nemirovsky, irene - el malentendido

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    El malentendido

    Irne Nm irovsky

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    Yves dorma como un nio, con toda el alma. Tena un brazo doblado y lacabeza apoyada en el codo, como si instintivamente hubiera reencontrado lapostura e incluso la sonrisa de los nios, inocente y seria, del profundo y confiadosueo de antao. Soaba con una larga playa baada por el sol, con el sol de latarde sobre el mar, con el sol entre los tamariscos.

    No obstante, haca ms de catorce aos que no visitaba Hendaya, y lanoche anterior, al llegar, lo nico que haba visto de ese maravilloso rincn de latierra vasca era un rugiente abismo de sombras el mar, algunas luces entreuna oscuridad ms densa, en la que haba reconocido un bosque de tamariscos, ypor ltimo otro grupo de luces muy cerca de la orillael Casino, donde en otrostiempos se balanceaban las solitarias barcas de los pescadores. Pero el soleadoparaso de su infancia haba permanecido intacto en su recuerdo, y sus sueos lorecreaban como era hasta en sus menores detalles, hasta en el peculiar olor delaire.

    De nio, Yves haba pasado sus vacaciones ms felices en Hendaya. Allhaba vivido das dorados y plenos, madurados cual hermosas frutas por un solque, para sus maravillados ojos, era tan nuevo como en las primeras edades delmundo. Luego, poco a poco, el universo pareca haber perdido sus vivos colores;incluso el viejo astro brillaba menos. Pero, en algunos sueos, el joven Yves, queposea una imaginacin viva y exuberante, consegua captarlos de nuevo en su

    primitivo esplendor. Y las maanas que seguan a esas noches estaban comoencantadas por una tristeza deliciosa.

    Ese da, Yves se despert sobresaltado cuando dieron las ocho, como enPars. Abri los ojos dispuesto a saltar de la cama, pero vio el rayo de sol, finocomo una flecha de oro, que se filtraba hasta su cabecera por el hueco de lascontraventanas, al tiempo que oa el leve sonido de los das estivales en el campo,mezclado con las voces de los jugadores de tenis en los jardines vecinos y elpeculiar y alegre rumor timbres, pasos, voces extranjeras que basta por ssolo para reconocer un hotel, un gran edificio lleno de gente ociosa.

    Yves sonri, volvi a tumbarse y estir los brazos, saboreando esos

    instantes de exquisita pereza como un lujo recuperado. Luego busc el timbre,que colgaba de un cordn entre los barrotes de cobre del cabezal, y lo puls. Alcabo de unos minutos, un camarero entr con la bandeja del desayuno y abri lospostigos. El sol inund la habitacin.

    Hace muy buen da se dijo Yves en voz alta, como cuando era uncolegial y todas sus diversiones y preocupaciones dependan del tiempo.

    Baj de la cama de un salto y, descalzo, corri hasta la ventana. Al principiose llev una decepcin. Haba conocido Hendaya cuando no era ms que un

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    pueblecito de pescadores y contrabandistas, y slo haba dos villas, la de PierreLoti, no muy lejos del hotel, a la izquierda, junto al Bidasoa, y la de sus padres, ala derecha, justo all, donde ahora se alzaban una veintena de aquellas casas defalso estilo vasco. Repar en que frente al mar haban construido un malecnadornado con rboles esmirriados, donde aparcaban los coches. Se dio la vuelta

    irritado. Por qu le haban estropeado aquel bendito rincn del mundo, queadoraba precisamente por su sencillez y su apacible encanto? No obstante, siguijunto a la ventana abierta y, poco a poco como se reconoce una sonrisa, unamirada en un rostro que los aos han cambiado y, vacilando, vuelven aencontrarse con su ayuda las facciones queridas , Yves fue descubriendo denuevo, con dulce y profunda emocin, lneas, detalles, el contorno de lasmontaas, la espejeante, superficie del golfo, la etrea y ondulante cabellera delos tamariscos. Y cuando volvi a percibir en el aire el aroma a canela y azaharque el viento traa de Andaluca, sonri, ya reconciliado con la obra del tiempo,sintiendo que la antigua alegra le hencha el corazn.

    A regaadientes, se apart de la ventana y fue al cuarto de bao. Pintado y

    embaldosado de blanco, resplandeca al sol. Corri los visillos de encaje; alinstante, sus primorosos dibujos se proyectaron sobre el suelo, cubrindolo conuna delicada y cambiante alfombra que ondulaba cuando la brisa marina mova losvisillos. Mientras contemplaba embelesado el juego de luces y sombras, recordque, de nio, aqul era uno de sus pasatiempos favoritos. Y cada vez quedescubra algn vestigio de su infancia en el hombre en que se haba convertido,senta una punzada de la ternura que nos despierta vernos en una vieja fotografa,mezclada con una vaga angustia.

    Yves alz los ojos y se mir en el espejo. Ese da su alma se pareca tantoa la de las radiantes maanas de su niez que su imagen reflejada le caus unasorpresa dolorosa. Rostro de la treintena, cansado, mustio, apagado, con un leverictus de amargura, ojos de un azul que pareca desteido y prpados crdenosque haban perdido las largas y sedosas pestaas. Rostro de hombre joven, s,pero ya transformado, cincelado por la mano del tiempo, que lenta peroinexorablemente haba trazado en la lisa lozana de la piel adolescente una red definas lneas, insidiosos esbozos de futuras arrugas. Se pas la mano por la frente,que empezaba a despoblarse en las sienes; luego, maquinalmente, se palp largorato bajo el pelo, que haba vuelto a brotar ms fuerte en esa zona, la cicatriz de laltima herida, la esquirla de obs que haba estado a punto de matarlo all, enBlgica, junto a aquel siniestro paredn calcinado, entre rboles muertos...

    Pero el camarero entr para recoger la bandeja del desayuno,

    interrumpiendo as sus reflexiones, que haban ido ensombrecindose poco apoco, como le ocurre al cielo algunos das de verano, cuando su intenso azul seoscurece sin que lo advirtamos hasta transformarse en el gris negruzco de latormenta. Yves se puso el traje de bao y unas alpargatas, se ech un albornozpor los hombros y baj a la playa.

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    Se tumb cuan largo era en la arena caliente, que cruja bajo sus pies. Cerrlos ojos, relaj el cuerpo y se qued an ms quieto para, con cada centmetro depiel abrasada por el sol, con todo el rostro ofrecido a la resplandeciente luz delcielo de agosto, plido de calor, disfrutar de una sensacin nica de dichasilenciosa, perfecta, casi animal.

    Alrededor, giles y semidesnudos, deambulaban hombres y mujeres,jvenes y atractivos en su mayora, e increblemente bronceados. Otros, tumbadosal sol en grupo, secaban sus chorreantes cuerpos, como l. Adolescentes de torsodesnudo jugaban a la pelota en la orilla, como sombras chinescas deslizndosepor la arena clara. Cansado tras el largo bao, Yves cerr los ojos. El fulgor delmedioda atravesaba sus prpados y lo suma en unas tinieblas de fuego, en lasque rodaban grandes soles a la vez oscuros y deslumbrantes. Las olas rompancon ruido de potentes alas, colmando el aire con su sonoro batir. Una aguda risainfantil arranc de su letargo a Yves; unos rpidos piececitos pasaron corriendo

    junto a l y, al instante, un puado de arena le salpic el cuerpo. Se incorpor.

    Pero bueno, Francette! exclam una voz de mujer indignada.Quieres portarte bien y venir aqu ahora mismo?

    Ya del todo despierto, Yves se sent con las piernas cruzadas y los ojosbien abiertos. Vio una atractiva silueta femenina enfundada en un baador negro,que tiraba de la mano de una nia de dos o tres aos, regordeta y muy vivaracha,con un casquete de pelo rubio, desteido por el sol hasta volverse pajizo, y uncuerpecito rollizo y tan oscuro como el de un negrito.

    Las observ mientras se dirigan al agua. Con placer inconsciente, causadotanto por la pequea como por la guapa mam, las sigui con la vista largo rato.No haba logrado distinguir el rostro de la adulta, que sin embargo tena una figuratan grcil como una pequea estatua. Sonri al imaginar el cmulo decircunstancias que habran sido necesarias en Pars para disfrutar de aquelespectculo, que tan natural pareca all. Segn la vea en ese momento, con laslneas y las sinuosidades de su cuerpo perfiladas en el fino baador, aquellamujer, morena y rosa, le perteneca un poco tambin a l, un desconocido, puesto

    que se mostraba casi tan desnuda como lo habra estado frente a un amante.Quiz por eso, cuando la joven desapareci entre la multitud de baistas, Yvessinti una pequea, fugitiva angustia, una de esas extraas pesadumbres que sona los grandes disgustos lo que el pinchazo de una aguja a la herida de un cuchillo.

    Se tumb sobre un costado con una leve y repentina sensacin de tedio yempez a jugar distradamente con un puado de dorada arena, que se deslizabaentre sus dedos como las finas, sedosas e irritantes hebras de una cabellera.Luego, volvi a mirar el mar, con la esperanza de ver surgir de las olas a la

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    desconocida. Morenas y sonrosadas figuras femeninas desfilaban ante l, pero,para su impaciencia, no la que haba visto haca un momento. Al final, consiguilocalizarla gracias a la nia, que atrajo su atencin con su llanto y sus pataleos: elmotivo de su sonoro berrinche era el agua salada, que sin duda acababa deprobar. La mam rea sin poder contenerse, la llamaba tontorrona y trataba de

    consolarla. De pronto, se agach, la levant en el aire, se la sent en un hombro yech a correr. Yves apreci con toda claridad el contorno de sus pechos, altos ybien modelados, y de su talle, flexible y robusto, como slo lo tienen las mujeresmuy jvenes del presente, que nunca han usado cors, andan mucho y hanbailado toda la vida. Fuerte y a la vez delicada, evocaba vagamente la idea de unamujer griega que corriera con el cuerpo erguido, sosteniendo un nfora sobre elhombro en posicin vertical. As era como llevaba a su preciosa hijita, y parecamuy sencilla y muy hermosa en aquella hermosa y sencilla naturaleza. Con unaespecie de ansiedad, Yves se apoy en los codos para observarla a placer cuandopasara frente a l: quera verle la cara.

    Y se la vio: casi tan atezada y bronceada como la de su pequea, con la

    barbilla redonda y hendida por un hoyuelo, los labios rojos, hmedos yentreabiertos, que deban de saber a agua y sal, y la expresin entre candorosa yseria de los nios y a veces de las mujeres muy jvenes. Luego, tambin se fij enla corta melena, en los negros mechones que, agitados por la fuerte brisa marinaalrededor de la pequea y despejada frente, recordaban, fuertes y rebeldes, losrizos de mrmol de la estatua de un adolescente griego. Era realmente bella. Peroya haba desaparecido dentro de una tienda. Yves, que no haba tenido tiempo defijarse en el color de sus ojos, se sinti decepcionado.

    Poco despus, cruzaba el jardn del hotel. El aire libre y el sol lo mareabanun poco, le producan un ligero dolor de cabeza, irritante y tenaz. Caminabadespacio y con los ojos entornados, sin conseguir librarse de aquella terrible luz,que pareca haber quedado atrapada entre sus pestaas y le hera la vista,acostumbrada a los tonos ms apagados del cielo parisino. Al entrar en elvestbulo, lo primero que vio fue la nia que le haba arrojado arena, saltando yriendo a carcajadas sobre las rodillas de un hombre vestido de blanco. Yves lomir con atencin y crey reconocerlo. Le pregunt su nombre al botones delascensor.

