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Plenaria de Medieval Intelectuales españoles en Roma durante el gobierno de los Reyes Católicos Nicasio SALVADOR MIGUEL Universidad Complutense de Madrid [email protected] I. Roma y la Monarquía hispana I.1. Roma, señorío temporal y espiritual de los papas Aunque desde muchos siglos antes, los papas aunaban en su persona la supremacía es- piritual anexa al gobierno universal de la Iglesia y el señorío temporal sobre los Estados pontificios, la restauración y cohesión de los mismos, tras superarse el prolongado exilio de Aviñón y el período del Cisma de Occidente, constituyeron uno de los afanes cru- ciales de los pontífices desde su regreso a Roma en 1420 con Martín V, con quien se ini- cia la historia moderna del pontificado. Ese retorno propicia también que la ciudad de Roma se vuelva a convertir en la capita- lidad del poder religioso y terrenal, transformándose definitivamente con Sixto IV en la cor- te y cabeza de un principado, donde el papa desempeña las funciones religiosa, política y guerrera con el apoyo de aliados seguros y el control de los principales organismos por per- sonas fieles a causa de sus lazos institucionales, familiares o personales: el colegio cardenali- cio, las magistraturas, la administración y una fuerza militar estable. I.2. Las relaciones de la Monarquía hispana con el papado La acumulación del poder temporal en una importante zona de Italia y la dirección es- piritual de la amplia y expandida sociedad cristiana por parte de los papas hicieron que, a lo largo del siglo XV, Roma deviniera también en el escenario central de la diplomacia in- ternacional o, para decirlo con palabras del rey don Fernando el Católico, en la «plaza del mundo». Por tanto, Roma ocupó un puesto de primera entidad entre los intereses diplo- máticos de los monarcas hispanos, Isabel y Fernando, cuya relación con el papado sufrió no pocos altibajos a lo largo del tiempo desde que en 1469, con ocasión de su matrimonio años antes de acceder al trono, tuvieron su primer contacto común con un pontífice. Fernando e Isabel se habían casado en Valladolid, con una ceremonia civil celebrada el 18 de octubre de 1469, a la que siguió el rito religioso el día 19; y, con motivo de la boda, habían tenido su primer contacto conjunto con un papa, Pablo II, que había sido muy po- co grato, ya que el pontífice se había opuesto reiteradamente a concederles la bula de dis- pensa que exigía el parentesco entre ambos. Ante tal negativa, sus allegados, acuciosos de que se oficiara un enlace que pudiera atemperar la precaria situación política en que Isabel se en- contraba por entonces, se lanzaron a falsificar una bula que presentaron atribuida a Pío II, con fecha de 28 de mayo de 1464, validada, también fraudulentamente, con data del 4 de enero de 1469, por el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila. Los hechos consumados no do- Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación La literatura en la época de los Reyes Católicos (Ministerio de Educación y Ciencia: FFI 2008-01280/Filo), del que soy Investigador Principal, y continúa el del mismo título (HUM 2004-028741). Asimismo, se integra en las labores del Grupo de Investigación de la Universidad Complutense de Ma- drid-Comunidad de Madrid, titulado Sociedad y literatura entre la Edad Media y el Renacimiento, del que soy Director. Más concretamente, el presente artículo no representa sino el esqueleto de un grueso libro que con el mismo título se habrá publicado cuando estas Actas vean la luz y que contiene miles de referencias bibliográficas. Si ya resulta verdaderamente difícil compendiar en unas pocas páginas una extensísima monografía, se me ha hecho imposible realizar una selección bibliográfica siquiera mínima que apoye mi exposición, para lo que remito de una vez por todas al citado libro. copia digitale riservata agli autori

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Nicasio Salvador. «Intelectuales en Roma durante el gobierno de los Reyes Católicos». «Rumbos del hispanismo en el umbral del Cincuentenario de la Asociación Internacional de Hispanistas». Volum 1. Edició de Patrizia Botta. Bagatto Libri. Roma, 2012.

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Plenaria de MedievalIntelectuales españoles en Roma durante

el gobierno de los Reyes Católicos�

Nicasio SALVADOR MIGUELUniversidad Complutense de Madrid

[email protected]

I. Roma y la Monarquía hispanaI.1. Roma, señorío temporal y espiritual de los papas

Aunque desde muchos siglos antes, los papas aunaban en su persona la supremacía es-piritual anexa al gobierno universal de la Iglesia y el señorío temporal sobre los Estadospontificios, la restauración y cohesión de los mismos, tras superarse el prolongado exiliode Aviñón y el período del Cisma de Occidente, constituyeron uno de los afanes cru-ciales de los pontífices desde su regreso a Roma en 1420 con Martín V, con quien se ini-cia la historia moderna del pontificado.

Ese retorno propicia también que la ciudad de Roma se vuelva a convertir en la capita-lidad del poder religioso y terrenal, transformándose definitivamente con Sixto IV en la cor-te y cabeza de un principado, donde el papa desempeña las funciones religiosa, política yguerrera con el apoyo de aliados seguros y el control de los principales organismos por per-sonas fieles a causa de sus lazos institucionales, familiares o personales: el colegio cardenali-cio, las magistraturas, la administración y una fuerza militar estable.

I.2. Las relaciones de la Monarquía hispana con el papadoLa acumulación del poder temporal en una importante zona de Italia y la dirección es-

piritual de la amplia y expandida sociedad cristiana por parte de los papas hicieron que, alo largo del siglo XV, Roma deviniera también en el escenario central de la diplomacia in-ternacional o, para decirlo con palabras del rey don Fernando el Católico, en la «plaza delmundo». Por tanto, Roma ocupó un puesto de primera entidad entre los intereses diplo-máticos de los monarcas hispanos, Isabel y Fernando, cuya relación con el papado sufrió nopocos altibajos a lo largo del tiempo desde que en 1469, con ocasión de su matrimonioaños antes de acceder al trono, tuvieron su primer contacto común con un pontífice.

Fernando e Isabel se habían casado en Valladolid, con una ceremonia civil celebrada el18 de octubre de 1469, a la que siguió el rito religioso el día 19; y, con motivo de la boda,habían tenido su primer contacto conjunto con un papa, Pablo II, que había sido muy po-co grato, ya que el pontífice se había opuesto reiteradamente a concederles la bula de dis-pensa que exigía el parentesco entre ambos. Ante tal negativa, sus allegados, acuciosos de quese oficiara un enlace que pudiera atemperar la precaria situación política en que Isabel se en-contraba por entonces, se lanzaron a falsificar una bula que presentaron atribuida a Pío II,con fecha de 28 de mayo de 1464, validada, también fraudulentamente, con data del 4 deenero de 1469, por el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila. Los hechos consumados no do-

� Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación La literatura en la época de los Reyes Católicos (Ministerio deEducación y Ciencia: FFI 2008-01280/Filo), del que soy Investigador Principal, y continúa el del mismo título (HUM2004-028741). Asimismo, se integra en las labores del Grupo de Investigación de la Universidad Complutense de Ma-drid-Comunidad de Madrid, titulado Sociedad y literatura entre la Edad Media y el Renacimiento, del que soy Director. Másconcretamente, el presente artículo no representa sino el esqueleto de un grueso libro que con el mismo título se habrápublicado cuando estas Actas vean la luz y que contiene miles de referencias bibliográficas. Si ya resulta verdaderamentedifícil compendiar en unas pocas páginas una extensísima monografía, se me ha hecho imposible realizar una selecciónbibliográfica siquiera mínima que apoye mi exposición, para lo que remito de una vez por todas al citado libro.

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blegaron la decisión de Pablo II, el cual, pese a las presiones de Juan II de Aragón y de suhijo, continuó oponiéndose a expedir la bula, de manera que a la pareja principesca, para re-gularizar su situación canónica, no les quedó otro remedio que esperar a que el siguiente pa-pa, Sixto IV, otorgara la dispensa, el 1 de enero de 1471, imponiéndoles la obligación decontraer nuevo matrimonio y vivir separados durante un tiempo para paliar la excomuniónque llevaba aparejada el enlace de 1469 y para legitimar a la infantita Isabel, nacida el 2 deoctubre de 1460, y a la prole que viniera en el futuro.

Una vez en el trono y hasta la muerte de Isabel, los soberanos tuvieron que entendersecon varios papas: el mencionado Sixto IV (9 [25] agosto 1471-13 agosto 1484)1, InocencioVIII (29 agosto [13 septiembre] 1484-25 julio 1492), Alejandro VI (11 [26] agosto 1492-18agosto 1503), el efímero Pío III (22 de septiembre [8 de octubre]-18 de octubre de 1503) yJulio II (1 [18] noviembre 1503-21 febrero 1513), a los que se agrega León X (9 [21] marzo1513-1 diciembre 1521) en los estertores de la regencia de Fernando. Debe tenerse en cuen-ta, no obstante, que, tras la muerte de doña Isabel (26 de noviembre de 1504) y durante losdos escasos años de gobierno de Juana I y Felipe I, los distintos rumbos de Castilla y la coro-na de Aragón repercutieron también en la política italiana, y concretamente en la seguida conRoma, pero la pronta recuperación del poder en Castilla por Fernando como regente volvióa inspirar una política unitaria con el papado hasta el óbito del rey, el 23 de enero de 1516.

