en ella se suceden los niveles de escorias y estructuras de trabajo y de habitación. La im-portancia de este asentamiento quedó de manifiesto desde las primeras limpiezas de perfiles llevadas a cabo por J. B. Jones (Jones 1980), que fue el primer investigador que tomó conciencia de la envergadura de este yacimiento. La acumu-lación de estratos de desechos de fundición ofrecía la opor-tunidad de conocer la evolución de la metalurgia extractiva de los minerales de la zona de Riotinto, y consciente de esto

planteó una primera limpieza de la sección de escorias, en la que se distinguieron tres niveles superpuestos de estruc-turas de habitación correspondientes a época romana. Esta estratigrafía fue detenidamente analizada en cada uno de sus estratos de escorias por P. T. Craddock dentro del pro-grama de investigación de la Exploración Arqueometalúrgi-ca de Huelva (Blanco y Rothenberg 1980), y la planimetría de las estructuras más superficiales, las correspondientes al siglo II d. C., han podido conocerse mejor gracias a las últimas excavaciones en extensión. Las estructuras más an-tiguas corresponden a época tardorrepublicana (Fig. 3), la segundas a la transición de época claudio-neroniana a la flavia, y la última de mediados del siglo II d. C., de época antonina, el episodio de mayor esplendor industrial de Rio-tinto en la antigüedad, que finalizó súbitamente con la crisis de fines del siglo II d C., que provocó el total abandono de esta área dedicada a la minería y a la metalurgia de la plata. En adelante, cuando la mina vuelve a recuperar el ritmo de producción industrial, será el cobre el único metal en salir de este coto minero, por la explotación de los yacimientos situados en el costado sur de la Sierra del Mineral, los de Filón Sur, Planes y San Dionisio.

No conservamos la altura original de los escoriales, pues las escorias fueron empleadas desde la reapertura de la mina en el siglo XVIII. Es probable que, a tenor de las secciones que quedaron al descubierto en otras zonas del gran escorial de Filón Norte (Cradocck, et al. 1985), estas montañas de es-

Figura 3. Estructuras republicanas en la estratigrafía de Cortalago/1990.

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corias alcanzaran también alturas parecidas. Lo destacable de este mar de escorias es que en los escoriales hay siempre algo más que escorias, y el éxito de la Exploración Arqueo-metalúrgica de Huelva en el estudio de la sección de esco-rias de Cortalago, fue constatar que junto a los desechos de las fundiciones se encontraban también materiales arqueo-lógicos, que ayudan a fechar cada uno de los momentos que se van sucediendo con la continua acumulación de lechadas de escorias. Se puede obtener con su excavación una visión de la producción de metales y de los cambios experimenta-dos en las técnicas metalúrgicas a lo largo del tiempo, pues esos estratos de escorias incorporan además cerámicas, vi-drios y monedas, y otros residuos metalúrgicos que facilitan la investigación de los minerales extraídos y de los procesos mineralúrgicos de concentración. A los estratos inferiores de época protohistórica se superponen estratos de escorias que suponen una etapa de intensa actividad metalúrgica que se prolonga desde la segunda mitad del siglo III a. C. hasta el siglo II d. C., unos estratos que suponen más de las dos terceras partes de la potencia de la sección de escorias, lo que ofrece una idea del significado de la producción roma-na. Y dentro de esta etapa de producción de época romana se distinguen una amplia variedad de tipos de escorias, las planas plano-convexas de época tardorrepublicana, las es-corias con filos hilos de sangrado de época augustea, y las grandes lupias tronco-cónicas de época alto-imperial. En estas últimas se distinguen a veces hasta nueve operaciones de sangrado de los hornos, una imagen perfecta de la capa-cidad que desarrolló la industria metalúrgica romana en la optimización de estos hornos, que se podían sangrar y volver a cargar para que fuera aumentando el tamaño del régulo de metal que se alojaba en el crisol de la solera.

Esta estratigrafía de Cortalago es hasta ahora el único lugar en el que se encuentran los primeros pasos de la meta-lurgia romana, en forma de lupias de finos hilos de sangrado y en forma de placas. Estos paquetes de escorias suponen un paso a la producción industrial de metales, y están prece-didos por otros estratos en los que predominan las ánforas gaditanas del tipo de los Campamentos Numantinos, que en esos niveles no están acompañadas por cerámicas romanas, razón por la cual hemos situado estos niveles a fines del siglo III a. C. (Pérez Macías 1998). Es cierto que con tan es-casos elementos de juicio resulta arriesgado establecer una cronología segura, pues esos estratos podrían corresponder también a la primera mitad del siglo II a. C., pero por encima de estas precisiones cronológicas esas cerámicas nos apun-tan a una relación directa de la mina con el área económica del Círculo del Estrecho, desde donde llegaría el abasto de alimentos y hacia donde se dirigiría la producción metálica, que como en época protohistórica sigue siendo exclusiva-mente de plata a juzgar por los análisis de las escorias.

Esta producción de plata en época republicana es una novedad para lo que conocemos sobre la historia de la mi-

nería de las masas polimetálicas del suroeste. A pesar de su gran tradición como minas de plata, estos cotos del suroes-te permanecieron inactivos. En esos momentos la minería romana se concentraba en los distritos de Carthago Nova, Castulo y Corduba (Domergue 1990). Se puede asegurar que aunque Riotinto fuera explotado casi inmediatamente des-pués de la conquista, eso no supuso en modo alguno que esta minería se extendiera por otras minas de la región. La explotación de las minas estarían dirigidas por particulares o compañías, bien representadas en los lingotes de Carta-gena y en los precintos de plomo de las minas de Sierra Morena, y esos socii y societates se mantuvieron en las ri-cas minas de galena argentífera de las zonas mineras de Murcia, Jaén, Córdoba, Badajoz, y Ciudad Real (Domergue 1990). Sí se extendió la explotación al entorno de la cuenca minera de Riotinto, como se desprende de los lingotes de plomo de la cercana mina de Umbría de Palomino (CILA I, 52). Pero los inconvenientes de reducción de las jarositas, en cuya fundición debía añadirse plomo como colector de plata para formar un régulo de plomo argentífero, serían quizás un problema añadido que no favorecería esa avalancha de itálicos que llegó a otros distritos mineros hispanos.

