antologia de relatos cortos (2009-2012)

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1 ANTOLOGÍA DE RELATOS CORTOS (2009-2012) De María Mercedes Humanes Ramírez 1. Ella Pensaba que su vida se había acabado. Iba de habitación en habitación buscando su presencia, necesitaba su voz, su olor, su risa... Ahora se daba cuenta, tarde ya, de cuánto la quiso. Toda una vida juntos. En esa casa nacieron los hijos; de esa casa se marcharon un día; y ellos, volvieron a estar solos, como al principio, como dos enamorados. Pero, ella, enfermó y tras unos meses de lucha inútil, se fue para no volver. Su amada, su compañera, le había abandonado dejándole. Sonó el timbre de la puerta y saltó del sillón, pensando que sería ella que volvía de la compra. Pero, no, imposible, ¿cómo se le había ocurrido? El timbre siguió sonando y le sacó de su ensoñación. ¿Quién sería? ¿Quién vendría a molestarle si él quería estar sólo para llorar su dolor? Se dirigió hacia la puerta, pero, quiso la mala suerte, que tropezara con el pico de la alfombra y cayera al suelo... Su hijo mayor, después de llamar varias veces sin obtener resultados, se marchó. Estuvo mucho tiempo en el suelo, no sentía dolor. El timbre había dejado de sonar y había oído pasos que se alejaban. No supo cuánto tiempo había pasado hasta que pudo levantarse. Apoyándose en una silla cercana comenzó, poco a poco, torpemente, a levantarse del suelo hasta que se puso de pie. Estaba mareado y dolorido. Se dirigió al sofá, se sentó y notó algo pegajoso en su nuca. Era un hilillo de sangre, pegajosa, caliente, que manaba de su cabeza, se había golpeado al caer pero, ¿con qué? Miró buscando y entonces vio un tiesto roto en el suelo. Oh, era la planta preferida de su esposa, y él en su torpe caída la había roto. Se lavaría la herida y saldría a comprar otro tiesto para colocar la planta y que ella no lo notase. Lo dejaría todo limpio, no quería que viera las manchas de sangre y se asustara. ¡Dios mío! Pero, ¿qué estaba diciendo? Si ella ya no está, con el golpe lo había olvidado. Probablemente, había perdido el conocimiento al caer y...

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Recopilación de relatos cortos, escritos entre 2009 y 2012, por María Mercedes Humanes Ramírez

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ANTOLOGÍA DE RELATOS CORTOS (2009-2012)

De

María Mercedes Humanes Ramírez

1. Ella

Pensaba que su vida se había acabado. Iba de habitación en habitación buscando su presencia, necesitaba su voz, su olor, su risa...

Ahora se daba cuenta, tarde ya, de cuánto la quiso. Toda una vida juntos. En esa casa nacieron los hijos; de esa casa se marcharon un día; y ellos, volvieron a estar solos, como al principio, como dos enamorados.

Pero, ella, enfermó y tras unos meses de lucha inútil, se fue para no volver. Su amada, su compañera, le había abandonado dejándole.

Sonó el timbre de la puerta y saltó del sillón, pensando que sería ella que volvía de la compra. Pero, no, imposible, ¿cómo se le había ocurrido? El timbre siguió sonando y le sacó de su ensoñación. ¿Quién sería? ¿Quién vendría a molestarle si él quería estar sólo para llorar su dolor?

Se dirigió hacia la puerta, pero, quiso la mala suerte, que tropezara con el pico de la alfombra y cayera al suelo...

Su hijo mayor, después de llamar varias veces sin obtener resultados, se marchó.

Estuvo mucho tiempo en el suelo, no sentía dolor. El timbre había dejado de sonar y había oído pasos que se alejaban.

No supo cuánto tiempo había pasado hasta que pudo levantarse. Apoyándose en una silla cercana comenzó, poco a poco, torpemente, a levantarse del suelo hasta que se puso de pie. Estaba mareado y dolorido. Se dirigió al sofá, se sentó y notó algo pegajoso en su nuca. Era un hilillo de sangre, pegajosa, caliente, que manaba de su cabeza, se había golpeado al caer pero, ¿con qué? Miró buscando y entonces vio un tiesto roto en el suelo. Oh, era la planta preferida de su esposa, y él en su torpe caída la había roto.

Se lavaría la herida y saldría a comprar otro tiesto para colocar la planta y que ella no lo notase. Lo dejaría todo limpio, no quería que viera las manchas de sangre y se asustara.

¡Dios mío! Pero, ¿qué estaba diciendo? Si ella ya no está, con el golpe lo había olvidado. Probablemente, había perdido el conocimiento al caer y...

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Fue al baño, se lavó como pudo la herida y se puso una venda alrededor de la cabeza.

De nuevo, comenzó a recordarla, allí, peinando sus blancos cabellos y con sus labios rojos. Recordó como le gustaba verla vestida de rojo, su color favorito y ella, coqueta, pintaba con carmín del mismo tono sus labios. Cuando fueron a Mallorca o el viaje a Italia, inolvidables momentos. Ahora estaban ilusionados con un crucero pero, ella se ha ido para no volver.

Le dolía la cabeza enormemente, se tomaría un analgésico, no sabía cual, ella siempre sabía lo que él tenía que tomar.

Estaba en la cocina, cuando sintió que alguien abría la puerta de la casa con llave y se asustó. Cogió un cuchillo y se quedó quieto, en silencio. Entonces, oyó una voz familiar, pero, era ella, su esposa. No podía ser. Sin duda el golpe le había trastornado.

Pero, bueno - dijo ella- ¿es que hoy no piensas levantarte? Y abriendo las cortinas del balcón del dormitorio, le dijo: -Hace un día precioso, mira por el balcón como luce el sol. Venga, levántate, que tenemos que preparar el equipaje. ¿Equipaje?-dijo él- Claro, hombre, mañana nos vamos de crucero.

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2. Claustrofobia

Tenía que encontrar la manera de salir de aquel lugar siniestro.

Buscó desesperadamente algún resquicio de luz, un soplo de aire..., pero nada

halló.

El miedo le tenía paralizado. Nunca había estado allí. Seguramente lo estaba

soñando. Pero, no parecía un sueño. Estaba de verdad allí. ¿Cómo se dejó

convencer?

No podía recordar con claridad. Ah, sí, había mucha gente, la masa le llevaba y

sin darse cuenta entró. Luego se desmayó. Cuando despertó estaba totalmente

solo y a oscuras. De pronto, un sonido familiar alertó sus sentidos: sería el

despertador, era un sueño, como había pensado antes. El "Imagine" de John

Lennon volvió a sonar. No, no era el despertador, era su teléfono móvil le

avisaba de la llegada de un mensaje.

