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O N T A N D OCAMBIOSCuando el cambio es más que una cuestión de magia

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CONTANDO CAMBIOS

Primera ediciónBogotá - Colombia

2013

AUTORES

Camilo GutiérrezCiro Pérez

Henry OlayaIván MayorgaMarcela Tovar

María F. FigueroaRicardo Montoya

Rodolfo CanoRossana Palacios

DIAGRAMACIÓN Y FOTOGRAFÍAMiguel Páez Pacheco

DIRECCIÓN EDITORIALRossana Palacios

Siro Pérez P.

DISTRIBUCIÓNCll. 100 No. 8A-37 torre A Of. 307

Bogotá-ColombiaTel. (57-1) 218 3968

www. changeamericas.com

REALIZADO PORJAGUAR GROUP PRODUCCIONESCr. 47 No. 174A-63 Bogotá-Colombia

Tel. (57-1) 527 3298

IMPRESO PORLINOTIPIA BOLÍVAR

Bogotá-Colombia2013

ISBN 135293

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin autorización del autorDerechos Reservados©2013

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Enterprise & Life Change Tales

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ÍNDICE

Prólogo...........................................................................................................11k9

Mientras Llueve.............................................................................................14por Ricardo Montoya ¿Será que nació así?....................................................................................20por Ciro Pérez

Los Mitos del cambio...................................................................................32 por Rossana Palacios

Cambiar o Caer..............................................................................................38 por María Fernanda Figueroa

Quisiera cambiarlo y no se deja...................................................................46por Marcela Tovar

¿Y por qué?....................................................................................................56por Henry Olaya

Criticar es la mejor defensa..........................................................................60 por Iván Mayorga

Rápido y ya….................................................................................................66por Camilo Gutiérrez

Mi perro se hace en la casa..........................................................................72 por Rodolfo Cano

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La mente en blanco......................................................................................76por Ricardo Montoya

Cuestión de Fonética...................................................................................80por Ciro Pérez

Sesión de Terapia.........................................................................................84por Ciro Pérez

Una visita no tan inesperada.......................................................................88por Rossana Palacios

Algo más light...............................................................................................94por Rossana Palacios

El entregable.................................................................................................98por María Fernanda Figueroa

En casa de herrero......................................................................................104por Marcela Tovar

Mirándonos al espejo.................................................................................108por Rodolfo Cano

Cuestión de semáforos..............................................................................118 por Ricardo Montoya

Nadie te puede hacer daño........................................................................124por Ciro Pérez

Ejercicios para creativos...........................................................................128por Rossana Palacios

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Los cambios no se darán como se piensan.............................................132por Rossana Palacios

Imagínate un K9..........................................................................................138por María Fernanda Figueroa

Como por arte de magia.............................................................................144por Marcela Tovar

El ingrediente que hace la diferencia.......................................................164por Henry Olaya

Siembra mi pasto........................................................................................168por Rodolfo Cano

Musicophilia............................................................................................... 174por Ciro Pérez

Azul y Rojo..................................................................................................182por Rossana Palacios

Cambiar para no morir...............................................................................186por María Fernanda Figueroa

Al otro lado de la calle................................................................................192por Marcela Tovar

Cambios inesperados.................................................................................194por Iván Mayorga

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PRÓLOGO Este libro �ene la energía que da la capacidad de soñar, de mantener la esperanza, la ilusión y el asombro; también �ene un poco de mi humor y mis frustraciones; sobre todo �ene mucho de visión, conocimiento, sen�miento y experiencia. Son historias tristes, felices, lentas, rápidas, emo�vas y pragmá�cas que provienen de casi dos décadas de mi vida par�cipando en procesos de desarrollo organizacional. De mi camino profesional conociendo múl�ples empresas en diferentes sectores con dis�ntos �pos de líderes, equipos direc�vos y colaboradores. Son el recuento de las muchas veces que triunfé y las también muchas en las que me equivoqué. “Contando Cambios” es el resultado de varios momentos, días y horas vividas por un expedicionista que ha caminado por el mundo realizando procesos de desarrollo organizacional, cambio y transformación cultural, desarrollo de liderazgo y coaching, ayudando a personas en el camino de ser mejores cada día. Un expedicio‐nista asombrado por tantas oportunidades de tocar la vida de tantas personas, un expedicionista es como mejor me he podido definir hasta hoy en día. A lo largo de este, mi libro, se encuentra un conjunto de experiencias alrededor de cambios empresariales así como diversos personajes que han equilibrado su vida familiar usando las mismas destrezas del mundo corpo‐ra�vo. Con el �empo he comprendido que las personas mueven el cambio desde su cerebro y desde su corazón; también he aprendido que ese mismo cerebro que no puede diferenciar entre ilusión o realidad, ese que dis‐para el flujo de emociones que entran y salen del “corazón” y se sienten en todo el cuerpo, finalmente no hace dis�nción entre el trabajador y el padre o madre que ve por sus hijos, el hermano que lucha por sus padres y el novio enamorado que �enen la ilusión de compar�r una vida. He aprendido que el cambio es integral y las decisiones para cambiar son individuales, tanto como las mo�vaciones. No pretendo ser fundamentalista, convencer de una creencia o vender una metodología. En realidad he mez‐clado dis�ntos conocimientos que van desde la antropología, neuroliderazgo, psicología social, psicología cogni�va hasta los úl�mos avances de la neurociencia, brindando la oportunidad de que cada quien saque

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sus propias conclusiones. De hecho creo que este libro es ecléc�co y absolutamente abierto a todo �po de enfoque. Cada hoja es un compendio de experiencias abordadas desde dis�ntas y maravillosas maneras de ser. Es posible palpar mi espíritu que dejo salir como un preciado regalo para cada lector. Como regla general de mi vida, respeto las diferentes maneras de ver el mundo y el es�lo al expresarlas. Solamente agrego un punto de par�da; una pregunta para comenzar a producir; simple, pero divergente: ¿Qué hace que algunas empresas y/o personas cambien fácilmente y otras no? De esta manera, en “Contando Cambios” no se encuentran mora‐lejas o lecciones, éstas se construyen a través de lo que comparto. Alguien más será el escritor del final. Ya sea que se u�lice como texto guía, documento de consulta o simplemente como un momento de reflexión personal estaré completamente sa�sfecho si al final de cada historia hubo alguien que fortaleció sus propias respuestas acerca de la dinámica del cambio personal, organizacional y cultural. Agradezco a cada una de las personas que hicieron parte de este sueño, que han confiado en entregarme parte de su historia, vida, logros y esperanzas, con el fin de que pudiera aprender o tal vez desaprender sobre el cambio en todas sus dimensiones.

K nueve K9, un hombre que reúne como una caja de

sorpresas lo que cada autor ha vivido en su tra‐yectoria profesional y personal.Nueve apasionados por el cambio que eligieron el desarrollo de las personas como la pasión de sus vidas y que por causa del des�no tuvieron un

punto común en Change Americas. Nueve apasionados que se funden en un único personaje.

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Ricardo Montoya

Comunicador Social y periodista egresado de la universidad de la Sabana‐Bogotá, espe‐cializado en producción audiovisual en Madrid (España). Actualmente es candidato a Magister en Pensamiento Estratégico y Prospec�va de la universidad Externado de Colombia‐ Bogotá.Profesional cer�ficado en coaching transfor‐macional, docente universitario, nueve años de experiencia como estratega, consultor, formador y facilitador en dis�ntos sectores de la economía colombiana.A través de su carisma como emprendedor y don de gentes Ricardo lidera los procesos de inves�gación, desarrollo estratégico y académico del grupo Change Americas.Aficionado a los deportes extremos, como escalar, hacer ra�ing y la espeleología. Le encanta viajar y la buena mesa; le envidia a los vampiros que no necesitan dormir, ya que de esta manera podría leer todos los libros que quisiera. Su padre falleció hace 5 años y este proceso de cambio le ayudó a descubrir que es lo importante en la vida. Prefiere que se digan cosas de él en el campo humano más que en el profesional, ya que el día de su muerte eso perderá toda importancia.

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ás de 15 minutos y no pasaba un solo Mtaxi desocupado. Es lo que sucede en esta ciudad cuando llueve tan fuerte

como ese día; repen�namente la lógica de no gastar innecesariamente se invierte y muchas personas deciden tomar un transporte cómodo para sobrellevar el aguacero.

De modo que tomé un bus, tan lleno que solo se me ocurrió pensar que Dante se inspiró en estos colec�vos para imaginarse el infierno de la Divina Comedia. Y seguro que esta señora de codo afilado, apretando mis cos�llas con una vehemencia que no se podía deber solo a la casualidad, con su mala cara podría presentarse a la audición para el papel de algún demonio y sería recibida con los brazos (y codos) bien abier‐tos.

Ahí estaba entonces, haciendo esfuerzos para evitar un contacto �sico que mi demoníaca vecina pudiera malinterpretar. Reconozco que

así como hay personas con delirio de Mesías, que buscan a cualquier ciudadano en desgracia para salvarle el mundo, yo tengo delirio de ar�s‐ta en busca de su musa y soy igual de insistente e irracional cuando la ciudad me guiña el ojo y pone frente a mí algún personaje que me hace sen�r escritor en potencia.

Su presencia me resultó magné�ca; era una mujer que se acercaba ya a los cincuenta ves�da de una forma muy sencilla que, sin embargo, no le quitaba fuerza a la dignidad que transmi�a su cara. De hecho, casi daba la impresión de ser una persona a quien le había tocado ves�rse de una forma dis�nta a la usual, como si estuviera pagando la penitencia de algún juego con sus amigos. Esta era una posibilidad absurda, claro, porque aquella señora tenía pinta de todo menos de jugar a la verdad o se atreve y menos en un día laboral. Y sobre todo esa forma de sostener con fuerza aquella bolsa plás�ca con sus dos manos, la fuerza que se ve en los niños al cuidar ese regalo con el que han soñado de manera compulsiva toda la semana antes de su cumpleaños y que finalmente ob�enen. La fuerza de alguien que sujeta a otro alguien muy querido con el cual acaba de reencontrarse por casualidad, luego de tanto �empo.

Bau�cémosla Rubiela, pensé. E imaginemos que

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en esa bolsa Rubiela lleva escondidas, con mucho recelo, hojas en las que escribe poemas en los descansos de su larga jornada en la lavan‐dería del hotel donde trabaja.

Rubiela llega casi a las 6:30 a.m. y realiza una jornada de 10 horas. Hoy terminó un poco antes porque su esposo llega de la mina donde trabaja en un lugar lejos de su hogar y ella quiere prepa‐rarle una sorpresa de bienvenida. Marina, su compañera en el trabajo desde hace casi 5 años le cubre la espalda y la ayuda a irse temprano. En el camino, Rubiela compra dulces en un kiosco cerca al hotel y los guarda en su chaqueta.

Los poemas duermen cómodos el trayecto com‐pleto entre las hojas dobladas en varios cuadra‐dos. Son poemas listos a salir de su letargo ante el ojo atento de un lector; Rubiela desea que, esta noche, su esposo sea ese lector. Varios de ellos los ha escrito para él y no solo hoy sino en todos estos 12 años de matrimonio. Hojas, libros casi, llenos de poemas a través de los cuales Rubiela descarga aquello que lleva consigo de forma secreta por mucho �empo: el deseo de ser poe�sa desde que ganó aquel concurso en el colegio y descubrió que su mamá estaba equivo‐cada cuando le decía que ella era una buena para nada.

Ese día empezó su amor por la alquimia que per‐

mite crear la realidad a punta de juntar letras. Gracias a ellas Rubiela imaginó mil mundos, mil historias, dirigió y protagonizó todas las pelícu‐las de su vida; una vida llena de aventuras y opciones, una vida que se man�ene firme, real, palpitante en esas hojas que sujeta con fuerza.

Miro a Rubiela y la respeto con reverencia. Años de pasión y perseverancia, ni uno solo de los golpes de la vida le ha arrebatado su amor por los poemas. Se man�ene con la insistencia pro‐pia de los que no �enen más alterna�va. Nadie, ni siquiera su esposo que cree conocerla, se ima‐gina cómo aprovecha los minutos de cada rece‐so en el trabajo para desdoblar los cuadrados de sus hojas y pulir sus poemas o añadir frases. Y hoy lleva unas poesías especiales para Manuel. Cuatro meses de no verlo y años desde la úl�ma vez que se animó a recibirlo con poemas luego de una jornada de trabajo. Él le ha sugerido varias veces buscar a alguien que le ayude a publicarlos, o abrir una cuenta de correo elec‐trónico para enviarlos a alguna parte donde algu‐na persona los pueda leer y le diga qué opina de ellos.

Así como ama a su esposo, así mismo le encanta la posibilidad de ver sus escritos en manos de otras personas y saber que disfrutan y se iden�‐fican con ellos. No se lo ha contado a Manuel pero ella abrió hace rato la cuenta de correo con

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la ayuda de un recepcionista del hotel. Tampoco le ha contado que no ha enviado nada.

Alguien tan capaz de mantener escondida su pasión por la escritura, claramente �ene tam‐bién la habilidad de mantener bien guardado su miedo al rechazo. ¿Quién quiere que deses�‐men o ridiculicen aquello que lo ha mantenido conectado con la vida? El mayor temor de Rubie‐la es recibir palabras desobligantes, mordaces, groseras contra su poesía.

¿Cómo sobrevivir a la posibilidad de escuchar que aquello que ha sido su amor, su impulso vital, no sirve para nada? ¿Cómo seguir levan‐tándose todos los días a sobrevivir la ru�na si le dicen que su razón de vivir es fú�l y mediocre?

Rubiela suspira, mira por la ventana del bus y ve en el andén un grupo de adolescentes riéndose y haciendo entre ellos. Quizás alguno bromas esté enamorado y, quizás, uno de sus poemas puede ser la forma perfecta para llegar a la per‐sona que quiere. Si tuviera la mitad de coraje que �ene en perseverancia, Rubiela sacaría una de las hojitas y se la lanzaría a estos jóvenes como un salvavidas.

Pero no ha tenido coraje en todos estos años; no ha vencido el miedo primario que le impide hacer algo con su creación. Quiere que otras

personas la disfruten pero imaginarse el rechazo es una fuerza poderosa que la ha mantenido inmóvil. Rubiela no sabe que mañana ella y sus compa‐ñeros recibirán una conferencia en el hotel donde les hablarán sobre afilar la sierra¹. La idea básica consiste en hacer compromisos de creci‐miento personal en áreas como el cuidado �sico y el desarrollo mental, espiritual y emocional. El conferencista les pedirá definir una sola cosa, algo sencillo, para hacer a par�r de hoy como un compromiso con ellos mismos.

El primer impulso de Rubiela será escribir algo para salir del paso; una tontería que pueda botar fácilmente en la primera caneca que encuentre. Sin embargo, ese impulso cambiará cuando el conferencista les hable acerca de ser fiel a uno mismo hasta el final y les cuente la historia de Anna Mary Robertson conocida como la “abuela Moses”, quien empezó a pintar a los 70 años y en la década de los 40 pasó de exhibir sus cuadros en pequeños locales cercanos a su casa, a las galerías más importantes de Estados Unidos y Europa.

Autodidacta, viuda, madre de 10 hijos de los

1. Afilar la sierra es un concepto de Stephen Covey. Siete hábitos de la gente altamente efec�va.

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cuales cinco murieron durante su infancia, la “abuela” Moses se convir�ó en una de las ar�s‐tas más importantes del arte popular estadouni‐dense del siglo XX. Animada por las agradables sensaciones de la velada con su marido la noche anterior, Rubiela sen�rá fascinación por esta historia y la apropiará para tomar el impulso que le faltaba.

Querrá hacer algo con sus poemas, además de atesorarlos para su próximo encuentro con Manuel. Se acercará al conferencista y le contará que su plan de acción para afilar su sierra será escribirle a alguien que pueda leer y darle un concepto sobre sus escritos.

Como ésta es mi historia y Rubiela mi personaje, el conferencista no le dará ninguna solución que nos lleve a un final de película hollywoodense; él le dirá que no �ene idea pero que defini�vamen‐te debe u�lizar Internet para encontrar esos contactos. Mañana, Rubiela se irá a casa una hora más tarde de lo acostumbrado porque se sentará en la sala de Internet del hotel y apren‐derá a buscar información; aplicará la misma perseverancia de escritora que inves�ga quién y dónde leerá sus poemas.

Ya voy a bajarme; observo a Rubiela y veo una sonrisa y un brillo dis�nto en sus ojos. Me gusta‐ría acercarme, pedirle uno de los papelitos que

están en la bolsa, comprometerme a buscarla en el hotel para contarle cómo me parecieron sus poemas. Pero quizás se rompa la magia, quizás Rubiela se llama Esther o Sandra. Quizás lleva años trabajando en el área de Servicios Genera‐les de una empresa grande. Quizás es viuda. Quizás soy muy �mido para hablar con extraños y prefiero a sus alter ego, creados por mi imagi‐nación de pseudo ar�sta.

Me bajo del bus y volteo a mirarla; ella sujeta la bolsa con fuerza y no puedo evitar decir una ora‐ción para que le vaya bien. Pido con fuerzas a la vida, a Dios, a la energía cósmica, al indio amazó‐nico, a lo que sea, que Rubiela encuentre la fuer‐za para hacer algo con su talento; que logre ven‐cerse a sí misma y salir fuerte y sonriente de la limitación que se ha auto impuesto.

Pienso en lo mucho de autobiogra�a que puede tener una historia inventada. Mientras camino para llegar a la casa decido afilar mi propia sierra y hacer algo con mis autolimitaciones a par�r de ya mismo. Quizás en algún universo paralelo, un día de lluvia, Rubiela y yo compar�remos puesto en un bus y nos contaremos lo que ha pasado en nues‐tras vidas, desde el día en que nos conocimos.

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Ciro Pérez Jaimes

Con su personalidad ágil, donde combina su

vena académica y de empresario ha logrado

desde niño ponerle un tono diferente a su vida.

Detrás de ese hombre serio, inves�gador y

amante de la lectura, está ese ser sensible, cari‐

ñoso, sincero y alegre que aprendió a ser feliz

diciendo lo que piensa y transmi�endo lo que

sabe a los demás.

Economista de la Universidad el Rosario de

Bogotá, MBA‐ Master en Administración de

Empresas y liderazgo estratégico, coach ejecu‐

�vo, especialista en ges�ón de cambio MIT

Sloan School of Management.

Conferencista Internacional en desarrollo orga‐

nizacional, liderazgo y ges�ón del cambio,

docente universitario. Presidente Ejecu�vo de

Change Americas. Co‐creador de la metodolo‐

gía internacional de ges�ón del cambio avalada

por el Ins�tuto Europeo de postgrados.

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eis de la tarde, un campus universitario y S40 alumnos de postgrado hambrientos de conocimiento esperan por una conferen‐

cia de Cambio y Neuroliderazgo en la Universi‐dad. Yo, el “famoso” conferencista, a pesar de haber preparado con muchos días de an�cipa‐ción este evento, aún repaso en mi mente la línea conceptual y las posibles preguntas que estos profesionales podrían hacerme. Como la mayoría de los profesores, también quiero tener todas las respuestas.

En medio del evento, uno de los par�cipantes relata con angus�a la historia de un empleado en la organización que se resiste por principio a cualquier nueva idea. Lo hace con tal vehemen‐cia, que su sen�miento de impotencia logra contagiarnos:

‐ No se imaginan. Este �po dice primero: “NO ES POSIBLE” y luego pregunta de qué se trata. No importa cuál sea el planteamiento, su primera

opción es una nega�va. Se la pasa diciendo que estamos locos. Le cambiamos su silla por la úl�‐ma versión ergonómica y dijo que queríamos hacerle un daño; que no habíamos considerado que él llevaba años adaptándose a su silla y que le estábamos causando muchos problemas. Después de todo este escándalo nos dimos cuen‐ta que los problemas eran para nosotros, pues habló de demandas y de muchas cosas más.

Oí hace algún �empo que hay personas que para cada problema �enen una solución, mientras otras, para cada solución �enen mil problemas. Este parecía ser uno de esos casos.

El relato con�nuó:

‐ ¡Yo creo que era así desde pequeñito! Repe�a. Me lo imagino en pañales diciéndole a su mamá que le está haciendo un daño al cambiarlo por‐que se ha mojado o rechazando el tetero porque no es lo que él esperaba…

‐ Yo, defini�vamente, creo que este �po nació así ¡y ya no �ene arreglo!!!

Cuando miré de nuevo a mi auditorio, había 5 manos levantadas, 5 personas ansiosas por hacer preguntas. El primero en hablar lanzó la

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pregunta a la que yo tanto temía. Esa para la que no tenía una respuesta: ¿Eso es posible Profe‐sor?, ¿Uno puede nacer resistente al cambio?

Mi reacción inmediata fue ganar �empo, mien‐tras ordenaba mis pensamientos… Entonces dije:

‐ Por favor discutan en parejas durante 2 minu‐tos: ¿Qué opinan? ¿En realidad es posible nacer resistente al cambio?

Lo que siguió fue una división natural: los que estaban de acuerdo y los que estaban en desa‐cuerdo… pero en términos generales nada con‐cluyente. Una hora de mucho bla bla bla… y por fin, me salvó la campana.

Manteniendo mi dignidad de docente, le pedí a mi auditorio que me permi�era estructurar conceptualmente una respuesta, aduciendo las muchas variables que intervenían en ella. Pro‐me�, entonces, analizar el cues�onamiento y publicar una respuesta contundente.

Solo 4 días para encontrarla…

Es mejor pensar en casa

Llegué a mi casa y al entrar en mi habitación vi la imagen dulce de Catalina, mi esposa, la mamá de mi bebé, el que estaba a punto de nacer. Tenía 6 meses de embarazo y en esa barriguita, todas mis ilusiones y mis alegrías. Lo deseamos tanto… lo esperamos con tanto cariño…

Estaba engolosinado con esta imagen ¡hasta que todo hizo corto circuito, como en las películas cuando la escena se interrumpe con un rechinar y una imagen congelada!!! ¿Y si mi hijo nace resistente al cambio? No. Eso no es posible, yo sé mucho de cambio, ¡Catalina también! ¡No, no es posible!

¿Y si lo fuera?

Fue tal mi cara de angus�a académica, que Catalina, con toda su intuición y conociéndome como me conoce, me preguntó enseguida: ¿Pasó algo?

Respondí inmediatamente: ¡Sí! Tenemos pro‐blemas, ¡nuestro bebé puede nacer resistente al cambio! ¿Qué vamos a hacer?

Catalina no pudo evitarlo y se rio a carcajadas.

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Espera, me dijo, ¿por qué estás diciendo eso? Ven, tranquilo. Cuéntame qué pasó y lo resolve‐remos juntos…

¿Se dan cuenta?, hay personas que para cada problema �enen mil soluciones.

Le conté mi historia y entonces comenzó la “dis‐cusión en parejas” que había solicitado en clase. Esta vez éramos Catalina y yo.

¿Por dónde empezamos?, dijo ella.

Yo respondí: ¿Sabes?, creo que me preocupé de más. No es posible que alguien nazca resistente al cambio. Lo sé desde que tenía 7 años. Recuer‐do bien que me acerqué al mueble en donde mi padre colocaba sus libros, tomé uno, de esos que él subrayaba con color azul turquesa, me detuve en una de sus páginas y leí: “según Aris‐tóteles, el bebé nace tamquam tabula rasa “tan‐que tabla rasa en la que nada hay escrito”.

Aristóteles lo dijo: mi bebé no podrá nacer resis‐tente al cambio.

Catalina veía la ventana, mientras las gotas de lluvia caían lentamente sobre los vidrios del apar‐tamento.

Yo agregué, pensando en las líneas subrayadas por mi padre en aquel libro, seguramente eso contribuyó enormemente a que me interesara desde muy niño por la inves�gación de temas que a veces me confundían:

‐ Sí Cata, me estoy preocupando de más. El �po dice que “el conocimiento comienza en los sen�‐dos, el bebé va aprendiendo a través de sus sen‐�dos y se va incorporando en la sociedad”.

Me quedo mirando las mismas gotas de lluvia que veía atentamente Catalina y concluyo que este efecto de tabla rasa era, según Aristóteles, la prueba reina que demostraba que el individuo no nacía resistente al cambio y por consiguiente su necesidad de zona de confort era generada por es�mulos aprendidos en el ambiente externo.

Catalina rompió su silencio y me cues�onó sin ánimo de preocuparme, pero me preocupó:

‐ Mi profesor de secundaria decía otra cosa, “el primer deber del hombre inteligente es reafir‐mar lo obvio”. ¿No te parece que llegaste muy fácil a esa respuesta? ¿Estás seguro? Por lo que sé, a través de los �empos muchos psicólogos, antropólogos, filósofos e incluso charlatanes han escrito largos tratados para desvirtuar la

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famosa Tabla Rasa de Aristóteles. Me sen� tentado de nuevo a solicitar una “discu‐sión en parejas” o a hacer sonar una campana, mientras encontraba cómo refutar esta teoría, pero éramos Catalina y yo. O sólo yo.

Entonces dijo:

‐ Fíjate, en el colegio fui descubriendo que no todos los seres humanos piensan y sienten igual. Las�mosamente, ni en clase de biología, ni en química ni mucho menos en religión o é�ca, recuerdo que nos explicaran las razones fisioló‐gicas del por qué somos diferentes.

Si Aristóteles tuviera razón, ¿por qué en mi misma casa, y aunque mis hermanos comían los mismos frijoles, éramos tan diferentes?

¿Acaso la sociedad no era la misma? ¿Acaso tra‐tar a los demás con respeto no significaba ser directo? ¿Sería que mi tabla rasa se había afec‐tado en el proceso de aprendizaje?

Tienes que aceptarlo, nuestro bebé podría nacer resistente al cambio, pero no te preocupes, vamos a enseñarle muchas opciones y ésta es sólo una posibilidad.

Mientras ella lo decía yo me entretenía de nuevo con las gotas de lluvia en la ventana. Y de pronto, me convencí: la neurociencia estaba en contra de Aristóteles. Concluí que la famosa frase de cajón tenía sen�do cuando no se habían desarrollado tecnologías que demuestran lo contrario, pero ahora…

‐ ¡Ay Cata!, �enes razón. La neurociencia me permi�ó descubrir por primera vez por qué la Tabla Rasa de Aristóteles fue una propuesta arriesgada para su época pero muy lejos de la realidad que hoy conocemos gracias a las tecno‐logías de punta de la imagenología, por ejemplo, los estudios de EEG, que miden la ac�vidad eléctrica cerebral.

Catalina interrumpe con ansiedad y alegría.

‐ Mi vida, dijo con ternura, mañana tenemos cita con el médico. Me van a hacer la úl�ma ecogra‐�a. Ojalá pudiéramos ver el cerebro del bebé.

La discusión había terminado por esa noche, pero faltaba mucho para llegar a la conclusión contundente que había prome�do.

Contra todo pronós�co, dormí como un bebé. Como un bebé que no es resistente al cambio.

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Un día más de discusión

Un nuevo día, más especial que los demás. Era el día de la ecogra�a. Estaba seguro de poder ver algo del cerebro de nuestro hijo.

“El mundo está lleno de pequeñas alegrías, el secreto reside en saber descubrirlas”, le dije a Catalina acomodando en mi male�n los temas del día. Encontré la nota escrita adjunta a la cita que nos dio el obstetra: “El 15 de mayo te vamos a realizar una ecogra�a, para comprobar que el bebé está perfectamente formado y descartar alteraciones cromosómicas, posibles anomalías estructurales, verificar su tamaño y su posición y algo muy importante, descubrir su sexo.”

Parece un milagro, le dije a Catalina, qué gran cambio de la ciencia y pensar que cuando yo nací apenas se daban los primeros pasos de las eco‐gra�as en �empo real.

Con gran entusiasmo nos dirigimos al consulto‐rio en el que un médico con cara de catedrá�co nos atendió muy gen�lmente apenas llegamos. Quedamos maravillados al ver ante nuestros ojos la imagen de nuestro hijo. El médico nos explica cómo su cerebro se va desarrollando a pasos agigantados y cómo sus neuronas se mul‐

�plican a una velocidad asombrosa. Además, nos muestra en un monitor cómo ya se han for‐mado las estructuras necesarias para procesar información.

‐ Catalina ¿puedes creer que a par�r del sexto mes, el bebé en el útero puede llegar a dis�nguir los olores de los perfumes que te aplicas? – dijo el médico.

Catalina sonríe

Viendo el monitor soy tes�go de su desarrollo cerebral, de cómo sus movimientos ganan en coordinación, mueve sus manos, ya mide 23,5 cen�metros y pesa 435 gramos.

Veo que �ene fuerza muscular, se mueve dentro con energía propia.

De pronto, algo muy importante: confirmado, ¡será una niña! En ese instante miro a Catalina, pronunciamos el mismo nombre: Mar�na. Así se llamará nuestra bebita.

Salimos eufóricos del consultorio después de ver en vivo y en directo a nuestra nena y una vez más pude comprobar que el valor de las cosas no está en el �empo que duran sino en la intensidad

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con la que se viven.

Si un embrión en el útero puede producir 8.000 células por segundo y muchas de ellas son célu‐las neuronas, ahora nos es más claro entender que desde el útero, el embrión produce conexio‐nes sináp�cas, le dije a Catalina cuando nos subíamos al carro en el parqueadero del centro médico. Nacemos con miles de conexiones que predeterminan nuestros gustos. Entonces creo que sí nacemos resistentes al cambio. Mar�na se resis�rá como el señor del ejemplo de mi estudiante, ¡hasta al cambio de pañal!

Catalina no podía creer que yo siguiera pensan‐do en eso, pero me seguía la corriente:

‐ La verdad, hoy pienso que no es cierto. Nuestra especie no puede estar condenada a ser resis‐tente al cambio desde el nacimiento. Además, ¿viste la cara de Mar�na?, es un ángel, no va a resis�rse al cambio, a menos que lo aprenda con los años.

Se habían inver�do los papeles, ahora era yo quien estaba seguro de que nacemos con so�‐ware preinstalado y que si intentan cambiarlo, nos resis�remos de manera natural.

Entonces dije:

‐ Está claro, como afirmé. Por un momento imagina que estas conexiones que generan información para el cerebro, están preinstaladas en nuestras redes neuronales por siglos. Lo dije en mi úl�ma conferencia, filogené�camente tenemos información que nuestra especie u�li‐zaba incluso en la época de las cavernas. ¡Con razón somos resistentes al cambio desde que nacemos!

Para colmo de males yo tenía información adi‐cional:

‐ ¿Recuerdas la anécdota de ayer con mi sobrina Zarita, su forma de reaccionar cuando le quite las llaves del auto? ¿la forma de reaccionar ami‐gablemente cuando se las cambié por un dulce?

‐ ¿Acaso alguien le enseña a los bebés a parpa‐dear? ¿o les enseñan a dilatar las pupilas cuando perciben peligro? Simplemente nacemos con un so�ware que nos permite sobrevivir.

‐ Muchas de esas redes neuronales se ubican en el cerebelo y son consideradas nuestra tabla de salvación gené�ca.

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Catalina se sorprendió y se alistó para oír una hora de mis acostumbrados discursos. Era una preparación para la respuesta contundente que estaba buscando.

‐ No en vano, con�nué diciéndole, múl�ples estudios de comportamiento y personalidad como los de Isabel Brigg Meyers, William Mars‐ton o Hans Eyseck, entre otros, han terminado por demostrar que nacemos con patrones con‐ductuales preinstalados.

Entonces la teoría de la Tabla Rasa es destruida por las evidencias de las nuevas tecnologías, especialmente las de imagenología cerebral.

Decidí no pensar más en ello, sabía que faltaban más fuentes, pero no quería agotarme. Pensé que en la noche todo sería más claro. De nuevo, contra todo pronós�co.

Venía el fin de semana y solo necesitaba disfru‐tar de la idea de ver los ojos de Mar�na por primera vez. No tenía de qué preocuparme, el amor es el mejor alimento para los hijos y eso sería suficiente para manejar su resistencia, si era posible que naciera con ella.

Y faltaba la fisiología

Llegué a la oficina dos días después. Listo para leer, los lunes son perfectos para ello. Ya llevaba cerca de una hora leyendo cuando me encontré a un amigo‐ratón. Sí, al ratón de biblioteca que vivía en uno de los escritorios de nuestra compa‐ñía. Henry, una de esas personas que vive para leer. Puedes preguntarle acerca de cualquier tema o de cualquier libro, ¡él los ha leído todos! Y parecía el perfecto para hablar de este tema.

‐ Henry: Te veo muy contento dijo él. ¡Qué bue‐no!

‐ Yo: Sí, estoy preparando un ensayito y tengo un tema en la cabeza que me está quitando el sue‐ño. Necesito una ayuda, ¿�enes �empo?

‐ Henry: Claro, aseguró… mientras sacaba su Kindle, una biblioteca portá�l en la que �ene toooodo lo que necesita.

‐ Yo: Es sobre fisiología y resistencia al cambio. Estoy tratando de establecer si Mar�na nacerá resistente al cambio.

‐ Henry: Jajaja, yo también estaría preocupado por eso, es lo más importante – dijo sarcás�ca‐

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mente‐ Otros temas como el parto, la educa‐ción, la crianza, los gastos, el mundo, las noches en vela y todo lo demás no �ene relevancia. Y rio nuevamente…

‐ Yo: Entonces contextualice… Es una pregunta de mis alumnos… Una de esas di�ciles de res‐ponder… y le conté la historia.

‐ Henry: Pues ¿sabes? anoche estuve leyendo y creo que sí. Mar�na va a nacer resistente al cambio, así que prepárate. Además serás tú quien cambie los pañales. Sonrió mientras lo decía y me miro de reojo, calibrando mi respues‐ta no verbal.

‐ Yo: ¿Qué leíste? pregunté aunque ya estaba convencido y resignado.

Respondió con cara de profesor y yo estaba aten‐to, con cara de alumno:

‐ Henry: La fisiología es la clave para entender cómo funciona la estructura química del cerebro y del cuerpo. Gracias a esta ciencia entendemos que todos los pensamientos producen neuro‐transmisores o emociones.

Sí, todos los pensamientos producen emociones

afirmé como quien sabe lo que va a decir.

‐ Henry: Todos los pensamientos producen emo‐ciones, repi�ó, esto es verdad, incluso en los bebés recién nacidos. O ¿acaso no te produce una sensación de vacío el solo recordar la expe‐riencia de la úl�ma montaña rusa que disfrutas‐te en el viaje a Orlando?

‐ Yo: ¿Leíste sobre cómo funciona esto de los neurotransmisores? ‐ repliqué.

Abrió su Kindle y respondió como aquel que sabe al derecho y al revés la lección:

‐ Henry: ¿Has oído hablar del hipotálamo? Es importante que lo sepas para que me puedas entender.