Esta explotación republicana no sólo se ha constatado en la zona de Cortalago (RT-24), las excavaciones en otras áreas del escorial (RT-19) han permitido indagar en el pro-ceso de reducción de las jarositas (Cradocck et al. 1985), y los materiales cerámicos asociados a los restos metalúrgi-cos son de cronología republicana. Los escasos lingotes de plomo de los que tenemos noticia proceden de los distritos mineros murcianos. Pero la minería en estos momentos si-gue siendo una minería que sigue la larga tradición de las explotaciones de los minerales de plata, no descubre aún que las mineralizaciones de estas masas contenían a ma-yor profundidad enormes riquezas de mineral de cobre. No obstante, esta minería de la plata no tendría plenamente desarrollada la exploración de estos minerales, pues como ha quedado indicado en líneas precedentes se mantuvo re-ducida al distrito de Riotinto y no se extendió a otras minas de la región, a pesar de que en algunas de ellas, como en Tharsis, la minería de la plata de época Orientalizante había alcanzado altas cotas de producción.

De todos modos, aunque no podamos aventurarnos en la investigación del sistema de administración de las minas en este momento, y a pesar de que se considera generalmente que las minas eran propiedad del Estado y pasaron a formar parte del ager publicus después de la conquista, la situación de las minas del suroeste en época republicana se enten-dería bien en el marco de su arrendamiento a sociedades privadas, que serían las encargadas de la explotación, y en el hecho de que estos inversores privados no encontraron los suficientes alicientes en la explotación de estas masas. Téngase en cuenta que en una minería filoniana, como era la disposición de la mayor parte de las minas hispanas, la

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mineralización estaba perfectamente definida desde el pun-to de vista geológico, ya que las rocas de caja, del tipo que fueran, ofrecían siempre una guía de actuación a la explo-ración minera. Es más, las mineralizaciones no tenían unas potencias tan grandes que hicieran necesaria una acotación de las concesiones, que podían delimitarse perfectamente a partir del desarrollo superficial de los haces filonianos y de su corrida, y si ésta era discontinua se favorecía incluso la división. Para las minas en masa o en grandes depósitos las dificultades de la exploración minera eran enormes, pues si tomamos el ejemplo que estamos analizando, en Riotinto la superficie de la mineralización se extendía sobre unos 4 km2, y no siempre esa gossanización conducía a zonas con enriquecimiento en minerales de plata. Ya hemos comen-tado que tanto en Filón Sur como en Cerro Colorado no se encontraban esos niveles de minerales jarosíticos. Resultaba por tanto mucho más complicado el trabajo de prospección minera, y era una empresa de mayor riesgo la búsqueda de esos minerales de plata. Por todo esto no nos extraña que habida cuenta de las ventajas que presentaba la minería filoniana de las galenas argentíferas de Sierra Morena y sureste, la minería de época republicana, básicamente una empresa de particulares y compañías privadas, se circuns-cribiera mayoritariamente a esas minas y no se interesara especialmente en las minas de la Faja Pirítica Ibérica por las dificultades que ofrecía la exploración, minado y tratamien-to de sus minerales. Esta puede ser una vía de explicación que solucione el silencio de las fuentes latinas a esta zona minera y el parco registro arqueológico de época republi-cana. Su minería industrial sólo iba a ser posible cuando se solucionaran esos problemas, cuando el propio estado fomentara su explotación a partir de la puesta en valor de sus yacimientos minerales, solventando tanto los problemas técnicos que podían impedir el interés de los arrendatarios, entre ellos el desagüe, como aquellos otros derivados de la seguridad y el abastecimiento.

En este retraso de la minería romana en el suroeste hubo de pesar también el factor sociopolítico. La zona sería in-corporada a Roma nada más acabar la II Guerra Púnica, y no parece descabellado pensar que la fundación de Italica tuviera algo que ver con la proximidad de esta mina, pues desde ella siempre se privilegiaron las comunicaciones con el valle del Guadalquivir a través de Italica y de Ilipa (Alcalá del Río), que era el vado natural del río. Sin embargo, la par-te más agreste de Morena que bordeaba el curso del Gua-dalquivir estaba habitada por poblaciones que los escritores romanos nos clasifican como celtici, una serie de pueblos muy emparentados culturalmente con las gentes de la Me-seta, que no aceptaron tan de buen grado su incorporación a Roma como lo habían hecho los turdetani de las zonas de campiña de la Baja Andalucía. Sometidos a la administra-ción de la provincia Ulterior a lo largo de la primera mitad del siglo II a. C., su pacificación no fue completa, e incluso

durante el episodio de las guerras lusitanas algunas de sus ciudades eran el trampolín para las constantes entradas que los lusitanos realizaban periódicamente sobre el valle del Guadalquivir. Se comprenderá así fácilmente que la zona minera del suroeste estuviera permanentemente alerta ante la inseguridad que generaban los lusitanos y que éste no fuera el ambiente más propicio para que la iniciativa priva-da se interesara en la explotación de unas minas que, como se ha indicado en párrafos anteriores, tampoco ofrecían ma-yores bondades metalúrgicas que los minerales del sureste y de la Alta Andalucía.

No obstante estos obstáculos, al menos la producción metalúrgica de plata avanzó en el distrito de minas de Rio-tinto, en el que la circulación monetaria se ha señalado como un indicio a favor para considerar que se explotaba directamente por el Estado, sin el intermedio de particu-lares o sociedades (Chaves Tristán 1988). Desde luego, la preocupación de Roma en fortalecer la seguridad y propiciar el avance y mantenimiento de la minería de la plata pue-de intuirse en una serie de asentamientos de clara función militar. Nos referimos a una serie de pequeños castella que protegen los caminos de salida y entrada a los metalla, y que se documentan también en las vías de comunicación con los oppida de la campiña, en especial con Ituci (Tejada la Nueva) y con Ilipla (Niebla). En Riotinto a este tipo de ya-cimiento responde el Castillejo de El Campillo (Pérez y Del-gado, 2010), en el que se distingue su planta cuadrangular y un agger de mampostería, en Tejada la Nueva el Castrejón (Rufete Tomico 2009) y en Niebla Valpajoso, con fosa, agger y cisterna central (Bustamante et al. 2009). Son yacimientos situados en puntos estratégicos de paso que debieron con-tribuir a la protección de los caminos de entrada y salida de la zona minera de Riotinto.