A lo largo de esos decenios, en la comunicación con los distintos pontífices y según las cir-cunstancias de un período tan dilatado y distinto, los monarcas debieron negociar tanto asun-tos de carácter religioso o eclesiástico como otros de índole estrictamente política, cuya sim-ple enumeración rebasaría totalmente el espacio en que debo moverme aquí. Baste indicarque, aun cuando algunas cuestiones estuvieron presentes desde el comienzo del reinado, nosiempre les concedieron ambas partes la misma prioridad ni aplicaron a su solución idénticaenergía, sin que faltaran varias que fueron objeto de crudas batallas diplomáticas y hasta deenfrentamientos de cierta violencia entre los reyes o sus representantes, por un lado, y dis-tintos dignatarios de la curia e incluso los mismos papas, por otro.

II. Roma, centro de actividad culturalDurante la segunda mitad del siglo XV Roma atrajo a los intelectuales y humanistas no

solo como ciudad representativa del ideal clásico sino como lugar que les ofrecía oportunida-des de empleo, principalmente en la curia papal y en las cortes de los altos prelados, dondepor lo común se respiraba interés por las manifestaciones culturales más diversas. Pero ademáslos humanistas buscaron canalizar sus relaciones amistosas y sus parejas predilecciones intelec-tuales en torno a asociaciones de carácter privado, impropiamente denominadas academias,cuyos miembros podían establecer libremente discusiones sobre auntos muy dispares con unelevado nivel erudito.

En el caso de Roma, aparte de un grupo en el entorno del cardenal Bessarion que se pre-ocupó por temas filosóficos con influjo neoplatónico, así como por asuntos teológicos y re-ligiosos, hubo varias academias cuyas preferencias se centraron especialmente en la composi-ción literaria, la historia y la arqueología. La primera y más relevante fue la constituida en 1460en torno a Pomponio Leto (1427-1498), llamada también Pomponiana por su nombre y cu-yas actividades, al comienzo de 1468, fueron segadas de raíz por Pablo II, el cual acumulócontra los académicos acusaciones que iban desde la defensa de ideas republicanas hasta el pa-ganismo y la sodomía. Así, el 28 de febrero, los humanistas fueron encarcelados en el castillode Sant’Angelo, donde estuvieron recluidos hasta la primavera de 1469. Sus sufrimientos en

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1 La primera fecha es la de la elección; la situada entre corchetes, la de la consagración.

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prisión los procuró paliar, manteniendo una correspondencia con los mismos sobre asuntosdoctos, el obispo castellano Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470), quien era alcaide dela fortaleza de Sant’Angelo desde septiembre de 1464. No obstante, la Academia pudo reor-ganizarse en 1478 bajo el pontificado de Sixto IV, si bien con algunos cambios, y sus inte-grantes reiniciaron una vida plena. El papa español Alejandro VI protegió también a la Aca-demia y a su fundador hasta el punto de que, al morir Pomponio Leto, el 21 de mayo de1497, ordenó que la corte papal asistiera a los funerales que se celebraron en la iglesia de San-ta Maria Aracoeli, según ya recordó L. von Pastor.

Aunque probablemente con menos cohesión que la de Leto y con una organización ycronología poco claras, las activiades de la Academia Pomponiana fueron continuadas porotros grupos dependientes de la hospitalidad de algunos curialistas que acaso ejercieron tam-bién su dirección. Una de estas asociaciones, sobre cuyos integrantes y cronología carecemosde información específica, fue la Academia del curial Mario Maffei (1463-1537); y otra, demayor importancia, la Academia de Paolo Cortesi (1465-1510), cuyos miembros se interesa-ron también por la poesía vernácula. En esta última, de acuerdo con datos facilitados por J. F.D’Amico, resultan de especial interés por su relación con algunos españoles Battista Orsinode Foligno, por cuanto fue secretario del cardenal Juan Borja; Francesco Sperulo de Came-rino y Piero Francesco Giustiolo, que fueron servidores de César Borja; y Agapito Geraldini(1454-1515), cuya promoción eclesiática dependió de los Borja: fue, así, secretario de Ale-jandro VI, pasando en 1497 al servicio del cardenal Juan Borja y al año siguiente al de César.Nombrado obispo de Siponto en el mismo año de 1498, acumuló múltiples beneficios y semantuvo al servicio de César hasta después de morir Alejandro VI, cuando, tras la marcha deCésar a Francia, Geraldini repartió su tiempo entre su casa romana y su Amelia natal. La re-lación con César Borja, de quien fue secretario, también ayudó a Giustiolo (m. 1515), autorde panegíricos sobre las campañas militares de su patrocinador, mientras que de Pietro Gra-vina se conserva un discurso ante Alejandro VI en la Ascensión de 1493.

Muerto Leto y ausente de Roma Cortesi tras la muerte de Alejandro VI, el movimien-to de Academias en los dos primeros decenios del siglo XVI se trasladó a los horti, denomi-nación tomada de su reunión en jardines, destacando las establecidas por dos humanistas cu-riales (Angelo Colocci y Johanes Goritz), las cuales representan el punto más alto y, a la vez,el fin de estas agrupaciones.

Junto a las Academias e independientemente de las escuelas de las Órdenes mendicantes,destinadas a la enseñanza de sus miembros, el aprendizaje superior en Roma dependía delStudium Curiae y, sobre todo, del Studium Urbis. Aunque existen posturas encontradas acercadel vínculo entre ambas, se trata de dos instituciones complementarias, sobre todo en su faseinicial, si bien en la segunda mitad del siglo XV se impuso un proceso de unificación, cuyocomienzo cabe señalar en torno a la época de Sixto IV cuando, en algunos documentos, seemplea la expresión «Studium et Universitas Romane Curie et Urbis». Con todo, desde en-tonces el eclipsamiento del Studium Curiae resultó imparable hasta su final definitivo duranteel pontificado de León X.

Por el contrario, el Studium Urbis, cuyo origen remoto hay que situar en el Archigimnasiofundado por Bonifacio VIII en 1303, alcanzó, a lo largo del siglo XV, aun cuando con nopocos altibajos, un progresivo desarrollo que fue unido a las intervenciones de los papas, loscuales intentaron favorecerlo, con medios más o menos limitados, no solo para apoyar tareasculturales y literarias que pudieran engrandecer su nombre, sino también, como ha resaltadoR. Avesani, para evitar movimientos políticos e ideológicos y para situarlo al nivel de otrasuniversidades de los estados pontificios, como Bolonia y Perugia. Esa evolución, iniciada fun-damentalmente con Eugenio IV, alcanzó la madurez con la reorganización de los estudios

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propiciada por Sixto IV. Años más tarde, ante el lamentable estado de las instalaciones, Ale-jandro VI decidió, por motu proprio de 17 de diciembre de 1497, su reparación y aumento(«domus Studio almae Urbis nostrae reparentur et augeantur»), construyéndose nuevos edifi-cios con pórticos, corredores y atrios. Pero Alejandro VI no se limitó a esta intervención si-no que también se interesó por el perímetro urbano, según ya destacó Burckardt, y ademáspromocionó y protegió a varios de sus profesores, entre los que X. Company ha individua-lizado los nombres de los canonistas Ludovico Bolognini, Felino Sandeo, Giovanni Antoniodi Sangiorgio, Francesco de Brevio y el profesor de medicina, Angelo Leoni. La reorganiza-ción se completó en 1512 con Julio II, quien concedió al «Comune» distintos privilegios yjurisdicción sobre el Studium que sistematizó León X, en 1513.

En cuanto a la denominación de La Sapienza que acabó adoptando el romano StudiumUrbis paulatinamente desde la época de Pablo II y que ha pervivido hasta hoy para designar ala Universidad de Roma, se originó en dos colegios establecidos por los cardenales Dome-nico Capranica y Stefano Nardini, los cuales antepusieron el nombre de La Sapienza a sus res-pectivas fundaciones.

Entre los profesores del Studium Urbis es obligado singularizar por su estrecha conexióncon los círculos hispanos en Roma a Paolo Pompilio, quien desde comienzos de los añosochenta enseñó gramática. Pompilio, en efecto, estuvo muy relacionado con Rodrigo deBorja en su época cardenalicia, lo loó repetidamente y pintó su casa como lugar de reuniónde humanistas. Así, verbigracia, en la dedicatoria a Joan Llopis de sus Vitae Senecae, aprovechala dependencia que Llopis tenía de Rodrigo de Borja para comparar al vicecanciller con Hér-cules, porque, si éste ayudó a Atlas a sostener el cielo, Borja se ocupa con minucia de la can-cillería apostólica, donde confluyen los asuntos de todos los gobernantes del mundo cristia-no. Su conexión con Rodrigo de Borja se manifiesta asimismo en la dedicatoria a Pere LluísBorja, duque de Gandía, de la elegía De bonis artibus Odisea, que sometió a la aprobación dePomponio Leto en 1486, y en su elección por Rodrigo como uno de los profesores de suhijo César, a quien dedicará su obra Syllabae, impresa en Roma por Eucharius Silber, en 1488.A esos textos hay que añadir la Sylua Alphonsina, un poema en loor de Calixto III, al que, enmedio de reminiscencias virgilianas y ovidianas, se califica de «sancte» e «inuicte» anciano. Pre-cisamente sus vínculos con la familia Borja y con otros españoles, como Jeroni Pau, Joan Llo-pis, Esperandeu Espanyol y Bernardino López de Carvajal, debieron influir en el interés quePompilio manifestó por los asuntos hispanos, según muestran, además de la Sylua Alphonsina,el Panegyris de Triumpho granatensi, publicado en 1490, y De uiris illustribus, posiblemente ins-pirado por Jeroni Pau, con quien mantuvo una estrecha amistad.

Por otro lado, aunque las informaciones sobre los alumnos del Studium son muy escasas yfragmentarias, entre los hispanos que llegaron a destacar como clérigos e intelectuales de pri-mer orden en Italia es muy posible que fuera allí donde Gaspar Torrella alcanzó su maximagraduación en medicina, pues, tras estudiar en Siena y en Pisa, en 1484 obtuvo el doctoradoen Roma, tras una súplica dirigida a Sixto IV, en la que se quejaba del alto coste de las tasasuniversitarias.

