¡No temas!

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¡Bendiciones!

Cuando nos dejamos abatir por el temor, nuestra imaginación se descabella. Puede que nos sintamos enfermos, deprimidos, preocupados, ansiosos, atemorizados e incluso inmovilizados a causa de nuestros pensamientos.

Mas no tiene que ser de esa manera. No tenemos que creer en todo en lo que pensamos. Podemos volvernos conscientes de lo que mantenemos en nuestra mente y tomar una decisión al respecto para cambiarlo.

Este folleto contiene relatos de ministros Unity acerca de los temores que ellos enfrentaron y superaron, y los discernimientos que ganaron en el proceso. Sus historias pueden inspirarte a afrontar tus propios miedos para vivir con fe y crear la realidad que deseas.

Bendiciones en tu sendero,

Tus amigos en Unity

¡No temas!por el Rev. Michael Korpan

En 1979 el padre Michael Jonas escribió la canción En alas de águila, basada en el Salmo 91 y otros versículos bíblicos. Contiene frases como “No temas, voy delante de ti siempre”. Irónicamente, se convirtió en la canción frecuentemente elegida para funerales. Digo irónicamente porque aunque le tenemos pavor a la muerte, a veces, le tenemos más miedo a la vida.

Tanto las Escrituras judías como cristianas están llenas de frases tales como “No tengas miedo”. Algunas variaciones de este mensaje aparecen en dichas Escrituras más de 150 veces, posiblemente sobrepasando cualquier otro tema. En cada

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instancia, es un mensaje que precede un reto acompañado de una nueva posibilidad dada por Dios.

Uno de mis ejemplos bíblicos preferidos es cuando Josué fue elegido por el Señor para guiar a Su pueblo a la Tierra Prometida. Josué había estado en el desierto cuarenta años retadores. Todo ese tiempo el enfoque estuvo en la Tierra Prometida. Ahora Dios le dice que por fin el momento ha llegado, y que ha de llevar a los israelitas a ella. Uno pensaría que Josué habría estado fuera de sí de tanto gozo pero, por el contrario, sentía temor.

Todos tememos entrar a nuestra Tierra Prometida, o el reino que está en cada uno de nosotros. Siempre deseé tener un ministerio. Finalmente, la puerta se abrió para mí cuando encontré a Unity. Mas a pesar de una oleada de amor y apoyo de parte de las personas a mi alrededor, yo sentía miedo —mucho miedo. Recuerdo haberle dicho a una amiga:

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“¿Sabes la edad que voy a tener cuando me gradúe y me ordenen?” Su respuesta fue simplemente: “No sé. ¿Pero qué edad vas a tener al transcurrir los mismos años si no llegas a ser ministro de Unity?” Esto dio en el clavo.

Sentirse agobiado por lo que no es aparente e inmediatamente obvio es comprensible. En realidad, el temor es natural y, hasta cierto punto, saludable. Si tomamos esas situaciones amedrentadoras y las reconocemos como llamados del Espíritu para

avanzar, convertimos el temor en anticipación. Creamos nueva vida en nosotros y a nuestro

alrededor. Los resultados de decir “sí” al Espíritu son siempre

positivos.

Cada momento de la vida

ofrece retos y oportunidades para

alejarnos de nuestro desierto personal y entrar a nuestra Tierra Prometida. La vida se trata de vivir en el Reino. Una vez leí: “No vivas el mismo año 75 veces y lo llames vida”. No importa dónde estemos en conciencia, la vida comienza de nuevo a medida que salimos de nuestras zonas de comodidad. El crecimiento comienza cuando aceptamos el reto.

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Por encima del temorpor la Rev. Toni Stephens Coleman

El primer recuerdo que tengo del temor es el día que un automóvil chocó el camión de pasteles de mi papá en medio de una intersección. Tony, mi papá, vendía pasteles y cuando yo tenía tres años lo acompañaba en su ruta. Sentía que era un trabajo importantísimo, entregar pasteles y dulces frescos a tiendas y restaurantes todos los días en su camión blanco especial. Ese día —¡PUM! Los pasteles fueron lanzados a todas partes dentro del camión. ¡Qué desastre! El temor me invadió a medida que me levantaba del piso del camión. Mi papá estaba furioso. Vi cómo saltó del camión y se aproximó al otro conductor. Yo lo seguí.

Las manos y los brazos de mi papá gesticulaban, como buen italiano, al decirle al conductor lo que pensaba de él. Yo seguí cada movimiento. Mi temor se convirtió en ira. Cuando papá se calmó, yo seguí, y di al asombrado conductor mi versión de “sabiduría italiana” a mis tres años. ¡Cómo se atreve a chocarnos! ¡Arruinó nuestros pasteles!

Tanto mi papá como el otro conductor, en shock y en silencio, me miraban según yo gesticulaba con mis puños poniendo

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énfasis en cada palabra. Mi papá me cargó, me calmó y me colocó en un pedazo de césped fuera de la calle.

Sentir cómo el impulso del temor se convirtió en ira en mi cuerpo es un recuerdo tan tangible, que hasta hoy en día lo siento al recordar el incidente. Eso es lo que ocurre cuando experimentamos temor. Éste causa respuestas químicas en nuestro cuerpo, cambiando su función metabólica y la de los órganos. Lo que sentí ese día fue la respuesta de “o corres o te encaramas” que hemos desarrollado según evolucionamos para ayudarnos a sobrevivir. Y sin embargo, hoy en día ya no tenemos leones al acecho

y la infusión química de supervivencia en nuestros cuerpos raramente es útil. Hoy, la química del temor en nuestros cuerpos obra contra nuestra salud.

Desde hace poco, he estado participando en un tratamiento médico de seis meses. Una amiga me dio una planta pequeña de calas blancas para llevarla a cada sesión de cinco horas. “Te sanará y también sanará a todas las personas en la habitación”, me dijo. Miré el regalo tan lindo e inmediatamente sentí temor… ¿Y si se muere?

