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LA FIGURA FEMENINA COMO OBJETO DE SUBLIMACIÓN EN LA OBRA “DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS” DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ Este texto pretende describir e interpretar la figura femenina dentro de la obra “Del amor y otros demonios” de Gabriel García Márquez como aquella en que el autor encuentra la manifestación más intensa del espíritu 1 . Para desarrollar la argumentación de este escrito, serán utilizadas las nociones de “sublimación” 2 , tal y como las define Freud en su texto 'La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna’ y la de “espíritu” que define el Diccionario de la Real Academia. La exaltación de la figura femenina es notable desde el comienzo el libro: una esclava presuntamente abisinia, debido a su extrema hermosura, es comprada en su peso en oro por el gobernador como si fuera un objeto divino. Es en este episodio donde García Márquez define no solo a la mujer como un ente ajeno a la realidad sino, además, ubica al continente africano como un mundo contrapuesto al de la urbe puritana y católica (su burguesía, especialmente) que era la Cartagena de aquel entonces. La dicotomía moral surge, pues, entre estos dos mundos en el que uno de ellos, el cristiano, se presenta a sí mismo como el encargado de juzgar la realidad bajo el criterio de una verdad indubitable que los sitúa como únicos portadores del bien. La cultura yoruba, aparentemente más animalesca y burda, de adoraciones infieles y lenguas prohibidas, aparece en el relato como un pueblo humano, particularmente astuto y temible. La frase que se adapta a la imagen de la comunidad yoruba en la obra es la que reza: “Hombre soy; nada humano me es ajeno” y que aplica a todos los personajes centrales y enigmáticos de la obra (Sierva María, Cayetano Delaura, Bernarda, Martina Laborde, Dulce Olivia y Abrenuncio) exceptuando al Marqués de i Casalduero y al obispo De Cáceres (en tanto que personajes centrales) al igual que su identificación con el amor: el amor cortes entre Sierva y Delaura; el amor pasional y erótico entre Bernarda y Judas, el amor ingenuo entre el Marqués y Dulce Olivia ; el amor casi maternal que tiene Martina por Sierva y el amor intelectual, filosófico y humanista que siente Abrenuncio y por el cual sacrifica a

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LA FIGURA FEMENINA COMO OBJETO DE SUBLIMACIÓN EN LA OBRA “DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS” DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ

Este texto pretende describir e interpretar la figura femenina dentro de la obra “Del amor y otros demonios” de Gabriel García Márquez como aquella en que el autor encuentra la manifestación más intensa del espíritu1. Para desarrollar la argumentación de este escrito, serán utilizadas las nociones de “sublimación”2, tal y como las define Freud en su texto  'La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna’ y la de “espíritu” que define el Diccionario de la Real Academia.

La exaltación de la figura femenina es notable desde el comienzo el libro: una esclava presuntamente abisinia, debido a su extrema hermosura, es comprada en su peso en oro por el gobernador como si fuera un objeto divino. Es en este episodio donde García Márquez define no solo a la mujer como un ente ajeno a la realidad sino, además, ubica al continente africano como un mundo contrapuesto al de la urbe puritana y católica (su burguesía, especialmente) que era la Cartagena de aquel entonces.

La dicotomía moral surge, pues, entre estos dos mundos en el que uno de ellos, el cristiano, se presenta a sí mismo como el encargado de juzgar la realidad bajo el criterio de una verdad indubitable que los sitúa como únicos portadores del bien. La cultura yoruba, aparentemente más animalesca y burda, de adoraciones infieles y lenguas prohibidas, aparece en el relato como un pueblo humano, particularmente astuto y temible. La frase que se adapta a la imagen de la comunidad yoruba en la obra es la que reza: “Hombre soy; nada humano me es ajeno” y que aplica a todos los personajes centrales y enigmáticos de la obra (Sierva María, Cayetano Delaura, Bernarda, Martina Laborde, Dulce Olivia y Abrenuncio) exceptuando al Marqués de iCasalduero y al obispo De Cáceres (en tanto que personajes centrales) al igual que su identificación con el amor: el amor cortes entre Sierva y Delaura; el amor pasional y erótico entre Bernarda y Judas, el amor ingenuo entre el Marqués y Dulce Olivia ; el amor casi maternal que tiene Martina por Sierva y el amor intelectual, filosófico y humanista que siente Abrenuncio y por el cual sacrifica a cualquier otra clase de amor, cumpliendo de algún modo con su nombre. Existe, entonces, una asociación entre humanidad y amor; por lo mismo, entre todo aquello próximo al pueblo esclavo y el amor.

Las costumbres yorubas se cuelan en la vida de la ciudad del mismo modo que Delaura en el convento, y la realidad en la que se espera que viva la hija de un acaudalado y fiel marques, se ve distorsionada por las tradiciones de una población que es, ante los ojos de la cristiandad regente, más una especie inferior de alguna suerte de animal que una comunidad. Todo queda resumido en las quejas que el obispo presenta al virrey:

“«Hemos atravesado el mar océano para imponer la ley de Cristo, y lo hemos logrado en las misas, en las procesiones, en las fiestas patronales, pero no en las almas». Habló de Yucatán, donde habían construido catedrales suntuosas para ocultar las pirámides

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paganas, sin darse cuenta de que los aborígenes acudían a misa porque debajo de los altares de plata seguían vivos sus santuarios.”

