modernidades y destiempos...

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NÓMADAS 20 * Pionero en los estudios sobre la Comunicación en AmØrica Latina. Ha sido Presidente de ALAIC (Asociación Latinoamericana de Investigadores de Comunicación). Miembro del ComitØ de Políticas Culturales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. MODERNIDADES Y DESTIEMPOS LATINOAMERICANOS Jesœs Martín Barbero* La idea del paso lineal de las tradiciones a la modernidad es sustituida por la afirmación de que la modernidad se define por la diversidad y multiplicación de las alternativas, la capacidad de asociar pasado y porvenir. Hay un cambio total de perspectiva: se consideraba que el mundo moderno estaba unificado mientras la sociedad tradicional estaba fragmentada; hoy por el contrario la moderniza- ción parece llevarnos de lo homogØneo a lo heterogØneo. Alain Touraine Alberto Urdaneta (1845-1887), JosØ María Espinosa, 1881, BNB

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NÓMADAS20

* Pionero en los estudios sobre la Comunicación en América Latina. Ha sido Presidente deALAIC (Asociación Latinoamericana de Investigadores de Comunicación). Miembro delComité de Políticas Culturales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

MODERNIDADES YDESTIEMPOS

LATINOAMERICANOS

Jesús Martín Barbero*

�La idea del paso lineal de las tradiciones a la modernidad es sustituida por laafirmación de que la modernidad se define por la diversidad y multiplicación delas alternativas, la capacidad de asociar pasado y porvenir. Hay un cambio totalde perspectiva: se consideraba que el mundo moderno estaba unificado mientrasla sociedad tradicional estaba fragmentada; hoy por el contrario la moderniza-ción parece llevarnos de lo homogéneo a lo heterogéneo�.

Alain Touraine

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21NÓMADAS

Ligada al proyecto de consti-tuirse en naciones, la modernidad enAmérica Latina exige ser pensadadesde la heterogeneidad e hibrida-ción de temporalidades de que es-tán hechas sus sociedades y suspueblos. Lo que viene a replantearel peso que en el análisis se le haotorgado a la dimensión socio-cultural. ¿Cómo pensar una diferen-cia que no se deja asimilar ni disolverpor el modelo hegemónico -europeo,norteamericano- únicamente desdeel ámbito de las prácticas económi-cas y políticas, cuando la dinámicade las transformaciones que calan enlos mundos de vida de las mayoríasremite a �la persistencia de estratosprofundos de la memoria y la men-talidad colectiva sacados a la super-ficie por las bruscas alteraciones deltejido tradicional que la aceleraciónmodernizadora comporta�?1 . Esta-mos ante la ineludible necesidad depensar las secretas complicidadesentre el sentido de lo universal quepuso en marcha la Ilustración y laglobalización civilizatoria que eletnocentrismo occidental ha hechopasar por universal. La mejor expre-sión de esa complicidad fue la ideade desarrollo que agenció la propiaONU desde mediados de los añoscincuenta: desarrollarse para los paí-ses del Tercer Mundo se identificócon asumir la negación/superaciónde todas sus particularidades cultu-rales y civilizatorias. Mirada desdeel hoy la idea de universalidad quenos legó la modernidad de la Ilus-tración revela lo que ésta tenía a lavez de utopía emancipatoria y deuniversalización de una particulari-dad: la europea. Enfrentar hoy eletnocentrismo civilizatorio que pro-paga la globalización nos exige con-traponer a una �globalizaciónenferma porque en lugar de unir loque busca es unificar�2 , una univer- José María Espinosa (1796-1883),

Autorretrato, ca. 1830

salidad descentrada y plural, capaz deimpulsar el movimiento eman-cipador de la Ilustración sin impo-ner como requisito su propiacivilización.

1. Modernidades:periferia ydiferencia

Modernidad plural o mejor mo-dernidades: he ahí un enunciado queintroduce en el debate una torsiónirresistible, una dislocación inacep-table incluso para los más radicalesde los postmodernos. Porque la crisisde la razón y del sujeto, el fin de lametafísica y la deconstrucción dellogocentrismo tienen como horizon-te la modernidad UNA que compar-ten defensores e impugnadores.Pensar la crisis desde aquí tiene,sinembargo, como condición prime-ra la de arrancarnos a aquella lógicasegún la cual nuestras sociedadesson irremediablemente exterioresal proceso de la modernidad ynuestra modernidad sólo puedeser deformación y degradaciónde la verdadera. Romper esalógica implica preguntarse si laincapacidad de reconocerse en lasalteridades que la resisten desde den-tro no forma parte de la crisis no pen-sada desde el centro y sólo pensabledesde la periferia en cuanto quiebrede aquel proyecto eurocéntrico deuniversalidad, esto es en cuanto di-ferencia que no puede ser disuelta niexpulsada. ¿Qué es lo que especificamás profundamente la heterogenei-dad de América Latina?: Su mododescentrado, desviado de inclusiónen y de apropiación de la moderni-dad. Pensar la crisis traduce así paranosotros la tarea de dar cuenta denuestro particular malestar en/con la

modernidad3 . Ese que no es pensableni desde el inacabamiento del pro-yecto moderno que reflexionaHabermas, pues ahí la herencia ilus-trada es restringida a lo que tiene deemancipadora dejando fuera lo queen ese proyecto racionaliza el domi-nio y su expansión; ni desde el reco-nocimiento que de la diferencia hace

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la reflexión postmoderna pues en ellala diversidad tiende a confundirsecon la fragmentación, que es lo con-trario de la interacción en que se tejey sostiene la pluralidad.

El malestar con la modernidadremite, en primer lugar, a las �opti-mizadas imágenes� que del procesomodernizador europeo han construi-do los latinoamericanos y cuyo ori-gen se halla en la tendencia a definirla diferencia latinoamericana en térmi-nos del �desplazamiento paródico�de un modelo europeo configuradopor un alto grado de pureza y homo-geneidad, esto es como �efecto de laparodia de una plenitud�4 . En la su-peración de esas imágenes va a ju-gar un papel decisivo la nueva visiónque del proceso modernizador estánelaborando los propios historiadores

movimientos sociales semitrans-formadores�6 .

