opus mikaeli relatos cortos

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I. El Mago Le conocí una noche de verano. Tras las presentaciones y besos en las mejillas de rigor me dijo que sabía un truco de magia. Me pidió una moneda y se la di; él la metió en un puño y cuando abrió la mano no estaba. Luego la sacó de detrás de mi oreja y me la devolvió. Reconozco que me divirtió, pero no fue el mayor truco que hizo esa noche. Nos besamos, nos amamos, pasaron los días felices y, sobre todo, mágicos. Nunca había conocido a nadie como él, y siento que nunca lo conoceré. Y todo fue perfecto, hasta aquel fatídico día en el que le vi con otra. Me dijo lo arrepentido que estaba, me suplicó perdón, pero nada arregló las cosas, y nada las arreglará. Qué me importa la moneda. Devuélveme mi corazón, cabrón... XX. El Juicio Cuesta creer que esa sonrisa fuera bella en su día. Pero a pesar de todo sigue siéndolo. Bella y maliciosa, mostrando su ansia de castigarme. Una belleza peligrosa. Comienza el juicio. Cómo has podido. Cariño, no sé de qué me hablas. Lo sabes muy bien. Al final, cual experta inquisidora, se las arregla para sonsacarme lo que trato de ocultarle. Experta inquisidora, pero sus torturas no afectan a la carne, sino al corazón. Sus lágrimas le provocan un dolor punzante, el tono desesperado de su voz agudiza ese dolor. Cariño, fue un desliz. Y es verdad, lo fue. Pero me siento culpable. Desliz o no, he traicionado la confianza del ser más querido. De nada sirve mostrar mi arrepentimiento. De nada sirve jurar que no volverá a pasar. El juicio es duro, pero justo. Y la sentencia no tarda en llegar. ¡Te odio! ¡No quiero volver a verte! Cariño... Ahora las lágrimas que caen al suelo son mías. El juicio ha terminado, pero el dolor de mi corazón es más agudo. Es mi castigo. La bola de cristal Londres, 1610. William Carlston, mago. Tenía una bola de cristal, pero no una cualquiera. Una bola que le mostraba imágenes de otros mundos, otros tiempos, otras realidades. Así, miraba en las profundidades de la bola y veía parajes selváticos en los que habitaban varios tipos de dragones. U hombrecillos verdes de ojos saltones que paseaban por un suelo rojizo. O un faraón que al parecer oraba al único dios verdadero, al que él llamaba Atón. Incluso se vio una vez a si mismo, delirando febrilmente en su lecho de muerte. Aquel día, William Carlston cogió la bola del estante en el que solía reposar, decidido a contemplar una nueva visión. La puso encima de la mesa, se sentó y la observó fijamente. Las brumas en el interior de la bola, que a primera vista pasaban desapercibidas, pero que podían verse si alguien miraba el objeto con detenimiento, se arremolinaron y empezaron a brillar. En el centro de aquel brillo se formó una imagen. Era una habitación, pero una muy extraña, distinta a cualquiera de las que el mago había visto en toda su vida. En ella se encontraba un joven, vestido con unas estrafalarias ropas, sentado en una cama. A su lado había un artefacto rectangular, que presionó con el dedo. Del artefacto salió música, una melodía extrañísima, ultraterrena, con tonos que no se parecían a nada que el mago hubiera escuchado antes. El joven se puso de pie y comenzó a realizar una serie de movimientos espasmódicos que parecían formar parte de un ritual. William Carlston estaba perplejo. ¿Quién sería aquel muchacho? ¿Qué

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Page 1: Opus Mikaeli Relatos Cortos

I. El Mago Le conocí una noche de verano. Tras las presentaciones y besos en las mejillas de rigor me dijo que sabía un truco de magia. Me pidió una moneda y se la di; él la metió en un puño y cuando abrió la mano no estaba. Luego la sacó de detrás de mi oreja y me la devolvió. Reconozco que me divirtió, pero no fue el mayor truco que hizo esa noche. Nos besamos, nos amamos, pasaron los días felices y, sobre todo, mágicos. Nunca había conocido a nadie como él, y siento que nunca lo conoceré. Y todo fue perfecto, hasta aquel fatídico día en el que le vi con otra. Me dijo lo arrepentido que estaba, me suplicó perdón, pero nada arregló las cosas, y nada las arreglará. Qué me importa la moneda. Devuélveme mi corazón, cabrón... XX. El Juicio Cuesta creer que esa sonrisa fuera bella en su día. Pero a pesar de todo sigue siéndolo. Bella y maliciosa, mostrando su ansia de castigarme. Una belleza peligrosa. Comienza el juicio. Cómo has podido. Cariño, no sé de qué me hablas. Lo sabes muy bien. Al final, cual experta inquisidora, se las arregla para sonsacarme lo que trato de ocultarle. Experta inquisidora, pero sus torturas no afectan a la carne, sino al corazón. Sus lágrimas le provocan un dolor punzante, el tono desesperado de su voz agudiza ese dolor. Cariño, fue un desliz. Y es verdad, lo fue. Pero me siento culpable. Desliz o no, he traicionado la confianza del ser más querido. De nada sirve mostrar mi arrepentimiento. De nada sirve jurar que no volverá a pasar. El juicio es duro, pero justo. Y la sentencia no tarda en llegar. ¡Te odio! ¡No quiero volver a verte! Cariño... Ahora las lágrimas que caen al suelo son mías. El juicio ha terminado, pero el dolor de mi corazón es más agudo. Es mi castigo. La bola de cristal Londres, 1610. William Carlston, mago. Tenía una bola de cristal, pero no una cualquiera. Una bola que le mostraba imágenes de otros mundos, otros tiempos, otras realidades. Así, miraba en las profundidades de la bola y veía parajes selváticos en los que habitaban varios tipos de dragones. U hombrecillos verdes de ojos saltones que paseaban por un suelo rojizo. O un faraón que al parecer oraba al único dios verdadero, al que él llamaba Atón. Incluso se vio una vez a si mismo, delirando febrilmente en su lecho de muerte. Aquel día, William Carlston cogió la bola del estante en el que solía reposar, decidido a contemplar una nueva visión. La puso encima de la mesa, se sentó y la observó fijamente. Las brumas en el interior de la bola, que a primera vista pasaban desapercibidas, pero que podían verse si alguien miraba el objeto con detenimiento, se arremolinaron y empezaron a brillar. En el centro de aquel brillo se formó una imagen. Era una habitación, pero una muy extraña, distinta a cualquiera de las que el mago había visto en toda su vida. En ella se encontraba un joven, vestido con unas estrafalarias ropas, sentado en una cama. A su lado había un artefacto rectangular, que presionó con el dedo. Del artefacto salió música, una melodía extrañísima, ultraterrena, con tonos que no se parecían a nada que el mago hubiera escuchado antes. El joven se puso de pie y comenzó a realizar una serie de movimientos espasmódicos que parecían formar parte de un ritual. William Carlston estaba perplejo. ¿Quién sería aquel muchacho? ¿Qué

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finalidad tendría la ceremonia que estaba realizando? La imagen comenzó a difuminarse lentamente, el brillo se fue apagando. La visión estaba llegando a su fin. El mago se levantó, cogió la bola y la depositó en su estantería. Estaba maravillado, y se preguntaba si la próxima escena que le enseñaría el objeto sería tan extraña como la que acababa de presenciar. El muchacho estaba bailando una de sus canciones techno favoritas cuando de repente se detuvo y apagó el equipo de música. ¿Por qué acababa de tener la inquietante sensación de que alguien había estado observándole? La invocación El abismo me arañaba la cara. O, más concretamente, las fuerzas que emitía. Podía sentir su oscuro deseo de absorberme, de convertirme en un espíritu sin mente más, sujeto a la voluntad del Torbellino. Iba a desaparecer de una forma horrenda, y lo peor de todo era que el alma de Elizabeth estaría viéndome desde el Otro Mundo. Podía imaginarme como se sentía, entre abatida y furiosa. Del mismo modo que yo estaba furioso conmigo mismo por haber desoído las advertencias de los archimagos. Podía haberles hecho caso pero no, tuve que ignorarlos y robar el Codex Nomegaliam de la colección de libros prohibidos de la Torre Añil. Estúpido, estúpido de mí. Aunque, ¿qué otra cosa habría podido hacer? ¿Qué habría hecho otro en mi lugar? Había dibujado el pentagrama de una de las fórmulas del grimorio en el suelo de mi habitación, había pronunciado el ensalmo que permitía debilitar las barreras entre dimensiones. Un hombre con cabeza de cuervo y cola de alacrán apareció en el interior del pentagrama en respuesta al sortilegio. -¿Quién eres?- preguntó la entidad con voz fuerte y ronca. -Griliam-Zaghanoth, Adepto Púrpura, Custodio de las Siete Llaves de Oro. -¿Adepto Púrpura?- preguntó la criatura, antes de emitir una horrenda carcajada que me heló por completo la sangre- Entonces no eres nada. Has cometido un terrible error al invocarme. -En absoluto- sonreí, aunque por dentro temblaba de pánico- Tengo en mi poder un pergamino escrito en lengua xánica. Se lo compré a un viejo vendedor de baratijas en el mercado de la Plaza. -¿Y? -Fui a ver a un erudito para que le echara un vistazo. Cuando lo leyó y le pregunté que ponía, tragó saliva y me dijo que no podía decírmelo. Entonces lo supe. Tuve que matarlo para quitárselo de las manos. Por primera vez, la criatura pareció sorprendida. -¿Entonces...? -Sí. Es la Octava Nuxglattha. -¿Qué es lo que quieres? -Que resucites a mi amada. Elizabeth Namgoloth, duquesa de Sammaria. -Antes deberás traerme su cadáver. Si no no hay forma de que pueda hacer nada. Y así, fui al cementerio y exhumé el cadáver de mi amada. Era repugnante ver a la que había sido la criatura más bella sobre la Tierra así, convertida en un esqueleto recubierto de carne putrefacta y devorada por los gusanos. La llevé hasta mi casa, donde me aguardaba el ser en el interior del pentagrama. -Perfecto- graznó- Lee el primer versículo.

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Cogí la Octava Nuxglattha y leí. Pude sentir como las fuerzas oscuras se arremolinaban en el interior de la habitación, produciéndome una inquietante sensación que no sabría explicar muy bien, pero que sin duda era harto desagradable. -No puedo resucitar a tu amada hasta medianoche. Debemos esperar. -De acuerdo. -Lee el segundo versículo. Leí, y la inquietante sensación se acrecentó. Comencé a pensar que estaba cometiendo un error, pero ya había ido demasiado lejos como para echarme atrás. Al fin llegó la medianoche, y la criatura me dijo lo que debía hacer. Me dijo cómo preparar unos polvos mágicos para echar sobre el cadáver de mi amada y pidió que leyera el tercer versículo. Me susurró un ensalmo que debía pronunciar en voz alta y me pidió que leyera el cuarto versículo. Una mancha grande y ovalada apareció en el centro de la habitación y comenzó a girar. La Puerta había comenzado a abrirse. -Ahora echa los polvos y di el ensalmo. Lee el quinto versículo. Hice todo lo que me pidió. Del otro lado de la Puerta salieron unos sonidos que, si bien eran completamente inhumanos, eran de inequívoca expectación. -Perfecto- dijo la criatura, y acarició con una mano lo que en su día fue la mejilla de mi amada- Lee el sexto versículo. Yo comenzaba a tener miedo, a darme cuenta de qué era lo que estaba haciendo, pero leí. Los sonidos aumentaron de volumen. La criatura pronunció un hechizo, y el cadáver volvió a la vida. Sin embargo, no era más que un cadáver putrefacto sin mente, un zombi. -Sólo falta el encantamiento que traerá el alma de tu amada de vuelta a su cuerpo. Entonces recobrará su antiguo aspecto. Lee el séptimo versículo. -No... no sé... Empiezo a pensar que tal vez no haya sido una buena idea... -Oh chico, es una idea genial. Verás de nuevo a tu amada. ¿No quieres volver a verla? ¿No quieres volver a oír su voz, a sentir el contacto de su piel? ¡Lee! Leí el séptimo y penúltimo versículo. Un viento maligno sopló por la sala, procedente de la Puerta. Los sonidos de expectación habían alcanzado un volumen casi inaguantable. -Ahora lee el octavo versículo. -Antes pronuncia el último encantamiento. -Lo haré cuando hayas leído el octavo versículo, muchacho. -¡No! ¡Resucítala! -Antes lee. -¡¡¡NO!!!- grité, y rompí el pergamino, la única copia existente sobre la Tierra. La expectación se convirtió en ira, y el viento que salía de la Puerta me arrastró hacia ella. Y ahí estaba yo, con el abismo arañándome la cara. O, más concretamente, las fuerzas que emitía. Había cometido un error, estaba furioso conmigo mismo por lo que había hecho. Sin embargo, cuando las fuerzas del abismo comenzaron a absorber mi mente la furia se trocó en resignación. Moriría, pero el mundo estaría a salvo. Había cometido un error, pero bueno. Nadie es perfecto. Llanto por la diosa del mar Paseaba por la playa aquel día. Aguas en calma, reflejando el azul del cielo. Lugar paradisíaco como pocos. No sabría contar las veces que había estado allí. Adoraba el mar y la fina arena blanca de aquella playa. Y ahí estaba yo, paseando, sumido en mis pensamientos, cuando percibí una extraña agitación de las hasta ese momento tranquilas aguas. Me detuve para observar mejor el