‐ Yo: En mis clases de anatomía del bachillerato recuerdo que me enseñaron que es un área del cerebro y que es el centro integrador del sistema nervioso vegeta�vo… dije con �midez.

‐ Henry: Es cierto, dijo, pero, para que me en�en‐das y haciendo un esfuerzo para hablar en tu idioma, vamos a pensar en el hipotálamo como el “bartender” del cerebro.

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Já, ¡Ahora sí lo tenía claro! ¿Qué?, ¿un “barten‐der”? Henry, el que jamás se toma un trago, ¿cuántos se había tomado? ‐ Pensé, pero obvia‐mente no dije nada, solo puse cara de “cuénta‐me más”

‐ Henry: Así es, el hipotálamo recibe instruccio‐nes de los neurotransmisores y produce múl�‐ples cocteles. Es así como el mojito de la alegría o el Mar�ni de la rudeza se producen de manera acelerada. Pero si quiero más mojitos de la alegría ¿qué debo hacer? Pregunté en tono jocoso.

‐ Henry: Simple, respondió, cambia tus pensa‐mientos y cambiarán tus cocteles.

Veamos cómo funciona: los neurotransmisores se encargan de solicitar al hipotálamo (“barten‐der” del cerebro) la producción de ciertas estructuras químicas llamadas pép�dos. Estos pép�dos que en esencia son estructuras quími‐cas se dispersan a través del torrente sanguíneo y �enen como obje�vo es�mular la producción de hormonas o es�mular células alrededor de todo el cuerpo.

¿A todas las células? interrumpí.

‐ Henry: Si, las células del cuerpo pueden ser es�muladas por los famosos pép�dos cerebra‐les.

Y ¿qué pasa luego?

‐ Henry: Las células reciben este es�mulo y gracias a ese proceso se ven orientadas a la acción. Si el coctel producido es el mojito, pues ¡Eureka! tus reacciones y comportamientos muy seguramente serán posi�vos.

¿Y si las células se empiezan a acostumbrar al Mar�ni de la rudeza? ¿tendré que esperar gol‐pes?

‐ Henry: Se produce el efecto bucle, que no es otra cosa que el cuerpo exigiéndole al bartender (hipotálamo) que produzca los mismos �pos de pép�dos que inicialmente produjo. Así es como nos volvemos adictos. ¿El bartender podría comenzar a exigir heroína, cocaína e incluso la pornogra�a? ¿Y esto pasa también con pensa‐mientos depresivos?

Retomé mi puesto de profesor y dije con firme‐za:

‐ Yo: Déjame decirte que también es cierto con

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pensamientos de depresión, de alegría e incluso de dolor. De hecho, y en aras de la simplicidad, te agregaré que somos adictos a la base comporta‐mental preinstalada. En esencia somos ‐fisiológicamente hablando‐ orientados a la zona de confort. En otras palabras, a producir el mismo �po de estructuras químicas y por consi‐guiente a luchar consciente o inconscientemen‐te por mantener los mismos pensamientos, hábi‐tos, sen�mientos y emociones.

El día de la respuesta

Miré el reloj, ya eran las 4:00 de la tarde.

Salí de la oficina, prendí el carro y me dirigí a la Universidad con una respuesta contundente.

Al llegar, parecía que el �empo sólo se había detenido. Encontré la misma cara de mi alumno, con 40 caras atentas detrás. Desde luego me hizo la pregunta concreta. Doctor Pérez, ¿recuerda al señor de mi ejemplo? ¿será que nació así?

Comencé con toda la batería argumental que usted ya leyó en esta historia y le sugerí que esta‐bleciera sus propias conclusiones.

Después de ver su cara en “modo peluche”, esa

cara de estar adecuadamente confundido, le comenté: para mí �ene una explicación concre‐ta: cuando nuestro cuerpo habla somos resis‐tentes al cambio, por eso necesitamos ser más conciencia y menos cuerpo a la hora de empe‐zar a cambiar.

Misión cumplida, puedo volver a casa.

El tráfico está pesado, el carro de adelante �ene un letrero que dice: “Bebé a bordo”, la nostalgia se vuelve a asomar. Quedan tres meses para que nazca Mar�na.

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Rossana Palacios

Su vitalidad, inicia�va, entusiasmo e innova‐

ción que sabe combinar con su liderazgo per‐

manente son la punta de lanza de esta empre‐

saria Colombiana co‐fundadora del grupo

Change americas desde hace 16 años. Su apoyo

constante con el desarrollo de la visión empre‐

sarial ha sido pieza clave para lograr posicionar

las empresas del grupo. Para ella crear empre‐

sa siempre ha sido un reto que la ha impulsado

a generar ideas innovadoras.

Ingeniera Industrial egresada de la Universidad

Javeriana de Bogotá, MBA‐ Master Ejecu�vo

en Administración de Empresas, es la directora

de mercadeo del grupo empresarial Change

Americas y Directora Ejecu�va de Networking

Group, empresa de tecnología parte del Hol‐

ding. Con su es�lo ejecu�vo de “hacer que las

cosas sucedan” aporta permanentemente

soluciones crea�vas que han dejado huella.

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Los cambios nunca se darán como se piensan.

Todos tenemos la misma habilidad para cam‐biar.

Es posible cambiar a quien no quiere.Te lo aseguro, yo no soy resistente.Es imposible medir si el cambio se dió o no.La gente no es resistente al cambio, sino a que la cambien.Es más fácil ayudar a cambiar a alguien que cam‐biar uno mismo.Un pequeño efecto puede generar grandes cam‐bios.

A propósito, ¿qué es cambio?

Una corta y escueta palabra que encierra todo el esfuerzo de 9 autores y de muchos lectores por conectar con razonamientos, historias y anécdo‐tas alrededor de la misma cues�ón: cómo domi‐

narlo, entenderlo y ges�onarlo.

Por ahora empecemos por el principio, ¿qué es cambio?

La definición e�mológica del cambio

La palabra cambio viene del la�n cambium (hacer trueque, dar una cosa por otra). El la�n lo tomó del celta o del galo, emparentado con la raíz indoeuropea “kamb” con la idea de curva. Esta raíz la encontramos en las palabras “cama” y “gamba”.

De la palabra cambium nos llega cambiar (cam‐biare en la�n tardío), cambalache, cambiador, cambiable, etc.

La definición más formal y �picamente aceptada

“Cambio es el concepto que denota la transición que ocurre cuando se pasa de un estado a otro, por ejemplo: el concepto de cambio de estado de la materia en la �sica (sólido, líquido y gaseo‐so) o de las personas en su estado civil (soltero, casado, divorciado o viudo); o las crisis, o revolu‐ciones en cualquier campo de los estudiados por las ciencias sociales, principalmente la historia, que puede definirse como ciencia del cambio” wikipedia.

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La definición que nadie conoce

Cambio es una banda de rock de Filipinas, super grupo, integrada por Raimund Marasigan, Zaba‐la Buddy, Dancel Ebe, Mapa Diego y Kris Gorra Dancel

La asociada a la historia

El Cambio es un si�o arqueológico pertenecien‐te a la cultura Maya de la época precolombina. Está ubicado en la jurisdicción de San Juan Opi‐co, en el denominado Valle de San Andrés, a unos 2 kilómetros al sur de Joya de Cerén, en el occidente de El Salvador. Fue habitado durante el período preclásico tardío y deshabitado en 250 d. de C. por la erupción del volcán Lago de Ilopango. Fue rehabitado en el 650 d. de C., sien‐do entonces tributario de San Andrés hasta ser deshabitado defini�vamente hacia el año 900.

La académica

Diferencia en un valor o un acontecimiento pre‐visto. Los cambios más significa�vos de la gerencia de proyecto se relacionan con la defini‐ción del alcance, la disponibilidad de recursos, el horario y el presupuesto.

Los otros significados

- Precio que alcanzan cada día los valores objeto de contratación en cualquier mercado financie‐ro. Permuta de moneda nacional por su equiva‐lente en otra divisa.

- Es el precio que �ene una determinada mone‐da en relación con otra moneda extranjera. A la relación que existe entre ambas se le llama �po de cambio.

- Precio al que se negocian cada día los ac�vos financieros en los mercados regulados.

Las fundamentalistas

Cambio: devenir observado en el mundo (es decir, el hecho de que una cosa puede llegar a ser otra). Según Popper, se trata del problema planteado por los presocrá�cos y también del problema fundamental de la filoso�a de la naturaleza (cuyo lugar y función ocupó más tarde la ciencia).

“El cambio es la única cosa inmutable". Arthur Schopenhauer (1788‐1860); filósofo alemán. "Una experiencia nunca es un fracaso”

El cambio para Heráclito de Efeso: la afirmación del cambio, o devenir, de la realidad, ("Este cos‐

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mos no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se ex�ngue según medida.”) que se produce debido a la opo‐sición de elementos contrarios, que es interpre‐tada por Heráclito como tensión o guerra entre los elementos.

Las de opinión

Virtud femenina que sobreviene cuando un hom‐bre, luego de un gran esfuerzo, se pone de acuerdo con su mujer. De allí el adagio popular: “Nunca contradigas a una mujer. ¿Para qué… si a los cinco minutos se va a contradecir sola?”

Las de los clasificados

- Cambio lindo perro Doberman por mano orto‐pédica.

- Cambio secretaria de 60 por dos de 30.

¡Las nuestras!

- Marcela (¡ohh no!! Y ahora me toca pensar ¿qué es cambio??....) “Cambio es pasarse al otro lado de la calle”

- Henry, Bueno, para mí cambio es la capacidad que los miembros más influyentes de una

empresa desarrollan para anhelar una realidad diferente, persis�endo aunque no vean los resultados inmediatamente con la fe en cose‐char sus frutos más adelante.

Un pensador la�noamericano, Eduardo Galeano, dijo lo siguiente: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Enton‐ces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Entonces, nuestro papel es el de men‐sajeros de la utopía para que las organizaciones caminen….

- Ciro, Cambio es la habilidad que se necesita para lograr entender que la vida es compleja y el propósito de cada persona es volverla sencilla.

Experiencia sin conocimiento es ignorancia.Conocimiento sin experiencia es filoso�a.Conocimiento más experiencia es evolución.

- Mafe, Mira el reloj… toca tu corazón, piensa en los la�dos, piensa en el �c tac, estas cambiando, tu mente cambia, tu cuerpo cambia. En este ins‐tante estas cambiando, posees nueva informa‐ción. El cambio �ene que ver con el �empo, sucede cada milésima de segundo, es inevitable no cambiar… la cues�ón es que cuando cambias puedes hacerte mejor persona o no… eso sólo lo decides tú y si alguien me pregunta cuál es la

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definición de cambio, le podría decir que cambio es esa inmensa necesidad que tenemos los seres humanos de absorber conocimiento y crear, de crecer, de movilizar, de liderar y al fin y al cabo de marcar la diferencia.

- Siro, ‐ ahí va una que me gusta mucho‐ "El cam‐bio es una puerta que sólo puede abrirse desde dentro”. Terry Neill.

- Iván. Es la capacidad de adaptarse a lo que ven‐ga, es la capacidad de encontrar beneficios en cada cosa nueva, es la energía para reinventase día a día.

- Rodolfo, Cambio: proceso que se requiere para acelerar la adaptación del ser humano a un cam‐bio de condiciones… así sea él mismo quien gene‐ra el cambio.

- Camilo, Es la capacidad de adaptación de los equipos y las personas a las diferentes transfor‐maciones que sufra el medio ambiente interno o externo, mediante el aprendizaje.

- Ricardo, en los proyectos, la ges�ón del cambio es el aceite bienintencionado, para que las cosas fluyan mejor: comunicación, trabajo en equipo, liderazgo. En las organizaciones el cambio es aceptar que la flexibilidad y la adaptación al entorno son la mayor ventaja compe��va que

se puede tener; da igual lo que pase, estamos en capacidad de adecuarnos rápidamente y, en el mejor de los casos, a prever el cambio y actuar antes de que llegue o incluso a moldearlo. En la vida personal, el cambio es hacer uso inteligente del regalo que es el libre albedrío y actuar como diseñadores de nuestra propia vida (en la crea‐ción y rediseño constante de nuestra vida, para mí los socios son: la suerte, nuestras decisiones y las leyes del universo que nos determinan).

- Rossana, es la oportunidad de elegir, disfrutar, acomodarse y transformarse cuantas veces se quiera en la vida.

¿Y el mensaje final?

La dificultad para entender el concepto en sí y la posibilidad de estar abiertos a la posición indivi‐dual en cada uno de los mitos…

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Maria Fernanda Figueroa

Mafe como la llaman, es una ar�sta con todas

sus facetas de sensibilidad que supo remar con‐

tra la corriente en varias etapas de su vida y que

contribuyeron a forjar su carisma, esencia y

personalidad. Con su humildad y sus ganas de

trabajar siempre ha demostrado su pasión por la

música, el cine y la literatura que le han aporta‐

do sin duda alguna esa interpretación del enfo‐

que humano en la escena empresarial.

Hace parte del equipo ejecu�vo de Change

Americas, como consultora senior en ges�ón de

cambio organizacional. Una mujer mo�vadora

que ha par�cipado en los procesos de cambio

para implementaciones tecnológicas en las más

importantes empresas colombianas y la�noa‐

mericanas.

Comunicadora social egresada de la Pon�ficia

Universidad Javeriana de Bogotá, con especiali‐

zación en televisión periodís�ca y documental;

Master PNL de la escuela Richard Bandler, con‐

ferencista en temas relacionados con transfor‐

mación, direccionamiento estratégico, gerencia

de proyectos, desarrollo organizacional y cam‐

bio cultural.

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desconecto. Es una regresión instantánea, respi‐ro y empiezo a recordar todo lo que hice cuando tomé la decisión de cambiar…

Ese día…

Buscando la plenitud

Azul, inmenso, plácido, algodones que flota‐ban…. Árboles que se derre�an, con un verde mágico, casi sonriente… y yo ahí recibiendo el sol que no quemaba, un sol eterno, así me que‐ría quedar para siempre, allí �rada en el pasto…

Cada célula de mi cuerpo era totalmente feliz, el �empo no era �empo, pude disfrutar los movi‐mientos impercep�bles de las hojas del pasto, la �erra, los insectos en su mundo perfecto, el silencio…. sin voces, sin pensamientos, sólo la emoción que mi cuerpo quería conservar.

Un momento de sintonía, �erra, cuerpo, con‐ciencia… Luego sentada en la piedra… casi des‐nuda, aunque no importaba, pude sen�rme hada y protectora… frágil y a la vez fuerte… y esa extrema decisión de conver�rme en humana. Después bajar hasta la �erra húmeda y atravesar el humus, para luego salir victoriosa, volando, con alas propias, hermosas, radiantes, hacia la libertad…

star al borde no significa que solo �enes Euna opción: caer… Estar al borde, significa que �enes mil opciones para no hacerlo.

Me gusta caminar para pensar, es un gran ejerci‐cio de reflexión, y aunque camino en medio del caos de la ciudad, mi cerebro logra desconectar‐se, sólo necesito de mis audífonos y alguna can‐ción que ayude a llevar el ritmo de mis pasos… Voy rumbo a mi oficina. Es temprano, así que me tomo mi �empo para observar las caras de las personas que pasan por mi lado; me encanta jugar a adivinar qué están pensado, umm… feliz… infeliz…preocupado…ese va pensando en las deudas… esta señora está enamorada… a éste lo engañaron… ésta, fijo, es casada y se quiere separar… ¿y éste qué me mira? ¿Ah? A este seguro hoy lo despiden, pobre… �ene cara de culpa, éste está estrenando puesto como yo… ¿y cómo se verá mi rostro entre la gente?

Sonrío, me gusta marcar la diferencia, cambio la canción… Eric Clapton, Tears in Heaven … y me

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Cuando el efecto del yagé cesó… mi cuerpo ya era mío de nuevo. Ese día, antes del rito sagrado, nos encontramos con el Chamán, un grupo de personas desconocidas, una amiga y yo con quienes iniciamos una caminata de varias horas para llegar al lugar de la ceremonia, una quebra‐da adornaba ese espacio paradisiaco… aquí quie‐ro pasar el resto de mi vida, pensé, sin dolor, sin angus�as, sin obligaciones, sin estrés, sin llanto.

El yagé, sangre de esa planta milenaria y ances‐tral, la Ayaguasca*, bebida sagrada que sólo los elegidos por los dioses podían beber, ahora era parte de mi vida… me quería sen�r así, purifica‐da y renovada… así se siente nacer, pensé en algún momento.

Lo que por ese entonces no sabía es que el yagé con�ene un alcaloide alucinógeno llamado DMT, Dime�ltriptamina*, ¡Dios mío!!! ¿me estaba drogando? Un amigo me tranquilizó luego cuando me aclaró que no era adic�vo y que este rito sagrado prac�cado por nuestros ancestros no le hace daño a nadie, sólo te hace despertar la conciencia y conectarte con otras dimensiones de tu vida, o con seres superiores, ayuda en algunos casos a tratar adicciones y ayuda a la autoevaluación. Algo así como beber‐se la sabiduría ¿Realidad o alucinación? Qué más da… fue una buena experiencia.

Alucinación: Vivir del pasado, de los recuerdos, de los malos momentos, de las cosas que pudie‐ron ser y no son, alucinación que te impide ver tu presente. Alucinación del futuro, de las expecta‐�vas elevadas, de la lotería, del príncipe azul, de los cas�llos en el aire.

Alucinando sin Yagé

Recuerdo que mucho �empo antes de este maravilloso episodio, mi vida había dado un vuel‐co, encontrarme perdida en medio de una vida que no quería vivir, analizando mi pasado y con dolor dándome cuenta que no amaba para nada lo que hacía, tenía una familia ¨feliz¨, dos hijos maravillosos y un esposo fiel, sin embargo mi incomodidad cada día era mayor, me seguía sin‐�endo “víc�ma”.

Víc�ma: Se es víc�ma cuando no se �ene la habilidad de responder por sí mismo. Víc�ma de la violencia, de la economía, del desempleo, de los trancones, de la injus�cia social, víc�ma de los odios, de los desamores. Víc�ma de sí mismo.

Buscaba respuestas, lloraba a diario, pero con‐servaba el papel de esposa fiel, mujer luchado‐ra, sonriente y servidora, muy inteligente, muy estudiada, con cartones colgados, pero sin tra‐bajo… Necesitaba cambiar, pero ¿cómo?

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Al principio probé con variedad de creencias, médicos bio‐energé�cos, psicólogos, psiquia‐tras, peluqueros, tarot, charlatanes famosos y horóscopos especializados, libros de auto ayu‐da, novelones román�cos, amigas con y sin experiencia, y mi úl�mo recurso, el que según una guía espiritual famosa por ese entonces, me recomendó como la gran solución: el yagé.

Comenzaba el siglo XXI cuando me enamoré de una creencia, este capítulo de mi vida lo he bau‐�zado “cambiando por hipnosis colec�va”. Era increíble llegar a ese lugar, así me lo hacían ver, creer y sen�r, estar en ese si�o lleno de gente maravillosa y colaboradora que buscaba en su dios un aliciente, una razón para cambiar, una fortaleza, una coraza.

En esa época, mi vida tuvo un cambio muy gran‐de. Conocí a muchas personas que se volvieron mis amigos, mi familia. En especial a uno que me invitó a ser parte del equipo selecto de su secta.

Entonces creí, para ese entonces, que le había pegado al premio mayor de la lotería de la vida: trabajar teniendo éxito haciendo lo que a uno le gusta, mi gran pasión: producir programas para televisión.

Pasó el �empo y el dueño del negocio pasó de

ser de un pastor a un dios… yo estaba ciega, no veía, ni sen�a como los que formábamos su ejército, estábamos ahí hipno�zados, alucinan‐do y sin poder salir de nuestro infierno en vida, era un circo, mi cerebro sólo actuaba según lo que su palabra mandaba, y mientras el pastor se enriquecía, yo tenía la luz cortada. El dominio de mi vida no era mío, era de otro.

Reaccionar y salir corriendo me tomó sólo unos segundos para entrar en razón y darme cuenta de lo equivocada que había estado. Un DMT muy fuerte, ¿cómo pude alucinar durante tanto �empo? Por lo menos el yagé dura sólo unas horas con un efecto transitorio de 3 meses, pero éste fue un poquito más largo: ¡cuatro años!

Del cielo al piso

Saliendo del mal sabor que me produjo renun‐ciar a esa creencia, me encontré con un an�guo amigo, una eminencia en medicina, estructura‐do en temas muy esotéricos para mi gusto, fiel visitador del grupo de Ufos , bio‐ energé�co y experto en sanación.

Luego de varios cafés, charlas filosóficas acerca de la energía corporal, y una que otra lágrima, me invitó a su consultorio, ‐necesito mirar cómo está tu interior‐, realmente lo sen� muy sincero.

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Al siguiente día, muy a las siete de la mañana, me encontraba sentada en su sofá de cuero y mirando cómo una extraña pirámide que pendía del techo, giraba hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Tenía varios aparatos extraños para mí: agujas de acupuntura, equipos para medir los niveles de energía, etc.

Me senté frente a un aparato en donde me pidió colocara la mano abierta y en la pantalla apare‐ció un mapa de mi mano, escribió algunas cosas en su pc, luego me examinó los ojos, la lengua, la nariz, la piel.

Se sentó frente a mí y leyó su diagnós�co, como quien lee un veredicto en un juicio: ‐“Tristeza profunda, mal de males, enfermedad del siglo XXI que desemboca en estrés, problemas de colón, ansiedad, alcoholismo, tabaquismo y, por ende, daño severo en el páncreas, el hígado, la piel, el corazón y la cabeza”. Vaya, debo hospita‐lizarme inmediatamente. –pensé‐.

Sus preguntas fueron claras y concisas, directas al corazón:

‐ ¿Qué tanto esperas de �?

‐ Muy poco, no hay mucho que esperar, me equi‐voco siempre – contesté‐

‐ Siempre es sólo un concepto ¿Qué tanto te permites equivocarte?

‐ No mucho, me da mucha rabia equivocarme, me siento estúpida cuando lo hago, úl�mamen‐te es una constante en mi vida…

‐ ¿Sabías que equivocarte te hace perfeccionar lo que antes no hacías bien? ¿Sabías que al per‐mi�r equivocarte estas siendo más flexible, y mientras más flexible eres más libre y si eres más libre, qué piensas que puedes encontrar?

‐ ¿Felicidad…?

Felicidad: un DMT mucho más fuerte que cual‐quier otro, un estado de conciencia plácido, se acerca inevitablemente al mundo de los sueños, y puede correr el riesgo de estar al filo de la muerte. Felicidad, fuerte y débil, instantánea, pasajera. Felicidad de logros, de goles, de mar�‐nis, de encuentros, de abrazos, de confianza, de buenos tratos. Felicidad de amores cortos y lar‐gos, felicidad de familia, de hijos, amigos y traba‐jo. Felicidad de nuevas vidas, felicidad de casas, muebles nuevos, carros, viajes, vacaciones. Feli‐cidad…

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Ya es hora de ser feliz

Luego de ser diagnos�cada de tristeza profunda y sin un centavo en el bolsillo, me dediqué a leer el horóscopo, me encantaba verlo en la tele al medio día, justo cuando preparaba el almuerzo, y no me perdía por nada el momento en el que la esotérica del no�ciero lanzaba las cartas, se concentraba y decía: Aries: Mantente dispuesta a toda comunicación, asombrosos cambios en tu vida, nuevos desa�os, encuentros que torna‐rán tu vida más emocionante. Tu inspiración e intuición te ayudarán a realizar tus aspiraciones. Tu predisposición hacia la conversación te lleva‐rá al amor de tu vida.

Releamos…Mantente dispuesta a toda comuni‐cación: No siempre soy tan distraída, por lo general estoy pendiente… sin embargo es una buena instalación* para empezar el día.

Asombrosos cambios en tu vida… ese día ni apa‐reció el amor de mi vida, ni conseguí trabajo pero me encontré un billete de cinco mil pesos en la calle, eso puede ser asombroso para alguien que no �ene para el desayuno del día siguiente.

Nuevos desa�os: claro… conseguir que el billete de cinco mil te alcance para el desayuno y el almuerzo se convierte en un gran desa�o.

Encuentros que tornarán tu vida más emocio‐nante: por supuesto, mis emociones estaban a flor de piel, mi gran encuentro de ese día aparte del señor que lleva el domicilio a mi casa, que de emocionante no �ene mucho, fue con el nove‐lón del medio día: Carlos Augusto, por fin, había logrado sobrepasar todas las injus�cias de la vida y por fin ser feliz con Socorro del Carmen, el final de la novela se fundía con una playa paradi‐siaca, al fondo la puesta de sol y en primer plano el eterno beso de Carlos Augusto y Socorro del Carmen, y Yo, al otro lado de la pantalla llorando a moco tendido.

Tu inspiración e intuición te ayudarán a realizar tus aspiraciones: pobre inspiración, poca intui‐ción, bajas aspiraciones…

Tu predisposición hacia la conversación te lleva‐rá al amor de tu vida: ¿El amor de mi vida? Si lo único que quería en ese momento era separar‐me. Ni mi esposo era el galán comprensivo y amoroso de Carlos Augusto ni yo la mujer per‐fecta de Socorro del Carmen.

Estaba al borde… realmente me sen�a comple‐tamente anulada… como una pera de boxeo, esa mezcla de emociones y sen�mientos encontra‐dos, miedos y silencios que me estaban dañan‐do, ni el pastor, ni los baños de las siete hierbas que me había regalado mi mamá con tanto cari‐

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ño, habían logrado un efecto en mi vida.

La mujer que me hizo cambiar

Con el insomnio constante que me causaron los con�nuos maltratos de mi “príncipe azul” y cansada de usar gafas oscuras cada vez que cru‐zaba la puerta, dando vueltas y vueltas en la cama, e incómoda con el bulto que roncaba en el otro extremo, me levanté, fui hasta la cocina, me tomé un vaso de agua, me puse lo primero que encontré en la oscuridad de mi cuarto y sin hacer mucho ruido, desperté a los niños, los ves� rápidamente, no necesitaba mucho para irme, y escapar de esa vida para siempre.

Mi papá me recibió esa noche, me abrazó con tanta compasión que no pude hacer otra cosa que llorar como una niña cuando le han arreba‐tado su juguete. Sin embargo, me sen�a triun‐fante y me repe�a una y otra vez, ‐nadie puede hacerte daño, nunca más. No permi�rás que nunca, persona alguna, te vuelva a decir que eres una fracasada.

Llegó el día del encuentro, la más significa�va cita de mi existencia hasta hoy. Esa mañana salí a caminar. Ya lo había probado todo, realmente estaba asustada, las manos me sudaban y ape‐nas pude acercar mi mano temblorosa al �mbre

que par�ría mi vida en dos: La puerta se abrió y allí estaba ella, una mujer encantadora, con un cierto halo de san�dad, cuando entré pude percibir los aromas del incienso que se mezcla‐ban con la decoración esotérica, mís�ca y casi mágica de su apartamento. Tres gatos negros corrieron a esconderse detrás del sofá: mis mie‐dos… y allí frente al espejo… pude ver sus ojos que aún conservaban el brillo de los buenos �empos: los míos… pude escuchar esa voz clara y sincera: la mía.

‐ Qué te puedo decir de mí, tengo miles de defec‐tos, sin embargo, cada día hago mi mejor esfuer‐zo para ser mejor persona‐.

Un pito incesante y el rechinar de unas llantas contra el pavimento, me despiertan de mis pen‐samientos… Un amable señor sale por la venta‐na de su auto y me grita: ¡Oigaaaa vieja loca! ¿es que quieren que la mate?

Yo ahí, absorta en la mitad de la calle, abro los ojos con sorpresa, me disculpo con la mirada y le sonrío como si me hubiese dicho lo hermosa que estoy, lo saludo con la mano y sigo caminando, y es que ahora el mundo es mío.

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Marcela Tovar Bernal

Su pasión de vida tanto personal como profesio‐

nal está enfocada a ayudar a las personas para

que encuentren su máximo potencial acompa‐

ñándolas en un momento determinado de su

vida, mo�vándolas a aumentar su nivel de

conciencia, a descubrir lo que realmente quie‐

ren, a conocer sus oportunidades de cambio, a

mantener el camino para lograr sus obje�vos,

todo ello a través de un diálogo inteligente y

estructurado y de acciones concretas, u�lizando

metodologías revolucionarias de transforma‐

ción personal, grupal y social .

Comunicadora y Sicóloga, coach profesional,

experta en ges�ón del cambio y desarrollo

organizacional, conferencista, docente universi‐

taria ha disfrutado su vida enormemente edu‐

cando a las personas.

Socio de negocio del grupo empresarial Change

Americas, con experiencia de más de 15 años en

consultoría de empresas privadas y publicas con

presencia en Colombia, Venezuela, Perú, Méxi‐

co y Ecuador en temas tales como incorpora‐

ción, negociación colec�va, seguridad social,

cultura, ges�ón del cambio, é�ca, direcciona‐

miento estratégico, desarrollo y retención del

talento.

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omo si fuera tan fácil, ella la hacía respon‐Csable del estado de su matrimonio. Con tono inquisidor le recalcaba aquella dura

frase: “la mujer es la responsable del éxito del matrimonio”.

‐ “Si lo hubieras acostumbrado desde el princi‐pio, esto no estaría sucediendo…” decía mien‐tras la señalaba con su dedo. “Que deja la ropa �rada, es tu culpa. Que jamás aprendió a subir la tapa del inodoro, es tu culpa…”

‐ “Él no tomaría si tú hubieras tenido más tacto” ‐ “Si tan sólo hubieras sido más mujer, él no anda‐ría buscando muchachitas…”

‐ “Sólo necesitabas pensar un poco para saber cómo manejarlo…”

Escuchando como se reprendía así misma repi‐�éndose una y otra vez las palabras de su madre,

ahí estaba Adriana, mi coachee, en uno de los procesos de coaching más fascinantes de mi historia.

Llegó mo�vada por el desespero y las pocas ganas de vivir, con muchas preguntas en la cabe‐za, dirigidas a mí, “la experta” y entonces arran‐có el primer disparo:

‐ ¿Qué debí haber hecho para cambiarlo?

Y antes de permi�rme musitar palabra, comen‐zó a darse mil respuestas:

‐ “Pero si yo no hice más que quererlo, le aguan‐té todo lo que quiso hacer, dejé de ser yo misma para ser como él quería, accedí a todas sus pe�‐ciones, le tuve la comida lista, la casa impecable y los niños arreglados, fui la esposa ideal, nunca le respondí, pero claro, quería que estuviera preciosa siempre y… ¿cómo estar 90‐60‐90 des‐pués de tener 3 hijos?, tal vez por eso buscaba a otras, tal vez tenía razón, yo lo hacía enfurecer, lo obligaba a cas�garme porque ni siquiera era prudente, tal vez por eso se aburrió de mí, tal vez por eso hoy ya no hay nada…

Entonces, sin dejarme siquiera respirar, pasó de la ira a la tristeza y de la tristeza al llanto….

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‐ Y ahora, ¿qué voy a hacer?

‐ Si me deja, ¿qué va a ser de mi vida, qué será de mis hijos…? no soy nada sin él.... ni siquiera aprendí a ser mujer…

Yo sólo escuchaba y comprendía, o trataba de hacerlo… ¿En qué universo extraño es aceptable que esta mujer entregada esté tan sola y maltra‐tada?

En medio de aquella pequeña sala, sin tener muy claro el panorama, me atreví a lanzar una frase:

‐ Con razón estás tan triste, dije �midamente…

Entonces ella lloró aún más.

‐ ¡Por supuesto!, cómo no estar triste si lo eché todo a perder… ¡todo lo que está pasando es mi culpa!... No supe manejar las cosas… y ahora ¿quién va a quererme…? estaré sola y triste el resto de mi vida…

Esto y muchas cosas más repi�ó Adriana en esta sesión llena de lágrimas, de historias y de repro‐ches.

Cuando parecía llegar a un valle de tranquilidad,

me atreví de nuevo a preguntar:

‐ ¿Y él que piensa de toda esta historia?

Dios mío, ¡más me valiera no haber preguntado!

De nuevo rompió en llanto, esta vez con rabia y fuerza.

‐ “¿Y qué va a pensar?, lo que piensa todo el mun‐do, que yo tengo la culpa, que no he sido capaz de llevar un matrimonio con dignidad!, que tengo que cambiar, que él es perfecto…”

Sin�endo su enojo y su decepción, me permi� preguntar:

‐ ¿Qué tanto lo amas?

Ella respondió sin �tubeos:

‐ “¡Con toda mi alma!”.

Hacia el final de la sesión, repi�éndome que necesitaba salvar su matrimonio, me bombar‐deó con una úl�ma pregunta: y ahora, ¿qué tengo que hacer para cambiarlo?

Cerré la sesión dándole esperanza, le dije que la

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acompañaría en este tránsito y que con el �em‐po ella podría encontrar muchas respuestas…

Me fui entonces con el caso retumbando en mi cabeza. Tendría una sesión 8 días después y esta “mujer desvalida” esperaba que yo le diera la fórmula mágica que conver�ría al “patán” de su marido en un príncipe román�co y amoroso…

Estaba claro, era fácil, sólo tenía que responder una pregunta: ¿Cómo cambiar a un hombre? o mejor, ¿Cómo cambiar a un hombre que no quie‐re cambiar?

Una mente divagando

Suelo pensar en las noches, cuando todo está oscuro, nadie habla y entonces puedo charlar conmigo misma. ¡Me encanta!, no saben los debates que me doy… me discuto con fuerza, argumento y contra argumento hasta encontrar la respuesta.

Allí estábamos, mi mente y yo, en la soledad de mi cama, con todas las condiciones para encon‐trar el camino. En ese momento, recordé a mi master coach, diciéndome que el cerebro es como Google, responde las preguntas que le haces, sólo �enes que hacer la pregunta correc‐

ta y entonces él te dará al menos 542.732 resul‐tados. Y yo tenía clarísima la pregunta correcta: ¿Es posible cambiar a un hombre que no quiere cambiar?

Entonces mi cerebro dijo: Mmm por dónde empezar… ¡por el principio!

Dicen los que saben que, por principio, no es posible cambiar a una persona, que las personas no se resisten al cambio pero se resisten a ser cambiadas.

Oh no, principio en contra. Si así son las cosas, no vamos a poder cambiarlo.

Debe haber alguna manera. Es más, si la encuen‐tro voy a llenarme de dinero.