Lamentablemente, los estratos republicanos de Cortala-go están cubiertos por miles de toneladas de escorias, y no estamos en condiciones de evaluar el impacto de la explo-tación romana por la extensión del hábitat, aunque de la fuerza con que se inició esta explotación sirve de espejo que sea en el siglo II a. C. cuando se documentan las primeras estructuras de habitación o trabajo en la estratigrafía. Esta novedad nos parece que debe subrayarse, ya que una de las constantes del hábitat minero romano es la convivencia de las zonas de fundición, los escoriales, con las zonas de ha-bitación y necrópolis. El ritmo de producción metalúrgica se incrementaría de tal manera que cuando ya no hay sitio en las proximidades para arrojar los escombros de las fundicio-nes, se utilizan las propias viviendas de los mineros para de-positar las escorias, y el poblado vuelve a construirse en una zona próxima del escorial. Así se explica que los muros de las estructuras romanas conserven en muchas ocasiones su altura original, unos 3 m, y que no se encuentren niveles de destrucción junto a ellos, ni tégulas e imbrices. La razón de esto es que ante la falta de espacio se destejan los edificios

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y se sepultan con las escorias, construyéndose otras vivien-das algo más retiradas de las fundiciones y de las entradas a las minas. Las estructuras de la fase republicana de Corta-lago se distinguen así mismo por su técnica edilicia, los mu-ros están construidos con lupias de escorias trabajadas para darle forma de mampuestos, y se acompañan de fragmentos de paredes de hornos y otros materiales metalúrgicos, como las toberas. Los estratos de escorias están empaquetados a veces con finos niveles de tierra rojiza, resultado de la trituración del gossan, que al no haber tenido una buena ley en plata se depositan como estériles en las escombreras de escorias. En este sentido conviene reseñar también que en época antigua la única manera de efectuar un control de leyes, es decir evaluar si el mineral tenía la suficiente plata, era mediante una fundición de bondad, y si no ofre-cía el resultado esperado toda la partida de mineral podía desecharse. Estos procesos de minería se explican porque la distribución de la plata en el gossan no es uniforme, apa-rece de forma irregular y dependió en última instancia del movimiento en vertical de las aguas de superficie y de las remociones por los movimientos orogénicos.

Tras la liquidación de las guerras lusitanas y celtibéricas, la minería continuaría ya sin necesidad de un control militar permanente de las zonas mineras, y de ahí el abandono de esos castillos republicanos. Pero desde comienzos del siglo I a. C. el trabajo en las minas se va a ver afectado por las guerras civiles y por las luchas que en suelo hispano van a mantener los contendientes desde la rebelión sertoriana. Durante esta primera etapa parece que las tropas del lugar-teniente Hirtuleyo intentaron la anexión de las zonas mi-neras desde sus puntos de apoyo en la Beturia Céltica, y así se ha explicado la aparición de glandes de plomo de ambos bandos en la zona de Azuaga (Domergue 1970) y Encinasola (Chic García 1986). La muerte de Hirtuleyo traería la tran-quilidad, y las posteriores campañas de César en la Lusitania reforzarían la seguridad en estos distritos mineros. A partir de este momento el ejército será el garante de estabilidad desde su acuartelamiento en praesidia y castella por todo este territorio del suroeste peninsular.

En este escenario tardo-republicano es el que hay que si-tuar el relanzamiento de las zonas mineras del suroeste. He-mos señalado repetidamente que un cambio de dirección en la explotación de estas minas de la Faja Pirítica se produce desde época augustea, y eso es cierto en términos generales. Pero hay que preguntarse si ese cambio de tendencia no se inició antes, o si fueron las medidas de César en la Bética las que favorecieron el despegue de la producción minera. Entre esas nuevas directrices se encuentran el establecimiento de contingentes militares en zonas estratégicas, como sucede en el área lusitana en Santarém (Praesidium Iulium) y en la zona bética de la desembocadura del Guadiana, donde la ruta XXIII del Itinerario Antonino nos menciona la existencia de una mansio de nombre Praesidium (Bendala Galán 1987). En

el suroeste pueden señalarse otras fortificaciones de menor importancia, como Castelo de Lousa en el Guadiana (Whal 1985) y otros castella del bajo Guadiana (Maia 1986). A este tipo de yacimientos corresponde también el asentamiento de Mangancha en Aljustrel (Martins, Pérez y Bustamante 2009), un asentamiento que estamos excavando actualmente y cuya tipología militar está asegurada por las formas de las estructuras de habitación (contubernia), el foso excavado en la roca base (fossa) y varias líneas de terraplenes (aggeres). Pensamos que esta planificación del control del territorio, que se extiende también a la reorganización de las comuni-dades peregrinae mediante fórmulas traductio y contributio, posibilitó que en época triunviral y con Octaviano cuajara un nuevo modelo de explotación que afianzó la colonización agrícola y minera de estos territorios.

Una cuestión del máximo interés para profundizar en el desarrollo que va a experimentar la minería a partir de este momento, es saber qué papel tuvo el ejército en esta situa-ción, si se mantuvo en las labores de vigilancia y policía que siguió desempeñando en el siglo II d. C. según nos detallan los bronces de Aljustrel (Domergue 1983), o si por el contra-rio realizó otras tareas relacionadas con el trabajo minero, de prospección y de evaluación de las riquezas mineras de esta zona. Resulta complicado responder a esta pregunta, pues en una zona minera en la que la iniciativa de las so-ciedades republicanas no había mostrado demasiado interés por los problemas técnicos y logísticos que presentaban la explotación de las masas polimetálicas del suroeste, se pre-cisaba el concurso del Estado para que el capital privado de estas sociedades sintiera atracción por estos cotos mineros. Desde este punto de vista es evidente que el ejército pudo ejercer esas primeras labores técnicas que dieran a cono-cer las posibilidades de estos yacimientos mineros, y se en-cargara de la construcción de las infraestructuras en estas minas, pero no existe el más mínimo indicio que permita ir más allá de estas apreciaciones. A estos factores hay que sumar que las cuencas mineras donde se había concentrado la explotación republicana, estaban ya lo suficientemente esquilmadas como para que se abriera la posibilidad de que las sociedades mineras comenzaran la búsqueda de nuevos distritos mineros, y esa fuera la causa de que se descubrie-ran las verdaderas reservas de las minas del suroeste.

Hasta el momento el yacimiento que mejor nos informa de esta nueva situación en las minas del suroeste en el Ce-rro del Moro en Nerva (Pérez y Delgado 2007a). Antes de nada conviene subrayar que es un asentamiento que no se encuentra situado en el área de minería. Su posición rela-tivamente alejada de las masas puede explicar que no esté implicado directamente en la minería y en la fundición, ya que paralelamente la zona de Cortalago sigue ocupada y los estratos de escorias de época julio-claudia duplican a los de época republicana, un síntoma de la envergadura que han

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alcanzado en la primera mitad del siglo I d. C. las labores de extracción minera y metalúrgica.

