murillo. la memoria.pdf

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151 La memoria como coordenada, la memoria como imagen Optar por la vía narrativa para abordar la insurrección de abril de 1952, principalmente a través de testimonios orales de testigos contemporáneos (recuperados y grabados en su mayoría en 2008- 2009), responde a circunstancias muy concretas. En la abundante literatura acerca del más fértil cambio institucional en la Bolivia del siglo XX, se deplora la parvedad de materiales ricos en detalles sobre las acciones y enfrentamientos en aquellos escenarios que decidieron el destino del país en los días 9, 10, y 11 de abril. 146 Después de examinar la historiografía revolucionaria nacional y extranjera (y dentro de esta, en especial, angloamericana), no podía responderme preguntas simples sobre los hechos de aquellas jornadas de 1952. ¿Quiénes?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo?, me continuaba preguntando. La ausencia aún de la más simple crónica completa y ordenada de los hechos protagonizados por los insurrectos populares contrasta con la pululante proliferación de interpretaciones sobre las causas, las consecuencias y aun el sentido último de los cambios suscitados a partir de esos tres días de enfrentamientos decisivos. La desproporción entre la aridez de la historia narrativa y el tro- pical florecimiento de filosofías de la historia boliviana –concentrado 146 En el capítulo 1 “La historiografía convencional” hay un relevamiento bibliográfico y crítico de la literatura al respecto.

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    La memoria como coordenada,la memoria como imagen

    optar por la va narrativa para abordar la insurreccin de abril de 1952, principalmente a travs de testimonios orales de testigos contemporneos (recuperados y grabados en su mayora en 2008-2009), responde a circunstancias muy concretas. En la abundante literatura acerca del ms frtil cambio institucional en la Bolivia del siglo xx, se deplora la parvedad de materiales ricos en detalles sobre las acciones y enfrentamientos en aquellos escenarios que decidieron el destino del pas en los das 9, 10, y 11 de abril.146

    Despus de examinar la historiografa revolucionaria nacional y extranjera (y dentro de esta, en especial, angloamericana), no poda responderme preguntas simples sobre los hechos de aquellas jornadas de 1952. Quines?, qu?, cundo?, dnde?, cmo?, me continuaba preguntando. La ausencia an de la ms simple crnica completa y ordenada de los hechos protagonizados por los insurrectos populares contrasta con la pululante proliferacin de interpretaciones sobre las causas, las consecuencias y aun el sentido ltimo de los cambios suscitados a partir de esos tres das de enfrentamientos decisivos.

    La desproporcin entre la aridez de la historia narrativa y el tro-pical florecimiento de filosofas de la historia boliviana concentrado

    146 En el captulo 1 La historiografa convencional hay un relevamiento bibliogrfico y crtico de la literatura al respecto.

    MauricioHighlight

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    en un mesinico divorcio de las aguas encuentra su razn, antes que en las miserias de cualquier historicismo acadmico profesional, en la utilidad poltica, advertida de inmediato ya en 1952, que ofreca, a quienes lograran imponerla, una versin completa, explicativa, y, casi sin excepciones, celebratoria, de la direccin y el dinamismo que aquellas jornadas imprimieron a la historia boliviana y lati-noamericana. Esto resulta candorosamente transparente en el caso nacionalista-revolucionario, cuya doctrina en forma de fbula busc acuarse y volverse moneda corriente, para orientar y justificar el accionar del mnr en el poder.

    En la mayora de los casos, la historia oficial, ms mo-vimientista y partidaria que nacionalista o revolucionaria, se interes en exponer, con marcado hincapi, las consecuencias institucionales antes que los orgenes insurreccionales. Estas ver-siones, auspiciadas en el gobierno del Estado en su doble funcin propagandstica y pedaggica, o producidas por intelectuales partidistas, partidarios o camaradas de ruta del mnr, no se vieron sustituidas, ni entraron en competencia, con obras histricas ge-nerales de otros sesgos y motivaciones. Muchas veces, siendo las nicas, sirvieron de obligada base para diferentes construcciones interpretativas y crticas cuyo aporte, segn los casos, ha sido ms o menos considerable.

    La precariedad de los datos ha sido el principal motor para buscarlos y obtenerlos. Cuando abunda la informacin, una aproxi-macin que dedicara tiempo y espacio a la reunin y edicin de testimonios orales encontrara y definira su lugar en relacin con otros volmenes y con una tradicin metodolgica que ya habra fructificado. Una perspectiva relativamente clara de los hechos sucedidos en esos tres das, iluminada por una sobria luz unifor-me, pareca base imprescindible para cualquier interpretacin que aspirara a la consistencia.

