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N. Salvador Miguel, "La Celestina y el origen converso de Rojas" Este artículo se publicó en Ex libris. Homenaje al profesor José Fradejas Lebrero, Madrid, 1993, I, pp. 181-189.

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N. Salvador Miguel,

"La Celestina y el origen converso de Rojas"

Este artículo se publicó en

Ex libris. Homenaje al profesor José Fradejas Lebrero,

Madrid, 1993, I, pp. 181-189.

LA CELESTINA Y EL ORIGEN CONVERSO DE ROJAS.NICASIO SALVADOR MIGUELUniversidad Complutense

Varios de mis trabajos, desde 1977, han tenido que ver con aspectosatinentes a judíos y conversos en relación con la literatura medieval espa-ñola 1,' y, como presupuesto o consecuencia de los mismos, han ¡do sur-giendo algunos problemas metodológicos que, aun cuando ¡nsinuados oglosados en parte, exigen, a mi ver, un reagrupamiento sistemático y orde-nado. Mis anotaciones se centrarán en el ejemplo de Fernando de Rojas, elautor que, sobre la base de un texto que constituirá luego el primer acto 2,escribe la obra que conocemos como La Celestina, cuya primera versión(Comedia), en dieciséis actos, se publica en 1499, mientras que la definitiva(Tragícomedia), en veintiuno, circula, al menos, desde 1502, por más quetodas las ediciones conservadas con tal fecha sean posteriores.

I. Judío, conversa, judío conversa, ¡sraelita

El primero de esos problemas se refiere a la improcedente equiparaciónentre los conceptos de judío y converso, que expresan realidades distintas,en cuanto que el segundo lo es una vez abandonada su anterior creencia.Tal igualación conduce incluso a crear el sintagma judío conversa, que se

1 N. Salvador Miguel, «Consideraciones sobre el episodio de Rachel y Vidas en el Cantarde Mío Cid», Revista de Filología Española, LIX (1977 [1979]), pp. 183-224 (versión primitiva,prácticamente igual, en VIII Congreso de la Société Rencesvals, Pamplona, 1981, pp. 431-449);id., «Unas glosas más al episodio de Rachel y Vidas en el Cantar de Mío Cid», Serta Philolo-gica F. Lázaro Carreter, Madrid, 1983, pp. 493-498; id., «Judíos y conversos en la literaturamedieval castellana: hechos y problemas», en Los sefardíes. Cultura y literatura, ed. P.Díaz-Mas, San Sebastián, 1987, pp. 51-59; id., «El presunto judaísmo de La Celestina», en TheAge of the Catho/¡c Monarchs, 1474-1516. Literary Studies in Memory of Keith Whinnom,Liverpool, 1989, pp. 162-177; id., «La Escuela de traductores de Toledo, Pabellón de España,número -3 (20 de enero de 1992), pp. 44-47; id., «El Debate entre un cristiano y un judío»,Incipit (en prensa).

2 Para Ia dualidad de autores, vid. N. Salvador Miguel, «La autoría de La Celestina y lafama de Rojas», Epos, VII (1991), pp. 275-290.

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me hace del todo inaceptable; y hasta a emplear el término israe/¡ta paracalificar a un converso de hace cuatro o cinco siglos. Errores de este tipo,con todo, se multiplican en no pocos estudios, a pesar de que, alguna vez,se ha señalado su incorrección.

Asi, en el caso de Rojas, conocemos, como dato incontestable, su con-dición de converso, ya que, en el proceso que, entre mayo de 1525 y octubrede 1526, siguió la Inquisición contra su suegro, Álvaro de Montalbán, porjudaizante, éste intentó nombrar, sin conseguirlo, «por su letrado, al bachi-ller Fernando de Rojas, su yerno, vecino de Talavera, que es converso» 3.

Aunque cabe la posibilidad de que la denominación de converso apli-cada a Rojas no sea del suegro sino del notario del Santo Oficio que levantael acta 4, la atribución queda como segura.