Independientemente de cómo lo consideremos, con toda seguridad es el resultado de la nueva política que aparece aplicada a las minas del suroeste peninsular en época au-gustea. Aunque dentro de su registro hay elementos clara-mente vinculados al mundo del consumo militar, no es un asentamiento militar. La presencia de tropas en el distrito de Riotinto no es algo nuevo tampoco, pero la orientación ahora no es la misma, no se trata de un pequeño destaca-mento (vexillatio o turma) para desempeñar las necesarias tareas de policía que se precisaban en las minas. Pensamos que este asentamiento es el centro administrativo y logísti-co de las minas, y en este sentido si conviene plantear una administración de tipo militar, una especie de praefectura en la que el fiscus tiene un interés especial, para desarrollar su explotación económica. Una administración por medio de prefectos se ha documentado en otras zonas sensibles de Hispania, así el praefectus orae maritimae conventus tarra-conensis (CIL II, 4138) o el praefectus pro legato insularum baliarum (CIL XI, 1331). Todos los materiales revelan unas altas posibilidades de abastecimiento de la población, que cuenta con un stipendium que le permite tener acceso a bie-nes de lujo, como las Sigillatas Aretinas, que sólo llegaban a las grandes ciudades y a los centros mercantiles costeros, y unas líneas de consumo de alimentos que incluían todos los productos béticos que se estaban abriendo camino en el comercio romano de larga distancia, el vino y defruto del valle del Guadalquivir (Haltern 70) y las salsas y salazones de la bahía de Cádiz (Dressel 7-11). La circulación moneta-ria nos muestra además un intercambio muy fluido con las capitales provinciales más cercanas, Augusta Emerita y Co-lonia Patricia, las ciudades más próximas del valle del Gua-dalquivir (Ilipa, Italica, Colonia Romula y Osset), y ciudades del ámbito púnico del Círculo del Estrecho (Gades y Oba). Por eso resulta tan significativa la ausencia de monetario de ciudades de la campiña y litoral onubense (Onuba, Ilipla, Ostur e Ituci), lo que cabría interpretar en el sentido de que se privilegiaba la comunicación con el valle del Guadalquivir y desde aquí con el puerto de Cádiz. Las monedas nos ofre-cen también una información complementaria acerca de la población que convivía en el asentamiento con el destaca-mento de soldados, sobre todo el tesorillo de monedas que imitan el patrón de Cástulo, una moneda corriente para uso en las transacciones internas en el metallum (Chaves Tristán 1986). Serían unas monedas muy conocidas en los circuitos mineros meridionales, pero no han aparecido elementos con la marca de ninguna sociedad minera. Debe tratarse de téc-nicos que han emigrado de esa zona minera jiennense y que serían reclutados para la obra de investigación y puesta en marcha de la minería en las comarcas del suroeste.

Al trabajo de este personal especializado en minería y metalurgia debemos relacionar un pequeño escorial que se

encuentra en el patio de un edificio que podría ser un taller (officina). Por sus dimensiones no puede ser un escorial de fundición, sino una pequeña planta piloto en la que se es-tán ensayando métodos de reducción de los minerales. Las escorias están relacionadas con la metalurgia de la plata (Craddock, Freestone y Hunt 1987), y seguramente son las pruebas con minerales cuya metalurgia no se había prac-ticado hasta ese momento, sulfo-arseniuros de plata de la zona de oxidación o sulfo-arseniuros de cobre de la zona de cementación. Y este trabajo de experimentación debe ser el responsable de otra de las novedades de la minería en época augustea, la aparición de la minería de cobre, con lo que Riotinto va a dar un salto cuantitativo con respecto a la minería que se había practicado hasta estas fechas. La producción de cobre sólo había sido posible por los avances alcanzados en la tecnología minera, que habrían permitido profundizar más allá de los crestones oxidados para llegar al enriquecimiento supergénico, y en esto tenía mucho que ver la aplicación de nuevas técnicas de desagüe de origen helenístico. No podemos demostrar que junto a la plata y el cobre se produjera algo de oro. El oro presente en los sulfu-ros primarios resiste la disolución por el agua ácida y per-manece en la zona de oxidación, en el gossan, donde tiende a presentar mayores concentraciones por la pérdida de otros elementos. Las cantidades de oro en la montera gossanizada son tan reducidas, 2 gramos a la tonelada de mineral, que la mayor parte de los investigadores han descartado que se produjera oro en época romana. No obstante, F.J. Sánchez Palencia (1989) considera que estos enriquecimientos pu-dieron ser en algunos puntos algo mayores, y quizás se lle-gó a alcanzar algo de oro, una opinión refrendada desde el punto de vista geológico por García Palomero (2004), que estima que el oro nunca estuvo en el horizonte producti-vo cotidiano, pero que podían aparecer formaciones de oro nativo que se habrían beneficiado. Desde época de Augusto Riotinto será pues una mina de plata y cobre.

Con el descubrimiento de los minerales de cobre de la zona de enriquecimiento secundario, la minería se exten-dió a las masas en las que los minerales de plata no tenían cantidades rentables para su tratamiento, pero eran ricas en cobre. Y con la explotación simultánea de todas las masas, las dificultades de comunicación entre unas masas y otras por la situación de las mismas a un lado y otro de la Sierra del Mineral, determinó un hábitat muy disperso relacionado con la explotación cada masa (Pérez Macías 1986a), el de Cortalago/Llano de los Tesoros para la explotación de las masas de Filón Norte (Salomón, Lago, Dehesa y Mal Año), el de Marismilla para la masa Planes, el de Bellavista para San Dionisio, y el de Tres Cruces probablemente para las masas de Argamasilla y Quebrantahuesos (Fig. 4).

Desde este punto de vista el Cerro del Moro sería un asentamiento auspiciado por la administración imperial, que utilizó al ejército y a técnicos procedentes de otras cuencas

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mineras para optimizar el aprovechamiento de las masas polimetálicas del suroeste. El resultado de esta política fue todo un éxito, pues como acabamos de describir a partir de este momento comienza la explotación de todas las masas de la Faja Pirítica Ibérica, y en muchas se alcanzó pronto un nivel industrial, entre ellas Tharsis, Sotiel Coronada, Cueva de la Mora, Castillo de Buitrón, São Domingos, Aljustrel y Sierra de Caveira (Fig. 1). Se ha calculado que fueron 100 los yacimientos explorados en esta época, y 82 de ellos los que alcanzaron niveles de producción industrial (Tornos Arroyo 2008). El papel del ejército en esta labor de puesta en explo-tación habría sido de una importancia capital. El abandono del Cerro del Moro se produjo en tiempos de Cayo Calígula, y a partir del principado de Claudio el poblado de Cortalago/Llano de los Tesoros va a volver a ser el referente adminis-trativo de la mina.

A mediados del siglo I d. C. todas las minas estaban a pleno rendimiento, y desde esa primitiva administración militar se habría evolucionado a una administración ejer-cida por funcionarios imperiales. Es posible que este tipo de administración se iniciara con Claudio y quizás ello sea otra de las posibles explicaciones del total abandono del Cerro del Moro, pero sólo podemos asegurar que este tipo de administración mediante procuradores imperiales estaba implantada en época flavia. Los cambios que se detectan en

la mina de Riotinto en época de Claudio pueden indicar que también en las minas este emperador confía la administra-ción a sus libertos, ya que en general los procuradores que recoge la epigrafía son libertos imperiales. Pero no podemos demostrar que se deba a la política de este emperador esta nueva forma de fiscalizar los distritos mineros, pues pudo estar motivada en última instancia por la necesidad de de-traer los contingentes militares de las minas a otros queha-ceres más acuciantes en la frontera renana.

