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1 MODELOS DE ARTICULACIÓN DE LA DIVERSIDAD CULTURAL: HACIA UNA CONFIGURACIÓN PARTICULAR EN EL ESTADO ESPAÑOL GRUPO DE TRABAJO. Sociología de las Migraciones SESIÓN 4ª. Integración y exclusión social: políticas, actitudes, participación, ciudadanía. Albert Mora Castro Universitat de València La extensión del fenómeno de la inmigración por todo el continente europeo ha avivado los debates acerca de las formas en las que debe producirse la inserción de las personas inmigradas en las sociedades de recepción. En esta comunicación trato de hacer una aproximación a dos de los modelos fundamentales de integración que se han ido gestando en los países europeos receptores de inmigración: el multiculturalismo y el asimilacionismo. Parto para ello de un análisis teórico a partir de las aportaciones de Kymlicka y Sartori, para pasar después a analizar la apuesta por la libertad cultural que presentó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en el Informe sobre Desarrollo Humano 2004. En un tercer apartado realizo una breve descripción de las experiencias recogidas en Francia, Inglaterra y Alemania en lo que refiere a la gestión de la multiculturalidad. El caso de Holanda merecerá especial atención por los cambios que ha experimentado en los últimos años el “modelo holandés” en relación al desarrollo de políticas multiculturalistas. Finalmente, concluyo este documento con una reflexión acerca de los procesos de articulación de la diversidad que podemos observar en el Estado Español, apostando por la consolidación de experiencias basadas en la interculturalidad como guía para la organización de nuestra sociedad diversa.

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1

MODELOS DE ARTICULACIÓN DE LA DIVERSIDAD CULTURAL: HACIA

UNA CONFIGURACIÓN PARTICULAR EN EL ESTADO ESPAÑOL

GRUPO DE TRABAJO. Sociología de las Migraciones

SESIÓN 4ª. Integración y exclusión social: políticas, actitudes, participación,

ciudadanía.

Albert Mora Castro

Universitat de València

La extensión del fenómeno de la inmigración por todo el continente europeo ha avivado

los debates acerca de las formas en las que debe producirse la inserción de las personas

inmigradas en las sociedades de recepción. En esta comunicación trato de hacer una

aproximación a dos de los modelos fundamentales de integración que se han ido

gestando en los países europeos receptores de inmigración: el multiculturalismo y el

asimilacionismo. Parto para ello de un análisis teórico a partir de las aportaciones de

Kymlicka y Sartori, para pasar después a analizar la apuesta por la libertad cultural que

presentó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en el Informe sobre

Desarrollo Humano 2004.

En un tercer apartado realizo una breve descripción de las experiencias recogidas en

Francia, Inglaterra y Alemania en lo que refiere a la gestión de la multiculturalidad. El

caso de Holanda merecerá especial atención por los cambios que ha experimentado en

los últimos años el “modelo holandés” en relación al desarrollo de políticas

multiculturalistas.

Finalmente, concluyo este documento con una reflexión acerca de los procesos de

articulación de la diversidad que podemos observar en el Estado Español, apostando por

la consolidación de experiencias basadas en la interculturalidad como guía para la

organización de nuestra sociedad diversa.

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1. EL MULTICULTURALISMO COMO PARADIGMA DE

ARTICULACIÓN DE LA DIVERSIDAD: DERECHOS DE LAS

MINORÍAS E IGUALDAD EN LA DIFERENCIA

El término “multiculturalismo” es utilizado con diversas acepciones que refieren a

distintas realidades. Algunos lo utilizan para referirse a la existencia de diversidad

cultural en un determinado contexto, otros lo vinculan a un posicionamiento político o

ideológico en torno a la articulación de esta diversidad cultural y otros lo emplean como

sinónimo de relativismo cultural y/o guetización. Conviene, pues, explicar a qué nos

referimos cuando hablamos de multiculturalismo, tanto para clarificar nuestro análisis,

como para detectar las estrategias de “resignificación y apropiación” del término

desarrolladas por aquellos que desean denostarlo.

Enmarco el término multiculturalismo en una estrategia ideológica, una opción política

y, en definitiva, un modo de articular la sociedad multicultural. Así, la multiculturalidad

sería un hecho vinculado a la existencia de diversas culturas en un mismo territorio, y el

multiculturalismo una vía de cohesión de esa sociedad diversa. Existe un consenso

amplio en torno a esta conceptualización del término “multiculturalismo”, compartida

por autores como Arango y De Lucas1.

El multiculturalismo es pues una ideología en torno a cómo debemos de avanzar en la

integración de la diversidad en las sociedades de recepción o acogida de personas

inmigrantes. Esta “ideología multiculturalista” es, a su vez, caracterizada de modos

distintos. En este texto me acerco a la opción multicultulturalista de Kymlicka

(Kymlicka, 1996) por considerarla una de las más completas. A pesar de que este autor

se ha centrado en la integración de las minorías nacionales, más concretamente en el

caso de Canadá, su enfoque acerca de la necesidad de establecimiento de “derechos para

las minorías” constituye un marco idóneo para el análisis de la apuesta por el

multiculturalismo.

1 Algunos de los textos en los que estos autores argumentan acerca del significado del término “multiculturalismo” son: Arango, Joaquín (2002) “¿De qué hablamos cuando hablamos de multiculturalismo?”, El País, 23 de marzo de 2002 y De Lucas (2006), citado en la bibliografía.

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Kymlicka argumenta en torno a la necesidad de establecer medidas que permitan a las

minorías alcanzar un status de igualdad con respecto a otros grupos mayoritarios en lo

que refiere a sus posibilidades de expresión cultural. Para ello postula la necesidad de

implantación de lo que él denomina “derechos poliétnicos”, “derechos para las

minorías” o “derechos diferenciados en función del grupo”. Estos derechos se

caracterizan por tres rasgos fundamentales:

- Se plantean tan sólo en la medida en la que exista alguna desventaja relacionada

con la pertenencia cultural cuando tales derechos sirven para corregirla.

Desaparecerían, por tanto, una vez alcanzado un status de igualdad en las

posibilidades de expresión cultural.

- Son complementarios de los Derechos Humanos, dado que éstos, por sí solos, no

garantizan la libertad cultural de las minorías étnicas.

- Se relacionan con la existencia de una injusta distribución de los recursos a nivel

mundial.

