el malentendido

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1 EL MALENTENDIDO Albert Camus PERSONAJES Marta María La Madre Jan El Viejo Criado ACTO I MEDIODIA. LA SALA COMUN DEL ALBERGUE. ES LIMPIA Y CLARA. TODO ESTA EN ORDEN. ESCENA I LA MADRE: Volverá. MARTA: ¿Te lo dijo? LA MADRE: Sí. MARTA: ¿Solo? LA MADRE: No sé. MARTA: No parecía hombre pobre. LA MADRE: No se ocupó del precio. MARTA: Está bien. Pero es raro que un hombre rico ande solo. Y es eso lo que dificulta las cosas. El que sólo se interesa en hombres ricos y a la vez solitarios, se expone a esperar mucho tiempo. LA MADRE: Sí. MARTA: Este año no ha sido muy bueno. Esta casa está muchas veces desierta. Los pobres no se detienen por mucho tempo y los ricos que sólo se extravían, vienen de tarde en tarde.

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Una gran obra de Camus la cuál trata el tema de la incomunicación entre una familia que produjo un gran malentendido.

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EL MALENTENDIDOAlbert Camus

PERSONAJESMartaMaríaLa MadreJanEl Viejo Criado

ACTO IMEDIODIA. LA SALA COMUN DEL ALBERGUE. ES LIMPIA Y CLARA. TODO ESTA EN ORDEN.

ESCENA I

LA MADRE: Volverá.

MARTA: ¿Te lo dijo?

LA MADRE: Sí.

MARTA: ¿Solo?

LA MADRE: No sé.

MARTA: No parecía hombre pobre.

LA MADRE: No se ocupó del precio.

MARTA: Está bien. Pero es raro que un hombre rico ande solo. Y es eso lo que dificulta las cosas. El que sólose interesa en hombres ricos y a la vez solitarios, se expone a esperar mucho tiempo.

LA MADRE: Sí.

MARTA: Este año no ha sido muy bueno. Esta casa está muchas veces desierta. Los pobres no se detienen por mucho tempo y los ricos que sólo se extravían, vienen de tarde en tarde.

LA MADRE: No te quejes, Marta. Los ricos dan mucho trabajo.

MARTA (MIRANDOLA): Pero pagan bien.

SILENCIO

MARTA: Madre, está usted rara. Me cuesta trabajo reconocerla desde hace un tiempo.

LA MADRE: Estoy cansada, hija mía, nada más... Aspiro al descanso.

MARTA: Yo puedo hacer todo en la casa, si usted quiere. Así descansará el día entero.

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LA MADRE: No me refiero a ese descanso. No, es una sueño de vieja. Sólo quiero paz, un poco de despreocupación. (RIE DEBILMENTE) Es estúpido decirlo, Marta, pero algunas noches casi me inclinaría a la religión.

MARTA: No es usted tan vieja, madre, para llegar a ese extremo; supongo que tiene algo mejor que hacer.

LA MADRE: Sabes que estoy bromeando, Marta. Pero bueno, al final de la vida bien puede una dejarse llevar. No es posible mantenerse siempre rígida y endurecerse como tu lo haces, Marta. Ni es propio de tu edad. Yo conozco muchas mujeres, nacidas el mismo año que tú, que sólo piensan en locuras.

MARTA: Sus locuras no son nada comparadas con las nuestras, usted lo sabe.

LA MADRE: No hablemos de eso.

LA MADRE: ¿Acaso no puedo arrepentirme? (PAUSA) Sólo quería decirte que a veces me gustaría verte sonreír.

MARTA (AGITADA): ¡Ah, madre! Cuando hayamos juntado todo el dinero y podamos irnos de esta tierra sin horizonte, cuando dejemos atrás esta casa y esta cuidad lluviosa y olvidemos este país de sombra, el día en que por fin estemos frente al mar, ese día me verá sonreír. Pero hace falta mucho dinero para vivir frente al mar. Por eso debemos preocuparnos del que vendrá. Porque si es bastante rico, quizá mi libertad empieza con él.

LA MADRE: Si es rico y si está solo.

MARTA: Y si está solo, claro, porque el hombre solo es el que nos interesa. ¿Le habló mucho, madre?

LA MADRE: No. Dos frases en total.

MARTA: ¿Con qué cara le pidió la habitación?

LA MADRE: No sé. No veo muy bien y apenas le miré. Sé, por experiencia, que es preferible no mirarlos. Es más fácil matar lo que no se conoce.

MARTA: Es mejor así. No me gustan las alusiones. El crimen es el crimen, hay que saber lo que se quiere. Yme parece que usted lo sabía, hace un rato, porque pensó en él cuando respondió al extranjero.

LA MADRE: No sé si lo pensé, Marta... es la costumbre, ni te imaginas la fuerza de la costumbre.

MARTA: ¿La costumbre? Usted misma dijo que las ocasiones han sido pocas.

LA MADRE: Sí. Pero la costumbre empieza con el segundo crimen. Con el primero no empieza nada; termina algo. La costumbre me impulsó a responder a ese hombre, me advirtió que no lo mirara y me aseguró que tenía cara de víctima.

MARTA: Madre, habrá que matarlo.

LA MADRE (MAS BAJO): Sí.

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MARTA: Lo dice usted de una manera muy rara.

LA MADRE: Estoy cansada. Me gustaría que por lo menos éste fuera el último. Matar es terriblemente fatigoso. Y aunque poco me preocupa morir frente al mar o en el centro de la llanura, quisiera que después nos fuésemos juntas.

MARTA: ¡Nos iremos, será maravilloso! Anímese, madre, hay poco que hacer. Ni siquiera es cuestión de matar. Beberá el té, se dormirá, y, vivo todavía, lo llevaremos al río. Mucho tiempo después lo encontrarán pegado a la represa. Anímese, usted encontrará el descanso y yo veré, por fin, lo que nunca he visto.

LA MADRE: Sí, me animaré. Casi no es un crimen: sólo una intervención, un empujoncito a vidas que desconocemos. Aparentemente la vida es más cruel que nosotras. Quizá por eso me cuesta sentirme culpable.

ENTRA EL VIEJO CRIADO.

MARTA: ¿En qué cuarto lo dejaremos?

LA MADRE: En cualquiera con tal de que sea en el primer piso.

MARTA: Sí, nos costó demasiado bajar las escaleras la última vez. (SE SIENTA POR PRIMERA VEZ.) Madre, ¿es cierto que allá la arena quema los pies?

LA MADRE: Tampoco la conozco. Pero me han dicho que el sol lo devora todo. (SE LEVANTA Y SE DIRIGE A LA PUERTA) Prepara todo, Marta.

MARTA LA MIRA SALIR. TAMBIEN ELLA SALE POR OTRA PUERTA.

E S C EN A II

EL VIEJO PERMANECE EN LA ESCENA, SOLO, DURANTE UNOS SEGUNDOS. ENTRA JAN. SE DETIENE, MIRA LA SALA, VE AL VIEJO DETRAS DEL MOSTRADOR. EL VIEJO DESAPARECE.

ES C EN A I I I

ENTRA MARIA. JAN SE VUELVE BRUSCAMENTE HACIA ELLA.

JAN: ¿Que haces aquí?.

MARIA: Perdóname, pero no aguanté más. Quizá me vaya enseguida. Pero permíteme ver el lugar en que te dejo.

JAN: Puede venir alguien y entonces lo que quiero hacer no será posible.

EL SE APARTA. PAUSA.