Pero llegué a entender que lo opuesto al temor ha de ser la paz. Referente a la paz, el libro de Unity La palabra reveladora dice que “la armonía y tranquilidad se derivan del estar conscientes de la conciencia crística. … Las afirmaciones formales de paz armonizarán toda la estructura corporal y abrirán el camino para la adquisición de salud en mente y cuerpo”.

Tener presente la conciencia crística en mí me ancla en esta verdad. El temor, como otras experiencias de la vida, sólo

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tiene el valor que yo le dé. En la escala divina, las experiencias de la vida son cosas pequeñas a menos que las agrandemos. El temor sólo es algo grande si lo magnificamos.

Enfrento mi temor y trabajo con él. Comienzo recordando que no soy temerosa. No me identifico con ningún sentimiento en mí que no reconozca como divino. Puede que sienta temor, pero sé que no es mi naturaleza, y no me califico de “temerosa”, “miedosa” ni “irresoluta”.

Superar el temor es un proceso. Primero, lo reconozco. Identifico los síntomas físicos y los sentimientos en mi cuerpo. Me calmo, así como calmaría a un niño o un animal atemorizado. Me “abrazo”, poniendo mis brazos alrededor

del pecho, creando así seguridad. Respiro profundamente, y coloco una mano sobre el corazón. “Paz, aquiétate”. Tomo tiempo para descansar y reclamar mi paz.

Luego, enfrento el temor. ¿A qué exactamente tengo miedo? ¿Existe una amenaza válida? ¿Qué es lo peor que podría ocurrir? Si existe realmente una amenaza válida, ¿qué puedo hacer para afrontarla y superarla? ¿Buscar ayuda, mudarme, cambiar algo? Al estar en calma actúo sabiamente.

Generalmente, el temor es peor que la realidad. Si la amenaza está en mi mente, cambio mi pensamiento, me dirijo a mi templo interno para descansar y liberar la ansiedad. Mi voz interna me dice que todo va a estar bien, que puedo manejar esto.

Recuerdo la Verdad de que nunca estoy sola. Dios es la Sustancia misma de la cual he sido creada. Soy un ser espiritual pasando por una experiencia humana. Toda experiencia en el plano terrenal es una ilusión. El valor de la vida está en la expansión del Espíritu. Cuando me identifico con Dios, supero el temor.

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Monstruos en mi mentepor el Rev. Mark Fuss

Cuando era niño, a menudo tenía pesadillas. Eran tan vívidas que me despertaba temblando y llorando. Mi papá venía y se sentaba en mi cama hasta que me dormía de nuevo. Él me hacía repetir con él: “No voy a tener sueños que me asusten”, una y otra vez, como un cántico, hasta que mis temores se disipaban y me dormía.

Algunas noches funcionaba y otras no. En ese sueño recurrente y angustioso, yo era perseguido por unos lobos en el patio de mi casa. A medida que corría, con el corazón en la boca, desde el porche hasta la casita de juguete al otro lado del patio, los lobos me gruñían y trataban de morderme los talones.

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Una noche, mi papá me dijo algo que mi mente joven reconoció como cierto. Él dijo: “Eso no es verdadero. Yo soy verdadero y estoy aquí”.

“Esto no es verdadero”. Todavía tenía pesadillas, aunque con menos frecuencia. Mas ahora tenía una herramienta poderosa para vencer mi temor. “Esto no es verdadero”.

Todavía utilizo esa lección en mi vida hoy en día. Muy a menudo las cosas que temo, o por las que me preocupo, son sólo monstruos en mi mente. Cuando los ilumino, las sombras aterradoras se disipan. Me doy cuenta de que lo que he imaginado no es verdadero.

¿Qué es verdadero? Mi familia, mis amigos, el amor, la seguridad y la motivación en mi vida. Todo eso es verdadero y está envuelto en una Presencia divina que dice: “Yo soy verdadero y estoy aquí”.

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Jesús, Emerson y un Ratón loco:Cómo vencí el miedo a volarPor el Rev. Dr. Thomas Shepherd

En el invierno de 1970 me encontraba en Mineral Wells, Texas, inscrito en un programa de aviación del ejército americano para convertirme en piloto de helicópteros. Deseaba volar en misiones médicas de evacuación, sacando del campo de batalla a los soldados heridos.

Mas cuando comenzó la escuela de vuelo, descubrí un obstáculo alarmante en mi camino para lograr mis alas de aviador —yo temía volar. En realidad temía caer, y los helicópteros caen duro y rápido cuando sus motores fallan. El sistema de rotores continúa girando, pero el helicóptero se desploma como una roca. Sólo la acción rápida y cuidadosa puede convertir esa caída abrupta en poder para detenerla, a medida que el aire sopla a través del sistema de rotores como una brisa poderosa a través de las aspas de un molino.

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Sin embargo, en la escuela de vuelo no reaccioné de la manera como me habían enseñado: me paralicé. Afortunadamente, el instructor tomó el mando, así que no nos estrellamos, pero cada vez que hacíamos un ejercicio de autorotación me aterraba.

Mis supervisores en el entrenamiento de vuelo me mandaron a ver a un cirujano de vuelo, quien me dijo que desistiera, ya que él nunca había visto que alguien venciera el miedo a volar. Sin embargo, me negué a abandonar mi sueño.

El problema no era el temor a volar, sino el temor a caer. Cuando estaba en preescolar, me caí por unas escaleras y me pegué en la nariz con una puerta de madera. Desde entonces, me aterra caminar sobre el pavimento congelado o hacer cualquier cosa que involucre la pérdida del equilibrio. Jamás me he montado en una montaña rusa.

