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s M R I o Portada de Barradas-Poemas de Sara de Ibañez, Emilio Oribe, George Santayana, Antonio Aparicio y Miguel Bernández. Dibujo ele María Carmen Araoz Alfaro. - Las cuatro esquinas del sueño por José Bergamín. - Reproducciones de Barradas. Estudío de Clotil deL uis i. - Lo imag ¡na do y lo r eal por W. Buño Dibujo de Butler - Oliverio Girondo y su persuaci6n de los dias por Miguel Angel G6mez. - En la muerte de Miguel Hernández por Ju ven al Ortiz Saralegui - ExPosie ion es de Arte Extranj ero. Reproducciones de Astler, Rolland, Wagner, Menedith y Cavalcanti. Estudio de Zani. La Tormenta, cuento de González Carbalho. La Playa (tempera) de Norberto Berdia. - Jean Giono por Max Dickmann - Repro. ducciones de Vieira Da Silva. Estudio de J. Torres García. Librosl Notas de Giselela Zani, F. Novoa, Sara Rey Alvarez Jesualdo, Gervasio Guillot Muñoz, Eduardo Die.te, Alejandro Laureiro y Julio J Casal.

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s M R I o

Portada de Barradas-Poemas de Sara de Ibañez, Emilio Oribe,

George Santayana, Antonio Aparicio y Miguel Bernández.

Dibujo ele María Carmen Araoz Alfaro. - Las cuatro esquinas

del sueño por José Bergamín. - Reproducciones de Barradas.

E s t u d í o d e C l o t i l deL u i s i. - L o i m a g ¡na d o y l o r e a l por W. B u ñ o

Dibujo de Butler - Oliverio Girondo y su persuaci6n de los dias

por Miguel Angel G6mez. - En la muerte de Miguel Hernández

por J u ven a l O r t i z S a r a l e g u i - E x P o s i e ion e s d e A r t e E x t r a n j ero.

Reproducciones de Astler, Rolland, Wagner, Menedith y

Cavalcanti. Estudio de Gise~da Zani. La Tormenta,

cuento de González Carbalho. La Playa (tempera) de

Norberto Berdia. - Jean Giono por Max Dickmann - Repro.

ducciones de Vieira Da Silva. Estudio de J. Torres García.

Librosl Notas de Giselela Zani, F. Novoa, Sara Rey

Alvarez Jesualdo, Gervasio Guillot Muñoz, Eduardo

Die.te, Alejandro Laureiro y Julio J Casal.

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A Ñ O x x MONTEV o E O 9 4 3 N,o 8 2

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J U L I oE c

J .

T O R

e A s A L

._.__~vv"'ll,t:.nl1lio Oribe.

Lo Imaginado y lo Real, por W. Bnño.

Dibujo de Butler.

Oliverio Girondo y su Persuasión de los Dias, pOl'

'Miguel Angel GÓmez.

En la muerte de Miguel Hernández por .Tuvenal

Ortiz Saralegui.

Elegía, Antonio Aparicio.

.1.1'" J:'laya (tempera). Xorberto Bel'dia .

Jean Giono, por Max Dic);¡nanll.

Reproducciones de Vieira Da Silva. Estudio de J.

Torres García.

Libros: Xotas de Gisclda Zani. F. Xo\'oa. Sara

Hey Alvarez, Je:maldo, (;"l'vasio Guillot Muñoz,

Eduardo Dieste. Alejandro Laureiro, y .Tulio .J.

Casal.

La dirección de esta revista no devuelve los originales ni sostiene corres pon­

dencia acerca de éllos. publicando solamente ;trabajos rigurosa mente inéditos,

A Ñ O x x MONTEV D E O 943 N.o 8 2

J U L I O e A S A L

o R E C

J .

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ORNAMENTAC ON:

RAFAEL BARRADAS

s U M

RED A

B. MITRE

A R

C C o N

y VEDIA 2621

o

Portada de Barradas.

1,os Páli<i.os, Sara de Ibáñez.

Las Cuatro Esquinas del Sueño, por José Bergamíu.

Pcemas, de George Santayana.

Reproducciones de Barradas. Estudio de Clotild"

1.Tlisi.

Poema de Mauhattan, Emilio Oribe.

Lo Imaginado y lo Real, por W. Buño.

Dibujo de Butler.

Oliverio Girondo y su Persuasión de los Día¡;. pOlo

Miguel ;\llgel GÓmez.

En la muerte de Miguel Hernández. por .Tuvenal

Ortiz Saralegui.

Elegía, Antonio Aparicio.

Égloga, por :Miguel He~·Ilún.J(·z.

Exposiciones de Arte Extranjero. Reproduccíones

de Astley, Rolland, Wagner, ~[enedith y Caval·

canti. Estudio de Giselda Zaní.

La Tormenta, cuento de C;ollzález C<11ba1ho.

La Playa (tempera). :'\orberto Berdia.

Jean Giono, por Max nie],lllHl111.

Reproducciones de Vieira Da Silva. Estudio de J.

Torres García.

Libros: :'\otas de Giselda Zaní, F. :'\0\'0:1, Sara

ltey Alvarez, Jesualdo, Gel'vasio Guillot Muñoz.

Eduardo Dieste, Alejandro Laureíro, y Julio .J.

Casal.

La dirección de esta revista no devuelve los originales ni sostiene correspon­

dencia acerca de éllos. publicando solamente ;trabajos rigurosa mente inéditos.

Grabado María Carmen de Araoz Alfaro

L o s p

(Fragmento)

I

L I D o s

Vinieron a decirme:ahOl'a que eres ele sal y elura nieve,nube y espiga firmeque a padecer se atreveel huracán que nuestro aliento mueve.

Ahora que estás ele río,de PlU'O cedro, ele azucena OSClu'a,

y costumbres de fríodice tu piel madlU'a,vas a tocar el rayo que perdlua.

Vinieron a golpearme:los pálidos golpearon en, mi oído.Vinieron a llamarmedesde tan alto olvido,con tanta luz su acento defendido,

que necesario fueramorir y más morÍl', estar muriendo,para coger la fieralJalabra que bullendoviene a mí desde mares que no entiendú.

Sería necesariomorll' de rosa, de sapiente espIga,agotar el ovaTÍode la exacta enemiga.Morir paloma, miel, brezo y hOl'miga,

Por estrellas tan crueles,qué temblores de hoja me asesman.Qué secretos lalU'elesel pecho me calcinan.¡Qué celestiales flechas me adivinan!

11

Esa nieve que sube'mariposas de tímido aleteo.Ese frío querubeel e borrado deseoque en la garganta trémula paseo.

Esa lífma constantede agua negra, de flor, de heTida hiJada,esa liana tirantede ,espuma enamorada,a las raíces de mi voz atada.

Estas hojas inquietas,buscando en mí sus células esqUIvas,~:us edades secretas.Estas ausentes vivasmdienclo en mis tinieblas sensitivas.

Este anillo, esta rueda,estos planetas de órbita alevosa;ocultos en mi sedasu htU'acán y su rosay el arco de su llaga tempestuosa.

¿"Eres tú quien gobiernaesta invasora miel, este sentidode luz mortal y tierna ~

¿Eres tú, distraído,volcándome la muer'te en el oíd(' ';

¡Eres tú! gobernandomis corales, mis nieblas ztUnbacloras.Tú, que llamas quebrandola frente ele mis horas,¿no ves la pobre celda en que laboras ~

111

Pálido, soy contigopara el largo panal y el diestro fuego.Por la niebla te sigo,entro en tu hálito ciegoy a tus espinas de violín me entrego.

:MÍTame en mi ffaqueza,fibra de humo y hueso elel suspiTo.Endulza la rudezade la órbita en que giTo,de esta copiosa estrella en que respiro.

No me niegues tu cara,resl:>landor Y frontera de mi herida;

. .JiOTque SI se cuaJararn rosa interrumpida.si fuera tu paloma detenida;

8i tu hierba cortacla,si sufriesen tus águilas clausura.si cayese quebradala pálida escultUI'ade este mar que en mis manos se aventura;

si tu voz no mordieracon lágrimas y espumas mi garganta,esta cel este fieraque mi sangre levantay alcanza tu sOluisa cuando canta,

de gramzo y al'ena,de miserable témpano secretoharía su cadenahasta que un aire quietote v-olcase en la boca su esqueleto.

IV

Hosa de sal, espuma,brasa de verde miel y ácido diente,nbiel'ta entre la brumaque sustrae mi frente.Rizo' del mar, cintura de corTiente.

Acata h~s latido.smi caTne ciega y no pI'egunta nada.Fiesta ele mis oídosmi garganta postradano puede alzar tu alondra del'l'amada.

j\Lueven mi lengua impuralos nervios de lID clavel que busca el vientoy apenas le .asegurala nube de mi alientoel fantasma de un frágil nacimiento.

El cedro que resistpn su lejana lluvia y su colina,la mirada me Yistey el pecho me iluminacon fragantes estrellas de resma.

Una gran selva crecerompiendo mi caliente calavera.¿Mi sangre te merece,lmracanada hogueraque levantas mi muerte hasta tu esfera,

y bajas en confusadeserción tus secretos meteoros,lUl pueblo que rehusalos flIDerales orosy ahoga en mí sus balbucientes coros '?

Noviemb1'8 4 de 1941.

s A R D E I Ñ E z

LA.S CUATRO ESQUINAS DEL SUEÑO

Frenesí

Que tocla la vida es suelto.CALDEROS.

¿Qné es la vida? Un frenesí.¿Qué es la vz:cla? Una ilusión.

wna sombra, "lma ficción.

Cuando el empeño imperial de Carlos V,lleva a los españoles por el mundo i: qué pue­de decirse que es España? Apenas si enton­ces, como siglos más tarde, no hubiera tro-

pez.:do con una tmnba (<<1: no hay un puñadode tierra sin una tumba española '1») el poe­ta que hubiera preguntado, románticamente,

dónde estaba España. España estaba fuerade sí, en todas partes del mundo y en nin­guna. ¿Frenética'? i: Desenfrenada'? 1: Erann frenesí y un desenfreno su voluntad im­perante'? i: Se consultó a los españoles esavoluntad de tan frenética y desenfrenadaaYentura'? El decir popular nos responde:«España, mi natura; Italia, mi ventura; yFlandes, mi sepultura». Si buscábamos elgenio y la figura que dieron en la sepulturacon loshueso.'S mortales de ese sueño, de esefrenesí imperial, de esa aventura de domi­nación española, este dicho popular nos loexpresa adecuadamente. Al frenesí inicial,que es como la naturaleza misma de los espa­ñoles, su genio, responde la ilusión de su do­minación en Italia: su ventura; y los dos se

funden en esa figuración.. en ese sueño, delque podemos todavía paladear el sabor, laemotividad, en la prosa de Boscán al tradu­cir éste el CORTESANO de Castiglione, re­integrándolo ilusoriamente al espíritu o fre·nesí español de que naciera: España, su ge­nio, su natura. También en el verso melo­dioso de Garcilaso. Y todavía tanto o másen la música de los sermones de don Antoniode Guevara. Como en el poderoso pensa­miento de los Diálogos de Juall y .Alfonso deValdés.

PEREGRINAESPAKA

Escribe Calderón «La vida es sueño» cuan­do ya había dec"linado hacia su ocaso defini­tivo el imperialismo español: ¿frenesí,ilu­sión, sombra, ficción y sne·ño? Sueño es to­da la vida, o se le hacía toda aquella vida es­pañola al poeta: y el sueño, sueño; o los sue­ños, sueüos. El ser o hacerse sueño la vida,¿nos hizo un despertar de la muerte'? «Enel sueño de la muerte», nos dice el poeta quenos despertemos del sueño de vivir. ¿En elsueño de la muerte se despertó España alVCl' desvanecido su sueño imperial de estemundo como ficción y como sombra, comoilusión y frenesí mortales'? 1: Pues no anduvojugando a estas cuatro esquinas del soñar supropia vida con la. muerte'? i: Y qué fué estavida, este sueño '?

Mas, entonces, este mismo frenesí españoldividía su ímpetu entre esas ilusiones de im­perio y las realidades de la conquista deAmérica. Imperio y Conquista se separancomo dos vertientes de una misma voluntadespañola de realidad y de sueño. Y esta rea­lidad, estas realidades conquistadoras, fuerondesangrando, poC'o a poco, aquellas ilusionesimperialistas. Fueron éstas, desilusiones, do­lidas prendas que apenas dejaron despojoAn nuestra memoria española. Sorprendeencontrar en la imaginación popular, tan po_cos restos, de exaltación de tantas hazañas.Por el contrario, se abre inmensamente entristes espae-ios de desolación y desconsuelola misma fantasía soñadora de esas proezas.Los poetas que las hicieron y celebraron vuel­ven pronto aquella ilusión en ficción som­bría. Ilusiones perdidas. Juguetes del vien­to de Castilla, que, aventando sus leves ce­nizas, dejó sin vida su rescoldo. Suena frío,por eso, el acento imperial en las voces deaquellos capitanes famosos cuyos versos separalizaron como por espanto de tanta gran­dezfL vac'ia. «Un JYIonarc,a, un Imperio y unaEspada» quedaron enterrados, emparedados,sepultados en vida para siempre en el JYIo­nasterio de Yuste, y en muerte en el de ElEscorial. Desalentados del generador frene­sí que los animara aparentemente de ilu­sión y ficción mortales. Sombrío sueño decuyo despertar desengañado el propio Fran­cisco de ,Aldana, compañero de heroicos he­chos, por su canto, del sin par Hernando deAcuila, soldado de las mismas gloriosas cam­pailas, nos dirá, volviéndose a la contempla­ción divina, la vanidad de su mortal empeño.y el magnífico Rey de Artieda nos resumirádefinitivamente aquel estado de desilución,de desengailo, COn su famosísimo soneto delsoldado centinela que, soñando grandezas im_posibles, despierta de ellas cuando le relevan,eomo Espaila misma:

«Con esto se acabó de hacer la postay hallóse en cuerpo con la pica al hombro».

Pues el sargento mayor ~-\ntonio Vázqueznos dirá mejor todavía el sentir desilusiona­do, desengañado, de la. tal milicia: denun­ciando sus pretensiones fallidas en otro so­neto, mejor si cabe que el de Artieda, y pro­fecÍfe próxima de los de .Quevedo. He aquísu texto:

«Cruzar caminos, enfadar naciones,mudar de camas, vinos diferentes,aires fríos, templados y calientes,eostumbres varias, varias opiniones.

Desquijarar serpientes .y leones(que es domar unas gentes X otras gentes),rompiendo siempre por inconvenientes,y siempre esclavos de las sinrazones.

Os darán diez escudos de ventajapagados por la mano de un verdugo,enemigo mortal del trato humano.

y a largos años, euando al cielo pIugoque veáis partes dellos en la mano,serán para eomprar una mortaja.»

Terrible testimonio aeusador el de este epi­gramático soneto, sobre todo en sus tercetosfinales. i: A dónde llegó aquel frenesí naturalde los españoles sino a despertarles «en elseno de la muerte», imperativo totalizadorde su sueilo 1

Busquemos ahora su encendida brasa enotra esquina de ese soñador pensamiento; enla ilusión misma que Jo sustentaba, al pare­cer, de viva realidad aventurera y venturo­sa; en la figuración humana de su genio.

Ilusión

Pues aquí tenemos a Cervantes, soldadotambién de aquellas venturosas hazañas im­periales y melancólieo capitán, como su des­baratado Don Quijote, de tan mortales des­ilusiones y desengaños. «De ilusiones se vive--escribí una vez-- cuanclo no se vive deverclad; cuando se vive de verdad, de ilu­siones se muere». De ilusiones quiso viviraquella aventura cortesana del imperialismoespañol, hasta que la verdad caballeresca deotros empeños más aventurados, los de laconquista, la fueron, poco a poco, can suspropias ilusiones, matándola. Fué la ilusiónimperialista, decíamos, una aventura <::'Ürte­sana: «Italia su ventura». Fué una especiede frenesí cultural y ;deportivo, en su ori­gen, de los cortesanos de Carlos V. Cosa desoldados y poetas enamorados de la Italiarenaeentista: por ilusoria. La Italia de todosy de nadie. Por eso vemos tanc1aramentecumplirse a través de la obra cervantina suilusión y su desencanto. Dando la vueltadesde Italia inicia su torpe escribir en cas­tellano el poeta de las Novelas Ejemplares.

Hasta que de aquella misma torpeza, vencidaen el aprendizaje imitativo del Sannazzaro,surge el prodigio plástico de un estilo queno tendrá igual en España. Se viste a laitaliana Cenantes hasta para descubrir ensí mismo la ilusoria verdad de sus atavíos.y así verifica paso a paso la desilusión ven­turosa que culminará, por la veracidad de Suburla, en el Don Quijote. Lo que en el libromagistral de Cervantes se deshace, no es lailusión de la cristiana e-aballería andante sinoaquella otra, aquellas otras ilusiones en quehabía buscado su ventura la cortesanía im­perante de los Césares, postizos en nuestrapopular España. El Quijote es una réplicaal Cortesano. Don Quijote vuelve a la con­ciencia española la imagen verdadera de símisma contra aquella tan trastornada por eldesenfreno de las ilusiones de la cortesaníaimperial: «en vanidad y en sueño sepultada».

Ilusión y desilusión ritman el pulso deesta triste figura qlújotesca cuya sombra pro­yecta hacia el lejano continente americano,recién descubierto, la 'última empresa cris­tiana :l caballeresca de Europa. Sombra delCaballero medieval, del.l\Ionje - soldado, e-uyoempeíio romperá su ímpetu contra el mundotan vanamente como el del mism'isimo DonQuijote, prendido: al finalizar sus locuras,en verdes redes de esperanzas, también ilu­sorias: «¿ Serán para comprar una mortaja '1».

Imperio y Conquista doraron de aparien­cia vana dos siglos españoles cuyo brillo seapaga misteriosamente en la sombra. Puesmientras lInos viejos oros se deslucían alreflejo de otros nuevos y relucientes, ibadesluciéndose de aparente lumbre el espejode tales destellos, cambiando tan lucidas ga­las y vanagloriosos oropeles por la lucidezde la verdad que ponía a tan refulgentesresplandores oscuros márgenes de sombra.«En todo hay cierta, inevitable muerte», nosdice el desilusionado quijotismo cervantino;y deja paso de este modo desengañado, des­encantado, a la luminosa ficción de Lope, ala sombría crítie-a de Quevedo: a la claro­oscura voluntad de sueño de Calderón.

Sombra.

Bajo una mala capa senequista, túnica he­cha trizas, o, mejor, hecha trazas de cris­tiana porc:tiosería -«hombre pobre todo estrazas» y «j todo sea por Dios !»- se cobijó,desengañada de vanas grandezas pasadas, lasombra estoico - cristiana de Quevedo: men­digando desilusiones sombrías.

«j Sueño de una sombra el hombre !», cla­ma Píndaro en lengua española de Unamílllo.y sombra de un sueño: sombra de una som­bra. «Que con sombras hurtó su luz el día»,nos dirá Quevedo al mirar «ya desmorona­dos» los muros de la patria que el empeñofrenético de 108 españoles había levantado enel aire, a los aires de la aventura imperialy conquistadora. Pasados los siglos, el ro­mántico Bécquer, melancólico buceador detales ruinas, nos trajo de esa misma palabraespañola «cadellC'ias que el aire dilata en lassombras». Sombras de un porfiar hasta lamuerte que engendraron entonces, al desdorosecular de aquellas Españas¡ místicos y pí­caros, diestros en alllor y teología; predica­dores de moral y ascetismo; manteos picados:- capas rardas de una misma sombra desen­gúwda, bajo un mismo oscuro y cerrado cie­lo. Que en esa noche de tan malos tiemposespañoles todos pardeaban de lo mismo: pi­copardeando a la luna de la ilusión imperialperdíd,:, a francos, alivios y crisis de un co­mún afán desesperado, que, vuelto de espal­das a sus mundos, trocaban en andanzas porotl'os, los Osuna, }lolinos, Santa Teresa, Bea­to Avila, San Juan de la Cruz, Fray JualIele los Angeles ... Mientras esas lenguas a lodivino ardían consumiendo y purificandocon nuevo frenesí español su ilusión de sue­ño, su fic'ción terrenal y celeste, su buenaventura, otras, en la sombra, reavivaban sumalaventurado desencanto. Y las malas len- .guas de Celestinas, Serafinas, Justinas, Hi­pólitas, Aldonzas y Teoeloras o Geral'das, en­señaban a hablar verdaderamente eu cristia­no y en espaíiol a aqnellos exangües doneelesespectrales, últimos despojos humanos de lailusión caballeresca: los Floriseles y Florin­dos, F'lorisanc1ros, Lisuartes, Clasiseles oPa]merines. La única herencia y realidaddel imperialislllo en España fué esta, desca­rada, descarnada )' sombría de un lenguajevivo de lupanar: su gramática parda. La«verdad que adelgaza y no quiebra», segúnQuevedo. Místicos y pícaros coincidieron en

ella, coincidiendo, por el mismo lenguaje,

aunque con tonillo diferente, en pordiosear

desengaños.

«No hay moneda que tan mal corra en elmundo como desengaños, ni quien tanto los

haya menester 0Omo el hombre». Esto nos

lo dice al comellZar su PASAJERO, libro

tristemente revelador de aquella sombría Es­

paña, el malhumorado humorista, el desdi-

chadísimo sombrío Suárez de Figueroa. Elque llamó a Quevedo, por justa envidia, an­tojicojo. Pues ya sabemos de qué pie cojea­ban en España aquellos a quienes, como alpoeta de los SUEÑOS, hasta los dedos sele antojaban huéspedes sombríos: huéspedesde la sombra.

Ficción

La desilusión de la'S guerras imperiales,las ráfagas de la conquista, no alteraron lapaz equilibrada, la calma, el sosiego de otrosespañoles que sup~erollutilizar aa mismasombra de su desengaño para engendrar porella luminosamente su esperanza. La pala­bra sosiego parece que fué importada a Ita­lia por los españoles que la inventaron. Gra­cias a ella, los más inquietos e impacientesespañoles, los más desasosegados y frenéti­cos, domaron su ilusión, su sueño, con fic­ciones maravillosa'S. Fray Luis de León,Góngora, cada cual a su modo, y a sus mo­das, realizaron ese prodigio. ThIientras el otroFray Luis hacía discurrir la voz españolapopular divinamente, c·on sosegada urdidum­bre de palabras maravillosas, espejando elmisterio natural del mlmdo, el portento so­brenatural de los cielos. Y entre tanto, el'Sosegado alambicar, quintaesenciar palabras,destilando las impurezas de tales misticismosy picardías, convertían a Gracián en maes­tro de ellas por excelencia, por aquilatarlasy alquitararJas exquisitamente, abstrayéndo­las de manera tan vana como primorosa yficticia.

Si el CORTESA.l~O de Castiglione, rees­pañolizaclo por Boscán, abría al pensamientoespañol aquel sueño de figuración ilusoria,EL CRITICON. vino a cerrarlo, a servirlede contrafigura de sombra.

Cuando las figuras, que otros tantos librosespañoles inmortalizaron poéticamente, delcaballero, el pícaro, el lJasajero, se hacíanempeños esquin~dos del mismo sueño, cose­cha de esa misma siembra engañosa, el ám­bito de la cortesanía desilusionada de impe­rialismo, lo llena Cervantes con su ficciónburlesca, manteniendo, por tan armoniosoequilibrio, la figura entristecida y dispara­tada de la caballería, entre 10 humano y 10divino: el QUIJOTE. Y a este frenesí ilu­sionado, a esa ficción y sombra, respondenlas del PICARO, que 10 son, con el Guzmán,

Pablillos, Lazarillo, Estebanillo y todos losdemás de su ralea o estirpe: las Celestinas y

Doroteas, ,Justinas, Garduñas y Lozanas.Luego, encontramos en el PASAJERO, lasombría especulación de tales andanzas. Ycomo consecuencia de todas ellas: el CRITI­CON.

Con singular y sorprendente acierto elnovelista ruso Gorki nos señalaba en el QUI­JOTE la definitiva expresión sosegada deaquél «humanismo armonioso» («la persona­lidad armónica») que el sueño pitagórico re­nacentista había ordenado y C'oncertado tanperfectamente. Por entonces apenas si em­pezaba a, ser una sombra de lo que era aque­lla «espaciosa y triste España» - de FrayLuis, de Santa Teresa, de Lope, peregrinade sí misma, como sus mejores poetas. f, UnaEspaña sola o una sola España '? «¡ Hlúde­ros! ¿Qué uno? ¿Qué no uno? j Sueño deuna sombra el hombre 1», clamaba pindárica­mente nuestro otro Don :l\Iiguel. Pues estesueño de una sombra se hará verdadero fin­gimiento, espejo de figuración y ficción rea­les, por el escenario prodigioso del que hi­cieron, fabulosamente, con la magia de supalabra creadora, conciencia popular de Es­paña, Lope y Calderón; al sentar y asentarsus reales cóleras - su frenesí, su desconlU­nal impaciencia, su desesperada esperanza ­ante ese maravilloso retablo de los sueños:de los sueños que lo son de veras. que enesa otra esquina del soñar, la. del sueño delsueúo, se prendieron divinamente tan c·larasluces.

A esas luces vemos 3' entendemos el pasadoespañol; su sueño roto contra esas cuatroesquinas que lo inmortalizaron matándolo.Frenesí, 'ilusión, sombra, 'Y ficción, mortales:e inmortales, porque con ellas soñaron lavida los pueblos de España, sustentando enellas su ansia de verdad, de justicia: su ham­bre y sed de esperanza.

Fué el juego del teatro español del :XvII- de Lope a Calderón - conciencia clarade esas cuatro esquinas del 'Soñar: su ámbito.y cuando Calderón las define con sus pro­pios nombres, sus luces de pasión y de burla:sus candelas. Sueño de lo pasado que n0pasó y de lo venidero que tampoco pasaránunca. Porque es lo que vimos y vemos, in­visiblemente, por la fe de la. «que nació tan­ta esperanza» : por la poesía. Lo que vivimosy morimos soñando.

El soliloquio de Segismundo en La. vida ess1¿eño de Calderón nos puso delante de 101:>

ojos aquellas cuatro réplicas a la interrogan­te del vivir con que se respondía a sí mismoel desengañado interrogador enmlciándolascomo cuatro verdades o esquinas que los cua­tro muros de la prisión del sueño le ofrecíana su angustiado pensamiento. Si toda la vidaes sueílo, y los sueños lo ·SOn de veras, lascuatro paredes de ese soñar se le aparecíanal triste 8egismundo esquinándole el pensary sentir la vida en cuatro palabras verifica­doras de su sueílo: frenesí, ilusión, sombra y

ficción mortales. Fué el desdichado solitarioa pedir un poco de lumbre con que caldearla frialdad y aspereza de su oscura cueva decautivo a esas cuatro palabras esquinadasüontra el sueño vivo de la muerte. Y los ecosdistantes respondieron tan solo a su tristevoz con otros a;}'es lastimeros de ajenos desen­gaílos y desdichas como las suyas; aunqueéstas vinieran acompañadas del acento dulceJ' lisonjero de una voz de mujer. lVlas esavoz prolonga en cadencias inso.spechadas otrasmuchas que el tiempo pasado tenía escondi­das en el mismo repliegue oscuro de esa es­quinada prisión mortal del sueílo. ¿Qué ruédel frenesi, de la ilusión de tantos y tantosespaíloles, como la de este fingido Segismun­do calderoniano, sino espejo de esa ficciónviva de su deseo, sombra de una sombra'? Loque Calderón nos seíi.ala en esta ficticia fi­gura, frenética e ilusionada, sombría imagende su Segismundo, es al hombre mismo cuan­do vuelve hacia dentro su mirada, üel'l'adoslos ojos a la luminosa apariencia de su en­gaño, para buscar, a solas consigo, en ]a ti·niebla de su ser, esa otra invisible verdadque le afirma dentro de sí como expresiónveraz de sí mismo. ¿Y qué encontrará eneste empeiío de entrar o adentrarse en suser, de ensimismarse de ese modo: un nuevodesengaiio?

Este Segismundo de Calderón respondeponiéndose fuera é(e sí; tea tralizándose o es­ceniúcándose de esta manera, a la mismaansiedad, al mismo angustiado deseo que vi­nieron afirmando en nuestro pensamientoespaíi.ol otros poetas, heridos como Segismun­do por ese mismo desengaíi.o temporal de loperecedero del mundo, de su arariencia va­na, de su pasajera 1'elicidad. El mismo Cal­derón nos ]0 repetirá COI~ su Semiramis, aque-

HOlVIBRE A D E N T R O lla otra admirable creaClQn figurativa de suingenio, tan certeramente bautizada de Hijadel Aire, «hija de su vanidad». En esta ma­ravillosa comedia leemos aquellos versos:

¡ Oh monstruo de la Fortuna!¿Dónde vas sin luz ni aviso ~

Si el fin es morir, ¿por quéandas rodeando el camino '?