El principal poblado de las minas, el Llano de los Tesoros/Cortalago había ido creciendo a lo largo de los siglos I y II d. C., y en el período de máxima pujanza de la minería, en épo-ca antonina, se prolongaba por todas las laderas septentrio-nales de la Sierra del Mineral, a lo largo de más de 3 km de longitud. Su anchura no era mucha, no más de unos 200 m, pero con estas dimensiones no sorprenden las cifras que algunos es-critores antiguos ofrecen sobre las poblaciones mineras his-panas. Si Diodoro calculaba en unos 40.000 habitantes los que trabajaban en las minas de Carthago Nova en el siglo II a. C., el poblamiento de Riotinto en el siglo II d. C. debería ser también bastante alto, pues la mina había sido polo de atracción no solo de mineros, sino de toda una serie de arte-sanos cuyo auxilio era imprescindible para el sostenimiento de los trabajos y de la vida en la mina, alfareros, carpinteros, sogueros, canteros, etc., que debían trabajar no sólo para

Figura 4. Estructuras romanas imperiales en Tres Cruces (Riotinto).

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estas minas, sino para otras que estaban sujetas también a la administración imperial. A ellos habría que añadir los oficios que florecían en cualquier ciudad desarrollada de-mográficamente, algunos de ellos recogidos en los bronces de Aljustrel, barberos, zapateros, etc. Según estos bronces el centro de la comunidad sería la plaza pública (forum), donde se encontrarían las oficinas de los funcionarios imperiales, las imagines de los emperadores, y eran el escenario de los pregones de las subastas, y los baños públicos (balnea), que también se arrendaban en concesión como si se tratara de un pozo minero.

En estos momentos la población se encuentra disemina-da también en otros asentamientos relacionados con la mi-nería de otras masas más alejadas, Marismilla, Tres Cruces, y Bellavista. Este periodo de esplendor cesa bruscamente a fines del siglo II d. C., y la crisis se manifiesta claramente en el asentamiento de Llano de los Tesoros, que se abandona y no vuelve a ocuparse más. Es posible que la crisis no tuviera origen en el agotamiento de los minerales, que después se siguieron explotando, sino en la incapacidad de la economía romana y del poder imperial en mantener este sistema de explotación, que tanto dependía del incentivo, regulación y mantenimiento público. Pero de cualquier forma, esta crisis supuso que en Riotinto no se volviera a producir plata. Sólo cuando la economía romana remonta con las reformas de Diocleciano y con la dinastía constantinea, vuelven las hue-llas de explotación minera a Riotinto, pero la demografía se había reducido drásticamente, se había abandonado el Llano de los Tesoros, había cesado la minería de la plata, y sólo se mantuvo una pequeña comunidad de mineros del cobre en el asentamiento de Marismilla. Esta vuelta a la producción de cobre continuó a lo largo del siglo IV, y no deja huellas ya en la primera mitad del siglo V d. C. Después de este periodo de explotación romana, la minería extracti-va no volverá a Riotinto hasta el siglo XVIII, el momento de su rehabilitación en la masa de Filón Sur.

En el paisaje de Riotinto no sólo destacaban el color de inmensas mineralizaciones y proporciones del asentamien-to de Llano de los Tesoros, la extensión de las necrópolis es también un buen ejemplo para explicar el grado de ex-plotación de estas minas en época romana. Para cualquiera que se acercara a estas minas por algunos de los caminos de acceso, la aglomeración de la zona de hábitat debería impactarle tanto como sus grandes necrópolis. Las necrópo-lis siempre se han considerado una buena expresión de las duras condiciones de trabajo en las minas y del alto índice de mortalidad que provocaba el trabajo minero. No obstan-te, fuera del terreno de la minería esas duras condiciones de trabajo no eran necesariamente peligrosas. Las labores subterráneas se desarrollaban sobre una roca muy dura y a veces muy silícea (gossan), lo que permitía una labra segura de las galerías, que resistían sin ningún tipo de entibación, como puede comprobarse por las conservadas en la actua-

lidad. Cuando los trabajos estaban más cerca del enrique-cimiento secundario y los minerales perdían consistencia, las entibaciones, de las que se han conservado algunos ejemplos de cuidadosa ejecución, ayudaban a asegurar las labores, cuyas medidas de seguridad eran una preocupación principal de las disposiciones mineras imperiales. La explo-tación estaba lo suficientemente reglamentada para que los derrumbes no constituyeran un acontecimiento diario en la mina. En las zonas de tratamiento de mineral los peligros eran más evidentes, pues las operaciones de tostación de los minerales volvían nocivo el aire, y en determinados días sin viento los humos sulfurosos cubrirían esas zonas como en los célebres «días de manta» de las calcinaciones del si-glo XIX, esos días en los que la niebla de humos sulfurosos no permitía siquiera el trabajo. Con el uso de plomo en la reducción de los minerales de plata, los trabajadores de las fundiciones estaban expuestos también a la enfermedad del saturnismo. Nada ayudaba para que la esperanza de vida de los habitantes de los poblados mineros fuera más alta.

Las necrópolis fueron los sitios que más llamaron la aten-ción de los ingenieros de minas, y desde el siglo XVIII uno de los pasatiempos favoritos fue la excavación de las sepultu-ras romanas. En tiempos de la compañía británica se pudo formar incluso un museo pagando la recepción de los vi-drios, cerámicas y monedas que aparecían en estos enterra-mientos, lo que desató una verdadera fiebre a la búsqueda de tumbas. La necrópolis de mayores dimensiones es la que se encontraba detrás del poblado de Llano de los Tesoros/Cortalago, cuyas tumbas estaban excavadas en los propios escoriales, y de ella se han podido limpiar y excavar dos zonas, la llamada necrópolis de La Dehesa (Jones 1980) y la necrópolis del Stock de Gossan (Pérez Macías 1986b). La densidad de enterramientos en estas dos zonas es tal que las tumbas apenas están separadas unas de otras unos 30 cm. En época romana la escasez de suelo para el enterra-miento sería un problema. No podemos sectorizar esta gran necrópolis en función de criterios sociales, ya que de esta necrópolis se conservan muchos materiales sin indicación de procedencia. Pero si se observa que en el área de La De-hesa predominan los monumentos funerarios en forma de cupa y de torre (Pérez y Delgado 2012), que contrasta con las sencillas fosas del área del Stock de Gossan. Además, en La Dehesa se encontró la tumba del alfarero de origen lusitano Lucius Iulius Reburrinus (CILA I, 38), uno de esos officinatores que emigraron a las minas por las expectativas de promoción económica, cuya lápida funeraria de mármol se diferencia de la sencilla lápida de pizarra de la esclava imperial Faustilla Flaviorum (CILA I, 35) aparecida en la ne-crópolis del Stock de Gossan.