Pedí un pase de fin de semana para pensar con detenimiento y me fui a Fort Worth; más que todo para considerar todo bien y orar fervorosamente por guía según conducía. Cuando llegué a la ciudad sin una respuesta, vagué sin rumbo buscando la heladería donde había disfrutado de grandes helados durante otros fines de semana. No lejos de la heladería, en una arboleda, había un parque de diversiones pequeño con una rueda grande y una montaña rusa muy alta desde la que se veían el carrusel y los otros aparatos y tiendas de artesanías. Decidí averiguar si los aparatos podían ayudar mi condición, aunque había decidido evitar la montaña rusa.

Comencé dando pasos pequeños —sin estar seguro de lo que estaba haciendo— me monté en los caballitos del carrusel. No tuve problemas. Así que fui a la rueda. Sentí un poquito de temor, pero nada como volar a miles de pies de altura sobre las llanuras del oeste de Texas. Desde lo más alto de la rueda

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pude ver la montaña rusa a toda velocidad sobre los rieles. Era una montaña rusa aterrorizante de un solo vagón, llamada “El ratón loco”, la cual tenía una caída casi vertical en la primera etapa. Ni en sueños, pensé.

Al bajarme de la rueda caminé fatigosamente, seguro de que nada había cambiado en mí. Mis sueños de asistir a la escuela

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de vuelo estaban destinados a desaparecer como la calabaza de la Cenicienta después de la medianoche. Entonces miré hacia “El ratón loco”, y éstas palabras de Jesús vinieron a mi mente: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). Compré un boleto y esperé temblando mientras mi carro aparecía en la plataforma.

A mitad de camino hacia la cima quise escapar. Busqué intensamente una manera de salirme del carro, pero ya era muy tarde. Estaba demasiado alto para evitar una herida seria. Así que hice lo que cualquiera que confía en Dios durante una crisis hubiera hecho. Cerré los ojos, me agarré lo más fuerte que pude y grité hasta que llegué de nuevo a la plataforma. Hablando metafísicamente, pasaron seis horas antes de salir de ese carro. Temblaba, respiraba con dificultad, pero estaba vivo. Así que hice lo único lógico.

Compré otro boleto y me monté en la bestia de nuevo, antes de pensar mucho en lo que estaba haciendo. Y luego compré otro boleto y luego otro. Y me monté. Y grité. Y mantuve los ojos cerrados. Y compré más boletos. En total, me subí al roedor nueve veces. Pude abrir los ojos la cuarta vez que me monté. Para la novena vez, ya mantenía los ojos abiertos todo el tiempo, descansado en el asiento, bostezando y burlándome del Ratón loco, “¿esto es todo?”

El lunes por la mañana, la simulación de falla de motor y la caída repentina ya no me aterrorizaban. Por primera vez pude hacer autorotación en la escuela de vuelo. Mis instructores estaban sorprendidos. A pesar de mis esfuerzos, no pude aprobar la clase en la que estaba, pero me dieron la oportunidad de comenzar desde el principio con otra clase. Dos semanas después, volé solo el TH-55, que es un avión del tamaño de un automóvil deportivo en el cual estoy recostado

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en esta foto de la escuela de vuelo. Volé helicópteros Huey en evacuaciones médicas en Vietnam y salvé varias vidas antes de ser derribado cerca de la frontera de Laos en marzo de 1971.

Nunca he volado de nuevo desde entonces. Mas la experiencia de vencer el temor a volar me enseñó el valor del consejo de Ralph Waldo Emerson: “Al hacer lo que temes, ciertamente el temor morirá”.

A veces, la condición que causa el temor desaparecerá rápidamente. Otras, se toma un poquito de tiempo. Pero de cualquier manera, el temor no es tu amo. Jesús demostró con su vida y sus sacrificios personales la Verdad que nos hace libres. En mi caso fue montarme en “El ratón loco”.

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El temor egoístapor la Rev. Lesley Miller

Conozco personas que temen conducir sobre puentes, a través de túneles o en carreteras interestatales. Existen algunas que, por temor, ni siquiera piensan visitar la ciudad de Nueva York. Una amiga canceló unas vacaciones a última hora por su temor abrumador a volar. Temor a los perros, a extraños, a gérmenes, a las alturas, a los espacios cerrados, abiertos… La lista es interminable. ¡Me produce ansiedad el sólo pensar en la angustia que las personas sufren cada día! Mi corazón siente compasión por cualquiera cuyo temor inhibe sus decisiones.

Existen temores de todo tipo —no solamente externos. Los temores que tenemos en lo profundo de nuestra conciencia a menudo pasan desapercibidos hasta que la vida nos fuerza a reconocerlos.

Soy una chica de Nueva York a quien le gusta aventurarse — y quien se arriesga un poco cuando se trata de navegar por la vida. Nunca pensarías, juzgando por mis acciones y hazañas, que el temor rigiera mi pensar. Yo misma no lo sabía hasta la devastadora experiencia que sufrí a mitad de mis 40. Me tomó mucho tiempo hacer las paces con Dios y conmigo misma.

La mayoría de mi vida Le tuve miedo a Dios. Dios me asustaba. Lo veía como un padre rígido que no perdonaba —sí. “Él” veía todo lo que yo hacía y hasta sabía lo que yo pensaba. Me esforzaba constantemente por complacerlo, ya que tenía miedo a ser castigada si Lo enojaba. En el centro de mi temor estaba la idea de que Dios sólo me amaría si yo

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cumplía con ciertos requisitos; que tenía que ganarme Su amor. ¡Si no lo hacía, habría graves consecuencias! Deseaba tanto el amor de Dios que lo hice una prioridad mayor que quererme a mí misma.

En su momento, otros dioses entraron a mi vida: esposo, casa, hijos, trabajo. Me preocupé menos por lo que este Dios grande pensara de mí y más de complacer a estos nuevos dioses. El temor también motivó esas relaciones personales, ya que creía que debía hacer ciertas cosas y ser de cierta manera para poder ser amada y aceptada. Nadie podría amarme sólo por ser yo misma.