    Es el seor Jessaint respondi el chico.

    Pero si lo conozco..., se dijo Yves.

    No le caba la menor duda de que era el marido de la preciosa criatura de la

    playa; mas, en lugar de alegrarse de la casualidad, que le permitira conocerla deun modo sencillo, rpido y cmodo, con toda la incongruencia de que es capaz elser humano, refunfu:

    Vaya por Dios! Gente de all... Es que no pueden dejarlo a uno solo ytranquilo quince das?

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    Yves Harteloup haba nacido en 1890, en pleno fin de siglo, bendita pocaen la que en Pars an haba hombres que no hacan nada, en la que se poda serperverso con empeo y vicioso con orgullo, en la que, para la mayora de losmortales, la vida, encauzada y apacible, discurra como un arroyo cuyo cursouniforme y cuya probable duracin resultaban ms o menos previsibles desde lafuente.

    Yves era hijo de un hombre de mundo, como se deca entonces, de unparisino de pies a cabeza que haba llevado la ociosa y ajetreada existencia detodos sus congneres. Haba tenido dos pasiones: las mujeres y los caballos.Unas y otros le haban proporcionado las mismas sensaciones de embriaguez, deapasionado desenfreno, de riesgo. Gracias a los caballos y a las mujeres, aquelhombre que solamente haba salido de Pars para ir a Niza o a Trouville, que en elmundo no conoca ms que los bulevares, los hipdromos y el Bois, que lo nicoque haba mirado eran los ojos de las mujeres, y sus bocas, lo nico que habadeseado, el da de su muerte pudo decirle al cura que le prometa la vida eterna:Para qu? Slo quiero descansar. Lo he visto todo.

    Cuando muri, su hijo tena dieciocho aos. Yves recordaba bien sussuaves manos, su sonrisa tierna y socarrona, el leve e irritante aroma que siempredejaba tras de s, como si los pliegues de su ropa hubieran conservado losperfumes de todas las mujeres a las que haba acariciado... Yves se le pareca:

    tambin tena unas manos bonitas, hechas para la ociosidad y el amor, y unosojos claros y penetrantes. Pero si los del padre eran tan agudos yapasionadamente vivaces, a menudo los del hijo parecan apagados, rebosantesde hasto y desazn, profundos como aguas profundas...

    Asimismo, Yves se acordaba muy bien de su madre, aunque la habaperdido muy pronto. Todas las maanas, la institutriz lo llevaba a la habitacinmaterna cuando estaban peinndola. La seora Harteloup usaba finas batas deencaje llenas de perifollos que, cuando caminaba, sonaban como alas de pjaro.Yves recordaba incluso sus corss de satn negro, que moldeaban su menudo yhermoso cuerpo, su arqueada silueta, a la moda de la poca, su cabello pelirrojo,su piel sonrosada.

    Haba disfrutado de una infancia feliz de nio rico, sano y mimado. Suspadres lo queran, se ocupaban de l y, como crean conocer por adelantado lavida libre, desahogada y ociosa que sin duda lo esperaba, se esforzaron eninculcarle desde un principio el gusto por la belleza y las ideas, que ennoblece lavida, pero tambin por las mil sutiles pequeeces del lujo y la elegancia, que lahermosean y la revisten de una dulzura incomparable. E Yves creca aprendiendoa amar las cosas bellas, a gastar bien el dinero, a vestir bien, a montar a caballo, a

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    dominar la esgrima y tambin, gracias a las discretas lecciones de su padre, aconsiderar a las mujeres como el nico bien de este mundo, y la voluptuosidad, unarte; en suma, a ver la vida como algo bonito, ligero y agradable de lo que unhombre inteligente slo debera obtener placeres.

    A los dieciocho aos, con los estudios terminados, Yves se vio hurfano y

    bastante rico. Forzado por el luto a una soledad relativa, aburrido, empez apreparar vagamente la licenciatura en Letras. Luego pens en viajar, porque eneso era distinto a su padre, como a toda la generacin anterior, y no reduca eluniverso a la avenue de lOpra y al sendero de la Virtud. El extranjero le inspirabauna viva curiosidad, que su padre tildaba de romntica sonriendo con desdn.

    As que Yves pas varios meses en Inglaterra, so con un viaje a Japn, que nolleg a realizar, visit pequeas ciudades fantasma de Alemania, pas jornadastranquilas y mgicas en Siena y toda una primavera en Espaa, cumpliendo undeseo arraigado en los das ms felices de su infancia, que haban transcurrido enHendaya, en la frontera espaola, en una antigua propiedad de sus padres,adonde lo mandaban a pasar el verano con su institutriz. As, en constante

    movimiento, vivi algo ms de dos aos, hasta principios de 1911, cuando regresa Pars para instalarse definitivamente. Se las arregl a fin de hacer el serviciomilitar en Versalles. Pasaron dos, tres aos rpidos y gratos. Ahora se acordabade ellos como de ciertas primaveras cortas y muy soleadas, de breves aventurasamorosas, tan fugaces y vacas pero a la vez tan deliciosas. Y luego, deimproviso, en medio de esa existencia, estall la guerra, como un trueno en uncielo azul.

    1914. La partida, el entusiasmo inicial, el miedo a la muerte. 1915. El fro, elhambre, el barro de las trincheras, la muerte convertida en compaera habitual,que camina a tu lado y duerme en tu refugio. 1916. Ms fro, ms barro, msmuerte. 1917. El cansancio, la resignacin, la muerte... Una larga, largusimapesadilla... Entre quienes sobrevivieron, unos, los burgueses, los tranquilos,haban vuelto iguales y retomado las antiguas costumbres, el antiguo carcter,como si fueran viejas pantuflas. Otros, los apasionados, haban retornado llevandoconsigo su rebelda, sus ansias, sus atormentados deseos. Y algunos, como Yves,haban regresado simplemente cansados. Al principio creyeron que se les pasara,que el recuerdo de aquellas horas negras se borrara a medida que la vida volvieraa ser tranquila, normal, clemente, que un buen da se levantaran y de nuevoseran fuertes, alegres y jvenes, como antao. Sin embargo, transcurra el tiempoy aquello segua all, como un veneno lento. Aquello era la extraa miradaperdida que ha visto todos los horrores humanos, todas las miserias, todos losmiedos, el desprecio por la vida y el violento deseo de sus placeres ms groseros,ms carnales, la indolencia, porque el nico trabajo que haban tenido en tantosaos haba sido esperar la muerte de brazos cruzados, una especie de amargahostilidad hacia los dems, hacia todos los dems, porque no haban sufrido nivisto... Muchos haban vuelto con pensamientos parecidos o idnticos; otrosmuchos haban seguido viviendo como Lzaro resucitado, avanzando entre losvivos con los brazos extendidos, el paso entorpecido por el sudario y las pupilasdilatadas por un terror imborrable.

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    Hasta 1919, Yves, herido tres veces y condecorado con la Cruz de Guerra,no volvi definitivamente a Pars y empez a poner en orden sus asuntos ycalcular el montante de su fortuna, que su notario se haba encargado de dividir endos partes a su mayora de edad. Lo heredado de su madre se haba invertido enla fbrica del hermano de esta ltima, un prspero industrial. Esa parte se haba

    volatilizado: su to haba muerto arruinado en 1915. Quedaba la herencia paterna,convertida antes de la guerra en acciones extranjeras, alemanas y rusas en sumayora. Hecho el balance, Yves se encontr en posesin de unas rentas que ledaban para cigarrillos y taxis. Tendra que trabajar para vivir. Con el tiempo,siempre que recordaba las horas sombras que vinieron despus, un escalofro lerecorra la espalda. Aquel chico, que durante cuatro aos se haba comportadocomo una especie de hroe, se revelaba un cobarde ante el esfuerzo cotidiano, eltrabajo forzoso, la mezquina tirana de la vida. Desde luego, podra haber llevadoal altar a la hija de unos nuevos ricos o a una norteamericana con dlares, comotantos haban hecho, pero en su educacin le haban inculcado unos escrpulos yunas delicadezas que constituyen un lujo como cualquier otro, pero ms molesto,

    e incluso principios que son para la conciencia algo as como sillas gticas deasiento duro y respaldo alto, muy bonitas pero muy incmodas. Al final, Yvesencontr trabajo en las oficinas administrativas de una gran agencia internacionalde noticias: dos mil quinientos francos al mes, una suerte inesperada.

    Desde 1920 era agosto de 1924 , Yves llevaba esa vida de empleado,que odiaba como algunos nios muy sensibles y perezosos odian el internado.Haba conservado su antigua casa, llena de recuerdos, flores y objetos hermososordenados con primor. Todas las maanas a las ocho, cuando tena quelevantarse, vestirse a toda prisa y cambiar aquella tibia penumbra por el fro brutalde la calle, por el hostil y desnudo despacho donde se pasara el da enterorecibiendo y dando rdenes, escribiendo y hablando, Yves experimentaba la

    misma desesperacin, el mismo ataque de rencorosa e intil rebelda, el mismohorrible, negro y aplastante hasto. No era ni ambicioso ni activo; cumpla con susobligaciones escrupulosamente, casi como si hiciera los deberes del colegio.

    Ni siquiera se le ocurra que poda dedicarse a los negocios, luchar, intentarenriquecerse. Hijo y nieto de ricos, de ociosos, padeca la falta de holgura, dedesahogo, como se padecen el hambre o el fro. Poco a poco, se habaacostumbrado a aquella vida, porque, mejor o peor, a todo se habita uno, pero suresignacin era penosa y sombra. Los das se arrastraban de forma idntica hastala noche, que traa consigo una sensacin de cansancio extremo, jaquecas y unamargo y enfermizo deseo de soledad. Cenaba a toda prisa en el restaurante, obien junto a la chimenea, con su perro Pierrot, un lul blanco de pelaje rizado quepareca una oveja de porcelana, tumbado a sus pies, y se acostaba pronto, porquelos cafs y las salas de fiesta eran caros y porque al da siguiente haba quemadrugar. Tena amantes, relaciones de dos, a lo sumo tres meses, queacababan con la misma celeridad con que empezaban. Cambiaba de mujer amenudo, porque, en su opinin, el nico placer que mereca la pena era el de laprimera vez; dominaba como nadie ese arte esencialmente moderno de quitarsede encima a las mujeres: saba deshacerse de ellas con dulzura. A veces,cuando acababa de dejar a una, con la sensacin de alivio que procura haber

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    cumplido con una pesada obligacin, se acordaba de su padre, que haba credoencontrar el sentido de la vida en aquellos ojos, en aquellos pechos, en aquellosbreves espasmos. La mujer... Para Yves, la mujer no era ms que un objeto bonitoy cmodo. En primer lugar, despus de la guerra haba tantas y eran tan fciles...Y en segundo... No, decididamente no: por ms que se asomaba a aquellas

    miradas acariciantes y mentirosas, no hallaba ese ntimo estremecimiento delalma, ese brillo inefable que su padre haba credo vislumbrar y que quiz tambinl buscara de manera inconsciente. Y pensaba que, para quien se ha abismado enel fondo de los ojos de los moribundos, para quien ha cado herido, para quien haabierto con desesperacin los prpados intentando atisbar el cielo antes de morir,para se la mujer no tiene secretos ni misterios, ni ms atractivo que el de ser

    joven, bonita y complaciente. Y en cuanto al amor... deba de ser una sensacinde paz, de calma, de infinita serenidad... El amor deba de ser el descanso, si esque eso exista.