Siglos más tarde, como un eco románticode ese maravilloso pensamiento de Calderón,nos sorprenderá leyendo el Peer Gynt delC'alderoniano 1bse11, una réplica parecida; queen el poeta noruego toma decisiones figura­tivas poéticamente envueltas en las nebulo­sas alucinaciones de su héroe. También PeerGynt, con el sello de Dios, como Semíramis,en la frente, tropezará con ese rodeo que elpoeta l:oruego personifica en la figura dra­mática del monstruoso Boyy, monstruo de laFortuna como el que invisiblemente sale alpaso de los personajes de Calderón. Hombreadentro, como tierra o mar, se l)erdía elcalderoniano poeta romántico del Norte, enbusca de lo mismo que nuestro Calderón bus­caba: la verificación del hombre en el mUll­do. El teatro de 1bsen recoge en su senofabulosamente, como el de Calderón, un pen­samiento cristiano, cuya paradójicoa eontra­dicción viva atormenta a ]a conciencia hu­mana desde (lue lo enunció dramáticamentela dialéctica de San Pablo. Y por eso sobreesos dos teatros parece que flota como unmismo aliento sobrenatural de desesreradaesperanza. El de Calderón viene a recogeren su cuenco o mano curvada, como un pocode agua para esa terrible sed de verdad, ]aexperiencia espaüola de dos siglos de c1esen­gaií.os vietoriosos. El de Ibsen paree'e recogeren e:,:e mismo empeño otros dos siglos euro­peos de coneiencia humana desengañada.Desengaíi.os del mundo, desde luego, pero¿ no cabrú también en el misterio con que senimba de extraíi.a luminosidad la figuracióndnlInútiea de estos teatros, de esta poesía,como la j Jl terrogante amenazadora de otrodesengaíi.o más hondo, que no se si me atre­veI"Ía a llamar desengaiío de Dios '/ Si es el'corbellino del mundo (eo111o con eertera irna­gen dijo en su8anto Fogazzaro) el que lleY<1y arrastra en su rueda o rodeo, en su curvade.,esperada (j oh Jlonstruo de la Fortuna!)al ambicioso egoísta' Peer GYllt, i, no es eltorbellino de Dios el que envuel\'e y haceperecer en su mortal alud de hielo al abra­sado Brand'? ¿, No es uno y otro tOl'bellino

el que aniquila a la luminosa hija del airede Calderón? ¿El mismo que derribó delcaballo con el viento, hiriéndole los ojos paracegarlo, a San Pablo, el perseguidor perse­guido?

Cuando nos adentramos por estos mares otierras misteriosas que somos, mirándonos enesos espejos teatrales en que nuestro ensimis­mamiento se nos pre.senta fuera o enfure­cido de esa manera, por esa poesía (teatrosde Ihsen y Calderón), no podemos menosque l'econoc'ernos en esa imaginativa empresasino tal cual somos o como queremos o noqueremo,> ser. «Se tú mismo» es el impera­tivo que opone Brand al «bástate a tí mis.­mo» de 'Gynt. El uno es el imperativo dedesinteré'> absoluto, de la generosidad total,del sacrificio; el otro es como la tabla desalvación de un egoísmo que no quiere per­derse naufragando en ese piélago insondablede lo divino, del amOlo de la caridad. ¿Vuel­ven sobre nuestra angustia presente su mi­rada esos quijotescos fantoches de Semíramisy Segismundos, esas criaturas encendidas devanidad, empujadas por el viento, abrazadasal «bá.-;tate (¡. tí mismo» ibseniano, para decir­nos el trágico desengaño del mundo o paraa:f'irmarnos con ello otro desengaño mayor,que fuera un deseng..úo divino? Pues ¿y

Brand o Peer Gynt, con su diferente len­guaje figul'ativo, no nos miran, no nos dicenlo mismo? Unos y otros, presos del mons­truoso rodeo de la Fortuna, del torbellinode su rueda, se nos muestran,' abriendo suensimismamiento en tal manera enfurecidosobre la escena, sobre las tabla'> del teatro,que parecen a nuestra mirada juguetes de unidéntico viento de pasión rac·ional: el que losexpresa y determina como impulsados porese mismo afán navegador del hombre aden­tro, de la verdad de la conciencia humana.Viven, nos dirá Calderón, «siguiendo el dic­tamen del aire que los dibuja». Y tan sutildictaminador, por la palabra humana. losproyecta sobre e'Se bajel teatral, a bandazosescénicos y fabulosos, como imágenes vivasde ese prodigioso descubrimiento o invenciónque es el hombre invisible por tan maravi­llosa manera teatravisibilizado. El teatro esesta paradójica realidad poética que nos OfIB­

ce siempre de sí lo que está más dentro delhombre. Todo teatro realiza poéticamenteesta verificación del hombre adentro. esa es­peculación quimél'ic'2l de la conciencia hu·mana.

¿Hombre adentro? «Soñemos. alma. soñe­mos». Estos dos pensamientos cristianos, dra­matizados y teatralizados - el de Calderón,el de Ibsen, - coinciden en una proyecciónde la conciencia del hombre como dueño desus propios destinos personales, como librede decidirlos por su voluntad propia. Sonestos dos poetas, verdaderos poetas de nues­tra libertad, libertadores de nuestro pensa­miento. Sus fantásticas, fabulosas figura­cione,> escénicas, .nos representan al hombreen «el teatro de la suerte», de la Fortuna,como antípoda. de sí mismo; como dialécticoespec·ulador de su ser, dramáticamente per­dido en el laberinto del mundo, preso entresus paredes de espejo, enredado en esos tor­bellinos de su mortal sueño, tejido de ilusión,frenesí, ficción y .sombra. Para no adentrar­se en 'Su ser el hombre sigue la tentación derodearlo. Boyg, el monstruo de la Fortunaibseniano, acecha la voluntad libre de PeerGynt haciéndole caer en esa l'ed ilusoriapara perderle. Y así marcha, sin luz ni aviso,rodeando el camino invisible de su propiamuerte.

¿Hombre adentl'o '? Cuando el hombre cieITa los ojos a lo que le rodea lo hace paradormir o para soñar. Pero el sueño ¿no levuelve a sacar afuera, a enfurecerle de visióndiferente, de distinta vida. ¿Cuál de esasdos vidas eS sueño '? ¿La del hombre fuerade sí, perdido en el torbellino del mundo, o12. del hombre dentro de sí: la del hombreadentro, como mar, como tierra incógnita,perdiéndose, en definitiva, como fuera en eltorbellino del mundo, dentro, adentro, en eltorbellino de Dios '? ¿De una J otra aventura.'acó el hombre un parecido desengaño?

Antes que Calderón otros poetas españoleshabian sentido ese mismo deseo de adentrar­se en sí o ensimismar'Se; pero no para. que­darse ensinüsmados egoístamente, para bas­tarse {/ si mismos, sino para todo lo contra­rio: para negarse y traspasarse a sí mismos,entregándose a Dios. Que el verdadero amor,la caridad bien entendida, esc·ribí otras ve­('es, empieza por uno mismo porque acabaton uno mismo.

A finales del diez y seis se afianza en elpensamiento cristiano, con la Reforma o con­tra ella, esa extraña voluntad cristiana deser fuera de la razón porque obedece y cum­ple otra razón más honda, que es la aparenteirracionalidad de la fe VOl' la esperanza.Se tú. mismo es para la conciencia cristiana

entrar o adentrarse humanamente, por Cris­to, en lo divino, en Dios. El libro inmortalde Cervantes volcó en fabulosas palabrasimaginativas, inmortalmente, ese pensamien­to. Aquel pasaje del encuentro de Don Qui­jote con las figuras de los Santos lo especi­fica y esclarece. El Q1vijote es la expresióntotal de ese pensamiento cristiano, de esavida, de esa conciencia - verdadera pasión..~¡ burla del hombre invisible. Pues Cervan­tes pone fuera de sí, en un libro o novela,que, por serlo, lo es teatral, escénico, dramá­tico, el reflejo imaginativo de esa aventu­rera y venturosa empresa caballeresca delcristianismo temporal, que es la del ensimis­mamiento enfurecido; paradójico empeño delhombre adentro. Con razón se llamó al Qui­

jote exageradamente, «el quinto Evangelio».:Mas de esta aventurera empresa de en­

trarse a adentrarse el hombre consigo, deenterarse de sí a modo de aventurero de símismo, rué otro poeta y aventurero español,contemporáneo de Cervantes, quien nos hizoprimeramente declaración expresa y defini­da: el ya recordado, famoso capitán y poetade la corte de los Césm;es españoles, Fran­eisco de Aldana, a quien sus contemporáneosllamaron y hoy vemos que con verdaderajusticia, y justeza, -el Divino.

La Epístola de Francisco de Aldana paraArias lVIontano, que precede en el tiempo aaquellas otros dos famosas del Anónimo sevi­llano, conocida por Epístola moral a Fabio,y de Quevedo al Conde-Duque de Olivares,tiene sobre estas la superioridad, la dobleverificación poética de su motivación afir­mativa: pues busca el poeta -llamado, poreso, de sus contemporáneos, el Divino- nosolamente su consuelo en la soledad y apar­tamiento del mundo, en su desengaño pa­sajero, sino en el empeño de adentrarse ensí, por esa soledad y desasimiento del mw/!­

damal rnido, para hacerse silencio acogedor,en el encuentro de su propia vanidad o va­cío interno, eOIl la música divina de los cie­los. Esta música celestial no suena o resue­na melodiosamente en los armoniosos terce­tos españoles de esas otras dos Epístolas mo­rales, del ~'\..nónimo sevilla..no -;" de Quevedo,porque en ellas el mismo empeño de adentrar­se el hombre consigo no trasciel1ile los lí­mites circunstanciales de su definición mo­ral, de ese callado imperativo ético de laconciencia que las determina; mientras queen esta otra Epístola de Aldana, su mística

antecesora espiritual, se trasciende de nuevainspiración divina el mismo propósito ini­cial del apartamiento mundano. Huye delmundo este poeta, no tanto por deseng-añadode su derrota en él como, por el c-ontrario,de la vanidad de sus victorias; y desiluf,io­nado de ellas, se lanza con el núsmo ímpetuaventurero de nuevas conquistas a buscarotro mundo imperecedero. En ese empeñofabuloso tiende su voluntad más lejos quela de su sucesores moralistas, y aún que lade la mística :contemplación, pitagórica y

horaciana, de un Pray Luis de León o unDon Antonio de Guevara; pues, en estos, sudeseo se cumple tan solo con aquel sosiegonatural del contemplativo apartamiento delo mundano para satisfacerse de la compe­netraeión o comunión silenciosa y solitaria,cou las maravillas ele la c·reación divina.Aldana pasa, traspasa ese propósito con eldeseo de posesión real, por tales apariencias,de Dios mismo. En esto coincide con Osuna,Molinos, San Juan y Santa Teresa. PelO 10que le diferencia de ellos es que, al entre­gan,e a esta nueva empresa de su voluntadconquistadora no encuentra bastante rendidasn propia voluntad a la necesaria involun­tariedad de tal entrega, y detiene o distraesu decisión misma, enredándola en la miste­riosa trama de su aparente sueño. Dudamos,ante tales afirmaciones maravillosas de suadmirable Epístola, si el poeta no volverá a,entil· hastío o desengaño de lo dívino comolo habia sentido de lo humano. Y pensamosentonces en aquel antípoda de sí mismo quese nos define en una estu¡:enda estrofa caldc­roniana (que no recuerdo si es del mismo Cal­derón o de Mira de Amescua en La rueda dela ]?o/'funa) donde se nos expresa este cn­cuentro del hombre consigo, en dramáticaopo,ición de sí mismo, identifiC'ado con elmundo que entonces era para los españoles supatria imperante:

Cuando la noche en su abismocerrara el cielo español,durmiera yo con el sol,antípoda de mí mismo.

.. l. Y cómo el sol en esa Ímagen heI'lll(),sea~lora

de su muerte, de su sueño, espera encontrarel llOeta. nueva resurrección y vida? Y eseantípoda de sí mismo ¡,fué el último hallaz­go mortal, e inmortal, del español Aldana,doblemente engañado por el espejismo poéti-

Escribía Franc·isco de Aldana su Epístolapara Arias .Montano a finales del siglo diez yseis - 1577, - fechándola, al terminarla, enMadrid, a siete de setiembre, setiembre sin p:

ca de lo humano y de lo divino? bDejaremosen pie la interrogante que el claro capitánnos dejó clavada en el pensamiento con la ad­miración de su lectura, de las hazañas aven­turadas de su vida, de la entereza moral quetuvo, en definitiva, para encararse con lavoluntaria decisión de su muerte '?

LAS INDIAS DE DIOS

poder encontral'se del todo, e11 ese hombreadentro,en ese ·.ensimismamiento interior,euyo ilusorio velo de aparienc'ia vana le haráencontrarse otras vez fuera - entusiasmadopor enfurecido de ese modo -- con Dios mis­mo.

Nadie mejor que Aldana nos ha definidoese hombre adentro, ese hombre interior, que,vuelto a sí y contra sí, se hace o rehace des­haciéndose de sí mismo:

que en el aire común vivo y respirosin haber hecho más que andar haciendoyo mismo a mí, cruel, doblado tiro,

«Nuestro Señor en tí su gracia siembrepara coger la gloria qne prometeDe :L\Iadrid a los siete de setiembre,JVIil y quinientos y setenta y siete».

No eran, con esa fecha, amargas desilusio­nes de derrota las que dictaron al gloriosocapitán español sus nobilísimas ;1 generosas,sus veraces palabras desengañadas. Y al diri­girlas a quien fueron dirigidas (<<a tí que eresde mí lo que m'ás vale», lo dice el poeta al<>.dmirable Arias lVIontano) , no expresa tam­poco sino Ese mismo deseo de precisar en suconciencia la razón y pasión de su mundanodesengaüo. Pues desengaüado de victorias,decimos, que no 'ya de derrotas, se confiesaMdana a sí mismo, diciéndose «desvalida ysolo», como hombre «expuesto al duro hado» ;y «al rigor descortés» del viento, «como hojamarchita». Su vida temporal, nos dice, estrafago - sin acento esdrújulo, palabra do­blemente grave:

Yo soy un hombre desvalido y soloexpuesto al duro hado, cual marchitahoja al rigor del descortés Eolo.lVIi vida temporal anda precitadentro el infierno del común trafagoque siempre añade un mal y un bien nos quita.

Oficio militar profeso y hagobaja condenación- de mi ventmaque al alma dos infiernos da por pago

Los huesos y la sangre que. naturame dió para vivir, no poca partedellos, y deHa, he dado a la locura.

y tras este singular comienzo nos confiesasu decisión ~e ir a perderse del todo, para

R.esponde en Aldana la misma verdad cris­tianísima que Castillejo había formulado, des­entrañándola del sentir popular, en la fa­mosa estrofa lopista:

en la guerra que peleosiendo mi ser contra sípues yo mismo me guerreoj defiéndame Dios de nü!

Dios defendía a nuestro soldado y poetadehaciéndole del engañoso rodeo de la for­tuna, de su traicionero andarse rodeando, yhaciéndole adquirir, de pronto, esa eoncienciainmediata de su ser que le decidía a volver­se a Dios por c-ompleto:

pienso torc-e;' de la común carreraque sigue el vulgo y caminar derechojornada de mi patria verdadera,

Piensa el poeta torcer la rueda de su afor­tunado vivir, no andarse ya con más rodeos,y caminar derecho - caminar derecho C0l110

la dulce Solveig le pedía al engatusado ro­deador Peer G~Yllt: - i: jornada de su patriaverdadera? La patria verdadera para éste,tan extraordinario auténtico español

lno es

tierra ni cielo de este mundo, sino muy otracosa, que es la que busca en Dios cuando em­pieza. por entrar en sí. Yeso va a decírnosloen otro terceto que no sólo es divino por suintención, sino, 00mo, pensaba JVIenéndez yPelayo, también lo es por su dicción misma;pues con tan graciosa y natural manera dedecir nunca se había encarado mejor el hom­bre consigo:

entrarme en el secreto de mi pechoy platicar en él mi interior hombre,

do va, do está, si vive o qué se ha hecho.

i Hombre adentro! ¿Adónde va ese hom­bre interior, ese íntimo y desconocido com­pañero, amigo ° enemig-o nuestro '1 Sí vive oqué se 7w hecho pregunta, se pregunta, nospregunta el poeta:

y porque vano error más no me <lsombreen algún alto y solitario nidopienso enterrar mi ser, mi vida y nombre,

-¿ Enterrarse en un nidal - ¿Piensa e11­tenar su ser a,pariencia en él, su parecido D

ese otro ser invisible, interior, del que apenassabe si vive o qué se ha hecho? Yeso rOl'

no asombrarse, hacerse sombra al uno 00n elotro. sombra el .uno c1elotro. Pues «en al­gún alto y solitario nido» buscará refugiopara tan misteriosa y disparatada empresade modo que pueda empezar por acomodarseen ella a sí mismo eomo si fuese otro:

y como si no hubiera acá nacidoestarme allá, cual eco, replicandoal dulce son de Dios del alma oído.

Este ;,ólo verso final, por su dicción y pen­samiento, bastaría para justificar el sohre­nombre de divino dado a Aldana por suscontemporánee,s. El «dulce son de Dios delalma oído>: le vuehe al poeta caracol sonoro:eco ° repetición de la música oelestial, reso­nante en su alma cuando ésta se ha quedadovacía de todo «mundanal ruido». Así, me di­réis hace Aldana lo mismo que Guevara y

Fray Luis, o que San Juan de la Cruz ySanta Teresa: desasirse de todo y vivir sinvivir en éL adentrarse de taImado en sí mis­mo que ese mismo ensimismamiento le enfu­rece para entusiasmarle o endiosarle, de nue­vo, para asumirle en Dios:

y ¿que debiera ser (bien contemplandoel alma sino un eco resonante ... '?

Ese eco, esa divina resonancia háce que elcavernoso 'Y vacilante cuerpo hlUnano se vueLva; en réplica de amores, al sobrenatnralNarciso amante. Los requisitos de esta con­templación divina nos los va diciendo elpoeb en versos cuya trasparen0Ía y lumino­,,¡dad no tiene igual tal vez en castellano.y aquí es donde encontramos a ese hombreadentro, vel'daderamente prolongado m(¡:;

allá de sí mismo. como una sorprendentetierra nueva, como un nuevo y prodigiosomar. Hombre adentro, decíamos, como mar,como tierra, vivo. Entre tierra y me!' colocael poeta Sil yentura para poder espejarla enellos. ::\0 busca «monte excelso, soberano, deventiscosa cumbre, de triplicada nieve», ni«menos profundo, oscuro, hundido valle ­donde las aguas bajan despeñadas - porentre desig1.wl, torcida calle»; - quiere esas«partes medias» de la tierra, «siempre fruc­tuosa, siempre de nuevas flores esmaltada».y también quiere, «entre otras cosas», descu_hrir. no lejos «el alto mar 00n ondas hulli­eiosas».

Dos elementos ver, uno movidodel aereo desdén, otro fijadosobre su mismo pes~} establecido:ver uno desigual, otl'o igualado;de mil colores éste, aquél mostrandoel claro azul del cielo no añublac1o.

:\IaraYillas del mar y el sudo cubren desu natural apariencia el empeüo divino delcontempla l' reflejándole a su criador en ellas.Como imagen y figuración teatral, Yisible,de aquellas otras ,realidades a que llama elpoeta, con certero tino, «las Indias de Dios» :

¡ Oh gl'Cl1ldes, eh riquísimas conquistasde las Indias de Dios, de aquel gran mundotan escondido a las mundanas vistas!

Mundo de reflejo, eco divino, de aquelotl'o, tan escondido al prorio contemplarlllundano. Pues, ¿qué frenesí, qué ilusión,epé suave, sombrosa ° asombrada ficción es

esta'? ¿Está el hombre en ellas soñando aDios o Dios soñando al hombre '1 ¡ Sile~leio !nos dice el poeta, callaello" para no perderlo;para no perder esta ventura a que nos llevó]a aventura del hombre interior, de la e·on·quista de ese reino, «de esas Indias de Dios>:,en el hombre: la ayentura del hombre aden­tro. Silencio y sosiego para oir y ver, parasentir y contemplal: tan maravillosa ventura:

Digo que puesta el alma en su sosiegoespere a Dios, cual ojo que cayendose va sabrosamente al sueño ciego,que al que trabaja por quedar durmiendoesa misma inquietud destrama el hiloelel sueño que se da no le pidiendo

i Ji}¡ 8uel10 qlle se dá no le pidiendo! En_

trar, adentranJOs así en nosotros mismos,pero no por nosotros mismos, «cnal ojo queeayendo - se va sabrosamente al sueño cie­go» - ¡ Oh divino decir y pensar divino! ­¿No será éste otro engaño de nuestro nuevoser. de ese otro ser nacido de sus propiosmundanos desengaños? Pues este sueño, ¿escieg'o'?; ¿o nos ciega para perdernos másen él'?

Ha seguido el poeta, aüos después, su gra­ve tráfago de vivir. Y ha encontrado fin a~m vida de un modo más cercano al heroísmoestoico senequista, de los españoles, que alde la santidad cristiana. No murió como unSanto Francisco de Aldana, al lado del ReyDon Sebastián donde le mandara Felipe n.:\Iurió c·omo un héroe; pero no tan solo comoim héroe militar, aparentemente conciente oinconciente de ello, sino como un hombreque sc1he, que espera que va a morir, y es­toica, resigl1adamente, acepta la muerte, pordeber moral, de ese modo. Otro nuevo ejem­plo español nos ofrece este caso de esa doblefaz del pensar y sentir la vida que en lose.,paüoles se ha seüalado como estoico-cris­tiana. Y otra nueva inquietud nos vuelve«a destramar el hilo» de ese sueüo del almaentre cuyas cuatro esquinas poéticas - fre­nesí, ilusión, sombra y ficción mortales _se nos había encuadrado, como entre cuatroparedes invisibles, aprisionado el pensamien­to. Pues de aquellas conqui.,tas de las Incliasde Dios ¿qué se hiC'ieron? Otros nombres de

otros conquistadores divinos vienen a nues­tra mente para respondernos; aunque todasesas respuestas - las de SanJuan de laCruz. 10.<; Fray Lui." Santa Teresa, Osuna,:Molinos, Fray Juan de los Angeles, - pro­longan su razón de ser y su sentido, su re­flejo y '>u eco, más allá de la muerte. Entre­tanto, vimos morir a este decidido capitány poeta de cara al mundo: respondiendo alimperativo moral de su conciencia, heroica­mente: más, decimos, como estoico que comocristiano. Y para ese i"iaje terrenal no nece­sitaba aquellas místicas alforjas espiritualesde la Epístola para Arias l\Iontano; aquelalto nido de su solitario y disparatado sepul­cro; aquellos melodiosos requisitos de la so­segada y desasida contemplación divina. Sihubo o no desengaüo de Dios en este poetapara. determinarle a aceptar de tan heroicamanera la muerte, nos quedaremos '>in sa­berlo. Pero esa final a0titud de su vida, no'>le acerca tal vez, más que su Epístola admi­ra ble, de aquellos otros dos desengañadosdel mundo que, en tercetos espaüoles episto­lares, nos dejaron también escrita con susangre la aventurada y venturosa andanzamoral elel hombre a,dentro en su Epístolamoral, el anónimo sevillano, y en la suya alConde-Duque de Olivares, Quevedo. ¡, Y nono.'> le acerca también ahora del vivo agoni­zar cristiano de :lVIiguel de Unamuno y de

la estoica resignación mortal de Antonio Ma-('hado?

J o s E B E R G A M I N

p o E M A s

SOBRE LA MUERTE DE UN METAFISICO

Soñador desdichado, que más allá volastede la dulce región de las cosas que amo,más allá de la luz del sol, y más alláde dorados trigales y de amado, bl'illantetibieza del hogar. Oh tú, blasfemador de la delicia,l acaso tu orgulloso pecho no esh~ba en TlCl7,

con Júpitedi,Buscaste, sin agI'adecimientoante sus arboledas custodiadas,el horror tan vacío de la noche abismal '?All! frío está el delgado aire sobre la luna!De pie, te vi caer engañado' en la muerte,cuando, en 'Vaivén fatal de entorpecido espíritu,gritaste que eras dios o que habías de serlo..y oí, gimiendo. débil, tu pecho jactanciosoburbujear desde el fondo del Icariano mar.

«ASI COMO EN EL MEDIO DE LA BATALLA HAYTIEMPO»

Así como en el medio ele la b.atalla, hay tiempoPara pensar ele amor, y en meelio elel pecadoRastrero, ele alegría, así como la intrigaSusu1'1'a elel valor de chucheríasJunto al lecho ele muerte que tilla vela ihunina;Así como en las grietas de la tumba ele CésarDulces hierbas florecen en un poco de tie1'1'a,Así, en el gran desastre ele nuestro nacimientoPoelemos ser felices y olvielar el elestino.

Pues el día con un rayo de tiernísimo goceDora el cielo ele hierro y esconele la verdaely elulcemente muévenos la noche a malg'astaJ'

• e

Nuestro duelo en ociosas cacerías.Tal es la juyentucl hasta que ele ese tranceEstival elespertamos, tan sólo para hallarLa desesperación erguida ante nosotrosy a nuestra espalda sólo vanidad.

(Trad. Giselela ZANI)

G E O R G E S A N T A Y A N A

EN

Oleo

TORNO A

Barradas

BARRADAS

Barradas abre su adolescencia en un mo­mento de dudas y esperanzas para nuestrapintura nacional. Se extintsuía el eco del ar­te huero de emoción y pleno de grandilo­cuencia de] siglo XIX. Una ansiedad oscu­ra flotaba en el ambiente de la ciudad. Va­gos reflejos de aurora nos llegaban de Euro­pa. Se sabía lo que no debía hacerse, perose vislumbraba apenas lo que podía hacerse.

Un pseudo realismo que mal ocultaba sucontenido artificioso - amalgama de roman­ticismo y alegoría literaria - s~ había en-

señoreado de las telas, contra el cual reaccio­naban vivamente los jÓYenes, ávidos de decirsu palabra inmaculada.

Sáez, el artista precoz, había traído consi­go una inquietud nueva: andaba otl'a cosa

por el mundo, otra cosa en la que el artistapodía volcar sus sueños, otro lenguaje en elque dec'ir su visión asombrada de la vida.

Per08áez murió a poco de pisar su tierra,casi niño aún, y su mensaje quedó trunco.

l\Ias, bien pronto llegaron otros mensaje­ros portadores de la buena nueva: Blanes

Viale, con su pintura colorista y clara; Be­retta, quien traía junto a auténticos ejem­plares de las lluevas escuelas francesas, susensibilidad ahnada, sus amplios 00nocimien­tos de arte y su seguro juicio de conocedor ygustador de la pintura; Figari, el que mástarde había de revelarse como pintor origilJa­lísimo, para oficiar de teorizante.

Fué como un despertar en la juventud, contodas las promesas de futuro que traen losamanecereS. Y no hubo entre los jóvenes ar-

tistas sino un deseo unalllIDe: salir del solarestrecho y oscuro, e ir a tOIDar contacto direc­to con las nuevas formas del arte. El viaje aEuropa se apareció COIDO el viaje a la :Nlec-apara el creyente. Eran pobres casi todosellos: sólo les quedaba el asidero de la beca

que el Estado concedía. eOIDO varios otros quedespués demostraron ser de los mejores, Ba­nadas no fué de los agraciados. Y aquí esdonde se revela su ineludible vocación: sinmás dinero que el que mal le alcanzaba para

Retrato Barradas

cruzar el océano, emprendió el a.nsiado pere­grinaje. Allá se buscaría la vida como pu­diese. Y se la buscó, sin apartarse para nadade su arte.

y allá va nuestro hombre por tierras deEspaña, con los ojos muy abiertos y la sen­úbilidad muy despierta. Todo lo capta y to­do lo elabora en el e·risol sutil de su alma.Cosas y cuadros; lo viejo y lo nuevo. Nadase le escapa.

De ms lápices y de sus pinceles ha de vi­vil'; y Yive. Y no .es por cierto esta partcmenuda de su obra la menos apreciable. Ilus­tra libros, hace monos para las revistas, car­teles y afiches; y hasta se lanza a la esceno­grafía, con un sentido envidiable del teatro.y confecciona también muiiecos para los ta­bladillos populares. Todo Can una gracia yun don de síntesis y de expresividad, queanuncian ya el modo de sus C'uadros grandes,los cuadros hechos «en serio», para las expo­siciones. Pero las otras casillas, las que hizocomo jugando, para procurarse el ineludible ytiránico pan de cada día, son muestras pre­ciosas de su genio, que hoy buscamos ávida­mente.

Hartadas, auténtico peregrino, anda a pie1101' España. l\1agnífica escuela, la de la calley la del camino de todos: escuela de arte yde humanidad. En ese su humildísimo pere­grinaje, Está acaso la clave de su arte. tansuyo, y también tan nuestro.

i Cuánto hubo de aparecérsele de rica, devívida y de coloreada "J' luminosa, esa tiel'l'abendita en donde encontró el amor; y el arte,con su profundo sentido humano; y la amis­tad, con todo lo que tiene de fecundante 1

Todo él, toda su íntima, expresiva natura­leza, se libera en el acto de pintar, al roce cu­tidiano de la tierra y de los hombres. Nobusca un maestro, no se inscribe en ningunaescuela. Todos los lenguajes que le salen alpaso en exposiciones y museos, los hace su­yos, siempre y cuando ellos no contradigana su sec'reta necesidad, a la recóndita ley quelo gobirena, y que, seguramente, él mismoignora.

Así como el poeta se vale de la palabra co­l'l'iente, la que es de todos, para elaborar conella. novísimas y originales arquitecturas, re­veladoras de sus personales conceptos, asíel pintor usa del color y de la línea, queestán en el mundo y san de todos, para crearese microcosmos que es el cuadro, el cual dicede lo que él sólo posee en el callado albergue

de sus retinas y en lo profundo de su alma.y así sea esa su particular e inalienable pro­piedad, así será su expresión, y así su Ob1'<l.