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MARIA (MIRANDO A SU ALREDEDOR): ¿Es aquí?

JAN: Sí, aquí. Salí por esa puerta hace diez años. Mi hermana era una chiquilla. Jugaba en ese rincón. Mi madre no vino a besarme. Entonces creí que me daba lo mismo.

MARIA: Jan, no puedo creer que no te hayan reconocido. Una madre siempre reconoce a su hijo.

JAN: Sí, pero diez años de separación cambian un poco las cosas. Desde que me fui, la vida ha continuado. Mi madre envejeció, su vista ha disminuido. Casi no la reconocí yo mismo.

MARIA (CON IMPACIENCIA): Lo sé, entraste, dijiste: “Buenos días”, te sentaste. Esta sala no se parecía a laque tu recordabas.

JAN: Así es. Me recibieron sin decir una palabra. Me sirvieron la cerveza que pedí. Me miraban pero no me veían. Todo era más difícil de lo que creía.

MARIA: Sabes que no era difícil y que bastaba hablar. En esos casos se dice: “Soy yo”, y todo vuelve a lanormalidad.

JAN: Sí, pero yo había fantaseado mucho. Y cuando uno esperaba la escena del hijo pródigo, me dieron la cerveza a cambio de dinero. Eso me quitó las palabras de la boca. Pensé que debía continuar.

MARIA: No hay nada que continuar. Ésa es otra de tus ocurrencias; hubiera bastado sólo una palabra.

JAN: No era una ocurrencia. Vine a traer dinero y, si puedo, la felicidad. Cuando me enteré de la muerte de mi padre, comprendí que tenía responsabilidades con ellas dos. Pero supongo que es necesario tiempo para que un extranjero se convierta en hijo.

MARIA: Pero, ¿por qué no avisaste que venías? Cuando uno quiere que le reconozcan, da su nombre; eso es evidente

JAN: Vamos, María, no es tan grave. Aprovecharé la ocasión para verlas desde afuera. Me daré cuenta mejor de lo que las hará felices. Después inventaré el modo de darme a conocer

MARIA: Hay un solo modo: hacer lo que haría un recién llegado, decir: “Aquí estoy”, deja hablar al corazón.

JAN: El corazón no es tan sencillo.

MARIA: Pero emplea sólo palabras sencillas. No era tan difícil decir: “Soy su hijo, ésta es mi mujer. Viví conella en una tierra país que amamos, frente al mar y al sol. Pero no era bastante feliz y ahora las necesito”.

JAN: No seas injusta, María. No las necesito, pero he comprendido que ellas debían necesitarme.

PAUSA. MARIA SE APARTA.

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MARIA: Quizá tengas razón, perdóname. Pero desconfío de todo desde que llegué a esta tierra donde en vano busco un rostro feliz. Es tan triste. ¡Ay!, ¿por qué me hiciste abandonar mi patria? Vayámonos, Jan, aquí no encontraremos la felicidad.

JAN: No hemos venido a buscar la felicidad. Ya tenemos la felicidad.

MARIA (CON VEHEMENCIA): ¿Por qué no conformarse con ella?

JAN: La felicidad no es todo; los hombres tienen deberes. El mío es recobrar a mi madre. María,por favor déjame.

MARIA: Así no, no es posible.

SE ABRE LA PUERTA DEL FONDO. EL VIEJO CRUZA LA PUERTA SIN VER A MARIA Y SALE POR LA PUERTA DE LA CALE.

JAN: María.

MARIA: Quiero quedarme. Me callaré y esperaré a tu lado que te reconozcan.

JAN: No, me traicionarías.

ELLA SE APARTA, LUEGO SE VUELVE HACIA EL Y LE MIRA LA CARA.

MARIA: Jan, hace cinco años que estamos casados.

JAN: Pronto hará cinco años.

MARIA (BAJANDO LA CABEZA): Y es la primera noche que nos separamos. (EL SE CALLA; MARIA LO MIRA DENUEVO) Siempre lo he querido todo en ti, aún lo que no comprendía, y sé que en el fondo no te desearía diferente.

JAN: No debes dudar de mi amor

MARIA: No dudo de él. Pero están tu amor y tus sueños, o tus deberes, es lo mismo. Te escapas tantas veces. Entonces es como si descansaras de mi. Pero yo no puedo descansar de ti, y esta noche (SE ARROJA EN SUS BRAZOS LLORANDO), esta noche no podré soportarla.

JAN (ESTRECHANDOLA CONTRA SI): María, por favor. Esto es infantil.

MARIA: Claro que es infantil. Pero éramos tan felices allá y no es culpa mía si las noches de este país me dan miedo. No quiero que me dejes sola.

JAN: Comprende, María. Debo cumplir con mi palabra.

MARIA: ¿Qué palabra?

JAN: La que me impuse cuando comprendí que mi madre me necesitaba.

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MARIA: Tienes otra palabra que cumplir.

JAN: ¿Cuál?

MARIA: La que me has dado cuando prometiste vivir conmigo.

JAN: Creo que podré arreglarlo todo. Lo que te pido no es nada. Una tarde y una noche en que trataré de orientarme, de conocer mejor a las que amo y de aprender a hacerlas felices.

MARIA (SEPARANDOSE DE EL): Entonces adiós. (SE DIRIGE HACIA LA PUERTA DONDE SE DETIENE.MOSTRANDO LAS MANOS VACIAS) Pero mira qué desposeída soy. Tú marchas a un descubrimiento y me dejas esperando. (VACILA Y SE VA)

E S C EN A IV

JAN SE SIENTA. ENTRA MARTA.

JAN: Buenos días, vengo por el cuarto.

MARTA: Lo sé. Lo están preparando. Tengo que inscribirlo en el libro. (VA A BUSCAR EL LIBRO Y VUELVE) Me puede decir su nombre y apellido.

JAN: Hasek, Karl.

MARTA: ¿Karl, nada más?

JAN: Nada más.

MARTA: ¿Lugar y fecha de nacimiento?

JAN: Tengo veintiocho años.

MARTA: Sí, ¿pero dónde nació?

JAN (TITUBEA): En Bohemia.

MARTA: ¿Profesión?

JAN: Ninguna.

MARTA: Hay que ser muy pobre o muy rico para vivir sin trabajo.

JAN (SONRIE): No soy muy pobre, y por muchas razones, me alegro.

MARTA (EN OTRO TONO): Es usted checo, naturalmente.

JAN: Naturalmente.

MARTA: ¿Domicilio habitual?

JAN: Bohemia.

MARTA: ¿Viene usted de allá?

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JAN: No, vengo del sur. (ELLA PARECE NO ENTENDER) Del otro lado del mar.

MARTA: Comprendo. (PAUSA) ¿Va usted allá con frecuencia?

JAN: Con bastante frecuencia.

MARTA (SUEÑA UN MOMENTO PERO PROSIGUE): ¿Cuál es su destino?

JAN: No sé. Dependerá de muchas cosas.

MARTA: ¿Quiere usted establecerse aquí?

JAN: No sé. Según lo que encuentre.

MARTA: Eso no interesa. ¿Pero nadie lo espera?

JAN: No, nadie, en un principio.

MARTA: Supongo que tendrá un documento de identidad.

JAN: Sí, puedo mostrárselo.

MARTA: No vale la pena. Basta con indicar si es un pasaporte o una cédula de identidad.

JAN (INSISTENTE): Es un pasaporte. Aquí está. ¿Quiere verlo?