Los poblados de Cerro del Moro, Marismilla, Tres Cruces y Bellavista también tenían sus propios cementerios junto a los escoriales y a las zonas de hábitat. No obstante, lo que conocemos de ellos es poco, noticias de hallazgos casuales o

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materiales de excavaciones clandestinas, salvo que no cuaja-ron en ellos los enterramientos en cupa, que parecen definir los tipos de tumbas de la necrópolis de la Dehesa. La necró-polis de Bellavista se encontraría en el área de las Escuelas Profesionales de Riotinto, donde se descubrieron algunos enterramientos durante su construcción, de los que procede la lápida de Germanus (CILA I, 34). Más información aporta la necrópolis de Marismilla, con enterramientos de incinera-ción en fosa con urna de comienzos del siglo I d. C., y se-pulturas de inhumación en tumbas de tégulas de los siglos III y IV. Los materiales de un sector con enterramientos de incineración en forma de pequeños monumentos turriformes junto al Campo de Futbol de Nerva, de fines del siglo I a. C. y comienzos del siglo I d. C., invitan a relacionarlos con el asentamiento de Cerro del Moro. Y en la zona de Tres Cruces los enterramientos conocidos son más sencillos, en forma de cista. La disposición de áreas cementeriales propias para cada poblado confiere a éstos una cierta independencia, que quizás haya que extrapolar a otros aspectos de la vida cotidiana.

El documento más explícito de las relaciones de la pobla-ción minera con el mundo de la muerte, es el epígrafe del colegio funeraticio (collegium salutare) dedicado a Júpiter Optimo Máximo (CILA I, 28), que puede proceder del sector de la necrópolis de la Dehesa a juzgar por su suporte de mármol, como otros de esta necrópolis. Las limpiezas super-ficiales realizadas en esta necrópolis han localizado varios muros que corresponderían a la delimitación de recintos fu-nerarios que estarían bajo el cuidado de estas asociaciones, y su dedicación a Júpiter, una divinidad muy relacionada con la ideología imperial, traslada también el dominio del fisco. Además de Júpiter hay testimonios de otros dioses, Marte y Minerva, que repiten esa impronta de la religión del panteón oficial romano. De las tumbas de la Dehesa también se han recuperado címbalos de bronce, unos elementos comunes a los ritos de las religiones orientales, que con sus promesas de resurrección o regeneración habrían alcanzado predica-mento en una población sometida a tan malas condiciones de vida, aunque esta práctica religiosa que se manifiesta en el mundo funerario no alcanzó proyección pública, ya que no tiene otro elemento mueble, inmueble o epigráfico que lo corrobore.

De todo cuanto llevamos tratado hasta ahora existe más de una evidencia que permite esbozar la evolución de la mina, los cambios en el sistema administrativo, el momento en el que Riotinto pasó a ser una mina de plata a una mina de plata y cobre, pero cuando intentamos reflexionar so-bre la minería, faltan hitos de cronología para acercarnos a abocetar cómo fue desarrollándose el trabajo minero en cada una de las masas. En época protohistórica y romana la minería se había concentrado en la zona de Filón Nor-te, donde se encuentran los yacimientos de Cerro Salomón, Quebrantahuesos y Cortalago, y aquí parece que continuó la minería durante la etapa republicana, pues el lugar de

tratamiento de minerales siguió siendo Cortalago (Llano de los Tesoros).

El comienzo de la minería del cobre a partir de fina-les del siglo I a. C. no significaría sólo la capacidad de profundización hasta llegar a la zona de enriquecimiento secundario, sino la extensión de los trabajos de minería a otras masas. El descubrimiento de estos niveles de cemen-tación ricos en minerales de cobre de alta ley se realizaría en las propias masas de Filón Norte, y de ahí que entre los estratos de escorias de plata de Cortalago aparezcan también pequeñas bolsas de escorias de cobre, lo que hizo que su búsqueda se continuara en otras zonas donde la exploración no había detectado concentraciones renta-bles de minerales de plata en la base de la montera. De este modo se descubrirían los sulfuros secundarios de las masas de Filón Sur, masa Planes y masa de San Dionisio. Por los datos que nos ofrece el asentamiento de Maris-milla se puede establecer que la minería del cobre en la masa de Planes comenzó en época de Augusto, pero no contamos con datos para situar los primeros pasos de la explotación en la masa de Filón Sur. Filón Sur es uno de los «criaderos» más grandes de las minas de Riotinto, y el que más interés despertó por su riqueza en cobre desde que se rehabilitó la mina en el siglo XVIII. Aunque no po-damos establecer cuándo se dieron los primeros pasos en su exploración, la aparición de la placa de bronce dedicada al emperador Nerva por su liberto el procurador Pudens (CILA I, 29) es un argumento que ayuda a situar en épo-ca flavia el inicio de su explotación sistemática. Por este epígrafe podemos asegurar que ese inmenso depósito de Filón Sur estaba todavía explorándose en época de Nerva y uno de los socavones que había alcanzado mineral en la parte más oriental del mismo se dedicó a este emperador. Corrobora que esa galería había alcanzado una parte de la masa de Filón Sur porque desde el descubrimiento de este bronce se llamó a esta masa como Filón Sur o de Nerva. Por esto, con la prudencia a la que nos obligan tan parcos datos, si debemos establecer que desde una minería que en época julio-claudia se mantuvo en la explotación de los minerales de plata de Filón Norte y los minerales de cobre de masa Planes, en el período flavio se incrementarían las prospecciones y se descubrirían los niveles de cementación de la masa de Filón Sur, lo que permitiría un nuevo período de esplendor a lo largo de la primera mitad del siglo II d. C.

La placa en sí nos ofrece información complementaria, las minas estaban administradas por libertos imperiales con el cargo de procurador, según el modelo fiscal del que nos ofrecen detalles los bronces de Aljustrel (Domergue 1983). Se había consolidado en las minas del suroeste el dominio de la caja imperial, que rentabilizaría la producción aplican-do a la misma fórmulas de locatio en su explotación indi-recta por particulares, atendiendo el fisco solo a las labores que incentivaran la presencia de conductores, y en obras de

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mantenimiento y seguridad de las labores comunes. La colo-cación de una placa en honor del emperador a la entrada de una de las galerías de acceso a una zona de la mina, nos está indicando así dos aspectos, en primer lugar la fecha en que la exploración minera ha descubierto con esa galería una nueva zona rica en minerales, y en segundo lugar que esa galería es el fruto del trabajo dependiente del procurador imperial y no de una iniciativa particular de un concesiona-rio, en cuyo caso no tendría sentido que fuera el procurador el que dedique el bronce. En el supuesto de que hubiesen sido los concesionarios los descubridores, no hubiera exis-tido impedimento para que ellos dedicaran la placa, pues en el epígrafe de Aljustrel del procurador Berillus (Wickert 1931), son los propios habitantes de la mina los que dedican el pedestal al procurador en agradecimiento por la restitutio del metallum de Vipasca, es decir, de la vuelta a la actividad como consecuencia de unas medidas que tendrían que ver entre otras cuestiones con la exploración y la apertura de nuevas zonas de explotación.

