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MODELOS DE ARTICULACIÓN DE LA DIVERSIDAD CULTURAL: HACIA
UNA CONFIGURACIÓN PARTICULAR EN EL ESTADO ESPAÑOL
GRUPO DE TRABAJO. Sociología de las Migraciones
SESIÓN 4ª. Integración y exclusión social: políticas, actitudes, participación,
ciudadanía.
Albert Mora Castro
Universitat de València
La extensión del fenómeno de la inmigración por todo el continente europeo ha avivado
los debates acerca de las formas en las que debe producirse la inserción de las personas
inmigradas en las sociedades de recepción. En esta comunicación trato de hacer una
aproximación a dos de los modelos fundamentales de integración que se han ido
gestando en los países europeos receptores de inmigración: el multiculturalismo y el
asimilacionismo. Parto para ello de un análisis teórico a partir de las aportaciones de
Kymlicka y Sartori, para pasar después a analizar la apuesta por la libertad cultural que
presentó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en el Informe sobre
Desarrollo Humano 2004.
En un tercer apartado realizo una breve descripción de las experiencias recogidas en
Francia, Inglaterra y Alemania en lo que refiere a la gestión de la multiculturalidad. El
caso de Holanda merecerá especial atención por los cambios que ha experimentado en
los últimos años el “modelo holandés” en relación al desarrollo de políticas
multiculturalistas.
Finalmente, concluyo este documento con una reflexión acerca de los procesos de
articulación de la diversidad que podemos observar en el Estado Español, apostando por
la consolidación de experiencias basadas en la interculturalidad como guía para la
organización de nuestra sociedad diversa.
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1. EL MULTICULTURALISMO COMO PARADIGMA DE
ARTICULACIÓN DE LA DIVERSIDAD: DERECHOS DE LAS
MINORÍAS E IGUALDAD EN LA DIFERENCIA
El término “multiculturalismo” es utilizado con diversas acepciones que refieren a
distintas realidades. Algunos lo utilizan para referirse a la existencia de diversidad
cultural en un determinado contexto, otros lo vinculan a un posicionamiento político o
ideológico en torno a la articulación de esta diversidad cultural y otros lo emplean como
sinónimo de relativismo cultural y/o guetización. Conviene, pues, explicar a qué nos
referimos cuando hablamos de multiculturalismo, tanto para clarificar nuestro análisis,
como para detectar las estrategias de “resignificación y apropiación” del término
desarrolladas por aquellos que desean denostarlo.
Enmarco el término multiculturalismo en una estrategia ideológica, una opción política
y, en definitiva, un modo de articular la sociedad multicultural. Así, la multiculturalidad
sería un hecho vinculado a la existencia de diversas culturas en un mismo territorio, y el
multiculturalismo una vía de cohesión de esa sociedad diversa. Existe un consenso
amplio en torno a esta conceptualización del término “multiculturalismo”, compartida
por autores como Arango y De Lucas1.
El multiculturalismo es pues una ideología en torno a cómo debemos de avanzar en la
integración de la diversidad en las sociedades de recepción o acogida de personas
inmigrantes. Esta “ideología multiculturalista” es, a su vez, caracterizada de modos
distintos. En este texto me acerco a la opción multicultulturalista de Kymlicka
(Kymlicka, 1996) por considerarla una de las más completas. A pesar de que este autor
se ha centrado en la integración de las minorías nacionales, más concretamente en el
caso de Canadá, su enfoque acerca de la necesidad de establecimiento de “derechos para
las minorías” constituye un marco idóneo para el análisis de la apuesta por el
multiculturalismo.
1 Algunos de los textos en los que estos autores argumentan acerca del significado del término “multiculturalismo” son: Arango, Joaquín (2002) “¿De qué hablamos cuando hablamos de multiculturalismo?”, El País, 23 de marzo de 2002 y De Lucas (2006), citado en la bibliografía.
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Kymlicka argumenta en torno a la necesidad de establecer medidas que permitan a las
minorías alcanzar un status de igualdad con respecto a otros grupos mayoritarios en lo
que refiere a sus posibilidades de expresión cultural. Para ello postula la necesidad de
implantación de lo que él denomina “derechos poliétnicos”, “derechos para las
minorías” o “derechos diferenciados en función del grupo”. Estos derechos se
caracterizan por tres rasgos fundamentales:
- Se plantean tan sólo en la medida en la que exista alguna desventaja relacionada
con la pertenencia cultural cuando tales derechos sirven para corregirla.
Desaparecerían, por tanto, una vez alcanzado un status de igualdad en las
posibilidades de expresión cultural.
- Son complementarios de los Derechos Humanos, dado que éstos, por sí solos, no
garantizan la libertad cultural de las minorías étnicas.
- Se relacionan con la existencia de una injusta distribución de los recursos a nivel
mundial.
Este último aspecto que Kymlicka vincula a su propuesta de derechos para las minorías
ha generado numerosas críticas y es objeto de discusión. Kymlicka lo explica afirmando
que “si la distribución internacional de recursos fuese justa, entonces sería razonable
que los inmigrantes no pudiesen reclamar en derecho recrear su cultura societal2 en su
nuevo país” (Kymlicka, 1996: 141)
Si aceptamos esta afirmación, aceptamos que las personas inmigrantes tan sólo deberían
tener reconocido plenamente el derecho a la expresión de sus pautas culturales en las
sociedades de acogida como inmigrantes económicos. La idea que él maneja es que, si
los inmigrantes no emigraran empujados por la necesidad sino por libre elección, serían
responsables de su decisión y deberían adaptarse a la cultura de las sociedades de
recepción. Por tanto, la defensa de la libertad cultural se devalúa en sí misma y se
2 Kymlicka utiliza el término “cultura societal” para referirse a una concepción amplia de la cultura definida como “una cultura que proporciona a sus miembros unas formas de vida significativas a través de todo el abanico de actividades humanas, incluyendo la vida social, educativa, religiosa, recreativa y económica, abarcando las esferas pública y privada. (…) No sólo comprenden memorias o valores compartidos, sino también instituciones y prácticas comunes” (Kymlicka, 1996: 112)
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circunscribe a un contexto de desigualdad económica que genera migraciones
“forzadas”. Esta cuestión deja, además, muchas preguntas de difícil respuesta: ¿Qué
ocurre entonces con las migraciones políticas o con las migraciones motivadas por
razones de discriminación de género o de cualquier otro tipo? ¿Cómo se determina el
grado de incidencia de esa “injusta distribución de los recursos” en cada caso migratorio
particular? ¿Cómo se desarrollan los derechos para las minorías cuando éstas no son
fruto de migraciones procedentes de contextos socioeconómicos similares? Del
planteamiento de Kymlicka se desprende la necesidad de establecer una graduación que
iría desde los inmigrantes económicos procedentes de las zonas más depauperadas del
planeta hasta los inmigrantes que forman parte del grupo de los “económicamente
privilegiados”, estableciéndose grados distintos de reconocimiento de derechos
poliétnicos en función del lugar que se ocupe en esta escala.