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    Todos los veranos, Yves tena unas semanas de vacaciones y, como eninvierno viva con gran austeridad, poda permitirse pasarlas donde y como leapeteciera. Ese ao haba regresado a Hendaya llevado por el deseo de volver aver la maravillosa playa de su infancia, y tambin porque pensaba que el lugarofreca menos tentaciones que otros sitios y, al mismo tiempo, estaba cerca deBiarritz y San Sebastin, es decir, de dos de los principales polos de atraccin dela sociedad cosmopolita. Adems, le encantaba el oleaje libre y bravo y laradiante luminosidad de la tierra vasca. Y por ltimo, la vida ociosa ydespreocupada de los grandes hoteles le causaba la misma agradable sensacinde comodidad recuperada que produce sumergirse en una baera llena de agua

    caliente despus de un largo viaje en tren.El da siguiente a su llegada, Yves, que tras un minucioso aseo haba

    bajado de su habitacin hacia las dos, estaba acabando de almorzar casi solo enel enorme comedor del hotel. A pesar de las cortinas de tono tostado queprotegan las grandes puertas vidrieras, el sol inundaba la sala, rutilando comouna fantstica cabellera dorada. Yves se esforzaba por vencer el deseo pueril deacariciar los rayos de oro que danzaban sobre el mantel y el servicio de mesa,arrancando destellos de sangre y rub al fondo de su copa de aejo borgoa.

    Alrededor, varias familias espaolas terminaban de comer, parloteandoanimadamente. Las mujeres estaban gordas y estropeadas; los jvenes eran muyguapos. Pero casi todos tenan unos ojos maravillosos, ojos aterciopelados yfogosos, e Yves, al contemplarlos, fantaseaba con la cercana Espaa y laposibilidad de visitarla en octubre y ver de nuevo aquellas casas rosadas yaquellos patios donde murmuraban las fuentes. Pero al momento, cortndole degolpe las alas a su impreciso sueo, surgi en su memoria el inoportuno recuerdode la fecha en que acababan sus vacaciones, as como el de la cotizacin quehaba alcanzado la peseta ese mes de agosto del ao de gracia de 1924, y ambosfactores obligaron a su mirada, que vagabundeaba en torno a los Pirineos, aposarse de nuevo, muy sensata y tristemente, en la jugosa pera que habaempezado a pelar. Se la comi y sali a la terraza.

    Algunos grupos sentados en torno a los veladores de mimbre tomaban caf

    y hojeaban peridicos de Pars y Madrid. En un pequeo estrado, unos msicosafinaban sus instrumentos con parsimonia. En el jardn, los infatigablesadolescentes ya estaban jugando al tenis. El viento marino hinchaba los grandestoldos de dril, que restallaban como velas. Yves se acerc a la balaustrada paracontemplar el mar, que nunca lo cansaba.

    De pronto, oy que lo llamaban por su apellido.

    Qu tal, Harteloup? Hace mucho que ha llegado?

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    Yves se volvi y vio a Jessaint. A su lado, la joven en la que se haba fijadoesa maana se balanceaba en una mecedora. Vestida totalmente de blanco, lacabeza descubierta, las piernas desnudas y los finos pies calzados con sandaliasde tiras. Su hijita brincaba junto a ella sobre las tibias baldosas de la terraza.

    Conoce a mi mujer? le pregunt Jessaint . Denise, te presento al

    seor Harteloup.Yves hizo una inclinacin de cabeza.

    Llegu ayer por la tarde dijo en respuesta a la primera pregunta .Supongo que se nota aadi sonriendo y mostrndoles sus blancas manos deparisino.

    S que se nota! exclam la joven, riendo. Aqu estamos todos tannegros como africanos. Creo que no me equivoco... aadi, mirndolo con msatencin. No es a usted a quien mi hija ha arrojado arena hace un rato, en laplaya? Debera haberme disculpado, pero he preferido fingir que lo creadormido... Me daba vergenza tener una hija tan mal educada explic,atrayendo hacia s a la pequea, que alzaba hacia ellos su redonda y risuea cara.

    Conque sta es la seorita que se dedica a atormentar a pobres chicosque no le han hecho nada? dijo Yves con voz grave. La nia ri y escondi lacara entre las rodillas de su madre . Parece alegre coment.

    Pues es insoportable respondi Denise con ojos brillantes de orgullo, yalz con un dedo la barbillita hundida en su falda: En fin, hay que perdonarme,aunque sea muy traviesa y muy mala, porque an soy muy pequea, verdad,seorita Francette? Todava no tengo dos aos y medio.

    Ni hablar! No pienso perdonarla!exclam Yves.

    Entonces cogi en brazos a la graciosa chiquilla y empez a hacerla saltaren el aire. La pequea agitaba las piernas desnudas riendo a carcajadas. Cadavez que Yves haca amago de dejarla en el suelo, ella suplicaba: Ms, seor,ms! Y l, encantado de jugar con aquel cuerpecito moreno y sonrosado,empezaba de nuevo. Los dos sintieron tener que despedirse cuando la niera fuea buscar a la seorita Francette para llevarla a la playa.

    Le gustan los nios? pregunt Jessaint mientras la nia se alejaba aregaadientes.

    Me encantan, sobre todo cuando son guapos, sanos y ren siempre,como su hija.

    Siempre no puntualiz Denise, sonriendo. Y menos aqu... A estania, el mar la enloquece. Pasa de la risa al llanto con una facilidad y una rapidezque me desesperan.

    Cmo se llama?

    Francette, de France, porque naci el aniversario del armisticio.

    Es curioso que le gusten los nios... coment Jessaint . Yo adoro ami hija, por supuesto, pero en cambio no soporto a los de los dems... Son

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    ruidosos, agotadores...

    Bueno, y cmo es la tuya? replic Denise. Da ms guerra que todauna escuela junta!

    En primer lugar, exageras... Y en segundo lugar, t lo has dicho, es lama. Y sobre todo la tuya aadi, rozando con los labios la mano de su mujer.

    Yves, que lo observaba, advirti que su rostro se enterneca cuando sediriga a ella. Jessaint sorprendi su inquisitiva mirada y pens que consideraba demal gusto sus efusiones.

    Debo de parecerle un bobo... se excus un poco incmodo. Supongoque mi inminente partida me vuelve especialmente afectuoso...

    Ah, se marcha?

    S, a Londres... Unas semanas... Me voy esta noche. Y, temiendo estarhablando demasiado de s mismo y los suyos, pregunt : Pero y usted, miquerido Harteloup? Qu ha sido de su vida desde entonces?

    Yves hizo un gesto vago.

    Harteloup y yo fuimos vecinos de cama en el hospital de Saint-Anges, enaquel horrible y oscuro villorrio belga, cuyo nombre he olvidado...le aclarJessaint a su mujer.

    Wassin? Lieuwassin?

    Eso es, Lieuwassin! Lo dejaron hecho una piltrafa, al pobre muchacho...

    Perforacin del pulmn izquierdoexplic Yves. Pero ya estoy curado.

    Me alegro, me alegro! Yo an me resiento de la pierna. No puedo montar

    a caballo...Pero no se haban visto desde entonces? pregunt Denise.

    S, en casa de los Haguet un par de veces, y en la ru Bassano... Encasa de Louis de Brmont, verdad? Pero no saba que estuviera casado,Jessaint...

    Y no lo estaba... Slo prometido... Desde que nos casamos, apenassalimos. Yo viajo bastante por negocios.

    Lo s. O hablar de su invento seal Yves.

    El joven ingeniero Jessaint haba descubierto el modo de recoger y

    reutilizar el humo de las chimeneas de las fbricas, lo que durante la guerra lehaba valido la fama y una gran fortuna.

    Jessaint se sonroj ligeramente. Tena un rostro agradable, aunque algotosco, como tallado a rudos golpes, pero iluminado por unos ojos azules muydulces y penetrantes.

    Como el camarero acababa de traer el caf, Denise lo sirvi. Tena unasonrisa seria de estatuilla; el vello de su brazo desnudo brillaba al sol. Luego,

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    cruz las manos detrs de la nuca, cerr los ojos y empez a balancearsesuavemente en la mecedora, muy modosa y callada, mientras los hombresseguan hablando a media voz de la guerra, de quienes se haban quedado all yde quienes haban vuelto.

    Perdonen que los interrumpa... terci al cabo de un rato. Podran

    decirme la hora?Son casi las cuatro, seora Jessaint.

    Oh, entonces tengo que subir a vestirme! Porque an vamos a ir aBiarritz a comprarte la maleta, verdad, Jacques?

    Verdad.

    Yo voy a darme el segundo chapuzn dijo Yves levantndose a su vez.

    No teme cansarse? le pregunt Denise.

    Eso nunca! Me pasara la vida en el agua!

    Yves acompa a la seora Jessaint, que dej a su marido terminndose elcaf en la terraza. Observ a la joven mientras caminaba delante de l, con suvestido blanco; en la deslumbrante luz de la tarde, su cabello negro pareca tanetreo y azulado como los anillos de humo de los cigarrillos orientales. Al pie de laescalinata, se volvi hacia l sonriendo.

    Adis, seor Harteloup... Hasta pronto, seguramente...

    La joven le estrech la mano con aquella hermosa mirada franca, directa,en la que Yves ya haba reparado, complacido. A continuacin, dio media vuelta yentr en la puerta giratoria del hotel, mientras l se diriga lentamente a la playa.

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    Al da siguiente, volvi a verla a la hora de la siesta en la arena caliente de laplaya. Jessaint se haba marchado a Londres, como haba anunciado. Yves seacerc, acarici la rubia y hmeda cabecita de la pequea France y habl con lamam de sta de su marido y de esos amigos comunes que suelen surgirfcilmente en la conversacin cuando ambas partes se toman la molestia debuscarlos.

    En el restaurante, donde volvi a coincidir con ella, comprob que tenanmesas contiguas. La vio de nuevo en el vestbulo, hojeando los peridicos. Y assucesivamente... A partir de entonces, se la encontr a diario y a todas horas. Noera nada extraordinario: Hendaya es un pueblo muy pequeo y ninguno de los dossala de l. A Denise no le gustaba dejar sola a su hija; tena el corazn ansioso yla imaginacin inquieta de las verdaderas madres. En cuanto a Yves, disfrutaba laplacidez de aquella montona y deliciosa vida, que transcurra con la peculiarceleridad de algunos sueos felices... Maanas radiantes, largos das deindolencia y sol, breves crepsculos y aquellas noches espaolas, que llevaban almar todos los aromas de Andaluca... Para Yves, la presencia de Denise era tannatural y al mismo tiempo tan extraordinaria como la del ocano. La siluetafemenina se deslizaba por el cambiante decorado de los tamariscos como unhermoso reflejo nacido del sol y la sombra. Ya no lo sorprenda: del mismo modo,el brillo y el fragor de las olas llenaban su vigilia y su sueo de violentos colores,de una msica salvaje que, de tan habituales, ya no perciba. Ante la belleza deDenise, permaneca fro y tranquilo. Todas las maanas la vea corretear por laplaya en traje de bao, gil y semidesnuda, con el inocente impudor de los seresmuy jvenes y muy hermosos; sin embargo, no lo turbaba el deseo, noexperimentaba esa irritacin, esa quemazn de curiosidad que hace sufrir a loshombres al comienzo del amor. Era hermosa y, sobre todo, sencilla y natural, yesa sencillez, esa naturalidad, lo cautivaban de un modo casi inconsciente. No sepreguntaba si era honesta, si tendra uno o varios amantes. No la desnudaba conlos ojos. Para qu? Denise careca de secretos y, por tanto, de misterio. Siestaba a su lado, no pensaba en ella. Pero no lo estaba siempre? Por la maana,cuando la vea, se senta feliz: no era para l como el smbolo, la encamacinmisma de aquellas maravillosas vacaciones? En Hendaya, cuando an iba alcolegio, todas las tardes vea pasar por el espign a dos mujeres con mantillanegra, dos espaolas. Hablaban aquella lengua ruda y spera que an noentenda. En la penumbra del atardecer no les vea las caras, pero cuando elpincel luminoso del faro las tocaba, surgan sbitamente, envueltas en aquelresplandor tan intenso como el de las candilejas. Luego se alejaban con unbalanceo de faldas.