Sin embargo, en una larga ristra de estudios, que van desde principiosde siglo hasta nuestros dias y que abarcan los más diversos nombres (Ceja-dor 5, Ramiro de Maeztu 6, Serrano Poncela 7, E. Salcedo 8, Américo Castro 9,J. de Val 1° o A. van Beysterveldt 11), Rojas aparece calificado como «judioconverso», denominación que E. Orozco 12 aplica, sin salirnos de La Celes-tina, al padre de Melibea, Pleberio. En la misma linea, Américo Castro nosolo metió a Rojas en una larga lista de «judíos conversos», en la quealgunos no pintan nada, sino que apostillo’ que su obra se «debe al pueblojudio» y muestra «la huella de su ascendencia israelita» 13.

II. EI vocablo «conversa»

EI segundo de los problemas se relaciona con la indistinción con que seusa el vocablo converso, como si siempre aludiera a la misma realidad uni-

3 Publicado por M. Serrano y Sanz, «Noticias biográficas de Fernando de Rojas, autor deLa Celestina, y del impresor Juan de Lucena», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, VI(1902), pp. 245-255 y 260-280 (cita en p. 269).

4 Entonces, la puntuación quedaría así: «dixo que “nombrava por su letrado al bachillerFernando de Rojas”, que es converso». Para más detalles, vid. N. Salvador Miguel, «El pre-sunto judaísmo...», art. cit, p. 162, con bibliografía.

5 J. Cejador y Frauca, ed. La Celestina [1910-1913], Madrid, 1958, II, p. 199, n. 2.6 Ramiro de Maeztu, Don Quijote, Don Juan y «La Celestina» [1926], Madrid, 1963, p. 137.7 S. Serrano Poncela, «El secreto de Melibea» [Cuadernos Americanos, nu'm. 100 (1958),

pp. 488-510], en su miscelánea El secreto de Melibea y otros ensayos, Madrid, 1959, p. 8.8 E. Salcedo, «Notas sobre La Celestina:judíos y cristianos», Boletín Informativo del Semi-

nario de Derecho Político (Salamanca), nu’m. 26 (1962), p. 111.9 Américo Castro, La realidad histórica de España, México, 19663, p. 78. Sigo esta tercera

edición renovada, a causa de la continua labor de correcciones a que Castro sometió su obra.1° J. de Val, ed. Francisco Delicado, Retrato de Ia Lozana Andaluza, Madrid, 1967, p. 11.” A. van Beysterveldt, «Nueva interpretación de La Celestina», Segismundo, Xl (1975), p-

110. El trabajo se reimprimio’, con escasas variantes, en su libro Amadls'-Espland¡án-Ca/isto:historia de un linaje adulterado, Madrid, 1982.

12 E. Orozco, «La Celestina: hipótesis para una interpretación», In'sula, núm. 124 (15 marzo,1957), p. 10.

‘3 A. Castro, ob. cit., p. 50.

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voca. Así, el que en su propia época se calificara a Rojas de converso nosignifica que e'l fuera un convertido personal del judaísmo al cristianismo,ya que tal marbete se ahijaba también a quienes ya eran «hijos y nietos decristianos», según la queja que se presentó al obispo de Cuenca, don Lopede Barrientos, en 1449 14.

En consecuencia, la denominación de Rojas como converso ni siquierasignifica que lo hubiera sido su padre, porque la sugerencia de Gilman,según la cual fue hijo de un Hernando de Rojas, condenado por judaizanteen 1488 15, amén de no fundamentarse más que en la tardía alegación deun fiscal hostil, en 1616, deja sin explicar, entre otros pormenores, cómoRojas pudo ejercer como abogado y Alcalde Mayor de Talavera en febreroy marzo de 1538 16, contradiciendo los decretos establecidos por Torque-mada en noviembre de 1484 17. Además, en 1517, se le admitió como testigode la defensa en el juicio seguido por la Inquisición contra el judaizanteDiego de Oropesa," como tal, Rojas debía certificar, entre otros puntos, queOropesa «bivía como fiel y católico cristiano» y cumplía con sus deberesreligiosos 18. Por fin, en la probanza de hidalguía solicitada por su nieto en1584, los testigos califican de hidalgo al bachiller 19,' y, aun cuando estasprobanzas se falsificaran con relativa facilidad, los resultados positivos de lainvestigación, unidos a los argumentos anteriores, avalan como muyposible que Rojas tan solo descendiera en cuarta o quinta generación de unconverso 2°.