Palabra, sonido, color, línea: poco más tie­ne el hombre para decir su pensamiento ysu emoc·ión. Y además, esa otra cosa indefi­nible que ponemos en una mirada, en un ges­to, en un trazo.. en una voz, en una. nota mu­sical, eso que llamamos expresión, sin expli­car lo qué es. Decimos una mirada o un ges­to expresivo, un cuadro expresivo, y quere­mos señalar que el instrumento es entoncesalgo más que un mero signo convencional;que contiene también - cuando es expre­sivo, precisamente - un re±1ejo de nuestroespiritu. Y ese tanto de espíritu que se tras­luc-e en el signo, en forma indefinible, eso es,al fin, nuestro supremo meclio de expresión.Por eso repetimos que el gesto, la palabra ola imagen, son expresivos, porque expresan

por encima del signo ,convencional quees de todos - ese átomo, esa chispa delespíritu, que no es de todos, que es nuestrapersonalísima, nuestra secreta propiedad.

Reproducir moldes, repetir palabras,imitar, enrolarse en la escuela o aca­demia del día, eg someterse. Hacer queel signo - palabra, imagen, color, nota ­desemrei'íe oficio de ideas y emociones, es ex­l)resarse, es dejar fluir el espíritu, es liberarse.y no otra cosa ansía el hombre sino la libe­ración mediante la expresión, del e:ópíritu,enc-adenac1o en las secretas ergástulas in te­liares.

He a.quí a Barradas j hombre que no fuénunca a la Academia, que no recibió la fé·rula estática y muerta de esa ley a la queVlamink veía cara de ujier. El tenía en cam­bio, y en abundancia, eso que el pintor fla­menco pedía ante todo al artista: el instinto,traído acaso por herencia de una familia deI,intores, y el hábito de ver el color desde lacuna, en casa propia. Y el don, que viene delcielo.

·Tuvo también su academia: la calle, elcamino, las c·asas, los hombres. ¿No hizo apie el trayecto que va ele Barcelona a Ma­drid? Para eSe viaje en el cual el hombrecorriente que viaja en tren invierte apenasl1lras horas, él empleó dos meses. y dÓllde esehombre corriente no vió nada. arrastrado porel vértigo de la máqlúna, sus ojos se apro­piaron de las mil figuras maravi.llosas quepueblan los caminos.

.Allí el hombre, uno y múltiple; los cam-

La adoración de la niña de los patos

pos vel'de~, mnaril1os, azules: lo" eaminos gri­ses, blane08. rojos: el árbol y el páj:\ro: elhombre, la mujer, el niño: y la" ea"as eel·i·a­daseomo prisiones de dolor; y las easas abier­tas tomo flores de alegría: los ríos y los mon­tes que separan, y los puentes y las veredasque unen: el que tmhaja en el eantu y elque trabaja en la pena. .Allí las secretas ta­bernas en donde se olvida ;.' en donde "eespera.

En jlacllid, en Zaraguza, en Ban·dona:luego en París, en Burdeos, en San ,Juan deLuz: luego en Milán y en la riente Suiza. Enla ea11e y en el eHInro: en la c·illdad y en elpueblo: en el eafé, en la posada y en el puer­to; en el ferrocarril ;.' en la ca neta. Y en dcua I'to del amigo, ;.' en el euarto propio. En­tre desC'onocidos y entre, compañeros; cn losmereados y en los muelles: en los negoeios y

en las fábrieas. en la chimenea y en el árbol;

Barradas

y en la vela; entre los hombres grises de lasciudades, y entre los pintoreseos hombres delas regiones: allí estuvo su aeadernia. Ac:a­demia. no: ESNlela.

c\llí, libre, espontáneo, sin ley. El solo. El,auténtico; sin férula, sin grillete, sin el ujier'de eara fosea; sin la pesada imposición delrasado, que entorpeee, ahoga y mata el pre­sente. jlas no quit're ésto c1eeir que desde­ñara a los maestros. El Museo fué tambiénsu casa. Pero no para imitar, sino para ad­mirar; y para copartieipar en la hermandaddel arte; y para amar. Y amó. Sobre todoel Goya, el ,1legre y amargo. y también al Gre­eo, misterioso, profundo ;.' patético.

¿ Quiere deeir esto que sufrió el influjo deesos dos grandes? ¿ Que el eolor de Goya y

las sombras de Greeo, determinaron sus dosmayores épocas: la de la luz elara y la de laluz negra? No. Otros antepasados. de aná-

10gas características, podríamos hallarle, siquisiéramos perdemos en este juego de bus­car parentesc:'Üs e in±1uencias. Digamos sim­plemente, que los amó. Y digámoslo, no paraprecisar el carácter de la obra, sino para mos­trar un aspecto sentimnetal del artista.

.Amó a los grandes maestros, pero amó so­bre todo al hombre, a la criatura que vive, ala que deja desenvolverse su cuerpo y sus ac­titudes, ajeno por completo a la idea de quealguien lo contempla, lo observa y lleva pa­ra siempre su imagen en los ojos. Los mode­los de Barradas son a menudo recuerdose imaginaciones. Las grandes figuras de losmuseos fueron para él objetos de admirac'ión,nunca sujetos de imitación. Porque acaso, élsintió, como Valery, lo que hay de muerto, delígido, de dogmático, de convencional en losmuseos. Porque las almas libres, por diversasque seiln, se encuentran siempre en un pml­to, en una encruc:,ijada de sus caminos: elIJUnto de la libertad. Valery siente que «elmuseo tiene algo de templo ~. de salón, deCtmenterio y de escuela», am donde Vlaminck',c: a los maestros con cara de ujieres. persi­guiéndolo con la ley en la mano. Y, j qué dostemperamentos más distintos el del rsc'ritorirancés y el del pintor flamenco 1

HarTadas tan alejado del uno (oOmo del otro,debió sentir lo mismo, él, hombre del (;ampoabierto y de las calles sin fin. Esa libertadSt:' advierte en toda su obra. Su propio pro­eec1imiento de pintar eon frecuencia sin mo­delos, sobre recuerdos, es ya un síntoma deirrefrenable, romántica independencia. Peroesa modalidad que a otros c'Ündujo al aisla­miento, a Barradas. por virtud de su tempe­ramento emotivo y de su corazón generoso yamante, lo lleva por la senda divergente, porla que conduce al contacto cotidiano con loshombres, a la visión eotidiana de la vida hu­mana.

ÑIere(;e notarse a este respecto, que no haycuadro de Barradas, del que esté ausente elhombre, o el recuerdo del hombre, o las obraselel hombre: sus casas, sus puentes, sus fá­bricas, sus objetos domésticos, sus instru­mentos de labor; el árbol que plantó, el cam­po que eultivó; la criatura humana presente,o el trazo que dejó sobre la tierra, lo queella eonstruye, destruye o modifica.

Nunca, como en otros pintores, sitios desoledad, ni mar abierto, ni páramo vacío, nimontaña solitaria y enorme.. Ni '3iquiera loscielos de Barradas ocupan vastas extensio-

nes; ni el fondo del paisaje desborda a lafigura; ni se ac·usan profundas lejanías, nies bajo el horizonte, ni alto el. aire.

La criatura, la casa, el objeto, 10 que delas manos de la criatura surge, ocupan todala extensión de sus telas y a veces. hasta pa­recen rebasarlas.

Es común a la generalidad de los hombres,y todavía má'3 a la de los artistas,.el proyec­tar su propio sueño sobre la realidad. Deahí la constante necesidad de modelo'3, pararectificar a cada paso la certeza de esá rea­lidael, . trasmudada por el sueño. Barradasno es de los que ven lo que sueñan, es delos que sueñan lo que ven. Por eso le es tanfácil pintar sobre recuerdos: y se pasa contanta soltura de modelos. Porque su almaestá limpia de oscuros signos que le entur­bien los ojos.

Bn la selva espesa de colores y formas quees el mundo en, que nos movemos, y que ape­nas percibimos, él iba, viviendo en sus pupi­las, para coaptar toda aquella belleza que amenudo escapa al hombre, preocupado porsus deseos, sus intereses, o sus ensueños.. ~usrelaciones particulares con la realidad exterior no consistían en volcar '3obre la tela unafidelidad absoluta a la percep(;ión; su obraes siempre una estrecha alianza entre suspropios sentimientos y esa percepción. 0,de otro modo, es la perc.epción de sus ojosintel pretadu por su sentimiento. Porquepintaba lo que veía; y veía ante todo esaslíneas imperceptibles y sutiles que escapana la muyolla de las pupilas, y que determi­nan, en los rostros, en las actitudes, y alulen las cosas, su íntimo carácter y su reüón­dito significado.

La honda preocupación por estudiar losmodelos en movimiento que le ofrecía la vida,no corresponde a esa otra I)l'eOcupación deverismo que a tantos acucia, sino más bienal deseo, legítimo en todo artista, de con­frontar de continuo su propio sentimiento('on su propia visión o con el recuerdo de suYÍsión. Así sus cuadros nos hacen ,sentir loque él sentía, nos hacen ver c'ómo él veía,nos hacen experimentar la impresión que elmundo le causaba.

Quiero decir que Barradas po procedíapor composición de elementos vistos y archi­vados en su memoria, sino por reproduccióntotal y simultánea, de la impresión que e'3atotalidad, y no sus elementos, había causadoen él. Cuadros como esos que representan la

10gas características, podríamos hallarle, siquisiéramos perdernos en este juego de bus­car parentesc'os e influencias. Digamos sim­plemente, que los amó. Y digámoslo, no paraprecisar el carácter de la obra, sino para mos­trar un aspecto sentimnetal del artista.

..c\mó a los grandes maestros, pero amó so­bre todo al hombre, a la criatura que vive, ala CHIe deja desenvolverse su cuerpo y sus ac­titudes, ajeno por completo a la idea de quealguien lo contempla, lo observa y lleva pa­Ta siempre su imagen en los ojos. Los mode­los de Barradas son a menudo recuerdose imaginaciones. Las grandes figuras de losmuseos fueron para él objeto,; de admil'ac.ión,1ll1llca sujetos de imitación. Porque acaso, élsintió, como Valery, lo que hay de muerto, deügido, d.e dogmático, de convencional en losmuseos. Porqile las almas libres, por diversasCjUé sean, se encuentran siempre en un pUlI­to, en una encruc·ijada de sus eaminos: el¡JUnto de la libertad. Valery siente que «elmuseo tiene algo de templo y de sa16n, decementerio y de escuela», aHí donde Vlaminck'd:- a los maestros con cara de ujieres. persi­guiéndolo con la ley en la mano. Y, ¡ qué dostemperamentos más distintos el del rsC'ritorirancés y el del pintor flamenco I

Barradas tan alejado del uno (·omo del otro,debió sentir lo mismo, él, hombre del campo(J bierto y de las calles sin fin. Esa libertadSé advierte en toda su obra. Su propio pro­cedimiento de pintar con frecuencia, sin mo­delos, sobre recuerdos, es ya un síntoma deirrefrenable, romántica independencia. Peroesa modal idad que a otros c'Ündujo al aisla­miento, a Barradas. por virtud de su tempe­ramento emotivo y de su corazón generoso yumante, lo lleva por la senda divergente, porla que conduce al contacto cotidiano con loshombres, a la visión cotidiana de la vida hu­mana.

Merece notarse a este respecto, que no haycuadro de Barradas, del que esté ausente elhombre, o el recuerdo del hombre, o las obrasdel hombre: sus casas, sus puentes, sus fá-.bricas, sus objetos domésticos, sus instru­mentos de labor; el árbol que plantó, el cam­po que cultivó; la criatura humana presente,o el trazo que dejó sobre la tiérra, lo queella construye, destruye o modifica.

Nunca, como en otros pí"ntores, sitios desoledad, ni mar abierto, ni páramo vacío, nimontaña solitaria y enorme., Ni siquiera loscielos de Barradas ocupan vastas extensio-

nes; ni el fondo del paisaje desborda a lafigura; ni se acusan profundas lejanías, ni•es bajo el horizonte, ni alto el. aire.

La criatura, la casa, el objeto, lo que delas manos de la criatura surge, ocupan todala extensión de sus telas y a veces, hasta pa­recen rebasarlas,

Es común a la generalidad ele los hombres,y todavía más a la de los artistas, el proyec­tar su propio sueño sobre la realidad. Deahí la constante necesidad de modelos, pararectificar a cada paso la certeza de esa rea­lidad, . trasmudada por el sueño. Barradasno es de los que ven lo que sueñan, es delos que sueñan lo que ven. Por eso le es tanfácil pintar sobre recuerdos, y se pasa contanta soltura de modelos. Porque su almaestá limpia de oscuros signos que le entur­bien los ojos.

Bn la selva espesa de colores y formas quees el mundo en que nos movemos, y que ape­nas percibimos, él iba, viviendo en sus pupi­las, para coaptar toda aquella belleza que amenudo es~apa al hombre, preocupado porsus deseos, sus intereses, o sus ensueños. ~us

relaciones particulares con la realidad exterio!' no consistían en volcar sobre la 'tela unafidelidad absoluta a la percepción; su obraes siempre una estrecha alianza entre suspropios sentimientos y esa percepción. 0,de otro modo, es la perc.epción de sus ojosintel [)lctada por su sentimiento. Porquepintaba lo que veía; y veía ante todo esaslíneas imperceptibles y sutiles que escapana la mLlyol'Ía de las pupilas, y que determi­nau, en lós rostros, en las actitudes, y aúnen las cosas, su íntimo carácter y su recón­dito significado.

La honda preocupación por estudiar losmodelos en movimiento que le ofrecía la vida,no corresponde a esa otra l)1'eoCupación deverismo que a tantos acucia, sino más bienal deseo, legítimo en todo artista, de con­frontar de continuo su propio sentimientocon su propia visión o con el recuerdo de suYÍsión. Así sus cuadros nos hacen .sentir loque él sentía, nos hacen ver c'ómo él veía,nos hacen experimentar la impresión que elm'!1ndo le causaba.

Quiero decir que Barradas po procedíapor composición de elementos vistos y archi­vados en su memoria, sino por reproduccióntotal y simultánea, de la impresión que esatotalidad, y no sus elementos, había causadoen él. Cuadros como esos que representan la

escálera de una casa de vecindad o una plazao calle, o Un conjunto desordenado de obje­tos, o una posada, o una feria, o todo otrositio con gran C'Opia de figuras ;,' cosas, uo f'oncomposiciones construídas con elementos va­rios, recogidos aquí y allá, sino la impresióneonjunta y uuánime causada en él, por di­chos elementos. No composiciones sólo raza·nadas, no sólo arquitecturas picturales, sa­biamente dispuestas eu el taller, con notasrecogidas uu poco en todas partes, sino ver­sión tumultuosa de imágenes superpuestas ensu retina y volcadas en la tela, sin eliminaruada, ni aún aquello que queda oculto porrazones de opacidad y perspectiva. Uuica­mente en un agudo observador de la realidad,que pinta sin modelo, sobre recuerdos e im­presiones, puede d~rse tal exactitud.

Dibujo

En otros cuadros, y en particular en cier­tos dibujos, la parquedad de líneas encierrauna presencia de la forma total y del detalleeliminado, que no podemos a menos de ver,üasi de dear. Tan fuerte es la sugestión queen nosotros producen esos pocos rasgos eseogidos con tal acierto

Para él son objetos de capital importanciaun pliegue de la boca, una tonalidad de laluz, una magnitud de las manos; la desvia­ción de una pared, la manera de caminar deun hombre, el modo como lleva la ropa y elsitio donde se estaciona o donde vive. Sonlas determinantes de la impresión que en élcausa el objeto. Las actitudes que a algunosparecen violentas o confusas, se tornan sim­ples y nítidas, tan pronto se busca la inter­pretación del cuadro, no en lo que es - que

Barradas

•13m embargo, también así es, - sino en laimpresión que causa.

Esto se hac-e mu;y patente en la serie delos «místicos». Cualquier pintor de asuntosreligiosos, compone su obra ;sobre elementostomados de la realidad, y así tienen acentoreal estos asuntos. Toda Virgen con el Niñodel Renacimiento, podría titularse «:Ylaterni­dad: todo San Sebasti'án. «Efebo».

Los «místicos» de Barradas" a penas si con­tienen elementos reales en el sentido mode­lístico: son la traducción pura y prístina deuna Íntima visión, de una huella profundaimpresa en su infancia por los diversos asun­tos religiosos.

y una prueba de que Barradas fué unhombre que sintió verdaderamente al hom­bre, que fué un ser de entraña simpática, esdecir, de vibración humana. la tenemos - ade·más de lo que al principio dije sobre la pre­sencia constante de ,la figura humana y suscosas en las telas - en el hecho' de su par­tic'ular preferencia por el retrato y por elapunte de tipos varios, que viene a ser lomismo que el retrato sin el nombre del re­tratado. Y, más aún, en este otro hecho, aprimera vista sorprendente, de que en el mis­mo año, y casi simultáneamente, pinta lasdos series, acasO lo mfis notable de su obra,de los «místicos» y los «estampones». Dosseries tan diversas, que uno no puede menosde preguntarse cómo pudo el autor hallarseal mismo tiempo en la disposición de espí­ritu adecuada a una y otra; al jugoso re­cuerdo juvenil, a veces 1m poco burlesco, delos «estampones», y a la recogida religiosi­dad de los «místicos». Sin embargo, ni haydesdoblamiento de personalidad, ni superpo­sición de estados de alma, ni duplicidadtemperamental. Hay que en ese año 1928(¿ presciencia acaso de la muerte próxima?),Barradas siente afluir a su memoria las ricasfuentes de su personalidad, los hontanaresremotos de sus primeras impresiones de niño.Y como un niiio las v11eloa en la tela. Yesas primeras impresiones comportan tanto laanécdota fresca y popular de los «estampo­nes», como la honda poesía dejada en sualma por las remotas lecturas de HistoriaSagrada, con que pintó los «místicos». Noson cuadros realistas, sino reflorecimientosde lejanas huellas, una serie y otra. Laprimera con el pintoresco detalle y el extra­ordinario verismo de los «estampones», en laagudeza luminosa de observación que suelen

poseer los 111nos; la segunda, la de los «mís­ticos);, con el no menos real verismo poéticoy legendario con que los niños suelen teñirlos temas religiosos.. Ese tema constante del hombre y de lascosas del hombre y de la conmoción venidade la vida del hombre, actuales o lejanas,en la presencia o en el recuerdo, es la notadominante que mejor define a Barradas. Ylo define despertando toda nuestra simpatíapara él, toda nuestra admiración para suobra; porque adquiere, al traducirse a latela, un singular valor poético y un segurocalibre pictórico. El secreto del encanto desus figuras radica acaso en una oculta ar­monía entre la línea y la vida Íntima queella reproduce, armonía a veces ininteligible,c'omo In de una voz o de una mirada, queel pintor nos revela y, rasgando su secreto,nos la hace comprensible. Un eco de calla­das emociones a las que el pintor da formay hace patentes, convirtiendo en expresiónla impresión que le embarga, haciendo me­morable la fugitiva lumbre que ilumina unrostro o un gesto: por un breve instante.

Esa manera de pintar y de aprender a pin­tar, en apaliencia anárquica, no impidió a13all'adas adquir un gran oficio, una sin­gular maestría en su arte. Porque, en ver­dad, tal anarquía no existe. Lo que hay esque, en lugar de seguir líneas de conducta ymodos de adquisición previamente trazadospor un maestro o consolidados en una escue­la, él iba siguiendo llll camino determinadopor su propia naturaleza, camino que al ob­servador se le antoja libérrimo, pero que obe­dec-e, en verdad, para el pintor que lo sigue,a una implacable ley psicológica y tempera­mental.

De aUí que, donde a muchos se les apareceBarradas como esp:tgandocapr,ichosamenteen todas las modalidades de la hora, libandoal azar de los encuentros sobre todo los 'ÍSnws'

del día, hay en realidad una deliberada y se­vera labor de selección: con el penoso aparta­miento y escogimiento que todo selección com­porta.

No existe en Barradas el fútil escarc"8O quealgunos han querido ver en la. múltiple varie­dad de sus 1nanet'as. Hay, por el contrario,adaptación, y adaptación inteligentísima, altema y a lo que sobre cada tema quiso decir,de los diversos modos de expresión, o de dic­ción, que la pintura moderna ha sacado a.luz, tras largos y repetidos ensayos.

Retrato

El supo tomar de la técnica novísima, qnees de todos (tántos son los que han trabajoen ella, contribuyendo a formarla) aquelloque se adeeuase acabadamente a lp quequer;ía fijar en la tela. No se descubreen ninguno de sus lienzos - un ahu'de detécnica, por lo que es t6cn'ica: un alarde deoficio. sin conexión inmediata eon el objeto,un alarde que demuestre lo mueho que sabeel pintor y su dominio sobre el color y eldibujo. Ninguna habilidad se interpone en­tre la labor ereadora y la obra realizada. Noes esto decir que no posea ese dominio, sinoque no se esmera por haeerlo visible. De

Barradas

cada escuela tomó aqnellos que pudiera servira las exigellC'ias de su arte, y lo tomó ho­nestamente, haciérídolo previamente suyo, in­corporándolo a su instumental expresivo, sinque, acaso, pudiera 61 mismo saber en dondelo babía adqlli rido. Y esto es lícito, en cuantohaya real :r auténtica consubstanc-iaciém. Eslíeito, en cuanto no sea mero tanteo o ensayo,a fin de producir obra que guste, qlle esté a·la. moda, sino r~al esfuerzo por desentrai"ial'la esencia del objeto. valiéndose, para ello, detodos los medios que estén al alcance del ar­tista. Estos medios - que comportan unacomplejísima enunciación de leyes psicoló-

gicas y ópticas son el aporte considerableque las nuevas escuelas han dado al arte, yque, clescubiertas por estudio razonado o porgenial intuición, C"onstituyen el riquísimoacervo del arte de hoy.

La diferencia entre el pintor que permane­ce siempre siendo un di.<;cípulo, 'J' el que seeleva a la categoría de creador, está en queaquél no puede dejar de ceñirse al dogmatis­mo de una escuela, o de muchas escuelas(que a menudo se les ve pasar de una a otra),en tanto que éste llega a un pleno dominio de

su personalidad y, lejos de ceñirse a una

sistematización determinada, ciñe o sujetel

esas sistematizaciones a su íntima fibra tem­

peramental, las descompone y combina a su

antojo para hacerlas servir a sus propósitos.

Para hacerlas servir, no para servirlas. Para

hac:-erlas suyas y aprovecharlas, no para someterse a ellas· y seguirlas.

Barradas hurga lo vital que hay en lo plás­tico y, trabajando sobre lo plástico, despier­ta en nuestra alma esa sensación de vitalidadque él, más que nadie, sabe descubrir en lascosas y en los seres. Al investigar sobre laesencia de los sujetos para hacernos patenteesa esencia, lo hace por medios plásticos, eli­minando todo otro factor espurio, sea recursotéchico, sea sugestión literaria.

No he pretendido, al apuntar brevementealgunas reflexiones que me han nacido entorno a la obra de Barradas, realizar un es­tudio exhaustivo sobre su personalidad y suarte. Son simples acotaci ones, acaso algodesordenadas. Nuestro notable artista aguar­da aún su exégeta.

G . L o T I L D E L u I s I

MISOBR1NO

CAL1XTO

Dibujo

L'ICOoe ..JILO(A

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Barradas

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Barradas

OLALlAMCMXXIf'

MüSENPEDRO

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JARNE

Dibujo

POEMA D E MANHATTAN

A f uan Ramón fiménez

1

Oh momento!Oll en Manháttan, tanto .Y pensamiento!Sobre una eternidad movibleel lucimiento,el análisis de una inteligcntia ineorregiblecon sus torres desiertas .... ,

y más que antes!

El pétreo jardín de granadas gigantesy abiertas,sin cesar destruyéndose, construíase invisible,tras un velolejano.

Víme en la nochecon lUla rosa en la manosobre un gTan rascacielo.

De medusas pobláronse mis sienes;Viejo licor humanoen mi Tazón buseaban. Oh coseeha impura,en esta otra selva oscura del hierro.

Oh Manháttan!

El pétreo jardínde tus monumentossin fin!

Velámenes de piedras bien labradas.Volúmenes que fueran frustrados pensanüentosde dioses.

Ahora geometTías doradas.

Esa noche ví la belleza últimaque da la forma carnal.al cliluirse su matemático aroma.y el cuerpo fué 'para mí la lámpara fOTlnalque al abolirse crea la noche totalque mata a la paloma.

Entre antorchas líquidas de. bronce,las antítesis del rito cristianome fOl'mal'on escl'úpulo y velo.Yo estaba con una rosa en la manosobre un gl'an rascacielo.

¿Por qué, entoncesenarbolé la rosa a las estrellas ~

¿Para saciar .aquellas hidras petTificac1asde ceniza o basaltoo granitoe hipnotizadaspOI' la música de lo altoinfinito ~

J T

Vieron los ojos míos,el resplandor lejanv.1,a hoguel'a mineral de cuarzo entre dos negTos ríos.Oh isla! Oh inmensidad!Ciudad. Ciudad. Ciudad.

Oh JYIanháttan!

Bajo los diez puentes colgantes y los monumentosy las legiones ele imprevistos aviones,los brillantes yacimientosde tilla razón vendimiadOTaque se hunde en la tierra y se ignora.

y la carne mía consüuícla sólo por la Idea,y el pensamiento como urna de sangre vivay el ave en mí, encadenada a la pétTea marea,y la ola en que voy, con grandes tones, mas cautiva.

y el hombre como hipótesis de la sombr.a constante,y aquellos hierros, que se descubren tejidos de espuma,y esta eternidad deshilándose sin tregua en el instantey los reflectores, cruzando lanzas en la bruma.

Oh, en Manháttan, un canto, hacia el viento!La rosa siempre junto a mí.Oh noche! Oh momento!&Cómo en la piedra nace tilla flor así ~

111

El lucimiento de tilla inteligenciasin límites, audaz, l'ara,como un desviado Tío se ,-va en aventuras,fuera de sí, y aún cree que aclarael tillivel'so a las cTiatul'as.

y el corazón, siemprecon sombr.a de sí mismo tejiendo en el abismoque por lniedo no se nombra,el brial Olllamental de la más alta ciencia.

Esa nocheaquel pensar que siempre fué mi sombra,pero ntillCa creencia,fué en Manháttan dramática expeTiencia.

Dé aquella flor exprimió invencible vinode poesía.

Lo bebí de un solo impluso,loando al hombre, porque vence al Tiempo!

Licor, convulso y fuerte,de la flor!me tTajo antiguo emgma que transfoTll1ó mis planes.Al beberlo,corregí:

- Los hombres nunca vencen a la Muerte- Ni tampoco en Manháttan los titanes!

IV

En seguida,n11 mano

oprimió J gozó en la flor,el candorde la vida.Dióme su carne un destinode Muerte, en el humanoAmor!

Cuando eso hacíadíjome la flor:-Por este camino,se llega al Divino.....:imor!

Oh, en ~fanháttan, un canto hacia el viento!La rosa siempre junto a mí.Oh noche! Oh ciud.ad! Oh momento!i: Cómo en la pied.1'a nace una flor que habla así?

New York - 1942.

E I L I o o R I B E

LO IMAGINADO y LO REAL

Es orgullo del hombre, aún del agrio depesimismo y misantropía, la ,facultad imag'i­nativa creadora que aquél ha sabido ponerde manifiesto, en sus concepeoiones artísticas,filosóficas o políticas. i: Quién podría dudarque el esfuerzo imaginativo de un Dante ode un Shakespeal'e; de un Miguel Angel ode un Walt Disney, de un Víctor Hugo ode un Herrera y Reissig, en lo artístico tie­nen un carácter casi sobrehumano y adquie­ren vislumbres de cosa divina? i: Y quién querecnerde el esfuerzo empleado para compren­der uno de los grandes sistemas filosófcios, elde AI;istóteles o e~ de San Agustín, el de Kanto el de Augusto Com.pte, no sentirá un agobio.de admiración para J~s cerebros capaces deimaginarlo? (1) Y en lo político las utopíasde Platón, Tomás :YIoro, Tomasso Campane­Ha, etc., i: no traducen una capacidad de ima­ginar armónico, que sobrepasa todo lo logra­do? No menor es la impresión que nos dejanlas utopías científicas. La audacia creadorade mI Julio Verne que ideaba máquinas vo­ladoras, navíos submarinos, viajes interpla­netarios; las de lID Bacon creando; en «LaNueva Atlántica» .todo un aparataje científico que no existía aún, exigen un esfuerzopara que podamos juzgarlos, al haber pasadoe~os hechos :1 formal' parte de nuestra vida

('utidiana. Por ser más modernas nos sor­prenden más aún las concepciones absurdasde H. G. "\Yells, de Aldoux Huxley, de Ber­trancl Russel, etc. (2)

i: Pero hay motivo realmente, para estarorgulloso de esta facultad de imaginaeoión '?

Las audacias científicas imaginadas en ge­neral han quedado relegadas c-asi. a la cate­goría de un juego de niños, comparándolascon las conquistas a que nos ha acostumbra­do la ciencia. El milagro científico, a fuerde cotidiano, ha perdido su jerarquía y nosexige a veces 1m esfuerzo de imaginaciónpara comprenderlo como tal. Pensemos en loridículas que se verían las terribles brujasde los cuentos medioevales; montadas sobresus. pobres escobas voladoras, o la alfombramágica de las mH y una noche, en compara-

(1) Recordamos que para Brentano el auge delos grandes sistemas filosóficos coincide con la de­cadencia de la investigación filosófica propiamentedicha. La actitud mental era de hacer entrar enel sistema todo lo conocido, yeso era para el filó­sofo comprender; lo era etimológicamente, pero nopsicológicamente. «La llamada edad de oro de lafilosofía ha tenido que ser en realidad, la edad dela máxima incultura filosófica.»