    Yves nunca habl con ellas. Ms tarde, supuso que eran doncellas del

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    hotel. Ni siquiera le parecan guapas, y si de ellas estaba vagamente enamorado,como suele ocurrir a los quince aos, desde luego lo estaba mucho ms de la hijadel guarda, su primera amante, y de la chica norteamericana a la que besaba en laboca detrs de las cabinas. Sin embargo, a stas las haba olvidado, mientras quesi pensaba en esa poca de su adolescencia, aquellas dos extranjeras

    reaparecan al instante en su memoria hablando entre s en aquel idiomadesconocido, con la mantilla negra en la cabeza y haciendo oscilar la falda... Deforma similar, se deca que, si tiempo despus volva a ver a Denise por la calle,en Pars, recordara con absoluta precisin la dorada y clida playa en forma dearco a orillas del Bidasoa, en el deslumbrante esplendor de un da estival. Lamsica tiene el poder de resucitar los das del pasado, en especial la msicasencilla. Algunos rostros de mujer, pensaba Yves, tambin.

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    Un da, Denise no apareci en la playa. Yves no lo advirti enseguida. Se dioel bao de costumbre, nad un buen rato, deslumbrado por las relucienteslentejuelas que bailaban en los senos de las olas, y se tumb en la arena en elsitio de siempre, muy cerca de la tienda de los Jessaint. Denise no estaba en ella.La pequea Francette, en baador, haca montoncitos de arena, que destrozaba alinstante a golpes de pala, con salvaje y destructiva energa. La niera lea.

    Tumbado sobre el costado izquierdo, Yves se volvi del derecho con unprofundo e inquieto suspiro, un suspiro de perro que suea. Estaba nervioso sinsaber por qu, respiraba con dificultad y el corazn le lata con sorda precipitacin.He estado demasiado rato en el agua, se dijo. Se apoy en el codo y llam porseas a Francette, que ri al reconocerlo, se levant y avanz dos pasos. Luegodio media vuelta y ech a correr en sentido contrario, con la inexplicable einstintiva malicia de los nios. Contrariado, Yves volvi a tumbarse, mordindoseel labio. No obstante, segua empeado en encontrar causas fsicas, naturales, asu malestar: haca calor, notaba el sol en los hombros como una pesada chapa deplomo, y un vientecillo abrasador levantaba de vez en cuando arena que le rozabalas piernas y le haca molestas cosquillas. No se preguntaba directamente dndeestaba la seora Jessaint, pero daba a esa cuestin no formulada vagasrespuestas hipcritas: Vendr... Se ha retrasado... Quiz est indispuesta... Nose baar, pero bajar para que se bae la nia... An no es tarde... Y se daba lavuelta en la arena caliente como un enfermo en la cama, sin hallar reposo, sinsentirse realmente triste, sino ms bien lo que los ingleses llaman uncomfortable ,aunque no acababa de entender por qu. Entretanto, el sol ascenda y la playa ibavacindose; ya apenas quedaban unos adolescentes semidesnudos que jugabanal baln en la orilla. Pero tambin ellos acabaron yndose. El socorrista y susayudantes pasaron arrastrando la barca de salvamento, que guardaban a la horade la comida, con los musculosos brazos atezados y hmedos, tensos comocables. Se alejaron lentamente. La llana e inmensa playa se extenda, desierta yresplandeciente al sol de medioda. Yves segua all, inmvil; tena un nudo en lagarganta y le pesaba la cabeza. De pronto, dio un respingo y se dijo que era idiota.Denise no haba bajado a la playa en toda la maana porque estaba indispuesta,pero ira a comer. No se encontrara tan mal como para guardar cama un da tanesplndido, decidi. Pero deba de ser muy tarde; por poco que tardara en vestirsey afeitarse, ya no la vera. Se ech el albornoz sobre los hombros y corri hacia elhotel.

    Veinte minutos despus estaba en el vestbulo. Sin embargo, no encontr aDenise en el comedor; vio su mesa vaca y el servicio intacto. A Yves, las chuletasde cordero le parecieron quemadas, mal cocidos los guisantes, imbebible el caf eincompetentes los camareros. Se quej al matre con aspereza e hizo llamar al

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    sumiller para decirle que, en cualquier tasca de Pars, el vino de la casa era mejorque su Corton 1898, comentario que hiri al pobre hombre casi hasta las lgrimas.

    Sin tocar el melocotn que ya se haba colocado en el plato, arroj laservilleta sobre la mesa y sali a la terraza. La pequea Francette, con un vestidocorto de algodn tan azul como el cielo, se balanceaba muy seria en la mecedora

    de Denise. Al ver acercarse a Yves, salt al suelo y se le colg del brazo.Hazme ladies go to market! Anda, seor Lul!

    Como no consegua pronunciar Harteloup como su madre, habacambiado a su conveniencia el nombre de su amigo. Yves la hizo saltar sobre surodilla canturreando el estribillo de la cancin inglesa.

    Oye, Fanchon... le dijo despus con una voz opaca que a l mismo losorprendi. Est enferma tu mam?

    No contest Francette moviendo la cabeza de derecha a izquierda y deizquierda a derecha, como un mueco chino. No.

    Dnde est?Se ha ido.

    Para muchos das?

    Eso no lo s!

    S, s que lo sabes. Anda, intenta recordar! insisti Yves condelicadeza. Seguro que lo ha dicho delante de ti... Esta maana, al darte unbeso antes de irse, no te ha dicho tu mam: Adis, cario, prtate bien, volverdentro de un da? O de dos? No lo ha dicho?

    No respondi Francette. No me ha dicho nada. Y tras pensarlo unmomento aadi: Es que cuando me ha besado antes de irse, yo an estabadormidita. Me lo ha contado la seorita, sabes?

    Yves tuvo la tentacin de preguntarle a la niera, pero no se atrevi: temadespertar sospechas. Totalmente infundadas, por el amor de Dios! Volvi a dejara la nia en el suelo y se march.

    Denise se haba ido, pero adonde? Y por cunto tiempo? Y eso era loms absurdo: se daba cuenta de que la ausencia no poda ser larga, puesto queFrancette se haba quedado en Hendaya. Habra ido de compras a Biarritz? Peroentonces, con quin habra comido? Con unos amigos? Y cules? Por primeravez, su mente empez a vagar, exasperada, por la zona de incertidumbre querodeaba a Denise, como a todos los seres humanos, pero cuyo misterio no lohaba hecho sufrir hasta entonces. Se habra tratado de un almuerzo ntimo? Seimagin sucesivamente todos los restaurantes de Biarritz que conoca, desde losms lujosos hasta los hostales de los alrededores, perdidos en el campo, mientrasuna rabia ciega iba apoderndose de l. Tuvo que hacer acopio de fuerza devoluntad para calmarse y acab avergonzado, aturdido y temblando como unahoja. Se fue a la playa y empez a caminar sin rumbo. Se la habran llevado deexcursin unos amigos? Oh, amigos de toda confianza, parientes quiz... El da

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    anterior, ella no le haba dicho nada; pero hablaban tan poco, por lo general... S,eso sera... Una excursin... A veces eran muy largas: de dos, tres das... Y sihaba ido a Espaa, o a Lourdes, estara una semana lejos de Hendaya... lejos del. Ocho das, ocho maanas, ocho largas tardes... Pareca poca cosa, pero erahorrible. Tal vez su marido le hubiera pedido que se reuniera con l en Londres

    inesperadamente. Un accidente, una enfermedad, cmo saberlo. No volvera. Laniera se llevara a Francette a Inglaterra... Yves estaba tan consternado como sile hubieran comunicado la muerte de Denise. Se dej caer al suelo. El sol brillabacon fuerza. Hundi las manos en la arena buscando la humedad del mar. Susbita frescura le provoc un escalofro. Se levant.

    De pronto, se dej llevar, se enfureci, se dijo que era un imbcil: Se haido... Y qu? No la quiero, no? No la quiero... Entonces, qu ms me da? Soyidiota, completamente idiota... pensaba con vehemencia, pero sus temblorososlabios repetan maquinalmente la primera frase: Se ha ido... Ya est... Se haido...

    Volvi al hotel y se tumb en la cama. Permaneci inmvil largo rato, con lacara hacia la pared, como cuando era pequeo y se disgustaba.

    A las cinco baj, recorri la terraza arriba y abajo, y varias veces el jardn.Harto de dar vueltas, se dirigi al Casino, aunque Denise apenas iba all. Chicos ychicas bailaban con la cabeza descubierta en un estrado alzado sobre pilotes en elagua. El eterno movimiento del mar alrededor de los pilares y los restallidos deltoldo, agitado por al viento, evocaban tenazmente la idea de un barco amarradoen un puerto, lleno de sonoros crujidos y aromas salinos. Creyendo que as sedistraera, Yves pidi un cctel, pero bebi apenas unos sorbos y se march.

    El mar palideca al sol de las siete. En el cielo, nubecillas rosadas searracimaban delicadamente. Yves escuch el mar. Siempre lo haba consolado.Esa tarde volvera a confiarle su pobre y cansado cuerpo.

    Se cambi y, lentamente, se dirigi hacia el Bidasoa. El espign, mantenidoen buen estado en su primer tramo, estaba cubierto por una fina capa de arenaunos metros ms adelante. No haba pretil; en los intersticios de las rocas crecanextraos arbustos erizados de espinas. Ms all, la escollera se interrumpaabruptamente. Yves baj resbalando por la duna. La playa era un estrecho arcolamido por las olas; a la izquierda, la baha, a la derecha, el mar, y unindolos elBidasoa, plido como el reflejo apenas vivo del desvado cielo y tan tranquilo queni siquiera espejeaba. Enfrente, Espaa.

    Se sent con las piernas cruzadas y apoy la barbilla en un puo. Reinaba

    la calma. Qu extrao... El estruendo de las olas no interrumpa el maravillososilencio del anochecer. Una barca se desliz silenciosamente de una orilla del roa la otra, de Francia a Espaa. Una luz de un dorado ms fino, ms puro que el demedioda, baaba las cimas de las montaas, pero los valles empezaban allenarse de sombras. La clera de Yves desapareci de golpe, dando paso a unatristeza inexplicable.

    La noche caa rpidamente. En la penumbra y la soledad, el mar se volvalejano, de una salvaje majestad. Yves se senta muy pequeo, perdido en la

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    inmensidad de la vieja tierra. Pens en s mismo y en su vida fracasada. Erapobre, desgraciado, estaba solo. En adelante, para l los das careceran dealegra. Nadie lo necesitaba. La vida le pesaba, le pesaba tanto... Tena ganas dellorar; retena las lgrimas con un ltimo y desesperado esfuerzo de pudormasculino, pero le opriman el corazn, le suban a la garganta, lo ahogaban.