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extraño fenómeno, y sucedió lo inesperado; una hermosísima muchacha desnuda salió del mar, algas verdes y marronáceas pegadas a su esbelto cuerpo, labios carnosos, pechos bien proporcionados. Se dirigió a mí y yo, atónito, le pregunté quién era. "¿No me reconoces? Yo soy el mar que tanto adoras. Cuando mirabas al agua de noche, mientras la luna llena se reflejaba en ella, y te preguntabas si habría algo más hermoso en todo el mundo, yo te miraba a ti, y tampoco sabía decir si habría algo más hermoso que lo que veía. He seguido con la mirada todos tus paseos. Cuando te sentabas y suspirabas podía sentir tu pena. Tus risas eran sonido de cascabeles anunciando fiesta y alegría. Ha llegado el momento de darme a conocer y decirte lo que siento. Te amo." Y yo la vi, y supe que también la amaba. Cada vez que iba a la playa allí estaba ella, sonriente, esperándome. Nos besamos, nos acariciamos. Ella me habló de las maravillas que se escondían bajo el agua, los majestuosos edificios de coral y perlas que allí aguardaban, burlándose de los escépticos que no creían en la magia. "¿Podré ver algún día ese reino?" "Algún día, mi amor". Ese día nunca llegó. Un día llegué a la playa, y ella no estaba. Corrí hacia el agua, la miré. Percibí la melancolía que desprendía, confundí los sonidos del viento y las olas con los sollozos de una mujer. Entonces comprendí, y lloré amargamente. Jack the Ripper Six little whores, glad to be alive One sidles up to Jack, then there are five Four and whore rhuime aright, so do three and me I'll set the town alight, ere there are two Las putas eran odiosas, pero también deliciosas. Las follaba, como todo el mundo, pero luego no pagaba con dinero, sino con sangre; introducir un cuchillo en su vientre para rajárselo y sacar las entrañas era una experiencia maravillosa, indescriptible, pero la mayoría de la humanidad la veía como una auténtica aberración capaz de hacer vomitar al hombre de sangre más fría, no como el exquisito ritual con el que tanto disfrutaba Jack. Pero claro, esos hombres no podían entenderlo, no podían entender el ansía de venganza de Jack cuando una de esas malas putas le contagió de sífilis. No pudo matarla, pero mataría al resto de esa escoria después de follársela, después de rajarle el cuello con el cuchillo al tiempo que le diría "Soy Jack el Destripador, y pagaréis por lo que me hicisteis". Jack se encontraba en su casa, dispuesto a salir en un par de horas para acabar con otra puta, cuando un soplo de brisa fresca recorrió la habitación y le provocó un escalofrío. Qué raro, pensó, pues la ventana no estaba abierta, pero no tardó mucho en olvidarse del tema. Al poco notó otro soplo, junto con un extraño sonido que le provocó un escalofrío mayor que el del frío de la brisa: o se había vuelto loco, o el viento había susurrado "Jack..." Tragó saliva y se estremeció durante unos segundos, pero pasaron diez minutos sin que ocurriera nada especial y acabó relajándose y atribuyendo todo a su imaginación. "Jack..." El asesino, completamente alterado, dio un respingo y gritó pidiendo a quien había dicho eso que se manifestase. Y así lo hizo; un borrón blanco apareció en el centro de la habitación y fue tomando forma hasta convertirse en una bella mujer incorpórea. "¿¿Quién eres??" preguntó gritando Jack, al borde del desmayo. "Toda acción tiene su consecuencia, Destripador. ¿Ya no nos reconoces?"

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Y de una extraña forma, el asesino las reconoció, pues la cara de la mujer fantasmal era la de Mary Ann Nichols, pero unos segundos después pasó a ser la de Annie Chapman, y otro momento después la de Catherine Eddowes. "No, no puede ser. Es imposible..." "No hay nada imposible, Destripador" dijo el espíritu mientras extendía el brazo y apretaba el puño. Jack notó algo parecido a una mano helada agarrándole el corazón; intentó debatirse, resistir, pero todo fue inútil. -------------------------------------------------------- Cuando el respetable cura de White Chapel apareció muerto de un paro cardíaco en su habitación fueron muchos los que se lamentaron, pues era un hombre realmente encantador. Pero sobre todo las mujeres, porque para ellas tenía un carisma especial. Visiones Hace poco me fue dado un poder. Cuando estoy en la frontera entre el sueño y la realidad, en ese estado al que llamamos duermevela, recibo visiones, atisbos de vidas que ya se extinguieron, vidas de personas que, por una razón o por otra, eran seres atípicos, anormales, incluso antinaturales, que no estaban hechos para vivir en este mundo. Sé que me estoy convirtiendo en uno de ellos, y temo correr un destino parecido al de El Que Todo lo Sabe, pero de momento estoy preparado para afrontar esta anómala situación. Conozco a El Que Todo lo Sabe gracias a una de mis visiones, una particularmente intensa y agobiante. Se trataba de un hombre que nació con un particular don: cuando posaba las manos en la cabeza de alguien, conocía al instante todos los detalles sobre la vida de esa persona, incluso cosas largo tiempo olvidadas. Sabía al instante quién era, cómo era, que circunstancias habían hecho que fuera lo que era. Sabía cuáles eran sus seres queridos, sus traumas ocultos, sus sueños e ilusiones. Conocía a esa persona mejor de lo que se conocía ella misma, sólo con posar sus manos sobre su cabeza. Llegó a "absorber" 30 vidas de esta manera. El Que Todo lo Sabe tenía muy pocos amigos, y se quejaba continuamente de no poder pegar nunca ojo, porque cada vez que dormía sufría terribles pesadillas. En esas pesadillas, decía, era una muchacha de unos 15 años a la que violaban en un callejón oscuro. O un niño que apenas había alcanzado la pubertad con un padre alcohólico que solía descargar su ira contra su esposa. O un joven de poco más de veinte años que veía como la mujer a la que amaba era asesinada violentamente por un par de atracadores sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Al final El Que Todo lo Sabe no pudo resistirlo más y acabo ahorcándose en su dormitorio. Los traumas de 30 personas habían acabado con él. Testimonio La maté por amor. Los que escuchen esta poderosa razón y sigan llamándome monstruo y creyendo que mi alma merece arder en los Infiernos son necios por cuyas venas nunca ha corrido esa clase de pasión. Esa clase de pasión que te enloquece, te desespera y maravilla, la pasión que inunda tu cerebro y tiñe tus pensamientos de rojo sangre. Y sí, mi alma arderá en los Infiernos; los Pactos son muy exigentes al respecto. Pero no lo merecerá. La noche del asesinato fui a verla con una rosa en la mano. Sentía cada pinchazo, cada gota de sangre deslizándose por mi brazo, y me embargaba la más intensa emoción. Le concedí una última oportunidad, suplicando que me poseyera, que lamiera mi sangre, pero ella hizo lo de siempre; llamarme loco, pervertido, gritarme que desapareciera de su vida. Como ven, fue ella la que lo quiso así.

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Sé que era ella la que debía catarme, pero al ver aquel manantial carmesí brotando de su pecho no pude resistir la tentación, y moje la mano en él. Y cuando la lamí sentí tanta pasión como vergüenza, pues sabía que no era digno. Son los dioses los que deben disponer de los mortales. Y sin embargo nuestros padres probaron la fruta prohibida, pese a sus temores y sentimientos de culpa. Si aquella noche realicé un acto condenable, sin duda fue ése. Me costó transportar el cadáver hasta la iglesia abandonada, pero los necios sin pasión son incapaces de sospechar cuánta fuerza puede darte ésta. Lo coloqué ante el altar, y tras suspirar de placer y expectación abrí el grimorio. Pronuncié con dificultad las palabras que hasta entonces no había pronunciado garganta humana alguna. Encendí las velas, tracé los símbolos. Saqué la cruz de mi bolsillo, escupí sobre ella y tiré hasta partirla en dos. Y, finalmente, cogí el frasquito con la sangre y la derramé en su garganta. “Bebe, amor mío”. Hasta entonces sólo habían sido leyendas de campesinos supersticiosos; ahora estaba convirtiéndolas en realidad. Si alguien me pregunta si pensé, al menos por un instante, en la relevancia de lo que estaba realizando, la respuesta es no. La pasión lo nubla todo, y más en un momento, un clímax como ése. Ni siquiera hay lugar para los instantes. Esperé, nervioso, más nervioso de lo que había estado en mi vida. No fueron pocas las veces en las que creí ver un parpadeo, o un dedo moverse ligeramente. Y cuando las acciones se hicieron realidad caí de rodillas, y pese a todo me sorprendió ver en mis mejillas lágrimas de felicidad. “Tómame. Te lo ruego”. Y ella me sonrió. Era la primera vez que me sonreía en mi vida. Tan encantadora, tan dulce a pesar del destello maligno de sus ojos… Dicen que cuando el sueño de tu vida se hace realidad siempre resulta decepcionante. En mi caso no fue así. Fue aún mejor de lo que esperaba. Notar sus colmillos hundiéndose en mi cuello era mucho más placentero que cualquier orgasmo posible. Notar mi sangre pasando de mi cuerpo a su boca, notar cómo se apoderaba de mi esencia… era el éxtasis personificado. Y cuando pienso en cuántas personas han muerto sin probar nada remotamente semejante… Vidas tristemente malgastadas que no han explorado ni una mínima parte de su potencial. Es una lástima. Es deprimente. Al mismo tiempo es, de algún modo, divertido. Cuando terminó me sentía débil, muy débil. “No me importa. Continúa, te lo suplico. Si muero, moriré la mejor de las muertes”. Ella me sonrío. No te preocupes. Serás mi esclavo por mucho tiempo. “Gracias mi dueña, gracias mi diosa…” Y las lágrimas se hicieron copiosas. Fue el fin de aquella gloriosa noche, y el comienzo de muchas. Los que no han encontrado nunca el paraíso en la Tierra quizás se pregunten si con el paso del tiempo el éxtasis fue haciéndose menos intenso. Créanme, en absoluto. Cuando no se ha vivido tanta gloria cuesta imaginar que sea posible. Y sin embargo lo es. Y pese a ello las cosas empezaron a oscurecer. Cada noche la veía menos, aunque el ritmo de las sesiones nunca disminuyera. Y durante el día escuchaba comentarios de gente de los alrededores que afirmaba sentirse debilitada después de un sueño supuestamente reparador. Incluso rumores sobre la desaparición de algunos. Empecé a sospechar que se alimentaba de otros, y brotaron los celos. Antes de crearla pensé que, de suceder tal cosa, no iba a importarme, pues al fin y al cabo ser su esclavo lo era todo. Pero estaba equivocado. Importaba. Y no poco. La quería para mí, del mismo que quería ser para ella.