III. El conversa y sus familiares

Toca el tercer problema a las conjeturas que se vierten sobre presuntoscomportamientos de un autor de origen converso en función de los paren-tescos de sus hijos o familiares.

Consta, así, que el suegro de Rojas fue judaizante, y que el propio Fer-nando descendía de conversos, aunque desconocemos en que’ grado. Sin

14 Cf. F. Caballero, Noticias de la vida, cargos y escritos del doctor Alonso Díaz de Mon-talvo, magistrado insigne en los tres reinados de Juan ll, Enrique IV y los Reyes Católicos,Madrid, 1873, p. 247.

15 Cf. S. Gilman y R. Gonzálvez, «The Family of Fernando de Rojas», Romanische Fors-chungen, 78 (1966), pp. 1-26; S. Gilman, La España de Fernando de Rojas [1972], Madrid, 1978,p. 63.

15 Cf. M. Serrano y Sanz, art. cit, p. 263.17 Cf. K. Whinnom, «lnterpreting La Celestina: The Motives and the Personality of Fer-

nando de Rojas», Mediaeval and Renaissance Studies on Spain and Portugal in Honour of P.E.Russell, Oxford, 1981, p. 58, n. 17.

18 Para el texto, cf. M. Serrano y Sanz, art. cit., p. 251. Cf. O.H. Green, «Fernando de Rojas,conversa and hidalgo», Hispanic Review, XV (1947), p. 387; N. Salvador Miguel, «El presuntojudaísmo..», an‘. cit, p. 162.

‘9 Cf. O.H. Green, art. cit, pp. 384-387.2° Voy, así, más allá de mi artículo anterior, donde, a partir de estos datos, tan solo indi-

caba que era «muy posible el que Rojas no fuera un converso de primera generación» («Elpresunto judaísmo...», p. 163); cpse. K. Whinnom, art. cit., p.58.

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embargo, Lida, dando por segura tal condición como característica personalde Rojas, intentó enhebrar nuevos argumentos con el objeto de mostrarque el bachiller salmantino fue hombre «bien apegado a su linaje» 21. ln-dica, en efecto, que su hija Catalina se unió en matrimonio con un nuevoMontalbán (Luis Hurtado, hijo de Pedro Montalbán) 22, mientras que su otrahija, María, esposara’ con Juan de Santo Domingo, «típico apellido deconverso» 23. Pero si el segundo aserto no pasa del terreno de la conjetura,en el primero van implícitas dos hipótesis no probadas: por un lado, que elapellido Montalbán fuera exclusivo de conversos y, por otro, que, aun en talcaso, el matrimonio de la hija fuera consecuencia del carácter converso delpadre.

IV. Obra literaria y carácter conversa de un autor

EI cuarto problema atañe a las interpretaciones forzadas de una obra, ensu totalidad o en algún aspecto, basadas en la patente o presunta condiciónjudía o conversa de un autor. En el caso de La Celestina, se han pretendidofundamentar en tal origen no pocos detalles y particularidades, cuya expli-cación, no obstante, es bien distinta para el conocedor de la historia literariay sociohistórica del momento. Me Iimitare’ ahora a seleccionar unos cuantosbotones de muestra referentes a la forma en que el autor comunica sunombre en las ediciones del libro; al comportamiento de dos personajes; yal significado de la obra.

IV. A. Por lo que respecta al nombre del autor, su ausencia en la primeraedición (Burgos, 1499) y su inclusión en las restantes tan solo en el acrós-tico, así como el hecho de que desde la versión de la Tragicomedia Rojasachacara a Mena o Cota la escritura del primer acto, han sido considera-dos por muchos críticos como consecuencia de que Rojas temía a la lnquisi-cio'n 24, a los «censores cristianos» 25 o a ser tachado de converso 26. Argu-mentos de este tipo, no obstante, revelan nada más que una inopia cultural,ya que el acro’stico recoge un procedimiento que, usado ya en los Salmos,

2‘ Vid. M.-"*I Rosa Lida de Malkiel, La originalidad artística de «La Celestina» [1962], BuenosAires, 1970, p. 23, n. 11.