    Un crepsculo esplndido, teido de azul plido y tonos rosados, envolvael campo, lo ensombreca. Las campanas sonaban. Enfrente, Fuenterraba seiluminaba; se vean las ventanas de las casas, las luces de los tranvas, el trazadode las calles... Slo la gran torre cuadrada de la vieja iglesia conservaba su severaoscuridad. Las campanas repicaban lentamente, como cansadas,descorazonadas, tristes. Y en las montaas las granjas iban iluminndose una trasotra, como estrellas. Haba llegado la noche.

    En torno a Yves se despertaba una vida misteriosa, un rumor, unaagitacin, un bullicio de seres animados, de insectos que viven en la arena y slose oyen al anochecer. El escuchaba temblando, con un miedo inexplicable. Derepente, su intenso dolor estall en llanto. Con la cabeza entre las manos, llor porprimera vez en mucho tiempo, llor como un nio, llor por l.

    Es usted? pregunt de pronto una voz conocida, un poco vacilante.Va a enfriarse. Es muy tarde... Yves alz los ojos muy abiertos. Era ella. Suvestido flotaba en la oscuridad como una mancha blanca . No me queda msremedio que reirle... dijo Denise en tono ligero. Tiene menos sentido comnque mi hija... Qu horas son stas de baarse?

    Tan tarde es? balbuce Yves, que se haba levantado como porreflejo.

    Ms de las nueve.

    Vaya! De veras? No... no lo saba... Es que he perdido la nocin deltiempo...

    Dios mo! exclam Denise con viveza. Qu le ocurre, queridoamigo?

    Trataba de verle la cara, pero estaba demasiado oscuro. Sin embargo,aquella voz empaada de llanto, entrecortada por sollozos reprimidos... Demanera instintiva, sus suaves manos de madre, que tan bien saban consolar,calmar, se tendieron hacia l. Yves, inmvil frente a ella con la cabeza gacha,temblaba. Lloraba en silencio, sin vergenza, con la sensacin de que suslgrimas se llevaban consigo la hiel y la sangre de una herida muy antigua. Con

    extraa voluptuosidad, sus labios saboreaban su olvidado sabor a agua y sal.Qu le ocurre? volvi a murmurar ella con un nudo en la garganta.

    Pero qu pasa?

    Nada, nada.

    De pronto, temiendo haber turbado el pudor de una pena solitaria, Denisehizo ademn de marcharse, pero Yves la detuvo de inmediato. Ella sinti su clidamano en el brazo desnudo.

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    No se vaya, no se vaya farfull l, sin saber muy bien lo que deca.Por favor... Y de pronto, con una especie de clera, exclam: Pero dndeha estado todo el santo da?!

    En Biarritzrespondi ella dcilmente, mirndolo azorada. E intuyendocon extraa perspicacia lo que l haba podido sufrir, murmur: Mi madre vive

    all...Se hizo un breve silencio. Bajo las estrellas, Denise pudo ver el

    atormentado rostro de Yves, su boca cruel y tierna, sus ojos suplicantes. Y lerode el cuello con los brazos. No se besaron. Se quedaron pegados el uno alotro, sobrecogidos, con el corazn palpitante, que rebosaba una tristeza deliciosa.

    Con un gesto maquinal, eterno, Yves apoy la cabeza en el hombro que leofreca Denise, y ella le acarici la frente en silencio, con unas repentinas ganasde llorar.

    Alrededor de ellos, el mar lanzaba sus libres y salvajes olas. El viento traade Espaa una dbil msica. La vieja tierra se estremeca, animada con la confusay misteriosa vida nocturna.

    Poco a poco, sin ganas, se soltaron. Yves estaba ante ella medio desnudo.Los ojos de Denise, habituados a la dbil claridad del cielo, distinguan vagamentesu fornido cuerpo masculino, apenas cubierto por el baador. Lo haba visto asmuchas veces, pero, como Eva, hasta esa noche no se haba dado cuenta de queestaba desnudo. De pronto sinti vergenza y miedo, igual que una adolescente.Lo rechaz con suavidad, trep por la duna y desapareci en la oscuridad.

    Yves no se atreva a volver al hotel en baador. Recordando que de niohaba pasado muchas noches en la playa, se acurruc junto a un montculo dearena y, tapado con el albornoz, cay en un sueo ligero e inquieto, lleno deimgenes y arrullado por el sonido y el olor del mar.

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    Esa noche, como todas, Denise fue a sentarse junto a la camita deFrancette, que viajaba por el pas de los sueos con un dedo metido en la boca.En la suave penumbra, el pliegue de carne rosa que le surcaba el cuello parecauna pequea sotabarba. Dorma como un frgil pajarillo acurrucado al calor de susplumas.

    Denise se inclin para observarla de cerca. Y, como siempre, volvi a versea s misma con extraordinaria claridad en la poca en que dorma en una camamuy parecida a aqulla. Pero en esa ocasin pens por primera vez con asombroen el largo camino recorrido, que tan breve le haba parecido debido a sumonotona, a su fcil mansedumbre. Sin embargo, para ella ya haba comenzadoel verano de la vida... Pos la cabeza, aureolada de cortos bucles, en laalmohada, entre el revuelto cabello de Francette, cerr los ojos y empez arecordar... La niez, llena de das luminosos, de vacaciones felices; las pequeaspenas infantiles, cuyo recuerdo, Dios sabe cmo, acaba siendo con los aos msdichoso que el de las alegras; la adolescencia, enturbiada, ennoblecida tambin,por la sombra de la Gran Guerra; el noviazgo; la boda, una verdadera bodafrancesa que aunaba el afecto y lo razonable; la maternidad; una buena vida,agradable y, desde luego, ordenada... Y sin embargo, esa noche se sentadecepcionada, insatisfecha, con un pobre corazn intranquilo.

    Se levant, abri el estrecho balcn de madera adornado con macetas y

    sali. Qu bien olan las flores; su fragancia era fresca y amarga. Las estrellasiluminaban suavemente la noche estival. A lo lejos se vea la pequea playa rodapor las olas donde Yves la haba esperado, a la que Yves la haba llamado...

    Aquella hora deliciosa y fugaz haba sido tan parecida a un sueo que Denise sepreguntaba si la haba vivido de verdad: le haba dejado una extraa sensacin deirrealidad. Pero luego eso cambi... Poco a poco, mientras estaba all, en mediode la oscuridad y los aromas nocturnos, el presente fue difuminndose,volvindose tan impreciso como un sueo, mientras que el recuerdo seconcretaba, se adensaba, creca en su corazn y su cuerpo con la fuerza de unaola. Sin que se diera cuenta, sus manos se extendieron en el aire, como tratandode modelar el contorno del cuerpo abrazado, del rostro acariciado; parecan

    esculpir en el vaco, a tientas pero tan seguras como las manos de un artistaciego. Y de pronto se estremeci: en las yemas de los dedos crey notar el relievede los finos y suaves labios. Apret los dientes: lo que senta, casi con miedo, eraalgo tan doloroso y al tiempo tan dulce que murmur en voz alta, como si llamarapor su nombre a alguien que pasara bajo el balcn:

    Amor?

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    ***

    Ms tarde, ya acostada en la habitacin contigua a la de Francette, en lacama donde haba dormido su marido, mientras buscaba con gesto mecnico bajolas sbanas la forma familiar de su gran cuerpo tendido, se acord al fin de l, delafectuoso y confiado compaero, con tanta pena que se le humedecieron los ojos.Le tena mucho cario. En su compaa se aburra y a menudo pensaba en otrascosas, pero procuraba hacerle la vida agradable, corresponder a su amor con todosu afecto, con su delicada comprensin. Sin embargo, lo haba engaado. Nobusc excusas. Saba perfectamente que lo haba traicionado. Amor... Ms bienuna aventura fugaz, en la que ella pondra el corazn y l slo su vanidad, o sudeseo. No le interesaba el fcil romanticismo de un amor de verano. Saba muybien que, como todos los hombres, Yves la cortejara un da entero y luego, por lanoche, llamara a su puerta; as sera durante tres semanas, poco ms o menos, ydespus se separaran como dos extraos. Denise no quera eso. Se imagin losojos de Yves al da siguiente, la mirada insistente que tan bien conoca, porque lahaba distinguido ms de una vez en los hombres que la haban encontradoatractiva. Hasta entonces, slo le haba dado risa, pero ahora... Denise se ech allorar con el corazn rebosante de ternura y pena, una pena inmensa e indefinidapor s misma, por su marido, solo en el extranjero y tal vez enfermo, pero sobretodo por Yves, por el posible sufrimiento de su amor frustrado.

    Se prometi que al da siguiente, cuando volviera a verlo, se mostrara fra ydistante. Pero l se pas la maana jugando en la arena con Francette. Cuando lehablaba, Yves apenas alzaba los ojos; pareca an ms incmodo que ella. Eso ladesarm. Por la tarde, cuando la invit a dar un paseo antes de cenar, acept,aunque con el corazn palpitante y decidida a rechazar las palabras de amor que

    sin duda le dirigira. Sin embargo, Yves no dijo nada. El sol se ocultaba en el marentre nubes deshilachadas del color de la tormenta. Haba marea alta; las olas seprecipitaban, grises y blancas, contra la escollera y las gaviotas volaban en crculoen el cielo, chillando tristemente. Yves le habl de cosas sin importancia, como alprincipio. Estaban sentados en el pretil. La noche avanzaba con rapidez.Empezaron a caer gruesas gotas de lluvia. Yves la tom del brazo para ayudarla acorrer hacia el hotel. A ella le pareci notar que temblaba ligeramente, pero que secalmaba instantes despus. Ahora llova con furia torrencial. Se haba levantadoun viento desapacible que agitaba los tamariscos y tronchaba las flores. Yves leech su chaqueta por los hombros. Corran como locos bajo el aguacero. Denisesenta la presin de sus dedos, sujetndola con fuerza por la cintura. Pero Yves

    callaba obstinadamente, apretaba los dientes y no la miraba a ella, que, ahurtadillas, posaba en l sus sumisos y temerosos ojos.

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    Los das iban pasando y l no le deca nada, no intentaba besarla, ni siquierase permita retener sus suaves y temblorosas manos entre las suyas ms tiempodel necesario. Yves era demasiado feliz; con una especie de terror supersticioso,tema las palabras como a un maleficio. Saboreaba aquel instante de su vidacomo un manjar, un hermoso e inesperado regalo que el destino le haca: el ocio,el descanso, el mar y aquella encantadora mujer. Por el momento, le bastaba consu mera presencia. En lugar de pesarle, su larga castidad se le antojaba tanvaliosa como una infancia recuperada; el deseo que senta por ella le causaba unode esos deliciosos sufrimientos que nos esforzamos en prolongar, como cuandoen pleno verano tenemos sed pero nos divierte mantener largo rato junto a los

    labios un vaso de agua helada perlado de fras gotitas y no beber. Yves habavivido y amado lo suficiente como para valorar con acierto sus sentimientos; loscultivaba egosta, celosamente, como flores raras. Era extrao, pero tena unaconfianza absoluta en Denise... Las miradas de otros hombres por la maana, enla playa, o de noche, cuando ella apareca en el vestbulo del hotel con un vestidoescotado y un collar de diamantes, no le producan la menor inquietud: estabaseguro de Denise; intua que la haba conquistado, sometido, tranquilizado con sufingida indiferencia, que cuanto callaba la ataba a l con mayor fuerza que los msapasionados juramentos de amor. Yves esperaba, pero no por mero clculo, sinopor una especie de pereza innata en l y que, en esa ocasin, le resultaba ms tilque cualquier acto o palabra.