A la larga, me sentí muy pequeña y sin valor. Para ocultarlo, creé un frente de bravuconería y falsa valentía. La cara que mostraba al mundo era más importante que quién yo era. Mi vida parecía buena en lo externo, mas internamente, y a puertas cerradas, estaba en bancarrota espiritual. Cada una de mis relaciones personales estaba hecha pedazos. Dios ya no existía para mí; bebía, me drogaba y salía de

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compras para sentirme bien conmigo misma. La adicción y la codependencia estaban a cargo. Era horrible.

En recuperación, aprendí acerca del temor egoísta, el temor a perder lo que tienes o de no lograr lo que deseas. Ver el temor oculto bajo todas mis decisiones no auténticas, fue muy doloroso.

El reconocer nuestras partes oscuras no debe hacerse solo. Yo trabajé con un buen terapeuta y me inscribí en un programa de 12 pasos.

Pero lo que me sanó realmente fue aprender acerca de Dios. Aprendí que Dios nunca me juzga. ¡Yo era la que había estado juzgándome y echándole la culpa a Dios! Las ideas acerca de Dios que creí en mi infancia ya no me servían. Al dejarlas ir, todo cambió. Me sentí como que si me hubieran liberado de una prisión o como que si hubiera comenzado a respirar después de sentirme sofocada la mayor parte de mi vida. El temor desapareció. Dios me amaba sin importar lo que yo pensara o hiciera. Me sentí libre y me sentí amada por primera vez —por mí.

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No temas… No temaspor la Rev. Toni Stephens Coleman

Lucho con las noticiasmanejo el golpe¡oh, Dios!Aspas que ventilan arribagirando en el techo tic, tic, tic, ticno temas, no temas…r-e-s-p-i-r-acalmo mi corazónen un instante recuerdoen un instante me centroen un instante recuerdo lo que séno temas, no temas… Dios está aquí.No temas, no temas… Todo está bien.

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La luz de la posibilidadpor la Rev. Evelyn Foreman, Máster en Divinidad

Hasta cierto punto, el temor es una buena motivación. Instando a “pelear o huir”, el temor evitó que nuestros antepasados más antiguos fueran devorados por depredadores salvajes y los mantuvo a salvo de las situaciones peligrosas.

En el mundo moderno, sentimos temor cada vez que enfrentamos lo desconocido. Cuando experimentamos cambio o transición nos sentimos vulnerables. El temor puede motivarnos a protegernos tomando acción positiva. Así que pagamos la renta para mantener nuestro albergue; guardamos agua y provisiones en caso de emergencia; nos hacemos chequeos médicos anuales como cuidado preventivo de la salud.

Sin embargo, la vida es impredecible. Podemos recibir un diagnóstico devastador o perder un ser querido, la carrera o el trabajo por el que hemos luchado tanto. En tales momentos, puede parecer que el piso mismo donde estamos parados es distinto. Nos sentimos inestables. El cambio suscita incertidumbre e inquietud.

En momentos de temor, nuestro cerebro está preparado para ayudarnos a pelear o huir. Pero podemos recordar las palabras de Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”—Mateo 28:20.

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Recuerdo cuando llevé a mi hija de cinco meses al médico para un chequeo de rutina. El pediatra notó una gran protuberancia en la parte de atrás de su cráneo y recomendó un especialista para que evaluara si mi hija tenía una condición llamada craneosinostosis pediátrica. El tratamiento final para esta condición es cirugía para que el cráneo pueda crecer apropiadamente.

Mi esposo y yo la llevamos al especialista al día siguiente, quien la examinó y describió el proceso que podría ser necesario. Nunca olvidaré cuando tuvimos que envolverla apretadamente con una sábana para hacerle la tomografía. Como su madre, se me permitió estar a su lado. Vi cómo estrellas iluminadas eran proyectadas en las paredes para entretenerla durante el procedimiento. (Las luces eran para mantener su atención enfocada en un punto fijo para que el examen pudiera ser exacto.) Cuando el examen terminó, comenzó la espera.

Fue durante “la espera” que me sentí más vulnerable. Los resultados no estarían disponibles hasta después de 18 horas.

Durante “la espera”, una caja de Pandora de emociones se desató en mí, entre ellas, pesar, arrepentimiento y temor. Sentí miedo por lo que podía pasarle a mi niñita. El torbellino interno de no estar en control, de no poder cambiar un resultado específico, sin importar cuánto tratara o lo deseara, me hacía sentir desesperada. Estaba viviendo uno de mis temores más grandes: la impotencia.

Esa noche entré en el Silencio con mi niña en los brazos, y oré. Como Myrtle Fillmore lo había hecho para sanarse, visualicé la luz de Dios en cada célula del cuerpo de mi hija, y les agradecí que la sirvieran de maneras tan maravillosas.

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Reconocí que cada célula tenía inteligencia divina para apoyar y sostener a mi muchachita, sin importar lo que sucediera.

En mis oraciones, afirmé la gracia de Dios con las palabras de Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. En realidad, esa afirmación era perfecta para mi hija y para mí.

Dejé ir mis preocupaciones, temores e inquietudes y me entregué a Dios —el Espíritu viviente de amor, vida y luz que mora en, por medio de y como mi niña. Con cada respiración, ella inspiraba y exhalaba la energía de Dios. Saber esto me liberó del temor de que era impotente y que no podía hacer mucho por ella. Consolada por el Cristo morador que nos permite vivir en la luz de la posibilidad, dormí toda la noche.

El doctor llamó por la mañana y dijo que los resultados del examen estaban dentro de los parámetros normales y que la operación no era necesaria.

¡Aleluya! ¡Oración contestada! ¡No temas! Como lo dijo Jesús: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Amén.

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La gratitud vence al temorpor Joyce Flowers

Tengo tantos temores que apenas sé por dónde empezar.

Temo el pasado: ¿Y si me confundo y lo repito? ¿Y si estoy destinada a repetirlo como un patrón para mi vida? ¿Y si todo el mundo descubre los detalles de mi pasado? Tengo temor del pasado.