22 El dato lo proporciona M. Serrano y Sanz, art. cit. p. 295.23 Cf. M."‘- R. Lida de Malkiel, ob. y p. citadas.24 R. de Maeztu, ob. cit., p. 139; L.G. Zelson, «The Celestina and its Jewish Authorship»,

The Jewish Forum, XIII (1930), p. 460; H.P. Houck, «Mabbe’s Paganization of the Celestina»,Publications ofModern Language Association, LlV (1939), p. 422.

25 Cf. S. Serrano Poncela, ob. cit., p. 8.25 Cf. J. de Val, ob. cit., p. 11; P. Fernández Márquez, Los personajes de «La Celestina»,

México, 1970 (el libro carece de paginación); H. de Vries, «Sobre el mensaje secreto deCalysto y Me/ybea», en «La Celestina» y su contorno social: Actas del I Congreso Internacionalsobre «La Celestina», Barcelona, 1977, pp. 136, 137 (cf. también su artículo «La Celestina,sátira encubierta: el acróstico es una cifra», Boletín de la Real Academia española, LlV (1974),pp. 123-152). A E. Moreno Báez (Nosotros y nuestros clásicos, Madrid, 1961, reimpr., 1968, pp.142 y 144) el acróstico también le resultaba extraño.

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fue común en la tradición latina clásica y medieval, tanto en prosa como enverso, en la poesía medieval árabe y hebrea, y en buen número de poetascancioneriles castellanos 27.

Asimismo, su empleo se convirtió en práctica corriente, durante la EdadMedia, para señalar una autoría restringida, sentido en el que lo utilizanRojas y, a su zaga, varios continuadores e imitadores 28. No cabe olvidar, porotra parte, que la Inquisición no se ocupaba de Ia censura de libros en lae’poca de las primeras ediciones de La Celestina, hecho que debía ser bienconocido por quien orgullosamente se proclama «jurista» y considera talprofesión como «mi principal estudio». En efecto, hasta mediados del sigloXVI el Santo Oficio no toma cartas en Ia purga de impresos y tan solo comocaso excepcionalísimo procesa a los autores censurados. Por todo ello, laTragicomedía, aunque vedada por la más severa Inquisición portuguesa en¡1581, no se expurga en España, restringiendo poquísimas líneas, hasta elIndice de Zapata de 1632, y no se prohibe entera hasta el edicto de febrerode 1793, reproducido en el Suplemento de 1805 29.

IV. B. Me ocupare’ ahora de un par de aspectos relacionados con lospersonajes de Melibea y Pleberio. La primera, como es sabido, acaba suici-da'ndose tras la muerte de Calisto, y ese final se ha interpretado por algunoscríticos como un detalle típico del carácter converso de Rojas 3° o comoparadigma de que el autor diseña a Melibea como una conversa 31. Mas talrazonamiento, sobre desconocer que el suicidio no fue tan raro en otrostextos del Medievo, empezando por los libros sentimentales tan caros aRojas, parece suponer que en la religión judía no se condena el suicidio tanduramente como en la cristiana, lo que revela, cuando menos, un despistede nota 32. De modo semejante, las actividades comerciales de Pleberio —edificar torres, plantar árboles, fabricar navíos 33- definen, según algunos, aun personaje converso 34, ya que revelan un «trabajo organizado, totalmenteinconcebible en un caballero en aquellos años», excepto en el caso de unapersona de tal índole 35. Pero esta formulación no tiene en cuenta que cons-tituye un «fenómeno común a todas las sociedades del Occidente europeo»,a fines del siglo XV, la aparición de grandes burgueses adinerados, cuyo

27 N. Salvador Miguel «El presunto judaísmo...», p. 163.28 Cf. íbid., con datos más concretos y bibliografía.29 Cf. I'bI'd, para los fundamentos bibliográficos.3° Cf. J. Cejador, ed. cít., ll, p. 199, n. 2; R.L. Doyon, ed. La Ce’lestine, París, 1952 (según

testimonio de J. Lemartinel, «Sobre el supuesto judaísmo de La Celestina», Hommage deshíspanistes francais a Nóel Salomon, Barcelona, 1979, p. 509). Vid. también, a propósito delsuicidio, Houck, art. cít., p. 431.