El planteamiento general de derechos de las minorías que desarrolla Kymlicka puede ser
de gran utilidad para la cohesión de sociedades culturalmente diversas que garanticen la
posibilidad de que todos los grupos étnicos gocen del mismo grado de libertad para
vivir su mundo cultural. Algunas de las críticas más importantes que se han vertido
sobre esta propuesta de “derechos poliétnicos” se han apoyado en la tesis de que Estado
y etnicidad deben permanecer separados. Kymlicka argumenta aquí, muy
acertadamente, que los Estados nunca se desarrollan al margen de la cultura, sino que
legitiman un orden social apoyado en determinados valores culturales. Si Estado y
cultura van necesariamente unidos, la diversidad cultural habrá de afectar, de alguna
manera, a la organización del Estado. En este contexto encuentra su sentido el
establecimiento de los derechos para las minorías.
Desde el liberalismo político se han generado diversos posicionamientos acerca de
cómo debe gestionarse la diversidad cultural. La perspectiva liberal por la que apuesta
Kymlicka en relación a las minorías étnicas se caracteriza por buscar la libertad y la
igualdad dentro de los grupos minoritarios, así como la igualdad entre los grupos
minoritarios y mayoritarios. Todo individuo debería disfrutar de la libertad para adoptar
libremente pautas o roles culturales, así como para poder expresarlos en su vida en
sociedad. Al mismo tiempo, debería existir este mismo grado de libertad para abandonar
o transformar una pauta o rol cultural. Los sujetos deben ser libres para elegir qué
aspectos de su herencia cultural desean conservar y cómo quieren hacerlo. Este
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planteamiento constituye, a mi juicio, la base para articular una vía de integración de la
diversidad que sea respetuosa con la libertad de los miembros de los diversos grupos
étnicos y permita la no reproducción de pautas culturales discriminatorias en el seno de
los grupos culturales. Sin embargo, considero que Kymlicka valora en exceso la
capacidad del individuo para reflexionar acerca de su cultura y desprenderse de aquellas
“herencias culturales” que no considere positivas. En muchos casos, esto no ocurre así
y, desde una perspectiva de Derechos Humanos, se perpetúan las situaciones de
discriminación que acompañan a determinadas construcciones culturales. Debates
actuales y complejos, como aquellos que se plantean en torno a la libertad de las
mujeres para “elegir” qué lugar ocupan en su sociedad de referencia o los relacionados
con las imposiciones y constricciones derivadas de las imposiciones relacionadas con
las diferentes confesiones religiosas, nos obligan a reflexionar acerca de las
posibilidades de decidir libremente en contextos de dominación explícita o encubierta.
Desde su concepción del liberalismo, Kymlicka reflexiona acerca de la existencia de
“culturas iliberales” que no respetan los principios esenciales del liberalismo político.
Para él, todas las culturas recogen pautas que podrían considerarse como “iliberales”. El
grado de adecuación a los postulados liberales varía entre unas culturas y otras, pero no
existen culturas perfectamente liberales ni culturas completamente iliberales. En
aquellas culturas en las que se aprecien claros signos de “iliberalismo”, Kymlicka
propone el establecimiento de medidas encaminadas a la liberalización, en sustitución
de una estrategia dirigida a la disolución. El camino más productivo para conseguir
avanzar el liberalismo en el seno de las diferentes culturas consistiría en el refuerzo y
extensión de sus elementos liberales con objeto de avanzar en la liberalización
progresiva de la cultura en cuestión. No se trata pues de una imposición desde grupos
culturales supuestamente más liberales, sino de una estrategia de consolidación de los
valores liberales en el seno de todos los grupos culturales. Kymlicka se aleja así de los
postulados que arguyen la conveniencia de identificar el liberalismo con el respeto
absoluto a cualquier pauta cultural por muy iliberal que ésta pueda considerarse, así
como de aquellos que afirman la necesaria disolución de las culturas consideradas
iliberales en su conjunto3. En el debate entre autonomía del sujeto y tolerancia hacia su
3 Claro reflejo de estos posicionamientos, es la caracterización que realiza Sartori de la “cultura islámica”, asociando a la misma la condición de “cultura iliberal” que debería ser disuelta en las sociedades receptoras de inmigrantes musulmanes.
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cultura, Kymlicka se decanta por una perspectiva liberal que respete la autonomía del
sujeto frente al grupo.
Otro aspecto de la obra de Kymlicka que refiere a la integración de los extranjeros como
ciudadanos, es su apuesta por la garantía de los derechos de participación política. En la
línea argumental elaborada para la justificación del establecimiento de derechos para las
minorías, plantea la implantación de políticas de representación de grupos como vía de
acceso en igualdad de derechos de participación política. Es ésta una cuestión
controvertida que forma parte del debate actual en torno a los modos en los que debe
producirse la integración de las personas inmigrantes en las sociedades de acogida.
Autores como De Lucas, Pajares y otros, han defendido en sus obras el reconocimiento
de los derechos políticos como vía para garantizar la plena integración en la igualdad.
En los meses previos a las últimas elecciones autonómicas y locales este asuntó saltó
con fuerza a la escena política y generó posicionamientos muy diversos4. Algunas de las
tesis que se han esgrimido en contra del ejercicio del derecho al voto por parte de la
población inmigrante han sido vertidas por Sartori, como tendremos ocasión de ver más
adelante.
Las tesis de Kymlicka, así como las de otros autores favorables al multiculturalismo,
han cosechado numerosas críticas. De hecho, como veremos más adelante, éstas se han
extendido con fuerza en los últimos años. Por otra parte, algunos autores como John
Rex, firme defensor del ideal multicultural, previenen sobre los problemas que pueden
derivarse del multiculturalismo si éste pone excesivo énfasis en la caracterización de los
inmigrantes como miembros de etnias o minorías (Rex, 1996). El refuerzo del carácter
étnico de la persona inmigrante o su adscripción a un grupo minoritario pueden
contribuir a la ubicación de los colectivos de inmigrantes en los arrabales de la
sociedad.
