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OTOÑOS PORTEÑOS Historias del Bafici en sus primeros 20 años

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OTOÑOS PORTEÑOSHistorias del Bafici en sus primeros 20 años

El Bafici nació a fines del siglo pasado cuando la revolución

tecnológica de lo digital y de la internet apenas se insinuaba,

y una generación de cineastas argentinos estaba surgiendo,

al tiempo que la crisis socioeconómica del país amenazaba

con destruirlo todo. Los textos de este libro –de periodistas,

cineastas, programadores y espectadores que hicieron el

Bafici– forman un mosaico heterogéneo que intenta contar

las historias de estas primeras veinte ediciones, sin eludir las

críticas y las polémicas: los comienzos casi artesanales, la

influencia decisiva en películas independientes argentinas, el

canon cinematográfico que cristalizó y que quizás todavía

no ha cambiado y las leyendas y anécdotas que le dan color

a un festival de cine que ya es un clásico (y moderno) de los

otoños porteños, y todos sentimos como propio.

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OTOÑOS PORTEÑOSHistorias del Bafici en sus primeros 20 años

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Una edición del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el marco del (20) Buenos Aires Festival de Cine Independiente (Bafici).

Edición: Diego PapicDiseño: Verónica RocaDiagramación: Cecilia Loidi, con la colaboración de Kevin LaknerCorrección: Eugenia Saúl

Se terminó de imprimir en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el mes de marzo de 2018. Los derechos de los textos pertenecen a los autores.Las imágenes son propiedad de Festivales de Buenos Aires, excepto donde se indica.

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5Índice

Impriman la leyenda 9Javier Porta Fouz

Uno de nosotros 11Sebastián Rotstein

Una familia grande 13Carolina Konstantinovsky

Refugio permanente y promesa eterna 16Pablo Udenio

El primer Festival, que no fue el último 18Andrés Di Tella

La efervescencia de los primeros años 21Diego Lerman

El sueño de la espectadora ideal 24Rosario Bléfari

Un ágora que nos encuentra 27Sebastián De Caro

Acá tengo un público 30Raúl Perrone

De imposible a imprescindible 32Bebe Kamín

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6Matrimonios y algo más 35

Quintín

Hinchas que quieren a su equipo 49Ezequiel Acuña

Felices juntos 51Hernán Rosselli

Memorias de otoño 57Roger Koza

El Bafici, o lo que me acuerdo 60James Benning

Un lugar donde pudimos crecer 62Celina Murga

La tortuga y el ratón 65Diego Brodersen

Los buenos tiempos 68Hugo Salas

Esa adrenalina hermosa 70Juan Villegas

La mitad de mi vida 73Gabriel Medina

La gente correcta 76Alberto Fuguet

Un laboratorio, una trinchera, una tribuna, un aula 95Sergio Wolf

El contagio 100Albertina Carri

Encuentros 103Diego Lerer

Confesiones de un dealer 105Jorge Bernárdez

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7Los pasadizos secretos 107

Diego Trerotola

Los más chulos del barrio 112José Luis Cienfuegos

Bafici Mixtape 114Marcelo Panozzo

Lovestreams 118Leonardo M. D’Espósito

El amor es mutuo 121Che Sandoval

Anuario personal 124Rodrigo Moreno

Lo dudo 146Horacio Bernades

Errante en las sombras 149Nicolás Prividera

El canon cinéfilo 152Luciano Monteagudo

Los próximos veinte años 154Mariano Llinás

El esplendor digno de las causas perdidas 156Gustavo Noriega

Todas las ediciones 159Los premios y los jurados

Agradecimientos 198

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9Impriman la leyendaJavier Porta Fouz

“Impriman la leyenda” es una contraseña de la cinefilia, y proviene de la película de John Ford Un tiro en la noche: cuando la leyenda se convierte

en verdad, hay que imprimir la leyenda. Y cuando la leyenda se convierte en memoria compartida, hay que seguir el camino de la leyenda, alimentarla, a veces convertirla en gremlin. Una leyenda cinéfila de Buenos Aires dice que “acá se descubrió a Bergman”. Me pondría a discutir lo de descubrir, el año en que ocurrió, la participación de Punta del Este en todo esto…, pero alimentemos la leyenda, que tiene algunas bases muy fuertes, como que el cine de Bergman supo ser muy exitoso en Buenos Aires. Por ejemplo, El silencio se estrenó en el extinto cine Luxor y en una semana sumó 31.050 espectadores. Y siempre están los relatos de los cines de Corrientes: el Lorraine y los otros que empezaban con la sílaba “Lo”. Si bien la ciudad de Buenos Aires manejaba una cinefilia tal que en el reinado del cine clásico estadounidense –o sea, antes de los 60– resistió, según contaba Borges, a los intentos de imposición del doblaje, esos añorados 60 podrían constituir la leyenda de la Primera Fundación Cinéfila de Buenos Aires.

A principios de los 90, las salas de cine del país se habían reducido a su mínima expresión, y también la cantidad de estrenos y el consumo cinema-tográfico. A mediados de la década empezó a crecer el número de salas de la mano de los exhibidores multipantalla, con cines agrupados generalmente en centros comerciales. Y poco después, en 1998 y 1999, ocurrieron algunos hitos que marcaron algo así como la Segunda Fundación Cinéfila de Buenos Aires (de la que también fueron parte fundamental la renovación de la crítica y del cine argentino, en diversas interacciones causales). En 1998, El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami, convocó a ciento treinta mil espectadores,

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casi todos en el cine Lorca. Y a los pocos meses llegó el primer Bafici, que nadie llamaba “Bafici” en ese entonces. Y ahora llegamos a las veinte edicio-nes, con más de siete mil películas proyectadas en unas veinte mil funciones.

Sobre el Festival se cuentan, en este libro, diversas historias, muchas de las cuales quizás sean leyendas que ahora se imprimen. La llegada de Francis Ford Coppola en 1999, las máquinas de fax con vida propia, los llamados fuera de horario a extremo oriente, la solidaridad del mundo del cine en 2002, el mínimo rollo final de una película rusa que viajó colgado del cuello de una voluntaria que vino de urgencia de Madrid con el celuloide en uno de esos tubos que se colgaban del cuello que en los 80 supimos llamar “toco” (algo así como un monedero plás-tico para llevar monedas), los fans de los Ramones que desbordaron todas las fun-ciones de un año con varios documentales sobre la banda, la increíble realidad de Nanni Moretti en Buenos Aires, las corridas para confirmar a Peter Bogdanovich, el campeonato de metegol del staff, programadores presentando diez películas en diez minutos en diez salas distintas y mucho, mucho más. Hay otras historias que se hacen leyendas que todavía no se pueden contar, y así se volverán más legenda-rias, y seguramente queden para el libro de los cuarenta años.

Se dice siempre que el Bafici es en el mes de abril, pero no es tan así. En veinte ediciones, este Festival se ha movido literalmente por todos los días del cuarto mes del año: la primera edición empezó el 1 de abril de 1999, y la edi-ción del año pasado terminó el 30, al borde de mayo. Sin embargo, en 2009 el Bafici comenzó un 25 de marzo y terminó un 5 de abril. Es decir, fue más en marzo (seis días) que en abril (cinco días). Por supuesto, hizo un calor horrible. Un director tailandés se había comprando ropa de abrigo especialmente para venir al hemisferio sur en otoño y no entendía nada. A la vez, claro, estaba fascinado con la cantidad de espectadores que había en el Atlas Santa Fe para ver su película y se sacaba selfies –cuando quizás no existía el término– con la multitud. Una multitud mayor –por la capacidad de la sala, esto es indudable– pero obviamente menor –según la leyenda– que la cantidad de gente que vio Sátántangó en su primera función en una sala del Hoyts Abasto en 2001. A esta altura, esa increíble multitud es solamente comparable a la siempre creciente muchedumbre que estuvo en la popular en el debut en primera de Maradona en Argentinos Juniors. Impriman nomás todas las leyendas.

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Entonces estaban las máquinas de fax. Pero al principio era solo una. Y nosotros éramos cuatro. Y había que esperar el turno. Y cada envío de

fax tenía, por lo menos, dos páginas: la portada, que incluía el remitente y los datos del destinatario, y luego la invitación oficial.

Mi primera reunión como parte del Bafici fue en 1999. Ricardo Manetti, entonces Director General de Promoción Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, me convocó a su despacho sobre la Avenida de Mayo para armar una sección erótica de medianoche dedicada a Russ Meyer. La idea era que esas proyecciones se llevaran a cabo en los cines triple X de la ciudad. Esa fue mi primera misión, pero técnicamente fue imposible.

De ese primer Festival recuerdo a Russ Meyer que confirmaba y cancelaba y terminaba teniendo un colapso al teléfono, a José Mojica Marins (suge-rencia del programador Esteban Sapir) que confirmaba con sus uñas largas y su biógrafo, a Paul Morrissey almorzando en Babilonia y a Todd Haynes tirándome los galgos después de presentar Velvet Goldmine.

Toda la experiencia adquirida me estaba preparando para algo que jamás me hubiera imaginado soñar y que fue producto, tal vez, de la inconscien-cia y la ignorancia: una retrospectiva completa del maestro John Cassavetes. Cuando se empezó a planificar el segundo Bafici, su nombre picó en punta y la propuesta tuvo el visto bueno de Andrés Di Tella, el director artístico.

¿Por dónde empezar? Tenía el número de fax de Gena Rowlands, que había declinado una invitación para ser jurado en el primer Festival. Su res-puesta al teléfono de mi hogar abrió la puerta para que la retrospectiva pu-diera empezar a hacerse realidad. De Gena Rowlands a Al Ruban, productor,

Uno de nosotrosSebastián Rotstein

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ocasional actor, ocasional director de fotografía de Cassavetes, y de Al Ruban al resto de la troupe: Ben Gazzara (que no viajó por problemas de salud), Seymour Cassel (que sí viajó) y Peter Falk (que tampoco pudo viajar porque estaba en pleno rodaje de otro especial de Columbo).

Pero sin películas no hay invitados. Y ahí comenzó la búsqueda de las co-pias en 35mm por todo el mundo. Fue un trabajo detectivesco: dónde se ha-bían estrenado, en qué año, por quién. Fue un año de llamadas y faxes (para entonces ya teníamos tres máquinas), de espera de respuestas, de suspenso cuando sonaba el teléfono. Y así fueron apareciendo las copias: Minnie & Moskowitz en Japón, pero con un screening fee imposible de pagar, y la apari-ción milagrosa de otra copia en Francia; Too Late Blues en Austria; la copia de Husbands restaurada por la Universidad de California pero con dos minutos perdidos para siempre; y la aparición sorpresiva de una versión extendida de �e Killing of a Chinese Bookie.

La noche de apertura terminé cenando con Al y Seymour en algún restau-rante de la ciudad. Irradiaban humanidad, generosidad y pasión, como en sus películas. Viví diez días dentro de una película cassaveteana. Redescubrí su cine, que a sala llena es una experiencia diferente. Esas funciones fueron una comunión casi religiosa de gente extasiada con la experiencia.

Después llegó la noche en El Club del Vino. Sobre el escenario, Seymour y Al cuentan anécdotas, el programador Eduardo Milewicz y yo traducimos, Alejandro Agresti participa un rato. Y todos terminamos riendo y llorando de alegría. Después, volviendo al hotel, los dos me llevan a un costado y me dicen: “Ahora sos uno de nosotros. Somos tus amigos para siempre”.

Eso que pudo haber sido producto del éxtasis que vivimos esa noche ha continuado a lo largo del tiempo. Seymour me ha llamado desde Los Ángeles “solo para charlar”, por algún desengaño amoroso. Y Al Ruban; mi querido y admirado Al, mi mentor y consejero hasta el día de hoy.

Participar del Bafici ha sido la experiencia más transformadora de mi vida. Y sé que, a lo largo de estos años, el Festival les cambió la vida a muchas personas más.

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Así como podemos llenar estadios con la gente que dice que estuvo en el recital de �e Police en la discoteca New York City, algo parecido pasa

con la gente que dice que tuvo la idea de hacer el Bafici o que de alguna ma-nera participó de la primera edición del Festival.

Lo cierto es que en aquel momento éramos muy pocos y que ninguno de nosotros tuvo la idea. Tampoco tengo muy en claro cuál fue “la idea”, porque el mundo está lleno de festivales de cine. Lo que sí es seguro es que quienes estuvimos en el inicio tuvimos mucho que ver con hacer del Bafici un festival divertido y amable, que se instaló de inmediato como un evento al que todo el mundo tenía ganas de venir.

Es que en las primeras ediciones, el Bafici se perfilaba como un festival de realizadores. Dirigido por Andrés Di Tella, un cineasta, y pensado como punto de encuentro de jóvenes realizadores, estudiantes y directores con ex-periencia. Un lugar para conocerse, divertirse y hablar sobre las particulari-dades de hacer cine.

Eso fue cambiando con los años, y es una lástima que se perdiera algo de ese espíritu. Era genial ver cómo se juntaban los proyectos y las ganas de gente de distintos lugares del mundo; el Festival proponía el intercambio de ideas, de conocimiento y de experiencias como parte de sus principios fundantes.

Las primeras ediciones nos dejaron tantas anécdotas y tantos recuerdos que se podría hacer un libro solo con eso. Francis Ford Coppola en El Club del Vino escuchando a Horacio Salgán, o Seymour Cassel paseando por Buenos Aires, o Darren Aronofsky –que todavía no era Darren Aronofsky– viniendo con un pasaje con cuatro escalas, o Álex de la Iglesia y su Muertos

Una familia grandeCarolina Konstantinovsky

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de risa, o una inolvidable cena del jurado, entre los que estaban Barry Gifford y Whit Stillman, en un karaoke coreano en la que se bailó tango y se cantó de todo.

Para mí, producir el Bafici fue una revelación; por fin podía juntar mi amor por la producción con mi amor por el cine. Me lo dijeron una noche Eduardo Milewicz y Christine Vachon, que había venido junto a Todd Haynes con su película Velvet Goldmine: “Deberías producir películas”.

Así que cuando por esas cosas del destino, del Bafici y de la condición hu-mana tuvimos que irnos del Festival pensé “¿por qué no?”, y seguí el consejo de dos personas que admiraba: me fui a hacer películas.

Volví tres años después como productora de Ana y los otros, dirigida por Celina Murga, que participaba de la Competencia Internacional. Estar con una película argentina era entrar en un universo nuevo. El Bafici nos llevó al mundo, nos salvó de la burocracia del INCAA y nos ayudó a recibirnos de profesionales del cine.

Dos años después me contrataron de una asociación judía para programar una sección que duró una sola edición y que se llamó “Algo Judío”. Era una selección particular de películas que debían tener algo que se relacionara con el judaísmo, pero que no encuadraran en lo que en principio podríamos pensar como una selección de películas judías. Y trajimos desde �e Hebrew Hammer hasta Capturing the Friedmans, pasando por Palindromes, de Todd Solondz.

El Festival seguía dándome satisfacciones: aunque ya no era del todo aquel festival que habíamos soñado, era el lugar al que siempre quería volver. Con ese entusiasmo armamos esa sección que, además, me llevó al punto más bajo de mi relación con el Bafici.

Todd Solondz quería venir, pero no podía porque estaba haciendo la gira promocional de su película. Había escuchado hablar sobre el Festival, tenía ganas de conocer Buenos Aires, y entonces nos propuso venir al año siguien-te para lo que quisiéramos nosotros. Podía ser jurado, venir con una retros-pectiva, dar una charla o encontrarse con estudiantes. En el Bafici se habían proyectado Storytelling y Palindromes y se trataba de uno de los directores con perfil más parecido al Festival que uno se pudiera imaginar.

Entusiasmada, se lo conté a quien entonces era el director, y la respuesta que recibí fue: “No me gusta su cine”. Así que por esas cosas del Bafici, no hubo Todd Solondz. Todavía no lo puedo creer.

Al año siguiente volví con Una novia errante, de Ana Katz, y otra vez

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el Bafici me dio la posibilidad de salir al mundo. Ganamos el premio de la sección Work in Progress y nos fuimos al Festival de San Sebastián, en donde ganamos el premio Cine en Construcción, y de ahí a Cannes. Se salía del Bafici, se llegaba lejos.

Desde aquella experiencia soy una espectadora.El tiempo nos premia con la certeza de haber puesto buenos cimientos,

con el orgullo de haber pensado las particularidades de este Festival y con el placer de ver que mucho de lo original todavía se mantiene.

Quienes estuvimos en el arranque tenemos el privilegio de saber la verdad sobre tantos mitos y leyendas, y nos gusta mantener el misterio. Es verdad que iban a venir Robert Redford a la primera edición y Martin Scorsese a la tercera (que nuestro equipo no llegó a realizar), aunque me niego a compar-tir los pormenores de ambas cancelaciones.

El Bafici sigue siendo unos de los grandes amores de mi vida. Me tratan bien, me hacen sentir siempre en casa y a veces me siento como una de las abuelas de una familia grande, pero aclaro que todavía soy muy joven. Es un símbolo raro del paso del tiempo, y sigue siendo el lugar al que siempre quiero volver.

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En septiembre de 1998 hice un minitour festivalero por Montreal y Toronto. Aunque no había un encargo oficial, con Andrés Di Tella ha-

bíamos quedado en que tomara nota de las películas dignas de ser incluidas. Mail va, película viene, algunos de aquellos títulos hicieron su camino hacia el primer Festival.

No sin esfuerzo recuerdo algunos. La manzana, de Samira Makhmalbaf, Solo contra todos, de Gaspar Noé, o �e Power of Kangwon Province, de Hong Sang-soo. Todos poco conocidos, pero que ya comenzaban a dejar su marca. En Montreal me encontré al crítico Diego Lerer a la salida de la de Hong Sang-soo. “Esta gente sabe algo que nosotros no sabemos”, me dijo.

De ese viaje me traje conmigo el mail de Sofia Coppola, que robé de al-gún listado, de algún lado. Ella andaba girando con su primer cortometraje, Lick the Star. Se lo di a Sebastián Rotstein de la mano de una sugerencia más que obvia: “Es la hija de Francis Ford, tiene un corto; como va a haber una Competencia Internacional de Cortometrajes, tal vez la pueden invitar”. El resto de la leyenda ya fue impresa muchas veces. Sofia preguntando si podía venir acompañada y pidiendo que el acompañante en cuestión fuera su padre.

Meses antes de que todo esto ocurriera, junto a mi socio Hernán Guerschuny y a través de nuestra revista Haciendo Cine, le acercamos a Ricardo Manetti el proyecto para que el Bafici tuviera, desde el comienzo, una “sección semillero”. Por entonces, las secciones de Work in Progress eran algo relativamente novedoso en los festivales de cine, y queríamos que el incipiente Bafici tuviera la suya.

Refugio permanente y promesa eternaPablo Udenio

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El incipiente Bafici. Releo la frase y no puedo evitar pensar en lo que sig-nificaba para muchos de nosotros el Festival en aquel momento. Todo. Era como cumplir el sueño de tener el Mundial en casa. Era un juguete nuevo. En cierto modo, nosotros creíamos en la promesa del cine independiente. No sabíamos muy bien qué era, pero nos encantaba llamarlo así. De a ra-tos ensayábamos explicaciones diferentes para el término, siempre huidizo y resbaloso. Pero, en algún lugar, nosotros, los que lo queríamos tal como era, malcriado y caprichoso, sabíamos que allí, en esa imposibilidad de encasillar-lo, latía escondido su mejor valor.

Los tiempos pasaron y cambiaron. ¿Qué es ahora el Bafici? Yo, perso-nalmente, no lo veo tan diferente a lo que fue, aunque cada nuevo director artístico le dé su impronta. El Bafici sigue siendo ese núcleo de energía que nos pertenece a todos. La ilusión constante de que en alguna de sus salas, finalmente, veremos esa película que nos conmueva, o conoceremos a esa persona ideal para nuestro proyecto. El Bafici probablemente sea eso: un refugio permanente y una promesa eterna.

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Ojalá dentro de algunos años se pueda decir de este primer Festival que tuvo que ver con un renacimiento de la cinefilia porteña alrededor del

año 2000. El Festival es una respuesta a algo que ya está pasando: lo evidencia el éxito de público reciente de una película iraní como El sabor de la cereza, cuyo mero estreno hace un par de años hubiera sido impensable; lo demues-tran las colas que se forman en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín para asistir a su rigurosa programación, y también lo demuestran, por qué no decirlo, las peregrinaciones al Festival de Mar del Plata, donde –más allá de cualquier polémica– apareció por primera vez ante los ojos de espectadores argentinos todo un estrato geológico del cine mundial que no se estrenaba en el país. A su vez, Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente constituye una apuesta a lo que puede pasar.

Mi generación oyó hablar como de una leyenda del boom cinematográfico de los 60 y los primeros años 70, cuando en los cafés de la calle Corrientes los chicos y las chicas chamuyaban de la revolución y de Godard o Pasolini. Fuimos testigos, por el contrario, de la cerrazón de la dictadura militar, cuan-do las pocas películas interesantes que no eran consideradas “subversivas” venían cortajeadas casi por deporte. Y después, del encogimiento de la oferta cinematográfica que trajo la recesión económica casi permanente de los años 80 y 90. Vimos cómo fueron desapareciendo los pocos reductos donde se podía ver algo diferente que no fuera la producción de Hollywood o algún que otro ejemplar del vetusto cinéma de qualité europeo que los distribuido-res locales se animaban a estrenar, apelando a la nostalgia de los que alguna vez fueron cinéfilos, antes que convocando a despertar nuevas pasiones.

El primer Festival, que no fue el últimoAndrés Di Tella

(Esta fue la introducción al catálogo del primer Bafici, de abril de 1999)

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En ese sentido, el Festival viene a cubrir un espacio vacío, como una deuda con los porteños que es, al mismo tiempo, una apuesta al riesgo. Se trata de un Festival de cine “joven”, que no pone sus fichas en valores supuestamente seguros: en nuestra programación no hay casi ningún nombre ya consagrado por los años. El Festival se juega por cineastas nuevos, desconocidos por el público argentino pero ya en muchos casos portadores de prestigio incipiente, cinematografías emergentes de países cuya producción está renovando el cine mundial. El Festival le ofrece al público porteño y a los que visiten la ciudad en estos días de efervescencia cinéfila la posibilidad de convertirse en descu-bridores. ¿Qué mayor placer de espectador que sorprenderse con una película extraordinaria de la cual no se sabía nada? Antes que los críticos y los “forma-dores de opinión” tengan tiempo de decretar jerarquías de nuevos nombres ya consagrados y modas a seguir, los espectadores curiosos que se acerquen al Festival tendrán ocasión de dibujar su propio mapamundi del nuevo cine que cuenta para ellos.

Por otra parte, en los últimos años ha surgido en nuestro país una nueva generación de cineastas que están proponiendo algo diferente a lo consa-bido del “cine nacional” (con sus deficiencias tantas veces denigradas). A ellos también está consagrado el Festival. No solo a exhibir algunas de las últimas producciones independientes. En tanto cineasta, yo creo que el Festival también les ofrece a los realizadores nutrición indispensable: un muestrario de estéticas diversas y un repertorio de ejemplos de cómo se puede producir una película por caminos alternativos a los tradicionales de la industria. Los talleres sobre cine independiente y sobre cine digital, el foro de producción del Instituto Sundance y el taller que propone el equipo de Dogma tienen que ver con esa apuesta que, espero, pueda tener continuidad también hacia adelante.

A veces tengo miedo. ¿No son demasiadas películas? ¿No hemos orga-nizado demasiados eventos y talleres? ¿No tendríamos que haber incluido títulos más comerciales? ¿No deberíamos haber invitado a algunas estrellas consagradas en vez de a tanto joven aún desconocido? Ahora, ustedes dirán. Nosotros, los organizadores del Festival, recién ahí nos daremos cuenta de qué se trataban realmente las películas que programamos y en qué consistió finalmente el Festival.

Por último, aprovecho para agradecer a cada miembro del equipo de cola-boradores que ha venido trabajando conmigo en la organización del Festival,

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su labor incansable y su permanente buen humor en condiciones de pobre-za franciscanas ¡y mucho calor! También quiero reconocer públicamente la confianza que depositó en mí Ricardo Manetti, cuando apenas me conocía personalmente (una elección inusual en un medio plagado de “amiguismo”). Y agradecer a Eduardo Milewicz y a Esteban Sapir, dos de los nuevos cineas-tas aparecidos en estos últimos años que más respeto. Ellos me ayudaron a elegir las películas, en particular las de la Competencia Internacional de Largometrajes y –sobre todo– me ayudaron a pensar cuando el frenesí de la organización del Festival no me lo permitía. También, por supuesto, agra-dezco a mi mujer Cecilia Szperling, que toleró mis ausencias en el hogar y mi obsesión de estos meses, y a quien le debo sencillamente todo.

Y un deseo ingenuo: ojalá que el primer Festival no sea el último, como pasa con tantas cosas en nuestro país. Eso también depende de ustedes.

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En 1999 yo tenía 22 años y llegaba el primer Bafici, una novedad muy bien recibida por todos los que estudiábamos Cine en aquella época.

Rápidamente se convirtió en un lugar de referencia y pertenencia para varios de nosotros. Lo sentimos nuestro, lo vivimos en sus salas, en sus pasillos, en los bares del Abasto y en sus fiestas.

Ya en esa primera edición estuve vinculado al Festival. Me contrataron como “ángel”: tenía que estar junto a algunos invitados internacionales y asistirlos tanto en su recorrido por la ciudad como en las presentaciones, o incluso para pasar el rato.

Los primeros cinco días tuve a cargo a Jia Zhangke, que venía a presentar su ópera prima, Xiao Wu. La proyección fue en 16mm en la sala Lugones. Pasé esos días con Jia, estuve con él en las funciones y charlamos mucho so-bre cine, sobre China y sobre la Argentina. Era la primera vez que tenía con-tacto con un director de cine extranjero, y Jia me fue contando la experiencia con su película, cómo había sido realizarla y estrenarla por el mundo. No le gustó demasiado Buenos Aires pero sí había quedado muy contento con la charla con el público. Por mi parte, recuerdo un inolvidable encendedor que tenía el protagonista de Xiao Wu y que sonaba cada vez que se abría; fue la mejor película que ví ese año.

En la segunda parte del Festival me tocó ser el ángel de los invitados de After Life, la segunda película de Hirokazu Kore-eda. Él no vino a presentarla, pero sí vinieron su actor Susumu Terajima y su productora Linda. Llegaron desde Japón con un libro de restaurantes. Aunque las comidas estaban in-cluidas (tenían tickets para comer en diferentes restaurantes que el Bafici les

La efervescencia de los primeros añosDiego Lerman

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proponía), me propusieron que los acompañara en una suerte de tour gastro-nómico por la ciudad, así que recorrimos restaurantes por La Boca, Pompeya, Palermo, San Telmo, Belgrano y, por supuesto, el Abasto.

En esos cinco días comimos como reyes y visitamos varios bares. También me contaron en detalle cómo habían trabajado en After Life. Me llamó mu-cho la atención saber que habían hecho cientos de entrevistas a personas de diferentes edades, sexos y clases sociales para consultarles acerca del recuerdo que quisieran mantener para toda la eternidad una vez muertas. Algunas de esas entrevistas fueron luego usadas en la película.

Para ese entonces yo ya había filmado mi primer cortometraje. La prueba estaba participando en ese momento en las Jornadas de Uncipar. Ahí gané mi primer premio como cineasta, pero no pude recibirlo porque estaba tra-bajando en el Bafici y las dos entregas de premios eran el mismo día.

Cuando After Life ganó como Mejor Película, Linda y Susumu ya se ha-bían ido, pero me llamaron desde Japón: Kore-eda me pedía expresamente que recibiese el premio en su nombre y dijera una palabras. Intenté negarme, pero insistieron tanto que acepté. Lo recibí de manos del entonces jefe de Gobierno Fernando de la Rúa. Por irreverencia juvenil o espontaneidad ne-gativa, hice algo que después varios me criticaron: De La Rúa me tendió la mano y, a medida que me la acercaba, yo alejaba la mía, haciéndole un “oso” improvisado, tan de moda en aquellos años. No fue premeditado, yo estaba ahí de casualidad y me salió ese gesto: ya en ese entonces me generaba mucho rechazo su figura.

Leí en el auditorio el texto que había enviado Kore-eda. No recuerdo muy bien qué decía, pero sí que se refería a mí de manera cariñosa. Dos semanas después, me llegó por correo a mi casa un artículo de un diario en japonés traducido al inglés: Susumu Terajima había escrito una columna contando anécdotas de nuestras andanzas y conversaciones por bares y restaurantes.

Susumu se había quedado maravillado con la ciudad. Lo llevé a unos lu-gares de tango que lo habían fascinado, pero lo que más le llamó la atención fue cuando tomamos un día el subte B, porque los vagones eran los mismos que se usaban en Tokio en los 80. No lo podía creer, se reía y al mismo tiem-po le costaba entender. ¿Cómo era posible que los vagones que había usado en su juventud en Tokio estuviesen ahora en Argentina?

En la siguiente edición del Bafici participé con La prueba de la Competencia Internacional de Cortometrajes. Y en la cuarta edición, en

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Otoños porteños - Historias del Bafici en sus primeros 20 años

2002, gané el Premio Especial del Jurado con Tan de repente, mi primer lar-gometraje. El Festival era pura ebullición en aquella época; se había conver-tido en referencia para varios programadores del mundo. El que me entregó el premio fue Edgardo Cozarinsky, miembro del jurado. A él no solo le di la mano: lo abracé durante un rato largo queriendo que ese momento durase para siempre.

Esa noche, en la fiesta de clausura, probé sushi por primera vez en mi vida y comí wasabi pensando que era palta. Al sentir el picante intenso, quise aplacarlo comiendo más palta, que en realidad era wasabi. A los pocos minutos estaba doblado, un fuego me partía al medio. La gente me felicitaba mientras yo trataba de abrirme paso hacia el baño. Estuve tirado un rato largo tomando traguitos de Seven Up asistido por mi amigo y productor el Pipi. Los que entraban al baño pensaban que estaba absolutamente drogado, que se me había subido la espuma de la premiación.

Años después seguí participando de diversas maneras, con otras películas o como jurado, y luego, por diversas razones, empecé a alejarme del Bafici, y el Bafici se fue alejando de mi vida. Pero cada tanto agarro el pasaporte y emprendo viaje hasta Recoleta. Y cada vez que voy, recuerdo aquellos prime-ros años en los que el Festival era para mí una fiesta llena de efervescencia, novedades, expectativas, anécdotas, charlas hasta el amanecer y, sobre todo, mucha pasión por el cine.

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Año 1999. Nadie sabía cómo sería un festival de cine independiente, internacional y en Buenos Aires. Puede ser que hubiera expectativas,

indiferencia, escepticismo, conjeturas, nada más. Es difícil imaginarlo hoy, pero el Festival, como recién nacía, no tenía personalidad, y entre los futuros concurrentes tampoco tenía defensores ni detractores. Muchos no estaban ni enterados de su aparición inminente, y creo que ni siquiera se lo llamaba por el nombre, Bafici.

Yo no estaba involucrada en ningún aspecto de su creación ni de la orga-nización, por lo que ignoraba cualquier tensión interna. Vivía todo como una espectadora y a la vez como la protagonista de una de las películas que estarían en la programación. Se trataba de Silvia Prieto, de Martín Rejtman. No era cualquier película, era una de las primeras películas argentinas hecha con un modelo de producción distinto al usado hasta el momento. Una auténtica representante del cine independiente. El tiempo de filmación había excedido por mucho el que lleva la producción habitual de un largometraje, y todos los que habíamos trabajado no podíamos creer que por fin la íbamos a ver proyectada. Más de uno la sentía una obra propia, por el tiempo y trabajo in-vertido, por el cariño hacia sus personajes, por recordar partes de sus diálogos o expresiones, por admirar el trabajo del equipo. No siempre suele ocurrir.

Una de las pocas cosas que sabía era que el acontecimiento iba a ocurrir en el Abasto, sede principal del Festival. El Abasto era un lugar raro, lo ha-bía visto transformarse de mercado en shopping, con patio de comidas y una cadena de salas de cine. Lo bueno era que tenía salas suficientes para programar varias películas, que eran cómodas y dentro de todo se veía bien.

El sueño de la espectadora idealRosario Bléfari

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Pero el ámbito del shopping era chocante. Por otra parte, el barrio mismo era y es un lugar emblemático de la vida porteña. En mi historia personal es importante porque fue el barrio de mi papá cuando llegó desde Rosario siendo muy joven, casi un chico. Y crecí escuchando las historias del mer-cado, las cantinas, el tango y sus personajes. También lo frecuenté mucho en mi juventud, porque una de mis mejores amigas vivía a la vuelta y desde su terraza veíamos las bóvedas del techo. No tenía nada que ver con lo que hasta ese momento se relacionaba con el cine-arte. Nosotros íbamos a la sala Lugones, a la Hebraica, al Cosmos, al Lorca, al Empire o al Premier. Pero ahí estábamos ahora, dentro de un shopping.

La tarde del estreno, en un ejercicio temerario, me fui a teñir el pelo de rojo. Se me había metido en la cabeza que no tenía que parecerme al personaje de Silvia Prieto para demostrar mi capacidad de transformación como actriz. Encontré el vestuario adecuado ese mismo día en una caja de saldos: un traje de una sola pieza, azul, con un cierre invisible, entre de-portivo y futurista. Después de la proyección, con las tiendas y el patio de comidas ya cerrados, se armó un baile en el hall. Me acuerdo que parecía la escena de otra película. Todo apagado salvo el sector de la pista y todos bailando. Yo con mi pelo rojo y el enterito espacial. Mis propios amigos no me reconocían al verme. Pensé en mi papá, con menos de veinte años, en las mismas coordenadas.

Los años pasaron, y las ediciones fueron cambiando de número. De algu-na u otra manera me vi relacionada: toqué con mi banda, actué en algunas películas, fui parte de un jurado –con el hermoso privilegio de la credencial de libre acceso– y DJ, escribí reseñas en algún medio, mi hija reseñó una de la sección Baficito en el diario del Festival Sin Aliento cuando tenía doce años, colaboré ad honorem con alguna entrada del catálogo y hasta actué en vivo doblando la primera película sonora argentina, Muñequitas porteñas, el año pasado.