Este último aspecto que Kymlicka vincula a su propuesta de derechos para las minorías

ha generado numerosas críticas y es objeto de discusión. Kymlicka lo explica afirmando

que “si la distribución internacional de recursos fuese justa, entonces sería razonable

que los inmigrantes no pudiesen reclamar en derecho recrear su cultura societal2 en su

nuevo país” (Kymlicka, 1996: 141)

Si aceptamos esta afirmación, aceptamos que las personas inmigrantes tan sólo deberían

tener reconocido plenamente el derecho a la expresión de sus pautas culturales en las

sociedades de acogida como inmigrantes económicos. La idea que él maneja es que, si

los inmigrantes no emigraran empujados por la necesidad sino por libre elección, serían

responsables de su decisión y deberían adaptarse a la cultura de las sociedades de

recepción. Por tanto, la defensa de la libertad cultural se devalúa en sí misma y se

2 Kymlicka utiliza el término “cultura societal” para referirse a una concepción amplia de la cultura definida como “una cultura que proporciona a sus miembros unas formas de vida significativas a través de todo el abanico de actividades humanas, incluyendo la vida social, educativa, religiosa, recreativa y económica, abarcando las esferas pública y privada. (…) No sólo comprenden memorias o valores compartidos, sino también instituciones y prácticas comunes” (Kymlicka, 1996: 112)

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circunscribe a un contexto de desigualdad económica que genera migraciones

“forzadas”. Esta cuestión deja, además, muchas preguntas de difícil respuesta: ¿Qué

ocurre entonces con las migraciones políticas o con las migraciones motivadas por

razones de discriminación de género o de cualquier otro tipo? ¿Cómo se determina el

grado de incidencia de esa “injusta distribución de los recursos” en cada caso migratorio

particular? ¿Cómo se desarrollan los derechos para las minorías cuando éstas no son

fruto de migraciones procedentes de contextos socioeconómicos similares? Del

planteamiento de Kymlicka se desprende la necesidad de establecer una graduación que

iría desde los inmigrantes económicos procedentes de las zonas más depauperadas del

planeta hasta los inmigrantes que forman parte del grupo de los “económicamente

privilegiados”, estableciéndose grados distintos de reconocimiento de derechos

poliétnicos en función del lugar que se ocupe en esta escala.

El planteamiento general de derechos de las minorías que desarrolla Kymlicka puede ser

de gran utilidad para la cohesión de sociedades culturalmente diversas que garanticen la

posibilidad de que todos los grupos étnicos gocen del mismo grado de libertad para

vivir su mundo cultural. Algunas de las críticas más importantes que se han vertido

sobre esta propuesta de “derechos poliétnicos” se han apoyado en la tesis de que Estado

y etnicidad deben permanecer separados. Kymlicka argumenta aquí, muy

acertadamente, que los Estados nunca se desarrollan al margen de la cultura, sino que

legitiman un orden social apoyado en determinados valores culturales. Si Estado y

cultura van necesariamente unidos, la diversidad cultural habrá de afectar, de alguna

manera, a la organización del Estado. En este contexto encuentra su sentido el

establecimiento de los derechos para las minorías.

Desde el liberalismo político se han generado diversos posicionamientos acerca de

cómo debe gestionarse la diversidad cultural. La perspectiva liberal por la que apuesta

Kymlicka en relación a las minorías étnicas se caracteriza por buscar la libertad y la

igualdad dentro de los grupos minoritarios, así como la igualdad entre los grupos

minoritarios y mayoritarios. Todo individuo debería disfrutar de la libertad para adoptar

libremente pautas o roles culturales, así como para poder expresarlos en su vida en

sociedad. Al mismo tiempo, debería existir este mismo grado de libertad para abandonar

o transformar una pauta o rol cultural. Los sujetos deben ser libres para elegir qué

aspectos de su herencia cultural desean conservar y cómo quieren hacerlo. Este

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planteamiento constituye, a mi juicio, la base para articular una vía de integración de la

diversidad que sea respetuosa con la libertad de los miembros de los diversos grupos

étnicos y permita la no reproducción de pautas culturales discriminatorias en el seno de

los grupos culturales. Sin embargo, considero que Kymlicka valora en exceso la

capacidad del individuo para reflexionar acerca de su cultura y desprenderse de aquellas

“herencias culturales” que no considere positivas. En muchos casos, esto no ocurre así

y, desde una perspectiva de Derechos Humanos, se perpetúan las situaciones de

discriminación que acompañan a determinadas construcciones culturales. Debates

actuales y complejos, como aquellos que se plantean en torno a la libertad de las

mujeres para “elegir” qué lugar ocupan en su sociedad de referencia o los relacionados

con las imposiciones y constricciones derivadas de las imposiciones relacionadas con

las diferentes confesiones religiosas, nos obligan a reflexionar acerca de las

posibilidades de decidir libremente en contextos de dominación explícita o encubierta.

Desde su concepción del liberalismo, Kymlicka reflexiona acerca de la existencia de

“culturas iliberales” que no respetan los principios esenciales del liberalismo político.

Para él, todas las culturas recogen pautas que podrían considerarse como “iliberales”. El

grado de adecuación a los postulados liberales varía entre unas culturas y otras, pero no

existen culturas perfectamente liberales ni culturas completamente iliberales. En

aquellas culturas en las que se aprecien claros signos de “iliberalismo”, Kymlicka

propone el establecimiento de medidas encaminadas a la liberalización, en sustitución

de una estrategia dirigida a la disolución. El camino más productivo para conseguir

avanzar el liberalismo en el seno de las diferentes culturas consistiría en el refuerzo y

extensión de sus elementos liberales con objeto de avanzar en la liberalización

progresiva de la cultura en cuestión. No se trata pues de una imposición desde grupos

culturales supuestamente más liberales, sino de una estrategia de consolidación de los

valores liberales en el seno de todos los grupos culturales. Kymlicka se aleja así de los

postulados que arguyen la conveniencia de identificar el liberalismo con el respeto

absoluto a cualquier pauta cultural por muy iliberal que ésta pueda considerarse, así

como de aquellos que afirman la necesaria disolución de las culturas consideradas

iliberales en su conjunto3. En el debate entre autonomía del sujeto y tolerancia hacia su

3 Claro reflejo de estos posicionamientos, es la caracterización que realiza Sartori de la “cultura islámica”, asociando a la misma la condición de “cultura iliberal” que debería ser disuelta en las sociedades receptoras de inmigrantes musulmanes.

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cultura, Kymlicka se decanta por una perspectiva liberal que respete la autonomía del

sujeto frente al grupo.

Otro aspecto de la obra de Kymlicka que refiere a la integración de los extranjeros como

ciudadanos, es su apuesta por la garantía de los derechos de participación política. En la

línea argumental elaborada para la justificación del establecimiento de derechos para las

minorías, plantea la implantación de políticas de representación de grupos como vía de

acceso en igualdad de derechos de participación política. Es ésta una cuestión

controvertida que forma parte del debate actual en torno a los modos en los que debe

producirse la integración de las personas inmigrantes en las sociedades de acogida.