Otros, como Miguel Pajares se posicionan favorables a la construcción de modelos de
integración ciudadana que incorporen la interculturalidad y critican en su conjunto el
ideal multicultural (Pajares, 2005). Pajares considera que el multiculturalismo pone 4 Véase “El Gobierno promueve que los extranjeros “con papeles” puedan votar en las municipales”, El País, 16 de agosto de 2006; “PP. CiU y ERC ponen condiciones al voto de los inmigrantes”, El País, 18 de agosto de 2006; “Unió cree que los extranjeros deben saber catalán para poder votar en Cataluña”, El País, 19 de agosto de 2006.
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especial énfasis en la etnicidad y la diferencia, favoreciéndose así el proceso de
“inferiorización” de la población extranjera. El estigma que acompañaba décadas atrás a
las consideradas como “razas inferiores” se traslada con el multiculturalismo a las
“minorías étnicas”. Desde estas interpretaciones, el principio de diferenciación étnica,
profundiza en la segregación de la población inmigrante e impide el alcance de una
verdadera inclusión social.
He tratado de reflejar hasta aquí algunos de los elementos centrales del modelo de
integración multicultural. Desde este paradigma, la integración no es concebida “como
un proceso de uniformación aplanadora, sino de diversidad cultural, capaz de ofrecer
igualdad de oportunidades en una atmósfera de mutua tolerancia” (Rex, 1995: 200).
Un planteamiento completamente opuesto al que se ha venido a denominar como
“asimilacionismo” y que trataré a continuación a partir de algunas aportaciones de
Giovanni Sartori.
2. EL ASIMILACIONISMO COMO MODELO DE INTEGRACIÓN:
ETNOCENTRISMO, HOMOGENIZACIÓN E ISLAMOFOBIA
El proyecto asimilacionista parte de una caracterización negativa de la diversidad
cultural. Si el ideal multiculturalista aprecia la diversidad cultural como enriquecedora y
necesaria, desde el asimilacionismo la integración consiste en que las minorías
culturales se asimilen a las pautas culturales de la mayoría. La articulación de la
diversidad debería producirse sobre la sustitución de las pautas culturales de origen por
las imperantes en la sociedad de recepción. En su análisis sobre los procesos de
aculturación5, Berry (1996) pone énfasis en la existencia de dos dimensiones
fundamentales: el deseo de los grupos culturales de relacionarse entre ellos y el deseo de
mantener y preservar sus propias pautas culturales. Desde el planteamiento de este
autor, el asimilacionismo sería la ecuación resultante en aquella situación en la que,
desde el grupo cultural mayoritario, no existe voluntad ninguna de relacionarse con
otros grupos con adscripciones culturales diferentes y se intenta, además, salvaguardar
la cultura de cualquier influencia externa.
5 Utilizamos el concepto “aculturación” para referirnos al proceso de cambio cultural que se produce cuando varias culturas entran en contacto.
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La propuesta asimilacionista ha dado lugar a diversas formulaciones teóricas y
aplicaciones políticas. Tomo las tesis de Giovanni Sartori, recogidas en su obra “La
sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros” (Sartori, 2001) dado
que considero que reflejan los elementos centrales de una configuración centrada en la
eliminación de la diversidad cultural que introducen los inmigrados en las sociedades de
recepción.
Para este autor, multiculturalismo y pluralismo son concepciones antitéticas. En este
sentido, su crítica al multiculturalismo no consiste en el énfasis que este puede hacer en
la diferencia cultural existente, sino en el hecho de que él genera por si sólo las
diferencias. Según Sartori, el proyecto multicultural genera el discurso de la desigualdad
sobre diferencias culturales que él mismo ha creado y sobre las cuales construye su
propuesta de derechos para las minorías. Afirma que “La política del reconocimiento no
se dedica a “reconocer”; en realidad fabrica y multiplica las diferencias
metiéndonoslas en la cabeza” (Sartori, 2001: 89), en alusión a la tesis defendida por
Taylor sobre la necesidad de garantizar el reconocimiento de “los otros” (Taylor, 1993).
Para Sartori, la persona inmigrada sólo tiene un lugar en la sociedad de acogida
mientras sea “útil” a los intereses de la población autóctona. De este modo, se torna
necesario establecer qué tipo de inmigrantes “nos sirven” y por qué periodo de tiempo.
De lo contrario, la inmigración puede suponer una seria amenaza a los valores
occidentales y a los elementos sobre los que se fundamenta el ordenamiento de los
estados-nación occidentales. Sartori va más allá asociando la condición de
“beneficiados” a los inmigrantes y de “benefactores” a los miembros de las sociedades
de recepción y situando a los inmigrantes como endeudados con la población que les
acoge. Las reivindicaciones de los extranjeros en relación a sus derechos serían, en
primera instancia, una muestra de desagradecimiento que no debe ser atendida. La
integración de la inmigración sólo tiene una vía: la asunción de las condiciones
establecidas para ello por los pobladores autóctonos. Por ello, Sartori realiza una crítica
frontal a cualquier planteamiento de integración ciudadana de los inmigrados y, desde
una posición abiertamente machista, escribe: “A las bobas y los bobos (…) la solución
del problema les parece obvia: consiste en transformar al inmigrante en ciudadano, es
decir, en “dispensar ciudadanía”. Así pues, la idea de las bobas (a las que subrayo
porque son más numerosas que los bobos) es que la ciudadanía integra”. (2001: 112)
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En la base de los planteamientos asimilacionistas se encuentra la visión etnocéntrica que
postula la superioridad de unas cultura sobre otras. Es el argumento que se utiliza para
legitimar la necesidad de que las “culturas atrasadas y atávicas” se adecuen a las pautas
culturales de las sociedades “avanzadas”. Se plantea, además, como el mejor favor que
se les puede hacer a los inmigrantes puesto que, con ello, se fomenta su desarrollo, su
libertad y su bienestar. Y es además, la única vía que permitirá que nuestras culturas
desarrollas no sean sometidas a un proceso de “barbarización”. Si Taylor afirmaba que
debía ofrecerse un mismo respeto para todas las culturas, Sartori afirmará que todas las
culturas no tienen el mismo valor. Frente a la opresión que para Taylor podía generar la
falta de reconocimiento, Sartori considera que esta falta tan sólo generará, a lo sumo,
sentimientos depresivos, pero nunca opresión. El ideal de libertad e igualdad en la
diferencia que veíamos en el multiculturalismo, no tiene cabida en Sartori más que para
su defenestración. En un contexto más cercano, J.F. Gil6 ha publicado un texto (J.F. Gil,
2005) en el que recoge un planteamiento idéntico al expresado por Sartori, en relación a
la diversidad cultural, y que se ilustra claramente en este pasaje:
“No todas las culturas valen lo mismo. Una cosa es el respeto a las personas
que pueden provenir de otras culturas y otra el respeto a esas mismas culturas.
