pierre nora - los cuadros de la memoria.pdf

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 ~.;; "LD.M PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL 1 '- Nora, Plerre Pi ene Nora en Les lieu.'l. de mémoire [ltAIO impreso] Pi erre Nora; u u Masello (rraductm). -- 1 e d. - Sanilago: LOM Ediciones; Tri lee 2009. 202 p . \6 x 21 cm.- (Colección Historia) I.S.ll.N .. 97H-956-00-0080-4 l. Simbolismo 2. Memoria l. Titulo. 11 Serie. (\J. Ma>ello, Laur• (lraduclor) Dewey : 944 .-- cdd 21 u ~ e r N8221 Fuente: AgeLlcia Catalográfica Chilena Lu.l textol de Ji erre Nora que integran e:He libro f u ~ r o n publicados en la. obra colectiva, bajo la dirección de Pi erre NorJ, Les li ux d ~ (Galtimard, París,1984, 1986, 1992) con los siguientes títulos: Enlre Memolrt: et Histoire , Les lieu."t de mémoire, t I, La République, GaUimard, París,1984. "De lil Hé¡JULiique 3 IJ Natjun", Les lieux de mtmoire t I, La République, Gallimard, París, 1984. (l.a nación) ll)troducción sin cítulo a "Territoires 11 , Les lieu.x de mérrwire t. ll, La Nation, vol. Z, GalHmard, París, 1986. Les Mémoires d'Éiat , Ltl lieu:x de mimoire c II, La Nation, vol. 2, Gallirnard, París, 1986. "La naüon·uu rnoire", Li S lieux de mémolTe t.ll, La Nation, vol. 3, Catlimard, Paós, 1986. COfnrnent écrlre l ' h l s t o i n ~ dt france? , ellieux de mémoire t. ID, Les France, vol.l, Gallimard, Parls, 1992.. "Gaullístcs et o r n m u n i ~ t e s , Les lieux de mémoire t. ID, Les frunce, vol. 1, Gallimard, Paris, 1992. "t:eTe de la conunfrnuration", Lej li ux e mémoire, t. m, Les France, vol. 3, Gallimard, París, 1992. il J Galliwar d 198 4, 1986; 1992 © 2008 Ediciones Trilce, Montevideo para la presente compilación. tD 2008 Edidones Trilce, MuiHevideo para la rraducdón al ca3t-ellano. Ediciones Trilce, ISBN 978-9974-31-487·9 © LOM E ~ i c i u n e s 'ara la edición chilena 20U9. T.S.B.N.: 978-956-00-0080-4 Prohibida la venta en Espaila A CJrgo de esta Colección: julio Pinto Editorial LOM. Concha y Toro ZJ, Santiago fono· (56-2) 688 52 7) Fax: (56-2) 696 63 88 web: www.lom.ci e-rnail: lom@lor n.cJ Impreso en los talleres de LOM Miguel de Acero 2888, Quinta Normal fono: 716%95/7169684 Fax: 716 8304 lmpreoo en Santiago de Chile \ ¡ \ l PIERRE NORA Pierre Nora en Les lieux e mémoire Traducido del francés por Laura Masello ~ ~ T R I ~ f DICIOH&.I

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    "LD.M PALABRA DE LA LENGUA YMANA QUE SIGNIFICA SOL . 1

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    Nora, Plerre Pi ene Nora en Les lieu.'l. de mmoire [ltAIO impreso] 1 Pi erre Nora; La u u Masello (rraductm). -- 1 ~e d. -Sanilago: LOM Ediciones; Tri lee, 2009. 202 p .. \6 x 21 cm.- (Coleccin Historia)

    I.S.ll.N .. 97H-956-00-0080-4

    l. Simbolismo 2. Memoria l. Titulo. 11. Serie. (\J. Ma>ello, Laur (lraduclor)

    Dewey : 944 .-- cdd 21 Cu~er N8221

    Fuente: AgeLlcia Catalogrfica Chilena

    Lu.l textol de !Ji erre Nora que integran e:He libro fu~ron publicados en la. obra colectiva, bajo la direccin de Pi erre NorJ, Les lieux d~ mfmoire (Galtimard, Pars,1984, 1986, 1992) con los siguientes ttulos: "Enlre Memolrt: et Histoire", Les lieu."t de mmoire, t. I, La Rpublique, GaUimard, Pars,1984.

    "De lil HJULiique 3 IJ Natjun", Les lieux de mtmoire, t. I, La Rpublique, Gallimard, Pars, 1984. (l.a nacin) ll)troduccin sin ctulo a "Territoires 11 , Les lieu.x de mrrwire, t. ll, La Nation, vol. Z, GalHmard,

    Pars, 1986. "Les Mmoires d'iat", Ltl lieu:x de mimoire, c. II, La Nation, vol. 2, Gallirnard, Pars, 1986. "La naonuu!rnoire", Li!S lieux de mmolTe, t.ll, La Nation, vol. 3, Catlimard, Pas, 1986.

    "COfnrnent crlre l'hlstoin~ dt! france?", Lellieux de mmoire, t. ID, Les France, vol.l, Gallimard, Parls, 1992.. "Gaullstcs et cornmuni~tes", Les lieux de mmoire, t. ID, Les frunce, vol. 1, Gallimard, Paris, 1992. "t:eTe de la conunfrnuration", Lej lieux de mmoire, t. m, Les France, vol. 3, Gallimard, Pars, 1992.

    il'J Galliward 1984, 1986; 1992 2008 Ediciones Trilce, Montevideo para la presente compilacin.

    tD 2008 Edidones Trilce, MuiHevideo para la rraducdn al ca3t-ellano. Ediciones Trilce, ISBN 978-9974-31-4879

    LOM E~iciunes !'ara la edicin chilena 20U9.

    T.S.B.N.: 978-956-00-0080-4

    Prohibida la venta en Espaila

    A CJrgo de esta Coleccin: julio Pinto

    Diseno, Composicin y DiagriJmadn: Editorial LOM. Concha y Toro ZJ, Santiago fono (56-2) 688 52 7) Fax: (56-2) 696 63 88

    web: www.lom.ci e-rnail: [email protected]

    Impreso en los talleres de LOM Miguel de Acero 2888, Quinta Normal fono: 716%95/7169684 Fax: 716 8304

    lmpreoo en Santiago de Chile

    \ \ l

    PIERRE NORA

    Pierre Nora en Les lieux de mmoire

    Traducido del francs por Laura Masello

    ~~ TRI~Cf aDICIOH&.I

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    ENTRE MEMORIA E HlSTORIA

    LA PROBLEMTICA DE LOS LUGARES

    l. El fin de la historia-memoria Aceleracin de la his~oria.Ms all de la metfora, es necesario evaluar qu significa esta expresin: un vuelco cada vez ms rpido hacia un pasado definitivamente muerto, la percepcin global de todas las cosas como desaparecidas, una ruptura del equilibrio. El desarraigo de la vivencia que an permaneca en el calor de la tradicin, en el mutismo de la costumbre, en la repeticin de lo ancestral, bajo el impulso de un sentimiento histrico de fondo. El acceso a la conciencia d s bajo el signo de lo ya acabado, la culminacin de algo iniciado desde siempre. Se habla tanto de memoria porque ya no hay memoria.

    La curiosidad por los lugares en los que se cristaliza y se refugia la memoria est ligada a este momento particular de nuestra historia. Momento bisagrn en el cual la conciencia de la ruptura con el pasado se confunde con el sentimiento de una memoria desgarrada, pero en el que el desgarramiento despierta suficiente memoria para que pueda plantearse el problema de su encarnacin. El sentimiento de continuidad se vuelve residual respecto a lugares. Hay lugares de memoria porque ya no hay mbitos de memoria.

    Pensemos en esa mutilacin sin retorno que signific el fin de los campesinos, esJ colectividad-memoria por excelencia cuya boga como objeto de historia coincidi con el apogeo del crecimiento industrial. Este desmoronamiento central de nuestra memoria no es, sin embargo, ms que un ejemplo. El mundo en su totalidad entr en ese baile debido al fenmeno tan conocido de la mundializacin, la democratizacin, la masificacin, la mediatizacin. En la periferia, la independencia de las nuevas naciones impeli a la historicidad a las sociedades ya sacudidas de su sueo etnolgico por la violacin colonial, y a travs del mismo movimiento de descolonizacin interior, todas las etnias, grupos, familias con fuerte capital memorial y dbil capital histrico. Fin de las sociedades-memorias, corno todas las que aseguraban la conservacin y transmisin de valores, iglesia o escuela, familia o Estado. Fin de las ideologas-memorias, como todas las que aseguraban el pasaje regular del pasado al porvenir o indicaban, desde el pasado1lo que ha~a que retener para preparar el futuro, ya fuera reaccin, progreso

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  • o incluso revolucin. Es ms: lo que se dilat prodigiosamente, gracias a los medios masivos de comunicacin, fue el modo mismo de la percepcin histrica, remplazando una memoria replegada sobre la herencia de su propia intimidad por la pelcula efmera de la actualidad.

    Aceleracin: lo que el fenmeno acaba de revelarnos abruptamente es la distancia entre la memoria verdadera, social e intocada, cuyo modelo est representado por las sociedades llamadas primitivas o arcaicas y cuyo secreto estas se han llevado, y la historia, que es lo que hacen con el pasado nuestras sociedades condenadas al olvido por estar envueltas en el cambio. Entre una memoria integrada, dictatorial e inconsciente de s misma, organizadora y todopoderosa, espontneamente actualizadora, una memoria sin pasado que desecha eternamente la herencia, remitiendo el antao de los ancestros al tiempo indiferenciado de los hroes, de los orgenes y del mito, y la nuestra, que no es sino historia, traza y seleccin. Distancia que no ha hecho ms que profundizarse a medida que Jos hombres se han atribuido, y cada vez ms desde los tiempos modernos, el derecho, el poder e incluso el deber del cambio. Distancia que encuentra hoy su punto culminante convulsionado.

    Este desarraigo de memoria bajo el impulso conquistador y erradicador de la historia produce un efecto de revelacin: la ruptura de un vnculo de identidad muy antiguo, el fin de lo que vivamos como una evidencia: la adecuacin de la historia y la memoria. El hecho de que en francs haya solo una palabra para designar la historia vivida y la operacin intelectual que la vuelve inteligible (lo que los alemanes distinguen como Geschichte e Historie), carencia del lenguaje sealada a menudo, revela aqu su profunda verdad: el movimiento que nos arrastra es de la misma naturaleza que el que nos lo representa. Si an habitramos nuestra memoria, no necesitaramos destinarle lugares. No habra lugares, porque no habra memoria arrastrada por la historia. Cada gesto, hasta el ms cotidiano, sera vivido como la repeticin religiosa de lo que se ha hecho desde siempre, en una identificacin carnal del acto y el sentido. En cuanto hay traza; distancia, mediacin, ya no se est en la memoria verdadera sino en la historia. Pensemos en los judos, confinados en la fidelidad cotidiana al ritual de la tradicin. Su constitucin como "pueblo de la memoria" exclua una preocupacin por la historia, hasta que su apertura al mundo moderno le impone la necesidad de los historiadores.