(2) Un hecho sobre el que no he visto nadamencionado: casi todos los utopistas mf, s desta­cados. han sido ingleses, Tomás :L\Ioro, Bacon, H.G. \Vells~ .A.. I-Iuxley ~ B. Husscll y otl'O~ ...

dón con los aviones estratosféricos actuales;vergonzante huída de la bola de cristal dealgún zahorí, que nos permite ver a la dis­tancia, frente al moderno J' sencillo aparatode televisión; ingenuas pretensiones del al­quimista, mitad brujo mitad artesano, hijode la supertición medioeval, padre de la cien­cia moderna, empeñado en trasmutar meta­les, frente a los poderes del químic.:J actual,creador de nuevos cuerpos simples, disectorminucioso de los átomos a los que descoyun­ta y recompone, dios y señor de un universominúsculo, que perturba a voluntad y a vo­luntad ordena.

Pueriles ambiciones de nahualistas anti­guos, soñando con generaciones espontáneaso en la fantasía de coreaciones monstruosascontra natura que ostentasen simultáneamen­te atributos de diferentes especies, frente a lorealizado por los modernos embriólogos(Spemann, Driesch, Dantchakoff) creandoquimeras con dos cabezas o dos colas, cam­biando a voluntad el· sexo de un animal uobteniendo de un solo huevo tantos seres co­mo se desee.

La más fa.ntástica de las creaciones ha per­dido en pocos años todo contenido de fanta­sía y se ha trocado en pálido y seco engen­dro, cuando se le compara a lo logrado porel hombre en el emniuo de sus conquistasmateriales.

En lugar aparte debemos considerar lasutopías políticas, nacidas todas ellas de unadisconformidad can la realidad social que sevive, y se reacciona. entonces construyendo unasociedad 'ideal, sociedad en la que se busca, sub­sanar todas las fallas. Claro está que, aún oonlas pl'etensiones del objetivismo más estricto,las fallas que el utopista ve son las que leafectan personalmente, a él, a su casta, o algrupo a que pertenece. Así¡ Platón imaginabauna república en la que Son los filósofos (na­turalmente, por derecho propio deberia es­tar él en primer término) los que oe'upan ellugar de privilegio y los que gobiernan.

Con el descubrimiento de América, se encien­de la imaginación de los utopistas políticos alfuego de los relatos de los primeros viajeros,en especial la «Cosmographiae Introducctio»(1507) de América Vespucio. Como un ecode ellos aparece en 1516 la célebre utopía deTomás :JIoro. En ella imagina una sociedadque teniendo atributos que Vespucio refierede los habitantes de las Indias, se halla es­Lncturada sobre un fundamento principal-

mente ético, J' especialmente ético cristiano.Es esta una reacción ,natural del au­

tor contra el régimen absolutista de losTudor que culmina con el reinado de­pravado y antipapista de Enrique VIII,de quien llegó a ser Canciller y quienlo hizo .9-ecapital' en 1535. La utopíade nIara representa la primera gran reacciónantifeudal, creando una sociedad sin las la­cras de aquélla; sociedad fantástica pero ló­gicamente deducida de los principios eatóli­oos que el autor sustentaba y de los datosque suministraban los viajeros sobre las so­ciedade'5 americanas.

Tomasso Campanella que COnoce la obra deMoro, y que profesa en un siglo de extraor­clinario progreso científico, y en un ambientede gran densidad cultural (fué el defensorde Galileo ante el Santo Oficio y fué él mis­mo perseg1lido y encarcelado por sospechosode herejía) publicó en 1623 su utopía titu­lada «Ciudad del so1» (1).

Es una ordenación pretendidamente cien­tífica de la sociedad, en realidad teocráticay absolutista, e·on un jefe elegido (el Hoh)que es a la vez sae-erdote supremo y sabiomá.umo. Se nota a través de toda obra deCampanella un afán permanente contra laescolástica y Un deseo de fundamentar cien­tíficamente la sociedad imaginada. Casi si­multáneamente con la «Ciudad del Sol» apa­rece (1627) «La Nueva Atlántida:> de Fran­cisco Bacon. Dos hechos fundamentales ca­racterizan a nuestro juicio esta utopía J' son:el primero una concepción polític·a localizadaen una isla y basada. en el aislamiento máscompleto del resto del mundo. El rey de lanueva Atlántida «hubo prohibido a toda sugente la navegación a cualquier parte queno estuviera bajo el dominio de la corona»y «entre otras leyes fmldamentales de este

(1) Nos hemos servido en este análisis de lasobras de Moro, Campanella y Bacon publicadaspor el «Fondo de Cultura Económica» con el títulode «Utopías del Renacimiento» (1!:f41) y hemos

también utilizado el prólogo «Topía y Utopía» es­crito por Don Eugenio Imaz. Quien quiera cono­cer algo' más sobre tan apasionante tema puedeconsultar también «Utopías Americanas» de Alfon­so Reyes (Sur N.O 40) Y los escritos de S. Zavala«La Utopía en la Nueva España» y «Letras de

Utopía:;. en Cuadernos Americanos N.O 2. Estu­dios sobre la obra de Moro fueron realizadas porlos socialistas científicos en particular Kautzky.Bacon ha sido más estudiado, aunque no tanto suobra «La Nueva Atlántida» que aquí nos interesa.Una excelente edición con abundantes notas hasido hecha por la E·ditorial Losada de B. Aires.

reino dió las ordenanzas restrictivas y pro­hibitivas respecto a la entrada de extranje­ros). Es natural que el criterio aislacionistaque Bacon considera fundamental en la nue­va sociedad no es más que la traducción detoda la política inglesa empezada en la épo­ca isabelina, como consecuencia del peligro deinvasión que representó la «Invencible Ar­mada» y de los manejos subversivos de loscatólicos escaseces estimulados y ayudadosdesde España. (1) en sus pretensiones legitimistas en favor de María Estuardo.

Derrotada la invencible armada, (1587),Inglaterra toma conciencia política de la im­portancia de su posición geográfica isleña,que la hace un baluarte inexpugnable entanto pueda contar con marinos como Drake,Raleigh y Cavendish. Puede estar tranquilay no temer ya los ataques de España la po­teuc'ia más poderosa de su tiempo.

Desde el punto de vista de la organizacióninterna el régimen de la Nueva Atlántida sereduce a una monarquía absoluta como laque tan buenos frutos dió en Inglaterra bajoIsabel Tudor. Quizá el régimen parlamen­tario fuera subconcientemente odiado porBacon que fué cenc"Huzado y juzgado por elparlamento inglés, en uno de los primerosactos de autoridad de éste, contra la sobe­ranía del Rey J acabo n, del cual era Baconun funcionario no muy escrupuloso.

Atentamente analizados resultan pues lasutopías políticas más audaces, no ser otracosa que un reflejo del régimen bajo el cualvive, del (-ual vive o contra el cual lucha elautor, a penas modificado para asignarleuna originalidad más aparente que real. Sinduda que ninguno de estos utopistas del Re­nacimiento habría podida preveer el gradode desarrollo alcanzado por la democraciaamericana, o la organización política que hasido puesta en fUnóón en la U. R. S. S. omás simplemente, la estructura de las orga"nizaciones de trabajo que constituyen unagran industria moderna.

Es pues lógico concluir que no se ha pre­visto casi nada de 10 que realmente ha suce­dido en el campo de la cienC'Ía o en el de lapolítica, y que 10 imaginado rara vez (si al­guna) iguala en potencia a lo que el hombre "ha logrado. paso a paso, .dificultosamente enun oscilar permanente a un lado y otro dela ruta, pero siempre progresando y nuneadesandando el camino. Parece que la ima­ginación del hombre es a penas una facultadde presentir algún camino, nunca de señalaruna meta; cuando una meta parece habersido señalada y haberlo sido con éxito, cabesiempre la duda de si no es la perspectivaactual)o que nos hac-e parecerlo, y si. enrealidad. lo imaginado por el hombre y loque luego ha logl'ado, aunque aparezcan ex­teriormente similares no estarían remotosy disociados para quien tuviera una visióníntima de ambos.

Echar un golpe de sonda a lo desconocidocon la imaginación, que muchas veces se nosfigura de una audacia inaudita, no escasi siempre más que apenas arañar superfi­cialmente la masa inmensa de lo desconocidoy de lo imprevisto, de lo que llegará algúndía y de lo que no llegará lllmca. Y aunasí y todo, ese mezquino arañar superficiallo hacemos siempre en función de lo que yaposeemos, de lo que ya hemos realizado y

que ya dominamos y nos eS01aviza. Lleva eneso nuestro imaginar, junto con su indefec­tible limitación, su más esperanzada posibili­dad de realización.

¡ Que nunca ha de imaginarse algo tan be­llo, tan fantástico, tan inverosímil como larealidad que hemos alcanzado o la que nostoque alcanzar!

(1) Isabel en Inglaterra y Felipe en Españarepresentan los abanderados del protestantismo yel catolicismo respectivamente. Esta lucha reli­giosa tiene base política y económica y es sólo laornamentación ideológica de la competencia que,por el dominio del Nueyo Mundo) entablan loscorsarios ingleses contra los conquistadores Espa­lloles.

B TI Ñ o

Oliverio Girondo Por Bucler

o L I V E R I O G I R O N D o

y su «PERSUASION DE LOS DIAS»

::\0 se por qué extraña y lcja!la asoeiación,cada vez que me encuentro con un libro depoesía en cuyas páginas alguien ha dejado lomejor de su ser, recuerdo aquellas palabrasde Dostoievski que cito al azar de mi memo­ria: «¡ Hay un hombre vivo en JYloscú? -gri­tó el héroe ruso-, y yo grito lo mismo, aun­que no soy héroe, y nadie me re<;ponde».

i Pero puede ser ésto aplicado a la poesía,a su ancho significado de comunicación omensaje? Si, porque hasta que el mundo noarroje de sí lo injusto que padecemos, hande estar solos los poetas, luchando como loshéroes contra innumerable" acechanzas parahallar respuesta verdadera.

Uno de esos trabajos, el más cruento y elmenos alcanzable, es el de despojar la propiavoz de todo lo gastado por el aliento calientede otras voces, de todo lo que ha quedadovibrando, a través del tiempo, como pegadocon obstinación a viejas paredes. Solamentelo auténtico personal, la sinceridad despia­dada hasta para con.-sigo mismo, constituyen

las únicas armas valederas en tan intermi­nable combate.

Esto es lo que no se suele entender. Porel contrario, la poesía se toma demasiado co­mo entretenimiento, como si tratarla no fue­ra cosa de perdición, de jugar<;e el alma sin(,tras alternativas posibles que la salvación oel aniquilamiento, para que c·on aquélla ell.,oeta obtenga, comunicándose, la alegría desaber que alguien le responde.

O1iverio Girando ha librado esta lucha canactitudes enteramente claras y nunca contra­dichas, anulando deliberadamente desde«Veinte poemas para ser leídos en el tran­vía» y desde «Calcomanías», lo fácil poético,lo débil bonito sin consecuencias.

Girando, desde entonces, se ha metido enlas cosas, les ha «calzado el alma del revés»y las ha incorporado a su poesía con todasms potencias elementales dislocadas y v""l1el­tas a ordenar de un modo más eonforme consu propia visión.

Dichos libros, de innegable valor renova-

dor, 00inciden en su realización con los pro­pósitos del periódico «lVIartín Fien:o». Gil'on­do, que fué uno de sus directores, redactó elm~nifiesto del cuarto número, convocando alos participantes de ese movimiento a unalucha implacable contra la hipocresía y lafalsedad, 'Jl~ solamente en lo literario.

Hojeando la colección de ese periódico, seadvierte que quienes han seguido fieles a suspropósitos renovadores, sin habel' traicionado

. en posterior pecado pasatista la búsquedades~sperada para brindar lo nuevo, al parque consiguiendo obras de seria dignidad li­teraria, han sido, junto con Girando, el granBorges, el muy admirable Ricardo E. lVloli­nari, el profundo y extraño Macedonio Fer­nández y quizás algún otro.

Verdaderamente es poco lo que ha dejadopoéticamente en nombres esa generación demi país. Es que hay una triste costumbreargentina de absorción de los movimientosliterarios: se toma lo formal, lo simple exte­rior, sin ahondar la huella nueva, cuando no,como ocurre 00n desesperante frecuencia, sevuelve a lo caduco inmediatamente anterior.

Esto sucedió con el modernismo, se repitióen los ultraistas y acontece ahora mismo concierto pequeño grupo de escritores última­mente aparecidos. lVluy pocos son entre losde ahora, como entre los de entonces, los queprefieren arriesgarse, «jugarse el alma», pa­ra no ser tan sólo blanda y fácilmente sen­timentales; muy pocos los que sin freno teme­roso, son capaces de entender aquéllo de Ne­ruda: «Quien huye del mal gusto c·ae en elhielo». Por eso nuestro país ha dado tan po- .cas tentativas de superación ele las formasdiversas de la poesía.

Un hielo general, lilla ausencia de paslOn,cie verdad, una reiteración en las más gasta­d~s y estériles fórmulas poéticas, salvo aque­l]as excepciones y otras más jóvenes, es la do­lorosa pl'e'3encia ele la poesía argentina en elmomento actual. Demás está decir que miafirmación resulta una perfecta herejía fren­tc· a la indiferencia habitual con que se so­porta pacíficamente aquéllo.

En tal ambiente, Oliverio Girondo acabade publicar su «Persuasión de los días» y talambiente explica c,iertas críticas reticentes. '

De algunos de sus poemas se yergue unvaho de misterio, una sombra nocturna ydesgarrante golpeando el pecho del poeta, yestos golpes se oyen, son concretos; ele otrosuna ternura de honda raigambre. Es, en otro

aspecto, la misma inquietud, la misma discon­formidad de «Espantapájaros», sin casi suhumorismo; las mismas alucinaciones de «In­terlunio», su otro libro de prosa, pero agui­joneadas con mayor exasperación.

Nada de 10 anotado queda sin confirmaciónadentrándose en el libro. Dice «\Tuelo sinOlillas» el poema inicial:

Abandoné las sombras,las espesas paredes,los ruidos familiares,la amistad de los libros,el tabaco, las plumas,los secos ('ielorrasos;para salir volandodesesperadamente

y nos demuestra que su aHna e~á 11b1(: l,M,l

meJor ver laS cosas; que eHas, con más pre­CISIón poétlca, que eA lOS libros inieia,les, hansiGo rodeadas por lo desespemGo conque nospeI'suade el tiempo; y que para Oliverio Gi­rando son tan únicas J' esenciales, como sedescubre a lo largo del libro, que casi no esmenester adjetivo para limitarlas. El lesdescubre la médula m:ás intransferible -;i secomplace en soltarles con los ojos, a cada una,todas las ataduras comunes para darles otrarealidad más evidente en la unión que ellasmantienen con los hombres. Y no les concedeotra atmósfera, en tan desnuda objetividad,que la de saberlas recibiendo su propio alien­to tan particular; es decir, las hace VIVIr,resp irar consí!i50 mismo.

En este libro, Girondo no rehuye el ritmodel verso; sus poemas, técnicamente, son com­binaciones de variados metros sin rima; y adiferencia de los que dieron la vuelta entera,en retroceso, habiéndose iniciado en el movi­miento ultraista, su verso es siempre iils­trumento de expresión auténtica, y no tocajamás, ni de la manera más leve, las már­genes de la retórica; nunca llega a ser «ru­mor cansado>:: simple son de indiferente r13­sonancia.

¿Pero qué lo lleva a cantar con toda. suvoz? El mismo responde, en «Comunión ple­naria». que es su ambic·ión de comunicarse.'20n el mundo total, su identificación con.todo lo que se ha creado, expresado en per­fecta poesía:

El mármol, los caballostienen mis propias venas.

y para ello se canta la desolación, la sole­dad, junto a todo lo puro y lo impuro, lofeo y lo hermoso, todo 10 ácido y desconcer­tante de lo existente. Es la sabiduría dequien comprende que la vida, con sus altasy cambiantes corrientes, cubre por completoun corazón sac.udiéndolo, saqueándolo, hastadejar al descubierto .su sostén más secreto.

A esa actitud, tan insobornable, perteneeenpoemas como «Aparición urbana», de insis­tente ternura, y aquellos como «Arborescen­cia», de reiterado asombro vital, donde lovivo incansable se comprende y se ,simboliza.Tal sentido le hace cerrar el libro con «C+ra­tituch, donde agradece a la belleza, a la san­gre, a la esponja, a la duda, a lo que muere,a lo que nace, al fango, al azar, a todo lo quecompone el mundo, por haberloconoc·ido y

haber recibido de todos esos elementos hastasu propia piel y su alegría.

Esta poesía repulsa el problema del feísmo.porque como lo dice: «los días nos enseñanque la fealdad no existe», y de acuerdo a estanorma no se detiene ante nada, ni teme niabomina objeto algtmo.

Esta afirmación tan extensa que interpre­ta la tierra incorporándola a la propia san­gre de modo tan desnudo y directo, es acentoverdaderamente americ-ano y desciende de lasprodigiosas barbas de \Valt \\7Jlitman, de to­da su totalidad corporal que dió espíritu asu inmenso sistema poético. P'ero no se en­tiencla con ello que establezco semejanza nidependencia en cuanto a «Persuación de losdías».misterio. misterio de profundidad humana y

Entrelazado a todo aquéllo analizado está elno hennetismo gramatical, como lo des0ubri­mas leyendo «Tríptico»; y también todo lodoloroso de ahora, como en «A pleno llanto».y hay así mismo, un ascético pensamientode realización literaria, como en «Rebeliónde vocablos» donde no se transa con la merapalabra, sin significado inconfundible, pues­ta en el poema. (Quede al lector la proliji­dad de verificarlo).

Estos y los demás poemas, como otros se­mejantes, pertenecen al mlIDdo que todos de­seamos para cada uno de nuestros días terres­tres, y que cada poeta recupera. paTa si, ypara sus hermanos a pesar de todo. :lVIananen' grave son para quedarse en el tiempo yconstituyen una de las dos partes más C>1a-

ramente deslindadas dentro de la unidad dellibro, sobrepujando ,cualquiera de las divi­siones en que los ha clasificado Girando.

Los otros, los que con agrio' título se llne

man: «Es la baba», «Ejecutoria del miasma»,«Invitación al vómito», «Rata-Sirena-Fáusti­ca», no son sino, por contraste, la defensaadmonitoria de lo que estuvimos a puntode perder para siempre, arrollados por labarbarie y la hipocresía. Es la predicaciónpoética de un hombre de fé, original, a quienrepugna y asquea lo falso, que enumera convalentía los materiales de la corrupción, queno define, es cierto, pero que deja reconoci­bles para el buen entendedor sin prejuicios.A vec'es, demostrando. en otras líneas que lopuede hacer, para no traicionar la directaexpresión de sus a-c1moniciones, las deja sincompleta transfusión poética. Así, busca yconquista nuevos territorios para su obra, im­pulsado por un .. seco viento moral.

Se puede decir que para Girando, lo moralviene a ser lo sincero, la pasión de ser hom­bre, gozoso de serlo sin falsedad ni podre­dumbre, y al que no se podrá engañar con lofingido ni aún después de muerto:

DICOTOMIA TiVCRUENTA

Siempre llega mi manomás tarde que otra mano que se mezcla a la

[míay forman una mano.Cuando voy a sentarmeadvierto que mi cuerpose sienta en otro cuerpo que acaba de sentarseadonde yo me siento.y en el prec'iso instantede entrar en una casa,descubro que ya estabaantes de haber llegado.Por eso es muy posible que no asista a mi

[entierro,y que mientras 111e rieguen de lugares comu-

[nes,ya me encuentre en la tumba,vestido de esqueleto,bostezando los tópicos y los llantos fingidos.

Pero poesía es también esperanza. Y laesperanza cruza a grandes ramalazos, en rá­fagas también desencarnadas, por este libroej.emplar donde un «hombre ivivo», ,eantacon toda la voz que tiene.

M I G U E L A N G E L G o ~.I E z

EN LA MUERTE DE MIGUEL HERNANDEZ

El pueblo español, en agonía, el pueblo delos grandes Migueles encarcelados, como Don.Miguel de Cervantes en su hora, como don.Miguel de Unamuno en la suya, tenía a sulYIiguel Hernández en cuatro paredes oscu­ras, hambrientas, dolorosas. Los poetas noescaparon al martirio. En este drama tre­mendo de los días que sucedieron al año 1938no faltó una antología que llevó este título;«Musa redimida. Poesía de los presos en bnueva España. Editorial Reden0ión». Eranlas poesías escritas bajo el terror de los llie­rros y la mirada de los sepulcros. El prolo­guista de este libro, Vocal de Propaganda delPatronato Central de Redención de Penas,llegó a decir cínicamente:

«Una doble explicación merece la iEduda­ble calidad literaria de varias de estas com­posiciones poéticas, para salir al paso de quie­nes, ingenua o malévolamente, podrían creerque la poesía y los poetas de España estabanencadenados». Y recordaba, invocando !c',nombres de Cervantes, de Fray Luis de Leóny de Quevedo «la gratitud que debe el espí.ri tu a la sujección del cuerpo>;.

Los comentarios a palabras tan tremendasnacieron solos para condenar a la cárcel deIjOetas y a los carceleros de la España tran­sitoria y mortal de la Falallg·e.

l\íiguel Hernálldez, hijo de campesinos,pastor en los días de adolescencia, se revelaeon unos sonetos magnífi00s en la «Revista

de Oce-idente»; publica en «Cruz y Raya», laievista católica de José Bergamín un autosacramental intitulado «Quien te ha visto 'J'(~uien te ve». Nació místico, pintando a suseñor, en una poesía que pagaba tributo a losclásicos del Siglo de Oro, pero no por ellorenovada y feliz.

De aquel tiempo es su estampa de Cristo,a quien veía como

«La regalada llaga de su bocaentre la voz y el besodestilaba panales» ...

y el «Llanto de la Pastare]» que plañía

«Ay mi Pastor, el de la harba ruda,el corazón de ceray el ojo enamorado.»

~. los innumerables cánticos :} la mueJ·te, laséglogas al pie de Garcilaso al «claro caballe­ro del rocío». Poesía que es eco de otra in­mortal poesía, pero umbral para entrar enb suya propia.

«Los poetas somos viento del pueblodecía en su prólogo Miguel Hel'nández de­die'ando su libro a Vieente Aleixan:lTe, suentrañahle amigo; nacemos para pasar sopla­dos a través de sus poros y conducir sus ojosy sus sentimientos hacia las cumbres másherlllosas, Hoy, este hoy de pasión, de vida,

o R T I Z

de muerte, nos empuja de un imponente mo­do a tí, a mi, a varios, hacia el pueblo. Elpueblo espera a los poetas con la oreja J- elalma tendidas al pie de cada siglo».

Canta a Federico, al niño ,yuntero «arandolos rastrojos y devorando los mendrugos>:; a.Pablo de la Torriente; llama a la juventuden armas, elogia a Rosario la dinamitera, alos aceituneros, a Pasionaria; y su verso pan­fletario enrostra sílabas de espanto a Musso­lini a quien invita a Guadalajara.

Es desigual y hermoso en su canto; las ca­bras de sus antepasados vuélvense de fuego;el amor a su dios de niño lo reparte en elsufrimiento de su pueblo.

«Sorprendente muchacho de Orihuela», di­ce de éJ Juan Ramón .Jiménez, apenas descu­bre sus primeros versos; «tenía una cara depatata recién arrancada», repetía Pablo Xe­ruda. Poesía reveladora, deslumbradora, na­tural y sabia la suya, para Rafael Alberti.

Muchae-ho de la mística española que porel sendero de Dios, el Dios del pastorcillo ado­lescente va a recorrel' el camino maduro dee&pinas de su pueblo en llamas.

Allí quedaste en cautiverio mortal: tus her­manos de poesía rondan por el mundo, sonperegrinos de los mares, de las montañas, decasas floridas o de corredores oscuros del ham­bre en el destierro. Estrechan manos ami­gas y ven que se aproxima el retorno a la,patria libre de tiranos. Han contemplado lasolidaridad del mundo, la lucha de la E'speciecontra los bárbaros, Los conmovió el marti­rio y la resurrección de Stalingrado. Túquedaste allí en cautiverio mortal, y un díacualquiera, el 28 de marzo de 1942, moríasde una acelerada tuber01110sis pulmonar.

Nada supimos de tu muerte hasta hoy: ellafué oscura. anónima, desconocida. sin handp­ras ni pleg-arias. ni telegramas.

Súbita fué la de Federico. veloz erimen

JUVENAL

mbre el que cayó la maldición de la tierra;la tuya fué lenta, muerte de gota de agua,muerte incesante de tspuma, de bramido demar. Pero tu muerte como la de Federico,como la de don Antonio Machado, como la.de don Miguel de unamuno, tu muerte demil días y mil noches, tu muerte maduradaen las espigas, cristalizada en llanto, sacudidaoc bueyes, es un anatema más ,contra los vic­timarios de España, los impiadosos verdugosque significan la negación del cristianismo.

Para José Berg'amín la voz del pueblo esdivina cuando habla por el silencio luminosode su sangre derramada.

Miguel Hernández: del silencio luminosode tu sangre se levantará la voz del puebloCiue vengue tu crimen!

Las rejas de tu celda, las paredes quequebraron lJor última vez tus brazos, la tierracaliente que cubra tu mirar poético, la Espa­ña que aniquiló el tallo de tu pensamiento,son las formas transitorias y 05curas de unatiranía que pasa.

Que tu dijiste:

«Antemuro de la nadaesta vida me parece.Aquí estoy para vivirmientras el alma me suene» ...

y hemos senticlo el sonido de tu pecho deill'l'0YO creciendo a río, de colina subienclo amontaña, de ca;v-ado de pastor descalzo en al­ba rumorosa de la España popular.

Hermanos tuyos. de todos los sitios de Amé·rica, al evocarte hoy, juntos y dispersos, en­viamos a través del mar que nos separa la ra­ma más fresca de nuestra libertad para quediga a tu memoria lo mismo que te dijo el0ampesino y el minero. h tierra ;" el ,iento:E5paña será como la soñaste y la perseguiste,

. un olivar de la justicia.

SARALEGuí

ELEGIA A LA MUERTE

DE MIGUEL HERNANDEZ

LLORA el Guadalquivir con voz de iralill:iendo con su mano sus riberas;solloza el dulce Tajo mientras miraamaTillas de espanto hasta las eras;el Duero ¡pensativo,entre álamos dolientes,se siente con Tazón triste :l cautivo:l lleva al mal' su pena desolada.Ojos de duelo, cenicientas frentesvagan sobre la España amortajada.

La flor de los pastores,aquel pastor que era un canto llano,aquella flor de flores,aquella franca mano, .yace ya con su sangre derramada,«antes de tiempo y casi en flol' cOTtada».

Ciego en lma prisión de cal y canto,su corazón cubierto de cadenas,y sin más compañero que su llantoy sin más I compañía que sus penas,fij o en las tristes redesque clavaban su suerte,dejó escTito en su cel.da, en sus paredes,su «Me voy con la Muerte»,su «Adiós, mis camaradas, mis amigos !Despedidme del sol y de los trigos».

Soldado fué cuando sobre la tierrade España inauguTaron los cañonesesta que alm nos persigue fiera guerra:Era como un león entre leones.Sembraba en los soldados,cantando en la trinchera,estrofas de pasión y de alegría,iluminaba pechos quebrantados,y ante su vista eravalor lo que antes fuera cobardía.

I

Estar junto a la mano y a la sombrade aquel leal soldado,de aquel varón hermano de la alonclTa,de aquel pastor hermano del arado,el~a estar a la verade un Ebro de pasión y sentimiento,de una azul primaveraque hallara su raíz y su sustentoen una :subterránea galeríacuyo solo contacto enardecía.

Eran sus dulces ojos tristes lagoscon la pasión del corazón escrita,y :era su alma una sonora ruevarota en desalentada estalactita.

Cada día tenía una pena nueva,tenía cada díauna nueva alegríay en cada amanecer nuevos estragos,y así iDa atravesando entre pesarescomo la luna va entre los olivos:su corazón entre nubes lunaresy su pie caminando entre los vivos.

Dejaba tras su mano florecidode canciones el suelobajo un cielo que en trueno se trocaba;

.. crecía en lUl instante,despertaba en un vueloallí donde él pisabala fé con sus nidales,la flor de la esperanza cautivante;ardían los zarzales

crecidos en la umbría del desaliento,v los leales fusiles"mirando su ardimiento3e hacían bajo sus ojos más gentiles.

De prlslOn en prisión fueron dejandopedazos p'e su vida,y el caudal de su sangTe derramandopor una abierta y cultivada herida.La agonía lo cercaba, le poníaun sitio ,a cada hora,tUl cerco a su airada fOTtaleza,y al final, cuando al fin la luz nacía,trÍlUlfante entró la Muerte en su cabeza,el silencio en su pecho,el aÍl'e por sus venas:SobTe su haz de crispadas azucenascayó al final Miguel, muerto y deshecho.