Ahora bien, el hervidero real del movimiento cultural en todas sus variantes (literaria, ar-tística, erudita y restauradora) estuvo aunado al patrocinio y apoyo de los círculos eclesiásti-cos, como consecuencia de un proceso que, con raíz en el pontificado de Nicolás V (6 [19]marzo 1447-25 marzo 1455), hizo que Roma, desplazando progresivamente la primacía sus-tentada por Florencia, se convirtiera en el centro cultural de Italia, preeminencia que uniócon la de capitalidad religiosa y centro de convergencia política del Occidente cristiano.

Para la realización de tal cometido, la Iglesia contaba con cimientos enraizados en una tra-dición secular que le reconocían expresamente los más renombrados humanistas, pues, como

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escribió Lorenzo Valla en la Oratio in principio sui studii (1455), la Sede apostólica, con la cu-ria, había sido la institución que, incluso durante la Baja Edad Media, había representado lacontinuidad del Imperio romano, guardando la esencia de la romanidad y preservando la cul-tura clásica, lo que significaba haber salvado la cultura occidental. Valla comenta, en efecto:

Quod [la vuelta de África y Asia a la barbarie tras la caída del Imperio] cur in Europa non contigit?Nempe […] quia id fieri sedes apostolica prohibuit. Cuius rei sine dubio caput et causa extitit religiochristiana […] Usque adeo mihi videntur religio sancta et vera litteratura pariter habitare et ubi-cumque altera non est, illic neque altera esse posse, et quia religio nostra aeterna fore: quarum utra-que cum in curia romana praecipue vigeat, quis amator litterarum, quemadmodum amator christia-nae religionis, non plurimum se apostolicae sedi debere fateatur?

En continuidad con esa historia, durante los años que se corresponden con el gobiernode los Reyes Católicos en España, se vivió en Roma, con el amparo entusiasta de los pontí-fices y de relevantes figuras eclesiásticas, un florecimiento esplendoroso de las humanae litterae,las artes plásticas y la arquitectura civil y religiosa, que, por el entorno en que se produce,ejemplifica una cultura de corte similar a la que se desenvuelve en otros estados italianos y eu-ropeos. A ese auge contribuyeron todos los papas del período, en especial Sixto IV y Alejan-dro VI, así como múltiples cardenales y altos prelados que, aparte de su propia labor literariaen algunos casos, descollaron por su apoyo a las tareas de escritores y humanistas, a la arqui-tectura y las artes plásticas, así como a la organización de veladas literarias y espectáculos dra-máticos de todo tipo. Piénsese, así, entre otros, en nombres como Riario, Oliviero Carafa,Giovanni Colonna, Ascanio Sforza, Marco Barbo, Domenico Capranica, Stefano Nardini,aparte de españoles como Joan Margarit, Joan Llopis, Jaume Serra, Bernardino López de Car-vajal y Rodrigo Borja durante su larga etapa cardenalicia.

No siempre, sin embargo, los medios empleados para ese resurgimiento cultural resulta-ron los más adecuados, como atestigua durante todos los pontificados la irreparable destruc-ción de numerosos edificios y monumentos antiguos para la construcción de otros nuevos,tanto civiles como religiosos, pese a la preocupación de los humanistas por su preservación ysus quejas por las labores devastadoras. Tampoco en todos los momentos la actitud de los pa-pas fue positiva en lo que atañe a las humanae littearae, según prueba lo acaecido con la Aca-demia Pomponiana en tiempos de Pablo II, porque, aun cuando se trate de un caso extre-mado, revela también que el progreso artístico y literario en Roma hubo de mantenerse siem-pre dentro de la ortodoxia, como confirman, verbigracia, la postura adoptada por InocencioVIII frente a las tesis de Pico della Mirandola y la mantenida por Alejandro VI al atajar radi-calmente las prédicas de Savonarola.

Esa vigilancia de la ortodoxia se dejó sentir también en otros aspectos, como el control so-bre los talleres de impresión que motivó sendas bulas de Inocencio VIII (1487) y AlejandroVI (1501), cuyos antecedentes pesaron en los Reyes Católicos para sancionar en 1502 la prag-mática sobre impresión y venta de libros, revelando cómo algunas decisiones que se tomabanen Roma se imitaban enseguida en territorios cristianos.

III. Españoles en Roma en tiempos de los Reyes Católicos: las colonias laica, eclesiástica y diplomáticaIII.1. Consideraciones previas

Aparte de los hispanos que ocasionalmente viajaron a Roma y que cabe considerar partede la población flotante, a lo largo de la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI ycomo consecuencia de las circunstancias religiosas, diplomáticas y culturales que habían idoconfluyendo en Roma tras el regreso de los papas, se fueron incrementando en la urbe lasdistintas colonias extranjeras, convirtiendo a Roma en una ciudad cosmopolita, con los ras-

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gos de una sociedad internacional. Entre esas colonias, desde el pontificado de Calixto III em-pezó a destacar la española que se engrosó sin parar hasta convertirse en la más numerosa enlos primeros decenios del Quinientos.

La estancia de los españoles en Roma durante estos años responde a motivos muy distin-tos, pues, si unos viajaron por razones comerciales o económicas, otros lo hicieron por cau-sas eclesiásticas o políticas, sin que falten casos de personas cuyo desplazamiento a Roma nopuede parcelarse de modo rotundo. Así, verbigracia, Joan Margarit fue primero legado pon-tificio en la Corona de Aragón y luego embajador de la Monarquía ante la Santa Sede; y Ber-nardino López de Carvajal durante algunos años fue legado papal en España, durante otratemporada actuó como embajador de los reyes en Roma y en distintos momentos desem-peñó diferentes misiones en la curia y en la diplomacia pontificia. Asimismo, en los últimosaños del reinado de Fernando e Isabel otra causa para el asentamiento de españoles en Ro-ma la constituyó el exilio que, tras el edicto del 31 de marzo de 1492, obligó a salir de los rei-nos hispanos a los judíos, algunos de los cuales, entre los que se encontraban varios intelec-tuales, eligieron Roma como ciudad de destino, adaptándose rápidamente en casos a la cul-tura de su nueva ciudad, como muestra, verbigracia, Isaac Abrabanel, padre de León Hebreo,autor de los Dialoghi d’amore.

Por otra parte, mientras algunos fijaron su residencia en la urbe de manera más o menospermanente, otros se limitaron a una estancia temporal, regresarando a España o marchandoa otros lugares después de una estadía más corta o más larga, casi siempre influenciados por elambiente romano, según se deja ver en su actividad y sus obras posteriores, como muestran,de distinta manera, el conde de Tendilla o el obispo barcelonés Pere Garcia. Varios, por supermanencia continua, llegaron a considerarla su ciudad: así, Jeroni Pau en el epílogo de Bar-cino, publicada en 1491, le pide a Paolo Pompilio componer una obra que se ocupe de la«communis urbis» de ambos. No faltaron incluso quienes, como Joan Margarit, Joan Llopis,Gaspar Torrella o Bernardino López de Carvajal, murieron y fueron enterrados allí, por loque las iglesias de Roma se hallan plagadas de tumbas con inscripciones que recuerdan el eter-no descanso de muchos españoles.

La amplia inmigración hispana en Roma produjo efectos encontrados: por una parte, loque podría calificarse de hispanofilia; por otra, una animadversión que, aun cuando en prin-cipio latente, acabó estallando con potencia a principios del siglo XVI. Así, la seducción queno pocos intelectuales italianos manifestaron desde muy temprano por las personas y las ac-tuaciones de Fernando e Isabel y hasta por la lengua española, tuvieron su reverso, ya que laacumulación de cargos, sobre todo en la Iglesia, y la intervención reiterada de los hispanos enasuntos de Italia, especialmente durante el pontificado de Alejandro VI, propiciaron un am-biente antiespañol que explotó a la muerte del pontífice valenciano. De esa reacción contralos españoles se hicieron eco, por ejemplo, el cisterciense de origen hispano Archangelo Ma-drignano, en su traducción del Itinerarium de Ludovico Vaterma, y el clérigo Alonso Her-nández de Sevilla, asentado desde hacía años en Roma, para quien Alejandro VI fue el papa«que hizo la nuestra hispana nación / al mundo odiosa, qual nunca se viera».

III.2. La colonia laicaAhora bien, entre los residentes hispanos hay que distinguir, por un lado, la colonia es-

trictamente laica, formada por artesanos, mercaderes y banqueros, tanto castellanos comosúbditos de la Corona de Aragón, aunque principalmente se centraron en labores de impor-tación y exportación “de géneros de consumo primario”, así como en el ramo textil de laciudad, sin que sus negocios, como ha hecho ver M. Vázquez Piñeiro, lograran una ciertaentidad hasta principios del siglo XVI. Estos comerciantes, sin embargo, no parece que ma-

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nifestaran ningún tipo de interés cultural ni ningún propósito de dejar escritos sobre sus ex-periencias, al revés de lo que, décadas antes, había sucedido en ambas direcciones, como tes-timonian, desde el terreno hispánico, Pero Tafur, y, desde el terreno italiano, Gregorio Datiy Maso degli Albizzi.

A partir del pontificado de Calixto III, asimismo, algunos seglares empezaron a desempe-ñar puestos importantes en la estructura de la Iglesia, lo que se incrementó con AlejandroVI, quien, durante su pontificado, empleó a distintos hispanos en la defensa y gobernaciónde los Estados pontificios, entre los que destacó su propio hijo César Borja.