    Memoria, historia: lejos de ser sinnimos, tomamos conciencia de que todo los opone. La memoria es la vida, siempre encarnada por grupos vivientes y, en ese sentido, est en evolucin permanente, abierta a la dialctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, capaz de largas latencias y repentinas revitalzaciones. La historia es la reconstruccin siempre problemtica e incompleta de lo que ya no es. La memoria es un fenmeno siempre actual, un lazo vivido en el presente eterno; la historia, una

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    representacin del pasado. Por ser afectiva y mgica, la memoria solo se ajusta a detalles que la reafirman; se nutre de recuerdos borrosos, empalmados, globales o flotantes, particulares o simblicos; es sensible a todas las transferencias, pantallas, censuras o proyecciones. La historia, por ser una operacin intelectual y laicizante, requiere anlisis y discurso crtico. La memoria instala el recuerdo en lo sagrado; la historia lo deja al descubierto, siempre prosifica. La memoria surge de un grupo al cual fusiona, lo que significa, como dijo Halbwachs, que hay tantas memorias como grupos, que es por naturaleza mltiple y desmultiplicada, colectiva, plural e individualizada. La historia, por el contrario, pertenece a todos y a nadie, Jo cual le da vocacin universal. La memoria se enraza en lo concreto, el espacio, el gesto, la imagen y el objeto. La historia solo se liga a las continuidades temporales, las evoluciones y las relaciones de las cosas. La memoria es un absoluto y la historia solo conoce lo relativo.

    En el corazn de la historia, trabaja un criticismo destructor de memoria espontneil. La memoria siempre es sospechosa para la historia, cuya misin verdadera es destruirla y reprimirla. La historia es deslegitimizacin del pasado vivido. En el horizonte de las sociedades de historia, en los l~tes de un mundo completamente historicizado, habra desacralizacin ltima y definitiva. El movimiento de la historia, su ambicin, no son la exaltacin de lo que pas verdaderamente, sino su aniquilamiento. Un criticismo generalizado conservara sin duda museos, medallas y monumentos, es decir el arsenal necesario para su propio trabajo, pero vacindolos de lo que, para nosotros, los hilcc lugares de memoria. Una sociedad que se viviera a s misma integralmente bajo el signo de la historia no conocera, como sucede con una sociedad trildicional, lugares donde anclar su memoria.

    Uno de los signos ms tangibles de este desarraigo de la historia respecto a la memoria es quiz el inicio de una historia de la historia, el despertar, muy reciente en Francia, de una conciencia historiogrfica. La historia, y ms precisamente la del desarrollo nacional, constituy la ms fuerte de nuestras tradiciones colectivas, nuestro medio de memoria por excelencia. Desde los cronistas de la Edad Mediil hasta los historiadores contemporneos de la historia "total", toda la tradicin histrica se desarroll como el ejercicio regulado de la memoria y su profundizacin espontnea, la reconstitucin de un pasado sin lagunas y sin fallas. Desde Frossart, sin duda ninguno de los grandes historiadores tena d sentimiento de no representar ms que una memoria particular. Commynes no tena conciencia de haber recogido solamente una memoria dinstica; La Popeliniere, una memoria francesa; Bossuet, una memoria monrquica y cristiana; Voltaire, la memoria de los progresos del gnero humano; Michelet, nicamente la del "pueblo", y Lavisse, la memoria de la nacin. Muy por el contrario, estaban convencidos de que su tarea consista en establecer una memoria ms positiva que las anteriores, ms abarcadora y ms explicativa. El arsenal cientfico del que la historia se provey en el siglo pasado no hizo ms r u e reforzar

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  • el e~tablecimiento crtico de una memoria verdadera. Todos los grandes reajustes hittricos han consistido eltarnpliar el cimiento de la memoria colectiva,

    En un pas como Francia, la historia de la historia no puede ser una operacin inocente. Traduce la subversin interna de una historia-memoria por una historia-crtica. Toda historia es crtica por naturaleza, y todos los historiadores han pretendido denunciar las mitologas mentirosas de sus predecesores. Pero algo fundamental se inicia cuando la historia comienza a hacer su propia historia. El nacimiento de una preocupacin historiogrfica es la historia que se obliga a bloquear en ella lo que no es ella, descubrindose vctima d.e la memoria y esforzndose por liberarse de esta. En un pas que no le haya dado a la historia un papel rector y formador de la conciencia nacional, la historia de la historia no se encargara de ese contenido polmico. En Estados Unidos, por ejemplo, pas de memoria plural y de aportes mltiples, la disciplina se practica desde siempre. Las interpretaciones diferentes de la Independencia o de la guerra civil, por ms graves que sean sus implicaciones, no ponen en juego la tradicin estadounidense porque, en cierto sentido, no la hay o no pasa principalmente por la historia. Por el contrario, en Francia, la historiografa es iconoclasta e irreverente. Consiste en apoderarse de los objetos mejor constituidos de la tradicin -una batalla clave como Bouvines, un manual cannico corno el petit Lavisse- para desmontar su mecanismo y reconstituir lo ms fidedignamente posible las condiciones de su elaboracin. Es introducir la duda en el corazn, el filo critico entre el rbol de la memoria y la corteza de la historia. Hacer la historiografa de la Revolucin Francesa, reconstituir sus mitos e interpretaciones significa que nos identifiquemos er forma ms completa con su herencia. Interrogar una tradicin, por ms venerable que sea, es no reconocerse ms meramente corno su portador. Pero no son solo los objetos ms sagrados de nuestra tradicin nacional los que se propone una historia de la historia; al interrogarse sobre sus medios materiales y conceptuales, sobre las modalidades de su propia produccin y las intermediaciones sociales de su difusin, sobre su propia constitucin en tradicin, es la historia entera la que entr en su edad historiogrfica, consumando su desidentificacin con la memoria. Una memoria convertida ella misma en objeto de una historia posible.

    Hubo un tiempo en que, a travs de la historia y en torno a la nacin, una tradicin de memoria haba parecido encontrar su cristalizacin en la sntesis de la lll Repblica; desde Lettres sur l'histoire de France de Augustin Thierry (1827) hasta Histoire sincere de la nation fnm~aise de Charles Seignobos (1933), adoptando una cronologa amplia. Historia, memoria, nacin mantuvieron entre s ms que una circulacin natural: una circularidad complementaria, una simbiosis en todos los niveles, cientfica y pedaggica, terica y prctica. La definin nacional del presente requera entonces imperiosamente su justificacin mediante la ilustracin del pasado. Presente debilitado por el trauma revolucionario que impona una reevaluacin global

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    del pasado monrquico; debilitado tambin por la derrota de 1870 que tornaba ms urgente an -en relacin tanto con la ciencia alemana como con el institutor alemn, verdadero vencedor de Sadowa- el desarrollo de una erudicin documental y la transmisin escolar de la memoria. Nada iguala el tono de responsabilidad nacional del historiador, mitad cura, mitad soldado: prorrumpe por ejemplo en el editorial del primer nmero de la Revtte historiqtte (1876), en la que Gabriel Monod poda ver legtimamente cmo "la investigacin cientfica de ahora en adelante lenta, colectiva y metdica" trabaja de una "manera secreta y segura por la grandeza de la patria y a la vez por el gnero humano". Ante la lectura de un texto corno ese, parecido a tantos otros, cabe preguntarse cmo pudo aceptarse la idea de que la historia positivista no era acumulativa. En la perspectiva encaminada a una constitucin nacional, lo poltico, lo militar, lo biogrfico y lo diplomtico son, por el contrario, los pilares de la continuidad. La derrota de Azincourt o el pual de Ravaillac, el Da de los Engaados o tal clusula adicional de los tratados de Westfalia obedecen a una c:ontabilidad escrupulosa. La erudicin ms fina agrega o recorta detalles al capital de la nacin. Unidad poderosa de ese espacio memorial: de nuestra cuna greco-romana al imperio colonial de la III Repblica no hay ms ruptura que entre la alta erudicin que anexa nuevas conquistas al patrimonio y el manual escolar que de estas impone la vulgata. Historia santa porque la nacin es santa. Es por la nacin que nuestra memoria se ha mantenido en lo sagrado.

    Comprender por qu se deshizo la conjuncin bajo un nuevo impulso desacralizador redundara en mostrar cmo, en la crisis de la dcada del treinta, el par Estado-nacin fue remplazado progresivamente por el par Estado-sociedad. Y cmo, en el mismo momento y por razones idnticas, la historia, que se haba convertido en tradicin de memoria, se torn, en forma espectacular en Francia, saber de la sociedad sobre s misma. En ese sentido, pudo multiplicar indudablemente las aproximaciones a memorias particulares, transformarse en laboratorio de las mentalidades del pasado; pero, al librarse de la identificacin nacional, dej de estar habitada por un sujeto portador y, simultneamente, perdi su vocacin pedaggica para la transmisin de los valores: as lo demuestra la actual crisis de la institucin escolar. La nacin ya no es el marco unitario que encerraba la conciencia de la colectividad. Ya no est en jueg~ su definicin, y la paz, la prosperidad y la reduccin de su poder hicieron el resto; ya no est amenazada sino por la ausencia de amenazas. Con el advenimiento de .la sociedad en sustitucin de la nacin, la legitimacin por el pasado, por ende pur la historia, cedi ante la legitimacin por el futuro. Al pasadq solo se poda conocerlo y venerarlo, y a la nacin, servirla; al futuro, hay que prepararlo. Los tres trminos recobraron su autonoma. La nacin ya no es un combate, sino lo dado; la historia se volvi una ciencia social;.Y la memoria, un fenmeno puramente privado. La nacin-

    . memoria result la ltima encarnacin de la historia-memoria.

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  • El estudio de los lugares de memoria se encuentra entonces en el cruce de dos movimientos que le dan, en Francia y actualmente, su lugar y su sentido: por una parte, un movimiento puramente historiogrfico, el momento de un retorno reflexivo de la historia sobre s misma; por otra, un movimiento propiamente histrico, el fin de una tradicin de memoria. El tiempo de los lugares es ese momento preciso en que un inmenso capital que vivamos en la intimidad de una memoria desaparece para vivir solamente bajo la mirada de una historia reconstituida. Profundizacin decisiva del trabajo de la historia, por un lado; advenimiento de una herencia consolidada, por otro. Dinmica interna del principio crtico, agotamiento de nuestro marco histrico poltico y mental, an suficientemente poderoso para que no le seamos indiferentes, suficientemente. evanescente para no imponerse sino a travs de un regreso hacia sus smbolos ms restallantes. Ambos movimientos se combinan para remitirnos a la vez, y en el mismo impulso, a los instrumentos bsicos del trabajo histrico y a los objetos ms simblicos de nuestra memoria: los Archivos en el mismo nivel que el azulblanco-y-rojo, las bibliotecas; los diccionarios y los museos en el mismo nivel que las conmemoraciones, las fiestas, el Panten o el Arco d'e Triunfo, el diccionario Larousse y el muro de los Federados.