3‘ Cf. S. Serrano Poncela, ob.cít., p. 21; F. Romero, Salamanca. teatro de «La Celestina»,con algunos apuntamientos sobre la identidad de sus autores, Madrid, 1959, p. 35.

32 Cf. N. Salvador Miguel, «El presunto judaísmo...», p. 164, con más detalles y biblio-grafía.

33 Fernando de Rojas, La Celestina, ed. D.S. Severin, Madrid, 1977, acto XXI, p. 232.3‘ Cf. E. Orozco, art. cít., p. 10; S. Serrano Poncela, ob. cit, p. 16.35 E. Orozco, art. cít., p.10.

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código social se fundamenta en una riqueza que les permite, a su vez, si setercia, lograr un rango nobiliario 36. De acuerdo con tales premisas, dePleberio se destaca, conjuntamente, «la nobleza y antigüedad de su linaje» y«el grandísimo patrimonio» (ed. cit, |, p. 53), factores que el anciano consi-dera inseparables en el planto final: «¿Para quién edifique’ torres; para quiénadquirí honras,‘ para quie’n plante’ árboles," para quie’n fabrique’ navíos?»(XXI, p. 232). Con este alegato, Pleberio destaca su ascenso económico,reflejado en la tenencia de posesiones (negocios marítimos, mansiones,fincas) que representan «los elementos del decoro social que e’l, como ricoburgués, en su actividad ha adquirido» 37, pero cuyo valor se ha truncado deraíz, porque ya no podrá transmitirlos en herencia, de manera que surecuerdo en esa dolorosa situación se revela oportunísimo 38.

IV. C. Unos cuantos críticos, por fin, a partir del origen converso deRojas, han buscado una interpretación totalizadora de la obra como el reflejode un problema sociorreligioso tipico del momento: las dificultades paraunirse en matrimonio un caballero cristiano viejo (Calisto) con la hija(Melibea) de un poderoso judío converso (Pleberio) 39; si bien, para alguno,tal explicación sucede con los personajes intercambiados: así, Calisto sería elconverso y Melibea la cristiana 4°. Tal explanacio’n, basada en premisas sindemostrar y en malas lecturas del texto 41, ni siquiera tiene en cuenta que elmatrimonio entre cristianos y conversos fue siempre lícito, e incluso habitualen la e’poca de Rojas 42, independientemente de que en el planteamientoanticortesano de la obra es obligada la ausencia de matrimonio 43. En suma,la explicación del argumento de La Celestina como muestra de un problemaracial no se apoya en el más minimo fundamento, lo que aclara que nadasimilar sugiriera nadie en los siglos XVI y XVII, «époque ou‘ I'Espagne e'taithante’e par une impossible "pureté de sang"» 44. Con todo, pese a su simpli-cidad, esta teoría ha campado por sus respetos a una y otra orilla del Atlán-tico y resucita, de vez en cuando, con o sin base en nuevos indicios 45.

35 Cf. J.A. Maravall, El mundo social de «La Celestina», Madrid, 1964, pp. 27-49 (la cita enp. 39).

37 /b¡d., p. 41.38 Vid. el análisis de D. Hook, «"¿Para quién edifique’ torres?": A Footnote to Pleberio's

Lament», Forum for Modern Language Studies, XIV (1978), pp. 25-31.39 E. Orozco, art. cit., pp. 1 y 10; F. Garrido Pallardo’, ob. cit.; S. Serrano Poncela, art. cit.,

pp. 7-36 de la miscelánea indicada.4° Cf. J. Rodriguez Pue'rtolas, «El linaje de Calisto» [Hispanófíla, nu'm. 33 (mayo, 1968),

pp.1-6], en su miscelánea De la Edad Media a la edad conflictiva: estudios de literatura espa-ñola, Madrid, 1972, pp. 209-216.

41 Cf. N. Salvador Miguel, «El presunto judaísmo...», pp. 163-169.42 Cf. M. Bataillon, «La Ce'lestine» se/on Fernando de Rojas, París, 1971, p. 175; Mra R. Lida

de Malkiel, ob. cit., p. 208, n. 8; J.A. Maravall, ob. cit., p. 159.43 Cf. N. Salvador Miguel, «El presunto judaísmo...», p. 168.44 M. Bataillon, ob. cít, p. 173. Para la visio'n de La Celestina en los dos siglos siguientes a

su aparición, vid. M. Chevalier, Lectura y lectores en la España del siglo XVI y XVII, Madrid,1976, pp. 138-166.

