nota central primer número

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LOCURA ACTORES Y ESPECTADORES DE LA NOTA PRINCIPAL 12

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Nota central Primer número escrita por el Lic. Fernando Ramírez

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LOCURAACTORES Y ESPECTADORES DE LA

NOTA PRINCIPAL

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La locura constituye la irrupción que pone de mani-fiesto, en nuestra cultura, todo tipo de prueba para los mecanismos de control y dominación que ésta

es capaz de utilizar para someter aquella dislocación que escapa a la razón en forma recurrente, inconmensurable e insospechada.

La locura, con sus múltiples interpretaciones, sentidos, tratamientos, confrontaciones, representa el desafío inson-dable aún para las instancias “legítimas, racionales y acep-tables” del imaginario social en la reproducción del orden imperante. Basta con recordar el panorama que Michel Foucault traza en su magistral obra “Historia de la locura en la época clásica”, con el cual queda demostrado de qué manera los horizontes ideológicos hegemónicos revelan su impotencia, verdadera contracara de su ejercicio de poder, para encarrilar la figura del “loco” tras las pautas que la cultura marca como un compás que no termina jamás de recorrer su itinerario. Tras el “Gran embarque”, adviene el “Gran encierro”,donde todo se mezcla y confunde con todo, para hacer, finalmente, del “loco”, ese objeto de saber que la ciencia no puede desaprovechar para expresar sus alcances en el orden y el progreso de la modernidad.

El cine, invención que nos fascina, más allá de sus innovaciones tecnológicas, con la puesta en escena de las imágenes en movimiento, retrata, a lo largo de su historia, la dimensión del problema que queremos significar. El siglo veinte nos convoca a pensar nuestras grandes pro-blemáticas para la constitución de la subjetividad a través de este recurso, que representa, como la literatura ya lo deja de manifiesto también, una forma de otorgar voces a quienes no logran ser escuchados. Si quisiéramos hacer un catálogo de filmes dedicados a la locura, seguramente cometeríamos la injusticia de olvidar, relegar y desconocer magníficas producciones al respecto. Por eso queremos ser honestos en estas líneas y evidenciar nuestros impactos

por lo que, algunos de ellos, nos han llamado a la reflexión en las ideas aquí vertidas.

Casi dos generaciones podrían mencionar, en su primera “asociación libre” con la temática, la célebre obra de Al-fred Hitchcock “Psicosis”. Su nombre parece directamente el reflejo del “loco” habitualmente destinado a desencade-nar su potencial furia asesina que pierde de vista todo tipo de juicio moral e imperativo racional para “su ser en el mundo”. El personaje inmortalizado en la pantalla grande, por Anthony Perkins, retrata esa encarnación de la locura capaz de conmover las “fuerzas naturales del cosmos” con la total ausencia de reparo entre la vida y la muerte, más allá del discurso psiquiátrico que justifique los causales en la existencia de un hombre para actuar como él lo ha hecho.

No olvidemos que el director que ha marcado un punto de inflexión en la historia del cine y la literatura del “mis-terio”, no dudó en apelar al saber del propio psicoanálisis para anclar en un abordaje de la locura que intente mos-trar un apaciguamiento de dilucidación en este fenómeno. Es lo que se observa en su film “Spellbound” (traducida a Cuéntame tu vida) donde la reconstrucción de los hechos sigue las huellas que van dejando las interpretaciones de una psicoanalista enamorada de un hombre, el Dr. Edwards, que parece haber cometido un asesinato y no puede recordar nada. El discurso “freudiano” opera como un auxilio en el que se intenta alcanzar la verdad de quién asoma revelarse como el verdadero portador de los trastor-nos mentales. El condimento artístico de la trama, se halla en la contribución que Salvador Dalí, a pedido del propio Hitchcock, ha hecho diseñando las secuencias oníricas que decoran la pantalla y que se enmarcan en un tributo que el propio director quiso realizarle a Luis Buñuel. El arte parece cumplir aquí el relato de la voz de los que no tienen voz, como Foucault lo señalara en su obra.

Si tomáramos alguna línea de continuidad con lo expues-to anteriormente, tendríamos que advertir que, una vez más, nos autorizamos a pensar que la subjetividad del au-

POR Lic. Fernando RamírezLic. Judith Altman

Psicosis, Una mente brillante y La isla siniestra son algunas de

las películas que nos hablan de lo indomable y a la vez atrac-

tiva que es la locura para la pantalla grande. Un recorrido para

pensar qué rol que cumplimos desde la butaca ¿somos cóm-

plices del sistema que criticamos?

Anthony Perkins como Norman Bates en el clásico de Hitchcock

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AGORA es un Equipo estable de Acompañantes Terapéuticos integrado por más de 70

profesionales con formación en Salud Mental, un grupo de coordinadores con amplia experiencia

en la disciplina y un espacio de reunión semanal para la discusión y supervisión de los casos.