Dos consecuencias se derivan deesa nueva visión. Una, la modernidadno es el lineal e ineluctable resulta-do en la cultura de la modernizaciónsocioeconómica, sino el entretejidode múltiples temporalidades y media-ciones sociales, técnicas, políticas yculturales. Dos, quedan fuertementeheridos los imaginarios -el desa-rrollista y complementario- que des-de mediados del siglo oponenirreconciliablemente tradición ymodernidad, ya sea por la vía de unamodernización entendida como de-finitiva �superación del atraso� o porla del �retorno a las raíces� y la de-nuncia de la modernidad como simu-lacro. En un texto iluminador elbrasileño R. Schwarz examina elmalentendido que conduce a tacharsumariamente de �falsas� a las ideasliberales en países que aún practica-ban la esclavitud. Pero puesto que lasideas liberales no se podían ni prac-ticar ni descartar, lo que importa en-tender es la �constelación práctica�en que se inscriben, esto es losdislocamientos y desviaciones, el sis-tema de ambigüedades y operacionesque dotan de sentido a las �ideas fue-ra de lugar� permitiendo apropiárse-las en un sentido impropio. Impropiopor relación al movimiento que lasoriginó pero propio en cuanto �me-canismo social que las torna elemen-to interno y activo de la cultura�7 .Línea de reflexión seguida por R.Ortiz desde el título mismo, �A mo-derna tradicão brasileira�, de un li-bro que rastrea el movimiento de unamodernidad que al no operar comoruptura expresiva pudo entrar a for-mar parte de la tradición, esto es delconjunto de instituciones y valoresque, como el nacionalismo o la indus-tria cultural, son el espacio cultural

europeos y según la cual la moder-nidad no fue tampoco en Europa unproceso unitario, integrado y cohe-rente sino híbrido y disparejo, quese produce en �el espacio compren-dido entre un pasado clásico toda-vía usable, un presente técnicotodavía indeterminado y un futuropolítico todavía imprevisible. O di-cho de otra manera, en la inter-sección entre un orden dominantesemiaristocrático, una economía ca-pitalista semi-industrializada y unmovimiento obrero semiemergenteo semiinsurgente�5 . Lo que nos co-loca ante la necesidad de �entenderla sinuosa modernidad latinoameri-cana repensando los modernismoscomo intentos de intervenir en elcruce de un orden dominantesemioligárquico, una economía ca-pitalista semiindustrializada y

Alberto Urdaneta, , 1881, BNB

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ya irreversible de varias gene-raciones8 .

Constituidas en naciones al rit-mo de su transformación en �paísesmodernos�, no es extraño que una delas dimensiones más contradictoriasde la modernidad latinoamericana sehalle en los proyectos de y los des-ajustes con lo nacional. Desde los añosveinte en que lo nacionalse propone como síntesisde la particularidad cultu-ral y la generalidad políti-ca, que �transforma lamultiplicidad de deseos delas diversas culturas en unúnico deseo de participar(formar parte) del senti-miento nacional�9 , a loscincuenta en que el nacio-nalismo se trasmuta enpopulismos y desarrollis-mos que consagran elprotagonismo del Estadoen detrimento de la socie-dad civil, un protagonismoque es racionalizado comomodernizador tanto en laideología de las izquierdascomo en la política de lasderechas10 , hasta losochenta en que la afirma-ción de la modernidad, alidentificarse con la sustitu-ción del Estado por el mercado comoagente constructor de hegemonía,acabará convirtiéndose en profundadevaluación de lo nacional11 . Perola relación entre modernidad y na-ción no se agota en la contradicciónpolítica. De hecho su tematizaciónmás frecuente y explícita es la que lorefiere a la cultura, al modernismocomo influencia extranjera y tras-plante de formas y modelos. Se que-ría ser nación para lograr al fin unaidentidad, pero la consecución de unaidentidad reconocible pasaba por su

incorporación al discurso modernopues sólo en los términos de ese dis-curso los esfuerzos y logros serían vá-lidos como tales: �Sólo podríamosalcanzar nuestra modernidad a partirde la traducción de nuestra materiaprima en una expresión que pudierareconocerse en el exterior�12 . Con-tradicción que marca al modernismolatinoamericano pero que no lo re-

duce a ser mera importación e imita-ción, porque -como lo demuestran lahistoria cultural y la sociología delarte y la literatura- ese modernismoes también secularización del lengua-je13 , profesionalización del trabajocultural14 , superación del complejocolonial de inferioridad y liberaciónde una capacidad �antropofágica� quese propone �devorar al padre totemeuropeo asimilando sus virtudes y to-mando su lugar�15 . El modernismo enAmérica Latina no ha sido sólomodernidad compensatoria de las

desigualdades acarreadas por el sub-desarrollo de las otras dimensiones dela vida social sino instauración de unproyecto cultural nuevo: el de insertarlo nacional en el desarrollo estéticomoderno a través de reelaboracionesque en muchos casos se hallaban vin-culadas a la búsqueda de la trans-formación social. Lejos de serirremediablemente desnacionalizador

el modernismo fue, en nopocos casos, ámbito yaliento de la recreación delo nacional.

El proceso más vasto ydenso de modernizaciónen América Latina va atener lugar a partir de losaños cincuenta y sesentay se hallará vinculado de-cisivamente al desarrollode las industrias culturales.Son los años de la diversi-ficación y afianzamientodel crecimiento económi-co, la consolidación de laexpansión urbana, la am-pliación sin precedentesde la matrícula escolar y lareducción del analfabetis-mo. Y junto a ello, acom-pañando y moldeando esedesarrollo, se producirá laexpansión de los medios

masivos y la conformación del mer-cado cultural. Según J. J. Brunneres sólo a partir de ese cruce de pro-cesos que puede hablarse de moder-nidad en estos países. Pues más quecomo experiencia intelectual ligadaa los principios de la ilustración16

la modernidad en América Latinase realiza en el descentramiento de lasfuentes de producción de la culturadesde la comunidad a los �aparatos�especializados, en la sustitución delas formas de vida elaboradas y trans-mitidas tradicionalmente por estilos

Francisco Cano (1865-1935), Marco Tobón Mejía,Museo de Antioquia.

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de vida conformados desde el con-sumo, en la secularización e interna-cionalización de los mundossimbólicos, en la fragmentación de lascomunidades y su conversión en pú-blicos segmentados por el mercado.Procesos todos ellos que si en algu-nos aspectos arrancan desde el co-mienzo del siglo no alcanzarán suvisibilidad verdaderamente socialsino cuando la educación se vuelvemasiva llevando la disci-plina escolar a la mayoríade la población, y cuandola cultura logra su diferen-ciación y autonomizaciónde los otros órdenes socia-les a través de la profe-sionalización general delos productores y la seg-mentación de los consu-midores. Y ello sucede a suvez cuando el Estado nopuede ya ordenar ni mo-vilizar el campo culturaldebiendo limitarse a ase-gurar la autonomía delcampo, la libertad de susactores y las oportunidadesde acceso a los diversosgrupos sociales dejándoleal mercado la coordina-ción y dinamización de esecampo. La modernidadentre nosotros resulta siendo �unaexperiencia compartida de las dife-rencias pero dentro de una matrizcomún proporcionada por la escola-rización, la comunicación televisiva,el consumo continuo de informa-ción y la necesidad de vivir conec-tado en la ciudad de los signos�17 .