45 Doy bastantes datos en «El presunto judaísmo...», pp. 169-170.

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V. Las actitudes del conversa

Un último problema consiste en la tendencia a «presentar como típicasdel judío o del converso determinadas actitudes, profesiones o formas desensibilidad» y, una vez asentadas como tales con mayor o menor certeza,etiquetar como judíos o conversos a aquellos escritores en que tales notasaparecen 46 o insistir en que las mismas se explican por tal condición. Asi,en el caso de Rojas 47, se ha relacionado, repetidas veces, con su origenconverso el pesimismo de la Tragicomedia 48, sobre todo tal como seplasma en el monólogo de Pleberio 49. Más específicamente, S. Gilmanmonto’ una gruesa y poco fiable biografia de Rojas sobre el dato de suíndole conversa, con el propósito de asentar que la amargura esce’ptica eirónica que se desprende de la obra sintetiza una Weltanschaung relacio-nada con tal peculiaridad 5°, como si la áspera desolación no fuera «unaconstante en mil variaciones individuales, de la literatura cristiana y de casitodas las literaturas» 51, reavivada por el pensamiento estoico 52 e incremen-tada, a fines del siglo XV, por la «crisis de las ideas tradicionales de unidad yarmonia» y por la ruptura de «la jerarquía entre cosas divinas y humanas,entre los valores morales, entre las clases y los individuos en la sociedad, taly como tradicionalmente venían entendiéndose» 53.

Incluso M.—al Rosa Lida, que rechazó airada la interpretación racial delargumento, no dejaba de admitir que el origen judio de Rojas puede aclararalgunas modalidades que se vislumbran en su obra, asi como en la de otroscristianos nuevos, y que contrastan con las de los cristianos viejos 54,

46 Cf. N. Salvador Miguel, «Judíos y conversos...», art. cit., p. 58.47 En lo que sigue desarrollo argumentos que, por falta de espacio, no pude tocar en «El

presunto judaísmo...».48 Verbigracia, E. Moreno Báez, ob. cit, pp. 150, 152; Mra R. Lida de Malkiel, ob. cit., p. 23,

n. 11; R.E. Barbera, «Fernando de Rojas, converso», Hispania, LI (1968), pp. 141-142; J. Goyti-solo, «La España de Fernando de Rojas» [Tr/'unfo, 30 de agosto, 1975], en Disidencias, Barce-lona, 1977, pp. 20-22. Tambie’n lo había señalado E. Orozco, art. cit., p. 10.

49 Por ejemplo, J. Cejador, ed. cit, Il, p. 209, n. 18; F. Garrido Pallardó, ob. cit., p. 85; S.Gilman, «Fernando de Rojas as Author», Romanische Forschungen, 76 (1964), pp. 268-270;R.E. Barbera, art. cit, p. 142; J. de Dios Mendoza Negrillo, Fortuna y Providencia en la literaturacastellana del siglo XV, Madrid, 1973, pp. 270-274 (que amplia el influjo converso al prólogoen prosa); J. Goytisolo, art. cit, pp. 23, 24-25; E.M. Gerli, «Pleberio’s Lament and two LiteraryTopoi: Expositor and Planctus», Romanische Forschungen, 87 (1976), pp. 67-74.

5° S. Gilman, La España de Fernando de Rojas, ob. cit. Sobre este libro deben tenerse muyen cuenta la larga recensio’n de P.E. Russell [Cuadernos de Literatura, 27 (1975), pp. 59-74],ahora en Temas de «La Celestina» y otros estudios del «Cid» al «Quijote», Barcelona, 1978,pp. 341-365; y la reseña de K. Whinnom, en Bulletin of Hispanic Studies, Lll (1975), pp.158-161. La visión de S. Gilman se complementa con otros trabajos: «Sobre la identidad histo-'rica de Fernando de Rojas», Nueva Revista de Filologla' Hispánica, 26 (1977), pp. 154-158; «AGeneration of Conversos», Romance Philology, XXXIII (1979), pp. 87-101.