ELLA LO TOMA EN SUS MANOS, PERO EVIDENTEMENTE PIENSA EN OTRA COSA. PARECE SOPESARLO; LUEGO SE LO DEVUELVE.

MARTA: No, téngalo.

ELLA SE LEVANTA, HACE UN ADEMAN DE GUARDAR EL LIBRO, LUEGO CAMBIA DE OPINION Y LO MANTIENE ABIERTO.

MARTA (CON SUBITA DUREZA): ¡Ah, me olvidaba! ¿Tiene usted familia?

JAN: Debo decir que la tenía. Pero hace mucho tiempo que la abandoné.

MARTA: No, quiero decir si es casado.

JAN: ¿Por qué me lo pregunta? En ningún hotel me hicieron esa pregunta.

MARTA: Figura en el cuestionario que nos entrega la administración del cantón.

JAN (EXTRAÑADO): Sí, soy casado. Habrá visto usted mi anillo.

MARTA: ¿Puede darme la dirección de su mujer?

JAN: No, es decir, se quedó en su país.

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MARTA: Ah, perfecto. (CIERRA EL LIBRO) ¿Le sirvo algo para beber mientras terminan su

cuarto? JAN: No, aguardaré aquí. Espero no molestarla.

MARTA: ¿Por qué habría de molestarme? La sala es para recibir clientes.

JAN: Sí, pero un cliente solo a veces es más molesto que una gran concurrencia.

MARTA : ¿Por qué? No puedo dar nada a los que vienen aquí en busca de bromas. Y pronto verá que ha escogido un hotel tranquilo. No viene casi nadie.

JAN: Pero eso es muy malo. (TITUBEA) ¿No se sienten muy solas?

MARTA (VOLVIENDOSE BRUSCAMENTE HACIA EL): Sobre este punto, no le contestaré, porque no tiene derecho a hacer esa pregunta. Y veo que debo hacerle una advertencia, y es que al entrar aquí sus únicos derechos son los de un cliente y los recibirá todos.

JAN: Discúlpeme. Sólo quise ser simpático. Me pareció que no éramos tan extraños el uno para el otro.

MARTA: Me parece que usted se obstina en adoptar un tono que no debería ser el suyo, y trato de mostrárselo.

JAN: Le ruego que me disculpe.

MARTA: No se preocupe. No es usted el primero que intenta usar ese tono. Pero siempre he hablado con claridad para que no crear confusiones.

JAN: Muy bien, supongo que no tengo nada más que decir... por el momento.

MARTA: Nada le impide emplear el lenguaje de los clientes.

JAN: Y, ¿cuál sería ese lenguaje?

MARTA: La mayoría nos habla de todo, de sus viajes o de política, menos de nosotras. Es lo que pedimos. Hasta han habido algunos que nos han hablado de su propia vida.

JAN: Desgraciadamente, no podría hablar muy bien de mí mismo. No sería útil. sólo puedo alegrarme.

ENTRA LA MADRE.

ESCENA V

LA MADRE: Buenos tardes, señor. Su cuarto está listo.

JAN: Se lo agradezco mucho, señora.

LA MADRE (A MARTA): ¿Llenaste la ficha?

MARTA: Sí.

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LA MADRE: ¿Puedo verla? Discúlpeme señor, pero la policía es rigurosa. Fíjese, por ejemplo: mi hija omitió anotar la razón de su visita a estos lugares.

JAN: Turismo. Quise ver de nuevo esta región que conocí en otro tiempo y de la que guardaba el mejor recuerdo.

MARTA: ¿Vivió usted aquí?

JAN: No, pero hace mucho tiempo tuve la ocasión de pasar.

LA MADRE: Sin embargo, nuestra ciudad es insignificante.

JAN: Es cierto. Pero estoy muy a gusto. Y desde que llegué me siento un poco como en casa.

LA MADRE: ¿Piensa quedarse mucho tiempo?

JAN: Realmente, no lo sé. Para quedarse en un lugar, primero hay que tener razones: amigos, el afecto de algunos seres. Si no, no hay motivo para estar en un lugar.

MARTA: Eso no es muy claro.

JAN: Sí, pero no sé expresarme mejor.

LA MADRE: Pronto se cansará.

JAN: No, tengo un corazón fiel y en seguida formo recuerdos, cuando me dan la oportunidad.

MARTA (IMPACIENTE): El corazón no tiene mucho que hacer aquí.

JAN (COMO SI NO LA HUBIERA OIDO. A LA MADRE): Usted parece algo desesperanzada. ¿Hace mucho tiempo que vive en este hotel?

LA MADRE: Años. Tantos años que ya no recuerdo el comienzo e incluso he olvidado como era yo entonces. Esta es mi hija. Me ha acompañado durante todo este tiempo y seguramente por eso sé que es mi hija.

MARTA: Madre, no hay motivo para cuetes estas cosas.

JAN (MUY RAPIDO): Déjela. Comprendo tan bien su modo de ser. Pero quizá todo hubiera cambiado si la hubiesen ayudado como debe serlo toda mujer, y si hubiera recibido el apoyo de un brazo viril.

LA MADRE: Lo recibí hace mucho, pero había demasiado que hacer. Mi marido y yo apenas dábamos abasto. Ni si quiera teníamos tiempo para pensar uno en el otro, incluso antes de que hubiera muerto, creo que lo había olvidado.

JAN: Comprendo. Pero... (CON UNA PAUSA DE VACILACION) a un hijo que le hubiera prestado su brazo,¿acaso lo habría olvidado?

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LA MADRE: ¡Un hijo! ¡Ay, soy una mujer demasiado vieja! Las mujeres viejas se olvidan hasta de que quisieron a sus hijos. El corazón se gasta, señor.

JAN: Es cierto. Pero sé que no olvida jamás.

MARTA (INTERPONIENDOSE ENTRE ELLOS Y CON DESICION): El hijo que entrara aquí encontraría lo mismo que cualquier cliente: una indiferencia benévola. Todos los hombres que hemos recibido se han adaptado a ella.

LA MADRE: ¡Marta!

JAN (REFLEXIONANDO): ¿Y ellos, se quedaron mucho tiempo?

MARTA: Algunos, mucho tiempo. Hicimos todo lo necesario para que se quedaran. Otros que eran menos ricos, se marcharon al día siguiente. No hicimos nada por ellos.

JAN: Tengo bastante dinero y quiero quedarme algún tiempo en aquí, si ustedes me aceptan. Puedo pagar por adelantado si es que lo necesitan.

LA MADRE: No pedimos eso.

MARTA: Si usted es rico, está bien. Pero no hable más de sus sentimientos. No tenemos nada que hacer con ellos. Demasiados años grises han pasado por este puntito de tierra. Nos han quitado la simpatía. La llave (SE LA TIENDE) y no lo olvide: lo recibimos por interés tranquilamente y si lo retenemos, será por interés.

JAN TOMA LA LLAVE; ELLA SALE, ÉL LA MIRA SALIR.

LA MADRE: No le haga caso, señor. (SE LEVANTA Y ÉL QUIERE AYUDARLA) Deje, hijo mío, no soy una inválida. Mire mis manos: todavía son fuertes. (PAUSA. ÉL MIRA LA LLAVE) ¿Mis palabras le dan que pensar?

JAN: No, discúlpeme, apenas la escuché. ¿Pero por qué me ha llamado “hijo mío”?

LA MADRE: ¡Estoy aturdida! Familiaridad no era, créame. Es una manera de decir.

JAN: Es muy natural todo. Sólo me falta conocer el cuarto.