    Pero el verano tocaba a su fin. El tiempo haba empeorado. Una tras otra secerraban las villas. Por la maana, la playa desierta se extenda bajo un cieloblanco velado por sbitos aguaceros. Las excursiones sustituyeron a las largassiestas sobre la arena caliente. Denise recorri con Yves la campia vasca, lospequeos y tortuosos senderos de las laderas pirenaicas, los bosques, que elotoo empezaba a dorar, los pueblos tranquilos donde la noche cae antes debidoa las altas montaas, que los cubren de sombras en cuanto el sol desciende. Unda, feliz como un nio, Yves cogi moras para Francette en un bosquecillo aorillas del Nivelle, mientras Denise se mojaba las manos y los brazos en lacorriente. En todo momento experimentaban la maravillosa sensacin de haberrejuvenecido, de haber recuperado una especie de inocencia olvidada.

    A finales de septiembre an hubo unas jornadas buenas. Yves propuso quefueran a la procesin de Fuenterraba, una antigua ceremonia que atraa tanto afranceses como a espaoles. Se disparaban caones y fusiles, haba polvo,bullicio, msica; grupos de chiquillos con las boinas ladeadas cortaban lasestrechas callejas cantando y gritando a voz en cuello, agarrados de la cintura. Detodas partes llegaban jinetes cuyos caballos relinchaban, asustados por el voceroy el olor a plvora. Berlinas tiradas por mulas y adornadas con borlas y

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    campanillas traqueteaban sobre el adoquinado, y hasta los ocupantes seencabritaban al cruzarse con los enormes automviles. Todo Biarritz, todo SanSebastin y toda la provincia espaola, de Irn a Pamplona, estaban all. Chavalescon la cara sucia se peleaban insultndose en una incomprensible jerga mezcla devasco y castellano. Hermosas muchachas se paseaban con el pelo suelto y una

    paoleta bordada sobre los hombros; las procedentes de los pueblos del interiorlucan un moo alto con una flor sujeta en la peineta. Algunas ancianas seguanllevando mantilla negra. Y todos rean, gritaban, cantaban, se peleaban, seempujaban alrededor de la fuente y los puestos callejeros, donde las vendedorasservan limonada y jarabes, ofrecan naranjas y mantecados, carracas, globos yabanicos. La marea humana abarrotaba la estrecha calle. Denise se divertamirando los escaparates de las tiendas, con su despliegue de rosarios, crucifijos ymedallas benditas. Los aleros de las casas antiguas casi se tocaban sobre lacalzada. Los balcones estaban decorados con chales, colchas bordadas, mantelesde encaje. En la vieja iglesia, negra y dorada, las campanas redoblaron confuerza. Yves se sent con Denise en la terraza de un pequeo caf y la invit a

    chocolate con canela y jerez. El chocolate, demasiado espeso y dulce, no le gust,pero se bebi dos o tres copitas del delicioso jerez. Tena las mejillas sonrosadasy los ojos brillantes. Cuando se quit el sombrero, el sol atraves su cabello, quepareca tan vaporoso y azulado como anillos de humo. Se acodaron en labarandilla para ver pasar la procesin. Era interminable, con banderas, viejoscaones herrumbrosos y hombres borrachos que se agarraban a sus fusiles conmanos temblorosas. Luego aparecieron los sacerdotes con sus casullas bordadas,tras la gran imagen de la Virgen, rodeada de cirios encendidos. La multitud searrodillaba a su paso y, en el repentino silencio, con el enloquecido taido de lascampanas, parecan temblar hasta los viejos y renegridos muros.

    Al final, todo el mundo se dirigi a la iglesia y la plaza fue vacindose.

    Instantes despus, en la terraza slo quedaron Yves y Denise y unos campesinosespaoles que beban en un rincn. El sol se pona y, en el crepsculo rosceo,las montaas parecan acercarse, proyectando su fresca y misteriosa sombra.Denise, un poco achispada, guardaba silencio y mantena los ojos obstinadamentefijos en el diamante que brillaba en uno de sus dedos. El viento del anochecerrevolva sus rizos.

    Mi marido llegar uno de estos das dijo de repente, pero al puntoenrojeci, avergonzada y arrepentida de su mentira.

    Yves no se dio cuenta.

    Pronto? pregunt ansioso.

    Denise eludi la respuesta con un gesto vago y, de improviso, con sbitaemocin, repar en que los labios de Yves temblaban un poco.

    Viene a buscarla? murmur l. Y aadi como para s: Se acabaronlas vacaciones... Lo haba olvidado... Dentro de dos das ser primero deoctubre... Dentro de dos das estar en Pars.

    Dentro de dos das! exclam Denise, creyendo que se le paraba elcorazn.

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    Pero en su fuero interno se reproch su inconsciencia. Acaso no habamirado el calendario en todo el mes? Acaso no haba visto acercarse el otoo?

    Adems, qu poda importarle que aquel extrao, aquel desconocido, semarchara?

    Denise... dijo Yves con suavidad.

    Sofocada, ella no se atrevi a responder. l le haba cogido la mano quetena apoyada en la mesa y haba posado en ella la frente, que le arda.

    Denise... repiti. No quiero perderla dijo con voz entrecortada.Ya no puedo vivir sin usted.

    Al instante, olvidando que deba rechazarlo, defenderse, hacerse desear,mientras gruesas e involuntarias lgrimas resbalaban por sus mejillas, respondi:

    Yo tampoco. Tampoco puedo vivir sin usted.

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    Lo esper esa misma noche. No haba encendido la luz. Sentada en la cama,tena las manos juntas entre las rodillas apretadas. Yves le haba rogado quecenara con l en Fuenterraba o los alrededores, en alguna de las pequeasventas de paredes encaladas que se extendan por las laderas de las montaas,que por la noche adquieren un aspecto amenazador de cueva de bandidos, peroen las que suelen tener un vino espaol excelente, uva y habitaciones limpias yfrescas, con camas protegidas por mosquiteros de muselina y suelos de maderaque conservan el calor del da, por los que da gusto andar descalzo. Denise sehaba negado por su hija y, al instante, Yves haba aceptado acompaarla devuelta a Hendaya, sin un gesto de mal humor.

    Oh, el regreso en barca por el Bidasoa, que el crepsculo cubra dedestellos rosceos...! El viejo y atezado marinero, con su arete de oro en la orejaizquierda, finga dormir sobre los remos y la brisa ola y saba a sal. Al llegar aHendaya, la noche ya estaba all y las estrellas titilaban en el cielo; pero ellos,arrimados el uno al otro con los labios juntos y los ojos cerrados, mientras la barcase deslizaba suave y silenciosamente por el agua negra, no la haban visto venir.

    Denise apoy la cabeza en sus temblorosas manos.

    Mam llam una vocecita en la habitacin de al lado.

    A regaadientes, se levant y acudi junto a su hija, que, muy despierta,

    extendi los brazos hacia ella con ojos brillantes.Me has trado algo de ese sitio, mamata?

    Fuera a un baile o a una excursin, Denise siempre volva con algo para suhija.

    Claro que s respondi con naturalidad, tras un instante de apuro. Tehe trado el olor de la fiesta. Crea que lo haba perdido por el camino, pero no,sigue aqu. Lo hueles?

    Muy seria, inclin la mejilla hacia Francette, que, convencida por laexpresin relajada de su madre, aspir con todas sus fuerzas.

    Huele muy bien asegur. Mamata, cuando sea mayor tambinpodr ir a fiestas?

    Claro que s, tesoro mo.

    Y ser mayor pronto?

    Muy pronto, si te portas bien.

    Enternecida, Denise pos los labios en la confiada manita que le aferraba

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    un dedo. Para su alivio, no se senta ni tan incmoda ni tan culpable como temaante la inocente criatura, que volvi a dormirse sin rechistar. S, Francette seramayor muy pronto. Y tambin su hija esperara a su dueo y seor en laoscuridad nocturna.

    Puede que Denise se hubiera sentido ms confusa y avergonzada ante un

    hijo varn. Pero frente a aquella futura mujercita, cuyos labios iban a estarperfumados y llenos de besos, frente a aquel cuerpecito preparado para el amor,Denise no poda calibrar del todo la gravedad de su falta. Bes a Francette, leremeti las sbanas, le subi la colcha hasta la barbilla y sali, cerrando la puertacon suavidad.

    De nuevo en su habitacin, se sent en la cama deshecha y se qued all,con la cabeza gacha y los brazos cados, sumisa, esperando or los imperiosospasos del hombre.

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    Denise dorma, con el brazo doblado y la cabeza apoyada en l. Yves sehaba marchado al amanecer con la sensacin de haberse acostadoprcticamente con una muchacha, tan insegura y torpe se haba mostrado Denise,con su deliciosa manera de superar el pudor entregndose casi como una virgen.El se haba dado cuenta de que, pese al matrimonio y la maternidad, an no erarealmente mujer.

    Ms tarde, mientras Denise se arreglaba con toda tranquilidad, deslizaronun telegrama por debajo de la puerta. Lo cogi, lo abri y ley:

    Llego Hendaya 3 octubre. Salud bien. BesosJACQUES

    Denise agach la cabeza con un poco una pizca de remordimiento.Luego, casi enseguida, empez a pensar, a ajustar las fechas... Yves se quedarados das ms. Ella convencera a su marido para que volvieran a Pars deinmediato; al fin y al cabo, ya haca fresco y Francette estaba cada vez msnerviosa tras aquella larga estancia a orillas del mar. Llegaran a casa el 4, comomucho el 5. Su vida cambiara totalmente. Qu alegra! Se acabaran los dasinterminables entre visitas y pruebas en las modistas, las largas horas sin nadaque hacer y aquella sensacin de vaco y aburrimiento que envenenaba suexistencia de mujer feliz. Tendran que buscar un sitio discreto; saba que Yvesposea un piso de soltero, pero sera tan bonito disponer de un par de habitacionescoquetas, que ella llenara de flores y que decoraran entre los dos... Y los largospaseos por Pars! Era evidente que a Yves las viejas casas, las viejas calles, legustaban tanto como a ella. Se imagin deambulando en su compaa por losmuelles del Sena en la penumbra y la soledad del atardecer, cuando los faroles delas gabarras se encienden a lo largo del ro... Emocionada, pensaba en lospequeos cafs de la orilla que le haban llamado la atencin al volver en cochede una visita en la Rive Gauche. All nadie los descubrira. Compraran castaasen los puestos callejeros. En las tiendas de antigedades encontraran pequeosrecuerdos absurdos, caros y encantadores, y libros a ambos les gustaban lasantiguas encuadernaciones y las pginas amarillentas y comidas por la polillapara su casa. Otras veces, Yves la llevara al campo, a los plateados bosquesde Fontainebleau, y cuando llegara la primavera, se las arreglara para ir a comercon l a las afueras, bajo un cenador, a la orilla de un estanque donde croaran lasranas. No se le pas por la cabeza que su idilio pudiera acabar antes de lasiguiente primavera: era de esas mujeres que no entienden el amor si no eseterno. Se haba entregado de una vez y por entero y, con la ingenua e ilimitada

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    confianza de la nia que an era, esperaba a cambio la total entrega del otro. Hizoun rebujo con el telegrama de su marido, lo arroj distradamente sobre la mesa yacab de vestirse. La embargaba una dulce y profunda emocin, la absolutacerteza de haber hecho algo que la una a Yves para siempre, algo similar, endefinitiva, al ferviente sacrificio de una esposa.