Autores como De Lucas, Pajares y otros, han defendido en sus obras el reconocimiento

de los derechos políticos como vía para garantizar la plena integración en la igualdad.

En los meses previos a las últimas elecciones autonómicas y locales este asuntó saltó

con fuerza a la escena política y generó posicionamientos muy diversos4. Algunas de las

tesis que se han esgrimido en contra del ejercicio del derecho al voto por parte de la

población inmigrante han sido vertidas por Sartori, como tendremos ocasión de ver más

adelante.

Las tesis de Kymlicka, así como las de otros autores favorables al multiculturalismo,

han cosechado numerosas críticas. De hecho, como veremos más adelante, éstas se han

extendido con fuerza en los últimos años. Por otra parte, algunos autores como John

Rex, firme defensor del ideal multicultural, previenen sobre los problemas que pueden

derivarse del multiculturalismo si éste pone excesivo énfasis en la caracterización de los

inmigrantes como miembros de etnias o minorías (Rex, 1996). El refuerzo del carácter

étnico de la persona inmigrante o su adscripción a un grupo minoritario pueden

contribuir a la ubicación de los colectivos de inmigrantes en los arrabales de la

sociedad.

Otros, como Miguel Pajares se posicionan favorables a la construcción de modelos de

integración ciudadana que incorporen la interculturalidad y critican en su conjunto el

ideal multicultural (Pajares, 2005). Pajares considera que el multiculturalismo pone 4 Véase “El Gobierno promueve que los extranjeros “con papeles” puedan votar en las municipales”, El País, 16 de agosto de 2006; “PP. CiU y ERC ponen condiciones al voto de los inmigrantes”, El País, 18 de agosto de 2006; “Unió cree que los extranjeros deben saber catalán para poder votar en Cataluña”, El País, 19 de agosto de 2006.

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especial énfasis en la etnicidad y la diferencia, favoreciéndose así el proceso de

“inferiorización” de la población extranjera. El estigma que acompañaba décadas atrás a

las consideradas como “razas inferiores” se traslada con el multiculturalismo a las

“minorías étnicas”. Desde estas interpretaciones, el principio de diferenciación étnica,

profundiza en la segregación de la población inmigrante e impide el alcance de una

verdadera inclusión social.

He tratado de reflejar hasta aquí algunos de los elementos centrales del modelo de

integración multicultural. Desde este paradigma, la integración no es concebida “como

un proceso de uniformación aplanadora, sino de diversidad cultural, capaz de ofrecer

igualdad de oportunidades en una atmósfera de mutua tolerancia” (Rex, 1995: 200).

Un planteamiento completamente opuesto al que se ha venido a denominar como

“asimilacionismo” y que trataré a continuación a partir de algunas aportaciones de

Giovanni Sartori.

2. EL ASIMILACIONISMO COMO MODELO DE INTEGRACIÓN:

ETNOCENTRISMO, HOMOGENIZACIÓN E ISLAMOFOBIA

El proyecto asimilacionista parte de una caracterización negativa de la diversidad

cultural. Si el ideal multiculturalista aprecia la diversidad cultural como enriquecedora y

necesaria, desde el asimilacionismo la integración consiste en que las minorías

culturales se asimilen a las pautas culturales de la mayoría. La articulación de la

diversidad debería producirse sobre la sustitución de las pautas culturales de origen por

las imperantes en la sociedad de recepción. En su análisis sobre los procesos de

aculturación5, Berry (1996) pone énfasis en la existencia de dos dimensiones

fundamentales: el deseo de los grupos culturales de relacionarse entre ellos y el deseo de

mantener y preservar sus propias pautas culturales. Desde el planteamiento de este

autor, el asimilacionismo sería la ecuación resultante en aquella situación en la que,

desde el grupo cultural mayoritario, no existe voluntad ninguna de relacionarse con

otros grupos con adscripciones culturales diferentes y se intenta, además, salvaguardar

la cultura de cualquier influencia externa.

5 Utilizamos el concepto “aculturación” para referirnos al proceso de cambio cultural que se produce cuando varias culturas entran en contacto.

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La propuesta asimilacionista ha dado lugar a diversas formulaciones teóricas y

aplicaciones políticas. Tomo las tesis de Giovanni Sartori, recogidas en su obra “La

sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros” (Sartori, 2001) dado

que considero que reflejan los elementos centrales de una configuración centrada en la

eliminación de la diversidad cultural que introducen los inmigrados en las sociedades de

recepción.

Para este autor, multiculturalismo y pluralismo son concepciones antitéticas. En este

sentido, su crítica al multiculturalismo no consiste en el énfasis que este puede hacer en

la diferencia cultural existente, sino en el hecho de que él genera por si sólo las

diferencias. Según Sartori, el proyecto multicultural genera el discurso de la desigualdad

sobre diferencias culturales que él mismo ha creado y sobre las cuales construye su

propuesta de derechos para las minorías. Afirma que “La política del reconocimiento no

se dedica a “reconocer”; en realidad fabrica y multiplica las diferencias

metiéndonoslas en la cabeza” (Sartori, 2001: 89), en alusión a la tesis defendida por

Taylor sobre la necesidad de garantizar el reconocimiento de “los otros” (Taylor, 1993).

Para Sartori, la persona inmigrada sólo tiene un lugar en la sociedad de acogida

mientras sea “útil” a los intereses de la población autóctona. De este modo, se torna

necesario establecer qué tipo de inmigrantes “nos sirven” y por qué periodo de tiempo.

De lo contrario, la inmigración puede suponer una seria amenaza a los valores

occidentales y a los elementos sobre los que se fundamenta el ordenamiento de los

estados-nación occidentales. Sartori va más allá asociando la condición de

“beneficiados” a los inmigrantes y de “benefactores” a los miembros de las sociedades

de recepción y situando a los inmigrantes como endeudados con la población que les

acoge. Las reivindicaciones de los extranjeros en relación a sus derechos serían, en

primera instancia, una muestra de desagradecimiento que no debe ser atendida. La

integración de la inmigración sólo tiene una vía: la asunción de las condiciones

establecidas para ello por los pobladores autóctonos. Por ello, Sartori realiza una crítica

frontal a cualquier planteamiento de integración ciudadana de los inmigrados y, desde

una posición abiertamente machista, escribe: “A las bobas y los bobos (…) la solución

del problema les parece obvia: consiste en transformar al inmigrante en ciudadano, es

decir, en “dispensar ciudadanía”. Así pues, la idea de las bobas (a las que subrayo

porque son más numerosas que los bobos) es que la ciudadanía integra”. (2001: 112)