LA MADRE: Vaya, señor. (ÉL LA MIRA. QUIERE HABLARLE) ¿Necesita usted algo?

JAN (VACILANDO): No, señora. Pero… le agradezco su acogida.

LA MADRE ESTÁ SOLA. VUELVE A SENTARSE, APOYA LAS MANOS EN LA MESA Y LAS CONTEMPLA.

LA MADRE: ¿Por qué tendrá tanto empeño en morir y yo tan poco en matar de nuevo? ¡Demasiado vieja! Soy demasiado vieja para hacer el último esfuerzo que lo arroje al agua, dejándome los brazos colgando, la respiración entrecortada y lo músculos endurecidos y ….

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MARTA ENTRA BRUSCAMENTE

MARTA: Todavía entregada a sus sueños. Anímese, tenemos mucho que

hacer. LA MADRE: Pensaba en ese hombre. O más bien, pensaba en mí.

MARTA: ¿De qué sirve no mirar a ese hombre si de pronto ha de pensar en él?Sea práctica.

LA MADRE: Quisiera estar segura de que es la última vez que seremos prácticas. ¡Qué raro! Él lo decía para ahuyentar el miedo a la justicia; tú sólo las usas para borrar esta ligera tendencia a la honradez que acabo de sentir.

MARTA: Lo que usted llama honradez, son tan sólo ganas de dormir. Suspenda la fatiga hasta mañana y después podrá estar tranquila para siempre.

LA MADRE: Sé que tienes razón ¿Pero por qué ha de enviarnos el azar una víctima tan poco alentadora?

MARTA: El azar nada tiene que ver. Lo cierto es que este extranjero es demasiado distraído y que exagera suaire de inocencia. Pero bueno, al mismo tiempo me irrita y cuando me ocupe de él pondré algo de la cólera que siento frente a la estupidez del hombre. Ahora tenemos que empezar nuestro plan.

LA MADRE: Pero si esperamos hasta la.. (MARTA LA INTERRUMPE BRUSCAMENTE)

MARTA: ¡Vamos! ¿Esperaremos hasta mañana? Bien sabe que nunca ha procedido así, que es preciso no darle tiempo de que vea gente, y que hay que obrar mientras lo tenemos a mano.

TELON.

ACTO II

ESCENA IEL CUARTO. LA OSCURIDAD COMIENZA A INVADIR LA HABITACIÓN. JAN MIRA POR LA VENTANA.

JAN: María tiene razón, esta hora es difícil. (PAUSA) ¿Qué hace, qué piensa en el cuarto del hotel, con el corazón encogido, los ojos secos, acurrucadas en una silla? Las noches de allá son promesas de felicidad. Pero aquí al contrario… (MIRA EL CUARTO) Vamos, esta inquietud no tiene motivo. Hay que saber lo que se quiere.

LLAMAN BRUSCAMENTE. ENTRA MARIA.

MARTA: Espero no molestarlo, señor. Quisiera cambiar las toallas y el agua.

JAN: Creí que ya lo habían hecho.

MARTA: No, el viejo tiene algunas distracciones.

JAN: No tiene importancia. Pero casi no me atrevo a decirle que no me molesta.

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MARTA: ¿Por qué?

JAN: No estoy seguro de que figure en el convenio.

MARTA: Ya ve usted que no puede contestar como todo el mundo, aunque pretenda conciliarlo

todo. JAN (SONRIE): Tendré que acostumbrarme. Deme un poco de tiempo.

MARTA (TRABAJANDO): Ésa es la cuestión. (ÉL SE APARTA Y MIRA POR LA VENTANA. ELLA LO OBSERVA. JANSIGUE DE ESPALDAS. MARTA HABLA MIENTRAS TRABAJA) Lamento, señor, que este cuarto no sea tan cómodo como usted podría desearlo.

JAN: Es muy limpio y eso vale mucho. Lo han reformado hace poco, ¿verdad?

MARTA: Es cierto. ¿Cómo lo sabe?

JAN: Por detalles.

MARTA: Hace tiempo queremos instalar una lámpara eléctrica la cabecera de la cama. Supongo que ha de ser desagradable para los que leen acostados tener que levantarse para apagar la luz.

JAN (SE VUELVE): Cierto, no lo había notado. Pero no es una molestia tan grande.

MARTA: Es usted muy indulgente y se lo agradecemos. Me alegro que los numerosos inconvenientes de nuestra posada no le importen y le preocupen menos que a nosotros.

JAN: A pesar de nuestro convenio, permítame decirle que es usted extraña. Por que me parece que no es propio del hotelero hacer notar los defectos de la instalación. Y en realidad se diría que usted trata de convencerme de que me marche.

MARTA: No he pensado nada de eso. (TOMANDO UNA DECISIÓN) Pero lo cierto es que mi madre y yo vacilamos mucho antes de recibirlo.

JAN: Pude notar, por lo menos, que no hacían mucho por retenerme. Pero no comprendo por qué.

MARTA: Si quiere saberlo, no sólo no tiene usted nada de malhechor sino que hasta lleva todas las marcas de la inocencia. Los motivos son otros. Debemos abandonar este hotel, y desde hace algún tiempo proyectamos todos los días cerrarlo para comenzar los preparativos de la marcha. Nos resultaba fácil; rara vez llegan clientes. Pero con la presencia de usted comprendimos qué arraigada teníamos la idea de abandonar nuestro antiguo trabajo.

JAN: ¿Así que desean exactamente que yo me marche?

MARTA: Ya se o he dicho: vacilamos y, sobre todo, yo. En realidad, todo depende de mí y todavía no sé qué decisión tomar.

JAN: No quiero ser una carga para ustedes, no lo olvide, y conformaré mi conducta a sus deseos. Sin embargo, le diré que me convendría quedarme uno o dos días más. Tengo que ordenar unos asuntos antes de proseguir mis viajes y esperaba encontrar aquí la tranquilidad y la paz que me faltan.

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MARTA: Comprendo su deseo, créalo, y si quiere lo pensaré de nuevo. (PAUSA. ELLA DA UN PASO INDECISO HACIA LA PUERTA) ¿Entonces volverá al país de donde viene?

JAN: Sí, sí es necesario.

MARTA: Es un hermoso país, ¿verdad?

JAN (MIRA POR LA VENTANA): Sí, es un hermoso país.

ELLA LO MIRA Y CON UNA MIRADA MELANCÓLICA SALE

ÉL MIRA LA PUERTA UN INSTANTE EN SILENCIO.

E S C EN A III

DOS GOLPES EN LA PUERTA. ENTRA MARTA CON UNA BANDEJA.

ESCENA IV

JAN: ¿Qué es eso?

MARTA: El té que usted pidió.

JAN: Pero si yo no pedí nada.

MARTA: ¿De veras? El viejo habrá oído mal. Muchas veces entiende a medias. Pero ya que el té esta servido,supongo que lo tomará. (DEJA LA BANDEJA SOBRE LA MESA. JAN HACE UN ADEMAN.) No se le cargará en la cuenta.

JAN: No, no es eso. Pero me alegra que me traiga té.

MARTA: Le aseguro que no hay por qué. Lo hacemos por interés.

JAN: Usted no quiere dejarme ilusiones. Pero no veo donde está su interés en todo

esto. MARTA: Sin embargo lo hay. (SALE)

ESCENA V

JAN TOMA LA TAZA, LA MIRA, LA DEJA DE NUEVO.