    Desde comienzos del siglo xx, historiadores y socilogos han repetido, con diversos grados de conviccin y persuasin, que cap-tar, fijar y exponer los hechos en s mismos es un ideal, y una utopa. Ms all de las subjetividades que lo experimentan, nos han dicho las Ciencias sociales del siglo xx, el hecho permanece soberano

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    e inaccesible; debemos conformarnos con una intencionada di-versidad de construcciones del mismo. sin discutir si el acceso al hecho en s es una quimera, irrealizable o indeseable, siempre parece posible hallar un modelo vlido, verosmil y operativo, si se dispone de una adecuada seleccin de testimonios pertinentes por el grado de participacin y cercana en determinada configuracin de los sucesos histricos.

    Una vez encontradas las voces de quienes podran hablar con relevancia de acontecimientos cuya proximidad haba marcado sus cuerpos y sus vidas, busqu prolongar mltiples entrevistas en profundidad.147 Como simulacin operativa de subjetividad, ela-bor una red de correspondencias intersubjetivas.148 Contrastando datos, referencias e indicaciones de los testimonios, pude llegar a una cartografa de la insurreccin basada en un alto grado de certidumbre en cuanto a la relacin entre actores, tiempo y espacio, de manera que el modelo sea muy prximo a la realidad de los hechos en los das de insurreccin. sin embargo, como todo modelo construido en base a una metodologa deliberada aqu, un acercamiento testimonial que abreva en la tradicin de la historia oral,149 nunca podra subsanar, de por s, la escasez

    147 En el captulo 2 De quin es esta crnica de abril de 1952? se ofrecen ms detalles de este proceso.

    148 A veces, los estudiosos de la sociedad se emparientan con los estudiosos del crimen. El detective se enfrenta a versiones narrativas de un hecho pasado e inaccesible. A travs de esa red de correspondencias intersubjetivas debera ser capaz de llegar a una hiptesis socialmente aceptable sobre quin es el homicida y cules fueron sus mviles. Acaso aqu termine la analoga a cua-tro trminos. Al utilizar el concepto de operativo se hace referencia a un modelo que corresponda con los hechos y encuentre retroalimentacin en ellos. De manera que se puede actuar en base al modelo como si se actuara en base a los hechos.

    149 En este trabajo, reconozco mi inspiracin en varios desarrollos de silvia Rivera sobre los mtodos y significaciones de la historia oral. En El potencial epistemolgico y terico de la historia oral: de la lgica instrumental a la descolo-nizacin de la historia (1987), Rivera plantea una posicin epistemolgica definidamente poltica y tica, desde una crtica a distintas corrientes inves-tigativas. siguiendo esas ideas, siempre procur convertir a mi investigacin en un espacio colectivo de desalienacin (Rivera 1987).

    MauricioHighlight

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    de informacin original sobre bien diferenciadas, e inexploradas, zonas en los escenarios definitorios de las jornadas de abril de 1952. si existen datos fiables sobre los movimientos y las prdidas materiales y humanas de las tropas en las Fuerzas Armadas, de los datos que reun resulta difcil cuantificar, en nmero de hombres y recursos, al ejrcito, sucesivamente menguante y creciente, de los insurrectos: el registro estadstico, de cuarteles, arsenales y almacenes, propio de la economa de las Fuerzas Armadas estatales, no poda ser una prioridad, ni siquiera una posibilidad, en las filas irregulares de un levantamiento popular que dirige su dinamismo hacia tumbar un rgimen.

    En otras palabras, slo resulta posible aproximarse a una con-jetura razonable sobre esos datos a travs de las imgenes subjetivas y referencias metafricas de los propios insurrectos y participantes de las jornadas de abril de 1952. As, cuando describan la multi-tud que escal los cerros rumbo a la Ceja, muchos testimoniantes utilizaron comparaciones o metforas manifestaciones como en El Prado, hormigas para representar la magnitud de la masa de personas que intentaba llegar a El Alto. Esta limitacin es slo un ejemplo entre muchos ms.

    El corpus de datos que sostiene esta investigacin cuestiona y fundamenta una crtica a la lectura institucionalista, en la que se enmarcan muchos trabajos abocados a la Revolucin del 52. Por institucionalista entendemos la postura, en sociologa, historia o ciencias polticas, que erige a las instituciones polticas el Estado en el caso moderno y a su maquinaria ejecutiva, legislativa, judi-cial y electoral en motor principal del cambio (o la inmovilidad) social. Esta posicin no se puede descartar o validar en s misma; el valor de su aplicabilidad depende de cada caso; como toda posicin, se puede adoptar con diferentes grados de cientificidad y/o adherencia ideolgica.

    En el caso de la reconstruccin histrica de la Revolucin Boliviana de 1952, lecturas de esta naturaleza han sido hegemni-cas. La historia oficial arriba mencionada fue presentada bajo los ropajes de una verdad positiva. Esta versin se puede resumir en La Revolucin del Movimiento nacionalista Revolucionario.