Sin embargo, los momentos más intensos los viví en el circuito de espec-tadora. Como les pasará a todos, tengo mi propia manera de disfrutar del Festival: me gusta ir sola y no me gusta encontrarme con nadie, para no tener que comentar, dar explicaciones de qué voy a ver, qué vi, ni qué me pareció lo que vi. Si ocurre que me encuentro con alguien, desvío la conversación o le pregunto estas mismas cosas para que me conteste y no tener que hablar yo. Suelen ser días de ansiedad, y hubo años en los que interrumpí muchas de

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mis actividades habituales para poder ir a la mayor cantidad de funciones. Me encanta ir a las de prensa de la mañana y completar con algunas trasnoches.

Evito entrar en discusión con los que nunca van a ver ninguna película al Bafici o intentaron hacerlo alguna vez y se pronuncian en su contra por razones como que nunca hay entradas para las mejores, que algunas películas son malas, que la gente que va es muy esnob. No me interesa defenderlo ni tratar de explicar cómo hay que hacer o por qué esas molestias pueden pasar a ser algo secundario si te gusta el cine y hacés con esa grilla lo que querés y como querés, y que eso es lo único que vale la pena.

Así como hubo años que batí récords, otros, por estar ocupada o lejos –la mudanza a Recoleta me afectó–, no participé del vértigo de ser espectadora diaria y mi circuito se redujo a películas de rock, o a rarezas periféricas, de esas para las que siempre hay entradas, sin haber visto un solo hit, o siguien-do una retrospectiva y nada más. O yendo solo a las proyecciones de la sala más cercana de mi casa y a las últimas funciones de la noche, bien tarde. Hay mil maneras de armar un recorrido propio y posible.

Mi sueño es ser una invitada, pero como si viniera de otra ciudad y, en esos días, de verdad pudiera poner todo entre paréntesis y dedicarme solo a ver películas sin ninguna otra preocupación. Incluso hasta podría vivir en un hotel cerca de los cines, comiendo por ahí. Es una ilusión, ni los invitados extranjeros pueden entregarse del todo, porque la ciudad los llama, les dice que salgan a la calle y vivan la vida real, que están en Buenos Aires y es la oportunidad. Pero como yo ya la conozco, podría hacer que mi vida real, por unos pocos días, fuese la de una espectadora ideal. La ciudad va a seguir ahí afuera mientras tanto, y sé, porque lo experimenté otras veces, que cuando salga la voy a sentir diferente. Al menos voy a estar más permeable a percibir su complejidad y la de los seres que la habitamos.

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Un corcho pegado en la pared de mi cuarto tiene una serpiente de tickets que acabo de comprar en el shopping Abasto. Es 1999 y empieza el

Bafici. En unos pocos días me va a explotar la cabeza. Vivo en Salguero y Díaz Vélez, la distancia perfecta para convertirme al “Baficismo”: estoy cer-ca del Abasto y de la línea B del subte, el sendero ideal para viajar hasta el Cosmos, la Lugones, el Lorca o donde sea.

El ritual se vuelve cotidiano y adictivo: de casa al shopping y del shopping a casa. Dentro de unos días, un océano de fascinaciones nuevas aparece a mis 23 años. Desde el corto de Sofia Coppola a una película indie que parece que rompió todo y se llama Rushmore, como el monte de los presidentes estadou-nidenses. En una de las funciones de la película de Wes Anderson, el tercer o cuarto rollo se cargó al revés. La película se detiene, desalojamos la sala, y mientras arreglan la torta de fílmico, alguien que al parecer había viajado y visto la película en otro festival, presagia: “En la parte que sigue, Bill Murray y el pibe se vuelven enemigos por la mina”.

Todo era aventura: la retrospectiva de Paul Morrissey y tantos momen-tos míticos que fueron base de una educación sentimental y cinéfila eterna. Aquellos días y noches, fiestas, cafés y testeo de todos los locales del patio de comidas fundaron para una generación un modo de consumir, conocer y hacer cine en nuestro país.

Pasan los años. Me mudo, pero nada cambia. Ya no importa la distancia, y en el Malba también aparecen algunas postales inolvidables. Una noche, el productor Richard Rubinstein presenta un corte nuevo de El amanecer de los muertos, de George A. Romero. En la primera fila, una chica con una remera

Un ágora que nos encuentraSebastián De Caro

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de La noche de los muertos vivientes se convierte en alguien con quien me gustaría casarme, tener un futuro, hijos, una vida entera. Una remera única, una proyección legendaria. En el Bafici uno también se enamoraba.

Los ritos, los rumores de las visitas de cada año, las sedes, las preferidas por alguna razón y las incómodas por algunas otras; el catálogo, la grilla, las charlas entre película y película; la película mimada, la denostada; las presentaciones memorables, donde algún realizador sacaba a relucir su esgrima verbal; la re-trospectiva de Johnnie To, la función de Muertos de risa con Álex de la Iglesia en el cine Cosmos, Zé do Caixão vendiendo su pack en DVD, Bruce LaBruce ex-pandiendo nuestra conciencia de género; El extraño viaje, de Fernando Fernán Gómez, en el Lorca; nuestra dieta en esos días, la cantidad de café, los libros de cine que compramos, la música que decidimos cargar en nuestros dispositivos; los reencuentros, toda una liturgia pop que se volvía adicción.

Quizás uno de los puntos más altos de las primeras ediciones haya sido la retrospectiva de la obra de John Cassavetes. Además del lujo de poder disfrutar de sus películas en el cine, con copias excelentes, cada función era acompañada por Seymour Cassel y Al Ruban. Presentaban las películas y al final respondían preguntas del público.

Durante una de las funciones de �e Killing of a Chinese Bookie, los sub-títulos desaparecieron de la pantalla. Lo que parecía una mala noticia para el encargado de la sala resultó un hallazgo arqueológico. Es que los subtítulos habían sido sincronizados para la copia estrenada en cines, y la que se estaba proyectando era el corte completo, que se creía perdido y apareció ahí, en el Abasto, en el Bafici. “¡La encontramos!”, gritaba Ruban. Hoy, la edición Criterion de Five Films de Cassavetes incluye esa misma copia.

¿Hay mejor noche que una de lluvia para ver Calles de fuego? Claro que no, y así fue. Caballito, día de semana, y de repente, una midnight movie apa-rece en el Bafici. Walter Hill, un rescate siempre obligado y una declaración de principios: estas también son películas del Bafici.

Con Calles de fuego programada a todo color –y a todo rock–, con Terminator 2 y con Frank Henenlotter apareciendo por ahí, hablando de Basket Case, el Bafici rompió todo límite y echó por tierra la idea de que la independencia está ligada solo a cuestiones temáticas, estéticas o presupues-tarias. Independiente era quien obraba en consecuencia o luchaba por llevar adelante una visión. Un montón de propuestas de este estilo comenzaron a aparecer de un buen tiempo a esta parte. Brindamos por eso también.

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Año 2016. Cuando terminamos de estrecharle la mano a Peter Bogdanovich, uno de los comensales se dio vuelta y dijo: “Acabamos de dar-le la mano a gran parte de la historia del cine. Le dimos la mano a Cukor, a Hawks, a Hitchcock y a Ford, como mínimo”. Aquellos días, los de La última película, Míralos morir y el hermoso documental de Bill Teck, One Day Since Yesterday, completaron un círculo. Un viaje por la posibilidad de escribir, amar y estudiar cine, para devenir en realizador consagrado y confe-rencista. Aquellas obras de fines de los 60 y mediados de los 70 daban cuenta del amplio registro del maestro. Conocerlo y estrechar su mano fue único.

Hoy pasaron gestiones, sedes y estilos. El Festival y sus películas reafirman espacios que el cine, tanto como lenguaje y como hábito, se niega a perder. Al Bafici hay que ir, es un ágora que nos encuentra; hay que enterarse, estar y viajar a la sala.

Y también en el Bafici hay programadores, no algoritmos de consumo. Errores y aciertos humanos, tanto en los títulos seleccionados como en el sentido de su presencia en las pantallas, responden a seres sensibles. Y a ellos les digo: gracias, muchas gracias por este faro que es el Bafici.

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Acá tengo un públicoRaúl Perrone

Nunca vi películas en el Bafici. A mí me enojan mucho los festivales, porque me parece que hay gente que únicamente va a pasar tarjeta y no

ama el cine, va a hacer negocios. Entonces me molesta y voy un solo día, el del estreno de mi película. Y no vuelvo, ni siquiera a las otras dos funciones. Después me arrepiento, porque veo el catálogo y digo: “Mirá las películas que me perdí”. Pero bueno, pasaron veinte años y sigo haciendo lo mismo.

En términos generales pueden decir que soy un boludo. No voy a la fiesta de apertura, no voy a la fiesta de cierre. Yo a Jim Jarmusch lo amaba profun-damente, pero cuando vino acá no me dio ni siquiera para ir a verlo. Hay una cosa medio rara que me produce rechazo.

Pero el Bafici es como mi casa, lo siento mío. Yo estuve en 17 de las veinte ediciones, no creo que haya otro tipo que tenga ese récord. Y pasé por to-dos lados: retrospectivas, abrí, cerré, noches especiales, maestros, autores... Cuando empezó lo apoyaba enormemente porque me parecía que hacía fal-ta un espacio para que estas películas tuvieran visibilidad. El año pasado, Cínicos fue la primera película agotada. Acá tengo un público, pero después hacés un esfuerzo para estrenar y no va nadie.

En el primer Bafici participé del Work in Progress con Zapada (una come-dia beat), y al año siguiente me llamó Andrés Di Tella para que participe de la Competencia Internacional, pero yo no quise competir; no me gustaba quiénes estaban. Se pasó en la sección Cine Independiente Argentino en la Lugones.

La primera vez que competí fue en 2002 con Late un corazón, y fue sin darme cuenta. Se la mostré a Quintín, el director, y a Marcelo Panozzo, pro-gramador, en el Cosmos y me acuerdo que nos fuimos al bar de al lado y me

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propusieron hacer una retrospectiva. Programaron seis películas mías, pero a Late un corazón la pusieron en la Competencia Argentina, que se llamaba Lo Nuevo de lo Nuevo. Me hinchó un poco los huevos, porque yo no sabía nada. Pero recibí una Mención Especial.

A las entregas de premios tampoco voy. Yo gané dos o tres veces como di-rector en el Bafici, y me entero porque me avisan, pero estar ahí como están todos no me lo banco. Pero también está bueno ver qué onda mis películas con la gente y con los jurados.

El año que gané con Late un corazón yo estaba medio hinchado las bolas porque tuve que ir todos los días al Bafici por mi retrospectiva y porque hacía mi programa de TV A cara de perro. Me acuerdo que lo entrevisté a Pedro Costa, que también tenía una retrospectiva. Después todo el mundo hablaba de Pedro Costa, pero en ese momento nadie sabía quién era. Nos comparaban porque era un tipo que filmaba en su lugar, en Cabo Verde, como yo en Ituzaingó.

Después los que organizaban el Festival se enojaban porque yo pedía siempre la misma sala: la 7 del Abasto. Llegó un momento en que no hacía falta que yo dijera nada y me daban esa. Me había ido bien en esa sala y yo soy cabulero, como en el fútbol. Por eso cuando se mudaron a Recoleta, me hinchó las bolas. Igual sigo yendo a la sala 7 del Recoleta.

Creo que el Bafici fue dejando de ser independiente, y muchas de las películas que hay se hacen con mucha guita. Eso no quiere decir que el cine independiente no se haga con plata, pero no tiene ese espíritu. Creo que en algún momento se escapó eso. Me acuerdo que al principio había un pibe que trabajaba en el Festival, Nicolás Martínez Zemborain, que me perseguía, era un infierno. Me lo mandaban a El Cronista, el diario donde yo trabajaba, ahí en Palermo, y me volvía loco para que fuera al Bafici. El pibe era bárbaro, pero después se convirtió en productor.

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Pertenezco a la generación BA-AB (Buenos Aires - Antes del Bafici). En aquellos tiempos no eran pocos los espacios de convergencia cinéfila:

cineclubes, semanas dedicadas a movimientos renovadores, encuentros pro-fesionales. Sin embargo, es difícil comprender cómo la ciudad –considerada una de las más adictas a las películas de culto, donde se formaban largas filas para ingresar a las salas Lorraine, Loire, Losuar, a la Lugones; con espectado-res fieles a las obras de la Nouvelle Vague, el Free Cinema, el New American Cinema, el Cinema Novo, las películas de Bergman, Wajda, Jancsó, Kubrick, Cassavetes y demás estrellas del firmamento fílmico; con críticos de la je-rarquía de Alberto Tabbia, Juan Carlos Frugoni, Mabel Itzcovich, Edgardo Cozarinsky y tantos otros– no contó durante décadas con su propio festival de cine.

Tal vez nadie había pensado en el tema o, quizás, no estaban dadas las condiciones subjetivas –principio materialista– para semejante emprendi-miento. Tuvo que aparecer una nueva generación de cineastas, críticos y téc-nicos cinematográficos que combinaran las condiciones necesarias para un nuevo alumbramiento. Y la voluntad política para hacerlo realidad.

Al nacer el Bafici –dice la leyenda que fue un parto complicado– se concretó una necesidad latente pero, también, se dio origen a una criatu-ra singular: un virus que provocaba adicciones a programaciones bizarras, cinematografías nacionales ignoradas, rescates de clásicos olvidados, pelí-culas larguísimas, visitas de expertos, amores furtivos y toda clase de trans-gresiones dignas de las ceremonias míticas. Un microorganismo imaginario afectaba la sinrazón de los zombis porteños que colmaban los maratones

De imposible a imprescindibleBebe Kamín

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trasnochados, descubrían talentos ocultos, analizaban películas imposibles. Una pandemia cinéfila.

Cierta regularidad permaneció en la conducción del fenómeno: críticos y ensayistas tomaron el timón del encuentro por períodos limitados, continua-dos y sucesivos. Aun cuando cada cambio en la jefatura significaba un riesgo, todos y cada uno de los directores del Bafici pusieron en juego su destreza, conocimiento y gusto personal generando una convergencia de luces que se multiplicaban en más y más pantallas.

No fue fácil. Cada cambio implicó preguntas, incógnitas y la incertidum-bre que generan las decisiones desde las alturas. Los logros continuaron porque una legión de jóvenes colaboradores dispuestos a lo que fuera conformaron un equipo de gente trabajadora, entusiasta y accesible, que dio forma y fondo a programaciones ordenadas, actividades multiplicadoras, secciones imperdibles.

Tuve el placer de integrar esos conjuntos febriles. Durante un par de años coordiné las actividades especiales, en las que expertos extranjeros y nacio-nales compartieron sus descubrimientos y asombros. Trabajar con vértigo, al límite, era ley para que todo saliera bien. Una experiencia que se repitió en todos los equipos.

No menos intensas fueron las emociones como espectador. Vi notables películas que no recuerdo y obras que se inscribieron en mi interior: la pri-mera proyección de Mundo grúa, de mi alumno Pablo Trapero, el cross a la mandíbula de Los rubios, de Albertina Carri, el dulce encanto de Silvia Prieto, de Martín Rejtman, entre otros. Debo mencionar otros dos impactos fuertes: Il regista di matrimoni, de Marco Bellocchio, una comedia delirante como pocas, y la retrospectiva de Uri Zohar, realizador israelí contestatario que devino en rabino ortodoxo.

Con la sucesión de ediciones se lograron récords que desafiaban cualquier antecedente: miles y más miles de adictos, obras, jurados, premios y fiestas. Se generó un espacio para que los nuevos cineastas –locales y del mundo– poblaran con sus óperas primas, cortometrajes y excentricidades hasta com-pletar el cupo de localidades siempre agotadas. Una corriente arrolladora de ilusionados soñadores ocuparon las salas para ser parte de algo que de imposible pasó a ser imprescindible. El Bafici se hizo conocer en el mundo y se transformó en referente para el cine independiente del planeta.

Y, sin embargo, algo quedó flotando inconcluso, algo no terminó de apa-recer. La ciudad no cuenta con un espacio propio para albergar este acon-

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tecimiento tan destacado. Ignora la ciudad la necesidad de un predio dedi-cado enteramente al cine –con sala principal y otras accesorias, biblioteca, videoteca, salas de conexión digital, bar, espacios de conferencias y encuen-tros– que coloque a Buenos Aires en la órbita de las capitales que ofrecen un espacio donde, durante todo el año, el Bafici y la diversidad fílmica tengan presencia y vigencia.

Seguramente para lograrlo sea necesaria la autonomía y la autarquía (po-lítica y económica) del Festival. Es una decisión de Estado que puede com-pletar uno de los grandes logros de la comunidad cinematográfica argentina.

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El otro día soñé con el Bafici. Catorce años después de haber dejado la dirección del Festival, todavía me pasa. Sueño que no llegó una película,

que un jurado perdió el avión, que un invitado está disconforme con el alo-jamiento, que el sonido anda mal en una sala, que a un periodista no lo dejan entrar a una proyección, que mi madre dice que las películas de Béla Tarr son un bodrio…, en fin, cosas que pasaban en la vida real. Pero este sueño era diferente. Muy raro. Me avisaban que un matrimonio de directores subía a presentar una película y hablaban en un idioma incomprensible, que nadie podía traducir. Era una especie de número cómico que desconcertaba a la audiencia. Entonces me despertaba (siempre dentro del sueño), le contaba a Flavia, mi mujer, lo que había soñado y le preguntaba quiénes podían ser esos directores. Empezábamos a repasar invitados del pasado. Primero pensábamos en Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, bien capaces de ponerse a hablar en esperanto, pero los descartamos porque los Straub nunca vinieron al Bafici ni a la Argentina, aunque programamos algunas películas suyas. Recuerdo que fue una lucha. Les mandamos una carta y Huillet contestó con un “NO” gigante y manuscrito. Después cambió de opinión y nos mandó tres películas que ter-minó presentando Pedro Costa como si oficiara misa. Fue un gran momento. Danièle Huillet murió en 2006, Werner Schroeter en 2010, Raúl Ruiz en 2011, Eduardo de Gregorio en 2012, Hugo Santiago este año. Ellos sí vinieron al Bafici en nuestra época. Serán cálidamente recordados.

Vuelvo al sueño. Flavia me dice: “¿No serían los Gianikian?”. Se refiere a Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi (mientras escribo, me entero de que Angela también acaba de morir), un matrimonio que hacía películas con

Matrimonios y algo másQuintín

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material en nitrato de la década del 10. Ellos sí vinieron. Bueno, no estoy seguro. Pero sus películas, casi desconocidas, son fascinantes. Los Gianikian, a quienes nos presentó el crítico Frédéric Bonnaud, eran gente muy agrada-ble pero no solían hablar mucho, así que coincidimos con Flavia en que no podían ser ellos los que armaban un lío en el escenario.

No se nos ocurrían más posibilidades, así que me desperté. Lo primero que hice fue contarle el sueño a Flavia y preguntarle quiénes podrían ser los personajes. Me dijo que podían ser Straub-Huillet o Gianikian-Ricci Lucchi, pero rápidamente los descartamos. Como nos fallaba el casting, nos pusimos a interpretar el sueño y nos dimos cuenta de que esa rara pareja de cómicos podríamos ser nosotros. Nos quedamos un poco perplejos.

¿Pero qué hacíamos Flavia y yo en esa época? Como escribió en ocasión de nuestro despido un distinguido colega: “Durante estos últimos años, él y su mujer viajaron por todo el mundo, con amplios viáticos cubiertos por el Estado, para establecer intercambios de relaciones y materiales con otros fes-tivales; lobbies intensos que determinaron grandes beneficios para amigos y determinados films y, por el contrario, propiciaron dificultades de exhibición para aquellos que no eran de su agrado”. El hombre intentó, con mala prosa y un poco de rencor, describir el trabajo de un programador de festival inter-nacional: viajar por el mundo, ver películas, conocer e invitar gente, inter-cambiar materiales y relaciones para así elegir algunas películas (“grandes beneficios”) y descartar otras (“dificultades de exhibición”). Efectivamente, en general eso ocurre con viáticos provistos por el Festival, que en el caso del Bafici habrían sido estatales.

Desgraciadamente, en nuestro caso nunca vimos un viático y los viajes los pagábamos nosotros o los festivales a los que asistíamos. Una lástima, porque el efecto negativo en nuestra economía fue devastador. Tal vez por eso es posible que nos hayamos identificado con ese matrimonio absurdo que presentaba películas en un idioma raro. Eso pensaban el distinguido co-lega y otros colegas suyos que era la programación del Bafici: una colección de rarezas incomprensibles, películas para esnobs, intelectuales o perversos obtenidas gracias a una oscura y corrupta masonería. Eran tiempos duros: Buenos Aires recién estaba construyendo su cultura de festivales. Desde en-tonces, se ha progresado bastante en ese sentido. Incluso me dicen que ahora pagan viáticos (escasos).

Flavia ya era programadora cuando a mí me nombraron director artísti-

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co. El equipo con el que me encontré no podía ser más heterogéneo: Flavia de la Fuente, María Valdez, Marcelo Panozzo y Diego Dubcovsky. Al año siguiente se fueron Dubcovsky y Valdez, entraron Luciano Monteagudo y Diego Brodersen y armamos un combo más armonioso. Pero con todos nos llevamos bien. Recuerdo que Dubcovsky programó un desayuno para pro-ductores, que de algún modo dio lugar a lo que después fue el BAL (Buenos Aires Lab), laboratorio de proyectos del que se ocuparon Violeta Bava e Ilse Hughan en ediciones sucesivas.

Me acuerdo de que un día Panozzo dijo que había que programar las películas de Johnny To, genial cineasta de Hong Kong e ídolo en Oriente pero desconocido hasta entonces entre nosotros. Fue una gran satisfacción que años después To viniera al Festival de Mar del Plata para descubrir que era también un ídolo de los cinéfilos locales, en parte gracias a nuestra modesta contribución.

No puedo olvidar el día en que Valdez dijo que era imprescindible traer a Bruce LaBruce y mostrar su cine porno-artístico-gay, para llamarlo de algún modo. Las películas se proyectaron en el cine Cosmos y la demanda era tan grande que hubo que poner trasnoches y dobles trasnoches (a las tres de la mañana, algo de lo que nunca volví a oír hablar). Nadie me quita la idea de que el matrimonio igualitario se gestó en parte en esos encuentros de la comunidad homosexual.

Hablando en serio, creo que había algo auténticamente moderno en los primeros años del Bafici, en una época en la que la tecnología estaba cambiando, el Nuevo Cine Argentino recién despuntaba y los festivales em-pezaban a multiplicarse en el mundo, aunque todavía no se podían bajar películas de la web y mucho material no se estrenaba ni circulaba en otro formato. En ese contexto, el Festival llamaba la atención en el exterior, en parte porque en América Latina no había nada parecido y también porque en una ciudad sin una tradición de festivales quedaba mucho cine contem-poráneo por descubrir.

Que el Bafici tenía amigos afuera lo descubrimos en 2002, cuando el Festival se celebró en medio del famoso corralito, con los bancos cerrados y las tarjetas de crédito suspendidas. Nuestro presupuesto en divisas se redujo a menos de la mitad, pero mucha gente colaboró con nosotros desde afuera: las embajadas fueron generosas, las distribuidoras nos mandaron películas gratis, los cineastas se pagaron sus pasajes, las fundaciones aportaron para el

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viaje de las copias. Ese año, el público abarrotó las salas y el Bafici parecía un refugio contra los males del mundo. El “lobby intenso” del que hablaba el distinguido colega fue benéfico en muchos sentidos. Muchos amigos nos ayudaron y de ellos también aprendimos el oficio (creo que hoy hay cursos para aprender a organizar y programar festivales). Quiero mencionar a Hans Hurch, que murió el año pasado, pero también a Peter van Bueren, Simon Field, Jacques Gerber, Olivier Père, Alan Franey, Michel Demopoulos, Mark Peranson, Bernard Benoliel, Christoph Huber, Juan Ferrer, entre otros.

Tiendo a pensar que contribuimos a crear cierta mística alrededor de la idea de descubrir un cine desconocido, atractivo y actual para un público amplio y diverso, y que esa mística ayudó con el tiempo a formar cineas-tas, críticos y espectadores. No tengo modo de probarlo, pero por lo menos generamos cierta continuidad de trabajo. Por poner ejemplos, Javier Porta Fouz, que hoy dirige el Bafici (Panozzo lo dirigió antes que él), se ocupa-ba del catálogo. Rosa Martínez Rivero, que programaba los cortometrajes, llegó a ser la productora general. Marcelo Alderete, encargado del tránsito de copias, programa desde hace años el Festival de Mar del Plata. Me gusta pensar que los que participaron de algún modo en esa aventura (además del matrimonio de chiflados) tienen un buen recuerdo de ella.

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FOTOGRAFÍAS

Página 39 (10) Bafici, 2008.Página 40 1. Catálogos, libros, diarios y grillas de estos veinte años.* 2. Jim Jarmusch y Violeta Bava, (3) Bafici, 2001.* 3. Diego Schipani y Albertina Carri, (3) Bafici, 2001.* 4. Leandro Listorti, Pablo Marín, Diego Trerotola, Betzy Bromberg y otros,

(9) Bafici, 2007.* 5. Paola Pelzmajer y Béla Tarr, (3) Bafici, 2001.*Página 41 1. Celina Murga, Albertina Carri, Santiago Loza, Alejandro Fadel y Sergio

Wolf, (5) Bafici, 2003.* 2. Quintín y Claire Denis, (3) Bafici, 2001.* 3. Mark Peranson y Jonathan Rosenbaum, (5) Bafici, 2003.* 4. Jannie Langbroek, Ilse Hughan, Hernán Musaluppi, Michel Reilhac e

Isabelle Dubar, (7) Bafici, 2005.* 5. Galel Maidana, Lucía Puenzo y Alejo Hoijman, (11) Bafici, 2009.* 6. Carolina Konstantinovsky, Antonella Costa, Camila Toker, Valentina Bassi,

Martina Luri y Juliana Fortunato, (5) Bafici, 2003.*Página 42 1. Fernando Martín Peña, �orsten Trimpop, Mercedes Álvarez, Fred Kelemen,

(7) Bafici, 2005.* 2. Tiziana Finzi, (9) Bafici, 2007.* 3. Peter van Bueren y Galel Maidana, (7) Bafici, 2005.* 4. Alejandro Montiel y Gema Juárez Allen, (9) Bafici, 2007.* 5. Martín Caamaño, Marianela Pelzmajer, Charly García y María Esquiaga

tocando en el Hoyts Abasto, (8) Bafici, 2006.* 6. Pablo Trapero, Gerwin Tamsma, Martina Gusmán y Mark Peranson,

(11) Bafici, 2009.Página 43 Hoyts Abasto, (10) Bafici, 2008.Páginas 44/45 Hoyts Abasto, (10) Bafici, 2008.Página 46 1. Sergio Wolf, (11) Bafici, 2009. 2. Pablo Chernov, Gastón Solnicki y un amigo, (12) Bafici, 2010. 3. Federico León y Martín Rejtman, (11) Bafici, 2009. 4. Hoyts Abasto, (12) Bafici, 2010. 5. Apertura del BAL (Buenos Aires Lab) en El Banderín, (11) Bafici, 2009. 6. Marie Losier, (12) Bafici, 2010.Página 47 1. Hoyts Abasto, (12) Bafici, 2010. 2. María Villar y Delfina Castagnino, (12) Bafici, 2010. 3. Edgardo Cozarinsky y Sergio Wolf, (12) Bafici, 2010. 4. Espacio Bafici, (12) Bafici, 2010. 5. Hoyts Abasto, (12) Bafici, 2010.

* Fotografías cedidas gentilmente por Roxana García, Violeta Bava, Paola y Marianela Pelzmajer, Diego Trerotola y Marcelo Panozzo.

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Comencé yendo al Bafici en su primera edición. Al principio fui como estudiante y vi las presentaciones de Mundo grúa, de Pablo Trapero, y de

Sabés nadar?, de Diego Kaplan. Eran dos películas clave, que despertaron en mí las ganas de hacer, de terminar de estudiar y de filmar como fuera. Eran opuestas, pero tenían en común su inmediatez, y la consigna de hacerlas como se pudiera fue la referencia que muchos estudiantes necesitábamos para animarnos a filmar.

Después llegó el momento de trabajar en el Festival, en la parte técnica de la sala Lugones y del Cosmos, chequeando las cintas y los videos que se proyectaban. Desde la cabina vi desfilar a los directores más diversos, entre ellos Claude Lanzmann, Bruce LaBruce, Sofia Coppola junto a su padre y otros que siempre pasaban por la sala de proyección para hacer un rápido chequeo técnico.

En 2003, Nadar solo, mi primera película, participó de la Competencia Internacional. Mi primera película, mi primer festival, y era el Bafici. Yo no entendía mucho lo que pasaba: venía de vender discos en el Parque Rivadavia y estaba a punto de irme a Mendoza a recluirme un tiempo y visitar amigos, cuando surgió la posibilidad de terminarla con la ayuda de Diego Dubcovsky y de Daniel Burman, a la vez que aparecía el interés de Quintín por tenerla en el Festival.

Pequeño sueño cumplido a sala llena, con gente parada y gente sentada en las escaleras; un público interesado, apasionado, que quería estar ahí y que también era parte clave del Festival. Como un hincha de fútbol que quiere mucho a su equipo, el espectador del Bafici era un espectador fiel, un

Hinchas que quieren a su equipoEzequiel Acuña

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espectador que siempre estaba. En ese momento sentí que el cine se podía transformar en mi actividad.

Pasé mis cuatro películas en el Bafici. Gané la Competencia Argentina en 2005 con Como un avión estrellado. Fui jurado, estuve en charlas como espectador y como entrevistado, participé en el diario Sin Aliento. El Bafici fue lo que adoré y añoré mucho tiempo.

Al crecer no te das cuenta, pero con el paso de los años y las pretensiones de buscar cosas más grandes, el Bafici deja de ser aquel sueño y para muchos tal vez comienza a quedar chico. Yo extraño el Bafici, esos días en los que las miradas se posaban en lo que uno había hecho. Extraño ser joven y darme cuenta de que el Bafici está ahí y siempre estará.

El Festival de Cine de Locarno, en 2003, dedicó una sección al cine ar-gentino. El texto del catálogo, realizado por la revista El Amante (otra figura clave, que iba en paralelo al Bafici), hablaba de un semillero, un lugar en el que estaba naciendo una generación o un pequeño movimiento de cineas-tas. El título de la sección era Argentinos Juniors. El nombre de un club de fútbol, el que ha sacado los jugadores más interesantes, de mayor calidad del fútbol argentino. Y casi todos los que formaron parte de esa sección habían comenzado su recorrido en el Bafici. Yo era uno de ellos.

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Cuando se inauguró la primera edición del Bafici yo ingresaba al mercado laboral frente a un amplio abanico de oportunidades. Tenía 19 años y

trabajaba como carpintero de aluminio para la editorial católica San Pablo, que está sobre la avenida Callao, junto a Morales, un arquitecto de 50 años que había estado secretamente enamorado de mi vieja desde la facultad y siempre me daba trabajo.

Morales les decía a los curas que yo era el hijo de un carpintero de Lomas de Zamora que tenía un negocio de cerramientos en aluminio y que me ha-bían criado entre fierros y herramientas y tenía manos como pinzas y ojos de lince que podían calcular pesos y medidas al voleo. Era una mentira que te-níamos muy ensayada, porque mi viejo había formado otra familia y yo casi no lo veía, mi mamá había decidido internarse en un psiquiátrico después de varios intentos de suicidio y yo me emborrachaba todos los días y no sabía ni agarrar un escobillón para barrer el piso. Pero durante varios meses construi-mos tres o cuatro oficinas de durlock por día, y yo tuve que representar mi papel hasta que lo aprendí de memoria.

Ya entonces estudiaba Cine y mi educación sentimental tenía cita en el videoclub Imágenes de Temperley, la sala Lugones, las clases de Fernando Marín Peña en el CIEVyC o la videoteca Liberarte.

Hacía apenas un año, Wong Kar-wai había estrenado Felices juntos, una película que mostraba una Buenos Aires algo idealizada por la mirada ex-tranjera pero que yo no estaba acostumbrado a ver en el cine argentino. La Buenos Aires que después reencontré en películas como Apenas un delin-cuente, Tiro de gracia, Invasión o Rapado. En la escuela de cine me enseñaron

Felices juntosHernán Rosselli

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que las películas primero se escriben, después se filman y al final se editan. Sin embargo, yo no lograba entender cómo se escribían escenas como las de Felices juntos. O qué oscuras motivaciones movían a esos personajes.

De la primeras ediciones del Bafici recuerdo la visita de grandes directores que hoy parecen haber perdido contacto con el mundo justamente por cho-car de frente contra ese problema. Francis Ford Coppola, que apenas unos años más tarde rodó una versión de Buenos Aires más falsa que un dólar celeste, o Jim Jarmusch, que ya entonces parecía vivir en un planeta donde la cultura era el fetiche de colección que lo protegía del mundo. Tengo muy presente una escena de Mundo grúa en la que Rulo viaja en la caja de una camioneta y suena “Corazón de oro”, de Francisco Canaro, y el misticismo seco y duro de After Life, que no volví a ver desde entonces.

Pero mi primera gran revelación llegó con Platform, de Jia Zhangke, ga-nadora de la Competencia Internacional en la tercera edición del Festival. Al comienzo, los integrantes de un grupo de teatro comunitario esperan dentro del micro que los va a llevar de vuelta a sus casas. Cui Minliang, el protago-nista, llega tarde. El director de la compañía está muy enojado.

-Cui Minliang, ¡¿vos entendés el colectivismo?!-No me molestes, no estuvimos tan mal.-¿Vos creés que estuvimos bien?-Yo estuve bastante bien.-¿Entonces qué mierda eran esos sonidos de tren?-Es que no sé cómo suenan los trenes.-¿Me estás diciendo que nunca tomaste un tren?-Una vez vi uno de lejos.

Todos en el micro se ríen a carcajadas y Cui Minliang parece avergon-zado. El grupo intercede para que la discusión se termine. Se hace tarde y quieren llegar a sus casas. Las luces se apagan, el chofer enciende el motor y, cuando el micro se pone en marcha, todos comienzan a aullar imitando la bocina de una locomotora a vapor. Sobre ese sonido se imprimen los prime-ros títulos de la película.