JAN: (TOMA LA TAZA Y LA SOSTIENE UN MOMENTO EN SILENCIO. LUEGO SORDAMENTE.) ¡Oh, Dios mío! Permíteme que encuentre las palabras o haz que abandone esta vana empresa para volver al amor de María. Dame fuerzas para elegir lo que prefiero y para perseverar. (LEVANTA LA TAZA) Ésta es la cena del

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hijo pródigo. Por lo menos le haré los honores, y hasta que parta habré desempeñado mi papel. (BEBE. LLAMAN CON FUERZA A LA PUERTA) ¿Quién es?

LA PUERTA SE ABRE. ENTRA LA MADRE.

LA MADRE: Perdone, señor, mi hija me dijo que le había traído té.

JAN: Ya lo ve.

LA MADRE: ¿Lo bebió?

JAN: Sí, ¿por qué?

LA MADRE: Discúlpeme, pero voy a llevarme la bandeja.

JAN (SONRIENDO): Lamento que esta taza de té provoque tanto trastorno.

LA MADRE: Nada de eso. Pero en realidad, el té no era para usted.

JAN: Ah, ¿es por eso? Su hija me lo trajo sin que yo lo pidiera.

LA MADRE (CON UNA ESPECIE DE CANSANCIO): Sí, por eso. Hubiera sido preferible… Al fin, lo haya bebido ono, no tiene tanta importancia.

JAN (SORPRENDIDO): Lo lamento mucho, créame, pero su hija quiso dejármelo a pesar de todo, y no creí…

LA MADRE: Yo también lo lamento. Pero no quiero que usted se disculpe. No es sino un error. (PONE LA TAZA EN LA BANDEJA Y SE DISPONE A SALIR)

JAN: ¡Señora!

LA MADRE: Diga…

JAN: Vuelvo a pedirle disculpas. Acabo de tomar una decisión: creo que me marcharé esta noche después de la cena. Naturalmente, le pagaré el cuarto. (ELLA LO MIRA EN SILENCIO) Comprendo su sorpresa. Pero no vaya a creer que usted tiene la culpa nada. Me inspira usted simpatía y, hasta diría, una gran simpatía. Pero, para ser sincero, no estoy cómodo aquí y prefiero no prolongar mi estada.

LA MADRE (LENTAMENTE): No tiene ninguna importancia, señor. En principio es usted enteramente libre. A veces se obedece a la primera impresión.

JAN: No lo creo, señora. Sin embargo no se imagine que me voy descontento de usted. Por el contrario, le estoy muy agradecido por haberme acogido como lo hizo.

LA MADRE: Es muy natural, señor, y como supondrá, no tenía razones personales para demostrarle hostilidad.

JAN (CON EMOCION CONTENIDA): Tal vez sea verdad. Si le digo esto es por que deseo irme sin enojo. Quizá vuelva más adelante, estoy seguro. Entonces todo será más claro. Pero ahora me parece que me he equivocado y que nada tengo que hacer aquí.

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ELLA SIGUE MIRANDOLO.

LA MADRE: Lo comprendo, señor. Pero en general son cosas que uno siente en seguida y me parece que usted tardó en advertirlo.

JAN: Es cierto. Pero, ¿sabe?, soy un poco distraído. Vine a Europa para arreglar unos asuntos urgentes. Nunca es fácil volver a un país del que uno se marchó hace mucho tiempo. Usted ha de comprenderlo.

LA MADRE: Lo comprendo, señor, y hubiera querido que las cosas se le arreglaran. Pero creo que, por nuestra parte, nada más podemos hacer.

JAN: Desde luego, así parece. Aunque a decir verdad, nunca se sabe.

LA MADRE: De todos modos, creo que hemos hecho todo lo posible para que usted se quedara en esta casa.

JAN: Por supuesto, y no les reprocho nada. Sólo que son ustedes las primeras personas que encuentro

desdemi regreso y es natural que empiece a sentir con ustedes las dificultades que me aguardan. Claro está, todo es culpa mía; todavía soy un extranjero.

JAN (DESALENTADO): Tiene usted razón. (PAUSA) En resumen, sólo les debo disculpas, y si lo creen conveniente, una indemnización. (SE PASA LA MANO POR LA FRENTE. PARECE MÁS FATIGADO. HABLA CON MENOS FACILIDAD) Quizá hayan hecho preparativos o se hayan metido en gastos, y es muy natural…

LA MADRE: Sólo hemos hecho los preparativos de siempre en estos casos. Y claro está que no tenemos por qué pedirle indemnización- No lamentamos por nosotras sino por usted su incertidumbre.

JAN (SE APOYA EN LA MESA): Lo esencial es que nos pongamos de acuerdo y que no me recuerde demasiado mal. (ELLA SE DIRIGE SIN UNA PALABRA HACIA LA PUERTA) ¡Señora! (LA MUJER SE VUELVE. ÉL HABLA PENOSAMENTE, PERO TERMINA CON MÁS FACILIDAD QUE AL PRINCIPIO) Quisiera… (SE DETIENE) … Perdóneme, pero el viaje me ha cansado. (SE SIENTA EN LA CAMA) Por lo menos quisiera agradecerle el té y la acogida.

LA MADRE: Por favor, señor. Me resulta incómodo recibir las gracias por una equivocación. (SALE)

ESCENA VII

ÉL LA MIRA SALIR. HACE UN MOVIMIENTO, PERO AL MISMO TIEMPO, DA SEÑALES DE FATIGA. PARECE CEDER AL CANSANCIO Y SE ACODA EN LA ALMOHADA.

JAN: Volveré mañana con María y diré: “Soy yo”. Nada me impedirá hacerlas felices. Es evidente. María tenía razón. (SUSPIRA, SE RECUESTA) ¡Ay!, no me gusta esta noche en la que todo está tan lejos. (SE HA ACOSTADO DEL TODO, DICE PALABRAS INAUDIBLES, CON VOZ QUE APENAS SE OYE)

SE MUEVE. DUERME. LA ESCENA ESTA CASI A OSCURAS. LARGO SILENCIO. SE ABRE LA PUERTA. ENTRAN LAS DOS MUJERES CON UNA LUZ.

ESCENA VIII

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MARTA (DESPUÉS DE ILUMINAR EL CUERPO, CON VOZ SOFOCADA): ¡Ya está!

LA MADRE (CON LA MISMA VOZ, PERO ELEVÁNDOLA POCO A POCO): ¡No, Marta! No me gusta esta manera de forzarme. Me arrastras a esto. Empiezas tú para obligarme que termine yo.

MARTA: Es una manera de simplificarlo todo. Si usted me hubiese dado una explicación clara de su incertidumbre, hubiera sido mi deber tenerla en cuenta. Pero puesto que usted estaba turbada, me correspondía ayudarla obrando. MARTA: Vamos, es mejor que nos demos prisa. Al final de esta noche, está nuestra libertad. (REGISTRA LA CHAQUETA, SACA UNA BILLETERA Y CUENTA EL DINERO)

LA MADRE: ¡Cómo duerme, Marta!

MARTA: Duerme como dormían todos. ¡Vamos ya!

LA MADRE (CON CALMA): Sentémonos, Marta.

MARTA: ¿Aquí, cerca de él?

LA MADRE: Claro, ¿Por qué no? Acaba de caer en un sueño que lo llevará lejos, y no irá a despertar para preguntarnos qué hacemos aquí. En cuanto al resto del mundo, se detiene a la puerta de este cuarto cerrado. (SE SIENTA)

MARTA: Está usted bromeando y ahora a quien no le gusta esto es a mí.