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En la base de los planteamientos asimilacionistas se encuentra la visión etnocéntrica que

postula la superioridad de unas cultura sobre otras. Es el argumento que se utiliza para

legitimar la necesidad de que las “culturas atrasadas y atávicas” se adecuen a las pautas

culturales de las sociedades “avanzadas”. Se plantea, además, como el mejor favor que

se les puede hacer a los inmigrantes puesto que, con ello, se fomenta su desarrollo, su

libertad y su bienestar. Y es además, la única vía que permitirá que nuestras culturas

desarrollas no sean sometidas a un proceso de “barbarización”. Si Taylor afirmaba que

debía ofrecerse un mismo respeto para todas las culturas, Sartori afirmará que todas las

culturas no tienen el mismo valor. Frente a la opresión que para Taylor podía generar la

falta de reconocimiento, Sartori considera que esta falta tan sólo generará, a lo sumo,

sentimientos depresivos, pero nunca opresión. El ideal de libertad e igualdad en la

diferencia que veíamos en el multiculturalismo, no tiene cabida en Sartori más que para

su defenestración. En un contexto más cercano, J.F. Gil6 ha publicado un texto (J.F. Gil,

2005) en el que recoge un planteamiento idéntico al expresado por Sartori, en relación a

la diversidad cultural, y que se ilustra claramente en este pasaje:

“No todas las culturas valen lo mismo. Una cosa es el respeto a las personas

que pueden provenir de otras culturas y otra el respeto a esas mismas culturas.

A los amantes de la igualdad a ultranza, a los amantes de las alianzas de

civilizaciones y específicamente a los occidentales defensores del Islam, habría

que exigirles que explicasen claramente su posición respecto a la ley islámica,

cruel e inhumana muchas veces. Que explicasen qué posición tienen respecto a

la mutilación genital femenina, respecto a la lapidación…” (J.F. Gil, 2005: 5)

Esta peculiar caracterización del Islam se encuentra conectada con la tesis de Sartori

según la cual la cultura islámica es fanática. Es decir, existe una cultura basada en el

Islam y caracterizada por su fanatismo, que constituye una amenaza para la cultura

Occidental. Es ésta una cultura que no acepta en ningún caso la separación entre Iglesia

y Estado, entre política y religión. “El occidental no ve al islámico como un “infiel”7.

6 J. F. Gil es profesor de la Universidad de Alicante 7 Efectivamente, este no es el término que mejor refleja la visión que tiene la población autóctona de los musulmanes identificados más bien como “moros”. La construcción del inmigrante de origen árabe como “moro” o “islámico” responde a la necesidad de identificarle con una grave amenaza para el “occidental”. Se articula así un discurso que pone en cuarentena la desarrollada cultura occidental frente a la amenaza del Islam. Esta amenaza legitimará, entre la población autóctona, la violación de algunos de los derechos básicos de las personas inmigrantes, como defensa necesaria ante la invasión, la “islamización” y la

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Pero para el islámico el occidental sí lo es”8, (Sartori, 2001: 53). Esta tesis, en la línea

del “choque de civilizaciones” enunciado por Huntington (2002), es la base del rechazo

a la diversidad cultural en las sociedades de recepción de extranjeros. La amenaza para

Sartori estriba en la posibilidad de que aquello que él denomina “cultura islámica”

impregne de barbarismo nuestras sociedades “desarrolladas”.

En relación al reconocimiento de los derechos de participación política, Sartori se

muestra contrario, en la línea de lo expuesto acerca de la integración de los extranjeros

como ciudadanos. Argumenta su postura aludiendo, de nuevo, a los problemas que se

derivarían del ejercicio del derecho al voto por parte de la población islámica:

“Esto servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras,

para imponer sus fiestas religiosas (el viernes), e incluso (…) el chador a las

mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris”. (Sartori, 2001: 118)

La apuesta por la asimilación que he tratado de reflejar a partir de la obra de Sartori, es

la antitésis de la apuesta por el multiculturalismo que analizábamos a partir de los

postulados de Kymlicka. Como veíamos en la propuesta multicultural, también existen

diversas opciones de construcción de la sociedad “asimilacionista”, pero la visión de

Sartori resulta especialmente ilustrativa del sustrato teórico sobre el que pivotan las

diversas posiciones en el universo de la asimilación.

3. EL INFORME DE DESARROLLO HUMANO DEL AÑO 2004: LA

APUESTA POR EL MULTICULTURALISMO Y LA LIBERTAD

CULTURAL

El multiculturalismo ha sido también la opción escogida por el Programa de Naciones

Unidas para el Desarrollo en su informe sobre Desarrollo Humano del año 2004

(PNUD, 2004). El enfoque desde el que este informe aborda la construcción del

multiculturalismo y el avance de la libertad cultural, puede tomarse como un referente pérdida de los beneficios nacionales. En aras de la defensa frente a la “amenaza islámica” se recortan derechos y se merma el Estado Social y de Derecho. 8 A lo largo de toda la obra, el autor da por supuesto que existe una cultura “occidental” y otra cultura “islámica”. La heterogeneidad en el seno de los grupos culturales, así como el carácter dinámico y cambiante de las pautas culturales, aspectos de gran consenso en el mundo académico, se ignora por parte del autor. A mi juicio, este planteamiento carece de cualquier rigor científico.

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más para la elaboración de políticas públicas encaminadas a la integración con los

inmigrantes. Naciones Unidas lanza así, a través de este informe, una apuesta decidida

para el avance de un multiculturalismo ligado a la defensa de los Derechos Humanos, el

Estado de Derecho, la igualdad de género, la diversidad y la tolerancia.