De esa modernidad no parecenhaberse enterado ni hecho cargo laspolíticas culturales ocupadas en bus-car raíces y conservar autenticidades,o en denunciar la decadencia del artey la confusión cultural. Y no es ex-

traño, pues la experiencia de moder-nidad a la que se incorporan las ma-yorías latinoamericanas se halla tanalejada de las preocupaciones �con-servadoras� de los tradicionalistascomo de los experimentalismos de lasvanguardias. Postmoderna a su modo,esa modernidad se realiza efectuan-do fuertes desplazamientos sobre loscompartimentos y exclusiones quedurante más de un siglo instituyeron

aquellos, generando hibridacionesentre lo autóctono y lo extranjero,lo popular y lo culto, lo tradicional ylo moderno. Categorías y demarca-ciones todas ellas que se han vueltoincapaces de dar cuenta de la tramaque dinamiza el mundo cultural, delmovimiento de integración y diferen-ciación que viven nuestras socieda-des. �La modernización reubica elarte y el folclor, el saber académico yla cultura industrializada, bajo con-diciones relativamente semejantes. Eltrabajo del artista y del artesano seaproximan cuando cada uno experi-

menta que el orden simbólico espe-cífico en que se nutría es redefinidopor la lógica del mercado. Cada vezpueden sustraerse menos a la infor-mación y a las iconografías moder-nas, al desencantamiento de susmundos autocentrados y al reen-cantamiento que propicia la es-pectacularización de los medios�18 .Las experiencias culturales han deja-do de corresponder lineal y

excluyentemente a los ám-bitos y repertorios de lasetnias o las clases sociales.Hay un tradicionalismo delas élites letradas que nadatiene que ver con el de lossectores populares y un mo-dernismo en el que �se en-cuentran� -convocadas porlos gustos que moldean lasindustrias culturales- bue-na parte de las clases altasy medias con la mayoría delas clases populares.

Fuertemente cargadade componentes premo-dernos la modernidad lati-noamericana se haceexperiencia colectiva de lasmayorías sólo merced adislocaciones sociales yperceptivas de cuño

postmoderno. Una postmodernidadque en lugar de venir a reemplazarviene a reordenar las relaciones de lamodernidad con las tradiciones. Quees el ámbito en que se juegan nues-tras diferencias, esas que, como nosalerta Piscitelli19 , ni se hallan cons-tituidas por regresiones a lo pre-moderno ni se sumen en lairracionalidad por no formar parte delinacabamiento del proyecto europeo.�La postmodernidad consiste en asu-mir la heterogeneidad social comovalor e interrogarnos por su articula-ción como orden colectivo�20 . He ahí

Epifanio Garay (1849-1903), Autorretrato, 1895

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una propuesta de lectura desde aquíde lo más radical del desencantopostmoderno. Pues mientras en lospaíses centrales el elogio de la dife-rencia tiende a significar la disolu-ción de cualquier idea de comunidad,en nuestros países -afirma N.Lechner- la heterogeneidad sólo pro-ducirá dinámica social ligada a algu-na noción de comunidad. No a unaidea de comunidad �resca-tada� del pasado sino re-construida en base a laexperiencia postmodernade la política. Esto es a unacrisis que nos aporta de unlado el �enfriamiento de lapolítica�21 , su desdrama-tización por desacraliza-ción de los principios,destotalización de las ideo-logías y reducción de la dis-tancia entre programaspolíticos y experiencias co-tidianas de la gente; y deotro la formalización de laesfera pública: la pre-dominancia de la dimen-sión contractual sobre lacapacidad de crear identi-dad colectiva, con el con-siguiente debilitamientodel compromiso moral y loslazos afectivos, la diferen-ciación y especializaciónde su espacio con el consi-guiente predominio de laracionalidad instrumental.

La postmodernidad en AméricaLatina es menos cuestión de estiloque de cultura y de política: cómodesmontar aquella separación que atri-buye a la élite un perfil moderno altiempo que recluye lo colonial en lossectores populares, que coloca lamasificación de los bienes culturalesen los antípodas del desarrollo cultu-ral, que propone al Estado dedicarse

a la conservación de la tradición de-jándole a la iniciativa privada la ta-rea de renovar e inventar, quepermite adherir fascinadamente a lamodernización tecnológica mientrasse profesa miedo y asco a la indus-trialización de la creatividad y la de-mocratización de los públicos. Lacuestión de cómo recrear las formasde convivencia y deliberación de la

vida ciudadana sin reasumir lamoralización de los principios, laabsolutización de las ideologías y lasubstancialización de los sujetossociales. La cuestión de cómoreconstituir las identidades sin funda-mentalismos, rehaciendo los modosde simbolizar los conflictos y los pac-tos desde la opacidad de las hibri-daciones, las desposesiones y lasreapropiaciones.

2. Paradojas denuestra multi-culturalidad

En Latinoamérica la multicul-turalidad, tanto en el discurso comoen la experiencia social, movilizaantiguas y nuevas contradicciones.Como afirma el chileno N. Lechner�podría narrarse la historia de Amé-

rica Latina como unacontinua y recíproca ocu-pación de terreno. No haydemarcación estable reco-nocida por todos. Ningu-na frontera física y ningúnlímite social otorgan segu-ridad. Así nace y se inte-rioriza, de generación engeneración, un miedo an-cestral al invasor, al otro,al diferente, venga de arri-ba o de abajo�22 . Ese mie-do se expresa aun en latendencia, generalizadaentre los políticos, a perci-bir la diferencia como dis-gregación y ruptura delorden y entre los intelec-tuales a ver en la hetoro-geneidad una fuente decontaminación y deforma-ción de las purezas cultu-rales. El autoritarismo nosería entonces en nuestrospaíses una tendencia per-versa de sus militares o suspolíticos sino una respues-

ta a la precariedad del orden social,la debilidad de la sociedad civil y lacomplejidad de mestizajes que con-tiene, haciendo del Estado la figuraque contrarreste las debilidadessocietales y las fuerzas de la disper-sión, lo que ha significado la perma-nente sustitución del pueblo por elEstado y el protagonismo de éste endetrimento de la sociedad civil23 . Lospaíses de América Latina tienen una

Ramón Barba, Hena Rodríguez, 1930

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larga experiencia de la inversión desentido mediante la cual la identi-dad nacional es puesta al servicio delchauvinismo de un Estado que enlugar de articular las diferencias cul-turales lo que ha hecho es subordinar-las al centralismo desintegrándolas.Pues hasta hace bien poco la idea delo nacional era incompatible, tantopara la derecha como la iz-quierda, con la diferencia: elpueblo era uno e indivisi-ble, la sociedad un sujetosin texturas ni articulacio-nes internas y el debate po-lítico-cultural �se movíaentre esencias nacionales eidentidades de clase�24 .