LA MADRE: No tengo ganas de bromas. Siéntate. (SE RIE DE UN MODO RARO, MARTA SE SIENTA) Y mira a este hombre, más inocente aun en el sueño que en sus palabras. Sólo pasará de un sueño poblado de imágenes a un sueño sin sueños.

MARTA: La inocencia tiene el sueño que merece. Y a éste, por lo menos, yo no tenía motivos para odiarlo. Por eso me alegra que le sea ahorrado el sufrimiento. Pero tampoco tengo motivos para contemplarlo y me parece desdichada su idea de mirar tanto a un hombre al que tendrá que cargar dentro de un rato.

LA MADRE (MENEANDO LA CABEZA Y CON VOZ DEBIL): Lo llevaremos cuando sea necesario. Pero no hay prisa todavía. Porque todavía hay tiempo; el sueño no es la muerte. Míralo.

MARTA (LEVANTANDOSE BRUSCAMENTE): Madre, olvida usted en este momento que las noches no son eternas y que nos queda mucho por hacer.

LA MADRE: Sí, tenemos mucho que hacer, y eso es lo que nos diferencia de él, libre ahora del peso de su propia vida. En este momento, no tiene exigencias consigo mismo, y yo, vieja y fatigada, estoy a punto de creer que ésa es la felicidad.

MARTA: No tenemos tiempo para interrogarnos sobre la felicidad. Cuando haya vigilado el tiempo necesario, tendremos que recorrer todavía el camino hasta el río y comprobar si no se ha dormido algún borracho en la zanja. Tendremos que llevarlo entonces rápidamente y ya sabe que la tarea no es fácil.

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LA MADRE: Eso es, si, lo que nos espera, y desde ahora me siento tan cansada. Mientras tanto, él no sospecha nada y goza del reposo. Si lo dejamos despertar, tendrá que empezar de nuevo. Quizá debemos llevarlo allá y abandonarlo a la corriente. (SUSPIRA)

MARTA: Madre, me parece que está usted desvariando. Le repito que tenemos mucho que hacer y que luego de arrojarlo, habremos de borrar las huellas en la orilla del río, confundir nuestras pisadas en el camino, destruir su equipaje y su ropa, disipar todas las señales de su paso, y suprimirlo, en fin, de la superficie de la tierra.

LA MADRE: ¿Sabías, Marta, que quería marcharse esta noche?

MARTA: No, no lo sabía. Pero aun sabiéndolo hubiera hecho lo mismo, porque ya lo había decidido.

LA MADRE: Me lo dijo hace un rato, y no supe qué responderle.

LAS LUCES SE APAGAN, SE VE A LA MADRE SENTADA y A MARTA CON MIRADA PREOCUPADA

ACTO III

ESCENA I

EN ESCENA, LA MADRE, MARTA Y EL CRIADO. EL VIEJO BARRE Y ORDENA LA HABITACIÓN. MARTA ESTÁ DETRÁS DEL MOSTRADOR ECHÁNDOSE EL PELO HACIA ATRÁS. LA MADRE CRUZA EL ESCENARIO EN DIRECCIÓN A LA PUERTA.

MARTA: Ya ve usted que ha llegado el alba y que vencimos las dificultades de la noche.

LA MADRE: Sí. Mañana me parecerá un alivio haber terminado esto. Ahora sólo siento sueño y el corazón seco. La noche ha sido dura.

MARTA: Pero después de varios años, ésta es la primera mañana que respiro. Me parece que ya oigo el mar y me dan ganas de gritar de alegría.

LA MADRE: Mejor, Marta, mejor. Pero ahora me siento tan vieja que no puedo compartir nada contigo. Supongo que mañana todo marchará mejor para mí.

MARTA: Sí, todo marchará mejor, eso espero. Pero no vuelva a quejarse y déjeme ser feliz a mis anchas. Soy de nuevo la muchacha que fui. De nuevo mi cuerpo tiene calor y me dan ganas de correr.(SE DETIENE)

LA MADRE: ¿Qué hay, Marta? Ya no te reconozco.

MARTA: Madre… (VACILA; LUEGO, CON ARDOR.) ¿Todavía soy hermosa?

LA MADRE: Me parece que esta mañana lo eres. Hay actos que te sientan.

MARTA: ¡Oh, no!, es que son actos que me parece fácil sobrellevar. Pero hoy es como si naciera por segunda vez, pues voy a la tierra donde seré feliz.

LA MADRE: Bueno, bueno. Cuando haya desaparecido mi fatiga, estaré muy contenta. Pero esta mañana voy a descansar; sólo siento que la noche ha sido dura.

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MARTA: ¡Qué importa! Hoy es un gran día. Viejo, fíjate, al pasar dejamos caer los papeles del viajero y nos faltó tiempo para recogerlos. Búscalos.

LA MADRE SALE. EL VIEJO BARRE DEBAJO DE UNA MESA, SACA EL PASAPORTE DEL HIJO, LO ABRE, LO EXAMINA Y LO TIENDE, ABIERTO, A MARTA.

MARTA: De nada me sirve. Guárdalo. Quemaremos todo. (EL VIEJO SIGUE TENDIENDO EL PASAPORTE. MARTA LO TOMA.) ¿Qué hay?

EL VIEJO SALE. MARTA LEE LARGAMENTE EL PASAPORTE, SIN UNA REACCIÓN. LLAMA CON VOZ APARENTEMENTE TRANQUILA.

MARTA: ¡Madre!

LA MADRE: (DESDE ADENTRO) ¿Qué quieres ahora?

MARTA: Venga.

LA MADRE ENTRA. MARTA LE DA EL PASAPORTE.

MARTA: ¡Lea!

LA MADRE: Bien sabes que tengo la vista cansada.

MARTA: ¡Lea!

LA MADRE TOMA EL PASAPORTE, SE SIENTA CERCA DE UNA MESA, ABRE EL PASAPORTE Y LEE. MIRALARGO RATO LAS PÁGINAS QUE TIENE DELANTE.

LA MADRE: (CON VOZ NEUTRA) Bueno, bien sabía yo que alguna vez pasaría esto y que entonces habría que terminar.

MARTA: (SE PLANTA DELANTE DEL MOSTRADOR) ¡Madre!

LA MADRE: (EN EL MISMO TONO) He vivido mucho más tiempo que mi hijo. Eso no está dentro de lo natural. Ahora puedo ir a reunirme con él al fondo del río donde las hierbas ya le cubren el rostro.

MARTA: ¡Madre! No me dejará usted sola, ¿verdad?

LA MADRE: Me has ayudado mucho, Marta, y lamento abandonarte. Has sido una buena hija. Pero ahora estoy cansada y mi viejo corazón, que se creía despegado de todo, acaba de recordar el dolor. Y de todos modos, cuando una madre no es capaz de reconocer a su hijo, su papel en la tierra ha terminado.

MARTA: No, si la felicidad de su hija está por hacerse.

LA MADRE: (CON LA MISMA VOZ INDIFERENTE) Eso prueba que en esta tierra donde nada es seguro, tenemos nuestras certidumbres. (CON AMARGURA.) El amor de una madre a su hijo es ahora mi certidumbre.

MARTA: ¿Así que no está usted segura de que una madre pueda amar a su hija?LA MADRE: No quisiera herirte ahora, Marta, pero la verdad, no es lo mismo. ¿Y cómo podré prescindir ahora del amor de mi hijo?

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MARTA: (ESTALLANDO) ¡Valiente amor que la olvidó veinte años!

