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Un nuevo edificio, una nueva época, la Torre Agbar La historia nos ha deparado fuertes cambios en todas las ramas de la cultura. Es evidente que la asunción de los nuevos patrones consecuencia de las transformaciones sociales y culturales de distintas épocas, ha dado lugar a procesos repletos de dificultades, donde las nuevas propuestas han sido asimiladas de forma lenta, pero firme. El arte actual en general, y la arquitectura en particular, desde las últimas décadas del s. XX, está inmerso en una situación de constante transformación, tanto en el plano teórico como en el práctico. Entre los factores que han propiciado este cambio podemos citar: el impacto de las nuevas tecnologías, la aparición de nuevos medios electrónicos de expresión, las nuevas formas de relación personal, la diversidad socio-cultural, etc. Todo ello se refleja en la obra del artista, del arquitecto, en su interpretación de la realidad y en los medios utilizados para expresarla. En esta línea hablamos de Postmodernidad, denominación surgida entre la intelectualidad norteamericana de la pasada década de los 70 para diagnosticar el ocaso del pensamiento moderno y destacar, más positivamente, la emergencia de un nuevo espíritu cultural más plural contrapuesto al elitismo de la sociedad moderna. El pensamiento postmodernista rápidamente cruza las fronteras de la cultura norteamericana, se extiende y se instala en todos los ámbitos de nuestro entorno cultural: arte, ciencia, filosofía, literatura… Centrándonos en el mundo de la arquitectura de nuestro tiempo, observamos aún rasgos postmodernos que la caracterizan, y que se

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Un nuevo edificio, una nueva época, la Torre Agbar

La historia nos ha deparado fuertes cambios en todas las ramas de la cultura. Es evidente que la asunción de los nuevos patrones consecuencia de las transformaciones sociales y culturales de distintas épocas, ha dado lugar a procesos repletos de dificultades, donde las nuevas propuestas han sido asimiladas de forma lenta, pero firme.

El arte actual en general, y la arquitectura en particular, desde las últimas décadas del s. XX, está inmerso en una situación de constante transformación, tanto en el plano teórico como en el práctico. Entre los factores que han propiciado este cambio podemos citar: el impacto de las nuevas tecnologías, la aparición de nuevos medios electrónicos de expresión, las nuevas formas de relación personal, la diversidad socio-cultural, etc. Todo ello se refleja en la obra del artista, del arquitecto, en su interpretación de la realidad y en los medios utilizados para expresarla.

En esta línea hablamos de Postmodernidad, denominación surgida entre la intelectualidad norteamericana de la pasada década de los 70 para diagnosticar el ocaso del pensamiento moderno y destacar, más positivamente, la emergencia de un nuevo espíritu cultural más plural contrapuesto al elitismo de la sociedad moderna. El pensamiento postmodernista rápidamente cruza las fronteras de la cultura norteamericana, se extiende y se instala en todos los ámbitos de nuestro entorno cultural: arte, ciencia, filosofía, literatura…

Centrándonos en el mundo de la arquitectura de nuestro tiempo, observamos aún rasgos postmodernos que la caracterizan, y que se manifiestan en otras formas de expresión plástica: ausencia de un discurso artístico predominante; pérdida de la homogeneidad; intento de conectar con el público a toda costa (pluralidad); preocupación por lo real (se trata de una arquitectura que se implica en el mundo, en las necesidades reales de las personas). En general predomina el eclecticismo en estilo y técnica.

Es obvio que la arquitectura no sólo es estética, sino también es una forma de pensar y de vivir. La dialéctica de la arquitectura refleja la dialéctica de la vida. En ella coexisten continuidad y transformación, lo universal, lo nacional y lo individual, objetividad y subjetividad, intelecto y emoción, lo eterno y lo transitorio, expresión y concepto.... Con estas premisas se sitúan los autores que son considerados como postmodernos, como el arquitecto Jean Nouvel, que con una gran dosis de eclecticismo, reivindican una estética propia como algo realmente único y al mismo tiempo universal.

La arquitectura responde a las necesidades de transformación real de la sociedad, creando entornos adecuados a nuestro desarrollo vital. En este sentido, la arquitectura de espacios destinados al mundo empresarial en general y al de las oficinas en particular, ha experimentado cambios profundos. La distribución actual de las oficinas requiere de elementos nuevos muy distintos de antaño. La transformación viene determinada por el mundo de la comunicación interpersonal, que impone el diseño de zonas diáfanas donde la gente participe de una forma directa en asuntos comunes con un alto sentido de cooperación profesional.

En la torre AGBAR son plenamente reconocibles valores de la obra de Jean Nouvel, donde conviven en total armonía múltiples estilos y conceptos que no tienen similitud con ninguna de sus obras anteriores, el eclecticismo es total.

Puede que, movidos por nuestro entusiasmo, sobrevaloremos este cambio cultural en la forma de vivir y trabajar. Es posible, que refiriéndonos a la torre AGBAR, todavía no seamos plenamente conscientes de la extraordinaria revolución que supone esta obra no sólo para la arquitectura del trabajo, sino también para el arte total. El propio edificio nos propone argumentos nuevos, desde todos los puntos de vista, para el diseño del espacio y su funcionamiento, distribución y organización, concepción estética e integración en nuestro entorno cultural y social.