III.3. La colonia eclesiásticaDesde otra vereda, la reinstalación de los papas en la ciudad atrajo a un amplia cifra de clé-

rigos empeñados en lograr una carrera eclesiática en el entorno del pontífice, de la curia o delos altos jerarcas de la Iglesia. Entre los mismos, se encuentran los hispanos, algunos de los cua-les tuvieron un contacto meramente eventual con Roma, adonde afluyeron en busca de be-neficios, mientras que otros, sobre todo a partir del pontificado de Calixto III, se afincaron enRoma durante un largo tiempo e incluso permanentemente por razones eclesiásticas, con-tribuyendo de manera esencial al incremento de la población española. Entre esos hispanosque se mueven en entornos eclesiásticos encontramos durante el reinado de los Reyes Cató-licos desde personas de relieve singular a otras de importancia secundaria, aunque solo la su-ma de todas completa la tesela.

Un grupo numeroso de esos eclesiásticos se movió en el entorno de la curia, formada porlos organismos y las personas que auxiliaban al papa en el servicio personal, doméstico o bu-rocrático, la cual, tras su profunda renovación a partir de Martín V, aparecía bajo la forma deuna familia, por lo que sus integrantes, poseedores de una formación sustanciosa, recibían elnombre de familiares papae, lo que los situaba en una posición privilegiada para la promocióneclesiástica. En diversos puestos de la curia encontramos a hispanos que, en buena parte, de-sarrollarán también una labor literaria y cultural.

Por un lado, en el ámbito más privado y personal de los familiares papae se incluían los mé-dicos, entre los cuales se singulizarán los valencianos Gaspar Torrella y Pere Pintor, quienesejercieron su profesión con Alejandro VI y el primero también con Julio II, sobresaliendo am-bos por sus importantes obras en el campo de la medicina.

Entre los familiares más cercanos al pontífice se hallaba asimismo el camarero (cubicularius,camerarius o cambrerius), función desempeñada por Francisco de Santillana, quien había llega-do a Roma como embajador de Enrique IV, en los primeros años del papado de Sixto IV,de quien luego fue camarero el extremeño Bernardino López de Carvajal, uno de los espa-ñoles que durante su larguísima estadía en Roma se distinguirá por una variada labor litera-ria y un granado mecenazgo cultural y artístico. Asimismo, en enero de 1493, Jaume Casa-nova consta como «camerarius» de Alejandro VI; y, más tarde; Pedro de Carranza. Auditorde la Rota fue Gonzalo García de Villadiego en tiempos de Sixto IV; y, durante un tiempodel pontificado de Alejandro VI, Joan Llopis desempeñó el relevante puesto de datario. Du-rante el mismo pontificado de Alejandro VI fueron bibliotecarios tres españoles, que de-sempeñaron además otros cargos y realizaron otras actividades: Gaspar Torrella; Pere Gar-cía, obispo de Barcelona; y Juan de Fuensalida, obispo de Terni.

También se consideran familiares papae a los miembros de la curia que desde fines del si-glo XIII o principios del XIV reciben sus emolumentos de la Cámara apostólica, lo quecomprende al vicecanciller, que dirige la cancillería, y a los empleados subalternos (abrevia-dores, escribas de la cancillería y penitenciaría). Entre 1457 y 1492, en que accede al papa-do, el control de la cancillería estuvo en manos del valenciano Rodrigo de Borja, lo que ex-

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plica el origen hispano de algunos de los curiales, quienes debían contar con estudios, pre-ferentemente jurídicos. Entre los officiales de la cancillería se hallaban los abbreviatores, y entrelos mismos los abbreviatores de prima visione, puesto para el que Sixto IV nombró en 1479 alcatalán Jeroni Pau y a los valencianos Joan Llopis y Jaume Casanova. Entre los tres hubo unaabismal diferencia en su promoción eclesiástica, puesto que Llopis y Casanova llegaron a car-denales, mientras que Pau solo logró un ascenso en la misma curia como litterarum apostoli-carum vicecorrector, función con que se le cita desde 1486. Sin embargo, aunque Llopis mos-tró sus intereses culturales en sus contactos y apoyo a humanistas y artistas romanos, fue Pau,considerado como «el més gran humanista català», en calificación de Mariàngela Vilallonga,quien se distinguió por mantener un contacto asiduo con humanistas, escribir el primer ma-nual de praxis cancilleresca pontificia y desarrollar en Roma una brillantísima carrera litera-ria como historiador, cosmógrafo, jurista, epistológrafo y filólogo. Asimismo, en 1479 el va-lenciano Joan de Borja fue nombrado corrector litterarum apostolicarum.

III.3.1. Familiae cardenalicias y de altos jerarcas eclesiásticosAhora bien, desde el siglo XIII, con una influencia creciente en la administración de la

Iglesia y un desarrollo desde el papado de Martín V, los cardenales y grandes funcionariosde la curia gozaban también de una familia bien organizada, algunos de cuyos miembros ejer-cían simultáneamente funciones en la curia. Entre los españoles que estuvieron integradosen alguna de estas familias cardenalicias, cabe citar a Joan Llopis como familiar y secretariode Rodrigo de Borja en su época de purpurado y a Jeroni Pau como familiaris continuusquecommensalis del mismo cardenal y, según el colofón de la Practica Cancellariae Apostolicae, tam-bién cubicularius; a Gaspar Torrella, como familiar y médico también del cardenal Rodrigode Borja, probablemente desde 1487; a Pere Boscà, como auditor del cardenal Marco Bar-bo; a Diego Guillén de Ávila, como familiar del cardenal Orsini al menos desde 1483; y aGarcía de Bovadilla, quien consta como secretario del cardenal López de Carvajal en 1497.

III.3.2. Prelados hispanosIndependientemente de que su cursus honorum eclesiástico se hubiera iniciado o no en la

curia, durante los años del gobierno de Fernando e Isabel destacaron también por su estre-cha relación con Roma distintos prelados hispanos, como Alonso de Paradinas, antiguo co-pista del manuscrito salmantino del Libro de buen amor, obispo de Ciudad Rodrigo y funda-dor de la iglesia-hospital de Santiago de los Españoles; Alfonso Carrillo, obispo de Pamplo-na, quien encargó a Diego Guillén de Ávila escribir el Loor de su tío, el célebre y homóni-mo Alfonso Carrillo de Albornoz, arzobispo de Toledo; y Pere Garcia, obispo de Barcelona,el cual, a su regreso a esa ciudad, en 1493, destacó por la construcción de edificios religiosos.Hay también algunos ejemplos de prelados españoles que se refugiaron en Roma para librar-se de la persecución inquisitorial, como ocurre con Pedro de Aranda y Juan Arias Dávila.

III.3.3. Cardenales españoles Con todo, la influencia eclesiástica de los hispanos en Roma, que llegó al cenit con la

elección de Rodrigo de Borja como Alejandro VI en 1492, se afianzó también desde estemomento con el poder que fueron acumulando en el Colegio cardenalicio.

En efecto, al comenzar el reinado de Fernando e Isabel, en un Colegio cardenalicio do-minado por los italianos solamente cuatro hispanos pertenecían al mismo. El más antiguo,aupado al cargo por su tío Calixto III en 1456, era precismente Rodrigo de Borja; y, de losotros tres, nombrados por Sixto IV en 1473, dos provenían de la Corona de Aragón: AusiasDespuig, arzobispo de Monreal, y Pedro Férriz, obispo de Tarazona; y uno del reino de Cas-tilla: Pero González de Mendoza.

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Los reyes fueron siempre conscientes del extraordinario poder que atesoraban los carde-nales y de su capacidad para influir en la curia y representar los intereses de la Monarquía enasuntos del gobierno cotidiano de la Iglesia. Por eso, se preocuparon por influir en su nom-bramiento, solicitando al papa el capelo para personas de su agrado, y emplearon a algunoscomo embajadores ante la Santa Sede para misiones específicas.

Sin embargo, desde la promoción realizada por Sixto IV pasaron diez años hasta que, enel consistorio del 15 de noviembre de 1483, cuando Fernando e Isabel llevaban gobernandocasi el mismo tiempo en Castilla y un lustro en la Corona de Aragón, Inocencio VIII nom-brara otros dos cardenales españoles: Juan de Aragón y Joan Margarit. Nueve años más pasa-ron a partir de las designaciones anteriores para que en el pontificado de Alejandro VI la si-tuación cambiara de raíz. Así, ya en 1492 el papa nombró cardenal a Joan Borja, arzobispode Monreal; en el consitorio del 20 de septiembre de 1493, promocionó al cardenalato a Ber-nardino López de Carvajal y a su hijo César Borja; y en 1494 a Luis de Aragón. Dos añosmás tarde (1496), creó cardenales de una tacada a cuatro hispanos: Bartolomé Martí, obispode Segorbe; Joan de Castro, obispo de Girgenti; Joan López, obispo de Perusa; y Joan de Bor-ja, arzobispo de Capua y de Valencia. En 1500, Alejandro VI creó otros cinco cardenales es-pañoles: Diego Hurtado de Mendoza, arzobispo de Sevilla; Pedro Luis de Borja; Jaume Se-rra, obispo de Oristán; Francisco de Borja, arzobispo de Cosenza; y Joan de Vera, arzobispode Salerno. Por fin, en 1503, año de su muerte, designó como cardenales a seis hispanos más:Juan Cautelar, obispo de Trani; Francisco Remolins, arzobispo de Sorrento; Francisco Des-prats, obispo de León; Jaume de Casanova; Francisco de Loris, obispo de Elna; y Juan de Zú-ñiga, arzobispo de Sevilla. Así, aun teniendo en cuenta a los que habían fallecido antes de1503, al óbito de Alejandro VI, entre los cuarenta y cuatro cardenales vivos, había doce pro-venientes de Castilla y Aragón, vale decir, el 27%, que formaban un grupo amplio, podero-so y compacto hasta el punto de representar el 29% de los electores del efímero Pablo III,pues, aun cuando estuvo ausente el cardenal Francisco Remolins, solo treinta y ocho miem-bros del Sacro Colegio participaron en el cónclave.

