orientación profesional y justicia social
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Orientación para la Igualdad y la Inclusión Sociolaboral
Orientación para la Igualdad y la Inclusión Sociolaboral | PEC-2
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La perspectiva de la igualdad y la inclusión socio-laboral en la
orientación profesional
La OCDE realizó a principios de 2001 un estudio para analizar la forma en la que
los servicios de orientación profesional pueden contribuir a la realización de algunos
objetivos esenciales de las políticas públicas en materia del aprendizaje a lo largo de
toda la vida y a la puesta en marcha de políticas activas de empleo: objetivos de
formación, laborales y de equidad social. Una de las principales conclusiones del estudio
muestra que la orientación profesional es un factor que contribuye a la equidad social
en el ámbito educativo y laboral para la población en general y en especial para
colectivos en riesgo de exclusión social (OCDE, 2004). En el marco europeo la
orientación a lo largo de toda vida se considera como un instrumento para alcanzar
algunos de los objetivos de la Unión Europea: la igualdad y la inclusión social
(CEDEFOP, 2006). Por lo tanto, la intervención orientadora tiene el potencial de
promover la igualdad de oportunidades de aprendizaje y laborales y la participación
equitativa de toda persona o grupo en los diferentes espacios públicos y contribuir a
disminuir las desigualdades sociales.
La igualdad, la equidad, la inclusión sociolaboral o la ciudadanía activa son
conceptos que definen la actual noción de justicia social, que más allá de una justa
distribución de bienes y recursos, defiende la importancia del reconocimiento explícito
de la diversidad y el respeto cultural de todas las personas, así como de la participación
activa y equitativa de las mismas en la sociedad. Esta perspectiva ampliada de la justicia
social expone la complementariedad e interrelación de estos tres factores. Así, Fraser
(2008) defiende que la ausencia del reconocimiento de la identidad y de la diferencia
(cultural, racial, de género, edad, etc.) implica una distribución injusta de bienes,
mientras que Honneth (2003) relaciona la falta de reconocimiento mutuo (amor, derecho
y estima) en las distintas esferas de la vida social con una escasa participación en la
sociedad. Otros autores, como Young (1990) subrayan que para una justa distribución
de bienes y de reconocimiento social es imprescindible la participación en los procesos
de toma de decisiones de todas las personas.
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Implicaciones para la intervención orientadora
En la actualidad, el creciente interés en la importancia de la justicia social como
un valor que debe guiar la práctica de la orientación profesional, ha originado una serie
de trabajos que se centran en identificar los problemas de las actuales teorías y
prácticas de la orientación. Un primer debate argumenta que la orientación profesional
se concentra en las competencias interpersonales y laborales de la persona, sin prestar
mucha atención a los factores sociales, políticos y económicos que influyen en el
desarrollo de la carrera, (Arthur, 2005; Irving y Malik, 2005; Toporek y Chope, 2006), lo
que conlleva que en muchos casos la práctica orientadora contribuya a mantener el
status quo y las prácticas opresivas (Irving, 2010).
El análisis y el conocimiento del entorno es esencial para diseñar la intervención
orientadora considerando los problemas estructurales que perpetúan las injusticias, las
desigualdades y las desventajas, y así comprender que gran parte de los obstáculos a
los que se enfrentan las personas orientadas proviene de la propia sociedad, de sus
estereotipos y prejuicios. Para realizar una práctica inclusiva y de calidad se debe
comprender la realidad cultural de la persona e identificar sus características y sus
necesidades, teniendo en cuenta los factores y las barreras que actúan como causas
de exclusión social y laboral, tanto aspectos personales, académico-formativos,
profesionales y contextuales, como estereotipos y discriminación.
Un primer paso para reducir las barreras que afectan al desarrollo profesional es
identificar los factores implicados en los mecanismos de exclusión y cómo actúan. Los
estudios realizados reflejan la complejidad y la multidimensionalidad de la desigualdad
y la exclusión social y sirven como marco de actuación para la práctica orientadora
(Arthur, 2005; Toporek y Chope, 2006). Subirats, Gomá y Brugué (2005) identifican ocho
ámbitos de exclusión - el ámbito económico, el laboral, el formativo, el sociosanitario,
de la vivienda, relacional, político y el contexto espacial – a partir de los cuales
constituyen una matriz de indicadores de exclusión que resulta muy útil para determinar
los riesgos de exclusión y los colectivos más vulnerables. Sánchez García (2009) indica
como variables determinantes para situaciones de exclusión el género, la identidad
cultural, étnica o religiosa, la edad, la cualificación profesional, la discapacidad y la
drogodependencia, y presenta algunos factores de riesgo a considerar para la
identificación precisa tanto de los grupos como de sus necesidades específicas:
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Elaboración adaptada sobre las aportaciones de Sánchez García, 2009
Sin embargo, la práctica se ve muchas veces limitada por los requerimientos de
la financiación y por los recursos limitados destinados a los proyectos. Cuando los
proyectos financiados tienen objetivos a corto plazo (como la mera inserción laboral) o
marcan cómo se deben organizar y desarrollar las intervenciones orientadoras y a quién
van dirigidas, la actuación adquiere más bien un carácter remedial, compensatorio. De
este modo se perpetua la dinámica de adaptación de las personas a las reglas del
mercado laboral (Sánchez García, 2009) sin atender a barreras del contexto que
provocan desigualdades.