5‘ Cf. E. Asensio, La España ¡mag/"nada de Américo Castro, Barcelona, 1976, p. 64.52 Cf. solo A.D. Deyermond, The Petrarchan Sources of «La Celestina», Oxford, 1961, p.

119.53 J.A. Maravall, ob. cit., pp. 26, 24. Cf. también P.E. Russell, ob. cit., p. 372.5‘ M.R. Lida, ob. cit., p. 26, n. 11.

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aunque, a la hora de la verdad, la insigne maestra proporcionara ejemplosmuy poco convincentes. Destaca, asi, que «el converso Rojas observa larealidad en que no puede integrarse subrayando sarcásticamente sus pre-juicios y sus convenciones» 55, de modo que se debe «al ojo crítico delconverso» la censura de «todo lo que habia de convencional y paradójico enla devoción al uso entre los distintos tipos sociales» 55. Pero bien conocíadoña María Rosa, por más que lo olvidara en esta ocasión, que la críticaeclesiástica y la sátira de la piedad convencional fueron hechos comunes atodas las literaturas europeas de la Edad Media: de Berceo a Villon, de Boc-caccio a Juan Ruiz, de Chaucer a docenas de poetas cancioneriles cuatro-centistas.

El otro caso que, en el sentir de Lida, podría relacionarse con el origenconverso del autor sería la valoración específica que, como figuras dramáti-cas independientes, se concede en la Tragicomedia a los padres, y en espe-cial a la madre, de acuerdo con la cultura y la literatura judías 57. La afirma-ción, con todo, es más que sospechosa tanto por estar errados algunos delos términos de las comparaciones que establece —afirmar, por caso, lacalidad conversa de Mena 58- como por el reducido elenco de citas quedebería extenderse al papel desempeñado por la madre en las jarchas, lalírica gallego-portuguesa y otros géneros y tradiciones roma’nicos e hispá-nicos.

VI. Conclusiones

Cerrare’ esta páginas con un par de conclusiones que se me hacenevidentes.

En primer término, el caso de Rojas atestigua con diafanidad un rosariode errores metodológicos que se repite en no pocos críticos a la hora deindagar sobre el nexo de judíos y conversos con la actividad literaria de laEspaña medieval. '

En segundo lugar, el mismo paradigma prueba las deduccionesviolentas que pueden cometerse en la interpretación de una obra cuando sepretende que el carácter converso de un autor debe reflejarse necesaria-mente en sus creaciones Así, solo desde 1902, fecha en que apareciódocumentado el origen converso de Rojas, se desataron los estudios en quese pretendía iluminar la obra o distintos aspectos de la misma comoconsecuencia de tal índole. Mas esa explicación contrastaba con el hecho deque ninguna cuestión de ese tipo había sido entrevista con anterioridad aesa data por ningún editor, lector, glosador, comentador, imitador o comen-

55 M.a- R. Lida de Malkiel, Dos obras maestras españolas: El «Libro de buen amor» y «LaCelestina» [1961], Buenos Aires, 1968, p. 24.

56 Ibid., p. 24.57 Cf. Mra R. Lida, La originalidad..., pp. 498 ss.58 Cf. solo N. Salvador Miguel, La poesía cancioneril. El «Cancionero de Estu’n'iga»,

Madrid, 1977, p. 148, n. 8 (con amplia bibliografía).

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tarista, de modo que, «si no nos constara documentalmente tal origen deljoven bachiller, sería imposible inferirlo de la obra», en la que ningúnaspecto se aclara desde la perspectiva del Rojas converso 59.

Como esta cadena de errores y falsos presupuestos reaparece machaco-namente en multitud de trabajos, extendiéndose a la interpretación de otrosautores y obras, no juzgo baldío insistir en su denuncia, porque, al fin y alcabo, el deber primario de un historiador y un filólogo consiste en labúsqueda de cimientos sólidos que, con Platón (Fedón, 91c), le permitanaproximarse a la verdad, aunque tenga que oponerse a Sócrates.

59 Cf. N. Salvador Miguel, «El presunto judaísmo..», p. 172.

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