¡¡¡Ah, la culpa!!! Opción 1

Cuántas mujeres quisieran apretar un botón, hacer sen�r culpable a su marido y generar un cambio en él… como en una de mis apasionadas lecturas de ficción: los extraterrestres “uranitas” podían disparar a quien lo necesitaba rayos de culpa y ansiedad para detonar en ellos compor‐tamientos deseados. En este marco, cualquiera podría disparar culpa y remordimiento a otros

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para que se mostraran arrepen�dos y generaran un cambio rápido. ¿Qué tal, por ejemplo, que si su pareja no le llama cuando prome�ó, usted le dispare un poco de culpa para que sienta remor‐dimiento? ¿Qué tal que esto funcione y la siguiente vez no lo olvide?

¿Se imaginan? ¡Fácil! ¿o no? No es muy real. Además de que no es posible disparar sen�‐mientos, sen�r culpa no es suficiente para cambiar. Cuántas veces usted con una mirada o un silencio ha tratado de disparar algo de culpa a alguien y lo único que ob�ene es un misericor‐dioso “lo siento” que se diluye ante la siguiente oportunidad de sen�r placer repi�endo la conducta no deseada. El placer es superior a la culpa. ¡No sirve! Opción 1 eliminada. No es posi‐ble cambiar a alguien haciéndole sen�r culpa. Volvamos al mundo real, recordé entonces que yo tenía una evidencia cierta de cambiar a alguien que no quería cambiar, a un hombre por demás, a San�ago, mi hijo mayor. Sólo que entonces él tenía 2 años. Recién habíamos pasa‐do por ese di�cil tránsito del pañal al inodoro, cuando quedé embarazada de mi hijo Felipe, el menor. Entonces San�ago entró en franca rebel‐día. No sólo volvió a orinarse en sus pantalones, además, dejó de llamarme Mamá y se dirigía a mí con un odioso “Marcela” pronunciado a

media lengua. El “mugroso mocoso”, como le digo con cariño, se orinaba en frente de mí para que me diera mucha rabia.

Intenté muchas cosas, pero fue mi amigo el Doc‐tor Skinner, el padre de la psicología conductual, quien finalmente me ayudó. Este concepto del condicionamiento operante ¡es fascinante!, y fácil: “Las consecuencias agradables �enden a fortalecer una conducta. En cambio, las conse‐cuencias desagradables �enden a debilitar una conducta con�ngente a ésta. Un ejemplo claro del aprendizaje por condicionamiento operante ocurre en los perros que jalan la correa cuando salen a pasear. El perro jala la correa y su propie‐tario lo sigue, hasta que llegan a donde el perro quiere ir. Entonces, la conducta (inapropiada) de jalar la correa se fortalece porque el perro consi‐gue lo que quería.”²

Y aunque San�ago no era un perro, sí estaba buscando mi atención y claramente, cuando se orinaba la obtenía, pues aunque me ponía furio‐sa duraba un �empo con él atendiéndolo y reprendiéndolo. Enfoque total en San�ago que reforzaba su conducta.

Entonces no había complicaciones, sólo tenía

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2. cita wikipedia

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que hacerle caso al Doctor Skinner y darle a San‐�ago el an�doto, la respuesta opuesta y desa‐gradable: ¡Ignorarlo por completo! Y así fue. El resultado fue maravilloso: un par de días des‐pués la situación estaba arreglada, no volvió a orinarse en sus pantalones.

Yo había cambiado a San�ago, la teoría no era cierta. ¡Sí se puede cambiar a alguien aún si no quiere!

La tranquilidad teórica me duró apenas unos segundos… ¿En realidad había cambiado a San‐�ago? ¿o él había decidido cambiar de estrate‐gia?

Evidentemente había decidido cambiar su estra‐tegia y no descansaría hasta obtener lo que que‐ría. Por allí no era, lo que vino después fue peor… Una semana después se orinaba cada vez que no obtenía atención.

Entendí que las personas deciden cambiar sólo si encuentran una opción mejor.

Mmm ¡Entonces sólo tenía que dársela! Hice un listado de las ac�vidades del día, con el único obje�vo de dar una mirada de “espejo retrovi‐sor” y descubrir algo en el ambiente que pudiera estar generando ese cambio en él y entonces… ¡eureka!. Me di cuenta de que estaba durmien‐

do una hora de más al medio día. Con esto del embarazo, el sueño me ganaba de vez en cuan‐do. ¿Qué tal cambiar esa hora de sueño en la que San�ago estaba sólo, por una hora de juego en la que tendría la atención de su mamá?

¡Cambió por completo! ¡ahora tenía una mejor opción! Pero había sido él quien había decidido cambiar, otra vez la teoría me había ganado.

Entonces, ¿qué podía hacer con el marido “pa‐tán” de Adriana, mi coachee? ¿darle una mejor opción?, ¿una rubia voluptuosa? Dicen por ahí que cada 34 segundos los hombres piensan en sexo, luego ésta sería una opción muy adecuada. Pero creo no le gustaría mucho a Adriana…

Intentemos algo más ¡�ene que ser posible cambiar a alguien aunque no quiera o no lo deci‐da!

¿Y qué tal, la hipnosis? Debe ser posible, Erics‐son³, el padre de la hipnosis, lo hizo muchas veces. Ojalá fuera posible generar un cambio tal que con un chasquido de Adriana su “patán”

3. Milton Hyland Erickson, (n. 5 de diciembre de 1901 en Aurum, Nevada, (EE. UU.); † Phoenix, Arizona, (Estados Unidos) 1980) fue un médico e hipnoterapeuta estadounidense, innovador y pionero en cambiar las técnicas de hipno�smo aplicadas a la psicoterapia. www/wikipedia.org/wiki/Milton_H._Erickson

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marido se convir�era en un angelito… ¡Qué bien! Creo que encontré la respuesta… Hasta lo transmiten por televisión. Es muy fácil.

La hipnosis, no es otra cosa que un estado altera‐do de la conciencia. Relajas al individuo y con ejercicios terapéu�cos lo llevas al cambio desea‐do. Era música para mis oídos y probablemente lo sería para los de Adriana en mi siguiente sesión con ella. ¿Se imaginan?

Pero bueno, si es tan efec�vo y tan fácil ¿por qué aún no hemos aplicado esto a criminales, a tan‐tos malos esposos, a los hijos descarriados? ¿Sólo sirve para adelgazar y dejar de fumar? Probablemente. Esto defini�vamente no es lo que estoy buscando.

Esta conclusión me llevó al punto inicial: Sólo aquellos que tomaron la decisión de cambiar tendrán un efecto posi�vo en este �po de intervenciones.

¡Changos! Otra vez en ceros, él no quiere cam‐biar. La de las ganas es Adriana.

Vencida de nuevo, volví a los métodos automá�‐cos, tal vez la droga era la respuesta. Medicarlo a tal punto que perdiera su voluntad, tal vez burundanga ¡o algo más fuerte!

Recordé entonces a mi hermano Alejandro. Iba a comenzar mis estudios en psicología cuando me dijo:

‐ “¿y tú para qué estudias eso si la psicología pronto se va a acabar? Ya están trabajando en generar fórmulas químicas que alteren el estado de ánimo de las personas. Creo que pueden incrementar la produc�vidad con un gas y entonces ya no tendrás que convencerlos de querer trabajar. ¿Si ves? Estás perdiendo tu �em‐po…”

Yo respondía indignada:

‐ “¡Eso no es posible! Con sólo un pequeño cam‐bio en el ambiente otra vez las personas toma‐rán decisiones y volverán a su estado anterior”

Y él dijo con tono burlón:

‐ “¡Pues vuelves al gas! ¡fabrica mucho enton‐ces!

Esta conversación que me había parecido horri‐ble, hoy me parecía ú�l: ¿Un gas que cambiara a las personas? ¿sería posible?

Recordé “Limitless”, la película, protagonizada por Bradley Cooper y Robert De Niro. Ficción o realidad, parecía posible. “Una medicación que

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solucione todos tus problemas y te haga ser tan feliz como no has sido capaz de ver que puedes ser”. Que haga que las matemá�cas tengan sen�do y que el amor fluya por cada uno de tus vasos sanguíneos.

Y entonces entré en la polémica: ¿Estas medica‐ciones pueden generar cambios, transformacio‐nes, pérdida de voluntad, felicidad real?

Destruyendo la voluntad gana en conducta y pierde al ser humano. El antes “patán” marido de Adriana ya no tendrá la capacidad de decidir amarla, pero hará lo que ella quiera. Sería mejor opción comprar un muñeco a control remoto. Podría lograr otras cosas con las mismas pilas.

Otra vez perdí, medicación no era la respuesta.

La teoría me ganaba, una y otra vez. Estaba can‐sada ahora… y entonces mágicamente obtuve la respuesta: Para qué generar un cambio en el “patán” marido, si él no quiere cambiar, si es feliz así. ¿Cómo pudrías asegurar que en realidad es un patán?. Es más, con qué derecho cambias a alguien que se siente cómodo con lo que vive. Posible o no, sería esclavizante y, evidentemen‐te, no tengo mente macabra como para querer algo así...

¿Qué tal generar un cambio en Adriana? En su

situación actual era muy fácil encontrar una mejor opción. Para qué desgastarse tratando de cambiar a alguien que no quiere cambiar, si es tan fácil promover un cambio posi�vo en alguien desesperado por salir de una situación.

¡Uy!, había encontrado la respuesta.

La siguiente sesión

Me miraba a los ojos con cara de “estoy lista para oír tu fórmula mágica, sólo dime qué tengo que hacer y lo haré inmediatamente”. Entonces, al verla no pude más que suspirar…, a lo que ella respondió con pesimismo:

‐ “No me lo digas, no encontraste la respuesta, no puedo hacer nada”.

‐ “Mi querida Adriana”, dije con ternura, “el sus‐piro sólo es un resumen de todo el trabajo que tenemos por delante…”

‐ “¿Encontraste la solución? ¿la �enes?”, dijo ansiosa.

‐ Yo respondí: “¡la tenemos!”.

Pero antes, sólo responde algunas preguntas:

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‐ ¿Amas a tu marido como es? O ¿quieres cam‐biarlo porque amas lo que quisieras que fuera?

‐ ¿Quieres seguir con él, porque vale la pena o porque no �enes el valor para dejarlo?

‐ ¿Quieres un futuro de lo mismo o estás dispues‐ta a descubrir toda la felicidad que llevas dentro? ¿Quieres seguir siendo adicta a tu marido o quie‐res dejar este vicio?

‐ ¿Quieres conver�rte en una versión perfecta de � misma o quieres seguir jugando a ser perfecta para los demás?

Ahora sólo dime, De verdad ¿quieres cambiar a tu marido?

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Henry Olaya

Cuando Usted aprende a combinar las habilida‐

des del liderazgo con el uso del arte de saber tra‐

tar a las personas, muy seguramente verá la vida

como la ve este coach y consultor apasionado por

el aprendizaje y curioso del comportamiento

humano.

En sus conferencias le encanta contar experien‐

cias cargadas de espontánea vitalidad y calor

humano. Los que lo conocen afirman que es

capaz de transmi�r la confianza para que las

personas puedan reafirmar sus potencialidades

como seres humanos y puedan tomar aliento en

los di�ciles caminos del cambio personal o

empresarial.

Gracias a su padre, Henry creció rodeado de

libros lo que le mo�vó a sen�rse atraído por las

humanidades, la espiritualidad y la ayuda desin‐

teresada a las personas. Es un estudioso infa�ga‐

ble de las úl�mas tendencias en mo�vación,

ventas, liderazgo y crecimiento personal y

empresarial.

Es profesional en Comunicación Social, y actual‐

mente se desempeña como Gerente de la Oficina

de Change Américas en Quito Ecuador en donde

desarrolla su labor como coach profesional, faci‐

litador en ges�ón del cambio, consultor especia‐

lizado en liderazgo, comportamiento estratégico

y relaciones interpersonales.

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‐ Y… ¿si no quiero o no necesito cambiar, qué pasa?

‐ Cambias.

‐ No me has entendido, no quiero dejar de ser como soy, me siento orgullosa de quien soy.

‐ Insisto: cambias

‐ Realmente debo decir que me estás disgustan‐do. Yo tengo un buen �empo de experiencia más que tú, así que tengo que decirte que eso no es posible, tengo mis principios y conviccio‐nes bien claras.

‐ Estoy de acuerdo con�go, pero debo insis�r: cambias.

Timbra el teléfono, ella contesta:

‐Si claro, no… no quiero que se haga eso. Sí, claro pero es que ellos no �enen en cuenta...Ah bueno si es así, entonces hagámoslo de otra forma,…bueno quedo pendiente; ok listo nos hablamos.

Cuelga el auricular y ella pregunta:

‐ Bueno ¿en qué íbamos?

‐ Pues en que acabas de demostrar mi punto.

‐ ¿Cómo así? explícame.

‐ Pues que infiero que acabas de tomar una decisión, que requirió que cambiaras de pers‐pec�va.

‐ Si, pues había una información que no conocía y con ella en mente la decisión es diferente.

‐ Ese es precisamente el punto: todos los días cambias. Cada vez que recibes nueva informa‐ción eso detona nuevos pensamientos, emocio‐nes, estados �sicos y de ánimo y, en consecuen‐cia, nuevas decisiones. Entonces eso hace que cambies de una manera a veces impercep�ble pero en el largo plazo muy evidente.

‐ A ver, jovencito, y si eso es así, si de cualquier manera vamos a cambiar, entonces ¿para qué

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hacemos un proceso de coaching? Finalmente, todos vamos a cambiar.

Mi querida presidenta: El cambio es inevitable, la dirección es una elección. Estoy aquí para ayudarte a encontrar la mejor dirección y a avan‐zar hacia ella.

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Ivan Mayorga Jaimes

Su vena de gran emprendedor la heredó de sus padres,

quienes desde su niñez lo enfocaron a desarrollar crea�‐

vidad y a crear empresa con su familia y amigos cercanos.

Esto lo mo�vó a estudiar dos carreras de ingeniería,

Industrial y Sistemas, en la Universidad de los Andes‐

Bogotá y posteriormente a fortalecerse con una Maestría

en Administración de Empresas.

Esa visión lo llevó a ser co‐fundador hace 16 años del

grupo empresarial Change Americas, en donde como

ingeniero ha logrado aportar su experiencia personal y

profesional al hecho de haber logrado asociar las discipli‐

nas llamadas duras (ingeniería) al desarrollo organizacio‐

nal en las principales empresas colombianas, llegando a

la fecha a ser co‐creador de la metodología internacional

de ges�ón de cambio de Change Americas avalada por el

Ins�tuto Europeo de posgrados. Igualmente es creador

de la cer�ficación internacional en ges�ón del cambio

para gerentes de proyectos CMPM.

Docente universitario, consultor, conferencista interna‐

cional en temas relacionados con direccionamiento

estratégico, liderazgo y ges�ón del cambio. Ha logrado

desarrollar grupos interdisciplinarios para dirigir proyec‐

tos, inves�gaciones e innovaciones en beneficio de la

sociedad, aplicando su experiencia y sus conocimientos

tecnológicos y empresariales a la solución de problemas,

buscando siempre alterna�vas prác�cas, ú�les, seguras,

económicas y é�cas. Con el equipo de trabajo de Change

Americas ha logrado impactar a miles de personas en los

úl�mos 16 años primero en Colombia y úl�mamente en

el Ecuador.

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omo todas las mañanas, el coronel se Csienta en la cafetería de doña Ana, la que queda cerca de su oficina, y pide su acos‐

tumbrado café moka. Saca su portá�l y seleccio‐na los correos no leídos. Lee todos sus correos pendientes, para él es muy importante contes‐tar a las personas que le escriben.

El Coronel López, un hombre admirado por muchos y envidiado por otros, lleva siempre una sonrisa en sus labios y un uniforme impecable. Así como le enseñaron a llevar sus botas brillan‐tes y sus insignias bien puestas, procura cada día hacer brillar su trabajo. López se había hecho a pulso y convencido de que las personas eran el principal ac�vo fijo de la ins�tución. Esta vez fue asignado a uno de los proyectos más importan‐tes y costosos de las fuerzas militares, una implementación tecnológica que lo posicionaría como uno de los mejores en el campo gerencial.

Es lunes y el clima le ayuda al posi�vismo que lleva ese día. A las 8:00 a.m. conocerá a su nuevo

equipo de trabajo y debe apresurarse para no llegar tarde.

La sala está colmada de gente que viene invitada al lanzamiento del proyecto. Él lo �ene todo preparado para hacer su entrada triunfal y dar el discurso frente al ministro y sus subalternos. Se hace la presentación oficial, se escucha el himno nacional y el coronel es presentado frente al auditorio como el gerente de proyecto de la implementación más costosa y ambiciosa de las Fuerzas Militares. Un proyecto de 17 mil millo‐nes de pesos con un equipo de más de 100 per‐sonas entre consultores y funcionarios de todas las fuerzas de esta ins�tución pública.

La presentación fue todo un éxito, sin embargo muchos no entendían todavía a lo que se iban a enfrentar. El Coronel le pide al equipo que se quede, que debe conocerlos a todos personal‐mente y entregarles sus nuevos roles y respon‐sabilidades.

Luego de tres meses de trabajo arduo y con los atrasos normales de cualquier proyecto, ence‐rrado en su oficina, trata de poner en orden las ideas y piensa qué puede mejorar y por qué las cosas no están saliendo como las tenía planea‐das. Para el coronel las cosas no avanzan tan rápido y menos cuando �enes un cronograma apretado y miles de responsabilidades. El equi‐

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po del proyecto se sen�a a veces desmo�vado, pero el carácter y buen trato del coronel no los dejaba desfallecer. Su lema: El único riesgo es el éxito.

Sin embargo su barco estaba detenido, una serie de aprobaciones que debían firmar varias perso‐nas con mucho poder en la ins�tución estaban atrasando el proyecto. Dos meses más y entraría en auditoría. Moviendo todo lo que estaba en sus manos logró audiencia con el general.

En una sesión que no duró más de una hora pudo explicarle al general al general las razones por las cuales estaba atrasado el proyecto y le solicitó expresamente su apoyo para el avance de la firma de las aprobaciones del modelo de negocio. El general accedió a ayudarlo, sin embargo le dijo que este proyecto iba a ser audi‐tado ya que era uno de los más costosos de la ins�tución y que era un riesgo muy grande el que se estaba corriendo por el atraso que pre‐sentaba.

A la semana el proyecto ya se encontraba en auditoria en cabeza de uno de los coroneles más crí�cos de la ins�tución: El coronel Méndez, quien a lo largo de su vida se había destacado por tener buen criterio. era una persona que exigía que las cosas estuvieran hechas con exce‐lente calidad por sus ascensos los consiguió por

asesorar muy bien a sus superiores al encontrar puntos débiles del proceso y además, por cri�‐car asiduamente a sus colegas.

Luego de estudiar los pliegos de contratación y el estado actual del proyecto, Méndez se dirigió a la oficina de López. En una conversación a puerta cerrada expuso sus puntos:

Coronel López, no sé qué cosas ha hecho usted, pero todo está mal ¿Usted sabe quién soy yo? Soy la persona que ha congelado varios proyec‐tos en la ins�tución por malos manejos y éste no será la diferencia. Usted puede tener muchos proyectos exitosos en su vida pero le digo, en este momento se encuentra en la cuerda floja y no en�endo por qué razones no ha presionado a los consultores para que hagan su trabajo ¿Cómo es posible que no haya logrado las firmas de aprobación? es el colmo que las personas del proyecto salgan de sus oficinas sin terminar el trabajo. Me han contado que usted �ene la mano muy suave y con estos proyectos las cosas no funcionan así. A la gente hay que presionarla. Es mucho dinero el que está en juego. Piénselo bien.

El coronel López trató de explicarle por todos los medios las razones por las cuales se encontraba atrasado. Eran circunstancias que se salían de sus manos, que ya había conversado con el gene‐

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ral para solicitar su apoyo.

Más demoró el coronel Méndez en salir de la oficina que en pedir el cambio de gerente para el proyecto.

El día que el coronel López salió del proyecto, se despidió de su equipo y les ofreció disculpas por sus equivocaciones. El equipo lo echaría de menos en los próximos 3 meses.

Con la llegada del nuevo gerente, las cosas empeoraron. El coronel Suarez había sido asig‐nado por Méndez para llevar el barco, pero poco o nada entendía de la implementación y se dedi‐có a cri�car al an�guo gerente. Y aunque no movilizaba ni se preocupaba por la gente, invir‐�ó su �empo en acabar con la reputación de López.

Las personas del proyecto empezaron a cansar‐se, sen�an que hacían lo mismo una y otra vez y no se avanzaba. Sen�an que no había liderazgo ni dirección y se sen�an señalados constante‐mente. Estaban en una completa desesperanza y veían cómo el éxito, ese del que tanto hablaba el coronel López estaba cada vez más lejos. El virus de la crí�ca se expandió por el equipo de proyecto, se cri�caban unos a otros, ya no se sabía quién era más culpable.

El coronel Méndez hizo una segunda auditoría, esta vez fue indolente. Congeló el proyecto y acabó con la carrera de varios funcionarios, sin embargo él nunca tuvo la culpa.

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Camilo Gu�errez

Su innata capacidad de comunicación y de

relaciones interpersonales lo ha llevado a

liderar el crecimiento comercial del grupo

ChangeAmericas. No es un jefe que ordena

ni un médico que prescribe, es el líder natu‐

ral que transmite su capacidad empá�ca y su

filoso�a de vida aplicada al entorno empre‐

sarial: Ganar‐Ganar

Ingeniero Industrial, MBA especializado en

alta gerencia, coach profesional, conferen‐

cista y consultor en temas relacionados con

desarrollo organizacional, direccionamiento

estratégico, negociación, gerencia de pro‐

yectos, ges�ón comercial y cambio cultural.

Gerente Comercial del grupo empresarial.

Con su entusiasmo, dinamismo, inicia�va e

innovación ha logrado aportar su experien‐

cia al desarrollo y la sostenibilidad de las

empresas del Holding.

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on Pedro pisaba fuerte al llegar a su ofi‐Dcina. Caminaba erguido, como quien se sabe poderoso. Bajo su abrigo de paño

inglés y su voz grave y gruesa, escondía los recuerdos de otras épocas, para él las más ama‐bles. Sus cabellos plateados impecablemente cuidados dejaban ver el éxito de otros �empos, aquellos en los que la gente hacía caso sin musi‐tar palabra.

Cada tarde recogía del perchero de su oficina su abrigo y su sombrero. Miraba hacia atrás y orgu‐lloso pensaba en el patrimonio que construyó para él, sus hijos, sus trabajadores y los hijos de sus trabajadores. Sin embargo las cifras de hoy borraban las prósperas escenas de su pasado.

Las viejas prác�cas parecían no tener efecto ahora, era di�cil alcanzar las metas por el mismo camino, mover ahora a las personas pare‐cía una tarea tan pesada que ni con mil grúas existenciales podría lograrse.

Desde hacía varios meses se sen�a cansado, agotado y un poco enfermo. Sentarse en su gran sillón de cuero, observando su empresa desde la ventana que como un cuadro enmarcaba su ofi‐cina, se había conver�do en una ru�na que lo llevaba a hacerse fuertes cues�onamientos, en lo más profundo de su soledad gerencial.

Su empresa había sido exitosa durante años, cuando los negocios marchaban más despacio. Pero ahora todo se movía muy rápido. Las ofer‐tas, las demandas, la competencia, los medios y la gente cambiaban de un día para otro. Las estrategias concienzudamente planeadas, aque‐llas que parecían infalibles, tenían que mutar rápidamente, algunas veces en direcciones con‐trarias, pues los compe�dores navegaban a velocidades di�ciles de superar y esto se había salido de control.

La dimensión desconocida

Diseñar estrategias era un mundo bien conocido para don Pedro, a diferencia de muchos de sus compe�dores para él siempre fue fácil encon‐trar soluciones. El plan corpora�vo para resca‐tar su negocio era claro: Incorporar la “nueva plataforma de producción” que le permi�era mantener la misma calidad con un menor costo. Pero movilizar a las personas era “la dimensión

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desconocida”. Lograr que sus colaboradores convir�eran los planes en realidad era la más dura de las tareas. Don Pedro sólo tenía un año para lograrlo y no había espacio para equivoca‐ciones. Era lograr cambiar o desaparecer, sin embargo su an�gua manera de hacer las cosas opacaba su razón:

Recuerdo que no fue tan di�cil en otras épocas. Bastaba con visitarlos, ir a las oficinas adminis‐tra�vas, viajar a las sucursales y preguntarle a cada uno de mis trabajadores si estaban a gusto con el cambio. En ese entonces yo era como un padre para ellos. Era suficiente con poner las estrategias sobre la mesa para que las personas lo hicieran, todos estaban de acuerdo. Algunas veces tardaban un poco, se tomaban su �empo pero finalmente lo hacían. Necesito que cam‐bien y ¡que cambien ya! ¿Por qué no sólo con‐�an y lo hacen? ¿Por qué no se mueven rápido?

Empujando el tren

El confiaba en que todos seguirían su plan ¿Aca‐so no era el plan perfecto?, sólo tendría que hacer lo de siempre: hablar con todos y cada uno, para lograr un movimiento radical.

Ahora viajar era cues�ón de moverse por 12 sucursales en todo el país y escuchar a cada uno

de los trabajadores, lo que implicaba un esfuer‐zo para coordinar casi mil mentes caminando en dis�ntas direcciones.

Pero justo cuando estaba planeando esta mara‐tón de visitas recibió una visita inesperada: un fallo en su corazón le puso los pies en la �erra. El diagnós�co fue contundente: cero estrés, quie‐tud total y seis meses de incapacidad lejos de su plan.

Ayuda divina

Comenzó a sen�r que necesitaba un apoyo adicional, una ayuda divina o un K9 que lo reem‐plazara como precursor de su plan. Un hombre como él, con la experiencia que sólo los años en una empresa hecha a pulso podrían dar.

K9, el consultor con más pres�gio, experiencia y trayectoria del país llegó a la Organización por orden directa de don Pedro y contratado para una misión concreta: Ejecutar el plan al pie de la letra: Movilizar a la organización hacia el plan corpora�vo.

Cuatro meses después:

Mañana fría de viernes, 7:00 a.m. Café caliente

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sobre una gran mesa en una sala de juntas con sillas igualmente grandes, para asegurar que todos en�enden que este es el centro real del poder, que don Pedro ha regresado.

Como nunca, los semblantes de los nueve ejecu‐�vos que rodean la mesa direc�va están llenos de un halo de dinamismo y esperanza, algo había sucedido.

Don Pedro un poco más delgado, pálido aún pero sin perder su tono dominante, se sienta y sin más preámbulos inicia la rendición de cuentas.

Don Pedro: Buenos días señores, K9, quiero un detalle minucioso de sus visitas, ¿cómo está cada sucursal? ¿quiénes no estuvieron de acuer‐do? ¿cuántos opositores tuvo que intervenir?, ¿cuántos viajes hizo? ¿mantuvo una postura firme en cada una de las entrevistas? ¿Cuánto falta?

K9: Don Pedro, realmente no se ha hecho ningún viaje, no ha sido necesario hacer una inversión tan grande ya que hace cuatro meses iniciamos un plan de movilización mucho más efec�vo, al que llamamos promotores de cambio.

Don Pedro no pudo conservar la compostura, ni la calma, un golpe seco sobre la mesa fue suficiente para demostrarles a todos su desaprobación.

Don Pedro: ¿Cómo se han atrevido a pasar por encima de mi plan maestro? llevamos más de cuatro décadas empujando uno a uno a los traba‐jadores de empresa para hacerlos lograr nuestras metas, no en�endo por qué ahora ustedes de la manera más irresponsable han arriesgado el futu‐ro de mi empresa.

K9: Permítame un segundo explicarle: Imagine por un instante que su empresa es una gran carreta, con cuatro ruedas pero que a diferencia de otras, estas son cuadradas. Encima de la carreta están sus trabajadores, hace cincuenta años eran la cuarta parte de los que son ahora y usted ha empujado esa carreta durante todo este �empo. Ahora la carreta pesa demasiado, y necesitará de unos cuantos que le ayuden no a hacer peso sino a halar.

Don Pedro relajó visiblemente sus facciones y puso atención a la metáfora de K9.

Nosotros lo que hicimos no fue cambiar sus planes, realmente le permi�mos dejar de empujar y le dimos su lugar al frente de la carreta, cambiamos las ruedas por unas circulares, bajamos a sus líde‐res quienes son la mejor interpretación de su lega‐do y ahora ellos son los que halan su organización. Los viajes no fueron necesarios porque mi rol, y por lo tanto el que hubiese sido el suyo de no haber teni‐do que ausentarse, no era tocar una a una las perso‐

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nas de la organización de una manera lenta y sin fin. Mi rol fue el de mul�plicar el cambio apoyando la creación de una red de promotores que se encargara de revisar y rediseñar los procesos, socializarlos y crear estrategias individuales para cada una de las áreas.

Las ac�vidades de los promotores se enmarca‐ron en tres frentes: Primero, conver�rse en el canal de comunicación oficial, ellos eran los únicos encargados de llevar las no�cias e infor‐mación. Segundo, empoderarse de las herra‐mientas y conceptos respecto al cambio y mul�‐plicarlas en sus áreas de influencia. Tercero y úl�mo definir los planes de intervención par�‐culares ya bien fueran uno a uno, de equipo o de área.

Don Pedro respiró hondo y con�nuó escuchan‐do a K9, durante muchos meses más, durante muchos años más.

Aún se escucha a altos ejecu�vos de grandes organizaciones hablar de un estado de “CRISIS”, de la necesidad de generar un cambio en su orga‐nización para evitar la muerte empresarial y desde luego de la importancia de hacerlo rápi‐do y ya. Pero qué di�cil resulta movilizar a una organización entera. Cuando el cerebro va más rápido que la capacidad de mover a las perso‐nas, la impaciencia se convierte en impotencia y

los cambios urgentes tardan años en llegar.

Se requiere de una red de personas que haga que la información viaje a la misma velocidad de los cambios, se requiere aunar los esfuerzos, entrenar líderes que movilicen y en�endan que el cambio más rápido es el viral, que lo que fun‐cionó ayer no funciona hoy porque las organiza‐ciones de ayer ya no existen.

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Rodolfo Cano

Su mo�vación para dirigir basada en su

inteligencia y férrea personalidad lo han

conver�do en uno de los estrategas organi‐

zadores y líder proac�vo del grupo empre‐

sarial Change Americas en donde se desem‐

peña como gerente general. Sus habilidades

para la negociación, el trabajo en equipo,

toma de decisiones y saber adaptarse al

cambio han contribuido a la visión del

grupo para desarrollar nuevas oportunida‐

des de crecimiento. Su carisma, su habilidad

de ser paciente y su diplomacia lo han lleva‐

do a gerenciar un grupo humano como lo es

Change Americas obteniendo una enorme

mezcla de talento y experiencia fomentan‐

do siempre una cultura de servicio al cliente

tanto interno como externo.

Hizo su pregado en Finanzas y Comercio

exterior, Magister en mercados financieros

de la Universidad San Pablo CEU de España,

docente universitario, coach profesional.

Conferencista en direccionamiento estraté‐

gico, negociación, team building, liderazgo,

cambio organizacional, transformación

cultural y gerencia de proyectos. Ha par�ci‐

pado como consultor y facilitador de impor‐

tantes empresas Colombianas.

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tra vez se hizo su perro en la casa y pre‐Ociso en el tapete del cuarto, usted va a tener que decidir: el perro o Yo

Esas eran las palabras cariñosas de mi esposa todo el día, pues mi amigo fiel no era capaz aún de controlar sus es�nteres. Se trataba de un hermoso San Bernardo de apenas 70 kilitos y no más de 3 añitos de edad. Todo un cachorro.

Y es que ella no en�ende que el pequeño Toby está muy pequeño y no puede pedirle que se comporte como un adulto.

‐ Péguele con un periódico cuando se haga.

‐ No le dé un galón de agua antes de dormirse.

‐ Sáquelo a hacer en la noche antes de acostarse.

‐ Póngale una casa en el pa�o.

‐ Dele comida sólo una vez por día, ¿No ve que ya

es un adulto?

¿ADULTO? Es increíble la can�dad de instruccio‐nes y estrategias que mi esposa me daba para que cambiara la situación pero la verdad estas no se aplicaban a Toby ¿Cómo le iba a pegar?, ¿cómo lo iba a dejar dormir sediento? eso hasta pecado debe ser, ¿Cómo lo iba a sacar en la noche a enfriarse para después dormir? y menos ¿cómo llevarlo a dormir en un pa�o?, ¿acaso se trata de una bes�a salvaje?…¡eso sí es cruel!

Lo de mi Toby era la charla. Todos los días habla‐ba con él de lo que estaba sucediendo, lo llevaba a la sala y le hablaba largamente, no se imaginan la atención que me prestaba. Aplicaba todas mis tác�cas de coaching, mentoring, PNL, inteligen‐cia emocional, pero a mi esposa le parecía que estaba perdiendo el �empo, que eso no servía para educar a un ANIMAL.

Han pasado ya dos años desde que estoy traba‐jando con el pequeño Toby para demostrarle a mi esposa que con sus estrategias para adiestrar perros comunes no vamos a resolver el tema de que el cachorro se haga en la casa. Y finalmente he llegado a una decisión, muy en contra de mis deseos y aceptando la sugerencia de mi amada esposa: he decidido quedarme con Toby.

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o lo en�endo. Sí lo en�endo. Me Nparece, me disgusta. Me siento cómo‐do, me siento frustrado, me alegra per‐

der si alguien más gana de manera justa y me da melancolía ganar cuando no he estado a la altu‐ra del desa�o. Querer un servicio diferente en los restaurantes o que, por lo menos, me pre‐gunten antes si quiero dar propina. El sushi y las especias.

El cambio me ha enseñado que cambiar es cono‐cerme de nuevo, en cada situación. Como una cita a ciegas que dura siempre y que siempre sorprende. Cambiar es hacerme la pregunta: ¿De qué manera quiero desafiar lo que sé hasta ahora? ¿Lo que soy hasta ahora? ¿Cuál es esa experiencia que voy a elegir para hacer algo dis‐�nto con esto que llamo iden�dad?

Un café en la plaza de San Marcos, mis calles favoritas en Londres, Madrid y Barcelona. Reír‐me cuando un consultor polaco habla de la coci‐

na inglesa como un oxímoron, Fish and Chips por 5 libras en Birmingham y almuerzo corriente en Bogotá por 7 mil pesos “y huevo adicional por mil más, caballero”.

Quitarme los zapatos en las juntas con vicepresi‐dentes, solo por diversión y adrenalina a ver si me pillan. Caminar descalzo en cualquier super‐ficie, quitarme el traje de consultor y ponerme la pantaloneta de la persona común y corriente que soy, que elijo seguir siendo con todos los cambios de mi vida. Alguien normal que sabe que al morir, la vida seguirá para todo el mundo, incluyendo aquellos que lo han querido tanto y tan genuinamente. La persona que intuye hoy que la trascendencia es vivir a plenitud todos los días y dejar de angus�arse por ser altruista.