A los amantes de la igualdad a ultranza, a los amantes de las alianzas de
civilizaciones y específicamente a los occidentales defensores del Islam, habría
que exigirles que explicasen claramente su posición respecto a la ley islámica,
cruel e inhumana muchas veces. Que explicasen qué posición tienen respecto a
la mutilación genital femenina, respecto a la lapidación…” (J.F. Gil, 2005: 5)
Esta peculiar caracterización del Islam se encuentra conectada con la tesis de Sartori
según la cual la cultura islámica es fanática. Es decir, existe una cultura basada en el
Islam y caracterizada por su fanatismo, que constituye una amenaza para la cultura
Occidental. Es ésta una cultura que no acepta en ningún caso la separación entre Iglesia
y Estado, entre política y religión. “El occidental no ve al islámico como un “infiel”7.
6 J. F. Gil es profesor de la Universidad de Alicante 7 Efectivamente, este no es el término que mejor refleja la visión que tiene la población autóctona de los musulmanes identificados más bien como “moros”. La construcción del inmigrante de origen árabe como “moro” o “islámico” responde a la necesidad de identificarle con una grave amenaza para el “occidental”. Se articula así un discurso que pone en cuarentena la desarrollada cultura occidental frente a la amenaza del Islam. Esta amenaza legitimará, entre la población autóctona, la violación de algunos de los derechos básicos de las personas inmigrantes, como defensa necesaria ante la invasión, la “islamización” y la
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Pero para el islámico el occidental sí lo es”8, (Sartori, 2001: 53). Esta tesis, en la línea
del “choque de civilizaciones” enunciado por Huntington (2002), es la base del rechazo
a la diversidad cultural en las sociedades de recepción de extranjeros. La amenaza para
Sartori estriba en la posibilidad de que aquello que él denomina “cultura islámica”
impregne de barbarismo nuestras sociedades “desarrolladas”.
En relación al reconocimiento de los derechos de participación política, Sartori se
muestra contrario, en la línea de lo expuesto acerca de la integración de los extranjeros
como ciudadanos. Argumenta su postura aludiendo, de nuevo, a los problemas que se
derivarían del ejercicio del derecho al voto por parte de la población islámica:
“Esto servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras,
para imponer sus fiestas religiosas (el viernes), e incluso (…) el chador a las
mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris”. (Sartori, 2001: 118)
La apuesta por la asimilación que he tratado de reflejar a partir de la obra de Sartori, es
la antitésis de la apuesta por el multiculturalismo que analizábamos a partir de los
postulados de Kymlicka. Como veíamos en la propuesta multicultural, también existen
diversas opciones de construcción de la sociedad “asimilacionista”, pero la visión de
Sartori resulta especialmente ilustrativa del sustrato teórico sobre el que pivotan las
diversas posiciones en el universo de la asimilación.
3. EL INFORME DE DESARROLLO HUMANO DEL AÑO 2004: LA
APUESTA POR EL MULTICULTURALISMO Y LA LIBERTAD
CULTURAL
El multiculturalismo ha sido también la opción escogida por el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo en su informe sobre Desarrollo Humano del año 2004
(PNUD, 2004). El enfoque desde el que este informe aborda la construcción del
multiculturalismo y el avance de la libertad cultural, puede tomarse como un referente pérdida de los beneficios nacionales. En aras de la defensa frente a la “amenaza islámica” se recortan derechos y se merma el Estado Social y de Derecho. 8 A lo largo de toda la obra, el autor da por supuesto que existe una cultura “occidental” y otra cultura “islámica”. La heterogeneidad en el seno de los grupos culturales, así como el carácter dinámico y cambiante de las pautas culturales, aspectos de gran consenso en el mundo académico, se ignora por parte del autor. A mi juicio, este planteamiento carece de cualquier rigor científico.
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más para la elaboración de políticas públicas encaminadas a la integración con los
inmigrantes. Naciones Unidas lanza así, a través de este informe, una apuesta decidida
para el avance de un multiculturalismo ligado a la defensa de los Derechos Humanos, el
Estado de Derecho, la igualdad de género, la diversidad y la tolerancia.
A lo largo del texto se señalan 5 mitos que actúan con fuerza en el imaginario colectivo
en relación al fenómeno de la inmigración. Estos mitos comparten, en esencia, las tesis
de Sartori que hemos analizado anteriormente. Son mitos que están presentes en gran
parte de la opinión pública en nuestro contexto más inmediato. El informe del PNUD
sugiere la ruptura de estos tópicos como condición para avanzar en la construcción de la
sociedad multicultural. Los 5 mitos fundamentales que se plantean, las argumentaciones
que explican su carácter de mito y nuestras aportaciones al respecto se recogen a
continuación:
1) Existe un conflicto entre diversidad y unificación del Estado: “Las identidades
étnicas de una persona compiten con su compromiso con el Estado, de modo
que existe una disyuntiva entre el reconocimiento de la diversidad y la
unificación el Estado” (PNUD, 2004: 2-3)
Las identidades étnicas no tienen por qué entrar en conflicto con la unificación del
Estado. La identidad se articula sobre una diversidad de dimensiones. Uno puede
identificarse, en cada una de estas dimensiones, con grupos culturales distintos9. En
este sentido, Kymlicka señala, incluso, cómo los inmigrantes que afirman
fuertemente su herencia cultural se sienten, además, parte de las sociedades de
acogida (Kymlicka, 2001: 245)
2) La convivencia entre los grupos étnicos genera conflictos: “Los grupos étnicos
tienden a entrar en conflicto violento entre sí por choques de valores, de modo
que se produce una disyuntiva entre respetar la diversidad y mantener la paz”
(PNUD, 2004: 3-4)
9 Para una profundización en una concepción no esencialista de la cultura, véase Maalouf (1999)
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Según esta afirmación, la defensa de los patrones culturales de un grupo conlleva el
enfrentamiento con aquellos grupos que no comparten los mismos valores. Sin
embargo, el informe señala cómo la experiencia acumulada en las sociedades
receptoras de inmigración apunta más bien a la desigualdad entre los grupos y a la
negación de las diferencias culturales como causas generadoras de los conflictos.