La situación, sin embargo, dio un profundo vuelco en los años posteriores, porque, auncuando en 1507 obtuvo el capelo Cisneros, ningún otro hispano accedió al cardenalato has-ta que León X nombró a Guillem Ramon de Vich en 1517, meses después de la muerte dedon Fernando. El cambio había sido percibido perfectamente en los ambientes romanos, porlo que, el 29 de agosto de 1509, el cardenal Jaume Serra escribía a Fernando el Católico aler-tándole del predominio de cardenales franceses y la escasez de españoles en el Sacro Colegio.

III.3.4. Otros intelectuales españoles en el entorno eclesiástico de RomaEn el entorno eclesiástico de Roma se movieron también otros españoles que ejercieron

funciones diversas y de algunos de los cuales apenas cabe arañar alguna noticia suelta, comoel mallorquín Esperandeu Espanyol y varios más.

III.4. La colonia diplomáticaEclesiásticos en unos casos y novedosamente seglares en otros, un grupo especial entre los

españoles asentados en Roma durante más o menos tiempo en el reinado de Fernando e Isa-bel lo constituyeron los embajadores de la Monarquía, algunos de los cuales, de acuerdo conun hábito reciente, actuaron como embajadores permanentes, si bien los monarcas continua-ron sirviéndose de enviados extraordinarios cuando lo juzgaron oportuno. Todos compartí-an hasta un nivel máximo los ideales de sus reyes y la fidelidad a ultranza y, además, solíancontar también con una buena formación cultural, en la que entraba el dominio del latín,aunque excepcionalmente algún embajador temporal no lo dominara, como ocurrió con elconde de Tendilla.

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En los primeros años del reinado, en cuanto Fernando e Isabel unían en sus personas elreino de Castilla desde 1474 y la Corona de Aragón desde 1479, destacaron en Roma unarepresentación dual que, dada la débil diplomacia mantenida por Enrique IV con la Santa Se-de, se aprovechó de la experiencia acumulada por Juan II de Aragón. Por eso, durante untiempo Gonzalo de Beteta, como representante de Castilla (1480-1484), coincide en Romacon otros personajes que se ocupaban de los asuntos aragoneses, como Gonzalo Fernándezde Heredia (1480-1482), Francisco Vidal de Noya (1483-1485) y Joan Margarit (1482-1484),si bien «con la suficiente versatilidad para desempeñar el oficio de orator regis Castellae como lesucedió a Margarit en noviembre de 1483» como advierte Á. Fernández de Córdova.

Durante el pontificado de Inocencio VIII y especialmente durante el de Alejandro VI, elcuerpo diplomático se unificó y castellanizó, como prueban, según la lista elaborada por Fer-nández de Córdova, las personas de Juan Ruiz de Medina (1483-1485), que permanece enRoma hasta 1499; Bernardino López de Carvajal (1487-1493), aunque en los años posterio-res siguió ocupándose de negocios españoles; Garcilaso de la Vega (1494-1499); Lorenzo Suá-rez de Figueroa (1499-1501), hermano de Garcilaso; y el comendador Francisco de Rojas(1501-1507).

A la muerte de la reina Isabel, las circunstancias políticas condujeron durante dos años auna nueva representación dual, de modo que, mientras Francisco de Rojas continuó comoembajador de don Fernando, Antonio de Acuña representaba a Felipe el Hermoso. El falle-cimiento de Felipe I, en 1506, significó el regreso a la representación unitaria, ahora de nue-vo con predominio aragonés: así, Francisco de Rojas fue sustituido por Jerónimo de Vich, altiempo que en Roma declinaba la estrella del cardenal López de Carvajal.

Pero, asimismo, para llevar a cabo misiones concretas, los reyes escogieron en varias oca-siones a enviados extraordinarios, cuyas dotes no desmerecían de las de los embajadores re-sidentes: Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, encabezó una embajada a Italia en1486, acompañado, entre otros, de Antonio Geraldini, residente en Cataluña desde hacíaaños; y Diego López de Haro presidió en 1493 la misión enviada para prestar obediencia aAlejandro VI, contando entre sus acompañantes con Gonzalo Fernández de Heredia.

IV. Mecenazgo y actividad culturalEntre la colonia española ubicada en Roma durante el gobierno de los Reyes Católicos

sobresalieron no pocas personas con inclinaciones por la cultura, a quienes cabe aplicar, qui-zás con algo de imprecisión en varios casos, la denominación de intelectuales. Se trata, porlo común, de eclesiásticos con una formación teológica y jurídica, que, independientemen-te de las razones por las que se establecieron en la ciudad a lo largo de temporadas más omenos extensas, se distinguieron, según los casos, por la fundación de instituciones conec-tadas de alguna manera con labores de índole cultural, por el patrocinio de la actividad ar-tística y literaria, por sus contactos con los círculos humanísticos de la ciudad y por el desa-rrollo de una labor literaria propia, conectada de algún modo con el humanismo romano ycon los studia humanitatis.

De varios solo ha sobrevivido algún dato suelto que no permite sino asir algún detalle desu actividad, pero la adición de distintas informaciones, por menudas que sean, colabora a tra-zar un cuadro más completo y jugoso de la amplia y compleja sociedad hispana que se mo-vió en la Roma de los últimos decenios del siglo XV y los primeros años del XVI.

Insistiré ahora tan solo en el impulso que a la actividad artística y literaria prestaron va-rios cardenales y prelados hispanos afincados en Roma, cuyo mecenazgo no desmereció delque llevaron a cabo en sus cortes algunos de sus colegas italianos. Así lo testimonia el apoyoque la arquitectura religiosa y civil, las artes plásticas y las humanae litterae recibieron de Ro-

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drigo de Borja, Bernardino López de Carvajal o Joan Llopis, cuyas casas sirvieron tambiéncomo centros de reunión de humanistas y lugares de representaciones dramáticas, mientrasque probablemente en el palacio del cardenal Jaume Serra se representó en 1513 la Églogade Plácida y Vitoriano.

Pero, además, por otras fuentes, apenas aprovechadas hasta ahora, constan asimismo loscontactos que con círculos humanísticos romanos mantuvieron los españoles, sin que nece-sariamente pertenecieran a la alta jerarquía eclesiástica. Así, si Jeroni Pau también estrechó re-laciones con el ambiente intelectual romano, Paolo Pompilio cuenta que, en el verano de1476, en Anguillara, donde descansaba Sixto IV por la peste que asolaba a Roma, tuvo lugaren casa de su «amicissimo» Esperandeu Espanyol un debate entre Antonio Volsco y PapinioCavalcanti y los prelados españoles Pere de Roca, arzobispo de Salerno desde 1471 hasta1482, y Francisco de Toledo, obispo de Coria desde 1475 hasta 1479. Once años más tarde,en el verano de 1487, en Bassanello, Pompilio dará forma literaria a aquella disputa con el tí-tulo de Dialogus de uero et probabili amore, dedicado a Pomponio Leto, cuya aprobación solici-ta por emplear ampliamente sus obras. Por tanto, si la información de Pompilio agrega elnombre del mallorquín Esperandeu Espanyol a los españoles que actuaron como anfitrionesde los humanistas romanos, también nos ofrece el nombre de otros dos prelados conectadoscon la labor humanística.

V. La actividad traductoriaSi distintos españoles establecidos en Roma durante la época de los Reyes Católicos se dis-

tinguieron por su labor mecenática y su conexión con la vida cultural de la ciudad, varios des-collaron asimismo por una actividad literaria, en la que hay que incluir primeramente la dis-par actividad traductoria que comprende traslados desde el latín al castellano, como los quehizo Diego Guillén de Segovia del Libro de la potencia y de la sapiencia de Dios, de Hermes Tri-megisto, y de la Historia de Herodiano; desde el castellano al latín, como la versión que hizoGarcía de Bovadilla de la perdida Epistula consolatoria compuesta por López de Carvajal, conmotivo de la muerte del príncipe don Juan; y desde el italiano al latín, como la que el mis-mo López de Carvajal encargó a Archangelo Madrignano, un cisterciense de origen hispano,del Itinerario que el boloñés Ludovico Vaterma había publicado en italiano, en 1510 (Roma,Stephano Guilliretti), relatando el viaje realizado ocho años atrás por Oriente.

El enorme interés que desde la segunda mitad del siglo XV se fue despertando en Italiapor la política y la cultura españolas, estimulado por la amplia colonia hispana, explica tam-bién que, además de la publicación de obras españolas por las imprentas italianas, se iniciaraya a comienzos del XVI un proceso de traducciones al italiano, con lo que se lograba unapropagación de los éxitos editoriales de España.

La primera muestra de esta labor en Roma la constituyó la más temprana traducciónde la Tragicomedia de Calisto e Melibea, que, el 29 de enero de 1506, salió de la imprenta deEucharius Silber, en versión de Alfonso Ordóñez, familiar del papa Julio II. Independiente-mente de la importancia para la fijación textual de la obra, el traslado muestra el aprecio delpúblico italiano por los libros de ficción españoles, que enseguida leerían también en lenguaoriginal, según hacen ver las inmediatas impresiones de La Celestina impresas en otros luga-res de Italia y las ediciones en la misma Roma de otros textos, como el Amadís de Gaula, en1519, fuera ya de la cronología en que nos movemos.