Una puesta de sol bajando por La Calera, una arepa de huevo en Luruaco. Bailar en la calle con un grupo de batucada en La Boca. No tener plata para tomar un bus y caminar 30 cuadras. Cam‐biar es aceptar todas esas facetas, las que brillan para los demás y aquellas tan opacas que me incomoda que alguien más las vea. Cambiar es abrirse a las preguntas: ¿Puedo ser dis�nto? ¿Puedo ser alguien más? ¿Quiero serlo? ¿Real‐mente quiero?

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Cambiar es inevitable; su cerebro acaba de hacerlo justo en este momento, al leer la palabra rower que en español significa remero. Tal vez nunca la necesite en la vida pero no puede evitar que su cerebro genere una conexión para memo‐rizar esa información; así de hábil y de dispuesto es usted al cambio.

¿Vale la pena el cambio? Eso es como preguntar‐se ¿vale la pena respirar? Quizás no, si usted no quiere vivir; pero usted se levanta todos los días y sigue respirando. ¿Quiere respirar?

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LOS DEMÁS NO QUIEREN CAMBIAR

El día que recibí esa llamada me sorprendí de mí mismo, no entendía por qué me irritaba tanto la voz de mi papá.

‐ Felicitaciones hijo, te mereces eso y mucho más. Es impresionante que hayas logrado tu cer�ficado de “cochin”.

‐ Gracias papá, pero por favor no digas “cochin”, se pronuncia “kouchin”.

‐ Lo siento hijo, siempre me he esforzado por aprender inglés pero esa palabra me cuesta pro‐nunciarla.

La mala pronunciación de esta palabra me des‐pertaba sensaciones viscerales, sencillamente

no la soportaba.

‐ Buenos días hijo, ¿En qué andas?

‐ Papá acabo de vender un proyecto de “kou‐chin”.

‐ Me alegra muchísimo ese trabajo de “cochin” que �enes.

‐ ¡Nooo papá! no se dice “cochin”, cuántas veces tengo que repe�rte que así no se pronuncia.

‐ Lo siento hijo.

************

‐ Buenos días hijo ¿cómo te fue en la entrevista de trabajo?

‐ Papá apliqué al trabajo y lo conseguí

‐ Hijo, me alegra, eso es gracias al “cochin” que has fortalecido tus habilidades de liderazgo.

‐ Papá, ¿vas a volver otra vez con esa pronuncia‐

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ción? Realmente no aprendes.

Ni K9 podía resolver este misterio. ¿Por qué mi papá no podía pronunciar la palabra “kouchin” si era tan fácil?

**************

‐ Hola hijo, te cuento que ya leí el libro que me recomendaste

‐ ¿Cuál papá?

‐ Tu “cochin” interior

‐ Papá, con�go no se puede. Pareces un repiten‐te del primer grado de la escuela.

‐ Lo siento hijo.

Mi voz interior me decía, sencillamente algunas personas no quieren o no pueden cambiar.

**************

Y YO TAMPOCO

El día que recibí esa llamada, tengo que confe‐sarlo, logré cosechar una de las lecciones más importantes de mi vida:

‐ Aló.

‐ Buenos días.

‐ Buenos días Sr. Editor, leyó mi cuento sobre la palabra “kouchin”; seguro es el mejor cuento que he escrito en esta temporada.

‐ Lamentablemente, me parece sorprendente e inaudito su cuento acerca de la palabra “kou‐chin”.

‐ ¿Cierto Señor Editor? es increíble que mi papá no aprendiera a pronunciar “kouchin”.

‐ No, no �ene nada que ver con eso, acaso no se da cuenta que es la cuarta vez que le corrijo lo siguiente:

‐ Error del uso de la palabra "aplicar", el ejemplo dado fue error al decir "Papá, apliqué al trabajo

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y lo conseguí" la forma correcta es "Papá, solici‐té un trabajo y lo conseguí".

‐ No se dice repitente, se dice repi�ente.

‐ ¡En qué estaba pensando cuando le enseñé esto!

‐ Para completar u�liza la frase “vas a volver otra vez”. Recuerde que le he pedido muchas veces que escriba solamente “vas a volver” dado que esta expresión es redundante.

Realmente, como editor, me siento muy irritado pues le he pedido muchas veces que corrija sus errores idiomá�cos.

Mi voz interior me repe�a nuevamente: sencilla‐mente algunas personas no queremos o no podemos cambiar.

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He aquí una breve historia acerca del “po‐der”:

Terapia esposos González ‐ Sesión 1:

Terapeuta: Buenos días a los dos. Antes de empe‐zar quisiera saber ¿qué los trae por acá?

Esposos González: Sr. Terapeuta, es acerca del “poder”.

Esposo: Mi esposa es una mala mujer. Está sufriendo porque no en�ende que perdí el “poder”.

Esposa: Mi esposo es un mal hombre. Está sufriendo porque no en�ende que el “poder” no se pierde.

Terapia esposos González ‐ Sesión 2:

Esposo: Detesto a mi esposa porque no es capaz de asimilar que el “poder” es temporal.

Esposa: Detesto a mi esposo porque no es capaz de asimilar que el “poder” es eterno.

Terapia esposos González ‐ Sesión3:

Esposo: Odio a mi esposa porque cree que el “poder” se gana fácil.

Esposa: Odio a mi esposo porque cree que el “poder” depende de que otro se lo dé.

Terapia esposos González ‐ Sesión 4:

Esposo: Cómo me pude casar con esta mujer. Mujer insolente y mal agradecida. ¿Acaso no en�ende que el “poder” se fue y no volverá mientras no consiga trabajo?

Esposa: Cómo me pude casar con este hombre. Hombre sin alma y sin esperanza. ¿Acaso no en�ende que el “poder” es la base elemental de la vida y depende de la voluntad?

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Terapia esposos González ‐ Sesión5:

Esposo: Pues si tanto te gusta el “poder” quéda‐te con el jefe que me reemplazó. El despo�smo te va a matar, mala mujer.

Esposa: Hombre desgraciado, bien me decía mi mamá, no te cases con este muerto de hambre. Este hombre no �ene remedio. El “poder” es lo único que permanece en el �empo y depende de la voluntad.

Terapia esposos González ‐ Sesión 6: Cartas al terapeuta

Carta Esposo al Terapeuta: Doctor, no soporté más y la maté. No tolero las personas que desean el “poder” y la avaricia. Curiosamente no sen� nada, ahora sólo tengo hambre.

Carta Esposa al Terapeuta: Doctor, no pude más y dejé veneno en su comida para demostrarte que querer es “poder”. Ojalá la disfrute.

********

Terapia esposos Rodríguez‐ Sesión 1:

Terapeuta: Buenos días a los dos. Antes de empe‐

zar quisiera saber, ¿qué los trae por acá?

Esposos Rodríguez: Sr. Terapeuta, es acerca del “poder”.

Terapeuta: ¡No! Otra vez la misma historia

Antes de empezar quisiera que aclaráramos qué significa el “poder” para cada uno de ustedes.

Esposo: Es obvio Sr. Terapeuta. El “poder” es sinónimo de dominio, imperio, facultad y juris‐dicción que alguien �ene para mandar o ejecu‐tar algo, manejar a otros. Por ejemplo, en la empresa, el poder te lo da el cargo.

Esposa: Es obvio Sr. Terapeuta: El “poder” es tener la facultad evidente o potencia de hacer algo. En otras palabras: Querer es “poder”.

Terapeuta: Creo que algo no estuvo bien con la terapia de los esposos González.

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ba un momento más largo antes de encender mi computadora, cada día descubría algo nuevo a mi alrededor: la silla tenía dos ruedas maltre‐chas, las fotos de las paredes estaban cambian‐do de color, tenía todavía un almanaque del año pasado en la pared. Cuando por fin terminaba mi minuciosa inspección tenía que comenzar el día.

Por pura prudencia y decoro encendía mi máqui‐na, enviaba varios mensajes y hacía un repaso de los compromisos de nuestro próximo comité. Los minutos en donde no tenía sen�do lo que hacía se volvían más y más constantes, ahora llegaban a mi cabeza sin importar el momento o el lugar, era hora de aceptar que ella había regre‐sado y que esta vez volvería a abrazarme, a apre‐tarme y obligarme a desfallecer, me presionaría contra la puerta de nuevo y me obligaría a regre‐sar a la cama con ella. Me iba a hacer repe�r de nuevo que había perdido las ganas y que sólo se iría de mi casa y de mis lunes cuando aceptara que ese trabajo, esas personas y esa ru�na ya no me hacían feliz.

Esa noche, a diferencia de muchas otras a su lado, se animó a hablar:

‐ No has cambiado mucho, me extrañabas ¿cier‐to?

omo una premonición, después de 3 años Cllegó de nuevo este personaje. Como una amiga de muchos años se acercó a mi

casa, abrió la puerta, subió las escaleras, me saludó como si hubiese sido ayer la úl�ma vez que nos vimos. Realmente no había cambiado nada, seguía siendo igual de hermosa, joven, silenciosa y con las mismas ansias sinceras de seducirme.

Era la mañana del lunes, el momento exacto en que mi interminable semana en la oficina acaba‐ba de comenzar, llevaba ya muchos meses tra‐tando de alejar de mí la imagen de su llegada, contenía ese sen�miento, me esforzaba por recuperar la energía del primer día, pero la ver‐dad era otra, ahora ella me estaba esperando, había regresado y tenía que afrontarlo.

Repe�r la misma tarea todos los días, como una máquina, me desboronaba, me quitaba el alien‐to y me hacía creer que defini�vamente ella era la culpable. Cada mañana que pasaba me toma‐

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Contando Cambios

era como un concierto cuando toda la gente delira por el que está en el escenario, que sin importar quien sea, por gloriosos instantes es un completo Dios.

Y ahora estoy aquí acostado, a su lado, enredado entre sus suaves y largos muslos, emborrachán‐dome con el olor fresco de su pelo castaño ondu‐lado y largo hasta su cintura, tan estrecha, tan excitante que aun siendo lo que es quiero seguir apretando su cuerpo, un poco más, cada vez más fuerte…

Desde su llegada han pasado ocho días y aún tengo la pobre esperanza de que se pueda ir, de un momento para otro, así como llegó podría desaparecer.

‐ Dime ¿cómo hago para no verte más?

‐ Dímelo tú.

‐ No lo sé, estoy a punto de creer que eres una supers�ción, un augurio de que en mi vida nunca seré plena y prolongadamente feliz.

‐ Estás en lo correcto, �enes absolutamente toda la razón, la felicidad te acompañará por instan‐tes, porque para � hasta ahora ha sido sólo eso, instantes que te regalan generosamente las per‐sonas que te rodean.

‐ ¡Por supuesto que no!

‐ Eso es lo que me dices, pero �enes que aceptar que poco a poco fuiste perdiendo la felicidad y comenzaste a buscarme de nuevo.

¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo podía adivinar que mi vida era un ciclo de buenos ratos espe‐rando la llegada de los malos? Siempre empeza‐ba un nuevo proyecto en mi vida como si fuera un paseo a la playa. Me emocionaba profunda‐mente ver cómo los demás reconocían mi expe‐riencia y realmente veían en mí un líder excep‐cional, no era posible que me estuviera enga‐ñando, los aplausos, las cifras, los ascensos no eran producto de mi imaginación.

Todavía recuerdo el primer día aquí, la gerencia llevaba ocho meses sin nadie a cargo, el equipo estaba desmo�vado, el indicador de ventas iba al 70%, lo que para cualquier casa matriz, más allá de un incumplimiento, hubiera sido una burla.

El trabajo, al principio, fue muy duro, pero empe‐zamos entre todos a crear empa�a y compromi‐so y aunque no se lo haya dicho a nadie… fue por mi trabajo, por mi esfuerzo, por mis capacidades que después de 6 meses escuchábamos aplau‐sos en la reunión regional de medición, eso sí que era algo emocionante, intenso, excitante,

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larte un poco para que aparezcas.

‐ Esa no puede ser tu mejor respuesta, mírame bien y escucha con atención: ésta como las otras veces vas a hacer lo único que te ha funcionado: mañana vas a renunciar, encontrarás otro empleo y como siempre, esperarás a que el reno‐vado escenario te anime de nuevo y regresarás aquí corriendo para sacarme a empujones de tu casa repi�éndote a � mismo: “la soledad regresará en tres años, aprovecha este �empo porque regresará…”

‐ ¿Por qué me pasa esto?

Me imaginé que se iba a quedar callada, pero como si hasta ella estuviera has�ada de mí y de mi vida tan predecible, se volteó y me contestó:

‐ Porque tu felicidad está depositada en los demás, has puesto tu vida en unas manos que no son tuyas y por eso �enes que rogar para que quienes trabajan con�go te animen, te den más, te aplaudan más, te exijan más y te ofrezcan cada 3 años una vida más interesante.

‐ No es cierto

‐ ¡Claro que es cierto!, o dime sinceramente: hoy ¿qué te hace feliz?

Con esa respuesta había perdido no sólo una batalla sino la guerra completa, me pesaban los brazos, los párpados, y ya no tenía una sola gota de emoción para volver a trabajar, ella había ganado, estaba mirándome airosa, gloriosa, contemplando su triunfo mientras desocupaba su equipaje, llenaba mis repisas con sus cosas e inundaba la habitación con su perfume.

‐ Soy hermosa ¿cierto?

‐ Sí, lo eres.

‐ Gracias a �, y a hombres como tú he llegado a ser lo que soy.

‐ No te en�endo.

‐ Te has preguntado ¿por qué te atrapo siempre?

‐ Sí, todo el �empo me lo pregunto.

‐ Entonces dame tu mejor respuesta.

‐ Tengo varias, pero estoy por creer que eres como mi des�no, creo que siempre al pasar un �empo, los aplausos, los reconocimientos y el poder de influir en los demás se vuelven monóto‐nos, aburridos, quiero nuevas experiencias y nuevas emociones y por eso lamentablemente siempre te espero, además sólo tengo que anhe‐

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‐ El éxito‐

‐ ¿De quién depende el éxito?

‐ De mi.

‐ ¿De �? Lo que en�endes por éxito siempre ha dependido de tu cargo, de tu gente, de tus cifras y nada de eso lo puedes asegurar. Lo que buscas para ser feliz está muy lejos de tu alcance, está fuera de �.. Realmente pensé que con tantas caídas ibas a recordar quién eres. Cada hombre es responsable de sí y no en�endo cómo, de la manera más escueta, simplemente le regalan su ahora y su felicidad al primer demonio que se les atraviesa por el frente, al primer sonido de aplausos, o a cualquiera que alabe su existen‐cia. Ahora levántate, sal de esta casa y en�ende que la próxima vez que te quieras arrodillar ante mí será porque llevas demasiado �empo inclina‐do ante los deseos de muchos otros.

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¿Cómo contar un cuento más light de cambio?

Y ¿por qué lo decidí? Porque cuando le pregun‐té a K9: ‐¿Te gustó? ... Mi cuento, ¿si te gus‐tó?

En ese momento me dijo:

‐ Mmmm sí.

Entonces pensé, cómo pueden tres letras ence‐rrar tanta sinceridad, y lo peor, K9 siguió opinan‐do:

‐ Interesante, pero no entendí.

‐ Mejor dicho, sí entendí, pero no el “para qué”.

Ahí ya iba de mal en peor, ya me sen�a con ganas de arrugar la hoja y �rarla a la caneca… Pero, ¿Cómo se hace eso cuando se escribe en el computador?

No entendió el “para qué”. Y yo, ¿qué demonios iba a contestar? Lo pensé, de verdad me tomé un momento para pensarlo, pero no le podía decir que no tenía ni idea del “para qué” de mi cuento.

Pues para completar el libro!

Pues porque estoy escribiendo un libro de cuen‐tos.

Pues ¡porque sí!

Había algo peor, me estaba contando todo por chat, así es que sólo imaginaba su cara de “¿qué es esto??? mientras seguía en una reunión, o se paraba al baño, o conversaba con alguien más”… en fin,, no sabré que tan malo fue….. pero K9 siguió opinando:

‐ Me gustó, está bien escrito, se en�ende. ¡Pero qué cuento tan triste!

¿Tan triste?, o mejor, ¡tan cursi ¡Esa palabra! ¡A esa palabrita siempre la he odiado! Y seguro que eso fue lo que pensó. Pero a mí me gustaba, realmente me gustaba mucho mi cuento, yo lo leí varias veces y me encantó! Me inspiraba, me hacía sen�r bien y estaba segura que debería haber alguien a quien mi relato le inspirara igual, ¿Será el contexto? ¿Será el es�lo? ¿Será él? o ¿Seré yo?

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En�endo que a muchos les gustan las canciones de Silvio Rodríguez, la guitarra y los abrazos, mientras que otros preferimos las películas de Hollywood y las palomitas de maíz, pero siempre hay algo que aprender entre las dos esquinas.

Resolví hacer un “Manual de instrucciones para leer mis cuentos”:

1. Usted debe leer el cuento a altas horas de la noche. ‐¡Claro!! La gente está cansada, fuera del trabajo, en ac�tud de descanso, de manera que aceptar un tema reflexivo sería mucho más probable‐.

2. Recuerde contextualizarse. ‐ para los muy pragmá�cos, escuetos y poco sensi�vos el ejercicio es mucho más intenso ‐ deberá esforzarse y no juzgarlo de román�co, pinto‐resco, o pensar que está leyendo un texto de auto superación. ‐no tengo nada en contra de los libros de superación personal…. Pero realmente nunca los prefiero‐.

3. No esté a la defensiva, usted no es el corrector de es�lo, usted es una persona amable, inteli‐gente que siempre busca aprender lo posi�vo de las cosas.

Pero mientras en cinco segundos hice el manual

y lo imprimí con el libro, me di cuenta de la estu‐pidez que había hecho, lo borré de mi cabeza y regresé a mi celular, él ya había con�nuado:

‐ No sé para qué es un libro de cambio. Pero me gustó el cuento. Dame un segundo y mándame los otros cuentos.

¿Mándame los otros cuentos? ¡Eso me dijo! sí, ¡Eso fue lo que me dijo K9 antes de pedirme un segundo porque estaba ocupado! (Pensándolo bien, sí era buena idea el punto 1 del manual de instrucciones!).

¿Que le mandara mis otros cuentos? Obvio ¡No!, y exponerme otra vez al famoso “mmmm sí, me gustó, pero…” Obviamente No.

Volví a leer mi cuento.

Pero, ¿por qué lo escribí así? ¿y por qué hago ahora un intento por redactar como si fuera periodista de una revista de farándula?

Yo nunca escribía, pero ¿cómo llegué a este pun‐to? ¿Por qué me gustó y me siento cómoda así? Muy probablemente la explicación radica en el hecho de pasar 9 meses con varios expertos en cambio, en largas e intensas sesiones que inspi‐ran, que le dan poder a la imaginación y que lec‐

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tura tras lectura enseñan a sacarle gusto a cada letra.

Ahora tengo muchas más razones para entender cómo nos acoplamos y transformamos nuestros sen�mientos, nuestros gustos y nuestros com‐portamientos dependiendo de las personas y lo que estamos viviendo. Nada es bueno ni malo, simplemente un proceso de adaptación muchas veces más inconsciente que consiente que debe‐mos saber administrar y como todo en la vida requiere reconocimiento, aprendizaje y prác�ca.

Lo mejor de todo es que gracias a K9 ya tengo un cuento más.

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Y NO ES UN CUENTO…

Día 1Correo electrónico Nº1

De: [email protected]

Para:[email protected]

CC: [email protected]

Adjunto: entregablev1

Apreciado Adrián:

Adjunto el entregable solicitado.Quedo a la espera de sus comentarios

Saludos cordiales,

K9Consultor de desarrollo organizacionalChange Americas

Dia 2Llamada celular Nº1

Adrián marca a K9, se va a buzón

Llamada celular Nº2

Adrián marca a K9,

K9: Aló, buenos, días,

Adrián: Buenos días… le he marcado toda la mañana pero usted no me contesta

K9: Discúlpeme, solo vi una llamada perdida suya y ya se la iba a devolver.

Adrián: usted sabe que yo soy una persona ocu‐pada y no estoy para perder el �empo.

Bueno, quería hablarle del entregable… me pare‐ce todavía un documento con muchas oportuni‐dades de mejora, quisiera que lo revisara en detalle, por ejemplo, me gustaría que la letra fuera Arial, lo �tulos centrados y con color azul

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rey, el tamaño de la letra es muy pequeño, por favor quítele los colores, difieren de la cultura de la empresa, acá no les gustan los colores, quítele todas esas gráficas y fotos, no me dicen nada…

K9: Si claro, le haré los ajustes y le enviaré ver‐sión dos del documento, pero cuénteme ¿cómo vio el contenido?

Adrián: arregle lo que le dije y luego hablamos del contenido

K9: Que tenga un buen día.

Adrián: Hasta luego.

Día 3Correo electrónico Nº2

De: [email protected]

Para:[email protected]

CC: [email protected]

Adjunto: entregablev2

Apreciado Adrián:Adjunto el entregable con los ajustes solicitados.

Quedo a la espera de sus comentarios

Saludos cordiales,

K9Consultor de desarrollo organizacionalChange Americas

Llamada celular Nº3

Adrián marca a K9.

K9: Buenos días Adrián.

Adrián: Buenos días K9, casi no me contesta.

K9: Lo siento, estaba dictando una charla.

Adrián: Con respecto al entregable quiero decir‐le que no le veo forma, es decir, usted sabe que la cultura de la organización no se parece a nin‐guna, acá la gente es compleja y le voy a pedir de su parte toda la flexibilidad posible. Este entre‐gable debe contener toda la información clara y precisa, esos planes de acción no me dicen mucho…

K9: Quisiera que fuera más específico. Cuando usted me pide que sea más específico ¿a qué se refiere?

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Adrián: Mire, le voy a mandar un archivo, yo también fui consultor y he tenido experiencia en 5 proyectos como éste, así que le voy a enviar el archivo con la metodología como debe ser. Estos asuntos de cambio nunca cambian, las metodo‐logías son las mismas y yo tengo la mejor, hágalo como está en mi documento. ¡Sea flexible!

K9: Entonces espero su documento, que tenga buen día Adrián.

Día 4Correo electrónico Nº3

De: [email protected]

Para:[email protected]

CC: [email protected]

Adjunto: entregablev3

Apreciado Adrián:Adjunto el entregable acorde con la metodolo‐gía que usted sugiere, quiero anotar que real‐mente esto no se usa en las organizaciones hace mucho �empo, es un método muy coerci�vo, sin embargo le hice algunas modificaciones que espero sean de su agrado y se ajusten a la cultura

de la empresa. Creo que cuando se ejecuten los planes de acción las personas preguntarán cosas que están en la versión que le envié ayer.

Quedo a la espera de sus comentarios.

Saludos cordiales,

K9Consultor de desarrollo organizacionalChange Americas

Día 5Llamada celular Nº4 Adrián: Hola K9, me parece que no entendió bien lo que le quise decir. Cuénteme ¿lo hace por llevarme la contraria? Le pasé un documento, ¿por qué no lo hace exactamente igual?… espe‐ro la siguiente versión; me gustaría que en lugar de las gráficas haga cuadros en letra Arial como le dije, sin tanto color.

K9: Como diga, Adrián y por supuesto que no es por llevarle la contraria, pero en�éndame usted, si quiere resultados, los que le prome�mos, debería ajustarse a nuestra metodología.

Adrián: mire k9, creo que usted debería ser más flexible; los consultores de cambio deben adap‐

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tarse a todo, si usted no es flexible simplemente no sirve para hacer este trabajo. ¿Por qué no me hace caso y se ajusta a la metodología que yo le envié? todo debe ser un proceso de creación, no me traiga cosas que hizo en otros proyectos; le repito que esta cultura no se parece a ninguna, somos diferentes en todo, ¡hágame caso!.

K9: Esta bien, le enviaré otra versión. Que tenga un buen día Adrián.

Correo electrónico Nº4

De: [email protected]

Para:[email protected]

CC: [email protected]

Adjunto: entregablev4

Apreciado Adrián:Adjunto el entregable con la metodología ajus‐tada a la cultura de su empresa, quedo a la espe‐ra de sus comentarios.

Saludos cordiales,K9Consultor de desarrollo organizacional

Change Americas

Adrián �ene que modificar el entregable 30 veces más, esto seguido de incontables llamadas y con comentarios como: “creo que se puede ajustar más…” Desde la primera versión del entregable hasta hoy han pasado 4 meses, la duración del proyecto es de seis meses y se aveci‐na una tormenta de cambios en cuanto a los pla‐nes de acción, y aunque la paciencia de k9 se agota, respira, toma fuerzas y envía los planes de acción adjuntos.

Mes 5Llamada celular Nº34

K9 llama a Adrián.

K9: Buenos días Adrián.

Adrián: Buenos días k9, espero que se encuen‐tre muy bien, referente a los planes de acción quisiera comentarle que en esta cultura no se hacen bonificaciones de ningún �po, acá no queremos líderes, ni héroes. Que no piensen que porque están en este proyecto ya pueden mandar en mi empresa; ellos vienen de abajo y se quedan abajo. Mi intención es que trabajen, que saquen adelante esto. Estamos en ley de austeridad, no puedo comprar nada… ellos

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deben saber que la cultura de la organización es así, esta empresa es muy reconocida en Colom‐bia, y ya por el hecho de trabajar acá se deben sen�r orgullosos.

Ahh y por favor, quítele el número de versión a ese documento, me hace sen�r como que ha hecho mucho trabajo, y no es verdad, a usted le ha quedado grande el entregable.

Correo electrónico Nº… ya perdimos la cuenta

De: [email protected]

Para: [email protected]

CC: [email protected]

Buenos días K9No sé cómo hubiese terminado sin mí este entregable. De todas maneras quedó perfecto, buen trabajo, creo que debemos empezar a tra‐bajar en los planes de acción, falta sólo un mes para que esto se acabe, usted que es el consultor me dirá cómo debemos empezar.

Saludos cordiales,AdriánGerente de proyecto.

Úl�mo correo electrónico

Apreciado Adrián:El entregable quedó muy bien, eso es cierto. Agradezco muchísimo su orientación y conoci‐miento en esta labor y claro, debemos empezar los planes de acción, el �empo se agota.

Ahora sí estoy convencido de que en esta organi‐zación el cambio es posible, el entregable per‐fecto cambió 35 veces… ¿y cuánto cambió la gente?

Con aprecio,K9Consultor de desarrollo organizacionalChange Americas

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‐ San�ago: ¡No quiero!, ¡no nos vayamos de aquí! No pienses sólo en �… ¡por qué �enes que hacernos sufrir a todos!!

Y aquí estoy yo, Marcela Tovar, la más exitosa de las consultoras, 15 años diseñando estrategias para ges�onar el cambio en las organizaciones, con una respuesta para cada momento de resis‐tencia… Pero, ¡un momento! ¿Qué pasó aquí?

‐ Yo: ¿Tu sabes en qué trabajo y a qué me dedico?

‐ San�ago: Sí, tú eres psicóloga. ‐ Felipe: No, mi mamá no es psicóloga. Los psicó‐logos �enen barba blanca y larga y �enen un sofá y una libre�ta para anotar lo que la gente les dice.

‐ Yo: ahh, ¿no soy psicóloga? ¿entonces qué soy?

‐ Felipe: tú eres sensibilicitadora

l‐ Yo: ¿ah sí?

‐ Felipe: bueno, sensibilicitas a la gente y eso…‐ Yo: quiero decirte que yo sí soy psicóloga…

‐ Felipe: ¿síiiii?, no puede ser y ¿te pones barba en el trabajo?

an�ago: Ma, no nos cambiemos de aparta‐Smento… aquí viven todos mis amigos… allá no vamos a vivir tan felices como aquí…

Este apartamento es tan bonito… por favor no nos vayamos.

‐ Yo: Chiquito, allá vas a encontrar nuevos ami‐gos. El apartamento es más grande, el parque es más bonito y vamos a vivir mucho mejor.

‐ San�ago: Nooo. Para qué probar si ya sabemos que aquí somos felices…

‐ Yo: Mi vida, porque hay un mundo nuevo de posibilidades. ¿Qué tal ser más felices que aho‐ra…?

‐ San�ago: ¿Y qué tal que no…?

‐ Yo: Sé que �enes miedo porque no sabes con certeza lo que vas a encontrar, pero te aseguro que si pones un poco de tu parte vas a ser muy feliz.

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¡Oh por Dios! Creo que: O cambio de estrategia de educación de inmediato, o voy a tener mucho trabajo en la compañía para la que traba‐jen San�ago y Felipe…

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No hay de otra, aceptemos esta invitación a ver con qué nos sale la doctora Claudia esta vez…

Guardo en mi memoria el momento en que supuestamente todo empezó a cambiar. Se tra‐taba del lanzamiento del proyecto más ambicio‐so que enfrentaba la compañía en muchos años y no podía faltar el discurso de nuestra líder:

“Señores, vamos a darle un vuelco total a la manera como hacemos las cosas actualmente. Hemos cerrado, de la mano de la junta direc�va, una excelente nego‐ciación con uno de los más importantes proveedores de So�ware en el mundo para que se implemente una herramien‐ta que integre todos los procesos de nego‐cio, de tal forma que la calidad de nuestro trabajo mejore y nuestra efec�vidad sea cada vez mayor…”

Sin lugar a duda alguna no se trataba de un sue‐ño, era algo que renovaba nuestros espíritus y nuestra obsoleta forma de trabajar.

…” Seré yo la principal promotora de este proceso ‐ Pondré toda mi disposi‐ción para lograr que esta empresa llegue a buen puerto, pues soy una persona que siempre está dispuesta al cambio y espero sembrar en todos ustedes mi fe y compromiso con el proceso”.

Sonaban poé�cas las palabras de la respetada señora en ese entonces.

Para nuestra empresa, líder de su sector, la implementación de este proyecto era un requisi‐to para su crecimiento y sostenibilidad, eso tam‐bién lo teníamos claro. Lo curioso es que el pro‐

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grama arrancó 3 veces sin éxito en estos tres años y siempre exis�ó un abundante cartel de proscritos, culpables de la imposibilidad del equi‐po para implementar la herramienta.

¿De quién era la culpa?

Prác�camente habíamos perdido la fe, no encontrábamos el camino para salir al otro lado.

Las reuniones se habían conver�do en un eterno carnaval de culpabilidades, en extensísimos electrocardiogramas de indicadores de la com‐pañía.

Doña Claudia quería que toda la información estuviera clara, que todo estuviera bien defini‐do, que todo funcionara perfectamente para alcanzar el cambio y tan pronto iden�ficaba que algo no estaba totalmente ajustado... ¡paraba el proceso!

Esto era permanente y reitera�vo. Debíamos mantener absolutamente todas las variables controladas para enfrentar el cambio que se venía y de esta forma habíamos abordado ya 3 veces el proceso desde puntos muy diferentes, pero siempre muy lejanos del cierre del mismo.

¿Qué sucedía? ¿Por qué no lográbamos avanzar

en el proceso de implementación?

¿Por qué, si contábamos con un líder poco resis‐tente y muy dispuesto al cambio, según sus pro‐pias palabras, no lográbamos avanzar?

Estas y otra oleada de preguntas más nos ronda‐ban la cabeza todo el �empo a los que dirigíamos el equipo y mientras tanto la mo�vación al piso y nuestra fe perdida. No valíamos un centavo.

Nuestro Apóstol

El es�lo gerencial de nuestra presidenta era rudo, le encantaba conocer hasta el úl�mo detalle, requería par�cipar en todas las decisio‐nes de la compañía, era absolutamente faná�ca de medir todo lo que pasaba en la organización y en general debía poner su firma a todo lo que sucedía .

Me estresa recordar anécdotas de estos úl�mos tres años y no exagero con esto:

Viernes 1:30, después de un suculento almuerzo –realmente suculento‐. Un almuerzo de viernes de esos que están prohibidos por su excesiva carga calórica.

Uno de esos almuerzos que al terminar noquean

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la mitad de nuestras neuronas y nos deja en pun‐tos suspensivos.

Para esto sólo existe una solución, milenaria por demás. Una bebida negra que en nuestro país no solo es �pica sino “la mejor del mundo”. Una bebida que nunca falta en una mesa y menos en una oficina después del almuerzo ejecu�vo de los viernes…

Camino medio sonámbulo hacia la greca espe‐rando servirme una enorme taza de esta pócima y al llegar a la greca ¿qué creen?... las múl�ples ocupaciones de nuestra presidenta no le habían permi�do firmar la autorización de compra semanal de elementos de cafetería… Mi peor pesadilla hecha realidad: una semana sin café.

En manos del Mesías

La fría noche cayó sobre Bogotá más gélida que siempre. Ya era tarde, como las siete con cara de nueve.

Llegó la hora de la junta que hacíamos los vier‐nes en compañía de todos los gerentes y de nues‐tra presidenta, para analizar el avance de la implementación de la nueva plataforma. A dife‐

rencia de las anteriores, esta vez habían invitado a K9, un consultor, un facilitador como ahora los llaman.

La verdad es que doña Claudia lo invitó luego de la insistencia de su mejor amiga ‐me imagino que para quitársela de encima‐ quien le aseguró que él le podía aportar mucho a su empresa, pues en su compañía había sido de mucha u�li‐dad para superar problemas de ges�ón del cambio, trabajo en equipo y liderazgo.

Esperábamos que él nos diera su punto de vista acerca de lo que nos estaba sucediendo.

Queríamos realmente que él nos apoyara a des‐trabar el proceso y a iden�ficar por qué no lográbamos el cambio que tanto anhelábamos.

Pensaba yo para mis adentros ¿será el Mesías?

K9 llegó muy puntual. Era un hombre entrado en años, sereno, canoso y de gafas. Con porte de catedrá�co, con un halo de paz y tranquilidad que no puedo explicar. Frente a él se sentó doña Claudia. Sus palabras de bienvenida fueron muy elocuentes y directas:

“Buenas noches, quiero decirle que lo hemos invitado para que nos ayude a entender por qué este equipo no es un

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equipo dispuesto al cambio. Por qué, pese a mi apoyo, no logramos avanzar en el proceso y por qué, pese a mi compro‐miso permanente, el proyecto no avan‐za. Quiero que sepa que yo soy una per‐sona muy dispuesta al cambio y muy poco resistente”.

K9 solo escuchaba…

Doña Claudia siguió con su discurso:

”Quiero que sepa señor, que este equipo está aquí por mi apoyo, porque yo soy la que ha estado dispuesta a enfrentar los cambios más complejos de la organiza‐ción, la que ha tomado las decisiones que nadie quiere tomar”.