El móvil siguió llamándole, pero no, no lo cogería, seguramente era una trampa

¿una trampa? Sí, se refería a que si lo descolgaba, una teleoperadora le

saludaría con una amable retahíla e intentaría abonarle a la TV por cable o a la

ADSL con 8 megas. Pero, ¿y si estaba equivocado? ¿Y si era alguien que

pudiera salvarle?

De todas formas debía hacer algo que le liberase, aquella situación era

insostenible y más tarde o más temprano... Decidió que cuando sonara otra

vez, lo descolgaría.

Pocos minutos después volvió a sonar. Lo descolgó, era publicidad.

Siguió pensando.

Lo mejor sería llamar al teléfono de emergencias. ¿Cómo no se le había

ocurrido antes?

Estaba empapado en sudor. Le faltaba el aire y no podía respirar. Se quitó el

jersey. Su boca estaba seca. El corazón le palpitaba de tal modo que pensó

que le iba a dar un infarto. Moriría allí, sólo, sufriendo...

Marcó ¡por fin! el 112..., y poco después llegaron los bomberos y pudo salir del

ascensor, parado entre las plantas 14 y 15.

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3. S.C.P.

La lluvia golpeaba con fuerza los cristales empañados. Hacía frío en la

habitación y la chimenea se estaba apagando. Se acercó a la ventana y un

golpe de viento la abrió, permitiendo que el agua y el frío calaran su cuerpo,

mientras intentaba cerrarla. Una vez cerrada, se puso el impermeable y las

botas y salió a recoger leña del cobertizo.

Avivaba el fuego, cuando sonó el teléfono. ¿Sería ella? ¿Qué le diría? ¿Iba a volver o…? Con tanto divagar, cuando levantó la horquilla, ya no había nadie al otro lado. Se quitó la ropa mojada y dejó que un albornoz secara su cuerpo. Se echó una copa de pacharán y se sentó frente al fuego. Ring, ring…, el teléfono volvió a sonar, se apresuró a cogerlo. La copa cayó al suelo. ¿Sí? ¿Dígame? Y se oyó una voz de autómata diciendo: “Le habla Aida Valdemás, de Ring-Ring, de S.C.P., Sociedad de Comunicaciones Planetarias. Si quiere que le informemos de nuestras ofertas, marque uno; si desea colgar, marque dos; si desea mandarnos a freír espárragos, marque tres; si desea que ella vuelva, marque cuatro, pero vístase y vaya corriendo a buscarla”.

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4. El concierto

Aquel concierto fue sorprendente. Cuando decidió acompañar a sus amigos al concierto lo hizo sin mucho convencimiento. No conocía a las bandas que actuaban, se encontraba fuera de la onda, pero ellos la animaron diciéndole que eran muy buenos, que lo pasarían bien, que a ella le hacía falta desconectar del trabajo...

El viaje no se le hizo demasiado largo y antes de darse cuenta habían llegado a la ciudad. Después de pasar casi una hora buscando aparcamiento, por fin encontraron uno que no quedaba demasiado lejos del apartamento que habían alquilado. Iban a estar en aquella ciudad provinciana tres días. Subieron al apartamento, séptima planta, y descubrieron, maravillados que tenía una terraza enorme y con unas vistas impresionantes. Se veía el mar, toda la bahía, el puerto, el faro y gran parte de la ciudad. Cenaron temprano y se marcharon al primer concierto. Cuando llegaron tuvieron que guardar cola para entrar y una vez pasaron al estadio, buscaron sus asientos. Posiblemente, decía una de sus amigas, se levantarían más de una vez, porque Storm era una banda fabulosa que con sus temas te hacía estar de pie y bailar.

Empezó el concierto, estaban cerca del escenario, la tercera fila y podían ver al grupo bastante bien, sin necesidad de mirar a la pantalla gigante que habían colocado. Su estilo no era, según su opinión, muy definido. Rock, baladas y al final se pasaron al blues. En un pequeño descanso, el vocalista empezó a presentar a su banda, y cada uno de ellos hizo una demostración de su arte con los instrumentos, como es habitual en estos casos. Cuando le tocó al batería, que no le había parecido muy bueno (y es que era fan de Phil Collins), se levantó para que el público le viera. Le resultaba familiar, había algo, no sabía muy bien que era. Bah, ¡qué tontería! Sólo le vio un instante porque se sentó para tocar. Empezó a dar vueltas en su cabeza, lo más seguro es que le hubiese visto en TV o en alguna revista. Y se olvidó de él. El concierto estuvo bien, sus amigos decían que muy, muy bien, que era una banda fantástica, etc. Ella no opinaba igual, pensaba que había grupos mucho mejores que Storm.

Se fueron a un pub y tomaron unas copas. El ambiente estaba cargado de humo y le dijo a sus amigos, que eran fumadores, que iba a salir a tomar un poco de aire fresco.

Se salió a una terraza que daba a la playa. Respiró el aire limpio y fresco y se tomó un trago de su copa. Estaba ensimismada, cuando notó a alguien muy cerca, demasiado -pensó- que le susurró algo que al principio no entendió. Se

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volvió y en la penumbra, un hombre muy cerca de ella, le volvió a hablar muy bajito: ¿Te gusta la Piazza Nabona? ¿Piazza Nabona? Era una pregunta fuera de lugar, pero que ella pronto comprendió. Solo había una persona que le podía preguntar eso, estando como estaban en España, a cientos de km de Roma. Efectivamente, era él, el hombre que conoció en aquella plaza romana, junto a la Fuente de los Cuatro Ríos...Pero, ¿cómo estaba aquí? ¿Cómo era posible ese reencuentro, deseado durante tanto tiempo, pero no buscado? Comenzaron a hablar, sin apenas salirle las palabras, nerviosos, eran dos desconocidos después de tantos años, más de veinte. Ella pensaba rápidamente, mientras le escuchaba, se habían enamorado allí en la Fuente, cuando sus ojos se encontraron y él le pregunto aquello de ¿te gusta la Piazza Nabona? Estuvieron juntos dos días. Él le pidió matrimonio ¡qué locura! Sólo hacía dos días que se conocían, pero, no hacían falta más. Luego, los convencionalismos sociales pudieron más y la vida les separó. Nunca más supieron el uno del otro hasta ese instante. Ella se llevó mucho tiempo colgada, pensando en él. Pero, ahora... Él le dijo que estuvo tres años buscándola y es que ni siquiera sabía sus apellidos ni su dirección. Ella, calló. Muda y emocionada, asustada porque en su interior todo se revolvía y renacían los sentimientos.