3. EL TERRITORIO DEL DISTRITO MINERO

La cuenca minera de Riotinto no abarcaría solo las masas que se encontraban en las laderas de la Sierra del Mineral. Otra de las características de las mineralizaciones de la Faja Pirítica Ibérica es la abundancia de minas y la proximidad de unas a otras. En un radio de menos de 10 km de la cumbre de Cerro Salomón se encuentran otras minas que dependerían

del metallum de Urium (figura 5). Por esto, en muchos casos en el territorio del metallum entrarían a formar parte varias minas, como puede desprenderse de la situación de Riotinto y Tharsis. En Riotinto debieron forma parte del metallum no sólo las mineralizaciones conocidas hoy como minas de Riotinto, sino todas aquellas minas próximas, que forman un verdadero rosario en los aledaños de las masas de Riotinto, Peña de Hierro, Chaparrita (cobre), San Crispín (cobre), Um-bría de Palomino (plata), Poderosa (plata), El Soldado (co-bre), Cabezos Colorados (cobre), y Valdehiguera (cobre). La ausencia de verdaderos poblados mineros en ellas nos da pie para plantear una dependencia del metallum de Riotinto, con el que mantendrían una comunicación fluida como sede de la administración imperial (Figs. 5 y 6).

En estas circunstancias de grandes distancias entre unas masas y otras, con poblados en cada una de las masas, y con otras minas en los alrededores a las que habría que ofrecer cobertura logística, no extraña que otro de los elementos singulares de este paisaje minero fueran los caminos, unos «carriles romanos» que tanto llamaron la atención de los ingenieros de minas del siglo XIX, y que en muchos casos siguieron en uso hasta el siglo XVIII (Pérez y Delgado 2011). Pueden diferenciarse de los caminos modernos de herradura por su trazado y por su forma de construcción. Cuando atra-viesan terrenos blandos de pizarra se suele rebajar la trin-chera, y en ocasiones, ésta puede alcanzar los 2 m de altura. Sobre estas trincheras en las pizarras quedan las huellas de las rodadas de las cubiertas de hierro de las ruedas de los carros, y el continuo paso profundizaba tanto en el terreno

Figura 5. Territorio del metallum de Urium (Riotinto).

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que podía ser un impedimento, por lo que se reparaban cu-briendo los surcos con fragmentos de cuarzo. Si los terrenos eran graníticos, que se desmenuzan con mayor facilidad, los caminos se enlastraban en aquellos puntos donde era más necesario el agarre, en las pendientes. En ocasiones también se les construía una plataforma en uno de los laterales para conseguir la horizontalidad del pavimento. Para el vado de los arroyos se colocaban grandes piedras que permitían el paso a los viandantes en caso de que la corriente fuera cre-cida. En líneas generales, tienen los trazados de los típicos caminos romanos encarrilados que se han encontrado en otras partes del Mediterráneo.

Su dirección marcó el rumbo de las actuales carreteras que convergen en Riotinto, y todavía se conservan muy bue-nos tramos a pocos metros de éstas. El trayecto de estos caminos fue descrito por R. Rúa Figueroa y J. Ezquerra del Bayo, quienes detallan los puntos de paso de los que co-municaban Riotinto con Huelva y con Itálica. El camino a Huelva comenzaba en el poblado de Llano de los Tesoros/Cortalago, atravesaba la Sierra del Mineral por un estrecho paso conocido como Balcón del Moro o Puerto Rubio, y des-de aquí se dirigía hacia El Campillo, San Blas (Zalamea la Real), Valverde del Camino, pueblo al que da nombre, Beas, Trigueros, y Huelva (Onuba). Desde Cortalago salía también el camino a Itálica, que bordeaba la Sierra del Mineral si-guiendo el curso del río Tinto, hacia Marismilla (Fig. 7), don-de se situaba un diverticulum, con un ramal (Carril de los

Camellos) que iba por El Castillo de las Guardas, El Garrobo, y Las Pajanosas hacia la vía de la Plata con dirección hacia Italica, y otro ramal hacia Berrocal (Camino del Moro), don-de se dividía a su vez para alcanzar las ciudades de Tejada la Nueva (Ituci) y Mesa del Castillo (Ostur). Desde el Llano de los Tesoros partían otros dos caminos importantes, uno hacia Mérida (Augusta Emerita) por Campofrío y Aracena, y otro hacia Beja (Pax Iulia) por Almonaster la Real, en cuyos trayectos se encuentran algunos castella. Según los ma-teriales de estas pequeñas fortificaciones camineras, esta red de vías debió construirse en época tardorrepublicana y augustea, y pudo ser uno de esos trabajos encomendados a los contingentes militares destacados en estas comarcas mineras a comienzo del principado de Augusto.

El paisaje de Riotinto en época romana está satisfacto-riamente conocido, pero el panorama sobre todo este dis-trito minero del suroeste (Faja Pirítica Ibérica) presenta aún grandes interrogantes, entre otros la estructura territorial, que debía extenderse sobre dos provincias, la Bética y la Lusitania. Salvo que todas estas minas de plata y cobre eran propiedad imperial y que estaban administradas por fun-cionarios imperiales, poco más está demostrado sobre la estructura administrativa del territorio. La proliferación de yacimientos mineros con evidencias de explotación romana, a escasa distancia unos de otros, era un serio inconveniente para que en muchas zonas de esta área pudiera desarro-llarse otra actividad económica que no fuera la minería, y

Figura 6. San Crispín (Campofrío). Escoria romana de cobre en forma lupia de sangrado.

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la documentación arqueológica confirma que nunca llegó a desarrollarse un sistema de explotación rústica. La explota-ción de las minas no se acompañó de una colonización agrí-cola y ganadera, que se reservó para las comarcas cercanas donde floreció la vida municipal, las tierras de la campiña y la sierra, que debieron beneficiarse de las demandas de productos de un crecido número de poblados mineros.