VI. Lenguas y génerosAdemás del mecenazgo y de la actividad traductoria, no pocos españoles afincados

en Roma durante el reinado de Fernando e Isabel destacaron por una labor literaria

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propia, conectada de alguna manera con el humanismo romano y con los studia hu-manitatis.

Los intelectuales españoles escriben, sobre todo, en latín y, secundariamente en caste-llano y se ocupan de materias muy varias, recurriendo a modalidades y géneros muy di-versos (epistolografía, historiografía, elegía, epigrama, epitafio, homilética, tratadística), sindesdeñar incluso prestar su pluma en colaboraciones que parecen de escasa identidad, co-mo la escritura de inscripciones, de las que tenemos un ejemplo de Jeroni Pau en 1483.

VII. La temáticaVII.1. El ámbito privado

Entre la actividad cultural desarrollada por los hispanos en Roma hay que singularizar, enprimer lugar, a Jeroni Pau, al que corresponde un variado lote de poemas que abarcan des-de asuntos circunstanciales a otros atinentes al ámbito privado que contienen reflexiones mo-rales sobre las penalidades de la vida y el sentido de la muerte, el trabajo, la familia, el amory las relaciones amistosas.

VII.2. Los tratados técnicos: medicina y derechoPor otro lado, hay que contar los escritos sobre asuntos científicos y técnicos, concre-

tamente la medicina y el derecho, en los que sobresalen personajes como Gaspar Torre-lla, Pere Pintor o Jeroni Pau.

Gaspar Torrella, en efecto, escribió sobre la dolencia entonces denominada fundamental-mente morbus gallicus y desde 1530 sífilis un par de obras, bien estudiadas en los últimos de-cenios por J. Arrizbalaga: el Tractatus cum consiliis contra pudendagram seu morbum gallicum (Ro-ma, Petrus de la Turre, 1497), dirigida a César Borja, quien sufría la enfermedad, y reimpre-sa enseguida con algunas modificaciones y un cambio de título (De morbo gallico cum aliis, Ro-ma [Johannes Besicken, h. 1498, editada por el mismo impresor en 1505]), y Dialogus de do-lore cum tractatu de ulceribus in pudendagra evenire solitis (Roma, Johannes Besicken & Martinusde Amsterdam, 1500). Con las mismas Torrella se inserta en el grupo de sanadores preocu-pados por la nosografía de las nuevas enfermedades hasta el punto de proponer para el malfrancés un nombre («pudendagra») muy distinto del que se estaba imponiendo; y, con unosresultados que se encuentran ya a medio camino entre los consilia medievales y la observatio re-nacentista, recomienda, entre otras prevenciones, evitar la relación con prostitutas e introdu-cir medidas sociales para su control. Gaspar Torrella contribuirá aún a la medicina con otrascuatro obras: un consilium sobre la peste que, con ocasión de la epidemia que asoló a Romaen 1504, se ocupa de la prevención y curación de las fiebres pestilenciales (Qui cupit a pestenon solum preservari sed et curari hoc legat consilium, Roma, Johannes Besicken [1504]); dos trata-dos encuadrables en géneros médicos bien conocidos en la Baja Edad Media: un régimen desanidad, que rotuló Pro regimine seu preservatione sanitatis. De esculentis et poculentis dialogus (Ro-ma, Johannes Besicken, 1506) y dedicó a Julio II, más un juicio astrológico que, en formaepistolar y dirigido a César Borja, se editó como Judicium universale de portentis, presagiis et osten-tis rerumque admirabilium ac solis et lune defectibus et cometis (Roma, K. Besicken, 1507); y, porfin, un tratado sobre una enfermedad novedosa, al que da el nombre de Consilium de egritudi-ne pestifera et contagiosa ovina cognominata nuper cognita quam hispani modorillam vocant.

Asimismo desde Roma, contribuyó muy pronto al estudio del mal francés otro médicovalenciano, Pedro Pintor, con el libro De morbo foedo et occulto his temporibus affligente secundumveram doctrinam antiquorum aluhumata nominato (Roma, 1500), donde, más en la línea de Grün-peck, sostiene que la enfermedad estaba influida por la conjunción de los planetas, además deindicar que se hallaba no solo «in proeputio capitis virgae» sino «in vulva mulierum» y que no

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atacaba a los retirados de la sociedad, como a los monjes y las monjas. Un año antes, Pintorhabía publicado también una contribución sobre la peste con el título de Agregator sententia-rum de preservatione et curatione pestilentiae (Roma, Eucharius Silber, 1499), en el cual, en la es-tela de la astrología médica de su otro tratado, coincidente con la de otros escritos contem-poráneos, e incluso de los siglos XVII y XVIII, defiende la influencia de los astros en la epi-demia, ya que el desconocimiento de las causas y su rauda difusión llevaban a pensar en unaetiología de origen sobrenatural.

En lo que toca al campo jurídico, en 1493 se publicó en Roma, ausente ya Jeroni Pau dela ciudad, su Practica Cancellariae Apostolicae que, ordenada y corregida por el clérigo barcelo-nés Antoni Arnau Pla, reúne un conjunto de notas muy varias sobre jurisprudencia compi-ladas por Pau durante los años en que trabajó en la curia como abreviador y vicecorrector.Aunque por la aventura editorial se echa de menos la meticulosa estructura de otras obras su-yas, en el estado en que se publicó cabe distinguir, de acuerdo con A. Era, una primera par-te, que es «la vera e propria Practica» en que se distinguen cuatro apartados: el primero es unformulario epistolar con normas para la escritura de cartas; el segundo se ocupa de la admi-nistración de justicia en la cancillería, con referencia a los precedentes que hay que tener encuenta para resolver un caso; el tercero se centra en las apelaciones; y, por fin, en el cuarto seofrece el resumen de una serie de resoluciones. Más extensa y también más dispersa es la se-gunda parte que se inicia con una colección de sentencias, con citas concretas, tomadas de lasconclusiones de Bellemere, miembro del tribunal de la Rota, sigue una serie de apuntes dejurisprudencia con poca conexión con la primera parte y concluye con un conjunto de ano-taciones procedentes de distintas lecturas y de respuestas dadas por Pau en asuntos en que tu-vo que intervenir.

VII.3. Asuntos religiosos, teológicos y eclesiásticosDada la vasta cifra de españoles asentados durante mayor o menor tiempo en Roma con

cometidos eclesiásticos y con funciones diplomáticas en conexión con la Santa Sede, no po-día faltar una serie de textos de temática religiosa y teológica, a veces en loor de un santosobresaliente, a veces en defensa de la ortodoxia, a veces en conexión con festividades litúr-gicas o con ceremonias concretas de la corte pontificia. En más de una ocasión, estos escri-tos alcanzan un aliciente muy superior del que podrían hacer pensar las circunstancias espe-cíficas con que enlazan en su origen o los títulos con que se los conoce, ya que incluyen ob-servaciones o comentarios sobre circunstancias y sucesos políticos del momento.

Entre esas obras se encuentran De situ Paradisi et die passionis Christi et mense creationis mun-di, publicada a nombre de Gerp de Valentia, que muy probablemente es Bartolomeo Gerp;y, desde una perspectiva doctrinal, las Allegationes de Pere Garcia contra las tesis de Savonaro-la y Contra haereticam pravitatem, seu de haereticis de Gonzalo García de Villadiego. Por su par-te, Jeroni Pau es autor de un Hymnus panegyricus in festo diui Aurelii Augustini Episcopi Hippo-nensis, compuesto en fecha indeterminada, donde repasa la vida del santo en tres partes quese ocupan de la etapa precedente a la conversión (vv. 1-130), la vida y las obras posterioreshasta su óbito (vv. 131-234) y los hechos post mortem, para terminar con un encendido elo-gio del rey don Fernando. De Jeroni Pau conservamos también el comienzo de una EpistvlaPetro arhiepiscopo Salernitano, es decir, Pedro de Roca, obispo de Salerno entre 1471 y 1482,en la cual, tras aludir a la correspondencia mantenida con el prelado sobre asuntos jurídicos ehistóricos, se propone disertar a su requerimiento sobre la palabra Missae («iussisti per episto-lam ad te scriberem Missae vocabulum, quo sacra eucharistiae significantur, unde ortum fuis-te maiores nostri tradiderunt»). A estas obras hay que añdir la Oratio pronunciada por Sanchode Miranda ante Alejandro VI en el cuarto aniversario de su elección; y, sobre todo, cuatro

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textos de Bernardino López de Carvajal, escritos entre 1482 y 1493, dos de los cuales se re-lacionan con conmemoraciones litúrgicas y otros dos con el boato que rodeaba la elecciónde un papa y la consiguiente prestación de obediencia por los gobernantes del mundo cris-tiano. El primero, cronológicamente, es el Sermo in die Sanctorum in capella Sixto Papae astante,pronunciado en la fiesta de Todos los Santos (1 de noviembre) de 1482 ante el papa y el Sa-cro Colegio, y en el que López de Carvajal se centró, con enorme éxito, en un tema de tan-ta oportunidad política como la paz en un momento en que Italia ardía como consecuenciade las guerras interiores. Ante el mismo auditorio y en el mismo lugar pronunció, poco másde un año después (1 de enero de 1484), con ocasión de la fiesta, una Oratio in circuncisioneDomini, que, de nuevo, gozó de gran éxito, así como de amplia difusión a través de dos edi-ciones. De muchísima mayor enjundia teológica y de enorme repercusión política resultó laOratio de eligendo Summo Pontifice (1492) que, el 6 de agosto de 1492, por designación del Sa-cro Colegio, pronunció ante sus miembros antes de que se encerraran para proceder a la elec-ción de un nuevo papa. Con un profundo dominio de la retórica aprendida en los recursosciceronianos, López de Carvajal dividió su discurso en tres partes, la primera de las cuales con-siste en un breve elogio del pontífice difunto; en la segunda plantea la cuestión del poder delpapa en la Iglesia, cuyo primado absoluto defiende con argumentos neotestamentarios y fi-losóficos, así como con disposiciones conciliares; y en la tercera, más amplia y personal, trasreferirse a la situación de descrédito y desdoro en que se encuentra sumida la Iglesia, exhor-ta a los cardenales para que, abandonando sus rencillas y pretensiones personales, sean capa-ces de elegir al candidato más apto para reunir un concilio general que refuerce la preponde-rancia de la institución y pueda enfrentarse con los problemas que la aquejan.