LA MADRE: Sí, valiente amor que sobrevive a veinte años de silencio. Ese amor me bastaba, ya que no puedo vivir sin él. (SE LEVANTA)

MARTA: No es posible que usted diga eso sin un asomo de rebeldía, y sin un pensamiento para su hija.

LA MADRE: Supongo que éste es el castigo y que hay una hora en la que todos los asesinos están como yo: vacíos por dentro, estériles.

MARTA: Desprecio sus palabras; no puedo oírla hablar de crimen y de castigo.

LA MADRE: No elijo las palabras, ya no tengo preferencias. He perdido la libertad: empezó el infierno.

MARTA: (ACERCÁNDOSE Y CON VIOLENCIA) No hablaba usted así antes. Y durante todos esos años continuó a mi lado, sujetando con mano firme las piernas de los que debían morir.

LA MADRE: Continué, es cierto. Pero las cosas que viví de ese modo, las viví por costumbre: no hay diferencia con la muerte. Ha bastado el dolor para transformarlo todo. Eso es, justamente, lo que mi hijo vino a cambiar. (MARTA INTENTA HABLAR)

Lo sé, Marta, no es razonable. ¿Qué significa el dolor para una asesina? Pero ya lo ves, no es un verdadero dolor de madre: todavía no he gritado. No es sino el sufrimiento de renacer al amor, y sin embargo resulta superior a mis fuerzas. (SE DIRIGE DECIDIDA HACIA LA PUERTA, PERO MARTA SE LE ADELANTA Y LE CIERRA EL PASO)

MARTA: No, madre, usted no me abandonará. No olvide que yo me quedé y él se marchó. Eso hay que pagarlo. Eso tiene que entrar en la cuenta. Y usted debe volver a mí.

LA MADRE: (SUAVEMENTE) ¡Es cierto, Marta, pero a él lo he matado!

MARTA SE APARTA UN POCO, CON LA CABEZA HACIA ATRÁS, COMO SI MIRARA LA PUERTA.

MARTA: (DESPUÉS DE UN SILENCIO, CON PASIÓN CRECIENTE) Todo lo que la vida puede dar a un hombre, le fue dado. Abandonó este país. Conoció otros espacios, el mar, seres libres. Yo me quedé aquí. Me quedé, pequeña y oscura, hundida en el corazón del continente, y crecí en la espesura de la tierra. Nadie besó mi boca y ni siquiera usted vió mi cuerpo sin ropa. Comprenda, pues, que para un hombre que ha vivido, la muerte es cosa de nada. (SE MIRAN EN SILENCIO. Y MARTA BAJA LOS OJOS) (EN VOZ MUY BAJA)

LA MADRE HA AVANZADO HACIA ELLA

LA MADRE: ¿Lo habías reconocido?

MARTA: (ALZANDO BRUSCAMENTE LA CABEZA) ¡No! No lo había reconocido. No conservaba ninguna imagen de él y todo sucedió como debía suceder. Ahora sé que aun reconociéndolo, nada habría cambiado.

LA MADRE: Quiero creer que no es cierto. No hay alma totalmente criminal y los peores asesinos tienen momentos en que arrojan el arma.

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MARTA: Yo también conozco esos momentos. Pero no hubiera agachado la cabeza ante un hermano desconocido e indiferente.

LA MADRE: ¿Y entonces ante quien?

MARTA AGACHA LA CABEZA

MARTA: Ante usted.

SILENCIO.

LA MADRE: (LENTAMENTE) Demasiado tarde, Marta. Ya no puedo hacer nada por ti. (APARTANDOSE UN POCO) (SE VUELVE HACIA SU HIJA) ¿Lloras, Marta? (APARTA DULCEMENTE A MARTA, QUIEN POCO A POCO LE CEDE EL PASO.)

EL PASO QUEDA LIBRE.

MARTA: (TAPANDOSE LA CARA CON LAS MANOS) ¿Pero hay algo más fuerte que la desesperación de su hija?

LA MADRE: La fatiga quizá… y la sed de reposo.

SALE SIN QUE LA HIJA SE OPONGA.

ESCENA II

MARTA CORRE HACIA LA PUERTA Y LA CIERRA BRUTALMENTE.

LLAMAN A LA PUERTA.

ESCENA III

MARTA: ¿Quién es?

MARÍA: Una viajera.

MARTA: No recibimos más clientes.

MARÍA: Pero yo vengo a reunirme con mi marido.

ENTRA

MARTA: (MIRÁNDOLA) ¿Quién es su marido?

MARÍA: Llegó aquí ayer y debía venir a buscarme esta mañana. Me sorprende que no lo haya

hecho. MARTA: Había dicho que su mujer estaba en el extranjero.

MARÍA: Tiene sus razones. Pero debíamos encontrarnos ahora.

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MARTA: (QUE NO HA DEJADO DE MIRARLA.) Le será difícil. Su marido ya no está aquí.

MARÍA: ¿Qué está diciendo? ¿No les alquiló un cuarto?

MARTA: Es cierto que alquiló un cuarto, pero se fue por la noche.

MARÍA: No puedo creerlo porque conozco todas las razones que tiene para quedarse en esta casa. Pero su tono me inquieta. Dígame lo que tiene que decirme.

MARTA: No tengo nada que decirle sino que su marido ya no está aquí.

MARÍA: No pudo marcharse sin mí; no la comprendo. ¿Las dejó definitivamente o avisó que

volvería? MARTA: Nos dejó definitivamente.

MARÍA: Escuche. Desde ayer soporto en este país extranjero una espera que ha agotado toda mi paciencia. Vine impulsada por la inquietud, y no me decido a marcharme sin haber visto a mi marido, o sin saber dónde encontrarlo.

MARTA: Ése es asunto suyo, no mío.

MARÍA: Se equivoca usted. También es asunto suyo. No sé si mi marido aprobará lo que voy a decirle, p ero estoy cansada de estos juegos y complicaciones. El hombre que llegó a su casa, ayer por la mañana, es el hermano de quien no sabía usted nada desde hace años.

MARTA: No me dice nada nuevo.

MARÍA: (ESTALLANDO) Pero entonces, ¿qué ha sucedido? Y si todo se aclaró por fin, ¿por qué no está su hermano en esta casa? ¿No lo reconoció, y su madre y usted no se alegraron del retorno?

MARTA: Mi hermano ya no está aquí porque ha muerto.

MARÍA SE SOBRESALTA Y PERMANECE UN MOMENTO EN SILENCIO, MIRANDO FIJO A MARTA. LUEGO HACE ADEMÁN DE ACERCARCELE Y SONRIE.

MARÍA: Usted bromea, ¿verdad? Jan me ha dicho muchas veces que ya de niña le gustaba desconcertar a lagente. Somos casi hermanas y…

MARTA: No me toque. Quédese donde está. No hay nada común entre nosotras. (PAUSA.) Su marido murió anoche y le aseguro que no es broma.

MARÍA: ¡Usted está loca, loca de atar! Nadie se muere así cuando lo esperan. Es demasiado repentino, no puedo creerlo. Déjeme verlo y sólo entonces creeré lo que no puedo siquiera imaginar.

MARTA: Es imposible. Ahora está en el fondo del río donde mi madre y yo lo llevamos anoche, después de adormecerlo. No sufrió, pero eso no le impide estar muerto; nosotras, su madre y yo, lo hemos matado.

MARÍA: (RETROCEDE) Sabía que nada bueno me esperaba aquí, pero no estoy dispuesta a participar en esta demencia.