A lo largo del texto se señalan 5 mitos que actúan con fuerza en el imaginario colectivo

en relación al fenómeno de la inmigración. Estos mitos comparten, en esencia, las tesis

de Sartori que hemos analizado anteriormente. Son mitos que están presentes en gran

parte de la opinión pública en nuestro contexto más inmediato. El informe del PNUD

sugiere la ruptura de estos tópicos como condición para avanzar en la construcción de la

sociedad multicultural. Los 5 mitos fundamentales que se plantean, las argumentaciones

que explican su carácter de mito y nuestras aportaciones al respecto se recogen a

continuación:

1) Existe un conflicto entre diversidad y unificación del Estado: “Las identidades

étnicas de una persona compiten con su compromiso con el Estado, de modo

que existe una disyuntiva entre el reconocimiento de la diversidad y la

unificación el Estado” (PNUD, 2004: 2-3)

Las identidades étnicas no tienen por qué entrar en conflicto con la unificación del

Estado. La identidad se articula sobre una diversidad de dimensiones. Uno puede

identificarse, en cada una de estas dimensiones, con grupos culturales distintos9. En

este sentido, Kymlicka señala, incluso, cómo los inmigrantes que afirman

fuertemente su herencia cultural se sienten, además, parte de las sociedades de

acogida (Kymlicka, 2001: 245)

2) La convivencia entre los grupos étnicos genera conflictos: “Los grupos étnicos

tienden a entrar en conflicto violento entre sí por choques de valores, de modo

que se produce una disyuntiva entre respetar la diversidad y mantener la paz”

(PNUD, 2004: 3-4)

9 Para una profundización en una concepción no esencialista de la cultura, véase Maalouf (1999)

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Según esta afirmación, la defensa de los patrones culturales de un grupo conlleva el

enfrentamiento con aquellos grupos que no comparten los mismos valores. Sin

embargo, el informe señala cómo la experiencia acumulada en las sociedades

receptoras de inmigración apunta más bien a la desigualdad entre los grupos y a la

negación de las diferencias culturales como causas generadoras de los conflictos.

3) El multiculturalismo conlleva la defensa de la tradición: La libertad cultural

exige defender las prácticas tradicionales, de modo que podría haber una

disyuntiva entre reconocer la diversidad cultural y otras prioridades del

desarrollo humano, como el progreso en el desarrollo, la democracia y los

derechos humanos”. (PNUD, 2004: 4)

La libertad cultural y el respeto a la diversidad no son sinónimos de defensa de la

tradición. La libertad cultural supone que la gente pueda vivir y ser aquello que

escoge y que pueda contar, además, con la posibilidad de optar también por otras

alternativas.

Este mismo argumento lo planteaba Kymlicka cuando afirmaba que los individuos

deben de poder elegir a qué pautas culturales desean acogerse y a cuales no. La

presentación del multiculturalismo como mecanismo de defensa de pautas culturales

atávicas que suponen una clara violación de los Derechos Humanos, no se

corresponde con las formulaciones que la mayor parte de los defensores del mismo

han desarrollado. Ese multiculturalismo que antepone el relativismo cultural al

respeto a los Derechos Humanos forma parte más bien de las elaboraciones

discursivas de los partidarios de la asimilación, pero tiene escaso eco entre las

propuestas multiculturalistas actuales.

4) Diversidad y desarrollo son nociones antagónicas: “Los países étnicamente

diversos son menos capaces de desarrollarse, de modo que existe una disyuntiva

entre el respeto de la diversidad y la promoción del desarrollo”.

(PNUD, 2004: 4)

Según el PNUD, no existen indicios de una relación clara, ni positiva ni negativa,

entre la diversidad cultural y el desarrollo.

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Este mito, que puede ser utilizado para combatir la diversidad cultural, es presentado

en ocasiones como una excusa más para rechazar el multiculturalismo. Sin embargo,

podrían enumerarse diversos datos que demuestran que la vinculación entre

diversidad y freno al desarrollo no existe como tal. Destacamos el caso de Canadá,

país que en 1988 adopta el multiculturalismo como opción oficial del Estado y suele

ocupar una de las primeras posiciones en la escala del Índice de Desarrollo Humano

(IDH)10. Este país, además, ha conseguido situarse entre los referentes obligatorios

de buenas prácticas en lo referente a la articulación de la diversidad cultural.

5) Hay culturas intrínsecamente más democráticas que otras: Algunas culturas

tienen más posibilidades de avanzar en materia de desarrollo que otras y

algunas culturas tienen valores democráticos inherentes, mientras que otras no,

de modo que existe una disyuntiva entre acoger ciertas culturas y promover el

desarrollo y la democracia. (PNUD, 2004: 4-5).

La “cultura islámica”, tal y como la presentaba Sartori, se caracterizaría por ser la

menos democrática de las culturas. Sin embargo, el PNUD presenta algunos datos

procedentes del Estudio Mundial de Valores que permiten concluir que las personas

de los países musulmanes apoyan los valores democráticos tanto como aquellas de

los países no musulmanes. Resulta imposible establecer una línea divisoria única

entre un Occidente tolerante y democrático y un Oriente despótico.

Existen, sin duda, muchos otros mitos construidos para fomentar la xenofobia en aras a

legitimar la preservación de los privilegios de los países enriquecidos. Se trata de

misivas que operan en la conciencia colectiva, facilitando la aceptación de situaciones

que, de otra manera, no podrían ser compartidas por la población autóctona. Las

políticas de control y represión del los flujos migratorios, la exclusión social y política

de las personas inmigrantes y, en definitiva, su consideración como “ciudadanos de

segunda”, hallan su mejor coartada en el discurso del miedo que cala fácilmente en el

contexto del capitalismo avanzado. Los intereses económicos del país de acogida

10 En el informe al que nos estamos refiriendo, sobre Desarrollo Humano del año 2004, Canadá aparece como el cuarto país con mayores niveles de desarrollo. En el informe del año 2006, recientemente publicado, ocupa el sexto lugar (en una escala de 177 países).

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priman sobre cualquier otro criterio en el proceso de incorporación de los extranjeros en

nuestras Sociedades del Bienestar.

Entre las dos opciones generales que he presentado, la multiculturalista y la

asimilacionista, se han ido posicionando los países europeos que han venido recibiendo

inmigración en las últimas décadas. Realizo a continuación una aproximación a las

formas de articulación de la diversidad que se han desarrollado en países como Francia,

Inglaterra, Alemania y Holanda, con especial atención a este último.

4. MODELOS DE INTEGRACIÓN DE LA DIVERSIDAD EN EUROPA: LA

DERIVA HOLANDESA

Los países más avanzados de Europa comienzan a recibir flujos importantes de

inmigración económica después de la II Guerra Mundial. Inmigrantes procedentes de

países empobrecidos y europeos procedentes del Sur de Europa acuden a los países del

centro y el Norte de Europa en busca de mejores condiciones de vida. Los países

europeos receptores consideraron que los gastarbeiter11, estarían un tiempo y se

marcharían a sus países de origen. La crisis del petróleo, en 1973, demuestra que esta

idea era equivocada. A pesar de la crisis económica y de las crisis en los mercados de

trabajo, los inmigrantes, mayoritariamente, se quedan en Europa12. En los años

posteriores comenzará a plantearse la cuestión de la integración social de una población

que, hasta el momento, se pensaba que se marcharía de un momento a otro. También se

endurecerán los mecanismos de control de fronteras y comenzará a generarse un

discurso contrario a la inmigración que es representada como una amenaza para la

ocupación laboral de los ciudadanos de los países de acogida. Durante estos años

posteriores a 1973 comienzan pues a gestarse algunas experiencias concretas de

políticas de integración de la diversidad.