Partiendo de la teoría de Young (1990: 241) de que “una teoría crítica de la
justicia social debe considerar no solamente las pautas distributivas sino también los
procesos y las relaciones que producen y reproducen estas pautas”, Irving (2010, 2013)
entiende la orientación profesional desde un enfoque de justicia social que debe
fomentar la reflexión crítica, sobre la manera en la que los discursos social, económico
y político contribuyen a formar y promulgar el concepto de carrera. La propuesta de
Irving apunta el potencial transformador de la educación para la carrera, considerándola
como una práctica social emancipadora que brinde a las personas la oportunidad de
crecer como ciudadanos informados, críticos, comprometidos y conectados en una
sociedad culturalmente diversa, que son capaces de gestionar las incertidumbres de la
vida adulta.
Por lo tanto, del mismo modo que los profesionales deben desarrollar una
conciencia crítica y reflexionar sobre las teorías y los sistemas socio-políticos que
Exclusión Social
Desigualdades sociales previas
Características comunes - dificultades de acceso al
empleo - falta de experiencia laboral y de
cualificación- visión y comprensión
insuficiente de su propia problemática y de la dinámica del
mercado laboral- pertenencia a alguno de los
colectivos vulnerables
Entornocompetitivo,
conflictivo y/o carente de
estímulos positivos con respecto al
trabajo
Consecuencias psicosociales del
desempleo (personales,
familiares y sociales)
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influyen en su intervención, un objetivo fundamental de las prácticas inclusivas debe ser
desarrollar la conciencia crítica, la autonomía y el empoderamiento de las personas
orientadas.
Otra crítica importante de la literatura actual es que la práctica orientadora ha
estado basada en un modelo eurocentrista que no refleja variables culturales como
género, clase social, habilidades, orientación sexual, religión o etnia (Patton y McMahon,
2006) y que suelen llevar al etiquetado y a la clasificación de las personas, sin
contemplar correctamente las características y las necesidades tanto de las personas
como de sus grupos. Para atender adecuadamente a estas características, se deben
aplicar modelos de intervención basados en un enfoque holístico y sistémico, que
consideran los factores personales, culturales y económicos y combinan estrategias
variadas y métodos de diagnóstico cualitativos, que toman como criterio de referencia a
la propia persona (Malik, 2002; 2007).
Dado el amplio abanico de variables que concurren en la concepción de la
diversidad (factores sociales, económicos, culturales, étnicos, religiosos, personales,
intelectuales, físicos o de orientación sexual), la atención a la diversidad es un elemento
esencial en toda intervención orientadora (Malik, 2003) que hace imprescindible el
desarrollo de competencias relacionadas con el reconocimiento y la respuesta a la
diversidad o competencias interculturales (si se considera una definición amplia de
cultura, que incluye todas las variables anteriormente mencionadas).
Siguiendo el esquema de Sue y Sue (1990, en Malik, 2003), el orientador
culturalmente competente tiene las siguientes características:
Un reciente estudio sobre las competencias relacionadas con la justicia social en
la práctica orientadora (Arthur, Collins, Marshall y McMahon, 2013) identifica las
competencias clave para una intervención inclusiva organizadas en tres dimensiones:
actitudes (una actitud de apoyo, sin prejuicios y la conciencia de su propia visión sobre
Act
itu
des
Conciencia de las propias creencias, valores y prejuicios o sesgos culturales
Co
no
cim
ien
tos
Conocimiento y comprensión de la visión del mundo de las personas orientadas, y en general de los grupos culturales diversos H
abili
dad
es
Desarrollo de estrategias y técnicas de intervención apropiadas
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la diversidad y la justicia), conocimientos (el trabajo interdisciplinar y la derivación, el
conocimiento actualizado de los recursos disponibles a nivel local, la comprensión de
cómo el contexto influye en el desarrollo profesional y personal de las personas) y
habilidades (aquí destacan la reflexión y la escucha activa). El trabajo refleja también
algunas carencias de formación e información sobre cómo intervenir sobre el contexto,
promoviendo el cambio a niveles más amplios o de habilidades comunicativas como la
negociación y la diplomacia para la comunicación a nivel institucional y político.
Conclusión
Aunque en la actualidad la idea de la diversidad como algo positivo y
enriquecedor está aceptada a nivel social e institucional, hablar de diversidad, sobre
todo en el ámbito social y laboral, todavía conlleva hablar de desigualdad,
discriminación, estereotipos y colectivos vulnerables a la exclusión social.
La orientación profesional en clave de igualdad e inclusión social incorpora
necesariamente una perspectiva intercultural y no discriminatoria. Esta perspectiva
implica un enfoque holístico y sistémico de la intervención orientadora, que reconoce la
complejidad de las personas y que promueve además de su participación activa en el
mercado laboral, su integración efectiva en la sociedad y la autogestión de la carrera
profesional (Sánchez García, 2012).
La orientación profesional es una herramienta importante que puede contribuir a
reducir las condiciones de riesgo de exclusión y que, de acuerdo con el principio de
desarrollo, pretende el desarrollo pleno e integral de todas las personas a través de una
ayuda personalizada y de la adaptación de la intervención a cada individuo y cada grupo.
Por otro lado, atendiendo al principio de intervención social, la práctica orientadora
implica la actuación sobre el sistema, tener en cuenta el contexto social y modificar los
aspectos que producen barreras de desarrollo o de acceso, al mismo tiempo que
pretende el empoderamiento de la persona orientada en lo referente a conocer,
comprender y transformar los obstáculos que impiden su realización personal y
desarrollar competencias interculturales.
Es importante ampliar el dialogo sobre la justicia social desde la orientación
profesional, incorporar la perspectiva y las experiencias de los/las profesionales de la
orientación y estructurar principios y estrategias de intervención que sirvan de guía para
integrar de manera concreta las cuestiones de justicia social en la práctica orientadora.
(Arthur, Collins, McMahon y Marshall, 2009; Irving y Malik, 2005).
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