Es esa equivalenciaentre identidad y nación laque la multiculturalidad dela sociedad actual latinoa-mericana hace estallar.Pues de un lado la glo-balización disminuye elpeso de los territorios y losacontecimentos fundado-res que telurizaban yesencializaban lo nacionaly de otro la revaloración delo local redefine la ideamisma de nación. Miradadesde la cultura-mundo, lonacional aparece provin-ciano y cargado de lastresestatistas y paternalistas.Mirada desde la diversidadde las culturas locales, lonacional equivale a homo-genización centralista yacartonamiento oficialista. De modoque es tanto la idea como la expe-riencia social de identidad la que des-borda los marcos maniqueos de unaantropología de lo tradicionalmenteautóctono y una sociología de lo mo-derno-universal. Redefinida como�una construcción imaginaria que se

relata�25 , la identidad no puede se-guir siendo pensada como expresiónde una sola cultura homogénea per-fectamente distinguible y coherente.El monolingüismo y la uniterri-torialidad, que la primera moderni-zación reasumió de la colonia,escondieron la densa multicul-turalidad de que está hecho lo lati-

noamericano y lo arbitrario de lasdemarcaciones que trazaron lo na-cional. Hoy nuestras identidades -incluidas las de los indígenas- soncada día más multilingüísticas ytransterritoriales. Y se constituyenno sólo de las diferencias entre cul-turas desarrolladas separadamente

sino mediante las desiguales apro-piaciones y combinaciones que losdiversos grupos hacen de elemen-tos de distintas sociedades y de lasuya propia.

Esto se hace especialmente pa-tente en la multiculturalidad de laciudad: es en ella mucho más que

en la nación donde seencardinan las nuevasidentidades hechas deimaginerías nacionales,tradiciones locales y flujosde información trasna-cionales. Y donde se con-figuran nuevos modos derepresentación y partici-pación política, es decirnuevas modalidades deciudadanía.

Pensar desde ahí lamulticulturalidad implicaserios retos teóricos ymétodológicos para los in-vestigadores de las cien-cias sociales pues sucomprensión exige el esta-llido de las fronteras disci-plinarias y la configuraciónde objetos (de conocimien-to) móviles, nómadas, decontornos difusos, imposi-bles de encerrar en las ma-llas de un saber positivo yrígidamente parcelado.Ahí apunta lúcidamenteC. Geertz cuando señala�lo que estamos viendo noes simplemente otro traza-

do del mapa cultural -el movimien-to de unas pocas fronteras endisputa, el dibujo de algunos pinto-rescos lagos de montaña- sino unaalteración de los principios delmapeado. No se trata de que no ten-gamos más convenciones de inter-pretación, tenemos más que nunca

Ramón Barba, Josefina Albarracín, 1939

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pero construidas para acomodar unasituación que al mismo tiempo esfluida, plural, descentrada. Las cues-tiones no son ni tan estables ni tanconsensuales y no parece que vayana serlo pronto. El problema más in-teresante no es sin embargo comoarreglar este enredo sino qué signi-fica todo este fermento�26 .

Desde esa perspectiva, pensar ladiferencia en América Latina ha de-jado de significar la búsqueda deaquella autenticidad enque se conserva una for-ma de ser en su purezaoriginal, para convertir-se en la indagación delmodo des-viado y des-centrado de nuestra in-clusión en, y nuestraapropiación de, la mo-dernidad. Doble tarea ala que están contribu-yendo sociólogos yantropólogos que hancolocado en el eje delanálisis el doble des-centramiento que sufre lamodernidad en Améri-ca Latina: su tener quever menos con las doc-trinas ilustradas y las es-téticas letradas que conla masificación de la es-cuela y la expansión delas industrias culturales,y por lo tanto con laconformación de unmercado cultural, en elque las fuentes de producción de lacultura pasan de la dinámica de lascomunidades o la autoridad de laIglesia a la lógica de la industria ylos aparatos especializados. Y deotro lado, la moderna diferencia-ción y autonomización de la cultu-ra sufre en Latinoamérica unsegundo des-centramiento pues esa

autonomía se produce cuando el Es-tado no puede ya ordenar ni movi-lizar el campo cultural, debiendolimitarse a asegurar la libertad desus actores y las oportunidades deacceso a los diversos grupos socia-les, dejándole al mercado la coor-dinación y dinamización de esecampo; y cuando las experienciasculturales han dejado de correspon-der lineal y excluyentemente a losámbitos y repertorios de las etniaso las clases sociales.

La diferencia en la percepciónque los latinoamericanos tenemosde esas perturbaciones estriba enque la modernización, identificadapor los del Norte ilusionada eilusoriamente con el progreso uni-versal, dejó ver bien pronto en nues-tros países la escisión que elprogreso entrañaba entre razón y

emancipación �convirtiendo la ra-cionalidad ilustrada en arsenalinstrumental de poder y domina-ción�27 . Al presentarse comoopuesta, e incluso incompatible,con la diversidad de temporalidadesy mentalidades que mestizaba enAmérica Latina su razón histórica,la �razón instrumental� que guió lamodernización vino a legitimar lavoracidad del capital y la implan-tación de una economía que tornóirracional toda diferencia que no

fuera incorporable aldesarrollo, esto es, re-cuperable por la lógicahegemónica28 . El in-acabado proyecto de lamodernidad no puedeentonces separarse tannítida y limpiamente dela razón que inspira lamodernización comopretende Habermas29 .De ahí que su crisiscomporte para la perife-ria elementos libera-dores. Así la posibilidadde afirmar la �no simul-taneidad de lo simultá-neo�30 -la existencia dedestiempos con la moder-nidad que no son puraanacronía sino residuos(en el sentido que esanoción tiene para R.Willians31 ) no integra-dos de otra economía-que al trastornar el or-den secuencial del pro-

greso modernizador libera nuestrarelación con el pasado, con nues-tros diferentes pasados, haciendodel espacio el lugar donde se en-trecruzan diversos tiempos históri-cos permitiéndonos así recombinarlas memorias y reapropiarnos creati-vamente de una descentradamodernidad.

Roberto Pizano (1896-1929), Autorretrato, 1927

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3. Colombia: El malestaren la modernidad

La inmensa mayoría de los estu-dios sobre los avatares que ha atra-vesado la modernidad en Colombianiegan la existencia de un verdade-ro proceso de modernización quevaya más allá de su dimensión eco-nómica, y aun ésta en forma muyparcial. Colombia no habríatenido acceso, según dos desus más acreditados estudio-sos, sino a una �moderni-dad vía negativa�32 o una�modernización sin mo-dernidad�33 . La entradaa la modernidad por víanegativa significa para D.Pécaut que en Colombia lamodernidad tendría una es-pecie de tramposa consisten-cia. Así la secularizaciónvivida por el país en los últi-mos veinte años no responderíaa un verdadero proceso de auto-nomización respecto a la imposiciónde lo religioso, ni sería el resultadode nuevas modalidades de inter-acción de los grupos sociales sino �elresultado del colapso de las institu-ciones de control social, comen-zando por la Iglesia (...). Lasecularización se efectúa entonces enun horizonte de catástrofe más quede modernidad�34 . Y lo mismo su-cede con otras aparentes mani-festaciones de modernidad. Elindividualismo no contendría nin-gún elemento propio del proceso deconquista de autonomía de parte delsujeto, no sería sino efecto de ladesagregación del tejido social. Latransacción o concertación tampo-co respondería a un enfriamiento delos sectarismos políticos o a un cier-to reconocimiento del otro como in-terlocutor sino sólo a una manerainstrumental de saldar la descompo-

muchas modas para-modernas quehan asolado a otros países latinoa-mericanos.