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Una noche me atreví a reprenderla antes de la sesión. Ella me golpeó contra la pared, me dijo que un sucio esclavo no tenía derecho a darle órdenes y acto seguido procedió a chuparme la sangre. Mis lágrimas de sufrimiento se combinaron extrañamente con el placer. A partir de entonces, aunque el éxtasis fuera el mismo, mi felicidad entre sesión y sesión disminuyó notablemente. Pero lo peor estaba por llegar. Una noche no apareció. Primero ligera inquietud, después miedo, luego pánico y finalmente lágrimas de angustia. ¿Qué había pasado? ¿Me había abandonado? Pensé en aquella maldita noche en la que la reprendí, pensé que quizá aquel acto de rebeldía le había hecho pensar que no era digno de ser su esclavo. No pude dormir. Cuando al día siguiente oí al cura del pueblo afirmar que había logrado acabar con el súcubo que infestaba la zona mi cordura explotó. Esperé a que se quedara a solas y lo atravesé furiosamente con una estaca como la que decía haber utilizado. Una, una y otra vez, hasta que se convirtió en una masa de carne y huesos sólo vagamente humana. Y cuando recobré la razón corrí, corrí para escapar para siempre de aquella zona maldita, de aquella multitud que me lincharía de descubrir mi crimen. ¿Por qué no me quedé y dejé que terminarán con mi dolor, ese dolor infinito que aún siento? Descubrí que tenía más miedo de los Infiernos del que suponía. Aunque mi propia vida se hubiera convertido en uno. Y sin embargo entre tanta oscuridad hay algo similar a un rayo de esperanza. Desde aquello no he dejado de caminar, y en algunas zonas he oído rumores sobre gente extrañamente debilitada y desaparecidos. Mi amada Sofía había muerto por segunda vez y para siempre, pero al parecer dejó un legado. Y es que el grimorio me había informado sobre esto, había explicado por qué nadie había creado un vampiro hasta entonces. “Y el hijo de la sangre creará más como él, y poco a poco infestarán la tierra, serán una plaga que sumirá al mundo en el caos y la confusión…”. Dudo que vaya a conocer a nadie como ella, pero si saben lo que es pasión ahora hay esperanza para ustedes. Suerte. UNA VISITA AL BAR MANOLO -¡Manolo! Sírveme un pincho especial y una caña. -Marchaaandoo. Y le sirvió el pedido a Juan. -Vivimos una época de locos. -Y que lo digas. ¡Un momento! Acababa de ver a un bicho, que fue aplastado sin ceremonias. -Sin embargo hay que reconocer que esta guerra tiene sus cosas buenas. Esto está cojonudo. -¡Un momento! Segundo bicho aplastado. -En los buenos tiempos Sanidad te habría cerrado el garito por mucho menos. -Es lo que hay. Silencio. Juan terminó su caña y su pincho de Xenoespecie 012. -Tengo que irme. Nos vemos. -Hasta mañana, figura. VIRGEN A LOS 400

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Era el único que no se había estrenado, el que soportaba las burlas del resto. Siempre decía que me estaba reservando para una persona especial, pero nunca llegaba. Hasta que apareció ella. No tardé en seducirla con las frases que me inspiraba. Eres exactamente mi marca de éxtasis, el lobo se enamoró de la vaca, esa clase de cosas, hasta que quedamos en un lugar íntimo para consumar nuestros sentimientos. No me anduve con prolegómenos; me limité a morderla y chupar hasta dejarla literalmente seca. Había desangrado a alguien. Al fin era un vampiro de verdad. DEMIURGO “¿Sólo cien palabras?” Me estrujo el cerebro pensando cuánto puedo condensar en tan poco. Mis ideas van cobrando forma, rescatadas de los abismos de mi mente. Una reina obsesionada con los dragones, un mago de doble personalidad, un megalómano espíritu que antes fue humano… el elfo camina y sus pisadas crean hierba, la muerte es triple y acecha a todos, ¿y si el loco libera a los demonios? “Ven” me dicen “Pues nuestro ser es demasiado para tan poco espacio” Intento resistirme, pero fluyen sin control. Son creados a mi costa. Cuando despierto no están. Pero todo ha cambiado. SIN TÍTULO Al principio el Sol y la Luna aparecían juntos en el firmamento, y sólo había un día perpetuo. Pero más allá de la Tierra, en las esferas celestiales en las que múltiples soles reinan sobre múltiples mundos, existía y existe la oscuridad del vacío, una fuerza que se opone a toda luz. Su memoria es larga y aún recuerda la época en la que reinaba suprema en toda la realidad, hasta que la Creación dio origen al universo. La oscuridad fue susurrando en los oídos de la Luna palabras que sólo ella podía escuchar, convirtiéndola a su causa. Al fin, completamente corrompida, desafió en duelo al Sol por el dominio del Planeta. La lucha fue larga y ardua, y terminó con los dos combatientes extenuados, más muertos que vivos. Había un empate, así que el dominio fue dividido; unas horas pasaron a ser de la Luna, y otras del Sol. Comenzó la primera noche y la Luna rió con malicia cuando el Sol desapareció del cielo... pero su dicha se desvaneció rápidamente cuando apareció la luz de los soles en las esferas celestiales, que siempre había sido eclipsada y ocultada por la del nuestro, recordándole que ellos seguían siendo los dueños del cosmos. La humillación definitiva llegó cuando vio que su propia cara brillaba; de algún modo los rayos del Sol la alcanzaban desde su refugio y se reflejaban en ella. Oh, pero algún día el Sol se apagará... la oscuridad puede esperar. SIN TÍTULO En el día y en la noche, te encontraré porque eres mía. En las ciudades y en los desiertos, en cielos despejados y en tormentas, me perteneces. Volverás a casa, esposa indigna. Un leñador vivía en el bosque. Nunca había tenido a nadie, pero aunque a veces le parecía sentir cierto vacío en lo más profundo de su corazón lo cierto era que no

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lamentaba la soledad de su vida, porque nunca había conocido otra cosa. Hace años una gitana le leyó la mano y profetizó que su vida se apagaría con la música. Él nunca había sabido a que se refirió con aquello, porque tampoco había conocido la música. Todo cambió cuando un día una muchacha apareció en el bosque. El leñador se quedó sin aliento al verla, tal era su hermosura, aunque ésta estaba deslucida por las manchas y las heridas. Llevaba consigo un artefacto de una clase que él no había visto jamás, que casi se rompió cuando la chica cayó al suelo inconsciente. El leñador la recogió con cuidado, la llevó a su cabaña y la cuidó hasta que recobró las fuerzas. Una vez recuperada, la muchacha le explicó que huía de su Señor, y que el misterioso artefacto era un violín, un instrumento musical y su único solaz hasta entonces. Se ofreció a tocarle una pieza en agradecimiento por su ayuda; el leñador, recordando la profecía, se asustó y pensó en negarse, pero al ver la dulce sonrisa de la chica, el brillo ansioso de sus ojos, no pudo articular palabra. Ella tocó; el extraño sonido que salió de las cuerdas era desgarrador y hacía estremecer su alma con el más intenso dolor, pero era lo más hermoso que había escuchado jamás. Cuando la pieza terminó no sucedió nada. Sobrecogido y titubeante, le pidió que se quedase con él. Por valles y por montes te perseguiré, amada mía. Serás liebre herida y yo zorro incansable, porque me perteneces. Volverás a casa, esclava huída. Fue inexplicablemente maravilloso. Por el día, cuando él no trabajaba, disfrutaban del amor y la pasión; él la poseía con una mezcla de ternura y frenesí, ella se dejaba llevar entre gemidos y mantas arañadas. Por la noche ella tocaba el violín, y cada pieza dejaba al leñador conmocionado. Al principio todas eran desoladoramente tristes, aunque siempre hermosas, y transmitían sensaciones de desamparo y desespero, como salidas de lo más profundo de un alma enjaulada. Con el tiempo fueron cambiando, poco a poco; entre la negrura habría brillos de esperanza, la tristeza daba tímidamente paso a la ilusión. Más de una vez su amado lloró de emoción al terminar. Pero un día todo volvió a cambiar. Encontré tu rastro, querida mía. Nunca lograste romper tu correa, porque me pertenecías. Volveremos a casa, zorra desagradecida. El cielo estaba nublado. Se oían ladridos de perros en la distancia. La muchacha lloraba inconsolable, y el corazón de él se hundió porque sabía lo que eso significaba. Su Señor la había encontrado. Destrozó la puerta antes de entrar por ella, rodeado de una aureola de horror y muerte en vida. Irrumpió en el dormitorio, se acercó a la cama donde yacía su desconsolada esposa y agarró violentamente la cabellera de ésta. En ese momento el leñador le atacó por la espalda, pero no logró matarle; al poco se habían enzarzado en una terrorífica lucha de titanes, mientras la chica lo observaba todo horrorizada. Fue una batalla que estremeció el mundo y lo absorbió todo, no sabría decir cuánto duró. Terminó cuando ambos cayeron al suelo, muerto el villano y moribundo el otro. “Gracias por la música, mi vida” dijo el leñador con los ojos cerrados por la sangre, pero ella no tocaba. Era la pieza más hermosa que había escuchado, alegre de principio a fin, una oda a la libertad y a los nuevos comienzos. Su último aliento se apagó con la última nota. ETSAIA

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Me llaman Etsaia, que significa “Enemigo”. Cuando las gargantas de los autoproclamados bienpensantes pronuncian este nombre lo hacen con desprecio si son valientes, con terror si no lo son. ¿Y todo por qué? Por querer destruir el mundo, sólo por eso. Veneran al Creador como si su mente fuera perfecta y sus designios invariablemente maravillosos. ¡Me río yo de ello! Ya la primera vez que contemplé su diseño me di cuenta de que no carecía de mácula. Los demás, perritos falderos del Creador, habían dado el visto bueno hasta al más mínimo detalle, y atribuyeron mi disconformidad a un supuestamente impío orgullo. Así llamaron al único de ellos que no estaba ciego: orgulloso. Los cambios que sugerí eran pequeños y razonables, pero los trataron como herejías. Fui dolorosamente rechazado, pero no por ello cesé mi denuncia. Hasta que al final la verdad se les hizo insoportable, y me expulsaron. Ahí empezó todo. Sí, ELLOS comenzaron las hostilidades. Las cosas no tenían por qué haber sucedido así. Me di cuenta de que las meras palabras no servirían. Tenía que actuar, y lo hice. Poco a poco obtuve a mis primeros seguidores, convenciéndoles de la verdad de mi perspectiva. Recuerdo cómo me reía del Creador para mis adentros: “si todas tus criaturas son perfectas, ¿por qué éstas te están dando la espalda, Viejo chiflado?”. Pero mis ex – hermanos, siempre ciegos y estúpidos, no supieron ver los ya evidentes fallos de su “perfecto” razonamiento. Y atacaron, con la excusa de que mis servidores eran un peligro para la Creación. Muchos de ellos murieron, y otros se salvaron renegando de mí. No puedo describir la ira que sentí ante tamaña injusticia. Ahí fue cuando al fin tomé mi mayor decisión: debía destruir el mundo. Arrancar esa hipnótica mortaja de los ojos de mis ex – hermanos era lo único que podía devolverles la razón. Sólo entonces podríamos volver a empezar, y crear la auténtica Perfección. Me puse manos a la obra. Conseguí nuevos seguidores, y a algunos de ellos les di nuevas formas. Les hice más mortíferos y peligrosos, más adecuados para el conflicto que se avecinaba. Sé que aquello asqueó enormemente a mis ex – hermanos, qué gritaron “¡Blasfemia!” ante aquel acto hasta agotar el aire de sus pulmones. Todo vale en la guerra, queridos. Incluso crear un diseño ajeno a los del Creador, tan “perfectos” que ni siquiera supieron prever la lucha y lo poco adecuados que esas bolsas de frágil carne llamadas humanos resultaban para librarla. Recuerdo los primeros y ridículos intentos de derrotar a mis hordas. Los soldados enemigos cayeron como moscas, sus armas incapaces de perforar las corazas que había creado. Ni siquiera la magia les sirvió… al principio. Porque se alzó aquel maldito paladín de la causa del Creador, jactándose de ser el mayor mago que había existido. Creí que mentía, y mientras lo hice fue divertido. ¿Cómo iba a saber que aquella alimaña decía la verdad? Él logro perforar las corazas. Él logro matar a mis criaturas. Yo no daba crédito a lo que sucedía. Cuando intenté intervenir aparecieron mis ex – hermanos, me arrojaron a una prisión que ignoro cuándo fue creada. Había perdido. Pasé largos años encerrado, años que mis enemigos llamaron Edad Dorada. ¡Y una mierda Dorada! No sentía más que rabia y dolor, infinitamente frustrado por mi incapacidad de llevar a cabo el Gran Proyecto. Lo único que podía hacer era enviar sueños al mundo, confiando en convertir a alguien lo suficientemente poderoso como para liberarme a mi causa. Pero nunca ocurría nada. A veces sentía que el Creador se burlaba de mí. Algunas de esas veces, me avergüenza reconocerlo, le suplicaba clemencia, gritando que siendo su más fiel siervo no podía merecer aquello. Porque, ¿qué siervo es más fiel que el único que, lejos de adular ciegamente a su señor, se atreve a señalar sus errores para que éste pueda corregirlos? Aún no sé si realmente se burlaba

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de mí o si todo aquello no era más que un fruto de mi imaginación. Supongo que no importa. Sólo importa el Proyecto. Un día ocurrió el milagro. Un poderoso mago que había estado estudiando artes consideradas oscuras recibió uno de mis sueños, y vio en mí a Aquel que acabaría con la hipocresía del mundo. Sus hechizos, de un poder que hasta entonces sólo había visto en el maldito paladín, rompieron los barrotes de mi jaula. Poco a poco empecé a reunir un nuevo ejército, uno que lograría mis objetivos de una vez por todas. Y eso nos lleva a la actualidad. Aún no he lanzado mi mayor ofensiva, pero cada vez estoy más preparado. Mis seguidores han logrado muchos pequeños éxitos. El mundo ya ha maldecido ampliamente el final de su Edad Dorada de oropel, que cada vez pertenece más al terreno de las leyendas y menos al de la auténtica memoria. Y mi liberador, anciano pero aún vivo gracias a su magia y a la mía, permanece a mi lado. “Soy la reencarnación de aquel paladín, y me di cuenta de mis errores”-me susurra sin abrir los labios. A veces pienso que mi largo encierro me volvió loco, y a veces (las menos) pienso que siempre lo he estado, pero normalmente confío en mi cordura. A veces pienso que amo al Creador, y a veces que lo odio. Pero a la mierda mis dudas, porque por encima de todo estoy seguro de algo. Soy el bueno de la historia. Me llaman Etsaia sólo por creer que la muerte es mala. ¿Acaso es mejor formar parte de una Creación impura e hipócrita? Mi general lo entendió. Algún día lo entenderán todos. UNA HISTORIA DE AMOR 03/09/07 De: [email protected] Para: [email protected] Asunto: RE: Tengo que decirte algo Yo también te quiero… 07/09/07 A Dios rogando y con el mazo dando dice: Estamos aquí reunidos para unir a Tsuki y a Fernando en sacrílego matrimonio. Y si alguien sabe algo que bla bla bla, que hable ahora o calle para siempre. Pedro dice: Fernando la tiene enana. A Dios rogando y con el mazo dando dice: Vale. Casi voy cancelando lo que nos quedaba de ceremonia… Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: Sabía que no debía invitarte, capullo. La Luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: ¡Jajaja! Tránquiilos, no va a cancelarse naada. Yo te quiero igual, con polla enana o sin polla enana. Pedro dice:

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Venga, todos a una: ¡Ooohh! Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: Cá-lla-te. A Dios rogando y con el mazo dando dice: Seguimos pues. Tsuki, ¿aceptas a Fernando como tu ilegítimo esposo, en la salud y en la enfermedad y hasta que Windows os separe? La Luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Acepto. A Dios rogando y con el mazo dando dice: Fernando, ¿lo mismo pero al revés? Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: Acepto. A Dios rogando y con el mazo dando dice: Puedes besar a la novia. Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: *Abraza con fuerza a Tsuki y le besa apasionadamente* Pedro dice: Venga, y ahora la orgía. La Luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Jajaja *le devuelve el beso a Fernando* A Dios rogando y con el mazo dando dice: ¡Vino de misa para todos! La Luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Yo no bebo. Pedro dice: ¡Venga ya! Un día es un día 13/04/08 Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: *Deja que ella apoye la cabeza en su regazo y empieza a darle suaves y fugaces besos en los labios* La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: *Sonríe* Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: Sería tan maravilloso hacer esto en persona…

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La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Sí… pero ninguno de los dos tiene dinero para ir a ver al otro, ya sabes. Y mis padres… Fernando: Hay cosas que no mejoran con salsa. El sexo sí dice: Ya, ya, la historia de siempre. Pero aun así… hay veces en las que creo que los milagros son posibles. La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Ojalá. 22/06/08 La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Oye, ¿me das tu dirección? Fernando: Por última vez: PASO DEL TUENTI dice: ¿Mi dirección? La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: La calle en la que vives y tal… Fernando: Por última vez: PASO DEL TUENTI dice: ¿Para qué quieres saber eso? La luna tiene una sonrisa misteriosa… dice: Curiosidad. Fernando: Por última vez: PASO DEL TUENTI dice: Qué rara estás últimamente… 14/07/08 De: [email protected] Para: [email protected] Asunto: Te echo de menos Cuando me dijiste que no iba a verte por el Messenger en varios días no imaginaba que éstos fueran a ser tantos. Aun no sé muy bien por qué te negaste a decirme qué ibas a hacer en esos días, pero sea lo que sea, espero que termine pronto y pueda volver a verte. Vuelve pronto. Siempre esperándote: Tu fiel esposo Fernando. 23/09/08 De: [email protected] Para: [email protected]

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Asunto: Tsuki… Hasta que te conocí pensaba que nunca conocería a una chica que me quisiera. Ni siquiera ahora puedo terminar de creer que apareciera alguien como tú… Una chica que no sólo me quería, sino que además era prácticamente mi alma gemela. Una chica dulce, cariñosa y atenta, pero también deliciosamente pícara y lujuriosa. Eras todo lo que jamás habría soñado. Eras perfecta. Te entregaste a mí en mente y alma, pero no en cuerpo por la puta distancia que nos separaba. Yo era tan feliz contigo que parecía estar viviendo un sueño del que no quería despertar. Pero desperté. Supongo que algo tan mágico como mi relación contigo no podía durar mucho. No sé qué habrá sido de ti, no sé dónde estás, ni qué estás haciendo. Ni siquiera sé si este largo abandono ha sido voluntario o involuntario por tu parte. Sólo quería decirte, estés donde estés… gracias por todo, y adiós. Jamás te olvidaré. 03/02/09 De: [email protected] Para: [email protected] Asunto: RE: Declaración Seguro que eso se lo dices a todas. Es broma… tú también me gustas. Uno de tantos comentarios en la ficha del Tuenti de Ana García Cabas, alias Tsuki Soleil, 02/07/08: Lo único que se me ocurre es pensar… ojalá. Ojalá tus padres no te hubieran regalado aquel coche. Ojalá no hubieras bebido antes de cogerlo. Ojalá no hubieras salido a la autopista, hacia ese destino que nadie salvo tú conocía. Pero los ojalás son inútiles, y sólo nos hacen sufrir más. Descansa en paz. **************** Dedicado a Cecilia. Que algún día descubras que el hombre detrás de la máquina es tan perfecto como sus palabras te dan a entender. SIN TÍTULO II En alguna parte un joven de unos veinte años sonríe maliciosamente, porque acaba de tramar un plan y piensa llevarlo a cabo. Abre su procesador de textos y empieza a pulsar las teclas, y las palabras van apareciendo en la pantalla, cada una de ellas acercándole un poco más a su destino. MATEO SE ECHA NOVIA Era una mañana como todas las demás. Mateo se había levantado, había desayunado y se había preparado para ir a la universidad. Había salido, había cogido el autobús… nada especial. La rutina no se rompió en el momento en el que aquella joven se sentó a su lado, no, aunque Mateo debía reconocer que era muy atractiva. Una faz de rasgos bien perfilados y ciertamente hermosos, salpicados por un puñado de pecas que les añadían aún mas encanto; su cabellera morena caía como una cascada de azabache

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sobre sus hombros, y su camisa cubría unos bultos de tamaño generoso. Era una visión agradable, sin duda, pero la rutina no se rompió entonces. Lo hizo cuando sacó un libro de su mochila y empezó a leer. -¡No me lo puedo creer!-exclamó Mateo, atónito. La chica apartó los ojos del libro y lo miró con inquietada curiosidad. -Ese libro… ¡es La Leyenda de la Piedra! -Sí. -¿Cómo ha ido a parar a tus manos? Quiero decir… ¿cómo lo conociste? -Bueno… me gusta la fantasía poco convencional. -Es increíble. ¿Puedo… puedo preguntarte cómo te llamas? -Claro. Sandra, ¿y tú? Ahí comenzó todo. La conversación duró todo el trayecto, y cuando llegaron a su destino una hora después aún no había terminado. Él le pidió su Messenger, ella se lo dio de buen grado. Después de aquello hablaron mucho más, tanto en persona como por Messenger. No tardaron en descubrir que eran almas gemelas; ambos eran inteligentes, introvertidos y compartían prácticamente todos sus gustos. Sandra había cortado hacía poco con su novio después de que éste le pusiera los cuernos, y andaba en busca de un espíritu afín que le reconfortara con su cariño. Mateo llevaba años deseando encontrar lo mismo. Y ocurrió lo inevitable: se enamoraron perdidamente el uno del otro. Su primer beso, aunque tímido y torpe, desprendió más pasión que cualquiera de los que habían dado hasta entonces. Todo fue maravilloso, hasta que un día… todo cambió. MATEO SE ECHA HARÉN “Dioss, tanta tía buena por el mundo y ninguna de ellas para mí. Qué injusta es la vida.” Había infinidad de muchachas atractivas paseando por los pasillos de la universidad, y Mateo se fijaba en todas las que podía, desnudándolas con la mirada, reprimiendo escalofríos de lujuriosa desesperación. Era casi insoportable, y apenas podía evitarlo. Por suerte, logró hartarse y desviar la mirada hacia el tablón de anuncios que tenía al lado. Empezó a leer los carteles y uno de ellos le llamó inmediatamente la atención. “Se busca voluntario varón para un experimento. Preferiblemente sin novia. Los participantes recibirán un bocadillo gratis. Interesados presentarse en el Laboratorio de Investigaciones Cosméticas a las XX en punto” ¿Preferiblemente sin novia? Aquello le resultaba muy extraño. Y no era de los que rechazaban la comida gratis. Al día siguiente apareció en el laboratorio a la hora requerida. Le esperaban un hombre con pintas de científico estereotípico y una bellísima joven. Por supuesto, Mateo se quedó mirándola embobado. -¡Ejem! Disculpe… -¿Qué? ¡Ah sí, sí! Vengo por lo del experimento. -Bien. Siéntese en esa camilla. El científico se volvió para rebuscar en un cajón y sacó lo que parecía un aerosol. -Lo único que tiene que hacer es dejarse rociar por esto. -¿Qué es? -Un nuevo perfume que estamos desarrollando para Axe. Hemos utilizado los últimos avances en investigación sobre feromonas para crear un producto que realmente cumpla con las expectativas de sus clientes. -¿Eso significa que… me volveré irresistible para las nenas? -O eso o le quemará horriblemente la piel. Aún no lo sabemos.

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-Vale la pena intentarlo. ¡Adelante! El científico le roció con el aerosol. Tras ello hubo unos segundos tensos en los que la joven empezó a husmear el ambiente con la nariz. Hasta que se fijó en él y empezó a mirarle con abrumador deseo. -Dios, ¡tienes que ser mío! Mateo no supo reaccionar a lo que estaba ocurriendo… durante unos segundos. Después le pegó un rápido y certero puñetazo al científico en mitad de la cara para dejarlo inconsciente y le quitó el aerosol de las manos. Tampoco olvidó coger el bocadillo que le esperaba encima de la mesa. -Ven conmigo, muñeca. Ahí fuera me espera todo un mundo de chicas a las que conquistar. Y después de aquello pasaron varios días en los que sus más lujuriosos sueños se hicieron realidad. Hasta que un día… todo cambió. MATEO SE ECHA NOVIA/HARÉN (Capítulo 2) Sandra esperaba a su novio en la puerta de la universidad. Hacía un par de días habían celebrado su primer aniversario, y había sido verdaderamente maravilloso. Se sentía más henchida de amor que nunca. De repente oyó la voz de Mateo, que se acercaba adonde se encontraba ella. Su voz… acompañada de risitas femeninas. Y de repente apareció… y Sandra no daba crédito a lo que veía. Su amado rodeaba con cada brazo la cintura de una chica, y otra les seguía de cerca. -¡Tú! -¡Ah, hola!-Mateo se detuvo, y sus labios esbozaron una sonrisa pícara-¿Quieres apuntarte? Un puño no tardó en estamparse contra su cara. Las muchachas retrocedieron, impactadas por el giro que acababa de dar la situación. -¡¿Se puede saber qué haces, maldito cerdo?!-gritó Sandra, furiosa. -¿Y qué haces tú, maldita loca?-gritó Mateo a su vez, asustado y escupiendo sangre. El puño iba de nuevo al encuentro de su cara… hasta que un segundo Mateo apareció por la puerta y la interrumpió. -¡Sandra! ¿Qué haces? ¿Qué está pasando aquí? -¿Mateo…?-contestó ella con una vocecilla apenas audible, antes de caer desmayada. -¡Sandra! Corrió hacía ella, pero se detuvo en seco al ver a su doble. Hubo un silencio muy largo en el que el resto de las chicas aprovecharon para salir corriendo de aquella locura. -Tú eres… -¿Mateo? -Mateo. -¿Qué es lo que está pasando? -Dímelo tú. El uno se acercó al otro, y empezó a olisquearlo. -Ese olor… es extraño. -Ah, es mi perfume especial. -¿Especial? -Sí, feromonas y eso. Con él me ligo a todas las que quiera. -¡¡Ahora lo entiendo!! ¡Eres un producto de mi imaginación! -¿De tu imaginación? ¿De qué demonios hablas?