Sus amigos vinieron a buscarla y ¡sorpresa! Pero, bueno - dijo uno de sus amigos- fijaos, así que no te gustaba mucho la banda, y ahora nos deja por el batería-

Ni se había dado cuenta que era la misma persona. Claro, por eso le había resultado familiar. Y aquí con los nervios, la poca luz, etc., no le había reconocido como el batería. Se despidieron. Él dijo que tenía que madrugar para los ensayos, que al día siguiente iba a estar por allí. Su amiga la asaeteó a preguntas y ella le respondió a algunas. Le dijo que se habían conocido en Roma hacía muchos años y nada más. Esa noche apenas durmió. Pensaba en el pasado y el presente. Siempre había deseado ese reencuentro. Mañana haría por verle, aunque realmente tampoco habían quedado. Al día siguiente, el concierto le gustó más, era un grupo que tocaba sobre todo blues y el saxo era genial. Ya lo había conocido en otros conciertos. Estaba inquieta pensando en que iban a volver a verse. Cuando finalizó el concierto no sabían a dónde ir, y sus amigos propusieron ir a otro local que les habían recomendado, dónde ponían unos mojitos muy buenos. Ella no fue, les dijo que se iba al apartamento, que estaba cansada. Pero, sí, como imagináis, mentía. Se marchó, después de aguantar las protestas de los amigos, directa al pub del día anterior. Se pidió un vodka con naranja y se salió a la terraza. Cuando llevaba allí casi una hora, pensó

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marcharse. Seguramente no habría podido venir o se había olvidado. Era una tonta por pensar que todavía podía haber algo entre ellos. Pasó al interior y frente a la terraza le vio. Estaba sentado con una chica y parecían más que amigos. Él la vio y se dirigió a ella. Le dijo que no se marchara, que estaba saliendo con aquella chica, pero que no era nada serio, y que si le apetecía salir a dar una vuelta, se excusaría con su acompañante y saldría con ella.

No le pareció bien pero, pensó que tenían mucho de que hablar, así que aceptó. Mientras él volvía se pidió otra copa y casi la apuró de golpe. Fue al baño y se miró al espejo, estaba pálida. Se retocó el maquillaje y se peinó. Quería que él la encontrara atractiva.

Salieron y él empezó a explicarle la odisea de aquellos tres años, buscándola en su ciudad. Hablando se dieron cuenta que habían llegado a estar muy cerca y sin embargo no se habían encontrado. Él empezó a tocar con un grupo y bueno, a viajar, giras, conciertos... Y se le había pasado el tiempo. Le preguntó que había hecho ella. Callada, no supo que decir, pero pronto se vio desgranando sus recuerdos de esos veinte años, su vida y se la contó. Había estado cinco años sin salir con nadie, pensando que él vendría, no sabía como, conseguiría encontrarla. ¿Y después qué pasó? Le preguntó si se había casado. Había terminado la carrera - le dijo- y se marchó a Roma. Consiguió trabajo en el Instituto Cervantes y allí seguía. Ahora estaba de vacaciones. No le dijo que todos los días iba a Piazza Nabona y pasaba mucho tiempo mirando la fuente, el obelisco y a los hombres que allí se paraban solos. Y luego se marchaba a su casa. Llevaba catorce años haciendo lo mismo, soñando con aquel encuentro, rechazando las relaciones que entablaba cuando empezaban ellos a querer formalizarla. No, no se había casado.

Entonces él, cogiéndola del brazo, le propuso de nuevo matrimonio.

Ella, entonces, pensó en todos esos años en los que no había vivido, sus tardes en Piazza Nabona, las relaciones cortadas, los viajes que nunca hizo, los hijos que no tendría nunca... De pronto, se dio cuenta, había perdido media vida pensando en una ilusión, en alguien a quien no conocía, en alguien que era capaz de estar con una chica y a la media hora pedirle a otra que se casaran. Se dio cuenta de que aquello no era amor, sino un espejismo de la juventud que había trastornado toda su vida. Abrió su bolso y sacó una pistola pequeña, calibre 22 y le disparó a bocajarro. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Ya se había acabado su problema, ya no tendría que ir al psiquiatra nunca más. Un simple concierto había sido la clave para arreglar su espíritu. Nunca imaginó que llegaría a sentirse tan en paz consigo misma. Ya no más antidepresivos, ansiolíticos o vodka.

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Él, con ojos de sorpresa, la miraba mientras caía al suelo y un reguero de sangre manchaba su ropa. El disparo le había dado en el pecho. Ella, guardó la pistola en el bolso, le miró fríamente a los ojos y se marchó, tarareando uno de los temas de los Storm...

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5. La tetera humeante

Llovía incesantemente. Se había refugiado en aquel café, que era su favorito desde hacía tiempo. Pidió un té y al poco tiempo, el camarero le sirvió una tetera humeante de la cual emanaba un dulzón y agradable aroma a canela y menta. Mientras se tomaba una taza, a pequeños sorbos, lentamente, miró a través de la ventana empañada por el calor del local. La gente se apresuraba de aquí para allá, calándose bajo la lluvia. Se estremeció, un espasmo de frío le provocó un ligero temblor y le obligó a echarse el abrigo sobre los hombros. Aquel café se encontraba en una plaza de la cual partía una alameda. Los árboles desnudos se mecían con el viento...

Desde hacía años, su empresa la enviaba a esa ciudad para presentar la nueva campaña de sus productos. Siempre en la misma fecha. Siempre la lluvia era la protagonista en los pequeños ratos libres y su refugio, el café. Le hubiera gustado ir alguna vez en primavera y pasear bajo los álamos, y oler las rosas de los jardines... Se sirvió otra taza y empezó a recordar la segunda vez que estuvo allí. Ese año no había ido sola, la había acompañado Esther, su secretaria. Tenían que ver a uno de los clientes cuando, de pronto, les sorprendió un aguacero y buscando donde protegerse, encontraron este café. Fue Esther la que pidió esta variedad de té, y a ella le gustó tanto, que ya siempre lo pedía. Recordó a Esther, una vez más. Imposible no recordar. Tendría que haber dejado de ir a esa ciudad y a ese café. El aroma de su taza le hacía evocar a su secretaria, lo que le producía una extraña y dolorosa sensación. Habían charlado mientras esperaban a que escampara. Esther llamó al cliente y atrasaron la cita para una hora después de la concertada. Era una chica muy agradable y eficiente. Además prefería ir acompañada, y sus jefes no pusieron ningún problema cuando les dijo que viajaría con ella. Esther, se disculpó, y fue un momento al baño, dejando caer su abrigo en la silla. Pasaron quince minutos y Esther no volvía. El móvil empezó a sonar con una cancioncilla vulgar y al poco se calló. Veinticinco minutos. Le pareció mucho tiempo. Iban a llegar tarde a la cita y no se lo podían permitir, la empresa necesitaba a aquel cliente.