¿Qué oscuro sentido movía esas primeras escenas de largos planos fron-tales y colores pasteles? ¿Eran acaso una metáfora de la industrialización for-zada por el comunismo en un país con mayoría de campesinos? ¿Se trataba

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de alguna de esas alegorías que abundaban en la última película de Pino Solanas, donde además de las nubes que le daban título había gente que caminaba hacia atrás y que cantaba a cappella en edificios públicos? ¿Esas escenas formaban parte de una premisa mayor, como me habían enseñado en la escuela de cine? No tenía importancia. Esos pibes sentados en el colectivo parecían nuestro reflejo: los espectadores al otro lado de la pantalla en un shopping del Abasto.

Meses más tarde, Buenos Aires se incendiaba.Durante la crisis trabajé en la papelera Tobías, que estaba en Talcahuano

al 400, y en el restaurante Martín Fierro, de Montevideo al 500, que ahora tiene otro nombre y sirve limonadas con miel y jengibre y mayonesa de za-nahoria con una panera integral muy rica. Pero pocos saben que el Martín Fierro había sido fundado por dos pibes de Lugano que empezaron como deliverys, se capitalizaron robando joyerías y le compraron el fondo de co-mercio a su jefe. Maravillas de la movilidad social.

Cuando terminábamos tarde, me llevaban en auto hasta Constitución para que pudiera tomarme el Roca. El mayor siempre hacía el mismo chiste. “Voy a prender la alarma”, decía, y apoyaba una 38 cerca del freno de mano. Cacho, el cocinero, salía de madrugada a descolgar cables del poste y fundir el cobre para venderlo por peso. Por eso siempre estaba con sueño. Le decían Wolverine, porque tenía un gran lunar peludo que le recorría todo el brazo derecho, desde el hombro hasta la muñeca. “El brazo del poder”, decía yo, y Cacho sonreía y marcaba el bíceps.

La trastienda del Martín Fierro se parecía bastante a esos antros de Goodbye, South, Goodbye, que había visto en una retrospectiva de Hou Hsiao-hsien. Del Bafici de ese año recuerdo haber entrado muy fumado, cargando una bolsa de papas fritas y una gaseosa grande, a una función de A Place on Earth, del cineas-ta ruso Artur Aristakisyan, contracara de la candorosa Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain. Estaba tan drogado que la escena en la que uno de los per-sonajes decide castrarse por una decepción de amor me obligó a salir de la sala para ir al baño y volver cuando los gritos ya no se escuchaban desde el pasillo.

Otra escena que recuerdo de entonces es una de La isla, una de las pri-meras películas de Kim Ki-duk, en la que el protagonista intenta suicidarse tragándose un manojo de anzuelos. La mujer que trabaja de encargada en el paradisíaco camping para pescadores que este señor había elegido para ma-tarse lo descubre vomitando sangre, y antes de quitarle los anzuelos, como

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método anestésico, decide practicarle una felación hasta que consigue exci-tarlo y se sienta sobre su sexo. En mi familia el suicidio era un oficio que se transmitía de generación en generación con paciencia y dedicación como, supongo, deben hacer los cerrajeros o los aparadores de calzado. Pero nunca imaginé algo así. El cine oriental de esas primeras ediciones del Bafici nos enseñaba una crueldad sofisticada que solo habíamos conocido leyendo a Bataille o a Sade.

Al año siguiente, la situación había mejorado un poco. A mi vieja le die-ron el alta y pudo dejar el hospital y cobrar un plan social. Y yo logré ingresar a la ENERC para formarme como montajista. Pero todavía me costaba con-seguir trabajo en cine y tuve que volver a la verdulería Los Tres Hermanos, célebre negocio de Horacio Ciccone, padre de mi mejor amigo Toto, donde había trabajado cuando todavía estaba terminando la secundaria. En una sede de ese mismo negocio en Remedios de Escalada, atendida por Omar, el segundo de los tres hermanos, trabajó durante un tiempo Adrián “el Garza” Biniez, gran cineasta argentino radicado en Uruguay. Años más tarde, su pe-lícula Gigante ganó el Oso de Plata en Berlín y abrió el decimoprimer Bafici.

Con el Garza nos conocimos quince años más tarde en Rotterdam, donde nos dimos cuenta de la coincidencia. Pero entonces me daba mucha ver-güenza volver a la verdulería. Hacía varios años que estudiaba Cine y soñaba con un trabajo un poco más acorde a las expectativas. Cuando llegué al ne-gocio esa mañana, me recibió el encargado gritando desde la esquina: “¡Mirá quién volvió! ¡Godard! ¡Tarkovski!”. El viejo Renis, alias Peter Shilton, alias El Número Uno, había estudiado Ingeniería química pero terminó trabajan-do casi veinte años como cajero en la verdulería de su cuñado. Le gustaba mucho el cine de Buñuel y era fanático de Racing. Peter Shilton sabía que estaba sobrecalificado para su trabajo y transitaba esa conciencia con un odio que irradiaba olor a azufre. Tenía un gran talento para insultar a los clientes en la cara. Lo hacía corto y al pie, y de alguna manera lograba que no se dieran cuenta. Chaplin dijo una vez que cualquier persona que sepa hacer bien un trabajo conoce el alma humana. Pero detrás del mostrador de un negocio, para Peter Shilton no había otra certeza que la del infierno en vida. El infierno no es el otro. El infierno es el otro con un mostrador delante exigiéndonos respuestas.

Por suerte, unos meses más tarde, después de una operación de cadera que me impidió seguir haciendo trabajos pesados, conseguí trabajo editando

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un programa de deportes náuticos en TyC Sports, pude mudarme a Buenos Aires y tuve más tiempo para ir al cine. De entonces recuerdo Baficis más sistemáticos, en los que la grilla se revisaba a conciencia y se marcaba con colores vibrantes.

Las revistas Film y El Amante habían sido las voces con las que durante años discutía imaginariamente, pero con la aparición de blogs como La lec-tora provisoria, donde Quintín escribía con un entusiasmo y una inteligencia que nunca volví a leer en un crítico de cine, esas discusiones entre críticos, cineastas y espectadores eran posibles, y cada Bafici se convertía en una ba-talla dialéctica que fue el preámbulo de la batalla cultural y la grieta y que hoy continúa en Twitter de forma tan banal y reaccionaria que me resulta incomprensible.

Si en las clases de Fernando Martín Peña aprendí a bucear los placeres culposos de la cinefilia en busca de revelaciones ocultas, con Quintín, en cambio, aprendí que el esnobismo rabioso podía ser un trampolín hacia una versión radicalizada del cine contemporáneo que tenía su linaje en las pri-meras vanguardias, el cine underground norteamericano y la Nouvelle Vague.

Recuerdo que por entonces Brian, el pibe del videoclub Gatopardo, me recomendó No quarto da Vanda, que había visto en una retrospectiva que el Bafici le dedicó a Pedro Costa en 2002 y del que no llegué a ver ninguna película en cine hasta el estreno de la genial Juventude em marcha, en 2007. Después de ver Juventude em marcha y No quarto da Vanda, sentí que era posible hacer un cine de escasos recursos técnicos pero utilizados con pre-cisión, un cine que exigía tiempo y paciencia y que de alguna manera era la desviación monstruosa de la prepotencia de trabajo del cine industrial, como sucedía en Historias extraordinarias, de Mariano Llinás. Recién entonces en-tendí que las escenas de Felices juntos no se escribían sentado frente a una computadora; que esas escenas eran un diálogo con la realidad del rodaje y la crítica del montaje.

A comienzos de 2009 me compré mi primera cámara y algunos equipos de sonido para filmar, sin compromisos ni apuros, una película con Mauro Martínez, mi amigo de la secundaria, que hacía tiempo me venía insistiendo con que dejara la televisión e hiciera algo de cine. Comenzamos a ensayar y representar juntos frente a cámara escenas que habíamos vivido y personajes del barrio que habíamos conocido y que se ramificaron en una historia con reminiscencias al género. Incluso mi vieja se animó a participar, interpre-

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tando a la madre del protagonista con un histrionismo que nos sorprendió a todos.

Si en la escuela de cine me enseñaron que las películas se escriben, se filman y se editan, viendo películas en el Bafici aprendí que eso no sucedía necesariamente en ese orden, que no existe la propiedad conmutativa en el cine y que el orden de estos factores siempre altera el producto. Las grandes ideas solo sirven para vender jabón en polvo o desodorante de inodoros. Las películas nos obligan a equivocarnos y volver sobre nuestro pasos y revisar lo que pensamos. Eso es el cine independiente. No una actividad para que la gente que vive de rentas pueda maquillar su vida de privilegios haciendo sus cositas. El cine independiente es un cine que sueña con la libertad de la literatura y que siempre parece a punto de conseguirla.

Como sucedió ese año con Aquel querido mes de agosto, ganadora de la Competencia Internacional del onceavo Bafici. A partir del registro docu-mental de un pueblo, Miguel Gomes ordena las claves de una ficción pura que se desencadena cuando dos primos adolescentes se reencuentran y se enamoran. Hay una escena maravillosa donde los primos vuelven del río y cruzan el puente que divide el pueblo. Se molestan, empujándose como chi-cos, y los bombos de una procesión suenan cada vez más fuerte, hasta que se animan a besarse por primera vez. Entonces la cámara se retira y descubre el desfile de máscaras y disfraces que pasa detrás de ellos y el mundo parece un escenario dispuesto para el espectáculo.

Se me ocurre ahora que hay toda una tradición de grandes escenas donde los personajes se recortan sobre el fondo de una celebración colectiva, y que frente a escenas como esas los hombres y mujeres que están en la sala se des-hacen a sí mismos y se reflejan unos en otros, como sucede en las películas de John Ford, como al final de Viaje a Italia, de Roberto Rossellini, o como en esa maravillosa escena de Shara, de Naomi Kawase, en la que la cámara es un personaje que avanza dando grandes zancadas y rodea a padres, hijos y vecinos que bailan bajo la lluvia, y el agua parece lavar las heridas.

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El resplandor del Bafici se sintió como nunca en su tercera edición; se confirmaba la intuición difusa de los fundadores y la sintonía directa del

Festival con el presente: todos nosotros éramos contemporáneos del último período glorioso de la cinefilia mundial; algo estaba pasando y el Bafici ope-raba como una institución-sismógrafo. En efecto, se daba inicio a la era de la digitalización del cine, y en ese instante de transición dos cineastas coman-daban ese devenir. Fue el tiempo privilegiado de Pedro Costa y Jia Zhangke, cineastas que terciaban el pasaje del estadio analógico al estadio digital del cine sin desconocer la gran tradición cinematográfica que los ligaba a un pa-sado casi mítico pero aún no muy lejano. El Bafici los daba a conocer y a su vez reorganizaba la constelación de la cinefilia en el nuevo siglo.

En esos años fuimos testigos de las “mutaciones del cine”, porque el Bafici era en aquel entonces una capital central en la que se reunían los principales agentes de ese cambio esplendoroso. Nos visitaban Béla Tarr, Tsai Ming-liang, Raúl Ruiz, Jim Jarmusch; Jonathan Rosenbaum, Simon Field, Hans Hurch, Mark Peranson, Bob Koehler, Kent Jones, Adrian Martin, Nicole Brenez llegaban a Buenos Aires con la certeza de que pisaban un sitio privilegiado en el que se estaba escribiendo la historia del cine en tiempo presente.

La publicación de la segunda vuelta de Movie Mutations, el esmerado e intempestivo intercambio en forma de correspondencia entre críticos de distintas nacionalidades que se publicó en Traffic en 1997, ahora ya no tenía a una revista parisina como organizador simbólico, sino a un festival de cine periférico que transcurría en el extremo sur. Era innegable que el cine atra-vesaba a principios de siglo una transformación y una efervescencia que bien

Memorias de otoñoRoger Koza

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podían compararse a las mutaciones de la década del 60, y en el Bafici todo esto se percibía de inmediato.

Yo soy hijo o aprendiz de ese tiempo; en este Festival me formé como críti-co y también como programador. Podría decir que soy de la primera camada, la que pasó la academia libre del cine que funcionaba en aquel entonces en el Abasto, a la que le tocó estudiar en la administración Quintín y que finalizó su carrera en los primeros años de Fernando Martín Peña, los dos hombres que forjaron los cimientos del Festival. El primero selló la inquietud por lo actual y la desobediencia a cualquier fuente de autoridad que legislara acerca de los deberes del cine; el segundo completó ese giro libertario con la propia insumisión que las distintas historias del cine tienen para invocar.

Esos primeros siete años tuvieron una intensidad irrepetible. Todo con-tribuía a que el Bafici fuera un verdadero acontecimiento: el cine vivía un momento excepcional; la cinematografía vernácula se consolidaba en la di-versidad y lograba un estándar de calidad que la caracterizó desde entonces hasta hoy; los críticos de cine percibíamos que se erigía una nueva forma de asociación cinéfila gracias a internet; los links y los torrents no intervenían aún como niveladores de la ansiedad y moduladores del tiempo de espera con el que un cinéfilo se encontraba con una obra. Todo conspiraba en favor del Bafici. Vivíamos en un tiempo propicio.

En 1995 yo compraba esporádicamente la revista El Amante. En 1999, leía cada número de la revista en un solo día acompañado de una lapice-ra y una regla. Un poco antes, había empezado a leer sistemáticamente a Rosenbaum, J. Hoberman, Martin, David Walsh y otros críticos extranjeros que estuvieron muy cerca del Bafici por varios años. Por aquel entonces, tenía un arreglo con un cyber de Villa Giardino, donde me dejaban práctica-mente al costo las impresiones de todas las notas que leía semana a semana. A fin de año, encuadernaba los ensayos y las críticas de mis “profesores”. Fui algo así como un estudiante a distancia.

La llegada del Bafici y ese tercer año bendito de 2001 zanjaba todas las distancias. Todavía puedo sentir la emoción desbordante que me prodigó Rosenbaum cuando presentó �e House is Black, de Forugh Farrokhzad, en la sección El Club de las Películas Perdidas. Puede parecer exagerado, pero ese día marcó un antes y un después. Para alguien como yo, que había traba-jado en un leprosario en Calcuta, la película de Farrokhzad me situó en una zona de existencia que pocas veces el cine consigue aprehender en imágenes

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y sonidos. Ese día, la cinefilia que vindicaba Serge Daney en Perseverancia, en la que tiene lugar una misteriosa transacción entre el cine y la vida, dejaba de ser una mera apreciación ajena. Yo intuía la intersección entre el plano y la respiración, pero nunca había podido asirla como aquel día.

Alguna vez, llevado por mi desmedida devoción a la segunda versión de Al filo de la navaja, la que tiene a Bill Murray como Larry Darrell, viajé a la India y fui en búsqueda del monasterio en el que Larry comprende el límite del conocimiento y el principio de la experiencia. Pero aquel día en el Bafici pude superar esa quimérica disparidad entre conocimiento y experiencia; el cine fue una forma de conocimiento a través de una forma de experiencia. Lo que quiero decir es que el Bafici fue mi universidad y también mi agencia de viajes (no de turismo); en el Festival conocí la historia universal del siglo XX y espié el inicio del nuevo milenio. ¿No era justamente eso lo que suce-día cuando veíamos Peppermint Candy, de Lee Chang-dong, Platform, de Jia Zhangke, y A Place on Earth, de Artur Aristakisyan?

Podría enumerar muchos momentos gloriosos de mi paso por el Bafici: alguna proyección de un film de Jonas Mekas, el día en que se estrenó Historias extraordinarias, la primera pasada de Misterios de Lisboa, o las funciones de �e Puppetmaster, 4, Monobloc (con la feliz presencia de Leonardo Favio en la sala), Las armonías Werckmeister, No quarto da Vanda. Sin embargo, nada se comparará con el día en que vi Viva el amor, de Tsai Ming-liang. La caminata de May Lin en el desenlace, el tiempo que le lleva encontrar el lugar para sentarse un rato y ponerse a llorar, sin ningún signo exterior que conjure la clarividencia de que el mundo es un lugar despia-dado, persiste en mi memoria. Hasta ese entonces, sabía que el cine podía hacerme feliz con Chaplin, Keaton y Tati, pero ignoraba que también po-día hacerme sentir la física de la desolación.

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El Bafici, o lo que me acuerdo:primero me invitó Quintínmis películas se proyectaron ahí2004, 2009, 2010, 2012, 2013estuve ahí 2 veceso tal vez 3me fui de una fiesta con Alonso a las 7 de la mañanacompré una alfombra con alguien de Portugalconocí a Françoise Lebrunmiré películas en un 6to pisoo tal vez era el 7mo

me visitaron Julie y Danhpasé por la villa Rodrigo Buenocomí carnela mejor del mundo

James Benning, Val Verde, 2018

El Bafici, o lo que me acuerdoJames Benning

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Bafici, or what I remember:invited first by Quintinmy films were there2004, 2009, 2010, 2012, 2013I was there 2 timesor was it 3leaving a party with Alonso at 7 ambuying a rug with someone from Portugalmeeting Françoise Lebrunwatching films on the 6th floor or was it the 7th visited by Julie and Danh passing through Villa Rodrigo Buenoeating steakthe best in the world

James Benning, Val Verde, 2018

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El Bafici significó mucho para mis primeras películas. Hoy creo que, pasados ya quince años, vale la pena poner en perspectiva la historia de

la realización de mi ópera prima, Ana y los otros.El guion se había presentado para su preclasificación al INCAA a media-

dos de 2001. Hasta poco antes, los proyectos no estaban obligados a pasar por esa instancia. Existía la posibilidad de filmar la película, de la manera que se pudiera, y solicitar el interés (lo que implicaba el derecho al subsidio) una vez terminada. Así se hicieron muchas de las películas que irrumpieron con fuerza y aires de real renovación en el cine argentino entre fines de los 90 y principios de este siglo.

Tal vez para poner un freno al vendaval de producciones que se venía, ayudadas por un dólar todavía barato y la desregulación laboral, pero sobre todo por un efecto natural de imitación de experiencias que habían resultado exitosas, como Mundo grúa, La libertad y Bolivia, entre otras, el INCAA creó en ese momento el sistema de preclasificación. Entonces presentamos el pro-yecto de Ana y los otros y el comité la calificó “sin interés”, por unanimidad, argumentando fallas en el guion y debilidad dramática, entre otras cosas.

Se acercaba fin de año y, con él, la fuerte crisis socioeconómica que asoló al país. Para todos los que estábamos involucrados en la película se hacía impe-rioso y vital poder hacerla con nuestras propias manos. Frente a una Argentina que se caía a pedazos, el hecho de estar embarcados en un proyecto era una forma de seguir sintiéndonos vivos. Entonces decidimos seguir adelante.

Durante la preproducción, muchos nos recomendaban que frenáramos. Desde cierto ángulo, uno quizás más racional, tenían razón: parecía una lo-

Un lugar donde pudimos crecerCelina Murga

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cura embarcarse en una filmación en ese momento, cuando la perspectiva de futuro era algo tan incierto y producir una película, algo tan engorroso. Recuerdo, por ejemplo, que durante la producción llegamos a manejar cin-co monedas al mismo tiempo: lecops, federales, patacones, pesos y dólares. Pero, a contramano de todo, decidimos filmarla.

El rodaje se llevó a cabo entre enero y marzo de 2002 en las ciudades de Paraná y Victoria. Se pudo hacer gracias a que los actores, técnicos y muchos proveedores ofrecieron sus servicios apostando a cobrar en algún momento futuro. También fue muy importante el apoyo de la FUC con equipamien-to, el aporte de unos ahorros propios, el apoyo de mi madre, además de la colaboración de la Municipalidad de Paraná y del Gobierno de la provincia de Entre Ríos.

A mediados de 2002, mandamos un corte al Bafici. Les gustó mucho y querían programarla. Todavía existía una oportunidad más para solicitar el interés del INCAA, podíamos apelar la decisión del comité con la película ya terminada. Era el momento para hacerlo, ya que podíamos adjuntar la invitación formal del Bafici. Pero un nuevo comité volvió a rechazarla, otra vez por unanimidad.

Había que terminarla igual. Estábamos decididos a hacerlo. Entonces se consiguió, a partir de una gestión de Quintín, una ayuda de Hubert Bals Fund. Ese dinero ayudó mucho, pero no alcanzó para todos los gastos de posproducción. Solo se pudo completar porque el laboratorio aceptó que quedáramos con una deuda importante. Como era de esperar, llegamos justo a terminarla para la primera proyección en el Bafici. La copia en 35mm salió del laboratorio uno o dos días antes.

Recuerdo que las otras películas argentinas que formaban parte de la Competencia Internacional eran Los rubios y Nadar solo, que también ha-bían tenido un paso tortuoso por los comités del INCAA. La historia de Los rubios es conocida porque cuenta los inconvenientes en la propia película. Y Nadar solo también había sido rechazada por un comité en una primera instancia, aunque había sido aprobada en la apelación.

En la primera proyección, la película gustó mucho. Al día siguiente, te-níamos al programador de la Semana de la Crítica de Venecia y a la direc-tora del Festival de Locarno peleando en los pasillos por tener el estreno internacional. Elegimos Venecia, donde fue muy bien recibida y obtuvo una Mención Especial. A partir de ahí, viajó por muchísimos festivales, ganó pre-

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mios y tuvo muy buena repercusión. Eso nos sirvió para seguir insistiendo ante el INCAA. Finalmente, tras casi dos años, logramos que declararan la película de interés y pudimos pagar las deudas. En 2006, luego de todo ese derrotero, se pudo estrenar comercialmente.

Sé que hubo muchas historias parecidas a la de Ana y los otros. Historias en las que el Bafici permitió dar un lugar de centralidad a películas pequeñas, en algún sentido frágiles, potenciándolas, ayudando a descubrir sus posibilidades ocultas y funcionando como una gran plataforma de lanzamiento nacional e internacional. En ese sentido, el Festival cumplía un rol fuertemente político.

El Bafici nació y creció con la voluntad de generar espacios nuevos, pero también de ser un ámbito abierto a la nuevo, a la renovación, al cambio. Un ámbito de diálogos y de intercambio. Es cierto que el escenario nacional e internacional ha cambiado mucho, pero estoy convencida de que el cine argentino debe seguir siendo una prioridad para el Festival.

Hoy, que pasaron varios años, también creo que el Bafici no fue solo un espacio para mostrar y ver películas hasta ese momento inaccesibles; fue también un lugar de pertenencia para toda una generación. Un lugar donde pudimos crecer.

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En tiempo de descuento, el editor pide un texto libre, que mezcle anécdo-tas con alguna que otra idea. Nada que venga por el lado institucional.

“Un poco ‘El Bafici y yo’”, ejemplifica, como si se tratara de una nueva pelí-cula de Andrés Di Tella, casualmente el primer director del Bafici. Debe ser breve, además. Ahí vamos.

1. La edad. Veinte años no son nada pero parecen toda una vida. Se pueden crear varios juegos y metáforas con la edad actual del Bafici, pero las etapas de los festivales de cine no deberían medirse con la misma vara que las de un ser humano. A veces gatean cuando deberían correr, o pierden el equilibrio cuan-do la lógica indicaría un preciso manejo de los miembros. En otras ocasiones, por el contrario, sorprenden con su inteligencia cuando la curva estándar de los percentiles señala que apenas si deberían poder sumar dos más dos.

El Bafici cumple veinte años y, a lo largo de su historia, fue muchas co-sas, a veces al mismo tiempo y de manera contradictoria. Durante varias ediciones fue un “festival municipal” con tendencias bulímicas –según la definición de un veterano crítico cinematográfico local– y, al año siguiente, con nuevo director pero sin demasiados cambios conceptuales ni de tamaño, dejó de serlo, podría decirse, mágicamente.

Por la dirección artística –y muchas veces de otras índoles–, pasó Di Tella, pasó Quintín, pasó Fernando Martín Peña, pasó Sergio Wolf, pasó Marcelo Panozzo. Ahora está Javier Porta Fouz. Lo mismo con sus programadores, que han ido cambiando, solapándose, subiendo de escalafón, en algunos ca-sos yendo y viniendo. El Bafici fue, es y seguramente seguirá siendo amado y odiado por diferentes individuos y grupos; también ignorado o directamente

La tortuga y el ratónDiego Brodersen

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desconocido por una mayoría. Pero para aquellos que lo conocemos desde hace muchos años, el Festival nunca ha dejado de marcar ese punto en el calendario, siempre durante el mes de abril, en el que vuelve a producirse un intenso encuentro con el cine y con otra gente a la que le gusta el cine. Más allá del cambio de geografía de su sede principal; más allá de la enorme dis-ponibilidad actual de títulos por fuera de los medios y lugares oficiales y le-gales, algo impensado cuando el Festival abrió los ojos por primera vez; más allá de que tal o cual sección no esté a la altura de su propia historia, más allá de cualquier bronca de índole política o personal, ideológica o emocional.

2. El Bafici y yo. Para muchos de los que estuvieron parados de los dos lados del mostrador, el Bafici fue y sigue siendo un lugar de descubrimiento y el mejor lugar para dar a conocer esos descubrimientos (una sola de esas dos cosas o ambas a la vez). Asistir en una lejana cosecha a la exhibición completa –con dos intervalos– de Sátántangó; o ver la primera exhibición pública de otra obra de laaargo aliento, la ya mítica Historias extraordinarias; compartir una función a sala llena del wuxia lésbico Intimate Confessions of a Chinese Courtesan; o ver por primera vez una película de Takashi Miike, ahí en el cine Cosmos; cruzarse en la explanada del Abasto con un pensativo Pedro Costa, o recorrer el pasillo que da a las salas charlando con Lee Chang-dong. El párrafo podría seguir sumando puntos y comas, títulos y personas hasta llegar a la cantidad de caracteres máxima pedida por el editor, pero no tiene demasiado sentido: todo aquel que haya asistido o colaborado con el Bafici tendrá su propio laberinto de nombres propios, anécdotas y recuerdos para armar su propia aventura. Algunos muy buenos, otros no tanto, que al fin y al cabo las personas y los festivales también tienen su costado cretino.

El Festival de cine porteño por excelencia nunca abandonó el término “independiente”, más allá de que nadie es capaz de definir ese adjetivo que cambia de colores según la ocasión y puede referir a muchas cosas o a la nada misma. Y se sigue bancando las acusaciones de centro de atracción esnob, algo que nunca fue ni quiso ser. Por el contrario, si hay algo que definió al Bafici a lo largo de estos veinte años es la amplitud de criterio de su progra-mación y de la gente que se acerca a ver las películas. A pesar de ello, casi nunca se abandonó al eclecticismo como una forma de la acumulación.

3. Una anécdota. Una más entre tantas otras posibles. Pero puestos a ele-gir, es una de las más agradables. Por un lado, porque el DVD de la edición japonesa de Zatoichi me mira todos los días desde un estante y me recuerda

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aquello; por el otro, porque es un ejemplo de los sufrimientos y esfuerzos muchas veces necesarios para conseguir tal o cual película. Cuestiones que, en líneas generales, el asistente a un festival nunca conocerá.

Todo ocurrió tres o cuatro días antes del inicio de la sexta edición del Bafici, la del año 2004. La loca resucitación del legendario masajista y espa-dachín ciego, dirigida y protagonizada por un Takeshi Kitano rubio como la miel, estaba programada desde hacía varios meses, los screening fees pagos, su título impreso en la grilla y las entradas prácticamente agotadas. Luego de algunos indicios ominosos, el chorro de agua fría saltó inesperadamente desde la pantalla de una computadora y nos empapó a todos: un mail de la casa matriz de Mickey Mouse –a cargo de la distribución de la película en casi todo el mundo, Argentina incluida– afirmaba escuetamente que, a pesar de las promesas, no podrían enviar la película en tiempo y forma.

Eran tiempos predigitales, los screeners para subtitulado llegaban en for-mato VHS y las copias de exhibición eran en 35mm. De pronto, ni siquiera podríamos contar con una versión de Zatoichi con sus chorros de sangre originales borrados digitalmente (la versión internacional censurada, la única disponible para su exhibición de este lado del mundo).

Un llamado desesperado al corazón de Office Kitano a la una de la ma-ñana de Buenos Aires, que no tenía otra misión o esperanza que la de recibir un tibio pésame nipón, se transformó de golpe y sin aviso en el deus ex ma-china del relato. “One moment, ‘prlisu’”, se escuchó en la línea, seguido de un pedido de paciencia. Al día siguiente, cuando en el Extremo Oriente ya se preparaban para ir a la cama, un nuevo correo electrónico alertaba –así, como si nada– que el mismísimo Kitano había demandado una excepción a las reglas territoriales y estaría enviando en breve una copia desde Japón. Que nunca llegaría a tiempo para la primera pasada, pero sí para la segunda y la tercera y una extra que sería agregada a último momento. Una copia sin subtítulos en inglés (la encargada de disparar la traducción al español en vivo fue asistida por alguien de la Embajada japonesa) pero con toda la hemoglo-bina kitanesca en pantalla.

Una vez más, la tortuga le ganó a Aquiles. O a la liebre. O, mejor todavía, al ratón.

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En mi primer Bafici fui Pablo Sirvén. Tenía 23 años, acababa de incor-porarme a la revista El Amante, había estado de viaje durante el período

de acreditaciones y al llegar a la oficina de prensa, con el Festival en mar-cha, me dieron una de las credenciales que nadie había pasado a retirar. Probablemente, cualquier persona afecta a leer en las casualidades signos de una verdad subterránea interprete este paso de comedia como una premo-nición bufa de mi tragicómica relación con el cine. Por mi parte, soy una de esas personas.

En aquellos tiempos cualquier festival se disfrutaba como un Netflix que solo existía diez días al año: compulsivamente, desmesuradamente, caótica-mente, agotadoramente. Aunque duela reconocerlo, además, formábamos parte de aquella generación de clase media que, desencantada ante el no future del menemismo, había construido en torno al cine algo así como una identidad. Todos somos carne sociológica en algún punto.

En esos primeros festivales se terminó de consagrar con Mundo grúa la tendencia del Nuevo Cine Argentino que habían inaugurado Pizza, birra, faso, el primer Historias breves y, con un poco más de antelación, Alejandro Agresti. Me mostré escéptico respecto de que ese cine estuviese interesado en transformar los modos de producción (no la estética) de la industria local. Me acusaron de escupir el asado. Hoy todos se sientan a la mesa del INCAA y son la continuidad del Achala y el Oliveira de los que se reían. Lo siento, pero me encanta señalarlo.

Estaba lejos de imaginar que dos años más tarde Quintín, uno de los directores de El Amante, pudiera ocupar la dirección del Festival y nos con-

Los buenos tiemposHugo Salas

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vocara junto a Javier Porta Fouz para ocuparnos del catálogo, el diario y otras publicaciones. Éramos jóvenes y, en mi caso, más estúpido que hoy. Nos confiamos. Fuimos juntando diskettes y gacetillas a la espera de que llegara el momento, y el cierre fue un previsible desastre maratónico al que solo haría justicia un cuadro de Cándido López. Para mi sorpresa, Quintín tuvo una reacción benigna a la hecatombe y seguimos trabajando en el Festival durante algunos años, en mi caso hasta la primera edición bajo la dirección de Fernando Martín Peña.

Fueron buenos tiempos. Dormí poco, trabajé mucho, me peleé por cosas sin importancia y perdí

todas las batallas que valía la pena dar, me separé dos veces, vi Gerry, de Gus Van Sant, en una proyección que por algún motivo me quedó grabada de manera indeleble, falté a una proyección que no me quería perder para ir al Holiday Inn a acostarme con un invitado, me fumé a los imprenteros chantas que no nos podíamos sacar de encima porque gozaban de una inex-plicable protección oficial, un director argentino me apretó en el patio de co-midas del Abasto por la reseña de una película suya que había escrito hacía ya demasiados meses, conocí a Malala Carones, mi correctora, la hermana que me llevé del Bafici, nos emborrachamos demasiado con Ulrich Köhler en La Cigale (ay, Dios), caminamos mucho con Deborah Young, Heinz Emigholz me regaló la literatura de Robert Graves, nos reímos con Diego Brodersen hasta en el peor momento, descubrí lealtades inesperadas como la férrea soli-daridad de Andrea Santapaola y, claro, hubo también de lo otro. Creo que lo único que extraño es trabajar con Flavia de la Fuente, quiero que ella lo sepa.

Desde entonces, cada vez que me he dado una vuelta por el Festival, todo se siente extraño, lejano. Supongo que así deben ver las cosas los muertos. Hice mi último intento el primer año en que lo dirigió Javier, acaso por una extraña lealtad con lo que fuimos. A pesar del empeño cada vez más nervio-so de las personas encargadas de las acreditaciones, mi nombre no apareció en ninguna lista. Esta vez no fui ni siquiera Pablo Sirvén. Me dieron una credencial sin nombre. Entendí que don Bafici, desde lo más profundo, me decía a las claras “tal vez, pero no por ahora”.

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Sobrevive un prejuicio acerca de los festivales de cine. Específicamente, acerca de su público y de su supuesto esnobismo. En el caso del Bafici, ese

prejuicio es ya un lugar común falso, viejo y gastado. El público del Bafici, según ese cliché, es un joven moderno y algo desagradable, con aires de supe-rioridad, frívolo y poco apasionado, al que en realidad no le interesa mucho el cine sino solo estar a la moda. Asumida por muchos esa caricatura como verdad, las que también terminan por recibir un juicio de esnobismo son las películas que allí se exhiben.

Como espectador del Bafici y como director de varias películas mostradas a lo largo de estos veinte años, me ofende y me rebela ese cliché, porque en ningún otro lugar he vivido un vínculo tan intenso, generoso y real entre el público y las películas. Frente a un panorama de la exhibición que no siem-pre es justo ni con las películas más nobles ni con las necesidades más genui-nas de los espectadores, no me parece mal reivindicar el lugar de los festivales (y del Bafici en particular) como lo que esencialmente es: un espacio para mostrar películas a la gente. Al mismo tiempo, reconocer en sus espectadores virtudes que, lejos del supuesto esnobismo, lo convierten en un público a la vez exigente y generoso.