3) El multiculturalismo conlleva la defensa de la tradición: La libertad cultural
exige defender las prácticas tradicionales, de modo que podría haber una
disyuntiva entre reconocer la diversidad cultural y otras prioridades del
desarrollo humano, como el progreso en el desarrollo, la democracia y los
derechos humanos”. (PNUD, 2004: 4)
La libertad cultural y el respeto a la diversidad no son sinónimos de defensa de la
tradición. La libertad cultural supone que la gente pueda vivir y ser aquello que
escoge y que pueda contar, además, con la posibilidad de optar también por otras
alternativas.
Este mismo argumento lo planteaba Kymlicka cuando afirmaba que los individuos
deben de poder elegir a qué pautas culturales desean acogerse y a cuales no. La
presentación del multiculturalismo como mecanismo de defensa de pautas culturales
atávicas que suponen una clara violación de los Derechos Humanos, no se
corresponde con las formulaciones que la mayor parte de los defensores del mismo
han desarrollado. Ese multiculturalismo que antepone el relativismo cultural al
respeto a los Derechos Humanos forma parte más bien de las elaboraciones
discursivas de los partidarios de la asimilación, pero tiene escaso eco entre las
propuestas multiculturalistas actuales.
4) Diversidad y desarrollo son nociones antagónicas: “Los países étnicamente
diversos son menos capaces de desarrollarse, de modo que existe una disyuntiva
entre el respeto de la diversidad y la promoción del desarrollo”.
(PNUD, 2004: 4)
Según el PNUD, no existen indicios de una relación clara, ni positiva ni negativa,
entre la diversidad cultural y el desarrollo.
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Este mito, que puede ser utilizado para combatir la diversidad cultural, es presentado
en ocasiones como una excusa más para rechazar el multiculturalismo. Sin embargo,
podrían enumerarse diversos datos que demuestran que la vinculación entre
diversidad y freno al desarrollo no existe como tal. Destacamos el caso de Canadá,
país que en 1988 adopta el multiculturalismo como opción oficial del Estado y suele
ocupar una de las primeras posiciones en la escala del Índice de Desarrollo Humano
(IDH)10. Este país, además, ha conseguido situarse entre los referentes obligatorios
de buenas prácticas en lo referente a la articulación de la diversidad cultural.
5) Hay culturas intrínsecamente más democráticas que otras: Algunas culturas
tienen más posibilidades de avanzar en materia de desarrollo que otras y
algunas culturas tienen valores democráticos inherentes, mientras que otras no,
de modo que existe una disyuntiva entre acoger ciertas culturas y promover el
desarrollo y la democracia. (PNUD, 2004: 4-5).
La “cultura islámica”, tal y como la presentaba Sartori, se caracterizaría por ser la
menos democrática de las culturas. Sin embargo, el PNUD presenta algunos datos
procedentes del Estudio Mundial de Valores que permiten concluir que las personas
de los países musulmanes apoyan los valores democráticos tanto como aquellas de
los países no musulmanes. Resulta imposible establecer una línea divisoria única
entre un Occidente tolerante y democrático y un Oriente despótico.
Existen, sin duda, muchos otros mitos construidos para fomentar la xenofobia en aras a
legitimar la preservación de los privilegios de los países enriquecidos. Se trata de
misivas que operan en la conciencia colectiva, facilitando la aceptación de situaciones
que, de otra manera, no podrían ser compartidas por la población autóctona. Las
políticas de control y represión del los flujos migratorios, la exclusión social y política
de las personas inmigrantes y, en definitiva, su consideración como “ciudadanos de
segunda”, hallan su mejor coartada en el discurso del miedo que cala fácilmente en el
contexto del capitalismo avanzado. Los intereses económicos del país de acogida
10 En el informe al que nos estamos refiriendo, sobre Desarrollo Humano del año 2004, Canadá aparece como el cuarto país con mayores niveles de desarrollo. En el informe del año 2006, recientemente publicado, ocupa el sexto lugar (en una escala de 177 países).
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priman sobre cualquier otro criterio en el proceso de incorporación de los extranjeros en
nuestras Sociedades del Bienestar.
Entre las dos opciones generales que he presentado, la multiculturalista y la
asimilacionista, se han ido posicionando los países europeos que han venido recibiendo
inmigración en las últimas décadas. Realizo a continuación una aproximación a las
formas de articulación de la diversidad que se han desarrollado en países como Francia,
Inglaterra, Alemania y Holanda, con especial atención a este último.
4. MODELOS DE INTEGRACIÓN DE LA DIVERSIDAD EN EUROPA: LA
DERIVA HOLANDESA
Los países más avanzados de Europa comienzan a recibir flujos importantes de
inmigración económica después de la II Guerra Mundial. Inmigrantes procedentes de
países empobrecidos y europeos procedentes del Sur de Europa acuden a los países del
centro y el Norte de Europa en busca de mejores condiciones de vida. Los países
europeos receptores consideraron que los gastarbeiter11, estarían un tiempo y se
marcharían a sus países de origen. La crisis del petróleo, en 1973, demuestra que esta
idea era equivocada. A pesar de la crisis económica y de las crisis en los mercados de
trabajo, los inmigrantes, mayoritariamente, se quedan en Europa12. En los años
posteriores comenzará a plantearse la cuestión de la integración social de una población
que, hasta el momento, se pensaba que se marcharía de un momento a otro. También se
endurecerán los mecanismos de control de fronteras y comenzará a generarse un
discurso contrario a la inmigración que es representada como una amenaza para la
ocupación laboral de los ciudadanos de los países de acogida. Durante estos años
posteriores a 1973 comienzan pues a gestarse algunas experiencias concretas de
políticas de integración de la diversidad.
Francia ha sido considerado como el país de referencia en la apuesta por un modelo
asimilacionista de integración. Todos los extranjeros debían adoptar los principios de la
11 Término utilizado en Alemania que significa “trabajador invitado” 12 La temporalidad de los proyectos migratorios también se esperaba en algunos de los países emisores de inmigrantes. Un caso ilustrativo de las consecuencias inesperadas de unos flujos de población que se creyeron temporales y se volvieron indefinidos, puede ser el de la inmigración marroquí en Bélgica y las políticas marroquíes orientadas a su retorno.