Bueno, quizás se estaba retocando, pero, su móvil volvió a sonar. Miró la pantalla sin atreverse a contestar. No le parecía bien, podía ser alguna llamada privada. Era una llamada oculta. Treinta minutos. Se levantó y fue hasta el baño. Pensó que tenía que haber ido

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antes, ¿y si le había ocurrido algo? El baño estaba cerrado. Llamó y nadie respondió. Volvió a llamar, pero nadie respondía. Saliendo, se acercó a la barra y le explicó al camarero lo que ocurría. Este, tomando la llave, fue con ella e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro... Entonces, empezó a empujar, fuertemente, hasta que una fuerte patada hizo saltar el pestillo...Allí no había nadie. Le dijo que eso era imposible, la había visto entrar, no le cabía la menor duda, y no había salido. Su abrigo, su móvil estaban allí en la mesa. El baño no tenía ventana. Pero Esther había desaparecido, sin dejar rastro, delante de sus narices y jamás volvió a saber de ella.

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6. Estación Nowhere

Entró en el vagón y buscó con la mirada un asiento libre, vio uno, y se dirigió hacia él y se sentó. Miró por la ventanilla, en el andén la gente iba y venía con sus maletas. Se fijó en aquellos que estaban subiendo y entrando por la misma puerta que lo había hecho él un poco antes. Hacía frío fuera y se colaba en el interior. La puerta se cerró, finalmente, y el tren se puso en marcha. Cansado, pronto empezó a dormitar; los párpados le pesaban tanto que era incapaz de mantener los ojos abiertos. Frente a él se habían sentado una señora de unos sesenta años y un chico de unos quince. La mujer desgranaba un rosario y murmuraba sus oraciones; el chico escuchaba música de su mp4 a través de unos auriculares minúsculos que casi no se veían. Sujetó fuertemente la mochila y se durmió, profundamente. El tren tomaba velocidad y en treinta y cinco minutos llegaría a la primera estación, Cadwell. Una vez se equivocó y bajó allí, luego tuvo que esperar durante dos horas al siguiente tren. En Cadwell bajó el chico y subieron varios pasajeros. Uno de ellos ocupó el asiento que había dejado el chico al marcharse. Parecía extranjero y la señora le miraba de reojo mientras continuaba con sus rezos. El revisor llegó y pidió los billetes. Cuando le entregó el suyo, lo miró y le preguntó si estaba seguro de ir a aquella estación. Él le contestó que sí, que cómo no iba a estarlo si él mismo lo había elegido. El tren cruzaba por un valle salpicado de pequeños huertos, que le daban una diversidad cromática al paisaje. Era Butterflies’ Valley. Al cabo de cuarenta minutos empezaron a recorrer un terreno montañoso cubierto de árboles enormes. Cada vez estaban más altos y el bosque se iba aclarando, dando paso a una zona de escasa vegetación arbustiva. Pequeñas casas se veían dispersas por las montañas. Dos horas más tarde, el tren paró en un pequeño apeadero y la señora del rosario llegó a su destino. Miró como bajaba, torpemente, al andén, cargando con una enorme maleta y mirando asustada a ambos lados. Allí no había nadie. La señora se sentó en un banco y al momento apareció una chica de unos treinta años, rubia y cubierta con una gabardina. Le ayudó a levantarse, cogió la maleta y la llevó hasta un automóvil. Subieron ambas y antes de que se fueran, el tren comenzó a moverse. Sólo quedaban en el vagón el extranjero (o el que lo parecía) y él. Apenas se había fijado en el pasajero, le miró y sus miradas se cruzaron. En ese instante un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Miró a ver si estaba abierta la puerta, pero estaba herméticamente cerrada. El hombre le preguntó algo que no entendió, pero, dándose cuenta, le alargó su mano con el ánimo de estrecharle la suya. Se presentaron y entablaron una educada conversación. Menos mal que ya se le había quitado el sueño. La verdad es que había dormido profundamente. El pasajero se llamaba Adrien. Nuestro hombre, Glenn, le preguntó a Adrien que a dónde iba y casualmente iban al mismo lugar. Eso estaba bien, porque así conocía a alguien, por lo menos y le ayudaría a instalarse. Iba destinado como médico a aquel remoto lugar. Adrien, entonces, en tono confidencial, le dijo, que no se preocupara, que él no sólo conocía aquel destino, sino que tenía como misión acompañarle, que ese

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era el motivo de su viaje. ¿Cómo es eso?- preguntó Glenn- ¿te mandan del ministerio? Adrien le dijo que no, que a él le enviaban las altas esferas para hacerle más fácil su llegada. Faltaban quince minutos para llegar a su destino. Mirando, sin que le viera, se dio cuenta que Adrien era bastante raro. Vestía totalmente de negro, escrupulosamente elegante, zapatos italianos, corbata negra de seda. Le llamó la atención que un hombre tan bien vestido y con tanta clase tuviera las uñas largas, muy bien cuidadas por supuesto. ¿Sería músico? ¿Y cómo le habían enviado para acompañarle? Él no era tan importante, sólo era un médico de pueblo. Sintió que el tren paraba. Cogió su mochila y se la puso a la espalda. Miró su reloj, sincronizado con el de la estación. Bajaron, y el jefe de estación les miró con una sonrisa y les dijo –Bienvenidos a Nowhere. En este lugar todo el que viene, se queda- Y haciendo un guiño a Adrien se fue. Parecía que hoy se iba cruzar con gente cada vez más extraña. Adrien le dijo que tendrían que andar un poco, que allí no había taxis, y se pusieron en marcha. No sabía a dónde se dirigían ni por qué obedecía a alguien que acaba de conocer y que le producía desasosiego. Tras media hora andando por un camino llegaron a un túnel oscuro y lóbrego. Adrien le dijo que al final estaba su destino. Hacía frío y olía a humedad. Acompañó a Glenn durante un trecho, se paró y después de un instante siguió con él. Cuando llegaron al final no le dio tiempo a ver nada. Se precipitó al vacío. Adrien, encendiendo un cigarrillo, murmuró: - uno más y dejo esto -. Estoy cansado de esta rutina. Le gustaba más su antiguo uniforme y sobre todo la guadaña, pero es que con él ya no engañaba a nadie y la gente huía. Recordaba aquellos tiempos en los que la Peste asolaba Europa y no le faltaba trabajo, pero ahora cada vez tardaban más en hacer el viaje, por eso tenía que utilizar toda una serie de artimañas para llevarlos al más allá…

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7. La espera

"No amanecerá hasta que llegue. No importa que pasen horas, días o

semanas, años quizás. Cuando los débiles rayos del sol de invierno iluminen su

almohada, sabrá que es el día. Y se pondrá el vestido rojo, el que tanto le

gusta. Sonará en la radio esa canción, sí, la que bailaron la tarde que se

marchó. Entonces oirá el timbre de la puerta y, temblorosa, saldrá a abrazarle y

darle los buenos días como si nada hubiera pasado."