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-Antes de conocer a Sandra… fantaseé más de una vez con un perfume especial que me permitiera ligar con quien quisiera. Como en los anuncios de Axe, ya sabes. -Sí, ya sé. Esa Sandra… ¿es tu churri? -Sí. -¿La amas? -Más que a nada. -¡No me hagas reír! ¡TÚ eres el producto de MI imaginación! -¿Cómo? -Antes de hacerme con ese perfume soñaba con conocer el amor correspondido. Pero si quieres que te diga la verdad, ¡era una tontería de sueño! ¿Por qué encoñarse con una sola mujer cuando tienes a todas las que quieras a tu disposición? -¡¿Eres idiota?! ¿Acaso esas mujeres te llenan espiritualmente? -¿Acaso no desearías tú mojar con ellas? -No. Yo soy fiel a Sandra, ella lo es todo para mí. -Eso es lo que quieres creer, pero seguro que tu polla opina otra cosa. Poco después los dos Mateos luchaban entre sí, cada uno empeñado en demostrar la superioridad de su visión de la vida y del amor a base de hostias. Hasta que… todo cambió. -¡Espera! La pelea se detuvo. -¿Qué? -¿Y si no fueras un producto de mi imaginación? ¿Y si ambos fuéramos el producto de la imaginación… de otra persona? -Eso es ridículo-contestó el otro Mateo. Pero en sus adentros sabía que era una duda perfectamente razonable. No sólo una duda. Una certeza. -¡Tiene que ser eso! ¡Tú, cobarde, sal! ¡Sal de donde quiera que estés! MATEO SE ECHA NOVIA/HAREN (Capítulo final) -Aquí estoy. Los dos Mateos ya no estaban frente a la puerta de la universidad. Se encontraban en lo que parecía su casa, pero delante de su ordenador había un tercer Mateo. O alguien idéntico a ellos. Éste se volvió para mirarles y sonrió. -Bueno, bueno. Al fin nos encontramos. -¿Quién eres tú? -Me llamó Miguel y vosotros sois mis creaciones. O mejor dicho, partes de mí a las que he dado una existencia fuera de mi mente. Miguel se detuvo un instante, como buscando las palabras adecuadas para explicar la situación. Los dos Mateos lo observaban, confundidos, furiosos, deseosos de hablar y sin saber qué decir. -Estoy obsesionado con las mujeres. Es… francamente molesto. A veces pienso que lo mejor sería poder tirarme a cuantas quisiera, y sufro al ver a tanta mujer hermosa por la calle. A veces pienso que lo que realmente deseo es encontrar a un alma gemela, alguien de quien enamorarme y que se enamore de mí. Cada uno de vosotros ha obtenido una solución distinta, y ambas han estado siempre fuera de mi alcance. Otro momento de silencio. Por fuera los Mateos parecían más apaciguados que antes, pero un terror indescriptible estaba empezando a recorrer sus cuerpos. -Todo esto forma parte de un ritual. Daros forma para después destruiros. Así al fin seré libre de mis deseos, y las mujeres dejarán de obsesionarme de una vez por todas y para siempre. -¡¡No puedes hacer eso!!

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-¿Que no?-Miguel se volvió y escribió en su ordenador la palabra FIN Todo había terminado. Miguel se habría librado de las obsesiones que tanto le habían atormentado. Las mujeres le eran completamente indiferentes. Abrió el Messenger, eufórico. Mm, su mejor amigo estaba conectado. Había compartido tantas cosas con ese chico… Si lo pensaba bien eran prácticamente almas gemelas. Y además era bastante guapo. Inspirado por una repentina determinación empezó a buscar las palabras con las que declarar su recién descubierto amor. Tan absorto estaba que apenas era consciente de que alguien lo observaba, alguien que escribía en un ordenador la palabra FIN Mikael terminó el relato. Ya está, pensó. He roto ese dichoso muro de la forma más creativa que se me ha ocurrido. Espero que mi plan tenga éxito y pueda ganar por una vez ese dichoso concurso literario en Meristation. Era un fin más modesto que el de librarse de su deseo carnal, aunque con pesos pesados como Exemptus o will free a veces le parecía igual de difícil. LA ESPOSA DEL NIGROMANTE La muchacha había vivido de esa forma desde que ella podía recordar. Los tenebrosos salones, los húmedos pasillos, la misteriosa e incurable enfermedad que le impedía conocer cualquier otro tipo de lugar. Y por supuesto su marido, agradecidamente ausente durante el día, angustiosamente posesivo durante la noche. Mientras el nigromante practicaba su arte, la muchacha se dedicaba a deambular sin rumbo por la mansión o a leer en la biblioteca. Conocía cada detalle de la morada, hasta el punto de haber memorizado el número exacto de manchas de humedad de cada rincón, y podía recitar al dedillo la mayor parte de los pocos libros que le estaban permitidos. Casi todos los días eran iguales, indistinguibles los unos de los otros, pero ella soportaba el tedio porque no conocía otra cosa, y porque era infinitamente mejor que las noches. No sabía por qué, pero nunca había logrado acostumbrarse a aquel fétido aliento en su nuca, aquella asquerosa piel grasa y sudorosa, aquellas horribles manos recorriendo ávidamente cada rincón de su ser. Siempre se sentía (Dios le librara de pensar de esa forma, era su marido) como si le estuviera violando. Las únicas variaciones en ese ritmo de vida se daban una vez al mes. Un visitante, enigmático pero extrañamente familiar, se reunía con ella en el salón de la entrada para preguntarle si era feliz con su esposo, y aunque ella nunca sabía qué contestarle él siempre veía algo en su mirada que le hacía derrumbarse y llorar como un niño. El nigromante siempre le vigilaba apoyado en el hueco de una puerta. Aquellas visitas tampoco variaban nunca, hasta que un día sucedió lo inconcebible. El visitante estaba a punto de dar rienda suelta a su llanto, tan grabado a fuego en el orden natural de las cosas como el día y la noche, cuando se oyó un ruido de cristales rotos lejano pero inconfundible. El nigromante se estremeció, pero no quería romper su vigilancia. Otro ruido de la misma clase, más cercano esta vez, logró hacerle cambiar de opinión. -No te muevas de ahí mientras esté ausente, ¿entendido? Conoces tus limitaciones. -Sí, señor.

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Y corrió como alma que lleva el diablo, en pos de lo que ya era el tercer estruendo, mientras una sonrisa se dibujaba disimuladamente en los labios del visitante. Un hombre carga con un gran peso en los hombros, mientras la lluvia le empapa y el viento amenaza con quitarle la capucha. Se dirige a un sitio que ningún cuerdo había hollado antes, angustiado, asustado, pero con más determinación que en toda su vida. Él no es un pueblerino temeroso de Dios como el resto. Conoce un amor puro y mucho más fuerte que el miedo. -Querida, querida niña, escúchame. Un cómplice mío corre grave peligro por haber creado esa distracción, debemos aprovecharla. -No entiendo… -Huye de aquí, te lo ruego. Sal al exterior ahora mismo. Yo tengo que encargarme de cierto asunto; si fallo nunca saldré de aquí, pero debes esperar una hora antes de darme por muerto. -Mi marido dice que estoy enferma, que no puedo salir… -Niña, por Dios, haz lo que te digo. No te pasará nada. Si me obedeces lograremos tu libertad. -¿Mi libertad? ¿Qué es eso? El visitante abrió la boca para decir algo, pero un nuevo e inesperado ruido cambió repentinamente sus planes. Sonó apagado, muy difícil de identificar, pero se parecía más a un grito ahogado que a cualquier otra cosa. -Los cielos nos asistan. ¡Tengo que ir, ahora o nunca! ¡Corre, por lo que más quieras! Y salió en dirección al sonido con toda la prisa de la que fue capaz, mientras la esposa del nigromante miraba fijamente al vacío, completamente confusa por un mundo que había perdido su perfecta inmutabilidad y sentido. El hombre llama a la puerta de la mansión. El pueblo cuenta infinidad de historias sobre aquel lugar; por ejemplo, la de que todas las noches un coro de mil diablos canta a su alrededor una elegía que sólo pueden oír los condenados al infierno. Él no oye nada. La puerta se abre. La sombra de una leyenda viviente le mira con divertido interés desde detrás. “Qué inesperada y deliciosa visita. ¿Has venido a traerme un regalo?” Esperó durante lo que pareció una increíblemente tensa eternidad, en la que ya no se oían ruidos de ninguna clase. No sabía a quién debía obedecer, si realmente debía salir o quedarse. Optó por una tercera posibilidad y, lentamente, se levantó de su sillón y dirigió sus pasos en dirección a dondequiera que hubiesen ido su marido y el visitante. Anduvo durante muchos minutos, saludando mentalmente por el camino a las manchas, las goteras y todas aquellas cosas del lugar que podían considerarse lo más parecido a amigos que tenía. Cuando dobló cierta esquina un grito espeluznante llegó hasta sus oídos, y decidió aligerar el paso. El hombre deposita el fardo en el suelo y lo abre. Contiene el pálido cadáver de una muchacha de unos doce años, indescriptiblemente hermosa. Su cuello está particularmente hinchado, cubierto de sangre seca. “Qué maravilla” cloquea con felicidad el nigromante “La bellísima mozuela se ha unido a las filas de los míos y ha venido a presentarme sus respetos”

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“Déjate de estupideces. Sabes a lo que he venido, así que vayamos al grano” “¿Oh? Vaya, tienes agallas, mi querido amigo. Eso no puedo discutirlo…” La chica alcanzó su destino, y observó sin poder creer lo que sus ojos le mostraban. Su marido sostenía en una mano la cabeza cortada de un niño pequeño, de rasgos muy similares a los de aquel del que había sido cómplice, pero paralizados en una mueca de profundo horror. Con la otra mano empuñaba un puñal que se dirigía al cuello del visitante, desesperadamente impedido por la muñeca de éste. El hombre, aun forcejeando de aquella manera, se percató de la presencia de la muchacha. -¿Qué haces aquí, cariño? ¡Te dije que huyeras! -¡Necio! ¡Loco!-gritó histérico el nigromante-¿Cómo has podido pretender matar al señor de la muerte y arrebatarle lo que le pertenece, lo que tú mismo le diste? El visitante le ignoró. Seguía mirando fijamente a la muchacha, con cara de resignada tristeza. -Te quiero, ni niña. Y en aquel momento unos sentimientos profundamente extraños y perturbadores, pero también familiares, asomaron en las entrañas de la esposa del nigromante, mientras ésta abría la boca para preguntar algo por lo que jamás había sentido auténtica curiosidad hasta entonces. -¿Quién eres? ¿Quién eres tú? “Resucítala. Resucita a mi hija y te daré lo que me pidas” -¿No recuerdas el hogar, mi vida? ¿Lo felices que éramos, lo mucho que te amaba? -No recuerdo nada. Éste es mi hogar. ¿¿Quién eres tú?? “Trato hecho”, contesta el nigromante, sonriendo de oreja a oreja, y se dispone a ir a su laboratorio para recoger todo lo necesario, hasta que el visitante interrumpe. “¿Cuál es el precio?” “Oh vamos, seguro que lo sabes” “¿Cuál es?” “Tu pequeña, naturalmente” El hombre reacciona con puro horror e incredulidad aunque, en efecto, una voz en su interior a la que se había negado a escuchar le había advertido de aquella horrible posibilidad. “¿Cómo?” “Es lo justo, ¿no crees? Yo le devuelvo la vida, yo me quedo con su vida. Será mi esposa, sí señor, y seremos muy felices juntos” -¿Recuerdas las galletas que horneaba para ti?-preguntó, ya con lágrimas en sus ojos- Nunca te veía tan feliz como cuando estabas a punto de comer la primera. ¿Recuerdas esa felicidad? ¿Recuerdas el sabor? Parecía imposible, pero recordaba. Era el fantasma de un aroma embriagador, algo que no se parecía en nada a la triste pitanza que le preparaba el nigromante. -¿Cómo es posible? Yo he vivido toda mi vida con mi marido, no conozco otra cosa. ¿Cómo es posible que mi boca parezca saber de qué estás hablando? El visitante lloraba, pero en sus labios había una sonrisa radiante. El nigromante aulló de cólera y alzó la cabeza cortada en dirección a su esposa.

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-¿Ves esto? ¡Era tu hermano, el hijo de este cabrón, y él le ha sacrificado para distraerme y poder recuperarte! ¡Es un monstruo, ignórale! -Tú eres el que le ha matado. Tú eres el monstruo. La muchacha sabía que le hablaban, pero apenas podía prestar atención a las palabras. Recordaba, y eso era todo lo que importaba en aquel momento. Sabía quién era el visitante. Sabía que le había amado. Y había algo que no podía recordar, algo que parecía importante e incluso preocupante, pero se le escapaba. Un nuevo grito interrumpió sus pensamientos, y le hizo percatarse de que debía hacer algo y cuanto antes. La punta del puñal había logrado desgarrar el cuello de su padre. “¡Jamás! ¡Jamás te daré eso!” “¿De veras?” -¡Vas a conocer lo que casi ningún hombre ha conocido! ¡La muerte más allá de la muerte, y la muerte más allá de ésta, y la muerte aún más allá! ¡El infierno es la caricia de una amante en comparación con lo que te espera! ¡¡Experimentaré con tu jodido cuerpo de asesino cobarde y traidor hasta que éste se caiga en pedazos, y lo peor será que jamás olvidarás tu vida!! ¡¡¡DURANTE TU PUTA ETERNIDAD TÚ ÚNICO PENSAMIENTO, TODO TU PUTO UNIVERSO, SERÁ “¿¿POR QUÉ QUISE RESUCITAR A ESA PUTITA DE MIERDA??”!!! Se oyó el sonido de un golpe. La hoja se detuvo, el nigromante trató de darse la vuelta. Otro golpe. Se tambaleó. Otro golpe. Cayó al suelo, con la cabeza ensangrentada, a las puertas del reino que había estudiado durante toda su existencia e intentando desesperadamente evitar franquearlas. No tenía elección. Otro golpe, y la esposa del nigromante soltó la fea estatuilla que había usado para matarle. -Padre… -¡Hija mía! ¡Mi tesoro! Se abrazaron. Los ojos secos de la muchacha eran incapaces de llorar, pero no deseaban otra cosa. Sintió una extraña punzada de dolor, pero no le dio importancia. -Salgamos de este horrible lugar. Volvamos a casa. -Mi enfermedad… Otra punzada. Ésta había sido más difícil de ignorar. -A la mierda eso. Estaremos bien. Seremos felices, como antes. Como antes… “No creo que te convenga romper el trato” “No hay ningún trato, bastardo. Me la llevaré y no volveré nunca” “Para alguien con mi experiencia los muertos no guardan secretos, querido amigo. Me hablan. Tu hija me habla. Me dice cómo murió” Unas gotas de sudor perlan la frente del visitante. “Mientes” “Oh, no. Sé cómo se golpeó con el pico de esa mesa. Ya no quería que siguieras dándole tu amor, ¿verdad? Ya no quería que siguieras violándola. Y eso, naturalmente, te enfadó mucho.” “¡Calla! ¡Calla, maldita sea!” “Si rompes el trato todo el pueblo descubrirá lo que pasó. Créeme, tengo mis métodos para hacer que se enteren. ¿Es eso lo que quieres?” “¡Te mataré, hijo de puta!” “¿Matarme a mí? ¿Al señor de la muerte? ¡Eso ha sido muy gracioso, ya lo creo! Inténtalo. Vamos, inténtalo”