Tres son las razones que presentaConsuelo Corredor para defender su

tesis de que lo que tenemos en Co-lombia es una �modernización sin

modernidad�. La primera es laelaboración de la sospecha

acerca de una pretendida di-ferencia de Colombiabasada en su estabilidadeconómica frente a la ines-tabilidad en ese campo dela mayoría de sus vecinos.La tentación de atribuir alnarcotráfico tanto la baseoculta de esa estabilidadcomo de la radicalidad

de las violencias de los últi-mos años es enfrentada por

Corredor indagando los facto-res estructurales de ese proceso

que no es tan nuevo, que vienede muy atrás y le ha permitido a

Colombia mantener estabilidad eco-nómica en medio de la más profun-da crisis social y política. Y larespuesta estaría en �la subordinacióndel Estado, minimizando su funciónde interpretar, gestionar y regular losintereses colectivos, y obstaculizan-do la configuración de un espacio pú-

blico en el que se puedan expresar,confrontar y resolver los conflic-tos sociales. El Estado colombia-

no es un Estado privatizado,atrapado entre el liberalismo econó-mico y el conservadurismo políti-co�35 . La segunda razón es quemientras la organización formal de lavida política es moderna, lo que mo-viliza a la gente serían vínculos detipo marcadamente tradicional. Elpropio sistema social y político se haencargado de entrabar los mecanis-mos de reconstitución de las solida-ridades y los consensos que la

sición de los modos habituales de re-gulación social. Ante una moderni-dad en negativo como sería lacolombiana, D. Pécaut no tiene elmenor reato en rescatar como úni-co rasgo de positividad de los últi-

mos veinte años un elemento tanmodernizadamente negativo comoes la ausencia de cosmopolitismo, elencerramiento del mundo intelec-tual colombiano, pues esa falta deapertura habría librado al país de

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modernización económica exigía ensu despliegue y movilización de nue-vos actores y fuerzas sociales. Final-mente, según Corredor, el sentido delo nacional sigue teniendo como refe-rente una �vaga connotación territo-rial� sin que implique una verdaderaintegración cultural y ni siquiera unaintegración económica. El déficit deEstado hará que las economías regio-nales se vinculen al mercado mun-dial sin la mediación de un podercentral efectivo, haciendo visible laindiferenciación entre lo público ylo privado y el continuo proceso deprivatización del Estado.

Solo para Jorge O. Melo la mo-dernización de Colombia tiene unafigura menos lineal y dicotómicapuesto que no ha sido un procesomeramente económico, que haya porsí mismo excluido la modernizacióndel ámbito político y cultural. Haymodernización política y ella es visi-ble en la capacidad del Estado parael manejo de las variablesmacroeconómicas, para el desarrollobásico de infraestructuras y de algu-nos servicios como la educación. Ysi es cierta su incapacidad en el do-minio del orden público y de la justi-cia, también es cierta la existencia del�espacio político nacional, o dichode otra manera, la nación se consti-tuye como el espacio político domi-nante para todos los sectores sociales,y no sólo para las élites políticas oeconómicas�36 . Reconociendo que lamodernidad cultural es la menosatendida, Melo señala sinembargocuatro espacios claves de su presen-cia en Colombia: a) un sistema esco-lar masivo que a partir de l960 seconvierte en el ámbito esencial desocialización y preparación al traba-jo; b) un mercado cultural nacionaldinamizado especialmente por laprensa y la radio desde los años cin-

cuenta, por la televisión desde lossetenta y también por la industria dellibro en los ochenta; c) una prácticacientífica continua que ya no se res-tringe a las ciencias naturales sino quedesde los sesenta permite que la so-ciología, la economía y la historiaejerzan un papel decisivo en la for-mación del discurso que configura laidentidad nacional; d) una culturalaica que se hace explícita en la au-tonomía que cobra la ética individualrespecto a las imposiciones religiosas

en cuestiones como el control denatalidad y en general en las actitu-des de moral sexual. Todo ello le per-mite a Melo concluir su balanceafirmando: �Hoy, tras un proceso deuna velocidad que no tuvo pares enlos países clásicos, Colombia está cla-ramente en el mundo moderno, asísus sectores modernos se apoyen enlas instituciones tradicionales, con-vivan con ellas y las reconstruyanpermanentemente (...). Sólo la con-tinuidad de la violencia, con su por-

Fernando Botero (1932), Autorretrato en traje de Velásquez, 1986

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fiada existencia, ofrecería motivos se-rios de desesperanza, permitiría des-calificar la función histórica de losgrupos dirigentes e impediría la apari-ción de un nuevo consenso en Co-lombia, al revelar las limitaciones delproceso modernizador�37 .

En esa misma dirección van bue-na parte de los estudios más recien-tes. En ellos la violencia misma dejade aparecer como una tara quelastraría cualquier proceso de moder-nización en Colombia y empieza avérsela como escenario donde se re-flejan las contradicciones y se repre-sentan los conflictos que moviliza lamodernidad. �La dialéctica entretradición y modernidad tiene comoterreno común el conflicto, losdesgarramientos y la violencia (...).Todo lo cual se potencia por ladesmitificación de la tradición y lasalteraciones en las categorías deorientación axiológica. Los valoreshan perdido de esta forma su fun-ción social: dar coherencia a losmodelos culturales, permitir la iden-tidad social y psíquica de los indivi-duos y facilitar la integraciónsocial�38 . Lo que a su vez respondede manera explícita a la introduc-ción en la sociedad de la racionali-

dad instrumental, que es la de lam o d e r n i d a d ,

desarrollando al mismo tiempo laacumulación capitalista y una cul-tura cuyo valor supremo es el dine-ro. Cultura en la que la emergenciadel narcotráfico se inserta y se po-tencia en una generalización del en-riquecimiento a cualquier precio.