Un día te buscaremos, Miguel mío,las losas de tu cárcel levantandohasta dar con tus huesos vencedores.No ganó el hierro fríode tus ejecutoresesta lucha que hoy vamos librando.Tendrá tu cOTazón, tench'án tus sienesun huerto de descanso,tench'ás la paz que muerto aún no tienesel día que España vuelva a su remanso.

No cesará tu rayo que no cesa,no callarán tu voz; tu melodíade temblorosa flauta enamOTada.No podrá destnlÍrte la pavesa,no podrá enmudecerte la agonía,no podrán contra ti nadie ni nada.Esperamos, espera,yacente prisionero, camarada,muerto tu colmenar alm tiene cerapara cantar la nueva primavera.

(Santiago de Chile, Nov 1942)

ANTONIO APARICIO

E G L o G A

... ° convertido en agua, aquí llorando J

podréis allá despacio consolarme.GARCILASO.

Un claro caballero de rocío,1m pastor, un guerero ele relente,eterno es bajo el Tajo; bajo el ríode bronce decidido y transparente.

Como un trozo de puro escalofríoresplandece su cuello, fluye y yace,y un cernido sudor sobre su frentele hace coona y tornasol le hace.

El tiempo ni le ofende ni le ultraja,el agua 10 preserva del gusano,lo defiende del polvo, lo amortajay lo alhaja de 'arena grano a grano.

Un silencio de aliento toledanolo cubre y lo corteja,;'7 sólo va silencio a su ¡personay en el silencio sólo hay una abeja.

Sobre su cuerpo el agua se emocionay bate su cencelTO circulantelleno de hondas gargantas doloridas.

Hay en su sangre fértil y distanteun enjambre de heridas:diez de 'soldado y las demás de amante.

Dulce varón, parece desarmadoun dormido martillo de diamante,su corazón un pez maravilladoy su cabeza rotauna granada de oro apedreadocon un dulce cerebro en cada gota.

Una efusiva ,y amorosa cot.ade muj eres de vidrio avaricioso,sobre el alrededor de su cinturacon un cedazo gris de nada puragarbilla el agua, selecciona y tañe,para que no se enturbie ni se empañetan diáfano reposocon ninguna porción de espeCle oscura.

El coro de sus manos merodeaen torno al caballero de hermosurasin un dolor ni un armay el de sus bocas de humedad rodeasu boca que aún parece que se alarma.

En vano quiere el fuego hacer cenizatus descansadamente fríos huesosque ha vuelto el agua juncos militares.Se riza ilastimable y se desrizael corazón aquel donde los besostantas lástimas fueron y pesares.

Diáfano y querencioso caballero,me siento atravesado del cuchillode tu dolor, y si lo considerofué tu dolor tan grande y tan sencillo.Antes de que la voz se me concluya,pido a mi lengua el alma de la tuyapara ,descarriar entre las hojaseste dolor' de recomida gramaque llevo, estas congojasde puñal a mi silla y a mi cama.

:Me ofende el tiempo, no me da la vidaal paladar ni un breve refrigeTiode afectuosa miel bien concedida,y hasta el ,amor me sabe a cementerio.

Me quieTo distraer de tanta herida.}¡Ie da cada m.añana

con decisión !nás firmela desolada. ganade cantar, de llorar y de morirme.

Me quiero despedir de tanta pena,cultivar los barbechos del olvidoy si no hacerme polvo, hacerme al'ena:de mi cuerpo y su estruendo,de mis ojos al fin desentendido,sesteando, olvidando, sonriendo,lejos del sentimiento y del sentido.

A la orilla leal del leal !rajoviene la primavera en este díaa cumplir su trabajode primavera afable, pero fria.

AblIDda en galaníay en párpados de natael madruguero almendro que comprendetan susceptible· flor que lID soplo matay lIDa mirada ofende.Nace la lan.a en paz y con cautelasobre el paciente cuello del ganado,hace la rosa su quehacer y vuelay el liTio nace serio y desganado.

Nada de cuanto miro y consideromi desaliento animasi tú no eres, claro caballero.Como lID loco acendrado te persigo:me cansa el sol, el viento me lastimay quiero ahogarme por vivir contigo.

(1936)

M 1 G TI E L H E R N A N D

E x p o s I e I o N E s

DE ARTE EXTRA.N ...TERO

que otras cosas sutiles la atención de la mayoríadel público y de algunos previstos paisajesdestinados a reflejar tan solo el lado pinto­resco de la naturaleza, daba fe de una finezade concepción y de ejecución poco comunesun buen número de grabados que nunca po­dremos olvidar. Recordemos una deliciosailustración para el poema de Chesterton «ElAsno» cuyo autor es Tom Chadwick, pletó­rica de v~lores plásticos y de poesía. Re­cordemos también una magnífica concepciónmoderna de Alice M. Coats, «Naturalezamuerta con peras» -grabado en madera encolores-, los extraordinarios y alucinantesgrabados al buril de Stephen Gooden, sobretodo el intitulado «El Tritón», en los que lamás precisa forma confirma y da vida almisterio del tema mitológico, la litografía«Gato en una ventana» de Viola Paterson,las dos xilografías, llenas de libertad expre­siva y de un sentido muy clásico de la orde­nación, a ]a vez, de JUay Aimée Smith, así

Durante el transcurso del año 1942,varias exposiciones, colectivas o indivi­duales, de arte extranjero fueron lleva­das a cabo en nuestro medio. El BritishCouncil, fiel a sus últimas consignas en lo re­lativo a la extensión de los 1"Íncnlos cultura­les, contribuyó a estas COn dos de los más,importantes aportes. Dos exposiciones de ar­te inglés, representativas de etapas .com­pletamente distintas de su d.esarrollo. obtu­vieron del público el máximo interés. No erapara menos. En tilla: la de Grabados Ingle­ses Modernos, un .arte adulto. de disciplinasexigentes y realización compleja como 10 esel q~e tiene por técnica el grabado, tenía quedespertar forzosamente una opasionada aten·ción no sólo entre los visitantes habituales deexposiciones y el. público simpatizante con lacausa de Inglaterra, sino --y sobre todo-­cntre los artistas nacionales a quienes es tannecesaria la observación directa de una deIas expresiones más maduras y más raras e'lnuestro medio. La vastísima variedad de es­tilos, medios expresivos y tendencias del arteinglés del grabado, generosamente represen­tada también en cuanto al orden cronológiC'O,era Un atractivo polémico y didáctico que nodejó de producü' la necesaria impresión entodos los que se dedican al estudio de los pro"blemas plásticos. Y, lejos de parecernos ne­gativa, la afirmación general de que se tra­taba de una exposición donde estaba máspresente la extremada riqueza técnica quelos valores puramente creacionales. no hacesino confirmar la certidnmbre de 10 neC'esi­t" do fine se halla 1111est1'O ambiente artlstico-donde todavía se estima más el valor de 10amorfo, 10 pertel1eciente al orden de la ins­piración, que 10 que pertenece al orden deuna construcción voluntaria v sometida areglas estrictas, - de presencias tan vigo­rosas y puras. Necesari" mente, una exposi­ción tan amplia también en 10 que a tiemnose refiere. tenía que tener un carácter hete­rogéneo en cuanto a tendencias y hasta encalidades. Al lado de algunas académicaseg'uafuertes que, naturalmente, llamaron más

Grupo Español Margaret Astley13 años

La otra exposi0ión Inglesa que menciona­mos al principio fué la de Pintura Infantilque tuvo lugar en el salón de la ComisiónNacional de Bellas Artes. lVlas de doscien­tas telas pintadas recientemente por niños de('asi todos los colegios -laicos y religiosos-

como las pur~IS líneas de los grabados deBurkland - Wright y aquellas extrañas? tanapjll'entemente poco inglesas litografías deCharles Conder «Muro marítimo» y «La ho­ra de Cupido» que recordaban la exuberan­cia de líneas y la fogosidad expresiva de al­gunas sanguinas del renacimiento. No duda.mos que la lección creacional y técnica deesta exposición ha de estar en vivo procesoactual de influencias en aquellos de nuestrosartistas más cultos, más inteligentes y másávidos de superar los propios medios expre­sivos.

Fritz Wagner14 años

de Inglaterra, excitaron el más apasionadointerés en nuestro ambiente tanto por suconstitución artística y pedagógica de pri­mer orden como por las conmovedoras cir­cunstancias que rodean en estos momentosdramáticos a los pequeños autores. Indepen_dientemente de esto último, dentro de unaescala de valores puramente plásticoos, la ex­posición de pintura infantil inglesa ha cons­tituído una de ,los más importantes hechosartísticos del año. Las más encontradas opi­niones se cruzaban a su respecto y entreellas dominaban dos tendencias: la de quie­nes sostenían que tal pintura infantil no eraposible sin influencias de la pintura modernaadulta y la de los que, ante la presencia deciertas analo~ías, se sentían inclinados a des­deñar la pintura moderna por ver -segúnellos- que los niños eran capaces de alcan.zar las mismas soluciones. En otro lugarhemos aclarado la inconsisten0ia de esas afir­maciones: la primera de ellas se veía des­mentida por los documentos de niños que,habiendo realizado su labor ante un mismomodelo y bajo un mismo maestro. se mani-, .festaban en tendencias divergentes. Y noera uno solo el ejemplo de ésto, en la expo­sición, sino que se repetía hasta cuatro ocinco veces. La seglillda caía por su propiopeso, puesto que en un arte como el moder­no, que lo es de reinstauración de todos loscánones pictóricos a través de un derrumbegeneral de academismos, el encuentro analó­gico C"'Ün la obra de los niños está lejos deconstituir un testimonio peyorativo, sin C01:1.

Banjo

Ann Boland17 años

Misa de gallo

Casi simultáneamente con esta exposi0ión, -o muy poco después-- se llevó a cabo la

que organizó en «Allligos "del Arte» el pintorCarlos A. Castellanos. Esta, de Estampas deEpinal y Grabados Románticos Feranceses,constituyó una nota inolvidable de gracia yevocación, amén de la enseñanza que siem­pre contienen las exposiciones de esta índole.Debemos mucho -J' esperamos se~uir debien­do más aún- a la cultura y el buen gustode Carlos A. Castellanos quien ha aportadoa nuestro país, dentro de su colección parti­cular traída de Europa, elementos vivos yselectos de ejemplo estético.

tal' que las analogías no pasan ele ser super­ficiales. La magnífica libertad, la. riquezaimaginativa, la saludable violencia de los pe_queños creadores constituye por sí sola la me­jor alabanza para un país que, estando bajoel fue,w más terrible. mantiene tan altos los" 'prestigios de una pedagogía humanista comopocas, que da al arte la parte primordial quele corresponde en una verdadera civilización.

También los EE. UF de Norte ",Unéricase han visto representados entre nosotros esteaño, pero en la obra de un solo pintor. Geor­ge Lusk, que expuso en «Amigos del Arte',es un artista solitario y' silencioso, en quienlas mejores cualidades del espíritu animanuna obra pictórica fina y tensa, cuya varie­dad prede iné'lusive desconcertar. Partida­rios acérrimos de la pureza en las artes, dela no-interferencia de distintos aspectos dela expresión artística entre sí, nos hubiéra­mos visto aturdidos por su forma muy rami­ficada en distintas tendencias y por su vlande formulación esotérica -más en los títulosde sus obras que en estas mismas- a nomediar en todos sus dibujos y telas una tenazpresencia de valores plásticos independien­tes de cualquier significado o agTegado per­teneciente al espíritu de otras artes. Si al­guien tiene derecho, como artista, a ser lla­mado embajador. de buena voluntad, lo esGeol'ge Lusk, desinteresádo ,y noble, lleno eleamor por nuestra América meridional y apa­sionado auscultador de nuestras realidadesestéticas y espirituales.

El Brasil, que hace tiempo nos debe un

El Circo R. A. Menedith13 años ...

envío c'olectivo de sus pintores, entre los cua­les se cuentan valores plásticos de primeraimportancia continental. nos dió a EmilianoDi Cavalcanti, quien en una demasiado bre­Ye exposición realizada en el Salón lVloretti-breve en el tiempo y en el número de obr-aspresentadas- nos clió la más convincenteFl'ueba de su talento excepcional, de sus fuer­za creadora. Di Cavalcanti, pintor inconfun­dible de lUla tierra poblada de presenciasnaturales que arden en medio de noches ymediodías dionisíacos, en los que Un aireatravesado por embriaguez mágica envuelvesu forma en pesado sueño de felicidad vege­tativa, concilia la representa«ión veridica detal exuberancia con un sentido ordenador,realmente clásico, de la obra de arte. Lamonumentalidad de sus figuras no es obte­nida por esa dilatación de las proporcionesque, en algunos neo-clásicos, obtiene tan soloefectos. de hinchazón gaseosa, sin peso y sinaplomo. En las de este pintor es el colormismo, que no parece sobrepuesto al diseñoo concebido independientemente de éste, sinopulposo y frutal, nacido con el gérmen decada objeto plástico Y, desarrollado «on élha;ota su expansión final, la calidad que lesconfiere ese algo inmutable, irrevocable, que

Ventana de barrio, óleo Emiliano Di Cavalcanti

asemeja sus figuras a ídolos, pero a ídolosen los que una vida de la carne y de la san­gre fluye silenciosa y sin pausa. El artistanos decía hace poco que para disciplinar sulabor y sustraerse a los atractivos naturales,tan desordenados y excesivos, del clima queama reproducir, nunca (,ede a la tentaciónde pintar directamente, al aire }ibre, o conmodelo vivo. Recoge sus documentos en múl­tiples apuntes y luego descarta, ordena, ol­vida lo que hay que olvidar, sitúa con fir­meza los elementos aprehendidos por la ob­senación directa según un orden puramentepictórico y las leyes de la obra pre-concebida,pues quiere qne ésta sea obra creada y cons­truída, liberada del caos y el azar.

Es por eso que en sus fignra~ -todas im­pregnadas de reconocibles sustancias locales,de anécdota viva- se eternizan y corno petri­fican las mismas sustancias, reposando fue­ra de toda tl'<ll1sitoriedad. El peso tremendode sus figuras yacentes o sentadas, el colorarbitrario, voluptuoso de una noche dondela luz parece elegir las fOl1nas que ha deacariciar y aquellas a las cuales ha de incor­porarse, sustituyen con el valor perdurablede los símbolos una representación verista

que caería fatalmente, por la fuerza de lamisina riqueza de sus elementos, en lo peorde lo folklórico, a no ser par este rigor.

La condie,ión artística de Di Cavalcanti.su larga frecuentación de los ambientes es­téticos lilás serios de Europa, su cultura, queno es sólo pictórica, sus conviccicnes filosó­ficas que son las elel humanismo integral,contribuyen a la creación de esa entidad taninsustituible, tan necesaria, de su obra.

Lamentamos que la institución ofieial queadquirió uno de sus cuadros para nuestromuseo eligiera una cosa fina, sí, y bella, perode las menos caraüterísticas de la obra deEmiliano Di Cavalcanti. De manera egoístahubiéramos querido que permaneciera entrenosotros aquella gran tela que representa elsueño de tres criaturas sumidas en el másebrio olvido sobre la tielTa aún tibia; paracontemplar ese acabado hecho plástieo, esarepresentaeión de un mundo integral y tier­no, eada vez que nuestro duro mundo nesobligara a busear la distensión suprema, ladeleetaeión sileneiosa y feliz que da la con­teillplación del gran arte.

Diciembre de 1942.

I s E

Sueño, óleo

L D A z

Emiliano Di Cavalcanti

A N I

L A T -o R .M E N T A,

Hombres silenciosos rodeaban a su padrey lllujeres que gemían bajo los mantos. ,Gen­tes de los alrededores, que fueran a caballo~r en su11:ys, vestidas con las ropas de losdomingos. Verónica, rechazando el consuelode las mujeres, quiso impedir ¡que ,~larccs

regresara a pie por los campos, ,con el niño.::\0 recordaba éste qué palabras desesperadasse cruzaron. El cielo enturbiábase, la violen­cia del viento estremecía las ramas. A pocoandar, la tarde, en el vértigo desatado, tem­blaba en un rugir creciente; los árboles jó­venes doblábanse hasta el suelo reVl.lClta sufronda por el huracán. Nubes pardas des­cendían henchidas de tormenta. El .caminose perdía en la tolvanera.

Antonio c·iñóse al cuello paterno, sintiendoen la suya el ardor de la mejilla varonil.Ganaron el refugio del monte, pero no detu­vieron la marcha. La lluvia caía rabiosa­mente, flagelando las hojas, en un resonarensordecedor. Por la temerosa soledad creyóescuchar quejas humanas, debatiéndose. Des­conocía esa expresión de su padre J- descu­brió, bajo el velo de la lluvia, una sonrisade desolada y terrible suavidad. Chapoteabaen el barro 00mo un vagabundo; parecíaleenorme y fuerte como un gigante. Oyólehablar, desenterrada la voz:

-& No estás contento, así, lejos de todo ~

-Sí papá; pero vayamos a la quinta.-& Te gusta6avivir en un gTan bosque,

conmigo?Antonio no entendía. :Mejor era la casa,

la proximidad de la estufa de leña. No seatrevió a repetirlo, mientras golpeaba en sumejilla un horrible sollozo, algo desconocido,lleno de sombras, de rumores de ramas quese quiebran. Atravesaron el monte. ~'li en­trar en el camino grande se guarecieron bajollll árbol. La lluvia amainaba cuando empu­jaron la verja; una paz deshabitada caíasobre las c'osas. Verónica los esperaba, co­rrió a ellos cubierta la cabeza con el delan­tal. Y al tomar al niño. quejóse:' detenidoslos ojos en :Marcos:

-Pero hombre de Dios, se va a enfermar...Ese era sólo un recuerdo, mutilado, en­

sombrecido como el viento en la tarde. Desdeentonces su padre transformárase, extrañoperfil huidizo. Aquello fué cruzar un pla­neta de penumbra, vadear un río de ator­mentadas ag'uas en plena noche, hundirse porgalerías sin salida donde el eco permanecealerta o haber vivido más allá del sueño larealidad de una pesadilla. En el transcursode la noche repitiéronse recios los chaparro­nes. Pasado el tiempo llegó a pensar que lafrente de su padre seguía bajo una mudatOl'menta, sacudido en su interior por co­rrientes enconadas y que la lluvia man­teníale congoja y ferocidad en la sonrisa.Dió en busÜ'arle Iso ojos, temiendo que estu­viese disgustado; iba a alzar la voz en unapregunta contenida, y se detenía absorto,viéndole entre el laberinto ,de un monte en­sordecido de lluvia, envuelto en asfixiantesvapores, pre.sintiendo, a modo de nna gran

lágrima disuelta, el harniz del agua en laspupilas, en la haca severa. Por varios díasle supo recluído en su habitación. Una ma­ñana alcanzó a verle. Iha con prisa haciael cahallo. Se puso entre el estriho y su padrey le dijo:

-A donde vas, papá'?Le separó; vió el extremo de la bota sohre

el aro de metal y alzarse el cuerpo en ágilmovimiento. Suhieron tan alto sus ojos, quele divisaba entre nuhes. El galope repentinoimpuso mayor lejanía. Y aún alcanzó asupliearle: -No te vayas así, papá.

Ag'uzapábase vigilándolo, analizando inten­ciones, gestos. :Uarcos se huhiera sorpren­dido al verle abandonar el tren mecánico oel libro de cuentos. para seguirle en su i1.l"y venir pensativo, en e~e apoyar la frentesobre la mano y quedar.se mirando, fijamen­te, el universo alucinante de la llama. Yluego el mutismo, que comentaba el mayor­domo y también Verónica, en veladas con­versaoiones con los otros criados. Su niñoveíale apuntalando las nubes, como los ála­mos custodios de la q,linta, ajeno, olvidadode la pequeña planta crecida a su vera. Sele evadía perdiéndose en regiones sin nombre,imagen oscura de un pájaro entre las ramas,sombra con no~talgia de hierbas de un aromatriste.

Con el primer rayo matinal en los cris­tales empañados por el frío, le oía levantarse.Verónica era portadora del desayuno querara vez tomaha. Llegábale la voz de laanciana.

-El desayuno se enfría, señor.Pasados unos segundos:-No puede estarse la mañana entera sm

tomar alimento.y a poco rato:-Bajo a calentárselo y vuelvo.lVlarcos alejándose sin responder. Vel'óni­

ca en la cocina, con la bandeja entre las ma­nos, monologaba:

-Está enloquecido, tiene los diablos en elcuerpo ...

Aguardaba a que apareciese la opaca fi­gura en la escalera de mármol. Era desdela ventana. Allá se perdía por los c"aminosenarenados. El caballo esperaba tras la verja·y casi a diario sublevábalo el mismo aconte­cimiento: AJex, el querido danés, corría ha­cia su dueño, seguíale saltarín y exterioriza­ba. su dicha animal: con entusiastas ladridos.De pronto, alaridando, el infortunado que

volvía a la casa, el lomo resentido de lati­gazos. La primera vez Antonio supuso quehabría visto mal, Alex morderia sin querera su dueño. Al día siguiente, sin memoriade la ofensa, el 1)erro fué recibido con idén­tica hostilidacl. Se alejó unos metros miran­do al homhre rerderse entre la arholeda, yen­do enseguida tras él con la cola gacha y enel aire un gemido de humillación. Día a día,le esperaha agobiado de temores, aunque es­peranzado y propenso, feliz de echársele alos pies, queriendo convencer por la sumi­sión, vigilantes los ojos e iluminados de an­siedad. Y día a día renovábase el castigo.

Durante los viajes de.Marcos a la Capitalvagaba por la c'asa buscándole, en un andarflojo, inesperadamente atento a imaginariossilbidos o echándose al suelo, la caheza so­hre las patas, todo él vencido de evocación.Si liegaban extraños levantábase, a¡pldo, ten­so, descendía con desordenado ruido de uñasy quedaba mirando entre los hierros de laverja, inseguro en su esperanza.

Antonio oyera, en otras épocas, la voz deUl padre que monologaba frente al perro,luchando para que no le pusiera las patassc,bre el pecho. En la tarea de recoger loscampos, Alex marchaba avizor, en primertérmino, o a brincos al par del caballo, lle­llando la soledad de alegres Voces. Así hastaacontecidos los sucesos últimos que obligabanal silencio y relegaron al perro a la zonamás lejana del huerto.

Inspecc·ionó el jardín, silbó en el linde delsolar desde donde se divisaba el camino. Uncarro con carga de leña dejaba oir, sedenta­ria la marcha, el duro chirrido de sus ejes.La altura del terreno permitía abarcar ex­tensiones aún soleadas, con la geometría enverde de los cultivos. En el noroeste, elpuente monumental, dividiendo el paisajecon su aérea arquitectura de hierro. Y elrío murmurante, envolviéndolo como unaemanación vegetal.

Alex no aparecía. Alzó su nombre, den1el­to por el eco en forma de hálito sonoro queterminaba por evaporarse en el espacio.Desanduvo el camino, en la mano una ra~na

flexible para golpear los troncos. Interrogóal peón que entraba a la cochera, pero ésteignoraba dónde andaría el perro J' desapare­c·ió tarareando su indiferencia. Los días an­teriores fueron de rechazo para el que vivie·ra corno una sombra dichosa al amparo delas gentes. Antonio le buscaba y él condes-

cendía a la canCla con benevolencia de per­sona mayor hacia el fastidióso retoño. Perosu destino tenía distinto significado comocompañero del hombre. L0S golpes marca­ban el desengaño inicial y la melancolía evi­denciábase en sus orejas desvalidas, en eltemblor emfermizo, en su necesidad de ais­lamiento, sonámbulo entre las arboledas so­litarias.

Insistió en la búsqueda, distrájose algunosinstantes en el estanque ele aguas aceradasen que se pudrían hojas de un ocre mustio.y rOl' último, ausente en el aire c·argado dela tarde, se internó en la casa. Decaía laluz como la voz en el eco y el viento queríacombatir la sombra contagiando una hostilsequedad de invierno. En los interiores l!"tristeza se apresuraba a cubrir con penumbrauniforme los muros encalados. los muebles decrujiente madera, los tapices ele Europa, an­taño orgl1l10 en la casa de la ciudad. Añoróla cocina tibia, con rumorar de fuego reciénencendido y la reconfortante compañia dcVerónica atareada sobre las c·acerolas. Optópor su habitación, la página señalada conuna ramita, la frente contra el vidrio, obser­vando el crepúsculo desangrarse oscuramen­te. Ya en la escalera de rechinar solemne,le atrajo la inquietud del cuarto en que supadre se recogía para trabajar o sufrir. Esaera la puerta frente a la cual pasaba rece­loso. Alguna noche, rezada sin respirar laoración de costumbre, envuelto en la mareaembriagadora de sus sueños, saltó del lechopara llegarse a la puerta entornada y espiarese mundo de soledades y medítaciones. Ul1aluz insuficiente aclaraba los objetos, encapu­chados en imprecisas masas de sombra. Supadre, en la mesa ele trabajo, con una sere­nidad resignada en las sienes, pasaba lashojas de un gran libro. Qué hermoso llegar­se a él, sentársele en las rodillas y dormirseen su sosiego. Pero la distancia conteníaregiones insalvables, con mares y nieblas enque una sirena cantaba en el registro delllanto. canciones tan melancólicas como unaflor que se ahoga en un pozo. Afán ,de lla­marle entre sollozos desde su valle de miedoso de increparle, con iras que el niño desco­nocía, manifestándosele un orgullo intolera­ble como un condena.

1\1ovió la puerta. A un paso de la mesa,sentado sobre sus patas traseras, la noblecabeza sobre el brazo del sillón, Alex mant~­

nía un aire estatuario. Antonio ,aproximóse,

alzó la diestra para acariciarle y el can seencogió súbitamente, sintiéndose amenazado.Una vez tranquilo queJose en un suspirolleno de gratitud, entregando su pata comoen los días ,eJi que se supo hermano de loshombre. La noche avivaba quejumbres deramajes, clamores huracanados de monte.Alguien arrastraba esos altos muros rumboa un país de lamentos entre los cuales elniño y el perro confundíanse en un mismoabandono.

Le dijo acariciándole:-Pobre Alex, quisieras morirte, verdad '?-Ya salió el patrón bajo la lluvia.Dijo Nicasio, el peón que solía cantar to­

naelas de olvido, a Verónica, encuadrándose­en la ventana de la cocina, con el cabellosalpicado de ceniza.

-Anoche, cuando comenzó a tronar y se­yeía el puente a la luz de los relámpagos,tomó para el lado del río. Le oí regresar demadrugada, vendría entumecido por el azote­de la lluyia. Y no se qué le pasaba al perroque empezó a los aullidos c'lIando le Yió lle-gar.

-1\1e desrertó .en lo mejor del sueüo.

-Parece que el patrón le pegaría nnpuntapié, porque el animalito salió grita'ldo.

Caía el agua con persistencia desesperante.En la noche precoz de la lhwia recortábasela silueta fantasmal de los árboles. El suelolleno de charcos. De vez en cuando retulll­baba el espacio y el paisaje se emblaquecíaen el esfuerzo agonizante de la luz. Ambitode lluvia, olor de agua y tierra y el yer lascosas a través de esa anochecida cortina de­humedad.

En la memoria de Antonio se aYivaba elrecuerdo de un día, próximo aún, en el co­mienzo de ese invierno. Su padre lo car­gaba en brazos, apretándolo contra sí, reci­biendo ambos el embate del temporal, por ladespavorida soledad del c·amino, en el refu­gio del monte azotado. Su padre sonreíaa las iras del tiempo. Sonrisa incomprensi­ble, andar a la intemperie, enloquecidos ymaltrechos.

Sobre la hamaca de mimbre, en la galeríacon helechos, se quedó distraído, atento aese mojado iI1Yierno. Encenc1.ían más tem­prano que de costumbre las luces de la casa.La noche, cayendo ya, invadíalo con sus co­rrientes oscuras. Temores imprevistos des­pertábanse en él. Pudo llegarse a Verónica,

hijo pródigo de sus historias entretenidas.No lo quiso hacer. Se le desataba el rencor,entre recuerdos y comparaciones "j" soñabamás bien C'On irse a la lluvia, errar como unaaparición por los campos. Se imaginó en elcementerio de cara a una cruz, como surgíasu ,padre de las conversaciones oídas al azar.

Le hablaran de muerte, de una enferme­dad larga y terrible, sin entender bien eldolor, indeciso ante el espectáculo del drama.Su madre viviera en la montaña o en sushabitaciones del campo, bebiendo el cielo.desde la cama. Creaba ahora un paisaje paraella, con cumbres de flores y una hermosaestación para todas las horas. Su padre, ele­gido por la fatalidad, insatisfecho en su ca­Tiño, evadiérase también, ocupando el lugarde ambos esa misteriosa preseneia de más­cara impenetrable, que ponía un dedo desilencio sobre los labios.

Oyó la voz de Ver-ónica llamándole. Y res­pondió:

-No voy.En su desilución l]orque no le volvían a

llamar ni le pregmltaban las causas de lanegativa, siguió pendiente de la lluvia, consu canto uniforme y su afirmación constantede que el mundo se asemeja a un destierro.y luego los cascos de un caballo, golpeando:acompasados sobre el piso de agua.

Era su padre sin duda. Alcanzó a verledeteniendo el animal al borde de la escali­nata. En un movimiento preciso forzó el bo­cado, detuvo la cabalgadura, saltó al suelosin aseg'llrar las riendas. DIl solo golpe defusta restalló sobre el anca. El caballo, er­guido en dos patas, adquirió una monumentall)elleza ecuestre, alejándose luego tras de surelincho, en galope nervioso.