Temo el futuro: ¿Y si no tengo dinero suficiente cuando me retire? ¿Y si me siento sola cuando ya no trabaje? ¿Qué voy a hacer con mi tiempo? ¿Y si es demasiado triste y deprimente para mí? Tengo temor del futuro.

Temo el presente: ¿Y si estoy perdiendo mi tiempo en mi relación personal? ¿Y si nunca llegamos a nada? ¿Y si él no siente por mí lo que yo siento por él? ¿Y si él lo siente y no puedo retribuirle el sentimiento? Tengo temor del presente.

Pasado, futuro, presente: Cada uno ofrece múltiples oportunidades para temer —pero sólo cuando pensamos que estamos a cargo de todo. Cuando lo ponemos en manos de Dios, de repente todo se calma, es agradable y está libre de temor.

¿Por qué preocuparme por el pasado? Ya se fue. Ya no puedo hacer nada al respecto. Hice lo mejor que pude, y eso tiene que ser suficiente. ¿Por qué preocuparme por el pasado?

¿Por qué preocuparme por el futuro? No ha llegado todavía. No puede predecirse con certeza. Miles de cosas pueden suceder entre hoy y mañana para cambiar el futuro. ¿Por qué preocuparme por el futuro?

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¿Por qué preocuparme por el presente? Es el presente y es un regalo, dado a nosotros mismos según cocreamos con Dios. ¿Qué debo hacer acerca del presente más que sentir gratitud, paz y serenidad? ¿Por qué preocuparme por el presente?

Cuando siento temor, he encontrado que la solución perfecta es cambiar completamente mis pensamientos hacia la gratitud. Puedo sentir gratitud por tantas cosas en mi vida. Si se me acaban las ideas, puedo pensar en algo que, si me lo quitaran, me sentiría desprovista. Mi lista de gratitud aumenta y aumenta hasta que no tengo tiempo para sentir temor. Mi energía cambia. De repente soy una nueva creación, íntegra, saludable y plenamente viva.

El pasado, futuro y presente cada uno tiene su propia belleza y una exactitud y justicia puras y ordenadas. Han creado el tapiz de nuestras vidas, vidas tan burbujeantes de bendiciones y gracia que apenas podemos asimilarlas.

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1000 temores a 1000 piespor Elise Cowan

Nunca había estado en Seattle hasta que mi esposo Ken y yo fuimos hace 10 años después de un crucero por Alaska. Luego de desembarcar, nos dirigimos a la agencia de alquiler de automóviles para recoger nuestro vehículo. El joven que nos dio las llaves del Jeep nos explicó que éste tenía un sistema de localización, así que, si teníamos algún problema, simplemente podíamos llamarlos y ellos sabrían exactamente dónde estábamos.

Metimos las maletas en el Jeep y decidimos pasar el día paseando antes de ir al hotel. Elegimos ir al parque estatal de las Montañas Olímpicas para conocerlo. La autopista 101 bordea el parque y condujimos hacia el sur, donde vimos

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señales hacia las vistas panorámicas. Hicimos paradas en cada una de ellas.

Entonces llegamos a una señal de vista panorámica que decía “cuatro millas”. Tomé esa vía y comencé a preguntarme si en realidad deseaba desviarme cuatro millas del camino. Me asaltó un presentimiento. Ken me animó a continuar.

Al conducir por la carretera ésta se volvió bastante empinada y con muchas curvas. A la derecha, la montaña se alzaba verticalmente, sin lugar para hacerme a un lado si fuera necesario. A la izquierda había un precipicio sin ninguna defensa para evitar que nos despeñáramos. Aminoré la velocidad a medida que la carretera se hacía más estrecha. Me preocupaba qué iba a hacer si venía otro automóvil en dirección contraria. No tenía elección sino continuar subiendo la montaña. Finalmente, llegamos a la cima, salimos del auto y tomamos un sendero corto sobre un pequeño lago. Éramos las únicas personas allí hasta que nos devolvimos hacia el auto y dos hombres se estacionaron, salieron de su vehículo y comenzaron a bajar por el sendero.

¡Entonces, nuestro auto no prendía! Ken me recordó que la agencia había dicho que los llamáramos si teníamos problemas.

“¿Dónde están?” preguntó el joven de la agencia. Yo no tenía idea de nuestra ubicación exacta y le recordé que nos había dicho que el auto tenía sistema de localización y que él podía utilizarlo para encontrarnos. “Todos nuestros automóviles lo tienen excepto el que ustedes tienen”, dijo.

Ken recordó un restaurante que habíamos pasado justo antes de tomar la ruta para esta vista panorámica. Se nos dijo que pasarían unas horas hasta que pudieran venir a ayudarnos.

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Ken dijo que podía maniobrar el auto montaña abajo si lo empujábamos hasta donde comenzaba la bajada, unos 1000 pies. El temor me invadió a medida que nos imaginé cayendo del precipicio en una de las curvas. “No”, le dije.

Luego los otros dos hombres regresaron. Les preguntamos si nos podían llevar al restaurante. Mientras metíamos nuestro equipaje en su automóvil me sentía inquieta. Después de todo, no conocíamos a estos hombres.

Nos sentamos en el asiento trasero. Cuando el hombre en el asiento del pasajero entró, lo vi sacar un arma de su cintura y ponerla bajo el asiento. Mi corazón comenzó a latir apresuradamente a medida que el temor me ahogaba. Para calmarme, comencé a decir el Salmo 23:4 en silencio todo el camino. “Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento”. Ken estaba “feliz como una lombriz” charlando con sus nuevos amigos mientras yo estaba sentada a su lado imaginándome una multitud de finales trágicos para nuestra situación, todo esto mientras repetía el Salmo.

Los hombres nos dejaron en el restaurante. Mi corazón volvió a su normalidad, dando gracias a Dios por nuestro regreso seguro. Recordé que un ministro Unity dijo una vez que el temor sólo existe acerca de algo que podría suceder. Si ese algo en realidad sucede, ya no sientes temor, sino que enfrentas la situación. Yo me había hecho sentir miserable durante toda esta experiencia entreteniendo pensamientos de temor. Di un suspiro de alivio y afirmé silenciosamente: “Dondequiera que estoy, Dios está y todo está bien”.