Equipo de Acompañamiento Terapéutico

Ante la ausencia de espacios de formación una vez superados los cursos

introductorios, abrimos nuestra reunión de equipo para reflexionar sobre la

práctica del AT. El Ciclo Abierto de Charlas AGORA pretende conformar un

colectivo de discusión y pensamiento que deje su marca en los modos de

entender el Acompañamiento Terapéutico.

Entendemos que es un campo en proceso de formación, atravesado por

múltiples discursos que aportan a su contenido. Este año el Ciclo fue pensado

como un espacio de articulación entre el campo del AT y la palabra de especia-

listas en materias como Filosofía, Arte Terapia, Política, Sociología, Teatro,

Psicología, entre otras.

Ciclo Abierto de Charlas AGORA

Último viernes de cada mes de 10 a 12 Hs.Centro Cultural No-Avestruz ( Humboldt 1857 )

Actividad gratuita con inscripción libre enviando un mail a [email protected]

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tor en una película, una obra, un libro, se halla implicada pero “trascendida” en sus intenciones. Si el “loco” no fue hecho para un actor con el fin de “demonizar” su estirpe, es inevitable que su rol se “ajuste” a derecho en algunos casos. Por eso, si observamos la magnífica actuación de Jack Nicholson en la piel de McMurphy, durante la trama de “Atrapado sin salida”, quién desafía el “Gran Encierro” en un orden institucional, que encuentra en la implacable enfermera Ratched (interpretada por Louise Fletcher) su más fiel exponente de la práctica manicomial, no cesa de demostrar cuál es el fin supremo en el dominio de los cuerpos con la locura. Los asideros epistemológicos-cien-tíficos de un saber legitimado socialmente sólo pueden sostenerse como el ropaje, y los oropeles, del combate épico que la “racionalidad imperante” demanda librar para que esos “cuerpos ajenos y desorganizados” ya no puedan organizar más nada como no sea su propia inmersión en el abismo que le reservan “las fuerzas del orden”.

Sin embargo, como si permitiera colarse el espíritu de Erasmo, el cine también ha intentado remontar un hori-zonte un poco mas “elogioso” de la locura cual jinete que aun puede cabalgar en un amanecer posible.

En “Birdy”, del polémico Alan Parker, observamos algo por el estilo. La guerra marca para siempre la vida de los dos jóvenes amigos protagonistas, pero aquel que está convencido de un “devenir pájaro” no puede apagar su “delirio” siquiera tras los muros del encierro. Al (en el cuerpo de Nicolas Cage), otorga una verdadera muestra de fidelidad hacia Birdy (protagonizado por Matthew Modine), sosteniendo allí una escucha y un acompaña-miento que permiten el despliegue de deseos imposibles de enmarcarlos, en un “saber hacer” de la vida cotidiana, dentro del carácter instrumental que acusan las normati-vas sociales. Un excelente margen para pensar el estatuto del lazo social por fuera de los prejuicios y los estandartes establecidos con la rigidez que acostumbran ofrecer los discursos hegemónicos en sus binarismos conceptuales de lo “permitido-prohibido” o “verdad-ficción”.

Encontramos en “A Beatiful mind” (Una mente brillan-te, traducida en Hispanoamérica), el grandioso film, dirigido por Ron Howard, sobre la vida del extraordinario matemático John Forbes Nash ( interpretado por Russell Crowe), una salida singular al padecimiento del delirio en la “esquizofrenia paranoide” de este genio que vive atormentado por sus fantasmas conspirativos. El rol de su esposa Alicia (en la piel de Jennifer Connelly) destaca el acompañamiento que, sumido en la incertidumbre pero a la vez en el sostenimiento del propio devenir de su esposo, logra concretar un final más asimilado a la convivencia insospechada pero pacificante que el matemático entabla con sus “fantasmas”. La conspiración que persigue a este hombre desliza su sentido a personajes que lo acompa-ñan pero tras un estatuto de nimiedad que envidiaría la dirección de cura para más de un “loco” en tratamiento. El premio Nobel recibido por este hombre corona el saber hacer con su estar-en-el-mundo que ha logrado.

Como afirmamos antes, nos proponemos un discurrir en el tiempo, ordenado aleatoriamente en la sucesión de Films ilustrativos escogidos aquí, que juegue con el senti-do de la locura, en términos de lo que “estructuralmente” resiste a la cultura cuando esta se fija obturar su propio pa-decimiento desplegando los mecanismos mas insospecha-dos para ocultar un paisaje que el cine des-oculta con el encandilamiento que mezcla la luz del artista, encarnando un cuerpo o escribiendo un guión, con la luz del proble-ma que nos obliga a reconsideraciones sorprendentes para nuestras propias elaboraciones pasadas del mismo.