¿Cuántas veces hemos escuchado que una película es “solo para festivales y no para el público”? Dejando a un lado las connotaciones comerciales del asunto (que son reales y atendibles) la frase encierra una falacia notable. ¿Acaso en las proyecciones de los festivales las salas están vacías? ¿No son se-res humanos los que asisten a esas funciones? El espectador del Bafici, inclu-so, toma riesgos que el del cine comercial ignora. Suele ver películas guiado

Esa adrenalina hermosaJuan Villegas

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solo por su intuición, por el deseo de ser sorprendido por algo inesperado, por las ganas de descubrir algo nuevo; no tiene tanto miedo a equivocarse. Y elige quedarse en la sala en vez de ir a ver cualquier otra cosa, cuando la oferta es amplísima. Solo por estas cosas deberíamos respetar y cuidar más al espectador del Bafici. Y si incluso se queda luego de la proyección para hablar con el director y discutir la película que acaba de ver, tendríamos que abrazarlo y acompañarlo hasta su casa.

Pero sabemos que un festival de cine no es solo del público. Cuando era director artístico del Bafici, Quintín solía decir que el Festival tenía tres obje-tivos fundamentales: llevar al público porteño un tipo de cine al que no pue-de acceder de otra manera, ser una plataforma de lanzamiento internacional para el cine argentino independiente y convertirse en un lugar de encuentro y discusión acerca del cine contemporáneo. Hoy, cuando los hábitos de con-sumo han cambiado muchísimo, los caminos de acceso a las películas son otros y tanto el cine independiente argentino como la red internacional de cine de autor han sufrido mutaciones notables, se podría decir, sin embargo, que esos tres objetivos deberían seguir siendo los mismos.

En todo caso, los caminos para alcanzarlos serán otros. Ya no podemos pretender que tantos programadores de festivales internacionales o críticos extranjeros vengan a Buenos Aires para encontrarse con las películas argen-tinas, pero sí es necesario afinar los mecanismos para que el Bafici no sea el objetivo final para la exhibición de una película argentina nueva sino el co-mienzo de un recorrido feliz. El público tiene casi todo el cine del mundo a su alcance, a través del streaming y las descargas, legales e ilegales; sin embar-go, promover la experiencia de ver películas en una sala de cine debe seguir siendo una prioridad para cualquier festival. Y dejo para el final el objetivo que a mí más me desvela. El Bafici fue y puede seguir siendo algo grande y trascendente si sostiene su tradición de debate y discusión.

En el primer Bafici se estrenaron dos de las películas fundamentales del cine argentino de los últimos treinta años: Mundo grúa y Silvia Prieto. Recuerdo con nostalgia el fervor y la fiereza con la que se defendían o incluso se atacaban ambas o, muchas veces, una en contraposición a la otra. Pero esa garra para la discusión no eludía la reflexión acerca del lenguaje y la mirada sobre el mundo que proponía cada una de las películas. Esa batalla de ideas se daba en los pasi-llos, en las mesas de los bares y a través de la crítica en los medios.

En aquel entonces yo era uno de los que miraba con admiración esas

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películas. Dos años después, estrenaba mi ópera prima, Sábado. Éramos mu-chos los que sentíamos que estaba todo por hacerse, que podíamos dar vuelta el cine argentino para siempre y que solo era cuestión de animarse. Pero al mismo tiempo, aunque resulte paradójico, filmábamos sin esperar nada a cambio. Hacer la película era suficiente. Será por eso que aún recuerdo la ale-gría inmensa al recibir la confirmación de que mi película, que había filmado solo dos meses atrás, había quedado seleccionada para el Bafici.

Unos días después me llamó Quintín para invitarme a charlar. Me quedé hasta la madrugada en su casa, escuchando todas sus razones por las que la película le parecía fallida, pero también por qué sentía que debía ser progra-mada. Fue duro y difícil de asimilar, pero también inolvidable. Pocos meses después, me confesó que había vuelto a verla, que la había entendido y ha-bía aprendido a reconocer su valor. También sé que estaba orgulloso de que Sábado hubiera formado parte de la Selección Oficial del Festival de Venecia, algo que no habría pasado de no ser por el Bafici.

De ese año tengo recuerdos dispersos de horas larguísimas en el labora-torio y en el estudio de sonido para poder llegar a tiempo al Festival. En esa época, llegar con una copia para la proyección era difícil; solo se proyectaba en 35mm. La copia salió del laboratorio la noche anterior al estreno. Pero por alguna razón sentía que ese vértigo era un buen augurio. Todo sumaba a esa adrenalina hermosa de saber que mi película iba a ser objeto de una expectativa previa y un fervor posterior. Podía venir la alabanza, el fastidio o la crítica lapidaria, pero el Bafici ponía a las películas, sobre todo a las argen-tinas, en el centro de la discusión. Y estaba bueno estar ahí.

Hoy siento que el Bafici debería seguir siendo eso para cada director que muestra allí una película. De no ser así, dejará de tener sentido su existencia. O se convertirá solo en una bonita costumbre de abril, una cáscara de lo que fue, un lugar sin sorpresas ni revelaciones. De muchos de nosotros depende que así no sea.

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13/3/18 11:31 a.m. Estoy en una confitería de Caballito. Pedí el segundo café doble del día con dos medialunas de manteca. Estoy totalmente blo-queado, debo haber empezado a escribir sobre el Bafici una decena de veces y no me sale nada.

13/3/18 1:28 p.m. Acabo de redactar y enviar el siguiente mail a quien me convocó a escribir: “Estoy re atrasado, le doy y le doy, pero me bloqueo, me interrumpen con el laburo y no me gusta lo que escribo. ¿Es imposible mandar a la madrugada? Estoy haciendo lo posible por terminarlo hoy y que me guste. No me gusta incumplir cuando me comprometo. Pero realmente me está costando. Si me puedo estirar a la madrugada, creo que llego. ¿Está bien eso o quedo afuera? Desde ya te pido disculpas”.

13/3/18 1:31 p.m. Mientras espero la respuesta, sigo adelante. 13/3/18 1:50 p.m. Pienso que me cuesta mucho escribir sobre algo tan

importante para mí. Es imposible despegar al Bafici de mi historia personal. No encuentro palabras. Escribo y borro.

13/3/18 2:13 p.m. Cómo pasa el tiempo. ¿Ya pasaron casi veinte años desde el primer Festival? La mitad de mi vida.

13/3/18 2:27 p.m. Hay algo clave: el Bafici me motiva a filmar. Tanto cine y tanta vida junta me inspiran. Recuerdo la edición de 2006 en la que me hice una promesa: “No piso más este Festival si no es con una película mía”. Y así fue. El año siguiente estuve ausente porque estaba filmando Los paranoicos. En 2008, volví después de aquella promesa con mi ópera prima lista, y fue la experiencia existencial más importante que tuve luego del na-cimiento de mi hijo. ¿Cómo se desarrolla algo así para dejarlo plasmado en

La mitad de mi vidaGabriel Medina

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pocos caracteres? Es difícil. Por lo menos, dejo en claro que la situación en la que uno expresa “no tengo palabras para describirlo” se está dando aquí y ahora. No puedo más que estar agradecido a la vida.

13/3/18 3:12 p.m. Buenísimo, me respondieron el mail y me dan un tiempo más para escribir. Podría hablar de La araña vampiro y su estreno en el Festival. También ganó premios. Pero me llevo el recuerdo de los cines lle-nos y yo en penumbras satisfecho y entregado diciendo: “Cumplí la misión, ahora la película ya no me pertenece”.

13/3/18 3:31 p.m. Fragmento de una de las cosas que escribí ayer sobre el Bafici, recordando las épocas de estudiante de cine: “Edición 2001. (…) Esa vez me había gastado un alto porcentaje de mi sueldo en una barba-ridad de entradas para mí y para mi novia de aquel entonces. Lo que me quedaba de plata lo puse en las comidas y en las trasnochadas en un telo del Abasto. Es que terminábamos de ver películas a la 1 de la madrugada, y a las 9 rajábamos a ver las que empezaban a las 10”.

13/3/18 4:17 p.m. Siempre digo que el Bafici es un punto de encuentro fundamental. Podés no ver películas e igual perderte en los pasillos: siempre vas a encontrar con quién charlar. Eso me gusta del Festival: ir “a ver qué onda”, a charlar con gente que solo me cruzo ahí y que está en estado ocioso, ávida de charla y filosofía entre película y película, entre fiesta y desayuno. Cuando llega el Festival, me tomo la mayor cantidad de días que puedo para vagar y escuchar recomendaciones. Ya no tengo aquel frenesí de los veinte años; más de tres películas por día me resulta agotador, pero sí puedo pasar-me el día entero charlando con amigos o desconocidos. Charlar y escuchar. Aprender a escuchar. Aprender a contemplar.

13/3/18 4:21 p.m. Hubo veces que escuché de gente que desistió de ir al Festival por “no estar de acuerdo con el pensamiento político de los directivos de turno”. Qué lejos estoy de eso. El arte está por arriba de todo. ¿Qué tiene que ver una película con la coyuntura política? ¿No es un acontecimiento como el Bafici el mejor lugar en el que se concentra gran cantidad y diversidad de puntos de vista? ¿No es el lugar para discutir y to-mar posición? Ah, el contacto humano. Eso, el contacto humano; en estos tiempos hay que destacar que el encuentro con “el otro” sucede de vez en cuando, y hay que aprovecharlo; el resto del año estaremos alienados en las redes sociales, y toda discusión se tornará diferente, deshumanizada. Un Festival como este trasciende el poder de turno. Yo voy por el cine y por la

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gente. Pero cada uno es libre de hacer lo que se le cante. El fanatismo y el enojo ciegan, pienso.

13/3/18 5:57 p.m. Cada vez que se acerca el mes de abril cambia mi estado de ánimo. Lo digo en serio, soy sincero; creo que es el acontecimiento que más me moviliza junto con la huida sistemática de la ciudad que repito cada 26 de diciembre, siempre hacia el mar. Son dos cosas fijas que vengo repitiendo desde el año 2000. Trato de modificar mi agenda para poder estar presente en cada edición del Bafici. Lo mismo con mi escape a la costa. Hay relación entre ambas cosas. Son pausas para la contemplación, las relaciones y la búsqueda del amor.

13/3/18 6:27 p.m. La generación de mis viejos va poco al Bafici. Ven más cine que yo durante el año, pero al Bafici van poco. Nunca consiguen entradas. Las entradas se agotan inmediatamente, un fenómeno solo com-parado a ciertos acontecimientos musicales. El Bafici, desde el principio, fue y es tomado por asalto por huestes de jóvenes hambrientos de cine y de contacto humano. Lo celebro. Lo increíble es que año a año se siguen sumando generaciones. Me alegra. El cine debería ser materia obligatoria en las escuelas. Tan importante como cualquier otra materia.

13/3/18 6:43 p.m. El Bafici me vio como joven reprimido y como joven libertario, experimentando y superando miedos, buscando, investigando. Me vio crecer. Me vio escribir mis películas y me vio estrenarlas. Me vio enamorado de mi mujer y más tarde me vio con nuestro hijo de la mano. Me vio llorando deprimido en el baño. Me vio riendo con amigos hasta el dolor. Me vio viviendo.

14/3/18 11:22 a.m. Salvo que el mundo se apague, sé que el Bafici no morirá, porque nació desde la pasión y el desinterés lucrativo, porque lo necesitamos y lo defenderemos siempre aquellos que creemos en el arte y la cultura, en donde el lenguaje cinematográfico, hoy más que nunca, necesita un lugar primordial. Ojalá viviéramos en esa sociedad ideal, en la que con libertad y sin limitaciones económicas, el que elija, pueda entregarse al ocio, como yo intento hacerlo cada vez que llega el otoño. Soy un privilegiado.

14/3/18 2:58 p.m. Me verán por los pasillos, con o sin película. Allí es-taré mientras pueda, y espero poder mucho. Eso es todo, amigos.

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Recuerdo, de manera confusa pero aun así prístina, el primer Bafici al que no asistí, porque quedé un poco prendado, obsesivo, dañado. Estaba

en Buenos Aires por la Feria del Libro. Ese día regresaba a Santiago, quizás. Creo que fue leyendo Página/12 en un café (siempre me recuerdo en cafés en Buenos Aires). O capaz que cayó en mis manos un programa, aunque no creo. Me gustaría pensar que fue una semana antes de que terminara el Bafici de 2002, aunque lo dudo. El asunto es que me entero de lo que van a dar o de lo que dieron. Películas que deseaba ver o de las que algo había escuchado o de las que no tenía la más puta idea (¿Goodbye, Dragon Inn o al menos algo de Tsai Ming-liang?, ¿algo de Olivier Assayas?). Capaz que fue un resumen del Festival que acababa de terminar. Era antes o era después, pero de igual modo yo no era parte de ese Bafici, no asistí, me lo perdí. Leí acerca de las películas y me dije: “Debo ir alguna vez”. No puedo citar aquí aquellas cintas que me perdí (Mala noche, de Gus Van Sant, quizás) pero sí puedo constatar que la sensación de pérdida fue inmensa, mareadora, lamentable. Sentí una nostalgia por todo aquello de lo que no era parte. ¿Por qué no había un fes-tival así en Santiago? Y dos: ¿por qué yo no iba a la fiesta si no se trataba de un encuentro privado?

Asistí al año siguiente. Mi primer Bafici (mi “Baficito”) fue el quinto, el de 2003. Asistí en condición de cinéfilo y crítico de cine. Conseguí que los del suplemento Wikén del diario El Mercurio, donde escribía de cine y cul-tura pop, me pagaran el viaje. Pude convencerlos de “lo clave de asistir a este evento mayor” del que nunca habían escuchado hablar. Logré acceder a una credencial de prensa. Ese Festival fue demoledor para mí. Clave. Me rehizo.

La gente correctaAlberto Fuguet

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Me puso todo en duda. Vi varias películas, tanto latinoamericanas como del resto del planeta. Todas en tono menor, económicas, en primera persona, personales, posibles. Cintas de autor realizadas por cineastas nuevos que aún no tenían obra para ser autores. Y estaban en la sala: jóvenes, de remera y jeans. Más que yo pero tampoco tanto.

Yo acababa de cumplir 40 años y ya era escritor. Mi último libro había sido lanzado en todas partes y era una novela ligada al cine: Las películas de mi vida. Pero a mí no me bastaba ser escritor. Eso lo sabía y lo tenía dentro de mi cuerpo escondido, reprimido, bloqueado. Yo deseaba, primero que nada, ser cinéfilo. Eso lo logré. Quería escribir sobre cine y eso también era un check en mi lista vital que me dejaba contento. Había escrito ya varias nove-las y libros pero nunca había estado en mi plan ser escritor. Dirigir películas sí, aunque ya tenía más que claro que eso era algo que nunca iba a suceder. Me estaba demorando mucho. Tanto que ya lo tenía asimilado: otros hacen películas, yo las devoro o escribo libros que intentan parecer películas.

En ese Bafici supe que debía dirigir y que era posible. Me acuerdo lo que me impresionó Ana y los otros, de Celina Murga. Pude ver Blissfully Yours, de Apichatpong Weerasethakul, y me puse a caminar por Corrientes hasta el Bajo después de la función. Pero lo que me movió el piso fue un afiche azul. Llegué al mundo según Ezequiel Acuña por un afiche azuloso en el que un adolescente está sumergido bajo el agua, a lo Nirvana, aguantando la respira-ción. El afiche de Nadar solo no lo vi en un cine, me lo pasó el botones de mi hotel de dos estrellas frente a la confitería La Paz. Acuña me había escrito una nota: “Soy fan de Martín Rejtman. Leí todos tus libros y noto una afinidad. Creo que tenés que ver mi película, que es mi primera película, porque yo leí tus libros. Tenés que verla porque, en el fondo, es culpa tuya: tu libro Mala onda es una de las inspiraciones”.

Asistí a verla. Al Malba. Off circuito. Me mató.Me mató todo: la emoción, la cercanía, la envidia.Conversé con Ezequiel, que andaba con una remera de fútbol. Quedamos

en cenar a la noche. Me fui caminando por Libertador, por los parques. Terminé en la Recoleta y entré a un café a escribir las primeras líneas de lo que luego fue mi primera película, Se arrienda, que no se pudo estrenar en el Bafici porque apareció en octubre de 2005 pero que sí se programó, para mi alegría total, en la edición de 2006.

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Mi lazo con el Bafici entonces es mayor: es donde tomé la decisión, ins-pirado por las cintas y los cineastas que vi personalmente, de dirigir. Cuatro de mis seis películas las he estrenado de manera mundial (y universal) en el Bafici. En buena hora. Nada de Rotterdam, de Berlín, menos Cannes. Quizás haya sido por lo traumatizante de mi paseo por algunos de esos festi-vales con mi primera cinta que, al estrenar Velódromo, entendí que mi lugar en el mundo cinéfilo era el Bafici. La primera, Se arrienda, se había exhibido en 2006, año en que fui jurado de la Competencia Argentina y tuve alterca-dos con mis colegas (Madame Rotterdam y sus frases: “Me parece que esta cinta es poco argentina...”), pero donde logré que ganara Glue, de Alexis Dos Santos (“tiene algo universal... Podría ocurrir en el Midwest americano... De Argentina tiene poco...”), y premiar con guion a Los suicidas, de Juan Villegas (“prefiero el cine latinoamericano donde no se habla...”).

Velódromo nació ahí en 2010. Llegamos con Pablo Cerda, el protagonis-ta. Luego llegó Música campesina, en 2011, año en el que se unió el crítico chileno don Héctor Soto a la delegación. Llegué una semana antes a Buenos Aires para entrevistar con micrófono pero sin cámara a casi todos los de la revista El Amante y a muchos cinéfilos por toda la ciudad para lo que fue un fanzine fílmico acerca del amor de todos los del Cono Sur por La ley de la calle, de Coppola. Locaciones: Buscando a Rusty James se estrenó en el Bafici de 2013, y quizás porque había terminado con un tipo que era parte clave de la película, porque se escuchaba su voz mientras confesaba su amor por La ley de la calle pero no por mí, empecé a arrepentirme de exhibirla.

Comenzó una suerte de breakdown en el que empecé a sudar y sudar. Mojé la cama entera. Caí por Locaciones en un hotel de avenida Las Heras, y tomaba Gatorade y veía películas como La noche o Hawaii afiebrado junto a Luis Ospina mientras hablábamos de Andrés Caicedo (Mi cuerpo es una celda, la autobiografía de Caicedo, que yo edité, la lanzamos en el Bafici de 2009 junto a Javier Porta Fouz). Fue tal el horror de ese descalabro que de ahí nació Invierno, una película de cinco horas que los del Bafici programa-ron de una, cinco horas con dos intermedios.

Grandes.Más que su programación, lo que me conquista de este Festival son sus

programadores-curadores-seleccionadores. El hecho de que el Bafici era una suerte de extensión de El Amante te hacía amarlo más, no temerle. Lo confieso: he filmado un plano pensando en la fotografía o still que

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podría aparecer en esa revista. Ir al Bafici era soñar con que luego saldrías y quedarías registrado en El Amante. Una cosa, por cierto, es pegarse un atracón de ese cine que no se ve o nunca se estrena o nunca llega a las salas de cine, pero otra es ir con una película propia. El Bafici no da miedo, da ganas. Compartir la película no frente al enemigo sino frente a los cinéfi-los que además son críticos y que ven la cinta en esas funciones matinales inolvidables. El Bafici está ligado a la crítica, tiene sentido crítico, está lleno de críticos y todos los que asisten son, en esencia, críticos o tienen una mirada crítica. Ven lo que en otros festivales no ven. Parte del engan-che que produce el Festival es que posee y cultiva y alimenta espectadores soñados. Uno regresa del Bafici sintiendo no que no lograste distribución o premios, sino con la certeza de que la cinta nació bien, sana, apreciada, frente a la gente correcta.

Si existe una suerte de tierra prometida cinéfila o un sitio de peregrina-ción latinoamericana para aquellos que terminamos refugiándonos en el cine (digamos: si es posible establecer una semana sagrada de fiesta anual tipo Mardi Gras o el Carnaval de Río), entonces ese sitio y esa semana se sitúan, primero, en abril, y, más que en Buenos Aires o en la Capital, en ese terri-torio mítico del Bafici que antes se concentraba en el shopping del Abasto y ahora en todo lo que rodea al complejo Village Recoleta. El Bafici es nuestra Semana Santa: a veces sucede antes, a veces después que la de los católicos con sus ritos de huevitos y conejos. Es una semana sagrada de reflexión, co-munión y, por cierto, de resurrección: uno vuelve a creer en el cine incluso cuando no te ha gustado nada de lo que has visto.

Me siento parte del Bafici. Muy parte. Es ahí donde estoy cómodo, ya sea de espectador, exhibiendo, conversando, en los after donde tengo amigos y he hecho amigos y aliados nuevos. Mi ADN es muy –creo– Bafici. Es un festival (es más que eso: es un congreso, es una invasión, es un puerto libre) que, por un lado, parece inabarcable y, al mismo tiempo, es a escala humana, acotado. Es un festival que asocio no solo a pantallas sino también a textos, a lo escrito, al lenguaje. Si no opinaste, si no confrontaste con otro lo que viste, no vale o capaz que no la viste. En el Bafici, como en la Argentina, se comenta: “Che, ¿qué te pareció la islandesa?, ¿vos viste la paraguaya?, ¿qué me dices de esa mierda checa?”. Un festival que pone por escrito todo su entusiasmo y fascinación y mareo y hasta sus sobregiros y arranques esnobs y exceso de trivia y friqueríos varios.

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Recuerdo y atesoro esos pesados catálogos de cubierta celeste repletos de textos de plumas notables que te insisten con que esa cinta de terror polaca o aquel documental filipino de cuatro horas es algo imperdible (maldición eter-na al que no lo ve, y te pegas el viaje hacia Caballito por miedo a no ser parte de la conversación al día siguiente). Estar en modo Bafici es despertar ansioso con resaca de imágenes, revisar y revisar el catálogo e ir optando por qué pue-des ver y qué te dolerá menos perderte. Es leer, junto al café con leche y las medialunas del desayuno, el diario Sin Aliento (donde varias veces colaboré).

Tan fascinante como lo que uno ve en las salas de cine del Bafici son los foros, los homenajes, las arbitrariedades (programé Meatballs, de Ivan Reitman), las visitas de próceres (mi cena con Vilmos Zsigmond) y las discu-siones y conversaciones eternas en locales de comida rápida, bares o pizzerías. Escribir esto –recordar todo esto– me hace querer hacer más películas, ser jurado otra vez, ir de crítico, devorar el catálogo, simplemente asistir y mirar a ese público extasiado en las filas de una cinta que no conocen y por la que apuestan igual.

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FOTOGRAFÍAS

Página 81 Fiesta de apertura en el Centro Cultural 25 de Mayo, (12) Bafici, 2010.Página 82 Chaplin x Músicos Argentinos, (11) Bafici, 2009.Página 83 1. Claire Denis, (11) Bafici, 2009. 2. Teatro San Martín, (11) Bafici, 2009.Página 84 1. Mirtha Busnelli, (11) Bafici, 2009. 2. Baficito al aire libre, (11) Bafici, 2009.Página 85 1. Hoyts Abasto, (11) Bafici, 2009. 2. Arteplex Belgrano, (11) Bafici, 2009. 3. Claire Denis, (11) Bafici, 2009.Página 86 1. Raúl Ruiz y Edgardo Cozarinsky, (11) Bafici, 2009. 2. Luis Margani, (10) Bafici, 2008. 3. Alain Guiraudie, (12) Bafici, 2010. 4. Mirtha Busnelli y Sergio Wolf, (11) Bafici, 2009. 5. Joāo Pedro Rodrigues, (12) Bafici, 2010. 6. Patricio Guzmán, (13) Bafici, 2011.Página 87 1. Lisandro Alonso, Albert Serra y Miguel Gomes, (11) Bafici, 2009. 2. Grupo Humus, (11) Bafici, 2009. 3. Alain Guiraudie y Diego Trerotola, (12) Bafici, 2010. 4. Quintín y Raya Martin, (12) Bafici, 2010. 5. Marie Losier y Alan Courtis, (12) Bafici, 2010. 6. Santiago Segura, (13) Bafici, 2011.Página 88 1. Hoyts Abasto, (12) Bafici, 2010. 2. Atlas Santa Fe, (12) Bafici, 2010.Página 89 1. Imágenes paganas, de Sergio Cucho Costantino, en la Plaza J. J. Urquiza,

(15) Bafici, 2013. 2. Arte en Barrios, Chacarita, (19) Bafici, 2017. 3. El Negro Álvarez en Plaza Francia, (19) Bafici, 2017. 4. Arte en Barrios, Rodrigo Bueno, (19) Bafici, 2017.Página 90 1. Elisa Eliash, Gonzalo Maza y Christián Leighton, (11) Bafici, 2009. 2. Alianza Francesa, (12) Bafici, 2010. 3. Armando Bo y John McInerny, (14) Bafici, 2012. 4. Ruth Beckermann y Fernando Chiapussi, (14) Bafici, 2012. 5. Leandro Listorti y Diego Trerotola, (12) Bafici, 2010.Página 91 1. Maren Ade, (11) Bafici, 2009. 2. Tizza Covi, (12) Bafici, 2010. 3. Ron Mann, (11) Bafici, 2009. 4. Miguel Gomes, (11) Bafici, 2009. 5. Los Peyotes, (14) Bafici, 2013.Páginas 92/93 Apertura en el Centro Cultural 25 de Mayo, (11) Bafici, 2009.

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1. CumpleañosMe acuerdo de que cuando tuve que hacer mi primer texto como director

artístico se cumplían diez años desde la creación del Bafici, y escribí que eso era “mayoría de edad”. Así que al cumplir veinte tendría el pasaporte a la madurez, solo que el concepto de madurez sería casi una contradicción en los términos, porque es y será un Festival siempre joven, siempre Dorian Gray, congelada y condenada como está su edad a una eterna juventud, aunque sus detractores sigan insistiendo en que se parece más a Peter Pan.

En esos primeros textos que escribí me había inventado una especie de fórmula, en la que sostenía que el Bafici era un laboratorio, una trinchera, una tribuna de fútbol, un aula. Que sus genes consistían en dar a ver y ayudar a hacer. Sigo pensando lo mismo, pero ese afán desesperado por reinventarse quizás dinamite la idea (y me dinamite a mí como emisor, como fanático defensor del Festival) de que uno piensa lo mismo diez años después.

2. ¿Dónde está el cine?Cada año, una vez terminada la edición, teníamos una primera reunión

con los programadores para evaluar cómo había salido el Festival y empezar a tirar ideas de qué hacer en el próximo. Les preguntaba: “¿Dónde creen que está el cine hoy? ¿Qué pasa con el cine en tal lugar?”. Les pedía por países de los que llegaba poco.

Una vez les pedí que se fijaran en Rusia, y otra que recuerdo fue cuando les pregunté por Nigeria. Había visto un documental en el Festival de Toronto, creo, sobre Nollywood, el fenómeno del cine popular en Nigeria. Todos me rogaban que no insistiera, que eran pésimas, pero yo insistía: “No hay salas,

Un laboratorio, una trinchera, una tribuna, un aulaSergio Wolf

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la gente las compra en la calle, démoslas, traigamos a alguien que explique el fenómeno”. No lo logré: dimos solamente el documental. Tiempo después, vi algunas de las películas: menos mal que no las programamos, me hubieran linchado en los pasillos del Abasto.

3. La paradoja: tradición-invenciónSi bien yo era apenas el cuarto director (y en la larga marcha de un gran

Festival, aún incipiente, esto es casi nada), sentía el peso de la tradición. Ya habían estado Tsai Ming-liang, la troupe de Cassavetes, Pedro Costa, José Luis Guerín, Raúl Ruiz, Jonas Mekas, Chantal Akerman, Monte Hellman... Había que estar en sintonía.

Cada año insistíamos con Werner Herzog y Gus Van Sant. Un año, la programadora Violeta Bava entró a la reunión de programación con una sonrisa: “Van Sant preguntó las fechas de este año”. Momento emotivo (bre-ve) y decepción (nunca volvió a contestar).

Otro año me invitaron como jurado del Festival del American Film Institute, en Los Ángeles. Justo estaban los amigos Kent Jones y Rose Kuo dirigiéndolo. Abrían con Fantastic Mr. Fox. Mi objetivo era entrar a la gala, hablar con Wes Anderson y convencerlo de que viniera al Bafici. Estaba lleno de celebridades, y Rose Kuo logró ponerme en la fila de la alfombra roja. Fui pasando por ahí, parándome en los logos de los sponsors, auscultado por los fotógrafos que no sabían ni les interesaba saber quién era. Ya adentro, vi la pe-lícula, nervioso por el después, mi gran objetivo. Al final, Rose me hizo entrar al VIP, que era algo así como Cine Independiente contra el Resto del Mundo: merodeaban Peter Bogdanovich, Bill Murray, Jim Jarmusch, Seymour Cassel... Hablé con Anderson. Volví. Mandamos invitación. Rose me alentó a los pocos días: “Wes tiene la invitación arriba del escritorio”. No vino.

A los pocos días decidí que haríamos la primera retrospectiva de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet. Los programadores me miraban como diciendo “este loco está eligiendo la autoflagelación cinéfila perfecta”. Una de las programa-doras, Eloísa Solaas, y el gran Hans Hurch y su Viennale iban a ser el gran soporte de la Gran Batalla. Huillet acababa de morir y su inflexible posición de no dar sus films con subtítulos ni en otros soportes o formatos que no fueran los originales hacía que nuestra porfía pudiera tener éxito. Y fue un éxito.

Recuerdo una Lugones llena para Antigone. La presentó Hans Hurch, fascinado por la muchedumbre. Al salir, le digo: “Contale a Jean-Marie que

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estuvo lleno”. Hurch: “No vale la pena, no me va a creer. Va a decir que se-guro se equivocaron de sala”.

En el Bafici no se equivocan de sala. Me lo repito, como un mantra: un laboratorio, un aula...

4. El psiquiátrico felizHabía visto Manila in the Claws of Light, la genial película de Lino Brocka,

restaurada y presentada por Andrea Piccard en la sección más inclasificable del Festival de Toronto. Y casi al mismo tiempo vimos Manila in the Fangs of Darkness, del también filipino Khavn de la Cruz, que era una relectura –fina-mente, deconstrucción– del clásico de Brocka. Como teníamos una sección llamada Diálogos, los dos films en espejo eran la excusa perfecta.

No me acuerdo cómo fue que apareció el dinero para costear el pasaje de Khavn desde Filipinas, pero venía. Lo había conocido en otro festival: me ha-bía parecido un tipo de una calidez humana y un buen humor enormes, y por lo tanto un buen invitado. Cuando faltaba media hora para la presentación de su Manila, viene un asistente a decirme que Khavn había pedido una guitarra. (En el Bafici, casi cualquier situación, o pedido, o deseo es creíble y potencial-mente pertinente). “¿Para qué?”, pregunto. “Quiere tocar antes de la película. Dice que esa va a ser su presentación”, me dijo el asistente, con toda seriedad, como si me estuviera explicando la teoría de los fractales.

Eran casi las cinco de la tarde de un sábado en el Abasto, y todas las salas reventaban de gente; se habían agotado hasta las entradas para los cortos de Sri Lanka. Yo no lo podía creer, pero dije que bueno, que le consiguieran una. Como pasa siempre en el Bafici, de algún lado apareció. Bajé a la sala. Eran los años en que habíamos logrado que el Hoyts Abasto dedicara todas sus salas y sus espacios publicitarios al Bafici y los distribuidores locales me puteaban por los pasillos alegando que perjudicaba a la distribución inde-pendiente. Gran chiste.

Presenté a Khavn y miré a los costados, buscando el equipo y los amplifi-cadores. “Dijo que no necesita, que va a cantar a cappella sentado en el piso de la sala”. Me quedé al costado a ver el show. Un asistente saltó los escalones y acercó un micrófono a la caja de la guitarra acústica cuando Khavn em-pezó a cantar la canción “Manila”. El silencio era total, casi una misa laica. Yo miraba eso con felicidad. Para eso trabajábamos: para que no fueran solo películas sino también experiencias.

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5. Pequeñas anécdotas sobre las institucionesEnrique Piñeyro me había mostrado el corte de El Rati Horror Show en su

productora de la calle Cabello. Era un documental sobre el caso de Fernando Ariel Carrera, condenado por un crimen que no había cometido. “Hay que ha-cer que no pase desapercibida, que no sea una película argentina más”, le dije. Me pregunté si nos dejarían sacarlo a Carrera de la cárcel para el estreno. Era una apuesta fuerte y un poco demencial que los contactos de Piñeyro en el mundo judicial volvían algo posible. Lo intentamos, pero el juez no lo autorizó.

Entonces empezamos a hablar del auto, que era la gran prueba de inocen-cia que usaba la película. Se nos ocurrió colgar el auto del techo del Abasto, los días previos, hasta que nos hicieron bajarlo, y decidimos ponerlo en la puerta del shopping. Piñeyro le había puesto una leyenda que decía algo así como: “Si ve un auto así, cuídese, el próximo puede ser usted”.

El día del estreno, Piñeyro me avisa que la ronda policial había estado investigando para que retiraran el auto. Resistimos hasta la noche. El Bafici siempre fue un evento resistente a las presiones institucionales, y la única vez que un jefe de Gobierno quiso hablar en una clausura, le llovieron papelitos y silbidos, y tuvo que abreviar y salir luciendo el puro incógnito.

6. KindergartenLa idea de inventar la sección Baficito me vino después de que varios ci-

neastas me dijeran que no podían ya ir al Festival porque no tenían dónde de-jar a los chicos. Entre una guardería y una sección con películas desconocidas para chicos, opté por lo segundo. Pero me obligaba no solo a buscar películas para abastecerla, sino también a pensar en actividades complementarias.

Hablando del tema con Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken (preocupado, viví mis Baficis vestido con el traje tenso del estrés), ella me cuenta que había encontrado unos cortos argentinos mudos. “Serán en total 40 minutos”, me dijo. Como todo el tiempo pensaba en cómo articular fuerzas conjuntas, lo llamé al músico Gabriel Chwojnik para que hiciera la música y le propuse que dirigiera una orquesta de chicos de la ciudad.

Todo lo arduo que fue alinear tantas variantes se diluyó cuando llegó el día de verlo y oírlo, en el Teatro 25 de Mayo. Parado entre las butacas, lo veo llegar a Chwojnik con una gran bolsa: había comprado silbatos, matracas y cornetas, y cuando los chicos entraron se las repartió. Subió al escenario, se pasaron los cortos y la orquesta iba tocando mientras él les indicaba a los

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chicos en qué partes debían tocar silbato, matraca o corneta. Como con casi todo lo que pasó en estos años, creo que no hay registro ni archivo de uno de mis momentos más queridos.