Por fin, para la prestación de la obediencia de Fernando e Isabel al papa electo en el cón-clave anterior preparó López de Carvajal la Oratio ad Alexandrum VI nomine regum Hispaniaehabita super praestanda obedientia, que, calificada por Burckardt de «bene compositam», se pu-blicó de inmediato. Construida en dos partes, la primera compendia una exaltación políti-ca y religiosa de Roma, elegida por Dios para el gobierno del orbe, con España como pun-tal esencial, pues la nación española siempre se distinguió por participar activamente en lahistoria política y religiosa de la urbe romana, a la que aportó emperadores, apóstoles, már-tires, papas y concilios. En cuanto al momento actual, reflexiona López de Carvajal que Es-paña, además del respeto a la Iglesia, la persecución de la herejía y la expulsión de los paga-nos, ha logrado rematar la conquista de Granada, concurriendo merecidamente, ese mismoaño, la elección de un español al solio pontificio. La coincidencia provincial de ese hechocon el reinado de Fernando e Isabel sirve al autor, en la segunda parte, para desarrollar unaloa de la pareja real que, remontando a los reyes visigodos y a los de Castilla y León, con-trapone el declive que se fue produciendo en España a lo largo del tiempo con los éxitos lo-grados por unos monarcas que han culminado sus conquistas con la incorporación a la co-rona de las Canarias («Fortunatas insulas») y el descubrimiento de «alias [terras] incognitasversus Indos», cuyo sometimiento a Cristo se espera («Christo per regios internuntios brevipariturae creduntur»). El largo alegato permite a López de Carvajal concluir, justificando laceremonia concreta en que se pronuncia la oratio, que Dios ha propiciado la elección de unespañol como papa para conseguir grandiosos objetivos, por lo que Fernando e Isabel hannombrado, para prestarle obediencia como a único vicario de Cristo («tibi soli, tibi unico interris Dei vices gerenti»), a los embajadores más aptos, quienes lo reconocen como «orbispastorem et dominum»). Carvajal termina con una súplica para que, ante la convulsa situa-ción de la Iglesia, el papa se esfuerce en su reforma, buscando asimismo la paz con los prín-cipes cristianos y la lucha contra los infieles.

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VII.4. Geografía y cosmografíaEntre las preocupaciones culturales de los humanistas figuró el conocimiento de la

geografía y la cosmografía que consideraban materias propias de los studia humanitatis, porcuanto proporcionaban información sobre la historia antigua y prestaban un suplemen-to para la lectura y la intelección de los clásicos.

Tal perspectiva se reflejó durante los años que nos ocupan en De fluminibus et montibusHispaniarum de Jeroni Pau, escrita antes de agosto de 1475 y editada en la imprenta roma-na de Eucharius Silber, en 1491. Calificada por el propio Pau como un texto de cosmo-grafía que serviría para la recuperación de la antigüedad («cosmographiam et suscitationemantiquitatis»), sigue la estructura, el método y el contenido de una conocida obra de Boc-caccio (De montibus, siluis, fontibus, lacubus, fluminibus, stagnis seu paladibus, et de nominibus ma-ris) y, aun cuando no recoge todos los accidentes geográficos mencionados por el huma-nista italiano, agrega algunos nuevos. Nos enfrentamos, en concreto, a una relación de rí-os y montes ordenada alfabéticamente, a la que se suma en cada nombre un comentariode Pau, por lo común sucinto, si bien en unas cuantas ocasiones alcanza una extensión másamplia, como en la descripción de los Pirineos (Pyrinaei) y de Montserrat (Seresus).

En el mismo incunable, posiblemente porque podía servir de complemento, se impri-mieron unas páginas con el rótulo de Excepta ex itinerario Antonini Pii et Theodosii de Hispa-nis. Sin embargo, como ha precisado Mariagenal Vilallonga, más que ante una obra origi-nal de Pau, nos hallamos ante una lista de lugares de España sin identificar en bastantes ca-sos, la cual, como resultado de sus intereses geográficos y cosmográficos, ha extractado Paudel Itinerarium de Antonino Pío, con la adición de un fragmento correspondiente a las islassituadas entre España y Mauritania, sacado del Itinerarium maritimum.

VII.5. La historiaPor lo que respecta a la historia, tropezamos con obras que se ocupan de asuntos muy

diversos que, en casos, se centran en Italia, bien con descripciones globales de la ciudadde Roma bien atendiendo a hechos concretos, como la toma de Otranto, las construc-ciones propiciadas por el cardenal Rodrigo de Borja en Italia o la muerte de su hijo Cé-sar Borja.

Casi todas, no obstante, se centran en temas hispánicos, empezando por la historiaeclesiástica, a la que se adscriben, en primer término, De priscis Hispaniae episcopatibus eteorum terminis, de Jeroni Pau, que ofrece un compendio de las divisiones territoriales delos obispados de la Península Ibérica (Toledo, Sevilla, Mérida, Braga y Tarragona); y, ensegundo lugar, como complemento subsidiario, unos apuntes sumarísimos (Excerpta aprouinciali antiquo ecclesiae Romanae de episcopatibus Hispaniae), extractados de autores clási-cos y eclesiásticos sobre los sufragáneos de las cinco sedes metropolitanas estudiadas en laobra anterior. Al mismo género hay que ahijar el estudio de Pau sobre Episcopi EcclesiaeBarcinonensis que es una simple lista de obispos de la diócesis de Barcelona.

Si pasamos a la historia local, resulta de la mayor relevancia la reiterada insistencia con queJeroni Pau se ocupó de su ciudad natal de Barcelona, a veces de manera tangencial, pero es-pecialmente en unas cuantas obras en que la urbe constituye el tema exclusivo: así, el breví-simo epigrama Ad Barcinonem vrbem; la Epistvla qvibvs elementis Barcinona scribatur, con suges-tivas reflexiones filológicas y etimológicas; y el Libellvs inscriptvs Barcinona ad Pavlum Pompilvm,conocida simplemente como Barcino, donde, a petición del humanista romano, acumula lasreferencias diseminadas en autores antiguos y fidedignos sobre la ciudad, su tierra, sus habi-tantes, su situación y sus gestas desde sus orígenes hasta el presente («cupis enim ut quae deurbe mea eiusque agro et principatu, incolis et situ, deque eorum rebus praeclare magnifi-

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ceque gestis apud priscos auctores et fide dignos legi, ad te scriberem; addita perstrictim us-que ad nostra tempora historia»).

Por otra parte, desde comienzos del siglo XV los humanistas estimularon en Italia la in-vestigación de la antigüedad de Grecia y Roma, con el propósito de buscar en ese pasa-do argumentos en que cimentar los ancestros de las ciudades-estado, justificar la emula-ción de aquellas civilizaciones y ensalzar el propio solar. Tales ideas influyeron en la con-cepción histórica de López de Carvajal, quien se preocupó por reseñar las raíces hispanasen Roma en su citada Oratio ad Alexandrum VI, y presidió los presupuestos sustentadospor Joan Margarit en el Paralipomenon Hispaniae, dedicado a los reyes tras iniciarse la gue-rra de Granada, por la que asegura que los monarcas han alcanzado admiración universal.

Margarit trabajó durante toda su vida en esta obra que retocó durante sus últimos añosen Roma, con el propósito de mostrar, con el testimonio de relevantes historiadores grie-gos y romanos, que España no era inferior a ninguno de los pueblos gobernados por Ro-ma en la Antigüedad («cujus preclara antiquitas nulli provinciarum non modo Europenectotius orbis cedit»), por lo que debía gozar de un prestigio comparable al que reclamabanpara Italia los humanistas italianos.

Aunque, según se desprende del prefacio, en el plan inicial Margarit pensó llegar has-ta la época de los emperadores Arcadio y Honorio, el objetivo no se completó, de modoque el texto solo abarca una parte de la historia antigua de España, que se presenta divi-dida en diez libros, iniciándose con una primera sección etnográfica y topográfica (libroI), a la que siguen otras tres que se ocupan de la historia de España en el período precar-taginés (libros II y III), las guerras púnicas en suelo hispano (libros IV-VII) y la domina-ción romana hasta la época de César Augusto (libros VIII-X). Si bien todavía con algunareminiscencia medievalizante, el Paralipomenon Hispaniae se constituye, según R. B. Tate,en «la primera tentativa moderna de construir una introducción adecuada a la historia deEspaña», por más que su repercusión contemporánea fuera nula. Pues, aun cuando el eru-dito griego Hilarión Corbetta de Verona, al que Margarit hizo llegar un borrador, le pi-dió que la imprimiese en Italia, la obra permaneció inédita hasta que, en 1545, a partir deuna copia distinta a la del códice preservado, la publicó Sancho de Nebrija, y, aun cuan-do gozó de otras dos impresiones en las décadas siguientes (Frankfurt, 1579 y 1603-1605),seguimos sin contar con una edición moderna a la espera de la que, al parecer, preparaLluís Lucero. Otras menciones contemporáneas parecen de segunda mano, porque, si Ves-pasiano da Bisticci la cita calificándola como una obra «dove si trova ogni cosa digna dememoria» sobre «la storia del realme di Spagna», en realidad no debió ver el texto, ya queagrega que se extiende «infino a’ tempi sua».