A tientas subió la escalera para esconderseen su habitación, aturdido. Experimentabaun brusco latir de sienes, y ascendía a susoídos, batir de un martillo de cristal, el rit­mo de su pequeño corazón. Buscaba sor­prenderle con su aislamiento, haeerle notarque también él estaha triste. Sahía inminen­tes los pasos de su padre. No tardó en eon­ta!", uno tras otro, los treinta escalones, de­morados, en la costumbre meditativa de an­dar. Sensación de miedo hubo en su espee­tativa y un íntimo naufragio en lo desconu­cido, previendo peligros, el cumplimiento deuna siniestra venganza. Si era en verdad supadre quien acortaba distaneias, le hubierasatisfecho eSé'uchar su voz en un adelanto de

sosiego y ternura. Bueno habría sido llamar­le, al par que le intimidaba imaginárseloabriendo la puerta de la habitación y saberinminente la aparición de este rostro que yano sonreía. El crujir de una puerta le dióa entender que su padre entraba al escrito­rio.

Echó, con pena y odio, la cara sobre laalmohada. En su corazón desperta.ba un mor­tecino silbo, UIla melodía agónica repitién­dose lÚgLlbremente; todo parecía fuera delrecuerdo, camino que no se recorre, vueloentrevisto en la realidad o el sueño. Y rena­ció una tarde silenciosa en que el paisaje seentristecía con ese lamento oscuro, hilváninfinito de una salmodia. Volvieron aquellaspalabras de su tío Rafael, de temporada enel campo:

-Tendré que matar al maeho también;me obsesiona su llamado.

Alzando la escopeta a la cima desordenadadel eucalpitus, fijó la puntería y disparó.El pájaro, extinguido repentinamente el can­to, fué a dar contra la alfombra de violetas,siguiéndole una tardía estela de hojas. Llegósn padre y arraneada el arma de manos deRafael, le dijo severo:

-No quiero que en mi casa se atente con­tra los animales.

Una exelamación detúvole el recuerdo, sen­tándose en el lecho como un autómata. Elchasquido de un látigo cayendo con rigor.y un lamento aullante en la noche. Ya pi­saba las frías maderas del piso, ¡corría haciael C'1wrto vecino, y entreabriendo la puertapara indagar, abarcó la cólera de su padre.En el debatirse de sus l)ensamientos supo loque estaha aeonteeiendo. Yen el escritOlioese'aso de luz, amaneció su dulce eara pálidatocada por el infortunio. Con el grito eri­zado en sus ojos ,sólo veía el brazo de l\Iar­eos, rebenque en mano, levantarse y caer, le­v,mtarse y caer. Y a Alex, en terquedad su­misa, anastrándose, querien€10 vencer la in­eontenible ira con la humildad. Esperái,quién~:abe euánto. un instante fuera de toda me­dida, sin término, permanente, regulado poreJ caer de la fusta y la voz enardecida.

AJex había sido descubierto, la cabeza apo­rada en el sillón propic·io. Llegó en compli­r:idac1 con la noche, a tientas, allug'ar en queel amo daba libertad a sus penas. Aún en elai re respiráhanse hálitos de su vida. El si­llón retenía su temperatura humana y másaún el muelle apoya - brazos, en el que la ma-

,

no solía deslizarse, en car1cia, sobre lo ya des­truído. Así, en su ansiedad atribulada, ensu ignorar qué hacer para salvar al perro,reconstruía Antonio los hechos, de pie, per­sonaje de un cuento inocente sobre una delas excesivas flores de la alfombra. Y en unmovimiento inspirado, con la decisión dequien cumple un mandato ineludible, crecie­rOn sus dedos hacia la escopeta que estabac'omo esperándole apoyada contra el muro.Caminó lentamente y apuntó al cuerpo deAlex con el arma.

-No ... No ....\ la voz de :lVIarcos respondió el estampido.

Quemábale el caño frío, el metal con un re­lámpago de bala disparada. Y huyó, escale_ras abajo, abriendo la puerta fácil a su pre­sión. La lluvia le esperaba, - frescura enlas mejillas y en los labios febriles, - al in­tentar correr en dirección al monte. En la

verja 10 detuviemo brazos en que cayó tré­mulo. Verónica, en el umbral nocturno, alza_ba una luz con su mano derecha. Podía pa­recer un antiguo nauta en trance de escudri­iiar la hondura marina, previendo la apari­c·iÓn de un signo salvador.

Su padre 10 condujo al lecho, diciéndoleconmovido:

-No es nada, no es nada, pequeño.y Alex, de regreso de quién sabe qué nmn­

do al que suponía volaban las obedientes almas de los perros, le lamió la mano dichoso.La noche y la desventura pesaban sobre lospárpados del niño. En el sueño siguió crean­do un paisaje sobrenatural, en que el alade un ángel litografiaba LID místico amanecerde colores estáticos.

y su respiración, que apenas movería unaflor, derramaba en la estancia una hondamarea de paz.

G o N z A L E z e A R B A L H o

La playa (tempera) Norberto Berdia

J

o

E A N G I o

-

N o

l\Iano~que, pequeño pueblo de los Alpesfranceses, :30 de lVIarzo de 1895. Un pobrezapatero remendón y su mujer, una modestalavanelera de :36 años, tienen un hijo; C'uan­do lo bautizan su nombre es J ean Gionó.

El ambiente familiar, no obstante la pobre­za, tiene esa candidez del buen pan y elelbuen vino, ganados con el trabajo cotidiano.En torno, el paisaje es rudo y los hombresson fuertes, sanos y limpios. En invierno lanieve lo cubre todo y la pequeña comunidadde lVIanosque lleva una vida de hormiguero.En verano, en las altas montañas florecenlos bosques de pinos y alerces y los deshielosde primavera forman torrentes que a vecescausan peligros<ls inundaciones. Las gentesviven una vida profunda, ardiente y en es­trecha comunióIí con la naturaleza. Todo allíes fuerte como la roca, el torrente o la mon­taña. Y el humilde lVlanosque dormita lejosdel mundo, ig11Orado aún por los poetas.

El pequeño Jean apenas fué al eolegiohasta la edad de 16 años. Entonces tuvo queabandonar los estudios para atender a lasubsistencia de su padre, ya viejo y gastado,y de su madre a laque se le habían endu­recido las manos en la tabla de lavar. Huboque empezar a trabajar para que en la mo­desta meca de los Gionó hubiera todos losdías un pan fresco y, a veces, una botella

del buen vino de las vmas montañesas.Gionó empieza siendo mensajero de un ban­

c-o, para más tarde convertirse en un vercla­dero empleado de banco; y para él la vidano tiene otras alternativas que la rutina deltrabajo y, de vez en cuando, los ojos que :;evuelven hacia el hermoso J)aisaje familiar.

Llega el ailo de 1914 y con él la guerray Gi01Ió es alistado en un batallón de infan­tería de montaña. Hijo de las cumbres,debía jugarse la vida en ellas. Sin embargoquiere la ironía de su destino que sea en lasexta compañía de llanura, y en las batalLsde Verdún, San Quintín y Chemin des Da­mes, donde recibe el bautizmo del fuego.De este batallón trágico es uno de los pocossobrevivientes. Gionó no olvidaría nuncae~os cuatro años en el infierno y, como amenudo él mismo ha dicho con amargura,«no obstante los 20 años transcurridos, laguerra aún 'Vive en mi; no estoy aún lavado

de ella». "En 1920 Gionó se enamora de la hija del

peluquero de su pueblo y eon ella se casa.Entonces Gionó ya escribía, aunque casi na­die conoc·ía sus escritos. Trabajaba por lanoche y por la mañana antes de ir a su em­pleo. Tenía varios cuadernos manuscritos.Su amistad con el pintor y poeta LucienJacques lo decide a enviar al editor Bernard

Grasset los originales de su novela CoUine.En seguida ésta es publicada. Desde ese mo­mento nace para la literatura francesa eltemperamento poético más vigoroso, más ins­pirado y más sano de los últimos 50 años.

La craica recibe con ciertos recelos a esteescritor campesino. Es el momento en queel espíritu fran("és está de regreso y .en plenodespeñadero. Se vive en la decadencia labe­ríntica de los Promt y los Valery, de losalambicados cuyo canto es como la canciónfúnebre de un mundo que agoniza. Mientraslos escritores se agotan en París, agobiadospor tanta cultura sin sentido, sin virilidad,sin provecho; Gionó en la montaña, con supoética fuerza creadora tiene la concienciade ser portador de una belleza pura, rústicay nueva. Colline obtiene el premio Bren­tano en 1923, J' este poema del enC'ono déla naturaleza, de las fuerzas de la natura­leza destructiva, es acogido con relativo in­terés. Mientras Eugene Dabit dice que: «enel arte de Gionó hay algo de adivinatorio quese agita en los seres y en los elementos, por­que quizá el suyo no sea sino un lirismo alservicio de una imaginación y una magia quenace de la tierra, de su pasado, de la luz dela l'rovenza, eon raíces en el arte greco·ro­mano, con aspiraciones hacia el arte lumi­noso de Van Gogh»; algunos críticos tienenla osadía de hablar de la fatigosa insistenciaque tiene Gionó de ocuparse de pastores yde campesinos y de abl'ilmar con sus descrip­ciones de la naturaleza J' de presentar per­sonajes demasiado rústic·o,; en sus libros. Es­tos pobres corrompidos creían aún que eraposible hablar de los campesinos en la mis­ma forma como muchos escritores de Parísha biaban de los jóvenes que se emborracha­ban en los cabaret,; de París, o se desvane­cían con un poema de la condesa de Naailles,o una asmática frase de Marcel Proust. Ellosno entreveían el desastre cercano y mirabana 103 campesinos con el mismo desprecio quelas duquesas francesas al pueblo en los pri­meros día,; de la revolución de 1789. Y esque en verdad a ellos los consumía igual ("0­

rrupción que a aquéllas. ¿Qué entendíane,;os hombres de París de la gran importan­cia que emana de los hombres sanos, fuertesy limpios '? Los críticos sonreían con irónicamueca y encogiéndose de hombros, le repro­chaban a Gionó el «entregarse demasiado ala poesía por la poesía».

Ellos no comprendían que «la originalidad

de Gionó consiste en encontrar la profunday poética verdad de la vida rústica». Quesu poesía no era poesia porque sí, sino fuerzacreadora de la naturaleza, presencia de vo­ces secretas que surgen de la tierra y que elpoeta acoge con el 0álido amor del hombreque siente soplar aire geórg'ico en sus oídos.Ellos no comprendían al artista que hablacon el viento, que sabe tan bien interpretarla misteriosa existencia del viento, que hastael lector siente cómo ese viento mueve a ve­ces las hojas del libro.

Desde Regain, ese cálido poema provenzal,en el que el inc,omparable Pandurle vive susimple aventura amorosa con la bella Arsule,que es para él como un brote jugoso de latierra de las altas colinas de la Provenza,hasta las páginas de Jianosqlle des Plateaux,en las que la descripción de una ('·umbre tieneritmo de obertura de ópera y la presenta­ción de una lluvia de mariposas en la noche,sobrecoje por la intensa fantasía poética;desde Le C7wnt du Jionde, esa novela salvajeen la que el torrente, lo,> bosques y el viento,tienen tanta importancia como cualquieraele los personajes, hasta cualquiera de las no­velas cortas de Solitude de la P ii d, en lasque, clieho sea de paso, Prelllde de Pan y

Jofl'oi de la Jiallssan son dos pequeiías obrasmaestras: todo Gionó no es sinó el magistralpoeta de los eampesinos de los Bajos Alpesy de los pequeilcs graneles dramas de sus vi­das ardientes.

Poeas veces se halJÍa esel'itoen lengua fran­c'esa eon menos preocupación por la forma,pelO también poc·as veces se habían leído te­mas tan veraces como son los de los librosde Gionó. Sus descripciones de la naturalezasobrecogen. los caracteres d esus personajesimpresionan por su fortaleza. Leamos al­gunas de esas hermosas páginas de Batallas¡;n la, .Jiontaiia, en las que el autor describela agonía ele un jabalí. ..

«Una hora antes que la noche terminase,un jabalí entró en el bosque ele alerces porel linde bajo. Avanzó a través de los árbo­les. Estaba eubielto ele barro. Marchaba gra­vemente, con sus últimas fuerzas, como altérmino de una gTan cacería. Se apoyó con­tra el tronco de un [n'bol. Descansó. Estabaestremecido por una terri ble respiración defatiga; el aliento gemía entre sus dientes.Ningún animal de su raza había subido UlUl­

ea hasta allí. No conoC'Ía esos árboles ni esatierra. Volvió a pOnel'f'e en marcha. Busca-

ba su camino en los lugares donde el sueloera más abrupto. Su deseo era subir lo másalto posible. Empleaba sus últimas fuerzas.Rozaba la tierra para atrapar algunas raícesy arrastrarse hacia arriba. Su morro sangra_ba. De tanto en tanto se detenía y husmeabaferozmente en la noche un olor de tierra mo­jada y de agua. Pero el olor lo seguía siem­pre. Permanecía en torno suyo. Estaba cu­bierto de barro, el vientre desollado, doloridoel lomo, cuyos gruesos pelos, pegados por ellodo, elizábanse cada vez que sentía ese olorde tierra mojada y de agua. Parecía perse­guido por un misterio. Por fin cayó, se acos­tó; extendió sus patas. Temblaba. Aún pro­í:11l'Ó arrastrarse un poco más arriba con to­das sus ~ fuerzas, pero no podía más. Cerrólos ojos. Siempre el olor del agua. Resoplan­do proe'uró rechazarlo. Después suspiró conmenos sufrimiento. Se estiró; el pliegue sen­sible de sus muslos tocó el musgo tibio. Sefrotó dulcemente apelando al resto de susfuerzas; debajo suyo crujían las hojas secas.rna especie de ruído sordo y continuo, nomuy fuerte pero atravesado por cien ecos,muy profundo, le hizo comprender la altura.Sintió el olor nuevo de la corteza de los aler­ces. Bajo los párpados cenados sus ojos seiluminaban con guiños dorados, como ¡¡Yispasen el sol. Abrió los ojos. La noche despejadasólo mostraba tres grandes estrellas pálidas.En el alba glauca veía torcerse hacia abajo loshombros negros de las nubes que cerrabanel valle y levantaban la niebla como el polvode un trabajo oe·ulto. Miró en torno suyo.Estaba en el borde de un claro elevado. Ha.cia un lado, por encima de la copa de losárboles, podía ver un inmenso horizonte des­pejado por el vaivén de la noche. POI' el otrolado siempre ascendían los tupidos árboles yel bosque terminaba contra una muralla derocas levantadas en el cielo hasta esas altul'asen que nada tiene forma todavía. Poco apoco, el olor del agua y del lodo que habíatraído consigo se confundió con los olorescada vez más fuertes de las cortezas de losalerces, del follaje, de las rocas: un olor depájaro, un olor de amplia comarca solitaria,un olor de cielo, de seguridad, de sueño. Porúltimo sintió el olor salvaje de Su propio(·uerpo, su sudor. El olor de su vida. En­tonces apretó el belfo con sus dientes y sedurmió. )

En la literatura francesa contemporánea

la voz de Jean Gionó es una voz totalmentenueva. Su fantasía poética, aplicada al rea­l¡/Smo campesino, hacía recordar a C. F. Ra­muz, y la crítica no encontraba otro ante­cedente que sirviera de punto de partida paraexplicar el arte de Gionó. Tanta era su fuer­za creadora, que resultaba difícil explicarsea un ese·ritor francés desdeñando todos los te­nu's urbanos. todo un pasado de cultura se­cular, para traer en sus libros, con obsti­nada insistencia, el paisaje agreste, los hom­bre s rústicos, las pasiones simples; limitán­dose dentro de un horizonte celTado por, mon­taüas, impermeable a todo lo que más all'áde ellas el espíritu humano ha. producido.Libros, los suyos, en fin, en los que no sevé ninguna relación con la cultura, ningunasituación, ningún hecho del pasl1rl" v del pre­sente que fuera familiar a la afinada culturade los lectores. .iVIientras los escritores deFrancia se conmplacían en estériles especu­lilciones, mientras hallar una nueva imagen,intuir arduamente un abstruso principio fi­losófico, di~cutir una determinada modalidaddel estilo de un determinado escritor, losabsorbía por entero, Gionó se preocupaba deproblemas, si no más provechosos, al me­nos más eternos.

En un magnífico ensayo titulado Trave­sía Sensual :elel Cosmos, Gionó, después deafirmal' que «los hombres se afanan por vi­Vil' falsamente en un mundo real», define convalentía su punto de vista sobre cuál debeser la actitud del hombre para con el hom­brc:

«El hombl'e verdadero emerge de su lar­g'a travesía ue la noche y del día. La divinaverdad habla en voz alta. Todas las medidasdel universo regresan a lo humano, del mis­mo modo que regresan a cada animación dela materia. Bien entendido, nuestra vida faltatoLlmente a su fin si la empleamos en ad­e¡ uirir la riqueza monetaria para nuestro in­divicluo o la riqueza territorial para una ma­sa de individuos que llamamos nación o pa­tria. El natural empleo de la vida es vivir.Yivir es -'buse·ar aleg6a natural. La alegríano es ni un producto social ni un pl'Oductotécnico. Es un producto individual, y elindivicluo, rico de l'iquezas naturales, esta~'á

má~ que cualquiera otro calificado para ad­quirirlo J' para guardarlo durante todo eltiempo que su materia ocupe el espacio y eltiempo de uu hombre.

«El homhre vive en las grandes magnitu-

des libres. En todo lo que hagamos es nece­sario hacer todo por el hombre. Nada debehacerse por nada que no se.a, exactamente ysin ambiguedad, el hombre.»

y vino otra vez para el mundo, para Fran.cia, y para Gionó, la guerra, la tan negra y

aborrecida gnerra, y este gran lírico preciosaba terminantemente su c·redo en dos en­sayos admil'ables de valentía y de precisión,titulados Letre au:r pa.IJsans sur la pa¡wl'eUel la paú y Precisi{)ns. que con Negativa ele

Obediencia·, lo pusieron en un terreno de be­~igerancia contra todo y contra todos. No esposible omitir aquí esas palabras hermosamen­te humanas que Gionó escribiera en vísperasde la crisis de Septiembre de 1939:

«Son demasiados numerosos los antiguospacifistas que han obedecido, y obedecen,que siguen poco a poco a los grandes remo­linos lesonantes de estandartes y humaredas,que marchan por los caminos que llevan alos ejércitos y a la batalla. Me niego a se­guirlos. Me niego, inclusive, a seguir a misamigos polítiC'Os por más que éstos se inquie­ten viendo en este acto la demostración deuninélividualismo sospechoso.

«Compruebo que ya nadie respeta al hom­bre. No se habla en .ninguna parte más quede dictar, de obligar, de forzar, de hacer ser­vir. Aún se repite esa antigua y repulsivatontería según la cual, la actual generacióndebe sacrificarse por las generaciones futu-

ras. Se repite inclusive en nuestras filas, 10cual es grave. j Si supiéramos siquiera quees verdad! Pero por experiencia sabemos quenunca es cierto. I.Jas generaciones futurastienen sus gustos, necesidades, deseos y obje­tivos imprevisibles para la generación actual.Todo el mundo se burla de los que dic"Cn labuenaventura. Si no burlarse, hay que des­confiar de los constructores de porvenir, so­bre todo cuando para construir el porvenirde los hombres que aún no han nacido, nece­sitan llevar a la muerte a los hombres queviven. El hombre no es materia prima de(Itra cosa que de su propia vida. Me niego acbeclecer ... »

Esta actitud le valió a Gionó la prisióninmediata. La prensa del mundo entero co­mentó en muy diversos tonos esta valienteactitud del gran escritor francés. No sé sihubo voees que clamaran en su favor, ni:--iquiel'a que le hicieran llegar un aliento, quele diera a Gionó la confianza de que no es­taba sólo en esos momentos.

Después vino la gran catástrofe. Y conel clamor estertóreo de una Francia quemoría, se apagó, al mellaS temporariamente,así quiero creerlo, la voz de GianÓ. Hasts.ahora, y ya van dos largos años, nada se sabede él. ¿Es que habrá vrclto desengañado asu nrIanosque natal, a convivir con sus ru­dos, puros, santos r amados campesinos, acomer de su humilde pan r a beber de suvino casero!

M A x n 1 e K M A N N

La guerra (Detalle) Vieira Da Silva

LA PINTURA DE VIEIRA DA. SILVA

Todo lo que suponga abstracción y estruc­tura, bien venido sea: el arte de Vieira daSilva.

Tal obra. es una prueba rotunda de losmil caminos y posibilidades en tal vía. Yesto lo decimos, no para convencernos, sinopara demostrar que no es camino cerrado.

Pero se puede decir más: que es C'aminode lo grande, de lo fuerte, y de la verdad.y que hay espíritus (y el presente caso noslo pone de manifiesto) que están en tal se­creto, y más de lo que creemos. Y de pron-

to, cuando menos se sospecha, nos sorprenden

con algo que nos pasma y nos maravilla,donde arde una fe vehemente, que tambiénes la nuestra. Y entonces damos la bienve­nida a esa alma santa, que vive para la ver­dad, y que se manifiesta espléndidamente.

y así recibimos a la pintora que nos ocupa.Su apocalíptico y trágico cuadro (que si

no estamos mal informados titula «Guerra»)se nos imagina un inmenso Gólgota, en elque se; inmolan las cosas más pm'as y noblesque el hombre ha concebido, y que, hay quede;ci do. desgraciadamente es una desoladorarea lida.d en el momento presente.

Dado por elementos plásticos y no des­criptivos, tal ('ual debe ser una pintura, en

tal lenguaje, que en otro no podía ser, es

una grandiosa y sublime composición, que

pide un gran muro para ser en él ampliada

y desarrollada. Por que son tantas las partes

buenas que tieue la obra, que se desearía ver­

las en mayor dimeusión, y además sostenidas

por el noble marco de la arquitectura. Ade­

nrás, por que nD es obra para un momento

cualquiera; es obra para el hombre de siem­

pre.Tal obra, pues, debe recibirse cOn el ho-

nor que se merece y con el más sincero en­tusiasmo.

¡, Qué sabemos de esa pintora? Muy poco,y de oídas. Que es muy joven, que al pa­recer es oriunda de Portugal, que se formóen París, y que actualmente reside en Ríode J aneiro.

También sabemos que trabaja mucho, quesu espDSO es un buen pintor sobrerrealista quesus obras son de entonaciones neutras (unbuen dato) y que vive con la debida auste­ridad que consiente su arte.

uvfontevideo, 31 de Enero de 194:3

J T o R R E s G A R e I A

La guerra (Detalle) Vieira Da Silva

L I B R o s

Roger CAILLOIS. LA ROCA DE SISIFO,Ed. Sudameric'ana, B. Aires 1942. - SO­CIOLOGIA DE LA NOVELA, Ed. «S'CR»'

B. Aires, 1942. - EL HOAfBRE y LO

SAGRADO, Ed. del Fondo de Cultura

Económica, México, 1942.

La sociología, ciencia que en manos dealgún seI'Yidor incauto corre el riesgo de sei:suplantada por una de sus ramificacionesmenores y más superficiales, tiene en RogerCaillois un cultor empeñado en extender susEmites. Pero en la obra inteligente y pre­cisa del joven intelectual francés que ahoravive y trabaja en Buenos Aires, tal exte.1­sión de límites no implica la anexión más omenos arbitraria de elementos ajenos a lasoc·iología, sino la devolución a aquellos deuna elasticidad y riqueza inherente y nece­sarias para que esa ciencia de las relacionesdel hombre con el mundo pueda llenar coneficacia su complejo cometido.

Roger Caillois, lejos de atenerse a un seu­do-cientificismo reseco y estrecho, comprendeque todo lo que 00nstituye la realidad, sussombras y sus claridades, es necesariamenteun signo que no hay que desatender. Estaasunción de la diversidad le lleva necesaria-

mente a buscar la síntesis y la razón de cadamanifestación histórica, religiosa o culturalen el conflicto de la persona frente a su des­tino y a exaltar aquellos valores morales queestablecen la diferenciación entl'e el indivi­duo y la persona, entre lo que es todavíainforme e instintivo y lo que ya posee lafisonomía de la voluntad, de la concienC'ia.Desde el glorioso postulado final de uno desus anteriores libros, «El Hombre y el Mito»,hasta los últimos capítulos de «Sociología dela ::\ovela», que acaba de aparecer, una líneacontinua de pensamiento postula la necesidadde la primacía. de lo moral y exalta las seña­les qne dan fe de su existencia verdadera.

.:\. los últimos tres volúmenes publicadosdentro de una obra ya nUlllerosa puede apli­carse lo que antecede, aunque uno de ellos,más de enumeración y análisis que de juicioy postulado, «El Hombre y lo Sagrado», selimita, dado lo inagotable del tema, a expo­ner tipos de relaciones entre lo sagrado y loprofano -c'Omo lo dice el mismo autor­por medio de ejemplos aislados aunque ele­gidos entre los más característicos. Pero éste,llevado por su pasión de buscar en cada pro­blema lo que más interesa a lo esencial delhombre, conduce su lúcida dialéctica hastaplantear el problema en el plano metafísico.

~o hubiéramos considerado completa la ricasucesión de datos y nOüiones sin la entraña­ble nota final que los reune en acorde y,así, los ordena retrospectivamente.

El contenido de los ensayos que formanel volumen cuyo título es «La Roca de Sísi­fa» nos pone ante los problemas entrañadospor la vida misma de la civilización cuyadrama es dado, a través de todas las épocas~. las distintas circunstancias, de una maneraidéntica, sobre todo en la concien0ia y en elesfuerzo de cada individuo. Lejos de com­placerse en el fácil juego de trasposicionesy anacronismos que ha gozado de cierta mo­da en los lutimos años, Roger Caillois ofre­ce, para cada aspecto de los problemas cuyapersistencia demuestra, un cuadro intrínsec·oe integral a través de cuya entidad númw,de lo fatal de su .proceso ya cerrado, pode­mos I:ercibir la analogía que lo emparentaa los problemas de nuestra civilización. ~adamás saludable, tanto pam los que penosa­mente, .cuotidianamente empujan desde sustareas personales la roca de sísifo. como paraaquéllos siempre prontos a ceder ante lostentadores peligros de la facilidad, que laimpeliosa llamada a un orden de la concien­cia, a una estl'eella vigilancia sobre los me­dios empleados para los fines a obtener, queestablece en esta obra el agudo sociólogo.Conmueve particularmente, por tratar de unode los puntos más sensibles de las batallasmorales que nos hostigan, el pasaje del en­sayo «Atenas frente a Filipo» donde se plcu.tea la atroz disyuntiva en que la ciudad seveía colocada. Entre su existencia y su vo­cación, entre la legalidad y la fuerza, entrela derrota y la imitación de los medios em­pleados por el bárbaro enemigo, -derrotaanticipada- la vacilación y la inercia co­rroen la wpacidad de establecimiento de unatercera posición, la de una victoria obtenidapor nuevos y distintos medios. La soluciónadoptada, la creación de una milicia librede hombres puros y desprendidos, persuasi­vos y desinteresados, «ardientes e inteligen­tes:.', capaces de abrir «en el flanco de cadamción una herida incurable y salvadora»nos dirige palabras que recuerdan demanera imposible de eludir el cometido quetoda civilización espera de cada lila de susmiembI'cs. Otro de estos ensayos, «El ~uevo

Orden», de título harto significativo.. de­muestra los gérmenes de autodestrucción quela anarquía de la violelleia lleva consigo, la

confusión que media entre el fin de talesparoxismos y la final y necesaria instaura"ción de un orden verdadero que lo sea de lavirtud y la responsabilidad. El ejemplo ele­gido es el de la secuencia de transitoriastiranias dinásticas en la antigua China y elaclaramiento final, destierro de los mons­truos. En el tercer ensayo, «Patagonia>:, ­cuya lectura recomendamos sobre todo en eloriginal fl'ancés, que acaba de ser publicadoen estos días en una magnífica edición se­parada rOl' las «Editions de L '.Aigle» deBuenos Aires, en un volumen que tambiéneontiene «La Pampa» del mismo autor en­contramos la suma más perfecta de las con­diciones literal1ias y filosófi,cas de RogerCaillois. Un estilo contenido y ardiente, deuna tensión poética punzante, sine al pro­pósito de trazar la fisonomía desnuda de Ulla

tiernf donde todo está por ser instaumdo,donde una c'ivilización puede encontrar sunacimiento. ~entimos en esas páginas ascé­ticas, de pensamiento manifestado a tl'aYésde la más rigurosa sintaxis, el amor y la es­peranza del sociólogo y del hombre integralpor ese lugar donde el hombre no habrá deencontrar ninguna facilidad, ning1.lia com­placencia de la topografía o ele la floI'a paralo que habrá de ser consÍlücción totalmente~l1ya, para lo que habl'Ú de ser creado ente­ramente a medida de la voluntad humana..Ese viril canto a «un paisaje tal como de­biera tener uno el alma» da fe de que suautor, lejos de ser uno de esos intelectuales«dispersos, inhábiles, sin energía ni perse­\'eranc'ia» cuyas debilidades solidariamenteasume en el epílogo de este volumen, es unode aquellos que por la disciplina inlpuestaa la contemplación del mundo, por el amorencarnizado a las formas más constructivasde la responsabilidad, ya esuln realizando,en sí mismos y en medio elel mundo en queviven, las arduas tareas de que sólo cre2ncapaces a sus sucesores. Por este auto-testi­,moniu creemos que «La Roca. de Sísifo» mar­ca una etapa ele las más importantes en laobra de Roger Caillois.