Este pensamiento se quedó grabado en su mente. Los días iban pasando. Las

semanas, los meses se sucedieron. A un invierno le sucedió otro y otro, pero

nadie llamó a su puerta.

Por fin, un día alguien llamó a la puerta, primero al timbre, después con los

nudillos golpeó fuertemente y esta se abrió. Pasó al interior, sonaba una

canción romántica muy antigua. Estaba el salón oscuro, encendió la luz y echó

una ojeada. Entró en la habitación contigua y frente al ventanal, en un sillón

desde el que se observaba la gente que iba y venía por la avenida, encontraron

el cuerpo momificado de una mujer de larga melena blanca con un precioso

vestido rojo.

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8. La Marea Sentada en la mecedora, contemplaba el horizonte enrojecido por un sol inmenso que desapareció de repente. Nunca se acostumbraría a los ocasos repentinos de aquellas latitudes. Echaba de menos, cuando en verano se acercaba a la playa cada tarde a mirar extasiada el ocaso, grabando en su retina la lenta caída de la tarde. Aquella playa a la que tantos veranos fue y a la que después del desastre no volvió. Nadie había imaginado que aquel accidente, en principio, de poca importancia, produjera una marea negra de tal envergadura, que desde el primer momento tuvo nombre propio, como las tormentas tropicales: La Marea. Sí, porque aquella había sido la más gigantesca marea negra producida en la historia de accidentes de los petroleros. Ni la del Exxon Valdés ni la del Prestige podían compararse, para desgracia nuestra con La Marea. La gente olvidó el nombre del petrolero, su bandera y cantidad de toneladas de crudo derramadas, esos datos casi no eran relevantes, sí lo eran los daños causados. Todo ocurrió cuando un superpetrolero procedente del Próximo Oriente chocó cerca del puerto de Algeciras con un ferry que llegaba procedente de Canarias. Al ferry se le abrió una vía de agua en la popa y rápidamente tuvo que pedir ayuda e iniciar el salvamento del pasaje. El petrolero parecía no tener daños irreparables por lo que el capitán decidió llevarlo al puerto para examinarlo más a fondo. Las autoridades de Algeciras no le daban permiso para atracar y finalmente, serían las de Gibraltar las que se ofrecieron a dárselo. No obstante, hubo una situación bastante tensa entre las dos administraciones que acabó repentinamente al oírse la explosión. Aquello era el fin del mundo, el mar ardía, el crudo esparcido... Aquella explosión se oyó en muchas millas a la redonda y en ambos lados del Estrecho. En Tánger corrió el rumor de un atentado terrorista; en la base conjunta de Rota se pusieron en alerta máxima; el Peñón, que durante siglos habíamos reclamado, fue la zona más dañada: había desaparecido literalmente. Las llamas se habían propagado rápidamente por el puerto y aeropuerto de Gibraltar y siguió por la ciudad. Por las faldas del Peñón, horadado por túneles y baluarte defensivo de la colonia, empezaron a subir las llamas y pronto una cadena de explosiones en su interior hizo que se hundiera parcialmente. El caos invadió toda el área, hubo descoordinación entre Gibraltar y Londres, entre Londres y Madrid, entre Madrid y Sevilla y también entre esta última y las autoridades civiles y portuarias de Algeciras. Se hablaba de como un submarino nuclear que se estaba reparando en el Peñón había desaparecido. Los muertos se elevaron a miles; los daños materiales, incalculables; el crudo vertido, casi doscientas mil toneladas, acabó con la vida en el Estrecho y el incendio formó una nube negra que se elevó varios km...Respecto a La Marea acabó contaminando y llenando de chapapote todas las playas del sur de España y norte de Marruecos y Argelia... Ahora, treinta años después, recordaba como tuvieron que emigrar muchísimos andaluces, como ella y su familia, que lo perdieron todo habían ido a Mauritania, donde se establecieron y levantaron un negocio hostelero. Tuvieron mucha suerte, primero por salvar su vida y segundo por la buena acogida que la industria turística tuvo en Mauritania y Senegal.

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La Marea tuvo también un efecto positivo: el desarrollo masivo de las fuentes de energía alternativas en la península, la prohibición de navegar a los petroleros por el Mediterráneo, los británicos finalmente nos habían devuelto el Peñón (o lo que quedaba de él). Ahora, treinta años después, recordaba como tuvieron que emigrar muchísimos andaluces, como ella y su familia, que lo perdieron todo habían ido a Mauritania, donde se establecieron y levantaron un negocio hostelero. Tuvieron mucha suerte, primero por salvar su vida y segundo por la buena acogida que la industria turística tuvo en Mauritania y Senegal. La Marea tuvo también un efecto positivo: el desarrollo masivo de las fuentes de energía alternativas en la península, la prohibición de navegar a los petroleros por el Mediterráneo, los británicos finalmente nos habían devuelto el Peñón (o lo que quedaba de él).

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9. Noches a 27º Sentada en el porche, intentaba combatir el calor bochornoso con una granizada de limón. En el silencio de la noche todo un universo de sonidos le acompañaban. Chicharras, grillos, el mochuelo, unos perros ladrando en la lejanía, algún maullido… El cielo estaba enrojecido, apenas se vislumbraba la ciudad cercana, envuelta en una atmósfera turbia y asfixiante. No se movía ni una hoja de los álamos. Olía a jazmín, a dama de noche y, sí, también olía a humo. En algún lugar cerca de allí se estaba quemando algo. Pensaba lo diferente que había sido el verano anterior. La habían enviado a hacer un reportaje sobre el turismo español en el Cabo Norte, en Noruega (es que últimamente les ha dado a los paisanos por allí) y pasó un mes en el país nórdico disfrutando de su “verano”. Seguía llegando olor a quemado…El gato rozó su pierna y se le subió en el regazo, le acarició el lomo y lo echó al suelo. De pronto surgió en el horizonte un muro de fuego que avanzaba rápidamente hacia su casa. Menos mal, pensó, que estaban el río y la carretera que harían de cortafuegos. Suerte, también, la ausencia de viento, pues permitiría controlarlo más fácilmente. El aire se llenó de humo a la vez que las llamas seguían acercándose. Decidió que lo mejor sería coger el coche y acercarse por si podía ayudar. No había recorrido ni un kilómetro cuando se vio cercada por el fuego, asustada y sin saber que hacer, pensó que lo mejor sería pedir ayuda pero, ¡oh, no! No había cogido su móvil…Gritó pidiendo auxilio, tosiendo, asfixiándose. Entonces oyó ¿la sirena de los bomberos? ¿La de la ambulancia? Ya no oía nada, excepto el crepitar de los árboles quemándose. ¡Dios mío! No venía nadie a rescatarla. Moriría abrasada, bueno, lo cierto es que se quemaría después de morir asfixiada… Otra vez oyó el sonido de la sirena. Si al menos pudiera llegar al río, se salvaría. Angustiada, sudorosa, apenas podía respirar, salió del coche e intentó orientarse. Calculaba que a unos trescientos metros delante de ella estaba el cauce y hacia allí la llevaron sus pies. Cuando iba a meterse en las aguas un sonido familiar hizo que se parase de golpe. ¡Son las seis de la mañana, hora de levantarse! Desde que su hermana le regalara aquel despertador parlante nunca había vuelto a llegar tarde al trabajo, por lo que le estaba muy agradecida…