Es en este entorno en el que ya se definen los polos que paulatinamente se verán confrontados en la forma de una realidad maravillosa que no asocia lo real con lo racional, ni lo racional con lo necesario. Aquí el autor define al personaje que va a albergar todo tipo de contradicciones y paradojas: Sierva María de todos los Ángeles, hija de Don Ygnacio y Dueñas, segundo marqués de Casalduero y señor del Darién, un español y cristiano viejo, ensimismado y mojigato; y Bernarda Cabrera, hija de un criollo venido a más y que no ostentaba más título que el de esposa del marqués, una mujer voluptuosa y febril quien complementa el origen propio y único de una creatura como Sierva María.

Parece claro que Sierva es el personaje que está más allá de la dualidad moral establecida, por encima de otros que puedan mencionarse, apareciendo así en un estadio metafísico, por llamarlo de algún modo. García Márquez invierte la idea de meta-moral que Nietzsche expresa en su libro “Más allá del bien y del mal” que resulta justificada en la necesidad vital y material, con la divinización y el acceso al referido estadio. La inocencia pueril y la precisión ancestral confluyen en la figura de Sierva María a través de diálogos e intervenciones lacónicas y en el conocimiento fluido de lenguas aborígenes africanas, así como en Cayetano Delaura, lector voraz e inteligente y políglota pero, aun así, ingenuo y puritano en lo que al amor se refiere, aunque con una delicadeza que se origina en las lecturas de Garcilaso de la Vega (conocido por su poesía dedicada al amor platónico y la idealización de la figura femenina) y en el supuesto vínculo familiar que tiene con este. Es expresa la dependencia, el amor cortés, entre la pareja protagonista en las citas de poemas del “abuelo de la tatarabuela” de Delaura, que a su vez conceden una importancia superior al arte poético.

Ahora bien, es manifiesta exaltación de la figura de Sierva María y su correspondencia con la de Delaura, basta con referirnos a determinados episodios para notar cuan explícita es dicha exaltación:

“Una mañana de lluvias tardías, bajo el signo de Sagitario, nació sietemesina y mal Sierva María de Todos los Ángeles. Parecía un renacuajo descolorido, y el cordón umbilical enrollado en el cuello estaba a punto de estrangularla.

«Es hembra», dijo la comadrona. «Pero no vivirá».

Fue entonces cuando Dominga de Adviento prometió a sus santos que si le concedían la gracia de vivir, la niña no se cortaría el cabello hasta noche de bodas. No bien lo había prometido cuando la niña rompió a llorar. Dominga de Adviento, jubilosa, cantó: « ¡Será santa!». El marqués que la conoció ya lavada y vestida, fue menos clarividente.

«Será puta», dijo. «Si Dios le da vida y salud».”

“La maestra renunció sobrecogida y dijo al despedirse del marqués:

«No es que la niña sea negada para todo, es que no es de este mundo».”

Se ha dicho ya que la obra hace una afirmación trascendental en cuanto al arte poético, esto en razón de los eventos en los que interviene más expresamente. En ellos la poesía es el medio que utiliza Delaura para purgarse de los ardores que le genera el enamoramiento; podría describirse como lo hizo el poeta ruso Ivanovich: “La plenitud del corazón se desborda en palabras”. Delaura es, por tanto y a mi parecer, el alter-ego del autor dado que parece que la

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figura de Sierva (entre muchas dentro de su obra) es utilizada como objeto de la sublimación, como depositario del espíritu3 y de lo que en el psicoanálisis se conoce como pulsión, del autor. El motivo del título de este texto se debe a que son figuras femeninas las que ostentan tal función, la cual queda difuminada por un cariz enigmático, esotérico.

Son las anteriores razones las que me llevan a considerar valida la tesis presentada al comienzo de este escrito, no con ello afirmando que son las únicas o las más veraces.

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i 4. Principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo. 5. Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar. 7. Vivacidad, ingenio. (Vigésima segunda edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua.)

2. “La pulsión sexual -mejor dicho: las pulsiones sexuales, pues una indagación analítica enseña que está compuesta por muchas pulsiones parciales- es probablemente de más vigorosa plasmación en el hombre que en la mayoría de los animales superiores; en todo caso es más continua, puesto que ha superado casi por completo la periodicidad a que está ligada en los animales. Pone a disposición del trabajo cultural unos volúmenes de fuerza enormemente grandes, y esto sin ninguna duda se debe a la peculiaridad, que ella presenta con particular relieve, de poder desplazar su meta sin sufrir menoscabo esencial en cuanto a intensidad. A esta facultad de permutar la meta sexual originaria por otra, ya no sexual, pero psíquicamente emparentada con ella, se le llama la facultad para la sublimación” (Sigmund Freud, 'La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna')

3. Curiosamente, el Diccionario de la Real Academia define en su octava acepción al espíritu como “diablo”.