    Los lugares de memoria son, ante todo, restos, la forma extrema bajo la cual subsiste una conciencia conmemorativa en una historia que la solicita, porque la ignora. Es la desritualizacin de nuestro mundo la que hace aparecer la nocin. Aquello que segrega, erige, establece, construye, decreta, mantiene mediante el artificio o la voluntad una colectividad fundamentalmente entrenada en su transformacin y renovacin, valorizando por naturaleza lo nuevo frente a lo antiguo, lo joven frente a lo viejo, el futuro frente al pasado. Museos, archivos, cementerios y colecciones, fiestas, aniversarios, tratados, actas, monumentos, santuarios, asociaciones, son los cerros testigo de otra poca, de las ilusiones de eternidad. De all viene el aspecto nostlgico de esas empresas de veneracin, patticas y glaciales. Son los rituales de una sociedad sin rituales; sacralidades pasajeras en una sociedad que desacraliza; fidelidades particulares en una sociedad que lima los particularismos; diferenciaciones de hecho en una sociedad que nivela por principio; signos de reconocimiento y de pertenencia de grupo en una sociedad que tiende a no reconocer ms que a individuos iguales e idnticos.

    Los lugares de memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontnea, de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fnebres; labrar actas, porque esas operaciones no son naturales. Por eso la defensa por parte de las minoras de una memoria refugiada en focos privilegiados y celosamente custodiados ilumina con mayor fuerza an la verdad de todos los lugares de memoria. Sin vigilancia conmemorativa, la historia los aniquilara rpidamente. Son bastiones sobre los cuales afianzarse. Pero si lo

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    que defienden no estuviera amenazado, ya no habra necesidad de construirlos. Si los recuerdos que encierran se vivieran verdaderamente, seran intiles. Y si, eq cambio, la historia tampoco se apoderara de ellos para deformarlos, transformarlos, moldearlos y petrificarlos, no se volveran lugares de la memoria. Es ese vaivn el que los constituye: momentos de historia arrancados al movimiento de la historia, pero que le son devueltos. Ya no la vida,.no an la muerte, como los caparazones de caracoles de moluscos en la orilla cuando se retira el mar de la memoria viva.

    La Marsellesa o los monumentos a los muertos viven as esa vida ambigua, plena del sentimiento mezclado de pertenencia y de desapego. En 1790, el14 de julio ya era y an no era un lugar de memoria. En 1880, su institucin como fiesta nacional lo instala como lugar de memoria oficial, pero el espritu de la Repblica todava lo tena como un regreso verdadero a las fuentes. Y hoy en da? La prdida misma de nuestra memoria nacional viva nos impone sobre ella una mirada que ya no es ingenua ni indiferente. Memoria que nos atormenta y que ya no es la nuestra, entre la desacralizacin rpida y la sacralidad provsoriamente relegada. Vnculo visceral que an nos mantiene deudores de aquello que nos hizo, pero alejamiento histrico que nos obliga a considerar con desprendimiento su herencia y a establecer su inventario. Lugares rescatados de una memoria que ya no habitamos, semoficiales e institucionales, semiafectivos y sentimentales; lugares de unanimidad sin unanimismo que ya no expresan conviccin militante ni participacin apasionada, pero en los que palpita todava una suerte de vida simblica. Vuelco de lo memorial a lo histrico, de un mundo en que tenamos antepasados a un mundo de la relacin contingente con lo que nos hizo, pasaje de una historia totmica a una historia crtica; es el momento de los lugares de memoria. Ya no se celebra la nacin, se estudian sus celebraciones.

    2. La memoria atrapada por la historia Todo lo que hoy llamamos memoria no es memoria, entonces, sino que ya es historia.

    Todo lo que llamamos estallido de memoria es la culminacin de su desaparicin en el fuego de la historia. La necesidad de memoria es una necesidad de historia.

    Es sin duda imposible prescindir de la palabra. Aceptmosla, pero con la conciencia clara de la diferencia entre la memoria verdadera, hoy refugiada en el gesto y la costumbre, en los oficios a travs de los cuales se transmiten los saberes del silencio, en los saberes del cuerpo, las memorias de impregnaCin y los saberes reflejos, y la memoria transformada por su pasaje a la historia, que es casi su opuesto; voluntaria y deliberada, vivida como un deber y ya no espontnea; psicolgica, individual y subjetiva, y ya no social, colectiva, abarcadora. De la primera, inmediata, a la segunda, indirecta, qu sucedi? Se lo puede percibir en el punto de culminacin de la metamorfosis contempornea.

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  • :':s ante todo una memoria archivista, a diferencia de la otra. Descansa enteramente en .lo ms preciso de la traza, lo ms material del vestigio, lo ms concreto de la grabacin, lo ms visible de la imagen. El movimiento que se inici con la escritura termina en la alta fidelidad y la cinta magntica. Cuanto menos se vive la memoria desde Jo intemo, ms necesita soportes externos y referentes tangibles de una existencia que solo vive a tavs de ellos. De all la obsesin por el archivo que caracteriza a lo contemporneo y que implica a la vez la conservacin ntegra de todo el presente y la preservacin ntegra de todo el pasado. El sentimiento de un desvanecimiento rpido y definitivo se combina con la preocupacin por la significacin exacta del presente y la incertidumbre del futuro para darle al vestigio ms sencillo, al testimonio ms humilde, la dignidad virtual de lo memorable. Acaso no hemos tenido que lamentar la destruccin o desaparicin por parte de nuestros predecesores de lo que nos permitira saber, como para no tener que recibir el mismo reproche de nuestros sucesores? El recuerdo es pasado ntegro en su reconstitucin ms minuciosa. Es una memoria registradora, que delega en el archivo el cuidado de recordar por ella y multiplica los signos en los que se ubica, como la serpiente con su piel muerta. Coleccionistas, eruditos y benedictinos se haban dedicado en otros tiempos a la acumulacin de documentos, como marginales de una sociedad que avanzaba sin ellos y de una historia que se t:scribd sin ellos. Luego la historia-memoria coloc ese tesoro en el centro de su trabajo erudito para difundir sus resultados a travs de los mil intermediarios sociales de su penetracin. Hoy, cuando los historiadores se han desprendido del culto documental, toda la sociedad vive en la religin conservadora y en el productivismo archivstico. Lo tue llamamos memoria es en realidad la constitucin gigantesca y vertiginosa del almacenamiento material de aquello de lo que nos resulta imposible acordarnos, repertorio insondable de aquello que podramos necesitar recordar. La "memoria de papel" de la que hablaba Leibniz se ha convertido en una institucin autnoma de museos, bibliotecas, depsitos, centros de documentacin, bancos de datos. Solo en lo relacionado con los archivos pblicos, los especialistas estiman que la revolucin cuanttlativa se tradujo, en algunas dcadas, en una multiplicacin por mil. Ninguna i:pocaha sido tan voluntariamente productora de archivos como la nuestra. No solo por el vol~men que genera espontneamente la sociedad moderna, no solo por los medios tcnicos de reproduccin y conservacin de que dispone, sino por la supersticin y el respeto de la traza. A medida que desaparece la memoria tradicional, nos sentimos obligados a acumular religiosamente vestigios, testimonios, documentos, imgenes, discursos, signos visibles de aquello que ya fue, como si ese dossier cada vez ms prolfico debiera convertirse en no se sabe bien qu prueba ante qu tribunal de la historia. Lo sagrado se concentr en la traza, que es su negacin. Imposible juzgar de antemano qu tendremos que recordar. De all la inhibicin de destruir, la conversin de todo en archivos, la dilatacin indiferenciada del campo de lo memorable, el incremento

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    hipertrfico de la funcin de memoria, ligada al sentimiento mismo de su prdida y el reforzamiento correlativo de todas las instituciones de memoria. Se produjo una extraa inversin entre los profesionales, a quienes antes se reprochaba la mana conservadora, y los productores naturales de archivos. Hoy son las empresas privadas y las administraciones pblicas las que aceptan archivistas con la recomendacin de conservar todo, cuando los profesionales han aprendido que lo esencial del oficio es el arte de la destruccin controlada.

    En pocos aos, la materializacin de la memoria se ha ampliado prodigiosameme, multiplicado, descentralizado, democratizado. En la poca clsica, los tres grandes emisores de archivos se reducan a las grandes familias, la Iglesia y el Estado. Hoy quin no se siente en la obligacin de consignar sus recuerdos, escribir sus Memorias, no solo cualquier actor de la historia, sino los testigos de ese actor, su esposa o su mdico? Cuanto menos extraordinario es el testimonio, ms digno parece de ilustrar una mentalidad. promedio. La liquidacin de la memoria se ha saldado con tma voluntad general de registro. En una generacin, el museo imaginario del archivo se ha enriquecido prodigiosamente. Un ejemplo notorio fue el ao del patrimonio en 1980, que llev la nocin hasta los lmites de lo incierto. Diez aos antes, el Larousse de 1970 todava restringa el patrimonio al "bien que viene del padre o de la madre". Para el Petit Robert de 1979 es "la propiedad transmitida por los antepasados, el patrimonio cultural de un pas''. Con la Convencin del Patrimonio Mundial de 1972, se pas de modo muy brusco de un concepto muy restrictivo de los monumentos histricos a un concepto que, tericamente, podra no dejar nada afuera.

    No solo conservar todo, conservar todo de los signos indicadores de memoria, aun si no se sabe exactamente de qu memoria son indicadores. Pero producir archivo es el imperativo de la poca. Tenemos el ejemplo sorprendente de los archivos de la Seguridad Social -suma documental sin equivalente-, que representa actualmente trescientos kilmetros lineales, masa de memoria br~ta cuyo procesamiento por computadora permitira leer virtualmente todo lo normal y lo patolgico de la sociedad, desde los regmenes alimenticios hasta los gneros de vida, por regiones y profesiones; pero, al mismo tiempo, masa cuya conservacin as como su posible explotacin requeriran opciones drsticas y sin embargo inviables. Archive, archive, siempre quedar algol No es acaso el resultado al cual !lega, de hecho, la muy legtima preocupacin por los recientes testimonios orales, otro ejemplo ilustrativo? Actualmente, solo en Francia hay ms de trescientos equipos dedicados a recoger "esas voces que nos vienen del pasado" (Philippe Joutard). Muy bien. Pero cuando se piensa por un segundo que se trata de archivos de un gnero muy especial, cuyo establecimiento exige treinta y seis horas por cada hora de grabacin y cuya utilizacin no puede ser puntual, dado que su sentido surge de la audicin integral, es imposible no interrogarse sobre su explotacin posible. Al fin de cuentas, de qu voluntad de memoria son testimonio: la de los

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  • encuestados o la de los encuestadores? El archivo cambia de sentido y estatuto por su contenido. Ya no es: el saldo ms o menos intencional de una memoria vivida, sino la secrecin voluntaria y organizada de una memoria perdida. Duplica lo vivido, que a su vez se desarrolla a menudo en funcin de su propio registro -acaso los informativos estn hechos de otra cosa?-, de una memoria segunda, de una memoria-prtesis. La produccin indefinida del archivo es el efecto .recrudecido de una conciencia nueva, la ms clara expresin del terrorismo de la memoria "historicizada".