7. El vivoEn mi último año como director estaba obsesionado con que el Bafici no

fuera solo una exhibición de buenas o muy buenas películas. Había llegado a la conclusión de que los festivales eran el equivalente cinematográfico del show en vivo de una banda, y que la gente va a ver las películas por lo que ocurre o puede ocurrir con la presentación del director o de los actores, pero también, al menos en Bafici (recordar: un laboratorio, una tribuna...), por el agite de la discusión que se suscita.

Así que un día llegué a la reunión de programadores con la idea brillante de que teníamos que convocar a actores jóvenes y desconocidos, ponerlos de incógnito y estratégicamente ubicados en las funciones y horarios de ciertas películas, y darles letra para que generaran discusión, incluso sublevando a los espectadores y realizadores. Creo que el equipo de programadores se me quedó mirando como si me hubiera tomado un ácido o como si contara que había visto al fantasma de Hitchcock. Yo estaba convencido de que la idea era sensacional. Cambiaron de tema y la directora de Festivales, Viviana Cantoni, ni llegó a escuchar mi revolucionaria propuesta del agite. Me sigue pareciendo buenísima. ¡Festivaleros del mundo, tomadla!

8. Impriman la leyendaSiempre verde, siempre joven, siempre nuevo, siempre contemporáneo,

siempre alerta, siempre moderno, siempre explorador, siempre experimentador, siempre irracional, siempre elegante, siempre moderno. Diez, veinte, cien años.

El Bafici se creó y se proyectó al futuro y al espacio acumulando millas en su leyenda y construyendo leyendas, narradas oralmente, circulando secretas, como el descontrol de Bruce LaBruce, como James Benning diciendo que que-ría dar una master class sobre cómo construyó su casa en el bosque, como Kôji Wakamatsu mirando impávido una empanada de carne en Aberdeen Angus esperando que le explique qué era y cómo comerla... El Bafici, en ese sentido –y quizás no solo en ese– es muy fordiano: siempre es “impriman la leyenda”.

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Me escribe alguien por mail para pedirme un texto por los veinte años del Bafici. “Sería una gran pérdida que vos no estuvieras en este libro”,

me dice el chico a modo de disculpas, porque el texto es para la semana si-guiente. Me quejo. Contesto: “¿Por qué hacen todo con tan poco tiempo?”. Después me escribe otro chico para pedirme Los rubios, por los veinte años del Bafici. Me pide que llene un formulario. No lo hago. Contesto: “Toda la información está en mi página web; levántenla de ahí”.

Pasan unos días y me río sola pensando en estos intercambios. Pienso: “¿Por qué fui tan poco amable con ambos?”. Nunca fue fácil lidiar conmigo. Con el Bafici tampoco, me justifico. Pero mi risa se debe a que mis quejas sobre los nuevos programadores y productores de este Festival son idénticas a las que hice en las primeras ediciones. Siempre me quejé, les demandé, los enloquecí con detalles, y ellos programaron todas mis películas, cortos y largos, y me enloquecieron a mí con sus detalles y demandas. Entonces me causa gracia volver a esa relación que ya casi no tengo con nadie.

Es que el Bafici para mí es como el campo de mi abuela: es el lugar donde pasé las vacaciones de mi adolescencia. Donde me encontraba con mis pri-mos y descubríamos el mundo; aprendíamos todo lo que no nos enseñaban las maestras durante el año, donde éramos libres, sin horarios, llevando una vida un poco salvaje pero, sobre todo, autorregulándonos. Los adultos esta-ban lejos, leyendo y tomando sol, o hablando de política. Nosotros creába-mos nuestro mundo a campo abierto, entre animales y sorgo, lino, girasoles y apuestas indecentes; entre libros y política también, pero sin jerarquías, sin aparatos estatales, sin lógicas partidarias.

El contagioAlbertina Carri

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Esas vacaciones sistemáticas donde nos encontrábamos coetáneos de dife-rentes pueblos y familias –esos llamados “primos”– fueron la base de mi edu-cación sentimental. En ese campo, en esas vacaciones, descubrí que lo que quería era narrar, romperme en ficción, desentrañar las imágenes como textos, comprender el movimiento del caballo no solo como un galope sino también como un sonido, volver las imágenes palabras, que hieran como tales.

Después vino la facultad, algunos profesores muy simpáticos y otros no tanto, que tenían poco que aportar. “El mundo está lleno de mediocres”, pensé por aquellos años de voracidad juvenil. Yo quería aprender, aprender y devorarme el cine entero, quería que un ejército de zombis me transmitiera el virus del cine mientras me comían y me convertían en alguien capaz de contagiar toda esa filia “cinecaníbal”. Y llegó el Bafici, donde la famosa frase de Roman Polanski finalmente hacía eco: “Se aprende más en los pasillos de la universidad que dentro del aula”.

Sin dudas yo aprendí muchísimo cine en las salas del shopping del Abasto durante todos los abriles y discutiendo con mis coetáneos tal o cual película. Apasionándonos por Tsai Ming-liang, enamorándonos de Claire Denis, descu-briendo a Bruce LaBruce, viendo las siete horas con intervalo de Sátántangó... Béla Tarr, Harun Farocki, la Japón de Carlos Reygadas, Todd Solondz y sus incorrecciones políticas, Go Fish y un impensable desembarco de lesbianas en las salas de cine de aquella época, los primeros pasos de la irreverente Chloë Sevigny en juego sadomasoquista con su compañero Harmony Korine... Después llegaron los rumanos, los coreanos, los Kitanos, los filipinos, los mala-yos, el posporno de las francesas, los rescates en fílmico de obras de incunables como Nicholas Ray y Jonas Mekas...

El mundo estaba lleno de mediocres, y el Bafici tampoco se salvaba de ellos porque era parte del mundo, una de las partes más importantes a lo largo de muchos años. Pero también era un refugio, era el refugio en el que se podía aprender, volver a empezar, discutir con pasión sobre cine, sobre industria, sobre independencia y autoría. Sobre puesta en escena, sonido, casting, formatos de producción... A la mierda con la lógica europea o nor-teamericana para hacer películas en una geografía y un sistema económico que nada tenía que ver con aquellos otros, tan lejos de nuestras realidades, que nos habían enseñado en la facultad. “A la mierda con todo”, parecían decir las ediciones de un festival que cambiaba de directores sin pavura pero que siempre continuó sosteniendo su insolencia.

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En el Bafici aprendí a buscar el camino frente a cada nueva película que me propuse hacer, porque ese espíritu se veía en sus pantallas, sobre las que se proyectaba cine de lugares remotos, o tan cercanos como la Madame Satã, de Karim Aïnouz. Aprendí cine por contagio. Fue ese espacio de libertad y de descubrimiento el que forjó mi propio espacio de libertad para hacer películas.

Por eso el Bafici es como el lugar de vacaciones de mi juventud. Conozco a quienes lo dirigen y programan, porque fueron aquellos con los que entrá-bamos y salíamos de las salas de cine con una excitación tal que podíamos no hablarnos por semanas después de estar en desacuerdo con una película, una directora, un plano o una decisión estética imperdonable. Pero ya no sé los nombres de quienes lo organizan hoy, no sé quiénes son aquellos que hacen el gran trabajo de producir este Festival de cine, pero los trato como si los conociese, como si nos conociésemos de toda la vida, porque cualquiera que trabaje en el Bafici será para mí como un primo; alguien que aunque no conozca del todo, medio que le puedo decir cualquier cosa, porque está durmiendo en mi cama, usando mis monturas, cabalgando junto a mí y a mi ejército de zombis contagiosos, habitando mis casas construidas en montes secretos. Esas a las que los adultos nunca accederán.

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Podría elegir cientos de películas y anécdotas para hablar de todos los años pasados en el Bafici –creo que, con excepción de uno, estuve en todas sus

ediciones–, pero finalmente lo que me queda en la memoria son los encuen-tros, los amigos, las charlas de pasillos, las comidas y los momentos vividos alrededor de las proyecciones y los eventos oficiales.

Hay muchas situaciones que me vienen a la memoria, descontando las entrevistas que hice por mi trabajo como periodista: un cumpleaños mío de hace unos años que se transformó en una inesperada reunión de casi cien personas en el subsuelo de un restaurante, otro en 2008 que hice en la casa de una amiga la noche en la que la ciudad se cubrió de un misterioso humo que no se iba nunca y cuyas consecuencias sentí durante días (del cumpleaños, no del humo) y otro en un restaurante ruso cercano al Abasto con muchas celebridades del cine internacional.

También están las charlas, discusiones y hasta peleas con cineastas locales: Mariano Llinás dibujando hace años en una servilleta de un bar del Abasto un proyecto faraónico de seis películas que pensaba llamar La flor; Adrián Caetano peleándose con acomodadores que no lo dejaban a entrar a ver una película; las corridas de un tal Pablo Trapero para llegar a tiempo con las latas de Mundo grúa, y decenas más dentro de las que son publicables. O ver partidos de la Champions League con colegas, críticos y programadores, tomándonos un respiro de la catarata de películas.

Es que una de las mejores tradiciones que ha tenido el Bafici es la de ser un espacio de encuentro de cinéfilos, programadores de festivales, cineastas y amigos. No siempre ha sido así –por presupuesto o por políticas de direc-

EncuentrosDiego Lerer

Dedicado a Hans Hurch

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tores de turno, esto ha mejorado o empeorado–, pero prefiero recordar mis veinte años cerca del Bafici por ese lado, por el que sigo sintiendo que los festivales de cine tienen sentido aun en plena época en la que casi todo está, semanas más, semanas menos, disponible online.

Los festivales son las películas, sí, pero igual o más importantes son las personas que uno conoce y con las que se reencuentra casi todos los años. Cuando se cree que armar o programar un festival es simplemente acumular títulos de aquí o de allá, a mí me queda claro que, si por algo sobreviven, es por estos encuentros. Por la gente que vamos conociendo y que se vuelven amigos o compañeros de aventuras a lo largo de una vida. Este año nos va a faltar uno de ellos y seguramente no será lo mismo. Pero brindaremos por vos, Hans, wherever you are.

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Uno de los estrenos nacionales del octavo Bafici fue una película cuyo título anunciaba el fin de la metáfora: se trataba de Puto, de Pablo

Oliverio. Mirando el afiche colgado en uno de los pasillos del Abasto, Rafael Filippelli me dijo: “Pensar que en mi época las películas se llamaban Lo que el viento se llevó”.

Este diálogo, que siempre me gusta recordar, se produjo cuando yo ya no estaba comprometido en la organización del Festival pero todavía era para mí un evento ineludible como crítico, y fue la continuación de otros diálogos que supe tener con el gran director y maestro de directores cuando él estrenaba alguna de sus películas y yo cumplía funciones en el departamento de prensa.

Al poco tiempo de haber sido nombrado Quintín en la dirección lo llamé por teléfono para charlar, como solíamos hacer cada tanto, y me preguntó si quería participar de la prensa del Festival. Le dije que sí y le aclaré que nunca había hecho eso, pero no le dije que pensaba que no tenía ni la paciencia ni la diplomacia para hacerlo. Un departamento de prensa debe atender los requerimientos de los periodistas por un lado, y de los productores de las películas por el otro, además de acompañar la difusión y organización de eventos que surgen en un festival que es una verdadera usina de hechos culturales.

Con el correr de las ediciones aprendí que sí, que tenía la paciencia sufi-ciente como para interceder entre los encargados de la seguridad del Abasto y las necesidades de Raúl Perrone, que por aquellos días llevaba su programa de televisión a los pasillos del shopping para entrevistar a participantes del Festival y cubrir sus propias avant-premières.

Confesiones de un dealerJorge Bernárdez

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Fui testigo de situaciones desaforadas en los ciclos de trasnoche, aprendí sobre cine coreano, conocí la existencia de un director inagotable llamado Takashi Miike, y una tarde me metí a ver un rato de una película de Béla Tarr que duraba como siete horas y me fui cuando una pobre vaca llevaba cuarenta minutos atascada en un lodazal. Jodíamos con hacer remeras que dijeran: “Yo vi completa Sátántangó”.

Una mañana, mientras desayunaba, me llamó la atención que un miem-bro de la comitiva coreana que se suponía ya debía estar en Ezeiza deam-bulara por los pasillos del shopping; entre su nulo castellano y mi inglés tarzanesco nos arreglamos para que pudiera tomar el vuelo de regreso a su país. Los coreanos eran verdaderas estrellas de aquellos Baficis. Dicen que les encantaba el subte porteño porque sus coches eran viejos coches del subte de Corea.

Cada edición era una sorpresa. Vi crecer a una generación de cineastas nacionales y me hice amigo de gente con la que hasta hoy mantengo una re-lación. Guardo un enorme respeto por todo aquel equipo que trabajaba en el Festival, porque los vi olvidándose de sus propias vidas para lograr la llegada a este rincón de la Tierra de películas que los programadores pensaban que era imprescindible que el público conociera.

Mesas de café interminables, corridas por el pasillo para que alguien pu-diera entrar en la sala, el tráfico de entradas que manejaba se parecía bastante al menudeo de sustancias ilegales, y supe ser entre los acreditados del Festival un personaje ineludible. Pero es un buen momento para decir que la orden de que las salas se llenaran y de que no quedaran críticos o periodistas afuera era una directiva de Quintín.

Me fui en 2004. Había cumplido mi ciclo. Había aceptado el desafío cuando salía de una temporada de crisis personal, y lo dejé cuando ya estaba metido en la producción de televisión y no me daba ya más el físico para correr por el shopping mientras sonaban Soledad o Abel Pintos o lo que estuviera de moda. Eso fue lo único que odié de mi paso por el Festival: esas gomosas melodías pop que el shopping insistía en repetir al menos tres veces por hora y que yo no lograba sacarme de la cabeza durante varias semanas después de terminado el Bafici.

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En mi búsqueda cinéfila desviada de principios de los 90 en Buenos Aires, antes de que volviesen a existir los festivales internacionales de cine en el

país, había descubierto un cine de los márgenes que valía la pena y que estaba tan fuera del circuito de salas comerciales como de los cineclubes tradiciona-les y salas de cine-arte. Ese cine se atrincheraba principalmente en las funcio-nes deshabitadas en las que Narcisa Hirsch exhibía su colección de películas experimentales, o en el subsuelo de la Galería Apolo, donde las dos salas del Club de Cine que dirigía Octavio Fabiano, quien, con la complicidad de sus secuaces (Fernando Martín Peña era el más joven e intrépido de ellos), programaba materiales imposibles, películas encontradas que nunca había visto, noticiarios, a la par de ciclos donde se cabalgaba del serial mudo a la obra oscura de autor europeo; del western clase Z al clásico en Cinemascope. Creo que en esos lugares anidaba el delirio y la alucinación del futuro Bafici, lo desmesurado y vital en su búsqueda de un cine que no se deja domesticar y al que ningún desacato le es impropio. El mejor Bafici es el magnicida: mata toda la jerarquía del cine.

Por eso siempre creí que la veta de la independencia que pregona este Festival es una forma de poner a circular las películas, pasadas y presentes, que van por fuera del carril de lo que se considera cine en la mayoría de los demás festivales y carteleras. Si algo siempre me interesó al asistir al Bafici, o formar parte de él, era ese cine imposible, el que te hace dudar de todo, incluso de si lo que estás viendo es una genialidad o una basura: películas ubicadas en las orillas de cualquier centro del circuito legitimador del ci-ne-arte, esa categoría que aunque nadie nombraría así hoy (por una repe-

Los pasadizos secretosDiego Trerotola

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lencia justificada con la palabra “arte”) igual existe, avalada por un coro de críticos y programadores que fundan rumores de pasillo de lo que hay que ver y programar, tirando la pepita de oro siempre en las mismas casillas de esas rayuelas que son las grillas de los festivales de cine de moda.

Mis experiencias pioneras en ese otro lado del espejo que proponía la in-dependencia radical del Bafici fueron el inconcluso exotismo trash de Normal Love, de Jack Smith, que presentó J. Hoberman en 2001; Arnulf Rainer, de Peter Kubelka, como experiencia de la luz cegadora, y el ojo caleidoscópi-co y estallado de Kurt Kren en 31/75: Asyl, estas últimas dos en la sección Clásicos Austríacos de Vanguardia, de 2004. Experiencias del pasado traídas a los márgenes de la programación del Bafici en funciones donde asistía más bien poca gente. Igual se fue insistiendo en volver a programar a quienes entraban al cine al grito de “rompan todo”.

En 2006, mi primer año como programador, hurgando en catálogos de festivales para proponer películas que pudieran estar en ese lugar de deses-tabilidad que me gustaba, encontré que Betzy Bromberg tenía una película nueva llamada A Darkness Swallowed. Nunca había podido ver nada de lo que Bromberg venía haciendo desde fines de los 70, pero todo lo que leía so-bre su cine me estimulaba. Cuando les propuse al resto de los programadores considerar la película, me respondieron que Bromberg ya estaba en una lista de posibles cineastas a tener en cuenta. El Bafici siempre piensa antes que uno, eso es una fija.

Inicié con ella una relación por correo electrónico, y mail tras mail me convencía de que estaba frente a una cineasta excepcional, hecho que confir-mé al ver A Darkness Swallowed, una gran experiencia radical del cine actual: desde los granos de una fotografía ambigua hasta las misteriosas superficies resinosas, el universo microscópico de sustancias, fósiles y elementos ini-dentificables son capturados para crear instantes alternados de un estatismo hipnótico y de un vértigo cinemático, como el agua devenida eléctrico flujo lumínico. La película confirmaba que Bromberg era una alquimista excep-cional que encontraba en todo eso que nadie filma la verdadera sustancia cinética: el ojo de su cámara reinventaba el mundo de su alrededor, hacía de lo inorgánico y estático una autopista de las posibilidades del movimiento.

Como A Darkness Swallowed también había causado entusiasmo en al-gunos programadores, le pedí a Betzy si podía enviarme sus películas ante-riores para considerar armar una retrospectiva. Me respondió que había un

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problema: sus películas eran en 16mm y no tenía copias digitales. Militante de la imagen fílmica, todas las películas de Bromberg fueron realizadas en ese formato, con el interés central de reinventar las posibilidades del 16mm y su registro analógico de la luz y el movimiento; por eso, no resultaba con-tradictorio que ella, aunque hoy sea lo más opuesto al cine mainstream esta-dounidense, haya trabajado como supervisora de efectos visuales y ópticos en grandes producciones industriales como Terminator 2, El último gran héroe o Scream 3: su apuesta a un refinamiento de la imagen cinematográfica es com-parable con el rigor técnico y tecnológico de cierta corriente de Hollywood. Incluso, esta ductilidad para incorporarse al sistema de estudios es otra par-ticularidad desconcertante de su estilo: Bromberg rechaza ese arquetipo de la cineasta underground, marginal y solitaria que está desplazada de la disciplina industrial y del trabajo en equipo.

A pesar de su indeclinable romance con el celuloide, Bromberg se replan-teó la situación frente a mi pedido e hizo, por primera vez y especialmente para el Bafici, copias digitales de sus películas de las tres décadas anteriores. Sin conocerla, ese gesto ya daba la medida de su generosidad, que conocimos en persona cuando fue invitada para presentar su retrospectiva durante la edición de 2007 del Festival. Bromberg repartía sabiduría de toda su expe-riencia técnica a quien se acercaba, y llegó a generar un séquito de jóvenes cineastas experimentales a su alrededor, quienes tras quedar en éxtasis frente a sus películas, accedían a sus secretos gracias a una entrega docente propia de su personalidad, que la había llevado a convertirse en directora del progra-ma de cine y video del California Institute of the Arts (CalArts). De hecho, esa generosidad fue realmente enorme: sin publicitarlo, casi en secreto, llegó a ayudar materialmente a cineastas locales con recursos del instituto califor-niano. Inesperadamente, una cineasta de los márgenes fue una influencia de una nueva camada del cine experimental vernáculo.

Bromberg me había advertido que las versiones digitales que me envió no hacían justicia a las copias en 16mm de sus películas. Pensé que era una exage-ración de su ojo experto y detallista, porque sus películas eran muy elocuentes en su sofisticación visual al verlas en DVD. Como me había convertido en ultrafan del cine de Bromberg, me tocó acompañarla a las presentaciones de sus películas, lo que incluía coordinar las preguntas y respuestas del final de cada función. En el caso de un cine experimental como este que, además de no ser narrativo, está compuesto en su mayoría por imágenes abstractas, suelen

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multiplicarse los espectadores que directa o indirectamente dicen “devuelvan la plata, esto es una estafa”. Pero vi todas las películas de nuevo, esta vez en 16mm, y confirmé que Betzy tenía razón: en la proyección en fílmico había un arrebato nuevo del poder de las imágenes. Aunque es probable que, como en todas las grandes películas de la historia del cine, cada proyección inicie un nuevo movimiento, una nueva aventura del ojo libertino.

Cuando la acompañé a presentar la primera función de su retrospectiva, Betzy me dijo, casi como una advertencia (creo que pensaba que yo podía asustarme), que a sus películas va poca gente y que también son pocos los que se quedan hasta el final de la proyección. Cuando llegamos, no solo la sala estaba muy poblada, sino que nadie se levantó. Y para colmo y sorpresa infinita de Betzy, el público tenía preguntas interesantes para hacer. Recuerdo que en esa primera función estaba el diseñador Alejandro Ros, cinéfilo mar-ginal y exquisito, quien fue uno de los pilares de la difusión de la presencia de la directora en el Bafici. Betzy venía del Festival de Sundance, en donde solo había una sala para proyectar películas en 16mm, y estaba sorprendida de que en el Bafici hubiese tres para ese formato: la sala Lugones, el Malba y la Alianza Francesa. Pero que su cine se transformara en un hit del Festival la dejó estupefacta. La gente no solo no se iba a la mitad de sus películas, sino que cada vez venía más.

El entusiasmo de la primera función se multiplicó a lo largo de las si-guientes: las salas se fueron llenando para ver el cine de Bromberg, la gente seguía la retrospectiva y se hacía experta en sus películas, haciendo preguntas sobre recurrencias en sus obras, quedándose a la salida para seguir hablando con Betzy, quien se entregaba a largos diálogos con cualquiera. Incluso, el periodista Pablo Schanton publicó una entrevista elogiosa y analítica con Bromberg en el suplemento de espectáculos del diario Clarín. De pronto, la cinefilia local era experta en una cineasta de la que nunca se había proyec-tado nada en el país, que filmaba películas producidas por ella misma, que resistían al cine prefabricado con un ojo lisérgico y perplejo, creando paisajes visuales y sonoros tan desconcertantes como extremistas.

Una de las seguidoras de Betzy Bromberg durante aquel Bafici fue Narcisa Hirsch, pionera en Argentina del cine experimental y estructuralista, quien tuvo su retrospectiva recién cinco años más tarde. Tras una de las funciones en el Malba, me acerco a saludarla y me pregunta si las películas de Bromberg estaban a la venta, porque quería comprar una copia en 16mm para su co-

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lección. La puse en contacto con Betzy, pero nunca le pregunté si pudo comprar o no una copia. Lo que sí sé es que en ese encuentro entre Narcisa y Betzy se cerraba un círculo en la cinefilia extraña en Buenos Aires. Un círculo que es más que nada un agujero para espiar el cine del futuro. Como esos pasadizos secretos que se abren en la programación de cada Festival.

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No, no fue una conspiración de programadores. Pero sí un hecho re-levante y, aunque suene retador, absolutamente trascendente. Entre

finales de los 90 del siglo pasado y la primera década de este, una nueva manera de entender los festivales cambió el panorama. Un sismo que dio un vuelco hacia la defensa de determinado cine de autor, desde el enten-dimiento de la necesaria convivencia entre espectadores y público hasta cómo conseguirla. Este movimiento sacudió a ciertos festivales históricos por medio de un relevo generacional y dio lugar a otros que surgieron puros, sin tener que rendir cuentas a nadie y con un punto de valentía, y alguno dirá hasta de sana inconsciencia. Festivales que parecían nacer sin prejuicios de ningún tipo, afirmando rotundamente que se podía reescribir la historia del cine y que se habían acabado las monsergas sobre lo que era programable en un festival y lo que no.

En la primera línea de este grupo intrépido se encontraba, claro está, ese Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, cómplice del Festival de Cine de Gijón durante los años en los que asumimos su dirección. Aún pasaría un tiempo antes de que nuestros caminos se cruzaran y Marcelo Panozzo viajara durante varias ediciones a colaborar en tierras astures, esta-bleciéndose esa camaradería transoceánica que fue correspondida más tarde por Fran Gayo también dando el salto.

Compartíamos esa manera leal de entender la defensa de nuestro cine: una alianza tácita que se expresó en forma de lealtad beligerante (que nunca olvidaremos, agradecimiento infinito) en enero de 2012, cuando el partido del conservador Cascos (seis meses duró en el Gobierno) dictó

Los más chulos del barrioJosé Luis Cienfuegos

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cambio de planes para Gijón y algunos volamos hacia Sevilla y su Festival de Cine Europeo.

Una de las cosas que siempre me ha intrigado del Bafici es cómo se las arregla para combinar criterios enfrentados, opiniones divergentes que na-cen de un grupo heterogéneo de programadores, sin que se produzca un colapso. Pura magia. Una manera de respetar diversas visiones del cine que componen ese ecosistema heterogéneo pero cien por cien coherente. Y es in-útil, créanme, contar en España cómo el “comercial, circense” (sic) Santiago Segura podía convivir en igualdad de condiciones con los insobornables y rigurosos Angela Ricci Lucchi y Yervant Gianikian, o con �om Andersen, Kelly Reichardt o Raúl Ruiz.

De esa camaradería de la que hablaba surgieron también esas alianzas en forma de cineastas y películas de ida y vuelta: los cineastas argentinos que daban el salto del Bafici a España, y la interacción con el nuevo cine español que estaba surgiendo y que hoy encarna un cine resistente, de referencia.

Así fue que tuvimos de este lado a directores hoy imprescindibles, como Lisandro Alonso, Santiago Mitre, Lucrecia Martel, Celina Murga, Albertina Carri, Ezequiel Acuña, Ariel Rotter, Pablo Agüero, Néstor Frenkel, Nicolás Prividera, Federico León, Marcos Martínez, Mauro Andrizzi, Santiago Loza, Iván Fund, Clara Picasso y Gonzalo Castro, entre otros.

En fin, diez años ya de vivir el ambiente del Abasto, de acompañar a conciertos a Diego Trerotola, de admirar el saber estar de Sergio Wolf, de sentir la energía de súper-Rosa Martínez Rivero y Violeta Bava, de agilizar la mente ante las réplicas de Javier Porta Fouz, de perseguir esas copias de algunas películas que se estrenaban en el Festival pero se podían conseguir de forma legalmente dudosa en DVD y de un recuerdo del palmarés de 2008 que en mi memoria era otro, lo confieso. No sé si esa sensación será habitual o compartida con mis compañeros en el jurado. Y aunque hoy no reniego de él, yo pensaba que habíamos repartido los premios de otra manera.

Celebremos pues la vitalidad de este Bafici, que ha llevado la contraria con apropiada insolencia a un director de cierto evento cinematográfico (que ya no se celebra, por cierto) que a cinco columnas llegó a declarar: “Un festival de cine sin alfombra roja es un cineclub con medios”. Pues va a ser que no.

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Lado A

“Something Better Beginning” (�e Kinks)O de cómo, al igual que tantos otros, me enamoré del Festival a simple

vista, incluso a pesar de su nombre fulero (en versión acrónimo y también en versión full). En 1999 trabajaba en Clarín, en la sección de espectáculos, escribiendo sobre cine. ¿Cubrí el Festival para el diario? Claro que no. Pedí vacaciones y me dediqué a ver películas sin que esa artesanía con la que me ganaba la vida interfiriera con la vida misma. Me dediqué a charlar con personas, a comer en la parrillona libre de la calle Agüero, a volver a ver pe-lículas y quedarme insólitamente despierto para que Película mala, infinita, inacabable, de Jang Sun-woo, revelara en trasnoche una nueva cartografía, un hacer y mostrar cosas que no sabíamos que era posible hacer y mostrar.

“Inside” (Jethro Tull)O de cómo un día inolvidable Flavia de la Fuente me propone unirme al

equipo de programadores del Festival. Estar adentro de esa cosa, aún en me-dio de las turbulencias desatadas por el desplazamiento absurdo de Andrés Di Tella (la primera de una serie de salvajadas típicas de la administración del momento), y con Quintín al volante, fue una situación excepcional. No merecía semejante cosa y a la vez trabajé como loco para estar a la altura. El gran Quintín nos llevó a empujar todos los límites posibles, a hacer en el peor momento posible el mejor de los festivales. La educación sentimental es muy traicionera, incluso dañina, y solo a su capricho esmerilado se puede deber que hoy siga pensando que esos años no volvieron ni volverán.

Bafici MixtapeMarcelo Panozzo

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“�e Second Time Around” (Julie London)O de cómo, contradiciendo el final del párrafo anterior, ahí estaba de

regreso, feliz de la vida, convocado por Sergio Wolf, eminencia académi-ca (en el sentido mozartycorbatta del término), querido amigo y perfecto director, que una noche de copas utilizó una metáfora ajedrecística para darme a entender que me invitaba a volver al Nostromo. El estilo era otro, las preocupaciones también habían cambiado, el cine iba en camino a mo-dificar sus rituales (cosa de la que aún hoy no se ha tomado mucha nota), pero el frenesí era el mismo. Ese Festival, parece ser, no se puede hacer sin –como se dice vulgarmente– cortar clavos. Metáfora va, metáfora viene, los programmers se entretienen.

“Sandwiches de miga” (Pappo’s Blues)O de cómo el alcohol del episodio anterior fue reemplazado por un

tostado en Nucha de Cerviño (hoy Mishiguene Fayer), al tiempo que Vivi Cantoni me preguntaba, a lo Vivi, sin vueltas, si quería hacerme cargo de la dirección. Como con Flavia, pensé que estaba loca. Como con Flavia, me subí al tren. El resto no me corresponde a mí ponderarlo.

“Unsatisfied” (�e Replacements)O de cómo los acontecimientos se precipitaron. Era como pasar del fút-

bol de la Play a la cancha misma: vértigo, agonía, extenuación y, lo que es peor, el amor propio manteniendo la maquinaria en marcha. La conferencia de prensa en la terraza del Centro Cultural Recoleta con un rayo de sol asesino, enemigo de toda elegancia, convirtiéndonos en seres de mozzarella. Recibir visitas de jefazos, mangazos de aprovechadores, reproches de lilipu-tienses. Situación de examen 24x7. Terminamos la cara A del compilado con una nota amarga, cero nostálgica, casi de enojo. Como dice esta canción: “Look me in the eye/ �en, tell me that I’m satisfied/ I'm so, I'm so unsatisfied/ I'm so dissatisfied”.

Lado B

“Love Train” (�e O’Jays)O de cómo todo lo anterior –que no hay que olvidarlo– puede ser mi-

tigado en medio segundo cuando se trata de trabajar en serio: 70% de pensamiento, 10% de músculo, 10% de constancia y 10% de cretinismo,

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(20) BAFICI

más 100% de sensatez y sentimiento = 200% equipazo. ¿Qué buscábamos? Hacer el mejor Festival posible. ¿Lo conseguimos? De nuevo, no es una res-puesta que deba dar. Pero sí dejar en claro que es la única manera de hacer volar al Nostromo: buscar como posesos eso que intuimos único o al menos irreemplazable, dejar el seso en el ejercicio de ver cuál es la mejor manera de combinarlo; escapar del bullshit como de la peste. Un placer y un regalo mirar alrededor, ver a Fran Gayo o a Violeta Bava y detectar que casi todos estábamos, casi siempre, bailando esa canción.

“Borderline” (Madonna)O de cómo “más películas, para más gente” fue el motto que me encontré

repitiendo una y otra vez mientras tuve el privilegio de estar al frente del Festival. Si tuviese que elegir de nuevo, optaría por el mismo grito de guerra, y esto se explica gracias a una conjunción de términos que, creí y creo, tiene que regir un evento así, que debe ser curioso y festivo de todas las maneras posibles. A la vez, esa búsqueda de la celebración de lo excepcional tenía que estar ubicada (creía y creo) en los márgenes de la oferta audiovisual y en el linde de las ideas que esta pone en circulación. La ancha avenida del centro que se la quede quien la reclame; el medio pelo, el lugar común, la Palma de Oro, la nominada al premio de la Academia ya tienen su lugar en los cines semana a semana. Si bien son inevitables, pueden ser reducidas a una expre-sión mínima, casi testimonial.

“Joy in Repetition” (Prince)Hay muchas películas dando vueltas (pero muchas de verdad), cantidad

de lugares en los que posar el estetoscopio, instancias para detectar la vita-lidad de la producción. Y el trabajo de un festival de cine, el primordial, es poner eso en primer plano. Discutir lo que no se estaba discutiendo, darle su justo lugar a lo que se está agotando, no hacer reverencias antes de que se apaguen las luces de la sala. Avanzar sobre el mapa del cine del mundo con la libertad de la teletransportación y no con la pavorosa pesadez de un tren suburbano. Un festival de cine no le debe nada a nadie, salvo al mandato de llegar a lugares maravillosos siempre que sea posible.

“La ruta del tentempié” (Charly García)Hoy, mirando hacia atrás, me pregunto de dónde venía ese empeño.

Separando en la medida de lo posible los motivos de mi propia biografía, es decir dejando solo las respuestas relacionadas con el Festival y su mirada

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sobre el cine, por un lado está Quintín, y por otro el agotamiento cíclico de modelos de cine parasitarios, fatuos y cameleros. La paja, en fin, que es mucha más que el trigo en casi todos los estamentos del ecosistema. Bronce, plomo y otros metales de escaso valor.

“Para saber entrar hay que saber salir” (Kid Koala feat. César Luis Menotti)O de cómo cuando le dí a Vivi el sí con un tostado de JyQ como testi-

go, le dije también que la cosa tenía que tener fecha de vencimiento: 2015. Conocía bien el Festival, el desgaste que produce, las tentaciones, los tiro-neos de los diversos sectores del sector, la inercia y el cansancio. Cantautores populares latinoamericanos, militantes ante todo de la eternización burocra-tizante, han dedicado emocionantes panegíricos a un estado de ingravidez que no han sido dados a probar. “Jeans are old and your hair’s all wrong”, advierte mi tipo de canción. Es hora de seguir viaje.