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Y entonces el visitante descubre, muy a su pesar, que pese a todo no tenía tantas agallas. “Será feliz. Te lo prometo” Salieron de la mansión. La luz solar, mucho más intensa que la que había vivido en su encierro, le cegaba y abrasaba su piel. Las punzadas ya eran continuas, y cada vez más insufriblemente intensas. El visitante se percató de que sucedía algo malo, pero no quiso darle importancia alguna. Ahora todo iba a salir bien, todo debía salir bien. -¿Habrá galletas, padre?-logró preguntar ella pese al dolor-¿Como en los viejos tiempos? Sus labios se movieron para dar forma a una respuesta inaudible: “como en los viejos tiempos”. Se agachó para acercarse a los de ella, para fundirlos en un largamente ansiado beso de pura pasión desatada. Fue justo en ese momento cuando la magia del nigromante, que había comenzado a deshilacharse tras la muerte de éste, se deshizo por completo. El cuerpo de la bella muchacha se desmoronó en carne podrida y polvo de huesos, y el visitante besó lo poco que quedaba de su cráneo sin dejar de llorar. EL HOMBRE COMPLETO “Lo esencial es invisible a los ojos” El Principito, Antoine de Saint-Exupery Nací con los ojos muertos. Los primeros años de mi vida fueron extraños, ya que mis padres andaban continuamente desesperados por algo que a mí no me importaba, llevándome de médico en médico para que me otorgaran un don que no necesitaba. Me intrigaba el concepto, pero el mundo que percibía era todo lo que había conocido. Siempre hay dificultades, malos momentos, el típico niño cruel, pero por norma general viví casi perfectamente arropado. Me consideraba completo, y sin embargo ellos siguieron luchando, sin rendirse jamás, cuando todo lo que yo les pedía era que lo dejaran. Supongo que al final me dejé absorber. Llegaron la educación, la cultura, las charlas sobre la belleza y relevancia de las grandes obras de arte de la humanidad. Los monumentos creados por videntes para videntes. No todo me estaba vedado, ni mucho menos; creo recordar que disfrutaba pensando que ellos no podían disfrutar de Bach o Beethoven como yo, no sin un oído tan forzosamente agudizado como el mío. Pero seguía habiendo todo un mundo fuera de mi alcance, con promesas de maravillas inimaginables, de sueños insospechados. Y con el tiempo oía hablar más y más de él, y cuanto más oía más ansiaba alcanzarlo, más me intoxicaba con la pasión de los hablantes y el eterno quijotismo de mis padres. Empecé a buscar, y lo hice adentrándome en sendas alternativas. Nada de matasanos que sólo servían para repetir una y otra vez que mi condición era incurable, nada de ciencia. Algo mucho más ancestral y explorado por la historia. Y huelga decir que al principio no me esperó nada más que paja, caótica y ridícula, y que a menudo me sentía estúpido por intentarlo con algo en lo que ya no cree nadie. Pero por cada momento de depresión había otro de manía, por cada tentación de tirar la toalla había un compromiso de renovar fuerzas, y seguí. Tenía que seguir hasta el éxito o la muerte. La suerte quiso que se diera el primer caso.

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Era un libro de hojas tan finas y quebradizas que daban la sensación de ser tan antiguas como la propia escritura, pero el lenguaje era extrañamente moderno. Las letras estaban en relieve, porque estaba escrito para mí, para todos los que fueran como yo. Hablaba de sentidos, de cómo los ciegos podían ver y los sordos oír. Contaba con todo lujo de detalles cómo obtener dones tan exquisitos como el dolor, aunque apenas hubiera gente que careciera de ellos. Se vanagloriaba de poder “completar” a la gente, darles lo que los genes o la vida arrebataron, pero se lamentaba de no poder ir más allá. Había otros sentidos más allá de los clásicos, decía, y gente excepcional que los había tenido sin que nadie supiera la explicación: personas que habían “oído” las corrientes del destino, “tocado” los pliegues del tiempo o “visto” a Dios. Almas realmente privilegiadas. Admito que la descripción del ritual que me concernía me resultó harto desagradable, y de hecho me negué a ponerlo en práctica. No estaba loco, me decía, y durante un tiempo viví tranquilo, sin sospechar que el terrible precio iba a ser pagado por adelantado, lo quisiera yo o no. Y cuando mis padres murieron en aquel terrible accidente sentí el peso de sus ojos, muertos como los míos pero ansiando revivir; el peso de aquellos susurros imposibles pidiéndome que los tomara porque era lo que siempre habían querido para mí. Y lo que hasta entonces había tenido por locura se apoderó de mí, y saqué la navaja para honrar su deseo. Lo cierto es que no puedo describiros lo que sentí. Para entonces la muerte ya había ensombrecido irreversiblemente parte de la visión (lo idóneo es tomarlos cuando están vivos, eso decía el ritual), pero seguía siendo un auténtico milagro. Sólo podía llorar sangre, como una representación macabramente gráfica de mis poderosos sentimientos, y lloré hasta que perdí las fuerzas, por dolor, por belleza, por haber iniciado un camino en el que no había vuelta atrás. El mundo era realmente maravilloso. No perdí el tiempo; consulté libros, páginas web, todo cuanto estuviera a mi nuevo alcance. Observé fotos de las obras de las que tanto había oído hablar, y supe que las descripciones no exageraban. Observé durante horas, y horas, y horas, llevado por un trance agotador pero extático e incesante, hasta que la sombra de mi visión aumentó perceptiblemente, hasta que me di cuenta de que lo que debía hacer era observar los originales y no aquellas imperfectas representaciones. Y debía hacerlo con toda la potencia de la que pudiera disponer mi nuevo sentido. Necesitaba otros ojos. Por fortuna mis padres eran muy ricos, así que podía permitirme moverme lo suficiente. Fui a Paris y le saqué unos preciosos ojos azules a la chica que me había indicado la dirección a los Campos Elíseos, antes de matarla para darle la paz. Cuando me recuperé de la experiencia (qué tiempos aquellos, en los que reabastecerme aún me afectaba en algo) pude contemplar todas las maravillas que la ciudad de la luz tenía para ofrecerme. La Torre Eiffel fue mi favorita; un coloso en la distancia, bello e imposible, la más prodigiosa imaginación del hombre hecha realidad. Fue sólo el comienzo. Recorrí el mundo de punta a punta, sin detenerme mucho tiempo en ningún sitio, en parte porque había demasiado que ver y demasiada impaciencia; en parte para que las fuerzas de la ley no pudieran encontrarme. La pega del ritual era que los ojos morían con el tiempo, y su visión se perdía, y siempre debía conseguir otros nuevos. Pero la pega no era realmente tal, ya que cada nuevo par de ojos era una nueva forma de ver el mundo, con colores distintos a los de cualquier otra perspectiva. Mi vida pasó a no ser más que eso, reemplazar y ver, reemplazar y ver. Un prostituto en un callejón, la abadía de Westminster. Una niña que nadie echaría en falta, San Pedro del Vaticano. Un joven al que me costó enormemente reducir, el palacio Topkapi. Tardé una eternidad en recorrer Europa, y después visité Asia, y América. La sed no se saciaba, el hueco no se llenaba, necesitaba ver más y más, completarme más.

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Pasaron años enteros de sangre y visiones, hasta que el dinero empezó a escasear. Lo poco que robaba a mis victimas no servía de gran ayuda, y cuando mi ritmo de vida se volvió prácticamente insostenible decidí volver al país que me había criado. Caminé y caminé, tratando de olvidar la perdida, intentando inútilmente consolarme con lo que mis paseos sin rumbo tuvieran para ofrecerme. Fue entonces cuando me topé con aquel bendito monasterio. No eran cristianos, me confesaron. Su Dios no podía ser cristiano. El abad lo sabía, lo sabía desde el mismo momento en que nació porque lo había visto, porque jamás había visto otra cosa. Dicho abad era un joven que tenía la mirada perpetuamente perdida, y en los rasgos de su rostro podía percibirse la sombra de una inocencia que le había abandonado hacía mucho. Aquello me intrigó, pero no demasiado (¿qué probabilidades había de que realmente viera a Dios?), hasta que por algún motivo decidí mirarle a los ojos. Y lo que vi allí... por todos los cielos, lo que vi allí era vacío y plenitud, infinito concentrado en un sólo punto, una imposibilidad desafiándome a negar su existencia. No sé cómo lo hice para quedarme a solas con él. Fue la única de mis victimas que no opuso resistencia de ninguna clase. Cogí sus ojos como si fuera indigno de hacerlo, me los metí en las cuencas con toda la reverencia de la que fui capaz. Vi a Dios. Vi sus noventa y nueve mil dimensiones espaciales y sus siete temporales, vi todas las que no eran escamas que eran no tentáculos que eran no plumas que no eran garras afiladas para sangrar a la Creación oh no la Creación no sangra pero algún día lo hará. Creo que los monjes me encontraron al lado del cadáver, creo que me encerraron en algún tipo de sótano. Creo que no me mataron porque ahora soy yo el que Le ve, y por tanto me necesitan. Y no veo otra cosa, porque no existe otra cosa. Mis ojos se han podrido, lo sé, pero jamás necesitaré otros, jamás dejaré de verlo. Sólo soy consciente de lo mucho que se ha marchitado mi cuerpo cuando blasfemo; trato de llorar sin conseguirlo, me arañó la cara y reprimo el deseo de machacarme el cráneo contra la pared. Por fortuna cada vez blasfemo menos, cada vez me regocijo más en la gloria del Señor. La humanidad está ciega, pero yo veo. Buscad el grimorio, y aunque os diga que es imposible lograrlo recorred el mundo porque es mentira, porque tal vez haya alguien con el Don… y sólo si hacéis lo que yo hice estaréis realmente completos. Como yo, al fin. BLASFEMIA Empieza cuando encuentra un nuevo objetivo. Se trata, como casi siempre, de un empleado modelo de las Fábricas, de esos cuyo ejemplo suelen elogiar los Capataces a la vista de todos para que el resto se esfuerce en seguir sus pasos. Le encantaría hacer frente a un Señor, pero son inaccesibles y lo que les ocurra a los empleados modelo también puede tener un efecto devastador en mucha gente. Sus espías localizan su posición y dirección actual, y en cuanto se la hacen saber echa a correr para alcanzarle antes de que llegue a su Piso. Corre, corre, corre. Pasa por delante de varias de las omnipresentes estatuas del Dios del Ceño Fruncido, cuyo rostro ejemplifica la actitud perfecta ante el universo. Se dice que sólo había cambiado su expresión una vez en toda la eternidad, para derramar una lágrima por la primera muerte de un Señor. Al difunto acabarían siguiéndole muchos más, por supuesto, pero por lo visto para entonces el viejo Cabrón ya se había hecho a la idea y no desfrunció en ninguna otra ocasión su venerable estúpido Ceño; de todos modos, en el homenaje anual a los Señores caídos, el pueblo entero llora como plañideras con paga extra. Ojala él pueda cambiar eso. Corre, corre, corre.