    Es que esa memoria nos viene del exterior y la interiorizamos como una imposicin individual, pues ya no es una prctica social.

    El pasaje de la memoria a la historia ha hecho que cada grupo redefiniera su identidad mediante la revitalizacin de su propia historia. El deber de memoria ha convertido a cada uno en su propio historiador. El imperativo de la historia ha superado ampliamente el crculo de los historiadores profesionales. Ya no son solo los ex marginados !de la historia oficial los obsesionados por recuperar su pasado sumergido. Son todos los cuerpos constituidos, intelectuales o no, entendidos o no, quienes, al igual que las etnias y minoras sociales, sienten la necesidad de salir en busca de su propia constitucin, de reencontrar sus orgenes. Casi no hay familias entre cuyos miembros uno no se haya lanzado recientemente a la reconstitucin lo ms completa posible de las existencias furtivas de donde proviene la suya. El incremento de las investigacion'es genealgicas es un fenmeno reciente y generalizado: el informe anual del Archivo Nacional eleva la cifra al43% en 1982 (contra 38% de consultas universitarias). Un hecho llamativo: no es a historiadores de oficio a quienes se les debe las historias ms significativas de la biologa, la fsica, la medicina o la msica, sino a bilogos, fsicos, mdicos y msicos. Son los propios educadores quienes han tomado en sus manos la historia de la educacin, desde la educacin fsica hasta la enseanza de la filosofa. En medio de la disgregacin de los saberes constituidos, cada disciplina se ha impuesto el deber de revisar sus fundamentos mediante el recorrido retrospectivo de su propia constitucin. La sociologa sale en busca de sus padres fundadores, la etnologa explora su pasado desde los cronistas del siglo XVI hasta los administradores coloniales. Hasta la crtica literaria se dedica a reconstituir la gnesis de sus categoras y de su tradicin. La historia netamente positivista, incluso cartista en el momento en que los historiadores la abandonaron, encuentra en esa urgencia y esa necesidad una difusin y una penetradn en profundidad que no 'haba conocido antes. El fin de la historia-memoria multiplic las memorias particulares que reclaman su propia historia.

    Est la orden de recordar, pero soy yo quien tiene que recordar y soy yo quien recuerda. La metamorfosis histrica de la memoria se produjo con una conversin definitiva a la psicologa individual. Ambos fenmenos estn tan estrechamente ligados que es imposible no constatar su exacta coincidencia cronolgica.

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    No fue a fines del siglo pasado cuando se sinti cmo tambalearon en forma decisiva los equilibrios tradicionales, en particular el mundo rural, apareci la memorit'l en el centro de la reflexin filosfica con Bergson, en el centro de la personalidad psquica con Freud, en el centro de la literatura autobiogrfica con Proust? La fractura de lo que fue para nosotros la imagen misma de la memoria encarnada en la tierra y el advenimiento repentino de la memoria en el corazn de las identidades individuales, son las dos caras de la misma fisura, el inicio del proceso que hoy hace explosin. Y no es a Freud y a Proust a quienes se debe los dos lugares de memoria ntimos y sin embargo universales que son la escena primitiva y la famosa magdalena? Decisivo desplazamiento el de esa transferencia de memoria: de lo histrico a Jo psicolgico, de lo social a lo individual, de lo transmsivo a lo subjetivo, de la repeticin a la rememoracin; Inaugura un nuevo rgimen de memoria, asunto privado a partir de ese momento. La psicologizacin integral de la memoria c;ontempornea acarre una economa singularmente nueva de la identidad del yo, de los mecanismos de la memoria y de la relacin con el pasado.

    Pues en definitiva es sobre el individuo y svlo sobre el individuo que pesa, de modo insistente y al mismo tiempo indiferenciado;. la imposicin de la memoria, as como de su relacin personal con su propio pasado depende su revitalizacin posible. La disgregacin de una memoria general en memoria privada otorga a la ley del recuerdo un intenso poder de coercin interna. Crea en cada uno la obligacin de recordar y convierte a la recuperacin de la pertenencia en el principio y el secreto de la identidad. En compensacin, esa pertenencia lo compromete por entero. Cuando la memoria ya no est en todos lados, no estara en ningn o s, por una decisin solitaria, una conciencia individual no decidiera tomarla a su cargo. Cuanto menos colectivamente se vive la memoria, ms necesita hombres particulares que se vuelvan ellos mismos hombres memoria. Es como una voz interior que les dijera a Jos corsos: "Debes ser Crcega" y a los bretones: "Hay que ser bretn!". Para comprender la fuerza y la convocatoria de esa asignacin quiz habra que mirar lo que ocurre con la memoria juda, que hoy en da despierta entre tantos jdos desjudaizados una reciente reactivacin. Es rue en esa tradicin que no tiene otra historia que su propia memoria, ser judo es recordar serlo pero, una vez interiorizado, ese recordar irrecusable poco a poco va interpelando a la persona entera. Memoria de qu? En ltima instancia, memoria de la memoria. La psicologizacin de la memoria le ha dado a cada uno el sentimiento de rue su salvacin dependa finalmente del pago de una deuda.

    Memoria-archivo, memoriadeber, falta un tercer rasgo para completar este cuadro de metamorfosis: memoria-distancia.

    Porque nuestra relacin con el pasado, al menos tal como se descifra a travs de las producciones histricas ms significativas, es muy diferente de la que se espera de una memoria. Ya no una continuidad retrospectiva, sino la puesta en evidencia de

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  • la 'discontinuidad. Para la historia-memoria de antao, la verdadera percepcin del pnsado consista en considerar que no haba pasado verdaderamente. Un esfuerzo de rememoracin poda resucitarlo; el propio presente se volva a su manera un pasado diferido, actualizado, conjurado en tanto presente por ese puente y ese arraigamiento. Para que hubiera sentimiento del pasado, era necesario sin duda que interviniera una falla entre el presente y el pasado, que aparecieran un "antes" y un "despus". Pero se trataba menos de una separacin vivida en el modo de la diferencia radical que un intervalo vivido en el modo de la filiacin por restablecer. Los dos grandes temas de inteligibilidad de la historia, al menos desde los tiempos modernos, progreso y decadencia, expresaban muy bien ese culto de la continuidad, la certeza de saber a quin y a qu le debamos ser lo que somos. De all la imposicin de la idea de "orgenes", forma ya profana del relato mitolgico, pero que contribua a dar a una sociedad en vas de laicizacin nacional su sentido y su necesidad de lo sagrado. Cuanto ms grandes eran los orgenes, ms se agrandaban. Porque era a nosotros mismos a quienes venerbamos a travs del pasado. Esa relacin es la que se rompi. Del mismo modo que el futuro visible, previsible, manipulable, delimitado, proyeccin del presente, se ha vuelto invisible, imprevisible, indominable, hemos pasado, simtricamente, de la idea de un pasado visible a un pasado invisible; de un pasado llano a un pasado que vivimos como una fractura; de una historia que se buscaba en el continuo de una memoria a una memoria que se proyecta en lo discontinuo de una historia. Ya no se hablar de "orgenes" sino de "nacimiento". El pasado nos es dado como radicalmente diferente, es ese mundo del cual estamos escindidos para siempre. Y es en la evidenciacin de toda la extensin que as nos separa que nuestra memoria confiesa su verdad, como en la operacin que de golpe la suprime.

    Porque no hay que creer que la sensacin de discontinuidad se conforma con lo vago e impreciso tle la noche. Paradjicamente, la distancia exige el acercamiento que la conjura y le da su vibrato a la vez. Nunca se anhel con tanta sensualidad el peso de la tierra bajo las botas, la mano del Diablo enel ao mil y el hedor de las ciudades en el siglo XVlll. Pero la alucinacin artificial del pasado no se puede concebir precisamente ms que en un rgimen de discontinuidad. Toda la dinmica de nuestra relacin con el pasatlo reside en ese juego sutil de lo infranqueable y de lo extinguido. En el sentido original de la palabra, se trata de una representacin radicalmente diferente de lo que buscaba la antigua resurreccin. Por integral que se pretendiera, la resurreccin implicaba efectivamente una jerarqua del recuerdo hbil para armonizar luces y sombras de modo de ordenar la perspectiva del pasado bajo la mirada de un presente orientado. La prdida de un principio explicativo nico nos precipit en un universo explosionado, al tiempo que promovi hasta al objeto ms sencillo, ms improbable, ms inaccesible a la dignidad del misterio histrico. Es que antes sabamos de quin ramos hijos y hoy somos hijos de nadie y de todo el mundo. Como nadie sabe de

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    qu estar hecho el pasado, una atormentada incertidumbre transforma todo en traza, indicio posible, sospecha de historia con la cual contaminamos la inocencia ele las cosas. Nuestra percepcin del pasado es la apropiacin vehemente de lo que sabemos que ya no nos pertenece. Exige ajustarse con precisin a un objetivo perdido. La representacin excluye el fresco, el fragmento, el cuadro de conjunto; procede por iluminaciones puntuales, multiplicacin de extracciones selectivas, muestras significativas. Memoria intensamente retiniana y poderosamente televisiva. Cmo no ver el vnculo, por ejemplo, entre el famoso "regreso del relato" que se ha podido verificar en las ms recientes maneras de escribir historia y la omnipotencia de la imagen y del cine en la cultura contempornea? Relato en verdad muy diferente del relato tradicional, con su repliegue sobre s mismo y su guin sincopado. Cmo no relacionar el escrupuloso respeto por el documento de archivo -colocar la pieza misma bajo los ojos-, el singular avance de la oralidad -citar a los actores, hacer or sus voces-, con la autenticidad de lo directo a la que, adems, hemos sido acostumbrados? Cmo no ver en ese gusto por lo cotidiano en el pasado el nico medio para restituir la lentitud ele los das y el sabor de las cosas? Y en esas biografas annimas el medio para entender que no es masivamente que se confan las masas? Cmo no leer, en esas burbujas de pasado que nos llegan a travs de tantos estudios de microhistoria, la voluntad de igualar la historia que reconstruimos con la historia que vivimos? Mernotia-espejo, podra decirse, si los espejos no reflejaran la historia de lo mismo cuando, por el contrario, lo que buscamos descubrir en ellos es la diferencia; y, en el espectculo de esa diferencia, el repentino fulgor de una identidad perdida. No ya una gnesis, sino el desciframiento de lo que somos a la luz de lo que ya no somos.