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República para poder integrarse en la sociedad francesa. La integración se ha
representado como un camino unidireccional que recorre el inmigrante como individuo
y no como miembro de ningún grupo étnico. El modelo francés ha sido caracterizado
como el de “la República Francesa, la singularidad del individuo, la importancia de la
identidad nacional y la nacionalidad, las virtudes cívicas y la separación entre la esfera
pública y la privada” (Bertossi, 2007: 9). El modelo asimilacionista francés ha sido
señalado por algunos como una de las causas fundamentales de la revueltas del año
2005 en algunos barrios periféricos franceses13.
Como modelo contrapuesto, se suele mencionar el caso británico, ilustrativo de la
aplicación del multiculturalismo. Un modelo basado en “la etnicidad, la diversidad
cultural y religiosa, los grupos minoritarios, las relaciones raciales, el pluralismo en la
sociedad civil y la aparentemente débil identidad nacional” (Bertossi, 2007: 9). La
integración como estrategia colectiva, vinculada a la existencia de grupos étnicos, ha
llevado a la aplicación de algunas políticas basadas en los “derechos para las minorías”.
La supuesta permisividad hacia las prácticas culturales de los “otros” se ha relacionado
con el auge del terrorismo integrista en Inglaterra14 y se ha utilizado para criminalizar en
su conjunto a la ideología multiculturalista.
La representación de las migraciones como temporales tuvo su máximo exponente en
Alemania, donde hemos visto que los inmigrantes eran recibidos como gastarbeiter,
mano de obra temporal que acabaría regresando a sus países. La consideración de los
inmigrantes como ciudadanos ha estado vinculada fuertemente al hecho de poseer
ascendientes de nacionalidad alemana. El modelo de integración alemán no ha sido
considerado baluarte ni del multiculturalismo ni del asimilacionismo. Algunos autores
han definido el modelo de integración alemán como “diferencialista”, poniendo énfasis
en la tolerancia hacia la existencia de comunidades culturales separadas a las que se les
otorga escaso apoyo gubernamental (Martínez y Jaouida, 2004). La preocupación
central en la actualidad, por lo que refiere a la integración de los inmigrantes en
Alemania, parece estar relacionada con la emergencia de una “sociedad paralela” 13 Véase, “El ascensor social no funciona”, El País, 10 de noviembre de 2005 y “El “apartheid” francés”, El País, 28 de noviembre de 2005. 14 El multiculturalismo británico ha sido vinculado a la creación de lo que se ha conocido como “Londonistán”. La “permisividad” hacia las expresiones del Islam permitieron la libre actuación de instigadores del terrorismo en territorio británico. En un artículo reciente, Gilles Pepel reflexiona acerca de esta realidad. Pepel, Gillles (2005) “El fin de Londonistán”, El País, 31 de agosto.
16
conformada mayoritariamente por inmigrantes de origen turco y en la que han tenido
lugar algunos “crímenes de honor” y otras prácticas de violencia de género15.
Los dos modelos referidos, el francés y el británico, se están desdibujando como
consecuencia de los problemas de convivencia que han emergido en los últimos años
tanto en Francia como en Inglaterra. El multiculturalismo británico, en un proceso con
semejanzas al caso holandés, ha sido puesto en “tela de juicio” por los ciudadanos y la
clase política. De manera similar, la imposición de la asimilación comienza a
cuestionarse en Francia como vía efectiva para alcanzar la cohesión de la sociedad
multicultural. Tal y como indica Bertossi (2007), pueden señalarse tres explicaciones
básicas para la “crisis” de los modelos tradicionales de integración. Un primer motivo se
relaciona con la debilitación de los estados-nación en un contexto de globalización
avanzada, circunstancia que dificulta la construcción de la ciudadanía en clave nacional.
En segundo lugar, acontecimientos violentos16 que han sido percibidos por las
poblaciones autóctonas como “agresiones de los inmigrantes a los autóctonos” han
extendido la sensación de que ambos modelos han fracasado17. Por último, una tercera
explicación refiere a la sensación extendida de que se están debilitando los valores que
sustentaban las identidades nacionales de los países receptores de inmigración. Esta
realidad, que tiene su anclaje más inmediato en el avance de la globalización y la
extensión del neoliberalismo económico, es explicada en el imaginario colectivo cómo
consecuencia de la expresión de la diversidad cultural. Bertossi señala aquí como esta
asociación entre inmigración y pérdida de los valores nacionales se expresa con mayor
intensidad en relación a las personas inmigrantes de confesión musulmana. La
debilitación de los referentes que construyen el sentido de pertenencia a un proyecto
nacional común se trata de suplir, en la actualidad, con un incremento de todo aquello
que se considera como “tradicionalmente nacional” en las sociedades de acogida, frente
a las amenazas de lo externo y, mayoritariamente, musulmán. Con fundamentos de esta
índole, se ha creado en Francia el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional y se
15 Véase, Schenider, Peter (2006) “El nuevo muro de Berlín”, El País, 5 de febrero. 16 Los disturbios de noviembre de 2005 en Francia o los que tuvieron lugar en Inglaterra en el año 2001, así como los atentados del 7 de julio de 2005 en la ciudad de Londres, se encuentran en la base de esta percepción. 17 La población inmigrante, en ambos países, también ha percibido agresiones importantes de parte de la población autóctona. Este tipo de violencia, ejercida desde la sociedad de recepción o instalación hacia las personas inmigradas, suele permanecer oculta y constituye un elemento fundamental para la explicación del devenir de los modelos de integración que nos ocupan.
17
ha propuesto en Inglaterra la instauración de un día para la celebración de los valores
nacionales.
La deriva del multiculturalismo en Holanda
En esta breve aproximación a las experiencias de algunos países europeos en relación a
la integración de la inmigración, quisiera detenerme algo más en el caso de Holanda. La
deriva del modelo multicultural en este país nos ofrece elementos de interés para el
análisis que estamos desarrollando18.