MARTA: No me corresponde convencerla sino sólo informarla. Usted misma llegará a la

evidencia. MARÍA: (CON CIERTA DISTRACCIÓN) ¿Pero por qué, por qué me han hecho esto?

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MARTA: ¿En nombre de qué me interroga usted?

MARÍA: ¡En nombre de mi amor!

MARTA: ¿Qué quiere decir esa palabra?

MARÍA: Quiere decir todo lo que en este momento me desgarra y me muerde, este delirio que abre mis manos para el crimen. Si no fuera por la obstinada incredulidad que me queda en el corazón, aprendería usted, loca, lo que quiere decir esa palabra al sentir su rostro desgarrado por mis uñas.

MARTA: Decididamente, habla usted un lenguaje que no entiendo.

MARÍA: (CON UN GRAN ESFUERZO). Escúcheme, dejemos el juego, si lo es. No nos perdamos en palabras vanas. Dígame, bien claro, lo que quiero saber, bien claro, antes de abandonarme.

MARTA: Es difícil ser más clara de lo que lo he sido. Matamos a su marido anoche para quitarle el dinero, como ya lo hemos hecho con algunos viajeros.

MARÍA: ¿Así que su madre y hermana eran unas asesinas?

MARTA: Sí, pero eso es asunto de ellas.

MARÍA: (SIEMPRE CON EL MISMO ESFUERZO). ¿Usted ya sabía que él era su hermano?

MARTA: Para decirle la verdad, hubo un malentendido. Y si usted conoce un poco el mundo, no le sorprenderá.

MARÍA: (VOLVIÉNDOSE HACIA LA MESA, CON LOS PUÑOS CONTRA EL PECHO Y VOZ SORDA). Oh, Dios mío, yo sabía que esta comedia tenía que resultar sangrienta, y que los dos recibiríamos castigo por habernos prestado a ella. (SE DETIENE DELANTE DE LA MESA Y HABLA SIN MIRAR A MARTA.) Él quería que ustedes lo reconocieran, quería volver a su casa, traerles la felicidad, pero no sabía dar con la palabra necesaria. Y mientras buscaba las palabras, lo mataron. (SE ECHA A LLORAR.) ¡No saben qué corazón orgulloso, qué alma exigente acaban de matar! Podría ser el orgullo de ustedes, como fué el mío.

MARTA: No juzgue nada, usted no lo sabe todo. En este momento, mi madre ha ido a reunirse con su hijo. Los dos están pegados a las estacas de la represa y el agua, que empieza a roerlos, los empuja sin tregua contra la madera podrida. Y para decírselo de una vez, sus lágrimas me repugnan.

MARÍA: (VOLVIÉNDOSE CONTRA ELLA CON ODIO). Son las lágrimas de las alegrías perdidas para siempre, de la felicidad frustrada.

MARTA: Nada de eso me conmueve, y a decir verdad, sería poca cosa. Porque yo también he visto y oído bastante, y también decidí morir..

MARÍA: ¿Y, qué me importa que usted muera o que se derrumbe el mundo entero si por culpa suya per dí al que amaba y ahora tengo que vivir en esta terrible soledad donde la memoria es un suplicio?

MARTA SE LE ACERCA POR DETRÁS Y LE HABLA DESDE ARRIBA.

MARTA: No exageremos. Usted ha perdido a su marido y yo he perdido a mi madre. Estamos en paz. Pero usted sólo lo perdió una vez, después de gozarlo muchos años y sin que él la haya rechazado. A mí mi madre me rechazó.

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MARÍA: Sí; quizá cayera en la tentación de compadecerla y de hacerla entrar en mi dolor si no su piese lo que le esperaba, a él, solo en su cuarto, en el mismo momento en que usted preparaba su muerte.

MARTA: (CON ACENTO SÚBITAMENTE DESESPERADO). También estoy en paz con su marido, porque conocí su angustia. Imaginaba que el crimen era nuestro hogar y que nos había unido, a mi madre y a mí, para siempre. Pero me equivocaba. El crimen también es soledad, aunque sean mil a ejecutarlo.

MARÍA SE VUELVE HACIA ELLA BAÑADA EN LÁGRIMAS. MARTA RETROCEDE Y RECOBRA SU DUREZA.

No me toque, ya se lo he dicho. Al pensar que una mano humana puede imponerme su calor antes de mor ir, siento que todos los furores de la sangre me suben a las sienes.

MARÍA SE HA LEVANTADO Y ESTÁN FRENTE A FRENTE, MUY CERCA UNA DE OTRA.

MARÍA: No tema. La dejaré morir como desea. Y tanto su madre como usted nunca serán sino rostros fugaces, encontrados y perdidos en el curso de una tragedia que no acabará. (OCULTA SÚBITAMENTE EL ROSTRO ENTRE LAS MANOS.)

MARTA, QUE SE HA VUELTO Y HA DADO UNOS PASOS HACIA LA PUERTA, REGRESA HACIA MARÍA.

MARTA: Pero no tan grande, pues le ha dejado lágrimas. Y antes de abandonarla para siempre, veo que me queda algo por hacer. Me falta desesperarla.

MARÍA: (MIRÁNDOLA CON ESPANTO). ¡Oh! ¡Déjeme, váyase, y déjeme.MARTA: No puedo morir dejándola convencida de que tiene razón, de que el amor no es en vano, y de que esto es un accidente. Porque ahora estamos dentro de la normalidad. Hay que convencerse.

MARÍA: ¿Qué normalidad?

MARTA: Ésa en la que nadie es reconocida nunca.

MARÍA: (ENAJENADA) Qué me importa, casi no la entiendo. Mi corazón está desgarrado. Sólo le importa aquel a quien usted mató.

MARTA: (CON VIOLENCIA). ¡Cállese! No quiero oír hablar más de él, lo detesto. Ya no es nada para usted. Entró en la amarga morada donde el hombre queda exiliado para siempre. ¡Imbécil! Ya estamos todos dentro de la normalidad. (CON UNA RISA DESPRECIATIVA.).

MARÍA: (LLORANDO). No puedo, no puedo soportar sus palabras. Y él tampoco las hubiera soportado.

MARTA: (QUE HA LLEGADO A LA PUERTA, VOLVIÉNDOSE BRUSCAMENTE). Esta locura ha recibido su pago. Pronto recibirá usted el suyo. (CON LA MISMA RISA.). Su marido conoce ahora la respuesta, esa morada espantosa donde al final estaremos apretados unos junto a otros. SALE Y MARÍA, QUE HA ESCUCHADO ENAJENADA, VACILA TENDIENDO LAS MANOS HACIA ADELANTE.

MARÍA: (GRITANDO). ¡Oh, Dios mío, no puedo vivir en este desierto! Te hablaré, sabré encontrar las palabras. (CAE DE RODILLAS.) Porque a ti me encomiendo. ¡Ten piedad de mí, vuelve a mí tus ojos!

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¡Escúchame, señor, dáme tu mano! ¡Ten piedad de los que se aman y están separados!

SE ABRE LA PUERTA Y APARECE EL VIEJO CRIADO.

ESCENA IV

EL VIEJO: (CON VOZ CLARA Y FIRME). ¿Me llamó usted?

MARÍA: (VOLVIENDOSE HACIA ÉL). ¡Oh, no sé! Pero ayúdeme, porque necesito que me ayuden. ¡Apiádese, ayúdeme!

EL VIEJO: ¡No!

TELÓN.

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