El relanzamiento de la minería en el cambio de Era se de-tecta en el resto de las minas, principalmente en los cotos mi-neros más importantes. Gracias a los trabajos de prospección que realizó la Exploración Arqueometalúrgica de Huelva este despertar de la minería en el suroeste en tiempos de Augusto se constató en Cueva de la Mora y Castillo de Buitrón, en cu-yos escoriales se registraron embocaduras de ánforas Haltern 70 y Dressel 7-11, que definen estos momentos de produc-ción (Blanco y Rothenberg 1980). De las innovaciones tec-nológicas aportadas se destaca la posibilidad de tratamiento de minerales complejos, con cobre, plata y plomo, como la tetraedrita, para lo que hacían falta conocimientos de los procesos de segregación de estos metales. De su tratamien-to nos quedan unas escorias ricas en cobre-plomo-plata, que se alejan de los tipos definidos en Riotinto (Salkield 1970), donde sólo se diferenciaron dos grupos, las de cobre y las de plomo-plata. Las continuas labores de prospección descubri-rían el potencial de estas minas, y tuvo que desencadenarse una auténtica avalancha a la búsqueda y arrendamiento de nuevas concesiones, en unos términos parecidos a los que se habría desarrollado en el sureste en el siglo II a. C. Junto a los

conductores llegarían también poblaciones de la Meseta al calor de las necesidades de mano de obra libre para los más variados trabajos en las minas (Blanco y Luzón 1966), e in-cluso especialistas en los distintos oficios, cuyo concurso era imprescindible por la relevancia que estaban alcanzando los trabajos a lo largo de este extenso distrito minero.

Poco a poco, a medida que se van incrementando los tra-bajos de prospección y excavación arqueológica en las mi-nas, vamos conociendo las particularidades del este pano-rama general. Incluso en minas más pequeñas, como Vuelta Falsa (Paymogo), se encuentran escoriales con materiales de esta época, pero como muchas otras pequeñas minas de-bería encontrarse agotada ya a mediados del siglo I d. C. El hábitat en minas como ésta es de carácter perecedero, simples cabañas de mampostería con cubiertas de ramajes (tuguria), unos poblados muy efímeros situados junto a las zonas de fundición, en los que no aparecen ni tégulas ni ímbrices, y en los que su cronología se asienta en elementos muebles. En algunas minas quedan sólo los restos de una irrefrenable actividad de prospección que luego no dio lugar a una verdadera explotación, y de ahí la ausencia de esco-riales. Éste es el caso muy nombrado de la mina de Cabeza de los Pastos (Puebla de Guzmán), cuyo afloramiento fue perforado por multitud de pozos, que no lograron detectar la masa explotada a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Después de este período de fiebre minera de la primera mitad del siglo I d. C., sólo continuarían con producción las minas de Riotinto, Tharsis, Cueva de la Mora, Castillo de

Figura 7. Vía romana en Marismilla.

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Buitrón, Sotiel Coronada, y los Silos de Calañas (La Zarza), donde se habían consolidado vici mineros en los alrededores de las masas.

Con un monopolio minero que define la explotación eco-nómica de todo este territorio, y con una propiedad que al menos desde el siglo I d. C. está en manos de la caja impe-rial, es difícil considerar que las minas tuvieran definidos sus límites administrativos de forma individualizada, tal como parece desprenderse de los bronces de Aljustrel (in finibus vipascensium), sino que los límites de las minas abarcarían más allá de lo que nos definía la situación de las minera-lizaciones, e incluso, cuando se dieran aglomeraciones de minas cercanas, esos límites se extenderían sobre territorios más amplios, como hemos comentado a propósito de Rio-tinto. Puede ser así al menos en la parte bética de la Faja Pirítica Ibérica, donde las minas están muy cercanas unas a otras. Consideramos por esto como bastante probable que la delimitación de los metalla se realizara solamente para poder definir las concesiones a efectos de gestionar y fis-calizar la explotación de las masas, y que por encima de la demarcación de estas zonas de minería la comarca formó un gran saltus imperial dedicado exclusivamente a la explota-ción minera (Chic García 2008). En la zona de la Lusitania sólo tuvieron explotación industrial las minas de Aljustrel (cobre) y Caveira (plata), y estaban muy separadas unas de otras, con lo sí que era preciso rentabilizar la ocupación del territorio delimitando sólo el territorio de cada mina, permi-tiendo la colonización agrícola.

En definitiva, más allá de la organización interna de cada una de las minas debería existir también una estructura su-perior que gestionara las necesidades y los beneficios del trabajo en todas las minas de este gran distrito, que habida cuenta de la enorme cantidad de minas en explotación re-portaría al fiscus grandes cantidades de plata y cobre. Pa-rece que en las minas de Huelva existieron dos cabeceras, Riotinto para la parte oriental y Tharsis para la zona occi-dental. Tharsis ofrece muchas similitudes con Riotinto, la mina también está formada por varias masas de idénticas

o mayores dimensiones que las de Riotinto, Filón Sur, Fi-lón Centro, Sierra Bullones, Poca Pringue, y Filón Norte, a las que hay que añadir la formación de cobres exógenos de Esperanza. Desde una original minería de la plata de época Orientalizante concentrada solo en la masa de Filón Sur, la minería se extendió en época augustea al resto de las ma-sas, para plata en Filón Centro y Sierra Bullones (escorial de Huerta Grande), y para cobre en Filón Norte (escorial de los Silillos) y Esperanza (escorial de Corta Esperanza). Como en el caso de Riotinto, a sus propias masas habría que aña-dir un conjunto de minas que se encuentran a menos de 5 km, Vulcano (plata), Almagrera (plata), Lapilla (plata), Prado Vicioso (plata), y Lagunazo (plata y cobre). Es probable tam-bién que Aljustrel fuera el centro administrativo de la parte del distrito perteneciente a la Lusitania.

Nuestra propuesta de considerar que estas dos minas son los lugares donde se centraliza la administración imperial de la parte bética del distrito minero, se apoya en la existencia de edificios de aparato dedicados al emperador, que sólo aparecen en los poblados mineros de Riotinto y Tharsis. Con estos edificios está relacionada la estatuaria aparecida en estas minas, una cabeza de Calígula (Hertel 1982) y un torso thoracato de Trajano en Tharsis (Acuña Fernández 1975), y las estatuas de Claudio y Livia en Riotinto (Pérez et al. 2008). Eran asentamientos en los que no se había dejado que se desarrollara la vida municipal, y sólo hay espacios para rendir honores al emperador o a la familia imperial, que contarían con edificios o escenarios de representación. Es precisamente la estatua de Calígula de Tharsis el documento más antiguo de estos espacios públicos de representación imperial, y nos sirve también de prueba de que este nuevo panorama más desmilitarizado, como nos informa además el abandono del Cerro del Moro en Riotinto, pudo iniciarse durante su reinado, que coincide además con una reducción de los efectivos militares en Hispania y con la marcha de la legio IIII Macedonica desde sus bases en Herrera de Pisuerga hacia Mogontiacum.

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