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10. La neblina

Algo extraño pasaba en la laguna. Desde hacía varios días una densa neblina la cubría impidiendo ver nada. No era una neblina grisácea o blanca, lo extraño es que era verde... ¿Extraño? De ningún modo era extraño, llevan mucho tiempo echando todo tipo de vertidos. ¡Puaff! Recordó cuando iba los sábados con su pandilla a bañarse y a coger ranas. El agua estaba limpia y cristalina pero, ahora se había convertido en una masa cenagosa, llena de espuma negruzca, no había peces ni ranas desde hacía una década. El viento empezó a soplar fuertemente, ululando, y la neblina comenzó a desplazarse en dirección a la aldea. Pronto quedó envuelta y no podía verse nada. El viento había parado. No le dio tiempo, por más que corrió no pudo avisar a sus paisanos. Se quedó contemplando la niebla, parecía como si fuera una muralla de malaquita por el color verde. Sí, una muralla que no podía atravesar pues tal era su densidad. Después de unas horas el viento comenzó de nuevo a soplar y formó un remolino que absorbió la neblina y la desplazó hacia las capas altas de la atmósfera hasta que desapareció. Corrió hacia las casas, un inmenso silencio envolvía todas las calles, no había nadie, todos (los 38 vecinos) habían desaparecido, sólo quedaba él. Buscó por los alrededores, nadie halló, y se acercó a la laguna donde tampoco había nadie, pero algo había sucedido. El agua era limpia y cristalina como en el pasado, todo estaba lleno de flores a su alrededor y las ranas croaban...

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11. La canción “Otro país, otra ciudad, otra vida, pero la mismo mirada..." La canción de Amaral seguía sonando y pensaba que hay canciones que parecen que las han compuesto expresamente para ti. Su vida se reflejaba en el espejo de la canción. ¿Su vida se reducía a una canción? ¿A esta canción? "Nos dijimos adiós y pasaron los años, volvimos a vernos una noche de sábado,..." Parecía una canción hecha por encargo. “La guerra ha acabado, pero las hogueras no se han apagado aún...". Ahora el silencio envolvía la fría tarde otoñal. Al recordarle le invadía la melancolía y después, rápidamente, una sonrisa se dibujaba en sus labios. Mientras ordenaba el cajón de la mesa encontró un sobre marrón. No recordaba qué era, lo abrió y encontró un contrato y una nota que decía: "Querida quise que tuvieras una canción, la canción de nuestra vida. Charlie".

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12. La tormenta El cielo empezó a oscurecerse barruntando tormenta. Hacía mucho tiempo que no llovía. Hacía muchos meses que no salía. Cerró la ventana y un fuerte trueno hizo vibrar los cristales. Las gruesas gotas de lluvia caían rebotando sobre el suelo. Se le ocurrió salir a dar un paseo y percibir el olor, olvidado, a tierra mojada y respirar aire limpio. Tomó un paraguas, el bolso y salió. Se cruzó con unos vecinos que entraban mojados que le dijeron algo que no escuchó. Les extrañaría que saliera con tan mal tiempo. Llegó al portal, abrió el paraguas y comenzó a caminar. Llevaba un buen rato andando cuando oyó un fuerte estruendo. Siguió su camino sin rumbo y anduvo hasta que dos horas después dejó de llover, y se encaminó de vuelta a casa. Cuando estaba cerca observó la multitud y el caos que había en su calle. Policías, bomberos, ambulancias...Miró atónita sin ver lo que buscaba, su casa, el edificio dónde había pasado casi los dos años últimos años en un encierro voluntario había desaparecido y sólo quedaba un socavón gigantesco que lo había absorbido.

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13. Yewolff El árbol caído le sirvió para esconderse del lobo. Al cabo de un buen rato se atrevió a levantarse y decidió volverse a la aldea, tendría que avisar que le había visto, que Yewolff había vuelto. Hacía unos diez años que no se había dejado ver por la comarca y corrió el rumor de que un leñador lo había matado. Sin embargo, nadie supo nunca el nombre del leñador y era extraño, porque cualquiera que diese muerte a tal bestia conseguiría la fama y podía ganar la recompensa ofrecida por el conde Ludwige. No faltó quiénes decían que Yewolff era la encarnación del diablo y que atacaba por los terribles pecados cometidos por muchos de los habitantes del condado. Ahora él podía asegurar que estaba vivo, pues era el mismo lobo, sin duda. Le había reconocido por la cicatriz que cruzaba en diagonal su cabeza, consecuencia de un corte dado con una espada por un caballero. Iba despacio, no quería hacer ruido y que Yewolff le oyera. Cuando creyó que estaba suficientemente alejado empezó a apresurarse hasta que inició una veloz carrera camino de la aldea. Pronto divisó los tejados de pizarra y sobre ellos la imponente mole del castillo con sus torres puntiagudas. Cayó varias veces, se levantó y siguió corriendo. La espesura del bosque y las irregularidades del terreno le hicieron perder de vista la aldea en varias ocasiones. De pronto volvió a divisarla desde un claro, pero, ¿cómo podía estar tan lejos? Siguió hacia delante, cruzó el viejo puente romano y a partir de ahí el camino ascendía suavemente. Ya tenía que haber llegado, pero la aldea no se veía, a pesar de que el bosque había quedado atrás y caminaba por una llanura. Seguramente, se había perdido. Estaba desorientado. Nunca en sus treinta años le había ocurrido algo así. Conocía aquella zona como la palma de su mano. Se paró e intentó pensar y reconocer el paisaje a su alrededor, no hallaba nada conocido allí, nada que le sirviera de referencia para retomar el camino en la dirección correcta. De pronto, empezó a caer la noche. No podía quedarse allí, tenía que llegar, avisar a sus vecinos. Todos estaban en peligro, si Yewolff se presentaba en la aldea, no sólo peligraban las ovejas. La última vez que estuvo en la aldea habían aparecido muertas gran cantidad de ellas y varios bebés. No veía nada, pero siguió avanzando. La luna apareció y empezó a iluminar el sendero. Al cabo de un rato pudo ver algunas luces y caminó hacia ellas. Oyó algo y aterrado notó un escalofrío que recorrió su columna vertebral. Corría cada vez más deprisa, agotado, exhausto...Se dio un golpe con una rama que le hizo sangrar la frente. La sangre le nublaba la vista, pero las luces estaban cada vez más cerca, a medio km más o menos. Se paró y con la manga se limpió la sangre de la frente y en ese instante percibió como las luces se movían rápidas hacia él. Eran dos antorchas que corrían a su encuentro, debían ser bandidos de los que se refugiaban en la espesura del bosque. Como él no tenía nada de valor, pensó que le dejarían marchar o a lo mejor incluso le ayudaban a encontrar el camino de su aldea. Las luces brillaban cada vez más cerca cuando oyó un feroz aullido y sintió un enorme peso sobre él que le tiró al suelo. Era Yewolff, con sus brillantes ojos encendidos, que se lanzó sobre él destrozándolo a dentelladas. Y en los últimos instantes de su vida comprendió que el lobo había estado acechándolo todo el tiempo para caer sobre él y quitarle la vida.