El otro volumen citado al principio deesta nota, que ya nos duele a fuerza de po­

bre y necesariamente omisoria, «Soc·iologíade la Novela», comprende varios de los en­sayos de Caillois sobre las candentes relacio­nes inmediatas de la novela con la ciudad.El proceso sutil de la exigencia -;! el rechazo,por parte de la sociedad de los hombres, de

ese espejo de su vida que es la novela, alter­nativamente procurado y desechado, síntomay fruto de toda etapa del desarrollo de lacivilización moderna, está reseñado con exa;~­

titud y pasión. Se trata de un estudio im­preseindible para quienes no se conformencon una fruición meramente epidérmica delarte y de éste amen tanto la delectac·ión oh-­jetivacomo la delicada maquinaria de sunacimiento y su destiho. Para sintetizar loque creemos más esencial y más intenciona1de esta obra, hemos de recurrir a alglUlív,palabras que, sobre la misma, nos dijera suautor hace muy poco:

«Je tiens, surtout, á l'évolution, á la con­version morale décrite dans les deux: ou troisderniers c-.hapitres: ce qui, du mal, fait ne­céssairement ressurgir le bien, et, commeindépendemment meme de la volonté de rin­dividu, le force 'á on ne sait quelle loyauté,qui est le fondement de tout le reste»

Con ellas nos solidarizamos y damos fe,aquí, de nuestra profunda adhesión a esteplan de su autor.

G. Z.

Victoria OCAlIIPO, 338171 T. E., Editions

des Lettres Fran¡;aises, B. Aires (Una edi­

ción simultánea en español ha sido publi­

cada por «SUI~> Noviembre 1942.

Sin pedir nada a la retórica, condicionan­do sus ya sobrios y eficaces medios expresi­vos a los perfiles ascéticos de la figura adescribir, Victoria Ocampo, en este libro es­0rito a la gloria de los imperativos moralescontenidos en lo más profundo de cada hom­bre, traza el perfil inolvidable y fidedignode T. E. Lawrence, el hombre que, hasta paraaquellos que no se han familiarizado con élc·omo autor y como personaje único de lasvicisitudes de su propia. alma, vive con lavida perdurable de los mitos bajo el máscorriente de sus nombres: Lawrence de Ara­bia.

Una circunstancia particularmente conmo­vedora de este libro es que su autora enC'i1l'ala tarea, muy compleja, de dejar establecidaen páginas que nos parecen más breves cuan_to más nos acercamos a su fin, una figuratan llena de características contradictoria.>,

desde el punto de vista de su encuentro es­piritual con el personaje comentado. No essacrilegio, y sí señal de vivo amor, de vivorespeto por la vida y la obra de la muje~'

excepc·ional y tan viviente que es VictoriaOcampo, el que nos cautive todo lo que ellanos da de sí misma a través de los signosque son comunes a su espíritu y al de Law­rence y lo que adivinamos corno fuerzas mag­níficas de su ser en las conclusiones que lasposibles carencias de la psicología de su re­tratado la obligan a proponer corno comple­mentos indispensables a una vida integral dela persona. Cuando habla del amor por eldesierto, de las leyes que el desierto imponeal ser que en él se ve como único eentro delpropio destino, Victoria Ocampo lo hace enbreves frases tan puras, clásicas, iluminadasdesde adentro, que quisiéramos verlas ins­criptas en una materia incorruptible o, me­jor aún, volver incontaminables los ojos quelas han percibido y la memoria que las re­tiene.

~\. través del diálogo que constituye estelibro -diálogo entre las afirmaciones, yacenadas por la muerte, de aquél que, segúnVictoria Ocampo «era sin repr00he porquese adelantaba a los reproches» y las propo­siciones ardientes que intercala entre ellasla autora- se percibe con fuerza la dilata­ción del pensamiento existencial de la escri_tora argentina quien no elude ,ninguna delas grandes responsabilidades morales o me­tafísicas supuestas por el estudio ahondadode la vicisitud espiritual de cada hombre y

a las cuales aquél obliga bajo pena de super­ficialidad.

El estudio de ese santo laico de la volun­tad que fué rr. E. LaWl'en0e ha llevado aVictoria Ocampo a manifestar, con poderosay serena madurez, las interrogaciones y lascertidumbres que, a través de su obra ante­rior, no hemos visto sino acrecentarse en cadaetapa.. Nunca como ahora había abordadocon tan preciso designio, con instrumentaltan eficaz, la tremenda aventura tendientea definir el propio ser moral a través delp'oceso que partiendo de las más simplesactitudes del ser humano frente a la propiaalma y a sus semejantes, llega hasta anali­zar las fronteras más ose'uras y escarpadasde lo religioso, de lo metafísico. Es esta sugran fidelidad a Lawrence; dar testimoniode todo el ser de aquel hombre enamoradodesde la adolescencia de la Edad Media,

G. Z.

Jorge Luis Borges. - EL JARDIN DE

En un mundo en el que escasean, aunquecada vez su número crece, los testimoniosde ~a esperanza y la fe en la dignidad de lamoral humana, quisiéramos ver un libro co­mo el de "Victoria Ocampo prescrito a 0adamiembro de la ciudad para facilitación dela tarea minúscula y cuotidiana de la pro­moción del estado de individuo al de persona,y para aliento de los que ya han empren­elido esa interminable e imprescindible dis­ciplina.

[no de los inventados y 110 por ello ,me­nos existentes personajes de las nalTacionesde este volumen decía que no hay europeoque no sea escritor, en potencia o en aefo..Jorge Luis Borges, uno de los más impor­tantes escritores sudamericanos, da fe plena­ria de esta condi0ión suya probando, preci­samente, con estos relatos admirables, quees un escritor en acto, con todas las impli­cancias de responsabilidad, de,' capacidadcreadora que resultan de. esa afirmación. Ysi traducimos «europeo» por esa aptitud,esencialmente occidental, de asimilación "Y

sistematización ele las más variadas formasde cultura, que vuelve universal)a expresiónde un creador, podemos de0ir que es Borgesun universal escritor en acto.

Jorge Luis Borges, que ha dado plUebasiempre de su inconfundible sustancia argen­tina, ha probado que lo natural, lo obliga­torio para un escritor rioplatense es refle­jar sin miedo la universalidad de los apor­tes culturales que toelo hombre inteligentede nuestros países recibe, y que forma en élprecisamente la figura más auténtica de suvida intelectual. Admiramos en Borges loinseparable del amor que siente por lo na­tivo y su desdén evidente por .la falaz y

pretendida ignorancia de lo universal a quealgunos se creen obligados.

«El jardín de senderos que se bIfurcall»es uno de los libros más intrínsecamente li­terarios que conocemos. Entiéndase bien; de­cimos líterctríos 00n toda conciencia, firmes

«SUR», Buenos Aires, 1942.

SENDEROS QlJ--:E SE BIFURCAN. Ed.

tiempo en que el espíritu de la persona hu­mana aún no sahia de crueles divisiones.

No una, ni dos veces, sino todo a lo la~'go

de sus páginas, encontramos en el libro deVictoria Ocampo esa presencia de absolutosque Lawrence se esforzaba en configurar auna concepción puramente secular del mun­do moral. En todo el libro, a través ya seade des0ripciones biográficas, puramente ob­jetivas, o. de conjeturas espirituales extraí­das de aquéllas, el gran aliento intel'l'ogato­rio de lo existencial agita las palabras y lesinfunde vida perdurable.

Si hubiéramos debido escribir una de esasbandas en la que una sola frase, impresasobre un color autoritario, pretende dar lasíntesis de un libro, para este de VictoriaOcampo, habríamos optado por ésta: «Untestimonio sobre la libertad de autonomía».El testimonio de Lawrence fué, ante todo éste.Toda su vida, tanto en sus afirmaciones comoen ~us negaciones, parece haber tenido eShúnica vocación: probar que la verdadera li­bertad es la interior, la que se obtiene a tra­vés del desprendimiento y la obediencia a loabsoluto; la libertad de servir aún sabiendoque se está hecho para el C'Ümando de losotros hombres. El que dijo:

«I loved you. so 1 drew these tides of meninto my hands and wrote my will acros thesky in stars.

To earn you Freedom, the seven pillaredworthy house, that your eyes might be shin­ing for me VVnen 've carne».

(Yo te amaba; por eso, haciendo brotar demis manos estas mareas de hombres, tracéen estrellas mi voluntad en el cielo.

Para conquistarte la libertad, la casa dig­na de tí, la casa de siete pilares: así tal veztus ojos brillarían acaso para mí

Ouando nuestra llegada),sabía que ninguna libertad transitoria y sólola elel alma, puede decirse construída, comofirme morada, sobre los siete pilares de laSabiduría. Victoria. Ocampo, que en su in­tegral humanidad, hace sobresaltar de júbilollUestro corazón al adherir a la fe en la resu­rre0ción de la carne -dogma que es escán­dalo, desde los tiempos de Pablo, para todoslos intelectuales de la curiosidad y la deca­dencia- lo sabe también. Y une su magní­fico testimonio al del hombre cuyo único li-

hoy en nuestra vida el lugarlibros ocuparon en la suya»¡ como

pasaje de «338171 T. E:».

en la creencia que sólo 10 que adhiere enforma total a los medios, insustituibles, queSOllo propios a la forma elegida para la crea­ción, constituye la esencia del gran arte. Siqueremos valorar debidamente estas creacio­nes en las que una rcesia encarnizada ani­ma la imagil1ación que les da una vida po­derosa, habremos, de tener presente que lasustancia verbal de las mismas es, en cadauna de sus letras, de sus signos gramatica­les, de su sintaxis, insustituible, necesaria,ilTevocable.

El misterio, para que lo sea realmente,debe tener una calidad de cosa probable, ver­daderamente acaeeida, positivamente sistema­tizable. Esta consistente poesía que, fiel asu esencial misión de «hacer» consigue ha­cernos creer que hemos leído ya, en algunaparte. las obras de autores imaginados porel autor, o experimentado el peso de unamateria desconocida y extraplanetaria, datestimonio, a través de Jorge Luis Borges,de que las letras argentinas han alcanzadouna edad adulta. Saludamos en Borges auno de Jos primeros sustentadores, enl eltiempo y en la jerarquía, de esta imprescin­dible madurez.

CT. z.

POESIA JUNTA, p(}r Pecljro Sal¡:nas. ­

Edit. «Losada», Bnenos itires, 1942.En un hermoso volumen, cuya carátula lle­

va una viñeta de A. Rossi, se han reunido,completos, todos los libros de versos publica­dos hasta ahora por este poeta 0astellano deíntima y honda voz.

Son ellos: PRESAGIOS (1923); SEGU­RO AZAR (1924 - 28) ; FABULA Y SIGNO(lD31) ; LA VOZ A TI DEBIDA (1934) : ~.

RAZON DE Al\IAR (1936).Teda su obra a través de ese período man­

tiene una correlación basada en su manerade encarar la vida hacia dentro, unida a sumcdalidad contemplativa. A veces dulcemen­te tl'iste, posee el raro talento de partir delo lllUY pequeño para brinclal'ilc: stnsaciouesde grandeza cósmica:

En infinitos árbolesdel mundo, cada hojavence al follaje anónimo,por un imperceptiblemodo de no ser otra.

Hay un cleseo de no ver, de no querer verla realidad exterior. Y así recorre largostrechos de galerías subterráneas:

Sabemos, .sí, que hay luz. Está aguardandodetrás de esa ventanacon sus trágic,as garras diamantinas,anSIOsade clavarnos. de hundirnos, evidenciasen la carne, en los ojos, más allá.La resistimos, obstinadamente,en la prolongación --cuarto cerrado­de la felicidad obscura,caliente aún, en los cuerpos, de la noche.

y en 10 amoroso también excluye al mun­do real. La figura de «ella>: pasa por lamayoría de sus poemas, adquiriendo ame­nudo una presencia abstracta:

Distanciámela, espejo;trastorna su tamaño.A ella, que llena el mundo,hazla menuda. mínima.

O S1110:

Cuando c,ierras los ojostus párpados son aire.l\Ie arrebatan:me voy contigo, adentro.

Logra decir bellamente, can palabra sen­cilla, su desesperado amor bañado de som­bras y silencio:

i: Las oyes cómo piden realidades,ellas, desmelenadas, fieras,ellas, las sombras que los dos forjamosen e,::te inmenso lecho de distancias?

Hay poesía de excelsa ealidad en este libro.Sabe sorprender con bellezas súbitas e im'á­genes maravillosas.

De~:earíamos, eso sí, verle más dispuesto atropezar con la gente de la calle y sentirademás otros problemas que los de su pe­queño y delicado mundo íntimo. Esto noaparece a través del libro, acentuándose suang1.1stia en los últimos poemas por la propiafelic,jdad no alcanzada. En «Suicidio haciaarriba», dice:

Flotantes, boca arriba,en alta mar, los dos.

En el gran horizonte solo, nadie,nadie que mire al cielo,nadie.

y en el mismo poema, agrega:

«Sin ver ya nada hecho por el hombre»

Sin compartir ese fondo pesimista e indi­vidual de la obra de Pedro Salinas. es nece­sario reconocer la alta ,jerarquía que la ani­ma. y por ello saludamos sus poemas porbien logrados y honestos.

Como dice Juan Ramón Jiménez, en elprólogo que hiciera en 1923:

«Pero j mirad 1, este crepúsculo estancadode verano, con granos limpios entre polvo ylmmo, nos ha dejado en la mesa, tanto porolvido como por memoria, lID hermosísimomontón de frutos humanos de oro Yivo ysombra rica, sobrehumanos-o

F. N.

LA PIL\RISIENNE, por Francois J11auriac.

(Edición Grassct).

La última novela de Francois 1\Iauriac pu­blicada cn el Canadá bajo los auspic:·ios de unaeditorial francesa, como todas Isa obras defranceses libres publicadas actualmente, bus­ca en el extranjero un clima de libertad pa­ra poder salir a luz.

ilparece a través de ella el mismo 1\1au­riac que ya conocíamos: psicólogo profundo,buceador de almas complejas, atormentadaspor el espectro del pecado.

La farisea, Brígida Pian, a ratos falsa de­vota, a l'atos devota sincera, hace de una re­ligiosidad J- de una devoc:·i6n equiyocada, lanOJma ele su vida y asiste, impasible y satisfecha de sí misma, a los males y dolores quesu conc!uct¡l desencac1eml a su alrededor. Per­tenece a la legión ele (ocres que «han elegidoa Dios :-' que probablemente Dios no los haelegido». Elltretelones de 1111 alma católicaque sólo a un profundo eonocedo1' del almahumana y de las sutilezas de la psicología re­ligiosa, le es dado revelar, Brígida Pian seconsidera pel'feeta J' sus relaciones con Dioscasi se reducen a darle cuenta, ,de igual a

igual, de sus propios méritos y virtudes y desus aciertos para resolver sus propios pro­blemas religiosos y morales, como para dirigirlas almas que ella considera confiadas a sus(·aidaelos.

Dictadora espiri tual, conductora de almas,eso es ella en el fondo, y ello constituye asus ojos su misión en la tierra y ante el Al­tísimo. Su pasión consiste en «empujar lasalmas hacia las cimas» (donde ella habita asus anchas) y los días «le resultan demasia­do cortos para apurar el ,goce de ayudar aun hombre a desenredar la madeja de su vidainterior». Y así Se empeña en encaminarhacia el claustro al profesro Puybaraud, sinparar mientes en que se ha extinguido enél toda vocación y se comidera traicionada(identificándose con su Dios) cuando ésteresuelve casarse. Si despliega después a fa­vor del matrimonio Puybaraud sus dotes (·a­ritativas, lo hace solamente para crearse elpretexto de seguir dirigiéndolos moral y ma­terialmente.

Espoleada por el deseo maníaco del pro­pio perfeccionamiento espiritual y de dirigiry «salvar» almas ajenas, ni siquiera cuandose une a un hombre que ha enviudado de unaamiga y confidente suya. Ella es dueña delsecreto de la muerta que ha amado a otrohombre sin que lo sospeehara el ,enamoradomarido. Su misión fa1'isea se condensará en«salvar» del suicidio al desesperado esposo,en empañar subrepticiamente en el alma deél. día a día.. minuto ¡a minuto, la imagende la eulpable, de quien ha deseado ardien­temente ocupnl' el puesto para tener derechoa escudJ'iüar habitaeiones y cajones secretosen busca ele la ¡-meba irl'efut"lhle 1n11'a obli­garlo a rechaz~!r el ralso ídolo e inc·linarsereverente ante ella .. la esposa perfecta. Hade «salvar» también a los hijos de la culpa­ble obsequiándolos con una falsa piedad porla herencia de pecado que los abruma - queno es otra cosa sino acusación perenne y la­tente - y persiguiéndolos con una vigilanciadesconfiada y cruel, enC'ubierta bajo el dis­fraz de encaminarlos haeia la ruta de la vir­tud. Su misión <,salvadc)l'll» frente al maridoy a los hijos de éste, jalonada por las lágri­mas y dolores de sns víctimas y sns propias':a tisfaeeiones ele Yellga dora benéfica anima­cla de «santas intenciones)) .. se termina dramú­ticamente por la muerte repentina del mari­do, arrojado a la desesperación y al falsoconsuelo de la bebida por su propia llIano co-

barde que colocó en sitio oculto, pero fácil­mente accesible, la prueba de la traición dela primer esposa.

En la amalgama de sentimientos de Bri­gida Pian no hay un ápice de simpatía hu­mana, de piedad (hacia el prójimo) no deternura: es la suya una personalidad demo­níaca cubierta con el oropel de la piedad yla perfección religiosas. '

Si su psicología sombría -y retore·ida consti­tuye realmente tilla de las más acertadasc.reaciones de JYIauriac, no creo justificadasu brusca transformación en los últimos ca­pítulos, cuando, desenmascarándose ante símisma, reniega inesperadamente, no sólo desu fariseísmo (reacción pro-vocada por sufracaso ante sus protegidos Puybaraud), si­no que la despiadada y frígida sexagenaria,en tardía crisis de menopausia, se enredaen un amor póstumo, espiritual y desintere­sado. No es la evolución de un alma es lamutación total de una personalidad. ¿Afánde rehabilitada ante los ojos del lector?

Tampoco me parece un acierto la técnicaadoptada por 1Ylauriac en esta novela. ¿Nopeca de artificio que sea el hijastro quien,por papeles de familia y fragmentos de me­morias del abate Calou (otra de las -víGtimasde la nefasta devota), penetra en los déda­los del alma torturante y torturada de Brí­gida Pian? Y así parece sentirlo el autorque a veces deja de lado a quien él constitu­yera en relator oficial de la obra para asumirél :a su vez el papel de narrador.

Sara Rey AJvarez.

MI JYIENSAJE A «EL GAIJLO (~UE (TIRA»,

DE SELVA l'IARQUEZ

A mi regreso de 1Yléxico, la sorpresa me pu­so delante de esta extraordinaria criatura dela poesía. Yo venía de tan ~ejanas cuántoabismales tierras; de esas en que las dimen­siones reales de las cosas y los hombres senos escapan siempre, y en mi añoranza san­graba constelaciones destrozadas.

Allá me habían hablado de nuestraestirpe poética. -1'1e habían inquirido elsecreto por el que nuestra tierra- exaltara

en la forma humana tan acabados ritmos delconocimiento. Y con Neruda, muchas veces,repasamos las páginas de un prólogo que yaestaba dicho sin alTepentiIniento: era sobreaquellos grandes poetas que él los clasificarade «los más graves, los más nocturnos y cicló­nicos de la poesia universal»: Lautréamont,Laforgue, Herrera y Reissig y Delmira. Nosabía que tan pronto y tan cerca, Selva JYIár­quez iba a resumir mi presentimiento - elde que acaso tengamos la primogenitura mu­sical en alguno signo zodiacal protector. . . ­con su poesía desnuda, humana, humanísima,sin acrobacia ni oficio previsto; esa poesía(lue sale por entre las gTietas de su tierra,como el ag'ua por entre las grieta sde las pie­dras, preo salina y sulfurosa, con fuegos yácidos del abismo pluricelular. Esa poesía,en especial la de este su último libro, EI1 GA­LLO QUE GIRA, en la que todo lo pequeñoadquiere una tI'emenda fisonomía dramáticay ajusticiadora. Esa del escarabajo y la,¡;raña, del fonógrafo y la begonia, de los ani-­males tristes por ser dom(~sticos, de los ob­jetos fríos por ser oficios consumados. de lassalas familiares y las cocinas ahumadas. Esade la casa del huerto en la que está el lim-ón

!J el peral. y el aljibe muerto. - sin b1'0­cal - y el grIto sin sexo .- y las clo~ pala­

bias sin nexo: - Camila J OS( . ..

Siento a través de estas miI'iadas criaturas,FIJa recriminación son1a ele tramallundos queviene por dentro de los ojos de Selva :Nlárquez,qlie son los ojos ele la viela; esos ojos que losvi, que les miré en la profundidad de sus<-llenCaS tristes que recogen como campallásla" soledades de las pequeñas cosas -- i quéS(;DlOS nosotros, ele más, que ellas, en estegran desconcierto! - Y yo ví qne sn reGadoera la angustia del munelo que ha ele termi­llar un día; ese mundo de mezquinas pala­kas. de hechos ele celuloide y cal'lle elesfigu­rada. Yo ví tus acentos, Selva 1Ylárquez, y

sentí hasta dentro ele mis C'uchillos de sangre,esos que me cortan a mí per0 que no sirvenpara herir a los que amo y quisiera salvar,f'entí tus mismas y tan sencillas emociones:esas noches de tus perros encadenados quelloran con S11-S trl~stes faroles de agnas amaTi­

llas J' me comí las uñas de la madrugada des­velada sintiendo esas tus cáscaras de mnndos- en el ag1('([; noct1lrna de este cuarto - bo­

gando entre culebras y entre lirios, - entreMártires y fa-un.Qs. Cuando niño, el taladrode los «ritos domésticos» me echó un día

hacia los vientos y cada cosa que fué en mí,que estuvo en mí - por eso te entiendo poétaesencial, - mis zapatos o mis casacas, miscucharas de palo o mis lluvias veranas, me.contaron una historia nocturna que, de hom­bre, y acaso por no haber llegado a poeta.aún, no he podido repetirla como tú lo hashecho. Como hablas de tu zapato, tan simple­mente, me asusta: tu zapato se anima, estre­mece: Este zapato tiene sueño - este zapatoviejo - que hace ttn año era cabra con

pezuiias 11 CW3rnos. Tu guante me asusta: esetu guante clesparejo - -rMÚeta sin Fiema ­

vaniclad sin cuello; sí" mejor es que duerma.1VIejor es que duerma porque tu vuelta en elgallo que gira va terminando para este cielode pequeñas humanidades. De tu vanidad,de la mía, de la del mundo entero, lo únicocierto es «la ruede1», y tú sabes bien porqueviéndola dices que en la tarcle hay sólo dosmandíbulas: el cielo y la tierra. Y junto con

el trigo, el hambre crece! Y junto con la flor,el hombre crece! - De sol a sol, el Hombre ­sombra. clel hombre, como en esta tarde!

Lo único cierto es que el hombre sigue sien­do la «sombra» del hombre, y que el niHo po­bre Ctwndo l/ora. - riega una planta de cic.u­tao - C'uamclo l/ora - nace t¡n escarabajo enZa basura. Y que esas tus «cuatro esquinas>~

acongojan el donjuanismo destartalado; labeodez de los vestidos de sacrilegios. En to­do eres capaz de creer -- poeta; - todo ha€stado, está, te afirmo que sigue estando, ('0­

mo la uña en tu decIo, pero ¡,no es haber al­canzado del milagro que esperas. €l que es­

taba entre los cuernos - de l{(, ltl.na oreciente.el saber que tus palabras, pOI' bien dichas, porexactas, por totales, avivan, esmaltan a fuego,emrujan tu guen3 y la mía. la de todoslos hombres que aún no son mAs que sombras,la de los niños pobres, la (le las que piden yla de los que en las calles llevamos de arras­tro? i Empujan con su Tiempo cle Exoc/.o, óxo­do que sabemos ya no es hacia el crepúsculoínfinito, sino al tiempo que voltea asras cla­ras en nuestro insomnio, 110 es eso el milagroLa vuelta sosegada hacia el hierro candenteque es esa afirmación elel hombre en tn Exo­do -yo sé bien que no huye. no, vas haciala semiHa esencial-o me sirve ele aldabón.Recojo el tuyo mismo para con él, .y por este

mi duro y tenaz oficio de hatidor de metales,

golpear en los incrédulos. Ni eso, eso que esle más difícil de decir con una boca simpleJ' musical, ni eSO falta en tu poétic·a sin pa-

rentesco alguno, Selva lVIárquez, porque tu­yos son estos aires marciales de tan auténticarebeldía: Levantaos - qtte la hora de pa1·tir

ha llegado! - No oís que han 1'OtO a llorarlos torrentes - y l/oran los vientos y llora'nlas simientes escond·idas en todos los vientres?- No oís t(11. leja1w rechinar de clientes? ­Escuchad! ¡Los Lobos! ¡Esctwhad!.

Sé que para tí, poeta, como para todos losque esperamos la redención del hombre ...y la del escarabajo, en alguna parte de latierra hoy mismo está amaneciendo. Por esoentiendo el sentido de tu éxedo y aquí estoy,como pronto a partir con tu llamado.

Jesualdo.

«SE LEYANTA EL SOL», poemas por Alba

Roballo. - lJ1ontevz:deo 1942.

El poemario se divide en cuatro partesintituladas «La Casa de los Duendes», «LaAlfombra lVIágica», «La Comarca del AguaDulce» y «DItima estación>;, y es revelaciónde estados poéticos fuertemente ligados a lavida de ~llba Roballo. Su niñez, adolescencia,nacimiento del hijo, para volver al ree-uerdodel campo con su agua dulce y la tierra secadel drama rural.

«Nunca había visto el marporque venía

de la comarca del agua dulce».En lUba Roballo el sentimiento adquiere

plenitud. Su verso está dotado de gracia yhabrá de depurarse de todo aquello que noes realmente suyo.

Vemos en ella al ser poético, más que a ladestreza lírica. Que la destreza, aunque lle­gue a la maestría, no basta y en cambio esimprescindible ese aliento interior, que laarraiga a la poesía y hace que la llamemosUlla nueva y luminosa camarada.

«LAS QUE LLEGA1WN DESPUES», no­

vela por Pan1ina JleeZeiros. Editorial Cla­

ridad. - lVIontevideo 1941.

A. Pattlinn lJ1ecleiros.

Había leído ya bastante de su libro parapoder agradecerle su envío sin necesidad de

terminarlo apresuradamente, cosa que no megusta hacer con los buenos libros; y en el e-a­so del suyo, me remordería la conciencia, co­mo si se tratase de aliviar el ejercicio ascéti­co a que obligan sus terribles visiones.

Pero el dolor tiene un prurito que obligaa ceder, y dos días antes de esctibirle estaslíneas de simple acuse de recibo, llegué al fi­nal incierto de las vidas y muertes que tren­za inexorablemente.

Tremendo todo eso que ha desgarrado sugran corazón y espíritu gentil. La verdad deun mundo pesado y vil, cualitativamente con­servada en todas las páginas Y, no obstante,fácil de captar coomo en sueños, revela al ar­tista extraordinariamente dotado cuya obrase impondrá por la fuerza esencial que tie­nen los hechos naturales.

Podría uno detenerse a considerar el cálcu­lo de composición, que es muy sostenido Ydúctil, el dominio de los caracteres a favorde una conciencia sensible Y exper.imentada,el don poético Y de amor a que se mantieneasida tanta miseria; pero todo lo explica pa­ra mi mejor que nada el impulso tempera­mental de la autora: muy grande, y de grandestino.

El hecho de que en la segunda etapa de sulectura no tuviese nada que variar en el jui­C'io concluso al terminar la primera, constitu­ye una prueba de la que salen airosos muypocos libros. Ha dicho Rodin que la calidadde una imagen' plástica subsiste, por muy ar­bitrarias que sean las mutilaciones, en cadauno de los miembros que tocan nuestros ojos;por eso modelaba torsos, figuras decapitadas,mancas; y no lo hacía por afectación arqueo­lógica. De otra manera había, dicho lo mismoMiguel Angel al referirse a la entereza delbloque, puesta de manifiesto por lma bellaestatua despedazada al caer de una altura:una buena estatua, siempre rompe bien. Poreso, libro que se mantiene unido en su pri­mera parte ya da por segura esa virtud de laentereza que es la mejor de las facultades deun escritor y de un artista.

Debiera quedarme aquí, de acuerdo con lacélebre alc-aldada de Calderón de la Barca:

Que errar lo menos no importa,Si acertó lo principal.

Pero una moderada justicia conviene más ala novela, que en esto se distingue tambiénde un drama: la novela abunda ,en justifica­ciones de c:Jsuismo, prepara el fallo escuetodel eh·ama. Siendo así, puede notarse en su

novela cierta desatención a los hechos inter­medios, lo que, hablando otra vez plástica, omusicalmente, podrí decirse modulación, opasajes de modelado. No me detendré a con­siderar más que un aspecto del problema, quees de mucha monta .y que las dotes de usted.probadas en escritos anteriores, pueden su­llerar fác-ilmente.