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no te puedo explicar qué es lo que el Bafici significa para mí porque el Bafici es parte de lo que siempre hago de lo que claro cuando entonces em-pezaba a ser algo parecido a un periodista algo menos que un periodista un crítico de cine porque siempre me digo que soy un crítico de cine que a veces ejerce el periodismo digo cuando recién empezaba empezó el Bafici y me vi descubrí ahí a Nanni Moretti y ahí entendí un montón de cosas y recuerdo que también vi Velvet Goldmine y era una fiesta porque después quería más y quería más y cada año era una ansiedad terrible y una decepción porque uno no puede ver todo pero acostumbrado como estaba a ver lo que pasaba la cartelera o lo que aparecía en la Lugones o en quizás ni te acuerdes o no sepas Hebraica o mis primeros Mar del Plata ver cosas otras cosas rarísimas a veces divertidas a veces amables a veces pesadísimas era como no sé como entrar a otro mundo que ni imaginaba que existía pero sobre todo poner en tela de juicio completamente todos y cada uno de mis lugares comunes porque el Bafici me obligaba a pensar en lo que ya pensaba al ver lo que veía y volver a ver de otro modo y confrontar eso con lo que cuando salía tomaba un café y ahí estaban mis colegas mis amigos mis conocidos que salían de ver lo que ya había visto no había visto iba a ver y ahí otra vez las ideas tenían que tejerse con otras ideas y eso era que la cabeza poblada de imágenes se entretejiera con las palabras que otras personas lanzaban al aire al azar y por ahí en el meeting point con un café el enésimo incontables cafés siempre el enésimo café adelante de pronto escuchabas una palabra sola solo una pala-bra quizás desierto y sabías que entonces estaban hablando indefectiblemen-te de Spiritual Voices y entonces mirabas a quien la había lanzado y querías

LovestreamsLeonardo M. D’Espósito

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decirle lo que pensabas y escuchar lo que pensaba y por ahí no podías pero para eso porque es para eso estaba la necesidad de escribir y te picaban las yemas de los dedos y pensabas cómo podías escribir y mirar otra película y hablar y tomar café y todo lo demás todo el tiempo al mismo tiempo porque es la única manera de pensar cuando el vértigo no te da tiempo para la pausa y los ojos se te hacen una compota de ojos de tanto ver y tanto empujar al cuerpo a permanecer despierto después de cuatro películas en la trasnoche de un martes sí un martes o un miércoles porque puede haber trasnoches cualquier día y siempre hay una película que no viste y tenés que ver porque tenés que escribir entrevistar al director todos hablan nadie habla y entonces decidís ponele en el cuarto o quinto Bafici que te vas a dejar llevar que no vas a buscar más a los directores que todo el mundo ve porque a la larga los vas a ver o dejalos que discutan sobre esos directores y esas películas que pasaron por tal o cual o Cannes festival que es lo de menos entonces agarrás la grilla y vas completamente al azar dura una hora y media tengo dos horas voy y veo y después veo qué veo y así y entonces te encontrás con el documental de Sokurov sobre Shostakovich o te encontrás con Il solengo o te encontrás con unas películas peruanas sobre personajes urbanos buenísimas u otra sobre gente que va a iglesias y habla y canta y reza y se enoja o con una coreana que termina con el fin del mundo y todo el mundo se ríe por eso u otra escandi-nava donde Papá Noel es un monstruo asesino y ves todo eso y te preguntás cómo puede ser que yo sea el único que goza de esto pero uno no es el único y ahí está el Bafici porque los dispersos del mundo uníos cuando toda la carnada está en un solo balde entonces uno sabe que aunque no recuerde el título de eso que vio y que cree que es de lo mejor que vio en su vida algo de esas imágenes va a quedar fijo en la memoria para siempre porque de eso precisamente es que trata el cine de fijar en la memoria imágenes y es una perogrullada ya lo sé pero imaginación viene de imágenes y después uno con eso que empieza a funcionar cada vez mejor tiene ideas entonces es un círculo vicioso o virtuoso y cuantas más cosas uno ve diferentes más ideas diferentes tiene y así tiene más ganas de ver cosas diferentes que le llenen la cabeza de imágenes diferentes y todo sigue en ese tren durante los a veces diez a veces más alguna vez menos días que dura un Festival que es durísi-mo para los residentes porque ves películas y vas a casa y volvés al cine o no volvés pero tenés que escribir y no es que está el hotel con la cama hecha y el room service con el café esperando sino que tenés primero que ir al banco

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porque vence la tarjeta y después correr a ver la función privada de Historias extraordinarias porque si no te quedás afuera y hay que escribir hoy de todo eso y cómo hacemos la tarjeta la pago mañana con recargo te decís y vas a ver la película qué le vas a hacer prioridades son prioridades y aunque dure mil horas te vas corriendo y nuevamente te alimentás a café a cigarrillos a pizza a alfajor a galletita convidada rápidamente por otro con la misma dieta rompe hígados pero el hígado se recupera y el cerebro recuerda que las neuronas no y no siempre y si no las alimentás con los ojos en estos pocos días diez o más o menos en los que le recordaste a tu amigo médico que dan Calles de fuego y que no puede no llevar a su hijo de 20 a verla que no se olvide que le con-seguís las entradas entonces sonaste y tenés que esperar un año y te quedás con hambre y lo alimentás con películas mediocres o malas o indiferentes o buenísimas pero escasas y que te recuerdan que vendrá un festival y entonces seguís así pero por más que siga y siga metiendo palabras no te puedo expli-car qué es lo que Bafici significa para mí

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En 2008 yo tenía 22 años y el primer corte de mi tesis de egreso, Te creís la más linda (pero erís la más puta). Las expectativas no superaban mostrarla a

los profesores. Un día me llega un mail del Festival de Valdivia anunciando que estaba seleccionada en el Work in Progress, y casi me caigo al piso de emoción. Cuando vi que competía con Cristián Sánchez, uno de mis directores chilenos favoritos, y con La nana, que luego ganó en Sundance, menos lo creía. Fui al Festival sin ninguna expectativa. Estar ahí era demasiado para mí.

En el jurado estaban Soledad Salfate, montajista chilena, Sebastián Freund, productor chileno, y un argentino de pelo largo que sabía que me caería bien porque se parecía a Val Kilmer. En mi adolescencia algunos ami-gos me llamaban Mal Quilmes porque me creía Jim Morrison (sí, me creía), pero en realidad imitaba al Morrison de la película de Oliver Stone, inter-pretado por Val Kilmer.

Ese argentino era Javier Porta Fouz, programador del Bafici y crítico de la revista El Amante. Luego de la función, Te creís la más linda tuvo su primera in-vitación a un festival como película terminada. Ese festival era el Bafici. Javier me dijo que ese modo de hacer comedia se veía poco en el continente y no sé qué otras cosas que me hicieron inflar el pecho por primera vez como cineasta. Si bien no hubo premio, siempre sentí que Porta Fouz fue quién me descubrió.

Quizás porque la primera vez que se escribió algo sobre mi cine fue en una nota que hizo para El Amante sobre su experiencia como jurado en Valdivia. Se titulaba “Se viene Chile” y destacaba que, de cinco películas, tres coque-teaban con la comedia, su género predilecto. De Te creís la más linda decía “una de esas city movies que, como ocurrió con 25 watts en Uruguay o Pizza,

El amor es mutuoChe Sandoval

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birra, faso y Rapado en Argentina, pueden llegar a iluminar una zona poco explorada y tener descendencia”. Yo no había visto ninguna de esas películas, así que partí a ver con qué se emparentaba mi ópera prima. Al tiempo que las vi, entendí por qué tanta gente me decía que Te creís la más linda era una mala copia de 25 watts.

Años más tarde se escribió El novísimo cine chileno, libro en el que cada crítico nacional elegía un director de la generación para hablar sobre su cine. El único crítico extranjero que participó fue Porta Fouz, que pidió hablar sobre mi cine. No había leído nada tan certero al respecto antes.

En 2010 presenté la película en el Bafici. Cuando llegué, ya no queda-ban entradas para ninguna función. El título Te creís la más linda (pero erís la más puta) había causado furor y risas; hoy posiblemente causaría furia y enojo. Quizás me autocensuraría, quizás me censurarían. La cuestión es que es un título justo para la película –que no tiene nada de machista– y que el público del Festival recibió muy bien. Pero eran otros tiempos y otro tema. Lo primero que dijo Javier al presentarme fue: “Posiblemente el mejor título de la historia del Festival”. De ahí quedó la idea de que hacía grandes títulos. Nunca más logré otro de ese nivel.

En ese Bafici sentí que había una conexión entre mi cine y los argentinos. En Chile, la risa se relacionaba con lo burdo, con lo superficial; acá, y sobre todo en el Bafici, se respetaba el humor. Al mismo tiempo, me enamoré del Abasto, barrio en el que se hacía esa edición, y comenzó mi relación con Buenos Aires.

En ese, mi primer Bafici, en el subterráneo del bar Le Troquet, alguien me dijo que eso de “el más” y “la más” era “argento”, que venía de la serie Okupas, que “el más poronga” y “el más capito”..., y que yo era “el más copión y lrpm-qtmp”. La verdad es que era un copión, pero no había visto Okupas; yo, ha-blando como ellos hablan, les copiaba el modo de hablar a unos amigos que, justamente, son los que actúan en la película. Y ellos me decían que “el más” y “la más” venían de Los Simpson, que no tenía nada que ver con Argentina. Aunque cada vez creo más que Los Simpson son argentinos, que Buenos Aires es Springfield y que tienen al señor Burns por excelencia.

Como buen copión que era, cuando chico le copiaba todo a mi hermano. La primera cosa en la que no lo copié fue que no hinché por Alemania en el Mundial del 90. Yo, como me decían Che, le hinchaba a la Argentina. Tenía cuatro años, pero me acuerdo. Me acuerdo de los penales con Yugoslavia y

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con Italia. Como yo jugaba al arco, me gustaba Goycochea, siempre lo en-contré mejor que Pumpido. Luego admiré a Batistuta y comencé a dejarme el pelo largo y a jugar de 9. De un modo u otro, siempre amé a la Argentina. Quizás me gustaba que en Chile a todos les caían mal los argentinos. Más en el deporte, porque en la música eran ídolos. Además después ganaron la Copa América de 1991 en Santiago.

También recuerdo una Copa Davis en la que un periodista decía con sor-presa que los doblistas argentinos (Gumy y Frana, creo) tenían el pelo corto y no usaban aros, mientras que el Chino Ríos y Nico Massú sí. Que era el mun-do al revés, que los argentinos eran los raros. Así era mi país en ese entonces: ultraconservador. Hoy cambió un poco eso, por lo menos desde lo superficial.

Las vueltas de la vida y, en realidad, las vueltas de ese primer Bafici hicie-ron que terminara viviendo de este lado de la Cordillera. Siempre digo que Chile es como Sócrates (el consenso, la estabilidad, partir de las mismas bases para llegar a concluir lo mismo) y que Argentina es como Heráclito (los polos opuestos que chocan eternamente, el caos, la energía), y siempre me gustó más Heráclito, así que acá sigo. Donde la gente choca y choca y no cede contra nada, sea del bando que sea. Es verdad que hay dos posiciones pero lo de la grieta es mentira. Una grieta separa físicamente las cosas, y acá la separación es ideológica. En Chile hay grieta y es física. La gente no se combina mucho.

Desde que me vine a vivir me dicen que soy el chileno más argentino del mundo. Debe ser porque me dicen Che. Aunque al argentino le cae mal que un chileno se haga llamar Che. “Che hay uno solo, es como si te llamaras Carlos Gardel”, me dicen.

Desde 2010, mi relación con el Bafici ha sido constante: ese año estu-vo Te creís la más linda en la sección Cine del Futuro; en 2012, Soy mu-cho mejor que voh, en el BAL; en 2013, esa misma película ya terminada, en la Competencia Internacional; en 2016 fui jurado de la Competencia Latinoamericana; en 2017 participé de los gifs previos a cada función, y este 2018 estreno mundialmente mi última película, Dry Martina, la primera con producción argentina, además de escribir en este libro.

Ningún otro festival me ha querido tanto como el Bafici, y el amor es mutuo.

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1999. Veo Silvia Prieto y lo vivo como un momento importante. Recuerdo el plano del bar Okey, el saludo a Garbuglia desde un auto, Mar del Plata con mucho viento debajo de una recova y los pollos trozados. El mundo contun-dente de Martín Rejtman es el inicio de esta larga historia.

Fiesta de cierre en un bar de dos pisos de Medrano y Costa Rica. Fervor. Clima de conquista generacional. Inconsciencia hermosa.

2000. Seymour Cassel presenta Opening Night en 35mm en alguna sala del Abasto. Luego disfruto de cada una de las películas de la retrospectiva de John Cassavetes.

2001. Con Ulises Rosell y Andrés Tambornino vemos por primera vez la copia en 35mm de El descanso en Cinecolor. En unas horas es la función de prensa; a la noche, el estreno. El crítico Diego Batlle publica una crítica ese mismo día. Nos indignamos. ¡La vio en VHS! La crítica no era buena. Se espe-raba más de nosotros, decía. Unos días más tarde recibimos premio a la Mejor Película Argentina. Pero la alegría es moderada, esperábamos más del Bafici.

Platform, de Jia Zhangke, es la mejor película del Festival, y se ve que el jurado piensa lo mismo porque le dan el premio principal.

Novecento es un bar muy caro de Las Cañitas. Voy colado a una “re-cepción” en honor a Jim Jarmusch. A cuatro metros de él, mis amigos y yo demoramos la única cerveza gratis que pudimos rescatar. Somos groupies de una banda neoyorquina. Novecento, nos dicen, tiene sucursal en Nueva York. Fantasía porteña, fantasía también del Bafici aspiracional.

2002. Enrique Bellande gana la Competencia Argentina con Ciudad de María y lo vivimos íntimamente como un triunfo del grupo de amigos. La

Anuario personalRodrigo Moreno

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copa queda en casa. Con Rafael Filippelli nos metemos en una de las salas a ver Spiritual Voices, de Sokurov. Entramos a las diez de la mañana, salimos a las cuatro de la tarde. Probablemente a esa altura, los únicos espectadores. Complicidad eterna: Rafa, Sokurov y yo.

2003. En un auditorio en el Museo de los Niños tengo que pitchear El custodio en una de las primeras ediciones del BAL. La Fundación Antorchas me da un premio en dólares por hablar de una película que no hice todavía. En el jurado, Batlle.

Primera vez que veo dos veces una película en el Bafici: se trata de Turning Gate, de Hong Sang-soo. La segunda me gusta más que la primera. Me con-vierto rápidamente en devoto de su cine.

2004. El cine América de Callao y Santa Fe reabre sus puertas especial-mente (y solo) para el Bafici. Emoción: fue uno de los cines de mi infancia. Se proyecta Goodbye, Dragon Inn, de Tsai Ming-liang. Es una película que transcurre durante la última proyección de un cine que va a cerrar. De alguna manera, una experiencia en 3D.

Después veo con Mariano Llinás Whisky Romeo Zulú, de Enrique Piñeyro. Me dice: “Primera vez que un director despega un Boeing en toma”.

2005. Por primera vez, un rodaje me impide asistir al Festival.2006. Me invitan a abrir el Festival con El custodio. El distribuidor se

opone y la estrena una semana antes. La película es un éxito en el Abasto pero la sacan porque empieza el Bafici.

2007. No puedo recordar en qué edición fue exactamente que vi Reminiscences of a Journey to Lithuania, de Jonas Mekas, en la Lugones. Probablemente haya sido en esta. Pero sí puedo recordar muchos de sus pla-nos y la sensación total de nostalgia con la que bajé esos diez pisos por escalera.

2008. Inmejorable apertura en el primer Festival que dirige Sergio Wolf: Jogo de cena, de Eduardo Coutinho, en el cine 25 de Mayo. Esta edición es recordada por la humareda infernal que invadió la ciudad durante varios días. Recuerdo humo dentro del cine, pantallas borrosas y decenas de imáge-nes extraordinarias. Sobre todo por la noche.

Según el catálogo, que todavía conservo, vi 26 películas. Recuerdo La France, de Serge Bozon, y también un domingo muy temprano a la mañana Encounters at the End of the World, de Werner Herzog, con Lorena y una pareja de amigos, Bruno y Karina. El plan incluye desayuno-almuerzo en Las Violetas después de la película. Buenos Aires, mejor ciudad del mundo.

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2009. Me convocan para ser jurado del BAL. Me indigno con los premios que dan las casas de posproducción y otros auspiciantes. En la conferencia de prensa me encargo de poner énfasis en la miserable cantidad de horas que ofrecen para edición, mezcla y alquiler de equipos.

Me gustan mucho dos películas argentinas: Castro, de Alejo Moguillansky, y Entrenamiento elemental para actores, de Martín Rejtman y Federico León. Pero lo mejor del Festival viene del pasado: Une sale histoire y Mes petites amoureuses en la retrospectiva de Jean Eustache.

2010. Ruhr, de James Benning, y ese plano genial de las hojas del árbol que se baten recién a los ocho minutos cuando anticipan el paso rasante de un avión. Policía, adjetivo, de Corneliu Porumboiu, en un Atlas Santa Fe col-mado. Cuando la mujer del policía le corrige la gramática de su informe po-licial por primera vez, y eso genera una pequeña discusión conyugal, me doy cuenta de que estoy frente a una de las mejores películas que vi en un Bafici.

2011. Sergio me ofrece abrir el Festival con Un mundo misterioso, la pe-lícula que filmé cinco años después de El custodio. Le digo que no, que pre-fiero ir a la Competencia Argentina. Pasa totalmente desapercibida para los jurados. También para el jurado de la Asociación de Fotógrafos, que le otorga un premio a mi director de fotografía pero por otra película, filmada con una camarita de video. Comienza para mí la fatídica desaparición del 35mm.

Sin embargo, hay una proyección inolvidable de Un mundo misterioso en el Atlas Santa Fe 1, mi cine favorito desde siempre. Otra experiencia 3D: la película y la sala se comunican perfectamente. No entiendo cómo dejamos morir tan fácilmente al Atlas Santa Fe.

Me gusta Dad, del esloveno Vlado Skafar, y un insólito documen-tal italiano que veo con mis amigos Rosell y Tambornino: Palazzo delle Aquile, sobre unas familias que toman un concejo deliberante por tiempo indeterminado.

2012. Soy jurado de la Competencia Internacional. Tengo el privilegio de contar con una credencial que me permite entrar a ver todo. Esto me genera un estado de felicidad muy grande. Comparto jurado con Miguel Gomes y nos hacemos compinches. Comemos juntos todos los días, discutimos las películas, hablamos de cine y de fútbol; pero cada tanto Gomes es rodeado por una corte insufrible de programadores internacionales que lo adula sin parar. Dejo de interesarme. Coincidimos en darle los dos premios mayores a una misma película: Policeman, de Nadav Lapid.

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2013. Retrospectiva de Hong Sang-soo. Me doy cuenta de que vi casi todas y siempre en el Bafici.

Participo del BAL una vez más. Me dan un premio consuelo: viajar a Cannes a pasar el Work in Progress de Réimon. Voy por primera vez a ese Festival pero no tengo hospedaje. Viajo con mochila, carpa y bolsa de dor-mir. En el stand del INCAA sobre el Mediterráneo, una empleada me ve y se sorprende: “¿Qué hacés vos acá?”. El énfasis de su pregunta se concentra en la palabra “vos”.

2014. Réimon en la Competencia Argentina. Marcela Días y su familia en el cine. Intensidad política en los debates luego de cada proyección. Otra vez el jurado se olvida a la hora de los premios.

Mauro, de Hernán Rosselli, es lo mejor que ofrece el cine argentino en este año.

2015. Días extraños, de Juan Sebastián Quebrada, nace en el taller que damos con Juan Villegas desde hace cinco años. La acompañamos luego como productores asociados. Gana el Fondo Metropolitano y participa de la Competencia Internacional. Felicidad el día de su estreno, larga celebración en el bar francés de la calle Humahuaca.

Tengo fascinación por una película india extraña: La acusación, de Chaitanya Tamhane, filmada mayormente en planos generales. Luego la premian y me pregunto si el jurado habrá advertido la particularidad de los tamaños de plano.

2016. Las lindas, otra película surgida del taller que damos con Juan, par-ticipa de la Competencia Argentina. La película no puede estar más en sinto-nía con su tiempo, y Melisa Liebenthal recibe el premio a Mejor Directora.

2017. Estreno Una ciudad de provincia, una película aun más pequeña que la anterior. Es bien recibida por los amigos, por el público y también por los críticos, y hasta gana una Mención Especial del Jurado. La invitan a algu-nos festivales. Hans Hurch me escribe un mail extenso a favor de la película y la invita a Viena. Hans morirá meses más tarde, y cuando la presente allá, leeré nuestra breve y entusiasta correspondencia.

Veo una gran copia restaurada de Mudar de vida, de Paulo Rocha. La película es deslumbrante y no hay film contemporáneo a su altura.

2018. Me invitan a escribir para este libro. Solo se me ocurre hacer este recorrido inevitable y resumidísimo de mi paso por el Bafici. La mayoría de las veces hubiera preferido ser solo espectador. Ser cineasta y presentar mis

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películas allí ha sido trabajoso. En cambio, como espectador, el camino ha sido siempre feliz. No hubo edición en la que no haya quedado fascinado con al menos una película. El descubrimiento de una decena de cineastas que sigo y admiro ha tenido lugar en el Bafici. Para mi formación cinéfila y cinematográfica el Festival sigue siendo esencial. El termómetro de lo que se está haciendo en el mundo lo obtengo ahí. Maduré como espectador gracias al Festival. Maduré sin envejecer. Al contrario, el Bafici nos propone ser es-pectadores jóvenes. Y uno rejuvenece allí, año tras año. Al menos es lo que el Bafici nos hace creer, ¿acaso no será esa su misión secreta?

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FOTOGRAFÍAS

Página 129 �e Tale of the Princess Kaguya, de Isao Takahata, en el Parque Centenario, (16) Bafici, 2015.

Páginas 130/131 Apertura en el Village Recoleta con �e Congress, de Ari Folman, (15) Bafici, 2014.

Páginas 132/133 Hoyts Abasto, (14) Bafici, 2012

Página 134 Kelly Reichardt, (11) Bafici, 2009.

Página 135 1. Matías Piñeiro y Alejo Moguillansky, (11) Bafici, 2009. 2. Mariano Llinás, (12) Bafici, 2010. 3. Bruno Dumont, (12) Bafici, 2010.

Página 136 Plaza San Martín de Tours, (11) Bafici, 2009.

Página 137 Juana Molina en Chaplin x Músicos Argentinos, (11) Bafici, 2009.

Páginas 138/139 1. Chris Petit, (12) Bafici, 2010. 2. Graciela Borges, (12) Bafici, 2010. 3. Fiesta de clausura en la Usina del Arte, (18) Bafici, 2016.

Página 140 1. Fanáticos de Santiago Segura, (13) Bafici, 2011. 2. Violeta Bava, Patricia Drati Rø, Ilse Hughan y Tine Fischer, (14) Bafici,

2012. 3. Joy Division, de Grant Gee, en el Parque Centenario, (14) Bafici, 2012.

Página 141 1. Gastón Solnicki, Maximiliano Schonfeld, Martín Piroyansky y Gabriel Medina, (14) Bafici, 2012.

2. Rosario Bléfari, (14) Bafici, 2012. 3. Joy Division, de Grant Gee, en el Parque Centenario, (14) Bafici, 2012.

Página 142 1. Isabelle Huppert, (17) Bafici, 2015. 2. Marcelo Panozzo y Hugo Santiago, (17) Bafici, 2015. 3. Alejandro Agresti, (17) Bafici, 2015.

Página 143 1. Luis Ortega y Juan Bautista Stagnaro, (14) Bafici, 2012. 2. Hoyts Abasto, (12) Bafici, 2010. 3. Rubén Guzmán y León Ferrari, (14) Bafici, 2012. 4. Rodrigo Moreno, (19) Bafici, 2017. 5. Videoteca, (13) Bafici, 2011.

Página 144 Entrega de premios en el Centro Cultural Recoleta, (14) Bafici, 2012.

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¿Cuál fue la primera actividad del Bafici a la que fui? Me encantaría recordarlo, tanto como el primer beso, la primera película o el primer

partido de fútbol. De mi primer partido sí me acuerdo: 1965, River-Ferro en el Monumental. Ganó Ferro 3 a 1, para sorpresa de todos los presentes y la mía incluida. “Ferro es la sombra negra de River”, me dijo mi viejo esa tarde de domingo, no sé si para consolarme o para inquietarme ante próxi-mos enfrentamientos con el equipo verdolaga. Mi debut en las canchas había empezado con el pie izquierdo. Y no soy zurdo.

Políticamente sí soy zurdo, y tal vez por eso un recuerdo fuerte del Bafici fue la vez que vi, en la edición de 2008, Profit Motive and the Whispering Wind, de John Gianvito, en la que el realizador recorre la historia oculta de los Estados Unidos a través de sus cementerios, lápidas y placas.

No recuerdo cuál fue la primera actividad a la que fui, pero sí recuerdo un evento de ese primer Bafici. Lo recuerdo a mi manera. Es decir, mal. Fue una charla pública en lo que se llamaba “el patio seco” del Abasto (no sé si se sigue llamando así). Una charla concurridísima, porque el que la daba no era otro que... ¿quién? Aseguraría que fue Jim Jarmusch, ya que cuando la recuerdo se me presenta en la imaginación el pelo cano característico del realizador de Paterson. A propósito, me gustaría ver una foto en la que Jarmusch no esté canoso. ¿Existen fotos en las que Jarmusch no esté canoso? ¿Desde cuándo tiene canas?

No recuerdo la primera actividad, pero sí algunas otras. La vez que vi Sátántangó, de Béla Tarr, por ejemplo, que empezó un domingo por la tarde temprano y terminó a la noche, ya que la película dura siete horas y media.

Lo dudoHoracio Bernades

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Se exhibió con un intervalo, como se estilaba en los primeros 60 con las superproducciones estilo Lawrence de Arabia, La caída del imperio romano o La conquista del Oeste. O también como la legendaria primera función de Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, en 2008.

Recuerdo Sátántangó por el poderoso blanco y negro, por la experiencia de entrega e inmersión que el fenómeno suponía y por la intensidad, yo diría que bergmaniana, de la película, que narra la entera decadencia de un pueblo centroeuropeo. Una intensidad que encontré en el propio Bafici en películas iraníes de los 90 y 2000, de Kiarostami o de otros, o en algunas orientales, sobre todo japonesas o coreanas, o en las del portugués Pedro Costa. Y medio que pará de contar, aunque tal vez me esté comiendo algún cine o realizador, otra posible consecuencia de mi desordenada memoria.

Ese es todo un tema: el de la pérdida de intensidad, de películas impor-tantes (aunque el adjetivo cause repulsa, y a mí también, creo que habría que empezar a recuperarlo, aunque más no sea para evocar algo que alguna vez existió y ya no existe más) en el cine contemporáneo. Importantes en el sentido de comprometidas con lo que dicen y con cómo lo dicen, y también de ambiciosas, de no conformarse con el pequeño relato, con la cómoda pe-queñez de miras. ¿Importantes en el sentido de profundas, otro adjetivo que la contemporaneidad abomina? Tal vez, por qué no.

En relación con el Bafici, esa es una diferencia que noto entre las pri-meras y las últimas ediciones: la grilla me despierta cada vez menos interés, cada vez menos entusiasmo, porque según mi punto de vista (tan discutible como cualquier otro), desde hace unos años que el cine contemporáneo –con excepción del rumano, tal vez el único que mantiene la vara alta– viene perdiendo interés, entusiasmo, necesidad y densidad.

Sobre todo necesidad, creo. Uno ve cualquier película clásica y siente que es necesaria. Que el realizador necesitaba hacerla, que el mundo o la épo-ca necesitaban que se hiciera, que nosotros necesitábamos verla. Lo mismo pasa con películas recientes, desde cualquiera de Kiarostami hasta Visages Villages, de JR y Agnès Varda, pasando por la mencionada Sátántangó, la propia Historias extraordinarias (por lo que pude ver, me temo que no va a pasar lo mismo con La flor) u Oldboy, de Park Chan-wook. O Mother, de Bong Joon-ho. O todo el cine rumano, como queda dicho.

Pero las que quedan son excepciones: el grueso del cine contemporá-neo responde más a una lógica de mercado (hay que hacer tal cantidad de

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películas por año, cada cineasta debe mantener una regularidad para que no se olviden de él, los festivales necesitan cientos de películas nuevas al año) que a una lógica artística, en la que se impone una razón del autor, una ne-cesidad de decir o experimentar o mostrar o hablar.

Hay una enorme cantidad de festivales de cine en el mundo entero (el cálculo hace unos años era más o menos de un festival diario), cada uno de ellos (o muchos de ellos, el Bafici incluido) proyecta en cada edición una enorme cantidad de películas, algunos (Cannes, Berlín, Venecia, Locarno, Sundance) exigen que sean todas o casi todas estrenos. Y hay pocas realmente valiosas, realmente novedosas, que realmente haya que ver. Se amplía cada vez más la grieta entre la cantidad de oferta festivalera y la calidad de lo que se oferta, por lo cual la concurrencia al Bafici se fue haciendo para mí cada vez menos urgente, cada vez más frustrante. Y eso que tengo una credencial que me permite acceder gratis a todas las funciones. ¿Qué pasaría si no tuvie-ra la obligación profesional que me lo impone y la ventaja de la gratuidad? ¿Seguiría yendo al Bafici tanto como voy?

Me voy a responder a mí mismo citando una de las experiencias más di-vertidas que el cine me permitió vivir, a mediados de los 80, cuando Pedro Almodóvar bajó a Buenos Aires con parte de su troupe, rodeados de un culto, un furor y una sensación general de “esto es lo que hay que ver” dignas de un grupo de superstars de rock. En una presentación en el viejo teatro SHA de la calle Sarmiento, tan fuera de circulación como tanto cine que ya no existe, Pedrito acometió, a pedido de un espectador y en el más calenturiento estilo Pedrito Rico, la interpretación de un bolero clásico que creo que en los años 50 hacía el Trío Los Panchos. El bolero se llama “Lo dudo”. El manchego se lo cantaba al espectador mirándolo a los ojos como si fuera Marilyn con algún desprevenido, y yo también dudo de que seguiría yendo tan seguido, tan fanáticamente al Bafici como lo hice durante tanto tiempo, de no ser por mi bendita credencial multitarget.

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Veinte años es la medida clásica del tiempo pasado, gracias al tango y a Alejandro Dumas. El lapso meridiano desde donde trazar la distancia

que nos separa de los jóvenes de ayer: no solo la que media entre al menos dos generaciones, sino de una misma en el espejo de sus veinte años después, cuando la mirada febril que te busca y te nombra. Los veinte son los años míticos de la juventud y de la inocencia perdidas, y los veinte más que han pasado entre ellos y su recuerdo presente son, acaso, la conciencia de la ma-durez; acaso, la autoconciencia de una historia. El punto de encuentro entre lo que fuimos y lo que aún esperamos ser.

Para quienes tuvimos veinte años en los 90 –es decir, para todos los que de un modo u otro fuimos parte de esa generación, ganada o perdida–, el Bafici fue uno de los modos del autorreconocimiento, aunque solo fuéramos desencantados estudiantes de cine y desconfiados espectadores que se encon-traron finalmente en una proyección común. Mundo grúa fue la punta de lanza de esa esperanza, que venía a reafirmar lo que Pizza, birra, faso había propuesto poco antes en el Festival de Mar del Plata. “Hay un nuevo cine ar-gentino”, aseguraba su afiche. Esa buena nueva encontraba ahora su Mesías, y –si se me permite la boutade– su Iglesia y sus pastores.

Esa generación de críticos y cineastas en ciernes encontró en el Bafici un lugar al cual peregrinar cada año a manifestar su fe. Cuando poco después la Argentina estalló en una de sus dolorosas crisis cíclicas, esa comunidad cinéfila encontró de algún modo su destino anunciado, mientras el mundo entero descubría con asombro que bajo los adoquines de 2001 había arena de playa, al menos en el cine argentino. El crecimiento de ese cine “indepen-

Errante en las sombrasNicolás Prividera

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(20) BAFICI

diente” fue vivido como un renacimiento, del que el Bafici iba mostrando año a año su evolución, a propios y extraños, a festejantes y a escépticos. El Festival se ungió así como lugar de encuentro e integración con los deseos y motivos del cine contemporáneo, en un momento en que el mismo cine argentino ocupaba un lugar central en ese ecosistema, bajo las luces de un mercado global siempre ávido de novedades.

Esa alianza resistió, con sus idas y vueltas, durante largos años; acaso hasta la disonante reacción ante Historias extraordinarias, alabada por la crítica lo-cal e incomprendida por la extranjera: una década después del primer Bafici, y ante el agotamiento de un modelo que seguía llenando año a año sus pan-tallas (el prototípico film de vagabundeo adolescente), la película de Mariano Llinás fue un manifiesto autoconsciente –tras el traspié autoindulgente de la premiada UPA! Una película argentina–, hecho esta vez desde las entrañas del modernismo del Nuevo Cine Argentino, en favor de un giro que nunca tuvo lugar, o acaso fue de 360 grados. El mismo Llinás expandió su programa otra década después con La flor, del mismo modo en que Martín Rejtman había repetido –¿derrapado?– su cansina juvenilia de veinte años antes con Dos disparos.

Nada nuevo bajo el sol. Lo que seguía faltando (en el Bafici, y en el cine argentino en general) era un cine que interpelara a su propia época, como el que ese Nuevo Cine Argentino había venido a alumbrar –con cierta ingenui-dad o complicidad– en medio de la decadente fiesta menemista.