    Esa alquimia de lo esencial es la que contribuye extraamente a hacer del ejercicio de la historia, del cual el brutal avance hacia el futuro debera tender a eximirnos, el depositario de los secretos del presente. No tanto la historia, adems, sino el historiador, por quien se cumple la operacin taumatrgica. Extrao destino el suyo. Su papel era sencillo en otros tiempos y su lugar estaba inscripto en la sociedad: volverse la palabra del pasado y el pasafronteras del futuro. En ese sentido, su persona contaba menos que el servicio que brindaba; de l dependa no ser solo una transparencia erudita, un vehculo de transmisin, un simple guin entre la materialidad bruta de la documentacin y la inscripcin en la memoria. En ltimo caso, una ausencia obsesionada por la objetividad. De la desintegracin de la historia-memoria emerge un personaje nuevo, dispuesto a confesar, a diferencia de sus predecesores, el vnculo estrecho, ntimo y personal que mantiene con su tema. Mejor an, a proclamarlo, profundizarlo, hacer de l no un obstculo sino el impulsor de su comprensin. Porque ese tema le debe todo a su subjetividad, su creacin y su recreacin. Es l el instrumento del metabolismo, que da sentido y vida a .lo que, en s mismo y sin l, no tendra ni sentido ni vida, Imaginemos una sociedad enteramente absorbida por el sentimiento de

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  • su propia historicidad; se vera en la imposibilidad de generar historiadores. Viviendo por entero bajo el signo del futuro, se limitara a procedimientos de registro automtico de s misma y se conformara con mquinas para autocontabilizarse, remitiendo a un futuro indefinido la tarea de comprenderse a s misma. Nuestra sociedad, en cambio, ciertamente arrancada a su memoria por la amplitud de sus cambios, pero por ello mismo ms obsesionada por comprenderse histricamente, est condenada a convertir al historiador en un personaje cada vez ms central, pues en l se opera lo que ella querra y de lo cual ya no puede prescindir: el historiador es aquel que impide que la historia no sea ms que historia.

    Y del mismo modo que debemos a la distancia panormica el primer plano y a la extraeza definitiva una hiperveracidad artificial del pasado, el cambio del modo de percepcin vuelve a llevar al historiador a los objetos tradicionales de los cuales se haba apartado, los referentes usuales de nuestra memoria nacional. Y entonces vuelve al umbral de su casa natal, la vieja casa deshabitada, irreconocible. Con los mismos muebles de la familia pero bajo otra mirada. Delante del mismo taller, pero para otro trabajo. En la misma obra, pero para actuar en otro papel. Inevitablemente entrada la historiografa en su era epistemolgica, definitivamente concluida la era de la identidad, inevitablemente atrapada la memoria por la historia, ya no es un hombre-memoria sino, en su propia persona, un lugar de memoria.

    3. Los lugares de memQria, otra historia Los lugares de memoria pertenecen a dos reinos, es lo que les confiere inters,

    pero tambin complejidad: simples y ambiguos, naturales y artificiales, abiertos inmediatamente a la experiencia ms sensible y, al mismo tiempo, fruto de la elaboracin ms abstracta.

    Son lugares, efectivamente, en los tres sentidos de la palabra, material, simblico y funcional, pero simultneamente en grados diversos. Incluso un lugar de apariencia puramente material, como un depsito de archivos, solo es lugar de memoria si la imaginacin le confiere un aura simblica. Un lugar puramente funcional, como un libro didctico, un testamento, una asociacin de ex combatientes, solo entra en la categora si es objeto de un ritual. Un minuto de silencio, que parece el ejemplo extremo de una significacin simblica, es a la vez el recorte material de una unidad temporal y sirve, peridicamente, para una convocatoria concentrada del recuerdo. Los tres aspectos siempre coexisten. Es acaso un lugar de memoria tan abstracto como la nocin de generacin? Esta es material por su contenido demogrfico; funcional por hiptesis, dado que asegura a la vez la cristalizacin del recuerdo y su transmisin; pero simblica por definicin, pues caracteriza mediante un acontecimiento o experiencia vividos por un pequeo nmero a una mayora que no particip de ellos.

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    Lo que los constituye es un juego de la memoria y de la historia, una interaccin de dos factores que desemboca en una sobredeterminacin recproca. Al principio, tien-e que haber voluntad de memoria. Si se abandonara el principio de esa prioridad, se derivara rpidamente de una definicin restringida, la ms rica en potencialidades, hacia una definicin posible, pero blanda, que admitira en esa categora a cualquier objeto virtualmente digno de recuerdo. Un poco como las reglas correctas de la crtica histrica de antes, que diferenciaban convenientemente las "fuentes directas", es decir las que una sociedad ha producido voluntariamente para ser reproducidas como tales -una ley, una obra de arte por ejemplo- y la masa indefinida de las "fuentes indirectas", es decir todos los testimonios que dej la poca sin pensar en su utilizacin futura por parte de los historiadores. Basta que falte esa intencin de memoria y los lugares de memoria son lugares de historia.

    En cambio, queda claro que si la historia, el tiempo, el cambio no intervinieran, habra que conformarse con un simple historial de los memoriales. Lugares entonces, pero lugares mixtos, hbridos y mutan tes, ntimamente tramados de vida y de muerte, de tiempo y de eternidad, en una espiral de lo colectivo y lo individual, lo prosaico y lo sagrado, lo inmutable y lo mvil. Anillos de Moebius anudados sobre s mis01os. Pues, si bien es cierto que la razn de ser fundamental de un lugar de memoria es detener el tiempo, bloquear el trabajo del olvido, fijar un estado de cosas, inmortalizar la muerte, materializar lo inmaterial para -el oro es la nica memoria del dinero-encerrar el mximo de sentidos en el mnimo de signos, est claro, y es lo que los vuelve apasionantes, que los lugares de memoria no viven sino por su aptitud par

  • de memoria se vuelven sobre s mismos, se duplican en espejos deformantes que son sv verdad. Ningn lugar ele memoria escapa a esos arabescos fundadores.

    Tomemos ahora el caso del famoso 1bur de la France par deux enfants: lugar de memoria igualmente indiscutible pues, al igual que el Petit Lavisse, form la memoria de millones de jvenes franceses en los tiempos en que un ministro de Instruccin Pblica poda extraer el reloj de su bolsillo para declarar por la maana a las ocho y cinco: "Todos nuestros nios estn en los Alpes". Lugar de memoria tambin, por ser inventario de lo que hay que saber de Francia, relato identificatorio y viaje inicitico. Pero resulta que las cosas se complican: una lectura atenta muestra en seguida que, desde su aparicin en 1877, Le 1bur estereotipia una Francia que ya no existe y que en ese ao del16 de mayo que ve la consolidacin de la Repblica, logra su seduccin por un sutil encantamiento del pasado. Libro para nios cuya seduccin viene en parte, como sucetle a menutlo, de la memoria de los adultos. Eso es lo que est hacia atrs de la memoria, y hacia adelanre?Treinta y cinco aos despus de su publicacin, cuando la obra reina todava en vsperas de la guerra, es leda ciertamente como recordatorio, tradicin ya nostlgica: como prueba de ello, pese a su rediseo y puesta a punto, la vieja edicin parece venderse mejor que la primera. Luego el libro escasea, solo se emplea en los medios residuales, en el medio del campo; se lo olvida. Le 1bur de la Fra11ce se convierte poco a poco en una rareza, tesoro de desvn o documento para los historiadores. Deja la memoria colectiva para entrar en la memoria histrica, luego en la memoria pedaggica. Para su centenario, en 1977, en el momento en que Le Cheval d'orgueilllega al milln de ejemplares y la Francia giscardiana e industrial, ya afectada por la crisis econmica, descubre su memoria oral y sus races campesinas, se lo reimprime y Le Toltr entra nuevamente en la memoria colectiva, no la misma, esperando nuevos olvidos y nuevas reencarnaciones. Qu es lo que consagra a esta estrella de los lugares de memoria: su intencin inicial o el retorno s~n fin de los ciclos de su memoria? Evidentemente ambos: todos los lugares de memoria son objetos en abyrruf.

    Es incluso ese principio de doble pertenencia lo que permite operar, en la multiplicidad indefinida de los lugares, una jerarqua, una delimitacin de su campo, un repertorio de sus variedades.

    Efectivamente, si bien pueden verse claramente las grandes categoras de objetos que pertenecen al gnero -todo lo que corresponde al culto a los muertos, lo relacionado con el patrimonio, todo lo que administra la presencia del pasado en el presente-, tambin es cierto, sin embargo, que algunos, que no entran en la estricta definicin, pueden pretender hacerlo e, inversamente, muchos e incluso la mayora de

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    Mise en a by me: Literalmente "puesta en abismo". Figura retrica que consiste en imbricar una narracin dentro de otra, a la manera de las Matrioskas (muecas rusas). Nota del Editor.

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    los que lo integran por principio, en realidad deben quedar fuera. Lo que constituye a ciertos sitios prehistricos, geogrficos o arqueolgicos en lugares, o aun en lugares consagrados, es a menudo aquello que, precisamente, debera prohibrselo, la ausencia absoluta de voluntad de memoria, compensada por el peso contundente que en ellos depositaron el tiempo, la ciencia, el sueo y la memoria de los hombres. En cambio, cualquier lmite o lnea divisoria territorial no tiene la misma significacin que el Rin, o el "Finisterre", ese "fin de las tierras" al cual las pginas de Michelet, por ejemplo, le dieron sus ttulos de nobleza. Cualquier constitucin, cualquier tratado diplomtico son lugares de memoria, pero la Constitucin de 1793 no tiene el mismo peso que la de 1791, con la Declaracin de los Derechos del Hombre, lugar de memoria fundador; y la paz de Nimegue tampoco tiene la misma gravitacin que, en los dos extremos de la historia de Europa, el reparto de Verdn y la conferencia de Y alta.

    En la mezcla, es la memoria la que dicta y la historia la que escribe: Es por eso que hay dos reas que merecen que nos detengamos: los acontecimientos y los libros de historia, porque, al no ser mixtos de memoria e historia sino los instrumentos por excelencia de la memoria en historia, permiten delimitar claramente el terreno. Toda gran obra histrica y el gnero histrico en s mismo no son acaso una forma de lugar de memoria? Ambas preguntas requieren una respuesta precisa.