Me refiero al estilo, que no es cosa orna­mental o danza de palabras como se cree portantas seíioritas y poetas en boga. El estilonace de un leng'uaje mediitado, y esto lo re­quiere el objeto a que se aplica. Si éste sedescuida, las palabras resbalan lIDas sobreotras, pueden hasta bailar y cantar gracio­samente sobre tesos rcirs hram rah mrahmrhsamente sobre tersos cristales de agua o ensutiles rayos de estrella, y hemos perdido eltiempo bobamente. De una gran atención alhecho que se quiere expresar, nacen la gra­cia y la fuerza expresivas del ser que nostrasmite, sea o no todo el ser que tiene, oque sea totalmente imag1lÍado si lo es por es­tímulo de su presencia impenetrable. bPorqué la toma a Thsted el descuido en algunas desus páginas y deja en ese triste polvo de lainercia tantas criaturas y lugares sólo apa­rentemente vacíos de signific-ado, y que sonel tejido fundamental de su obra? Muchasveces, contemplando el panorama de azoteasde Buenos Aires, despertó en mi espíritu elmundo maravilloso de la infancia, y hube deenvidiar la pluma de Andersen, de Daudet,de lVIark Twain para reflejarlo cuidadosa­mente! Para mí, la imaginación del niíio es laque mejor cuadra al novelista, que debe serun explorador de almas, incansable y siemprey en cualquier lugar del mundo, maravilla­do. Con todo -y quien sabe si por esto mis­mo- la novela que yo tengo en más estima,después de Don Qll'ijote, es La Gnerra y la

Paz de León Tolstoi, y mucho desearía queusted tan extraordinariamente rica en do­nes- participase de la lllodest<\ opinión desu afmo. amIgo

Der. SYNTAX.

rNA GR.Al\' NOVELA CON DESPLIEGFE1DE EPOPEYA y PROYECCION REVO­LUCIONARIA: «JUBIABA» de JorgeA.mado.

La novela brasileíia de hO;l! es una de lasaportaciones más grandes que se han hecho

a la cultura de nuestro Continente. Y, den­tro de esas novelas, las de Jorge Amado,abren un rumbo de exploración, de construc­ción, de técnie-a y de materia creadora a todala literatura americana.

* '* '*Una novela, de raigambre fuerte y múlti­

ple, que hunde sus raíces en la tierra y enel hombre. en el morro del Capa Negro, elcerro que se levanta en un barrio de la ciu­dad de Bahía, embebido en leyendas remo­tas, cn desvelo de callejas pobres y en tra­gedia. Una novela que se adentra en la vidadc los moradores de ese morro tupido y re­bosante; que pulsa el latido impalpable deesos moradores que son los humildes, enter­necidos, ardientes y heroicos negros y mula­

tos bahianos.Una novela que se ramifica y asciende con

la existencia del morro, con los innumerablesdestellos, episodios, encrucijadas y diálogosde los humanos que allí viven en sus recodosy en sus noches.

Una novela impregnada de los jugos an­cestrales del morro, de la savia de sr!',; lade­ras y de sus tradiciones, de su modalidad ydc su vaivén, de lo entrañablemente POPUh1Tde su voz y de su acento.

Jnbiaba es algo más que la novela de losnegros bahianos, algo más que el poemariodel morro del Capa NegTo: Jnbiaba es un«A. B. C.» -quieTO decir, un romance po­lmlar vinculado a la más genuina tradiciónbrasileña- Un «A. B. C.» candente y estre­mecido de sensibilidad social y de pro~'ección

revolucionaria.

Jubiaba es la epopeya del negro brasileño,en toda la amplitud de su escenario, desdelos muelles del puelio hasta el sertao, pa­sando por las barriadas y los í1ancos de losmorros, por las macumbas y las ferias, porlos tabacales y las riñas en el bodegón debajo fondo, por el batuque frenético y porel mitin reivindicativo que culmina en la li­bertadora acción de masas.

.!ubiaba es la captación de la gesta coti­diana de los pretos, de los pormenores de suvida, de su padecimiento, viejo como su es­clavitud: de su tragedia y de su ritmo, desu impulso martillado con el atabaque; desu imaginación que sintoniza con la selva yse ahonda como un nooturno. Es el asimientode la vida colectiva e individual de los ne­gros, desde el moleque ahandonado a su mi-

seria hasta el obrero que trabaja al lado delos guillches; desde el bebedor de caeha~a

que se lanza al entrevero hasta el ancianotaumaturgo de motas blancas; desde el pia­doso elemental que interroga a los astros yse encomienda a Dios, hasta el proletariocombativo y detado de conciencia de clase;desde el supersticioso que presiente al lobi­són ha,;ta el rebelde que sueña con la epo­peya de Zumbí de los Palmares.

El padre Jubiaba, hechicero, mac'umbeiro,venerado por su saber oculto, por su pene­tración en las fórmulas mágicas, por su edadnutrida de experiencias de cWrldom'blé, porsus palabras impregnadas de misterio, rOl'sus oraciones masculladas en nagó, y envuel­tas en esoterismo', es lUlO de los personajescentrales de la novela, el que está presentede alguna manera en el desvelo o en la es­peranza de los negros que pueblan el librode Jorge Amaelo.

El padre Jubiaba es el rito milenario quevierte piedad y reparte bendiciones, que ca­mina, como una sombra buena en medio de losque sufren para curarlos y ampararlos. Es elque enseña con fé de sabeista que las estrellasson los hombres valientes que murieron. Escomo una aparición tutelar que esparc-e gra­vedad 3' asombro. Veamos cómo lo presenta,Jorge Amaelo: «El hechicero venía, las motasblancas, el cuerpo inclinado y seco, apoyadoen un bastón, andando lentamente...

Los hombres se detenían para saludarlo:Buen día, padre Jubiaba ...Nuestro Señal' le dé buen día ...Iba pasando 3- bendiciendo... Los mu­

chachos desaparecían de la calle cuandoveían la figura centenaría del hechie·ero.Decían lllUY bajo:

Ahí viene J ubiaba! ...Y salían a la carrera para esconderse en

sus casas.J ubiaba traía siempre un ramo de hojas.

que el viento balanceaba, y refunfuñaba pa­labra en Hagó. Venía por la calle hablandosolo, anastl'anc1o el viejo pantalón ele casi­mir, encima del cual la camisa bordada seofrecÍ'¡ al ca¡;richo elel vicnto como una ban­dera».

Pero hay otro personaje que es sin dudamás fuerte ele interés humano, de energéticail'l'adiante, de e-oraje cruelo y afilado como1111 arma recién desenvainada: es el negrojoven Antonio Baleluino.

J110leqlle en el morro, mendigo que rucda

por las calles, vagabundo sin ley que con­funde su deambular con la libertad, ado­le~:ceilte que capitanea una banda de peque­iíos tl'l1han('~, pendenciero quc sabe heril' consu navn,ja, !,ugilista de capacira. boxeadorque :"ube al rinE de ]oQ e:"tadio:>" autor de,:mlb':s, trabajador en las plantaciones ('tabaco, lm·hade:- (1(' circo, cargador del puer­to y, fimlmente, hombre que (-omprende ladesdicha de sus semejantes, se siente solieb­río con los humillados, con los humildes. conles parias y se revela. como agitador socialen una huelga de estibadores.

Antouio Balduino, con su risa animal, consu carcajada como un desafío o una victo­ria, con su vitalidad hecha músculos y des­p:!rpajo, c'Üu su fuerza elástica y su punchoe;:l su agilidad como de onza, con sus po­l'l'azos ysu emoción expresada en poesíajuglnn·sca: con sus bonacheras y su altivez,eon su desacato y sus zancadillas, Con suscompndl'adas que le hacen dar pechazos con­tra todo. con su arrebato 'le evaSlOll y suenerespamiento que le lleg-lJl a los puños y ala navaja, con su atrace-ión por el mar. Y.pOlO último, con su voz de negro libre que ha­bla en la huelga para decir la verdad. que,:e entusiasma con la huelg'a y la vive contodo ;;:u fervor y su alegría,Antonio Balduinoes eso y mueho más porque condensa losnudos de una epopeya ;'nónima y secular,la de 611S hermanos que se sublevaron CO"

Zumbí de los Palmares. en bnsea de la eman­eJpación.

Todo lo qne hay en Antenio Balduino defuerte y de violento, su orgullo de machoque lo lleva a lo orgía y a la pelea, se en­cauza el día qne comprende humanamentea sus semejantes y se pone con toda bra­Y11ra y toda conciencia en la defensa de lajusticia. En una palabra, su impulso de li­bertad, difuso y primario en un comienzo,se torna lúcido cuando se enrola en la luc,hareivinc1icativa que libran sus hermanos declase.

"\ntonio Balduino, expresión robusta de~:ns congéneres y encamación de la rebeldíadel negro, es la nervadura humana de lanovela.

A través de ese personaje -por lo queél tiene de tipo y de representativo- la no­vela se extiende a todos los de su raza y desu clase sceial. abarcando realmente una di­mensión de pueblo.

Los otros personajes de J·ubiaba interes'l1l

no sólo por la n-entura humana cIue les C'ul1­

(''Íerne. sino también porque complementanel deambulatorio bizarro de Antonio Baldui­no, y porque aumentan las facetas popularesdel relato.

Entre otros se destacan: don Camarón,vago, ('amor1'ista, tocador de violao, diestron1 capoeií'Cl, maestro de Antonio Balduino y

superado por éste; los tertulianos de la easade la tía Luisa, en las noches hormigueantesde ~nperstieión del morro del Capa Negro y

(':mgregados para escuchar historias de can­g-aceiros y relatos de proezas de bandidos tur­bios, como el negro José Estique, feudaldueílo de una enorme fazenda ele cacao. ti­J'?110 sanguinario y vejador que «murió demuerte desgraciada»: Rosenda RJsedá, bai­larina negra de circo, llena de C'aprichos ydengues, ondulante y provocativa, de una sen­sualidad hacha de remilgos y contoneos: Se­verino. mulato anémico, organizador de huel­gas. es el que enseña a Antonio Baldninolas razones de la lucha reivindicativa y lo11ev:1 ;¡l movimiento pl-uletario y a la acciónde lTm":',:: cocrdinada; Gustavo Barreiras,abog-rdo de un sindicato obrero. leguleyome,rcenario que luego se vende a la empresay traieiona a los huelguistas.

L-L CO,Y1'ENIDO SOCIAL

El (,ontenido social de J'ubi.(lba es muy hon­do y de proyeeción iluminante. Ese eontenidose revela en 13 desc-ripción emocionada y

punzante de la condición de los parias, enel relato de la aventura humana de .:adapel'S'on:1je, en 10 qne hay de captación dell'itmo de lac' m::sas, de enjundia popularac·tua11te y creadora. Su eontenido socialse define en h pintura realista y sin ambajesde los hombre" :: de ;;:ns ambientes propiosque aparecen en el curso de la novela; sedefine también en' el acento romántico quecl1'·ueh-e el relnto de cada pasión humana.Pero. entendámonos: el realismo románticode .lub iaba nada tiene que ver con el rea­lismo servi] que no hace más que copiar C'onobsecuencia el contorno de las cosas sin pe­netrarlas, nada tiene que ver tampoco conla emoción periférica del romanticismo sen­siblero y caduco, deprimido, por una desilu­sión irremediable, desquiciado por el nihilis­mo y el derrotismo, ensombrecido por el «maldel siglo~J.

El realismo romántieo de Jubiaba emana

de la comprensi61l y de la firmeza, y por elloes afirmativo y constructivo. Es que JorgeAmado escribe en función del Puehlo.

El contenido social de .Tubiaba culmina enlos capítulos finales, en la incuhación, esta­llido y desarrollo de la huelga que abarcaa los tranviarios, los panaderos, los oh1'erosdel puerto, huelga que ~e agudiz~ y se re­fuerza en ,cada jornada ele lucha y qL1e al­canza la victoria desbaratando ]a maquina­ción plusvalista del ptronado.

¡1CENTO TRA.GICO

Agunas de las escenas y estampas de .]'11­

biaba están transpasadas por un soplo trf­gico: el final de la tía Luisa en el hospicio;el de Viriato, el Enano, en el fondo elel mal'y su velorio en un cafetín del puerto, el deGiusepe, cayendo de un trapecio en el cireo,el de Felipe el Hermoso, bajo las ruedas deun auto, el de Lindinalva, arrastrada a laprostitución, convertida en un despojo hu­mano y agonizando en la Ladeira do Toboon,el de Clarimundo, aplastado por un guinchede los muelles, el de Ricardo, atormentadoen su camastro ante el retrato de una actrizy destr ozado en los tabacales por una bomba,el del Gordo, (1\ nn día de huega, trastornadode dolor .v delirante de piedad ante el cuel­po ensangrentado de una negrita inocente:asesinada por un esbi1'1'o: el velorio de doñaLaura en la casa de tapia, cou los candilesque parecían <indar ~- lo maeabro exacer­lado por la cachaga

L.A POE8Ll DE ,]UBli-lB..:l

Pero el! el libr'o ]u!J' también. como funeli­das en el relato mismo, estampas de paisajehechas con un sentido de la gradación, de lalejanía, con su toque de saudades, o con lapasión violenta que relampag'uea en las mi­radas y en los puñales.

Hay también anot,H:i',lles muy sutiles deestados de conciencia, atisbos introspectivosy toda la calidad ele la novela enclavada enla realidad social y humana de lID pueblo.

Los nocturnos se escalonan en medio de lanarrae'ión en la que se perfila un soliloquiode la noche, un interrogatorio a las sombrasmás densas, una convivencia con las formassensibles de la noche, con su negrura elásti­ca, y prolongada por el mar, tupida o perfo­rada por las luces de las barcazas. las titila-

cione.'.i del muelle, los faroles del morro, loscantos saudoBOs, el eco de las macumbas. Lanoche ~avac1a por el dolor del negro, ahueca­da por su ('ongoja o rasgada por su risa.

La poesía de J1[biaba está presente en losepisodios, en los paisajes, en los semblantes,en cada vuelta del camino, en los parpadeoshumanos.

La poesía está en la narración que tienesu punto de partida en el morro del Capa:Negro, el morro embrujado por cadencias folk·lóricas. Pero esa poesía no se hace presentea golpes ele imágenes: es más constante, máshondamente adentrada en la narración y porello toma el devenir de la novela, anda conel andar de Jub'iabn, ('on e] bogar de los sa­'ieiros,con el paso de los homhres que se re­dimen y se encuentran a sí mismos en lasjornadas revolucionarias de una huelga ge­neral.

La poesía de que el reJato está impregnadosólo cambia de escenario - los tabac'ales, elrío, los muelles, el mar, el morro - pero seprolonga (:on una continuidad como (ll' eursode agua.

He dicho hace un momento que en ./ubiulla

hay atisbos introspectivos. Pero, precisemos:lo que en esa novela hay de introspección ­tengo p1'esente la contem1";;<.;ión algo ensoña­da de Antonio Balduino desde la cima delmorro ante la ('iudad en lejanía que enciendesus luces al caer la noche - lo que ha.y desondeo subjetivo no es un elemento ajeno allibro, sino que por el contrarío, está intima­mente ligado a la realidad social de que fienutre jubiaba, porque el yo del autor sevierte en los innumerables yo de los hombresdel pueblo, se pluraliza porque vive la vidade su pueblo: es un yo extravertido hacia locolectivo y captador de lo multánÍllle; un yoque vuelca sus experiencias hacia los hom­bres porque se ha enriquecido COn la expe­riencia humana ele la ('aIle y con el conoci-miento elel deven1l' social. .

La agudeza para recoger los estados deconciencia en cada personaje, la sagacidad pa­ra explorar sus penumbras le permiten llegara una notable penetración psicológica "i asirla palpitación colectiva en sus modalidadesmás profundas.

l\[ucho habría que decir ae'erca de ]a im}')­vación que en la técnica de la novela aporta']ubiaba. Hoy me limitaré a señalar la ma­nera propia de Jorge Amado de enlazar unaaventura con otra, ele bifurcar un rehto piL

ra impregnarlo del ambi~nte agreste o delmedio social en que se mueven sus personajes.

Jorge A.mado anda por el mundo interro­gando a la gente de la calle, de la planta­ción, de la selva, del puerto, del mitin, dela asamblea.

Su decir, como su novela toda emana delpueblo, tiene su expresividad y su resonan­cia. Es lUl decir directo, aun 0uando a vecescapte de soslayo un paisaje o una crispadu­ra humana; es un decir abundoso, a tono conlas aventuras ramificadas, con el abigarra­miento y la densidad del marco cambiante;que sabe ser incisivo para acusar un rasgo odar una síntesis y que llega a la sencillezesencial y enternecida para sugerir la escenaconmovedora o para trazar el toque lacerado.De ahí su variedad de tono y su movilidadpara ir de una impresión a otra, para volarde una anotación a una evocación, de la Lin­terna de los Ahogados al 8e1.'tao, de la emocióntierna a lo patético.

Jorge Amado tiene la fibra del aedo, eldon narrativo, el lirismo humano para enten­der a su pueblo y hablarle con su voz; parapulsarle su esperanza y presentir su libertad.

Jubz<Jba. es la; obra de un escritor y de uncombatiente.

Gervasio Gllillot 1l1mloz.

LUIS FALCINI POR CAR.LOS GIAlVIBIA­Gl. - lVlonografías de Arte Americano.Editorial Losada. Buenos Aires.

«lVlás que hacer una biografía - c1:iceGiambiagi - me propongo evocaren estaslíneas la lucha de un artista de nuestro tiem­po para lograr su expresión, tratando deubicarlo honradamente en el lugar que lecorresponde». Y el propósito se .cumple aca­badamente en el interesante estudio que pre­cede a las 32 láminas que revelan gráfica­mente los más profundos aspe0tos del desta­cado escultor argentino, vinculado a la edu­cación y a las artes plásticas uruguayas don­de se le estima por su obra creadora y do­cente en el Círculo de Bellas Artes que in­tegró durante muchos años.

La edición, como todas las de esta seriemonográficas, es una estimable continuacióndel esfuerzo gráfico de Editorial Ifusada.

lVIUSICA DE LA SOlVIBRA, poemas porAlejandro C. Arias. Biblioteca de CulturaUruguaya. - lVlontevideo.El estudioso espíritu de Alejandro A.rias

tan grato a lo filosófico como a lo poéticonos revela la última (·osecha lírica, e~l «lVlú-

sica de la Sombra:<, Carlos Sabat Ercasty, enel pórtico del libro, graba estos catorce ver­sos en loor de Alejandro Arias:

«Nauta en mares del agua y en los mares- de la oquedad nocturna, en hondo cielo, ­la proa de diamante, orgullo y celo - abrien­do en luz las rosas estelares.

«Sacerdote de pánicos altares; - la pupiladetrás del mudo velo; - extática la. frenteen el anhelo, - alta la voz y sacra en loscantares.

«Si el metal de la tierra, ideal bruñiste, ­ciclos en los Empireos esculpiste - en claroazul o en sombras intangidas. - ¡Velas alhuracán, pasión al viento, - o de altas no­ches reposando intento - razón y sin razónde ardientes vidas!

«ESP ..AJ.~OLES DE TRES lVIUNDOS», deJuan Ramón Jiménez: EcZz:tO'l'ial Losacl-a,R. A. 1942.

~LE PETIT BOI8», de Jnles Supervielle.E c~iC'¡:ones Quetzal, J11 é:i¡:co, 1942.

Cuando se leen estas páginas actuales delJuan Ramón Jiménez de «Españoles de tresmundos», y se rec·uerdan las últimas de Una­numo o de Valle Inclán, hay que convenirque estos tres grandes escritores, en la gene~

ración del 98, están unidos por una profun­da hermandad. lVluy diversos, muy solos, suevolución creadora es pareja. Los tres sonagonistas indudables. Unamuno, que diósentido a la palabra, lo fué de arranque. Va­lle lnclán, Juan Ramón a través de lIDa evo­lución larga, espejada en su obra. Pero elpunto de llegada es el mismo: el alma espa­ilola quiere quemar sus naves, el lenguaje.

Lenguaje en llamas,esperpéntico, agúllÍco,barroco, esta es la tónica de la" mejores pá­ginas de «Españoles de tres mundos», aun­que todas son mejores, las más retraídas enel tiempo como las más actuales. En todaspartes una llanura, molinos y gigantes, y elhombre español, Juan Ramón Jiménez, pe­leando a gritos.

Al lector quc,como el tri~'te popular«también tiene sucorazoncito», muchos deestos retratos le resultarán rabo entre explo­siones, y el poeta duleísimo de la negra bar­ba musulmana, lVlefistófeles sulfurino. Yo,leetor al fin y al cabo, dios me perdone, nopuedo aplaudir ciertas cosas. lVlis poetas sonsagrados. Pero Juan Ramón es también mipoeta. Lo es desde una época en que, cortoel calzón, la voz tirando a arc'ángel, en los

onomásticos escolares, declamaba aquello de:Le he puesto una rosa frescaa mi flauta melancólica ...

Los uruguayos quedamos muy endeudadoscon este libro. En él se estampa el mejor re­trato de Rodó que se haya escrito. Un retra­to inolvidable: «siempre he visto a Rodó es­tatuario y fijo. Su obra es un vaciado dehombre ilustTe; está modelada para substi­

tuirla ...Caricaturas, retratos como los de Dulce

l\Iaría Loynaz y Luis Cernucla. entre otros,elll'ic¡l1ec,cn a la poesía cOn adquisiciones de­JinitiYCls..fuan Hmnón .Jiménez, que pertene­ce a esa raza de poetas de que habl¡¡r¡¡ Bau­delaire, «cuya diyinn finalidad es 10 infalibleen la. producción poética» ha dicho siempr('10 más certero y justo sobre su propia obra.Así, las acotaciones aclaratorias de este li·bro: «las caricaturas están tratadas de di­,erso modo. sencillo, barroco: realista, alto,oblicuo, ladeado, caído, según el modelo».

El libro, en conjunto, es un homenaje aEspaña, a lo español en sus héroes de todoslos mundos. «Llamé héroes, dice Juan Ramón,a los españoles que en España se dedican máso menos dec,ididamente a disciplinas estéticaso científicas». Esto fué escrito antes, viejoprólogo. Luego vino el destierro, y con él,la cercanía americana. Advierte entonces queaquí también hay héroes de su tipo, es decir.gentes de paz, que más o menos decididamen­te se dedican a cosas que nadie atiende, y danen lo heroico sin querer, prolongando la so­ledad española de los grandes hombres,por la sangre ~. la lenglla, en otras tierras yotros climas.

Levanta pues. su monmnento de gran poe­ta a toda esta caballería sedeutaria y solita­ria de su raza. Dice: «Esta cuarta raza, laheroica, sigue existiendo en la tier-1'a y engran número, más quizá C'Clda día. Los griegosofrecían a sus héroes miel. vino y lec,he des­pués de muertos y les s:1crificaban el animalnegro con la cabeza baja. En el mundo ac­tual, España principalmente, leche, vino,miel, debieran ofrecerse en vida a los hé­roes. El animal negro con la eabeza baja pue­de quedar. con el artículo necrológico y lamarcha fúnebre, para el héroe españolmuerto.»

Magníficas palabras, que en labios de quienes hoy uno de los más puros héroes del es­píritu español peregrino, adquieren total yde:sg:lrl:acror signific,ado.

edilCÚ)]]E:S \"l!:ueIZciél acaban de entregar,

primorosamente ilustrado por Ramón Gaya,un libro de cuentos de Jules Supervielle. Ca­da pequeña aldea, caserío" pueblo o ciudaddel mundo, tiene su pequeño bosque. La floravaría: el bosquecillo existe siempre. Super­vielle ha visto una pequeña aldea. y su bos­que. lVliranc10 bien, y el poeta lo hace admi­rablemente, se advierte que cada muerto lu­garefío engendra un árbol. Un árbol tan in­dudable que nadie en la aldehuela se equivo­ca. Dos jÓY8nes enamorados huyen de allí, nosin dejar esa calta que crepita sobre la estelade todos los amantes. En ella declaran quese matarán. Sin embargo, el pueblo rumo­rea; el escándalo amenaza; los árboles con­firmatorios no aparee-en. Una semana des­pués. - ganga de amor, de besos, de cari­cias, - dos tielnos abedules surgen, uno allado del otro. Nadie duda ya ...

Esta e11C'antadora historia es más que lUlcuento: es un mito. una i'ábula. El autor loha comprendido así, y completa el libro conlUla serie de relatos mitológicos.

Creo que i'ué Anché Gide quien dijo quepara comprender los mitos había que em­pezar por cr;eer en ellos. 1- en efecto, innu­merables descreídos nos han enturbiado bas­tante esas puras aguas matinales. Pero ,] n­les 8upervielle, gran poetn y uno de los más(le!icados que existen, ha hecho de sus rela­tos la obra de mI creyente. Ha vuelto a con­tar la Fábula. Y esto, en apariencia tansimple, es el mérito extraordinario de su libro.

Toda la triste ;yesería, de Júpiter a Leda,pasto de iracundas museítas, se descascara(n manos del poeta, y aparece el verdaderodios, el verdadero hél'oe, con una naturali­clad desconcertante. Asistimos a un brevecorte de su vida privada; la multitud de pe­queños problemas que los acucian, nos exal­ta y nos consuela: después de todo, los dio­ses como nosotros, i ay 1, fueron hombres ymujeres de entrecasa. Es menester un es­fuer'zo para trasportamos a la conciencja mo­derna que concibió este rejuveneclmieUTO.:l\Iientras leemos el relato: nos parece asis­tir a la elaborac·ión popular de los mitos, cu­ya curva ambiciosa es fruto de una enormecarga de realidad concreta. Debemos agrade­eer al poeta la cuidadosa ausencia con que haasitido a su formación. Su prosa e:s delicada,c1úetil y transparente; su gracia bondadosa yfina. Creo que en el mundo no existía escri­tor más dotado que el autor de «La Fable dulVIonde» para escribir este libro.

llleJamd.ro Lwureiro.

L I B R o s R E e I B I D o s

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«Escritos» - Luis E. Gil Salguero.«Canto Diverso» - Héctor Silva Uranga.(C'\.llgustia» - Raúl Leiva.La Epopeya dcl Espíritu - E. Dl)aldo Genta.Cuadernos de Infancia Norah Lange.<:Pequeño .Mundo» - Enrique Almada.«.lImillo Araújo, por Gastón Figueira.«Transfigurado Amor>; Juan de l\Iarineda.«La Amazona» - Egardo Ubaldo Genta.«El País del Recuerdo», y «Ruta Trágica»,

de Alejandro Denis.«Sol Indio» - Vicente Naccll'ato.«La Calle de la Vida y de la Muerte», por

Enrique Larreta.«Lengua de Espejo» - Jase Lueas.«Cristal en llama» - Mirtlla Gandolfo.«Hombre Nuevo» - Laura Cortinas.«Crítica de Problemas Argentinos I y lIT»,

«Crítica Filosófica N.O 2», por Alfredo Co­viello.

«El Filósofo y la Existenc·ia Concreta>~ ­Humberto Díaz Casanueva.

<,Por los tiempos de Clemente Colling» - Fe­lisberto Hernández.

«Arturo Cambours Ocampo: por José LuisSánchez Trincado.

«Cajita de Música» - l\larta Isolda Rodrí-¡:mez l\Iuñoz.

«SaJIllos>-', por Serafín Ortega.«La Elegía Unánime» - Emilio Frugoni.«Eugenio Fromentín - Los l\laestros de An-

taño» - Nota liminar de Leouardo Stari.co - Librería y Editorial «El Ateneo;;.

«La Rama Ardiente» - Juvenal Ortiz Sara-leQL1Í - PrÓlo!.l'O ele ,Juan l\Iarinello.

«Treo Relatos::, - l\[aría de l\lontserra1.«Entre Ser y No Ser» Fedor Ganz.«Equis Andac,llles» Liber Fnlco.,El Gran Dinero» - J01m Dos Passos

Editorial Santiago Rueda.«Filosofía de la Persona» - Francisco Ro­

mero.<i:Espaiiolidad literaria de José l\Iarth, por

Juan .lIarinello.«Sangre de España» - Angel liázaro.«Ideario de Artigas» - .Juan Silva Vila.Romancero del Libertador Simón Bolívar.

por Carlos .le de Vallejo.«José lVIarti» - Ofelia M. de Benvennto.

«:::,into.nía de la Danzarina» - J esualdo.«Batlle y Ordóñez, El Reformador» - E.

Rochíguez Pabregat Editorial Claridad».«Albricias de la Patria» - L. R Barrios.«Poemas» - Lysandro Z. D. Galtier.%Advenímiento>~ - Abelardo Vázquez.«En el Aire de América» - Al'tig'as lVIílans

iHartínez.«Las Etemas Presencias» - A Llambías.«La llave de la Sombra» - Pedro Leandro

Ipl1che.«Presencia de Canción» - N. Fusca Sansone.«Circunstanciales» - Ofelia U. B. de Ben­

venuto.Rogelio Irurtia, por Julio Rinaldini - l\10­

nografías de A;1.'te Americano, ~Editorial

Losada.«Cuatro Poemas de Guena» - Alfonso Llam-

bías de Azevedo.«lVlarti», por }l. Isidro l\Ienéndez.«Huellas» - Juan l\Iaría lVlagallanes.«Poemas en luz» - l\Ianuel l\lunoa.«Emoeiones tendidas al Sol» Angélica F.

de Plaza.«Discurso en Lima» - Buenaventura Ca­

viglia.«La Estrella Abierta» - René 1\1. Santos.«José }larti, El Santo de América» - Luis

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