    El da pas con extraa rapidez. Haca viento, llova, pero de pronto el cielose aclaraba y el mar resplandeca como una inmensa lmina de plata. Sinimportarles el barro de los caminos, Yves y Denise recorrieron la zona por ltimavez. Los rboles, zarandeados por la tormenta, perdan las hojas. En esa regin,donde el tiempo vara sin cesar con inaudita rapidez, una noche de lluvia hababastado para que el radiante paisaje de la vspera se hubiera convertido en undesolado cuadro otoal. Pasaban tiros de bueyes. Grandes aves llegadas del marse perseguan tierra adentro con un siseo de alas casi a ras de suelo. Yves yDenise bajaron hasta el viejo puerto; los escalones de piedra roscea, lamidos porel mar ao tras ao, eran tan lisos y suaves como mrmol. Las antiguas murallas,las barcas, la casita de Pierre Loti, con su frondoso jardn y sus descoloridos

    postigos verdes, proyectaban en el agua sus mviles reflejos. Yves llevaba aDenise de la cintura. Su rostro, habitualmente cansado y un poco triste, parecarejuvenecido por una expresin de apasionada ternura.

    se fue el momento que eligi Denise para pedirle que se quedara dos dasms en Hendaya, con ella. Estaba tan convencida de que accedera que su vozson despreocupada. Para su sorpresa, Yves, repentinamente serio, la mirperplejo.

    Pero Denise, pasado maana es primero de octubre. Mis vacacionesacaban el uno. Pasado maana tengo que estar en Pars.

    Te esperan?

    Me espera el trabajo, por desgracia...

    Bah! Qu son dos das ms o menos?

    Motivo suficiente para perder el trabajole explic Yves con dulzura.

    Desconcertada, se call. Nunca se le haba ocurrido preguntarle a qu sededicaba. Su marido le haba contado que Yves era rico, y Denise crea que tenanegocios, como Jacques y la mayora de los hombres de su mundo, negociossobre los que las mujeres como ella nada saban, salvo que se traducen en cifras,a menudo en millones. Nia mimada, hija nica de acaudalados industriales y

    joven esposa de un hombre que ganaba mucho dinero, inevitablemente viva

    ajena a ciertos aspectos de la vida material. Comprendi que Yves era poco msque un empleado y, como asociaba los trabajos de oficinista con la idea dedependencia, se qued sorprendida y apenada. As que era pobre. Pero entonces,qu haca en Hendaya, donde deba de gastar al menos cien francos diarios? Noacababa de entenderlo. Cierto es que aquella forma de vivir, renunciando a lonecesario por lo superfluo, habra asombrado a cualquiera. Pero ante el rostrosbitamente duro de su amante, comprendi que era mejor no insistir. Estabansentados en la escalinata del puerto. Se limit a posar la mano en el cabello de

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    Yves y atraer hacia s con suavidad su rebelde cabeza, que acab apoyndosedcilmente en su regazo. Luego, la rode con las manos.

    Yves... murmur Denise al cabo de unos instantes. Puedes irtecuando te parezca. Todava tenemos toda una jornada para pasarla juntos, amormo...

    No tan larga, Denise. Me marcho maana a las siete.

    Pero bueno! Te has vuelto loco? exclam ella, riendo. Qunecesidad tienes de madrugar tanto cuando hay un tren estupendo a las siete dela tarde que te dejar en Pars pasado maana, a tiempo para llegar a la oficina?

    Ese slo lleva literas, y yo viajo en segunda... He vivido a lo grandedurante las vacaciones; ahora debo ahorrar. Y con una especie de orgullosatorpeza, aadi: No tengo la culpa de ser un nuevo pobre, Denise... No me lotengas en cuenta.

    Oh, Yves! protest ella. Desde que s que no eres feliz, creo que

    an te quiero ms... admiti tmidamente.Soy muy feliz, Denise repuso l, sonriendo. Pero no me arrebates

    nunca la felicidad, amor mo, porque si me dejaras, creo que ya no podra vivirsolo como antes. Soy muy feliz repiti, con aquella sonrisa suya tan dulce, quetransfiguraba sus duras facciones, y pos los labios en la pequea mano quesostena entre las suyas . Cundo llegars t?

    El cinco o el seis...

    Tan tarde?

    Es que volvemos en coche le explic, y de pronto sinti una especie devergenza por su lujo, por su riqueza, por el elegante Hispano que la devolvera aPars, mientras que l regresaba en un traqueteante vagn de segunda.

    Es un viaje bonito... se limit a comentar Yves. En otros tiempos, lohaca a menudo... Pero las carreteras son malas, sobre todo hasta Burdeos.Tened cuidado y no corris demasiado... Estar muerto de preocupacin.

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    En Pars, los rboles perdan las hojas secas, que se pudran en el pegajosobarro de las aceras. Reinaban un ruido y una agitacin extraordinarios: un otooms, el Saln del Automvil haba congregado a la mitad del pas en la capital.

    Todos los aos, como la autntica parisina que era, con profunda, dulce yabsurda emocin, Denise se reencontraba con la tenue bruma, el olor a gasolina yelectricidad, el vaporoso y distinguido cielo gris sobre los altos edificios, laanimacin de las calles y, al anochecer, la riada de luces que inunda los CamposElseos en direccin a lEtoile. Por lo general, sala a dar un largo paseo apenasllegaba, despus de un bao y tras haber dado instrucciones a los criados. Volvacon la cara sonrosada por el aire fresco y cargada de flores, crisantemos y daliasde vivos colores, que olan a tierra y setas. Luego arreglaba la casa, llenaba losfloreros y toqueteaba y mova los adornos, los cuadros y cojines hasta devolver suantiguo calor y acostumbrado encanto a su hogar, que, tras tres meses deausencia, pareca desangelado y fro.

    Para Denise, ese ao el regreso haba sido agridulce, con una brizna depesar. Al divisar Neuilly, casi haba gritado de jbilo, y cuando el Arco de Triunfohaba aparecido en el horizonte, las lgrimas haban acudido a sus ojos. Pero alllegar apenas le ech un vistazo a la casa. Se ba, se puso una bata, rechaz laropa de calle que le trajo la doncella, se sent en el saloncito y, con los ojosclavados en el reloj de pared, esper a que se marchara Jacques, que no tard en

    hacerlo. Acto seguido, pidi el telfono, cerr la puerta cuidadosamente y, contono un poco tembloroso, pidi el nmero del despacho de Yves.

    S? contest una voz cansada.

    Hola, Yves. Soy yo, Denise...

    Un breve silencio; luego, la misma voz, apenas cambiada:

    Usted? Mi estimada amiga... Ha tenido un buen viaje?

    Denise comprendi que estaba acompaado y se apresur a decir unasfrases banales.

    Te ver hoy, verdad? le pregunt al fin, ansiosa.

    Por supuesto, ser un placer... Estoy libre a partir de las seis y media.

    Antes es imposible?

    Totalmente.

    Denise saba que l no poda hablar de otro modo: no estaba solo; oa elmurmullo lejano de una conversacin. Sin embargo, su frialdad la apenaba, ledola.

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    Entonces, a las seis y media acept. Quieres que nos encontremoscerca de tu oficina?

    S. En la place de lOpra le susurr Yves. Hay un bar pequeo ytranquilo al que apenas va nadie. Tienen un oporto excelente. Est delante de mioficina. Nos vemos all?

    S.

    Entonces, de acuerdo. Hasta luego.

    Denise oy el breve tono que sealaba el final de la conversacin y colg elauricular despacio, de repente con el corazn oprimido y sintiendo unainexplicable mezcla de decepcin e inquietud. La amaba? Su esperanza era tangrande que quiso tomarla por certeza. Adems, ella lo amaba tanto, Dios mo!

    Eran las cuatro. Empez a vestirse lenta y parsimoniosamente, con unesmero nuevo y esa peculiar manera de escrutarse la cara y el cuerpo en elespejo una y otra vez que bastaba por s sola para delatar a una enamorada. Aun

    as, estuvo lista con bastante antelacin. Cogi un libro, lo hoje distrada, volvi adejarlo. Luego se alis los rizos rebeldes por ensima vez, cambi de sombrero.Por fin, a las seis en punto sali.

    Debido al trfico, lleg al lugar de la cita pasadas las seis y media. PeroYves no estaba. Se sent a una mesita medio oculta en un rincn. Era un baringls minsculo e irreprochablemente limpio, de apariencia respetable y seria.Estaba casi vaco; una sola pareja se miraba a los ojos fumando en silencio enuna mesa cercana.

    Denise pidi un oporto y aguard. Se senta incmoda, nerviosa. Cuando elcamarero le llev unas revistas, enrojeci visiblemente; el hombre la haba

    observado con discrecin y una expresin irnica y enternecida, como si pensara:Una ms.

    Al fin apareci Yves. Ella crey que el corazn se le saldra del pecho.

    Qu tal ests, amor mo? le pregunt con voz queda.

    Denise se limit a decir Yves. Pero le bes la mano con fervor. Parecamuy emocionado. Por fin has vuelto.

    Ests contento? inquiri ella, sonriendo. Parecas tan fro hace unrato, por telfono...

    Cmo? exclam l, sorprendido. Pero no has notado que no

    estaba solo?S, pero...

    Yves se sent y empez a preguntarle por el viaje y su salud, con ojosrelucientes de ternura y felicidad. Pero Denise lo miraba a hurtadillas con tristeza:pareca cansado, avejentado; tena ojeras y una sonrisa amarga. Le faltaba algoindefinible, esa frescura, esa elegancia que pierden los hombres cuando nopueden cuidar de su persona en todo momento. Ella recordaba su atildadoaspecto de joven anglosajn en Hendaya, cuando bajaba a cenar recin baado,

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    afeitado y ataviado con esmoquin.

    Quieres venir a mi casa? le pregunt l de pronto.

    Me gustara mucho, pero he de estar de vuelta a las siete... Mi maridosuele llegar a esa hora.

    Ah! Vaya...murmur Yves, contrariado.Tu oficina siempre cierra tan tarde?

    El hizo un gesto de cansancio.

    Bah, ya me las arreglar! Aunque no ser fcil...Y con alegra un tantoforzada, aadi: Maana precisamente tengo libre, Denise. Es sbado, semanainglesa... Vendrs, verdad, cario?

    Oh! Cmo puedes dudarlo? Claro que s...

    El reloj de pared marcaba las siete menos cinco. Yves llam un taxi. Dentrodel vehculo, la atrajo hacia s y la abraz con ansia.

    Mi adorado cuerpecillo...

    Denise, plida, cerr los ojos y se dej llevar. Yves le cubra de besosfuriosos la mejilla, el cuello, la delicada piel de las muecas... De pronto, orden altaxista que parara frente a una floristera y se ape, mientras ella aguardaba en elcoche. Volvi con una sola flor, una orqudea envuelta en papel de seda, como sifuera una joya: una costosa maravilla de ptalos irregulares, con un clizaterciopelado de un rojo encendido.

    Oh, qu bonita!exclam Denise, extasiada.