En la variedad de las «laudes Hispaniae» hay que catalogar la Epistula de Hispaniarum vi-ris illustribus, compuesta por Jeroni Pau hacia 1475, en la que pretende celebrar a los va-rones «latinos» y «litteratissimos» nacidos en España, aunque con la promesa de extender-se más sobre los mismos en otra ocasión. El resultado consiste en un catálogo de nombresrelevantes que incluye poetas, obispos, teólogos, físicos, matemáticos y médicos que hancontribuido a la gloria de España desde la época romana hasta los días del autor, dondemenciona a varios conocidos por él en Roma: el cardenal Torquemada, Sánchez de Aré-valo, Bartomeu Gerp, García de Meneses y el obispo Margarit, «nunc in Hispania».

En distintas obras escritas en Roma por españoles allí asentados cabe tropezarse con alu-siones a sucesos contemporáneos de la historia española, por más que su argumento se con-centre en cuestiones tan diversas como la prestación de obediencia a un papa o la historiaantigua peninsular. Pau, por ejemplo, alaba en varios lugares al rey don Fernando o re-cuerda la guerra civil catalana; Margarit augura la unión peninsular, una vez terminada la

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conquista del reino nazarí; y Carvajal parangona los éxitos de los monarcas hispanos conlos que espera ver desarrollados durante el pontificado de Alejandro VI.

Otros textos, sin embargo, se consagran de manera expresa a hechos españoles isocró-nicos con el gobierno de Fernando e Isabel o incluso referidos a sucesos que, aun corres-pondiendo a años inmediatamente anteriores, guardan algún tipo de conexión con el rei-nado. Así, entre los últimos se encuentra el brevísimo Epithaphivm in laudem Charoli Arago-niae Citerioris Hispaniae et Siciliae ac Sardiniae principis, que Pau compuso para conmemorarel óbito de don Carlos, príncipe de Viana e hijo de Juan II y Blanca de Navarra, ocurridoel 23 de septiembre de 1461; y el Epithaphivm Bernardi Villamarini catalani eqvestris ordinis,ofrendado por el mismo autor al almirante Bernart de Vilamarí, muerto en Italia en 1463.

Por lo que atañe a los personajes de la historia de Castilla, aunque no publicado hasta1509 en la imprenta vallisoletana de Diego Gumiel, junto con otro panegírico suyo a la rei-na Isabel, ya en 1483 Diego Guillén de Ávila había terminado en Roma su Loor del reveren-do señor don Alonso Carrillo, cuya loa podía resultar más tolerable por redactarse en la lejaníade Roma, pese al respeto y la admiración que los reyes españoles suscitaban en la ciudad.

Con todo, la cifra más abultada de obras compuestas en Roma sobre la historia con-temporánea de España durante el gobierno de Fernando e Isabel concede el protagonis-mo a los propios monarcas, como un breve poema de Jeroni Pau, que, en diez versos endísticos elegíacos latinos, describe el escudo de don Fernando (Ad insignia Hispaniae et Si-ciliae regis) y cuya composición tiene que ser posterior a 1479; o una larga composiciónde ciento setenta y cinco coplas que, con finalidad de panegírico global, remató en Ro-ma Diego Guillén de Ávila, «a xxiii de julio» de 1499, aunque no se imprimió hasta diezaños después, con el rotulo de Panegírico a la reina doña Isabel.

Otras producciones prestan atención a la familia regia y a los acontecimientos perso-nales, políticos y bélicos del reinado, como consecuencia de la progresiva atracción quelos sucesos de España despertó no solo en los ambientes hispanos sino entre los eclesiás-ticos, políticos e intelectuales italianos.

Con todo, entre los asuntos de la política de Fernando e Isabel, posiblemente el que des-pertó una fascinación más profunda y continuada en todos los lugares y estamentos de Ita-lia fue la guerra de Granada, en la que se percibía la recuperación del último territorio eu-ropeo en poder de los musulmanes y el espíritu de cruzada que compensaba la tantas ve-ces fracasada alianza contra los turcos. Esa nueva perspectiva sustituía la mantenida por loscronistas toscanos bajomedievales, para los cuales, con excepción de Giovanni Villani, elreino de Granada no se consideró como un enemigo de la fe sino, como ha escrito R. Sán-chez Sesa, «una entidad a tener en cuenta dentro del sistema de equilibrios políticos y, porlo tanto, un cliente más dentro de la red comercial controlada por los mercatores italianos».

Ante la renovada visión, no sorprenden las producciones literarias que las campañas gra-nadinas inspiraron a diversos intelectuales romanos y de otros territorios de la península itáli-ca, calificados por P. Farenga, a mi ver con terminología poco adecuada, de «intellettuali or-ganici agli interessi dei sovrani spagnoli». Así, uno de los episodios que provocó una alegríaincontenida fue la ocupación de Málaga, rematada el 18 de agosto de 1487, tras una resis-tencia cruenta de los musulmanes, por lo que la ciudad no se tomó por capitulación sino poruna rendición, acompañada por el apresamiento de entre 11.000 y 15.000 personas, más lareducción de sus moradores a la esclavitud. La victoria se conoció enseguida en Roma, don-de Inocencio VIII, según A. Rumeu de Armas, «recibió un centenar de esclavos como re-galo, que se apresuró a repartir entre los cardenales y las altas jerarquías eclesiásticas», y origi-nó de inmediato un escrito de celebración. En efecto, Pere Boscà, que se declara auditor delcardenal de San Marco, es decir, Marco Barbo, encareció el triunfo publicando en la ciudad

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eterna, en el mismo 1487, una Oratio dirigida al colegio cardenalicio, en la que, al parecer,emplea por primera vez el concepto de «aurea saecula» para referirse al reinado de los «sere-nissimos» Fernando e Isabel. Tres años después, producida la rendición de Baza, el 4 de di-ciembre de 1489, Bernardino López de Carvajal la festejó con un Sermo in commemoratione vic-toriae Bacensis (1490).

Como parte de ese ambiente enardecido por el devenir de la guerra, deben enmar-carse también los espectáculos, las ceremonias y los textos que, con un afán de exaltaciónpolítica y religiosa, se acumularon en Nápoles, Florencia y otros lugares de Italia desdeque se conoció la noticia de la caída de Granada. La información llegó a Roma el 2 defebrero de 1492 y de inmediato en la ciudad se encendieron grandiosas hogueras comosigno de alegría y se celebraron corridas de toros, justas y juegos de cañas, como recuer-da, en su Panegírico a la reina Isabel, Diego Guillén de Ávila, testigo presencial:

Ya en Roma s’encienden hogueras por esto,ya fingen que toman Granada con sañas,aquí corren toros, allí juegan cañas,ya justan, ya muestran triumphos compuestos

Además, entre las celebraciones públicas, los embajadores y los cardenales españoles,junto a otros adictos a la Monarquía, propiciaron en la Piazza Navona un fastuoso es-pectáculo que buscaba resumir alegóricamente la rendición de la capital nazarí.

Pero los intelectuales españoles asentados en Roma se ocuparon asimismo de otros suce-sos como la guerra de Granada, la expulsión de los judíos, la llegada de Colón a las Indias, elfallido atentado contra el rey en Barcelona y las campañas de Italia, en las cuales prestaron es-pecial atención a la figura del Gran Capitán. Al tiempo, varias de las obras mencionadas y otrasde que me ocupo en la monografía citada en la nota inicial se editaron en las imprentas ro-manas, fundamentalmente las de P. de la Turre, Johamnes Besicken y Eucaharius Silber.

Resumen: Durante los años correspondientes al gobierno de los Reyes Católicos, se constituyó en Roma una numero-sa colonia de hispanos que llegó a convertirse en la más nutrida de la ciudad. Aparte de los laicos, dedicados fundamental-mente al comercio y tareas similares, y de los diplomáticos, representantes de la Monarquía hispana, una buena parte de loseclesiásticos españoles allí asentados alcanzaron las más altas cotas de poder, empezando por Rodrigo de Borja, convertidoen Alejandro VI en 1492. Pero, además, tanto los diplomáticos como muchos eclesiásticos ejercieron una extraordinaria la-bor mecenática con repercusión en el humanismo, la arquitectura y las artes plásticas ciudadanas, mientras que algunos re-alizaron también una labor literaria propia en latín, castellano, catalán e italiano, cuyo examen se aborda en este artículo demanera global con el propósito de resumir el influjo cultural español en Roma durante los decenios estudiados.

Palabras clave: Roma, Humanismo, España en Roma, Mecenazgo, Labor literaria española.

Abstract: During the Age of the Catholic Monarchs, a large group of Spaniards settled in Rome and soon became thebiggest foreign community in the city. Besides the lay men -primarily devoted to commerce and similar tasks- and diplo-mats -who represented the Spanish Monarchy-, many Spanish members of the Church in Rome soon acquired consider-able power. Rodrigo de Borja, who became Pope Alexander VI in 1492, stood out among those. In addition, diplomatsand the clergy acted as devoted patrons, supporting Humanism, Arquitecture and the Fine Arts. Some wrote also literaryworks in Latin, Spanish, Catalan and Italian. This article gives an overview of these works, with the aim of giving a briefaccount of the Spanish cultural influence in Rome during the Age of the Catholic Monarchs.

Keywords: Rome, Humanism, Spanish influence in Rome, Patronage, Spanish Literature.

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