Yo miraba a K9 a ver qué cara ponía pues el tono estaba subiendo y la defensa de la doctora Clau‐dia, sin ser atacada, era cada vez más vehemen‐te.

K9 sólo anotaba y escuchaba. Esta presentación duró más de 45 minutos, al cabo de los cuales ella se había asegurado de dejar en claro lo indis‐pensable que era para la organización y cómo ella no tenía ni el más mínimo asomo de resis‐tencia al cambio, pero que la resistencia de su equipo hacía que las cosas no se dieran.

Doña Claudia estaba segura que su equipo tenía graves dificultades y que esa era la fuente de todos los problemas de la organización. De paso sen� como si estuviera echándome la culpa. Yo, su mano derecha, su hombre de confianza.

Tenía muy claro en mi mente que cuando había‐mos llamado a K9 la verdad iba a florecer y se iba a lograr desenredar este hilo, pero la capacidad de convencimiento de la presidenta era tal que una vez más me convencí que ella tenía la razón, y empecé a preocuparme por mi suerte, pues para ese momento me preguntaba ¿para qué trajimos a este personaje si todo estaba tan claro?

Intenté mirar la hoja en la que K9 estaba toman‐do notas y alcancé a ver que había 4 preguntas. Me preocupé, pues no sabía cómo iba a enfren‐tar una argumentación de 45 minutos con ape‐nas 4 preguntas.

Así que me puse cómodo y esperé a que la carne se pusiera en el asador, pues doña Claudia era buena para destazar y comer a cualquiera que de una u otra forma osara contrargumentarla.

Una vez finalizada la exposición de doña Claudia, K9 se preparó para hacer la primera pregunta. Respiró, calculó, carburó, pero defini�vamente no dudó:

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‐ ¿Para qué quiso usted que yo viniera a esta reu‐nión? ¿Qué espera de mí al finalizarla?

Lo pensó un minuto. Respondió un poco descon‐certada:

‐ Para que nos haga un diagnós�co del por qué mi equipo es tan resistente.

K9 muy seguro de sí mismo le hizo la segunda pregunta a doña Claudia:

¿Qué la hace estar tan segura de que su equipo es resistente? ¿Cuáles son los elementos del comportamiento de su equipo que la hacen pen‐sar así?

Y como en un par�do de tenis… todas las mira‐das se fueron hacia doña Claudia, sólo que en este caso la respuesta fue inmediata:

“Mire el estado en el que se encuentra actualmente esta empresa. Si usted observa detalladamente la situación, podrá ver que la desidia, irresponsabili‐dad e incompetencia de este equipo son evidentes ¿Qué sería de ellos si yo no les respirara en la nuca?”

K9 no se inmutó con la respuesta y lanzó su ter‐cera pregunta:

¿En qué punto de esta historia trató de contro‐larlos tanto que perdió el control de usted mis‐ma? ¿Para qué le sirve poner la culpa en los otros y sen�rse víc�ma de esta situación?

Hubo un silencio largo y angus�oso, como cuando en el colegio algún niño hacía un comentario pesa‐do sobre el profesor y él lo escuchaba, sólo que en este caso al mirar todos al atrevido compañerito, éste no se inmutó, más bien se veía curioso, ávido de una respuesta o de una reacción.

El silencio de doña Claudia fue tan largo, que K9 lo interpretó como una respuesta, y procedió a hacerle la cuarta pregunta.

Doña Claudia, ¿sabe usted cuál es la diferencia entre un líder espejo y un líder ventana?

Ninguno de los presentes entendió la pregunta de K9. Mucho menos doña Claudia, que para ese instante estaba preparando, a como diera lugar, una respuesta para no quedar mal y menos estando presente su desteñido equipo.

Su respuesta, después de casi un eterno minuto de confusión, fue profunda, sincera, clara, conci‐sa y contundente: …¿Cómo dice? No le en�endo ¿Qué �ene que ver su pregunta con mi equipo?

El rostro de K9 se iluminó con la respuesta de

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doña Claudia.

Con sencillez deslumbrante K9 pasó a explicar‐nos a todos el concepto, aclarando que sus argu‐mentos estaban inspirados en Jim Collins, un gurú norteamericano de la administración moderna.

Líder Espejo, y eso vale también para ustedes señores gerentes, nos explicó, es aquél que cuan‐do las cosas están mal procede a abrir la ventana para iden�ficar aguda y claramente quién es el responsable y cuando las cosas están bien se mira en el espejo y celebra el éxito que ha logra‐do gracias a su tesón e inteligencia.

Mientras que el líder ventana, prosiguió K9, es aquel que cuando las cosas están bien abre la ventana para reconocer que el éxito es fruto de un esfuerzo mancomunado y que sería imposi‐ble sin la existencia de cada uno de los miembros del equipo y cuando las cosas están mal, saca su espejo y busca en él las causas que llevaron al fracaso.

Hecho esto, miró fijamente a doña Claudia y reformuló la pregunta: ¿Doña Claudia, usted se considera una presidenta espejo o una presi‐denta ventana?

La cara de doña Claudia se transfiguró; se puso

pálida, jugaba nerviosamente con su elegante esfero, no podía ni hablar, no sabía para donde mirar, se notaba que hubiera querido mandar esta reunión para un lugar en el cual los malos olores priman.

Pero no podía hacerlo, estaba con todo su equi‐po, estaba en evidencia, debía salir de ésta deco‐rosamente pero realmente estaba muy afectada pues era evidente que había entendido el men‐saje: era hora de dejar de firmar hasta las com‐pras del café.

Nunca me hubiera imaginado la respuesta que dio, no habíamos observado en ella rasgos de nobleza, ni capacidad de autocrí�ca alguna hasta ese momento. Por lo menos eso parecía.

No podía creer que K9 con 4 preguntas hubiera logrado un efecto tan profundo en nuestra líder.

Yo ya empezaba a entender por qué una perso‐na se podía ganar más de lo que yo me ganaba en 4 meses de trabajo tan solo haciendo 4 pre‐guntas en una reunión de una hora… sí, con tan solo 4 preguntas.

En ese momento doña Claudia cambió su cara, con mirada cálida, que por primera vez le cono‐cía y con una voz pausada y seriamente entona‐da, se dirigió a K9 y le dijo: ¡Gracias!

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Se quedó pensa�va por un momento, y prosi‐guió. Creo que tengo mucho en que pensar bien‐venido a nuestro equipo.

Empieza a tener sen�do la frase que en alguna ocasión leí en los 7 hábitos de Stephen Covey, “para alcanzar metas que nunca antes se han logrado hay que comenzar a hacer cosas extraordinarias, pues cuando seguimos hacien‐do lo mismo seguiremos obteniendo el mismo resultado”.

Todos llegamos al espejo, llegó la hora del café

Ha pasado un año desde que esta reunión se hizo. Doña Claudia, los líderes y K9 han hecho toda clase de ac�vidades talleres, capacitacio‐nes, eventos, etc. para el equipo y hasta inició un proceso de coaching ejecu�vo para ella y para algunos de los gerentes que así lo quisie‐ron.

Son las 6:00 a.m del lunes y estoy haciendo en mi mente una lista de todo lo que ha sucedido en este úl�mo año, pues estoy seguro que el café al que me ha invitado es para hacer un balance de lo que hasta ahora ha pasado y no sé por qué creo que nuestra amada líder, ahora con otra máscara, va con sus nuevas competencias de coaching a buscar convencerme de mis supues‐tas responsabilidades por lo que en este

momento está pasando.

Voy en mi carro escuchando las no�cias, enfren‐tado al espantoso tráfico de la ciudad, mi mente hace el balance y determino que tengo respues‐ta para el 99% de los posibles juicios que me haga doña Claudia.

Voy preparado. Voy decidido a todo, incluso a renunciar. No puedo estar en una compañía en donde supuestamente las cosas han cambiado y en realidad siguen iguales; no hay apoyo, no hay trabajo en equipo.

Llego a mi oficina, busco todos los papeles y soportes para ir al café y me apresto a salir hacia su oficina.

En el camino voy pensando en mi introducción a la reunión, buscando que con mis palabras a ella le quede claro que los éxitos del úl�mo año se deben también a nosotros, que su “cambio” de es�lo no fue lo único determinante para estos éxitos y que si los resultados de mi área, frente a los de las otras áreas, no han sido tan exitosos, es porque en realidad no me he sen�do tan apoyado como hubiera querido, ni por mis líde‐res ni por mi equipo en general.

Toco a la puerta de su oficina

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Siga, dice doña Claudia.

Sigo y la encuentro en su mesa de juntas sentada a un lado con dos puestos muy bien arreglados con café y pan.

Siga, Rafael, siéntese y tomemos un café.

Me siento y a con�nuación doña Claudia me pregunta: ¿Sabe usted para qué lo invité?

Supongo que para hacer un balance de los resul‐tados de la ges�ón del úl�mo año, ¿es así? Pregunté.

Es correcto, respondió doña Claudia.

A renglón seguido, y sin permi�r que ella pre‐guntara, le hice una completa exposición de lo realizado, le presenté todos mis argumentos y mis sen�mientos acerca de mi percepción de los mo�vos del desempeño diferencial de mi área frente a la de los otros gerentes.

Me extendí, pues tenía completos y preparados argumentos y mientras tanto la doctora Claudia asen�a; creo que estaba, o entendiendo y dán‐dome la razón, o buscando los argumentos nece‐sarios para reba�r mi posición. No le auguraba mucho éxito si estába en la segunda.

Sorprendentemente me dejó terminar de decir todo lo que yo tenía en mi mente, que no era poco y me preparé para el contra ataque.

Ella respiró, pensó mucho, por lo menos 2 minu‐tos en silencio y luego me miró fijamente y me dijo: Rafael ¿alguna vez has escuchado el con‐cepto del líder espejo y del líder ventana?

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ecesito ordenar las ideas en mi cabeza Npara entenderlo; hacer algo con toda esta información como si se tratara de

una confesión a través de la cual busco expiar mis dudas, mi sensación de responsabilidad. Tengo que buscar un espacio hoy para sentarme con tranquilidad a escribir todo esto que me pasa por la mente, a ver si logro recuperar el sueño que hace días no disfruto.

Imagino cómo se pondrán las vías en 15 minutos cuando sean las 7 a. m. y empiece el atasco de vehículos... me veo ahí, en el primer semáforo de los siete que hay en el trayecto a mi trabajo. Las manos aferradas al volante, con fuerza, como tratando de sujetar la esperanza que se desvanece ante lo evidente.

Estoy obsesionada con los resultados, eso es verdad, para qué decirme men�ras. Por eso me incomoda tanto sen�r que todo el mundo me está felicitando por algo que, internamente, sé que no está saliendo bien. Esas miradas, las son‐

risas de aprobación, las palabras amables y a veces un poco exageradas. Esas palabras acom‐pañadas por abrazos y apretones de manos.

Como personaje de novela que agobiado por la culpa decide mostrarle al mundo su responsabi‐lidad, escribiré una carta de confesión que empe‐zará diciendo algo así como: “Me llamo Mariela y hace 10 meses me invitaron a una reunión en la oficina del Presidente, para informarme sobre un proyecto muy importante para la compañía y querían saber si estaba interesada en dirigirlo. La oficina del Presidente �ene un ventanal inmenso; luego de pasar por 4 empresas en 18 años de trabajo he aprendido que las ventanas son un símbolo de estatus: entre más grande el ascenso para alguien, más amplia la oficina que le asignan y más grandes las ventanas de la mis‐ma.

En esta oficina amplia, de ventanales grandes como ninguna otra en la empresa, escuché muchas palabras que, en resumen, explicaban algo sobre las grandes cualidades que me hacían la persona idónea para el nuevo proyecto, las muchas perspec�vas de futuro al ponerme al frente del asunto y, en fin, los sospechosos de siempre que suenan tan bonito al ego y la autoes�ma. ¿Quién iba a decir que no? Incluso pensé en su momento que quizás era mi oportu‐nidad de tener una ventana bien grande, luego

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de 5 años de trabajo duro.

Capítulo 2 de la confesión de Mariela. Mientras cruzo el segundo de los siete semáforos que hay en mi trayecto hacia el trabajo. Ya han pasado 10 meses y tengo una crisis de nervios… el proyecto terminó 2 meses después de lo planeado y hoy, luego de varias semanas, nada parece estar fun‐cionando bien… las personas a las cuales se diri‐gía, aquellos que se supone que deberían hacer su trabajo u�lizando la nueva herramienta tecnológica, no solo no la están usando sino que la mesa de ayuda está saturada de requerimien‐tos ton�simos y ya hay rumores según los cuales instalamos un elefante blanco al que tendremos que enterrar dentro de poco y volver al viejo sistema.

¿Qué es lo que no funciona? Hicimos reuniones, se presentó todo el proyecto, la gente movía la cabeza en señal de aprobación, hicimos encues‐tas durante las pruebas y todo el mundo decía lo bueno que era el sistema y la expecta�va posi�‐va que generaba…

Tercer semáforo. Me quedan 4. ¿Cómo era eso de las destrezas de Coaching que nos enseñaron en el curso aquél? Me vendría bien un poco de eso que llamaban Validación… ¿Cómo era? ¿Re‐conocer el derecho de una persona a sen�rse como se siente dadas las circunstancias?...

Mariela: es natural que te sientas totalmente fracasada porque pasa algo con el proyecto que no eres capaz de entender y que pone en riesgo tu nueva oficina con ventana grande o incluso tu oficina actual de ventana más pequeña.

A ver… no, defini�vamente no me siento mejor. De pronto eso no es Validación, me sonó más a comentario irónico… si fuera otra persona y pudiera tomar cierta distancia emocional de la situación tal vez le diría a Mariela algo así como… no es fácil… a ver: “Mariela, para una persona como tú, que busca siempre el mejor resultado posible, suena muy lógico que tengas esa sensación de frustración que te está blo‐queando.

Es normal que al no tener claridad de lo que está pasando y que las cosas no funcionen como se supone que deberían estar funcionando, te genere temor ante la posibilidad de mirar a los ojos a tus colegas y aceptar un fracaso. ¡Vaya! Por lo menos si me sacan de la empresa puedo empezar a buscar opciones ¡como Coach!

Me siento mejor. Cuarto semáforo en el camino a la oficina. Veamos… algo diferente empieza a mostrarse en esta situación… tenía razón el faci‐litador que nos dio la charla, cuando planteó que el cambio depende del punto de vista. Aplicán‐dolo a esta situación lo en�endo más y le com‐

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pro la idea, ahora sí me suena buscar ese libro de Neuroplas�cidad que recomendó.

Reconozco (¡verbo odioso cuando se trata de señalar mis fallas!) que dejé totalmente de lado lo que aprendí en la cer�ficación de Gerencia de Proyectos acerca de la resistencia al cambio. Sí, imaginé que habría algo de resistencia, a nadie le gusta que lo muevan cuando está cómodo, eso es obvio, pero también pensaba que a la gente le pagan para hacer lo que sea con el fin de lograr el resultado para el que fue contratada… bueno, aunque la verdad es que eso no lo he visto nunca; la gente termina haciendo lo que mejor le parece y más le conviene.

… Ya no me está gustando tanto esta Valida‐ción… ¿y si el problema de fondo soy yo y la forma en que lideré el proyecto? ¿y si lo que faltó fue, justamente, manejar mejor la transición de todas las personas que pasaban de trabajar con el sistema anterior al nuevo? No… eso no puede ser, porque hicimos reuniones y se pidieron pre‐guntas… mandamos varios e‐mails aclarando todos los asuntos y hasta se creó un manual de usuario para que la gente pudiera leerlo y darse cuenta lo sencilla que era la herramienta.

A 2 semáforos de la graduación como auto Coach Mariela: ¡Dále, tú puedes! Bueno, al menos me río un rato. Qué frustración llegar a la oficina a

escuchar quejas y reclamos del proyecto.

Aceptar un fracaso… esa frase solo me la permi‐to en la in�midad de esta conversación esquizo‐frénica en mi cabeza. Pero debo buscar solucio‐nes, quiero tenerlas listas para actuar sobre todo esto que está pasando.

… La verdad es que lo hicimos mal, no le dimos espacio real a las dudas de la gente y las reunio‐nes fueron más un protocolo a cumplir que algo tomado en serio. Esa es la verdad, para qué voy a insis�r en no ver lo evidente; sabíamos desde el principio… sabía yo desde el principio que la herramienta iba a generar muchas dificultades de aprendizaje porque era muy diferente a la forma en que veníamos trabajando. Sabía que en una empresa como esta, con personas que llevan en promedio 8 años, no iba a ser fácil ven‐der la idea de un cambio “para mejorar”. Esa es la verdad y no hay porque negarla.

Al menos ahora veo que sí tuve responsabilidad por omisión. Un semáforo más por cubrir; de verdad me gustaría hacerlo bien si pudiera repe‐�rlo, no puedo creer que haya pasado por alto algo tan básico como la cultura de una empresa, luego de tantos años trabajando en varias. Y eso que lo he vivido en carne propia, como esa vez en mi anterior trabajo cuando nos dijeron que trabajaríamos por procesos, porque eso nos

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haría más eficientes. Eso sí que fue un caos, el tsunami… así lo bau�zamos cuando arrasó con todo.

¡Qué tonta no haberlo visto llegar luego de vivir‐lo en carne propia! Recuerdo toda esa comuni‐cación que sonaba a campaña polí�ca, las reu‐niones llenas de argot técnico y en el fondo cada uno de nosotros pensando “¿a qué hora se acaba esto para irme a hacer el trabajo de ver‐dad?”… increíble, pasé por alto lo que ya sabía por mi experiencia propia.

Úl�mo semáforo; más cerca de la oficina y de la realidad a enfrentar. Qué lás�ma no acordarme de alguna otra destreza de esas de Coaching, porque me vendría bien en este momento; aun‐que, la verdad, me siento tranquila mirando al espejo y no a la ventana para buscar culpables.

Bueno, Mariela, se acaba el �empo y quiero que te comprometas a llegar con soluciones hoy a la oficina. Solución 1: buscar trabajo. ¡Men�ras! ni loca salgo corriendo sin poner la cara. Solución 2: aplicar el sen�do común, recordar mis expe‐riencias del pasado, cuando estaba del lado del que �ene que cambiar para darme cuenta cómo aplico esas ideas… como dice mi jefe, ¡es que no es �sica de la NASA! son las mismas dudas que tuve yo, la misma pereza a salir de la zona cómo‐da, la misma desazón al no entender el argot

técnico… qué diferencia entre esta sensación y la que tenía al comienzo de esta mañana.

Veo el primer semáforo desde la ventana de mi casa; 7 semáforos en el camino para ir pensando en soluciones y no solo en agobios. Y todavía me quedan unos minutos antes de salir, subirme al auto, poner las manos en el volante con fuerza, no pensar en el atasco y poder sujetar la espe‐ranza que se me estaba desvaneciendo ante lo evidente.

Así de fácil.

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lguna vez escuché a K9 comentar que Anadie te puede hacer daño si tú no lo permites. Interesante pero discu�ble,

diría un comediante colombiano, sin embargo, esta es mi historia para comprobar el mito:

Viajando a California me preguntaba cómo se sen�ría ser colombiano en otro país.

Las calles de Berkeley (California) me introdu‐cían a la seducción de una cultura desarrollada. Los conductores con sus carros elegantes me daban la vía como si yo fuera un protagonista de novela, todo en esta pequeña ciudad universita‐ria parecía perfecto: cero basura en las calles, cielo despejado, gente joven y no complicada, pizza y coca cola, era el sueño americano hecho realidad.

Nada me importaba, pues después de muchos años estaba volviendo a mi rol de estudiante. Sin embargo, el mo�vo de mi viaje empezó a ser mi

gran temor.... Estudiar inglés... El fa�dico idio‐ma anglosajón que tantas veces quise aprender y desarrollar pero que la falta de disciplina me hacía fácilmente olvidar.....

De ciudad energizante se transformó en estre‐sante.... Pasados pocos minutos después de arribar a la casa donde me iba a hospedar, empe‐cé a sen�rme frustrado pues no entendía abso‐lutamente nada. Me acordé de mis profesores en Colombia que decían: Si no sabes inglés no eres nadie...... ¡Oh Dios!, ¿era hora de asumir que era un fracasado?.....

Esa noche de bienvenida parecía una reunión ante el jurado de un gran reality. Todos los fami‐liares del dueño de la casa en donde me hospe‐daba me hacían preguntas sin parar. Mi yo inte‐rior quería salir corriendo, incluso pensé devol‐verme a Colombia.... Pero ya había pagado el curso completo.... No había otra.... tenía que afrontar tan terrible sufrimiento.... Hablar inglés.

De repente, entró el abuelo del dueño de la casa, hombre de barba blanca y mirada penetrante. Se presentó como ex consultor de una firma de auditoría mul�nacional. Se notaba incómodo por mi presencia.

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Pidió la palabra y mirándome con desdén a los ojos en tono retador me preguntó: Where are you from guy? (¿De dónde eres muchacho?)

‐ I´m from Colombia (Soy de Colombia)

‐ ¡Ohhhh Colombia.....! It´s a terrible country, maybe, you get some drugs in your stomach..... (¡Ohhhh Colombia!, que terrible país, probable‐mente usted trae drogas en su estómago). En ese momento toda la familia y el nieto (due‐ño de la casa) se ruborizaron. Recriminaron al abuelo pues, según ellos, me estaba haciendo daño con ese comentario. El abuelo no paró ahí, siguió increpando:

‐ Family, Don´t tell me, ¿what I suppose to say? This guy is from Colombia, anybody knows him, and maybe, this piece of shit could bring drugs in his stomach. (Familia, no me digan nada, ¿qué se supone que le debo decir?, este muchacho viene de Colombia y para todos es conocido que trae un pedazo de … en su estómago)

La situación era muy tensa, sin embargo, yo sólo quería que me hablara más....

‐ Excuse me, sir, ¿what do you think that? (Le

pregunté) (Discúlpeme Señor, ¿usted qué pien‐sa de eso?)

‐Oh fellas, you are typical La�n guy..... (Usted es el �pico muchacho la�no)

La familia del abuelo se miraba entre sí, sudaban y sólo a�naban a hablar entre ellos y decirle que parara tan terrible muestra de xenofobia... Mi energía estaba desbordada, así que le pedí que me siguiera preguntando o insultando (creo)…

La gente no entendía por que yo reaccionaba así pues el abuelo no paraba de blasfemar.

La felicidad era tan grande que no me podía con‐tener..... Entre más hablaba y me ofendía el abuelo, más lo disfrutaba. La dicha de darme cuenta, que por primera vez en mi vida, estaba entendiéndole todo a un gringo, fortalecía mi autoes�ma.

Ese día entendí que k9 tenía la razón: nadie te puede hacer daño, si tú no lo permites.

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Empecemos por una prueba:

‐ Imagine que está en un lugar tranquilo y �ene los ojos cerrados.

Concéntrese en algo simple, una manzana ver‐de, por ejemplo. Ahora huélala, tóquela, muér‐dala.

Vamos más allá

‐ Imagine cómo serán sus próximas vacaciones en la playa. Sienta el calor, la brisa acariciando su cuerpo, la energía del sol en su piel, vea el horizonte delineado por el mar, la sonrisa en la cara de la gente, levántese, camine hacia el mar, sienta la calidez del agua. Si quiere, tómese una foto, sonría y pídale a la persona con quien está que le ayude, mírela a los ojos y dese cuenta de su estado de felicidad, recuerde qué pasa en su

estómago cuando está feliz, qué pasa con sus nervios, recuerde cómo se siente todo su cuer‐po.

Vamos mucho más allá

‐ Imagine la muerte de alguien cercano. ¿Qué pasa cuando se entera? ¿Lo puede imaginar? ¿Se puede ver a sí mismo llorando? Es capaz de pensar en eso, sabe cómo se sen�rá, o por lo menos alcanza a predecirlo. ¿Le ha pasado antes? Ahora imagine que transcurre una sema‐na, la intensidad del sufrimiento se transforma, aunque hay horas del día en que es insoporta‐ble. Ahora imagine cómo estará un mes des‐pués, empezará a aceptar su vida sin esa perso‐na aunque sus recuerdos acompañarán muy a menudo sus pensamientos. ¿Un año después? ¿Cómo estará?

Otro más:

‐ Imagine que aún no ha nacido, imagine que está en el vientre materno, sienta la placidez, la tranquilidad de su entorno. Es un medio ambiente diferente, no entra aire por su nariz como ahora, cuando abre los ojos no ve las cosas como ahora, cuando trata de hablar, simple‐mente no puede, porque aún no sabe cómo.

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¿Cómo puede imaginarse ahí si no puede pen‐sarlo?

¿Se perdió? ¿Me sigue?

Ahora haga su mejor esfuerzo:

‐ Imagine su propia muerte, cierre los ojos, recree en su mente cómo da un úl�mo y final vistazo a todo lo que �ene a su alrededor, respi‐re, el aire entra infla sus pulmones y luego sale otra vez y de pronto….

Qué?

¿Qué siguió? ¿Qué paso? Imagínelo otra vez!¿Qué paso?

Simplemente no puede pensar lo impensable, no puede imaginar lo inimaginable, no puede recrear un escenario si no �ene escenario! Y lo más frustrante, nadie conoce ciertamente cómo es.

Nota

¿Y qué hace esto en un libro de cambio? Tal vez no mucho…

¿Le prestó atención al �tulo? Tal vez mucho…

Esto es un relato corto para comprender que las personas que han muerto no nos abandonaron sino que simplemente se nos adelantaron en el entendimiento de cómo la vida es una suma de escenarios que mientras tengamos los ojos bien abiertos, podamos respirar el aire e inflar nues‐tros pulmones somos completamente capaces de imaginarlos, pensarlos, administrarlos y transformarlos.

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a tengo 55 años y hoy hace 20 que Ycomenzó el resto de mi vida, como si fuera una película el des�no me dio una segun‐

da oportunidad.

Todo empezó una madrugada de febrero, llega‐mos a Sevilla, un poblado en el Valle, el recorri‐do inició en Bogotá y pasaron más de 10 horas antes de lograr llegar a nuestro des�no, en otras condiciones hubiera disfrutado esas montañas y cada una de las espesas franjas del verde paisa‐je, pero defini�vamente las circunstancias eran otras.

Teresa y yo estábamos preparándonos para vivir en la finca de mis padres y conver�r los parrales de la familia en nuestra manera de sobrevivir, era la única opción que teníamos, estábamos desempleados hacía más de ocho meses y aun‐que no teníamos hijos nos dejábamos inundar más y más por la desesperanza que le inyecta la sociedad a cualquiera que no sea produc�vo.

Pensar que Teresa y yo perdiéramos nuestro tra‐bajo por los mismos días era como hacer coinci‐dir la hora para los sols�cios de verano de cada año, y aunque en ese momento sonara así de lejano hoy hace parte de lo que la vida nos obliga‐ba a experimentar. La idea del viñedo de mi fami‐lia estaba debajo de la cama de nuestra habita‐ción y cada día nos esforzábamos por empujarla más al fondo por el enorme miedo a experimen‐tar algo completamente nuevo, algo que exacta‐mente no hacía parte de la lista de sueños que escribimos el día de nuestra boda: dos hermosos hijos, una casa enorme, un trabajo del que nos sin�éramos orgullosos y un amor eterno…

Poco a poco y tristemente, la desesperanza fue más fuerte que el miedo y un día cualquiera, un inolvidable lunes 21 de Octubre, decidimos no empujar más vergüenzas debajo de la cama, sino que, por el contrario, nos levantamos y nos llenamos las manos de la oportunidad más clara que había para nosotros en ese momento, de hecho, de la única que había para nosotros; era el momento de organizar nuestro viaje y ser capaces de vivir de la herencia de mi familia, ser capaces de vivir de un viñedo que había sido la razón de ser de mis padres y que ahora me pre‐guntaba por qué no podría ser la razón para recu‐perar mi autoes�ma y equilibrar nuestras emo‐ciones por un �empo.

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Mi padre necesitaba alguien que se encargara de la �erra ya que a su edad no podía con�nuar sembrando, llevaba muchos años pidiéndome que alguien de la familia se hiciera cargo de esos parrales; si para él habían sido todo en su vida no entendía cómo para sus hijos no podían ser una pequeña parte de su felicidad.

Llegamos por la tarde, poner un pie en esa �erra representó para ambos una tonelada menos de reparos y de recuerdos. Sin embargo Teresa esta‐ba aterrada, ansiosa y llena de miedo y lógica‐mente yo sen�a lo mismo y mucho más, pero en ese mismo instante llegó un recuerdo a mi cabe‐za como si hubiese sido un regalo inesperado. Era un olor que me encantaba desde pequeño, era el aroma que desprende la �erra después de la lluvia, en el justo instante que termina de caer la úl�ma gota y empieza a calentarse el suelo con el nuevo sol, ese olor me alentaba, me atraía, me regocijaba, quería echarme al suelo, �rar los zapatos y llenarme de él antes que se desvaneciera; por lo menos, pensé, ¿De cuántas cosas más me habré olvidado de disfrutar? ¿Ha‐brá más regalos así en este si�o para nosotros?

Para la época en que llegamos la cosecha de uva dejaba menos dinero, mi padre necesitaba con‐seguir frutos más grandes y de mejor color; del campo no conocíamos mucho, así que pensába‐mos apoyarnos en él que había pasado ya

muchos años viviendo de estas �erras y de su vid. Nos explicó la alterna�va para mejorar la calidad del cul�vo y nos aseguró que sólo el cuidado y la constancia harían mejorar los fru‐tos.

Con esta esperanza nos hicimos responsables del trabajo, era la época en que los pequeños granos de uva habían crecido y comenzaba el envero o época de coloración de la uva. La clave para mejorar la cosecha, según afirmaba mi padre, consis�a en nuestra habilidad para re�rar las hojas de los racimos “sólo la cara expuesta al sol” para aumentar la luz, temperatura y aire que necesitan las uvas para crecer.

Aparentemente era una tarea fácil, debíamos esperar de 15 a 30 días a que terminara el enve‐ro y en ese momento justo comenzaríamos el cuidadoso deshoje, si todo iba bien y lográba‐mos re�rar la can�dad de hojas adecuada, en la sección correcta de cada racimo entonces 40 o 50 días después tendríamos una cosecha com‐pletamente nueva con uvas coloreadas, grandes y jugosas.

Cada día comenzaba a las 4:00 a.m. Teresa y yo nos levantábamos juntos, llegábamos al parral con la ilusión de apreciar un nuevo color en el campo, sin embargo los frutos con�nuaban con su mismo

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insípido y blancuzco tono que el día anterior.

El día 29 del enero se convir�ó en un insulto para los dos, ¿cómo era posible que de 30 días que podría tomar el cambio de color hayamos tenido que esperar hasta el 29? ¿No podría habérsele ocurrido a esa maldita vid teñirse de rosa en el día 10, o en el 20 o en el 25?

Finalmente el pálido y blancuzco verde se trans‐formó en rojo claro hasta llegar a un vino �nto, esa era la señal para empezar el deshoje, empe‐ñarnos por hacerlo bien y con�nuar esperado a que cada uva engordara y cambiara su sabor ácido por un dulce, prometedor y jugoso cuerpo.

Las primeras semanas de espera fueron eter‐nas, ya empezábamos a reconocer cada racimo, a veces sen�amos que en lugar de engordar había racimos que se desinflaban como una bomba vieja. Al caer el sol regresábamos a la casa exhaustos con la esperanza que el siguiente día pasara algo radical y que por lo menos algún racimo diera muestras de abundancia en tama‐ño o en sabor.

Así pasaron los días, extendimos nuestra espera lo más que pudimos pero mi papá decidió que era el momento de cosechar, no era conveniente

arriesgarnos más y después de 60 días teníamos cestas y cestas llenas de uvas de un tamaño mediocre, de un sabor poco intenso, cada sesta nos contagiaba de furia y de ganas de salir corriendo, esperar de nuevo diez horas y volver a la inmensa Bogotá sin más camino que la com‐pleta derrota.

Sin embargo, con los días recuperamos la sereni‐dad, al lado de la cansada �erra nos animamos de nuevo, decidimos volver a cul�var aceptando poco a poco que el esfuerzo y el empeño en el trabajo son dones y no obligaciones.

Un día cualquiera…

Después de terminar la nueva siembra, un día cualquiera, recordando nuestro fracaso y la larga espera para que las uvas cambiaran su tamaño y su color, entendimos que el plan secre‐to que tenía la vida para los dos no era darnos una lección, ni demostrarnos que no tuvimos suficiente fe o que simplemente hay circunstan‐cias que no están en nuestras manos. La explica‐ción real y contundente a todo lo que habíamos vivido era que las personas que estaban ahí en ese parral, en ese campo y en esa casa, ese hom‐bre y esa mujer, defini�vamente, no eran los mismos que hace un par de meses habían llega‐

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do de un largo viaje. El fracaso y la espera fueron la excusa para mantenernos en ese lugar que después de varios meses nos había atrapado, nos había enamorado; nuestros espíritus lángui‐dos y blancuzcos ahora estaban hinchados y llenos de vino �nto, de ese maravilloso color que lleva el buen vino, la �erra sana y el amor. Poco a poco, mientras nos cansábamos de esperar unas uvas más grandes, nos dejamos seducir por el olor del amanecer, nos dejamos cau�var por un café caliente a la madrugada y nos permi�mos ser felices y disfrutar el uno del otro.

Hicimos cosas que pocos �enen la oportunidad de vivir y menos de disfrutar. Cada día que nos levantamos juntos a las 4:00 a.m antes de llegar al parral gastábamos un par de minutos para besarnos, el sabor de las gotas de lluvia en los labios de Teresa era algo intenso e inexplicable, era como permi�rle a la mañana que cobrara vida en su boca para que yo pudiera disfrutarlo.

Podríamos intentar sembrar ese cul�vo una y otra vez y las uvas siempre iban a ser el mismo triste y pálido reflejo de la primera cosecha; sin darnos cuenta nuestra vida se había conver�do en un hábil estafador, día tras día distrajo nues‐tra razón y nuestros sen�dos en una larga y tediosa espera mientras a sus anchas se permi‐

�a hacernos felices.

Parece que por alguna razón siempre aparece una consecuencia impredecible, una conse‐cuencia no calculada que no se puede intuir cuando nos empeñamos en cambiar el rumbo de nuestra vida, pareciera como si en algunos instantes simplemente no fuera nuestra.