    De los libros de historia, solo son lugares de memoria los que se basan sobre una rectificacin misma de la memoria o constituyen sus breviarios pedaggicos. Los grandes momentos de fijacin de una nueva memoria histrica no son tan numerosos en Francia. Las Grandes Chroniques de France son las que, en el siglo xm, condensan la memoria dinstica y establecen el modelo de varios siglos de trabajo historiogrfico. Es la escuela llamada "la historia perfecta"la que en el siglo XVI, durante las guerras de religin, destruye la leyenda de los orgenes troyanos de la monarqua y restablece la antigedad gala: por la modernidad de su ttulo, Les Recherches de la France de Etienne Pasquier (1599) constituyen un ejemplo emblemtico. Es la historiografa de finales de la Restauracin la que introduce bruscamente el concepto moderno de la historia: las Lettres sur l'histoire de France de Augustin Thierry (1820) son su comienzo de juego y su publicacin definitiva en forma de volumen en 1827 casi coincide por pocos meses con el verdadero primer libro de un ilustre principiante, el Prcis d'histoire mocleme de Michelet, y los inicios del curso de Guizot sobre "la historia de la civilizacin de Europa y de Francia". Es, finalmente, la historia nacional positivista, cuyo manifiesto sera la Revue Historique (1876) y cuyo monumento es la Histoire de France de Lavisse en veintisiete volmenes. Lo mismo ocurre con las Memorias que, justamente debido a su nombre, podran parecer lugares de memoria; lo mismo con autobiografas o diarios ntimos. Las Mmoires d'outre-tombe, la Vie de Henry Bnllard o el ]oumal d'Amiel son lugares de memoria, no porque sean mejores o ms notables, sino porque complican el simple ejercicio de la memoria con un juego de interrogacin sobre la

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  • memoria misma. Lo mismo se puede decir de las Memorias de hombres de Estado. De Sully a De Gaulle, del Testament de Rchelieu al Mmorial de SainteHlime y al ]oumal de Poincar; independientemente del valor desigual de los textos, el gnero tiene sus constantes y sus especificidades: implica un saber de las otras Memorias, un desdoblamiento del hombre de pluma y el hombre de accin, la identficacin de un discurso individual con un discurso colectivo y la insercin de una razn particular en una razn de Estado: todos motivos que obligan, en un panorama de la memoria nacional, a considerarlos corno lugares.

    Y los "grandes acontecimientos"? Del conjunto, solo lo son los pertenecientes a dos clases, que no dependen para nada de su grandeza. Por un lado, los acontecimientos a veces nfimos, apenas advertidos en el momento, pero a los que el futuro, por contraste, les confiri retrospectivamente la grandeza de los orgenes, la solemnidad de las rupturas inaugurales. Y, por otro, los acontecimientos en que se puede decir que no pasa nada, pero quedan inmediatamente cargados de un sentido fuertemente simblico y son en s mismos, en el instante de su desarrollo, su propia conmemoracin anticipada, pues la historia contempornea multiplica todos los das, a travs de los medios de comunicacin, intentosfallidos. Por una parte, por ejemplo, la eleccin de Rugo Ca peto, incidente carente de brillo pero al cual una posteridad de diez siglos culminada en el cadalso le dio un peso que no tena en su origen. Porotra; elvagn de Rethondes, el apretn de manos de Montoire o el recorrido por los Charnpslyses en la Liberacin. El acontecimiento fundador o el acontecimiento espectculo. Pero en ningn caso el acontecimiento mismo; admitirlo en la nocin sera negar su especificidad. Por el contrario, es su exclusin la que lo delimita: la memoria se aferra a lugares como la historia a acontecimientos.

    N a da impide, en cambio, en el interior del campo, imaginar todas las distribuciones posi bies y todas las clasificaciones que se imponen. Desde los lugares ms naturales, ofrecidos por la experiencia concreta, como los cementerios, museos y aniversarios, a los lugares ms intelectualmenteelaborados, de los cuales no nos privaremos; no solo la nocin de generacin, ya mencionada, de linaje, de "regin-memoria", sino la de "repartos", sobre las cuales se basan todas las percepciones del espacio francs, o la de "paisaje como pintura", inmediatamente inteligible si se piensa, en particular, en Corot o la SairtteVictoire de Czanne. Si se acenta el aspecto material de los lugares, ellos mismos se disponen segn un amplio degrad. Primero estn los porttiles, y no son los menos importantes puesto que el pueblo de la memoria da el ejemplo supremo con las Tablas de la Ley; estn los topogrficos, que todo lo deben a su ubicacin precisa y a su arraigamiento en el suelo: eso ocurre con todos los lugares tursticos, como la Biblioteca Nacional, tan ligada al Hotel Mazarin como los Archivos Nacionales al Hotel Soubise. Estn los lugares monumentales, que no deben confundirse con los lugares arquitectnicos. Los primeros, estatuas o monumentos a los muertos, adquil'!ren su

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    significacin de su existencia intrnseca; aun cuando su ubicacin no es indiferente, una ubicacin diferente encontrara significacin sin alterar la de ellos. No sucede lp mismo con los conjuntos construidos por el tiempo y que cobran significacin por las complejas relaciones entre sus elementos: espejos del mundo o de una poca, como la catedral de Chartres o el palacio de Versalles.

    Si en cambio se tiene en cuenta la dominante funcional, se desplegar el abanico desde los lugares claramente destinados al mantenimiento de una experiencia intransmisible y que desaparecen con quienes la vivieron, como las asociaciones de ex combatientes, hasta aquellos cuya razn de ser, tambin pasajera, es de orden pedaggico, como los libros de texto, los diccionarios, los testamentos o los "libros de familia" que en el perodo clsico redactaban los jefes de familia para sus descendientes. Por ltimo, si se es sensible al componente simblico, estn por ejemplo los lugares dominantes y los lugares dominados. Los primeros, espectaculares y triunfantes, imponentes y generalmente impuestos ya sea por una autoridad nacional o por un cuerpo constituido, pero siempre desde arriba, tienen a menudo la frialdad o la solemnidad de las ceremonias oficiales. Lo que se hace es acudir a ellos ms que ir. Los segundos son los lugares refugio, el santuario de las fidelidades espontneas y de los peregrinajes del silencio. Es el corazn viviente de la memoria. Por un lado, el Sacr-Creur; por el otro, el peregrinaje a Lo urdes. Por un lado, los funerales nacionales de Paul Valry; por otro, el entierro de Jean-Paul Sartre. PQr un lado, la ceremonia fnebre de De Gaulle en Notre-Dame; por otro, el cementerio de Colornbey.

    Se podran refinar hasta el infinito las clasificaciones. Oponer los lugares pblicos a los privados, los lugares de memoria pura, que se agotan totalmente en su funcin conmemorativa -corno los elogios fnebres, Douaumont o el muro de los Federados-, a aquellos cuya dimensin de memoria es solo una entre sus mltiples significaciones simblicas, bandera nacional, circuito de fiesta, peregrinajes, etctera. El inters de este esbozo de una tipologano est en su rigor o exhaustividad. Tampoco en su riqueza evocadora, sino en el hecho de que sea posible. Muestra que un hilo invisible une objetos sin relacin evidente, y que la reunin al mismo nivel del PereLachaise y de la Estadstica General de Francia no es el encuentro surrealista del paraguas y la plancha. Hay una red articulada de esas identidades diferentes, una organizacin inconsciente de la memoria colectiva que debernos tornar consciente de s misma. Los lugares son nuestro momento de la historia nacional.

    Un rasgo simple pero decisivo los coloca radicalmente aparte de todos los tipos de historia a los que, antiguos o modernos, estamos acostumbrados. Todos los enfoques histricos y cientficos de la memoria, ya se hayan dirigido a la de la nacin o a la de las mentalidades sociales, trabajaban con realia, con las cosas mismas, cuya realidad se esforzaban por captar en vivo. A diferencia de todos los objetos de la historia, los lugares de memoria no tienen referentes en la realidad. O ms bien, son sus propios

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  • referentes, signos que solo remiten a s mismos, signos en estado puro. No es que no l'-cngan contenido, presencia fsica o historia, por el contrario. Pero lo que los hace lugares de memoria es aquello por lo cual, precisamente, escapan a la historia. Ti?mplum: recorte en lo indeterminado de lo profano -espacio o tiempo, espacio y tiempo- de un crculo en cuyo interior todo cuenta, todo simboliza, todo significa. En ese sentido, el lugar de memoria es un lugar doble; un lugar de exceso cerrado sobre s mismo, cerrado sobre su identidad y concentrado sobre su nombre, pero constantemente abierto sobre la extensin de sus significaciones.

    Es lo que hace que su historia sea la ms trivial y la menos comn. Temas obvios, el material ms clsico, fuentes al alcance de la mano, los mtodos menos sofisticados. Pareciera que volvimos a la historia de anteayer. Pero se trata de algo muy diferente. Esos objetos no son aprensibles sino en su empiricidad ms inmediata, pero el tema clave est en otro lado, incapaz de expresarse en las categoras de la historia tradicional. Crtica histrica transformada enteramente en historia crtica, y no solo de sus propios iustrumentos de traba jo. Despertada de su propio sueo para vivirse en segundo grado. Historia puramente transferencia! que, al igual que la guerra, es un arte de pura ejecucin, hecho de la frgil felicidad de la relacin con el objeto vigorizado y del compromiso desigual del historiador con su terna. Una historia que solo se basa, al fin de cuentas, sobre aquello que moviliza, un vnculo tenue, impalpable, apenas decible, aquello que permanece en nosotros como inarraigable apego carnal a esos smbolos sin embargo marchitos. Reviviscencia de una historia a la !Vlichelet, que hace pensar inevitablernellte en ese despertar del duelo del amor del que tan bien habl Proust, ese momento en que la dominacin obsesiva de la pasin por fin cede, pero en que la verdadera tristeza est en no sufrir ms por lo que tanto se ha sufrido y que ya no se comprende ms que con la cabeza y no con la sinrazn del corazn.

    Referencia bien literaria. Hay que lamentarla o por el contrario, justificarla plenamente? La poca la justifica. En efecto, la memoria solo ha conocido dos formas de legitimidad: histrica o literaria. Adems, ambas se han ejercido paralelamente pero, hasta nuestros das, en forma separada. Hoy la frontera se borra, y sobre la muerte casi simult

  • de memoria de Estado son las Memorias vacas del mero relato de su accin. En ellas tli!O no se entera de secretos, se relaciona con un estilo, vuelve a las fuentes en una 'imagen, se somete a uu rito, contempla el misterio de la encarnacin. Es a partir de este que se opera un ordenamiento general y se crea un modelo, accidental y necesario sin embargo. Si estos tres textos no exbtieran, habra que inventarlos. Es lo que en realidad ocurri con los dos primeros, pues el tercero logra su prestigio precisamente por la reactuali1.acin de los otros dos. Los tres fundan nuestro supery del Estado. Y es l el que le da, progresiva y retrospectivamente, sabor e inters a las amarguras de Monluc, a la chchara inteligente de la condesa de Boigne, a las peripecias de la carrera de Edgar Fa u re. Si no fuera por la irradiacin que las grandes figuras supieron hacer reinar en torno a sus acciones, no habra tradicin de Memorias y el tema no tendra fundamento para un historiador.