Proponiendo una visión que vaincluyendo en el análisis de la mo-dernización más dimensiones y másmatices, P. Gilhodes39 señala trescambios estructurales que veníangestándose y se han hecho visibles enlos últimos años. Primero, en el te-rreno económico, para Colombia ladécada de los ochenta no ha sido unadécada perdida porque, revirtiendouna tradicional introversión el paíssalió a buscar mercados, no sólo paraflores y frutas sino para confeccionesy libros. Segundo, se acentúa la des-aparición del país rural como efectode la migración interior y exterior(Estados Unidos y Venezuela) y delcontrol de natalidad. Y si, de unlado, estamos ante una brutal des-aparición de las comunidades cam-pesinas fomentada en alguna formapor el Estado y que es sin dudauna causa fun-damental delas violen-cias que

acosan al país, de otro lado el éxodode los campesinos tiene en Colom-bia una fuerte peculiaridad: no hasido hacia una o dos ciudades sinohacia un buen número de ellas -Medellín, Cali, Barranquilla, Buca-ramanga, Pereira, Neiva-, lo quefavorece un desarrollo descentraliza-do que tiene como eje a las regiones.Tercero, la religión católica ha sufri-do una fuerte erosión como normade comportamiento individual y co-lectivo. Que en unos casos es susti-tuida por la presencia de sectasprotestantes de corte fundamen-talista en los campos y las periferiasurbanas y en otros da paso a una �se-cularización sin alternativa moral�,de la que sería en gran medida res-ponsable una educación que ha cre-cido mucho cuantitativamente peroque ha sido incapaz de elaborar unacultura laica en la que se renuevenlas relaciones colectivas. Aunquerepresenta más que un cambio en loshechos, como los anteriores, uncambio en la representación que elpaís se hace de sí mismo, Gilhodesve en la nueva Constitución dosavances políticos destacados: el acer-camiento de la decisión política al

pueblo descentralizándola, yuna profunda redefinición

tanto de la nacionali-dad como de la

ciudadanía.

Luis Caballero (1943-1995)

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Lo que resiste desde dentro

La percepción de lo avanzadopor el país en su modernización nopuede ocultarnos lo que de atrasosobrevive cómplicemente arropadoen los pliegues de la modernización.A mantener la conciencia de la ne-cesidad de ese desen-mascaramiento hancontribuido especial-mente los trabajos de S.Kalmanovitz en una re-flexión que, hecha des-de la economía, no sereduce a ella sino queimplica siempre dimen-siones culturales, lo quehace posible una mira-da sobre la moderniza-ción que no se agote enlos avatares del procesoeconómico/político.Desde el texto de sucontribución a la Mi-sión de Ciencia y Tec-nología, Modernidad yCompetencia, Kalma-novitz indaga los �com-portamientos públicosirracionales que no secompadecen con el�progreso� de las mismasrelaciones económicascapitalistas: el país sigueconsagrado al SagradoCorazón, ahora coninterfase; el banqueroen concordato prometepagar una visita al Cris-to de los Milagros de Buga para versi le ayuda a que le devuelvan su ins-titución; el presidente de la Andi seencomienda a la providencia paraque nos salve del caos; o la actitudsana, caritativa y tutelar frente a lospobres, que muestra cualquieregresado de universidad confesionaly que ellos llaman �responsabilidad

social��40 . Mezclada al desarrollo par-cial de la mentalidad burguesa -y asus propias irracionalidades- la men-talidad católico-feudal ha produci-do en Colombia una ausencia deresponsabilidad, de rigor y eficien-cia, en suma de competencia, mien-tras se han hiperdesarrollado las

modalidades de la irresponsabilidadcivil, que Gutiérrez Girardot relacio-na con la picaresca: la simulación,los trucos, el fraude, la irresponsabi-lidad vehicular tanto en la incapa-cidad de guardar las reglas mínimascomo en el irrespeto a los derechosdel peatón, la violación gozosa delos controles que regulan la convi-

vencia ciudadana o el permanentefraude a los impuestos. Se trata enúltimas de la ausencia de una éticade responsabilidad personal que haconducido al desarrollo de una mo-ral formal incapaz de ejercer controlcontra los excesos del individualis-mo que genera el propio desarrollo

del capitalismo: �la es-colástica hace síntesiscon el reaccionarismofuncionalista norteame-ricano para generar unnuevo esperpento cul-tural�41 . Irracionalida-des e irresponsabilidadesciviles, afirma valiente-mente Kalmanovitz, queno son patrimonio úni-camente de la derecha;también la mentalidadsindicalista participa deellas al ver en toda mo-dernización un complotde fuerzas oscuras queconspira contra sus in-tereses; al oponersepermanentemente a lasinnovaciones tecnoló-gicas por el riesgo queellas puedan acarrear alempleo; al buscar unmejoramiento de lascondiciones de trabajo yde vida pero sólo parasus afiliados; al oponer-se por principio a laapertura económica y alas exigencias de com-petencia que conlleva.

Frente a la �sindicalista�, una men-talidad moderna es hoy de izquier-da42 en la medida en que sepavalorar el cambio técnico, no le ten-ga miedo a la apertura en tanto fa-vorezca una acumulación de capitalque posibilite la inversión produc-tiva, remueva el clientelismo y losmonopolios, en tanto defienda un

Juan Cárdenas (1939), Autorretrato

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dad científica nacional era aun másdramática: una colección dispersa degrupos, una buena porción desconec-tada de los avances de la ciencia mun-dial, sin vínculos con otros sectoresdel país, sin recursos, sin liderazgo nirelevancia�44 . Y de alguna manera la

puesta en escena nacional de la cien-cia -Misión de Ciencia y Tecnologíae inicio por Colciencias del SistemaNacional de Ciencia y Tecnología-,al responder principalmente a exi-gencias de la apertura económica nodeja de despertar ciertos recelos45 . Nopor la necesidad de que su desarrollo

se ligue a la modernización del apa-rato productivo, sino por los riesgosque implica el que sea desde la eco-nomía y la industria, y no desde elinterior mismo del trabajo científicodesde donde se tracen las prioridadesde los problemas a investigar. Supe-

ditada a otros ritmos yotras lógicas la cienciapuede desarrollarse en-tonces sin que ella ad-quiera la valoración quela constituye en pilar dela propia configuracióncultural del país.

La híbridacontemporaneidadde lo heterogéneo

Asumiendo una vozcasi en solitario, F. Giral-do y H.F. López han de-nunciado acertadamentela �teoría del dualismo�que legitima seguir pen-sando separados la mo-dernización que pasa porla industrialización, eldesarrollo de las comuni-caciones o la urbaniza-ción del país, mientraslas relaciones sociales delconjunto de la poblaciónseguirían al margen deella.

Y para sintetizar supropuesta la refieren auna de las zonas más sen-sibles de la vida nacio-

nal: �El marginado que habita en losgrandes centros urbanos de Colom-bia y que en algunas ciudades ha asu-mido la figura del sicario, no sólo esla expresión del atraso, la pobreza, eldesempleo, la ausencia de la accióndel Estado en su lugar de residencia yde una cultura que hunde sus raíces

Estado poderoso financiado total-mente con impuestos; lo que a su vezimplica concebir el mundo comoalgo cambiante y la sociedad regidapor el espíritu de transacción, quees la forma del intercambio entreiguales, regulado básicamente por re-glas de competencia.