  • 155ConCLUsIonEs

    Desde esta perspectiva el mnr ha sido articulador, motor y punta de lanza. Hroes y protagonistas de este Gran Relato son los lde-res victoriosos de la insurreccin triunfante, cuyos detalles figuran como un detalle, tan necesario como menor, en comparacin a los bien promocionados xitos del programa poltico del Partido una vez llegado al poder: sufragio universal, Reforma Agraria, nuevo plan energtico y nacionalizacin de los recursos naturales (minas e hidrocarburos), reforma educativa, proyectos varios de industrializacin, Marcha al oriente (ferrocarril a santa Cruz de la sierra, integracin del altiplano con las tierras bajas), etc.

    segn la falacia que los manuales de lgica conocen como post hoc, ergo propter hoc, de la capitalizacin poltica de la victoria se ha deducido que el mnr fue su causa eficiente. El gobierno emenerrista fue una consecuencia de la insurreccin. El coeficiente de deformacin que puede derivar de esta operacin falaz parece difcil de calcular, pero revela claves para entender el presente en cuanto a la relacin siempre compleja que existe entre las insur-gencias y su consolidacin poltico-institucional.

    Los mviles y determinantes para la accin de los insurgentes de abril de 1952 ni se pueden traducir a su relacin con el mnr, ni sta basta para explicarla. Ms an, caracterizar la insurgencia como variable dependiente, y al mnr como variable independien-te, significa renunciar por anticipado a entender la Bolivia de 1952, y numerosas corrientes, actores, sectores, grupos, clases, subclases, con diferentes inflexiones polticas, sociales, etnoculturales, cuya accin puede sentirse an en el horizonte del siglo xxi. Es inne-gable que lderes y militantes del mentado partido participaron en las acciones insurgentes. Es cierto tambin, segn se deja ver y or en los testimoniantes, que el fin inmediato era la cada del antiguo rgimen, aunque este propsito fuera el nico que nominalmente unificara a todos los insurrectos.

    La posicin que ve en el mnr la quintaesencia del movimiento revolucionario del 52 est atravesada por una mirada elitista las lites movimientistas que para construir su relato precisa restar importancia a masas y grupos revolucionarios. En especial, su historia se construye en detrimento de las clases trabajadoras

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    que percibieron antes, y en la prctica, las contradicciones socioeconmicas que conllevaba el Estado oligrquico, ms ac de toda identificacin partidista. En este sentido, la lectura mar-xista acierta en constatar que la insurreccin como tal fue llevada a buen trmino por el proletariado boliviano. Cumple la conditio sine qua non: sin mineros ni fabriles, no caa el Antiguo Rgimen. Bajo esta luz, la identificacin de clase parece una clave ms irreemplazables que la identificacin partidista para explicar la insurreccin de abril.

    La constatacin del decisivo componente proletario de la insu-rreccin puede inducir a postular que los sucesos de 1952 respon-den, en suma, a la dialctica materialista segn fue teorizada por el marxismo. La insurreccin se vera as situada en una posicin histrica y dialctica con respecto a la lucha de clases. Esta aproxi-macin olvida la memoria larga (Rivera 1984) y desliga a abril de 1952 de todo el ciclo insurgente previo y posterior (Thomson 2006). slo con dificultad, o a la fuerza, pueden caber las gestas de un Katari o un Zrate Villca en la teora de la lucha de clases, ya que se formaron en condiciones previas a la emergencia de una sociedad industrial y, por ende, al menos en trminos marxistas, de un proletariado consciente de s mismo y de su papel histrico. La lucha por la democracia durante las dictaduras y los movimientos cocaleros y ciudadanos que llevaron a la cada del Gonismo en el siglo xxi se sitan en una dinmica insurreccional e ideolgica ajena o, por lo menos, independiente de la dialctica necesaria para la consolidacin de un Estado socialista. slo con dificultades se encuentra el materialismo dialctico en Bolivia, un pas donde las categoras socioeconmicas no estn mnimamente delimitadas como deberan en un Estado moderno industrial preparado para ser escenario de una revolucin marxista. A la dicotoma entre obreros y capitalistas se unen las de agrario/proletario, indio/mestizo, urbano/rural, occidental/oriental, andino/amaznico, tradicionalista/progresista, etc. Esta rica complejidad genera una dificultad considerable cuando se trata de establecer un mapa con fronteras bien determinadas para las identidades ideolgicas y de consciencia de clase. ninguna de ellas prima hegemnicamente

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    a nivel nacional; ninguna de ellas est fijada de antemano; todas ellas son revocables; ninguna de ellas puede impedir el surgimiento de otras nuevas.