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magínate que eres un punto de luz que �ene Ique emprender un viaje muy largo, sin embargo �enes opciones, una de esas tantas

es quedarse inmóvil, pero el hecho de no mover la materia �sicamente hará que algún día desa‐parezca. La otra opción es iniciar el viaje y deci‐dirse a vivir. En ese momento emprenderás una travesía, un primer gran paso hacia una aventu‐ra de historias mil…

Imagínate por un instante que decides nacer, o que otros deciden que tú nazcas, otra de las razo‐nes que aún los seres humanos desconocemos. Pudiste nacer en una familia llena de amor, sin embargo había otros azares o quizás otras opciones, nacer por ejemplo huérfano, o con una madre separada, o por el contrario con un padre separado.

Al nacer en una familia llena de amor pudiste saborear el placer de sen�rte deseado, amado y aceptado, pero si fueras huérfano quizás no iden‐�ficarías un placer tal, simplemente un a�sbo de

soledad, que aun siendo un recién nacido no alcanzas a comprender, ni a entender por qué lloras y no existe un pecho que te caliente o te alivie el hambre, el sueño o la necesidad de ser consolado.

Aún así pudiste nacer en el hogar de un padre amoroso que trata por todos los medios de cal‐mar tu ansiedad, tus miedos, o en el de una madre que extraña un amor que la abandonó y se refugia en �.

También pudiste nacer en un hogar en el que son tus abuelos los que se ocupan por �, o un �o malhumorado que siempre quiso tener hijos pero no pudo. Imagina que vas creciendo y te deleitas con los colores, con las formas. En el lugar en el que estés creciendo puedes diferen‐ciar el calor del frio, el dolor de la placidez, la risa del llanto. Puedes ver cómo el día se hace noche y cómo todo se vuelve silencio cuando oscurece.

Puedes conectarte con quien te sonríe, quien te abraza, quien te ignora, y tus movimientos ahora menos torpes son melodía para tus sen�dos. Puedes tocar, pero tu espalda aún no �ene la fuerza suficiente para incorporarse, y tus manos se mueven y puedes girar, en tu cuna… cama… estera… hamaca… corral o el si�o que hayan des�nado para que estés seguro; ya puedes balbucear, repe�r los sonidos de quienes te

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rodean, es mágico, ríes cuando lo haces.

Lloras cuando no alcanzas a sen�r el placer que te proporciona el poder de hacer algo, y esas cosas que antes eran sombras para tus peque‐ños ojos ahora son más claras.

Imagina que sigues creciendo… y tus padres, o padre, o madre, o �o, o abuela tratan por todos los medios de hacer que te sientas bien; tu len‐guaje no es el de ellos así que una escasa comu‐nicación por señas logra hacer contacto.

Ahora tu cerebro �ene más conexiones sináp�‐cas de las que imaginas, unas las conservarás toda la vida, otras simplemente desaparecerán. Empezarás a sen�r como algunas cosas te gus‐tan o te llaman más la atención que otras, y ahí precisamente, en ese momento, soltarás el chupo y preferirás el vasito, o dejarás el pecho por la fuerza o simplemente porque ya no te apetece, o empezarás a llevarte el dedo a la boca porque te han dejado sin aquello que te mo�va‐ba a succionar: el mejor plan del día. Podrás llorar a grito herido cuando algo se caiga de tus manos y no puedas alcanzarlo, o quizás no lo hagas y otras veces te quedarás mirando al vacío, sorprendido por los nuevos colores. Tus padres, o madre, o �a o abuelo se quedarán pensando que estás viendo ángeles, ¡y vaya uno a saber que sí los estás viendo…!

Tu cuerpecito empezará a experimentar varias sensaciones, y los químicos que arroja tu cere‐bro iden�ficarán lo mojado, lo frio, lo caliente, el ardor, el hambre que aún no sé en donde se sien‐te pero irrita, la soledad… el amor que no se toca pero se necesita. Y así, cada día se conver�rá para � en un universo de opciones.

Imagina que creces más y tu ropa ya no es la misma o quizás sí pero te queda un poco más apretada que antes; imagina que ya puedes hacer cosas como pararte, aunque el vér�go aun te gana, y das un paso y aprendes a tocar esa extensión de tu cuerpo a la que han llamado piernas y puedes tocar los dedos de los pies y llevarlos a la boca. Una sensación diver�da te invade cuando alguien suavemente roza las plan‐tas de tus pies o tus axilas y ríes a carcajadas hasta que unas lágrimas salen por tus ojos, extraña sensación que te hace llorar sin sen�r dolor.

Algunas de tus conexiones sináp�cas son ahora más fuertes y otras desaparecen. Estas forman‐do tú carácter. Imagina que �enes el deseo de atreverte, es lo más arriesgado que has hecho en meses, algo que has deseado con todas tus fuer‐zas, has observado como otros lo hacen pero hay algo que se ubica exactamente entre tus piernas y tu abdomen que te bloquea, un vacío, un vér�go, si otros pueden tú también y te

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arriesgas a dar el primer paso o simplemente escoges quedarte sentado para sen�rte seguro pero frustrado, en algún momento tuviste que hacerlo ya bien sea por intrépido, por curioso o simplemente porque en el fondo sabes que tus piernas ya responderán a lo que tú quieres. Y empieza la prác�ca, pararse, caer, golpearse, chichones, dolor, y al final el aplauso de tu padre, madre, �o, abuela que celebran ese gran logro: caminar, desplazarse, reptar, arrastrarse, simplemente ser independiente y desafiar a Newton.

Quizás, una foto, quizás ninguna, quizás mil. En la familia en la que estés ya empiezas a iden�fi‐carte, ya eres más parte de ellos, ya eres gordo o flaco, quieto, calmado, hiperac�vo, ansioso, con ojos grandes o pequeños, azules, negros, cafés, verdes, nariz ancha o afilada, pequeña, recta, torcida, con dos huecos extraños a los que pue‐des acceder con tus pequeños o grandes dedos sin problemas. Y no hay lío de que te miren, eso no importa, no está aún en tu escala de valores.

Puedes explorar tu cuerpo, cada parte, ya la conoces de sobra, y cuando te miras al espejo ves a un niño o niña muy diver�do, y eres increí‐blemente perfecto… y tus cabellos largos, lisos, crespos, despeinados o ausentes son una sensa‐ción para �. Y tu boca sin dientes es perfecta, tu lengua es el órgano más preciado… con ella pue‐

des sen�r los más exquisitos o desagradables sabores.

Puedes recordarlo… algunos lo hacen, otros no tanto, o quizás fuiste marcado por algún episo‐dio, grito, humillación, tristeza con la que deci‐diste bloquear tu cerebro para no recordar, para que no duela, y se convir�ó en el futuro en una laguna, o quizás quedaste anclado al pasado. No recuerdas mucho de tu infancia, o quizás sí. Los colores, los sabores, los rostros, las caricias, los buenos y no tan buenos momentos, como fotos, como instantes que quizás en tu mente aún están nublados.

Sin embargo, en medio de todo, en medio de los factores externos, creces, y tu vida se convierte en miles de caminos para tomar, a veces solo viste uno, aunque tenías todas las opciones fren‐te a �, pudiste estudiar o no, ser jardinero, mese‐ro, dueño de un banco o simplemente ser una madre o padre amoroso, pudiste enamorarte o no, pudiste casarte joven o no casarte y tener hijos, o vivir con ellos, o abandonarlos, o visitar‐los cada 15 días, o ser un hombre o mujer de negocios, o escuchar música, o quizás ser ar�sta, o dueño de un bar.

Quizás te decidiste a seguir caminando de la mano de tus padres, padre, madre, �o, abuela, o caminar solo, ser independiente, autosuficien‐

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te, trabajar para vivir, o vivir para trabajar en lo que te hace feliz.

Quizás decidiste viajar por el mundo con la mochila en tus manos, o aventurarte en un cru‐cero, o tal vez soñar mucho y dejar que los años pasaran sumergido en tu sueño sin mover un dedo, o trabajar día y noche, noche y día para cumplir tus sueños.

A veces, pasaste por encima de otros, miraste por encima del hombro, cri�caste a tus amigos, a tu familia, a tus hijos, a tu esposo, esposa, al vecino; también, muy seguramente, lloraste por alguna desilusión amorosa, de trabajo, de amis‐tad, por la ausencia de tus seres amados, de los que ya se fueron, y tuviste la opción de sufrir o no. Si escogiste sufrir y ser víc�ma, de seguro que te complacías con la compasión de otros, pensaste que el mundo decidía por �, te sen�as cómodo con las víc�mas; y si escogiste no sufrir, quizás no permi�ste que se compadecieran de �, levantaste la cabeza y seguiste tu camino ahora mucho más sabio.

Pudiste escoger trabajar, enseñar, construir, crear, o no hacerlo, pudiste escoger vivir de otros, vivir para otros, soñar por otros, o por � mismo. Pudiste crecer sano, depor�sta, o tal vez no tan sano, con limitaciones �sicas pero con la opción de reconstruirte y ser inigualable en

otras destrezas, o pudiste quedarte llorando en tu agonía y maldiciendo el mundo por haber nacido así.

Hoy te das cuenta que pudiste llegar o quedarte, saltar o devolverte, abrir o cerrar los ojos a la vida.

Hoy en�endes que aunque nuestros caminos han sido diferentes, tuvimos miles de opciones y tomamos diferentes decisiones. A ambos nos acompañó el azar, el des�no, la suerte, Dios o como lo pongas. Hoy tú escogiste leer este cuen‐to y yo K9 escojo mostrarte los caminos, cada vez que quieras, para que estés seguro que cambiar siempre es posible, si quieres...

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llegaban los reproches: ¿Por qué trabaja lento? ¿Por qué no quiere aprender? ¿Por qué siempre parece que está cansado? ¿Por qué a todo le encuentra un pero? ¿Por qué piensa que todo se hacía mejor antes? ¿Por qué no SE ADAPTA AL CAMBIO? Esto decían y muchas cosas más…

Se ha conver�do en un mal necesario, decía el gerente.

‐ No es posible despedirlo de la compañía, es muy costoso.

‐ No es posible tolerar su manera “teeerca” de hacer las cosas, es desgastante.

‐ No es posible hacerlo entrar en razón, es intransigente.

‐ Y ¿Qué tal que fueran grandes cambios?, si todo es por su bien, pero como no en�ende, es resistente.

Pero no era posible odiarlo, por el contrario era di�cil no encariñarse con semejante caballero, era una buena persona.

¡Qué explosiva combinación!

l día que no pudo más tomó su cabeza Eentre las manos y gritó que no podía cam‐biar. Cansado de su vida, de compe�r y de

los reproches, decidió no pensar más en ello, abandonar esta idea por completo y huir de todo. Entonces, como por arte de magia, ¡Cam‐bió!

¿Magia?

Don Fernando no terminaba de cumplir 55 años, 30 al servicio fervoroso de la misma compañía. Había entregado sus mejores años (o al menos eso creía) a cumplir rigurosamente su labor y lo había hecho honradamente. Jamás se había equivocado, “ni un sí, ni un no” con algún com‐pañero. Las cosas se habían hecho como tenían que hacerse.

Y, de pronto, cuando se suponía venían los home‐najes, los reconocimientos, la gra�tud, sólo

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en mi cabeza cuáles de tantas herramientas me ayudarían a generar un cambio en él y sin encon‐trar una respuesta defini�va.

Hasta ese momento, sólo me parecía buena idea rezar para encontrar iluminación divina que me ayudara a entender por qué Don Fernando no podía ser como Don Jaime. Y la respuesta del cielo fue: “Hija mía: busca un K9, de aquellos que se las saben todas”

Y así fue...

¿Qué había en el sombrero?

Para algunos era obvio que no todas las perso‐nas �enen la misma habilidad para cambiar, sin embargo no era claro en dónde radicaba la dife‐rencia ni cómo podía ejercitarse esta capacidad para enfrentar cambios sin sufrirlos. ¿Era la edad?, ¿Era la disposición? ¿Eran sus experien‐cias? ¿Era su personalidad? ¿Era todo?

Y bueno, ¿era posible entrenar en un �empo corto a Don Fernando para que se convir�era en un gran atleta del cambio?

Las comparaciones no eran tan fáciles. Los dos

Para desgracia suya, Don Jaime, contador de una edad similar, se entusiasmaba con cada nuevo proyecto, quería conocer nuevas maneras de hacer las cosas, era el primero en mo�var a su equipo cuando nuevas situaciones se presenta‐ban, siempre quería aprender, parecía una mez‐cla perfecta de experiencia y descubrimiento permanente.

La pregunta que todos hacían a Don Fernando era obvia: “¿Por qué no puede ser como Don Jaime?”

Pasaban los días y la situación empeoraba. Cada vez más, la ansiedad y la impotencia se apodera‐ban del grupo, lo cual ponía un raro color en el ambiente... Todo parecía indicar que sólo que‐daba una esperanza: “un buen consultor de ges‐�ón del cambio que se haga cargo de la situa‐ción”, “que sepa cómo cambiar a la gente, que sepa de coaching, de inteligencia emocional, de PNL o de cualquier tema que lo haga cambiar”.

Fue así como llegué a este caso. “¡Sálvelo, haga algo por él!, usted es nuestra úl�ma esperanza... si usted no puede vamos a tener que despedir‐lo...y no quisiéramos...”

Y yo, parada frente a este buen señor, revisando

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sólo conozco dos que funcionan: prevenir y olvidar.La primera �ene una mecánica fácil: Si cada vez que se sube a un avión siente nauseas, pues no se suba a ningún avión y entonces no tendrá nauseas. Si cada vez que piensa en la necesidad de cambiar siente miedo, no piense en que es necesario cambiar, sólo cambie.

Olvidar, por su parte, significa poner en blanco la mente relacionada con las experiencias nega�‐vas que ha tenido y que le impiden pensar posi�‐vamente. Y, ¿Cómo olvidar? Consultemos a otro experto.

2. Libérate de las cargas del pasado, permítete creer en algo diferente.

¿Olvidar?, ¡si el pasado nos ha dado valiosas lecciones! Como el niño que aprende con dolor que el fuego quema, cuando toca la estufa a pesar de las advertencias de mamá.

Don Fernando había intentado ser muy crea�vo, pero aprendió con dolor que acercarse a nuevos aprendizajes puede ser di�cil, quema.

Fue suficiente una experiencia no grata que generó emociones fuertes, para que decidiera

habían trabajado en la misma compañía; los dos tenían edad similar; su estructura familiar era parecida; eran buenos amigos; amaban su tra‐bajo. ¿Entonces? ¿Cuál era la clave? ¿Cómo entrenar personas para incrementar su habili‐dad para cambiar?

Estaba buscando una clave para nivelar las com‐petencias de cambio de Don Fernando y Don Jaime y preguntando a K9, encontré 7:

1. ¡No cambies! Cambia tu percepción de la realidad y sigue siendo el mismo.

Curiosamente, todos querían cambiar a Don Fernando y, si por él fuera, los habría cambiado a todos. Lo cierto, me lo enseñó Richard Bandler, co creador del modelo de Programación neuro‐lingüís�ca, es que lo único que les era posible cambiar era su propia percepción de la realidad.

Don Fernando no tenía que cambiar, era una buena persona. Solamente debía tener dominio sobre los pensamientos nega�vos que venían a su mente cuando escuchaba algo acerca de una nueva manera de hacer las cosas.

Y ¿cómo se hace eso?, hay muchas maneras, pero

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mente para no cambiar. Ahora necesita entre‐narse en el sen�do contrario.

En la prác�ca, esto significa dos cosas: La prime‐ra: Don Fernando necesita liberarse y olvidar la emoción a la que asocia ese momento y enten‐der que todo podría ser diferente; la segunda, necesita fortalecer su entusiasmo y encontrar las cosas bellas de la vida.

Otra vez, ¿cómo se hace eso?, habrá que buscar más expertos, tal vez Don Jaime.

3. Fortalece tu entusiasmo: Convierte cada cir‐cunstancia en algo posi�vo.

Algunas personas, como Don Fernando, �enen la habilidad de contagiarse con emociones que los desequilibran y los hacen sen�r en situación de peligro. Otras, han desarrollado natural e intui�vamente su capacidad para ver color en todo lo que �enen enfrente. Tienen la capacidad de ver la vida en un grado de perfección supe‐rior.

Si Don Fernando quiere entrenarse en esta habi‐lidad entusiasta necesita elegir aquella percep‐ción de la realidad que lo hace sen�r en paz,

que la realidad de lo nuevo es peligrosa para él. Ahora su cerebro no puede diferenciar entre el recuerdo, la emoción que le produjo y la nueva realidad que �ene ante sus ojos.

Sin embargo, ese recuerdo hoy le limita y le pro‐duce más situaciones desagradables que necesi‐ta controlar.

Justo en ese momento apareció un k9 en mi men‐te: Jhon Medina, quien en su libro Los 12 princi‐pios del Cerebro, habla del aprendizaje, la recor‐dación y el olvido: “Por una parte, aprendemos sobre la base de la repe�ción: hacen falta varias repe�ciones para afianzar un aprendizaje…Por acción repe��va, las redes neuronales se ac�van y las ac�tudes y emociones se afianzan.”

Pero un momento, si Don Fernando sólo fue expuesto a una experiencia desagradable, no a varias, no en repe�das ocasiones, ¿cómo es posible que este aprendizaje siga dando vueltas en su memoria?

Pues bien, en esta misma línea, aunque el suce‐so sea único, las veces que él lo repite en su cabe‐za, a diario, han generado conexiones sináp�cas cada vez más fuertes. En otras palabras, Don Fernando se ha estado entrenando disciplinada‐

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esperar para comerme otra.

Mamá indaga un poco más: Y los amigos ¿qué tal?, ¿te diver�ste?

Niño Deprimido: No, aquí los niños son bobos, no saben jugar futbol. Me aburrí mucho, necesi‐to volver a Colombia. Allá sí que tengo buenos amigos.

Niño Feliz: ¡Muuuucho! Tengo que contarte algo. Aquí los niños no saben jugar futbol, son como bobos para eso, pero como no saben, ya me conver� en una especie de Dios del futbol. Todos quieren jugar conmigo porque piensan que soy uno de esos héroes brasileros. Aquí soy muy popular por eso. ¡Estoy feliz!

Mamá vuelve a preguntar: ¿Y el idioma? ¿Cómo te ha ido con eso?

Niño Deprimido: ¡Mal! Nadie me en�ende cuando hablo. Estoy desesperado. Tengo que repe�r las cosas una y otra vez. Deberían apren‐der un poco de español. Esto es realmente des‐gastante.

Niño Feliz: Jajaja esa es la mejor parte. Nadie me en�ende cuando hablo entonces puedo decir lo

pleno, feliz y en el momento adecuado; deberá enamorarse de cada idea, de cada reto, de cada situación.

Un ejemplo para entender mejor:

Imagine esta situación: dos niños colombianos van en un programa de intercambio a Canadá. Cada uno de ellos fue alojado en una casa dife‐rente, con familias diferentes, pero en condicio‐nes similares.

Uno de ellos está muy feliz pues encuentra la experiencia novedosa y fascinante; el otro, está deprimido porque no encuentra razón suficien‐te para haberse alejado de su mamá.

Pasado el día, mamá pregunta: Hijo, ¿cómo te fue hoy?:

Niño Deprimido: Mal, no he podido comer. La comida aquí es horrible, nos sirven unas salchi‐chas gigantes, son exageradas, parecen todas ar�ficiales. Son como ricas, pero no puedo con eso.

Niño Feliz: ¡Súuuper!!! No te imaginas, ¡aquí sirven unas salchichas gigantes! Parecen de otro planeta. ¡Son ricas y graaandes! No puedo

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de compar�r o admirar. ¿Conoce a alguien así? ¡buenas no�cias!, el entusiasmo es contagioso. Si usted se rodea de estas personas seguro va a ter‐minar riendo de la misma manera.

Los entusiastas van tras sus sueños sin limitacio‐nes, no conocen el egoísmo o el sarcasmo; sólo �enen claro que todo es posible si se encuentra el camino adecuado; es más, en�enden que todos los caminos son adecuados porque de todos pueden aprender un poco más.

No temen cuando tropiezan, en�enden que el reto de levantarse es tan produc�vo como alcan‐zar la meta; por esta razón no saben de fracasos, no encuentran errores, sólo retroalimentacio‐nes para ser mejores cada día.

Don Fernando, es hora de enfrentar los temores, esa es la mejor opción.

4. Busca tu mejor opción: dejar atrás los temo‐res vale la pena.

Paradójico. Don Jaime estaba radiante, cada día lucía más joven. Irradiaba energía. Tenía muchos problemas, pero todo parecía tener solución.

que quiera. Les tomo el pelo y les digo cosas raras y ellos me ponen más atención. Es real‐mente diver�do, puedo hacerles muchas bro‐mas. Todo el �empo me buscan para que les enseñe nuevas palabras. Soy un rey.

Un momento, ¿No es el mismo mundo?, ¿Qué hace que lo vean tan diferente? Suena parecido a Don Jaime y a Don Fernando.

La capacidad de ver la realidad en forma posi�va �ene un vínculo radical con su capacidad de ser entusiasta.

Si de verdad quiere fortalecer su entusiasmo, sólo necesita ver el mundo a través de los ojos de su niño feliz interior: recordar aquellos días en el que el mundo sólo sonreía, esos momentos en los que todo lo hacía enoooormemente feliz. Cuando Don Fernando sea realmente entusiasta todo parecerá muy interesante; todo valdrá la pena ser explorado.

Es casi imposible desalentar a alguien entusias‐ta. Su curiosidad y deseo de aprender están siem‐pre ac�vos.

Estas personas encuentran gran diversión en todo, pues descubren el placer en el simple hecho

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El miedo es nuestro aliado, dicen algunos. Inte‐resante pero discu�ble.

Este ins�nto primi�vo nos man�ene vivos en muchas ocasiones. Nos man�ene alejados de las situaciones de peligro. Nos protege.

En el momento en el que se percibe una situa‐ción peligrosa, el ins�nto del miedo recibe el mensaje y dispara la sensación de pánico. Entonces, todo nuestro organismo se pone aler‐ta y ac�va su potencial de defensa. La respira‐ción se acelera y se hace más profunda para apor‐tar más oxígeno a la sangre. El hígado, con su buen papel regulador, libera can�dades de azúcar suficientes para que el cuerpo pueda tener energía extra; las glándulas suprarrenales contribuyen ver�endo sus secreciones para que el corazón pueda bombear con mayor veloci‐dad.

Sus órganos diges�vos contribuyen también. Algunas de sus arterias se contraen para dismi‐nuir el flujo de sangre en esta zona y permi�r que otros órganos que lo van a defender de ese peligro tengan más recursos para hacerlo. Ahora sus músculos están listos para pelear o para huir.Y todo esto pasa en segundos. Así, usted �ene energía, incluso para decir aquellas cosas que

Tenía tal nivel de energía que las plantas y las per‐sonas que le rodeaban terminaban floreciendo…

Don Fernando estaba “en la mala”, “en la muy mala”. Cada día lucía más cansado… hasta des‐peinado. Tenía ojeras, había bajado de peso, caminaba leeeento, y su mirada simulaba una de esas persianas que ya no quieren abrir.

Dormía poco, muy poco. Trabajaba en sueños y sufría en sus propias pesadillas laborales.

Se levantaba por la mañana y al pensar en la voz de su jefe un dolor en la boca de su estómago comenzaba a carcomer su risa.

‐ Gastri�s producida por estrés crónico‐ dijo el médico.

Receta contundente: ¡No se estrese!

Qué fácil, ni si quiera cuesta un centavo. Sin embargo él hubiera preferido tener la posibili‐dad de ir a una droguería a solicitar una inyec‐c ión de “no‐estresomicina” o de “no‐miedomicina” sin importar su precio.

¿Y cómo llegó hasta allá? Gracias a su ins�nto del miedo.

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�ene fuerza para imaginarlo… también �ene fuerza para decirlo junto a una gran can�dad de insultos que en su sano juicio jamás pronuncia‐ría. Para poner más sal en la sopa, usted procura hacerse tanto daño como puede:

‐ Seguro es más bonita que yo, me va a dejar, ¿qué voy a hacer sin él y ahora sola? no más futu‐ro, no más trabajo, no más vida.

Entonces, siente el mismo dolor de estómago que siente Don Fernando cuando piensa en su jefe a primera hora de la mañana… y usted, oje‐rosa, despeinada y frustrada como él, está lista para terminar la relación (huir) o para enfrentar‐lo y darle su merecido (pelear).

La persona que emi�ó el terrible mensaje no en�ende muy bien su reacción. Rápidamente, no tan rápido como hubiera usted querido, agrega:

‐ ¡Los niños enternecen a cualquiera!, se nota que tu novio será un buen padre. Si se porta así con los hijos de otros, cómo será cuando felizmente ustedes tengan hijos. ¡Te quiere taaaanto!

Entonces, ese miedo innecesario desaparece en la visión de una niñita de cinco años �erna y dulce que despierta el sen�do paternal de su

sin pánico jamás diría.

Este mecanismo funciona muy bien en los ani‐males, porque una vez pasa el peligro, vuelven a su estado natural.

Como diría un buen maestro de vida:

‐ Puedes ver un gato erizado un día, pero, ¿lo has visto erizado tres días seguidos?‐

Bueno, Don Fernando, al igual que cualquier hombre, no funciona de la misma manera. Tiene un intelecto superior que le permite establecer asociaciones y guardar aprendizajes en su memoria. También le permite imaginar situacio‐nes peligrosas o “empelicularse”, como dirían muchos.

Usted ve la situación y la transforma en lo que quiera. Como cuando alguien le comenta que vio a su novio con una niña muy bonita por la calle y agrega “le tomaba la mano con tanta ter‐nura…”. Su cerebro hace una asociación casi inmediata y ac�va su botón de pánico. Después de todo el proceso, usted �ene fuerza para imaginar lo infiel que es, las veces que se ha burlado de usted en su cara y lo tonta que debe estar luciendo en este momento. Pero no sólo

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Cómo Don Fernando se man�ene en este estado de alerta, sus funciones del sueño han comenza‐do a desgastarse. Ya no duerme ni repara su cuer‐po y su mente como debiera.

Ahora su mente ha comenzado a enfermarse y a inducir enfermedades en el resto de sus órga‐nos. ¡Qué pesadilla!

Las arterias de su estómago que se contrajeron para ayudarle, ahora le juegan en contra. Los tejidos que habitualmente protegen su estóma‐go están débiles por el bajo fluido sanguíneo. Todas las condiciones están dadas para esa gas‐tri�s que le produce un terrible dolor en las mañanas.

Su pobre hígado de 55 años ha enviado muchísi‐ma azúcar a todo el cuerpo pero, desde luego, esto no lo ha vuelto más dulce… sólo lo ha enfer‐mado más. Ahora es caldo de cul�vo para otros males.

Y si su cuerpo se estuviera comportando de esa manera, ¿No estaría usted de muy mal genio también?

¡¡Círculo vicioso!! Círculo tortuoso.

novio y todo vuelve a la normalidad. ¿Había necesidad de oprimir ese botón de pánico? Tal vez no.

Su cerebro no puede dis�nguir entre un peligro real y uno imaginario. Ac�va de la misma forma todo su potencial de defensa.

El pobre Don Fernando, veía peligros imagina‐rios en cada palabra de su jefe, en cada cambio, en cada nuevo empleado, en cada discurso. Una amenaza constante y prolongada.

Ac�va permanentemente todos sus sen�dos. En estados de pánico toma decisiones, hace y dice cosas mo�vadas por esa necesidad de defender‐se y se desgasta día a día.

Se alivia por momentos pensando que, como lleva taaaanto �empo en la compañía, no podrán despedirlo y usa ese discurso constante‐mente para sen�rse respaldado. Ya ha construi‐do suficientes historias imaginarias como para escribir un tratado sobre los malos jefes.

Cuando Don Fernando en�ende que no puede correr ni pelear, se traga su propia frustración junto con todos los químicos que su cerebro y su estómago han producido para “defenderlo”.

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las leyes), porque se acostumbra a hacerlas así (la ru�na nos la imponen los demás con su ejem‐plo y su presión), porque son un medio para con‐seguir lo que queremos o sencillamente porque nos da la gana de hacerlo sin más ni más. Pero en ocasiones importantes o cuando razonamos lo que vamos hacer, todas estas mo�vaciones resultan insa�sfactorias.

“Haz lo que quieras”, ¿pero cómo? si algunas veces ni siquiera sabemos lo que queremos, y lo que es peor, algunas veces queremos con fuerza dos cosas que son ¡contradictorias!

Algunos hombres quieren tener un matrimonio feliz, una casa linda con unos hijos y una esposa amorosa. Realmente lo desean, sin embargo también desean a su sexy vecina voluptuosa que coqueta pasa en las mañanas con sus faldas cor�tas.

Ahhh libertad. Aunque este hombre piense lo contrario, ¡no es posible tener las dos cosas! Necesita elegir.

Don Fernando puede elegir entre aferrarse a sus miedos, que es bastante cómodo pero enfermi‐zo, o vivir sin ellos para ser libre y feliz. Lamenta‐blemente quisiera vivir con sus miedos y no

Y entonces, ¿cuál es la salida?

¡Haz lo que quieras!

5. Haz lo que quieras hacer: Nada puede obli‐garte a cambiar.

Como yo lo recuerdo, y apostaría que usted tam‐bién, Fernando Sabater lo dijo en su libro “É�ca para Amador”.

Dedicó un capítulo completo para explicarle a su hijo –Amador‐ que puede hacer lo que quiera. Sí, oyó bien, lo que quiera.

Imagine por un momento que usted �ene 13 o 14 años y su padre le dice: ¡Haz lo que quieras!Oh Dios!! Qué mundo de posibilidades, el paraí‐so, el sueño de cualquier adolescente y de cual‐quier adulto. Por un momento usted piensa que todo es posible… hasta que su padre completa la frase: Pero asegúrate de estar en capacidad de asumir las consecuencias de tus elecciones.

¡Ahhh!! ‐ ¡Bendita libertad!

Según Sabater, la mayoría de las cosas las hace‐mos porque son órdenes (los padres, los jefes o

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‐ ¿Por qué siempre me tocan los malos jefes?

‐ ¿Por qué �ene que humillarme y hacerme sen�r tan chiquita?

‐ ¿Por qué los jefes de esta compañía �enen que ser así?

‐ ¿Por qué a mí?

‐ ¿Por qué no cambian?

Y pareciera que a estas personas ¡Toooodo les pasa! Son las más de malas. Atraen todas las cosas nega�vas. Sufren y sufren y vuelven a sufrir. En general, comienzan a ser adictos al sufrimiento.

Esta an�quísima prác�ca social, se encuentra en todos los estratos. Culturalmente resulta acep‐tada, pero sume a las personas en miseria emo‐cional, mental y �sica.

Una persona que juega el papel de víc�ma sufre constantemente y encuentra placer culpando a los demás por ello. Y claro, para muchos lo importante es encontrar el culpable, pareciera que con ello se solucionan todos los problemas de la vida, pero no es así.

sufrir con ellos, mantenerse en la compañía y no acceder a las cosas nuevas…. Sexy vecina y espo‐sa, no es posible. Necesita elegir.

Y si puede hacerlo, ¿por qué no lo hace?

La mayoría de las personas que no eligen �enen dos poderosas razones para no hacerlo: se sien‐ten cómodas al ser víc�mas y están esperando que los demás cambien.

Y entonces, ¿atrapado sin salida?

Sigamos explorando…

6. Deja de ser una víc�ma, sé dueño de tu pro‐pio des�no.

Lo oímos todo el �empo en los pasillos de las grandes corporaciones y también de las peque‐ñas:

‐ ¿Por qué a la gente buena le pasan cosas malas?

‐ ¿Cómo es que el mundo se ha ensañado con‐migo?

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‐ Me están persiguiendo.

‐ Lo que están buscando es que yo diga que me voy pero no lo voy a hacer. Si quieren que me vaya… ¡Que les cueste!

‐ Yo sigo trabajando como siempre… finalmente yo estoy haciendo bien las cosas, ellos son los que �enen que reevaluar.

‐ Estoy cansado, pero no van a poder conmigo.

‐ ¿Quieren que me vaya? Pues no, porque yo hago justamente las cosas para las que fui con‐tratado…

¡Ah virus de la víc�ma!, además es contagioso. Las víc�mas se buscan unas a otras para jus�fi‐car sus comentarios… Son paranoicas y se dan aliento con frases como:

‐ Pobre de �… te considero…

‐ Yo estoy en la misma situación, aquí todos son iguales.

‐ Somos pocos los buenos…

‐ No te preocupes, Dios está con�go y ayuda a los

La posición de víc�ma es cómoda, después de todo, si los demás son malos, la víc�ma no ten‐drá que asumir ninguna responsabilidad, sólo necesita esperar que los otros cambien. No�cia: ¡Esto jamás pasará!

Pero no es el mayor de los problemas, este círcu‐lo detona pensamientos y comportamientos inconscientes que hacen que usted se vea más y más pequeño cada vez. Quejas y quejas… todos son malos, usted, los jefes, la vida, el des�no o Dios. ¡Qué desperdicio de energía!

Don Fernando parecía estar en este turbulento ciclo. Necesitaba salir de allí. El mundo parecía estar creado para hacerle daño:

‐ Ya están inventándose otra cosa, seguro es por‐que necesitan despedir a varias personas.

‐ No saben planear aquí todo es un desorden.

‐ Los jefes quieren lucirse y todo a costa de nues‐tro esfuerzo.

‐ Hicieron eso porque saben que no me gusta y están empeñados en despedirme.

‐ Me dijo eso para molestarme y hacerme daño.

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Las palabras son sólo eso… palabras. Pero usted puede conver�rlas en puñales.

Oí algunas veces a Don Fernando leer correos electrónicos como éste:

“Don Fernando por favor sea muy cuidadoso al construir este informe. Lo presentaremos en la Junta direc�va y nos restaría credibilidad come‐ter errores. Sé que no es fácil, pero no se preocu‐pe, pronto tendremos el nuevo so�ware que lo hace automá�camente y sin riesgo de error”

Es increíble la can�dad de interpretaciones que pueden darse sobre la base de unas pocas líneas. ¿Recuerda el ejemplo del niño feliz y el niño deprimido en Canadá? Usted puede leer este correo como quiera.

Don Fernando lo hacía de una manera par�cular. Comenzaba poniéndole entonación y tono de regaño al leer (que sólo exis�a en su mente) y con�nuaba con un “ya sé para dónde va todo esto…”. Sí señores, palabras conver�das en puñales.

Después, procuraba hacer en su mente todas las distorsiones posibles…

que sufren.

‐ Ellos pagarán un día por esto.

‐ Yo voy a esperar, a ver qué pasa…

‐ Aquí todos son así, nos va a tocar acostumbrar‐nos…

‐ Sí, ¡es el colmo!!! Yo pienso lo mismo que tú, lo que pasa es que no hablo porque uno no sabe qué pueda pasar.