Indagando la emer-gencia de la mentalidadmoderna desde el ámbitode la ciencia, el pesimis-mo es todavía mayor.Aunque a Colombia hanllegado las formas de la ra-cionalidad moderna ellose ha realizado sin que laciencia �asuma del todosu profanidad�43 . Tene-mos, según J.L. Villavecesuna ciencia impuesta porrevelación, unas cienciasnaturales sin autonomía,más que saberes por sí he-rramientas para otros in-tereses, objetos más queformas de pensamiento,elementos de lujo o rece-tas a usar sin habérnoslasapropiado verdaderamen-te. En esas condiciones laciencia no ha posibilita-do la independencia delsujeto, su liberación deesquemas y de dogmas. Niha exigido la formaciónde una comunidad cien-tífica que enfoque su ac-tividad como mediaciónclave del desarrollo nacio-nal. Ello sólo sucederá cuando la aper-tura económica de los noventa saquea flote la ineludible necesidad de unsistema de producción competitivointernacionalmente. �Si la industrianacional estaba enclaustrada, conuna tenue relación con el mundoexterior, la situación de la comuni-

Marta Elena Vélez, Oscar Jaramillo, 1971

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en la religión católica y en la violen-cia política. También es el reflejo,acaso de manera más protuberante,del hedonismo, el consumo, la cul-tura de la imagen, la drogadicción,en una palabra de la colonización delmundo de la vida por la moderni-dad�46 . Lo que nos aboca a una do-ble pregunta: ¿dónde se sitúan enverdad la dualidad y la esquizofrenia,en las prácticas sociales o en la mira-da del investigador que no percibe lasrelaciones e interacciones entretradicionalismos y modernizaciones?¿Pero es posible percibir esasinteracciones desde disciplinas quefuncionan como estratos separados,y en gran medida incomunicados, quehan hecho de esa separación el crite-rio de pertinencia de los saberes? �Alllegar a los noventa los tabiques en-tre antropólogos y sociólogos no hancaído. Lo que sí cambió fueron lascondiciones políticas y académicas enque se produce el conocimiento. Aveces pareciera que la mayor autono-mía conquistada por el trabajo cien-tífico frente a poderes externosreforzara las distinciones históricas,las estrategias de crecimiento y pres-tigio de cada disciplina. Gran partede la antropología latinoamericanasigue centrando su investigación y suenseñanza en la descripciónetnográfica de pequeñas comunida-des tradicionales (...). Los pocostextos que se ocupan de las trans-formaciones tecnológicas o económi-cas generadas por la urbanización yla industrialización suelen detenerseen las amenazas de esas fuerzas vistascomo extrañas, más que en explicarlos entrecruzamientos entre lo here-dado y lo innovador�47 . El �objeto�modernidad exigiría, especialmenteen los países periféricos, pensar juntosla continuidad y las rupturas, la in-novación y las resistencias, el desfaseen el ritmo de las diferentes dimen-

siones del cambio y la contradicciónno sólo entre distintos ámbitos sinoentre diversos planos de un mismoámbito, contradicciones en la econo-mía o la cultura. Hablar de pseudomodernidad u oponer modernidad amodernización en estos países pue-de estar impidiendo comprender laespecificidad de los procesos y la pe-culiaridad de los ritmos en que seproduce la modernidad de estos pue-blos, que acaban así vistos como me-ros reproductores y deformadores dela modernidad-modelo que otros, lospaíses del centro, elaboraron. Noserá extraño entonces que ante lasdemarcaciones trazadas por las dis-ciplinas o las posiciones académicasy políticas sean intelectuales, escri-tores no adscribibles a esas demar-caciones, los que mejor perciban lashibridaciones de que está hechanuestra modernidad. Un ejemplo deesa nueva percepción se halla en lareflexión de F. Cruz Kronfly: �Ennuestras barriadas populares urbanastenemos camadas enteras de jóve-nes, incluso adultos cuyas cabezasdan cabida a la magia y a la hechi-cería, a las culpas cristianas y a suintolerancia piadosa, lo mismo queal mesianismo y el dogma estrechoe hirsuto, a utópicos sueños de igual-dad y libertad, indiscutibles y legíti-mos, así como a sensaciones devacío, ausencia de ideologías totali-zadoras, fragmentación de la vida ytiranía de la imagen fugaz y el soni-do musical como lenguaje único defondo�48 .

Lo que saca a flote esta visiónhíbrida de la modernidad del país esun cambio profundo en la idea mis-ma de nacionalidad, que es experi-mentado como �malestar en lonacional�49 . Un malestar que detec-ta y analiza Germán Colmenares altrasluz de lo que revela la historio-

grafía latinoamericana del siglo XIX:�para intelectuales situados en unatradición revolucionaria no sólo elpasado colonial resultaba extrañosino también la generalidad de unapoblación que se aferraba a una sín-tesis cultural que se había operado enél�50 . Extrañamiento que condujo amuchos a una �resignación desen-cantada�, que era ausencia de reco-nocimiento de la realidad, �ausenciade vocabulario para nombrarla� y sor-da hostilidad hacia el espacio de lassubculturas iletradas. El diagnósticode Colmenares no puede ser más cer-tero e iluminador de la experienciaactual. También ahora la generali-dad de la población está experimen-tando mezclas y síntesis culturalesque desafían tanto las categoríascomo los vocabularios que permitíanpensar y nombrar lo nacional. �Laescuela, la radio, luego la televisión,la prensa nacional, la migración ace-lerada, las empresas, los consumos yla publicidad, todo va creando porprimera vez una unidad vivida y sim-bólica colombiana para toda la pobla-ción, no sólo para sectores más omenos elitistas. Por supuesto la cul-tura �colombiana� incluye ya de todo:hasta rancheras y tangos y patosdonalds (...). Esta cultura de masases problemática en la medida en quelos mensajes que transmite alteranradicalmente las culturas popularesy en la medida en que aparecen nue-vos problemas para la definición delo nacional�51 . Quien así habla noes ningún especialista de la comu-nicación sino el historiador J.O.Melo; para él es a partir de esa cul-tura de masas desde la que es nece-sario pensar una identidad quequiera ser a la vez nacional y popu-lar, ya que es en esa cultura en laque las distancias que separaban lacultura de elite europeizante y la cul-tura popular tradicional y folklórica

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han sido convertidas en los extre-mos de un continuum cultural.

Citas

1 G. Marramao, �Metapolítica: más allá delos esquemas binarios�, en: Razón, ética ypolítica, Barcelona, Anthropos, 1988,p.60.

2 Milton Santos, �La aceleración contem-poránea, tiempo-mundo y espacio-mun-do�, en: Revista de la Universidad del Valle,No. 10, Cali, 1995, p.23.

3 J.J. Brunner,Los debates sobre la moderni-dad y el futuro de América Latina, Santia-go de Chile, Flacso, 1986, p.37.

4 J. Ramos, Desencuentros de la modernidaden América Latina, México, F.C.E., 1989.p.82.

5 P. Anderson, �Modernidad y revolución�,en: El debate de la postmodernidad, Bue-nos Aires, Punto Sur, 1989, p.105.

6 N. García Canclini, Culturas híbridas - Es-trategias para entrar y salir de la moderni-dad, México, Grijalbo, 1990, p.80.