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Manos vacíaspor la Rev. Kelly Isola

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Vivía en el último piso de un edificio sin elevador, lo cual significaba que tenía que aprender cómo llevar estratégicamente muchas cosas a la vez tres pisos arriba —en un solo viaje. Después de varios años, me convertí en

una experta y podía llevar el equivalente de $125 a $150

en víveres de una sola vez. Sin embargo, ¿qué sucedía cuando llegaba a la puerta? Tenía que colocar

todo en el piso para sacar las llaves, abrir la puerta y

luego, poco a poco, meter las bolsas al apartamento.

Después de cuatro años de esto, noté algo interesante. Esta tarea mundana se había convertido en una metáfora poderosa. Había organizado y equilibrado todas estas bolsas para poder hacer un solo viaje,

y cada vez tenía que soltarlas una vez que llegaba arriba. Como

tenía las manos llenas, no podía dar el próximo paso, no podía avanzar. Necesitaba tener las manos vacías.

¿Qué tan a menudo enfoco la vida con las manos vacías?

A veces, miro a mis manos vacías como si faltara algo, como si necesitara tener algo en ellas. Así me siento cuando pienso en que no tuve hijos. Recuerdo haberle dicho a mi madre que deseaba dos u ocho niños porque no podía decidir si deseaba una familia grande o pequeña. Hoy en día, no tengo ninguno.

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Todavía, de vez en cuando, siento una gran tristeza y un gran dolor al mirar mis “manos vacías”.

Cuando he perdido a un ser querido, o he llegado al umbral de un hogar vacío después de que un matrimonio ha terminado, o no he podido ver de dónde va a salir el dinero para la renta, he mirado a mis manos, palmas hacia arriba, y he sentido una soledad abismal —terror por lo que pudiera suceder.

Sin embargo, cada una de estas experiencias me ha permitido recostar la cabeza en esas mismas manos para llorar con enojo o dolor, simplemente estando presente para lo que está en mí sin tener que cambiarlo. Sanar y descubrir el significado de momentos como éstos ha implicado vaciarme y ser un canal apto para acoger una nueva vida.

Esto nunca habría sucedido si mis “manos” hubieran estado llenas con otras cosas —como el ruido de mi mente, el ajetreo para tratar de evitar el dolor, la letanía de juicios, conclusiones y preconcepciones que creo y que avanzan como fuegos forestales a través de mi mundo interno. Tarde o temprano, he tenido que vaciar mis manos para sentir la vida del universo, para avanzar al momento próximo, para ver mi mundo de nuevo.

Cuando llenas un vaso, existe un punto cuando una sola gota de líquido lo hace desbordarse. Eso es lo que sucede cuando escuchamos… existe por lo menos una gota que hace que el corazón se desborde. Cuando vacío mis manos, veo mi vida de nuevo.

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¡No temas! y los Principios Básicos de Unitypor el Rev. Dr. Richard Belous

Dictaba una clase de postgrado en economía en la universidad George Washington, y todavía quedaban 10 minutos. De repente, comencé a sentir un dolor increíble en el pecho. Me dije: “Éste es el ataque al corazón que me va a matar”.

Por alguna razón, no hice que los estudiantes se fueran. Como era una clase de economía, podía dar la vuelta al pizarrón y comenzar a escribir varias ecuaciones. Afortunadamente, los estudiantes no podían ver la agonía en mi cara. Después de que la clase terminó, traté de caminar para ver si el dolor pasaba, como lo había hecho tontamente varias veces antes. Pero esta vez el dolor no cedía.

Pude llegar a la sala de emergencias, y nunca he visto al personal médico moverse tan rápidamente. Después que

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terminaron de hacerme preguntas, mi mente comenzó a vagar hacia un taller que facilitaron en la iglesia a la que asistía, Unity de Fairfax, en las afueras de Washington D.C. La facilitadora del taller era Sophy Burnham, una autora conocida que escribe acerca de ángeles y de la intuición. Recordé que nos dijo: “¿Han notado que la primera palabra que sale de la boca de un ángel es ‘no temas’?” La razón es que cuando sentimos temor no estamos en la mejor forma para recibir la guía divina”.

Me di cuenta de que el temor sólo empeoraría la situación. Entonces algo increíble me sucedió. Realmente hice uso de los principios básicos de Unity de afirmaciones y negaciones: “Soy una creación de Dios y no heredo enfermedad”. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). “Esto no puede impedir que mi bien venga a mí”.

La medicina espiritual combinada con el cuidado tradicional hizo maravillas. El dolor disminuyó y los resultados relacionados con los exámenes del corazón estaban dentro de los niveles normales.

Me admitieron en el hospital. Esa noche, dos cardiólogos me dijeron que mis problemas del corazón podían solucionarse y que las “tuberías” cardíacas habían sobrevivido esta vez. Sin embargo, a menos que bajara de peso, las “tuberías” podrían no sobrevivir una próxima vez.

He aplicado los principios de Unity —afirmaciones y negaciones, visualización, conciencia de mí mismo, amor y servicio— para perder peso, y he tenido mucho éxito. También recuerdo el mensaje de los ángeles del que nos habló la señorita Burnham: ¡No temas!

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La fe: La mayor enemiga del temorpor el Rev. John Beerman

Cuando era joven mi vida parecía estar basada en el temor. Todas mis acciones y decisiones eran reacciones al miedo. No podía tomar una decisión sin sopesar las consecuencias negativas. Me agotaba tratando de predecir el resultado posible de toda decisión.

Un domingo por la mañana, después de un servicio en una iglesia Unity, una buena amiga me dijo: “John, parece que te basas en el temor”. Esta frase dio un shock a mi sistema y huí de la conversación y de ella.