Seguramente a esta altura del relato usted ya siente cansancio, pues estos comentarios de verdad agotan, desgastan por dentro, literal‐mente se tragan toda su energía posi�va. Son síntomas de personas que han decidido no deci‐dir y que esperan que ese río de lodo que han creado en su mente los lleve por la vida aun cono‐ciendo las consecuencias.

Pero salir de este ciclo es rela�vamente fácil. Don Fernando sólo tenía que entender 2 con‐ceptos importantes:

Nadie puede hacerle daño, es técnicamente imposible. Usted se hace daño con lo que otros dicen o hacen.

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Controle su cuerpo. Si bien es cierto que su mente controla su cuerpo, también lo es que su cuerpo puede controlar su mente. Entonces comience desde ahora a controlar sus respues‐tas �sicas con el fin de modificar poco a poco sus pensamientos.

El secreto parece estar en las endorfinas, tam‐bién llamadas hormonas de la felicidad. Funcio‐nan como un analgésico, por esta razón algunos las comparan con la morfina.

Las endorfinas, además de incidir en el estado del sistema inmune, �enen relación con las sensaciones sexuales, la sensación de hambre y es�mulan la producción de dopamina que es una neuro‐hormona relacionada directamente con el sueño.

Se producen como respuesta a los es�mulos placenteros: los chocolates, los abrazos, el sexo, la buena comida, el picante, el ejercicio y, sobre todo, la risa.

¿Recuerda a Don Fernando entrenando su cere‐bro para ser resistente? ¿No?, cuando recorda‐ba sus experiencias que le hacían daño. Muy bien, pues ahora puede entrenarlo para sen�rse bien y ser feliz. Puede enseñarle a ac�var la

‐ ¡Este �po piensa que soy un incapaz! Como él siempre está desconfiando de lo que yo hago. Claro, y ahora me amenaza, seguro piensa que una máquina va a hacer el reporte mejor que yo y cuando llegue el nuevo programa me va a echar como un perro. Siempre pasa lo mismo en esta compañía.

Sus miedos lo están devorando por dentro de nuevo.

Si usted siente o ha sen�do lo mismo y sus mie‐dos lo están persiguiendo, piense un poco si es un miedo lógico o un miedo imaginario. Recuer‐de que los miedos imaginarios también lo erizan como al gato y usted necesita volver a su estado normal o terminará enfermándose. No se des‐gaste.

Una vez iden�fique el miedo, tráigalo a la luz. Sus miedos parecerán más pequeños y perderán fuerza si puede ponerlos sobre la mesa. Sólo asegúrese de compar�rlo con la persona ade‐cuada.

Luego elévese sobre este miedo. Suponga que no le está sucediendo a usted, procure verlo como una película en un televisor. De esta mane‐ra podrá imprimir un poco de obje�vidad.

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Don Fernando seguía resistente: ¿Y qué dirán de mí cuando me vean riendo todo el �empo?, es que aquí la gente habla de más, todo el �empo cri�ca…

Ahhh no sufras, libérate de los juicios, de los que haces y de los que hacen sobre �.

¿Cómo?... sigamos leyendo.

7. No permitas que las e�quetas de los demás te hagan daño.

Don Fernando necesitaba hacer un propósito firme: juzgar menos y comprender más. Final‐mente, la realidad no es real, es sólo una inter‐pretación desde los ojos de un observador.

Quien no en�ende el sistema de creencias de los demás, va cerrando su propio círculo hasta hacerlo tan pequeño que ni siquiera le permite respirar.

El ser humano se deleita ante el juicio, le encan‐ta poner un ojo sobre las acciones de los demás. No puede evitar poner e�quetas sobre los otros: “ese niño es muy inteligente”, “esa mujer es muy

producción de endorfinas iden�ficando qué le gusta y luego haciéndolo de manera consisten‐te. Como el levantar pesas desarrolla sus músculos, ejecutar estas ru�nas hará más fuerte su capacidad de reír y ver la vida de colores.

Entonces su cerebro se irá volviendo poco a poco más posi�vo y los malos pensamientos junto con los miedos imaginarios terminarán aburriéndose y desalojando el lugar.

Como Patch Adams con su terapia de la felici‐dad, Rubén Valen�n, director de la escuela Argen�na de la risa y la salud, asegura que cuan‐do la gente pierde su risa puede recuperarla si comienza a forzarla.

Este terapeuta asegura que forzando se produce un es�mulo músculo‐nervioso cuya respuesta neurológica es la misma que si la risa fuera real. Esto es entendible, pues cuando fuerza la risa, no se ríe con músculos diferentes y el cerebro es incapaz de diferenciar si es real o imaginario y va responder como está preparado para hacerlo.

En suma, ponga una sonrisa en su cara. No sólo atraerá más personas posi�vas sino que liberará grandes can�dades de endorfinas.

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“dama”. La mala es la otra. Quien �ene que cambiar es ella.

Es más, su infiel pareja no �ene ninguna respon‐sabilidad, es tan sólo una víc�ma de esa horrible mujer. Pobre damita… sólo le queda esperar que un día en el mundo las “zorras” dejen de exis�r.

Indagando un poco más, Ana descubre que la “zorra” que tanto odia está usando unas “per‐versas armas” para sonsacar a su marido: lence‐ría sensual, labios color rojo vagabunda, curio‐sas prác�cas amorosas y otras perversiones que ella ni siquiera puede nombrar.

Ana jamás se comportaría como esa “zorra”, pues las cosas que hace son “perversas”. Proba‐blemente, se esté perdiendo de mucho.

A Don Fernando le ocurría algo parecido. Juzga‐ba y e�quetaba permanentemente a otros sin entender muy bien lo que ocurría. Le era di�cil ponerse en los zapatos del otro. Cuando su jefe le envía ese correo:

“Don Fernando por favor sea muy cuidadoso al construir este informe. Lo presentaremos en la Junta direc�va y nos restaría credibilidad come‐ter errores. Sé que no es fácil, pero no se preocu‐

bonita”, “ese hombre es tan bueno”, “esa vieja es muy brava”, “ese profesor es insoportable” “a él le encanta hacerme sufrir”, “él es arrogante”, etc., etc., etc.

De lo que la mayoría de las personas no son cons‐cientes es del impacto que ello �ene en sus propias vidas. Al poner una e�queta en alguien automá�camente se pone una e�queta en sí mismo. Lo di�cil de esta consecuencia es que muchas de estas auto‐e�quetas surgen por oposición.

Qué mejor que un ejemplo para entenderlo:

Ana �ene una relación amorosa y, por alguna razón, su pareja decide comenzar una relación paralela con otra mujer.

Al darse cuenta, los primeros pensamientos de Ana son algo como esto:

“El amor es una cosa de dos, pero siempre hay una zorra que no sabe contar”. “Ella se me�ó entre los dos” Si ella no estuviera seríamos tan felices…”

Imprime en su rival la e�queta de “Zorra” (vaga‐bunda, mala mujer, fácil, resbalosa) y con ello, inmediatamente, se auto‐e�queta como una

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pe, pronto tendremos el nuevo so�ware que lo hace automá�camente y sin riesgo de error”.

Le es di�cil ponerse en los pies de su atemoriza‐do jefe que ve con malos ojos el hecho de come‐ter errores y con ojos aún más sobresaltados que su Junta Direc�va se dé cuenta.

Tampoco le es posible ver que su jefe desea hacerle más fácil el trabajo, sobre todo para ase‐gurarse de que no se van a cometer más errores.

Cada cual con su propia percepción de la reali‐dad.

Lo más produc�vo en estos casos, es alinear las percepciones. Si así fuera, Don Fernando podría evitar el contacto con algunos miedos imagina‐rios y entendería que no deberá tomar nada personal. En general, correos como este escon‐den luchas y miedos de otros que �enen poco que ver con usted.

Pero, ¿de dónde vienen estos juicios? La mayo‐ría de los juicios vienen de creencias que se han arraigado en nuestra memoria desde el desarro‐llo de los primeros constructos de nuestra per‐sonalidad. Provienen de las creencias de nues‐tras figuras de autoridad, de las experiencias

que hemos tenido, de los modelos que segui‐mos, etc.

Estas elaboraciones mentales afectan nuestras percepciones y los juicios que hacemos sobre el mundo. Determinan nuestro juicio y nuestra acción.

Y entonces, ¿nos deshacemos de ellas?La respuesta es ¡NO!

Aprenda a iden�ficar aquellas creencias que lo hacen feliz, efec�vo, produc�vo y que le permi‐ten realizar sus sueños. Aférrese con fuerza a ellas hasta que encuentre otras que lo hagan más feliz. Iden�fique también aquellas creen‐cias que le impiden ser feliz, que le duelen, que no le permiten avanzar. Pregúntese que haría sin el miedo que le producen y deshágase de ellas tan pronto como le sea posible.

Cuando alguien haga un comentario sobre usted, porque ríe sin razón o porque usted es más feliz de lo que cualquiera puede imaginar o por cualquier otro mo�vo, recuerde: es la forma en la que esa persona interpreta la realidad. No es la verdad absoluta. Probablemente su comentario ni siquiera �ene que ver con usted sino con las creencias limitantes de otros.

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Sea feliz y contemple el mundo desde lo mejor que él le puede dar. Conéctese con su inteligen‐cia superior y enséñele a su cerebro cómo encontrar nuevas y mejores alterna�vas. Sién‐tase libre y tome de la vida lo mejor que puede darle.

El sabor mágico del cambio.

Nunca supe qué cambió en Don Fernando. No sé si ahora �ene o no �ene miedo a las cosas nuevas, no sé si habla o no habla, no sé si se resiste o no, no sé si se parece a Don Jaime o es una versión recargada del an�guo Don Fernan‐do. No sé si su jefe está o no conforme con esta nueva versión.

Lo encontré un día por uno de los pasillos de la compañía para la que trabaja. Ya no �ene ojeras, camina recto y con una sonrisa en la boca. Lo percibí feliz y enamorado de la vida.

Evidentemente no fue magia, ahora decidió ver más colores.

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Cuando llegué a la cocina, me puse el delantal nuevo, el que �ene escrito: “la cocina es como la vida… un ingrediente hace la diferencia”.

Prendí el equipo de sonido. Beethoven, suena la quinta sinfonía. Y ahí yo, frente a los ingredien‐tes, como si quisieran comerme.

Corté la carne cuidadosamente en trozos delga‐dos, piqué los ingredientes: la cebolla, el toma‐te, los pimentones. Dispuse la olla, prepararé la salsa, agregué la cebolla, el tomate, sazoné. Agregué sal… Mientras la salsa se cocinaba, pude percibir el olor cálido, el olor que se siente s ó l o c u a n d o s e h a c e n l a s c o s a s c o n amor…agregué más sal y….qué tal si agrego un poco de… pimienta…más pimienta, un poco más… un poco más… Dios, creo que se me fue la mano…

No sé…no estoy seguro… la pimienta, la maldita pimienta… ya van a llegar, y ahora, tendré que poner la cara, cómo les digo a todos que se me fue la mano, ya ni modo, sólo quedan cinco minu‐tos para que todos lleguen. El �mbre, ¡maldita sea!! Es el fin, estoy arruinado.

Todos sentados a la mesa, el cielo que era per‐fecto se oscureció ante mis ojos, mi esposa me miraba con desaprobación. Creo que mi cara ante la gente era de terror, rabia y desazón. Las

odo comenzó en el mejor lugar, en el Tmejor de los días. Un domingo de esos que los bogotanos acostumbramos a com‐

par�r en familia, justo al probar el primer boca‐do de un delicioso estofado…. de lo que parecía ser un delicioso estofado. Fue en ese momento en que vi venir hacia mí como una locomotora, atado como estaba a la silla, el fracaso de mi pri‐mera invitación familiar.

Al fondo, los cerros de la sabana bogotana pare‐cían acompañar este episodio con un compasivo silencio.

Muy temprano fui al mercado, me cercioré de que los ingredientes fueran perfectos: los toma‐tes más rojos, la cebolla larga y blanca como le gusta a mi suegra, pimientos rojos frescos, y por supuesto especias; no sé mucho de esto pero creo que llevaré estos paque�cos de diferentes colores. He visto cómo mi esposa disfruta de esto. La verdad estaba ansioso, pero feliz, ¡hoy cocinaré!

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la puerta, es ella, mi esposa, trato de esconder la bolsita en mi espalda… viene, sudo, sostengo la respiración ¡me va a matar! Se para frente a mí, me mira… sonríe, toma mi mano, me besa y me dice: ¡Gracias! quedó delicioso, �enes que darme la receta.

Volteo la bolsita y el empaque dice: PAPRIKA: color a base de pimentón rojo en polvo, no es picante.

manos me sudaban, mi suegra hablaba incesan‐temente, mi esposa me miraba, yo no hablaba, no quería levantar la cabeza del plato. Pude ver en cámara lenta como se llevaban el cubierto a la boca. Bueno, probemos… qué más da… Lo percibí como un calor que se apoderó de mi len‐gua, aquí viene la maldita pimienta y como por ráfagas cas�gó mi garganta arrancándome lágrimas y un malestar punzante en la nariz. Una picada en la cabeza, la jaqueca, el dolor de estó‐mago… todos se van a enfermar, ya me duele, mucha pimienta, la maldita pimienta… como pude ser tan torpe. En dónde fue que dejé las pas�llas para la acidez… ¡no volveré a cocinar nunca!

Claro, todos actúan como si fuera la cena perfec‐ta, nadie dice nada, ¡como si no les picara!, sé que están haciendo un gran esfuerzo por demostrar que les gusta. ¡Qué hipócritas!, ten‐dré que soportar esta familia por el resto de mi vida. Falsos, cuando me levante de la mesa todos hablarán de mí.

Horrible, quedó espantoso. Me paré de la silla sin mirar a nadie, caminé hacia la cocina, busqué las bolsitas de colores. ¿Qué fue lo que puse a la comida? ¡Por Dios! Cómo pude ser tan torpe. Y ahora, ¿qué hago? ¿qué les doy? Cómo limpio mi nombre, me siento peor que ridículo… Tomo la bolsita del condimento en mi mano, escucho

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En realidad había muchas razones, pero cuando le pregunté por qué le molestaba el gringo, ahí sí quedé loco:

‐ Oiga Eu�mio ¿cuál es su bronca con el gringo? ¿qué le hizo?

Se quedó pensando unos segundos, y yo viendo como le empezaba a hervir la sangre, me prepa‐ré para lo peor. Entonces me respondió:

‐ ¿Sabe usted hace cuanto que ese gringo termi‐nó su casa?

‐ Creo que no hace más de un mes, respondí con desconfianza.

‐ Usted que es tan agudo, me dijo Eu�mio, ¿pue‐de iden�ficar la gran diferencia entre su casa y la mía?

Tuve que esforzarme para no reír, pues seguro que si me rio me llevo una pala puesta en la cabe‐za para mi casa, y le dije:

‐ Pues Eu�mio, no sé a qué se refiere, veo algu‐nas su�les diferencias, pero en realidad nada que me llame la atención (siempre he creído que debo ser mas diplomá�co).

ringo maluco –le decía con rabia, mucha Grabia, mi amigo Eu�mio, un la�no que vivía en los suburbios cosmopolitas de

Nueva York, uno de esos lugares �picos de la capital del mundo en donde se encuentran todo �po de orígenes, culturas, colores y sexos.

Yo no entendía cuál era su furia. Pensé que era envidia porque el gringo tenía un Hummer h3 del año, parqueado en frente de su casa, y mi amigo Eu�mio tenía un legendario Dodge Demon del 75 (aclaro, no era un clásico, era viejo y mal tratado). O tal vez la bronca se debía a que este hombre tenía una esposa como de revista de Sports Ilustrated y Eu�mio tenía una esposa que, déjenme decirles, que buen carro es ese Dodge Demon. O quizá era por la presencia, pues ese gringo media más de 1,90, ojos claros, fornido, bien ves�do, buena gente y para rema‐tar, con plata. Mientras que Eu�mio… me quedo con su esposa…

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solución para la casa de mi amigo.

Efec�vamente llegue a la casa del gringo, quien me recibió muy calurosamente, y más aún cuan‐do le pregunté por su jardín, pues evidentemen‐te estaba muy pero muy orgulloso de él.

Una vez entrados en confianza, él me contó todos los detalles de su pasto, y en ese momento empecé a entender a Eu�mio. Resulta que el gringo había encargado ese pasto a un señor chino, experto en el arte de sembrar gramas decora�vas, con un año de an�cipación, y había pagado por an�cipado la suma de 150 dólares por metro cuadrado de grama, aclarándome el gringo que él había hecho un excelente negocio, pues había comprado una calidad media a pre‐cio de una calidad baja.

Quede pálido, y no tuve más que preguntarle en dónde podía encontrar a este mís�co productor de gramas. Entonces me remi�ó al señor Chan, un hombre de avanzada edad que tenía su nego‐cio a unas cuantas cuadras de los suburbios.

Con esta intriga sobre el costosísimo bien, me di a la tarea de ir a conocer el negocio del señor Chan, y si se pudiera al señor Chan en persona.

Entonces Eu�mio sacó de su interior ese trago amargo, ese guardado de ultratumba que le car‐comía por dentro y no lo dejaba vivir tranquilo.

‐ ¿Cómo es posible que este gringo tenga una casa con tan solo un mes de construida y ya tenga un pasto en el jardín de su casa en condi‐ciones óp�mas como para ser el pu�ng Green de un club de primer nivel? Y yo que llevo 6 meses en esta casa veo mi jardín y me provoca montar una válida del campeonato nacional de motocross. Y lo peor es que nunca tendré el dine‐ro que ese gringo invir�ó para que le instalaran en medio día los rollos de pasto perfectamente cortado y sano que �ene, eso sí que vale un dineral. No tuve palabras, me quedé estupefac‐to, pues nunca me imaginé que algo como esto tuviera a mi amigo Eu�mio a punto de mandar una bomba molotov a la casa del pobre gringo, así que me decidí a apoyar a mi amigo en su empeño por tener un jardín frondoso y hermoso como el de su vecino.

Lo primero que hice fue visitar al gringo, algo que de por si nunca iba a hacer Eu�mio, para preguntarle cuánto le había costado el pasto y dónde lo había comprado. Quería saber si tener ese pasto realmente era tan fácil y tan costoso como decía Eu�mio, esperando encontrar una

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señor Chan), pero lo único cierto es que me sentó y me dijo:

‐ Le voy a contar mi secreto para sembrar el mejor y menos costoso pasto del mundo, un pasto que una vez esté sembrado será casi impo‐sible de arrancar, y lo mejor, con un potencial infinito de reproducción por si en cualquier momento requiere pastos para otras propieda‐des que lo necesiten. ‐ ¿Cómo así, señor Chan? ¿me va a dar su secre‐to?, le cues�oné desconfiado.

‐ Sí, claro que sí, el conocimiento es para todos, solo el que sabe algo lo puede contar, y si no lo cuenta es porque en realidad no lo sabe. Quedé medio confundido, sin embargo me dis‐puse a que el sabio chino me diera su receta para hacer feliz a mi amigo. Y procedió:

‐ El pasto crece como los virus, solo necesita sem‐brar pequeños pedazos de pasto con buena separación entre sí y regar todos los días para ver como en poco �empo este se ha reproducido a tal punto que se cubren todos los espacios deseados.

Cuando llegué al negocio me atendió una niña de origen oriental, pero con un inglés perfecto, a quien le pregunté por el señor Chan. Ella me dijo: sí claro, siga que al final del pasillo hay una sala y él lo puede recibir allí. Caminé por ese pasi‐llo y al final de este, en una sala sencilla y acoge‐dora de es�lo oriental, estaba sentado en posi‐ción de flor de loto el señor Chan; un personaje milenario, que me produjo mucho respeto e inmensa curiosidad, pues me sen�a frente al maestro de Kung Fu.

Cuando entré, me miró y me preguntó quién era y qué necesitaba. Le dije que venía a averiguar sobre un pasto que quería para un amigo.

Él me preguntó por qué yo estaba haciendo esa encomienda para mi amigo, que por qué no la hacía él directamente, y sin más le conté que estaba inves�gando la manera de ayudar a mi mejor amigo a superar su trauma por el pasto del vecino, buscando que mi amigo tuviera un pasto igual o mejor al del gringo, pero con la menor inversión posible (pensaba que con eso él me iba a hacer una rebajita que a Eu�mio le sirviera). Creo que le caí en gracia, o tal vez que‐ría hacerle una maldad al gringo (del cual me enteré luego de largas horas de conversación, que no había sido para nada el mejor cliente del

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eso si, tal y como lo había dicho el señor Chan, regara todos los días sin falta y con mucha disci‐plina los nodos de pasto sembrados.

Ya pasó un mes desde que lo puse en labor de agricultor, y el sábado en la mañana fui a su casa a solicitar un consejo como amigo para manejar un proceso de transformación en mi empresa (entenderán que estaba desesperado, pero siempre he creído que en los lugares más ines‐perados se encuentran las respuestas más pode‐rosas).

Al plantearle mi necesidad Emilio en tono estoi‐co, y un poco cínico, me dijo: ¿Será posible, mi amigo, que esté esperando que a su empresa lleguen las soluciones en rollos de 1,50 por 10, y no está pensando en sembrar pequeños peda‐zos de pasto y regarlos con�nuamente para que crezcan como un virus y cubran la superficie completa?

En ese momento me di cuenta que el gringo tenía mucho que envidiarle a Emilio.

‐ Solo necesita un pequeño trozo de pasto de no más de 1 metro cuadrado, para sembrar hasta 100 metros cuadrados de pasto.

‐ Eso sí, deberá regarlo todos los días. No lo podía creer, esa receta significaba un costo 100 veces inferior a lo que el gringo había paga‐do.

Luego de varias horas de filoso�a china, me despedí del señor Chan y le compre 1 metro cua‐drado de pasto a Eu�mio para que iniciara su siembra de pasto.

Inmediatamente me fui donde mi amigo para llevarle el regalo y contarle lo que me contó el señor Chan. Y adivinen: Eu�mio no me creyó. Me dijo que cómo se me ocurría que el pasto crecía como un virus, que eso solo se podía plan‐tar como lo había hecho el gringo maluco, con plata y en rollos de 1,50 de ancho por 10 de lar‐go, y me sugirió qué hacer con el metro cuadra‐do de pasto que le llevé, era algo que incluía enrollar el cuadrado y no sé qué más cosas. El todo es que lo reté a que hiciera el intento en el pa�o del interior de su casa, cosa que el gringo no se diera cuenta de su” horrendo pasto”, y que

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Es jueves y como siempre Pablo escucha tres veces su canción, inevitablemente una y otra vez, como un vicio que lo man�ene atado a su depresión.

Tres años atrás, Pablo completamente enamora‐do, decidió casarse. El paso más importante de su vida. No se lo creía, nunca fue tan feliz. Traba‐jaba en la mejor empresa de publicidad del país, era carismá�co, siempre alegre, con una sonrisa que derre�a a cualquier mujer, enamorado de la vida, de sus amigos y de Amanda, la mujer con la que pronto se casaría.

Llevaban un año de novios. Todo era perfecto, el dinero nunca faltaba y Pablo se encontraba orga‐nizando todo para tener una luna de miel inolvi‐dable, quizás Bahamas, Puerto Rico o Cuba: el lugar que Amanda siempre quiso conocer.

Una semana antes del matrimonio Pablo se des‐pierta con Amanda en sus brazos y le recuerda su canción, esa con la que un año antes se cono‐cieron en el bar de la rockola:

Amor, amor, No canta la vida sin �,

no escucho el la�do de todas las cosas, sin tu compañía.

Amor, amor, amor, amor

Amor, amor, No canta la vida sin �, no escucho el la�do de todas las cosas,

sin tu compañía. Amor, amor, amor, amor

juré estar con�go hasta el final y cuando sea polvo mezclado en la �erra

igual te aamareee..

El vaso está medio vacío y Pablo se aferra con fuerza a él, escuchando la canción que lo lleva de vuelta a su pasado, que lo man�ene sumido en una constante alucinación. Se acerca a la rocko‐la, una moneda más, una vez más…

Ya ves, no pudo nunca el �empo

apagar los corazones como velas en el viento.

Los añoooos, te han hecho más y mas hermosaaaaa

quererte y vivir, es para mí la misma cosa.

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sorprenden al público. Los acordes de la guitarra insinúan la melodía, la gente aplaude y repite el coro de la canción de Amanda y Pablo:

Amor, amor, No canta la vida sin �,

no escucho el la�do de todas las cosas, sin tu compañiia.

Amor, amor amor, amor juré estar con�go hasta el final

y cuando sea polvo mezclado en la �erra igual te aamareee.

Llega el día tan anhelado y Pablo no puede espe‐rar, está realmente ansioso. Llega a la iglesia más temprano de lo pactado, su mejor amigo lo acompaña a la entrada. Las personas empiezan a llegar: familiares y amigos de los novios.

Las flores blancas decoran angelicalmente el lugar. Pablo se ve nervioso, sus manos sudan y no puede evitar caminar de lado a lado. Sale y mira la carretera por donde llegará el carro de la novia. Se acerca la hora y Pablo está completa‐mente mudo. Se imagina el instante que dará el sí, ese que le cambiará la vida para siempre. Son las 3:00 p.m. el sol está pleno, el cielo es azul y los invitados sonríen. 3:20 p.m. aún no apare‐ce… 3:40 p.m. el rostro de Pablo empieza a cam‐biar, se ve preocupado… 4:00 p.m. saca el celular de su chaqueta, marca, respira, buzón correo de

juré estar con�go hasta el final y cuando sea polvo mezclado en la �erra

igual te aamareee.

Amanda lo mira y ríe, y se abrazan como si fuera la primera vez. Ambos se levantan, están apura‐dos porque esa noche será la fiesta de entrega de regalos. Saltan de la cama cada uno rumbo a su trabajo con la promesa de encontrarse esa noche en la fiesta.

Pablo está ansioso, �ene algo preparado, una sorpresa que está seguro encantará a Amanda.

Llueve en Bogotá, el tráfico es insoportable, son las 5:30 de la tarde y Pablo está atascado en medio de la 100 con autopista. Un hombre pasa vendiendo cds de música y para relajarse com‐pra el compendio de 100 canciones de música román�ca. Y nuevamente entre los cien clásicos: su canción, amor, amor, no canta la vida sin �…

Pablo corre por las escaleras del hotel, llega al salón, y allí en medio de los invitados está Aman‐da: es perfecta, su ves�do rojo y brillante, esa sonrisa que ilumina el salón. La fiesta transcurre tal y como se planeó. Son las once y la sorpresa para Amanda se aproxima: Pablo se escabulle por un instante y aparece en la mitad del salón con dos cantantes que casi todos reconocen: Ana y Jaime con su guitarra en la mitad de la sala

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…Yo tengo un fana�smo ciego corazón, una necesidad, una dependencia loca de tus

cosas y tu forma de mirar…

Martes 6 de la mañana, desayuno en la mesa, tan sólo un café y la opción de Pablo:

E alalelelelele todo �ene su final

(todo �ene su final)si no me quieres dímelo ahora

(todo �ene su final)a mi velorio no vengas a llorar no no

(todo �ene su final)

Miércoles 12 del día, un par de minutos libres en la oficina, y llega el incontrolable deseo por alimentar sus recuerdos, la opción de Pablo en el pc:

Que fácil fue tocar el cielo la primera vez,

cuando los besos fueron el motor de arranque,que encendió la luz que hoy se desaparece.

Así se disfraza el amor para su conveniencia,aceptando todo sin hacer preguntas,

voz, ‐probablemente lo olvidó en la casa‐ vuelve a marcar, no responde Amanda. 4:20 p.m. siente que no puede respirar así que se desabrocha un poco el cuello de la camisa. 4:25 p.m. un carro se aproxima, es el carro de la novia, para justo en frente de la iglesia, la palidez de Pablo se incre‐menta al darse cuenta de que adentro no hay nadie. El conductor se baja del auto apresurado y le entrega una nota. Pablo la lee, la gente lo mira, nadie se atreve a acercarse, Pablo arruga la nota y �ra el papel con rabia. Se dirige a su auto y arranca como loco.

Tres años después de ser plantado en la mitad de la iglesia, Pablo no ha parado de ir todos los jue‐ves al mismo bar. Se sienta siempre en la misma mesa y pone 3 veces, sagradamente la canción que lo unía a Amanda. Cada semana, su eterna compañera lo mantenía sumido en una insonda‐ble depresión.

Y así, sus días transcurrían:

Lunes 8 de la mañana, semáforo en rojo y la opción de Pablo en la radio:

Yo tengo una enfermedad de �, me hace daño todo si no estás, necesito compañía de tu amor

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para con el único propósito de pedirle a la intru‐sa que no se atreva más a quitarle el �empo con su canción.

La mujer está parada frente a la rockola cantado y bailando emocionada. Pablo se acerca y le toca un hombro, ella se voltea y levanta la mirada, la mujer sonríe y él no puede evitar no hacerlo al ver su sonrisa, labios rojos y grandes ojos verdes. ‐¿Dime?‐ Le dice ella‐ Pablo apenas tartamu‐dea…‐ Es que yo quería decirte… la mujer no lo deja hablar y le toma las manos para que baile con ella y sigue cantando sin escucharlo:

Quisiera ser pintor, pintarte en mi corazón

Quisiera ser el póster de tu cantante famoso Quisiera ser Da Vinci y que tú seas mi Monalisa Quisiera ser el chiste que a � siempre te de risa

Pablo trata de explicarle que ese es su espacio y que siempre ha escuchado su canción todos los jueves a esta hora y que nadie, nunca había interferido en su espacio de tristeza de esa mane‐ra.

La mujer sin escucharlo le es�ra la mano y se

y dejando al �empo la estocada a muerte.Nada más que decir,sólo queda insis�r…

Por fin el anhelado jueves, como de costumbre intentó poner la moneda esperando encontrar a Amanda en medio de las letras de su canción. Sin embargo, cuando pensaba que las cosas no podían ser diferentes, una joven se le adelanta en la rockola. Pablo se siente contrariado pero se sienta a esperar y esta vez en lugar de escuchar la canción de siempre se tendrá que conformar con la canción de la intrusa:

Quisiera ser reloj y despertarte en las mañanas

Quisiera ser el sueño de tu dulce madrugadaQuisiera ser tu sombra

y caminar siempre con�goQuisiera ser tu ángel y protegerte del peligro

Pablo se de�ene por un instante a mirarla, la mujer pone otra moneda en la rockola y vuelve a sonar la misma canción. ‐Cómo puede ser tan atrevida, es el momento de escuchar mi canción y ella llega a cambiarlo todo, cómo pue‐de…murmura para si‐ Así que toma fuerzas y se

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esta vez Pablo se siente furioso y se acerca nue‐vamente a ella con el ánimo de reclamarle, es el colmo que esta mujer nuevamente se esté robando su espacio. – Señorita quiero decirle algo‐ Holaa, la vez pasada te fuiste sin decirme tu nombre. ¿No me recuerdas? Soy Daniela. Nue‐vamente se voltea y pone una moneda en la roc‐kola:

Quisiera ser ladrón, robarte tu corazón

Quisiera ser la marca de tu ropa favorita Quisiera ser tu diario y gastarme mi salario Y en un viaje al espacio que ayer vi en una

revista.

Pablo esta realmente confundido, esta mujer está completamente loca, ni siquiera lo escucha, pero en medio de todo se deja llevar cuando ella le pide que bailen. Pablo la mira y no puede entender cómo ha terminado bailando con una mujer que ni conoce, que le ha robado su espa‐cio y que ni siquiera lo escucha. Y ella insiste…

Hoy voy a verte de nuevo,

voy a envolverme en tu ropa.susúrrame en tu silenciocuando me veas llegar.

presenta: Mucho gusto me llamo Daniela‐ Pablo le es�ra la mano, se siente confundido y se re�ra sin lograr su come�do.

Una semana insoportable, un eterno día sin carro y tres horas entre un taxi en medio del tran‐cón:

Saber que se puede querer que se pueda

quitarse los miedos sacarlos afuerapintarse la cara color esperanzatentar al futuro con el corazón

Una dosis más de musicophilia…

Todo aquel que piense que la vida es desigual,

�ene que saber que no es así, que la vida es una hermosura,

hay que vivirla. Todo aquel que piense que está solo

y que está mal, �ene que saber que no es así,

que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien.

El siguiente jueves no pudo ser peor, cuando él llega al bar ella ya está posicionada del lugar,

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Aunque esto le cause dañoY así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño.Cambia todo cambiaCambia todo cambiaCambia todo cambiaCambia todo cambia.

Cambia el sol en su carreraCuando la noche subsiste

Cambia la planta y se visteDe verde en la primavera.

Cambia el pelaje la fieraCambia el cabello el anciano

Y así como todo cambiaQue yo cambie no es extraño.

Él sonríe y le responde sin dudas: ¿Y por qué no?

Hoy voy a verte de nuevo,voy a alegrar tu tristeza.vamos a hacer una fiesta

pa' que este amor crezca más.

El siguiente jueves Pablo trata de llegar más tem‐prano, pero Daniela le ha ganado nuevamente. Esta vez ella lo espera: ‐Sabía que te vería de nuevo, es más te estaba esperando… ¿quieres tomarte algo? Pablo se queda pensando mien‐tras mira sus ojos verdes y escucha en el fondo:

Cambia lo superficial

Cambia también lo profundoCambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo.

Cambia el clima con los añosCambia el pastor su rebaño

Y así como todo cambiaQue yo cambie no es extraño.

Cambia el más fino brillanteDe mano en mano su brilloCambia el nido el pajarillo

Cambia el sen�r un amante.

Cambia el rumbo el caminante

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zul y Rojo, dos peces loro na�vos del Aarrecife de San Andrés, decidieron vol‐verse nómadas después de una charla

muy interesante que tuvieron con Gris, un mar‐lín⁴ acostumbrado a los viajes de larga distancia. Con su mandíbula superior en forma de pico, sus escamas como espinas y esa aleta en forma de horquilla había librado temerarias batallas con monstruos marinos y había logrado llegar a si�os inimaginables.

Gris había conocido todos los océanos y mares del mundo, pero siempre volvía a pasar el vera‐no en el “Coral de San Andrés”, principalmente por el sabor de sus hamburguesas marisqueras. Su alta velocidad, su espada afilada y su sen�do innato del peligro, siempre le habían permi�do escaparse de las trampas de los �burones más astutos, de las redes de pesca más resistentes y

de las tormentas naturales más potentes.

Nuestra modesta pareja de peces loro obvia‐mente no iba a arriesgar tanto. Claro, iban a conocer la Gran Barrera Australiana, la que Gris había elogiado tantas veces mientras se embo‐rrachaba con aguadulce, pero tenían pensado un viaje mucho menos estresante que los que él solía emprender. Lo tenían todo pensado. Con mucho orgullo sus�tuyeron el coraje del marlín por su inteligencia coralina y optaron por un viaje un poco más….cómodo.