7 R. Schwarz, �As ideias fora do lugar�, en:Ao vencedor as batatas - Forma literaria eproceso social, São Paulo, Duas cidadedes,1988, p.24.

8 R. Ortiz, A moderna tradiçao brasileira, SãoPaulo, Brasiliense, 1988.

9 A. Novaes, A nacional e o popular na cul-tura brasileira, São Paulo, Brasiliense,1983, p.10.

10 M. A. Garreton, La cuestión nacional, San-tiago de Chile, ILET, 1984.

11 R. Schwarz, �Nacional por sustracción�,en: Revista Punto de vista, No. 28, BuenosAires, 1987.

12 Enio Squeff, O nacional e o popular na cul-tura brasileira-MUSICA, São Paulo,Brasiliense, 1983, p.55.

13 R. Gutiérrez Girardot, Modernismo: su-puestos históricos y culturales, México,F.C.E., 1987; B. Sarlo, Una modernidadperiférica:Buenos Aires 1920-30, BuenosAires, Nueva Visión, 1988.

14 Jean Franco, La cultura moderna en Amé-rica Latina, México, Grijalbo, 1985.

15 C. Zilio, �Da antropofagia a tropicália�,en: O nacional e o popular na culturabrasileira-Artes plásticas, São Paulo,Brasiliense, 1982, p.15.

16 J. J. Brunner, �Existe o no la modernidaden América Latina�, en: Revista Punto de

vista, No. 31, p.3 y ss. Ver también J. J.Brunner, C. Catalán y A. Barrios, Chile:transformaciones culturales y conflictos dela modernidad, Santiago de Chile, Flacso,1989.

17 J. J. Brunner, Tradicionalismo y moderni-dad en la cultura latinoamericana, Santia-go de Chile, Flacso, 1990, p.38.

18 N. García Canclini, Ob. cit., p.18.19 A. Piscitelli, �Sur, postmodernidad y des-

pués�, en: La modernidad en la encrucijadapostmoderna, Buenos Aires, Flacso, 1988.

20 N. Lechner, �Un desencanto llamadopostmodernidad�, en: Revista Punto de vis-ta, No. 33, Buenos Aires, 1988, p.30.

21 N.Lechner, �La democratización en elcontexto de una cultura postmoderna�,en: Cultura política y democratización, San-tiago de Chile, Flacso, 1987, p.253 y ss.

22 N.Lechner, Los patios interiores de la de-mocracia, Santiago de Chile, Flacso, 1988,p.99.

23 A ese respecto: A. Flifisch y otros, Pro-blemas de la democracia y la política en Amé-rica Latina, Santiago de Chile, Flacso,1988; y también, N.Lechner (ed.), Esta-do y política en América Latina, México,Siglo XXI, 1981.

24 H. Sábato, �Pluralismo y nación�, en: Re-vista Punto de vista, No. 34, Buenos Ai-res, 1989, p.12.

25 N.García Canclini, Consumidores y ciu-dadanos, México, Grijalbo, 1996, p.95.

26 C. Geertz, �Géneros confusos: la reconfi-guración del pensamiento social�, in: Elsurgimiento de la antropologia postmoderna,México, Gedisa, 1991, p.76.

27 A. Quijano, Modernidad, identidad y uto-pía en América Latina, Lima, Sociedad &política, 1988, p.53.

28 C. Castoriadis, �Reflexiones sobre el de-sarrollo y la racionalidad�, in: El mito deldesarrollo, Barcelona, Kairos, 1979,pp.183-223.

29 J.Habermas, El discurso filosófico de la mo-dernidad, p.13 y ss.

30 C. Rincón, La no simultaneidad de lo si-multáneo. Postmodernidad, globalización yculturas en América Latina, Bogotá, Uni-versidad Nacional, 1995.

31 R.Willians, Marxismo y literatura, Barce-lona, Península, 1980, p.144.

32 D. Pécaut, �Modernidad, modernizacióny cultura�, en: Gaceta, No. 8, Bogotá,1990.

33 C. Corredor, Los límites de la moderniza-ción, Bogotá, CINEP, 1992.

34 D. Pécaut, Ob. cit., p.17.35 C. Corredor, Ob. cit., p.23.

36 J.O. Melo, �Algunas consideracionesglobales sobre �modernidad� y �moderni-zación�, en: Análisis político, No. 10, Bo-gotá, 1990, p.33; ver del mismo autor:�Proceso de modernización en Colombia1850-1930�, en: Revista Universidad Na-cional, sede Medellín, No. 20, 1985.

37 Ibid., p.35.38 L. Sarmiento Anzola, en: Ciencia y tecno-

logía para una sociedad abierta, Bogotá,Colciencias, 1991, p.166.

39 P. Gilhodes, �Así veo a Colombia�, en:Lecturas dominicales de El Tiempo, mayo,1993.

40 S. Kalmanovitz, �Modernidad y compe-tencia�, en: Colombia: El despertar de lamodernidad, Bogotá, Foro, 1991, p.312.

41 S. Kalmanovitz, �Colombia en la encruci-jada de la sinrazón�, en: Magazin domini-cal de El Espectador, No. 238, Bogotá,1987.

42 S. Kalmanovitz, �Izquierda...derecha�, en:El Espectador, junio, l994.

43 J.L.Villaveces, �Modernidad y ciencia�,en: Colombia: El despertar de la moderni-dad, p.330.

44 S. Fajardo, �La ciencia y la modernidadcomo retos de la educación frente a lasociedad�, en: Revista Texto y contexto, No.20, Bogotá, l993, p.20.

45 Esos recelos aparecen esbozados tímida-mente en Ciencia y tecnología para una so-ciedad abierta, Bogotá, Colciencias, 1991,y más explícitamente en Los retos de ladiversidad.Bases para un plan del Programanacional de Ciencias Sociales y Humanas,Bogotá, Colciencias, 1993.

46 F. Giraldo y H.F. López, �La metamorfosisde la modernidad�, en: Colombia: El des-pertar de la modernidad, Bogotá, Foro,1991, p.260.

47 N.García Canclini, �Los estudios cultu-rales de los ochenta a los noventa: pers-pectivas antropológicas y sociológicas enAmérica Latina�, en: Postmodernidad enla periferia, Berlín, Langer, 1994, p.114.

48 F. Cruz Kronfly, �El intelectual en la nue-va Babel colombiana�, en: Colombia: Eldespertar de la modernidad, p.391.

49 R. Schwarz, �Nacional por substración�,en: Revista Punto de vista, No. 28, BuenosAires, 1986, p.17.

50 G. Colmenares, Las convenciones contrala cultura, Bogotá, Tercer Mundo, 1987,p.72.

51 J.O. Melo, �Etnia, región y nación: el fluc-tuante discurso de la modernidad�, en:Memorias del V Congreso nacional de An-tropología, Simposio sobre Identidad, Bo-gotá, l989, pp.42-43.