    Antigedad de la tradicin del Estado, lazo vital entre la tradicin literaria y la tradicin poltica, esencia intensamente personal del poder en la tradicin histrica: es en el cruce entre esas tres especificidades nacionales que encuentra su principio de orden una produccin de Memorias, infinita en su permanencia y en su variedad. Las Memorias existen por lo menos desde el siglo XVI, pero como una coleccin de excepciones. El siglo pasado las descubri y public profusamente. Hoy se impone una relectura, para descifrar lo que quieren decir y no est en ellas. El siglo XIX haba encontrado all los secretos de Estado de nuestra historia; hoy podemos ver la historia secreta de nuestra memoria de Estado. Pues si es cierto que el sueo es la va Je acceso privilegiada hacia el inconsciente, entonces hay que considerar a las Memorias no como un gnero anecdtico y marginal, sino corno la va real de nuestra identidad n

  • . .. m segundo tipo es la expresin pura de la memoria-Estado, monumental y ~ 1 espectacular, absorbida en la imagen de su propia representacin. Versalles ofrece su

    ilustracin rn~ esplendorosa, grandeza encarnadora y alejada, que se inscribe en la piedra corno se acua en las medallas de la Academia de las Inscripciones, fundada expresamente por Colbert en 1663; pero que se ve expresada igualmente por la naturaleza domesticada, el ritual de la corte, la heroizacin iconogrfica del soberano,

    11 el cdigo de la sociabilidad. Memoria de lo inmutable que se festeja, se celebra con panegricos, ~e afirma en el esplendor de su poder y de su proyeccin. Memoria no

    - ,, coercitiva e impue~ta, sino oficial, protectora y mecenas, bien expresada, en su doble vocacin poltica y artstica, por el Louvre, "morada de los reyes y templo de las artes", que la Revolucin convertir en el primer museo nacional abierto al pblico ellO de agosto de 17Y4, aniversmio de la cada de la monarqua. Memoria entonces fuertemente unitaria y afirmativa, pero que crea ella misma, con el College de France y la Academia Francesa, sus espacios de libertad garantizados por el Estado; y que el siglo XVIII va a subvertir desde el interior manteniendo su formalismo exterior. El pasaje est claramente marcado, por ejemplo, en el tratamiento de las palabras ilustres, desde la oracin fnebre al elogio acadmico, o en el nacimiento del gran escritor con quien comiema el ritual de la visita. Se podra apreciar la expresin ltima de ese viraje en las Mmoires de Saint-Simon, verdadero contramonurnento secreto de la memoria monrquica de Estado.

    Tercer tipo, la memoria-nacin. Es el momento capital de la memoria propiamente 'l; nacional, cuando la nacin toma conciencia de s misma como nacin, decretndose

    corno tal durante la Revolucin, concibindose bajo la Restauracin para establecerse bajo la monarqua de julio. Independientemente mismo de la constitucin del

    , "patrimonio", el cotejo de una cantidad de artculos sera necesario aqu para determinar su emergencia y valorizacin: desde el Cdigo Civil, su cimiento y condicin primera, y la Estadstica General de Francia, que supone el registro de cantidades comparables y de unidades iguales, hasta esa primera parte de las Memorias de Estado que muestra la capitalizacin de las memorias, pasando por las Lettres sur l'histoire de France de Augustin Thierry, que definen centralmente su intencin. Memoria nacional dilatada en todas sus dimensiones, jurdica, histrica, econmica, geogrfica. Es la nacin recuperndose como pasado a travs de toda la historiografa romntica y

    "'r liberal; descubrindose en la profundidad de su vivencia a travs de la novela histrica; poni.ndose a prueba en la unidad de su ser geogrfico, como canta el Tableau de la Frunce de Michelet; explorndose con la creacin tle las Guides-Joanne; reflejndose

    ..... en la pintura nueva de sus paisajes. Es la nacin sobre todo como proyecto unificado que crea decisivamente los instrumentos de reexploracin y de conservacin de

    r. su propia memoria, museos, sociedades cientficas, cole des chartes, Comit de los TraiJajos Histricos, Archivos y Biblioteca nacionales. Y hasta exaltndose, en ese

    perodo de paz, con los recuerdos de su grandeza militar, con los cuadros de batalla de la galera histrica del museo de Versalles, con el regreso de las cenizas de Napolen. Sobre todo con ese mito del soldado-labrador que se encarna en el mtico soldado Chauvin. Momento histricamente plido y hueco de la vida nacional, en que hasta la Revolucin de 1830 parece una reduccin en miniatura de la de 1789, bloqueado entre las expresiones fuertes de la aventura nacional: entre Napolen el Grande y Napolen el Pequeo, entre las Luces y el socialismo, entre la pica revolucionaria y la pica republicana. Sin embargo, es el momento ms pleno de la memoria nacional, ,, cuyo epicentro oscila de Guizot, el personaje ms determinante de esa movilizacin .. memorial desde el punto de vista de las instituciones, a Michelet, que aqu no'aparece individualizado en ninguna parte porque est en todos lados. Michelet, que trasciende a cualquier lugar de memoria posible porque es el lugar geomtrico y el denominador comn de todos, el alma de esos Lieux de mmoire.

    Cuarto tipo de memoria, que ya mostraban los lugares propios de La Repblique, la memoria-ciudadano, repercusin activa de la memoria-nacin, su arraigo social y militante. Memoria de masa, fuertemente democratizada, que suele expresarse generalmente a travs de sus monumentos educativos: en la historiografa cientfica,

  • pistas y este acoso a la memoria? Y qu es lo que agrega, fuera de la exploracin simblica, si no un tinte de imprecisin y de vaguedad -en el mejor de los casos, un tinte pintoresco- a las viejas distinciones, claras y demostrativas, de la historia del Estado francs?,Es que estos cuatro tipos de memoria solo adquieren sentido a travs ~:\ de un quinto tipo que las hace aparecer, el nuestro: una memoria-patrimonio.

    .,.._, Por memoriapatrimonio no basta entender la ampliacin desmedida de la nocin y ( _>) su dilatacin, reciente y problemtica, a todos los objetos testigos del pasado nacional,

    .

    9sino, mucho ms profundamente, la transformacin en bien comn y en herencia

    \ ft,1'/' colectiva de las implicaciones tradicionales de la memoria misma. Ese metabolismo q;ro'. se traduce, en primer lugar, por el agotamiento de las oposiciones clsicas que, al

    menos desde la Revolucin, sustentaban la organizacin de la memoria nacional: Franc:ia nueva contra Francia antigua, Francia laica contra Francia religiosa, Francia de izquierda contra Francia de derecha. Agotamiento que no implica la desaparicin de las filiaciones y de las fidelidades; y, al menos en lo que concierne a la ltima fractura, no impide las divisiones necesarias para la organizacin democrtica; aunque no cuestiona el principio mismo de esa democracia. Esta transformacin patrimonial de la memoria tambin se expresa por el ascenso de lo nacional reprimido y el retorno liberado a los episodios ms dolorosos de la conciencia colectiva, desde la guerra de los albigenses hasta la colaboracin, pasando por la Saint-Barthlemy y la guerra de Vende. O aun por la adhesin mnima en torno a valoresrefugio como la Repblica (ver la conclusin del tomo I, "De la Rpublique a la Nation"). Se manifiesta sobre todo por

    /)una revitalizacin cada vez ms clara del sentimiento de pertenencia a la nacin, ya no 11

    vivido en el modo afirmativo del nacionalismo tradicional-aunque alimente algunos de sus empujes-, sino en el modo de una renovada sensibilidad a la singularidad nacional, combinada con una necesaria adaptacin a las nuevas condiciones que significan para la nacin su insercin europea, la generalizacin de los modos modernos de vida, la aspiracin descentralizadora, las fonilas contemporneas de intervencin estatal, la presencia fuerte de una poblacin inmigrante poco reducible a las normas de la francidad consuetudinaria, la re-duccin de la francofona.

    Transformacin decisiva. Es ella la que conlleva la renovacin, presente en todos lados, del abordaje histrico de Francia por la memoria, cuya centralidad querra consagrar esta empresa de los Lieux de mmoire.

    La memoria es hoy efectivamente el nico trampoln que permite recobrar a "Francia", como voluntad y como representacin, la unidad y la legitimidad que solo haba podido conocer por su identificacin con el Estado, expresin de una gran potencia en su largo perodo de grandeza. Esta antigua y marcada asimilacin del poder, de la nacin y del Estado en la imagen de Francia se deshizo progresivamente ante la evolucin del mundo y la relacin de fuerzas. Y protestan contra ella, desde hace ms de medio siglo, tanto la ciencia como la conciencia.

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    El declive francs comenz tras la Primera Guerra Mundial; pero, englobado en el de toda Europa, solo estuvo orquestado en su interior por voces reaccionarias que al mismo tiempo descalificaron su fundamento en el resentimiento nacionalista y la ilusin restauradora. Pero es un hecho que Francia, que hasta ese momento poda jactarse de ser el laboratorio de todas las grandes experiencias europeas -desde el feudalismo hasta la repblica, pasando por el absolutismo; desde las Cruzadas hasta el colonialismo llliSando por la Reforma y las Luces- no hizo ms que soportar, desde la guerra, el contragolpe de los grandes fenmenos llegados de otros lados: la Revolucin de 1917 y el fascismo, la crisis econmica o la expansin de las "Trente Glorieuses". La franca derrota de 1940 se vio ocultada por la victoria de los Aliados, a la cual se agreg la Francia libre. De Gaulle, a quien se debe el restablecimiento de la Repblca, borr el sentimiento de fracaso en el que se hunda nuevamente ante el problema colonial y la parlisis de las instituciones. Con la ayuda del crecimiento, supo vestir con un lenguaje victorioso el repliegue de la bandera en Argelia; y pronto incluso, hacerlo olvidar por la entrada de Francia en el crculo de las potencias nucleares. El ao 1962

    no deja de ser el inicio de una toma de conciencia decisiva que el final de la edad gaulliana y la crisis econmica generalizaron. La estabilizacin definitiva de Francia en el rango de las potencias medianas y en el seno de Europa requiere un ajuste de la mirada sobre s misma .y sobre su pasado.

    Con ms razn en la medida en que, al mismo tiempo, todo el esfuerzo de los historiadores consisti precisamente (ver "I?heure des Annales" en Les lieux de .,~ mmoire, t. II, La Nation, vol. I) en alejarse del fenmeno nacional en su identificacin tradicional con el Estado para descender del cielo de las proclamaciones unitarias al ras de la tierra de las realidades. Que esas realidades se ubiquen en un nivel de anlisis inferior al de la entidad nacional, por ejemplo la regin, el departamento o el poblado, o que se siten en un nivel superior, como los graneles ciclos econmicos, las corrientes demogrficas, las prcticas culturales, etctera, el hecho es que estn en todo caso en otra escala y obligan a redefinir su especificidad. Es llamativo y significativo el paralelismo, adems, entre las fechas clave del destino de la nacin y los avances metodolgicos de la historiografa francesa. La depresin de 1930 coincide con la creacin de los Annales, la posguerra con el hermoso perodo de la historia demogrfica, econmica y social, los aos que siguieron al fin de la guerra ele Argelia con el avance ele la historia de las mentalidades. Como si la ciencia y la conciencia nacionales marcharan al mismo paso, ambas registrando el mismo fenmeno, pero la ciencia recuperando en universalidad del mtodo lo que la conciencia perdi en universalidad de la presencia. Sea o no adecuada esta hiptesis, el resultado fue el mismo. Para el anlisis historiador, tal como ha sido practicado hasta ahora, el objeto Francia ya no es una unidad de trabajo operativa y convincente. Examnense los factores econmicos, las prcticas culturales o las evoluciones mentales, ya no es tan obvia

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  • ""una ~ertenencia de conjunto y la existencia de "una Francia" se ha vuelto puramente problemtica. Valga como ejemplo la incertidumbre sobre el contenido del mensaje educativo en materia nacional. Ya no corre una "historia de Francia" como en el tiempo de Lavisse. Y no es seguro que todas las que hoy se escriben, y que sintetizan treinta aos de anlisis parciales, puedan hacerlo de otro modo que no sea interrogativo.