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También pasa por delante de varias de las Fábricas, todas y cada una de ellas con el omnipresente eslogan “El trabajo os hará libres” encima de la entrada. Tan antiguo y poderoso como la Teocracia, aunque las más oscuras y temerarias lenguas rumorean que data de la época anterior a ella, la misma en la que según las Escrituras el ser humano era poco más que un animal descerebrado tan solo dado a comer, follar y adorar como seres superiores a los congéneres que hacían indignas estupideces con un objeto esférico. Es una blasfemia obvia afirmar que semejantes primates hubiesen podido idear una máxima tan sagrada; el culto jura y perjurará que se trató de una revelación del Dios a sus primeros Señores. Como para recordárselo, una estatua divina salida de la nada sorprende con su ceñuda cara al corredor cuando da la vuelta a una esquina, y poco le falta para chocar contra ella. Se recupera del susto y aprovecha para descansar unos segundos, preguntándose si el impacto también habría contado como blasfemia, aunque qué habría importado una más. Poco tarda en retomar su camino, porque no tiene tiempo que perder. Corre, corre, corre. Es el hombre más temido de la Teocracia. Empezó como cualquier otro empleado, del Piso a la Fábrica, de la Fábrica al Piso, del Piso a la Fábrica, de la Fábrica al Piso. Pensaba que el Dios lo era todo, que la Fábrica era el sagrado templo para reconocer su indiscutible gloria. No cuestionaba nunca a los Capataces, ni mucho menos a los Señores. Se esforzaba por mantener siempre el ceño fruncido, incluso mientras dormía si le era posible. Pero, de repente, sucedió. El trabajo extra de aquel día iba a hacer que llegase tarde al Piso, así que corrió, tanto como lo está haciendo ahora, por un camino que no había transitado en su vida pero que imaginaba sería un atajo. Tropezó con una losa que sobresalía ligeramente, cayó, y cuando se agachó para ver qué había pasado descubrió que debajo de ella había un libro. Quedó atónito cuando descubrió que aquel putrefacto y en buena parte ilegible volumen no era ni una copia de las Escrituras ni un ensayo Señorial. Era algo distinto a cualquier cosa que hubiese imaginado hasta entonces. Y cuando leyó unas pocas páginas todo cambió. Y muchos otros habían cambiado desde entonces, gracias a él. Los cimientos de la Teocracia temblarán. Corre, corre, corre, ¡ya casi está! Poco sospecha el empleado modelo lo que le va a ocurrir. Por supuesto, había oído que la gente como él eran los objetivos predilectos del diabólico terrorista del que todos hablaban en cuanto el Capataz les daba la espalda. Pero se negaba a creer que a él fuera a sucederle nada. El poder de su fe evitaría el ataque, si es que esa figura más mito que persona llegaba a atacarle siquiera. Pese a todo, un rictus de terror le desfigura la cara cuando ve a una figura vestida de negro acercarse a él corriendo. Intenta salir huyendo, pero el terrorista es más rápido que él por su amplia experiencia en persecuciones como ésa. -¡Te pillé!-grita el hereje agarrándole de la muñeca para impedirle escapar, mientras su rostro muestra una extraña mueca que en la Prehistoria era conocida con el nombre de sonrisa. -Por el Dios, ¿qué quiere de mí? No me haga nada, se lo suplico. No lo haga. -Tranquilo, hombre. Sólo quiero contarle un chiste. -¿Chiste?-el ceño de la víctima se frunce instintivamente al oír aquella misteriosa palabra. -Van dos y se cae el del medio. Le suelta la muñeca y huye, pues su última labor ha terminado. Su víctima se arrodilla desconcertada, intentando darle un sentido a lo que acaba de oír y desesperándose cada vez más al irse dando cuenta de que es incapaz de hacerlo. Las Escrituras dicen que la vida es infinitamente solemne, que todo tiene su sentido y lugar. ¿Cómo podía existir una idea así? ¿Cómo podía pronunciar nadie una frase como ésa?

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Poco a poco la desesperación va dando a lugar a una reacción desconocida: una risa histérica e incesante que retumba en las calles y estremece los corazones de los vecinos que la escuchan, pues saben que el demonio que se hace llamar a si mismo el Humorista acaba de cometer otro vil atentado contra la sagrada cosmovisión de uno de ellos. EL ÚLTIMO INSTANTE DE LA ÚLTIMA ERA Acta Est Fabula, Plaudite - Inscripción de autor y significado inciertos hallada en una pared del Museo de las Eras Hablaremos del joven sin llamarlo por su nombre, porque los nombres habían perdido ya su significado, como tantas otras cosas. Llamó “hermano” a su viejo compañero cuando se topó con él de camino a la posada, como también lo había hecho antes con el pordiosero que tiempo atrás rajó su piel a traición para tratar en vano de juzgar su interior. En el fin todos eran hermanos. -¿Has oído a los astrólogos del Observatorio?-preguntó el joven a su compañero- Dicen que la música de las esferas estaba despidiéndose de la existencia con la elegía más bella jamás cantada. -Habladurías, ya sabes mi opinión. Sólo quieren sentirse más especiales que el resto inventándose un significado para la basura del cosmos. -Y sin embargo se vio a uno de ellos sangrando por las orejas, gritando de éxtasis, hasta caer desmayado… -Yo te lo explico: una sobredosis de su condenada droga-escupió al suelo. Siempre había tenido la costumbre de hacerlo. -No deberías hacer eso-dijo el joven- Ya no. -Incluso el instante más sagrado necesita un bufón que lo profane. No hay luz sin sombras, ¿no? -Eso ya no tiene ningún significado. -Lo sé. Nada lo tiene. Y aun así, al entrar en la posada todo estaba como siempre. Los parroquianos bebían y reían, el dueño daba órdenes e intercambiaba opiniones con sus camareros y el bailarín, al que habían modificado sus ladrillos vitales cuando sólo era un átomo para darle más brazos y pigmentación azul, interpretaba el Nataraja como si la estabilidad del mundo aún dependiera de ello. El único cambio fue una fruta arrojada por un borracho especialmente osado que impactó deliberadamente a varias distancias del bailarín, porque ni siquiera él, ni siquiera entonces, osaba acertarle. El joven y su compañero se sentaron y pidieron, el primero de ellos observando atentamente cómo uno de los camareros exprimía la sangre de las uvas antes de entregársela. -A vuestra salud, hermanos- dijo llegado el momento, bebiendo un largo trago. -Sí, no vayamos a morir antes de que llegue la hora-dijo su compañero, socarrón. Ambos sabían que el ciclo de la vida y la muerte se había detenido. Los que estaban vivos seguirían vivos hasta el final, porque el privilegio de ver cómo se rasgaba el velo era suyo. -¿Qué sentido tiene que tantos millones hayan muerto antes de esto? ¿Qué sentido tiene haber vivido en las Eras que no revelaron los Misterios? ¿Por qué somos nosotros especiales?- se preguntó el joven, dejando que una hilera de la sangre corriera por la comisura de su labio. -Preguntas demasiado, hermano. -Lo sé. Lo siento. -Maldita sea, yo tampoco tengo ni idea.

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Tras unas jarras más el joven pidió un plato de carne de animal hozador. Era de los últimos que quedaban en todo el mundo y, consciente del hecho, lo degustó con tanta reverencia como si de la esencia del Hacedor se tratase. Su compañero lo miró divertido antes de unirse cogiéndolo un trozo y engulléndolo con la misma rudeza de siempre. En el exterior la escasa luz roja iba desapareciendo gradualmente, sustituida por la oscuridad de un cielo cuyos ojos se habían ido cerrando a lo largo de la última Era. Sólo el Sol, el eterno amigo y vigía del mundo, se quedaría hasta el final con casi todas sus fuerzas mermadas. -¡Eh, el momento se acerca!-gritó uno de los borrachos-¡Deberíamos salir y unirnos a la fiesta! -Hazlo tú si quieres, viejo perro sarnoso-le contestó el dueño del local-Yo me quedo aquí. -Hasta el mismísimo final…-dijo una voz cuya fuente no reconoció el joven. -Que, ¿salimos?-le preguntó su compañero, pero él ya se estaba levantando para encaminarse hacia la salida. Pronto, poco a poco, un pequeño arroyo de gente siguió sus pasos, primero hasta el exterior, luego a través de un mar de hierba gris y purpúrea. Lejos, las cigarras llamaban a sus compañeras para no estar solas y un ruiseñor entonaba cantos de desolación. Su compañero logró darle alcance. -Sí que tenías prisa, truhán. Imagino que tienes auténticas ganas. -Ojala supiera de qué tengo ganas. Creo que de que todo termine ya, pensó, pero no lo dijo. Pronto llegaron al valle en el que se había declarado que ocurriría. Otras hileras de gente estaba penetrando en él al mismo tiempo, algunas de personas normales como ellos (o tan normales como podía serlo ningún testigo de la Última Era), otras de músicos y hieródulos vestidos de criaturas fantásticas o largamente extintas. El más cercano a ellos, con plumas teñidas de rosa, pico y zancos, graznó con voz ronca al verlos venir, y un festival de desquiciados sonidos acompañó su gesto. El joven, inquieto, retrocedió ligeramente antes de reunir valor para continuar. En el centro del valle, con los faros ya encendidos para combatir la creciente oscuridad, la ceremonia ya daba comienzo. Los recién llegados sin papeles sagrados que interpretar se despojaban apresuradamente de sus ropajes, antes de sumergirse en la frenética y cuasi-desesperada orgía. La que más llamaba la atención era una hermosa virgen que sollozaba mientras un hombre vulgar y sudoroso le mordisqueaba salvajemente los pechos. Algunos borrachos que se habían adelantado al joven se unieron nada más llegar, y aunque bromeaban entre ellos sobre lo mucho que iban a disfrutar el temblor de sus labios les delataba. El joven retrocedió de nuevo. -¿Vas a amilanarte ahora como si no supieras a lo que venías? Y yo que creía que tenías ganas-le dijo su compañero, que ya empezaba a desnudarse. -Yo… quizá me una a los hieródulos- balbuceó. -Tú mismo- respondió el otro, y avanzó con determinación para arrodillarse antes las nalgas de un anciano y lamerlas. El joven se dirigió hacia las filas de los que rodeaban la ceremonia, compuestas por indecisos y actores. Una alta figura de manto oscuro con guadaña se inclinó sobre él. No parecía haber rostro alguno tras la capucha. -Tu sitio no está aquí, hermano-dijo con voz cavernosa. -Lo… lo lamento, yo… puedo unirme a los Cánticos… -Falla una sola vez y atente a las consecuencias. Nadie puede estropear la armonía. -No… no fallaré. Mi madre siempre los cantaba, nunca los he olvidado…

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-Va a empezar-interrumpió uno de los indecisos, mirando al cielo con temor. El último ojo se había apagado. Tras vacilar unos instantes se desnudó y corrió hacia la ceremonia, seguido poco después por la mayoría de los demás. Los músicos sacaron sus instrumentos; estaban los de siempre, pero también extraños ingenios cuyas voces no habían sonado en Eras. La cacofonía que sonó cuando empezaron a tocar era difícilmente explicable, armónica en su enloquecedor caos. Los hieródulos aún aguardaban al momento en el que se apagaran los faros. Un leve temblor empezó a sacudir la tierra. -Madre del Hacedor…-dijo una voz. -Nada tiene significado. Ya no-dijo otra. -Pronto lo tendrá todo-dijo una tercera. -¡Preparaos!-gritó la figura encapuchada. En un abrir y cerrar de ojos los faros se apagaron y la oscuridad se hizo absoluta. Unos gritos y el sonido del metal revelaron que algunos habían empezado a atacar a otros, apuñalándolos, atravesándolos, decapitándolos. No importaba. La muerte ya no existía. Se elevó a los cielos el sonido de los Cánticos y el joven se unió a ellos. Cantó como nunca había cantado, hasta sentir dolor en la garganta, sin cometer un solo fallo. La armonía lo era todo, lo invadía todo. Y no tardó en empezar. Un desgarrón comenzó a abrirse en los cielos, primero imperceptible pero cada vez más y más poderoso y abrumador. Muchos cayeron al suelo, gritando y gimiendo, incluso hieródulos, pero no dejaron de cantar. -Es tan bello…-dijo una voz quebrada. Era la del compañero del joven, la profanidad rota en el último y más sagrado instante. -Preparaos. El desgarrón ocupó todo el cielo, lo reemplazó. Las voces callaron súbitamente, los movimientos terminaron y llegó el FIN LA TRÁGICA HISTORIA DE LA VIDA Y MUERTE DE UN TAL J OHANN Canta, oh musa, el trágico relato de la vida y muerte de Johann. Éste empieza cuando una mujer esperaba pacientemente a su amiga ante el portal de la casa de esta última, hasta que a los diez minutos el protagonista de nuestra historia salió del edificio canturreando con alegría, casi dando cabriolas. -¡Nuevo día, Mefistófeles! ¿Qué maravillas cosecharemos hoy? ¿Qué aventuras desconocidas para el común de los mortales viviremos? ¡Oh, jaja, no puedo esperar! Pasaron otros cinco minutos hasta que salió su amiga. Desconcertada como aún se hallaba, no pudo evitar comentar. -He visto pasar a un chalado hablando solo, no sé si será alguien que conozcas… -Oh, creo que sí. Supongo que te refieres a Johann. -Johann… -Es… bueno, es una historia extraña y triste. Era profesor de literatura medieval en la universidad, un tipo muy culto y exitoso, hasta que un día… -¿Sí? -Hasta que un día invocó a un demonio. -¿Cómo dices? -Sí, o eso dicen que hizo. Nadie se esperaba una chaladura así de él, y el caso es que desde entonces no ha ido más que a peor. Habla con un amigo imaginario, se comporta

