mitología en el museo del prado mar

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Proserpina, hija de Ceres, la diosa de la tierra, fue raptada por Plutón, dios de los infiernos. Pese a la oposición de Minerva, Venus y Diana, el rapto fructificará en amor, según delata la presencia de Cupido, en el aire, y de  Himeneo, dios del matrimonio, con la antorcha. Ante la protesta de su madre, Júpiter concedería que Proserpina volviese seis meses al año con Ceres, momento en que la tierra, feliz, produce su fruto.

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He aquí que buscada largo tiempo al fin yo a mi nacida he encontrado, si encontrar llamas a perder más ciertamente, o si a saber dónde está encontrar llamas. Que raptada fue, lo llevaremos, en tanto la devuelva a ella, puesto que no de un saqueador marido la hija digna tuya es, si ya mi hija no es.” Júpiter tomó la palabra: “Común es prenda y carga esta hija para mí contigo; pero si sólo sus nombres verdaderos a las cosas de dar gustamos, no este hecho una injuria, pero es amor; y no será para nosotros el yerno ese una vergüenza, si tú sólo, divina, quisieras. Aunque faltara lo demás, cuánto es ser de Júpiter el hermano. Qué decir de que no lo demás falta y no cede sino en su suerte a mí. Pero si tan grande tu deseo de su separación es, volverá a subir Proserpina al cielo, con una ley, aun así, cierta: si ningunos alimentos ha tocado allí con su boca, pues así de las Parcas en el pacto precavido se ha.” Había dicho, mas para Ceres lo cierto es sacar a su nacida.

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Venus, diosa clásica del Amor y la Belleza, consciente del destino mortal de su amado Adonis intenta persuadirle para que no salga a cazar.

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Venus abanica a Adonis, que descansa sobre sus rodillas, mientras mira a Cupido abrazar un perro. Esta obra fue concebida como pareja de Céfalo y Procris (Museo de Estrasburgo), y ambas ilustran pasajes de Las Metamorfosis de Ovidio, en este caso el Libro X, dedicados a amores truncados por la muerte repentina y fortuita de uno de los amantes.

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A ti también que de ellos temas, si de algo servirte aconsejando pueda, Adonis, te aconseja y: “Valiente con los que huyen sé”, dice, “contra los audaces no es la audacia segura. Cesa de ser, oh joven, temerario para el peligro mío, y a las fieras a las que armas dio la naturaleza no hieras, no me resulte a mí cara tu gloria. No conmueve la edad, ni la hermosura, ni lo que a Venus ha movido, a los leones, y a los cerdosos jabalíes y a los ojos y ánimos de las fieras. Un rayo tienen en sus corvos dientes esos agrios cerdos, su ímpetu tienen, rubios, y su vasta ira los leones y odiosa me es esa raza.” Cuál el motivo, a quien lo preguntaba: “Te lo diré”, dice, “y de la monstruosidad te maravillarás de una antigua culpa. Pero este esfuerzo desacostumbrado ya me ha cansado, y he aquí que con su sombra nos seduce oportuno este álamo y nos presta un lecho el césped: me apetece en ella descansar contigo –y descansa– en este suelo” y se echa en el césped, y en él y en el seno del joven dejado su cuello, reclinado él, así dice, y en medio intercala besos de sus palabras

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Apolo contempla impotente la agonía de su amado Jacinto, provocada por el golpe de uno de los discos que ambos estaban lanzando imprudentemente como muestra de su habilidad atlética. Rubens utilizó un dibujo de Miguel Ángel como modelo para la figura de Jacinto.

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Sus cuerpos de ropa aligeran y con el jugo del pingüe olivo resplandecen y del ancho disco inician las competiciones, el cual, primero balanceado, Febo lo envía a las aéreas auras

y desgarró con su peso, a él opuestas, las nubes. 180Recayó sólida tras largo tiempo en la tierra su peso, y había exhibido él su arte, unido con sus fuerzas. En seguida, imprudente, y movido por la pasión del juego, a coger el Tenárida su círculo se apresuraba, mas a él, dura, devuelto el golpe de su herida, lo lanzó la tierra contra el rostro, Jacinto, tuyo. Palideció, e igualmente que el muchacho el mismo dios, y colapsados recogió tus miembros, y ya te reanima, ya tristes tus heridas seca, ahora tu aliento, que huye, sostiene aplicándole sus hierbas

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Tras la muerte de Eurídice, su amante Orfeo descendió al Hades. Con la música de su lira aplacó a Plutón y Proserpina, quienes concedieron que la joven volviese con él a condición de que no la mirase durante su salida del Averno. Pero Orfeo, incapaz de contener su deseo, volvió la cabeza, provocando que ella se desvaneciera.

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Entonces por primera vez con sus lágrimas, vencidas por esa canción, fama es que se humedecieron las mejillas de las Euménides, y tampoco la regia esposa puede sostener, ni el que gobierna las profundidades, decir que no a esos ruegos, y a Eurídice llaman: de las sombras recientes estaba ella en medio, y avanzó con un paso de la herida tardo. A ella, junto con la condición, la recibe el rodopeio héroe, de que no gire atrás sus ojos hasta que los valles haya dejado del Averno, o defraudados sus dones han de ser. Se coge cuesta arriba por los mudos silencios un sendero, arduo, oscuro, de bruma opaca denso, y no mucho distaban de la margen de la suprema tierra. Aquí, que no abandonara ella temiendo y ávido de verla, giró el amante sus ojos, y en seguida ella se volvió a bajar de nuevo, y ella, sus brazos tendiendo y por ser sostenida y sostenerse contendiendo, nada, sino las que cedían, la infeliz agarró auras.Mensaje no disponiblePor tu seguridad, Tuenti ha eliminado este mensaje sospechoso.