El problema de la “Verdad”, que resulta una clave con la consistencia suficiente para tambalear la amenaza de la locura y dejarla definitivamente del lado del delirio en el más puro sin sentido, no ha escapado al tratamiento cinéfilo con un variable grado de sutileza. Eliseo Subiela nos presenta ese dilema en “Hombre mirando al sudeste”. El “científico” que porta el saber reniega hasta donde su conmoción le permite del delirio que le contrapone Rantés, el protagonista que asegura querer “investigar” la estupidez humana enviado de otro planeta ¿Qué efectos leemos ahí? ¿Aquellos desechables sólo porque su portavoz no están autorizado a oficiar de

Birdy muestra una verdadera fidelidad en el

sostenimiento de una escucha y un acom-

pañamiento que permiten el despliegue de

deseos imposibles de enmarcarlos en los

binarismos conceptuales de lo “permitido-

prohibido” o “verdad-ficción”.

NOTA PRINCIPAL

Nicholas Cage y Mathey Modine en Birdy

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tal? El saber, su anudamiento a la Verdad, encuentran allí un atajo difícil para acordar su acoplamiento como no sea a través de sostener o cuestionar el poder que ahí se pone en juego. Por ello, como nos recuerda Foucault en su obra “El poder Psiquiátrico”, el dominio del cuerpo en un mecanismo disciplinario que ajuste cuentas con un loco a ser superado en combate es la verdadera autorización para un saber en ciernes.

Recientemente, la excelente actuación de Leonardo Di Caprio en “La isla siniestra”, dirigida por Martin Scorsese, nos propone un nuevo panorama donde la traza entre la “Verdad” y la “Ficción” en la locura se desdibuja en provecho de una crítica inmanente que la trama despliega hacia ese modo de narrar el devenir del loco. Di Caprio, encarnado un detective que investiga la desaparición de una mujer, se interna desde un principio por los laberintos de un gigantesco Hospicio en el que, en un comienzo, las cosas, los personajes, las tramas, las indagaciones derivan revelándose como una suerte de Gran Montaje en torno al “verdadero loco”, que no es otro que el propio Detective.

El punto es detenerse en un debate por el cuál uno se pierda en la “veracidad” de los testimonios del protago-nista aduciendo que es él quién tiene la razón o si no más que otro demente para quién le han reservado el mejor de los “panópticos” en un desfile interminable de cómplices y profesionales cuyas actuaciones de “facto” nada tienen que envidiar a los guiones más estructurados de un teatro. Veraz o no, aquello que el loco atestigua hasta el final no anula en lo absoluto la necesidad de imponer la verdadera autoridad para absorber, controlar, demoler, toda autono-

mía “argumentativa” en la locura. Si ello conduce a que el Psiquiatra o cualquiera de los individuos que integran la red de redes, devengan “ficciones” pero a los solos fines de acentuar el poderío de una única realidad incuestionable, bienvenida sea la misma “ficción”.

Los diversos desafíos que la pantalla nos ha ido retratan-do en torno al fenómeno indomeñable de la locura nos obligan a pensar siempre una ética posible, un conjun-to de interrogantes que nos permitan sacudir nuestra identidad sobre la cuál no sabemos, aún con certeza, si es de complicidad con un sistema al que sólo criticamos como espectadores, o al que complacemos como actores. Acompañar la locura no admite medias tintas como puede parecer la hipótesis de quienes piensan sin actuar o actúan sin pensar en su abordaje. Acompañar la locura, es algo más que sólo poner el cuerpo, si bien ello es una parte. Deleuze y Guattari afirmaban que ella era la consecuencia de la falta de “un eco colectivo”. He ahí algo para percibir como un problema sin resolver quizás. En su vieja obra “Enfermedad Mental y Personalidad”, Foucault tiene como eje central para la hipótesis de la locura que la Sociedad es incapaz de reconocer su producto en la consti-tución de la locura y por ello inventa una serie de saberes y mecanismos capaces de redoblar en la locura la aliena-ción histórica y social que sufre el hombre “normativo”. Quizás aquello que el cine mejor nos invita a reflexionar es ese punto en el cual, suponiendo que ocupamos un rol de espectadores, somos actores “normativos y racionales” de un estado de cosas en el que debemos elucidar cómo plantarnos frente a él si mantenemos la perspectiva de transformarlo.

NOTA PRINCIPAL

Rantés asegura “investigar” la estupidez humana enviado de

otro planeta ¿Qué efectos leemos ahí? ¿Aquellos desechables

sólo porque su portavoz no está autorizado a oficiar de tal?

Lorenzo Quinteros y Hugo Soto.Hombre mirando al sudeste, 1987

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