    De verdad te gusta? Me encantan estas flores, aunque prefiero las

    rosas. Pero no les quedaban. As que he elegido sta. Hay mujeres que parecenflores, verdad? coment Yves sonriendo. Al menos, eso dicen ellas. A ti note hace falta, afortunadamente. Eres tan fresca y sencilla... Pareces una rosa,Denise, creme, una de esas maravillosas rosas que crecen en los jardines deInglaterra, con los delicados ptalos color carne y el corazn ms oscuro. Y su olortambin se parece al tuyo, amor mo, de verdad.

    Ella haba apoyado la cabeza en su pecho y lo escuchaba arrobada, con losojos cerrados, embelesada por sus palabras como una nia a la que le cuentan uncuento de hadas. Yves se call y empez a mecerla en sus brazos con suavidad.

    Te amo murmur Denise con el corazn ofrecido, abierto.

    Su instinto de mujer la hizo esperar el eterno Te amo, como un ecoadivinado ms que odo. Pero Yves no dijo nada. Se limit a abrazarla un pocoms fuerte.

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    A Denise le daba un poco de reparo ir a casa de Yves: tema que viviera enun apartamento cualquiera, donde se sentira incmoda. Pero se llev unaagradable sorpresa al entrar en la vivienda que l haba conseguido conservardesde 1912. Se adivinaba que cada objeto haba sido elegido con amor, con suscmodos muebles, comprados en Inglaterra antes de la guerra, y su granchimenea, en la que arda un buen fuego. En el dormitorio haba colocado unapequea mesa, con un precioso cuenco de cristal de Bohemia lleno de fruta y vinoen una vieja licorera de plata. Iluminaban la estancia dos lmparas con tulipasrosa montadas sobre sendos candelabros antiguos de plata sobredoradaminuciosamente trabajados.

    Yves pareca en su ambiente entre aquellos objetos elegantes y caros.Denise se maravillaba de los bruscos cambios de su rostro. Un da pareca viejo,mustio, casi feo, y al siguiente, joven y guapo.

    Le present a Pierrot, un lul blanco con el cuello adornado de cintas rosa,que pareca un corderillo lleno de rizos. Luego le ense sus bibelots preferidos,una coleccin de frasquitos de perfume, y se empe en que aceptara uno: era dela poca de Isabel de Inglaterra y llevaba las armas de la soberana grabadas enplata ennegrecida en el cristal azul oscuro, que reluca como una piedra preciosa.

    Acptalo, por favor le suplic al verla dudar. Si supieras cuntodisfruto haciendo regalos... Puedo permitrmelo muy pocas veces. Te lo ruego...

    A continuacin, le mostr los retratos de sus progenitores. Le habl de supadre y le cont algunos de sus amoros, entre otros, el que haba mantenido conuna artista rusa por la que haba abandonado a su mujer y su hijo. Durante unao, haba vivido con ella cerca de Niza, en la villa Sniegurotska, donde, como larusa era muy rubia y le encantaba el blanco, todas las habitaciones estabanpintadas de ese color y adornadas con mrmol, alabastro y cristal, y en el jardnslo haba flores blancas, nardos, camelias y nveas rosas, adems de pavosreales del mismo tono y unos cisnes maravillosos que se deslizaban por los tresestanques. La rusa haba muerto all. Despus, Harteloup haba vuelto con sumujer.

    Mi madre lo perdon, como tantas otras veces explic. Siempre loperdonaba: sus traiciones parecan obras de arte... No podas tenrselas encuenta. Adems, era irresistible. Tena el atractivo de las personas demasiadoamadas. Es verdad que, cuando se enamoraba, se entregaba por completo y cadavez para toda la vida. Nosotros ya no sabemos amar as...

    Estaba sentado ante la chimenea, a los pies de Denise, con la espaldaapoyada en sus piernas y los ojos fijos en el fuego.

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    Por qu? pregunt ella.

    Por qu? Yves esboz un gesto vago . No lo s... Para empezar,hoy la vida es muy dura. Las fuerzas que antes se derrochaban en la pasin y elamor, ahora hay que reservarlas para resolver mil problemas cotidianosembrutecedores, insoportables... Para amar como ellos, se requiere tiempo libre,

    dinero... Qu suerte tenan. Su vida era tranquila, segura, holgada y alegre.Necesitaban emociones; nosotros, en cambio, slo necesitamos descanso. Y, enel fondo, puede que el amor requiera palacios de mrmol, pavos reales blancos ycisnes ms de lo que se cree.

    Denise se inclin y pos las manos en sus hombros.

    Me amas, Yves? le pregunt.

    Pero su voz no pareca la de una enamorada que murmura me amas?casi como una afirmacin, ntimamente segura de la respuesta; por el contrario,estaba teida de ansiedad y sufrimiento. Aun as, confiaba. Yves no respondienseguida.

    De qu sirven las palabras, Denise? Las palabras no significan nada dijo al fin.

    De todas formas, dmelo, por favor. Quiero saberlo.

    l suspir.

    Lo que me pregunto, precisamente, es si puedo amar, amar como megustara murmur. Sin embargo, Denise, siento que eres muy, muy importantepara m. Mi deseo por ti est lleno de ternura.

    Pero el amor es eso... balbuci ella con un nudo en la garganta ymirndolo con ojos suplicantes.

    Si consideras que eso es amor, entonces te amo, Denise se limit adecir l.

    Por primera vez, ella sinti que entre ambos se eriga una especie debarrera, como una frontera mal definida pero infranqueable. Sin embargo, no dijonada; prefiri pasarlo por alto, cerrar los ojos, no ver, no estar segura, para noperderlo, sobre todo no perderlo. Y, disimuladamente, mientras l la besaba, seenjug las dos lgrimas que haban rebosado de su corazn, demasiado oprimido.

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    Ese domingo, la seora Franchevielle, madre de Denise, y Jean-PaulFranchevielle, su primo, un guapo muchacho de veintitrs aos de miradaimpertinente y una mueca sarcstica en los finos labios, coman en casa de losJessaint. Era un hermoso da de diciembre, glido pero muy luminoso. El solinundaba el comedor con una claridad tenuemente rosada y haca bailar en lasparedes los destellos de la cristalera. De pronto, la cara de Denise apareci aplena luz, plida, tensa, con esas insidiosas sombras que a veces asoman en losrostros jvenes, oscureciendo los prpados y remarcando las comisuras de loslabios en el lugar de las futuras arrugas, como una discreta advertencia.

    Ests enferma, Denise? le pregunt su madre.

    A sus cuarenta y nueve aos, la seora Franchevielle an era una mujeratractiva que no tema aparecer al lado de su hija en traje de noche, con losbrazos desnudos bajo la cruda luz de las araas. Ese da, hbilmente maquillada,con sus perfectos y blancos dientes, la espesa y lustrosa cabellera, aquel aspectosaludable y su buen humor, pareca ms joven que Denise, incluso con aquel solimplacable. Su hija la quera mucho y le estaba agradecida por haber sido unamadre atenta, inteligente y buena, que disimulaba su profunda ternura con unaactitud un tanto distante y burlona. Haba sido poco efusiva, poco cariosa; peroen el fondo de su memoria, Denise tena presentes las nueve noches deescarlatina, durante las cuales, en todo momento, entre el delirio y la fiebre, haba

    visto los ojos de su madre pendientes de ella, fijos en los suyos con la tenazvoluntad de salvarla, con una tozudez que, en efecto, la haba arrancado de lamuerte. Hermosa como era y viuda desde muy joven, la seora Francheviellehaba tenido, y sin duda segua teniendo, aventuras discretas y de buen gusto,sobre las que Denise no quera saber nada concreto, pero que adivinabavagamente y que, en lugar de disminuir el respeto que senta por su madre, casi loaumentaban, pues la convertan en el smbolo de la mujer por excelencia, que losabe y lo ve todo, y por tanto es ms comprensiva. La perspicacia de la seoraFranchevielle era proverbial; su hija nunca haba conseguido ocultarle nada. Eseda, azorada ante su pregunta, una vez ms se limit a enrojecer.

    No irs a hacerme abuela por segunda vez? exclam la seoraFranchevielle fingindose escandalizada.

    No, mam, tranquilzate replic Denise con una sonrisa tan triste que lamujer cambi de tema con habilidad.

    A la hora del caf, los comensales abandonaron el comedor y se instalaronen el saloncito biblioteca contiguo, decorado con hermosos grabados, flores ylibros antiguos. Jean-Paul se levant para ayudar a su prima.

    As me gusta, que hagas de seorita de la casa le dijo Denise con

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    aquel pequeo rictus en los labios que quera pasar por sonrisa.

    Ahora ya estoy seguro le susurr Jean-Paul, maniobrando entre lastazas con habilidad.

    De qu?

    De que tienes un amante, primita. Ese pobre Jacques es... Jean-Paulhizo el gesto del cornudo hacia la espalda de Jessaint y Denise palideci .Bueno, bueno, no te asustes. Pero tienes una cara, Denise... La cosa nofunciona, o es que el amor te agota?

    Calla, por favor, calla!le pidi ella.

    Haba tanto desaliento en sus ojos que Jean-Paul la mir con una expresinde sincera y afectuosa simpata.

    Pobrecita ma... Ests pasndolo mal... Ah, si de todas formas ibas aponerle los cuernos a ese pobre infeliz, por qu no me hiciste caso, aqu mismo,hace un ao?

    Denise no pudo evitar sonrer al recordar la escena en que Jean-Paul, consu labia de colegial, se le haba declarado mitad apasionado, mitad guasn,persiguindola de mesa en mesa y de rincn en rincn con tal entusiasmo que suacoso se haba convertido en una especie de juego del escondite, como los de suinfancia comn.

    Mi pobre Jaja... dijo Denise, como cuando eran pequeos . Hacertecaso, dices? Fuiste tan brusco y torpe como un gallito.

    Eso lo dices porque no te jur amor eterno ni mezcl la luna y lasestrellas con mis sentimientos. Eres la ltima romntica, primita! Las palabrassern tu perdicin. Pero las palabras no significan nada.

    As que t tambin piensas as murmur ella, sorprendida. Y eso queeres joven... Pero acaso me amabas?

    Por lo pronto, te deseaba. Adems, siempre he sentido algo por ti, aqudentro, aunque no s si es amor admiti l con sinceridad.

    Sois todos iguales replic Denise con voz un poco alterada.Ternura,deseo... algo aqu... Por qu no decir sencillamente amor? Es que os asustala palabra?

    Y la cosa, primita, tambin la cosa... Aparte de que, desde la guerra, yano se sabe muy bien qu es eso. Mira, cuando iba detrs de ti, te adoraba, comot diras, y despus, cuando me mandaste a hacer grgaras, llor como unbecerro, no creas; pero en ningn momento dud que me consolara, porque en elfondo no hay mujer de la que uno no se consuele... Nosotros lo sabemos desdeque nacemos.

    Nosotras no.

    T y algunos otros especmenes fatalmente condenados a sufrir, que nosconsideris unos groseros porque nos ofrecis el amor eterno en bandeja de plata

  • 5/24/2018 Nemirovsky, Irene - El Malentendido

    39/90

    y tenemos la desfachatez de rechazarlo. Pero sois la excepcin. Las demsmujeres hace tiempo que pusieron en prctica el verso de Baudelaire, con unpequeo aadido: S encantadora, calla... y desaparece. Mientras trasteabacon las cucharillas, Jean-Paul se las ingeni para cogerle la mano . De todasformas, si alguna vez necesitas a alguien que te ayude a pasar las lentas horas

    del crep