Francia ha sido considerado como el país de referencia en la apuesta por un modelo

asimilacionista de integración. Todos los extranjeros debían adoptar los principios de la

11 Término utilizado en Alemania que significa “trabajador invitado” 12 La temporalidad de los proyectos migratorios también se esperaba en algunos de los países emisores de inmigrantes. Un caso ilustrativo de las consecuencias inesperadas de unos flujos de población que se creyeron temporales y se volvieron indefinidos, puede ser el de la inmigración marroquí en Bélgica y las políticas marroquíes orientadas a su retorno.

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República para poder integrarse en la sociedad francesa. La integración se ha

representado como un camino unidireccional que recorre el inmigrante como individuo

y no como miembro de ningún grupo étnico. El modelo francés ha sido caracterizado

como el de “la República Francesa, la singularidad del individuo, la importancia de la

identidad nacional y la nacionalidad, las virtudes cívicas y la separación entre la esfera

pública y la privada” (Bertossi, 2007: 9). El modelo asimilacionista francés ha sido

señalado por algunos como una de las causas fundamentales de la revueltas del año

2005 en algunos barrios periféricos franceses13.

Como modelo contrapuesto, se suele mencionar el caso británico, ilustrativo de la

aplicación del multiculturalismo. Un modelo basado en “la etnicidad, la diversidad

cultural y religiosa, los grupos minoritarios, las relaciones raciales, el pluralismo en la

sociedad civil y la aparentemente débil identidad nacional” (Bertossi, 2007: 9). La

integración como estrategia colectiva, vinculada a la existencia de grupos étnicos, ha

llevado a la aplicación de algunas políticas basadas en los “derechos para las minorías”.

La supuesta permisividad hacia las prácticas culturales de los “otros” se ha relacionado

con el auge del terrorismo integrista en Inglaterra14 y se ha utilizado para criminalizar en

su conjunto a la ideología multiculturalista.

La representación de las migraciones como temporales tuvo su máximo exponente en

Alemania, donde hemos visto que los inmigrantes eran recibidos como gastarbeiter,

mano de obra temporal que acabaría regresando a sus países. La consideración de los

inmigrantes como ciudadanos ha estado vinculada fuertemente al hecho de poseer

ascendientes de nacionalidad alemana. El modelo de integración alemán no ha sido

considerado baluarte ni del multiculturalismo ni del asimilacionismo. Algunos autores

han definido el modelo de integración alemán como “diferencialista”, poniendo énfasis

en la tolerancia hacia la existencia de comunidades culturales separadas a las que se les

otorga escaso apoyo gubernamental (Martínez y Jaouida, 2004). La preocupación

central en la actualidad, por lo que refiere a la integración de los inmigrantes en

Alemania, parece estar relacionada con la emergencia de una “sociedad paralela” 13 Véase, “El ascensor social no funciona”, El País, 10 de noviembre de 2005 y “El “apartheid” francés”, El País, 28 de noviembre de 2005. 14 El multiculturalismo británico ha sido vinculado a la creación de lo que se ha conocido como “Londonistán”. La “permisividad” hacia las expresiones del Islam permitieron la libre actuación de instigadores del terrorismo en territorio británico. En un artículo reciente, Gilles Pepel reflexiona acerca de esta realidad. Pepel, Gillles (2005) “El fin de Londonistán”, El País, 31 de agosto.

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conformada mayoritariamente por inmigrantes de origen turco y en la que han tenido

lugar algunos “crímenes de honor” y otras prácticas de violencia de género15.

Los dos modelos referidos, el francés y el británico, se están desdibujando como

consecuencia de los problemas de convivencia que han emergido en los últimos años

tanto en Francia como en Inglaterra. El multiculturalismo británico, en un proceso con

semejanzas al caso holandés, ha sido puesto en “tela de juicio” por los ciudadanos y la

clase política. De manera similar, la imposición de la asimilación comienza a

cuestionarse en Francia como vía efectiva para alcanzar la cohesión de la sociedad

multicultural. Tal y como indica Bertossi (2007), pueden señalarse tres explicaciones

básicas para la “crisis” de los modelos tradicionales de integración. Un primer motivo se

relaciona con la debilitación de los estados-nación en un contexto de globalización

avanzada, circunstancia que dificulta la construcción de la ciudadanía en clave nacional.

En segundo lugar, acontecimientos violentos16 que han sido percibidos por las

poblaciones autóctonas como “agresiones de los inmigrantes a los autóctonos” han

extendido la sensación de que ambos modelos han fracasado17. Por último, una tercera

explicación refiere a la sensación extendida de que se están debilitando los valores que

sustentaban las identidades nacionales de los países receptores de inmigración. Esta

realidad, que tiene su anclaje más inmediato en el avance de la globalización y la

extensión del neoliberalismo económico, es explicada en el imaginario colectivo cómo

consecuencia de la expresión de la diversidad cultural. Bertossi señala aquí como esta

asociación entre inmigración y pérdida de los valores nacionales se expresa con mayor

intensidad en relación a las personas inmigrantes de confesión musulmana. La

debilitación de los referentes que construyen el sentido de pertenencia a un proyecto

nacional común se trata de suplir, en la actualidad, con un incremento de todo aquello

que se considera como “tradicionalmente nacional” en las sociedades de acogida, frente

a las amenazas de lo externo y, mayoritariamente, musulmán. Con fundamentos de esta

índole, se ha creado en Francia el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional y se

15 Véase, Schenider, Peter (2006) “El nuevo muro de Berlín”, El País, 5 de febrero. 16 Los disturbios de noviembre de 2005 en Francia o los que tuvieron lugar en Inglaterra en el año 2001, así como los atentados del 7 de julio de 2005 en la ciudad de Londres, se encuentran en la base de esta percepción. 17 La población inmigrante, en ambos países, también ha percibido agresiones importantes de parte de la población autóctona. Este tipo de violencia, ejercida desde la sociedad de recepción o instalación hacia las personas inmigradas, suele permanecer oculta y constituye un elemento fundamental para la explicación del devenir de los modelos de integración que nos ocupan.

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ha propuesto en Inglaterra la instauración de un día para la celebración de los valores

nacionales.

La deriva del multiculturalismo en Holanda

En esta breve aproximación a las experiencias de algunos países europeos en relación a

la integración de la inmigración, quisiera detenerme algo más en el caso de Holanda. La

deriva del modelo multicultural en este país nos ofrece elementos de interés para el

análisis que estamos desarrollando18.