    Piedra angular en la epistemologa que ha guiado este libro ha sido la memoria. La fuente principal de datos consisti en testimonios de la memoria, y aun, en el sentido deterior, para los ojos positivistas, de memoria. Por sus caractersticas especficas, el material testimonial comporta una cualidad objetiva y otra subjetiva. La primera resulta determinante, ya que la seleccin atiende a la participacin real de un testigo en los sucesos in-vestigados. Este aspecto del material tiende a la objetividad. Es susceptible de ser corroborado a travs del contraste de sus pos-tulados con los de otros participantes, como se procur hacer en el presente trabajo. La segunda cualidad de estos testimonios se impone porque los hechos, inaccesibles en s, quedan guardados (y son librados) a travs una seleccin de instantes significativos y de un reordenamiento simblico de los mismos, donde la omisin es tan importante como la exteriorizacin de la evocacin.

    Como toda constelacin estructurada de imgenes, pocas veces es esttica la memoria. sufre transformaciones cada una de las veces que exterioriza y formula sus contenidos. Estas transformaciones, exageraciones, sesgos y omisiones propias de la subjetividad de los testimoniantes, constituyen un material de primer orden para la comprensin sociolgica. La sociologa de la imagen, en los trminos propuestos por silvia Rivera,150 constituye un estudio de la imagen, menos en sus vnculos con los hechos y ms focalizado en la historia de las representaciones. As el investigador tiene un acceso privilegiado a la cosmovisin y sus contenidos, a travs de las imgenes simblicas que construye cada sociedad y las plasma en sus manifestaciones culturales. La memoria, entendida como imagen, es susceptible de ser estudiada bajo la ptica de esta epistemologa con la posibilidad de brindar resultados enriquecedores y novedosos para el debate que ocupa

    150 Para las caractersticas y alcances de esta postura, ver, entre otros: Rivera 1996c, Rivera 2003 y Rivera 2010.

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    este trabajo, y as enmendar algunas ausencias tericas de las dos posiciones arriba mencionadas.

    En los testimonios reunidos se advierte la existencia de un imaginario insurrecto histricamente situado, heredado como patrimonio cultural y fruto de una memoria colectiva. Ms all de las causas contextuales polticas, partidistas, econmicas o ideolgicas, ha sido alimentado por procesos culturales. En varios de los testimonios de quienes fueron nios en abril de 1952 puede buscarse y encontrarse en la accin subversiva una inagotable fuente de recursos ldicos. Para los insurrectos ms jvenes, ad-herir a esta accin colectiva representaba, en muchos sentidos, un ineludible rito inicitico hacia la edad adulta y de afirmacin de la virilidad, a travs del enfrentamiento con la muerte, pero sobre todo por el ser reconocido como varn por otros varones en el interior de una fratra, una formacin social masculina. Las acciones de estos jvenes estaban legitimadas e inspiradas por relatos heroicos de la Guerra del Chaco o de enfrentamientos previos con el Ejrcito, verdaderos mitos fundacionales de la ac-tividad insurreccional del barrio. Que la memoria larga funciona en la onda corta, en los microrrelatos que se constelan en el de las tres jornadas de abril de 1952, en cada uno de los testimoniantes, es una de las evidencias con las que este libro se ha encontrado de manera cuya reiteracin y hegemona han vuelto conclusivas a su fin como eran fundacionales en el comienzo de la investigacin que le dio nacimiento.

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    Personas entrevistadas

    Irma Aliaga, La Paz, julio 2008. Gonzalo Murillo, La Paz, julio 2008. Gladys Miranda, La Paz, julio 2008. Javier Torres Goytia, La Paz, septiembre 2008. Andrs (seudnimo), La Paz, septiembre 2008. El entrevistado

    prefiri que no se publique su nombre. Juan (seudnimo), La Paz, septiembre 2008. El entrevistado

    prefiri que no se publique su nombre. Pedro (seudnimo), La Paz, septiembre 2008. El entrevistado

    prefiri que no se publique su nombre. lvaro (seudnimo), La Paz, octubre 2008. El entrevistado

    prefiri que no se publique su nombre. Alicia (seudnimo), La Paz, octubre 2008. La entrevistada

    prefiri que no se publique su nombre. Ena Fernndez, La Paz, octubre 2008. Laura Azcui, La Paz, octubre 2008. Luis Baldivia, La Paz, abril 2009. Humberto Tapia, La Paz, junio 2009. Ren Espinoza, La Paz, junio 2009.

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    Gilberto Martnez, La Paz, junio 2009. Roberto (seudnimo), La Paz, julio 2009. El entrevistado

    prefiri que no se publique su nombre. Luis Fernando snchez, La Paz, julio 2009. Mario Arandia, La Paz, julio 2009. Juan Luis Yapura, La Paz, agosto 2009. Ren Chacn, La Paz, agosto 2009. Venancio Caldern, La Paz, octubre 2009.