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Yewolff miró a la luna y aulló con su hocico cubierto de sangre. Se dirigió hacia la aldea y atacó el primer rebaño de ovejas. Las campanas de la iglesia empezaron a tocar, dando la alarma. El miedo se apoderó de los aldeanos al escuchar los aullidos del lobo y los balidos de las ovejas atacadas...Todos se quedaron en casa, rezando, pidiendo a dios que les perdonara sus pecados. El lobo, una bestia de gran tamaño, siguió sembrando la muerte a su paso... algunos hombres, con antorchas, salieron a buscarlo. No tenían armas y cogieron piedras y algunos aperos de labranza y fueron acercándose al animal, hasta que parecía que lo tenían acorralado. Pero el lobo se lanzó contra ellos, iniciando una feroz lucha, de la que todos saldrían malparados. Una antorcha prendió la ropa de un campesino y este gritando de dolor se tiró al suelo del redil, cubierto de paja, y todo salió ardiendo, incluido Yewolff. Los aullidos de dolor del lobo se oyeron hasta en el castillo. El conde se asomó por una de las ventanas de la estancia y observó como la aldea entera era pasto de las llamas. Envió a los soldados para apagar el incendio, pero nada se pudo hacer. Todos los aldeanos habían muerto, la aldea era un montón de cenizas.

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14. Pensaba en ella…

Pensaba en ella, cada momento, pensaba en ella... La que ya no estaría al otro lado del hilo, esperándole como cada día. Cuando dijo "gracias" tuvo el presentimiento de que era su despedida y así fue. La incógnita siempre estará en su cabeza: ¿sabía que había llegado su final? Había burlado durante décadas a la Muerte para encontrarla. Había merecido la pena. No hubo soledad ni tristeza. Risas, canciones, palabras que se tradujeron en mil historias...Mas, Ella, Morta, le acechaba implacable y cortó el débil hilo de su vida, ganando la partida. Pensaba en ella...Un fuerte dolor en su pecho le avisó. Debía tomar su píldora para seguir viviendo con ella en su pensamiento. Una vez que se repuso, salió a dar un paseo..., y una vez más, como cada día, ella iba a su lado cogiéndole de la mano. Él la miró dulcemente, sonrió y siguieron paseando por el boulevard.

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15. Diluvio 2011 Tras una ola de calor asfixiante el cielo empezó a cubrirse de negros nubarrones. La tarde se oscureció y la noche llegó antes de lo acostumbrado; relámpagos y truenos no dejaron ni un instante de paz en toda la noche, sin embargo no cayó ni una gota de agua. Al amanecer una extraña luz gris amarillenta comenzó a extenderse por todas partes; no se veía el sol, sólo se podía intuir. Muy pronto gruesas gotas cayeron con violencia y las calles quedaron anegadas en muy poco tiempo; la gente asustada no se atrevía a salir de sus casas. La ciudad quedó a oscuras y el caos hizo que cundiera el pánico. El agua seguía subiendo de nivel y muchas personas se encaramaron a los tejados. Todo era inútil, no paraba de llover y se veían muchos cuerpos flotando a la deriva, así como autos, muebles, máquinas tragaperras, figuras de cartón-piedra, árboles y todo tipo de cachivaches. Dos, tres, cinco, diez metros y subiendo el nivel del agua. Manzanas enteras bajo el agua quedando solamente los altos rascacielos del distrito central. Nadie acudió a ayudarles y cuando una nueva noche llegó todo había desaparecido bajo las aguas. Nadie sobrevivió. Desde una montaña cercana en una lujosa mansión, Noah contemplaba el resultado de la cólera de su jefe, Teoxandro. Las Vegas*, moderna heredera de Sodoma, había quedado bajo las aguas. Nunca le preguntó cómo lo hizo, no le importaba. Cuando las aguas bajaran Teo le había encomendado una ardua tarea: construir una nueva ciudad, Sinless City**, dedicada a la vida contemplativa y a la oración. Notas: *Las Vegas se conoció también como Sin City o Ciudad del pecado. **Traducción: La ciudad sin pecado

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16. Fort xcv34

Fort xcv34 era un robot que enseñaba a los hombres a vivir en paz. Esa era la misión para la que había sido construido por Pieter van Hallen. Miles de copias del mismo habían sido llevados a escuelas de todo el mundo y los chicos le adoraban. Su filosofía del pacifismo y la no violencia había sido practicada por millones de hombres en todo el mundo seguidores de un tal Mahatma Gandhi que vivió en el siglo I antes de la Gran Crisis. Luego vinieron décadas en las que los países más poderosos del mundo vieron como sus sociedades se desmoronaban y los conflictos sociales se sucedían por todo el planeta. La degradación moral, la pobreza, el hambre, la falta de respuestas de los gobiernos democráticos a los ciudadanos se extendió de tal modo que hacia el 2050 en el mundo reinaba la anarquía. Fue entonces cuando las guerras comenzaron a extenderse, pero eran guerras entre vecinos, por la supervivencia. Van Hallen era un chico con inquietudes; leyendo un libro antiguo encontró uno sobre robótica de principios del siglo XXI y se entusiasmó con aquellos antiguos robots que se construyeron para ayudar al hombre. Entonces tuvo una idea: inventar un robot que ayudara a la humanidad a reconducir su camino, que les ayudara a ser buenas personas, que se amaran los unos a los otros y así se acabarían las guerras. Se puso manos a la obra y en un año consiguió tener un prototipo. Ahora venía el gran problema, es decir, conseguir que alguna de las pocas empresas de alta tecnología que quedaban en el viejo Silicon Valley se interesara por su invento. Tuvo suerte y hubo dos empresas que se interesaron por el robot. No cabía duda que les interesaba que el mundo viviera en paz, porque en un mundo en paz sería más fácil hacer negocios y volvería a triunfar el neoliberalismo económico. Se unieron ambas empresas y decidieron ponerse en contacto con la agencia espacial poniéndose en marcha el proyecto de fabricación de centenares, miles de robots Fort xcv34. En menos de cinco años volvieron a florecer los estados neoliberales, las ciudades recobraron su antiguo esplendor, las gentes eran felices y una nueva sociedad de consumo se extendió por todo el mundo.