Alrededor del año 1983, comienzan a desarrollarse en Holanda políticas específicas para

la integración de las personas inmigrantes con objeto de fomentar la igualdad de

oportunidades con respecto a la población autóctona. En Holanda existe un porcentaje

significativo de población inmigrante de confesión musulmana, a la que se han dirigido

diversas medidas políticas encaminadas a favorecer su integración desde el respeto a sus

pautas culturales y religiosas. Así, ya hacia mediados de los años 80 comienzan a

subvencionarse escuelas islámicas, se introduce la enseñanza coránica en algunas

escuelas públicas, se facilitan permisos para la construcción de mezquitas y se facilitaba

la educación en la lengua y cultura de origen (Cécilia, 2005). En el año 1985, se

reconoce el derecho al voto en las elecciones municipales para los extranjeros con cinco

años de residencia legal. En estos años, Holanda apuesta por una gestión de la

diversidad basada en el respeto a las pautas culturales de los diversos grupos étnicos. Es

la época en el que comienza a consolidarse el “modelo multiculturalista holandés”.

En 1991, el líder de la derecha liberal holandesa, Frits Bolkestein, abre el debate sobre

este modelo de integración bajo el argumento de la incompatibilidad entre el Islam y las

democracias liberales. Este debate irá creciendo en importancia a medida que se avanza

en la década de los 90, hasta llegar a un cuestionamiento abierto y ampliamente

compartido en torno al multiculturalismo.

A pesar de los esfuerzos vertidos para conseguir la plena integración de la población

extranjera, el nivel de desempleo de ésta supera con creces al de la población autóctona.

18 Véase “Un modelo de integración en crisis”, El País, 5 de marzo de 2006.

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En el año 2000, el desempleo de los jóvenes nacidos de inmigrantes turcos y marroquíes

ronda el 10%, porcentaje tres veces superior al de los jóvenes holandeses no

procedentes de la inmigración (Cécilia, 2005). Según la Oficina Central de Estadística,

los jóvenes pertenecientes a las “segundas generaciones” se sienten menos identificados

con Holanda de lo que lo están sus padres. A pesar de esta realidad, en las últimas

elecciones municipales, ningún partido político introdujo en su programa electoral

medida alguna para disminuir las tasas de desempleo entre la población inmigrante.

El modelo de apertura al multiculturalismo edificado en los años 80 ha ido

evolucionando hacia posiciones más restrictivas, dirigidas al control de los flujos

migratorios y a la preservación de la seguridad y el ideal liberal holandés. El asesinato

de Theo Van Gogh en noviembre de 200419 contribuyó al endurecimiento de las

políticas dirigidas a las personas inmigrantes. La “amenaza de la inmigración” tomó

cuerpo a raíz de este crimen cometido por un joven que poseía la doble nacionalidad

(holandesa y marroquí) que se erigió en la prueba más fehaciente del fracaso del modelo

multicultural holandés. Las repetidas amenazas a la exdiputada holandesa Ayaan Hirsi

Ali20, que colaboró con Van Gogh en la producción de “Submission”, han contribuido a

mantener vivo el recuerdo de este crimen, alertando a la población autóctona de las

consecuencias de no protegerse contra la “amenaza islamista”.

Holanda, que antaño fue considerada como un modelo de referencia para la integración

de la población inmigrante, elabora ahora políticas de corte claramente asimilacionista.

La coalición gubernamental que comenzó a gobernar en mayo del 2002, acordó la

expulsión inmediata de todos los solicitantes de asilo que entraran en el país sin

documentos de identidad21. Otra de las medidas que evidencian el “giro” de la política

holandesa ha consistido en el establecimiento de “exámenes de civismo” para aquellos

extranjeros que deseen asentarse en Holanda22. Las declaraciones de la ex Ministra

19 Theo Van Gogh era un cineasta que en el momento de su muerte rodaba una película sobre Pim Fortuym, político ultraderechista asesinado meses atrás. Su asesino justificó su acción en una nota refiriéndose al ataque que para el mundo musulmán había supuesto el cortometraje “Submission” rodado por Van Gogh. Los autores habían explicado que con este corto, basado en el guión de la exparlamentaria holandesa Ayaan Hirsi Ali, pretendían denunciar la situación de la mujer en el Islam. 20 Esta diputada mantiene una postura sumamente crítica hacia el multiculturalismo y su aplicación en contextos de inmigración de confesión musulmana. Véase Hirsi Ali (2006). 21 Véase “Holanda endurecerá la política de inmigración”, El Mundo, 29 de mayo del 2002. 22 Para poder ser admitido como residente en Holanda, se requiere superar una prueba sobre conocimientos culturales y lingüísticos básicos que debe realizarse en el país de origen. Una vez en

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Holandesa de Inmigración e Integración, Rita Verdonk, acerca de su deseo de que en las

calles de Holanda sólo se hablara holandés23, han sido una de las últimas expresiones de

este repliegue del modelo multicultural que estamos tratando de analizar. Sin embargo,

tal y como han analizado profusamente otros autores, la deriva del modelo holandés no

puede explicarse tan sólo en términos de extensión de planteamientos catalogados como

asimilacionistas. Bruquetas y Garcés (2007) concluyen que más que un “giro” hacia el

asimilacionismo cultural, Holanda está experimentando una creciente desregulación de

sus políticas de integración. La política orientada a la garantía de la diversidad, como

mejor medio para la integración, habría dado paso a otra focalizada en la mejora de los

mecanismos de recepción mediante cursos de formación en ciudadanía.

La experiencia holandesa puede servir como referencia para el debate establecido en la

actualidad en torno a las vías de integración de la inmigración que deben seguirse en

otros países que han comenzado a recibir recientemente población inmigrante. De nuevo

aquí, el peso de todo el proceso se encuentra en la integración de las personas de

confesión musulmana. El debate sobre la integración se está centrando en toda Europa

en la cuestión de la inmigración de origen árabe, a la que se le presupone siempre

“islámica” y, por ende, siempre potencialmente peligrosa. La teoría del “choque de

civilizaciones” empieza a funcionar como “profecía autocumplida”, erigiéndose en uno

de los principales obstáculos para la integración de los inmigrantes musulmanes en las

sociedades occidentales.