Veinte años después, entonces, el presente del Bafici no puede sino seguir unido a ese ya no tan nuevo Nuevo Cine Argentino, como un hermano siamés envejecido a la par. Pues el tiempo no trae de por sí la madurez sino una persistente nostalgia anticipada, como sucede en buena parte de las jó-venes-viejas películas que vemos año a año en loop. Entre ese eterno retorno de ciertos tópicos juvenilistas (en manos de nuevas o viejas generaciones per-didas), y el aburguesamiento de su asimilación burocrática al cine industrial (con su previsible corrección de géneros), el Nuevo Cine Argentino parece haberse diluido en la irrelevancia, sin que nadie se atreva a consignar su muerte, tal vez porque eso implicaría empezar a preguntarse por la incógnita de su herencia.

¿Dónde está, veinte años después, esa llama –o ese fuego fatuo– de los inicios? En medio de una época que también parece un revival extenuado de aquellos neoliberales años 90 que lo vieron surgir, no parece haber una nueva

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Otoños porteños - Historias del Bafici en sus primeros 20 años

generación que quiera proponer discusiones estéticas, no digamos ya políticas. Acaso el Nuevo Cine Argentino empezó a sucumbir cuando fue canonizado críticamente e incorporado a un sistema productivo del que el Bafici fue, para bien o para mal, parte. Tal vez aquellos cineastas –que no sabían que había existido otro Nuevo Cine Argentino décadas antes, vencido por otras impo-sibilidades– tampoco tenían una conciencia política clara, y solo los movía su hartazgo (más estético que ético) ante un cine que ya no los representaba.

¿Hay alguien, hoy, buscando su lugar en medio de un cine que no lo representa y buscando filmar a su vez lo no representado, como hicieron alguna vez Adrián Caetano o Pablo Trapero? ¿Y tendremos, en este Bafici au-toconsciente y los que vendrán, la posibilidad de ver aquello que está ausente en las otras pantallas? ¿Llegará, en fin, una joven generación de cineastas y críticos que vuelva a renovar su fe en el futuro? ¿Veremos, en fin, alguna vez, otro Nuevo Cine Argentino preocupado por el presente? La respuesta está flotando en el viento.

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Nostalgia cero. Revisando los catálogos de los años iniciales del Bafici, la sensación es de vértigo, regocijo, y hasta de incredulidad. ¿Cómo

fue posible hacer todo eso, en tan poco tiempo, con tan pocos recursos, con tantas trabas burocráticas, con tantas veleidades políticas desde las distintas jefaturas de Gobierno? Y me lo pregunto habiendo sido parte del Festival incluso desde su gestación, cuando participé de algunas reuniones previas a su primera edición. En 1999, sin embargo, el Bafici me encontró en mi trinchera habitual, como crítico de Página/12, desde donde mis colegas y yo lo acompañamos con espíritu militante: había tanto por descubrir y por escribir sobre aquello que se veía por primera vez en Buenos Aires.

¿Quiénes eran, hace veinte años, Hong Sang-soo y Jia Zhangke? Todavía recuerdo la proyección en la Lugones de Xiao Wu, la ópera prima de Jia, que nos abría de pronto los ojos a un cine verdaderamente nuevo. Lo mismo sucedía con �e Power of Kangwon Province, de Hong. Esos dos nombres fueron luego una constante en el Festival.

En la Competencia Internacional de 1999 asomaba una película llamada Mundo grúa y, en funciones especiales, Silvia Prieto y La expresión del deseo: Pablo Trapero, Martín Rejtman y Adrián Caetano daban cuenta de que sur-gía también un nuevo cine argentino a la par de los nuevos cines del mundo y que el Festival estaba allí para convertirse en su plataforma de lanzamiento.

Entre 2000 y 2004 (con un hiato en 2001) integré el equipo de progra-mación del Festival. Desde ese lugar, la primera sorpresa fue encontrarme con una dificultad impensada: cuando quisimos programar Juha, de Aki Kaurismäki, descubrimos que el distribuidor internacional nos derivaba al

El canon cinéfiloLuciano Monteagudo

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Otoños porteños - Historias del Bafici en sus primeros 20 años

distribuidor local. Alguien había comprado para su estreno comercial en la Argentina una película finlandesa, rodada en blanco y negro y sin diálogos, a la manera del cine mudo. Algo había cambiado en la cartelera porteña después del éxito impensado de El sabor de la cereza y del primer Bafici. Y el de Juha no era el único caso. El Festival estaba teniendo un impacto sobre la cartelera local, estaba alterando su soporífero perfil monolítico, estaba descu-briendo que había un público que pedía un cine distinto.

En esos años los descubrimientos se iban acumulando. Programadores y críticos de todo el mundo encontraban en el Bafici focos y retrospectivas de ci-neastas de sus propias regiones que ellos mismos no conocían en profundidad, o que el Bafici ponía en valor por primera vez, de Pedro Costa a Peter Mettler. Ni qué hablar de Hugo Santiago o Edgardo Cozarinsky. O La libertad, la ópera prima de Lisandro Alonso, que se vio en el Bafici antes que en Cannes, una práctica que luego se hizo casi imposible porque al gran Festival no le causaba nada de gracia que los críticos franceses vieran las películas argentinas antes, acá en Buenos Aires.

Con cada nueva edición, el Festival se iba haciendo más y más popular, al mismo tiempo que se radicalizaba en su apuesta estética. Las salas se col-maban para escuchar a Béla Tarr presentando y discutiendo su Sátántangó o para ver las casi seis horas de La commune (Paris, 1871), de Peter Watkins. El taiwanés Tsai Ming-liang (traducido por Verónica Chen) presentaba El agujero mientras el diluvio de la película parecía contagiar a Buenos Aires, que esa noche quedó inundada.

Es notable comprobar cómo gran parte del canon que todavía sigue vi-gente fue apareciendo en las primeras cinco ediciones: de James Benning a Eugène Green, de João Pedro Rodrigues a Apichtapong Weerasethakul, de Takashi Miike a Harun Farocki, de Johnnie To a Heinz Emigholz, de Bong Joon-ho a Harmony Korine, de Hou Hsiao-hsien a Valeska Grisebach. ¿Aparecerá un nuevo canon o ese que todavía sigue vigente será el último antes del gran apagón que propicia Netflix? Esa pregunta les cabe responder a quienes en su momento celebren el Bafici número cuarenta.

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Participo del Bafici desde el comienzo. He vivido estos veinte años con una intensidad formidable: como espectador, como colaborador, como

director de cine, como jurado, como persona que –eventualmente– ha discu-tido y se ha peleado con todos. Aun así, no forma parte de mis costumbres la evocación laudatoria ni el anecdotario escolar, ni la escritura de efemérides. Prefiero, en cambio, pensar en el futuro. He aquí lo que, en mi opinión, el Bafici debería ser en los veinte años siguientes. Conseguirlo, exigirlo, de-fenderlo es algo a lo que cada uno de los que formamos parte de él debería obligarse.

El Bafici, en mi opinión, debería ser:-Un Festival que comprenda que las personas que fabrican las películas

son más importantes que las que comercian con ellas, que las que buscan ganar dinero gracias a ellas, que las que las utilizan para pavonearse, que las que las piensan como una herramienta para sus propias veleidades.

-Un Festival que comprenda que las personas que simplemente ven las películas son más importantes que las que hablan de ellas, que las que es-criben apuradamente sobre ellas, que los que se deslizan entre ellas como señoras chismosas que comentan con malicia el vestido que tal o cual ha llevado al baile.

-Un Festival que comprenda que todos los anteriores son más importan-tes que los funcionarios y los políticos: que no se preste a ser el escenario de discursos, de frases de protocolo, de prólogos escritos por asesores, de mani-pulaciones o caprichos de tal o cual secretario o ministro.

-Un Festival que sea igualmente ajeno a esa otra forma del Poder: La

Los próximos veinte añosMariano Llinás

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Otoños porteños - Historias del Bafici en sus primeros 20 años

Fama, las estrellas, la televisión, el efímero circo del mundo para quien las películas son apenas una oportunidad para el tendido de alfombras rojas.

-Un Festival que sospeche de las modas, que no obedezca a la automática celebración de los fanfarrones de turno, que descrea de héroes y de príncipes apresuradamente coronados en Cannes o en Locarno que, llenos de ínfulas, bailan su efímero minué por los cines del mundo. Un Festival que entienda al cine como una marea imprevisible en la que los peces más gordos y los peces más pequeños se entrecruzan, se respetan y se necesitan entre sí.

-Un Festival desobediente a las mezquindades del profesionalismo y de la hegemonía técnica; un Festival consciente de que son los objetos imprevisi-bles los que han hecho del mundo algo más bello. Un Festival que albergue a dichos objetos desconocidos y los proteja del violento desdén de los necios.

-Un Festival que, consciente de la recurrente primacía de los mediocres, se erija como un refugio para los sensibles, para los olvidados, para los auda-ces, para las personas de genio.

-Un Festival que recuerde siempre que el cine se ha hecho a balazos, o con caballos atravesando la pantalla, o a los besos, o con vagabundos inge-nuos perseguidos por policías perversos, o con multitudes acribilladas por la guardia del zar, o con mujeres que se arreglan las medias frente al pelotón de fusilamiento, o con hombres disfrazados de gangsters recorriendo París en un auto robado, o corriendo en medio de un maizal porque un avión intenta matarlos. Un Festival que comprenda que, de algún modo sutil y secreto, en esa herencia está su moral.

-Un Festival que incurra en la máxima forma de resistencia en la que un festival puede incurrir: seguir creyendo en el cinematógrafo como un vehí-culo del pensamiento, de la aventura y de la belleza.

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La vigésima edición del Bafici coincide con la más asombrosa revolución comunicacional que haya experimentado la humanidad en un plazo tan

breve. Cuando se realizó la primera edición, la internet apenas comenzaba a convertirse en parte de la vida cotidiana y la digitalización apenas estaba en sus albores. La forma de almacenar películas era el VHS: la videoteca del Festival (no sé si la primera edición tuvo videoteca), las presentaciones, los adelantos a los periodistas, todo ese mundo de películas desconocidas que se abría, maravilloso e insospechado, estaba respaldado por esas cintas torpes y pesadas, frágiles y poco fieles. PAL-N, NTSC, siglas extrañas que los millennials contemplan con la misma incomprensión que tendrían frente a jeroglíficos egipcios. La novedad radical estaba sustentada en un cambio tecnológico que nos liberaba de la arbitrariedad de distribuidores y dueños de cadenas de cines. Sentíamos el privilegio de asistir a la modernidad y a la posibilidad de sacudirnos del encierro con un evento sorprendentemente cosmopolita. No comprendíamos que el cambio recién empezaba y que se iba a acelerar a niveles imposibles de imaginar.

Todo lo que era maravilloso porque era inaccesible fue maravilloso por-que estaba ahí, al alcance de la mano, en las pantallas del Bafici. Es muy difícil medir lo que el Festival nos ha educado, lo que nos sacó de nuestro ombligo cultural, la libertad que nos mostró y las infinitas posibilidades es-téticas que nos ofreció.

Luego vinieron los DVD, los Blu Ray y los links. Como le suele pasar a John Wayne en las películas de John Ford, el triunfo del espíritu globalizador y contemporáneo del Bafici de alguna manera lo hizo anacrónico. O, mejor

El esplendor digno de las causas perdidasGustavo Noriega

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dicho, lo transformó: de ser una vanguardia liberadora, el Festival pasó a convertirse en el reservorio de prácticas culturales en vías de extinción. Hoy, con el cine mundial al alcance de un torrent y con televisores con mejor imagen que más de la mitad de las salas de cine a las que fuimos en nuestra juventud, el Bafici sirve para algo totalmente distinto que en sus comienzos. El encuentro cara a cara, el espíritu comunitario, el valor del experto como curador y guía, todos valores del siglo XX, son los que hacen hoy significa-tivo al Festival. Ahí está el Bafici, con sus seguidores, sus incondicionales, sus enamorados. Como en un antiguo circo, el crítico programador se para delante de la sala y dice: “Pasen y vean, el nuevo genio del cine oriental, no podemos vivir sin conocer su filmografía”. Nada menos contemporáneo que esa necesidad y ningún personaje menos siglo XXI que el especialista.

Me pasa con el Festival lo que me pasa con los parientes y los amigos: me siento totalmente habilitado para criticarlo y mirarlo con distancia, pero salto como un depredador con hambre cuando alguien lo ataca. Algunos de mis mejores amigos han sido y son sus directores: sus gestiones me parecen admirables y la idea general de una acción cultural del Estado mantenida a lo largo de veinte años me resulta casi milagrosa. El hecho de que ya vea al Bafici no como la vanguardia esclarecida sino como un intento romántico de conservar valores en extinción me aleja pero al mismo tiempo me redobla el cariño. Luego de triunfar, ahora el Bafici representa el esplendor digno de las causas perdidas.

Yo te saludo, amigo de dos décadas: aunque no pise una sola de tus salas, seguiré siendo tu más entusiasta defensor.

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TODAS LAS EDICIONESLos premios y los jurados

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161■ Película de apertura: El tren de la vida, de Radu Mihaileanu (Francia)■ Película de clausura: Silvia Prieto, de Martín Rejtman (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Valentina Bassi, actriz (Argentina)■ Barry Gifford, escritor y guionista (Estados Unidos)■ Kim Dong Ho, director del Festival de Pusan (Corea del Sur)■ Fernando Lara, director del Festival de Valladolid (España)■ Carlos Marcovich, cineasta (México)■ Peter van Bueren, crítico (Holanda)■ Whit Stillman, cineasta (Estados Unidos)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Belén Blanco, actriz (Argentina)■ Zita Carvalhosa, productora (Brasil)■ Valeria Golino, actriz (Italia)

PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: After Life, de Kore-eda Hirokazu (Japón)■ Mejor Director: Pablo Trapero, por Mundo grúa (Argentina)■ Mejor Guion: Kore-eda Hirokazu, por After Life■ Mejor Actriz: Monic Hendrickx, por La novia polaca, de Karim Traïdia (Holanda)■ Mejor Actor: Luis Margani, por Mundo grúa. ■ Menciones Especiales: Ana Moreira, por su actuación en Os Mutantes, de Teresa

Villaverde (Portugal); La manzana, de Samira Makhmalbaf (Irán), y El hijo adoptivo, de Aktan Abdykalykov (Kirguistán / Francia)

Competencia Oficial de Cortometrajes■ Mejor Corto: Sell Your Body, Now!, de Marco Puccioni (Italia)■ Mejor Directora: Tove Cecilie Sverdrup, por Kineseren (Noruega)■ Premio del Público: A Day Without a Mexican, de Sergio Arau

y Yareli Arizmendi (Estados Unidos)

1(1) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 1 al 11 de abril de 1999

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2 (2) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 6 al 16 de abril de 2000

■ Película de apertura: El agujero, de Tsai Ming-liang (Taiwán / Francia)■ Película de clausura: Dark Days, de Marc Singer (Estados Unidos)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Paz Alicia Garciadiego, guionista (México)■ Najwa Nimri, actriz (España)■ Richard Peña, director del Programa de la Film Society del Lincoln Center

y director del Festival de Nueva York (Estados Unidos)■ Daniel Schmid, cineasta (Suiza)■ Lita Stantic, productora (Argentina)■ Serge Toubiana, director de Cahiers du Cinéma (Francia)■ Rosemarie Troche, cineasta (Estados Unidos)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Chiara Caselli, actriz (Italia)■ Alberto García Ferrer, director de la Escuela Internacional de Cine y TV

de San Antonio de los Baños (Argentina)■ Juan Carlos Rulfo, cineasta (México)

PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: Recursos humanos, de Laurent Cantet (Francia)■ Mejor Directora: Noémie Lvovsky, por La vie ne me fait pas peur (Francia)■ Mejor Guion: Saša Gedeon, por El idiota, de Saša Gedeon (República Checa)■ Mejor Actriz: ex aequo para Anna Geislerová y Tatiana Vilhelmová, por El idiota■ Mejor Actor: Ewen Bremner, por Julien Donkey-boy, de Harmony Korine

(Estados Unidos)■ Mención Especial: Enrique Piñeyro, por su actuación en Esperando al Mesías,

de Daniel Burman (Argentina)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: Five Feet High and Rising, de Peter Sollett (Estados Unidos)■ Mejor Director: Roberval Duarte, por Rota do Colisão (Brasil)■ Mención Especial: Second Hand, de Emily Young (Reino Unido / República Checa)

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3(3) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 19 al 29 de abril de 2001

■ Película de apertura: Sólo por hoy, de Ariel Rotter (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Jonathan Rosenbaum, crítico (Estados Unidos)■ Simon Field, director del Festival de Rotterdam (Reino Unido)■ Emmanuel Finkiel, cineasta (Francia)■ Lee Chang-dong, cineasta (Corea del Sur)■ Stefania Rocca, actriz (Italia)■ Beatriz Sarlo, ensayista (Argentina)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Ilse Hughan, miembro del comité de selección de la Hubert Bals Fund (Holanda)■ Marcos Loayza, cineasta (Bolivia)■ Pablo Trapero, cineasta (Argentina)

PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: Platform, de Jia Zhangke (China)■ Premio Especial del Jurado: �e Mad Songs of Fernanda Hussein, de John Gianvito

(Estados Unidos)■ Mejor Director: Nuri Bilge Ceylan, por Nubes de mayo (Turquía)■ Mejor Actriz: Yuko Nakamura, por Firefly, de Naomi Kawase (Japón)■ Mejor Actor: ex aequo para Daniel Hendler, Jorge Temponi y Alfonso Tort,

por 25 watts, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll (Uruguay)■ Mención Especial: Blackboards, de Samira Makhmalbaf (Irán / Italia)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: Des morceaux de ma femme, de Frédéric Pelle (Francia)■ Premio Especial del Jurado: Faux contact, de Eric Jameux (Francia)■ Mejor Director: John Hardwick, por To Have and to Hold (Reino Unido)■ Menciones Especiales: Baby, de W.I.Z. (Reino Unido); Julio Arrieta, por su

actuación y el guion de El nexo, de Sebastián Antico (Argentina); Margret Echeverría, por su actuación en Jigsaw Venus; Retrato em fuga, de Nuno Carinhas (Portugal), y Ring of Fire, de Andreas Hykade (Alemania)

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4

■ Película de apertura: El empleo del tiempo, de Laurent Cantet (Francia)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Peggy Chiao, productora (Taiwán)■ Jacques Gerber, programador de la Quincena de los Realizadores del Festival de

Cannes (Francia)■ Don McKellar, cineasta (Canadá)■ Edgardo Cozarinsky, cineasta y escritor (Argentina)■ Han Sang-jun, programador del Festival de Pusan (Corea del Sur)■ Roger Guenveur Smith, actor y guionista (Estados Unidos)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ Diego Batlle, crítico (Argentina)■ Fiona Villella, crítica (Australia)■ Massimo de Grandi, programador y cineclubista (Italia)■ Mark Peranson, crítico (Canadá)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Bernard Benoliel, director del departamento de Difusión Cultural de la Cinemateca

Francesa (Francia)■ Tiziana Finzi, programadora del Festival de Locarno (Italia)■ Albertina Carri, cineasta (Argentina)

(4) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 18 al 28 de abril de 2002

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PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: Tornando a casa, de Vincenzo Marra (Italia)■ Premio Especial del Jurado: Tan de repente, de Diego Lerman (Argentina)■ Mejor Director: Michael Gilio, por Kwik Stop (Estados Unidos)■ Mejor Actriz: Ronit Elkabetz, por La mujer de mi vida, de Dover Kosashvili

(Israel / Francia)■ Mejor Actor: Lennie Burmeister, por Bungalow, de Ulrich Köhler (Alemania)■ Mención Especial: A la izquierda del padre, de Luiz Fernando Carvalho (Brasil)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ Mejor Película: Ciudad de María, de Enrique Bellande■ Mención Especial: Late un corazón, de Raúl PerroneCompetencia Oficial de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje de la Competencia Internacional: Sobre la tierra,

de María Florencia Álvarez (Argentina)■ Mejor Directora de la Competencia Internacional: Kate Cragg, por Shell

(Reino Unido)■ Mejor Cortometraje de la Competencia Argentina: La sombra, de Nicolás Tuozzo

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■ Película de apertura: Vendredi soir, de Claire Denis (Francia)■ Película de clausura: La mecha, de Raúl Perrone (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Cis Bierinckx, programador (Bélgica)■ Bruni Burres, directora del Festival de Human Rights Watch (Estados Unidos)■ Michel Demopoulos, crítico y director del Festival de Salónica (Francia)■ John Gianvito, cineasta (Estados Unidos)■ Vincenzo Marra, cineasta (Italia)■ José María Prado, director de la Filmoteca Española (España)■ Pablo Rovito, productor (Argentina)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ José Carlos Avellar, crítico (Brasil)■ Tiziana Finzi, programadora del Festival de Locarno (Italia)■ Peter van Bueren, crítico (Holanda)Competencia Oficial de Cortometrajes■ Verónica Chen, cineasta (Argentina)■ Juan Ferrer, director de la Mostra de Cine Latinoamericano de Lleida (España)■ Martin Schweighofer, crítico (Austria)

PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: Waiting for Happiness, de Abderrahmane Sissako (Mauritania)■ Premio Especial del Jurado: Ana y los otros, de Celina Murga (Argentina)■ Mejor Director: Apichatpong Weerasethakul, por Blissfully Yours (Tailandia)■ Mejor Actriz: Séverine Caneele, por Une part du ciel, de Bénédicte Liénard

(Bélgica / Francia / Luxemburgo)■ Mejor Actor: Alejandro Ferretis, por Japón, de Carlos Reygadas (México)■ Mención Especial: Los rubios, de Albertina Carri (Argentina)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ Mejor Película: ex aequo para Extraño, de Santiago Loza (coproducción

con Francia y Holanda), y Los rubios, de Albertina CarriCompetencia Oficial de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: Felipe, de Alejandro Fadel

(5) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 16 al 26 de abril de 2003

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6

■ Película de apertura: Los guantes mágicos, de Martín Rejtman (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Manuel Antín, cineasta (Argentina)■ Frédéric Bonnaud, crítico (Francia)■ Sara Driver, cineasta y productora (Estados Unidos)■ José Padilha, productor (Brasil)■ Valeria Sarmiento, cineasta (Chile)■ Wieland Speck, cineasta y programador del Festival de Berlín (Alemania)■ Roberto Turigliatto, programador (Italia)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ Luciano Barisone, crítico (Italia)■ Ricardo Bedoya, crítico (Perú)■ Ulrich Köhler, cineasta (Alemania)Competencia Oficial de Cortometrajes■ PoChu AuYeung, programadora del Festival de Vancouver (Canadá)■ José María Escriche, director del Festival de Huesca (España)■ Diego Lerman, cineasta (Argentina)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Bruni Burres, directora del Festival de Human Rights Watch (Estados Unidos)■ Martín Caparrós, periodista (Argentina)■ Gastón Pauls, actor (Argentina)

(6) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 14 al 25 de abril de 2004

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6

PREMIOS

Competencia Oficial de Largometrajes■ Mejor Película: Parapalos, de Ana Poliak (Argentina)■ Premio Especial del Jurado: Las horas del día, de Jaime Rosales (España)■ Mejor Director: Royston Tan, por 15 (Fifteen) (Singapur)■ Mejor Actriz: Hwang Jeong-min, por Save the Green Planet!, de Jang Joon-hwan

(Corea del Sur)■ Mejor Actor: Pietro Sibille, por Días de Santiago, de Josué Méndez (Perú)Cine Argentino: Lo nuevo de lo nuevo■ Mejor Película: Una de dos, de Alejo Taube■ Mención Especial: La quimera de los héroes, de Daniel RosenfeldCompetencia Oficial de Cortometrajes■ Primer Premio: El patio, de Milagros Mumenthaler (coproducción con Suiza)■ Segundo Premio: Lautaro Núñez de Arco, por Más quel mundo■ Mención Especial: Abasto/Canes, de Martín MainoliCompetencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: S21: �e Khmer Rouge Killing Machine, de Rithy Panh (Francia)■ Mención Especial: Route 181, fragments d’un voyage en Palestine-Israël,

de Eyal Sivan y Michel Khleifi (Francia / Bélgica / Alemania / Reino Unido)

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7

■ Película de apertura: Cama adentro, de Jorge Gaggero (Argentina / España)■ Película de clausura: Géminis, de Albertina Carri (Argentina / Francia)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Rudi Barnet, promotor cultural y actor (Bélgica)■ Albertina Carri, cineasta (Argentina)■ Alberto Elena, historiador (España)■ Andreas Kleinert, cineasta (Alemania)■ Michel Reilhac, productor (Francia)■ Pablo Stoll, cineasta (Uruguay)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Rosario Bléfari, actriz y cantante (Argentina)■ Pablo Ferré, crítico (Uruguay)■ Chris Fujiwara, crítico (Estados Unidos)■ Paz Alicia Garciadiego, guionista (México)■ Edouard Waintrop, crítico (Francia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Álvaro Melián, cineasta (Argentina)■ Carlos Echeverría, cineasta (Argentina)■ Carlos Vallina, investigador (Argentina)■ Martha Rosenberg, psicoanalista (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mirta Busnelli, actriz (Argentina)■ Lee Daniel, director de fotografía (Estados Unidos)■ Heinz Hermanns, cortometrajista (Alemania)

(7) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 12 al 24 de abril de 2005

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: El cielo gira, de Mercedes Álvarez (España)■ Premio Especial del Jurado: Juegos de amor esquivo, de Abdellatif Kechiche (Francia)■ Mejor Director: Ilya Khrzhanovsky, por 4 (Rusia)■ Mejor Actriz: Eva Löbau, por �e Forest for the Trees, de Maren Ade (Alemania)■ Mejor Actor: Mohammad Bakri, por Domicilio privado, de Saverio Costanzo (Italia)■ Menciones Especiales: Monobloc, de Luis Ortega (Argentina), y Spying Cam,

de Whang Cheol-mean (Corea del Sur)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Como un avión estrellado, de Ezequiel Acuña■ Premio Especial del Jurado: Vida en Falcon, de Jorge Gaggero■ Mención Especial: Los de Saladillo, de Alberto Yaccelini (coproducción con Francia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Moolaadé, de Ousmane Sembène

(Senegal / Francia / Burkina Faso / Camerún / Marruecos / Túnez)■ Mención a la Mejor Película Argentina: Mbya, tierra en rojo, de Philip Cox

y Valeria Mapelman (Reino Unido / Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: ex aequo para Ricardo electricista de automóviles,

de Nicolás Bratosevich, y Lejos del sol, de Pablo Agüero■ Primera Mención: Perro negro, de María Florencia Álvarez■ Segunda Mención: Vángelo Monzón, de Beatriz Ramírez Blankenhorst y

Andréas Lennartsson (coproducción con Suecia)■ Tercera Mención: Sólo escucho canarios, de Juan Flesca

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8

■ Película de apertura: Sofacama, de Ulises Rosell (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mercedes Álvarez, cineasta (España)■ Jane Balfour, distribuidora (Reino Unido)■ Álvaro Buela, periodista y cineasta (Uruguay)■ Michael Fitzgerald, productor y guionista (Estados Unidos)■ Lucrecia Martel, cineasta (Argentina)■ Paulo Antonio Paranaguá, periodista y ensayista (Brasil)■ Mary Sweeney, productora y montajista (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Paula Astorga Riestra, cineasta y promotora cultural (México)■ Paul Cronin, crítico y productor (Reino Unido)■ Sandra den Hamer, directora del Festival de Rotterdam (Holanda)■ Alberto Fuguet, escritor y cineasta (Chile)■ Monica Haim, crítica y productora (Canadá)■ Zhang Ming, cineasta (China)■ Jim Stark, productor (Estados Unidos)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo (Argentina)■ Cristián Leighton, cineasta (Chile)■ María Luisa Ortega, programadora del Festival de Documentales de Madrid

(España)■ Pablo Reyero, cineasta (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Jorge Gaggero, cineasta (Argentina)■ Fran Gayo, programador del Festival de Gijón (España)■ Sonja Heinen, productora (Alemania)

(8) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 11 al 23 de abril de 2006

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo (México)■ Premio Especial del Jurado: Longing, de Valeska Grisebach (Alemania)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Glue - Historia adolescente en medio de la nada, de Alexis Dos Santos

(coproducción con Reino Unido)■ Premio Especial del Jurado: Soledad al fin del mundo, de Fernando Zuber

y Carlos Casas (coproducción con Italia)■ Mención a la actuación y música de Gabriela Moyano en El amarillo,

de Sergio Mazza■ Mención a Juan Villegas por la adaptación, guión y dirección de Los suicidas■ Mención a la edición de Alejo Moguillansky y a los jóvenes once directores

de A propósito de Buenos AiresCompetencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Pavee Lackeen: �e Traveller Girl, de Perry Ogden (Irlanda)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: 8 horas, de Adrián Biniez (coproducción con Uruguay)■ Mención Especial: Amancay, de Milagros Mumenthaler (coproducción con Suiza)

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9

■ Película de apertura: Bamako, de Abderrahmane Sissako (Francia / Mali / Estados Unidos)

■ Película de clausura: La antena, de Esteban Sapir (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Maxine Baker, crítica e historiadora (Reino Unido)■ Francesco Di Pace, crítico (Italia)■ Roman Gutek, programador y distribuidor (Polonia)■ Robert Koehler, crítico (Estados Unidos)■ Frédéric Maire, director artístico del Festival de Locarno (Suiza)■ Marc Recha, cineasta (España)■ Pablo Trapero, cineasta (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Vincenzo Bugno, programador del Festival de Locarno (Italia)■ Piotr Kobus, programador (Polonia)■ Pawel Pawlikowski, cineasta (Polonia)■ Jaime Pena, crítico (España)■ Claire Simon, cineasta (Reino Unido)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Agustín Mango, crítico (Argentina)■ Claudio Cordero, crítico (Perú)■ Manuel Yáñez, crítico (Chile)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Martín Kohan, escritor (Argentina)■ Michael Renov, crítico (Estados Unidos)■ Jannie Langbroek, miembro del Festival de Documentales de Ámsterdam (Holanda)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Gabe Klinger, crítico (Brasil)■ Isaki Lacuesta, cineasta (España)■ Rafael Spregelburd, actor y dramaturgo (Argentina)

(9) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 3 al 15 de abril de 2007

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: In Between Days, de Kim So-yong (Canadá)■ Mejor Director: Hugo Vieira da Silva, por Body Rice (Portugal)■ Mejor Actriz: Kim Jiseon, por In Between Days■ Mejor Actor: Arturo Goetz, por El asaltante, de Pablo Fendrik (Argentina) ■ Mención Especial del Jurado: Estrellas, de Federico León y Marcos Martínez

(Argentina)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: UPA! Una película argentina, de Santiago Giralt, Camila Toker

y Tamae Garateguy■ Mejor Director: ex aequo para Rafael Filippelli, por Música nocturna,

y Raúl Perrone, por Canadá■ Mención Especial: La León, de Santiago Otheguy (coproducción con Francia)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Mejor Película: El tiempo que se queda, de José Luis Torres Leiva (Chile)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: 9 Star Hotel, de Ido Haar (Israel)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: abc etc, de Sergio Subero■ Menciones Especiales: Simpatía, de Galel Maidana, y Ana, de Gabriela Trettel

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176■ Película de apertura: Jogo de cena, de Eduardo Coutinho (Brasil)■ Película de clausura: Canciones de amor, de Christophe Honoré (Francia)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ José Luis Cienfuegos, director del Festival de Gijón (España)■ Fred Kelemen, cineasta (Alemania)■ Luciano Monteagudo, crítico (Argentina)■ Luis Ospina, cineasta (Colombia)■ Caveh Zahedi, cineasta (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Rubén Imaz Castro, realizador (México)■ Amir Muhammad, crítico y cineasta (Malasia)■ Corneliu Porumboiu, cineasta (Rumania)■ Jean-Pierre Rehm, director del Festival de Marsella (Francia)■ Gerwin Tamsma, programador del Festival de Rotterdam (Holanda)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Francisco Ferreira, crítico (Portugal)■ Romina Paula, escritora y actriz (Argentina)■ Iván Pablo Pinto Veas, crítico (Chile)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mariana Arruti, cineasta (Argentina)■ Ricardo Giraldo Montes, programador y cineasta experimental (México)■ Santiago Palavecino, cineasta (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Astrid Ofner, cineasta y programadora del Festival de Viena (Austria)■ Matías Piñeiro, cineasta (Argentina)■ Jean-Philippe Tessé, crítico (Francia)

10 (10) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 8 al 20 de abril de 2008

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola

(México)■ Premio Especial del Jurado: Night Train, de Diao Yi’nan (China)■ Mejor Director: Lance Hammer, por Ballast (Estados Unidos)■ Mejor Actriz: Liu Dan, por Night Train■ Mejor Actor: Lee Kang-sheng, por Help Me Eros, de Lee Kang-sheng (Taiwán)■ Menciones Especiales: Profit Motive and the Whispering Wind, de John Gianvito (Estados Unidos), y Una semana solos, de Celina Murga (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Unidad 25, de Alejo Hoijman (coproducción con España y Francia)■ Premio Especial del Jurado: Historias extraordinarias, de Mariano Llinás■ Mejor Director: Gonzalo Castro, por Resfriada■ Mención Especial: süden, de Gastón SolnickiCompetencia Oficial Cine del Futuro■ Mejor Película: Lavallol, de Grupo Tierra en Trance (Argentina)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: ex aequo para Mi vida dentro, de Lucía Gajá (México),

y Profit Motive and the Whispering Wind, de John Gianvito (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejores Cortometrajes: El contrabajo, de Alejo Franzetti; Ahendu nde sapukai,

de Pablo Lamar (coproducción con Paraguay), y Fedra o la desesperación, de Gustavo Galuppo

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■ Película de apertura: Gigante, de Adrián Biniez (Uruguay / Argentina)■ Película de clausura: Triángulo, de Christian Petzold (Alemania)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Alan Pauls, escritor (Argentina)■ Claire Denis, cineasta (Francia)■ Alberto Barbera, crítico (Italia)■ Kent Jones, crítico (Estados Unidos)■ Jaime Romandía, productor (México)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Hans Hurch, director del Festival de Viena (Austria)■ Helena Trestiková, cineasta (República Checa)■ Luis Urbano, productor (Portugal)■ Simone Bitton, cineasta (Israel / Francia)■ Ron Mann, cineasta (Canadá)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Fernanda Taddei, programadora (Brasil)■ Martín Mainoli, montajista y cortometrajista (Argentina)■ Andréa Picard, programadora del Festival de Toronto (Canadá)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Alejo Hoijman, cineasta (Argentina)■ Lynne Sachs, cineasta experimental (Estados Unidos)■ María Moreno, periodista y crítica (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Darío Oliveira, productor (Portugal)■ Gabriel Medina, cineasta (Argentina)■ Laila Pakálnina, cineasta (Letonia)