En otras circunstancias, ya se han descrito sobradamente, los procesos de expresión plástica, simbolismos y otras significaciones en torno a la apariencia exterior del edificio, como el resultado de un diálogo semiótico entre técnica y arte. En esta ocasión nos referiremos a los cambios culturales de funcionamiento que comentábamos, no solamente influidos por la arquitectura, sino también por el entorno socio-cultural, por la tecnología, la informática, las necesidades medioambientales, el estilo de vida actual, por la percepción, por la propia economía y las repercusiones incluso del sector inmobiliario.

Todos estos talantes del presente, deben estar enlazados para el futuro. En cierto modo, se trata de pronosticar cómo vamos a trabajar mañana, y la respuesta no deja de ser, sin duda, una responsabilidad de la arquitectura. Dependerá del autor, en tanto que técnico, la capacidad de acierto, pero asimismo, en tanto que artista, es posible que marque métodos inéditos y sistemas para que resulte más racional y por supuesto más adaptable.

Es evidente que estamos entrando en una nueva dimensión del puesto de trabajo. La Torre significará para todos nosotros, la asimilación e integración en nuestra forma de vivir y trabajar, de una innovación total y real de métodos y estilos en el trabajo diario. Es una oportunidad para que el minimalismo arquitectónico sea asumido no sólo por su estética, que en este caso tiene un desprecio total por el acabado y elimina conceptualmente el culto por la entrega, sino además por su carácter funcional total.

Cada uno de los elementos que conforman los distintos espacios de la torre, no sólo cumplen una función estética, también de utilidad: lo que hacen realmente es funcionar, proponen soluciones prácticas y estimulan la simplicidad provocando acciones que tienen un claro sentido de futuro.

El mobiliario se concibe desde la más absoluta simplicidad, no exenta de diseño. Valga como ejemplo, un equipamiento informático totalmente integrado, de forma que con menor superficie se obtiene un mayor espacio mediante unas mesas totalmente electrificadas. Es seguro que el espacio, en el futuro, impondrá lo tecnológico en detrimento de lo físico. Dentro del mismo concepto de simplicidad y funcionalidad comentados, técnicamente encontraremos valores ergonométricos sumamente fiables en toda la sillería, para la prevención de aspectos posturales en las tareas de oficina.

Tiene identidad propia el trasdosado que perimetralmente ocupa la pared interior de la elipse que dibuja el edificio y que, junto con los tótems o módulos verticales, sirven para el archivo cotidiano y almacenamiento de la documentación de trabajo, fácilmente consultable en cualquier momento. Todo el mobiliario está conjuntado de tonos con puntos fuertes, de color vistoso y enérgico, contrastando con grises suaves, que en cierta medida matizan el conjunto.

En el terreno espacial, destacan las salas diáfanas, donde la perspectiva visual sólo se encuentra limitada por cuatro despachos laterales en cada media planta, que se integran por su propia linealidad en contraposición a lo curvo y morfológico del resto del edificio. Los despachos revindican por ellos mismos una cierta privacidad, lo que se consigue con la colocación de vinilos en paneles acristalados, coherentes con el color de las plantas, totalmente contextualizados, integran toda la personalidad del espacio.

La luz invade de forma ostensible el interior del edificio. Las embocaduras de las ventanas amplifican en gran medida esta entrada de luz natural, ajustando el color vivo de las paredes con el elegante gris del trasdosado que, como hemos dicho, transcurre a lo largo de todo el perímetro interior de la elipse, configurando un ambiente de luz vistoso, cálido y cómodo, y reforzando la personalidad de cada elemento.

Dos salas de reuniones se ubican junto a la puerta de entrada, una vidriera de paso automático que se entrega sobre las mamparas definidas, de doble cristal con cámara, que insonorizan los despachos y las propias salas. Estas estancias ofrecen privacidad cuando es necesario o simplemente funcionan como entornos de diálogo entre varias personas.

Las instalaciones favorecen la reunión espontánea de las personas, adquieren una función “socializante”. Por ejemplo, un office por planta y un coffee-còrner (punto de comunicación informal) donde de alguna manera y de forma natural y fácilmente planificable, las personas se encuentran en el momento del café e intercambian sensaciones que favorecen sin duda el discurso necesario en las problemáticas de los distintos trabajos que se realizan.

En definitiva se trata de insistir en esa comunicación continua que es aconsejable para los nuevos criterios que plantea la arquitectura de oficinas de cara a un futuro inmediato.

No hay duda, lo estético, lo lujoso, lo sencillo, lo bello, lo ambiguo y lo polémico cohabitan en el conjunto, pero también está presente un discurso permanente con lo útil, lo funcional, lo necesario, lo conveniente y coherente con la estrategia del futuro.

Ya hemos comentado sobradamente el cambio cultural que significa nuestro nuevo edificio. Somos conscientes que perdemos cosas por el camino, y que en arquitectura no existen cambios sin renuncias, quizá en ocasiones sin divergencias. También debemos asumir que el

gusto estético es algo personal y difícilmente común a todos los seres humanos, tiene mucho que ver con nuestras experiencias personales, nuestra historia, nuestra cultura. Debemos pensar que lo importante es el hecho comunicativo, la percepción de aquello que es esencial, que haciendo un esfuerzo nos guste a todos, y sobretodo, y especialmente, hay que olvidar el lujo en lo pequeño, ya que el verdadero lujo está en poder ocupar la Torre Agbar.