5. EL CASO DEL ESTADO ESPAÑOL: LA CONSTRUCCIÓN DE UN

MODELO PARTICULAR Y LA APUESTA POR LA INTERCULTURALIDAD

El fenómeno de la inmigración motiva uno de los debates centrales en los últimos años

en el Estado Español. En el contexto europeo, España se caracteriza por ser un país que

inicia recientemente su trayectoria como sociedad de acogida. Este hecho hace que

pueda elaborarse una respuesta social y política que tome como referencia las

experiencias de otros países europeos. Cabe señalar que el rasgo particular de la breve

historia del Estado Español como receptor de inmigrantes, radica en la intensidad que ha Holanda la adquisición del permiso de residencia permanente viene sujeta a la superación de un “examen de civismo” que puede prepararse siguiendo cursos de integración oficiales. 23 Véase “La ministra holandesa de Inmigración quiere que en la calle solo se hable holandés”, El País, 30 de enero de 2006.

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alcanzado el fenómeno en un breve espacio de tiempo. Países europeos con mayor

tradición como receptores de inmigración han dispuesto de décadas hasta alcanzar

porcentajes de población extranjera similares a los que España ha alcanzado tan sólo en

siete u ocho años.

Se está reflexionado mucho acerca del modelo de integración de la inmigración en

España. Es pronto aún para observar tendencias que nos permitan referirnos a modelos

concretos. El nuestro será, sin duda, un modelo particular, dado que hundirá sus raíces

en circunstancias históricas, políticas y sociales distintas de las que forjaron los modelos

de otros países europeos. El hecho de haber constatado que muchos inmigrantes tienen

vocación de instalarse en las sociedades de recepción ha incrementado la conciencia

acerca de la necesidad de establecer políticas y acciones encaminadas a la integración

de la inmigración. Por lo tanto, partimos de la idea de que es aún prematuro tratar de

establecer modelos para nuestro Estado. Podemos reconocer fácilmente en España

políticas y acciones encaminadas a la asimilación de la población extranjera así como

otras orientadas a la garantía de los derechos de las minorías étnicas. Pero España es

hoy más bien un “laboratorio” en el que tratar de idear y llevar a la práctica nuevas

fórmulas que conduzcan a la cohesión de nuestra sociedad diversa sin incurrir en los

errores que se cometieron anteriormente en otros estados.

Podemos afirmar que coexisten en nuestra sociedad dos discursos presentados como

complementarios pero que son, en realidad, radicalmente contradictorios. Por un lado,

observamos cómo se da por supuesta la necesidad de que los inmigrantes se integren,

identificando integración con aquella idea que se recoge en el reclamo frecuente que

pide “que los inmigrantes se hagan como nosotros”. Por otra parte, esta demanda social

se realiza en aquellos términos en los que la sociedad de recepción desea que los

inmigrantes “se integren” y pasa siempre por la perpetuación de una situación global de

inferioridad de los inmigrados con respecto a la población autóctona. Como he

analizado en otro artículo, el proceso de integración coexiste con el de inferiorización y,

en ocasiones, pareciera como si el avance del primero no pudiera más que construirse

sobre la consolidación del segundo (Mora, 2005).

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Si bien a lo largo de estos años hemos ido constatando una tendencia a la construcción

de la integración como sinónimo de asimilación, los postulados del interculturalismo24

han aparecido con fuerza desde el principio en las diferentes esferas en las que se

orquesta la articulación de la diversidad. Junto a las experiencias de promoción de la

interculturalidad, proliferan las apuestas políticas por acciones catalogadas como

“interculturales” que reducen la diversidad cultural a la expresión de hábitos de corte

folclórico y gastronomía exótica. Aquí, en muchas ocasiones, estamos disfrazando la

asimilación de “interculturalismo”. Por eso, creo que, en nuestro Estado, el

“interculturalismo” corre el riesgo de convertirse en una opción secuestrada por el

discurso de la asimilación.

Las posibilidades de las que disfruta el poder establecido para mutar el significado

original de las palabras, se expresa claramente en la utilización del término

“interculturalismo”. Tras tratar de transformar el significado de otros conceptos como el

de “codesarrollo”, que ha sido equiparado a una medida de “freno a los flujos

migratorios”, y neutralizar así su verdadero potencial, se procede a la destrucción de las

verdaderas posibilidades que abre la interculturalidad. No podemos perder de vista que

los postulados que defiende el interculturalismo constituyen hoy una seria amenaza para

la instauración hegemónica de la opción asimilacionista.

Atendiendo a los elementos que hemos ido considerando en este texto, considero que

debe apostarse por la instauración de un modelo cercano al multiculturalismo, en

sintonía con la propuesta de Kymlicka y otros, que incorpore los valores del

interculturalismo para avanzar en la cohesión de la diversidad en España. La

incorporación del principio de interacción positiva que acompaña a la propuesta

intercultural puede servir como antídoto para la segregación que generan los modelos

multiculturales y asimilacionistas. Si las culturas en contacto no interactúan, si no

incrementan su conocimiento mutuo, difícilmente podrá articularse la integración de

esta sociedad multicultural. El interculturalismo, como ideal de integración, presenta

grandes retos para los grupos culturales en contacto, dado que necesita de la aceptación

24 Entiendo el interculturalismo como una vía de articulación de la diversidad en la que la interacción positiva entre los grupos en contacto constituye la esencia del proceso de integración. De la coexistencia que se hace posible en otros modelos, se da el paso a la convivencia construida en torno a proyectos compartidos desde el encuentro cultural. El interculturalismo persigue la consolidación de procesos armónicos de mestizaje e hibridación cultural.

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de la posibilidad de enriquecerse culturalmente con las aportaciones de los otros. Esta

propuesta persigue la hibridación de culturas, frente a la coexistencia pacífica que

postula el multiculturalismo, y parte de la valoración del “otro como culturalmente

diverso”, frente al desprecio que hacia éste se promueve desde el frente asimilacionista.

Las circunstancias en las cuales se está produciendo la integración de los inmigrantes en

Europa, y su traducción en el caso español, son poco alentadoras con respecto a la

posibilidad de hacer del interculturalismo el principio orientador de las políticas de

integración con los inmigrantes. Sin embargo, desde mi punto de vista, éste es el único

camino que tenemos para la construcción de sociedades pacíficamente cohesionadas,

donde todos los sujetos gocen del mismo grado de libertad y de igualdad, sobre la base

del reconocimiento del otro y el respeto a los Derechos Humanos. Debo reconocer lo

utópico de la propuesta, pero considero que si no se incorporan estos valores, las

sociedades multiculturales del siglo XXI advendrán espacios de conflicto permanente.

Aquí, en España, aún estamos a tiempo de construir la interculturalidad. Muchos

agentes ya trabajan sobre ello, decididos a demostrar que es posible el entendimiento y

el enriquecimiento mutuo y amenazando así a los poderes hegemónicos que elaboran e

imponen discursos etnocéntricos orientados a la reproducción de sus cuotas de poder.

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