Ahora digo: “Gracias, Dios por buenos amigos que te dicen la verdad, y no lo que deseas escuchar”. Su comentario me despertó y, con la ayuda de Dios, comencé a cambiar mi vida.

Descubrí que mi temor era mucho más profundo de lo que sospechaba. Provenía de un sentimiento mortal de escasez y limitación, y de no comprender quién soy. Había estado asistiendo a una comunidad espiritual de Unity, pero no comprendía plenamente que “soy una creación de Dios”. Intelectualmente, había oído al ministro decir que todos tenemos una chispa de divinidad en nosotros, pero todavía confiaba en mi ser humano para manejar mi vida. Consecuentemente, el temor dominaba mi pensamiento y mi ser; controlaba todas mis acciones.

Algo tenía que cambiar.

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Comencé a practicar afirmaciones cada mañana, diciendo con énfasis y claridad: “Yo soy un hijo de Dios en quien Él se complace”. Comencé a confiar conscientemente en la Fuente para crear todo el bien en mi vida.

Poco a poco, las cosas comenzaron a cambiar. Pude dejar ir y dejar a Dios ser mi base de vida. El temor comenzó a desvanecerse, y yo ya no era dominado por la preocupación ni la ansiedad.

Pronto comencé a descubrir una base completamente nueva para vivir. Pude aplicar todos los principios de Unity, lo cual disminuyó todavía más el miedo.

El temor todavía trata de entrar en mi conciencia de vez en cuando. Sin embargo, mi fe en el orden divino y en mi unidad con la Fuente me permite hacerlo a un lado, sin importar las circunstancias. Hoy sé que la fe vence el temor cuando dejo ir y dejo que Dios se manifieste en mí y por medio de mí.

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Temor: Evidencia falsa que parece realpor la Rev. Angela Rhodes

El noventa y nueve por ciento de lo que tememos nunca sucede. Por eso los principios de Unity nos recuerdan: “Creo mis experiencias según lo que elijo pensar, sentir y creer”. A veces me pregunto: “¿Qué es lo peor que podría pasar?”, y encuentro que tengo lo que se necesita para solucionarlo.

No tenemos que estar apegados a nuestros pensamientos. Cuando nos damos cuenta de eso, reconocemos que tenemos un gran poder para crear nuestra realidad conscientemente momento a momento. ¿Qué deseamos? ¿Cómo interpretamos y respondemos a las experiencias diarias? ¿Nos acercan al cumplimiento de los deseos de nuestro corazón? Podemos sostener pensamientos que nos acercan a lo que deseamos.

Cuando estudié para un máster en educación y orientación, tuve momentos de temor acerca de cumplir con los requerimientos académicos necesarios. Con diligencia, enfoque, sacrificio y dedicación mis temores desaparecieron. Deseaba profundamente tener un título para servir en mi comunidad como una orientadora efectiva. Estaba respondiendo al llamado de mi alma.

En otra oportunidad, sentí temor según deseaba tener un papel en una obra de teatro de la comunidad. Por mucho tiempo había deseado cantar, bailar y actuar. Por último, a mis treinta y tantos, enfrenté mis miedos —fui a un ensayo ¡y lo logré! Disfruté de la experiencia de ser voluntaria para el teatro de la comunidad, y tuve la oportunidad de cantar,

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bailar y actuar en varias obras. Fue una experiencia muy gratificante. Formé parte de un grupo teatral que proporcionó gozo y entretenimiento a la comunidad.

Todos podemos seguir los deseos sinceros de nuestro corazón y superar nuestros temores. No debemos detenernos por preocupaciones acerca de dinero, habilidad intelectual, estatus social, edad o lo que la gente pueda pensar. Estamos aquí para hacer aquello que hace que nuestros corazones canten. El universo nos ofrece los recursos y el apoyo que necesitamos para hacer realidad nuestros sueños.

En mi actividad diaria, cuando me siento separada de mi Fuente —a la cual llamo Dios— y siento duda o temor, recuerdo el primer mandamiento y me pregunto: ¿Amo a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente? Hacerlo me recuerda, tierna y amorosamente, regresar a mi

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conciencia de unidad con Dios, presente eternamente en mí y a mi alrededor. Una oleada de seguridad y paz interna me recuerda que soy guiada paso a paso para lo que debo ser o hacer.

Yo soy una creación bendecida del Dios viviente y tú también. ¡Namasté!

Yo los elegí a ustedes, y los he puesto para que vayan y lleven fruto.—Juan 15:16.

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por el Rev. Douglas Duerr

En los momentos más difíciles de nuestras vidas, a menudo nos preguntamos: “¿Dónde está Dios en todo esto?” Puede que conozcamos el principio fundamental de Unity de que “Dios está presente en todas partes”, pero muchos de nosotros luchamos para realmente saberlo en nuestro interior.

Más allá de la tormenta

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En 1 Reyes 19:11-13 encontramos la oportunidad de ponderar esto:

Entonces el Señor le dijo: “Sal de tu cueva y espérame en el monte, delante de mí”. Elías pudo sentir que el Señor estaba pasando, porque se desató un viento poderoso que a su paso desgajaba los montes y partía las rocas. Pero el Señor no estaba en el huracán. Tras el viento vino un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego. Pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Luego vino un silbo apacible y delicado, y cuando Elías lo percibió, se cubrió el rostro con su manto y se quedó a la entrada de la cueva.

Estos versículos pintan una imagen convincente para que tomemos en consideración la presencia de Dios tanto externa como internamente. Encontramos el silbo apacible y delicado después de la tormenta.

Interpretado metafísicamente, el Señor, o estado elevado de conciencia, no se encuentra en acontecimientos externos y dramáticos. Se revela en el interior, como el silbo apacible y delicado.

El viento puede ser visto como la eliminación de cualquier cosa que bloquee nuestro despertar.