Azul y Rojo, con un gran esfuerzo recolectaron algunos tesoros redondos, blancos y nacarados de las entrañas del vecindario y empezaron a acercarse a los barcos extranjeros y par�cular‐mente a los australianos que creían se dedica‐ban a la pesca de especímenes de colección, esto les tomó tanto �empo que Gris hubiera podido ir y volver a la Gran Barrera parando en cada bar de mala muerte para saborear calama‐res desapercibidos que pasaran por ahí. Esta‐ban seguros que dejarse atrapar era el camino más cómodo para llegar a su meta.

Bajo el agua, siempre se encuentra un cangrejo o algún otro crustáceo de barrio capaz de indicar qué �po de barco se está acercando con sólo escuchar el ruido de su motor. No fue gra�s obviamente, y la langosta que les informó, tam

4. Marlín : pez de la familia de peces perciformes, grandes y comes�bles que se pescan como deporte, emparentados con el pez espada. Son nadadores rápidos y vivien en la mayor parte de los mares cálidos. Wikipedia 30 nov 2011 7 :12 pm.

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bién me�da en el tráfico de conchas de caraco‐les, precisó que no rembolsaría las perlas en caso que la información dada resultara inexacta. Por suerte no se equivocó y Azul y Rojo, unos churros peces loro, no tuvieron ningún proble‐ma en llamar la atención del barco australiano de peces de colección y lograron dejarse atra‐par pretendiendo resis�r, para que los pescado‐res alcohólicos parados al otro extremo de la línea de pesca no sospecharan nada.

En el barco que les llevaba al aeropuerto, com‐par�eron un embalse bastante cómodo con Verde, un pez roca cansado de luchar para que sus compañeros lo consideraran como pez y no como mineral, y Amarillo, un pez globo con humor…picante.

Una vez llegaron a �erra fueron transportados en un flamante auto. Azul tuvo el mal de �erra y vomitó en el embalse que compar�an los 4 peces, transformando así el agua transparente del Caribe en agua de manglar.

Llegaron a un aeropuerto privado donde les esperaba un Jet de los más lujosos. Rojo estaba muy excitado, siempre había querido volar. Arri‐ba, el encanto fue total para los dos peces loro. Tenían un acuario gigante y los colores del mobi‐liario abordo les recordaban los corales de San Andrés. Para Verde, este viaje aéreo ya se anun‐

ciaba de los peores. El brillo de todas las cosas lindas alrededor del él le recordaba siempre lo feo que era. Amarillo, el único que no quiso ser atrapado, no se había deshinchado ni un cen�‐metro desde su captura en el arrecife. Por lo menos, Azul, Rojo y Verde compar�an el plan de visitar la Gran barrera de Australia lo que llevó rápidamente a excluir a Amarillo del grupo, el cual pasaba por un pez tonto, ya que era el único en hacerse capturar contra su voluntad.

Después de innumerables escalas aterrizaron en Hamburgo. En la pecera de un millonario colec‐cionista, a cientos de millas de su sueño, Azul y Rojo se dieron cuenta que no habían pensado en cómo diantres lograrían alcanzar la Gran Barrera de Corales. Lo cierto es que Amarillo, aún hin‐chado, terminó sus días en el acuario de una empresa local; Azul y Rojo entendieron que cambiarse al camino cómodo no siempre es garan�a de llegar al mismo des�no, mientras Verde, el feo, terminó en fritura en un restauran‐te del mismo nombre.

Gris, al son del aguadulce, se ha vuelto muy popular al contar la historia de dos estúpidos peces que cambiaron la aventura de un viaje en el mar por la comodidad de un viaje sin esfuerzo.El cambio no es un des�no es un camino para disfrutar.

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muerte de una joven de 23 años, justo la edad que tenía su única hija, So�a, fruto de sus desva‐nes con una fotógrafa que conoció una noche en uno de sus exitosos lanzamientos. Sólo tuvo que mirarla una vez para darse cuenta que esa sería la mujer que lo llevaría al borde de la locura.

Igor no podía creer las coincidencias que estaba leyendo en el periódico: mujer de estatura mediana, pelo castaño, tez blanca, aproximada‐mente 23 años, saco color rosa, un pantalón negro. El periódico igualmente solicitaba que las personas que la iden�ficaran como conocida acudieran al anfiteatro para los trámites de entrega del cuerpo. Los ojos de Igor releían una y otra vez la no�cia, tratando de encontrar en ella el nombre de la persona, pero no estaba escrito. Por deducción lógica Igor llegó a la conclusión que era evidente lo que se temía, su hija era la protagonista de esta historia.

Sus manos temblaban, un terror inmenso inva‐dió su cuerpo cansado, la taza de café se derra‐maba por partes, su camisa favorita quedó salpi‐cada no sólo de café sino de una amargura que no podía contener, llevaba más de un año que no cruzaba palabras con su hija, pudo sen�r como

a mañana del 9 de julio el horizonte tras los Lcerros orientales de Bogotá lucía enladri‐llado. Igor podía verlos desde la ventana

de su cuarto. El frío de la madrugada había agu‐dizado el dolor en las ar�culaciones de sus muñecas. Se despertó pensando en Alicia, en sus ojos almendrados que había dejado escapar. Se culpó por pensar en ello. Cumplir 67 años no tenía por qué ponerlo triste. Se levantó, se puso las pantuflas, fue a recoger el periódico bajo la puerta y se preparó su acostumbrada taza de �nto con limón. Una extraña sensación se posaba exactamente entre el diafragma y el corazón. La noche ante‐rior Igor casi no pudo conciliar el sueño por las dolencias de espalda, sumadas a la tos que recientemente lo atacaba producto de los 20 cigarrillos que se fumaba a diario. Entre sorbo y sorbo de su cítrica bebida de café ojeó el periódico y se detuvo en la no�cia de la

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Dile que la amo. Díselo siempre…¨ Igor sin�ó que la vida se le desbarataba a pedazos, So�a no estaba en sus planes, nunca estuvo, aunque no podía ser irresponsable, su carácter no se lo per‐mi�a, así que lo tomó como parte de algo que tenía que cumplir, como quien hace una tarea aburrida en el trabajo, pero que es inevitable deshacerse de ella, así que sin corazón, y con pocas emociones se dio a la tarea de educar a su hija... Era lo correcto y así lo hizo durante todos esos años.

Le hablaba sólo cuando era necesario, era dema‐siado seco y evitaba abrazarla o decirle alguna palabra cariñosa que lo hiciera ver débil, la educó estrictamente, como quien educa a una mascota para que no dañe los muebles, le ense‐ñó exactamente en dónde iban las cosas, nunca permi�ó un cambio de lugar, las horas de comer, dormir, y hacer los deberes eran puntuales, no había cuentos de hadas, ni dulces, ni parques de diversiones, ni reconocimientos innecesarios, ni globos o chocolates, la vida para So�a no podía ser más gris. Lo único y lo que la ataba a una niñez tan poco convencional era la muñeca que había traído consigo desde que su madre la dejó en manos de Igor.

Luego de algunos años la niña creció, estudió y

su vida transcurría en pocos segundos...como una visión eterna, eran miles de conversaciones las que se cruzaban por su cabeza, fue inevitable no llorar, un torrente de emociones lo invadió y lo llevó a sus más oscuros e indeseables recuer‐dos... Arrugó el periódico contra su pecho y cerró los ojos tanto como pudo...

El día que So�a apareció en su vida su mundo se trastornó, no estaba planeado, Igor lo planeaba todo milimétricamente, él era el dueño de su des�no y no aceptaba errores, el mundo perfec‐to que se había construido lo había conver�do en un ser implacable y arrogante. Se había inicia‐do como escritor cuando tenía 20 años y había adquirido una disciplina impecable. Los amigos que tenía se habían acercado a él por su extraor‐dinario éxito, no por su don de gentes, veinte premios internacionales de novela, traducidas a más de 10 idiomas e innumerables menciones y crí�cas en los periódicos lo habían posicionado como uno de los escritores más reconocidos en el mundo.

Igor siempre creía tener la verdad de las cosas. Y por eso cuando So�a apareció en su vida con una maleta y una nota que decía, ¨cuídala es tu hija, sólo �ene cinco años y no tengo a quien más acudir... Yo ya no puedo tenerla, me voy lejos.

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rostro, así que decoró la casa con flores, cambió los cuadros de si�o, compró velas, incienso, puso la mejor música e hizo su mejor esfuerzo por preparar una comida que impactara el pala‐dar de Igor, colocó un regalo finamente envuelto sobre la mesa, adornado por una tarjeta que se demoró escribiendo casi dos horas, se puso el saco rosa que usaba para ocasiones especiales y esperó ansiosa a que su padre cruzara la puerta.

Siete en punto, como siempre milimétrico, exac‐to, abrió la puerta... Y se quedó petrificado ante todo lo que veía… Visualizó cada cosa, no hizo un gesto, ni una mueca, sólo una frase, puntual, fría y mandatoria: ‐Ordénalo todo, sabes que odio los cambios... Mira lo que hiciste... Además ya cené‐.

Ni siquiera tocó el regalo que So�a había prepa‐rado para él. Y caminó tranquilamente a su estu‐dio, cerró la puerta y dejó a So�a con el corazón completamente arrugado. Desde ese día So�a tomó una decisión, ya no sería más esa So�a, ‐¡ya no más!‐ le gritaba por dentro su corazón, así que lo ordenó todo, �ró la cena a la basura, guardó el regalo en el primer cajón que encon‐tró, cambió los cuadros de lugar y salió de su casa, caminó tanto como sus pies aguantaron, y no volvió...

se convir�ó en una alumna excepcional, cumpli‐dora de sus deberes, pero siempre con una mira‐da de tristeza y totalmente introver�da, muy solitaria, callada, en el colegio le decían “La Rara”... Poco o nada le importaba a So�a los comentarios o burlas de sus compañeros... En el fondo lo único que esperaba era que algún día su papá le dijera lo orgulloso que se sen�a de ella. ‐Igor en el fondo es bueno‐, pensaba, ‐ al fin y al cabo me ha dado todo lo que un ser humano necesita: un techo, alimentos y educación‐... Aunque su corazón fuera de piedra... ‐Quizás me ama a su manera‐... Pensaba So�a.

Esta pequeña que poco a poco se convir�ó en mujer, tenía como gran afición devorar todas las noches las novelas de Igor, casi que las sabía de memoria. So�a vivía inmersa en un mundo de fantasía, y tal vez su única conexión emocional con su padre eran esas novelas...‐ Así puedo conocer su alma‐... pensaba ella.

Un día como cualquier otro So�a quiso festejar uno de los tantos premios de su padre preparán‐dole una cena y cambiando un poco la decora‐ción de su casa, quiso sorprenderlo con algo nuevo, So�a ya con 22 años estaba segura que era ella y sólo ella la que le haría cambiar de ac�‐tud a su padre y por fin dibujar una sonrisa en su

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que fuera sólo una pesadilla. Abrió con cuidado y al levantar su cabeza se topó con los ojos cafés y brillantes, el cabello castaño, la tez blanca de su So�a quien llevaba en sus manos un presen‐te... Igor con el rostro lleno de lágrimas, no pudo contener su emoción, la abrazó como si el mundo se acabara... ‐Feliz cumpleaños‐ dijo ella... El sólo dijo: ‐no soy tan viejo como crees... Hoy he vuelto a nacer, mi So�a...‐

Igor no la buscó, no quiso saber por qué se fue, pensó... ‐Así como llegó a mi vida así se �ene que ir, es el orden de las cosas, además es una desa‐gradecida e impulsiva como su madre, que más se podía esperar‐.

Transcurrió más de un año cuando Igor esa mañana, justo el día de su cumpleaños 67 levan‐tó el periódico... Lo arrugó contra su pecho, lo leyó muchas veces... Y cerró sus ojos invadidos de lágrimas... Dejó a un lado la taza de café y el periódico.

Abrió el cajón que no revisaba hacía más de un año, sacó el regalo sin abrir, el presente de So�a, era una camisa, perfecta, su talla, se la puso... leyó la tarjeta,... Papá, no sé cómo decirte lo orgu‐llosa que me siento de �, eres un gran escritor, un gran padre, gracias por permi�rme ser parte de tu vida y entrar a tu territorio perfecto, quisiera con esto poder robarte una sonrisa, te quiero, siempre So�a...Cambió los cuadros de lugar, prendió los inciensos que tanto detestaba, puso la música, la que amaba So�a…

Se sentó por un instante intentando recordar su aroma, su sonrisa sincera… y luego se dirigió a la puerta con el propósito de ir a iden�ficar el posible cadáver de su hija, y con la esperanza de

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Aquí

Un hombre y dos mujeres: Una mujer amarga, una mujer dulce y un mujeriego.

Él sigue teniendo amor y pasión en su corazón. Para dos o para más. Está cómodo otra vez.

Una mujer amarga sigue cargando con la desdi‐cha. Aún hiere, muerde y “gana”.

La mujer dulce �ene una nueva vida que no duele, los ve desde el otro lado de la calle, porque dejó su carga atrás y recibió el futuro radiante.

Ahora

Una lectora que se pregunta por qué le duele tanto…

Un autor que le pregunta si aún sigue cargando…

¿De qué lado de la calle estás?

Hoy

Un hombre y dos mujeres: Dos mujeres y un mujeriego.

Él tenía mucho amor y mucha pasión en su cora‐zón, le alcanzaba para dos. Era cómodo para él y trágico para ellas.

El día que estas dos mujeres conocieron el trián‐gulo perfecto, querían morir y querían matar.

Él no entendía su disgusto y comenzó a sen�rse incómodo: si había suficiente para dos, por qué conformarse con una sola. Al parecer las amaba.Una de ellas decidió pelear con dientes y garras para desplazar a la otra. Hizo uso de todas sus armas. Hirió, mordió y finalmente “ganó”.

Entonces la otra cruzó la calle y decidió buscar el amor en otro lugar. Le llevó algún �empo, pero encontró lo que buscaba.

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me gustaría traspasar las fronteras del �empo para situarme en un lugar que para algunos de los que leen esta historia les es completamente ajeno y lejano, pero tal vez sea posible acortar distancias si la memoria y la buena voluntad lo permiten para que usted, querido lector, en�en‐da y viva en carne propia los hechos que se desa‐rrollaron a lo largo de este evento de uno de los capítulos de mi vida.

Nuestra historia se desarrolla en un si�o pinto‐resco, situado en una zona geográfica cercana al mar Caribe, coronada con montañas y sus pue‐blos suspendidos entre valles y barrancos. Vivir en este lugar es como acomodarse en el paraíso, porque allí el �empo dejó de contar sus días. En medio de tanta naturaleza está anclada la nave de la empresa, protagonista de esta historia, que se dedica a cul�var y procesar palma africana.

Me encontraba navegando en Internet en el estudio de mi casa, cuando recibí una llamada de mi socio, contándome que acabábamos de cerrar un proyecto en una ciudad del Caribe colombiano. Sonaba interesante, me llené de alegría, pensé en playa, brisa, mar y trabajo; para qué más. Sin embargo ese momento duró poco, ya que al preguntar en cuánto lo vendimos la respuesta no fue muy alentadora: Es un pro‐yecto estratégico. Traducción al castellano: este proyecto no dejará margen de rentabilidad algu‐

ecuerdo cuando hace algunos años, el Rgerente general de la empresa que fui a asesorar me recibió con estas “elegan‐

tes” palabras:

“No en�endo qué hacen ustedes, ni en�endo para qué lo hacen. Acá en esta empresa todo el mundo hace lo que yo digo y no creo que este proyecto sea la diferencia, sin embargo el imple‐mentador de la herramienta tecnológica exigió que se contratara ges�ón del cambio……”.

Y el resultado fue que me faltó poner algo de imaginación previa a aquel episodio y también una dosis de valen�a para llegar indemne hasta la úl�ma línea del proceso de facilitación de la ges�ón del cambio, todo esto para no perder los papeles del rol que me correspondía.

Apropiándome de esa máxima que dice que cada persona �ene su minuto de gloria, que sería lo mismo que concederme un premio por todo lo que viví en esta interesante experiencia,

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Con el calor que agobiaba mi cuerpo, después de una larga caminata llegué al edificio adminis‐tra�vo, en donde me recibió una recepcionista con una cara no muy amable.

‐ “¿A quién necesita?”‐ alcanzaron a escuchar mis aturdidos oídos más por el tono sonoro de su voz que por la calidez de su saludo.

‐ Buenas tardes señorita, por favor, ¿me puede anunciar con el gerente general don Ricardo López? ¿Le puede indicar que Iván Mayorga está aquí?

Inmediatamente vi su cara de susto y su figura seria se transformó en una ac�tud más amable.

‐ “Siga, por favor”‐ me dijo mientras abría la puerta de la recepción y me conducía a la sala de juntas principal. Me acomodé plácidamente y visualicé todo lo que había a mi alrededor.

Defini�vamente, el �gre no es como lo pintan, hice uso de mi habilidad de buen observador, cada cosa de esa sala tenía objetos invaluables, obras de arte, muebles de al�sima calidad, una pared con fotos de la familia en varios lugares del mundo y, por supuesto, la foto de los dueños, eso supongo.

Mientras me concentraba en divisar todos esos

na. De todas maneras había que mantener el interés y ¡ni modo! La rentabilidad del proyecto sería la experiencia y las millas que nos dejaría la aerolínea.

Me embarqué en esta travesía recordando las palabras de un consultor experto llamado K9 quien me dio la tranquilidad diciéndome que de este proyecto saldríamos bien librados: “es en una ciudad tranquila, de ges�ón del cambio nadie sabe mucho, es un proyecto pequeño que no traerá mayores complicaciones y finalmente retos como estos nos fortalecen en la vida.”

Lo que sabía del cliente es que era una pequeña empresa exportadora de aceite de palma y que había logrado hacer integración ver�cal, eran dueños de la �erra, de la recolección, de la extracción y del empaque. Por esta razón que‐rían un “so�ware” que les administrara todo el negocio.

Después de un agitado y movido viaje en un pequeño avión, llegué a esta paradisiaca ciudad y comencé a buscar las oficinas de mi cliente con la única indicación que me anotaron mis colegas en un pequeño papel: “busque el único edificio de 5 pisos que queda en el centro de la ciudad, puede ir a pie ya que lo observará desde el aero‐puerto.”

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La magnitud del negocio era tal, que yo casi me boto del balcón de la sala de juntas al ver el tama‐ño del proyecto en el que nos habíamos me�do. Este negocio que vendimos estuvo un poquito mal dimensionado y de la rentabilidad no me quiero ni acordar.

Mientras con�nuaba con la presentación de la “pequeña empresita”, entró a la sala un hombre joven, de aspecto elegante y serio. Lo pude per‐cibir distante y algo egocéntrico. Me miró fija‐mente a los ojos como queriendo imponer el dominio de su territorio. Fue realmente in�mi‐dante ese momento. Don Ricardo le presento a Iván Mayorga consultor de Ges�ón del Cambio que viene de Bogotá para apoyarnos en el pro‐yecto. Iván, ‐ dijo Henry‐ te presento al gerente general, el Sr. Ricardo López”.

Ricardo realizó muchas preguntas acerca de nuestra metodología y afortunadamente vio coherencia e hizo varias preguntas de confronta‐ción para “medirme el aceite” como facilitador: ¿Qué es ges�ón del cambio? ¿Para qué sirve? ¿Que ganará la empresa con ges�ón del cam‐bio? Con palabras sencillas despejé sus interro‐gantes.

Cerró la reunión diciendo que veía que Ges�ón del Cambio era más un gasto que una inversión con�nuando con la frase su�l que usted leyó al

objetos de colección, apareció el gerente de sistemas, Henry, a quien había conocido por teleconferencia días antes cuando concretamos nuestra cita de encuentro.

Cuál no sería mi sorpresa después del saludo protocolario de rigor, cuando Henry presionó el botón de un control remoto y comenzaron a salir los juguetes tecnológicos más descrestantes de la época: telones digitales, video beams que se ajustaban solos, todo sin cables, algo que me hizo sen�r en un rol diferente. Comencé a perci‐bir que quien era de ciudad pequeña era yo. Ade‐más del descreste, esa sala me estaba diciendo que este proyecto era más grande de lo que nos contaron.

Mi intuición me dijo que esto no era tan fácil cuando Henry detalló el alcance del proyecto, iniciando su presentación con la visión y la ac�vi‐dad de la empresa.

Y efec�vamente, el mensaje que me dio la deco‐ración de la sala de juntas era cierto. Sí produ‐cían palma, pero todo mul�plicado por mil a lo que yo imaginaba: amplias extensiones de �e‐rra, variedad de productos, flota de camiones, una planta extractora, la refinería más moderna del país, sedes a nivel mundial y otros “juguetes” como la planta de etanol más grande de la región.

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eterno el viaje.

¿A cuánto �empo queda la finca? le pregunté a Ulises mientras me acomodaba en el asiento.

En tres horas llegaremos al pueblo y en una hora más de camino estaremos en los terrenos de la Empresa me dijo apretando sus labios.

¡Oh, Dios!, esto queda en medio de la nada, pero eso era apenas el abrebocas de las sorpresas que me esperaban.

Cuando llegamos allí, me llamó la atención que todos ves�an igual y no había dis�nción de rangos ni jerarquías, la única jerarquía visible era la edad que se visualizaba en los rostros y en lo blanco de sus cabellos, su perfil campesino se les notaba a leguas.

Sin estarle preguntando a Ulises, el conductor me dijo que todo el personal que laboraba en la finca estaba vinculado desde su juventud a la empresa y que toda su vida había transcurrido dentro de la finca.

‐ Y ¿viven felices? ‐Le pregunté, abriendo un diá‐logo que se tornó corto pero interesante.

‐ De tener un trabajo sí, pero de sus resultados no.

principio de esta historia y concluyendo con el mensaje contundente para la organización:

“¡Quien no se adapte se va!”

¿Cómo hacer un buen diseño de estrategia de cambio para este caso en par�cular? Esta pre‐gunta dio vueltas en mi cabeza durante las dos horas siguientes al encuentro con el gerente general.

Durante varios días realicé el levantamiento de la información correspondiente. Al entrar a ana‐lizar la compañía pude percatarme que para conocer la realidad organizacional era priorita‐rio realizar las visitas al campo, allí es donde está la semilla del negocio y es donde se encuentra el grueso de la población de la empresa.

Y un mo�vo evidente era la oportunidad para conocer a los trabajadores, iden�ficar sus miedos, habilidades, imagen personal, rol social, mo�vaciones, conocimientos, capacidades de acción y sus comportamientos.

‐Usted es muy cumplido‐, le dije a Ulises, el con‐ductor que me habían asignado para transpor‐tarme hasta las plantaciones. Sin pérdida de �empo nos dirigimos por la carretera principal. Miré mi reloj y ya eran las siete de la mañana, una hora avanzando y ya me estaba pareciendo

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Entregué papel y lápiz para anotar. Comencé mi presentación con un video mo�vacional y luego les pedí que escribieran sus nombres y tres de los sueños que aspiraban a lograr en sus vidas, pasando luego a explicar, desde el punto de vista corpora�vo, el modelo de la herramienta tecno‐lógica a implementar y la importancia de adap‐tarse a ese cambio.

Pero ¡vaya sorpresa!, pareció que les estuviera hablando en un idioma que no conocían, porque comencé a ver las caras de preocupación, de angus�a, de terror y de miedo.

Paré mi conferencia. ¿Tienen alguna pregunta?

Todo el mundo en silencio.

Algo estaba sucediendo.

Y en ese instante recordé que nunca había teni‐do un momento de tanto silencio en ninguna de las conferencias que había dado y entonces le pregunté muy gen�lmente a una persona mayor que se encontraba en la primera fila ‐¿Tiene alguna pregunta?‐

Él, con cara de sorpresa, miró a sus compañeros y me respondió: “No señor”‐.

‐ ¿Por qué?‐, le pregunte sin dejarlo terminar.

‐ Todo su salario, ‐ me dijo haciendo una pausa con suspiro‐, lo entregan a los agio�stas del pueblo que se aprovechan de sus necesidades e ignorancia. El solo hecho de pensar en quedarse sin trabajo es lo más cercano a tener que convi‐vir con la miseria. Los empleos en estos pueblos son muy escasos y lo más seguro es entregar toda su vida y dedicación a la empresa. Fueron sus palabras finales.

En ese momento entendí las palabras de Ricardo López: él es el dueño de sus vidas y ellos �enen necesidad de preservar su puesto.

A mi llegada a la finca, todos los trabajadores estaban esperando con expecta�va, algunos me saludaron con burla, ya que me veían muerto del calor y sobre todo notaron mi preocupación.

¿Por qué se estarán burlando de mí? Me parecía simpá�co cómo reaccionaban. Ya sé, están leyendo mi rostro y se están dando cuenta de que estoy lleno de miedo.

Manos a la obra, es hora de empezar, de u�lizar la experiencia que me han dejado los años de consultor.

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tación del hotel y la verdad es que estaba muer‐to del miedo, mil dudas pasaban por mi cabeza:

¿Valía la pena hacer el proyecto de cambio?

¿Para qué? si el gerente general da la orden y todos se alinean.

Si con�núo con el proyecto ¿estaré faltando a mis valores? ¿Lo que haré será decorar con palabras bonitas las órdenes del gerente general que retumban en mi cabeza? “! El que no se adapte se va!”.

Además, viene el factor adicional de mis miedos internos: ¿Cómo queda mi ego si fracaso en este proyecto?

¿Si a la mitad del proceso deciden cancelar el contrato porque no somos necesarios?

Y ahí sí podría llegar a pensar que realmente la ges�ón del cambio es un pensamiento román�‐co, la gente se �ene que adaptar ¡Y punto!

Esa noche no puede dormir pensando en las respuestas a las preguntas que me hacía, el miedo me ayudaba a magnificar el problema,

Afortunadamente ya la experiencia me ha dado intuición y no le creí.

Rápidamente, observé el escenario y vi algo que me llamó la atención: Ninguno había hecho ano‐taciones en las hojas que les había entregado al principio de la conferencia, ¿Será cierto lo que está pasando ahora por mi cabeza? ¿No saben escribir? ¿No saben leer?

Finalmente, uno de los más jóvenes del grupo un poco desprevenido levanta la mano y dice:

‐ “Profe, yo sí tengo una pregunta: “No sé qué significa so�ware, pero ¿si no lo usamos nos van a echar?”.

Entonces recordé las palabras del gerente gene‐ral, me puse nervioso, me sudaron las manos, realmente no sabía que responderle, sin embar‐go, apelé a mi é�ca y tuve que decir la verdad: “No sé, pero es muy probable”. Ahí sí, todo el auditorio comenzó a murmurar y sus miradas cambiaron notablemente.

En ese momento entendí que el miedo puede ser un movilizador importante para el cambio.

Luego de esa visita volví nuevamente a mi habi‐

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más bien dedicarme a entender el cambio y a visitar todos los puntos del negocio.

Este es mi rutero para los próximos días, le dije a Ricardo en su cómoda oficina que ya compar�a‐mos amablemente.

Sin perder �empo con explicaciones, lo aprobó enseguida, me asignó un carro y me dediqué a conocer personalmente el territorio de la empresa sin contar con guía alguna. Era parte de la estrategia, tenía que ponerme la camiseta.

Antes de realizar los viajes, con�nué ejecutando durante varias semanas las demás acciones de la metodología para entender el cambio y cómo se adapta esto en su cultura, o mejor, dicho en palabras cas�zas: entender qué es lo que va a cambiar para cada uno de los diferentes actores y de esta manera hacer que se preparen para lo que viene.

En cuanto a las personas que se encargaban de la recolección, lo que cambiaría era que lo que hacían normalmente ahora lo realizarían en el so�ware, no era nada dramá�co y contaban con su periodo de capacitación antes de salir en vivo con el so�ware.

estaba llegando a pensar que nuestra metodolo‐gía no era válida porque no se aplicaba para este cliente y peor ¿realmente necesita ges�ón del cambio?

Antes del amanecer decidí despejar mi cabeza, así que me levanté de la cama y salí a la playa a encontrar respuestas.

Caminando con la inmensa tranquilidad que da el sonido del mar, logré relajarme y navegar sobre algunos principios básicos: ¡Todo pasa por algo! aprende de las experiencias nuevas y dis‐frútalas, da lo mejor de �, eran pensamientos no propiamente román�cos sino realistas que atravesaban mi cabeza. Voy a cambiar de estrategia, fue la conclusión que saqué después del paseo matu�no, y tenía que ser muy simple: Voy a hablar con los trabaja‐dores, voy a escucharlos, voy a dar lo mejor de mí para acompañarlos en el proceso, no voy a realizar campañas fuertes de mercadeo, ¿para qué? si en la finca no hay si�o para colocarlas y por lo tanto serán esfuerzos perdidos.

Así comencé mi travesía de ges�ón del cambio al proyecto, dónde lo que menos me iba a preocu‐par por hacer eran los entregables en papel y

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para irnos a trabajar a otro lado”.

Fue el momento dónde vi que mi rol cobraba todo el sen�do en un proceso de cambio organi‐zacional ya que yo estaba llamado a hacer accio‐nes preven�vas y no simplemente a divulgar información de cambio.

Con gran entusiasmo personal y profesional, pude percatarme cómo se contrataron profeso‐res de la región para que al finalizar los turnos dieran clases de lectura, escritura y manejo de computadores, asociado a un plan padrino que hacía que se mo�varan entre ellos y un esquema de reconocimientos que premiaba el cumpli‐miento de avances significa�vos. Logrando así que el 85% del personal manejara la herramien‐ta y se adaptara al cambio sin mayores contra‐�empos, un 10% que tenía problemas de visión o de aprendizaje fue reubicado en algunas fun‐ciones dónde su interacción con la máquina era mínima y el 5% restante prefirió renunciar a su labor en la empresa.

Mi amigo, el desprevenido, logró destacarse entre sus compañeros y fue trasladado a la sede principal ayudando a estructurar la segunda fase del proyecto.

Una tarde reuní a todos los trabajadores y les llegué con una buena no�cia:

‐ “Mis amigos, ya habiendo iden�ficado lo que va a cambiar en su trabajo, que no es dramá�co, ya que no es la estructura jerárquica, ni los pro‐cesos en sí, aún más no cambiarán turnos, ni la can�dad de personas por jornada, lo único que les va a cambiar es que cada hora laborada debe ir al computador e ingresar en el so�ware el avance en su trabajo y registrar los pedidos de insumos que van requiriendo. Fácil ¿No?”.

Nuevamente el silencio se apoderó de la sala. Sin embargo esta vez aprendiendo de las experien‐cias pasadas, le pregunté al muchacho despre‐venido:

‐ “¿Qué opina de esto?”.

Él con voz muy tenue responde:

‐“Profe, le voy a decir esto porque ya lo acepta‐mos como alguien que viene a ayudarnos, pero estamos muy preocupados porque sabemos que tenemos que hacer lo que el patrón dice, pero la verdad ninguno de nosotros sabe mane‐jar computador y algunos no sabemos leer ni escribir, ya muchos estamos buscando camino

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Con el paso del �empo, aprendí que las cosas en la gran mayoría de los casos no son como uno se las imagina. Aprendí que no solo las emociones más inherentes, eran las que hacían que el papel de K9 adquiriese vida propia, sino también que uno podía transmi�rlas con la misma intensi‐dad.

Ya de regreso a Bogotá y finalizado el proyecto con este cliente que resultó siendo una de las buenas experiencias de mi vida, y mientras el avión carreteaba por la pista para alzar vuelo, pude traerme como lección aprendida que ante los cambios inesperados, las decisiones no se toman por gusto o por miedo, el corazón del cambio está en saber cómo cambiar.

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Lecturas recomendadas

Hay una gran can�dad de libros que despertarán su interés y entusiasmo por el tema de la ges�ón de cambio y el

neuroliderazgo.

La siguiente lista le proporcionará produc�vas orientaciones para fortalecer sus conocimientos en el tema. Son valiosas

lecciones de vida llevadas a la prác�ca.

Ko�er, John P (2002) “The Heart of Change”Senge, Peter “La Danza del cambio”

Herrero, Leandro “Cambio Viral”Blanchard, Ken “Bien hecho”

Dispenza, Joe “Desarrolla tu cerebro”Medina, John “ 12 reglas del cerebro”

Covey, Stephen “Los 7 hábitos de la gente altamente efec�va”Blanchard, Ken “Liderazgo y el ejecu�vo al minuto”

Frank Viktor, “El hombre en busca del sen�do”Collins Jim, “Good to Great”

Carnegie Dale “Como ganar amigos e influir sobre las personas”

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DEFINITIVAMENTE UNO MÁS UNO NO SUMAN DOS: SUMAN NUEVE.

Sentarse a pensar, a escribir, a borrar, a escribir de nuevo, a borrar otra vez, pedir opiniones, inves�gar, sugerir, volver a escribir y volver a borrar… El camino para escribir un libro es largo pero también angosto y llegar a la meta implica un compromiso y un esfuerzo sin igual. El agra‐decimiento es para nosotros mismos por habernos dado la oportunidad de vivir y disfrutar este camino. Realmente no fue un esfuerzo sino un placer cada minuto, cada palabra y todas las sesiones de trabajo. Gracias Change Americas por esta oportunidad.

Gracias, mil gracias:

A JAGUAR PRODUCTIONS: A su equipo editorial, a su gerente Miguel Mario Páez Pacheco, al corrector de es�lo, el profesor Luis Eduardo Páez García: Ustedes lograron llevar al grupo de autores de la mano hasta el final del proyecto.

AL GRUPO DE LECTURA: María Fernanda Figueroa, Marcela Tovar, Henry Olaya y Rossana Palacios, además de su rol de escritores, asumieron una responsabilidad de “padrinos” con todos los demás autores para garan�zar que la personalidad, experiencias y aprendizajes de cada uno permeara de la manera más autén�ca cada historia.

A SIRO PEREZ: Periodista depor�vo, gran aficionado a la lectura, Administrador de Empresas, ex‐gerente regional de una mul�nacional alemana en Colombia, ex‐árbitro de fútbol de la Federación de Fútbol de los Estados Unidos. Fue Siro quien asumió la gerencia del proyecto del libro y quien con su buena disposición y disciplina dio el empuje que necesitaba cada autor para mantenerse en las filas. Puso su experiencia y trayectoria empresarial al servicio del equipo para llevar a buen puerto esta aventura emocionante.

A LOS COLABORADORES CHANGE AMERICAS: Un agradecimiento por el es�mulo paciente y entusiasta de todos los colegas facilitadores, consultores y colaboradores del grupo empre‐sarial Change Americas, quienes nutrieron el proyecto con sus acertados comentarios e ideas que enriquecieron el libro.

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