(11) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 25 de marzo al 5 de abril de 2009

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Aquel querido mes de agosto, de Miguel Gomes (Portugal)■ Premio Especial del Jurado: Gasolina, de Julio Hernández Cordón (Guatemala)■ Mejor Directora: Maren Ade, por Everyone Else (Alemania)■ Mejor Actriz: Maria Dinulescu, por Hooked, de Adrian Sitaru (Rumania)■ Mejor Actor: Alfredo Castro, por Tony Manero, de Pablo Larraín (Chile)■ Mención Especial: Todos mienten, de Matías Piñeiro (Argentina)■ Distinción a la Mejor Película Argentina: Todos mientenCompetencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Castro, de Alejo Moguillansky■ Premio Especial del Jurado: Rosa patria, de Santiago Loza■ Mejor Director: Pablo Agüero, por 77 Doronship (coproducción con Francia)■ Distinción a la Mejor Fotografía: Gustavo Biazzi, por CastroCompetencia Oficial Cine del Futuro

Mejor Película: La neige au village, de Martin Rit (Francia)Mención Especial: FilmeFobia, de Kiko Goifman (Brasil)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Bagatela, de Jorge Caballero Ramos (Colombia)■ Menciones Especiales: NoBody’s Perfect, de Niko von Glasgow (Alemania);

La mère, de Antoine Cattin y Pavel Kostomarov (Suiza / Rusia), y La forteresse, de Fernand Melgar (Suiza)

Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejores Cortometrajes: Pehuajó, de Catalina Marín (coproducción con Uruguay);

Yo, Natalia, de Guillermina Pico, y Silencio en la sala, de Felipe Gálvez Haberle

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180■ Película de apertura: Secuestro y muerte, de Rafael Filipelli (Argentina)■ Película de clausura: Los condenados, de Isaki Lacuesta (España)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ César Aira, escritor (Argentina)■ Angela Bassett-Vance, actriz (Estados Unidos)■ Raya Martin, cineasta (Filipinas)■ Olivier Père, director artístico del Festival de Locarno (Francia)■ João Pedro Rodrigues, cineasta (Portugal)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Catherine Bizern, productora (Francia)■ Tizza Covi, cineasta (Italia)■ Carlos Flores del Pino, cineasta (Chile)■ Alain Guiraudie, cineasta (Francia)■ Carlos Losilla, crítico (España)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Álvaro Arroba, crítico (España)■ Marie Losier, cineasta (Francia)■ Eduardo Stupía, artista plástico (Argentina)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Anahí Berneri, cineasta (Argentina)■ Jim Finn, cineasta (Estados Unidos)■ Daniel Rosenfeld, cineasta (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Ezequiel Acuña, cineasta (Argentina)■ Bárbara Álvarez, directora de fotografía (Uruguay)■ Christelle Lheureux, videoartista y cortometrajista (Francia)

12 (12) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 7 al 18 de abril de 2010

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12

PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Alamar, de Pedro González-Rubio (México)■ Premio Especial del Jurado: La bocca del lupo, de Pietro Marcello (Italia)■ Mejor Director: Corneliu Porumboiu, por Policía, adjetivo (Rumania)■ Mejor Actriz: ex aequo para Pilar Gamboa y María Villar por Lo que más quiero,

de Delfina Castagnino (Argentina)■ Mejor Actor: Dragos Bucur, por Policia, adjetivo ■ Distinción a la Mejor Película Argentina: Lo que más quieroCompetencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Invernadero, de Gonzalo Castro■ Premio Especial del Jurado: Somos nosotros, de Mariano Blanco■ Mejores Directores: Iván Fund y Santiago Loza, por Los labios■ Distinción a la Mejor Fotografía: Luciano Lamas, por Las pistas – Lanhoyij –

Nmitaxanaxac, de Sebastián LingiardiCompetencia Oficial Cine del Futuro■ Mejor Película: Morir como un hombre, de João Pedro Rodrigues (Portugal / Francia)■ Mención Especial: Sewer, de Sherad Anthony Sanchez (Filipinas)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Cuchillo de palo, de Renate Costa (España)■ Menciones Especiales: Octubre Pilagá, relatos sobre el silencio, de Valeria Mapelman

(Argentina); Petition, de Zhao Liang (China / Francia), y El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro (Argentina)

Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejores Cortometrajes: Sábado uno, de Ignacio Rogers; Mientras paseo en cisne,

de Lara Arellano, y La mia casa, de Marcelo Scoccia■ Mención Especial: Los árboles se mueven, Sergio. Sí, Christian, de Christian

Nunclares y Sergio Subero

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Película de apertura: Vaquero, de Juan Minujín (Argentina)Película de clausura: La separación, de Asghar Farhadi (Irán)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Gary Burns, cineasta (Canadá)■ Henrik Hellström, guionista y cineasta (Suecia)■ Rose Kuo, directora ejecutiva de la Film Society del Lincoln Center

(Estados Unidos)■ Santiago Loza, cineasta (Argentina)■ Lluís Miñarro, crítico y productor (España)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Bruno Bettati, director del Festival de Valdivia (Chile)■ Tine Fischer, productora (Dinamarca)■ Dennis Lim, crítico (Estados Unidos)■ Andrei Ujica, cineasta (Rumania)■ Catalina Villar, cineasta (Colombia)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Gonzalo Castro, escritor y cineasta (Argentina)■ Rainer Kirberg, cineasta (Alemania)■ Joanna Lapinska, directora artística del Festival de Cine Era New Horizons

(Polonia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine “Pablo Ducrós Hicken”

(Argentina)■ José Luis García, realizador y director de fotografía (Argentina)■ Bettina Perut, cineasta (Italia)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Sandro Aguilar, cineasta (Portugal)■ Adrián Biniez, cineasta (Argentina / Uruguay)■ Nahuel Pérez Biscayart, actor (Argentina)

(13) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 6 al 17 de abril de 2011

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Figuras de guerra, de Sylvain George (Francia)■ Premio Especial del Jurado: El estudiante, de Santiago Mitre (Argentina)■ Mejor Directora: Athina Rachel Tsangari, por Attenberg (Grecia)■ Mejor Actriz: Jeanne Balibar, por At Ellen’s Age, de Pia Marais (Alemania)■ Mejor Actor: Jorge Jellinek, por La vida útil, de Federico Veiroj (Uruguay / España)■ Menciones Especiales: Mercado de futuros, de Mercedes Álvarez (España); Las

marimbas del infierno, de Julio Hernández Cordón (Guatemala / Francia / México), y Os monstros, de Guto Parente, Luiz Pretti, Pedro Diogenes y Ricardo Pretti (Brasil)

■ Distinción a la Mejor Película Argentina: Yatasto, de Hermes ParallueloCompetencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: La carrera del animal, de Nicolás Grosso■ Mejor Director: Román Cárdenas, por Las piedras■ Distinción a la Mejor Fotografía: Iván Fund y Eduardo Crespo, por Hoy no tuve

miedo, de Iván FundCompetencia Oficial Cine del Futuro■ Mejor Película: Verano de Goliat, de Nicolás Pereda (México / Canadá)■ Mención Especial: Year Without a Summer, de Tan Chui Mui (Malasia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: ex aequo para Palazzo delle Aquile, de Stefano Savona, Alessia Porto

y Ester Sparatore (Francia / Italia), y Fix Me, de Raed Andoni (Palestina / Suiza / Francia)

■ Menciones Especiales: Jean Gentil, de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán (República Dominicana / México / Alemania), y El casamiento, de Aldo Garay (Uruguay)

Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejor Cortometraje: El juego, de Benjamín Naishtat (coproducción con Francia);

Soy tan feliz, de Vladimir Durán, y La fiesta de casamiento, de Gastón Margolin y Martín Morgenfeld

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■ Película de apertura: El último Elvis, de Armando Bó (Argentina)■ Película de clausura: La hermana, de Ursula Meier (Suiza / Francia)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Miguel Gomes, cineasta (Portugal)■ Christoph Huber, crítico (Austria)■ Pilar López de Ayala, actriz (España)■ Rodrigo Moreno, cineasta (Argentina)■ Peter von Bagh, historiador de cine (Finlandia)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ María M. Delgado, crítica y programadora (Reino Unido)■ Héléna Klotz, cineasta (Francia)■ Josh Siegel, curador del área de cine del Museo de Arte Moderno de Nueva York

(Estados Unidos)■ José Luis Torres Leiva, cineasta (Chile)■ Federico Veiroj, realizador (Uruguay)Competencia Oficial Cine del Futuro■ Rolf Belgum, cineasta (Estados Unidos)■ Gabe Klinger, crítico (Brasil)■ María Villar, actriz (Argentina)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ José Carlos Avellar, crítico y programador (Brasil)■ Renate Costa, productora y cineasta (Paraguay)■ Hebe Uhart, escritora (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Diana Bustamante, productora y realizadora (Colombia)■ Cláudio Marques, crítico y programador (Brasil)■ Alejo Moguillansky, realizador (Argentina)

(14) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 11 al 22 de abril de 2012

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Policeman, de Nadav Lapid (Israel)■ Premio Especial del Jurado: Germania, de Maximiliano Schonfeld (Argentina)■ Mejor Director: Nadav Lapid, por Policeman■ Mejor Actriz: Zoé Heran, por Tomboy, de Céline Sciamma (Francia)■ Mejor Actor: Martín Piroyansky, por La araña vampiro, de Gabriel Medina

(Argentina)■ Distinción a la Mejor Película Argentina: La araña vampiro, de Gabriel Medina

(Argentina)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Papirosen, de Gastón Solnicki■ Mejor Director: Luis Ortega, por Dromómanos■ Mención Especial: La chica del sur, de José Luis García■ Distinción a la Mejor Fotografía: Román Cárdenas, por Igual si llueve,

de Fernando A. GattiCompetencia Oficial Cine del Futuro■ Mejor Película: É na Terra não é na Lua, de Gonçalo Tocha (Portugal)■ Mención Especial: Ok, Enough, Goodbye, de Rania Attieh y Daniel Garcia

(Emiratos Árabes Unidos / Líbano)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Sibila, de Teresa Arredondo (Chile / España)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejores Cortometrajes: El amor cambia, de Ignacio Ceroi; Noelia, de María Alché, y

Pude ver un puma, de Eduardo Williams

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15 (15) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 10 al 21 de abril de 2013

■ Película de apertura: No, de Pablo Larraín (Chile / Estados Unidos / México)■ Película de clausura: Au bout du conte, de Agnès Jaoui (Francia)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Andrés Di Tella, cineasta (Argentina)■ Veronika Franz, cineasta y periodista (Austria)■ Chinlin Hsieh, programadora del Festival de Rotterdam (Taiwán)■ Marie-Pierre Macia, investigadora y programadora (Francia)■ Peter Mettler, cineasta (Canadá)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Christoph Hochhäusler, cineasta (Alemania)■ Giovanni Maderna, cineasta (Italia)■ Yulene Olaizola, cineasta y productora (México)■ Dominga Sotomayor, cineasta y productora (Chile)■ Michael Wahrmann, cineasta (Uruguay)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Gonzalo Castro, escritor y cineasta (Argentina)■ Ángel Sala Corbí, director del Festival de Sitges (España)■ Stephanie Zacharek, crítica (Estados Unidos)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Bruno Bettati, director del Festival de Valdivia (Chile)■ Erez Pery, director artístico del Cinema South Festival (Israel)■ Lucía Puenzo, cineasta y escritora (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Helvécio Marins Jr., cineasta (Brasil)■ Agustín Mendilaharzu, productor y guionista (Argentina)■ Alejandra Trelles, programadora del Festival de Punta del Este (Uruguay)

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Berberian Sound Studio, de Peter Strickland (Reino Unido)■ Premio Especial del Jurado: Leones, de Jazmín López (Argentina / Francia /

Holanda)■ Mejor Director: Matt Porterfield, por I Used to Be Darker (Estados Unidos)■ Mejor Actriz: ex aequo para María Villar, Agustina Muñoz, Elisa Carricajo y Romina

Paula, por Viola, de Matías Piñeiro (Argentina)■ Mejor Actor: Francesco Carril, por Los ilusos, de Jonás Trueba (España)■ Mención Especial: Playback, de Antoine Cattin y Pavel Kostomarov (Suiza)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: La Paz, de Santiago Loza■ Mejor Director: Raúl Perrone, por P3ND3JO5■ Mención Especial: El loro y el cisne, de Alejo MoguillanskyCompetencia Oficial Vanguardia y Género■ Gran Premio: Arraianos, de Eloy Enciso (España)■ Mejor Largometraje: Joven y alocada, de Marialy Rivas (Chile)■ Mejor Cortometraje: A Story for the Modlins, de Sergio Oksman (España)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Materia oscura, de Massimo D’Anolfi y Martina Parenti (Italia)■ Mención Especial: My Afghanistan - Life in the Forbidden Zone, de Nagieb Khaja

(Dinamarca)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Primer Premio: 9 vacunas, de Iair Said■ Segundo Premio: Yo y Maru 2012, de Juan Renau

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■ Película de apertura: �e Congress, de Ari Folman (Israel / Alemania / Polonia / Luxemburgo / Bélgica)

■ Película de clausura: �e Second Game, de Corneliu Porumboiu (Rumania)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Quintín, crítico (Argentina)■ Serge Bozon, actor, cineasta y crítico (Francia)■ Nadav Lapid, cineasta (Israel)■ Ilda Santiago, directora de programación del Festival de Río (Brasil)■ David Zellner, cineasta y actor (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Ignacio Agüero, cineasta (Chile)■ Cao Guimarães, cineasta y artista plástico (Brasil)■ Paolo Moretti, programador (Italia)■ Martín Pawley, crítico (España)■ Alesia Weston, productora (Reino Unido)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Claudio Caldini, cineasta (Argentina)■ Michaela Grill, cineasta (Austria)■ Marialy Rivas, cineasta (Chile)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Lina Chamie, cineasta (Brasil)■ Milagros Mumenthaler, cineasta (Argentina)■ Oscar Ruiz Navia, cineasta (Colombia)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ María Alché, actriz y cineasta (Argentina)■ Robert Fenz, cineasta (Estados Unidos)■ Ricardo Greene, cineasta (Chile)

(16) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 2 al 13 de abril de 2014

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16

PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: El Picasso de Persia, de Mitra Farahani (Estados Unidos / Francia)■ Premio Especial del Jurado: Mauro, de Hernán Rosselli (Argentina)■ Mejores Directores: Diego y Daniel Vega Vidal, por El mudo

(Perú / México / Francia)■ Mejor Actriz: Sophie Desmarais, por Sarah préfère la course, de Chloé Robichaud

(Canadá)■ Mejor Actor: Fernando Bacilio, por El mudo■ Menciones Especiales: El futuro, de Luis López Carrasco (España), y Mary Is Happy,

Mary Is Happy, de Nawapol �amrongrattanarit (Tailandia)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: El escarabajo de oro, de Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund

(coproducción con Dinamarca y Suecia)■ Mejor Director: Gustavo Fontán, por El rostro■ Mención Especial: Carta a un padre, de Edgardo Cozarinsky (coproducción con

Francia)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Gran Premio: Manakamana, de Stephanie Spray y Pacho Velez

(Estados Unidos / Nepal)■ Mejor Largometraje: It for Others, de Duncan Campbell (Reino Unido)■ Mejor Cortometraje: Redemption, de Miguel Gomes

(Alemania / Francia / Italia / Portugal)■ Menciones Especiales: Living Stars, de Mariano Cohn y Gastón Duprat (Argentina),

y Alan Vega, Just a Million Dreams, de Marie Losier (Estados Unidos / Francia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: El cuarto desnudo, de Nuria Ibáñez (México)■ Mención Especial: Remine, el último movimiento obrero, de Marcos Martínez Merino

(España)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Primer Premio: Lo que dicen del monte, de Octávio Tavares y Francisca Oyaneder■ Segundo Premio: La reina, de Manuel Abramovich■ Menciones Especiales: Rockero Reyes, de Romina Cohn, y No sé María,

de Paula Grinszpan

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17

■ Película de apertura: El cielo del centauro, de Hugo Santiago (Argentina / Francia)■ Película de clausura: La calle de los pianistas, de Mariano Nante (Argentina)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Jorge Ayala Blanco, crítico (México)■ Carlo Chatrian, crítico y director del Festival de Locarno (Italia)■ Fernando Martín Peña, crítico e investigador (Argentina)■ Alice Rohrwacher, cineasta (Italia)■ David Schwartz, curador del Museum of the Moving Image de Nueva York

(Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Inés Bortagaray, guionista y escritora (Uruguay)■ Alejandro Díaz Castaño, crítico y programador del Festival de Cine Europeo

de Sevilla (España)■ Gonzalo Maza, productor y guionista, programador del Festival de Cine

de Valdivia (Chile)■ Nathan Silver, cineasta (Estados Unidos)■ Rüdiger Suchsland, crítico y cineasta (Alemania)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Fernando Ganzo, crítico (España)■ Manuela Martelli, actriz (Chile)■ Santiago Mitre, cineasta (Argentina)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Ramón Lluís Bande, escritor y cineasta (España)■ Carlos Roberto Rodrigues de Sousa, docente y escritor (Brasil)■ María Valdez, docente e investigadora (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Camila Gutiérrez, escritora y guionista (Chile)■ Jazmín López, cineasta y artista visual (Argentina)■ Jodie Mack, animadora experimental (Inglaterra)

(17) FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTE DE BUENOS AIRESDel 15 al 25 de abril de 2015

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: La acusación, de Chaitanya Tamhane (India)■ Premio Especial del Jurado: ex aequo para Songs from the North, de Soon-Mi Yoo

(Estados Unidos / Corea del Sur / Portugal), y Ela volta na quinta, de André Novais Oliveira (Brasil)

■ Mejor Director: Nadav Lapid, por La maestra de jardín (Israel)■ Mejor Actriz: Verónica Llinás, por La mujer de los perros, de Laura Citarella y

Verónica Llinás (Argentina)■ Mejor Actor: Vivek Gomber, por La acusación, de Chaitanya Tamhane (India).■ Mención Especial: Une jeunesse allemande, de Jean-Gabriel Périot

(Francia / Suiza / Alemania)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: La princesa de Francia, de Matías Piñeiro■ Mejor Director: José Celestino Campusano, por Placer y martirio■ Mención Especial: Idilio, de Nicolás Aponte A. GutterCompetencia Oficial Vanguardia y Género■ Gran Premio: Léone, mère & fils, de Lucile Chaufour (Francia)■ Mejor Largometraje: Letters to Max, de Eric Baudelaire (Francia)■ Mejor Cortometraje: World of Tomorrow, de Don Hertzfeldt (Estados Unidos)■ Mención Especial: �e Royal Road, de Jenni Olson (Estados Unidos)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Over the Years, de Nikolaus Geyrhalter (Austria)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Primer Premio: Paseo, de Renzo Cozza■ Segundo Premio: Enfrentar animales salvajes, de Jerónimo Quevedo■ Tercer Premio: Atardecer, de Violeta Uman■ Menciones Especiales: Despedida, de Pablo Paniagua Baptista

(coproducción con Bolivia), y Nexquipayac, de Edén Bastida Kullick y Celeste Contratti (coproducción con México)

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18

■ Película de apertura: Le fils de Joseph, de Eugène Green (Francia / Bélgica)■ Película de clausura: Miles Ahead, de Don Cheadle (Estados Unidos)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Graciela Borges, actriz (Argentina)■ João Paulo Cuenca, escritor y cineasta (Brasil)■ Giulia D’Agnolo Vallan, programadora del Festival de Venecia (Italia)■ Philippe Lesage, cineasta (Canadá)■ Héctor Soto, crítico (Chile)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Roberto Doveris, cineasta (Chile)■ Nathan Fischer, distribuidor (Francia)■ Paz Lázaro, programadora del Festival de Berlín (España)■ Ross Lipman, cineasta y experto en restauración (Estados Unidos)■ Pola Oloixarac, escritora (Argentina)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Pablo Conde, programador del Festival de Mar del Plata (Argentina)■ Daïchi Saïto, cineasta (Canadá / Japón)■ Penny Lane, cineasta (Estados Unidos)Competencia Oficial Latinoamericana■ Roger Koza, crítico y programador (Argentina)■ Alexandra Rojo, cineasta (Francia / Argentina)■ Che Sandoval, cineasta (Chile)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Leticia Jorge Romero, cineasta (Uruguay)■ Joanna Lombardi, cineasta (Perú)■ Nicolás Prividera, crítico y cineasta (Argentina)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Lewis Bennett, cineasta (Canadá)■ Karl-Heinz Klopf, cineasta (Austria)■ Jazmín Stuart, actriz y cineasta (Argentina)

(18) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 13 al 24 de abril de 2016

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa

y Francisco Márquez (Argentina)■ Premio Especial del Jurado: La noche, de Edgardo Castro (Argentina)■ Mejor Director: Tamer El Said, por In the Last Days of the City (Egipto)■ Mejor Actriz: Liliana Trujillo, por Rosa Chumbe, de Jonatan Relayze (Perú)■ Mejor Actor: Diego Velázquez, por La larga noche de Francisco Sanctis■ Menciones Especiales: Rosa Chumbe y John From, de João Nicolau

(Portugal / Francia)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: Primero enero, de Darío Mascambroni■ Mejor Directora: Melisa Liebenthal, por Las lindas■ Mención Especial: Raídos, de Diego MarconeCompetencia Oficial Vanguardia y Género■ Gran Premio: Stand by for Tape Back-Up, de Ross Sutherland (Reino Unido)■ Mejor Largometraje: Bone Tomahawk, de S. Craig Zahler (Estados Unidos)■ Mejor Cortometraje: Vintage Print, de Siegfried A. Fruhauf (Austria)Competencia Oficial Latinoamericana■ Mejor Película: Inmortal, de Homer Etminani (Colombia / España)■ Mejor Directora: María Aparicio, por Las calles (Argentina)■ Mención Especial: La última Navidad de Julius, de Edmundo Bejarano (Bolivia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: A Maid for Each, de Maher Abi Samra (Líbano)■ Mención Especial: Ombre della sera, de Valentina Esposito (Italia)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Primer Premio: Los días felices, de Agostina Guala■ Segundo Premio: El mes del amigo, de Florencia Percia■ Tercer Premio: Error 404, de Mariana Wainstein■ Menciones Especiales: Berlín, de Luciano Salerno, y Un ejercicio para no olvidar,

de Gabriel Bosisio

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19

■ Película de apertura: Casting, de Nicolas Wackerbarth (Alemania)■ Película de clausura: L’Opéra, de Jean-Stéphane Bron (Francia / Suiza)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Amy Nicholson, crítica (Estados Unidos)■ Andrea Testa, cineasta (Argentina)■ Denis Côté, cineasta (Canadá)■ Nicolas Wackerbarth, cineasta (Alemania)■ Julio Hernández Cordón, cineasta (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Jim Kolmar, programador del Festival South by Southwest (Estados Unidos)■ Johannes Klein, director de programación del Festival In-Edit (Rumania)■ María Aparicio, cineasta (Argentina)■ Rita Azevedo Gomes, cineasta (Portugal)■ Tommaso Bertani, productor (Italia)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Kimi Takesue, cineasta (Estados Unidos)■ Marcelo Quesada, director artístico del Festival de Costa Rica (Costa Rica)■ María Negroni, poeta y ensayista (Argentina)Competencia Oficial Latinoamericana■ Maite Alberdi, cineasta (Chile)■ Mariano Llinás, productor y cineasta (Argentina)■ Pablo Paniagua, productor y cineasta (Bolivia)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Jonathan Perel, cineasta (Argentina)■ Sofia Bohdanowicz, cineasta (Canadá)■ Jonatan Relayze Chiang, cineasta (Perú)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes

Ailín Salas, actriz (Argentina)Gabriel Abrantes, cineasta (Estados Unidos)Konstantina Kotzamani, cineasta (Grecia)

(19) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 19 al 30 de abril de 2017

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PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Mejor Película: Niñato, de Adrián Orr (España)■ Premio Especial del Jurado: Viejo calavera, de Kiro Russo (Bolivia / Qatar)■ Mejor Directora: Carla Simón, por Verano 1993 (España)■ Mejor Actuación de Elenco: Hoy partido a las tres, de Clarisa Navas

(Argentina / Paraguay)■ Mejor Actuación Individual: Daniela Castillo, por Reinos, de Pelayo Lira (Chile)■ Mención Especial: Arábia, de Affonso Uchoa y João Dumans (Brasil)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ Mejor Película: La vendedora de fósforos, de Alejo Moguillansky■ Mención Especial: Una ciudad de provincia, de Rodrigo MorenoCompetencia Oficial Vanguardia y Género■ Gran Premio: Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un

tombeau, de Mathieu Denis y Simon Lavoie (Canadá)■ Mejor Largometraje: Adiós entusiasmo, de Vladimir Durán (Argentina / Colombia)■ Mejor Cortometraje: ex aequo para Nuestra amiga la luna, de Velasco Broca

(España), y La disco resplandece, de Chema García Ibarra (Turquía / España)■ Mención Especial: Mimosas, de Oliver Laxe (Marruecos / España / Francia)Competencia Oficial Latinoamericana■ Mejor Película: A cidade do futuro, de Cláudio Marques y Marília Hughes (Brasil)■ Mejor Director: Javier Izquierdo, por Un secreto en la caja (Ecuador / España)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Mejor Película: Tonsler Park, de Kevin Jerome Everson (Estados Unidos)■ Mención Especial: El pacto de Adriana, de Lissette Orozco (Chile)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Mejores Cortos: Fiora, de Martina Juncadella y Martín Vilela; No aflojes, Miriam,

de Ramiro Bailiarini y Rafael Federman, y Querida Renzo, de Francisco Lezama y Agostina Gálvez

■ Mención Especial: María, de Manuela Gamboa

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196■ Película de apertura: Las Vegas, de Juan Villegas (Argentina)■ Película de clausura: Isla de Perros, de Wes Anderson (Reino Unido / Alemania)

JURADOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes■ Bob Byington, cineasta y actor (Estados Unidos)■ Vanesa Fernández Guerra, directora del ZINEBI - Festival de Cine Documental

y Cortometraje de Bilbao (España)■ Ana Katz, cineasta (Argentina)■ Curtis Woloschuk, director de programación del Festival de Vancouver (Canadá)■ Matthijs Wouter Knol, director del European Film Market del Festival de Berlín

(Holanda)Competencia Oficial Argentina de Largometrajes■ John Anderson, crítico (Estados Unidos)■ Santiago Giralt, cineasta (Argentina)■ Evgeny Gusyatinskiy, programador del Festival de Rotterdam (Rusia)■ Susana Santos Rodrigues, programadora y delegada del Festival de Karlovy Vary

(Portugal)■ Agnès Wildenstein, programadora del Festival Doclisboa (Francia)Competencia Oficial Vanguardia y Género■ Johann Lurf, artista y cineasta (Austria)■ Charlotte Serrand, cineasta (Francia)■ Diego Trerotola, crítico (Argentina)Competencia Oficial Latinoamericana■ Kristina Konrad, cineasta (Suiza / Alemania)■ Clarisa Navas, cineasta (Argentina)■ Carmen Rojas Gamarra, cineasta (Perú)Competencia Oficial de Derechos Humanos■ Marcos Loayza, cineasta (Bolivia)■ Sylvia Perel, fundadora y directora del Festival de Cine Latino de San Francisco

(Estados Unidos)■ Fred Riedel, productor (Estados Unidos)Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes■ Gustavo Beck, cineasta y programador (Portugal)■ Anxos Fazáns, cineasta (España)■ Powerpaola, dibujante (Ecuador / Colombia)

20 (20) BUENOS AIRES FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTEDel 11 al 22 de abril de 2018

Page 197: OTOÑOS PORTEÑOS

197PREMIOS

Competencia Oficial Internacional de Largometrajes

■ Mejor Película: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Premio Especial del Jurado: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Director o Directora: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Actriz: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Actor: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Competencia Oficial Argentina de Largometrajes

■ Mejor Película: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Director o Directora: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Competencia Oficial Vanguardia y Género

■ Gran Premio: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Largometraje: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Cortometraje: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Competencia Oficial Latinoamericana

■ Mejor Película: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

■ Mejor Director o Directora: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Competencia Oficial de Derechos Humanos

■ Mejor Película: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Competencia Oficial Argentina de Cortometrajes

■ Mejores Cortos: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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AGRADECIMIENTOS

Queremos agradecer a todos los que se tomaron un rato para escribir los textos incluidos en este libro, a los que por distintos motivos no pudieron participar y también a los que nos facilitaron fotos y nos hicieron sugerencias. Entre ellos, queremos mencionar muy especialmente a Paola y Marianela Pelzmajer, Roxana García, Isaac León Frías, Hernán Guerschuny, Leandro Listorti y Pola Oloixarac.

También queremos aprovechar este espacio para aclarar que la ausencia de un texto de Fernando Martín Peña, director artístico del Bafici entre 2005 y 2007, no se debe a otra cosa que a una desinteligencia nuestra: la invitación se atascó por culpa de una conexión a internet traicionera y, para cuando nos dimos cuenta, ya estábamos demasiado cerca de la fecha de cierre, y él con los tiempos muy justos. De todas formas, su nombre recorre estas páginas junto a los de todos aquellos que hicieron el Bafici.

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FOTOGRAFÍAS

Página 166 Entrega de premios en la Usina del Arte, (18) Bafici, 2016.

Página 199 1. 1986. La historia detrás de la copa, de Christian Rémoli, en el Village Recoleta, (18) Bafici, 2016.

2. Amalia, de Enrique García Velloso, en el Teatro Colón, (17) Bafici, 2015.

Página 200 1. Sergio Wolf, Fran Gayo, Javier Porta Fouz, Rosa Martínez Rivero, Paula Niklison, María Valdez, Marcelo Panozzo, Ricardo Manetti, Violeta Bava, Ilse Hughan y Leandro Listorti, (15) Bafici, 2013.

2. Entrega de premios, (15) Bafici, 2013. 3. Alejandro Terán y Orquesta Hypnofón en el Centro Cultural Recoleta, (16)

Bafici, 2014. 4. Fiesta 15 años en el Centro Cultural Recoleta, (15) Bafici, 2013. 5. Centro Cultural San Martín, (16) Bafici, 2014.

Página 201 Planetario, (16) Bafici, 2014.

Página 202 1. Venta de entradas en el Village Recoleta, (14) Bafici, 2012. 2. Angel Sala y Hans Hurch, (15) Bafici, 2013. 3. Verónica Llinás y Laura Citarella, (17) Bafici, 2015. 4. Romina Cohn, (16) Bafici, 2014.

Página 203 1. Village Recoleta, (19) Bafici, 2017. 2. �e Libertines en el Parque Centenario, (14) Bafici, 2012. 3. Charly García junto a Virus en la Plaza Juan José de Urquiza, (15) Bafici,

2013.

Página 204 1. Nanni Moretti, (19) Bafici, 2017. 2. Santiago Mitre, (17) Bafici, 2015. 3. María Alché, (16) Bafici, 2014. 4. Leonardo D’Espósito, Javier Porta Fouz y Beatriz Sarlo, (16) Bafici, 2014. 5. Nahuel Mutti y Moria Casán, (18) Bafici, 2016. 6. Santiago Giralt, (18) Bafici, 2016. 7. Miguel Cohan, Gustavo Malajovich y Mercedes Morán, (16) Bafici, 2014. 8. João Paulo Cuenca y Pola Oloixarac, (18) Bafici, 2016.

Página 205 1. Peter Bogdanovich, (18) Bafici, 2016. 2. Ariel Rotter en la charla de Peter Bogdanovich, (18) Bafici, 2016. 3. Juan Villegas en la charla de Peter Bogdanovich, (18) Bafici, 2016. 4. Andrés Di Tella en la charla de Peter Bogdanovich, (18) Bafici, 2016.

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Otoños porteños - Historias del Bafici en sus primeros 20 años

Página 206 1. La calle de los pianistas, de Mariano Nante, en el Teatro Colón, (17) Bafici, 2015.

2. Sherlock, Jr., de Buster Keaton, con música en vivo de Pablo Fraguela en la Usina del Arte, (19) Bafici, 2017.

Página 207 La mujer de los perros, de Verónica Llinás y Laura Citarella, en el Village Caballito, (17) Bafici, 2015.

Página 208 1. Raúl Perrone, (19) Bafici 2017 2. Cemento - El documental, de Lisandro Carcavallo, en Cemento, (19) Bafici

2017. 3. Julieta Zylberberg, María Alché, Lucrecia Martel, Graciela Borges y María

Onetto, (19) Bafici, 2017. 4. Los Violadores en el Luna Punk, de Juan Riggirozzi, en el Parque Centenario,

(19) Bafici, 2017.

Página 209 1. Nanni Moretti, (19) Bafici, 2017. 2. Javier Porta Fouz y Enrique Avogadro en el anuncio de la programación,

(20) Bafici, 2018. 3. Juan Manuel Domínguez, David Obarrio, Agustín Masaedo, Magdalena

Arau y Álvaro Arroba en el anuncio de la programación, (20) Bafici, 2018.

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OTOÑOS PORTEÑOSHistorias del Bafici en sus primeros 20 años

El Bafici nació a fines del siglo pasado cuando la revolución

tecnológica de lo digital y de la internet apenas se insinuaba,

y una generación de cineastas argentinos estaba surgiendo,

al tiempo que la crisis socioeconómica del país amenazaba

con destruirlo todo. Los textos de este libro –de periodistas,

cineastas, programadores y espectadores que hicieron el

Bafici– forman un mosaico heterogéneo que intenta contar

las historias de estas primeras veinte ediciones, sin eludir las

críticas y las polémicas: los comienzos casi artesanales, la

influencia decisiva en películas independientes argentinas, el

canon cinematográfico que cristalizó y que quizás todavía

no ha cambiado y las leyendas y anécdotas que le dan color

a un festival de cine que ya es un clásico (y moderno) de los

otoños porteños, y todos sentimos como propio.