Alrededor del año 1983, comienzan a desarrollarse en Holanda políticas específicas para
la integración de las personas inmigrantes con objeto de fomentar la igualdad de
oportunidades con respecto a la población autóctona. En Holanda existe un porcentaje
significativo de población inmigrante de confesión musulmana, a la que se han dirigido
diversas medidas políticas encaminadas a favorecer su integración desde el respeto a sus
pautas culturales y religiosas. Así, ya hacia mediados de los años 80 comienzan a
subvencionarse escuelas islámicas, se introduce la enseñanza coránica en algunas
escuelas públicas, se facilitan permisos para la construcción de mezquitas y se facilitaba
la educación en la lengua y cultura de origen (Cécilia, 2005). En el año 1985, se
reconoce el derecho al voto en las elecciones municipales para los extranjeros con cinco
años de residencia legal. En estos años, Holanda apuesta por una gestión de la
diversidad basada en el respeto a las pautas culturales de los diversos grupos étnicos. Es
la época en el que comienza a consolidarse el “modelo multiculturalista holandés”.
En 1991, el líder de la derecha liberal holandesa, Frits Bolkestein, abre el debate sobre
este modelo de integración bajo el argumento de la incompatibilidad entre el Islam y las
democracias liberales. Este debate irá creciendo en importancia a medida que se avanza
en la década de los 90, hasta llegar a un cuestionamiento abierto y ampliamente
compartido en torno al multiculturalismo.
A pesar de los esfuerzos vertidos para conseguir la plena integración de la población
extranjera, el nivel de desempleo de ésta supera con creces al de la población autóctona.
18 Véase “Un modelo de integración en crisis”, El País, 5 de marzo de 2006.
18
En el año 2000, el desempleo de los jóvenes nacidos de inmigrantes turcos y marroquíes
ronda el 10%, porcentaje tres veces superior al de los jóvenes holandeses no
procedentes de la inmigración (Cécilia, 2005). Según la Oficina Central de Estadística,
los jóvenes pertenecientes a las “segundas generaciones” se sienten menos identificados
con Holanda de lo que lo están sus padres. A pesar de esta realidad, en las últimas
elecciones municipales, ningún partido político introdujo en su programa electoral
medida alguna para disminuir las tasas de desempleo entre la población inmigrante.
El modelo de apertura al multiculturalismo edificado en los años 80 ha ido
evolucionando hacia posiciones más restrictivas, dirigidas al control de los flujos
migratorios y a la preservación de la seguridad y el ideal liberal holandés. El asesinato
de Theo Van Gogh en noviembre de 200419 contribuyó al endurecimiento de las
políticas dirigidas a las personas inmigrantes. La “amenaza de la inmigración” tomó
cuerpo a raíz de este crimen cometido por un joven que poseía la doble nacionalidad
(holandesa y marroquí) que se erigió en la prueba más fehaciente del fracaso del modelo
multicultural holandés. Las repetidas amenazas a la exdiputada holandesa Ayaan Hirsi
Ali20, que colaboró con Van Gogh en la producción de “Submission”, han contribuido a
mantener vivo el recuerdo de este crimen, alertando a la población autóctona de las
consecuencias de no protegerse contra la “amenaza islamista”.
Holanda, que antaño fue considerada como un modelo de referencia para la integración
de la población inmigrante, elabora ahora políticas de corte claramente asimilacionista.
La coalición gubernamental que comenzó a gobernar en mayo del 2002, acordó la
expulsión inmediata de todos los solicitantes de asilo que entraran en el país sin
documentos de identidad21. Otra de las medidas que evidencian el “giro” de la política
holandesa ha consistido en el establecimiento de “exámenes de civismo” para aquellos
extranjeros que deseen asentarse en Holanda22. Las declaraciones de la ex Ministra
19 Theo Van Gogh era un cineasta que en el momento de su muerte rodaba una película sobre Pim Fortuym, político ultraderechista asesinado meses atrás. Su asesino justificó su acción en una nota refiriéndose al ataque que para el mundo musulmán había supuesto el cortometraje “Submission” rodado por Van Gogh. Los autores habían explicado que con este corto, basado en el guión de la exparlamentaria holandesa Ayaan Hirsi Ali, pretendían denunciar la situación de la mujer en el Islam. 20 Esta diputada mantiene una postura sumamente crítica hacia el multiculturalismo y su aplicación en contextos de inmigración de confesión musulmana. Véase Hirsi Ali (2006). 21 Véase “Holanda endurecerá la política de inmigración”, El Mundo, 29 de mayo del 2002. 22 Para poder ser admitido como residente en Holanda, se requiere superar una prueba sobre conocimientos culturales y lingüísticos básicos que debe realizarse en el país de origen. Una vez en
19
Holandesa de Inmigración e Integración, Rita Verdonk, acerca de su deseo de que en las
calles de Holanda sólo se hablara holandés23, han sido una de las últimas expresiones de
este repliegue del modelo multicultural que estamos tratando de analizar. Sin embargo,
tal y como han analizado profusamente otros autores, la deriva del modelo holandés no
puede explicarse tan sólo en términos de extensión de planteamientos catalogados como
asimilacionistas. Bruquetas y Garcés (2007) concluyen que más que un “giro” hacia el
asimilacionismo cultural, Holanda está experimentando una creciente desregulación de
sus políticas de integración. La política orientada a la garantía de la diversidad, como
mejor medio para la integración, habría dado paso a otra focalizada en la mejora de los
mecanismos de recepción mediante cursos de formación en ciudadanía.
La experiencia holandesa puede servir como referencia para el debate establecido en la
actualidad en torno a las vías de integración de la inmigración que deben seguirse en
otros países que han comenzado a recibir recientemente población inmigrante. De nuevo
aquí, el peso de todo el proceso se encuentra en la integración de las personas de
confesión musulmana. El debate sobre la integración se está centrando en toda Europa
en la cuestión de la inmigración de origen árabe, a la que se le presupone siempre
“islámica” y, por ende, siempre potencialmente peligrosa. La teoría del “choque de
civilizaciones” empieza a funcionar como “profecía autocumplida”, erigiéndose en uno
de los principales obstáculos para la integración de los inmigrantes musulmanes en las
sociedades occidentales.
5. EL CASO DEL ESTADO ESPAÑOL: LA CONSTRUCCIÓN DE UN
MODELO PARTICULAR Y LA APUESTA POR LA INTERCULTURALIDAD
El fenómeno de la inmigración motiva uno de los debates centrales en los últimos años
en el Estado Español. En el contexto europeo, España se caracteriza por ser un país que
inicia recientemente su trayectoria como sociedad de acogida. Este hecho hace que
pueda elaborarse una respuesta social y política que tome como referencia las
experiencias de otros países europeos. Cabe señalar que el rasgo particular de la breve
historia del Estado Español como receptor de inmigrantes, radica en la intensidad que ha Holanda la adquisición del permiso de residencia permanente viene sujeta a la superación de un “examen de civismo” que puede prepararse siguiendo cursos de integración oficiales. 23 Véase “La ministra holandesa de Inmigración quiere que en la calle solo se hable holandés”, El País, 30 de enero de 2006.