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17. El compositor Hojas muertas de varias tonalidades tapizaban el suelo del parque. Al andar sobre esta alfombra vegetal el crujido producido por sus pisadas interrumpía el silencio. El silbido del viento, y, a lo lejos se oía el fuerte oleaje. Pensó y tarareó una melodía a partir de esos sonidos, pensó en llegar pronto a casa y componerla. Una y otra vez se mezclaban en su cabeza esos sonidos que ambientaban su paseo vespertino. De pronto, el ruido espantoso de una motocicleta interrumpió al compositor que dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenía. Cuando desapareció por un callejón la moto, siguió componiendo mentalmente la que iba a ser -acababa de decidirlo- su obra maestra. Pensó que los instrumentos más adecuados serían los de percusión y viento. Bueno, cuando llegara a casa tocaría la melodía en el piano. Ansioso, aligeró el paso. El sonido de sus pasos cambió, caminaba sobre el asfalto. No, así no podía sonar su obra y decidió volver sobre sus pasos. De nuevo estaba en el parque. Caminó despacio, deprisa, corrió, saltó y comenzó a bailar de forma frenética. Apuntó mentalmente las notas. El viento sopló más fuerte. Reía como un loco ¡por fin iban a saber lo buen músico que era él! Tenía que ir a su casa, ya estaba prácticamente en su mente toda la composición. Debía irse deprisa. En ese momento la sirena de una ambulancia le volvió a interrumpir. Las notas bailaban de forma desordenada en su cabeza, se rebelaban y querían incluir el ulular de la sirena en la obra. ¿Cómo me hacéis esto? Tenéis que seguir en el orden que yo he dispuesto. Hablaba en voz alta, no se dio cuenta de que había gente alrededor. Deambulaba por una gran avenida, cercana al parque, pero aún estaba lejos de su casa. Siguió caminando durante casi una hora. Ya estaba llegando pero ¿quién es esa gente? ¿Por qué gritan? Era una manifestación. Los participantes coreaban una serie de frases reivindicativas...Poco después, ante el piano, comenzó a tocar con fuerza la melodía cuando sonó el timbre de la puerta. ¡Imposible! No iba a poder recordar todas las notas. Euterpe, su musa le estaba abandonando. Abrió la puerta y se encontró con dos fornidos hombres vestidos de blanco que le empujaron contra la pared y le pusieron la camisa de fuerza...Cuando lo metieron en la ambulancia del psiquiátrico, iban comentando "Cada vez nos lo pones más difícil, Beethoven".

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18. IDP 543 Al bajar del tren sacó un pitillo, buscó el encendedor y ¡vaya! no estaba en el bolsillo de su chaqueta. Entonces recordó que en el vagón restaurante un señor muy mayor le había pedido fuego. Total, que lo había perdido. Era importante que lo encontrara, de hecho no podía llegar a su destino sin el encendedor. El tren ya había seguido su trayecto. Un pasajero encontró en el pasillo un encendedor, parecía valioso. Por un instante decidió buscar al revisor y entregárselo. Seguro que a su dueño le gustaría encontrarlo. Empezó a observarlo. Era plateado, tenía incrustadas unas piedras semipreciosas. Al tocar una de ellas, se abrió una especie de compartimento minúsculo y algo cayó de su interior. Buscó durante un largo rato y al fin vio un cilindro dorado de proporciones casi microscópicas. Se agachó y lo cogió. Entonces sintió que sus dedos se quemaban. Sintió un dolor inaguantable y sus dedos se fueron descarnando a gran velocidad y en menos de treinta segundos sólo quedaban sus huesos en el suelo. Nadie encontró explicación para aquel suceso. En el pasillo de un tren había aparecido un esqueleto. Cuando leyó en el periódico la noticia supo enseguida que aquel esqueleto y su encendedor habían estado en contacto. El prototipo de destrucción instantánea IDP 543 no podía perderse y llegar a manos del enemigo. Pero no sería difícil encontrarla, pues iría dejando pistas fáciles de seguir.

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19. Carrera nocturna

La Luna llena brillaba iluminando el sendero. Los árboles proyectaban sombras fantasmagóricas a su alrededor. Corrió más deprisa. "Debo apresurarme"- pensó. Se oyó una lechuza. Siguió corriendo, no podía parar, debía llegar antes que...Un desnivel del camino le hizo dar un traspié, perdió el equilibrio y cayó. Sus pies buscaban el suelo, quería levantarse pero no podía, seguía cayendo a gran velocidad, a una velocidad de vértigo. No recordaba que hubiese ningún precipicio en ese bosque por el que llevaba años paseando. Un fuerte golpe en la espalda le produjo un intenso dolor y gritó. De pronto aparecieron seis lunas y una luz blanquecina lo cubrió todo. Tenía frío, un frío intenso que iba paralizando su cuerpo a gran velocidad. Quiso gritar pero ningún sonido salió de su garganta. Las lunas fueron desapareciendo hasta que todo quedó oscuro. No podía moverse. Prestó atención, había oído algo como un pitido, ¿un zumbido? ¿Qué podía ser aquello? ¿Había alguien cerca? ¿Por qué no le ayudaba a levantarse? Pudo escuchar unos sonidos metálicos y quiso extender su brazo para agarrarse, no sabía muy bien a qué, pero necesitaba levantarse y seguir corriendo, no podía quedarse en el bosque. ¿Dónde estaba la luna llena? Todo estaba envuelto en la oscuridad. Pasos, sí, ¡por fin alguien se acercaba! "Menos mal - pensó- me verá en el suelo y me ayudará a levantarme. Pero ¿qué es esto? ¿Por qué me han tapado el rostro?". Oyó como los pasos se alejaban y tras ellos una puerta se cerró y entonces supo que ya NO podría correr más.

FIN