El terremoto podría representar nuestra receptividad a encontrar una comprensión divina más profunda. En momentos de gran cambio externo éste también ocurre en lo interno. Puede estar acompañado de gran ansiedad y temor. El fuego representa purificación y hace espacio para que nos desarrollemos todavía más.

Estos elementos pueden ocurrir todos a la vez o singularmente. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos

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llama a ir más alto, puede quitarnos el aliento y hasta ser aterrador.

Mas fíjate en lo que viene después: el silbo apacible y delicado. Después del caos viene la claridad.

Esto ha resultado ser cierto en mi vida.

Hace muchos años me encontraba en medio de una gran tormenta cuando varios de los miembros de mi familia fallecieron en un período de tiempo relativamente corto: primero mi mamá, luego mi hermana y después, increíblemente, mi hermano se enfermó y falleció 11 meses después. Yo estaba tratando de lidiar con esa experiencia. Después del funeral de mi hermano, según estaba parado en la tierra recién removida del sitio donde mi mamá, mi hermana y ahora mi hermano estaban enterrados, comenzó a llover

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fuertemente. Literalmente, estaba en una tormenta, tanto internamente como externamente. Hablé al cielo y pregunté: “¿Dónde está Dios?” El viento soplaba con furia y yo estaba empapado. No había consuelo que ningún amigo o familiar pudiera darme. Simplemente, yo estaba parado allí mientras todo se inundaba.

Después, busqué respuestas afanosamente, pero no podía verlas, oírlas ni sentirlas —no conocía más que la tristeza y el temor.

Durante la tormenta interna, busqué respuestas en vano. Cuando experimenté un terremoto, hubo un cambio y una apertura en mí. En los momentos callados que siguieron, pasé tiempo a solas atento al silbo apacible y delicado de Dios. De allí provinieron las bendiciones. De allí surgieron los regalos que encontré en las semanas y meses que siguieron.

Elías representa un cambio en conciencia y el desarrollo y renacer del individuo. Según Charles Fillmore, el “YO SOY” es el guardián de la ley divina, y la Verdad de quienes somos.

Después de la tormenta, del tremendo ruido y quebranto de nuestro temor, encontramos el espacio para dirigirnos a nuestro interior; para apartarnos a solas y en silencio y escuchar. El altar sagrado en nosotros no puede ser tocado por las tormentas externas. Allí oímos el silbo apacible y delicado; el saludo amoroso de Dios, que nos dice: “Bienvenido a casa”.

Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. —2 Timoteo 1:7.

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Transformando el temor en fepor la Rev. Frieda King

Las clases en el Instituto y Seminario Unity estaban a punto de comenzar después del receso de verano. Estaba deseosa de regresar para la sesión de otoño.

Sin embargo, tenía un problema. Mi ojo derecho había estado lloroso y me dolía a causa de unos flotadores minúsculos en proceso de disolverse.

El día para viajar a Unity Village, con un automóvil lleno, se aproximaba rápidamente. Sin embargo, mi ojo no mejoraba. La preocupación por mi ojo derecho me llenó de temor.

Había ido a ver al oftalmólogo como seis días antes esperando acelerar la curación de mi ojo. Aun con los retos que tenía, el

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doctor me dio el visto bueno para continuar con mis planes de asistir al seminario en el otoño. Él también me explicó que podía hacerme un examen sencillo para revisar la estabilidad de mi ojo. Me dio permiso para llamarlo si el ojo empeoraba o presentaba ciertas condiciones.

Sin lugar a dudas, el cuidado y la guía del oftalmólogo ayudaron a reducir mi temor. Sabía que al avanzar, él podía continuar apoyando y monitoreando la salud de mi ojo. Pero por dentro todavía sentía temor.

La noche antes de salir para Unity Village, leer el Salmo 139 me proporcionó consuelo y paz mental. Sabía que la mañana de la partida recibiría guía clara si debía cancelar mi viaje o no. Deseaba ir, pero sentía aprehensión sabiendo que conduciría sola por 770 millas.

La mañana siguiente, empacada y lista para el viaje, recibí el mensaje desde mi corazón de hacer el viaje.

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El comienzo fue duro. El ojo me dolía y me lloraba. Pregunté a Dios si era correcto continuar. Poco después, la fortaleza surgió de dentro de mí como valor y directiva: “Sigue adelante. Estoy contigo y continuo por medio de ti”. Las lágrimas comenzaron a fluir a medida que mi temor se disipaba y las millas pasaban.

El dolor y las lágrimas de mi ojo derecho disminuyeron poco a poco. Sentí agradecimiento y seguridad según permanecí con mi atención enfocada en mi destino. Finalmente, por la gracia del poder divino, llegué a Unity School sin temor.

Cuando comenzamos un viaje sintiéndonos abrumados por nuestras fragilidades humanas, si nos dirigimos a nuestro interior, a menudo surge una gran comprensión. El Espíritu revela Su naturaleza sorprendente a medida que lo humano y lo divino se convierten en uno. Como dice la canción: “Está en cada uno de nosotros”. La presencia de Dios está en cada uno de nosotros, permitiéndonos transformar el temor en fe.

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Todo está bienpor el Rev. Mark Fuss

James Dillet Freeman escribió una oración que me proporciona gran consuelo en momentos de temor, peligro o incertidumbre. La Oración de Protección centra mi atención y me recuerda que nunca estoy solo. La he orado por personas involucradas en un accidente de tránsito, por un compañero de viaje que se ha enfermado en un país lejano, y en el lecho de muerte de alguien.

La luz de Dios nos rodea;el amor de Dios nos envuelve;el poder de Dios nos protege;la presencia de Dios vela por nosotros;Dondequiera que estamos, está Dios.

Mucha gente en Unity concluye la oración con: “Y todo está bien”. Eso quiere decir que aun en medio del temor o la crisis, la situación que enfrentamos no tiene poder sobre nosotros.

Dios es Luz, Amor, Poder, Presencia. ¡Tanto consuelo y seguridad en tan pocas palabras!

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