20
alcanzado el fenómeno en un breve espacio de tiempo. Países europeos con mayor
tradición como receptores de inmigración han dispuesto de décadas hasta alcanzar
porcentajes de población extranjera similares a los que España ha alcanzado tan sólo en
siete u ocho años.
Se está reflexionado mucho acerca del modelo de integración de la inmigración en
España. Es pronto aún para observar tendencias que nos permitan referirnos a modelos
concretos. El nuestro será, sin duda, un modelo particular, dado que hundirá sus raíces
en circunstancias históricas, políticas y sociales distintas de las que forjaron los modelos
de otros países europeos. El hecho de haber constatado que muchos inmigrantes tienen
vocación de instalarse en las sociedades de recepción ha incrementado la conciencia
acerca de la necesidad de establecer políticas y acciones encaminadas a la integración
de la inmigración. Por lo tanto, partimos de la idea de que es aún prematuro tratar de
establecer modelos para nuestro Estado. Podemos reconocer fácilmente en España
políticas y acciones encaminadas a la asimilación de la población extranjera así como
otras orientadas a la garantía de los derechos de las minorías étnicas. Pero España es
hoy más bien un “laboratorio” en el que tratar de idear y llevar a la práctica nuevas
fórmulas que conduzcan a la cohesión de nuestra sociedad diversa sin incurrir en los
errores que se cometieron anteriormente en otros estados.
Podemos afirmar que coexisten en nuestra sociedad dos discursos presentados como
complementarios pero que son, en realidad, radicalmente contradictorios. Por un lado,
observamos cómo se da por supuesta la necesidad de que los inmigrantes se integren,
identificando integración con aquella idea que se recoge en el reclamo frecuente que
pide “que los inmigrantes se hagan como nosotros”. Por otra parte, esta demanda social
se realiza en aquellos términos en los que la sociedad de recepción desea que los
inmigrantes “se integren” y pasa siempre por la perpetuación de una situación global de
inferioridad de los inmigrados con respecto a la población autóctona. Como he
analizado en otro artículo, el proceso de integración coexiste con el de inferiorización y,
en ocasiones, pareciera como si el avance del primero no pudiera más que construirse
sobre la consolidación del segundo (Mora, 2005).
21
Si bien a lo largo de estos años hemos ido constatando una tendencia a la construcción
de la integración como sinónimo de asimilación, los postulados del interculturalismo24
han aparecido con fuerza desde el principio en las diferentes esferas en las que se
orquesta la articulación de la diversidad. Junto a las experiencias de promoción de la
interculturalidad, proliferan las apuestas políticas por acciones catalogadas como
“interculturales” que reducen la diversidad cultural a la expresión de hábitos de corte
folclórico y gastronomía exótica. Aquí, en muchas ocasiones, estamos disfrazando la
asimilación de “interculturalismo”. Por eso, creo que, en nuestro Estado, el
“interculturalismo” corre el riesgo de convertirse en una opción secuestrada por el
discurso de la asimilación.
Las posibilidades de las que disfruta el poder establecido para mutar el significado
original de las palabras, se expresa claramente en la utilización del término
“interculturalismo”. Tras tratar de transformar el significado de otros conceptos como el
de “codesarrollo”, que ha sido equiparado a una medida de “freno a los flujos
migratorios”, y neutralizar así su verdadero potencial, se procede a la destrucción de las
verdaderas posibilidades que abre la interculturalidad. No podemos perder de vista que
los postulados que defiende el interculturalismo constituyen hoy una seria amenaza para
la instauración hegemónica de la opción asimilacionista.
Atendiendo a los elementos que hemos ido considerando en este texto, considero que
debe apostarse por la instauración de un modelo cercano al multiculturalismo, en
sintonía con la propuesta de Kymlicka y otros, que incorpore los valores del
interculturalismo para avanzar en la cohesión de la diversidad en España. La
incorporación del principio de interacción positiva que acompaña a la propuesta
intercultural puede servir como antídoto para la segregación que generan los modelos
multiculturales y asimilacionistas. Si las culturas en contacto no interactúan, si no
incrementan su conocimiento mutuo, difícilmente podrá articularse la integración de
esta sociedad multicultural. El interculturalismo, como ideal de integración, presenta
grandes retos para los grupos culturales en contacto, dado que necesita de la aceptación
24 Entiendo el interculturalismo como una vía de articulación de la diversidad en la que la interacción positiva entre los grupos en contacto constituye la esencia del proceso de integración. De la coexistencia que se hace posible en otros modelos, se da el paso a la convivencia construida en torno a proyectos compartidos desde el encuentro cultural. El interculturalismo persigue la consolidación de procesos armónicos de mestizaje e hibridación cultural.
22
de la posibilidad de enriquecerse culturalmente con las aportaciones de los otros. Esta
propuesta persigue la hibridación de culturas, frente a la coexistencia pacífica que
postula el multiculturalismo, y parte de la valoración del “otro como culturalmente
diverso”, frente al desprecio que hacia éste se promueve desde el frente asimilacionista.
Las circunstancias en las cuales se está produciendo la integración de los inmigrantes en
Europa, y su traducción en el caso español, son poco alentadoras con respecto a la
posibilidad de hacer del interculturalismo el principio orientador de las políticas de
integración con los inmigrantes. Sin embargo, desde mi punto de vista, éste es el único
camino que tenemos para la construcción de sociedades pacíficamente cohesionadas,
donde todos los sujetos gocen del mismo grado de libertad y de igualdad, sobre la base
del reconocimiento del otro y el respeto a los Derechos Humanos. Debo reconocer lo
utópico de la propuesta, pero considero que si no se incorporan estos valores, las
sociedades multiculturales del siglo XXI advendrán espacios de conflicto permanente.
Aquí, en España, aún estamos a tiempo de construir la interculturalidad. Muchos
agentes ya trabajan sobre ello, decididos a demostrar que es posible el entendimiento y
el enriquecimiento mutuo y amenazando así a los poderes hegemónicos que elaboran e
imponen discursos etnocéntricos orientados a la reproducción de sus cuotas de poder.
23
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