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de forma muy extraña, sale un olor asqueroso de su piso que ha provocado la queja de más de un vecino… Perdió su trabajo, es obvio. Oh, y por las noches… -¿Sí? -Ven, Mefistófeles, conversemos y discurramos acerca de la excelsa física. Dime, ¿cuál de las interpretaciones de la mecánica cuántica es la correcta? -La de los Muchos Mundos de Everett, pues cada posibilidad debe materializarse en alguna parte. -¿Fue este universo el primero de todos? -Ni el primero ni el último, pues gracias a la inflación eterna hay más cosas en la realidad que las que sospecha tu filosofía. -¿Es la teoría de cuerdas correcta? -No, Johann. Eso es sólo una fábula. -Una última pregunta: si los Muchos Mundos son correctos, ¿podría ser que la inmortalidad…? -No contestaré a eso. -Te comprometiste a contestármelo todo. -Sí, pero nada que pueda contravenir nuestro pacto. Morirás y punto. Estás condenado, sencillamente. ¡Piensa más bien en el infierno! -Pensaré en lo que me dé la gana. -¿Crees acaso, infeliz, que los demonios firmarían un pacto por tu alma si ésta no nos fuera a ser entregada? Tu muerte llegará, y entonces serás nuestro para siempre según quedó establecido. -¡Cuánto te gusta recordarme eso, maldito! -¡Arrepiéntete, pecador!-le gritó un anciano en cuya presencia no había reparado, absorto como estaba en su conversación. -¿Mande?-respondió Johann. -¡Deshazte de tus libros de magia, Prospero de pacotilla! ¡Tu alma aún puede salvarse! -¿Cómo sabes que…? -¿Crees que no he oído nada de lo que decías? ¡Algunos sabemos de los demonios invisibles! Bueno, ¿qué contestas? Puedo bautizarte, aquí y ahora. Se desabrochó la bragueta. -Y después darte la comunión-añadió, señalando a un trozo de pan mohoso y un tetrabrik de vino en el suelo. -¿Realmente puedo salvarme así? -¡No hagas caso, Johann!-intervino Mefistófeles, furioso-¡O haré trizas tus carnes y me cobraré mi precio ya mismo! -¡Oh no, mi buen demonio!-contestó, casi temblando de miedo-Perdona mi injusta arrogancia, pertenezco a tu señor y no al tres veces maldito Dios. -Más te vale recordarlo. El anciano, frustrado, se abrochó de nuevo la bragueta. -¡Te arrepentirás!-gritó antes de marcharse. -Mefistófeles, amigo, atormenta a ese ruin y avieso anciano que osó intentar distanciarme de Lucifer. -Su fe es grande, no puedo yo alcanzar su alma. Pero intentaré como sea afligir su cuerpo. -Algo es algo. -Tendrás que esperar hasta la noche para que lo haga, ya sabes, porque como quedó estipulado las noches… -… pertenecen a Mefistófeles, lo sé, no es como si no lo hubiera oído mil veces. Déjame, fiel servidor, que pida una cosa más: que pueda poseer a la celestial Helena de

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Troya, para que su cuerpo me haga olvidar este desagradable hecho. -Dicho y hecho. Las neuronas soltaron las descargas, las glándulas segregaron las sustancias y en poco tiempo la impresionante figura de Diane Kruger apareció ante los ojos de Johann. -¿Es éste el rostro que dio impulso a mil navíos y puso fuego a las altas torres de Troya? ¡Dulce Helena, dame en un polvo la inmortalidad! Y así lo hizo, aunque cualquiera que lo hubiese visto habría pensado que Johann simplemente se masturbaba. Por suerte no había nadie cerca. Al día siguiente se despertó en una cama tan revuelta como todas las mañanas. Mefistófeles tardaría un rato en aparecer, por lo que se levantó y anduvo sigilosamente como quien sabe que comete un delito, hasta la mesa en la que preparaba el elixir vitae. No importaba que muchos grandes alquimistas hubieran dedicado sus vidas en vano a buscarlo; si Nicolas Flamel pudo hacerlo, ¿qué no podría alguien con los conocimientos que irónicamente le había dado su servidor? La peste de siempre inundó la habitación tras mezclar unos líquidos y cocinar otros. -¡Johann! -¡AAAARGH!-gritó el susodicho, muerto del susto. -¿Otra vez con tu misterioso proyecto?-preguntó Mefistófeles, pues era él quien le había asustado. -No es nada, una tontería. -¿Y por qué siempre trabajas en esa tontería en mi ausencia? -Es una sorpresa, mi fiel demonio, cuyo resultado comprobarás cuando llegue la hora. -Como sea. El anciano ha recibido su escarmiento, por cierto. -Gracias-contestó, comenzando al fin a reponerse del susto. Se dirigió al salón para encender la televisión. Y, efectivamente, en las noticias resultó estar la prueba. Pero ahora retomemos la conversación de las amigas el día anterior para darle el debido final. -… Por las noches se le ha visto salir con el pijama puesto y una cara de mala leche que da miedo. Suele volver pasada una o varias horas, y nadie sabe adónde va. Sonambulismo, personalidad múltiple, esquizofrenia, quién demonios sabe. Un vecino me contó que le había oído susurrar que las noches le pertenecían. -Jekyll y Hyde… -¿Cómo dices? -Nada, es que me ha recordado a una novela. Espero que no sea nada parecido. -Tú siempre haciendo referencias. Bueno, olvidémoslo. ¿Nos vamos? Sólo tuvo que pasar un par de días más para que Johann considerase que el elixir vitae estaba listo. Y a beberlo se disponía cuando sonaron golpes; intentó ignorarlos, pero estos se hicieron más insistentes. -¿Qué pasa?- gritó impaciente- ¿No os dais cuenta de que con tanto ruido vais a atraer a Mefistófeles? -¡Policía! ¡Queremos hacerle unas preguntas! -¡Pues tendréis que esperar!-contestó furioso, y se bebió el elixir antes de que el demonio viniera y pudiese impedirlo. Éste apareció casi al instante, ya demasiado tarde. -¡Maldito seas, Johann! ¿Qué has hecho? -¡Conseguir la inmortalidad! ¡Ya no podrás cobrarte mi alma! Ocurrió entonces. Mefistófeles, que tantas cosas había sido invisibles incluso para él mismo (una voz para él, un trastorno de psicosis de tipo indiferenciado para el psiquiatra), tomo al fin una forma. Ante él se mostraba un engendro salido de las peores

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pesadillas de cualquiera, una bestia que reunía características de un león, una cabra, una serpiente y otras cosas que ni a mencionar me atrevo. -¡Te destruiré!-aulló. Johann, desesperado, hizo frenéticamente la señal de la cruz mientras la criatura daba pasos que retumbaban en el suelo y habrían podido confundirse con golpes en una puerta. Todos sus esfuerzos fueron inútiles: en unos segundos estaba en el suelo, herido de muerte y con la criatura sobre su pecho. -¿Creías acaso, maldito necio, que podías escapar de tu pacto? ¿Que podrías burlar a la muerte? ¿¿Que podrías cocinar un elixir vitae?? ¡¡Eso no existe, estúpido demente!! -¡Dios! ¡Inmortalidad cuántica! ¡Ayudadme, quién sea! En ese momento echaron la puerta abajo un grupo de jóvenes cantando, los más hermosos y resplandecientes que Johann hubiese visto, irradiando el aura de la autoridad. -Idos a la claridad muy amorosas llamas, a los que se condenan los salva la verdad. Así podrán del mal alegres liberarse y así todos unidos ser bienaventurados. -Habéis venido a salvarme-sonrió el moribundo, y detrás de los ángeles el anciano del otro día sonreía a su vez y asentía. -¡No! ¡No huyáis al cielo llevándoos el botín! ¡Os maldigo a todos juntos! ¡No me hagáis perder un tesoro único! ¿A quién podré apelar? ¿Quién me restituirá lo que me corresponde? Una última conversación de las amigas del principio nos interesa: -¿Qué pasa? Te noto alterada. -Ay amiga, el loco del que te hablé el otro día… ¡resulta que había matado a un mendigo! ¡A puñaladas! -¿Cómo dices? -Lo que oyes, y no sólo eso. ¡Ayer se suicidó para que la policía no pudiera arrestarle! Con veneno, creo. Y colorín colorado, este drama se ha acabado. Así pues, buenas noches (días, tardes) a todos. Dadme vuestros puntos, si es que somos amigos, y el autor os restituirá con resarcimiento. UN MITO En un principio sólo Dios era. Dios creó a los Serafines para acabar con su soledad, y después creó el mundo y sus habitantes. Los Serafines se enamoraron de los mortales, y decidieron guiarlos y cuidarlos. Los mortales se enamoraron de los Serafines, y empezaron a adorarlos, y construyeron iglesias en su honor. Para ellos Dios era un Serafín más, el de la Creación; apenas lo adoraban, porque la Creación era asunto del pasado. El resto de Serafines eran guardianes del presente. Dios era poco comprensivo con este razonamiento; él sólo quería amor, y apenas lo recibía. Su campeón fue otro ser sin amor. Era un huérfano que se había criado en las calles, y aunque había conocido a muchos hombres, la gran mayoría eran rufianes que en el mejor de los casos le habían ayudado sólo para sacar un beneficio en el futuro. Su vida había sido terriblemente dura y cruel, y eso se reflejaba en su rostro. Un sacerdote lo vio. “Muchacho, ¿qué te parecería ir a la iglesia del Serafín del Amor Sagrado?” Todos los Serafines eran señores de un ámbito, ya fuera la comida, la familia, los negocios… Todos excepto el Serafín del Amor Sagrado.

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“El Serafín del Amor Sagrado es el que más ama a la humanidad. La ama tanto que no pudo centrarse en un solo aspecto. ¿Qué te parecería ir a su iglesia y experimentarlo?” “A mí no me ama” “Claro que sí, muchacho. Ama a todos y cada uno de nosotros, y tú no eres la excepción. Si vas a su iglesia lo verás…” “Ah, ¿sí? Si tanto me ama, ¿por qué mi vida ha sido tan dura? ¿Por qué no he sentido nunca ese amor sagrado? Vete a la mierda, ¿me oyes? No soporto esa clase de basura” El sacerdote se fue, triste. Poco después el huérfano oyó hablar del Serafín de la Creación. Todo el mundo sabía que los Serafines concedían poder a aquellos que les rezaran con el suficiente fervor… siempre y cuando su corazón fuera puro, libre de malas intenciones. Un rumor que oyó en las calles decía que el Serafín de la Creación era el único que concedía poder a cualquier adorador… fuera bondadoso o malvado. Así que fue a su iglesia y rezó, para vengarse del mundo. Rezó incontables días, incontables noches; incluso dormía en la iglesia, de la que sólo salía para coger comida o bebida. Y así fue durante mucho tiempo, más que con ningún otro hombre. Las garras no tardaron en crecer, como símbolo del poder que estaba destinado a obtener. Cuando al fin terminó las nubes negras cubrieron el mundo. El huérfano se convirtió en el Tirano, y esclavizó a toda la humanidad. Aquellos fueron días de gran oscuridad, en los que el sufrimiento y el dolor se adueñaron de todos. Rezaron a los Serafines para que los liberaran de su tormento, pero estos tenían miedo, pues habían leído en las estrellas que aquel que descendiera para combatir al Tirano estaba destinado a perecer en la lucha. Hasta que el Serafín del Amor Sagrado, que ya no podía soportar la situación de sus amados, se ofreció voluntario. Cuando el Tirano vio a un Serafín en el cielo se alzó para acabar con lo que parecía una amenaza a su reinado. Empezó a atacarle, pero el Serafín no devolvía sus golpes; se limitaba a esquivarlos, siempre mirándole con tristeza. Y así fue durante lo que parecieron horas, hasta que el Serafín hizo algo al fin. Lo abrazó. El amor sagrado se apoderó del Tirano. El Serafín amaba a todo el mundo. El Serafín también lo amaba a él, tanto como al mortal más puro e inocente. Nunca lo había creído, pero ahí estaba, demasiado hermoso y terrible para ser cierto, destruyendo el significado de todo lo que había hecho. Enloquecido, con lágrimas en los ojos, decidió acabar con aquel sentimiento clavando sus garras en la espalda del Serafín. Éste le dirigió una última mirada cargada de infinito dolor, cerró los ojos y estalló en un globo de luz. Cuando los últimos haces se disiparon, los dos habían muerto. Nunca había habido un Serafín de la Muerte, pues eran seres inmortales incapaces de entender el concepto. La gente tenía miedo del Otro Lado, pues era algo desconocido. Pero cuando la gente terminó de llorar la perdida del amor sagrado, decidió que éste no se había perdido después de todo. El Serafín les esperaba en el Otro Lado, y los cuidaría y protegería de cualquier peligro que pudiera acecharles ahí. Y la muerte dejó de ser temida.