    Es en funcin de la memoria y solo de la memoria que la "nacin", en su acepcin unitaria, mantiene su pertinencia y su legitimidad; que tiene lugar una capitalizacin y que se impone una profundidad, que la evidencia misma de una continuidad estatal conserva y recobra todo su sentido, no como un asunto de orgullo capaz de inspirar una poltica de gran potencia o de justificar un lenguaje de superioridad, sino como un hecho.

    Pues, de todas las naciones europeas, Francia es justamente aquella en que fue ms precoz la determinacin estatal, ms constante y constitutiva, hasta volverse, para la conciencia comn, casi inmemorial e ininterrumpida. Aquella en la que, a diferencia ele todas sus vecinas, la continuidad dinstica, respaldada por la continuidad geogrfica y territorial, no dej de encontrar sus enroscamientos y sus renovaciones. Aquella en la cual la voluntad continuista y la afirmacin unitaria vinieron de arriba, alimentadas y proferidas ms enrgicamente an, y a veces hasta desesperadamente, cuanto ms vigorosas eran las fuerzas de disrupcin, menos homogneos los conjuntos a dispersar, ms amenazante la desintegracin. La construccin autoritaria de la memoria histrica que hizo la fuerza de Francia y fue el instrumento de su "grandeza" es sin eluda al mismo tiempo la expresin de su debilidad congnita. Francia es una nacin "estado-centrada". Solo ha mantenido la conciencia de s misma por la poltica, Ni por la economa, impregnada de voluntarismo mercantilista, que se mantuvo, incluso en el momento ms fuerte de la Revolucin industrial y del capitalismo flamgero, como una preocupacin subordinada. Ni por la cultura, de irradiacin mundial sin embargo, pero que no pudo irrigar el tejido social ms que a travs de los canales que el Estado le trazaba. Ni por la sociedad, que ha sido mantenida bajo tutela. Ni por la lengua, que se impuso de manera coercitiva. De all el papel director y protector, unificador y educador del Estado en esas cuatro reas, que alcanzaron para cristalizar en otro lugar la conciencia de la comunidad y el sentimiento de la nacin. Es el Estado el que en Francia orient tanto la prctica como los conceptos de economa, incluso liberales, y los implant en forma dificultosa e incompleta; fue el Estado el que cre las grandes instituciones universitarias y acadmicas, a cambio ele concederles los instrumentos de su autonoma; el que difundi los cdigos lingsticos considerados correctos y suprimi los dialectos; el que civiliz a la sociedad. Ningn pas estableci una adecuacin tan estrecha entre el Estado nacional, su economa, su cultura, su lengua y su sociedad. Y ningn pas conoci tampoco tan claramente y en dos oportunidades la experiencia de un radicalismo de Estado, la primera con el absolutismo de Luis

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    XIV, la segunda con la Revolucin, con la reinterpretacin obligatoria e integral de la memoria histrica de la nacin que cada una de esas experiencias conlleva. La paradoja de la historia nacional francesa estuvo en localizar su continuidad esencial en lo que es menos continuo por naturaleza, la poltica. La memoria nacional francesa se desarroll as de un modo ms conflictivo que otras, el de la radicalidad exclusiva o ele la sedimentacin obstinada.

    Pero una historia enteramente desarrollada bajo el horizonte del Estado-nacin ya no puede dar cuenta de esa sedimentacin nacional de la memoria, que se entreteji en torno al Estado. Esta postulaba una unidad natural que desneqten todos nuestros conocimientos. Propona una historia ejemplar, cuando el mundo ya casi no tiene lecciones para recibir de Francia. Corresponda a una visin conquistadora y universalista de la nacin, que el repliegue en el Hexgono torn ingenua e irrisoria. Ocultaba lo que la nacin tena de particular, proponindolo al mismo tiempo como modelo al mundo, incluso imponindolo. La historia barri con ese modelo imperial y militar. Es solo en la memoria que la historia nacional comprende su propia continuidad. "Francia" es su propia memoria, o no es. Si hay Nacin, esta no responde a la causalidad lineal y a la finalidad providencialista que rega la historia del Estado-nacin, sino a la permanencia actualizadora que rige la economa de la memoria y procede por

    aluviones acumulativos y compatibilidades combinatorias. El propio inters de los cuatro tipos de memoria que presentamos en su simplicidad esquemtica, no es recaer automticamente en las cuatro etapas de la formacin nacional sino trascender esos recortes establecidos para cubrirlos con capas de otra historia. Lo que muestran claramente, contrariamente a una sucesin progresiva, es una permanencia ele memoria cuyos estratos anteriores integraron la continuidad de una historia, aun la ms remota. Se articulan y enroscan sobre s mismas, se encabalgan y se fusionan, de tal forma que ninguna se pierde completamente. Su develamiento mismo es efecto de una memoria. Hay un "tocquevillismo" de la memoria y es el que les da a estos cuarenta y ocho pantallazos lcidos y penetrantes e irradiantes su indudable capacidad reveladora.

    Esta se da a travs de la exhumacin ele una continuidad, la valorizacin ele una singularidad y la aparicin de una cronologa. Una continuidad que puede inspirarle al ciudadano que la siente, al historiador que la explora una inagotable pasin y una insondable fascinacin por la grandeza nica del fenmeno -que ha conmovido a todos los que participaron en particular en estos Lieux de mmoire, yo en primer lugar-, pero en ningn caso una identificacin pardica con esa grandeza perdida o la ms mnima de las nostalgias. Una singularidad cuyos meandros y finos contornos estos tres volmenes, ya demasiado espesos, no pretenden agotar; pero cuyo estilo pretenden definir con bastante precisin para permitir, con otros tipos de formacin nacional, las comparaciones que se imponen y que son las nicas que le daran su verdadero relieve. }rancia no tiene el monopolio del Estado-nacin, pero teji esa experiencia

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  • ,.

    con un desarrollo del Estado, con un arraigo territorial y con un modo de expresin cultural que la convierten en una "nacin-memoria", en el sentido en que los judos, sin tierra y sin Estado durante mucho tiempo, atravesaron la historia como "pueblo-memoria". La memoria del Estado nacional se solidific en una tradicin histrica, una historiografa, paisajes, instituciones, monumentos y discursos que una eleccin acertada permite controlar totalmente y que la diseccin historiadora permite recobrar. Este libro no tiene otro objeto.

    El ms nfimo de los resultados que alcanza no es, sin embargo, de paso, la manifestacin de una cronologa diferente de las que nos son familiares, en particular esa emergencia masiva de memoria nacional entre 1820 y 1840 que tantos artculos han tenido que'subrayar, as como tantos artculos de La Rpublique lo haban hecho para los aos 1880-1890. Si la recordamos para terminar, es porque la sancin de cualquier nuevo abordaje histrico ha sido siempre lograr el establecimiento de una cronologa, punto de partida, o experiencia definitiva, que delinea la historia nacional con el tamiz de un nuevo enfoque temporal. La historia poltica de Francia tiene su cronologa, fuertemente enriquecida por provenir directamente del sentimiento de sus contemporneos. Pero la historia econmica o demogrfica, la historia social, tambin tienen la propia, de alcance ms amplio y con curvas de mayor duracin. La historia cultural y la de las mentalidades impusieron otras. Que una primera delimitacin aproximada y general de la memoria; materia rebelde por definicin a cualquier corte temporal preciso, resulte inmediatamente en secuencias propias y asimilables a otras secuencias significativas en registros diferentes, alcanzara para probar, si fuera necesario, su fecundidad operativa y su validez "cientfica".

    Pero no es all que est la principal razn de esa insistencia. Hay sin duda, entre ese primer siglo XIX -atrapado por una riecsidad de historias, que inventa la nocin de patrimonio, descubre el 'gtico y se embriaga de lo "nacional"- y nuestro ltimo siglo XX -devorado por una necesidad de memoria, que generaliza la nocin de patrimonio, se apasiona por la Edad Media yse desengaa del nacionalismo triunfante-intercambios profundos y afinidades de sensibilidad que contribuyen a caracterizar a nuestro momen'to nacional en el movimiento mismo que hace resurgir a aquel que una marcada reputacin de monotona recubri de indiferencia y de desprecio: perodo culturalmente rico del romanticismo, pero de menor brillo econmico que el segundo y encerrado en la ausencia completa de seduccin poltica de su monarqua burguesa, como lo estamos en el posgaullismo. Guizot pag con su reputacin, en la posteridad, la mediocre estrechez de ese liberalismo conservador; Guizot, que recobra aqu su figura central de gran organizador de la memoria.

    Las dos pocas tienen en comn un rasgo fundmental: el desarraigo brutal respecto al P?Sado tradicional y la apasionada necesidad de recuperarlo. Ese

    reencu~ntro se produjo tras la Revolucin y el Imperio, por la historia y a tii.V~s e~ e una interpretacin "nadonal" del vasado monrquico de la vieja Francia. Luego dn la epopeya gaulliana, de la guerra de Argelia y de la revolucin econmica ms fuerte que Francia haya conocido, esa recuperacin se opera para nosotros, por el contrario, a travs de la memoria, y por un abandono de la versin nacionalista de la nacin, galocntrica, imperial y universalista. De ese abandono esencial no es responsable solo la evidencia de las cosas. Dos fenmenos de gran amplitud contribuyeron ampliamente: por un lado, el ecumenismo gaulliano, que jug para consolidar en la derecha la aceptacin definitiva de la nacin bajo su forma democrtica y republicana; por otro, la extenuacin reciente de la idea revolucionaria, que jug fuertemente en la izquierda para desligar a la nacin de la ecuacin en que la Revolucin la haba encerrado y reactivar su dinmica. Ahora estamos frente a ella, pero transformada en otra, instalada en un espacio plural y pacificado; emergida de su eternidad artificial y girando ya hacia un futuro imprevisible. Estamos frente a su realidad invertida, para descubrir la profundidad y la intensidad de sus resonancias y su extraeza. Durante un siglo el nacionalismo nos haba escondido a la nacin. No es el momento de volver a decir con Chateaubriand: "Francia debe recomponer sus anales para armonizados con los progresos de la inteligencia"? En la conmocin que conoce hoy la identidad nacional y la inestabilidad de nuestros referentes, la valorizacin de su patrimonio memorial es la condicin primera del reajuste de su imagen y de su re definicin en el conjunto europeo.

    La nacin guerrera, imperialista y mesinica est detrs de nosotros. La apertura de la nacin al mundo exterior pasa hoy por el dominio pleno de su herencia. Su futuro internacional, por su relacin garantizada con el pasado nacional. Y el acceso a lo universal, por lo que henios itltentado aqu: una medida exacta de lo particular.